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Ecclesia, XIX, n. 4, 2005 - pp. 499-510 Lucrecio, los átomos y los dioses: ateísmo en el De Rerum Natura Manuel Cevallos Alcocer * Introducción esulta difícil abarcar toda la riqueza literaria y de pen- samiento de los autores clásicos grecolatinos, máxime cuando han sido en su entorno figuras relativamente so- litarias. Éste es el caso de Tito Lucrecio Caro. Este poeta fue el primero en verter la filosofía epicúrea en el lenguaje de la poesía latina, lo que hace de él un escritor sumamente original, como se- ñalaremos más adelante. Parte de esta originalidad estriba en que, junto con los atomistas presocráticos, es el único pensador de la antigüedad que ofrece una justificación del ateísmo. Y esto toma un matiz especial al recordar que Lucrecio, además de atomista, fue epicúreo. En el presente estudio, nos proponemos dejar ver los trazos más significativos que avalan la idea de que el atomismo es la piedra de bóveda que usa Lucrecio para dar una justificación co- herente a su ateísmo. Sin querer abordar de modo exhaustivo la ideología epicúrea plasmada en la poesía de Lucrecio, intentare- mos evidenciar algunos rasgos que muestran la relación entre sus presupuestos filosóficos, la visión del mundo y el reflejo en la re- ligiosidad del poeta. Ciertamente, el ateísmo al que he aludido an- tes no parte de postulados, como el de los pensadores post- iluministas, sino que es expresión de lo que Lucrecio se propone al escribir su obra: librar a los hombres del temor a los dioses y del temor a la muerte, y de este modo, guiarlos hasta la consecu- ción de la paz del alma ante un destino ineluctable. Sólo desde es- –––––––– * Licenciado en filosofía por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum. R R

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Page 1: Lucrecio, Los Átomos y Los Dioses_ Ateísmo en El de Rerum Natura

Ecclesia, XIX, n. 4, 2005 - pp. 499-510

Lucrecio, los átomos y los dioses: ateísmo en el De Rerum Natura

Manuel Cevallos Alcocer*

Introducción

esulta difícil abarcar toda la riqueza literaria y de pen-samiento de los autores clásicos grecolatinos, máxime cuando han sido en su entorno figuras relativamente so-

litarias. Éste es el caso de Tito Lucrecio Caro. Este poeta fue el primero en verter la filosofía epicúrea en el lenguaje de la poesía latina, lo que hace de él un escritor sumamente original, como se-ñalaremos más adelante. Parte de esta originalidad estriba en que, junto con los atomistas presocráticos, es el único pensador de la antigüedad que ofrece una justificación del ateísmo. Y esto toma un matiz especial al recordar que Lucrecio, además de atomista, fue epicúreo.

En el presente estudio, nos proponemos dejar ver los trazos más significativos que avalan la idea de que el atomismo es la piedra de bóveda que usa Lucrecio para dar una justificación co-herente a su ateísmo. Sin querer abordar de modo exhaustivo la ideología epicúrea plasmada en la poesía de Lucrecio, intentare-mos evidenciar algunos rasgos que muestran la relación entre sus presupuestos filosóficos, la visión del mundo y el reflejo en la re-ligiosidad del poeta. Ciertamente, el ateísmo al que he aludido an-tes no parte de postulados, como el de los pensadores post-iluministas, sino que es expresión de lo que Lucrecio se propone al escribir su obra: librar a los hombres del temor a los dioses y del temor a la muerte, y de este modo, guiarlos hasta la consecu-ción de la paz del alma ante un destino ineluctable. Sólo desde es-

–––––––– * Licenciado en filosofía por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum.

RR

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ta óptica se puede captar el profundo sentido del atomismo como justificación del ateísmo en el pensamiento de Lucrecio.

