lourau el diario de investigacion malinowski

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el diario de investigación René Lourau MHPfj sí- vj.V ' ■wKMs'j.+ia EDITORIAL UNIVERSIDAD DE C.UADALAJARA

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diario de campo

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el diario de investigaciónRené Lourau

MHPfjsí- vj.V ' ■wKMs'j.+ia

ED ITO RIA L UNIVE RSIDA D DE C.UADALAJARA

El diario total de Bronislaw Malinowski1

Las condiciones propias del trabajo etnográfico consisten sobre todo (...) en cortarse de la sociedad de los blancos y mantenerse lo más posible en estrecho contacto con los indíge­nas, lo que no puede hacerse si no se consigue acampar en sus aldeas. Es muy agradable contar con un domi­cilio temporal en casa de algún resi­dente blanco, para un caso de enfermedad o de cansancio de la vida indígena {...} Porque el indíge­na no es un compañero normalpara el blanco.

Ma u n o w s h , Argonautas, 1922

No es malo tampoco que en este tipo de trabajo el etnógrafo abandone algunas veces su cámara, su bloc de notas y su lápiz, para unirse a lo que pasa {...} Luego de esas inmersiones en la vida indígena—que be llevado a cabo en muchas ocasiones no sólo por el estudio en sí mismo, sino por la necesidad de compañía humana

Maunowsh, Argonautas, 1922

B. Malinowski Journal d'etnograpbe, 1914-1918, tr. fr. Editions du Seuil, 1985

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En la aldea, permanezco sentado un momento sobre el püabilc. He podi­do echarme una muchacha bonita en el lauriu.

Ma Lín o w s x i, Diario, jue»o 19 de abril de 1918

El diaño de Malinowski se compone de dos panes i na. fechada de septiembre de 1914 a agosto de 1915, y la otra, de octubre de 1917 a julio de 1918.

En 1914, al llegar a su campo de estudio as sós de la costa de la Nueva Guinea, Malinowski tiene tremía años Ha realzado estudios de ingeniería en Alemania y luego de etaoiogsa en Inglaterra. Tras obtener el diploma, es enviado por su proéesoc (Setigman > al Pacífico. Ahí es sorprendido por la declaración de gueto.

E1 diario fue mantenido en secreto Es desc-*x»erx» a su muerte, en 1942. Su segunda esposa lo guarda baje jzre basca 1960. Luego lo hace traducir al inglés por el poUco-áancc-aniencano Norbert Guterman, amigo y colaborador de Henn 'r árbvrg- quaen vive desde hace mucho en los Estados Unidos. El danc aparece en 1967 bajo el título A diary in tbe strict sense of tbe term Es ra tn d o al francés en 1985.

Recordemos estas fechas:1914-15 y 1917-18: redacción del dsanc1918-1942: es mantenido en secreto ese periodo por su

autor.1942-1960: el diario es mantenido en secrec; por la segunda

esposa de Malinowski, misma que no se ha.'¿ara — pirara de ningún modo en las reflexiones sentimentales y s c rju c s roc^erjdas en el diario: ella contrajo matrimonio con M a irc s^ . en 1935 la primera esposamurió en 1929-

1960-1967: traducción de Guterman1967-85: compás de espera para la ■ •a .tm x fnrcesa aparece

finalmente 18 años después de la traducooc r g r a 43 años después de la muerte del autor, 67 años después de ccnrrjrio e£ rhario.

Llamaremos a la obra malinowsldana vj «-a Jáajnczrski o texto M., es decir el conjunto de obras de g n o c a aparecidas bajo el

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nombre de este autor, y con relación a la cual el diary funciona como su extra-texto.

De este conjunto-cuerpo, destaco una muestra que comprende los textos más conocidos, al menos en traducción francesa:

1922, Les argonautes du Pacifique Occidental, tr. fr. Gallimard, colección “La especie humana”, dirigida por Michel Leiris, 1963.

1927, La sexualité et sa répression dans les sociétés primitives, tr. fr. Payot, 1932.

1929, La vie sexuelle des sauvages du N.W. de la Mélanésie, tr. fr. Payot, 1930.

Moeurs et coutumes des Mélanésiens (recopilación de artículos), Payot, 1933; retomados bajo el título Trois essais sur la vie sociale desprimitifs, tr. fr. Payot, 1934.

1935, Les jardins de corail, tr. fr. Maspero, 1974.1944, Une tbéorie scientifique de la culture, tr. fr. Maspero, 1968.Para muchos aficionados e incluso especialistas, el texto M. se

basta a sí mismo. Bueno o malo, monumento bien conservado o en ruinas, Malinowski “el inventor” de la Kula permanece, entre otros grandes ancestros, como el que, según la formula de Claval, dio “el gran paso”.2

¿Cuál paso? ¿Proponer el trabajo de campo ante todo? ¿El método de observación participante? ¿La teoría funcionalista de la cultura? ¿Qué es entonces lo que hoy por hoy más nos interesa?

Por apasionante que todo esto nos pueda parecer, difícilmente podría provocar hoy en día alguna emoción epistemológica a un investigador que conozca su implicación en dicha actividad.

Recordemos en forma rápida los tres méritos corrientemente atribuidos a M.

El campo. Si Malinowski, súbdito del imperio austro-húngaro, pasó tanto tiempo con sus “salvajes” gracias a la primera guerra mundial, podemos imaginar que si ésta hubiera durado diez años habría obligado a Malinowski a una estancia mucho más prolongada en el marco de sus “estudios al aire libre”. A menos que lo hubiese

2 Paul Claval, Les mytbes fondateurs des sciences sociales, París, P.U.F., 1980.

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abandonado todo, sus cuadernos y su cámara fotográfica, para imitar al sociólogo que imagina Jack London en Al sur de la g rieta la integración en la población estudiada.

