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Page 1: Luis Miguel Córdoba Ochoa - Vivir como gitanos. Los indios forasteros en la ciudad de Antioquia

Vivir como gitanos: los indios forasteros en la ciudad de Antioquia en el siglo XVII.1

Luis Miguel Córdoba Ochoa

Profesor Asociado Departamento de Historia

Universidad Nacional de Colombia-Sede de Medellín [email protected]

Uno de los temas clásicos de la historiografía colonial en Iberoamérica es el de la fundación de las ciudades españolas en el siglo XVI. Los españoles fundaron ciudades porque allí tenían la certeza de vivir en un medio civilizado; afuera de ellas quedaba el mundo indígena y la imposibilidad de recrear el complejo sistema simbólico que permitía definir las jerarquías de honor y poder sobre las que se había construido la cultura castellana. Sin embargo, en los últimos años se ha desdibujado la idea según la cual las ciudades coloniales eran pequeñas islas de orden en medio de las zonas indígenas. Dicha imagen, que es la que se le ofrece al incauto turista, fue elaborada por la historiografía conservadora durante el siglo XIX. Al evaluar las condiciones políticas y sociales de las nuevas repúblicas, nacidas al amparo del liberalismo, los políticos conservadores destacaron el caos de la era republicana e idealizaron el orden de la era colonial. Herederos de las elites criollas del XVIII, no pudieron reconocer que esas calles y caserones apacibles en los que pasaron su infancia fueron el resultado de la violenta dominación sobre la población indígena. Todavía es necesario recordarlo: si el primer acto del fundador español fue asignar el espacio para la plaza, para la iglesia, para el cabildo y para los solares de los vecinos más poderosos -los beneméritos-, el segundo fue la adjudicación de mano de obra indígena para construir la ciudad. Para ello fue necesaria la movilización forzada de la población indígena en las áreas inmediatas a las fundaciones peninsulares. Cada piedra, cada ladrillo, cada madero, fueron puestos por manos nativas o por esclavos africanos cuando la catástrofe demográfica se trató de solucionar con estos. Pero la erección de la ciudad fue el último episodio en la vida de las huestes conquistadoras. Las tropas que decidían establecerse en forma definitiva habían arrastrado con ellos cientos de indígenas de ambos sexos que les servían en múltiples actividades. Estos sirvientes indígenas, que terminaron viviendo en

1 Artículo publicado en la revista Ameriña. Territorio fluctuante. Turín: 2002, p. 24 – 29.

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sitios muy alejados de sus lugares de origen, fueron los primeros desarraigados que produjo la conquista. En el virreinato del Perú se les conoció como yanaconas. Cuando Pizarro entró al Tawantinsuyu los yanaconas, quienes no poseían tierras, fueron asimilados a siervos o a esclavos por los españoles y con el paso de los años los indígenas que se habían separado de su comunidad, voluntariamente o no, fue llamados yanaconas o forasteros.2 Al acompañar en forma permanente a los españoles, ellos fueron los primeros en aprender el idioma de los invasores. Sin vivienda propia, los forasteros fueron inseparables de las primeras ciudades españolas. A diferencia de los indígenas de las encomiendas, los forasteros no estaban obligados a pagar el tributo, un impuesto personal que pesaba sobre la población masculina mayor de 14 años y menor de 55 y que se pagaba en bienes como mantas, gallinas, maíz o metales preciosos. Para sobrevivir los forasteros debían trabajar en las ciudades, en las estancias y en las minas a cambio de un salario que era fijado por la corona. Por no tener techo permanente, los menos afortunados debían dormir en calles y plazas y su único bien era la vestimenta que llevaban puesta. En algunas regiones, como en el Nuevo Reino de Granada, sólo bajo condiciones favorables abandonaban las ciudades pues en las zonas de reciente conquista también podían ser víctimas de los ataques de los indígenas nativos. Sin embargo, en el siglo XVI las pesadas cargas impuestas por los encomenderos a los indígenas que habían recibido de la corona, gracias a su participación en las primeras campañas de descubrimiento y conquista, forzaron a miles de nativos a abandonar sus pueblos para buscar mejores condiciones de vida en zonas no controladas por la corona o en las ciudades bajo la presunción de que en ellas podrían vivir de su trabajo sin tener que pagar el tributo. Por esta razón, cada vez fue más numerosa la población indígena que tomaba la penosa decisión de abandonar sus tierras y la vida comunitaria para deambular por campos y ciudades. La memoria cultural de los yanaconas, imprescindibles en las primeras ciudades españolas, se diluyó con mayor rapidez que la de aquellos que continuaron viviendo en sus tierras. También su condición de desarraigados y su mejor conocimiento del castellano los convirtió con frecuencia en chivos expiatorios cuando los españoles sospechaban que ellos podrían utilizar las informaciones sobre las condiciones de seguridad de las ciudades para concertar ataques. Por ello el término de ladino, con el que se identificó al indígena que hablaba castellano, se utilizó como sinónimo de taimado o de traidor.

