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Los Tres Mosqueteros Por Alexandre Dumas

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LosTresMosqueteros

Por

AlexandreDumas

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Prefacio

ENELQUESEHACECONSTARQUE,PESEASUSNOMBRESEN«OS»YEN«IS»,LOSHÉROESDELAHISTORIAQUEVAMOSATENERELHONORDECONTARANUESTROSLECTORESNOTIENENNADADEMITOLÓGICO

Hace aproximadamente un año, cuando hacía investigaciones en laBiblioteca Real para mi historia de Luis XIV, di por casualidad con lasMemoriasdelseñorD’Artagnan,impresas—comolamayoríadelasobrasdeesa época, en que los autores pretendían decir la verdad sin ir a darse unavueltamásomenoslargaporlaBastilla—enÁmsterdam,poreleditorPierreRouge. El título me sedujo: las llevé a mi casa, con el permiso del señorbibliotecarioporsupuesto,ylasdevoré.

No es mi intención hacer aquí un análisis de esa curiosa obra, y mecontentaréconremitiraellaaaquelloslectoresmíosqueaprecienloscuadrosdeépoca.Encontraránahíretratosesbozadosdemanomaestra;yaunqueesosbocetos estén, la mayoría de las veces, trazados sobre puertas de cuartel ysobreparedesdetaberna,nodejarándereconocer,contantoparecidocomoenlahistoriadelseñorAnquetil, lasimágenesdeLuisXIII,deAnadeAustria,deRichelieu,deMazarinoydelamayoríadeloscortesanosdelaépoca.

Mas, como se sabe, lo que sorprende el espíritu caprichosodel poeta nosiempre es lo que impresiona a lamasade lectores.Ahora bien, al admirar,comolosdemásadmiraránsinduda,losdetallesquehemosseñalado,loquemás nos preocupó fue una cosa a la que, por supuesto, nadie antes quenosotroshabíaprestadolamenoratención.

D’Artagnancuentaque,ensuprimeravisitaal señordeTréville,capitánde los mosqueteros del rey, encontró en su antecámara a tres jóvenes queservíanenelilustrecuerpoenelqueélsolicitabaelhonordeserrecibido,yqueteníanpornombrelosdeAthos,PorthosyAramis.

Confesamos que estos tres nombres extranjeros nos sorprendieron, y alpuntonosvinoalamentequenoeranmásqueseudónimosconayudadeloscuales D’Artagnan había disimulado nombres tal vez ilustres, si es que losportadoresdeesosnombresprestadosnoloshabíanescogidoellosmismoseldía en que, por capricho, por descontento o por falta de fortuna, se habíanendosadolasimplecasacademosquetero.

Desde ese momento no tuvimos reposo hasta encontrar, en las obrascoetáneas, una huella cualquiera de esos nombres extraordinarios que tanvivamentehabíandespertadonuestracuriosidad.

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Sóloelcatálogodeloslibrosqueleímosparallegaraesametallenaríaunfolletónenterocosaquequizáfueramuyinstructiva,peroatodaslucespocodivertidaparanuestroslectores.Noscontentaremos,pues,condecirlesqueenel momento en que, desalentados de tantas investigaciones infructuosas,íbamos a abandonar nuestra búsqueda, encontramospor fin, guiadospor losconsejosdenuestroilustreysabioamigoPaulinParís,unmanuscritoin-folio,con la signatura núm. 4772 o 4773, no lo recordamos exactamente, tituladoasí:

MemoriasdelseñorcondedelaFère,referentesaalgunosdelossucesosque pasaron en Francia hacia finales del reinado del rey Luis XIII y elcomienzodelreinadodelreyLuisXIV.

Adivínese si fue grande nuestra alegría cuando, al hojear el manuscrito,última esperanza nuestra, encontramos en la vigésima página el nombre deAthos,enlavigésimaséptimaelnombredePorthosyenlatrigésimaprimeraelnombredeAramis.

El descubrimientodeunmanuscrito completamentedesconocido, enunaépoca enque la ciencia histórica es impulsada a tan alto grado, nos pareciócasi milagroso. Por eso nos apresuramos a solicitar permiso para hacerloimprimir con objeto de presentarnos un día con el bagaje de otros a laAcademiadeinscripcionesybellasletras,siesquenoconseguimos,cosamuyprobable,entrarenlaAcademiafrancesaconnuestropropiobagaje.Debemosdecir que ese permiso nos fue graciosamente otorgado; lo que consignamosaquíparadesmentirpúblicamentealosmalévolosquepretendenquevivimosbajoungobiernomásbienpocodispuestoconlosliteratos.

Ahorabien,loquehoyofrecemosanuestroslectoreseslaprimerapartedeesemanuscrito,restituyéndoleeltítuloqueleconviene,comprometiéndonosapublicar inmediatamente la segunda si, como estamos seguros, esta primeraparteobtieneeléxitoquemerece.

Mientrastanto,comoelpadrinoesunsegundopadre,invitamosallectoraecharlaculpadesuplacerodesuaburrimientoanosotrosynoalcondedeLaFère.

Sentadoesto,pasemosanuestrahistoria.

CapítuloI

LostrespresentesdelseñorD’Artagnanpadre

Elprimerlunesdelmesdeabrilde1625,elburgodeMeung,dondenació

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elautordelRomandelaRose,parecíaestarenunarevolucióntancompletacomosiloshugonoteshubieranvenidoahacerdeellaunasegundaRochelle.Muchosburgueses,alverhuiralasmujeresporlacalleMayor,aloírgritaralosniñosenelumbraldelaspuertas,seapresurabanaendosarselacorazay,respaldando su aplomo algo incierto con un mosquete o una partesana, sedirigíanhacialahosteríadelFrancMeunier,antelacualbullía,creciendodeminutoenminuto,ungrupocompacto,ruidosoyllenodecuriosidad.

Enese tiempo lospánicos eran frecuentes, ypocosdíaspasaban sinqueunaaldeaaotraregistraraensusarchivosalgúnacontecimientodeesegénero.Estabanlosseñoresqueguerreabanentresí;estabaelreyquehacíalaguerraal cardenal; estaba el español que hacía la guerra al rey. Luego, además deestasguerrassordasopúblicas, secretasopatentes,estaban los ladrones, losmendigos,loshugonotes,loslobosyloslacayosquehacíanlaguerraatodoelmundo. Los burgueses se armaban siempre contra los ladrones, contra loslobos,contra los lacayos,con frecuenciacontra los señoresy loshugonotes,algunasvecescontraelrey,peronuncacontraelcardenalnicontraelespañol.Deestehábitoadquiridoresulta,pues,queelsusodichoprimerlunesdelmesde abril de 1625, los burgueses, al oír el barullo y no ver ni el banderínamarillo y rojo ni la librea del duque deRichelieu, se precipitaron hacia lahosteríadelFrancMeunier.

Llegadosallí,todospudieronveryreconocerlacausadeaqueljaleo.

Un joven…, pero hagamos su retrato de un solo trazo: figuraos a donQuijotealosdieciochoaños,undonQuijotedescortezado,sincotaniquijotes,un don Quijote revestido de un jubón de lana cuyo color azul se habíatransformadoenunmatiz imprecisodehecesydeazulceleste.Cara largayatezada; el pómulo de las mejillas saliente, signo de astucia; los músculosmaxilaresenormementedesarrollados,índiceinfalibleporelquesereconocíaalgascón,inclusosinboina,ynuestrojovenllevabaunaboinaadornadaconunaespeciedepluma;losojosabiertoseinteligentes;lanarizganchuda,perofinamente diseñada; demasiado grande para ser un adolescente, demasiadopequeña para ser un hombre hecho, un ojo poco acostumbrado le habríatomadoporunhijodeaparcerodeviaje,deno serpor su largaespadaque,prendida de un tahalí de piel, golpeaba las pantorrillas de su propietariocuandoestabadepie,yelpeloerizadodesumonturacuandoestabaacaballo.