Atracción-repulsión por este acto inidático del que quedan, en el texto Ai., diversos rastros en forma de consideraciones metodológicas, autocríticas, recetas concretas, pedagógicas. Abstrayéndonos del dia­rio, el texto M., al menos en esos dos monumentos llamados Los argonautas y Los jardines, vibra por sus referencias muy personales sobre el problema formulado por el sociólogo italiano Gilli en térmi­nos de la pregunta:“¿cómo se hace una investigación?”. Otros, antes que él, habían pasado temporadas entre los indígenas, incluso en la zona misma del estudio malinowskiano: principalmente “aficiona- dos”-misioneros y administradores, cuyo trabajo erróneamente con­sideraríamos infracientífico, so pretexto de que no estaban ligados a ninguna institución académica o de investigación. Después de todo, famosos antropólogos de nuestra época tuvieron un pasado de admi­nistradores coloniales, confeso o no.

Malinowski, conocedor de sus predecesores, sabe muy bien que está dando un “gran golpe” informativo. No ignora que grandes obras, inclusive textos de referencia, saldrán de su inmersión forzada en el campo: quizá porque con su cultura y su espíritu atormentado —a la Dostoievski-, es el primero o uno de los primeros en reflexionar en el campo mismo sobre lo que significa “hacer terreno”.

La observación participante: en los estudios de campo o “al aire libre”, el observador trabaja de tiempo completo. Fascinante o abu­rrido, el espectáculo que se le ofrece sería incomprensible si algunos conocimientos previos, un intérprete, informantes, y a veces una ligera base lingüística no atenuaran su aislamiento.

¿Qué es observar, en el contexto de la investigación etnográfica? Es imposible, paradójicamente, construir una cierta distanda respec­to de un objeto por naturaleza ya demasiado lejano, extranjero.

Es entonces cuando interviene una acción destinada a invertir la metodología aprendida y su epistemología, implícita o evidente. Con el fin de lograr el necesario distanciamiento (es decir un máximo de objetividad) en el sentido de la producción de datos y de interpreta­ciones, transmisibles al menos en el contexto de aquellos que se

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hallan en posición de juzgar, de regir nuestra carrera, el investigador debe también efectuar un camino inverso al del distanciamiento: un paso adelante, un paso atrás. Debe conseguir el máximo de familiari­dad posible entre sí mismo y el campo de estudio.

Familiaridad significa percepción pasiva y construcción activa de relaciones de contigüidad entre el investigador y las cosas o las gentes. Aquí, el sabio debe aprender todo lo que pueda de individuos con costumbres más extrañas todavía que las de los habitantes de los barrios bajos en su propio país.

No me extiendo aquí sobre la noción de contigüidad, que pasó de la semiótica de Peirce a la etnometodología (la referencialidad). Subrayemos por el momento —y esto ayuda a comprender el famoso método de la observación participante, cuya paternidad se atribuye a Malinowski— que la perturbación introducida en el discurso oficial de la ciencia —en su “contexto de justificación”— no es despreciable.

La perturbación es ésta: la ciencia positiva apunta idealmente hacia la construcción de objetos de conocimiento perfectamente distintos de los objetos reales, tales como las circunstancias del suicidio, las desventajas escolares de los hijos de obreros, los compor­tamientos de los funcionarios, la experiencia que cada quien tiene del amor, de la enfermedad, etc. Los objetos de conocimiento son repre­sentaciones, ficciones, simulacros, metáforas de los objetos reales, mientras estos últimos, según ciertas opiniones, sólo sirven para engañar al investigador. No será discutido aquí el problema de saber si las metáforas “científicas” son más “verdaderas” o “reales” que los objetos mismos de la realidad, promovidos al rango de sombras engañosas. Después de todo, nuestro colega Abélard dejó una parte preciosa de sí mismo en un debate parecido.

Mientras que la acción positiva valoriza la construcción de una metáfora “erudita” sobre la experiencia real, la investigación etnográ­fica —apostando por fuerza a la contigüidad como criterio para una observación más minuciosa— opta por una visión no ya metafórica, sino metonímica, del conocimiento en su primer e indispensable estadio. Claro está, el etnógrafo no tiene sino una urgencia: transfor­marse en etnólogo, en el antropólogo que alimenta su diario, sus fichas, las publicaciones de otros, con teorizaciones propias, para producir la metáfora de una realidad en la cual, posiblemente, estuvo inmerso algún tiempo. Los hechos no existen. Hay que construirlos.

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Luis
Resaltado

Por ejemplo, en el caso de Malinowski, estaría la construcción del mapa de las instituciones sin rastro escrito, esas instituciones que, a fin de cuentas, y según la lúcida apreciación de Seignobos, son invisibles aun cuando se expresen por medio de toneladas de escritos.

La posición metonímica del investigador de campo es adecuada­mente descrita como sigue:

Que el etnólogo no pueda sustraerse a esa situación producida por la investigación, que cada uno de sus movimientos determine varia­ciones en el comportamiento de su interlocutor, e indirectamente en la calidad de su trabajo, hace del aprendizaje etnográfico una verdadera educación. Parece difícil la deshonestidad para el investi­gador de campo. La experiencia etnográfica solicita del etnólogo, en efecto, mucho más que un simple saber: ya que comparece en carne y hueso, el veredicto del tribunal afectará tanto sus cualidades morales, afectivas y sensoriales como sus conocimientos puramente académicos” (Michel y Frangoise PanofF, L ’etbnologue et son otnbre, París, Payot, 1968).

La participación exigida por la observación no debe confundirse con el sentido que dicho término —o que los términos “compromiso” e “implicación”— adquieren en el contexto demócrata-cristiano de los educadores y reformadores fusionistas. Es cierto, existen diversos grados de “participación” en el sentido de compromiso con una situación. Malinowski, con la tienda que levanta o hace levantar en próximidad de las aldeas, subraya topográficamente su grado de participación y su grado de distanciamiento. Este componente de voluntarismo es muy sensible a las situaciones-limite, mismas que escapan de fado a la investigación etnográfica: ya sea alejamiento, rechazo total del campo; ya sea inmersión absoluta, incluyendo la renuncia a toda objetivizadón en una puesta en escena “erudita” o aun “literaria”, a la Víctor Segalen.

