losultimos - el cuentoescollos invalidando el cain in.o, pero al per- causa del poder que te nía...

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www.elcuentorevistadeimaginacion.org / LOSULTIMOS DÍASDEOCUM por Héctor Alvarado Díaz D e no ser por c irc unstancias inusuales no hubiera deten ido mi viaje. En tres días debía llegar al puerto de Aranz para toma r el barco en que proseguiría de acuerdo a mi iti nerario, y apenas ten ía tiempo justo si continuaba en el tren sin hacer escala alguna cuando aquella ciudad apareció evitando mis planes. Debido a mí labor consular conoc ía bien el entramado de caminos y pueblos de la región, así que no la prisa o la superfic ialidad me habían orillado a pasar por alto la visita a ese lugar, sino el hec ho de que las guías no lo mencionaban y en el mapa era si acaso un cantón insignificante de la república de Ocum, sin ciudades ni aldeas importantes. Por eso, descubr ir a lo lejos miles de casas apiñadas en el dec live de un valle encendió mi interés . Pensé que quizá recorríamo.s.1. m, 1.w.ta distin ta; sin emba~:o~ndo mi ~1w11i:n1v ~- .. 1ex1co2.s u.._.,.,..,.,..,, D \El

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LOSULTIMOS DÍASDEOCUM

por Héctor Alvarado Díaz

D e no ser por c ircunstancias inusuales no hubiera deten ido mi viaje. En tres días debía llegar al puerto de Aranz para toma r el barco en que proseguiría de acuerdo a mi iti nerario, y apenas ten ía tiempo justo si continuaba en el tren sin

hacer escala alguna cuando aquella ciudad apareció evitando mis planes. Debido a mí labor consular conoc ía bien el entramado de caminos y pueblos de la región, así que no la prisa o la superfic ialidad me habían orillado a pasar por alto la visita a ese lugar, sino el hecho de que las guías no lo mencionaban y en el mapa era si acaso un cantón insignificante de la república de Ocum, sin ciudades ni aldeas importantes. Por eso, descubr ir a lo lejos miles de casas apiñadas en el dec live de un valle encendió mi interés . Pensé que quizá recorríamo .s.1.m,1.w.ta distin ta; sin emba~:o~ndo mi ~1w11i:n1v ~- .. 1ex1co2.s u.._.,.,..,.,..,, D \El

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l42 t=ll'.:CT OK ALVANAUO UIAZ.

mapa yel tiempo u-anscurrido desde nuestra marcba atrás hasta toma r la desviación ,:o­salida de la capital, la población más cercana n ecia y de ahí segu ir a su destino. de esa magnitud se hallaba a unos setecien- Yo sabía que el cu lto a Lat inflamaba el tos kilómet ros, en un país colindante, y se corazón de aquel territor io y sus vecinos, de levantaba sobre una sabana exte nsísima. El ahí que una mezcla de miedo y fascinación mapa era muy reciente; imposible un des- me envo lviera cua ndo a lo largo del tra yecto cuido tan grave. De todos modos quise inda- vi cerem onias dcsconocidas,aj cnas al canon : gar, preguntar a alguien acerca de la ciudad turbas de mendigos bailaban en tor no a tet>dida aUá e nfren te, tan repentina e inex- niños cscarnc ciéndolos con cañas filosas; los plicable para mí. Nadie pareció darse cuen- desarrapados cantaban. y se postraban lue­ta, siguieron char lando, mirando hacia a fue- go adorando a las criaLUras como si fue ran ra como si todo estuviera en su lugar, hasta deidades ; el hum o de fogatas moribundas se que el u·en se detuvo con lentitud antes de alzaba iniciando rituales ya ter minados a la llegar a la lerm inal. Apenas iba a señalar a vera del camino; ancianas apedr eaban los algunos lo extraño del camino cuando, carro temp los iner mes. tras carro, el conductor pasó diciendo que La estación era una ru ina ; faltaban los no había forma de seguir adelante . En algún techos y tramos de vía habían sido levanta­punto el u·en se desvió para llevarnos hasta dos por la maleza; no obstante , la puena ;ibí, hasta aque l sitio donde term inaba la vía principal estaba replet.a de mujeres que férrea. Casi todos los pasajeros bajaron a aguardaban un tren que nun ca llegaría. Al j uzgar la graved,id del con1rati empo, y des- pregu ntar, ninguna pudo deci rme con cer­de la venta nilla pude escuchar que las para - te,.a si había otro medio de viaja r aparte del lelas no estaban destruidas ni terminaban ferrocarril; parecían atontadas, encerradas así, de pront o, frente a la máquina impoten- en la obsesión de ver en lontanan1,1 la figura le, sino que su pro longación se encontraba parda de un convoy. La piel morena del sepu ltada bajo monta ñas de tierra que irn- wmu lto me agobió poco a poco mientras pedían el tránsit o. Cuando supe aquello, buscaba una respuesta. Me aba ndoné al si­qu ise es;;onder el pasaporte y mi dinero bajo lencio, caminé los deshechos pasillos de la el asiento temiendo un robo -q ue en la estació n y escuché; en tonces supe <le la más­república de Ocum no es suceso poco co- cara. mún- pcro no lo hice; descendí para un ir- Se decía que tiempo atrás dos o tres me a los demás. Esperaba hallar dos o tres hombres se habían aventurado a buscarla a escollos invalidando el cain in.o, pe ro al per - causa del poder que te nía para proteger los catannc de que eran cicn1.os de montículos de la peste . Las voces y los mur mullos y las de ticrrn gris, qu i,,á ceniza volcánica, los que confesiones de las mujeres me siguieron nos detenían , olvidé siquiera la posibilidad cua ndosa líac aminarporla ciudad:viaj aba n de l pillaje o el roho. Aquella imagen se dila- inund ando las calles, hiriendo las esqu inas, taba por lo menos un kilómcLro a ntes de crea ndo ecos en las casas vacías para a.scgu­pcrdcrsc bajando hacia la ciudad. Si no po- rar la inexiste ncia de la máscara o la posibi­díamosc onlinuar no llegar ía a 1je,npo para lidad de que hubiera un millar de copias abo rdar el barco, así que cnca,'gué mi escaso falsas poblando la urbe. Atemo ri ,.ado, quise equipaje al cuidado del ferrocarr il y me di- corre r o encontrar pro nto algo que me lle­rigí, siguiendo la vfa inservible, a una hipo- vara lejos, pero frente a mí, sólo el vacío y la Lética estación en donde se pudiera consc- ciudad desierta . Aúos at.rás, fui lestigo de la guir un u-anspone . Los Olros abordaro n de desbandada de hombres y mujeres huyendo nuevo el crucero : el conductor resolvi(e~ !!!J o1-avés del dcsicrto ,.®9tt_<tr~~ltÍf,'l la

