lunes x hernan de carlo

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LUNES Todos los días, con particular detenimiento, revisaba su biciclo, aire en las ruedas, amortiguación y ese ruido de la tarde anterior en un pedal. La alborada era hermosa y la ciudad parecía dormida con la luz de un sol blanco aparecido tras la cordillera, con el tarro de lubricante en una mano despachaba un buen chorro en los rodamientos; Doris volvería pronto pues el colegio de Alicia quedaba a dos cuadras, se hacia tarde. Todo listo, giró el vehículo y salió a la calle, había por lo menos ocho formas o mejor dicho ocho rutas diferentes para llegar a su trabajo, pero siempre usaba dos o tres caminos distintos, no lo pensó mucho, dio cuatro pedaleadas para sentir un aire frío en el rostro, esta vez bajó por la alameda hasta siete de febrero, era una de las rutas recurrentes, luego de cuatro cuadras atravesó la plaza Colón con sus grandes árboles a esa hora con un grupo de gente alrededor del carrito que vende café y emparedados, cien metros para doblar a la izquierda y tomar la calle de los bares mas conocida como el Parrón, lo bueno venía al final de esta arteria poco transitada, desembocaba con la avenida Magallanes donde el trafico era infernal un taco eterno en las horas de entrada y salida laboral, los bocinazos los gritos histéricos y la tensión, treinta metros antes de llegar se podía ver la fila de autos detenidos, no había necesidad de frenar, era costumbre doblar orgulloso de manejar un modelo clásico pintado al horno con llantas de aluminio y dejar a todos esos conductores descolocados de ira y desesperación. Fue allí cuando sucedió todo, luego de cinco años yendo y viniendo de su casa al trabajo, del trabajo a su casa, muy rápido, sin tiempo de pensar en nada, con el pecho hinchado por el placer de avanzar sin detención en un taco de automóviles, fue un impacto limpio; por el mismo espacio que solía transitar entre los autos detenidos apareció, el otro ciclista dobló en la esquina sin mirar, como era su costumbre y no lo vio aparecer, fue un choque espectacular, saltaron ambas máquinas en direcciones opuestas y las ruedas delanteras deformadas en un perfecto número ocho sufrieron todo el impacto. Al recuperarse de su aturdimiento y en medio de las risotadas y gritos de los

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Page 1: LUNES x   hernan de carlo

LUNES

Todos los días, con particular detenimiento, revisaba su biciclo, aire en las ruedas, amortiguación y ese ruido de la tarde anterior en un pedal. La alborada era hermosa y la ciudad parecía dormida con la luz de un sol blanco aparecido tras la cordillera, con el tarro de lubricante en una mano despachaba un buen chorro en los rodamientos; Doris volvería pronto pues el colegio de Alicia quedaba a dos cuadras, se hacia tarde. Todo listo, giró el vehículo y salió a la calle, había por lo menos ocho formas o mejor dicho ocho rutas diferentes para llegar a su trabajo, pero siempre usaba dos o tres caminos distintos, no lo pensó mucho, dio cuatro pedaleadas para sentir un aire frío en el rostro, esta vez bajó por la alameda hasta siete de febrero, era una de las rutas recurrentes, luego de cuatro cuadras atravesó la plaza Colón con sus grandes árboles a esa hora con un grupo de gente alrededor del carrito que vende café y emparedados, cien metros para doblar a la izquierda y tomar la calle de los bares mas conocida como el Parrón, lo bueno venía al final de esta arteria poco transitada, desembocaba con la avenida Magallanes donde el trafico era infernal un taco eterno en las horas de entrada y salida laboral, los bocinazos los gritos histéricos y la tensión, treinta metros antes de llegar se podía ver la fila de autos detenidos, no había necesidad de frenar, era costumbre doblar orgulloso de manejar un modelo clásico pintado al horno con llantas de aluminio y dejar a todos esos conductores descolocados de ira y desesperación.

Fue allí cuando sucedió todo, luego de cinco años yendo y viniendo de su casa al trabajo, del trabajo a su casa, muy rápido, sin tiempo de pensar en nada, con el pecho hinchado por el placer de avanzar sin detención en un taco de automóviles, fue un impacto limpio; por el mismo espacio que solía transitar entre los autos detenidos apareció, el otro ciclista dobló en la esquina sin mirar, como era su costumbre y no lo vio aparecer, fue un choque espectacular, saltaron ambas máquinas en direcciones opuestas y las ruedas delanteras deformadas en un perfecto número ocho sufrieron todo el impacto. Al recuperarse de su aturdimiento y en medio de las risotadas y gritos de los automovilistas, ambos ciclistas se miraron sin entender, eran la misma persona vestidos de igual forma mirándose sin entender.

Page 2: LUNES x   hernan de carlo

Hoy salí a vagar, como dicen mis padres, la tarde de abril era fría a pesar del sol, pensé en caminar a la casa de Mauricio, pero no estaba seguro de encontrarlo, bajé por la Alameda unas cuatro cuadras me senté en un banco de cemento eché una ojeada al libro que llevaba, ni siquiera recuerdo de que trataba, me ahogaba un sentimiento extraño de angustia, los árboles parecían más tristes que de costumbre, de pronto vino a mi la imagen de Angélica, ella era vecina de la azul esquina, tan bella que daba miedo acercarse o hablarla, mi pasatiempo era observarla desde lejos, y escribirle versos que nunca, jamás entregaría, Caía en una especie de trance mirando al vacío cada vez que pensaba en ella, --A esta edad eso es natural--- diría mi Taita—saque un lápiz del bolsillo y de forma inconsciente comencé a hilar unas palabras que hablaban de sublimar el amor , ideales, sobre poseer y dejarse poseer por otro ser humano, Angélica su nombre era tan gráfico.

La tranquilidad de la mustia caída del sol fue quebrada de improviso y sin prudencia, las bocinas de una ambulancia llegaron hasta la calle donde me encontraba. Que apuro, la emergencia parecía peculiarmente grave, mis abstracciones anteriores se esfumaron como las pocas nubes del horizonte y no pude sino sentir compasión por aquel que recostado en una camilla, rodeado por mangueras y utensilios de reanimación, viajaba a toda prisa hacia el hospital mas cercano, todo ese aroma de fármacos y alcohol me pone enfermo, nada volvió a ser como antes los garabatos sobre el amor y sus embellecimientos parecían estupideces de niñas-bien, frente a la desgracia de otra persona.

Bebía mi desayuno, antes de ir a la escuela cuando Mamá mencionó que el panadero estaba muy acongojado, pues la tarde anterior habían encontrado a la niña de la esquina azul, intoxicada en el baño de su casa.

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