2 Franklin Pease. “Los Andes”. En: Historia General de América Latina II. El primer contacto y la

formación de nuevas sociedades. Ediciones Unesco / Editorial Trotta. 2000 p. 157; Carmen Bernand y

Serge Gruzinski. Historia del Nuevo Mundo. Tomo II. Los Mestizajes. 1550-1560. México, 1999. Pp. 222-

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La ciudad de Antioquia fue la población más septentrional fundada por los lugartenientes de Sebastián de Belalcázar después que este ocupó Quito por órdenes de Pizarro. Belalcázar avanzó por los corredores andinos y él o sus hombres dominaron con dificultad los numerosos grupos indígenas que ocupaban la cuenca del río Cauca. Como resultado de esta campaña entre 1536 y 1540 fueron fundadas Pasto, Popayán, Cali, Cartago y Anserma. En 1541 se fundó sobre las últimas estribaciones de la cordillera occidental del actual territorio colombiano la ciudad de Antioquia, pero su asentamiento definitivo quedó ubicado a orillas del río Tonusco, en donde se fundó en 1546 la villa de Santa Fe de Antioquia. Después de 1550 los vecinos de la primera ciudad de Antioquia se trasladaron a la villa de Santa Fe debido a la imposibilidad de conservar la seguridad de la primera ciudad. La economía de estas ciudades, especialmente la de Santa Fe de Antioquia, estuvo asociada a la producción de oro en las vertientes del estrecho cañón por el que corre el Cauca. El oro de Buriticá, la mina que quedaba a espaldas de la ciudad, dio vida a Antioquia durante el periodo colonial, aunque su periodo de mayor auge se presentó aproximadamente entre 1550 y 1620. Pero, como en el resto de las Indias, la ocupación española tuvo un costo incalculable. Las campañas para asegurar la región, los trabajos en las minas y las enfermedades europeas diezmaron la población. En 1583 el agustino Jerónimo de Escobar informó que cuando los españoles entraron a la región de Antioquia había unos cien mil indios tributarios. En una relación anónima de 1560 se indicó que apenas quedaban 5000 y veinte años después había poco menos de 1000. La rápida disminución de la población que debía proporcionar los alimentos, los servicios y el oro requerido por los vecinos de Antioquia agravó las exigencias sobre la población que sobrevivió.3 Debido a los repetidos abusos de los encomenderos en Antioquia, la Real Audiencia de Santa fe envió en 1614 al oidor Francisco Herrera Campuzano para que protegiera la poca población indígena que aun quedaba y para asegurar algo de orden en una región famosa por la anarquía de los españoles. Como resultado de una prolija pesquisa Herrera multó, encarceló y despojó a varios encomenderos de sus indígenas y redactó unas ordenanzas para regular el trabajo de éstos. Afirmó que la mayor parte de los indígenas ya eran ladinos en lengua española, aunque recomendó que debían ser evangelizados en sus lenguas nativas para que la doctrina llegara a los que no hablaban el castellano. También ordenó que los tributarios tendrían que ser tratados como personas libres pues, en contra de numerosas leyes, los encomenderos los hacían trabajar en sus casas, en sus estancias y en las minas sin dejarles tiempo para cultivar sus propias tierras y sin pagarles salario.4

3 Hermes Tovar Pinzón. Relaciones y Visitas a los Andes. S. XVI. Bogotá: 1993. P. 418; Revista

CESPEDESIA. Nos. 45-46. Cali: Enero-Junio de 1983. p. 50; Archivo General de la Nación. Bogotá. Visitas

de Antioquia. Tomo 2. Folios 392- 400. 4 Archivo Histórico de Antioquia. Medellín. Tomo 23. d. 674.