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LOS ULT JMOS DIAS DE OCU M 1·13

inanición. a la muerte asquerosa de la peste lfar, se unieron para formar uno solo que que aso ló el país del que yo era cónsul; el decreda<itl tiemp o que ha llábamos un reco ­cucrpo ministerial salió a Licmpo para ver a nocimlcnto en las miradas. Sin palabras, la muchcdu1nbre perderse cnuc las dunas; ::isió mi mano y co mcn1.;unos a andar por Ja los qu e quedaron era n apenas reconocibles estrec ha callejuela .Juntos, enigm átirn men ­por sus gr itos, por el desprecio que mostra- te juntos , un niño pe rdido y un viajero sin ba n en sus miradas . Regresa r a la estac ión, destin o claro , remontamos el ca mino hasta desanda r el camino, ha llar qui1,á una ciudad desemboca r en una pla,.a a la que llegaban cercana en la que seguramente estar ían los cuaLro <.:alles. Por ráfagas, me asahaba el apestados de aque lla otra clispe1'Sando su prurito de que e l infante estuv iese enfer mo, carga rnorwl .. . no había .salida l"ju<: yo prnJit:- pc:::10 al fiual <le Lodas maneras aprc1aba. su ra vishunb rar, así que camin é, seguí aden - ma no que, de cuando en cua ndo, se me u·ánclome, automático, hac ia las bocas plo- escurrfa po r el sudo r: él me la volví;, a cn­mi,,as de las calles . Ll'egar, resignado. Creo que nos unía la or -

ui ciudad repeúa por tocios lados editi - fanclad; ninguno de los dos estaba seguro, cios deso lados y casas de un solo p iso. De pero en aquel mosaico de constr ucciones en cuando e n cuand o asomaban rosu ·os ape nas el que se rcsp il'aba la contYición ele la peste, defin ibles para desa pal'eccr luego tras los él era mi guía, yo su protector . ce rrojos de póstigos y. puenas . Mis pasos Seg uimos caminando para Cl'uWrla pla­violaban la cal ma casi abso lut.~ de los ba- we la que era go lpeada por un viemo lre no­tTios, y cada vez más la sospecha ele que no so. Mi compañero se deu,vo un instante, y halla ría form a de salir a tiempo me pesaba jalando ele mi bra;.o me señaló un cuadrado como un fardo en el cuerpo . Exploré con de granito que supuse era el cent ro ele la cuidado los qu icios, los muros, los húmedos exp lanada . A simple vista no te nía nada de a leros en busca de las se ñales de cal o ceniza parti cular; un bloque sucio que sobresalía <¡ne marcaran las viviendas de los enfermos, unos ce ntímetros del sue lo, y que más que pe ro no pude hallar las. Tal vez la pes te había a11tig110 pa recía viejo, como puest o ahí mu­sido tan fulminante que no dio liempo de cho después de construida la pla,.a. Mis via­diferenciar a los contami nados de los que no jes por la región me hablan hec ho conocer lo estaba n. Era estúpido, pero e n muc hos bien su lengua, pero en aquel momento, mo me ntos contuve la respil'ación para que cuando el niño comenzó a rec itar una como el aroma de la muerte me pasara desaperci. oración, larga, repetitiva , asombrosamente biclo. afccLada para un a cri alura de no más de diez