La participación es un problema objetivo antes de ser, eventual­mente, un fenómeno voluntaosta y subjetivo. Es lo que manifiesta, en el pasaje anteriormente atado, la expresión: “comparece en carne y hueso”. El observador, antes de “implicarse” (en el sentido aproxima­do de comprometerse), se compromete sobre el campo mismo. Esta implicación, en tanto que objeto de análisis, es la que hace confiable al dispositivo de observación. El análisis aquí discutido, ¿sería plausi-

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ble si dejamos fuera la redacción de un diario o cualquier otro ejercicio equivalente?

El método funcionalista. arriesguémonos en este momento a alejamos, al menos en apariencia, de la cuestión del diarismo. Mali­nowski, teórico, y además teórico impugnado, ¿tiene algo que ver con ese hombre angustiado, obsesionado por el sexo, con problemas en su dentadura postiza y con su faja para las hernias, que comparece en carne y hueso ante los trobriandeses?

¿El texto M. es la negación absoluta del diario, mismo que se reduciría a su muy modesta y efímera instrumentalidad de extra-texto —un poco como el famoso botiquín de farmacia de Malinowski?

Para comprender, al menos esquemáticamente, lo que hay en juego en la batalla teórica en la que Malinowski eleva el estandarte del “funcionalismo”, debemos considerar las dos extrapolaciones sucesivas llevadas a cabo a partir de la contigüidad como base de la observación participante.

La primera extrapolación pertenece al campo de lo instrumental. Consiste en transportar la contigüidad al campo de la clasificación de los hechos observados o por observar: todo dato no sólo hace refer­encia a otros para ser comprendido e interpretado, sino que al mismo tiempo facilita hipotéticamente la aparición de un conjunto de datos, cuya manifestación global aparece postulada como explicación de ni o cual dato obtenido o por obtener.

Postular que todo dato debe ser “cruzado” con otros, que toda información requiere una serie casi infinita de contra-informaciones (“contra” en el sentido de “contra-prueba”), que sólo el conocimiento global de una sociedad permite, por recurrencia, asir las partes más ínfimas, eso es lo que puede llamarse método de conocimiento.3 Si el método que consiste en desmontar y montar de nuevo todo el motor social posee una apariencia más abstracta que el cuaderno, la cámara,

3 Henri Lefebvre, cuya originalidad es reconocida por Sartre en la Crítica de la razón dialéctica, ha hecho surgir este método “regresivo-progre- sivo” desde el campo de la sociología rural. Ver H. Lefebvre, “Perspectivas de la sociología rural”, Cahiers intemat. de socio., 1953, retomado en Du rural á l'urbain, París, Anthropos, 1970.

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los ojos, los oídos, la nariz, la piel y la boca del observador, no por ello es menos una pieza del aparato de observación, ya que, además de su cuerpo y de sus instrumentos, no puede evitar utilizar también todo lo que le pasa por la cabeza.

Es diferente el caso de la segunda extrapolación. En el momento en que, armado con su “aparato”, exclama a su manera: “¡Eso es lo que percibo!”, tal vez sueña, oscuramente, con la magnífica carrera académica que prepara (Malinowski también es visitado por el fantas­ma de la toma del poder en la institución científica), pero no podemos afirmar que nos imponga, o aun que imponga .a sus “objetos” una teoría general de la cultura, de la economía, de la sociedad. Es otro momento de su práctica el que convoca cuando nos quiere hacer compartir su visión “funcionalista” del mundo.

Lo que era, metodológicamente, una hipótesis crecientemente en construcción ante el observador, ante el recolector de datos que olfatea con fruición generalidades todavía virtuales, resulta ser algo muy distinto. Al confundir su aparato de observación con el objeto observado, el hilo de su descubrimiento con el informe de resultados, el contexto del descubrimiento con el contexto de la justificación, el orden de la investigación con el orden de la exposición, proyecta sobre la realidad social que sabemos contradictoria e irracional, la acción totalizadora, estructuradora, que tan útil le había sido para desembrollar la institución mitológica de la Kula, así como la simbo- logía poderosa de la economía agrícola, o bien la sexualidad “no edípica” de sus queridos y detestados “salvajes”.

Sabemos cómo, en nuestra mitología habitual, se ha erigido la oposición entre el universo “funcional” y el universo “poético”. La acción mental de Malinowski podría ser descrita, apoyándose en la lingüística de Jacobson, como un movimiento inverso al que este último se refiere cuando define la función poética. Si consideramos los dos ejes del lenguaje: eje de contigüidad, o eje sintagmático, en las abscisas, y eje de similaridad, o eje paradigmático, en las ordena­das, la función poética (¡ya que aún se trata de un modelo más o menos funcionalista!) consiste en proyectar el eje paradigmático sobre el eje sintagmático. Dicho de otro modo, los elementos del lenguaje en asociación de contigüidad para formar los fenómenos, los sintagmas, son contaminados por el elemento de selección, de simi­laridad, paradigmático. Las relaciones entre las palabras, las frases, los

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blancos gráficos, etc., llegan a ser portadoras de significados. Los sonidos y los ritmos, equivalen a las proposiciones lógicas que ofrece el lenguaje habitual. Todo se relaciona según el principio de la recurrencia: relaciones cuyo objetivo no es describir lo real sino por el contrario, negarlo, subvertirlo en todo momento.

Inversamente, si proyectamos el eje de contigüidad sobre el eje de similaridad (la abscisa sobre la ordenada), la prosa del mundo nos parecerá tan fluida como un tratado de lógica formal. El sintagma contamina al paradigma, la asociación invade a la selección, la conti­güidad devora a la similaridad. Todo explica todo: la mínima elección, la mínima decisión entra en contigüidad con otras elecciones, con otras decisiones. No hay más elección, no hay más decisión: hay una estructura que emite sus radiaciones, un sistema que funciona. Es el universo “funcional”, donde todo está en su lugar, pues no hay lugar para nada que no sea ese universo (incluidos sus componentes imaginarios, armoniosa y pragmáticamente ligados a las prácticas económicas, etc).