Porquenuestrojoventeníamontura,yesamonturaeratannotablequefuenotada:eraunajacadelBéarn,dedoceacatorceaños,depelajeamarillo,sincrinesen lacola,masnosingabarrosen laspatas,yque,caminandocon lacabeza más abajo de las rodillas, lo cual volvía inútil la aplicación de lamartingala, hacía pese a todo sus ocho leguas diarias. Por desgracia, lascualidadesdeestecaballoestabantanbienocultasbajosupelajeextrañoysuporte incongruente que, en una época en que todo el mundo entendía de

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caballos, la aparición de la susodicha jaca enMeung, donde había entradohacíauncuartodehoramásomenosporlapuertadeBeaugency,produjounasensacióncuyodisfavorrepercutiósobresucaballero.

YesasensaciónhabíasidotantomáspenosaparaeljovenD’Artagnan(asíse llamaba el don Quijote de este nuevo Rocinante) cuanto que no se leocultaba el lado ridículo que le prestaba, por buen caballero que fuese,semejantemontura; también él había lanzado un fuerte suspiro al aceptar elregalo que le había hecho el señorD’Artagnan padre.No ignoraba que unabestiasemejantevalíaporlomenosveintelibras;ciertoquelaspalabrasconqueelpresentevinoacompañadonoteníanprecio.

—Hijomío—había dicho el gentilhombre gascón en ese puro patois deBéarn del que jamás había podido desembarazarse Enrique IV—, hijomío,estecaballohanacidoenlacasadevuestropadre,tendráprontotreceaños,yha permanecido aquí todo ese tiempo, lo que debe llevaros a amarlo.No lovendáisjamás,dejadlemorirtranquilayhonorablementedeviejo;ysihacéiscampañaconél,cuidadlocomocuidaríaisaunviejoservidor.Enlacorte—continuóel señorD’Artagnanpadre—,siesque tenéiselhonorde iraella,honoralquepor lodemásosdaderechovuestraantiguanobleza,manteneddignamentevuestronombredegentilhombre,quehasidodignamentellevadoporvuestrosantepasadosdesdehacemásdequinientosaños.Porvosyporlosvuestros(porlosvuestrosentiendovuestrosparientesyamigos)nosoportéisnuncanadasalvodelseñorcardenalydel rey.Porelvalor,entendedlobien,sóloporelvalorselabrahoydíaungentilhombresucamino.Quientiemblaunsegundodejaescaparquizáelceboqueprecisamenteduranteesesegundolafortunaletendía.Soisjoven,debéisservalientepordosrazones:laprimera,porque sois gascón, y la segunda porque sois hijo mío. No temáis lasocasionesybuscadlasaventuras.Oshehechoaprenderamanejarlaespada;tenéis un jarrete de hierro, un puño de acero; batíos por cualquier motivo;batíos, tantomáscuantoqueestánprohibidos losduelos,yporconsiguientehaydos veces valor al batirse.No tengo, hijomío,más quequince escudosquedaros,micaballoylosconsejosqueacabáisdeoír.Vuestramadreañadirála receta de cierto bálsamo que supo de una gitana y que tiene una virtudmilagrosa para curar cualquier herida que no alcance el corazón. Sacadprovechodetodo,yvividfelizmenteypormuchotiempo.Sólotengounacosaqueañadir,yesunejemploqueospropongo,noelmíoporqueyonuncaheaparecidoporlacorteysólohicelasguerrasdereligióncomovoluntario;merefieroal señordeTréville,que fueantañovecinomío,yque tuvoelhonorsiendoniñodejugarconnuestroreyLuisXIII,aquienDiosconserve.Avecessusjuegosdegenerabanenbatalla,yenesasbatallasnosiempreeraelreyelmásfuerte.Losgolpesqueenellasrecibióleproporcionaronmuchaestimayamistad hacia el señor de Tréville.Más tarde, el señor de Tréville se batiócontraotrosensuprimerviajeaParís,cincoveces;traslamuertedeldifunto

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reyhastalamayoríadeljoven,sincontarlasguerrasylosasedios,sieteveces;ydesdeesamayoríahastahoy,quizácien.Ypesealosedictos,lasordenanzasylosarrestos,vedlecapitándelosmosqueteros,esdecir,jefedeunalegióndeCésares a quien el rey hacemucho caso y a quien el señor cardenal teme,precisamenteélque,comotodossaben,notemeanada.Además,elseñordeTrévilleganadiezmil escudos al año; espor tantoungran señor.Comenzócomovos:idleaverconestacarta,yamoldadvuestraconductaalasuya,parasercomoél.

Con esto, el señorD’Artagnan padre ciñó a su hijo su propia espada, lobesótiernamenteenambasmejillasylediosubendición.

Al salir de la habitación paterna, el joven encontró a su madre, que loesperaba con la famosa receta cuyo empleo los consejos que acabamos dereferirdebíanhacerbastantefrecuente.Losadiosesfueronporeste ladomáslargos y tiernos de lo que habían sido por el otro, no porque el señorD’Artagnannoamaraasuhijo,queerasuúnicovástago,sinoporqueelseñorD’Artagnanerahombre,yhubieraconsideradoindignodeunhombredejarsellevarporlaemoción,mientrasquelaseñoraD’Artagnaneramujery,además,madre.Lloróenabundanciay,digámosloenalabanzadel señorD’Artagnanhijo,pormásesfuerzoqueélhizoporaguantarserenocomodebíaestarlounfuturomosquetero,lanaturalezapudomás,yderramómuchaslágrimasdelasqueaduraspenasconsiguióocultarlamitad.

Elmismodía el joven se puso en camino, provisto de los tres presentespaternosyqueestabancompuestos,comohemosdicho,portreceescudos,elcaballo y la carta para el señor deTréville; como es lógico, los consejos lehabíansidodadosporañadidura.

Consemejantevademécum,D’Artagnanseencontró,moralyfísicamente,copia exacta del héroe de Cervantes, con quien tan felizmente le hemoscomparadocuandonuestrosdeberesdehistoriadornoshanobligadoa trazarsu retrato. Don Quijote tomaba los molinos de viento por gigantes y loscarneros por ejércitos:D’Artagnan tomó cada sonrisa por un insulto y cadamirada por una provocación. De ello resultó que tuvo siempre el puñoapretadodesdeTarbeshastaMeungyque,undíaconotro,llevólamanoalaempuñadura de su espada diez veces diarias; sin embargo, el puño nodescendió sobreningunamandíbula, ni la espada salióde suvaina.Yno esque lavistade lamalhadada jacaamarillanohicieraflorecersonrisasen losrostrosdelosquepasaban;perocomoencimadelajacatintineabaunaespadade tamaño respetabley encimade esa espadabrillabaunojomás ferozquenoble,losquepasabanreprimíansuhilaridad,o,silahilaridaddominabaalaprudencia,tratabanporlomenosdereírseporunsololado,comolasmáscarasantiguas. D’Artagnan permaneció, pues, majestuoso e intacto en sususceptibilidadhastaesadesafortunadavilladeMeung.