C,c;r<.:a de Ja entr ada de un apr etado ca. afios, no pude comprender ni una palabra. llejón, un niiio trataba de esco nderse; sus De la eufonfa y la Jluidcz de ese idioma que ojos sobresa l1.aclos me descubrieron . Hizo tanto ad miraba, el discurso de l ni,\o hizo un p-0r kvant :11'Se y huir, pero se ovilló de pro n- amasijo de asp iraciones y confusas sílabas. to, man so, dcsesperan,.ado, cont ra una pa- La fuerza ele sus breves dedos languideció y red ; ví entonces una de sus pie rnas desga rra . pausadamente se fue pos1rando hasta que ­da . la mueca de do lor , el sudor baiiándolc la dar de rodillas ante la placa de gran ito. Co n cara , su pecho palp itante por el miedo . movirnieni.os lentís imos, nebulosos, como

Me acerqué; de sus labios iba a despegar en un sueño, marcó círculos, deli neó i1ná ge­algo como un grito que se fue perdie ndo ncs, tocó form as en el aire que tec haba a la cuando, e n accilud tranquila, alargut: el bra- piedra. Para él no hab'fa vacío c1\ el in·1isible zo para ac.tric iar ligcrarncn1.c su ,·ahe1 .. , . r .(),;. f~¡;p;:.t.:io sobre aqu el ,·cctáng-ulo sust.it uLo de rnicdos de ambos, por un fenó meno pccu- santi11arjos o dioses inCOJll.P~~ihlc .;. M e

tlClll!IIIO ~<.!IIY~ "•"'° ,., u.,,_............. 3 •• •• ••

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1-H 1 (EcrO R AL V A.,~l)<) 01.'\Z

mantuve inmóvil mientras el nillo acaricia- cada esqui na el fluir de los dcsagiics atrave­ba la nada en vue los finos com,tde aves saba nuestros pasos; la podredu mbre lasti­ílotando, en relieves y asíntotas que cru,.a. maba los ojos y el olfato; sin emba rgo, la ban el universo tan compacto de sus oj os, de desolación, la abso luta quietud era n iguales sus yemas inventando cielos y estrellas y en todas partes desde mi salida de la esta· lagos que yo no podia ver . A veces inclinaba ción . Ante mi insistencia, el niño respondió la calx.7.a hacia el hombro, yso nrcíasindcjar que íbamos en busca de un te mplo, pero escapar c1 volumen de algún sueño dormido nada había ahí que pudiera parecer siquiera en el hueco de su mano. una casa habitable, mucho menos un santua.

Un go lpe del viento lo hizo despertar . ,·io de los dedicados a Lat. volver un poco a ese lado de la realidad en Mi compañero saltaba ág ilmente entre la que estaba yo, e n silencio. Se sentó sobre los charcos de l camino ; de la inmov ilidad, sus piernas doblada s e inclinó el rostro hasta del te rror y el desánimo con que Jo hallé en casi rocar la piedra; luego sopló en riadas un recodo lóbrego, quedaban si acaso una concéntricas y, conforme su aliento alejaba úm ida cojera y algunos rasgu i\os en los bra· el poh'o superficia l, quedaro n a Ja'vista do, 1.os ... Poco antes de que la calle terminara en líneas de caligra fla y una especie de plano un fondo ciego, el nifio se detuvo ante un te nuemente grabados en las ve1as: las indi· baldío protegido con una valla de alambre. caciones eran vagas, apenas un par de flc. Exarninó y reexam inó el paI'aje como ase­chas y algo parec ido a una e1ípula o una casa gurá ndosc de ser el que buscaba. Dudó un abovedada; la escritura decía: todo st juslific• mom ento, pero al fin me pidió que Jo ayu. alurra; tü que puedes ver mira la peste, mira /a; dara a pasar e ncima de la <.:crea. Creí q ue;: le)'es dt esos Jwmbrts carcomidos dt ceguera. aguardaría a que yo tamb ién la trasp usiera

Su arrobam iento cesó desp ués de unos per o, no bien se vio del ou·o lado, cor rió minu cos y, por primera vez, raramente hasta perderse ent re la cerrada ,cgetación u-ansformado en un ser diferente, lleno de que medraba en el 1erreno. Me scnti descon­fuerza y decisión , e l niño me miró. Se levan · certado, vacío de pro nto, de tenido en medio tó sin dejar de estud iarme; una luz pequeña de l paisaje que se acerca ba a mis sueños le visitaba el rostro hacié ndolo semejar un infantile s del Purgator io . ángel harap iento. Me dij o ven, y a pesar de La huida del niño fue como un go lpe en que era un sinsentido, a pesar de compren , el rostro : 111c hizo despertar a la ciudad que, der que su fragilidad de nada podía prole- allá abajo, era abrasada por una delgada genne en aque l ro n'lpccabezas de ace 1·~s de- tmht! qm~ yo imaginaba de agonías y de sicrtas, lo seguí. muerte. Aún así, no sabía si emprender el