El texto M., en su calidad de mensaje “funcionalista”, es cuestio­nado por la comunidad científica. Lo que aquí me interesa sobre todo, es que cuestiona al diario de campo y viceversa. Desde su primera edición, el diario toma “ilegible” al texto Ai cuando se le separa de su violento y poético extra-texto: ¿nos hemos percatado de que Mali­nowski, en su campo de trabajo, estaba tan obsesionado por sus actividades fotográficas como por sus actividades de diarista, ya que obtener buenas fotos era muy importante para él? ¿Y no es igualmente notable que largos párrafos del diario se consagren a descripciones del paisaje, principalmente de los cielos crepusculares, en forma idéntica al diario del pintor Delacroix?

Su universo interior es mucho más romántico que “funcional”. Ahora bien, es este individuo, y no el profesor Malinowski, autor del imponente y frágil edificio conocido como texto M. quien, en pleno contexto del descubrimiento nos dice: “¡eso es lo que percibo!”

El extra-texto

Extra-texto, en el sentido técnico del término, son las fotos, dibujos, planos y glosarios que ilustran el texto Ai., principalmente en sus grandes momentos que son Los Argonautas y Los Jardines. El

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diario, a su vez, en su calidad de extra-texto del texto A£, es virgen (al menos en la traducción francesa) de toda “ilustración gráfica”, cuyo valor subrayaba Van Gennep en relación con el trabajo de campo: "... una permanencia prolongada, un equipo de observadores repartién­dose el trabajo y controlándose unos a otros, y una buena técnica de anotación (...). Hay que decir que la fotografía, el cine y los aparatos de registro sonoro han modificado totalmente esta técnica (...)”. (Recuento de dos libros de Griaule sobre los Dogos, Mercure de Frunce, No. 984, 15 de junio de 1939).

“Diario de Etnógrafo”: esta indicación paratextual es tan poco aclaratoria como el título de la edición americana: “Un diario en el sentido estricto del término.”

En el primer caso, el editor (o el grupo editor) quiere que su producto no arriesgue ser colocado en algún anaquel perdido: por ejemplo el de los diarios íntimos. El para texto “diario de etnógrafo” reduce en la medida de lo posible la distancia entre el T y el E.T.: se trata de un trabajo de Malinowski validado por el posterior texto AL (en el proceso real) pero anterior (en el proceso editorial). La ausen­cia, en la portada de la edición francesa, del para texto temporal (fechas indicando los años lejanos en que el diario fue escrito) contribuye a esconder la originalidad del E.T.

En el segundo caso, a la inversa, la esencia del diario de etnógrafo es abandonada por otra esencia, la del “diario”. Lo que puede remi­timos a una lectura más abierta, menos especializada, y hacemos aceptar de mejor grado la cohabitación del “diario íntimo” con el “diario de etnógrafo” (D.E.). Pero, ¿qué es un verdadero diario, un diario “en el sentido estricto del término”?

Los dos títulos para textuales implican, cada uno a su manera, la existencia de dos Malinowski, ambos con igual continuidad en el tiempo y coherencia: por una parte (D.E.), un Malinowski etnógrafo y sólo eso durante toda su vida (sin embargo, su formación inicial no fue etnográfica; incluso después de su larga estancia en el territorio de oceanía no volvió a hacer estudios de campo en el sentido de permanencias prolongadas). Por otra parte (A diary in tbe strict sense of tbe term), existiría un Malinowski modelo del redactor de diarios, incluidos el intimista y el especialista. Pero entonces, ¿por qué haber hecho a un lado el primer diario, escrito en polaco, so pretexto de

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que pertenecía a una época anterior a la carrera de etnógrafo? Extraña contradicción.

Contradicción que se profundiza pero que se aclara de golpe si medimos la importancia del paratexto en negativo: quisiera ahora hablar de la censura operada por el grupo editor.

Se trata de pasajes cuya importancia cuantitativa (¿una palabra? ¿Diez líneas?) y cualitativa (la relación entre tal o cual notación erótica y el contexto restringido del párrafo o de la página, y también el contexto general de los grandes temas del diario) se hallan más allá de las posibilidades de evaluación del lector.

Llamaremos a esta censura el paratexto del demasiado (demasia­do íntimo; ¿por qué no demasiado político, demasiado apolítico, demasiado racista, etc.?). En este caso, “demasiado íntimo” es paradó­jico para un diario “en el sentido estricto del término”. Nos resta esperar que esos pasajes suprimidos sean la ocasión para una futura edición aparte, un poco como los “diarios secretos” de Wittgenstein, los “diarios particulares” de Léautaud, o los “cuadernos secretos” de Anafe Nin...

Encontré diversas censuras, indicadas por cuatro puntos suspen­sivos, en unas cincuenta páginas. Dado que con frecuencia encontra­mos dos o tres indicaciones de censura por página, estimo que hay alrededor de setenta pasajes censurados en el diario. Un estudio estadístico preciso, en el género de las enumeraciones de Alain Girard respecto a los diarios íntimos, nos apartaría demasiado de nuestros fines: exigiría, para cada secuencia ausente, una hipótesis hitchcoc- Idana a partir del contexto inmediato (secuencia anterior, secuencia siguiente). Además hay que agradecer al grupo editor-censor haber revelado honestamente la existencia del “demasiado íntimo”. Asimis­mo, una nota al principio de la segunda parte del libro (1917) señala que “se han omitido” la mayoría de los pasajes del diario retrospectivo (septiembre-octubre 17) consistentes sobre todo en “anotaciones de sociología teórica, o en diseños y planes para futuros artículos”. Después de la intimidad, he aquí que se hace a un lado la teoría: demasiado teórica, quizá. Pero a ese respecto, los diarios de Wittgens­tein, cuando no son “secretos”...

En cuanto al contexto general del Diario, sugiere que la mayoría, si no la casi totalidad de las secuencias censuradas nos remiten a fantasías eróticas de diversos tipos, o a notas sobre la masturbación

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—actividad narcisista, autista, quizá relacionada de algún modo con la práctica auto-contemplativa del diarista, pero ciertamente también con la posición y otras implicaciones del observador en un contexto colonial, como se verá en el caso de Leiris. El verdadero contexto, ¿no sería el caso de la intervención de un intelectual blanco entre los negros? Un blanco que escribe en cuadernos cosas sobre ellos y sobre él, cosas de blanco, para lograr hacerse un nombre de blanco, allá en las antípodas, en el corazón del Imperio, que se apropió de estas tierras a las que llama vírgenes, tierras-espejo gracias a las cuales el mito europeo de la “civilización” se construye frente al mito-por-con- traste de los “salvajes”. Malinowski es uno de esos a quienes se paga (250 libras por año) para que, junto a los misioneros a quienes detesta, a los comerciantes y administradores cuya presencia rara vez aprecia, nos ofrezca el espejo en cuestión.