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Peroaquí,cuandodescendíadesucaballoa lapuertadelFrancMeuniersinquenadie,hostelero,mozoopalafrenero,hubieravenidoacogerelestribodemontar,D’Artagnandivisóenunaventanaentreabiertadelaplantabajaaungentilhombredebuenaestaturayaltivogestoaunquederostroligeramenteceñudo, hablando con dos personas que parecían escucharle con deferencia.D’Artagnan, según su costumbre, creyó muy naturalmente ser objeto de laconversación y escuchó. Esta vez D’Artagnan sólo se había equivocado amedias: no se trataba de él, sino de su caballo. El gentilhombre parecíaenumerar a sus oyentes todas sus cualidades y como, según he dicho, losoyentesparecían tenergrandeferenciahacia elnarrador, se echabana reír acadainstante.Comomediasonrisabastabaparadespertar la irascibilidaddeljoven, fácilmente se comprenderá el efecto que en él produjo tan ruidosahilaridad.

Sinembargo,D’Artagnanquisoprimerohacerse ideade lafisonomíadelimpertinenteque seburlabadeél.Clavósumiradaaltiva sobreel extrañoyreconoció unhombre de cuarenta a cuarenta y cinco años, de ojos negros ypenetrantes, de tez pálida, nariz fuertemente pronunciada,mostachonegroyperfectamente recortado; iba vestido con un jubón y calzas violetas conagujetasdeigualcolor,sinmásadornoquelascuchilladashabitualesporlasquepasabalacamisa.Aquellascalzasyaqueljubón,aunquenuevos,parecíanarrugados como vestidos de viaje largo tiempo encerrados en un baúl.D’Artagnanhizotodasestasobservacionesconlarapidezdelobservadormásminucioso, y, sinduda,porun sentimiento instintivoque ledecíaque aqueldesconocidodebíatenergraninfluenciasobresuvidafutura.

Y como en el momento en que D’Artagnan fijaba su mirada en elgentilhombre de jubón violeta, el gentilhombre hacía respecto a la jacabearnesa una de sus más sabias y más profundas demostraciones, sus dosoyentesestallaronencarcajadas,yélmismodejó,contrasucostumbre,vagarvisiblemente,siesquesepuedehablarasí,unapálidasonrisasobresurostro.Aquellaveznohabíaduda,D’Artagnanerarealmenteinsultado.Poreso,llenodetalconvicción,hundiósuboinahastalosojosy,tratandodecopiaralgunosairesdecortequehabíasorprendidoenGascuñaentrelosseñoresdeviaje,seadelantó,conunamanoenlaguarnicióndesuespadaylaotraapoyadaenlacadera. Desgraciadamente, a medida que avanzaba, la cólera le enceguecíamás y más, y en vez del discurso digno y altivo que había preparado paraformularsuprovocación,sólohallóenlapuntadesulenguaunapersonalidadgroseraqueacompañóconungestofurioso.

—¡Eh, señor!—exclamó—. ¡Señor, que os ocultáis tras ese postigo! Sí,vos,decidmeunpocodequéosreís,ynosreiremosjuntos.

El gentilhombre volvió lentamente los ojos de la montura al caballero,comosihubieranecesitadociertotiempoparacomprenderqueeraaélaquien

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sedirigíantanextrañosreproches;luego,cuandonopudoalbergaryaningunaduda,suceñosefruncióligeramenteytrasunalargapausa,conunacentodeironíaydeinsolenciaimposiblededescribir,respondióaD’Artagnan:

—Yonooshablo,señor.

—¡Peroyosíoshablo!—exclamóeljovenexasperadoporaquellamezcladeinsolenciaydebuenasmaneras,deconvenienciasydedesdenes.

El desconocido lo miró un instante todavía con su leve sonrisa y,apartándose de la ventana, salió lentamente de la hostería para venir aplantarseadospasosdeD’Artagnanfrentealcaballo.Suactitudtranquilaysufisonomía burlona habían redoblado la hilaridad de aquellos con quieneshablabayquesehabíanquedadoenlaventana.

D’Artagnan,alverlellegar,sacósuespadaunpiefueradelavaina.

—Decididamenteestecaballoes,omejor,fueensujuventudbotóndeoro—dijo el desconocido continuando las investigaciones comenzadas ydirigiéndoseasusoyentesdelaventana,sinaparentarenmodoalgunonotarlaexasperacióndeD’Artagnan,quesinembargoestabadepieentreélyellos—;esuncolormuyconocidoenbotánica,perohastaelpresentemuyraroentreloscaballos.

—¡Así se ríe del caballo quien no osaría reírse del amo!—exclamó elémulodeTréville,furioso.

—Señor—prosiguió el desconocido—,no ríomuyamenudo, comovosmismo podéis ver por el aspecto de mi rostro; pero procuro conservar elprivilegiodereírcuandomeplace.

—¡Yyo—exclamóD’Artagnan—noquieroquenadieríacuandonomeplace!

—¿Deverdad,señor?—continuóeldesconocidomástranquiloquenunca—.Puesbien,esmuyjusto—ygirandosobresustalonessedispusoaentrarde nuevo en la hostería por la puerta principal, bajo la que D’Artagnan, alllegar,habíaobservadouncaballocompletamenteensillado.

PeroD’Artagnanno teníacarácterpara soltarasíaunhombrequehabíatenidolainsolenciadeburlarsedeél.Sacósuespadaporenterodelafundaycomenzóaperseguirlegritando:

—¡Volveos,volveos,señorburlón,paraquenooshieraporlaespalda!

—¡Herirme amí!—dijo el otro girando sobre sus talones ymirando aljoven con tanto asombro como desprecio—. ¡Vamos, vamos, querido, estáisloco!

Luego,envozbajaycomosiestuvierahablandoconsigomismo:

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—Es enojoso—prosiguió—. ¡Qué hallazgo para sumajestad, que buscavalientesdecualquiersitioparareclutarmosqueteros!

Acababa de terminar cuando D’Artagnan le alargó una furiosa estocadaque, de no haber dado con presteza un salto hacia atrás, es probable quehubiera bromeado por última vez. El desconocido vio entonces que la cosapasabadebroma,sacósuespada,saludóasuadversarioysepusogravementeen guardia. Pero en elmismomomento, sus dos oyentes, acompañados delhostelero,cayeronsobreD’Artagnanabastonazos,patadasyempellones.Locualfueunadiversióntanrápidaytancompletaenelataque,queeladversariodeD’Artagnan,mientras éste se volvía para hacer frente a aquella lluvia degolpes,envainabaconlamismaprecisión,y,deactorquehabíadejadodeser,se volvía de nuevo espectador del combate, papel que cumplió con suimpasibilidaddesiempre,mascullandosinembargo:

—¡Vayapestedegascones!¡Ponedloensucaballonaranja,yquesevaya!

—¡Noantes dehabertematado, cobarde!—gritabaD’Artagnanmientrashacíafrentelomejorquepodíaysinretrocederunpasoasustresenemigos,quelomolíanagolpes.

—¡Una gasconada más! —murmuró el gentilhombre—. ¡A fe mía queestos gascones son incorregibles! ¡Continuad la danza, pues que lo quiere!Cuandoestécansadoyadiráquetienebastante.

Pero el desconocido no sabía con qué clase de testarudo tenía quehabérselas;D’Artagnannoerahombrequepidieramercednunca.Elcombatecontinuó,pues,algunossegundos todavía;porfin,D’Artagnan,agotadodejóescaparsuespadaqueungolperompióendostrozos.Otrogolpequelehirióligeramenteenlafrente,loderribócasialmismotiempotodoensangrentadoycasidesvanecido.

En este momento fue cuando de todas partes acudieron al lugar de laescena.Elhostelero,temiendoelescándalo,llevóconlaayudadesusmozosalheridoalacocina,dondelefueronotorgadosalgunoscuidados.