Como un ciego, me dejé conduci r hasta regreso o aprovec har el que estaba casi en detenernos ante las dos calles que conflu ían las afueras para salir huyendo hacia las mon ­cn el límite de la plazoleta . El niiio escogió ta ñas y escapar de la peste ... Decidí volver. una y echó a andar . La ruta, que con un Quit.á fue la aparente predestinac ión que ligero ascenso al prin cipio se perdía luego me hacía deambular po rl os huecos de aque ­de vista tras una curva prolonga da, nos con. lla ciudad, o tal vez el deseo de desentrafiar dujo hacia uno de los lugares más al!Os de la las incógn itas que me planteaban , lo que me ciudad . Mis preguntas era n respo ndidas con dictó el regreso. imprecisión po r el infante, quien parecía Comencé a desa ndar el camino, pero no absono en estudia r cada resquicio del cami- había recorrido unos rnet ros cuando de la no . Cuanto más avanzábamos, la sordidez puerta entreab ierta de una casa cercana sa. crecía; las casas era n m!seras y borro"tlCtlllllftó el eco de la voz rli!:l~Mri~n tlomc . - . . ~ ~ •• u .... ,..,...,, • \El

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LOS U LT IMOS DIAS DE OC.IIM

Todo el inexplicable, confuso cúmulo de sucesos que ya me propo nía ordenar enfren­tando de nuevo el reto de la ciudad infesta­da, resuelto a violar las casas, los ed ilicios, obligando a la ge nte escondida a solucionar mis dudas, se esfumó al dirigirme, casi sin rcílcxiona r, hacia el umbral ele donde pro­venía la voz.

La estrechez ele la entrada y el encegue­cim iento al pasar de la luz a una oscuridad mortec ina, me hicieron cree r que me halla­ba en un cuarto muy peque llo contra cuyas paredes chocaría de un mol'nento a otro, así que fui arrastrando los pétsos para seguir las aspere1..as del sucio, para medir las sinuosi­dades del trayecto palmo a pa lmo, ha.~ta topar con una especie ele escalón que me hizo detener. Una ma no endeble tomó mi antebrazo y me or ientó en la sombra que se hacía rnenos densa mient ras cami nábamos. L~ habitación e ra mucho más extensa ele lo que sup uset luego de uo L1·ccho largo atisb é una franja de lu¿ ~•· rándose por la boca de ot ro quicio sin puerta. Cuando la ilumina­ción fue suficie nte, las facciones angulosas del niño se hiciero n visibles. Vamos por la máscara,, d~o.

No senú lemor; estaba convencido de que era prefer ible entrega rme al azar, se-guir el curso de esa histor ia en la que yo ligurab;i como perso naje aunque no lo de­seara.

Antes de llegar al ,1cceso, el pequeiio me soltó y dejó <1ue cam inara solo hasta allá. Apenas e ntre las miradas de muchos niiios que coincidieron e n el pó rtico. Se enco ntra ­ban hincados forma ndo un círculo alrede­dor de un altar vado. El nuevo cuarto, ilu­minado por el sol, poseía una bóveda altísi­n,a a la <¡uc rc1nat aba una linLcrna. Era como si a ese nicho, alejado de la ciudad, polvoso, se hubiera lras ladado la nave pr in­cipal de un templo . Caí en la inacción, sin saber cuál era mi cas illa en aquel ajedrez de cxlrrui os eventos : la.s m iradas, la in 1nt.: 11!).:1

cúp ula, la luz cayendo a plomo sobre el altail

EL MONJE QUE CONOC!O LOS COCES DEL PARAISO

Urr religwso pedía siempre a Nos qu, t, t1UJS1rase el goli) má.s peq,u,Jo del Para/Jo. U11a vez se /~ ápartcié 1ma avecilla que u pu.ic á

ca,uar maravi.lwsam.enu y, que1ierulo wgerla, la sigui4 a u11 bosque y <.<cu<llánd<>la se qi,edó j1111w a 1111 á rbol y ailf pa.s6 largo ra/Q. Cuando la avecilla «M a volar, el monje se //irigiJ al monasterio y vio que el dau.Jtro estaba comphla· me-nle cambiado. A dura.s pmas le dejaron en. lrar, pon¡ue no lo 1'eC()1wc(a1J, Todos se admira.. 1w1 <U 1.1e·rk y il tle ver a los demás mo,ifes. Cuando el abad le prtgu1116 q11iit1 regta ti wn­venl() 1:11 l<t ipoca m que habta yz/ido, con.stdJa. ron las cr6nica.s y viero-n que habúz. pasado un sinfín de a,ios. El »umje dijo q,u il sólo habla ~stado fuera una llora, distraúlo por el dulce tanlc de un pd.jaro.

N(IJ 1<1Jor a11ó11imo c,.l(: la (ciad Media

t.leXICO 2.S ,..u, - ............

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146 HECTOR AL VARADO DIAZ

yermo ... J uzgué que lo único nalU1-al era absidal, salieron marchando sombríamente an odillar me j untO con ellos, perder mi con- para desaparecer trás de mí que continuaba dición de intruso y esperar a que sigu ieran ar rodillado ... Pensé en la secuencia que me crnnscurriendo los minutos de aquel día lle- había llevado ahí, la desviación insólita del no de confusión . tre n, los rieles inutilizados, mi determ ina-