Nos fijaremos solamente en los libros I y III que, además de guardar un cierto paralelismo en el conjunto de la obra, son los libros que ofrecen las ideas clave para nuestro objetivo. Desde aquí se explorarán los principios básicos de su particular concep-ción del universo y la concreción de éstos en el modo de ver al hombre, muy en concreto, su alma. Éstos dos puntos nos abrirán paso para captar su visión sobre la deidad. Finalmente, ofrecere-mos en la conclusión la relación entre los elementos analizados.

Algo sobre su vida

No es fácil situar con precisión el año de nacimiento y de muerte de Tito Lucrecio Caro, pues los testimonios son discre-pantes. Por un lado, el Chronicon de san Jerónimo anota en el año 97: «Nace el poeta T. Lucrecio, quien enloqueció por un filtro amoroso (amatorio poculo) y, escribiendo algunos libros en los intervalos de la locura y que publicaría más tarde Cicerón, se sui-cidó a la edad de 44 años»1. Este dato situaría su muerte en el año 53 a.C., pero una carta de Cicerón a Quinto2 confirma que en el febrero del 54 a.C. el Arpinate tenía en sus manos unos poemas de Lucrecio y que estaba por publicarlos, lo que supondría que la muerte de Lucrecio ocurriese en el invierno del 55 al 54 a.C.

Pertenecía a la gens Lucretia, una de las más antiguas de Ro-ma, por lo que muy probablemente era miembro de una familia senatorial o al menos ecuestre3. De hecho, cuando dedica su poe-

–––––––– 1 T. Lucretius poeta nascitur, qui postea amatorio poculo in furorem versus, cum aliquot libros per intervalla insaniae conscripsisset, quos postea Cicero emendavit, propria se manu interfecit anno aetatis XLIV (S. Hieronymus, “Chronicon”, PL XXVII, c 523). 2 Ad Quintum fratrem 2,9,3. 3 R. HUMPHRIES en Great Books of the Western World, Encyclopaedia britan-nica Inc. USA, 19902, p. ix.

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ma a Gayo Memmio4, le habla como quien trata con uno de la misma condición, aunque esto queda a nivel de conjetura. La es-casez de datos biográficos, no obstante las convulsiones de la época en que se sitúa su vida y de los cuales no hace mención en la obra, da como resultante una figura aislada. Pero este aisla-miento responde no sólo al aspecto biográfico, sino también al contraste entre la continuidad expresiva de la poesía precedente y la excepcionalidad de los contenidos de su poema De Rerum Na-tura. Lucrecio no ve el glorioso pasado de Roma con particular interés5, y resulta lógico que tampoco guarde esperanzas para el futuro. Esta es la huella que estampa su poema si se le sitúa en su contexto histórico. Incluso da a entender de modo implícito la to-tal separación del intelectual del estado y sus valores6. No obstan-te la falta de datos, podemos establecer algún vínculo entre su vi-da personal y las ideas reflejadas en su obra.

Lucrecio y su poesía

Como ya se ha dicho, Lucrecio fue quien logró plasmar el pen-samiento de Epicuro con el lenguaje propio de la poesía latina. Lo hizo, además, restituyendo al género didáctico una propiedad que habían descuidado los poetas de épocas precedentes: la transmi-sión de un mensaje. Su motivación es la propaganda; él mismo ilustra la esencia de su poema didáctico: un contenido fuerte y poco agradable endulzado con la forma poética. Estos dos ele-mentos conducen a un tercero. En la poesía lucreciana hay ele-mentos de retórica, dado que pretende persuadir. Este anhelo de convencer es lo que puede explicar la impasibilidad de Lucrecio ante el panorama histórico-político que tiene de frente. El interva-

–––––––– 4 De Rerum Natura I, 26: Memmiadae nostro, quem tu, dea, tempore in omni / omnibus ornatum voluisti excellere rebus. Sigo la edición de C. BAILEY, Cla-rendon Press, Oxford 1947. En lo sucesivo lo abreviaré DRN. 5 Hay alusiones genéricas a Escipión (DRN III, 1034) y a las guerras púnicas (Ibíd. 832), pero sin gran conmoción. 6 Cf. I. LANA, A. FELLIN; Civiltà letteraria di Roma Antica vol 2, Casa Editrice G. D’Anna, Messina-Firenze, 1969, p. 79.