Encuantoalgentilhombre,habíavueltoaocuparsusitioenlaventanaymiraba con cierta impaciencia a todo aquel gentío cuya permanencia allíparecíacausarlevivacontrariedad.

—Ybien,¿quétalvaeserabioso?—dijovolviéndosealruidodelapuertaqueseabrióydirigiéndosealhosteleroqueveníaainformarsesobresusalud.

—¿Vuestraexcelenciaestásanoysalvo?—preguntóelhostelero.

—Sí,completamentesanoysalvo,miqueridohostelero,ysoyyoquienospreguntaquéhapasadoconnuestrojoven.

—Yaestámejor—dijoelhostelero—:sehadesvanecidototalmente.

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—¿Deverdad?—dijoelgentilhombre.

—Peroantesdedesvanecersehareunidotodassusfuerzasparallamarosydesafiarosalllamaros.

—¡Esebuenmozoeseldiabloenpersona!—exclamóeldesconocido.

—¡Oh, no, excelencia, no es el diablo!—prosiguió el hostelero con unamuecadedesprecio—.Durantesudesvanecimientolohemosregistrado,yensu paquete no hay más que una camisa y en su bolsa nada más que doceescudos, lo cual no le ha impedido decir al desmayarse que, si tal cosa lehubieraocurridoenParís,osarrepentiríaisenelacto,mientrasqueaquísóloosarrepentiréismástarde.

—Entonces—dijofríamenteeldesconocido—,esalgúnpríncipedesangredisfrazado.

—Os digo esto, mi señor —prosiguió el hostelero—, para que toméisprecauciones.

—¿Yhanombradoaalguienenmediodesucólera?

—Lohahecho, golpeaba sobre subolsoydecía: «Yaveremos loque elseñordeTrévillepiensadeesteinsultoasuprotegido».

—¿El señor de Tréville? —dijo el desconocido prestando atención—.¿Golpeaba sobre su bolso pronunciando el nombre del señor deTréville?…Veamos, queridohostelero:mientras vuestro joven estabadesvanecido estoysegurodequenohabréisdejadodemirartambiénesebolso.¿Quéhabía?

—UnacartadirigidaalseñordeTréville,capitándelosmosqueteros.

—¿Deverdad?

—Comotengoelhonordedecíroslo,excelencia.

El hostelero, que no estaba dotado de gran perspicacia, no observó laexpresiónquesuspalabrashabíandadoalafisonomíadeldesconocido.Esteseapartódel rebordede laventanasobreelquehabíapermanecidoapoyadoconlapuntadelcodo,yfruncióelceñocomohombreinquieto.

—¡Diablos!—murmuróentredientes—.¿MehabráenviadoTrévilleaesegascón? ¡Es muy joven! Pero una estocada es siempre una estocada,cualquieraquesealaedaddequienlada,ynohayporquédesconfiarmenosde un niño que de cualquier otro; basta a veces un débil obstáculo paracontrariarungrandesignio.

Yeldesconocidosesumióenunareflexiónqueduróalgunosminutos.

—Veamos,huésped—dijo—,¿esquenomevaisalibrardeesefrenético?Enconciencia,nopuedomatarlo,ysinembargo—añadióconunaexpresión

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fríamenteamenazadora—,sinembargo,memolesta.¿Dóndeestá?

—Enlahabitacióndemimujer,dondeselecura,enelprimerpiso.

—¿Susharaposysubolsaestánconél?¿Nosehaquitadoeljubón?

—Alcontrario,todoestáabajo,enlacocina.Perodadoqueesejovenlocoosmolesta…

—Por supuesto.Provoca envuestrahosteríaun escándaloque lasgenteshonradas no podrían aguantar. Subid a vuestro cuarto, haced mi cuenta yavisadamilacayo.

—¿Cómo?¿Elseñornosdejaya?

—Losabéisdesobra,puestoqueoshedadoordendeensillarmicaballo.¿Nosemehaobedecido?

—Claroquesí,ycomovuestraexcelenciahapodidover,sucaballoestáenlaentradaprincipal,completamenteaparejadoparapartir.

—Estábien,hacedentoncesloqueoshepedido.

—¡Vaya!—sedijoelhostelero—.¿Tendrámiedodelmuchacho?

Pero una mirada imperativa del desconocido vino a detenerle en seco.Saludóhumildementeysalió.

—NoesprecisoadvertiraMiladysobreestebribón—continuóelextraño—. No debe tardar en pasar; viene incluso con retraso. Decididamente esmejorquemonteacaballoyquevayaasuencuentro…¡SóloquesipudierasaberloquecontieneesacartadirigidaaTréville!…

Yeldesconocido,siempremascullando,sedirigióhacialacocina.

Duranteestetiempo,elhuésped,quenodudabadequeeralapresenciadelmuchacho lo que echaba al desconocido de su hostería, había subido a lahabitacióndesumujeryhabíaencontradoaD’Artagnandueñoporfindesussentidos. Entonces, tratando de hacerle comprender que la policía podríajugarleunamalapasadaporhaber ido abuscarquerella aungran señor—porque,enopinióndelhuésped,eldesconocidonopodíasermásqueungranseñor—,leconvencióparaque,peseasudebilidad,selevantaseyprosiguiesesu camino. D’Artagnan, medio aturdido, sin jubón y con la cabeza todaenvueltaenvendas,selevantóy,empujadoporelhostelero,comenzóabajar;peroalllegaralacocina,loprimeroqueviofueasuprovocadorquehablabatranquilamentealestribodeunapesadacarrozatiradapordosgruesoscaballosnormandos.

Suinterlocutora,cuyacabezaaparecíaenmarcadaenlaportezuela,eraunamujer de veinte a veintidós años.Ya hemos dicho con qué rapidez percibía

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D’Artagnanunafisonomía;alprimervistazocomprobóquelamujererajoveny bella. Pero esta belleza le sorprendió tanto más cuanto que eracompletamente extraña a las comarcas meridionales que D’Artagnan habíahabitadohastaentonces.Eraunapersonapálidayrubia,delargoscabellosquecaíanenbuclessobresushombros,degrandesojosazuleslánguidos,delabiosrosadosymanosdealabastro.Hablabamuyvivamenteconeldesconocido.

—Entonces,sueminenciameordena…—decíaladama.

—VolverinmediatamenteaInglaterra,yavisarledirectamentesielduqueabandonaLondres.

—Y¿encuantoamisrestantesinstrucciones?—preguntólabellaviajera.

—Estánguardadasenesacaja,quesóloabriréisalotroladodelcanaldelaMancha.

—Muybien,¿quéharéisvos?

—YoregresoaParís.

—¿Sincastigaraeseinsolentemuchachito?—preguntóladama.

Eldesconocidoibaaresponder;peroenelmomentoenqueabríalaboca,D’Artagnan,quelohabíaoídotodo,seabalanzóhaciaelumbraldelapuerta.

—Esese insolentemuchachitoelquecastigaa losotros—exclamó—,yesperoqueestavezaquelaquiendebecastigarnoescaparácomolaprimera.

—¿Noescapará?—dijoeldesconocidofrunciendoelceño.

—No,delantedeunamujernoosaríaishuir,esopresumo.

—Pensad—dijoMiladyalveralgentilhombrellevarlamanoasuespada—,pensadqueelmenorretrasopuedeperderlotodo.

—Tenéis razón —exclamó el gentilhombre—; partid, pues, por vuestrolado;yopartoporelmío.

Y saludando a la dama con un gesto de cabeza, se abalanzó sobre sucaballo,mientraselcocherodelacarrozaazotabavigorosamenteasutiro.Losdos interlocutorespartieronpuesalgalope,alejándosecadacualporun ladoopuestodelacalle.

