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2016 18 Número LUIS CASTAÑEDA GUZMÁN

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201618Número

LUIS CASTAÑEDA GUZMÁN

Lic. Gabino Cué MonteagudoGobernador Constitucional del Estado de Oaxaca

Lic. Alonso Alberto Aguilar OrihuelaSecretario de las Culturas y Artes de Oaxaca

Lic. Guillermo García ManzanoDirector General de la Casa de la Cultura Oaxaqueña

Lic. María Concepción Villalobos LópezJefa del departamento de Promoción y Difusión

Lic. Rodrigo Bazán AcevedoJefe del departamento de Fomento Artístico

Ing. Cindy Korina Arnaud JiménezJefa del departamento Administrativo

C.P. Rogelio Aguilar AguilarInvestigación y Recopilación

Un personajeindeleble

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DON LUIS COMO REFERENCIA OBLIGADA

Algunos de los que nacimos y gateamos en ple-no auge del fascismo europeo en los años 30 y 40, quedamos herrados de por vida contra las formas de discriminación racial, mucho más si hacíamos análi-sis sociológico de lo que sucedía en otras partes del mundo y no en nuestro propio país. Quizá por eso, en las décadas posteriores, rápidamente nos encue-rábamos para mostrar nuestra marca de herradura, así estuviera en pleno trasero para deslindarnos de las formas larvadas de fomentar el segregacionismo.

Pues bien, todo esto viene a cuento porque aquí en Oaxaca, con una constancia de gran terco, don Luis Castañeda reducía aun más el ámbito de estudio y se centraba en el de su Estado, en el de la ciudad capital. Esta fue la gran lección que recibí: no se puede hablar de generalidades y grandes unidades de estudio, sin conocer antes lo inmediato que nos rodea, lo específi-co de esta región, la historia de su gente.

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Así fue como, guiado por este Castañeda con “ñ”, entré sin peyote a los laberintos de la historia local con miedo de que me despidieran de donde trabaja-ba si no producía resultados. Por eso también estoy agradecidísimo, pues pronto vi que la historia servía de algo cuando gané un premio en efectivo; al día si-guiente me presenté con don Luis y al darle la mitad se quedó sorprendido y me miró con desconfianza “este debe estar loco”; no lo dijo pero estoy seguro que lo pensó.

Y si, es cierto, francamente he gozado como loco al hallarle sentido al pasado; además no me puedo que-jar, pues con la colaboración de éste querido maestro y amigo, hasta estoy casi logrando jubilarme sin temer ya que me corran. Otra vez, gracias don Luis.

Mtro. Manuel EsparzaCentro INAH, Oaxaca

GENEROSO DON LUIS

El rasgo más sobresaliente del trato que he te-nido con don Luis durante muchos años, fue el de la desigualdad: él todo espléndido compartiendo no sólo su magnífica biblioteca sino además todos sus conocimientos y su gran sabiduría durante largas conversaciones. Así fue como comencé a entender el mundo exótico del Oaxaca colonial. Yo en cambio, no tenía nada que ofrecer más que gratitud y ad-miración. El gusto con el que don Luis recibía algún documento o publicación desconocida no era para él solo, sino para compartirlo con otros investigadores. Su amor por la historia de Oaxaca es puro, desinte-resado, lo que esa historia ha perdido por causa de lo poco que ha escrito de lo muchísimo que sabe, ha ganado con la ayuda que tan generosamente dio a todos nosotros.

Dra. Nancy M. FarrisiDepartamento de Historia,

Universidad de Pennsylvania, USA.

NOTICIAS. Num. 9640Sábado 1 de noviembre de 2003

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Carta devida

D. LUIS CASTAÑEDA GUZMÁN

Hombre de carácter y convicciones fuertes, de polémica y combate, de palabra elocuente y cono-cimiento profundo y bien fundado, sobre todo en temas oaxaqueños. En su amplia casa de San Mar-tín Mexicapan, vivió rodeado de libros y documen-tos que eran para él como los días acumulados en su agitada vida.

Nació en el barrio de Jalatlaco un 14 de diciembre de 1914. Fue bautizado con los nombres de Luis Gon-zaga Leopoldo Castañeda Guzmán. Su padre, Julián Castañeda, presbítero y su madre Rutila Gómez Meza. A propósito, don Luis comentaba: “el nombre de mi madre era Rutila Gómez-Meza, hija de Julián Gómez, yo soy Luis Gonzaga Leopoldo Castañeda Guzmán. María Guzmán Feria se llamaba mi abuelita; Julián Castañeda, presbítero, mi padre que me reconoce, hijo de Rafael Castañeda. Llego a ser abogado y viene lo del registro de profesiones; claro, no coincide mi acta de nacimiento, mi situación es un chilaque, lle-vo el segundo apellido de mi mamá, no el primero. El apellido de mi mamá proviene de la costa, de fami-lia que vendía ganado y lo llevaba hasta México. Una de mis abuelitas era de la Mixteca, mi padre de raíces españolas y negras. En Ometepec, cuando todavía pertenecía a Oaxaca, nacen dos o tres hijos de don Vicente Guerrero, uno de ellos, tuvo descendencia en Oaxaca, algo me toca por el lado de mi papá. Otros la-zos consanguíneos vienen de la Sierra Norte, inclusive tengo sospechas que hasta algo de malayo…” 1

1 Anselmo Arellanes Meixueiro, Francisco José Ruiz Cervantes. Andares y recuerdos de un oaxaqueño. H. Ayuntamiento de la Ciudad de Oaxaca de Juárez. Proveedora Escolar. Fondo Estatal para la Cultura y las Artes. 1998.

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Muy pronto, su madre se trasladó con el recién na-cido Luis, a la casa de don Rafael Castañeda, abuelo del niño. La casa, situada en San Martín Mexicapan, era de tipo campestre con amplio corredor y frescas habitaciones. Mas que patio, la casa contaba con am-plio terreno sembrado de mangales, naranjos y otros árboles frutales, así como macizos de flores y tablas de legumbres. Más adelante, don Luis repartió estas tierras entre sus hijos y se reservó la parte más anti-gua para sus habitaciones, siendo la más importante para él, la destinada a biblioteca.

