ls lineas del tiempo

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Las líneas del tiempo “Una noche de lluvia,besos y recuerdos desempolvados” Eran las doce de la noche, de un invernal sábado. Estaba sola en su habitación, con la resignación de pasar una noche más sin sexo, sin ese placer carnal que invade y reinventa la vida, el autoestima, las sábanas y los sueños. Eran las doce de la noche de aquel sábado, cuando la tentación toca a la puerta de su casa; era él. Vestía una camisa de mangas largas, unos jeans y zapatos cómodos; no detallo sus marcas, sino la humedad de su ropa. Estaba cayendo un torrencial aguacero a las afueras de sus aposentos, no había detallado si quiera si el cielo estaba lo suficientemente encapotado como para hacer llegar a esta ella, por designios del destino, aquel hombre y su figura húmeda ante su puerta. Las mascotas dormían, no se sentía el aire de sus pasos ni sus colas agitadas cuando él pasó por esa puerta. Al cabo de unos minutos, sonó un relámpago estruendoso y se acabó el fluido eléctrico por esa noche. Mónica se apresuro para ir a la cocina en busca de luz natural, una vela cualquiera. Todos los que la conocen, saben que le teme a la oscuridad; por más infantil que suene. Esa noche era distinta, aunque el miedo irracional a la oscuridad le hacía correr en dirección de la cocina, en búsqueda de un poco de luz, la parte más erótica de su cuerpo sabía que no había nada que temer, puesto que él estaría ahí para abrazarla, por más miedo que pudiera sentir. Sin embargo, abordo a su mente, volvió a sus pasos y encendió un par de velas; Mónica y Víctor se instalaron en la sala y Mónica pregunto lo de rutina : ¿Qué te trae por aquí?Nada, sólo quería un poco de compañía -me respondió-. Dudé de sus intenciones, pero luego recordé que le había abierto las puertas de mi casa y que la decisión de echarlo de ahí no era la mejor; no quería dejarlo a la intemperie, con frío y sin ningún tipo de compañía.

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Amor en el tiempo

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Page 1: Ls lineas del tiempo

Las líneas del tiempo “Una noche de lluvia,besos y recuerdos desempolvados” Eran las doce de la noche, de un invernal sábado. Estaba sola en su habitación, con la resignación de pasar una noche más sin sexo, sin ese placer carnal que invade y reinventa la vida, el autoestima, las sábanas y los sueños. Eran las doce de la noche de aquel sábado, cuando la tentación toca a la puerta de su casa; era él. Vestía una camisa de mangas largas, unos jeans y zapatos cómodos; no detallo sus marcas, sino la humedad de su ropa. Estaba cayendo un torrencial aguacero a las afueras de sus aposentos, no había detallado si quiera si el cielo estaba lo suficientemente encapotado como para hacer llegar a esta ella, por designios del destino, aquel hombre y su figura húmeda ante su puerta. Las mascotas dormían, no se sentía el aire de sus pasos ni sus colas agitadas cuando él pasó por esa puerta. Al cabo de unos minutos, sonó un relámpago estruendoso y se acabó el fluido eléctrico por esa noche. Mónica se apresuro para ir a la cocina en busca de luz natural, una vela cualquiera. Todos los que la conocen, saben que le teme a la oscuridad; por más infantil que suene. Esa noche era distinta, aunque el miedo irracional a la oscuridad le hacía correr en dirección de la cocina, en búsqueda de un poco de luz, la parte más erótica de su cuerpo sabía que no había nada que temer, puesto que él estaría ahí para abrazarla, por más miedo que pudiera sentir. Sin embargo, abordo a su mente, volvió a sus pasos y encendió un par de velas; Mónica y Víctor se instalaron en la sala y Mónica pregunto lo de rutina : —¿Qué te trae por aquí?—Nada, sólo quería un poco de compañía -me respondió-.

Dudé de sus intenciones, pero luego recordé que le había abierto las puertas de mi casa y que la decisión de echarlo de ahí no era la mejor; no quería dejarlo a la intemperie, con frío y sin ningún tipo de compañía.

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Volvieron a anidar en mis oídos esos ruidos infernales, producto de la lluvia y no vacilé en arrullarme en sus brazos; cómodos y seguros como lo había imaginado en fantasías pasadas, cuando lo conocía poco y lo deseaba mucho. Ahora, era un gusto pasajero. (¡Qué equivocada estaba!) Victor me acurrucó, como cuando una madre se coloca en los brazos a su bebé; me tomó con la seguridad que toma un oficial su arma de reglamento. Nos miramos, nos dimos calor mientras pasaban los segundos de mi temor ante los ruidos que produce la lluvia agitada y luego partí de nuevo a mi puesto.