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lo de vida del poeta abarca los períodos de mayor agitación en la fase final de la República y la transición al Imperio y, a diferencia de otros escritores –por ejemplo, del mismo Cicerón–, las convul-siones históricas no parecen dejar huella en su alma. En realidad, el resultado de su arte persuasiva es tan contundente que el sabor que deja su extenso poema es de amarga tristeza y soledad, con-secuencia de la insuficiencia del materialismo atomista como ca-mino de felicidad y liberación para el hombre, como podremos ver más adelante. Convence sobre el no temer a los dioses ni a la muerte, pero es incapaz de cubrir el vacío que deja su impiedad.

Quienes nutren la corriente ideológica de Lucrecio son los atomistas presocráticos Leucipo y Demócrito; confluye también Epicuro y probablemente, aunque en otro sentido, Filodemo de Gadara, quien fue un distinguido miembro del círculo epicúreo de Herculano, en el sur de Italia7. Precisamente la usanza de estos epicúreos de recurrir a la lengua griega para su filosofía motivó a Lucrecio a hacer lo mismo que Cicerón: escribir la filosofía de los griegos con la lengua de los veteres romani. Ciertamente su inten-to no fue vano, sino innovador, en el sentido que llevó al género didáctico hasta las cumbres de la poesía más elevada8.

Antes de entrar de lleno en nuestro recorrido por algunos pasa-jes del De rerum natura, conviene mencionar que los seis libros que lo componen están agrupados en torno a unos ejes comunes: los libros impares tratan sobre el sustrato profundo de la realidad y los pares sobre las diversas configuraciones de tal sustrato. De esta forma, encontramos los libros I, III y V por un lado: el prime-ro es una introducción general sobre todo el poema a la luz de los principios de la filosofía epicúrea; el tercero habla de la naturale-za, estructura y destino del alma; y el quinto es la cosmogonía. En el otro lado de la ecuación tenemos los libros II, IV y VI: el se-

–––––––– 7 Cf. A. BARIGAZZI (a cura di) Lucrezio. Vita e Morte nell’Universo. Antologia dal De Rerum Natura, Paravia, Torino, 19742, p. xii. 8 Cf. M. MONTANARI (a cura di) La poesia latina - forme, autori, problemi, La Nuova Italia Scientifica, Roma, 1991, p. 53.

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gundo trata sobre el movimiento de los átomos y la conjunción-disolución de los cuerpos; el libro cuarto trata sobre las sensacio-nes, el pensamiento y otros procesos psíquicos y el sexto comple-ta el ciclo: la exposición sobre los fenómenos meteorológicos. Resulta, pues, que también están entretejidos en parejas: I y II tra-tan los principios; III y IV retratan la antropología; V y VI el mundo en su evolución.

La cosmología de Lucrecio

Nos fijaremos en tres aspectos que sientan las bases ideológi-cas del poema: la eternidad de la materia, la existencia del vacío y la infinidad del universo. Estos puntos fijos serán la plataforma de explicación de otras realidades como la de los fenómenos astroló-gicos e incluso la constitución del hombre.

1. Eternidad de la materia

Hay dos presupuestos fundamentales que soportan su concep-ción de la materia como eterna: la nada proviene de la nada y la nada vuelve a la nada.

En el primer libro, después de la exhortación y alabanza de Epicuro como el liberador de la superstición religiosa, Lucrecio pretende explicar la naturaleza del universo. El primer principio que maneja pertenece a la tradición griega: nihil e nihilo. Lucre-cio lo toma directamente de Epicuro9 y en el poema, lo enuncia así:

Principium cuius hinc nobis exordia sumet, Nullam rem e nilo gigni divinitus umquam10 (Para nosotros el principio de la explicación toma su inicio

aquí; ninguna cosa nace de la nada por poder divino)

–––––––– 9 Epistula ad Herodotum, 38. 10 DRN I, 149-150.