—¡Eh,vuestrogasto!—vociferóelhostelero,cuyoafectoasuviajerosetrocabaenprofundodesdénalverquesealejabasinsaldarsuscuentas.

—Paga,bribón—gritóelviajero,siempregalopando,asulacayo,elcualarrojóalospiesdelhostelerodosotresmonedasdeplata,ysepusoagalopartrassuseñor.

—¡Ah, cobarde! ¡Ah, miserable! ¡Ah, falso gentilhombre! —exclamó

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D’Artagnanlanzándoseasuveztrasellacayo.

Pero el herido estaba demasiado débil aún para soportar semejantesacudida. Apenas hubo dado diez pasos, cuando sus oídos le zumbaron, ledominóunvahído,unanubedesangrepasóporsusojos,ycayóenmediodelacallegritandotodavía:

—¡Cobarde,cobarde,cobarde!

—En efecto, es muy cobarde—murmuró el hostelero aproximándose aD’Artagnan,y tratandomediante esta adulaciónde reconciliarse conel obremuchacho,comolagarzadelafábulaconsulimaconocturno.

—Sí,muycobarde—murmuróD’Artagnan—;peroella,¡quéhermosa!

—¿Quiénella?—preguntóelhostelero.

—Milady—balbuceóD’Artagnan.

Ysedesvanecióporsegundavez.

—Es igual—dijo el hostelero—,pierdodos, peromequeda éste, al queestoy seguro de conservar por lo menos algunos días. Siempre son onceescudosdeganancia.

Ya se sabe que once escudos constituían precisamente la suma quequedabaenlabolsadeD’Artagnan.

Elhostelerohabíacontadocononcedíasdeenfermedad,aescudopordía;perohabíacontadoconellosinsuviajero.Aldíasiguiente,alascincodelamañana,D’Artagnanselevantó,bajóélmismoalacocina,pidió,ademásdeotrosingredientescuyalistanohallegadohastanosotros,vino,aceite,romero,y, con la receta de sumadre en lamano, se preparó unbálsamo con el queungiósusnumerosasheridas,renovandoélmismosusvendasynoqueriendoadmitirlaayudadeningúnmédico.GraciassindudaalaeficaciadelbálsamodeBohemia,yquizátambiéngraciasalaausenciadetododoctor,D’Artagnanseencontródepieaquellamismanoche,ycasicuradoaldíasiguiente.

Pero en el momento de pagar aquel romero, aquel aceite y aquel vino,únicogastodel amoquehabía guardadodieta absolutamientras que, por elcontrario, el caballo amarillo, al decir del hostelero almenos, había comidotres vecesmás de lo que razonablemente se hubiera podido suponer por sutalla, D’Artagnan no encontró en su bolso más que su pequeña bolsa deterciopeloraídoasícomolosonceescudosquecontenía;encuantoalacartadirigidaalseñordeTréville,habíadesaparecido.

El joven comenzó por buscar aquella carta con gran impaciencia,volviendo y revolviendo veinte veces sus bolsos y bolsillos, buscando yrebuscandoensu talego,abriendoycerrandosubolso;perocuandosehubo

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convencido de que la carta era inencontrable, entró en un tercer acceso derabiaqueapuntoestuvodeprovocarleunnuevoconsumodevinoydeaceitearomatizados; porque, al ver a aquel joven de mala cabeza acalorarse yamenazarconrompertodoenelestablecimientosinoencontrabansucarta,elhostelero había cogido ya un chuzo, su mujer un mango de escoba, y suscriadoslosmismosbastonesquehabíanservidolavíspera.

—¡Mi carta de recomendación! —gritaba D’Artagnan—. ¡Mi carta derecomendación,portodoslosdiablos,uosensartoatodoscomoahortelanos!

Desgraciadamente,unacircunstanciaseoponíaaqueeljovencumplierasuamenaza;yesque,comoya lohemosdicho,suespadasehabíarotoendostrozosdurantelaprimerarefriega,cosaqueélhabíaolvidadoporcompleto.YdeelloresultóquecuandoD’Artagnanquisodesenvainar,seencontróarmadopura y simplemente conun trozo de espadade ochoo diez pulgadasmás omenos,que el hostelerohabía encasquetadocuidadosamente en lavaina.Encuantoal restode lahoja, el chef lahabíaocultadohábilmenteparahacerseunaagujamechera.

Sinembargo,estadecepciónnohubieradetenidoprobablementeanuestrofogoso joven, si el huésped no hubiera pensado que la reclamación que ledirigíasuviajeroeraperfectamentejusta.

—Pero,enrealidad—dijobajandosuchuzo—,¿dóndeestáesacarta?

—Sí,¿dóndeestáesacarta?—gritóD’Artagnan—.Osprevengoantetodoque esa carta es para el señor de Tréville, y que es preciso que aparezca;porquesinoapareceélsabrádesobrahacerlaaparecer.

Estaamenazaacabóporintimidaralhostelero.Despuésdelreyydelseñorcardenal,elseñordeTrévilleeraelhombrecuyonombreeraquizáelrepetidocon más frecuencia por los militares e incluso por los burgueses. TambiénestabaelpadreJosephcierto;perosunombreaélnunca leerapronunciadosino en voz baja, ¡tan grande era el terror que inspiraba la eminencia gris,comosellamabaalfamiliardelcardenal!

Poreso,arrojandosuchuzolejosdesí,yordenandoasumujerhacerotrotanto con su mango de escoba y a sus servidores con sus bastones, fue elprimeroquedioejemploenbuscarlacartaperdida.

—¿Es que esa carta encerraba algo precioso?—preguntó el hostelero alcabodeuninstantedeinvestigacionesinútiles.

—¡Diablos! ¡Ya lo creo!—exclamó el gascón, que contaba con aquellacartaparahacersucarreraenlacorte—.Conteníamifortuna.

—¿BonoscontraelTesoro?—preguntóelhosteleroinquieto.

—Bonos contra la tesorería particular de Su Majestad —respondió

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D’Artagnan que, contando con entrar en el servicio del rey gracias a estarecomendación,creíapoderdaraquellarespuestaalgoaventuradasinmentir.

—¡Diablos!—dijoelhostelerocompletamentedesesperado.

—Perono importa—continuóD’Artagnanconelaplomonacional—,noimporta;eldineronoesnada,peroesacartasíloeratodo.Hubierapreferidoperderantesmilpistolasqueperderla.

Nadaarriesgabadiciendoveintemil,perociertopudorjuvenillocontuvo.

Un rayo de luz alcanzó de pronto lamente del hostelero, que se daba atodoslosdiablosalnoencontrarnada.

—Esacartanosehaperdido—exclamó.

—¡Ah!—dijoD’Artagnan.

—No;oslahanrobado.

—¿Robado?¿Yquién?

—Elgentilhombredeayer.Bajóa lacocina,dondeestabavuestro jubón.Sequedóallísolo.Apostaríaquehasidoélquienlaharobado.

—¿Lo creéis? —respondió D’Artagnan poco convencido, porque sabíamejorquenadielaimportanciacompletamentepersonaldeaquellacarta,ynoveíaenellanadaquepudieraprovocarlacodicia.

Elhechoesqueningunodeloscriados,ningunodelosviajerospresenteshubieraganadonadaposeyendoaquelpapel.

—Decís, pues —respondió D’Artagnan—, que sospecháis de eseimpertinentegentilhombre.