—Hacía mucho que no corrías a mis brazos, atemorizada ante el sonido que más te incomoda,.—Hacía mucho que no estabas ahí para hacerme sentir segura, le respondí.

Luego de un par de cuentos, anécdotas y sonrisas producto de sus chistes malos, decidí proveerlo de ropa cómoda. Estaba mojado por la lluvia y podía resfriarse si mantenía esa ropa mojada de la cual sentía envidia por estar tan perfectamente adherida a su cuerpo.

Fue entonces el momento más perfecto de mi madrugada; abandoné mi lógica racional -que de nada me había servido, por aquello del auto control- y me lancé a sus brazos cuando supe que su camisa estaba en el suelo. Toqué con fuerza sus labios con los míos, en un intento de un beso tímido pero desesperado por pasión y lujuria. Me correspondió, aunque con un gesto caballeroso. —¿Estás segura? Susurró.—Déjate querer, déjate llevar. Contesté.

Tomó sus manos, las abalanzó sobre mí y me quitó lo poco que cargaba encima; una bata de dormir de seda un poco fina, de mi color favorito; mi ropa íntima, mis complejos, mis miedos por los relámpagos y centenares de cosas que no me importaban mientras sus labios hacían contacto con mi cuerpo. Me tocó, como sólo un caballero solía hacerlo; estaba cubierta de telarañas porque hace mucho que no recibía medicina sexual en el cuerpo. Hacía mucho que no me dejaba querer sexualmente, que no me prestaba para el azar del sexo y sus montañas rusas de orgasmos indetenibles.

Fue aquella noche de luna, que un caballero que siempre había deseado -y que fingí haberle perdido el gusto,- me tomó por mujer en un arrebato de deseo contenido por cartas y letras pasadas, que se dijeron y que por las vicisitudes de la vida no habíamos podido hacer realidad.

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Me besó mi sexo, lo tomó por suyo con esa boca que emanaba las palabras que me habían alborotado los oídos meses pasados; mis muslos temblaban por sus movimientos tan sutiles, pero tan perfectos. Me llevó al paraíso a decirle Dios lo mucho que me divertía al violar, por primera vez en muchos meses, sus mandamientos

Me besó el cuerpo, las caderas; pasó su traviesa lengua por cualquier lado de mi humanidad sin piedad, sin temor, sin complejos. Olvidó por completo su soledad, así como las marcas del tiempo que tenía mi cuerpo.

No le importaron mis estrías, si quiera si tenía celulitis o no. Solo le importaba

hacerme una noche placentera, un encuentro sexual del que estuviese satisfecha

y preparada por si me tocaba sequía. No paraba de moverse mi cama, mientras afuera, caía la mayor de las tempestades. Como no teníamos luz, el vapor en la casa olía a sexo, a ganas que estaban enjauladas y que decidimos dejar libres. Creo que fue la primera vez que me aventuré a ser de un completo extraño; a ser sexualmente penetrada por un Don Nadie del que me sabía todas sus letras, pero pocos de sus Datos Personales, vitales para tener un buen recuerdo de la personalidad de aquel varón que me hacía la mujer más satisfecha de toda la cuadra de mi urbanización. Acabado el acto sexual, su cuerpo cansado y sudado se tumbó en mis senos; como la paciencia que asume la pluma al caer del ala hacia el suelo frío. No hablamos luego de ello; me acurrucó en sus brazos sin motivos ni pretextos, estábamos juntos tan juntos como alguna la vez lo soñé.. No recuerdo cuando llegó la luz, tampoco si mis mascotas habían dormido dentro o fuera de la casa. Estaba feliz por mi primera noche en su compañía; debía aprovechar cada segundo de su perfume, porque sabía que no existía en mi mente, y que debía irse al salir el sol. Nos quedamos dormidos, no se cuándo ni se cómo. Al despertar, seguía ahí; se veía tan hermoso al dormir, tan sexy. Le preparé el desayuno, lo desperté y no quiso salir de mi cuarto ese día. Habíamos tenido una linda noche y no quería asumir su soledad de soltería, y no quería dejarme otra noche con mis miedos por los ruidos de lluvias breves. A pesar de lo mucho que nos habíamos querido de letras, debíamos asumir los papeles de la vida real; él, lejos de mí, lejos de mi cama, de mis sueños y caricias. Él, Víctor el chico que me había construido mi mamá con relatos utópicos sobre la vida y sus escenas de amor que 'debía vivir'. Él, ese chico que me había jodido la paciencia a la hora de escribir, por ser el fantasma que me habitaba las letras al ser tan perfecto, tan inteligente, bueno hasta para ser celoso. Estaba ahí, mirándome desnuda; poseyéndome.