¿Por qué es necesario que mezcle en el espejo mágico, junto con las imágenes esperadas del exotismo y el salvajismo, su propia imagen de hombre salvajemente extranjero para los demás y para sí mismo? ¿Se toma acaso por Velázquez y otros artistas barrocos que introducen al pintor en el cuadro?

La contradicción entre el E.T. esperado (D.E.) y el E.T. inesperado (diario íntimo o D.I.), obliga a interrogarse sobre este efecto intertex­tual al interior del E.T. ¿Cuál de los dos diarios imaginarios, el D.E. o el D.I. es intertexto del otro? ¿Cuál es el verdadero E.T. de las obras de Malinowski? O mejor aún: Los Argonautas, Los Jardines, Sexuali­dady represión, etc., ¿tienen que ver con el D.E., con el D.I., o con los dos a la vez? ¿No hay sino dos intertextos en este E.T.-diario?

Aquí la narratología nos invitaría a exponer el problema de las instancias reales o imaginarias que forman el origen de un texto. Tomando, a la manera de Gérard Genette, el ejemplo de Marcel Proust (aun cuando Genette rechaza un poco la segunda instancia), tendre­mos:

1) El narrador: personaje mundano, enfermo, escritor veleidoso, narra sus recuerdos bajo el título de En busca del tiempo perdido.

2) El autor implicado: el narrador-escritor, emproblemado por su creación, expone al lector sus dificultades y sus teorías literarias.

3) El autor “real": Marcel Proust, cuyo nombre no se menciona jamás en En busca del tiempo perdido, aun cuando el “pintor" se

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halla permanentemente “en el cuadro” (por ejemplo, en el último volumen, El tiempo recobrado, la cabellera todavía negra del narra­dor ¿no es la del señor Marcel Proust, al igual que la del pintor en el cuadro Las Meninas es la de Velázquez?).

Por lo que toca al Diario de Malinowski, y pese a que las interferen­cias entre las tres instancias estén lejos de hallarse presentes, podría­mos proponer el siguiente esquema.

1) El narrador, el etnógrafo, redactando un diario de campo.

2) El autor implicado, exponiendo en su diario de investigación sus preocupaciones de etnólogo, de ñlósofo, de escritor.

3) El autor ’real", del diario íntimo.

Regresemos al intertexto. La lectura del Diario no permite descu­brir la existencia de dos textos en interacción. Ciertamente, sería posible, con tijeras y pegamento, reconstituir un diario principalmen­te etnográfico y un diario principalmente íntimo. El precio sería la negación del diario en su calidad de texto inscrito en el porvenir. Y esta tentativa misma estaría destinada al fracaso, ya que la parte íntima aparecería desligada de todo contexto, completamente inútil, mien­tras que la parte etnográfica sería amputada de eso que describe al acto de investigación: los proyectos, dudas, acciones del observador, el problema de sus contactos con los informantes, etc. Todo aquello que no por ser íntimo es menos profesional.

La línea divisioria entre los dos tipos de diario no puede ser marcada definitivamente. No existe el dentro y el fuera en el relato etnográfico. No existe el dentro y el fuera en la ciencia, salvo en función de una línea divisoria imaginaria, no dada sino construida eventualmente por el autor, eventualmente por el lector, eventual­mente por el grupo editor implicado en la institución científica (lo que ha permitido diversas censuras: la línea no era muy clara en cuanto al “no demasiado íntimo” y el “demasiado íntimo”).

Aparte las anotaciones censuradas y desconocidas por nosotros, cuya anulación nos invita a imaginar que se refieren a la sexualidad (¿y porqué no al racismo, etc.?), podemos asignar a la intimidad los relatos de sueños. Son unos quince, y en general no han sufrido la censura del grupo editor. ¿Autocensura? Ciertamente, máxime que estos relatos de sueños son en realidad muy cortos. Además, los

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relatos de sueños tienen derecho a un poco más de tolerancia por parte del censor, ya que el diarista es menos “responsable” de sus derivaciones inconscientes que de sus fantasmas diurnos o de sus acciones.

Aun cuando Malinowski no menciona el “sueño obsceno” o el “sueño freudiano”, siempre hay referencias sexuales en el contenido manifiesto: sueño homosexual (20 de septiembre 1914) con deseo de su propio doble; las mujeres de su vida durmiendo juntas (19 de enero 1914); la mujer que no se deja tomar (noviembre 1917); manoseo de las meseras del bar (febrero 1918), etc.

Muchas de las páginas del Diario están inmersas en un clima de obsesión sexual, relacionadas tanto con la soledad como con la angustia del trabajo de campo. Entre dos “ataques de monogamia”, el 20 de febrero de 1915 Malinowski lamenta no haber violado a una mujer. Lucha violentamente contra los fantasmas y se alegra cuando logra, momentáneamente, alejarlos. “¿Es efecto —se pregunta— de mi soledad y de una purificación real del alma, o simplemente un poco de locura tropical?” (misma fecha). Muy preocupado por su higiene, no cesa de tomar “medicamentos” que van desde la cocaína hasta la morfina y el arsénico. Hace gimnasia tres veces al día (icuando no lo olvida!). Además de la “poligamia” de sus fantasmas y sus sueños, lo inquieta su “homosexualidad residual”, que le despierta la contem­plación de un muy bello joven. Posiblemente no sea del todo cons­ciente de otros “residuos” homosexuales, por ejemplo durante el periodo en que frecuenta con insistencia a un joven francés de paso por las islas, RafEael, cuyo encanto lo lleva incluso a olvidar el diario.