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La consecuencia que sigue al primer principio es que «nada vuelve a la nada». Así lo habían formulado ya los atomistas y los físicos antiguos11. En Lucrecio, el nacimiento, el crecimiento y la muerte están íntimamente relacionados por los distintos tipos de átomos: el nacimiento no significa que algo salga de la nada sino que un átomo de una cierta especie empieza a agregarse con otros del mismo tipo para ser una determinada cosa y su crecimiento es la “absorción” de materia mientras que la muerte es la disgrega-ción. La ley que regula esto la enuncia Lucrecio en la exhorta-ción, después de haber declarado victorioso a Epicuro sobre la re-ligión supersticiosa:

Unde refert nobis victor quid possit oriri, quid nequeat, finita potestas denique cuique quanam sit ratione atque alte terminus haerens12 (De donde regresa [Epicuro] victorioso diciéndonos qué cosa

puede nacer, qué cosa no puede y, en fin, por qué razón [cada co-sa] tiene un poder delimitado y un término profundamente mar-cado)

No es indiferente la imagen poética que usa: la idea del viaje de Epicuro que precede los versos apenas citados la pudo haber tomado de Parménides cuando describe su viaje a la sede de la Verdad13, pero usa una figura militar: el unde refert nobis es co-mo el spolia referre de Virgilio en su Eneida14. El pensamiento que está como telón de fondo alude a que cada cosa, cada realidad de cualquier tipo tiene una finita potestas y un alte terminus hae-rens. Está en plena sintonía con la concepción de una especie de fatum afinalista. El terminus haerens no es que lleve inscrito un desarrollo que ve a un fin último, sino un punto final que consti-tuye un nuevo principio para otro tipo de agregado.

–––––––– 11 Demócrito DK A 1; Empédocles DK B 11 y 12; Anaxágoras DK B 5. 12 DRN I, 76-77. 13 Cf. DK 28 B1, 1-32. 14 Æneidos IV, 93.

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Lucrecio no puede concebir que las cosas sean creadas de la nada sencillamente porque no hay nadie que pueda dirigir este surgir de la nada, por lo cual, es necesario que los átomos se con-figuren según la ley de nacimiento-crecimiento-muerte ya expli-cada. Las consecuencias que se pueden desprender de esto son múltiples, por ejemplo, que los cuerpos no son un verdadero todo estrictamente, sino un agregado de partes cuya única “unidad” es el movimiento. Otra consecuencia lógica de este planteamiento es la ausencia de un logo/j, por decirlo con una expresión más estoi-ca que epicúrea, que dirija la naturaleza. El resultado en este paso es claro: eliminando la providencia –finalidad– se elimina a Dios o viceversa, pues en la dinámica lucreciana es exactamente lo mismo.

2. La existencia del vacío

Nuestro poeta acepta la afirmación de Leucipo, para quien el no-ente era una existencia no corporea en un espacio no ocupa-do15. Lo retrata diciendo que no sólo existe la materia compacta, sino que también existe el vacío:

Nec tamen undique corpora stipata tenentur Omnia natura: namque est in rebus inane16

(Mas todas las cosas no se mantienen compactas estando inin-terrumpidamente apretadas por lo corpóreo, pues también existe en las cosas el vacío).

Y lo define como intangible y libre de materia: Quapropter lo-cus est intactus, inane vacansque17

(Por lo cual, un lugar es intacto, vacío y desierto).

–––––––– 15 Tenemos una referencia de Aristóteles que atribuye este pensamiento a Leu-cipo: Física 4, 6, 213b5 ss. 16 DRN I, 329-330. 17 DRN I, 334.

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Esta terminología deja ver mejor cómo el movimiento de los átomos es al fin y al cabo, una continua sucesión de “espacio no ocupado” y “espacio ocupado”. ¿Hay una diferencia ontológica entre ambos estados? Ciertamente no. Todo entra en el proceso de agregación-disgregación del universo.