Cada ciertO tiempo se agregaban más ción de buscar Otro transporte , el suplicio de niños al grupo; de todas direcciones llega- los mendigos, una ter minal pululante de ban corr iendo, algunos casi indemnes , ocres caras, las calles marchitas, el sigilo, y fina l­lacerados y llorosos, a un irse a aquello que mente mi encuent ro con el destino en la p~re d a la disposic ión de un ce re mo nial. El forma de un ni ño abatido que me condt~ O y altar no era más que una columna de piedra me apresó, sin remedio, en el camino hacia encima de la cual descansaba una hornac ina este fotiche que no comp rendía y que, ilumi­amplia . Las rod illas comenzaban a doler me nado y tem bloroso por los rayos del sol, y no hab ía ningu na señal que sugiriera la desde la oq uedad en forma de concha, pa re­razón de la espera; cada tanto, ojos inqu isi- cía dirigirme un mensaje oculto tras su dis­t.ivos examinaban el quicio por el que yo posición oval... La cabelle ra ocre de mi único había entrado y los ten ues murmullos del acompañante tit ilaba con el sol. Luego de grupo se dispersaban por la gran altura del una ornción silenc iosa frente al altar, se vol­salón . vió hacia mí y me explicó con vozseg urn que

Poco a poco se hizo el silencio, t0dos se la máscarn y uno de los niños saldrían con­inclinaron hacia el suelo y quedaron así. migo de la ciudad esa misma noche; nada como pet i-ificados, en una perfecta quietud más dijo; cami nó tras los pasos de los demás prop iciator ia. Otra vez me sent í ajeno, muy dejándome ah í, solo. Una nube cruzó sobre lejos <le capta r lo que pasaba , y cuando iba a la linterna y el recinto fue barr ido por su imitar, irr eflexivame nte, el gesto del grupo, sombra; todo se perdió un instante menos el una criaturn impecab le, limpísima, la pri- brillo narcótico de la máscara que me hizo mera que veía sin se11ales de vioJencia sobre levantar, ir hacia la hornacina con la certeza su cuerpo, entró sosteniendo la máscara en- de hallar por fin una explicación. tre los brazos. Frente a la máscara, 1.an cerca que casi

No pude verla bien sino hasta que el podía empañar su supe r ficie con mi respi ra­nifio la puso en la hornac ina. Nadie abando - ción, reparé en cada detalle de su color, de nó su postració n por muchos minutos, a.1í su texturn y su magia que la hacían temb lar que tov c: basta nte p.:trá ob.:scrvarlá, para cua l :si r;uvie n:t v ida . Tc:me ro:so , lle no de re ­prendarme del llamado de su brillo, del serva, hice que mis dedos la roz.aran apenas ; magnífico acabado, de sus cuencas deshab ,- luego, tra nsité sus finos rasgos que más pa­tadas pero a la vez sed ientas de ojos, de reda n recubiertos de suave pie l que de cs­pulsiones, de la luz de algu na mano deter - malte o laca y, resuc lt0, la romé en mis minada que la llevarn al rostro. Abstrnído manos separá ndola del nicho. Su ligereza por la contemp lación no advertí que les me pasmó, le di vuelta con respen ,osa lenti­concclebrantes se habían incorporado y me tud, y en su convexidad inter na hallé un miraba n, Todos, como si fuern yo el centro cilindro de hojas de pape l anudadas con un de l ritual, clavaron sus pupilas en las mías, listón ... como trae.ando de comunicarme, ahora sí los at'fos han pasado des/Ú q,u la máscara con ccne,.a, el pape l que me estaba dcpar i - extravió su dtslino. Hombres y circt'11Slancias st do en la ceremonia. Excepto el último en cmifaliularon para pervertir el aire, apesta,-/o de

entra r, los niños fueron vaciando el reLll!l!.!lll'ases, normas, actos se t.lil!w.<!R)'!/11 la

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LOS ULTI MOS D I.AS DE OCUM l i7

volw,tad. Con J1a/a.brns, con libros execrables A ellos se debió la pr imera imagen del mws pocos dispo,~, del poder y hat1 dado marcha in 6erno, hasta entonces inaudito para los atrás a la hisU>ria, han borrado casi lo que a1,tes devotos de Lat. Evitando la consumación fW!; violat1 y111aldic1m otra léy que la suya debido plena de la muerte, las almas quedaban ve­a que 11adie ,s capaz de tr1frtr11arl.os porque creer, dadas del ciclo por una cúpula córnea , casi qtu la mó.scara es un Stuni.o, o un miU> o w,a invisible. Conden ados a permanecer sepa­invericwn. rados del 6rmamento, los espíritus sufrían

Mas hcla aquí, puedes tocarla, verla , de día los rayos del sol, y po r la noche el encender la profunda mudez de sus cuencas; fulgor de las estrellas; les era imposible des­ex.iste, y en vez de buscarla, la gente se cansar o quejars e o conciliar el suefio a causa acobarda, grita, huye de su imagen como de del calor y la constante luz fusügándoles los una infección morta l. Por eso esta memor ia ojos. Así, la geme no terminaba nunca de -o la min a qu e de ella quede- servirá al morir, agoniz.~ba, perdía el sentido pa1-a re­fucgo de quien lleve la máscara, le impondrá cobra rlo lleno de pesadillas negras, suplica­valor y arrojo, y sabiduría para burlar los ba la caridad de una muenc que jamás lle­escombros, las trampas ... todo se ju sti6ca gaba. En el án imo de los creyentes se suscitó ahora; t6 que puedes ver mira la peste, mira la duda, creció el temor de la interm inable las leyes de esos hombres carcomidos de aflicción, de la tremenda espera ... Una vez ceguera ... difundida esta idea, los sa<:erdotes dispusie-