Pero antes de que se asentara en este pueblo de indios mexicas, Luis Castañeda pasó temporadas en San Pablo Huitzo y también en Ejutla de Crespo, donde habitaba su padre, don Julián Castañeda. En estos pueblos, realizó estudios de las primeras letras y algunos otros que vendrían a equivaler a los ac-tuales de enseñanza primaria. Al respecto, don Luis comentaba: “aprendí a leer con el silabario de San Miguel, seguí con los libros de la colección de Ayala Ponce. Me enseñó el silabario y parte de la doctrina mi hermana de 14 años, también la tabla de sumar, pero la de multiplicar no me entró ni a bombazos. El catecismo del padre Ripalda, decía en una de sus partes: “todo fiel cristiano está obligado a tener de-voción”. Leíamos con un quinqué de petróleo, yo de-seaba que llegara la hora de terminar viendo fijamen-te el reloj de la pared. No existía barda en mi casa como ahora, enfrente del atrio de la iglesia había muchas tumbas, muchas, casi todas por la peste del cólera, los cuerpos provenían del lazareto ubicado en un terreno prestado por los Hamilton y a mi casa ve-nía una carreta con barriles para sacar agua del pozo para los enfermos. El lazareto se encontraba por allí arriba (seguramente por donde está lo que se llama la fundición). Uno de nuestros juegos era brincar de tumba en tumba … de los muchos muertos que pro-venían del lazareto.” 2

El escenario histórico en que creció el niño Luis Castañeda, correspondió al periodo de la Revolución Mexicana con su Decena Trágica, la muerte del señor Madero y la marcha de los ejércitos del Norte de la

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República, Sonora y Chihuahua, hacia la Capital, con Villa, Obregón y otros militares a la cabeza. En Oaxa-ca, los partidarios de Félix Díaz, hacían movimientos y manifestaciones para apoderarse de la gubernatu-ra por lo que el Ejecutivo, Lic. Bolaños Cacho emitió un decreto prolongando su periodo hasta 1916, a fin de tranquilizar el Estado y poder realizar elecciones democráticas.

Con su inigualable memoria, Don Luis recordaba con agrado sus periodos escolares en Ejutla de Crespo y a su maestro Francisco Robles, que le fomentó el in-terés por la lectura y, sobre todo, por la Historia de Mé-xico y la de otros países como España, Italia, Inglate-rra y Francia. Igualmente recordaba la gran impresión que le causó el magnífico libro de Don Andrés Portillo: “Oaxaca en el Centenario de la Independencia”, que le descubrió los nombres, lugares y acontecimientos que nutrían la historia de nuestra Ciudad y Estado.

A la edad de quince años, (1928), ingresó al glo-rioso Instituto de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca, donde algunos de sus compañeros fueron: Javier Castro, Silvio Conzatti, Enrique Toro, Enri-que Sodi, Genaro Chapital, Leonor Ramírez, Victoria Flores, Carlos Lira, Humberto Muñoz Cano, Alberto Ruiz, Darío Castillejos, Adolfo Pereyra, Manlio Velas-co Ruíz, Guillermo Atristain, Carlos Z. Vásquez, Jor-ge Octavio Acevedo, Ruperto Vera Castro y muchos otros, pues en ese año ingresaron al primer año de preparatorios, mas de 60 jóvenes.

De este periodo, don Luis rememora: “Eso fue en 1929, cuando era director el doctor Ramón Pardo. Recuerdo a Eloy Pérez, Alberto de la Cajiga, Pedro B. Galarde, Ofelia C. Garcés. Conocí a un eminente maestro, don Pedro Camacho, historiador, intelec-tual, periodista, constituyente, escribió sobre los hos-pitales de Oaxaca y una serie de artículos en diarios locales como el Mercurio, hombre magnífico y hones-to, de viejo cuño.” 3

En cuanto al ambiente estudiantil de esa época, don Luis dice: “Había una gasolinera “El Águila” en

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el atrio de la catedral, donde se encontraba un barril con agua sucia. Allí teníamos que lavarnos cuando nos pintaban la cabeza con chapopote o alguna pin-tura. Nos hacían “caballo” en montón los más gran-des y a los de primer y segundo de secundaria, nos pelaban”. “Fue mi maestro Ramón Díaz Ordaz, her-mano de Gustavo Díaz Ordaz. Ramón venía del se-minario, donde parece que terminó los estudios, creo fue en España, pero no ejerció. Y que se le ocurre darnos clases, éramos unos diablos, verdaderamen-te diablos. Arriba del Instituto, ocupábamos un aula más de 80 alumnos, cantidad enorme para esa épo-ca; fue un escándalo, nunca habíamos sido tantos. Llegó Ramón sin saber a lo que se iba a enfrentar. Los demás profesores que conocen la broza oaxa-queña no tenían mucho problema, pero éste que ve-nía de colegios de tradición porfiriana, del seminario y de España, ¡imagínese! Ramón, serio, vestido casi como cura, trompudo y patotas, igual que todos los Díaz Ordaz, y para acabarla de fregar hablaba como si tuviera una goyoría en la boca, un tanto gangoso y suave, al principio nos decía: “señores estudian-tes, les ruego me disculpen”. Ya se imaginarán por las que pasaba el pobre Ramoncito… al poco tiem-po, el profesor Díaz Ordaz casi llorando, tembloroso, con su melosa voz a punto del llanto, nos decía: “¡ya no los soporto!, ¡ya no los soporto!” Un día Armando Prieto Navarro, quien después fue dentista, y yo, nos paramos a la puerta del Instituto, uno de cada lado, preparados, ya sabíamos lo que teníamos que hacer sin darnos cuenta de que venían tres alumnos, en el centro Gustavo Díaz Ordaz – hermano de Ramón- con Jesús Rojas Villavicencio y Fernando Calvo Sa-lazar a ambos lados. En voz alta me preguntó Prieto Navarro: “qué comes tú” y respondió como si fuera el profesor Ramón y también como si tuviera la goyoría en la boca: fifian de fefitas de fulque de fiña… (pipián de pepitas de pulque de piña) se oye la carcajada co-lectiva de quienes escucharon, y desde luego vimos a Gustavo Díaz Ordaz, a quien me parece no le causó mucha gracia. Al ver las intenciones de los tres co-rrimos. Armando por un lado y yo por el otro. Y que nos agarran los viejos lobos, a mí Jesús Rojas quien me abrazó por detrás y me obligó a bajar la cabeza. Llegó Gustavo, terriblemente tiránico, un dinosaurio, todavía lo alcancé a ver de reojo, vi como cerraba