En cuanto a las mujeres indígenas, la reserva es costumbre rigu­rosa, al menos según lo que buenamente quiere entregamos el diario autocensurado y luego censurado por el grupo editor. Admiración por la bellera de los cuerpos desnudos, tentaciones, aquí y allá, “manoseos” y “jugueteos”. Todo se pierde en las decenas de “blancos” producto de la censura...4

En un plano más general están las relaciones sociales, el sustento,

4 La etnóloga Anette Weiner, investigando mucho más tarde en el mismo campo que M., trata de demostrar que el etnólogo hombre ha dejado escapar lo esencial del papel de las mujeres; La riqueza de las mujeres o cómo el espíritu viene a los hombres. Islas Trobriand, tr. fr., Le Seuil, 1983.

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los desplazamientos en virtud de las actividades agrícolas, artesanales o rituales. Los niggers no son de trato fácil. Malinowski en ocasiones se violenta; en una ocasión llega incluso a golpear a un muchacho. Los momentos de intenso placer profesional se dan también con ciertos informantes. Placer, inquietud, angustia, cólera, desaliento, tedio, abandono, entusiasmo: nada le es desconocido al “hombre de ciencia”, para quien la desesperanza, anota Musil en su Diario, es la compañera habitual. Mil anotaciones personales, repetitivas, nos irritan cuando tienden a presentamos un cuadro clínico demasiado complaciente. Se sabe, sin embargo, que el cuerpo del etnógrafo es por excelencia su aparato de registro, aún en la enfermedad: la menos que se considerara que un jugador de fútbol en el clímax de sus habilidades haría un perfecto observador de campo! Si la revelación de un rasgo obsesivo en un diarista no es tan importante para el lector (¿cuál lector?), si la introspección, la auto-observación, el autoanálisis parecen superfluos a los especialistas en ciencias sociales, si las cualidades literarias del informe final no son tomadas en cuenta, no por ello un diario como el que Malinowski nos entrega fragmentaria­mente deja de mostramos las condiciones reales de trabajo en la recolección de datos, esto es, el verdadero contexto del descubrimien­to.

Existe también, en el Diario de Malinowski, otro tipo de relato. Si hay mucha intimidad, mucho trabajo de campo, el lector-conocedor de la obra canónica, arrullado por la teoría de la observación partici­pante, por laKula, por los avatares del funcionalismo, no puede evitar ser fascinado por un efecto de retroacción: el texto AL, proyectado hacia atrás, no solamente resulta iluminado por lo que en el Diario lo prefigura, lo anuncia como borrador o cuaderno de taller del pintor; por sí mismo ilumina violentamente los laberintos del cómo se hace la investigación.

El tercer diario en el Diario es el que he llamado el diario de investigación (D.R., para no confundir con diario íntimo), mismo que no agota la “mise en abyme” del diarista, si consideramos las reflexio­nes del diarista sobre su actividad diarística —el “diario del diario”, como lo llama Leiris.

Interfiriendo frecuentemente con los demás tipos de diario, el D.R. es el relato de ese personaje parcialmente anterior (Malinowski ya había publicado trabajos), presente (publica artículos durante su

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larga estadía en el campo) y futuro: el profesor de etnología cuyo perfil alcanza ya a vislumbrar, y en el que efectivamente se convertirá, con la salvedad de que se imagina célebre “sabio” en su Polonia natal mientras que, como su compatriota Conrad, hará carrera en Gran Bretaña.

Mucho más que en los casos de Leiris, Margaret Mead, Condomi­nas ojearme Favret, quienes antes o después de la publicación de sus respectivos diarios produjeron un texto etnológico, el texto Ai (pasa­do, presente y sobre todo futuro). proyecta su sombra sobre las observaciones y las notaciones en cuestión. A este respecto, la supre­sión de diversos pasajes en la segunda parte del Diario, a lo cual ya me referí, resulta totalmente estúpida.

La producción de escritos científicos no se da por sí misma, en especial la producción de aquellos escritos destinados a seducir y revolucionar a la ciudadela científica. Tentaciones de la soledad: embriagarse con la lectura de novelas, especie de droga fuerte; dejarse llevar por el placer de contemplar y describir paisajes exóticos; reticencia a leer libros serios de etnología; deseo de escribir una novela o poemas; desarrollar reflexiones filosóficas sobre la vida y la muerte; escribir el diario tan regularmente como sea posible...

Felizmente, Malinowski, asediado por las dificultades del terreno, comprende que el objeto de conocimiento privilegiado es precisa­mente ese: él terreno. De la angustia al método... como dirá Devereux. Proyección y esbozos de análisis sobre sus angustias es lo que este obsesionado por el método produce a partir de las interrogaciones esenciales, discutibles, “falsificables” en el sentido popperiano, sobre las condiciones de la observación participante y sobre el análisis funcional en la doble acepción que he señalado.

El lector puede seguir, o más bien adivinar, el gran descubrimien­to de la Kula. Descubrimiento vacilante, despojado de cualquier aura mítico-poética, referido al título del gran libro que revelará al sorpren­dido mundo científico la verdad sobre esta huidiza institución. La Kula significa una búsqueda cuyo objeto no carece de analogía con la búsqueda del etnólogo: la recuperación del Vellocino de Oro por Jasón, jefe de los Argonautas, no tiene nada de gratuita, de lúdica. La busqueda del etnólogo, al igual que los desplazamientos rutinarios de la Kula (so pretexto de brazaletes y collares) es, más que una búsqueda, una conquista. ¿Sobre qué? Sobre el tiempo y la insondable

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desolación que instila en los hombres en cuanto éstos descuidan su mantenimiento a fuerza de ritmos, desplazamientos y rituales: orga­nizaciones del espacio, ya que todo milenio es el sueño de la trans­formación del tiempo en espacio (cf. René Guénon).

Marzo de 1915• Sin saberlo (lo señala una nota del editor del Diario), Malinowski es testigo de un suceso ligado a la Kula. el regalo de un collar especial (Jbagf) . Lleno de “amoroso deseo”, consagra una parte de su tiempo a ocuparse de una Miss Craig y de una Señora Sewitt, a quienes conoció en el barco, durante su corta Kula etnográ­fica por las islas, o entre las islas y Australia.