El resto del manu scrito me descubrió ron la liturgia para librarse de tal calamidad; poco a poco lo que se conocía como la peste. citieron a los habitantes a preceptos ignomi -

Dos gcucrncioncs atrás, había llegado a niosos y cada dfa el fuego sacra mental de Lat la ciudad un hombre cuya nación borraro n se iba exti nguendo para dar cabida a los el des ierto y las morta les annas de la codicia. excesos del nuevo dogma centrado en el Se escurrió al abrigo de una noche hasta la aniquilam ient0 de la voluntad . casa del Primer Gestor; bur ló la guard ia e Los cora,.ones y los recuerdos se endu­hizo pr isioneros a sus tres hijos en algún rccieron al paso del 6empo, nadie se ayuda­sótano escondido. Al paso de los d.ías el pa - ba entr e sí y se olvidó la exper iencia, la dre, desesperado, accedió a nombrarlo suce- palabra, el legado de los muchos afios de sor en descargo del primogénito, y una vez histOria; cayeron en la indiferencia las he ­en la Gestoría, desterró a los legítimos go- rcncias familiares cuya fuerza mermó hasta bernant cs, dio 6n a la vida de los sacerdotes desaparecer de la memoria de todos. Nada de todos )os templos e inició una campatí.a fue,·on l~s glorias ni los grandes goen·eros violentaco 1iLra los creyentes. Los sacerdotes que sostenlan con su presencia ete rna el que él mismo nombró, viendo la ventaja del porvenir de cada gene ración. El pasado fue poder ilimitado de su posición, lo apa rtar on anulado por los sacerdo tes quienes enseña ­de su camino pagando a un asesino al que ron en Jos Jugares sagrados el nuevo orden. luego desprotegieron e hicieron condenar. Iniciado el convencimiento, el grupo Pero la semilla ger minó ... En poco tiempo adoctrinó a unos pocos para enseña r en los el cargo de gest0r fue proscrito para cenl1-ar atrios; estos falsos oficiantes llevaron a la el mando en cuatro ind ividuos de la casta población a denostar comra el ant iguo pen­sacerdota l. A par6r de ento nces come nzó lo samient0 y los viejos ritos, de forma que que el manuscrito llamaba la fJesle, que no prontO los templ os perd ieron su natura leza era otra cosa que la reinvenció n de todas las para devenir en sitios de propa ganda y luego 11on11as , usos y leyes del país al arbitrio de e n escue las e n lasque paulatinamt.:ntec reció los gobernantes . tléiiiffllf de la corr upción.~~@> ¡ji"!,ª,.,

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Ccsroría cerró sus puertas y ahí, en oscuros cuartos .. en inaccesibles salones se pcrgciía­ron los té rminos de l precepto.

Todo individuo mayor de cuarenta afios fue condenado al destierro; a las jóve nes fértiles se les prohibió gestar en un lapso de diez, y vencido el plazo, los niíios tlebían ser expulsados del hogar ape nas caminara n, de suerte que las calles se poblaron de fan1e1s­mas, desespe rados combadcntcs, fieras en luchl por los desechos podrido s de alimento en los basureros públicos. Quie nes alcan,.a­ban la pube1·tad -famél icos, animales re­sentidos que penosamente se h:1cían enten­der- quedaban bajo la protección de !os sacerdotes. Sin padres, sin memoria, era n aleccion ados para formar las instiLUciones del poder.

El ot rora rico come rcio de la ciudad, fue cayendo e n manos de fiscales designados por los sacerdotes, quienes no omitieron asentar en el precepto que todo Oojo de mercancías debía pasar por sus aduanas. Has1a eJ ag ua, densa y arenosa, se medía escrupu losame nte ant es de ser repartida en­tre el pueblo que pagaba por ella el alto precio de la mansedumbre y la obedienc ia.

En la Gestoría inmensas bodegas atcio­rar on la comida, amontonaron los granos y protegieron los géneros ; no bien entraban a la ciudad, las reses se conducía n a nume ro­sos corra les en cada adua na.

El centena rio mercado declinó su tráfa-

l l t:C'r O K. ALVAKJ\UO UIAl

La cerr azón de los li ranos hacia otros pucblos ,s u re nue ncia a pagar deudas o cum­plir acuerdos, hicieron inminentes las gue­rras; las agresiones aumentaron, se debilitó la de fensa de las fro nternsc uyoslímitcsacrc ­cieron sin rclllCdio y vieron mori r a los incondicionales de l pocler. Esa fue la época en que, como úl1imo r CCllJ-SO para cvi1.ar una invasió n, se 1nand6 inhabilitar la vía <ld Lrcu con miles de montículos de tierra . Al fina l, se firmo una paz vergo nzosa b;~o té rminos que obligaron a la pob lación a ot ra vinual esclavitud, a una apertura al caos, al desor ­den. Muchos hombres, dester r~do~ por dé­cadas, aprovecharon para volver a la ciud:ul. L1 encontra ron en ruinas y tuviero n <"pie condic io nar su precaria existenc ia a lo <1ue los niños - rápid os ya en la ciencia de con­segufr ali mento y recorr er las venas de Ja urbe- dejaban tras de si luego de sus incur­siones diarias . Copias de so mbr,1s, émulos de ho mbres encen dían fogatas en las afueras y aguardaban Ja suerte de alrapar;1lguna e ria. tura con el fin de ,normenta rla para que confesara los rincones más prop icios en don­de hurtar com ida o hacerse de ropa protec­tora de las frías noches.