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Yo, lejos de ser la Musa que tanto escriben sus letras, lejos de ser un recuerdo grato que contaría a sus nietos. Yo, la que pedía mucho/la que se conformaba con migajas de amor/sexo. Yo, la chica que le había regalado un racimo de antojos, de vivencias, de letras. Estaba ahí, habitándole los poros que necesitaban caricias distintas a las que habían sido depositadas en el cuerpo que había sido de muchas. Pasé una noche con el extraño que siempre había deseado, pero tenía que dejarlo ir; no sé cómo, ni se cuándo desapareció de mi casa, de mi cuarto, de mis dominios. Solo sé que se fue, presencialmente; su perfume reside en mi cuarto cada que voy a dormir bajo la orquesta de una tormenta de agua. Me quedé esperando su regreso; el regreso de un perfectodesconocido que sin muchas palabras, pero con muchos actos, me enamoró “El incesante pasado” Sus ojos estaban llenos de misterios, palabras y poemas empolvados de olvido reinaban en aquellos momentos a su lado; leyendas que esperaban hablar. Aquel bolígrafo de amor quiso desgastarse en aquel mar de letras, en aquel corazón blindado con ventanas que querían dejar salir la soledad; Víctor no dejaba de escribir para Mónica. Luego de varias vueltas en el reloj, una curiosa figura femenina decidió tomar la mano de Víctor para caminar hacia aquellos lugares que querían llenarse de aquel souvenir único, auténtico, indiscreto e interesante. Aquel souvenir que le llaman amor. Era un mujer con un saco de ideas, lleno de letras, de símbolos,de sueños olvidados, de idiomas perfectos; era una mujer de perfil bohemio y adorable, de trazos suaves igual que un Da Vinci, con caminar cadencioso, que llenaba de compañía las horas de el reloj de Víctor ; todo poseía su perfume, su aroma. Fueron pasos que llenaron de huellas aquellos caminos repletos de distancia, de olvido, de canciones viejas, de promesas vacías u olvidadas. Juntos tomaron el café más enigmático de todos, con un aroma y un sabor inexplicables, y de adicción fascinante. Luego de un apretón de manos, el impulso les ganó y encajaron sus labios , - me despisté en sus besos, me escapé de la infelicidad que me abrumaba- . Había imaginado besos únicos, pero su creatividad se quedó corta luego de aquel momento. Fueron momentos únicos, llenos de una magia encantadora. Parte de él se quedó en ese beso, en las letras que surgieron después de ella, y parte de ella reside en sus labios. Tomó su mano y lo invitó a ver el anochecer de aquella magnífica ciudad; sinceramente no tenía ganas de regresar hacia ningún lado,sentía que debía

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quedarse y habitar cualquier sitio, porque sabía que en donde Mónica estuviese estaba su lugar. En la luna llena; lo besó como nadie lo había hecho y se esfumó, en aquellas agitadas olas de mar. Recordó aquella noche aquella mañana que no deseaba dejarla ir ¿Qué era lo que había pasado?¿Por que después de tan bellos momentos decidió alejarse? No supo qué dirección tomó, lo que si conocía era el sinsabor que tuvieron sus labios tras aquel beso inconcluso, tras aquella despedida hecha a medias. Y aunque haya tenido una sola oportunidad de estar ahí, la disfruto; la disfruto como quién prueba el primer helado, como quién escribe por primera vez.. Como quién toma sus dedos y dibuja estrellas en un cielo nublado, como quién tiene una sola oportunidad de ser quién es. Aunque estaba consciente que habían tomado rumbos distintos, sabía que en cualquier lugar donde ella estuviese , lo recordaría como él a ella ; Porque sus letras viven para recordarle que fue real, y no un invento de la imaginación. Porque cruzo montañas y distancias para jugar con la mirada más hermosa de todas, porque hábito los labios que mejor han podido pronunciar su nombre.