Es sólo durante su segunda estancia, en 1917-18, cuando la nstitución de la Kula se le revela poco a poco y la escena observada dos años antes entra “funcionalmente” en una visión global. Le llegan informes fragmentarios, frecuentemente indirectos (algún amigo blanco de paso, o el sirviente de un blanco, etc.). Informes “divergen­tes* pero “perfectamente utilizables” (23 de noviembre de 1917). Malinowski se pavonea: “debo reafirmarme a mí mismo que trabajo para la inmortalidad.” Por esas fechas descuida escribir a su prometida (se casarán en 1919), a la vez que trabaja largo y tendido en su diario (“in si tu”, aclara golosamente).

A principios de diciembre, “rapta” a Ogissa, informante que le hará grandes servicios y lo irritará en forma prodigiosa. Más tarde: “Los trópicos han perdido completamente para mí su extraordinario mis­terio [...]. He examinado mi actitud actual hacia el trabajo etnográfico y hacia los indígenas. Mi antipatía hacia ellos. Mi nostalgia por la civilización.”

La rutina le pesa cada vez más. Tentación de dar largas al trabajo, leer novelas para escapar, por ejemplo, al tormento del inventario genealógico —“nada divertido”. Le llegan ideas pasajeras. “Ideas que han mamado de la ‘salsa’ teórica general con la que contaba sazonar mis observaciones concretas.” Ya que “seré con toda seguridad ‘un eminente científico polaco’. Esta estancia será mi última escapada etnológica.”

Mientras tanto, hay que forzarse a escuchar cosas maravillosas de La boca de tal o cual odiado informante. “Esa es una dificultad mayor en la investigación etnográfica, que debe ser superada.” ¡Se debe tratar de no dormir a lo largo de una entrevista demasiado larga, aun cuando

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el tema sea la Kula\ O también “reprimir las ocasionales ganas de irse de putas”...

A principios de 1918, Malinowski observa una serie de intercam­bios Kula. La intensa observación no le impide, de hecho todo lo contrario, abandonarse a la especulación. El D.R. concurre seriamen­te con el D.T. Después de todo, ¿la construcción teórica no es, para él, arma secreta del método empírico? Finalmente, el mundo (el objeto observado) no se entrega espontáneamente: ide otro modo el hecho de cortejar a las dos mujeres del barco no le habría impedido descubrir la Kula dos o tres años antes! Malinowski hace notar que “la definición de una teoría dada puede ser: 1) aquella propuesta voluntariamente por los negros; 2) aquella obtenida como respuesta a preguntas dirigidas, que guiaron al indígena; 3) aquella obtenida por la observación de los datos concretos” (6 de marzo de 1918). El día 13, toca tierra en una isla del archipiélago de Amphlett, lugar sagrado de las expediciones Kula. El 25 del mismo mes, parte una expedición Kula. “Por instinto del secreto o por superstición, me han ocultado siempre sus partidas (a Mailu, a Omakarana, aquí)”.

¡El objeto se oculta! “Son mentirosos, son dados a los tapujos, y terminan por exasperarme. Estoy aquí en el universo de la mentira.”

Una vez más, el investigador-teórico debe distanciarse del obser­vador puro. Si para el segundo no es suficiente “constatar”, sino que igualmente “verifica”, el primero —como diría Devereux— analiza su contra-transferencia: “Tomo en cuenta su reserva, su repugnancia a revelar planes. (Mailu, Boyava, aquí). Me observo haciendo lo mismo y esforzándome por alcanzar un “vacío intelectual”.

La resistencia del objeto lo llena de odio hacia los niggers. Desearía abandonarlo todo. No contentos con impedirle la observa­ción-participante en una expedición Kula, lo obligan a instalarse en otra isla, para que no se vea tentado por las mujeres (29 de marzo de 1918) durante la ausencia de los indígenas. Frustración: lo autorizan a contemplar las canoas de la expedición provenientes de Dobu y... a discutir la Kula con un policía.

A principios de abril de 1918, comienzan de nuevo los secretos. “Las canoas de los Dobuan se han hecho a la mar sin mi conocimiento. He trabajado en casa sobre los problemas de la Kula con algunos tipos.” Es la época del encuentro y la muy estrecha amistad con el joven francés Rafíael. También la época en que le “propina varios

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golpes en la cara” a su ayudante. Y cuando, fascinado por la belleza de los cuerpos femeninos y masculinos, siente remordimientos des­pués de haber manoseado a una muchacha bonita, la convierte, por proyección de su culpabilidad, en “una puta de Kiriwina”.

“Irritado por los ayudantes, hostigado por los mosquitos”, fasci­nado por RafEael (“no debo hacer de él mi tema principal”), Malinows­ki confiesa: “Me preocupan bacante poco los problemas de etnografía” (29 de abril de 1918).

A principios de mayo, por fin: “Un día en que me he puesto de nuevo a bacer trabajo de campo". Sobre el ritual de los jardines.

Durante junio, en medio de una efervescencia de ideas sobre la ‘metodología del trabajo de campo”, se entera de la muerte de su madre. Desesperación.

Julio: “Reencuentro con Mamá, voy a buscarla en la nada." Es el final del diario —y de la estancia en las islas. Casi el fin de la guerra mundial. Sobre el descubrimiento y posterior trabajo de información acerca de la Kula, que se convertiría en el tema central y musical de Los Argonautas y produciría el mito malinowskiano, no sabremos finalmente sino poca cosa a nivel del diario. La recolección de los datos es descrita muy fragmentariamente, de modo indirecto y jamás en cuanto a su contenido. Pero la ausencia de la observación directa y ■participante” es lo que obliga al etnólogo a reflexionar sobre el lugar que ocupa frente a la institución siempre ausente, a imaginar mucho mejor de ese modo el lugar que ocupan los indígenas en relación a sí mismo y, especialmente, el lugar que ocupa la Kula en su “psicología social” y en su vida. La resistencia del huidizo objeto es lo que nutre a la investigación. La no-resistencia o la menor resistencia de otro objeto, inmóvil, más visible —LosJardines— permiten alimentar una investigación más clásica. Al escoger inicialmente la orquestación del tema Kula y de fijar para mucho más adelante la publicación del libro sobre los jardines, Malinowski no se equivocó: describir lo que se le había escondido era mucho más fascinante que describir esos jardi­nes, incesantemente ante sus ojos.