—Os digo que estoy seguro —continuó el hostelero—; cuando yo leanuncié que Vuestra Señoría era el protegido del señor de Tréville, y queteníais inclusounacartaparaeseilustregentilhombre,pareciómuyinquieto,me preguntó dónde estaba aquella carta, y bajó inmediatamente a la cocinadondesabíaqueestabavuestrojubón.

—Entoncesesmiladrón—respondióD’Artagnan—;mequejaréalseñordeTréville,yelseñordeTrévillesequejaráalrey.

Luego sacó majestuosamente dos escudos de su bolsillo, se los dio alhostelero,queloacompañó,sombreroenmano,hastalapuerta,ysubióasucaballo amarillo, que le condujo sin otro accidente hasta la puerta Saint-Antoine,enParís,dondesupropietariolovendióportresescudos,locualerapagarlo muy bien, dado que D’Artagnan lo había agotado hasta el excesodurantelaúltimaetapa.Además,elchalánaquienD’Artagnanlocedióporlasnuevelibrassusodichasnoocultóaljovenquesóloledabaaquellaexorbitante

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sumadebidoalaoriginalidaddesucolor.

D’Artagnanentró,pues,enParísapie,llevandosupequeñopaquetebajoelbrazo,ycaminóhastaencontrarunahabitacióndealquilerqueconvinoalaexigüidadde sus recursos.Aquellahabitacióneraunaespeciedebuhardilla,sitaenlacalledesFossoyeurs,cercadelLuxemburgo.

Tan pronto como hubo gastado su último denario, D’Artagnan tomóposesióndesualojamiento,pasóelrestodelajornadacosiendosujubónysuscalzasdepasamanería,quesumadrehabíadescosidodeunjubóncasinuevodel señorD’Artagnanpadre, yque le habíadado a escondidas; luego fue alpaseodelaFerraille,paramandarponerunahojaasuespada;luegovolvióalLouvrepara informarsedelprimermosqueteroqueencontróde laubicacióndel palacio del señor de Tréville que estaba situado en la calle del Vieux-Colombier,esdecir,precisamenteen lascercaníasdelcuartoapalabradoporD’Artagnan,circunstanciaque lepareciódefelizaugurioparaeléxitodesuviaje.

Trasello,contentoporlaformaenquesehabíaconducidoenMeungsinremordimientosporelpasado,confiandoenelpresentey llenodeesperanzaenelporvenir,seacostóysedurmióconelsueñodelvaliente.

Aquelsueño,todavíatotalmenteprovinciano,lellevóhastalasnuevedelamañana,horaenqueselevantóparadirigirsealpalaciodeaquelfamososeñordeTréville,eltercerpersonajedelreinosegúnlaestimaciónpaterna.

CapítuloII

LaantecámaradelseñordeTréville

ElseñordeTroisville,comotodavíasellamabasufamiliaenGascuña,oelseñordeTréville,comohabíaterminadoporllamarseélmismoenParís,habíaempezadoenrealidadcomoD’Artagnan,esdecir,sinuncuarto,peroconesecaudaldeaudacia,deingenioydeentendimientoquehacequeelmáspobrehidalgucho gascón reciba con frecuencia de sus esperanzas de la herenciapaternamásdeloqueelmásricogentilhombredePérigordodeBerryrecibeenrealidad.Subravurainsolente,susuertemásinsolentetodavíaenuntiempoenquelosgolpesllovíancomochuzos,lehabíanizadoalacimadeesadifícilescalaquesellamaelfavordelacorte,ycuyosescaloneshabíaescaladodecuatroencuatro.

Eraelamigodelrey,quehonrabamucho,comotodossaben,lamemoriade su padre Enrique IV. El padre del señor de Tréville le había servido tanfielmente en sus guerras contra la Liga que, a falta de dinero contante y

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sonante—cosaquetodalavida lefaltóalbearnés,elcualpagósiempresusdeudascon laúnicacosaquenuncanecesitópedirprestada, esdecir, conelingenio—, que a falta de dinero contante y sonante, decimos, le habíaautorizado,traslarendicióndeParís,atomarporarmasunleóndeoropasantesobre gules con esta divisa: Fidelis et fortis.Eramuchopara el honor, peromediano para el bienestar. Por eso, cuando el ilustre compañero del granEnriquemurió,dejóporúnicaherenciaalseñorsuhijo,suespadaysudivisa.Graciasaestedobledonyalnombresintachaqueloacompañaba,elseñordeTrévillefueadmitidoenlacasadeljovenpríncipe,dondesesirviótambiéndesuespadayfuetanfielasudivisaqueLuisXIII,unodelosbuenosacerosdelreino, solíadecirque si tuvieraunamigoenocasióndebatirse, ledaríaporconsejotomarporsegundoprimeroaél,yaTrévilledespués,yquizáinclusoantesqueaél.

PoresoLuisXIIIteníaunafectorealporTréville,unafectoderey,afectoegoísta, es cierto, pero que no por ello dejaba de ser afecto. Y es que, enaquellostiemposdesgraciados,sebuscabasobretodorodearsedehombresdeltempledeTréville.Muchospodían tomarpordivisaelepítetodefuerte,queformaba la segunda parte de su exergo; pero pocos gentileshombres podíanreclamarelepítetodefiel,queformabalaprimera.Trévilleeraunodeestosúltimos;eraunadeesasrarasorganizaciones,deinteligenciaobedientecomoladeldogo,devalorciego,devistarápida,demanopronta,aquienelojolehabía sido dado sólo para ver si el rey estaba descontento de alguien, y lamano para golpear a ese alguien enfadoso: un Besme, un Maurevers, unPoltrotdeMéré,unVitry.En fin, enel casodeTréville,había faltadohastaaquelentonceslaocasión;perolaacechabayseprometíacogerlaporlospelossialgunavezpasabaalalcancedesumano.PoresohizoLuisXIIIaTrévillecapitándesusmosqueteros,queeranaLuisXIII,porladevociónomejorporel fanatismo, lo que sus ordinarios eran a Enrique III y lo que su guardaescocesaaLuisXI.

Porsuparte,ydesdeesepuntodevista,elcardenalnoleibaalazagaalrey.Cuandohubovisto la formidable élite dequeLuisXIII se rodeaba, esesegundo,omejor, eseprimer reydeFrancia tambiénhabíaquerido tener suguardia.TuvoportantosusmosqueteroscomoLuisXIIIteníalossuyos,yseveía a estas dos potencias rivales seleccionar para su servicio, en todas lasprovinciasdeFranciaeinclusoentodoslosEstadosextranjeros,aloshombrescélebres por sus estocadas. Por eso Richelieu y Luis XIII disputaban amenudo,mientrasjugabansupartidadeajedrez,porlanoche,sobreelméritodesusservidores.Cadacualponderabalosmodalesyelvalordelossuyos;yaltiempoquesepronunciabanenvozaltacontralosduelosycontralasriñas,losexcitabanporlobajoallegaralasmanos,yconcebíanunauténticopesarounaalegríainmoderadaporladerrotaolavictoriadelossuyos.AsíalmenoslodicenlasMemoriasdeunhombrequeestuvoenalgunasdeesasderrotasy

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enmuchasdeesasvictorias.

Trévillehabíacaptadoel ladodébildesuamo,ygraciasaestahabilidaddebía el largo y constante favor de un rey que no ha dejado reputación dehabersidomuyfielasusamistades.Hacíadesfilarasusmosqueterosentreelcardenal Armand Duplessis con un aire burlón que erizaba de cólera elmostacho gris de Su Eminencia. Tréville entendía admirablemente bien laguerradeaquellaépoca,enlaque,cuandonosevivíaaexpensasdelenemigo,sevivíaaexpensasdesuscompatriotas:sussoldadosformabanunalegióndejaraneros,indisciplinadaparacualquierotroquenofueraél.