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En cuanto a los indígenas forasteros que había en la ciudad el oidor puso en práctica una medida que ya se había aplicado en diversos lugares desde fines del siglo XVI y ordenó que fueran identificados, -tasados-, para que a partir de 1616 comenzaran a pagar tributo. El oidor anotó que muchos de los indios forasteros que vivían en Antioquia habían nacido en la ciudad pues sus padres habían sido llevados a ella treinta o cuarenta años atrás. Sin embargo los más jóvenes no sabían de donde eran sus padres o cómo habían llegado a Antioquia.5 Los primeros forasteros que vivieron en Antioquia procedían del remoto Perú, de Popayán y de las ciudades fundadas por Belalcázar porque eran los indios de servicio de las tropas dirigidas por éste. Era usual que cada aventurero español se hiciera servir de cinco o seis indígenas que le llevaban los víveres y el menaje. Pero a la región también llegaron indígenas de la sabana de Bogotá que estaban al servicio de soldados atraídos a Antioquia por sus míticas riquezas. Así, el origen de los indios forasteros revelaba los lugares por los cuales se habían desplazado los españoles y las poblaciones con las que se mantenían los contactos más importantes. Al finalizar el siglo XVI ya era común el desplazamiento de indios que huían de sus encomenderos. Como lo advirtió el oidor, con el paso de los años los hijos y nietos de los forasteros sólo conservaron como testimonio de su origen el gentilicio que se añadía a sus nombres españoles. Por ello en las matrículas donde eran enumerados se les identificó con nombres como Pedro Cali, Diego Anserma, Juan Cajamarca… La información reunida por el oidor reveló que en la ciudad había 58 indios varones forasteros. Él advirtió que ni ellos ni sus familias habían sido evangelizados adecuadamente pues no asistían con regularidad a una doctrina. Sin embargo sostenían una precaria cofradía en la iglesia de Santa Lucía, al cuidar la imagen y al llevar ofrendas a la iglesia. Aunque algunos trabajaban en el campo, eran básicamente indígenas urbanos que compartían su condición de desarraigo y que por proceder de regiones diferentes y que posiblemente se comunicaban entre ellos en castellano pues en el territorio de la Audiencia del Nuevo Reino no hubo una lengua general como era el nahuatl en Nueva España. Los forasteros, que vivían dispersos en las ciudades y en los hatos y estancias que las rodeaban, no pagaban tributo y al carecer de la seguridad que proporcionaba la vida en la comunidad terminaban sus días en medio de una miseria desoladora cuando por la vejez y la enfermedad no podían trabajar. Si bien la información sobre los forasteros en Antioquia permitió aclarar el origen de casi todos, no se consideró la posibilidad de hacerlos regresar a sus sitios de nacimiento. Además no era recomendable perder al grupo indígena más hispanizado de la ciudad. Cuando los indígenas de servicio eran sacados de sus tierras se prefería utilizar a los solteros pues podían acompañar a los españoles sin tener que preocuparse