El lector del Diario, con los intertextos célebres en mente (Los Argonautas, etc.), resulta frustrado por el final de los cuadernos. A pesar de repetimos que este final no tiene nada que ver con una conclusión premeditada cualquiera, nos hubieran gustado al menos algunas consideraciones teóricas, o la evocación detallada de una de

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Luis
Resaltado

la últimas jomadas de campo, en ese mes de julio de 1918. Debemos contentamos con la oración fúnebre compuesta para Mamá —o más bien con una meditación muy lúgubre sobre la muerte y la nada. Habríamos apreciado una reflexión del diarista sobre sí mismo como tal, añadida quizá veinte años después, o una teoría del diario en sus complejas funciones— en breve, un autoexámen que me eximiera, como lector que soy, de la necesidad de realizar esta pesada disección.

Malinowski no escatima la redacción, a lo largo de todos sus cuadernos, de un esbozo de “diario de diario”: otro intertexto en el extra-texto.

La preocupación por llevar el diario se manifiesta frecuentemen­te: sea a través de los esfuerzos del “diario retrospectivo” destinado a llenar las lagunas de varios días o semanas; sea a través de promesas, remordimientos, amonestaciones; sea por el registro de una interrup­ción.

El primero de abril de 1915, Malinowski subraya una interrupción de cinco meses. Si se decide ese día a redactar una corta anotación, no es para poner rápidamente al corriente el trabajo que corresponde a ese periodo, sino para consignar su decisión de casarse —así como la fuerte impresión que le causan las novelas de Conrad. “A partir de mañana, no, de hoy, empezaré otro diario y, —agrega sin sombra de broma— debo llenar las páginas de los pasados cinco meses.”

Doble promesa incumplida. El otro diario lo comienza dos años más tarde, el 28 de octubre de 1917, y el diario retrospectivo que abre esta nueva sección no se interesa sino por las pocas semanas prece­dentes.

El título de esta segunda sección es conmovedor: “Un diario en el sentido estricto del término”. ¿Es de Malinowski esta expresión entre comillas? Las promesas solemnes continúan: “Día tras día sin excepción, voy a consignar los sucesos de mi vida por orden cronoló­gico. Cada día el informe del anterior...” La orientación íntima, moral, del diario es subrayada a continuación con todo cuidado. La asiduidad en el trabajo es colocada al mismo nivel que la fidelidad a la prometida. El diario adquiere aquí un carácter muy personal. Podemos esperar expresiones como “querido diario, te juro que...”, de forma parecida a numerosos diarios íntimos de muchacha que conocemos, como el de Eugénie de Guérin.

El 18 de noviembre de 1917 se analiza el interés del diario

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retrospectivo: “Resolución: con calma, sin forzarte, escribe tu diario retrospectivo, a título de trabajo preliminar. Su significado inicial: echar una ojeada al pasado; cavar más hondo dentro de mi concep­ción de la existencia...”

La idea de la recapitulación está presente también en las lecturas y relecturas del diario por el diarista mismo. De tal modo verifica el ritmo de sus anotaciones, la amplitud de sus lagunas. De él obtiene datos que le permiten restablecer una cierta continuidad en su trabajo, si no en su vida. Tiene conciencia del “valor histórico de este diario” (31 de diciembre de 1917), de la “corriente más profunda de la existencia” (5 de enero de 1918). Es un poco el complemento de la gimnasia diaria; una catarsis, en especial por sus “tendencias a la molicie y la lujuria” (16 de enero de 1918).

Algunos meses más tarde, al releerse, reflexiona sobre la redac­ción del diario “en su calidad de problema de análisis psicológico: poner en evidencia los elementos esenciales, clasificarlos (¿desde cuál punto de vista?) y, al describirlos, indicar con mayor o menor claridad su importancia relativa al momento dado, su proporción, mis reaccio­nes subjetivas, etc.”.

En junio de 1918, hacia el final del diario, evoca las relaciones entre su ambición y su gusto por la introspección. Contrariamente a la idea generalizada, según la cual el auto-análisis conduce a la inactividad, éste le ofrece una coartada: Malinowski habla de “la ambición que nace de la mirada que posamos constantemente sobre nosotros mismos —la novela de nuestra vida; la atención que pres­tamos a nuestro propio personaje”. Así, la auto-observación no sería sino la fase inicial de la “observación participante", alimento de la ‘ambición creadora”, siendo el diario su herramienta tanto como la gimnasia o el ejercicio espiritual.

La teoría malinowskiana del diario es parte de la investigación, cuyos rastros, rutinas filosóficas, éticas y místicas nos brindan sus cuadernos. Podremos preferir a esta teoría la de Leiris, más psicoana- lítica y finalmente más orientada hacia una perspectiva epistemológi­ca: las condiciones subjetivas de la objetividad son colocadas en el mismo plano que las condiciones objetivas de la subjetividad.

Sin embargo, en el caso de Malinowski, el D.T. —posiblemente desbordado por los invasores D.I. y D.R.— encuentra en el vínculo entre D.I.yD.R. una instrumentalidad muy diferente a la que se espera

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del cuaderno de campo: la observación de un mundo extraño. ¿Ese mundo no es acaso sino una coartada, un apoyo cualquiera, arbitra­rio? Aquí también recordamos a Leiris, preguntándose si no hubiera podido escribir igualmente su diario de Africa desde París.

René Guenon nos tranquiliza al precisar que, en la búsqueda de la iniciación, no existe un apoyo más noble que otro: aun el más humilde o el más extraño, si llegamos hasta el tope de nuestras potencialidades, puede ser una herramienta espiritual preciosa. Lue­go podemos deshacemos de ella, como Malinowski, olvidándola en el fondo de una maleta vieja.

Invierno 85-86.

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