3. La infinidad del universo

Prosiguiendo con el razonamiento anterior, podemos decir que si todo es una continua sucesión existente, por llamarla así, es ló-gico que Lucrecio conciba un universo infinito, en contra de los que sostenían Platón y Aristóteles. El universo es infinito porque siempre habrá un espacio más que se le pueda aumentar. No es del todo errado ver aquí un primer paso para negar todo tipo de finalidad en el universo en cuanto que está él mismo privado de fin y determinación.

Un paso ulterior: la antropología de Lucrecio

En el libro segundo del poema, Lucrecio habla del tipo de los átomos y su movilidad. En lo que se refiere a su intento de justifi-car el ateísmo, interesa más el libro tercero, en el que explica el alma del hombre.

Antes de entrar al análisis de este punto, es fundamental consi-derar que Lucrecio siempre parte de los principios base de la “teo-logía” epicúrea (el famoso tetrafa/rmakon) que están menciona-dos al inicio de las Ratae Sententiae y que ayudan a procurar el bien propio y sumo del hombre, la ataraxía. La consecución de la felicidad, en efecto, consiste en eliminar el miedo a los dioses, el miedo a la muerte, el miedo al dolor y el miedo a la dificultad pa-ra conseguir lo que necesitamos.

Esta visión va acompañada por el otro pilar del pensamiento lucreciano: el hombre es una parte más del universo, es decir, átomos/vacío/movimiento. Aquí ya podemos ver más claramente el perfil atomistico-ateista del poeta latino.

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La articulación es la siguiente: el universo atomista no tiene un principio último regulador que no sea el movimiento de los áto-mos; el hombre es un agregado de alma y cuerpo cuya composi-ción no es otra que la de átomos de diverso tipo, por lo tanto, un alma mortal en un cuerpo igualmente mortal que no debe tener ningún miedo a la muerte porque ésta no es otra cosa que el cese del movimiento atómico y por ende, de toda percepción. Siendo así, los dioses no tienen ningún sentido “escatológico”, no repre-sentan realidades supremas en este tipo de configuración de con-tinuo ser y no-ser. Mucho menos tendrán un papel soteriológico, ya que la “salvación” – si podemos llamarla así– consiste en la disgregación. Esto se verá de modo más claro en los apartados si-guientes.

1. Anima y Animus

Lucrecio hace una distinción: explica que el hombre tiene un animus y una anima que están íntimamente unidas formando una sola sustancia en la que predomina el primer componente sobre el segundo. Esta distinción se funda en la griega entre νους y ψυχη. La sede del primero es el pecho y la de la segunda está di-seminada por todo el cuerpo. Así, Lucrecio reelabora esta conjun-ción con el esquema atomístico en el que el animus transmite los impulsos al anima y ésta a su vez al corpus. Teniendo esto firme, puede sostener que el alma está compuesta por átomos y es capaz de recibir impulsos y retransmitirlos al cuerpo:

Nunc animum atque animam dico coniuncta teneri inter se atque unam naturam conficere ex se, sed caput esse quasi et dominari in corpore toto

consilium quod nos animum mentemque vocamus18 (El ánimo y el alma se tienen estrechamente ligados y entre el-

los componen una sola sustancia en sí; mas lo sabio domina como

–––––––– 18 DRN III, 136-139.

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una guía todo el cuerpo: [es] lo que nosotros llamamos animo y mente).

2. Mortalidad del alma

Para probar que el alma es mortal, Lucrecio hace ver cómo el cuerpo y el alma siguen la misma suerte: cuando el cuerpo decae, también lo hace el alma y lo que sigue es la muerte. Es el cuerpo el que determina la divisibilidad y la mortalidad del alma y esto es en el fondo, un materialismo a ultranza, no obstante que antes haya hablado de animus y anima. Al fin de cuentas, el cuerpo es principio de disgregación y muerte. Algunos versos significativos en este proceso:

Origen y destino comunes:

Praeterea gigni pariter cum corpore et una crescere sentimus pariterque senescere mentem19 (Además, el alma nace igualmente con el cuerpo y considera-

mos que, igualmente, crece y envejece con él).