Sirviéndose de la convulsión algu nos re­patriados, los de más valor, se unieron para formar una cofradía . N margen de la vida, sobreviviendo milagrosamente en ángu los inescrutables de las cloacas, la cofradía llegó a conr,ar cuare nta o cincuenta ele mentos cuyo nú mero nunca aumentó por el acen-

g•o, naüa se vc rn..lía o j 11u;:rc...:1m1Jh:tl.Ji.:t ~in lo~ d d d l d b. ra o temor e a gente a ser escu ,ertos sellos sacerdota les en la moneda y en los violando el precepto . El gr upo resistió var ios documentos mercantile s; en naqueció el ga- años no obstante el acoso sacerdotal; en su nado particular y las casas más íloreciemes seno se esculpió la máscara y fue redactado vieron agotadas sus arcas por el diligente el documento que hallé en su interior . saqueo de los fiscales. En el texto no se estipu laba con claridad,

El arte ele la te1Tacota y la incrustación pero era posible que la máscara y el deta lla­de joyas, la fundición de bronces de gran do manuscrito hayan llegado a los niños a durcw , el secreto equilibrio de las cúpulas través de algún cofrade, o que a ellos les de catorce lados quedaron sepu ltados en el fuera per miLido ocurr ir a las reuniones sigi­ayer porque maestros y artesanos sufrie ron losas, o incluso que la secta entera est uviese el destierro, y los posibles apre ndices mo- constitufcla desde un principio por niños cu­rían de fiebres o inanición en las calles anó- )'<"\S madres se rcsis1icron a <lcs:unparar. y a ni mas ele la ciudad . tL~!~JOquienes se enseiió a~ill,i.i¡,J,P.; que sf

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LOS ULTIMOS Dl,\S DE OCU M

se explicaba era por qué me habían eleg i­do ...

El tXlratijero llegará de pnmlo, como de la nada. vendrá ca111;1umáo, re1a,ulo los escombros. Conocerá muslra lengna como nosotros mismos y sin temor a con,aminarse ctmfiará su de.sJino a 1m 11i1io, y 10111am la máscara y ningún da,w recibirá de su poder ...

El escrito concluía apres urada mente; parecía incompleto. En las últimas dos p~gi­n:.s h:::.hfrt c·i1:as dd prc:,rep 10; :::algun as rk: e llas se refutaban cuidadosamente, otras, eran llenadas de invecLivas y rep udio ... pero de la m:\scara y su ministerio, ni una línea n1ás ...

La L-:trdc se colaba a través del techo vidr iado. El recinto ennegrecía cada ff1inuto igual que mi au·ibulado áni mo. Oevolvi los pape les a su lugar e n el reverso de la másca­nl; no sabía qué hacer ni con ella ni conmigo. Casi pude sentir su rechazo t ua.ndo sin COOw

vicción, tibiamente, quise acercarJa a mi rOS· tro. El lastre del constante miedo me había dr·5apr1reci dn d,..J pt"éhA y ~-.h~ r:'l ;-iniflah:., t"n él una sensación de fracaso.

Salí del adorator io a la calle empedrada; llevaba la m~scara bajo el bra io y en el corazón 1a esperan1..;.1 de haJlara mi guia ou·a vez, e me rgiendo del escondrijo más dcsu ­snal. Erré \ in poco sin ir en una direcc ió n fija , sin cuestionarm e; de hallar al nillo no sabr ía qué decir, cómo enfrenta r ese desa­cierto de no comprender o no tener el valo,· de as unlinnc como un guerrero o soldado o dios que, terrible , ar ,·asara la ciudad y su pc~ac p~'lra reco nstn.1irb 1 pá ra purifi c ::trb después. Pero la vergücní'.a o la dignidad rnc a1-r~jaron a deam bular , a estrechar la madc. ra contra mi costado, <1 rastrear con todos los semidos la presenc ia de alguna de las criatu ­ras que se habían reunido par:J reconocerme como una especie de de fenso,·, o pote ncial vengan1 .. .a.

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Y AS! SUCESIVAMENTE

En ú.mdres, una banda d.e Jadnmts perfo,.,. ra la caja fuc11e de una fayeria y roba coliores t.k perla\ tiaras, anill.os d~ oro, piedras pruio• sa.s. AIU e11cue11tnrn la lia'IX de la caja fuerte vecina. qut también saquean y en cuya caja f,u,rt< lv,Uan la llaw ,k lo. caj<L [,iert< de '""' tertt ra joJerfo y ...