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el puño derecho, levantó el brazo dispuesto a darme un pescozón, se echó para atrás tomando impulso y me dio un terrible golpe en la cabeza; igual le fue a Prieto Navarro. Corrimos los dos sobándonos, pero yo empecé a ver bizco, me vieron mis compañeros y me preguntaron “¿por qué estás así, si tú no eres biz-co? Afortunadamente no me volví loco ni quedé mal. Gustavo era más grande que yo, él iba en quinto, yo en segundo de secundaria. Qué bueno que sólo me dio un pescozón y me soltó… yo no veía bien, pensé me voy a morir, quien sabe que centro nervioso me afectó. Pasa el temblor del 31 y se van los Díaz Ordaz de Oaxaca. Después de muchos años viene Gustavo a Oaxaca, hubo una presentación de algo que no me acuerdo, Gustavo me mira fijamente, levanta el puño cerrado y casi grito: “no, no, no”. Se me quedaron viendo, sólo dije: “cuidado que da unos pescozones que lo dejan a uno bizco… ja, ja, ja…” 4

El cambio de una tranquila vida pueblerina en Ejutla de Crespo, a otra más complicada en una ciu-dad agitada por las luchas ideológicas post–revolu-cionarias, abrió nuevas posibilidades al joven Luis, tan-to en sus conocimientos académicos como en su vida social y, sobre todo, en el ambiente estudiantil con sus rituales, ceremonias y la picaresca, tal vez ingenua, que caracterizaba a los “estudiantes” de esos años.

Este nuevo enfoque de la vida en todos sus as-pectos, lo impulsa a trasladarse a la ciudad de Mé-xico a buscar ingresar a la Universidad Nacional, en donde se implantaban nuevos programas de ense-ñanza, que por primera vez recibió el nombre de “se-cundaria”, para diferenciarla del bachillerato o pre-paratoria.

Pero el ambiente estudiantil en la Universidad Na-cional y en la mayoría de sus Facultades y Escuelas, aun se encontraba bastante agitado por los recien-tes acontecimientos en que los estudiantes obtuvie-ron la autonomía para su institución, por lo que Luis Castañeda no pudo ingresar a la preparatoria como era su deseo. Sin embargo, tuvo la oportunidad de conocer y tratar a don José de Jesús Núñez Domín-

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guez, quien estaba a cargo de la organización del Museo Nacional y quien generosamente orientó al joven Luis en los temas históricos y le dio a conocer diversas corrientes de pensamiento y autores cuya lectura podían influir positivamente en la construc-ción de una sólida cultura humanista.

Así, Luis nutrió su mente con teorías y doctrinas, tanto de la corriente socialista como del cristianis-mo, leyendo autores como Giovanni Papini, Ernest Renan, Enrico Malatesta, José Vasconcelos, José Enrique Rodó, Carlos Marx y mas escritores, cuyas obras podíamos ver en su desordenada biblioteca, con anotaciones y subrayados, muestras de una lec-tura reflexiva.

De regreso a su ciudad nativa, Luis Castañeda encuentra un ambiente de renovación en aspectos económicos, sociales y culturales, pues el Goberna-dor Genaro V. Vázquez, estaba empeñado en elevar el nivel de vida del pueblo, reactivando la economía del Estado, impulsando la educación y orientando la cultura a consolidar la identidad oaxaqueña en las diferentes regiones que integran la entidad.

En el aspecto económico, redujo impuestos a fá-bricas de hilados y tejidos, otorgó facilidades a todos los negocios industriales o agrícolas que se estable-cieran en el Estado y comenzó a ampliar la red de caminos, muy maltratada por los combates revolu-cionarios. En educación, renovó la Ley de Educación Pública, incluyendo los sistemas pedagógicos más modernos, organizó cursos prácticos de cultivos pro-ductivos para hijos de campesinos, que se impartían en el edificio de Aguilera y creó la Confederación de Partidos Socialistas, que trataba asuntos relaciona-dos con dotación de ejidos, selección de semillas, construcción de presas pequeñas, organización de ferias ganaderas, etc.

También promovió con entusiasmo las “Misiones Culturales” que impartían cursos de técnicas de en-señanza, educación social, comercialización de pro-ductos agropecuarios y mostraban aspectos artísti-cos y musicales principalmente. Y por otra parte, la “Confederación” organizaba reuniones sociales de-

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nominadas “Sábados Rojos”, en las que se escucha-ba música, poesía y se hablaba de temas científicos y políticos. Estos espectáculos se presentaban en cualquiera de los teatros de la ciudad. De Genaro V. Vázquez y sus ideas, don Luis opinaba:

“Genaro quiere hacer propaganda sobre sus ideas socialistas y, sobre todo, la cuestión religiosa. Para él, perseguir la cuestión religiosa es secularizarla. Qui-tar las medallitas, las estampas de María, es decir, re-volcar la gata para que la gata siga siendo gata. De todas maneras lo que hizo si tiene un valor cultural, con todo y a pesar de lo arribista que fue. Con él podría decirse: aquí no se vuelve a bailar más que el mosquito serrano, el jarabe mixteco; aquí no hay más danza que la de la Pluma; aquí no hay más música vernácula que la Tortolita o el gritar : “por vida de dios que soy puro nito”. Por medio de los “sábados rojos” se revienta a varias generaciones que no es-cuchan música clásica, pero que empiezan a descu-brir otras, de nuestras raíces, eso fue lo importante. Las conferencias, salvo algunas que fueron de valor perdurable, la mayoría fueron impuestas por la tar-jeta insinuante o imperativa del Gobernador o jefe del departamento de Educación, según la categoría del conferencista. La mayoría era pura propaganda, Humberto Lazo, Roberto Ortiz Gris, Jorge Fernando Iturribarría, don Pedro Camacho, que no eran preci-samente revolucionarios, ni del tipo vigilista siquie-ra, estaban allí. Don Pedro Camacho, que tiene para mi la imagen de lo venerable, es de los que plantea las ideas de lo que podríamos llamar un humanismo revolucionario. El diseña la pequeña farsa del Lunes del Cerro que viene a secularizar la celebración de la fiesta de la Virgen del Carmen. El Lunes del Ce-rro es una cuestión de unos frailes que no toleran la pachanga popular que se hace ahí, a unos pasos de la iglesia. Empiezan también la secularización de los viernes de Cuaresma con los regalos de flores a las muchachas”. 5

En este ambiente fuertemente inclinado hacia las doctrinas y prácticas socialistas, regresa Luis Casta-

5 Anselmo Arellanes Meixueiro, Víctor Raúl Martínez, Francisco Ruíz Cervantes. Oa-xaca en el siglo XX, Testimonios de Historia Oral. Ediciones Meridiano 100. Oaxaca. 1988.

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ñeda al Instituto de Ciencias y Artes a cursar la ca-rrera de Leyes en 1936. Recién iniciado el segundo año de la carrera contrae matrimonio con la seño-rita Olivia Melgoza Escobar, quien venía de estudiar en un colegio de la Unión Americana. De esta unión, nacieron tres varones y cuatro mujeres que llevan el apellido Castañeda Melgoza. Obligado por la situa-ción familiar, comienza a trabajar como pasante en el despacho de su cuñado, el Lic. Manuel Aguilar y Salazar. Otra fuente de ingresos para sostener a la familia, son las cátedras que imparte en el Instituto en los niveles de secundaria y preparatoria de ma-terias como Literatura Universal, Literatura Hispano-americana, Historia Universal e Historia de México. También imparte clases de las mismas materias en colegios particulares como La Corregidora, El Verbo Encarnado, Academia Oaxaqueña y Colegio Unión y Progreso.

En 1939, se afilia al Partido de Unificación Nacio-nal y más tarde, funda el Partido Acción Nacional en Oaxaca, en compañía de su cuñado, el Lic. Manuel Aguilar y Salazar. Casi al término de la carrera de Le-yes, se involucra en la campaña por la Presidencia de la República del Gral. Almazán, siendo su primera intervención en la política nacional.

En 1942, presenta su examen profesional, defen-diendo la tesis: “El conflicto religioso en México”, siendo aprobado y titulado como licenciado en De-recho.

En 1945, el Gobierno del Estado le otorga el título de Notario Número 8, y abre sus oficinas en un edifi-cio de la avenida Independencia marcado con el nú-mero 804. En este periodo es cuando se dedica con mas persistencia a acumular documentos, planos, fotos y otros papeles relacionados con el acontecer de la vida oaxaqueña. Don Luis platicaba acerca de cómo había adquirido su acervo:

“Por diferentes caminos. A veces me decían: “ oye, Luis, tengo unos papeles” “¿Cuánto quieres? Tanto… ¿puedes bajarle un poquito?. Conocí los libros de Mo-guel de la Cajiga, esa familia se fue de Oaxaca a raíz del temblor de 1931; nos prestaron la llave para ver la

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casa, vi los documentos abandonados, me llevé un tambachito pero allí quedaron muchos más. En Bellas Artes, donde fue el hospicio, hay una ventana al lado; hacia 1931 en ese lugar arrojaron como desechos lo que quedó del archivo del palacio de gobierno, a los policías que allí cuidaban les ofrecíamos cinco pesos por tener derecho a escoger lo que podíamos. Mu-chos documentos se perdieron irremisiblemente en los altos del tribunal de justicia. Entre las calles de Alcalá y Morelos estuvo el antiguo estanco de taba-co. Los papeles del archivo colonial que allí existían se usaban como papel higiénico en los juzgados, era una asquerosidad. En alguna ocasión Guillermo Rei-mers me dijo: “Venga Luis, acompáñeme a ver a su excelencia” –el Arzobispo de Oaxaca, Fortino Gómez León–. No se cómo fue que nos metimos al semina-rio y llegamos a un patio que olía no precisamente a rosas. Guillermo me volvió a decir: “venga Luis, para que vea que pasa con los papeles”. A mí me molestó saber de papeles en ese momento pues un notario lo que más odia son los papeles después de salir del despacho, y me enseña un sobre: “ábralo”, me dijo, “¿qué no sabe que es caca?... mire la firma que tie-ne…” era la de Monseñor Eulogio G. Gillow. Los mu-chachos del seminario tomaban papeles importantes para ciertos menesteres, no había en esos tiempos papel higiénico”. 6

En 1947, siendo titular de la cátedra de Derecho Constitucional, es nombrado por el gobernador del Estado, General Edmundo Sánchez Cano, Di-rector del Instituto de Ciencias y Artes, puesto que desempeña durante dos años. Procuró elevar el ni-vel académico y la dignificación de los docentes con un incremento del pago por hora clase de cincuenta centavos a un peso. Mejoró las condiciones de las prácticas de los estudiantes de medicina en el hos-pital Aurelio Valdivieso en donde fundó un banco de sangre y un laboratorio de análisis clínicos del cual se encargó el doctor Carlos Córdova Camacho. Sin embargo, las situaciones políticas, no le permitieron terminar su periodo de tres años.