Lucrecio va más allá. Los procesos de disgregación son por su misma dinámica graduales y es así que el alma va dejando poco a poco los miembros del cuerpo. Aquí se ve que el alma está sujeta a división, en cuanto que puede estar en algunos miembros del cuerpo y en otros no. Esta divisibilidad es la que muestra su mor-talidad: un alma que se divide no puede ser inmortal20. Veámoslo plasmado en el poema:

Et quoniam toto sentimus corpore inesse vitalem sensum et totum esse animale videmus, si subito medium celeri praeciderit ictu vis aliqua ut sorsum partem secernat utramque dispertita procul dubio quoque vis animae

–––––––– 19 DRN III, 445-446. 20 Cf. A. BARIGAZZI (a cura di) Lucrezio…p. 141.

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et discissa simul cum corpore dissicietur. At quod scinditur et partis discedit in ullas Scilicet aeternam sibi naturam abnuit esse.21 (Y puesto que consideramos que en todo el cuerpo está la vita-

lidad, vemos que [en él] está toda el alma; si un golpe lo cortase rápidamente por mitad, y con tal fuerza de modo que separase re-pentinamente la vitalidad, es obvio que también el alma se corta-ría con el cuerpo. Y lo que se divide en partes y se corta, no puede tener así una naturaleza eterna).

La consecuencia lógica es la mortalidad del alma:

Ergo disolui quoque convenit omnem animae, naturam, ceu fumus, in altas airis auras; quandoquidem gigni pariter pariterque videmus crescere et, <ut> docui, simul aevo fessa fatisci22 (Por lo tanto conviene al alma disolverse como humo en los al-

tos soplos del aire; pues cuando nace, igualmente crece y, como enseñé, igualmente y al mismo tiempo, la vemos deshebrarse herida por el tiempo).

Conclusión

Este pequeño resumen de las ideas principales de Lucrecio re-flejadas en el poema De Rerum Natura permite ver cómo se pue-de justificar el ateísmo con elementos puramente físicos y contin-gentes como son el espacio y el movimiento.

Como ya dijimos antes, no se trata de un ateísmo ideológico que postula sus principios, como los que se han visto a lo largo de la historia del pensamiento, sino un ateísmo que es fruto de la to-tal reducción de la realidad (Dios, universo, hombre, alma) a lo que en un primer momento se experimenta más fácil y directa-–––––––– 21 DRN III, 634-641. 22 DRN III, 455-458.

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mente (el movimiento) y al mismo tiempo, paradójicamente, a lo que no es en ningún modo objeto de experiencia directa (los áto-mos).

Esta doble reducción, a mi modo de ver, es lo que facilita justi-ficar la ausencia de un Dios ordenador y providente, e incluso, provee el esquema de los futuros ateísmos, como es la reelabora-ción de Marx, por ejemplo. No es extraño que en el primer escrito filosófico de este pensador («Sobre la diferencia de la filosofía de la naturaleza de Demócrito y de Epicuro»), las observaciones pre-liminares (Vorbemerkung) hayan tenido un marcado cariz ateo-atomista, como clave de interpretación de todo su estudio. Así lo demuestran los títulos de los capítulos de la primera parte del Vorbemerkung: “La relación del hombre con Dios: el miedo y el ser del más allá; el culto y el individuo; la providencia y el Dios degradado”.

En definitiva, no creemos atrevido afirmar que la reducción de la realidad a lo material es el primer paso para abrir la puerta de par en par a todo tipo de barbarie, donde no hay otro principio que el de la transformación de la materia. Desaparecen el alma, el espíritu, el hombre y desde luego, Dios y su providencia.