Robcrt B rscs~n

Cuesta abajo la travesía no fue dura; en apariencia bajé exac tanlenle descaminando el ascenso, sin embargo, no llegué a la pla,.s: algún recodo confundió mis pasos, cierto ;Sngulo de cierro esquino , o el so l q ue a esa horaal umbrabadi s1jntamentc lasacc ras. l.a I

' Ctlflll o ...u,_ ............

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ciudad era un poco menos grotesca , de segu­ro porque sabía que la peste no era física, que invadirla mis entrañas de dolor y asco y pus ... Varias cuadras adelante de mí, una carga de paja apilada sobre una carreta era consumida por el fuego y arroj aba al aire su humo blanquí simo. Al acercarme al lugar atra vesaro n corriendo, por un segu ndo, po­siblemente visiones de la niebla o la culpa, cuatro, cinco niños que fuero n a perderse tragados por las ca llejue las :;obre lo.$ que csi.aba a punt o de caer la noche.

1 IECTOR ALYM\AOO DIN!

Emprendí el viaje y me siguió, cada vez más cerca. Al poco tiempo de nuesu·a par tida, un cruce de varios caminos nos detu·,o; ante mi indecisión, e l niño adelantó uno s pasos y se paró sobre uno de ellos; esperó a que lo tomara y volvió a andar tras de mí.

Mienr-ra..~ camin aba lo interrogué sin apr e mio acerca de la distancia a la población más próxima, la posib ilidad de viajar desde ahí para tomar mi bar co, y sobre todo de su voluntad de irse conmigo, de segu ir jun tos . Siempre el mutismo fue su respuesta , e l silencio a pesar de que algo nos unía indiso ­lublemente . A media tarde nos detuvimos a

Aceleré el paso, traté de corr er en busca de asegurarme de haberlos visLo, y sor pren­dí a uno, raud o, desaparecido t ra5 u11 po rtón de madera. Las br iznas carbon izadas de paja descansar; los parajes semidesérticos a los ílot.aban sin peso acar iciándome el rostro al lados de la ruta era n barr idos por el vienLO pasar junto a la carr eta . Lejos, un ed ificio que formaba y destr uía minúsculas dun as al vagame nte familiar me afirmó la certeza de cor•i·r. Separado de mí, seni.ado bajo una andar cerca de la es tac ión. No te nia sen tido sombra, el n iño me observaba ... Al senLir me rcg re5tn ahí, de manera <¡ue evité ese derro~ espiado. acusado fierame nte por su mirada, tero toman do una calle angosta que al poco yo Oleaba con nei-viosismo la lejanía . H ubo rne h.i;,.o enconu ·at ll"'.IC a1ue las vía s. rnomcnt0 s en que deseé gritar, ar roj ar fo.

Con la máscara po r tocio equipaje, co- máscara y correr para no verlo más; pero la meneé a alejarme ele la ciudad escoltado por fuerza de un compr omiso inexplicable me el brumoso paisaj e de mont.afias que de tan - ataba a su pre sencia. to en tanto cubrían los rieles . Pocas fogatas Hacia calor; rea nudam os la marcha. A laceraban la oscuridad, pero se o ían surgir lo sumo un par de horas después. una ma n­de la noche resoplidos, quejas , algu na súpli- cha brillante a lo lej os me hizo prefigurar ca de muel'te . Seguí la vía hasta la madrug a- una ciudad . Una energía sú bit.a me aLraía da cuando, ya muy le_jos de la peste, me Lendí como un imán , recorría mi cuerpo y lo iba a dor mir bajo un árbo l. poniend o te nso ... Apreté el paso para llega r

L1 leve luz del alba y mi propio ca nsan- lo más pro nto posible. Cua ndo est uvimos cio me desperi.aron de un sueño inquieto de

cerca, con una excic..:"'tción sorpr endent e en var i::ts horas ; por algun a ra.z6n no rne asom -bró ver al niño e n cuclillas recortado contra cada movim iento, el humo de las fogata s me el horizonte. Una tibieza, una sensación Y llenó de extraüe1a - pe ro y-a no de temor­ade lantada calma me invad ió por nuestro y car en la cuenta de que el niñ o me había recncuenLro . ln1.c n1.é aprox ima rme a salu- Lrafdo al mismo sitio po r otro camino . Me darlo; tocar, acar iciar su cabeza, rendirle volví hacia él; vi en sus oj os las palabras, las cuentas, una disculpa de aque l trance de frases no dichas, la hum illació n, el ham bre ... huida e n qu e me hallaba ... pero no bien me y caminé, me emp ,~é sin pe nsar más rum bo movfa, é l echaba a correr indefectiblemente . a la ciudad. Los demás ni iios se nos fueron Repet idas veces le ofrecí la máscara y traté uniend o para hacer una proces ión en cuyos de que me hab lara, pero siempre hallé su pasos podía escucharse el rencor . La másca­cautcla y sus dudas . ra me quema ba las ma nos conforme el cd i-

Sc m ant1,1vo k:jos, sjn h~blar , pero con ficio de la Gestoría, a llá adcb nLc, iba 3.bricn

los ojos me dictaba que siguiera adcJ,intc. ,¡:lo sus puertas negrast.:::\,..,"'@ • CIC\UIIIIO ~'11\e>' o "•"'° ,., u.._.,.,..,....,, 3 \El