6 Anselmo Arellanes Meixueiro, Francisco José Ruiz Cervantes. Andares y recuerdos de un oaxaqueño. H. Ayuntamiento de la Ciudad de Oaxaca de Juárez. Proveedora Escolar. Fondo Estatal para la Cultura y las Artes. 1998.

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Del Gobernador Sánchez Cano, Don Luis comen-ta: “Viene a gobernar Sánchez Cano y me llama para ser Director del Instituto. Antes de cualquier cosa, le digo: “soy un muchacho revoltoso”, me contesta: “ya lo sé”; “señor, soy del PAN”; “qué me importa”; “ade-más soy católico… le van a decir que soy panista…” “ya lo sé, ya lo sé”, “le van a traer una foto donde es-toy hincado frente al arzobispo” “…si”; “y también soy hijo de un cura”, “ya lo sé”. Casi en secreto me dijo: “yo también”. A Sánchez Cano con su código fiscal se le pone muy seria la situación, se efectuaron mani-festaciones de protesta muy serias encabezadas por comerciantes y locatarios. La modificación a la ley orgánica del Instituto, obra también del gobernador, señalaba que no podía nombrar ningún profesor si no era con el consentimiento del gobernador. Aun-que no se hablaba de autonomía, sabíamos que se estaba violando. En esos días, cuando llegué al Insti-tuto, el Dr. Antonio Carranza, como impugnándome, se dirigió a mí enseñando la nueva ley orgánica con tales limitaciones y aparecía mi nombre como si yo hubiera estado de acuerdo con la modificación. De inmediato me fui al palacio de gobierno, pude entrar con Sánchez Cano y le reclamé su acción sin mi con-sentimiento. Salí violentamente de palacio, atravesé el zócalo, pasé por una puerta de la catedral y salí por la otra. Llegué al Instituto y le dije al bedel: ¡cierra las puertas! En una bandera oscura se pusieron con le-tras blancas la palabra autonomía, y le dije a Antonio Carranza: “está usted servido”. Se inicia el movimien-to, afuera está la gente. Por cierto, el profesor Manuel Zárate Aquino, también apoyó el movimiento, fue mi alumno, vaya que lo supo hacer”. 7

En 1952, siendo el Lic. Luis Castañeda docente de varias materias en la escuela de Derecho del Institu-to, y Gobernador del Estado el ingeniero Manuel Ma-yoral Heredia, don Luis Castañeda toma parte activa en el movimiento cívico que pugna por la renuncia del Gobernador, después de que éste había promul-gado un código fiscal muy oneroso en las contribu-ciones. Con cierta nostalgia recordaba:

“La cosa había acabado mal con este señor Ma-yoral, que había entrado después de Eduardo Vas-concelos. Hubieron disparos, muertos. En aquellos

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momentos deseaba irme al despacho, no quería par-ticipar, ya no quiero nada, tengo pánico. Llegué al Instituto pues estaban haciendo tonterías, los profe-sores estaban reunidos tratando el problema del go-bernador y siento su mirada como diciéndome: “tu tienes que encabezar el movimiento” y no me quedó más remedio. En el balcón central, la gente abajo dis-puesta a todo, empecé a hablar. Alguien de abajo me grita: “cállate, tú quieres ser diputado”, le contesté: “mi padre no va a tener la vergüenza de tener un hijo diputado”. Esa frase lapidaria selló mi destino para no ocupar ningún cargo durante muchos años. El go-bernador Manuel Mayoral fue arrojado del poder en 1952, principalmente por locatarios, comerciantes y estudiantes del Instituto”. 8

Don Luis Castañeda siempre militó en el Partido Acción Nacional del cual fue miembro por demás activo y defendió sus principios con fogosidad y brillante elocuencia cuando abordaba la tribuna, ya fuera oficial o popular. En varias ocasiones fue can-didato a diputado federal, senador y precandidato a la Presidencia de la República aunque únicamente alcanzó la diputación federal en la LI legislatura, en la cual tuvo destacada participación. Son memorables los diversos encuentros que tuvo con el también di-putado Roberto Blanco Moheno, de opuestas ideas políticas, sociales y religiosas.

En julio de 1995, CONACULTA, el Gobierno del

Estado de Oaxaca y Escritores Oaxaqueños A.C., le otorgan la medalla Andrés Henestrosa como reco-nocimiento a su verticalidad en la vida pública y su acendrado amor a el solar nativo, por el cual luchó en todas las trincheras que el destino le deparó.

Finalmente, el 30 de octubre de 2003, poco des-pués de cumplir noventa años, don Luis Castañeda Guzmán muere por complicaciones cardiovasculares producto de una caída que le fracturó la pierna y la cadera.

RA.2015

7 Ibídem8 Ibídem

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Una muestra de su talentoEL HOMBRE PASA, LA OBRA QUEDA

El gobernante está ya a punto de pasar a la his-toria de la provincia oaxaqueña; pero lo que seguirá pregonando la actualidad del pensamiento que rigió los destinos del Estado, es su obra. Obra de quilates subidos: Biblioteca General del Estado, con asiento en una de las casas próceres del Oaxaca diecioches-co; el parque de beisbol, la conclusión de los trabajos restaurados del palacio de los poderes, la casi con-cluida estructura del centro de salud, la escuela de Bellas Artes, recogida en uno de los conventos más cargados de tradición del Oaxaca novo-hispano. Y, en fin, la Plaza de la Danza, cuya inauguración se efectuó el 30 de los corrientes, por la noche.

Es lástima que la biblioteca y la escuela de Bellas Artes queden sin inaugurar, por un gesto que qui-zá nunca se olvide: no inaugurar obras inconclusas, aunque sólo falten detalles sin importancia.

Seguramente que la Plaza de la Danza fue una bella idea, que ya es ahora una hermosa realización. Quizá debiera decirse que es una obra que Oaxaca esperaba hace por lo menos veinticinco años y que no sorprende que se haya hecho, sino que lo que lla-ma la atención es que no se hubiera hecho antes.