Desaliñados,borrachos,despellejados,losmosqueterosdelrey,omejorlosdelseñordeTréville,sedesparramabanpor las tabernas,por lospaseos,porlos juegospúblicos, gritando fuertey retorciéndose losmostachos, haciendosonarsusespuelas,enfrentándoseconplaceralosguardiasdelseñorcardenalcuando los encontraban; luego, desenvainando en plena calle entre milbromas;muertosaveces,perosegurosentalcasodeserlloradosyvengados;matando con frecuencia, y seguros entonces de no enmohecer en prisión,porque allí estaba el señor deTréville para reclamarlos. Por eso el señor deTréville era alabado en todos los tonos, cantado en todas las gamas poraquellos hombres que le adoraban y que, bandidos todos como eran,temblaban ante él como escolares ante sumaestro, obedeciendo a lamenorpalabrayprestosahacersematarparalavarelmenorreproche.

ElseñordeTrévillehabíausadoestapalancapoderosaenfavordelreyenprimer lugar y de los amigos del rey, y luego en favor de él mismo y susamigos.Por lodemás, enningunade lasMemoriasde esa épocaque tantasMemoriashadejadosevequeesedignogentilhombrehayasidoacusado,nisiquieraporsusenemigos—ylosteníatantoentrelasgentesdeplumacomoentre lasgentesdeespada—enningunaparteseve,decimos,queesedignogentilhombre haya sido acusado de hacerse pagar la cooperación de sussecuaces. Con un raro ingenio para la intriga, que lo hacía émulo de losmayores intrigantes había permanecido honesto. Es más, a pesar de lasgrandesestocadasquedejanaunoderrengadoydelosejerciciospenososquefatigan,sehabíaconvertidoenunodelosmásgalantestrotacalles,enunodelos más finos lechuguinos, en uno de los más alambicados habladoresampulososdesuépoca;sehablabadelasaventurasgalantesdeTrévillecomoveinteañosantessehabíahabladodelasdeBassompierre,loquenoerapocodecir.Elcapitándelosmosqueterosera,pues,admirado,temidoyamado,locualconstituyeelapogeodelasfortunashumanas.

Luis XIV absorbió a todos los pequeños astros de su corte en su vastairradiación; pero su padre, sol pluribus impar, dejó su esplendor personal acadaunode sus favoritos, suvalor individual a cadaunode suscortesanos.Ademásde los resplandoresdel reyydel cardenal, se contabanentonces en

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París más de doscientos pequeños resplandores algo solicitados. Entre losdoscientospequeñosresplandores,eldeTrévilleeraunodelosmásbuscados.

Elpatiodesupalacio,situadoenlacalledelVieux-Colombier,separecíaauncampamento,yestodesdelasseisdelamañanaenveranoydesdelasochoen invierno.Decincuentaa sesentamosqueteros,queparecían turnarseparapresentar un número siempre imponente, se paseaban sin cesar armados enplandeguerraydispuestosatodo.Alolargodeaquellasgrandesescalinatas,sobre cuyo emplazamiento nuestra civilización construiría una casa entera,subían y bajaban solicitantes de París que corrían tras un favor cualquiera,gentilhombresdeprovinciaávidosparaserenrolados,ylacayosengalanadoscontodos loscoloresqueveníana traeralseñordeTréville losmensajesdesusamos.Enlaantecámara,sobrealtasbanquetascirculares,descansabanloselegidos, es decir, aquellos que estaban convocados. Allí había murmullodesde la mañana a la noche, mientras el señor de Tréville, en su gabinetecontiguoaestaantecámara,recibíalasvisitas,escuchabalasquejas,dabasusórdenesy,comoelreyensubalcóndelLouvre,noteníamásqueasomarsealaventanaparapasarrevistadehombresydearmas.

El día en queD’Artagnan se presentó, la asamblea era imponente, sobretodo para un provinciano que llegaba de su provincia: es cierto que elprovinciano era gascón, y que sobre todo en esa época los compatriotas deD’Artagnanteníanfamadenodejarseintimidarfácilmente.Enefecto,unavezque se había franqueado la puertamaciza, enclavijada por largos clavos decabezacuadrangular,secaíaenmediodeunatropadegentesdeespadaquesecruzaban en el patio interpelándose, peleándose y jugando entre sí. Paraabrirsepaso enmediode todas aquellasolas impetuosashabría sidoprecisoseroficial,granseñorobellamujer.

Fue, pues, por entre ese tropel y ese desorden por donde nuestro jovenavanzóconelcorazónpalpitante,ajustandosulargoestoquealolargodesusmagraspiernas,yponiendounamanoenelbordede su sombrerode fieltrocon esamedia sonrisa del provinciano apurado que quieremostrar aplomo.Cuando había pasado un grupo, entonces respiraba con más libertad; perocomprendía que se volvían para mirarlo y, por primera vez en su vida,D’Artagnan,quehastaaqueldíahabíatenidounabuenaopinióndesímismo,sesintióridículo.

Llegado a la escalinata, fue peor aún; en los primeros escalones habíacuatromosqueterosquesedivertíanenelejerciciosiguiente,mientrasdiezodoce camaradas suyos esperaban en el rellano a que les tocara la vez paraocuparplazaenlapartida.

Unodeellos,situadoenelescalónsuperior,con laespadadesnudaen lamano,impedíaoalmenosseesforzabaporimpedirquelosotrostressubieran.

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Estostresesgrimíancontraélsusespadasagilísimas.D’Artagnantomóalprincipio aquellos aceros por floretes de esgrima, los creyó botonados; peropronto advirtió por ciertos rasguños que todas las armas estaban, por elcontrario,afiladasyaguzadasaplacer,yconcadaunodeaquellosrasguñosnosólolosespectadoressinoinclusolosactoresreíancomolocos.

El que ocupaba el escalón en aquel momento mantenía a rayamaravillosamente a sus adversarios. Se hacía círculo en torno a ellos; lacondición consistía en que a cada golpe el tocado abandonara la partida,perdiendosu turnodeaudienciaenbeneficiodel tocador.Encincominutos,tresfueronrozados,unoenelpuño,otroenelmentón,otroenlaoreja,poreldefensor del escalón, que no fue tocado, destreza que le valió, según lascondicionespactadas,tresturnosdefavor.

Aunqueno fueradifícil,dadoquequeríaserasombrado,estepasatiempoasombróanuestrojovenviajero;ensuprovincia,esatierradondesinembargose calientan tan rápidamente los cascos, había visto algunos preliminares deduelos,ylagasconadadeaquelloscuatrojugadoreslepareciólamásraradetodas las que hasta entonces había oído, incluso en Gascuña. Se creyótransportadoaesepaísdegigantesalqueGulliverfuemástardeydondepasótantomiedo,ysinembargonohabíallegadoalfinal:quedabanelrellanoylaantecámara.