5 Ibid Tomo 23. d. 677.

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por haber dejado desamparadas a sus familias. Gracias a su condición de forasteros podían unirse con mujeres de comunidades remotas. En el caso de Antioquia sólo se identificaron dos forasteros casados con mujeres que tenían el mismo origen de sus esposos. Estas parejas llevaban un año viviendo en la ciudad. Las parejas constituidas por esposos de diferente origen eran 34. Generalmente eran indígenas de las provincias del sur o de la sabana de Bogotá que habían llegado muy jóvenes a Antioquia y que se habían casado con mujeres de las encomiendas de la ciudad. En algunos casos estos forasteros trabajaban para el encomendero de sus esposas. La presencia de indígenas sin arraigo y exentos del pago de tributo era considerada inconveniente por la corona y por esa razón el oidor decidió que en el futuro las familias de indígenas forasteros debían tener sus viviendas en el barrio de Santa Lucía, aunque no precisó cómo poner en práctica la medida. Además determinó que los descendientes de los forasteros que hubieren nacido en Antioquia y los forasteros con más de diez años de residencia en ella deberían pagar cada año 4 pesos de oro de veinte quilates. Una suma considerable pues era el equivalente a 20 gallinas. Los indígenas que no eran forasteros tenían que pagar una suma similar de oro además de ser obligados a pagar maíz y gallinas. Al comenzar a cobrar el tributo los oficiales reales arrestaron algunos forasteros para forzarlos a pagar. Pero la amenaza de la prisión generó un éxodo que arrojó de la ciudad a familias que a pesar de no pertenecer a la tierra habían creado importantes lazos de pertenencia después de haber vivido en Antioquia durante dos generaciones. Uno de los oficiales reales que debía cobrar el tributo escribió que los forasteros, “como vinieron se fueron a sus tierras o donde les pareció sin que nadie lo supiese y no tenían bienes de que echarles mano que todos ellos o los más no tenían manta de lana con que dormir como los gitanos hoy aquí, mañana en otra parte…” 6 Los forasteros que abandonaron la ciudad declararon que lo hacían porque consideraban el tributo como un pago arbitrario. Por esa razón, cuando el oidor Herrera regresó a la sede de la Audiencia, dos forasteros siguieron sus pasos para pedir en ese tribunal que no se les cobrara el impuesto. Según se supo después, uno de ellos murió allí. De acuerdo con las informaciones recogidas en los años siguientes por los funcionarios de la Real Hacienda que deberían cobrar el tributo, en 1616 abandonaron la ciudad 16 forasteros. Algunos partieron con sus familias.7 Al abandonar Antioquia, los más viejos, quienes habían vivido allí entre 20 y 30 años, dijeron que volverían a sus lugares de origen. Pero en otros casos parece que no había certeza acerca del destino final. Posiblemente los que se habían desempeñado como arrieros o cargueros al servicio de los comerciantes de Antioquia aprovecharon sus conocimientos geográficos y sus vínculos con

6 Ibid. Tomo 23 d. 687, f. 5 r.

7 Ibid.

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indígenas de otras regiones para decidir el rumbo de sus pasos. Hay muy poca información acerca de la suerte que corrieron después de salir de la ciudad. De alguno se supo que había sido visto en su tierra natal en Popayán, de otro que estaba en Cartagena en donde vivía uno de sus hijos. Otro alcanzó a llegar a Tunja y dos murieron a pocas jornadas de Antioquia afectados por una epidemia de difteria que azotó la región a partir de 1616. Durante el siglo XVI las enfermedades europeas habían recorrido el continente americano como jinetes del Apocalipsis. En el Nuevo Reino de Granada las más letales se presentaron en la década de 1580, año en que la población indígena fue afectada por la viruela y el sarampión. Entre 1616 y 1623 la difteria, que era conocida como garrotillo, acabó con la mitad de los forasteros que se quedaron en Antioquia pues causó la muerte de 20 indígenas. Los funcionarios coloniales sólo anotaron las muertes de los adultos en edad de trabajar y no hay datos sobre el impacto de la epidemia en sus mujeres e hijos. Tampoco hay información precisa sobre la forma en que la enfermedad afectó a los indígenas nativos de la región o a los españoles.8 En la década de 1620 algunos funcionarios hicieron gestiones esporádicas para cobrar el tributo a los forasteros pero en la ciudad sólo habían quedado los más viejos. En 1633 fue imposible encontrar forasteros aunque se supo que tres que habían llegado desde Cali dos años antes se fueron de la ciudad en cuanto supieron que allí se cobraba tributo. En esta última época la falta de mano de obra indígena en la ciudad dio origen a la formación de nuevas expediciones españolas sobre las selvas del Chocó, pues el centenario mito de El Dorado aún excitaba la imaginación de los descendientes de la tercera generación de españoles. Aunque deseaban encontrar ricas minas de oro y capturar abundante población indígena, los costos de las expediciones fueron mayores que los beneficios. El caso de los indígenas forasteros en Antioquia, pese a que la información es escasa, muestra que ellos fueron un sector de la población que no estuvo dispuesto a renunciar a la única ventaja que tenían sobre los indígenas de las encomiendas y que cuando tuvieron que decidir entre la opción de seguir viviendo en Antioquia bajo el status de tributarios o abandonar la ciudad para conservar su independencia, aunque ello significara correr el riesgo de encarar una mayor pobreza, elegían la segunda opción. De otro lado, su decisión revela las dolorosas consecuencias que podrían tener las medidas encaminadas a aumentar las rentas reales en el marco de una pequeña población de frontera.

8 Juan and Judith Villamarín. “Epidemics in the Sabana de Bogotá, 1536 –1810.” In: Secret Judgments of

God. Old World Disease in colonial Spanish America. Edited by Noble David Cook and W. George Lovell.

Norman: 1992. pp. 118-123