Quienes más o menos hemos seguido la trayecto-ria de la vida de México y, por lo mismo, de Oaxaca, no podemos olvidar algunos hechos:

La Revolución Mexicana, en su parte viva y fe-cunda, en su parte amable, que no es desde luego la demagogia y la simulación, es la vuelta hacia los

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valores del México eterno, la dolorosa pero fecunda aprehensión de lo mexicano por el mexicano. Así en lo social, es la vuelta al ejido español, al sindicato o a al gremio: el respeto del hombre en cuanto persona humana; en lo artístico, el abandono total y definiti-vo del decadente imitar a lo europeo, para producir una pintura que con su técnica y su concepción nue-va conquistara al mundo; en lo literario con “Los de Abajo”, de Azuela, y con López Velarde; en lo musi-cal, con el hallazgo de que México tiene un mensaje sonoro para el mundo, que envidiarían otras nacio-nes. Este es el primer paso de alcance nacional.

El segundo hecho es que en Oaxaca ha habido hombres, en estos veinticinco últimos años, que han deseado y buscado el medio de que lo indio o mesti-zo oaxaqueño, perdure, sin mitificaciones, “eliminan-do todo sentimiento ajeno y morboso”; purificar y defender nuestro folklore, hacer que sean el baile y la música regionales, vínculo de unión; dejar de pre-sentar el cuadro de que los mixtecos ignoren a los zapotecos , éstos a los costeños y los costeños a los serranos; y, en fin, defender nuestro acervo de tra-diciones y de belleza, de la estandarización y de la mistificación, obras loables, pero truncas, y que sin embargo es necesario tener a la vista para encontrar todo el sentido y la fuerza de la obra por inaugurar; estos esfuerzos quedan sin valor, faltándoles el co-rolario, pero este no encuentra su razón de ser sin aquellos intentos.

Primer intento: es de nobleza señalar aciertos, y por ello con gusto apuntamos que el arranque de nuestra aprehensión de lo oaxaqueño en el terreno artístico, hay que buscarlo en el gobierno del licen-ciado Genaro V. Vázquez. El inspiró, en medio de fra-ses y rasgos que no haríamos nuestros, aquella luci-da “primera etapa de la canción regional” (1928), que supo crear el medio y el ambiente para que Juan G. Vasconcelos, Heriberto Sánchez, Enrique Sandoval, Samuel Mondragón, Carlos Pasalagua, el propio Ge-naro V. Vázquez, Alberto Vargas, José López Alavés, Manuel Calderón, José Muñoz Cota –que tanto co-noció y amó nuestro folklore–, María Pérez, Enrique Othón Díaz, se dieran a la empeñosa tarea de crear la canción “tipo Oaxaca”. Y luego, como la música

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debe venir unida al movimiento de la danza, se hizo uso del foro del entonces teatro Mier y Terán, para que en las llamadas “sesiones culturales”, patrocina-das y ordenadas por el Estado, se dieran a conocer los bailes regionales. Y es a lo menos por este rasgo, que esas sesiones debieran recordarse.

Allí muchos oaxaqueños, forzados o no, aprendi-mos a conocer y luego a amar nuestros bailes. Empe-zamos a conocer lo nuestro quizás perdiendo visión de lejanía; pero a veces es menester que el hombre aprenda a ver lo cercano, lo de su casta. Desgracia-damente –para estos fines– pasó ese régimen, y lue-go se perdió impulso y visión.

Luego vinieron las fiestas del IV Centenario de la erección en ciudad de la villa de Oaxaca, y esas fies-tas, que hubieran sido un fracaso, atendiendo la cor-tedad de miras y la ceguera de quienes no supieron proyectarlas, se salvaron porque es tan noble el ele-mento folklórico de Oaxaca que, a pesar de lunares y errores, aquello resultó un éxito.

Nunca México había contemplado un espectáculo como el de la Guelaguetza; tarde de sol y de azul esplendente, en un marco maravillosamente único, y allí desfilando la mayoría de los trajes regionales y, por primera vez, bailándose las danzas oaxaque-ñas por bailarines auténticos. Con motivo de éstas hubo, además, un segundo concurso de la canción oaxaqueña, que si no de tanta valía como el primero, dio a lo menos algunas canciones, creaciones, mejor dicho, de grata recordación. ¡Lástima que la impro-visación y la falta de continuidad hicieran que no se publicaran –a lo menos que yo sepa–, esas obras.

Y éste es el segundo arranque: Guelaguetza de 1933, cuando el Primer Congreso Mexicano de His-toria, mejor planeada y mejor realizada. Se suprimie-ron los lunares y el espectáculo resultó casi perfecto, gracias a los afanes de Jacobo Dalevuelta el doctor Vargas, Vera Castro y algunos más. (Antes, mucho antes, en 1922, cuando tomó posesión de la sede ar-zobispal de Oaxaca el señor doctor don José Othón Núñez y Zárate, se le ofreció una fiesta que puede tomarse como la génesis de la Guelaguetza…)

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¡El conocimiento del indio y el mestizo con su propio traje y sus bailes sin mistificaciones! Un es-pectáculo –La Guelaguetza–, como el más perfecto conjunto del mundo. Después… Enrique Othón Díaz aprovechando con gran sentido artístico y humano la feria de la Virgen Patrona, cuando en Oaxaca se vuelcan las siete regiones del Estado y aun de otras partes no extrañas, imaginó la feria indígena (diciem-bre de 1941). Y otra vez contempló Oaxaca el baile de su provincia, el traje que cubre sus carnes; escucho la música del pueblo que, con el michoacano, tiene más sentido de lo musical, en la República. Y es también lamentable que el creador de esa Feria, que supo in-teligentemente realizar, no haya dado a la estampa toda la literatura folklórica que posee, ya que sólo conocemos parte de su archivo fotográfico.

Esos eran los hechos, hechos que desde ya hacían brotar la idea de que el hombre es el mejor espectá-culo para el hombre, que la música oaxaqueña, den-tro de su humildad, puede muy bien servir de marco, fondo y envoltura a los sentimientos humanos; que si es bella y es digna; que el traje oaxaqueño, serrano, mixteca, huauteca, chenteña, tehuana, costeña, es tan bello como el más bello de cualquiera otra parte del mundo; y, en fin, que los bailes de Oaxaca valen tan-to en cuanto a su valor coreográfico, como las más afamadas danzas de otros países. En fin, nos mara-villamos entonces de conocer nuestra herencia, que creíamos menor y mala; creíamos tener paja y polvo por herencia de lo indio y de lo español, y nos encon-tramos con que estábamos frente a un arcón que nos deparaba riquezas que sólo en sueños se contemplan.

Pero después del artículo más o menos sazonado y documentado y de la emoción del momento pro-vocado por el espectáculo, volvíamos a la situación de antes; de tanto pasar los días, casi volvíamos a olvidar aquello, y sólo por venida del obispo –rigu-rosamente cierto–, o por venida del Presidente, por fiestas de fin de curso, volvían a la ciudad los bailes, la música, el traje regional, y claro, con el eterno pe-ligro de la simulación y de la falsedad.

Faltaba, sin embargo, un lugar para las danzas (claro está que no para que todos los días se pre-

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sente este espectáculo), pero no un lugar cerrado, cuando el baile y el traje piden sol y espacio, sino un lugar que fuera como el hogar de la danza oaxaque-ña, en primer lugar, y luego, lugar para espectáculos dignos de la grandiosidad del lugar más adentrado de la historia de la ciudad. Era menester que existie-ra un lugar donde, si somos inteligentes y sabemos siquiera algo de lo que es el arte y la ciencia del tu-rismo –no simple explotación–, bien podríamos crear una temporada anual de baile y danza mexicana; que sirva para presentar, depurar, afinar y hacer perdurar nuestras danzas. (No debemos olvidar, sobre todo, que somos parte de México, para promover así reci-tales de danza mexicana)

Pues bien, la Plaza de la Danza, que era una aspi-ración, mejor dicho, un deseo vago, que se ha realiza-do; el día 30 se inaugurará. Pero, cabe esta pregunta: ¿Lo merecerán los oaxaqueños? La respuesta la dará el tiempo. Las cosas no tienen sentido y acaban por ser ruina si no se les da la vida espiritual que deben al-canzar, y ésto, el Estado no lo puede dar, el Estado no puede crear almas; en cambio, los habitantes de Oa-xaca, si queremos, podemos crear alma a esta plaza.

Sólo dos palabras más: ningún lugar con más es-píritu de la oaxaqueñidad, que el lugar en que se le-vanta la Plaza de la Danza. Marco único y maravillo-so: - la casa solariega de la ciudad -, lo flanquea con el adusto convento de las Madres Solitarias, hoy Es-cuela Normal, de donde es de esperarse que salgan los maestros que necesita Oaxaca; luego, frente por frente, esa iglesia de diseño ingenuo de San José, con el convento dieciochesco tan maravillosamente devuelto a la dignidad de la ciudad por Eduardo Vas-concelos para convertirlo en Escuela de Bellas Artes; al fondo, las ruinas de una vetusta ermita –El Cal-vario–, y luego las casas que se achaparran, como encorvándose para subir al cerro del Fortín, que se asoma a la ciudad como para recordarle que desde siempre él ha sido el bizarro sitio de cien combates literarios…

Lic. Luis Castañeda GuzmánVoz del Instituto, Cuadernos de Oaxaca.

3ª época. Núm. 98.México D. F. Febrero de 1951

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A pesar de ser acucioso investigador, sus múlti-ples ocupaciones, necesarias para cubrir las deman-das familiares, motivaron que su obra escrita sea es-casa y casi toda publicada en periódicos y revistas, ahora muy difíciles de encontrar. Entre los artículos publicados podemos mencionar:

Lic. Don Juan Gómez de Tapia. Filántropo ol-vidado. Cofundador del colegio de Doncellas de Nuestra Señora de la Presentación, vulgar-mente conocida como “Colegio de Niñas”.La residencia del Marqués del Valle de Ante-quera.Fray Sebastián de San Felipe. Arquitecto del convento de La Soledad.El hombre pasa, la obra queda. Lic. Genaro V. Vázquez y Lic. Eduardo Vasconcelos.El templo de San Agustín en Oaxaca y su construcción.Semblanza del insigne canónigo Florencio del Castillo.Los estudios históricos en Oaxaca.

Y de los libros por él escritos se conservan:

Testamento público cerrado del señor General don Antonio de León. Ayuntamiento Consti-tucional de la Ciudad de Oaxaca. 1977.Cabeza de puente Yanqui en Tehuantepec. Editorial Jus.Templo de los Príncipes y monasterio de nues-tra señora de los Ángeles, publicado por el Instituto Oaxaqueño de las Culturas.Cordilleras eclesiásticas de Oaxaca 1820–1880. Edición de autor.

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ANECDOTARIO

HOMENAJE A DON LUIS CASTAÑEDA

Poco antes de 1972, el historiador norteamericano William B. Taylor, al entregar su libro a la imprenta decidió incluir una declaración que decía: “Al Lic. Luis Castañeda Guzmán, abogado, educador, caballero y compañero en el estudio del pasado de Oaxaca”. Treinta años más tarde, una tarde de enero, don Luis recuerda con tristeza no haber podido publicar más sobre Oaxaca y su historia. Pero ese pesar suyo no es justo, porque sí ha publicado y porque él ha estado atrás de cada uno de los libros que se han escrito sobre la historia de Oaxaca en las últimas décadas.

Ahora que se aproxima el noventa aniversario de su nacimiento, quienes trabajamos sobre el pasa-do de Oaxaca, queremos agradecerle a don Luis su apoyo, su generosidad y su amistad. Lo hacemos del único modo que conocemos, con las letras escritas. Todos los oaxaqueños –y con esto quiero decir los jóvenes y los viejos–, los mexicanos y los extranje-ros que nos fascinamos con el pasado de esta tierra, queremos agradecerle el apoyo sincero que nos ha brindado a través de tantos años, prestándonos sus libros, sus fotos, los documentos que ha rescatado del olvido y dándonos los consejos que nos han ayu-dado en nuestros libros.

Los historiadores de Oaxaca conocemos muy bien a don Luis, pero quisiéramos decirles a quienes no lo conocen, quien es él, al menos brevemente. Don Luis ha sido el historiador, el archivista, el ami-go que nos ha apoyado en nuestras investigaciones. Nació al comenzar la primavera del año 1913 en el barrio de Jalatlaco, en la ciudad de Oaxaca; estudió Derecho en el Instituto de Ciencias y Artes del Es-tado de Oaxaca, al mismo tiempo que comenzó su vida como activista político en la oposición y en 1939 fue fundador del PAN en el Estado de Oaxaca.

“Todavía era pasante de Derecho cuando me meto en la campaña de Almazán, siempre en la oposición, y me fue como en feria, se perdió aquello y vino una época de posterga. Yo ya soy panista y tengo que ser

litigante en el despacho de mi cuñado, el Lic. Aguilar y Salazar. Es un tiempo terrible, gano 50 centavos al día como catedrático de Historia General y de Litera-tura hispanoamericana en la preparatoria del Institu-to, y dada la situación económica del colegio, no me fue pagado.” Años más tarde, don Luis continua tra-bajando en el despacho del licenciado Aguilar, y para entonces ha concluido su carrera de abogado. Gra-cias a una serie de amigos que habían sido almaza-nistas, conoce al candidato a Gobernador del Estado de Oaxaca, el General y Doctor Edmundo Sánchez Cano, con quien tiene oportunidad de conversar e intercambiar ideas sobre Oaxaca. (1943)

“Me preguntó como pensaba y a los dos o tres días me llamó y me dijo: ´Eso que platicó, por favor póngamelo por escrito´. Lo hice así, y cual sería mi sorpresa que en un discurso que dijo, soltó mucho de lo que yo había dicho y me llamó. ´Se fijó usted, porque quiero que trabaje conmigo´. Cuando ya es Gobernador me da el cargo de agente del ministerio público civil y fue un respiro que tuve. Y después, de repente, un problema universitario, que tan comunes eran, y voy, y platico con él y me ofrece la Rectoría. Yo fui sanchezcanista de hueso colorado, pero el Go-bernador manejaba a todas las gentes, como sucede siempre, y él creyó que yo era manejable, y le cum-plí todos los antojos que él quería, los que estaba dentro de la ley y que no implicaban una venta de conciencia, pero a él le molestaba que hubiera en el Instituto dos o tres profesores que en una plática se-mipública declaran que es solicitud del Director que los corriéramos y además que yo había propuesto que se modificara la Ley (la Ley Orgánica del institu-to de Ciencias y Artes del Estado) en determinados aspectos. Es decir, que la llamada autonomía la per-díamos, y yo me entero de todo esto por un profe-sor. Llego al Colegio, estaba un grupo de estudiantes alegando con los maestros y hay huelga ¿qué pasa? Se me acusa que yo hice esto y lo otro. Entonces doy media vuelta, salgo del Colegio y me dirijo a la oficina del Gobernador, como yo tenía derecho de picaporte porque era “gente allegada con el Gober-nador”, entro a su oficina y me dice:

– Estoy muy ocupado, Luis, pero que le pica.22

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Y respondo: – Yo soy amigo de usted y no es ma-nera de tratar a un amigo.

– ¡Ja! ¡Ja! Ya tronó el cuete, pero mire usted…Le reclamo y lo amenazo: – Usted va a caer, mire,

ya tiene manifestaciones y yo estoy dispuesto a caer porque soy hechura de usted, pero así…

– Mire señor licenciado, yo sé lo que hago y estoy demasiado ocupado para oír idioteces…

– También el Director del Instituto Autónomo de Ciencias y Artes del Estado de Oaxaca está ocupado para admitir idioteces.

Me excedí… y me di la vuelta.”

Las modificaciones de carácter fiscal y otros cambios realizados a la Ley Orgánica del Instituto de Ciencias y Artes del Estado, provocaron un mo-vimiento popular que el Gobernador Edmundo Sán-chez Cano no pudo sortear y por ello tuvo que aban-donar Oaxaca el 18 de enero de 1947, siendo susti-tuido por el licenciado Eduardo Vasconcelos como Gobernador interino. Debido a la participación de don Luis en apoyo a la autonomía del Instituto, al-gunas personas lo acusaron de colaborar en la caída del Gobernador.

“Por eso es que en algunas partes me tachan de “tira gobernadores”. Tuve que renunciar, el Go-bernador me puso un dos y se lo dije: caemos, pero caemos juntos. Gané y perdí, porque gané ese mo-vimiento pero se me armó un lio desde el gobierno… yo termino esa noche en la cárcel y así termina mi vida universitaria. Lo que pude hacer o lo que hice está en algunos de los informes que están en el co-legio, me faltaba un año para salir. Esa es mi vida universitaria.

“Lo demás: oposición, pobreza, voy saliendo del paso. No me quejo porque he logrado reconstruir la casa solariega, lo he hecho con mi familia hago lo que he podido hacer pero he logrado vivir, he logra-do hacerlo con decoro, una dignidad que Dios me ha permitido; no me quejo, tengo una hermosa familia, ya tengo nietos, ya tengo bisnietos y con esperanza, una posibilidad y eso es todo, dos o tres folletitos que he escrito.”

Pero don Luis fue modesto al contarnos lo más importante de los puestos que desempeñó, porque fue diputado federal por el PAN en la LI Legislatura (1979 – 1982).1

Diario Noticias Sábado 1 de noviembre 2003

1 Nota de editor. En esta legislatura fue famoso el enfrentamiento que tuvo con el periodista Blanco Moheno, a quien desde luego, Don Luis, puso en su lugar. 24

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