En el rellano no se batían, contaban aventuras con mujeres, y en laantecámarahistoriasdelacorte.Enelrellano,D’Artagnanseruborizó;enlaantecámara,tembló.Suimaginacióndespiertayvagabunda,queenGascuñalehacíatemiblealascriadaseinclusoalgunavezalasdueñas,nohabíasoñadonunca,nisiquieraenesosmomentosdedelirio,lamitaddeaquellasmaravillasamorosas ni la cuarta parte de aquellas proezas galantes, realzadas por losnombresmásconocidosylosdetallesmenosvelados.Perosisuamorporlasbuenascostumbresfuesorprendidoenelrellano,surespetoporelcardenalfueescandalizadoenlaantecámara.Allí,paragransorpresasuya,D’ArtagnanoíacriticarenvozaltalapolíticaquehacíatemblaraEuropa,ylavidaprivadadelcardenal,queatantosaltosypoderosospersonajeshabíallevadoalcastigoporhaber tratadodeprofundizarenella:aquelgranhombre, reverenciadoporelseñorD’Artagnanpadre,servíadehazmerreíralosmosqueterosdelseñordeTréville,que semetíancon suspiernas zambasy con suespaldaencorvada;unoscantabanvillancicossobrelaseñoraD’Aiguillon,suamante,ysobrelaseñora de Combalet, su nieta, mientras otros preparaban partidas contra lospajes y los guardias del cardenal-duque, cosas todas que parecían aD’Artagnanmonstruosasimposibilidades.

Sinembargo,cuandoelnombredelreyinterveníaavecesdeimprovisoenmedio de todas aquellas rechiflas cardenalescas, una especie de mordazacalafateaba por un momento todas aquellas bocas burlonas; miraban con

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vacilaciónentorno,yparecíantemerlaindiscrecióndeltabiquedelgabinetedelseñordeTréville;peroprontounaalusiónvolvíaallevarlaconversaciónaSuEminencia,yentonces las risotadas ibanenaumento,ynoseescatimabaluzsobretodassusacciones.

—Desdeluego,éstassongentesquevanaserencarceladasycolgadas—pensó D’Artagnan con terror—, y yo, sin ninguna duda, con ellos porquedesdeelmomentoenque losheescuchadoyoído seré tenidoporcómplicesuyo. ¿Qué diríami señor padre, que tantome ha recomendado respetar alcardenal,simesupieraencompañíadesemejantespaganos?

Poreso,comopuedesuponersesinqueyo lodiga,D’Artagnannoosabaentregarsealaconversación;sólomirabacontodossusojos,escuchandocontodos sus oídos, tendiendo ávidamente sus cinco sentidos para no perdersenada,y,peseasuconfianzaenlasrecomendacionespaternas,sesentíallevadoporsusgustosyarrastradoporsusinstintosacelebrarmásqueacensurarlascosasinauditasqueallípasaban.

Sinembargo,comoeraabsolutamenteextrañoelmontóndecortesanosdelseñordeTréville,yeralaprimeravezqueseleveíaenaquellugar,vinieronapreguntarle lo que deseaba. A esta pregunta, D’Artagnan se presentó conmucha humildad, se apoyó en el título de compatriota, y rogó al ayuda decámaraquehabíavenidoahacerleaquellapreguntapedirporél al señordeTréville un momento de audiencia, petición que éste prometió en tonoprotectortransmitirentiempoylugar.

D’Artagnan, algo recuperado de su primera sorpresa, tuvo entonces laoportunidaddeestudiarunpocolascostumbresylasfisonomías.

Enelcentrodelgrupomásanimadohabíaunmosqueterodegranestatura,de rostro altanero y una extravagancia de vestimenta que atraía sobre él laatencióngeneral.Nollevaba,pordepronto,lacasacadeuniforme,que,porlodemás,noeratotalmenteobligatoriaenaquellaépocadelibertadmenorperodemayorindependencia,sinounacasacaazulceleste,untantoajadayraída,ysobreesevestidountahalímagnífico,conbordadosdeoro,querelucíacomolas escamas de que el agua se cubre a plena luz del día.Una capa larga deterciopelocarmesícaíacongraciasobresushombros,descubriendosolamentepordelanteelespléndidotahalí,delquecolgabaungigantescoestoque.

Estemosqueteroacababadedejar laguardiaenaquelmismo instante, sequejabadeestarconstipadoytosíadevezencuandoconafectación.Poresosehabíapuestolacapa,segúndecíaalosquelerodeaban,ymientrashablabadesde lo alto de su estatura retorciéndose desdeñosamente su mostacho,admiraban con entusiasmo el tahalí bordado, yD’Artagnanmás que ningúnotro.

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—¿Quéqueréis?—decíaelmosquetero—.Lamodalopide;esunalocura,losédesobra,peroeslamoda.Porotrolado,enalgotienequeemplearunoeldinerodesulegítima.

—¡Ah,Porthos!—exclamóunodelosasistentes—.Notratesdehacernoscreer que ese tahalí te viene de la generosidad paterna; te lo habrá dado ladamaveladaconlaqueteencontréelotrodomingoenlapuertaSaint-Honoré.

—No,pormihonoryfedegentilhombre:lohecompradoyomismo,yconmis propios dineros—respondió aquel al que acababan de designar con elnombredePorthos.

—Sí, como yo he comprado—dijo otromosquetero— esta bolsa nuevaconloquemiamantepusoenlavieja.

—Es cierto—dijo Porthos—, y la prueba es que he pagado por él docepistolas.

Laadmiraciónacreció,aunqueladudacontinuabaexistiendo.

—¿Noesasí,Aramis?—dijoPorthosvolviéndosehaciaotromosquetero.

Esteotromosqueterohacíacontrasteperfectoconelque le interrogabayque acababa de designarle con el nombre de Aramis: era éste un joven deveintidós o veintitrés años apenas, de rostro ingenuo y dulzarrón, de ojosnegrosydulcesymejillasrosasyaterciopeladascomounmelocotónenotoño;su mostacho fino dibujaba sobre su labio superior una línea perfectamenterecta; sus manos parecían temer bajarse, por miedo a que sus venas sehinchasen, y de vez en cuando se pellizcaba el lóbulo de las orejas paramantenerlasdeunencarnadotiernoytransparente.Porhábito,hablabapocoylentamente, saludaba mucho, reía sin estrépito mostrando sus dientes, quetenía hermosos y de los que, comodel resto de su persona, parecía tener elmayor cuidado. Respondió con un gesto de cabeza afirmativo a lainterpelacióndesuamigo.

Estaafirmaciónparecióhaberledisipadotodaslasdudasrespectoaltahalí;continuaron,pues,admirándolo,peroyanovolvieronahablardeél;yporunodeesosvirajesrápidosdelpensamiento,laconversaciónpasódegolpeaotrotema.

—¿QuépensáisdeloquecuentaelescuderodeChalais?—preguntóotromosqueterosininterpelardirectamenteanadieydirigiéndoseporelcontrarioatodoelmundo.

—¿Yquéesloquecuenta?—preguntóPorthosentonodesuficiencia.

—CuentaquehaencontradoenBruselasaRochefort,elinstrumentociegodel cardenal, disfrazado de capuchino; esemaldito Rochefort, gracias a esedisfraz,engañóalseñordeLaiguescomoanecioquees.

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—Comoaunverdaderonecio—dijoPorthos—;pero¿esseguro?

—LoséporAramis—respondióelmosquetero.

—¿Deveras?

—Losabéisbien,Porthos—dijoAramis—;oslocontéavosmismoayer,nohablemospuesmás.

—No hablemosmás, esa es vuestra opinión—prosiguió Porthos—. ¡Nohablemosmás!¡Malditasea!¡Quérápidoconcluís!¡Cómo!Elcardenalhaceespiar a un gentilhombre, hace robar su correspondencia por un traidor, unbergante, un granuja; con la ayuda de ese espía y gracias a estacorrespondencia,hacecortarelcuellodeChalais,conelestúpidopretextodequehaqueridomataralreyycasaraMonsieurconlareina.Nadiesabíaunapalabradeesteenigma,vosnos locomunicasteisayer,congransatisfacciónde todos, y cuando estamos aún todos pasmados por la noticia, venís hoy adecirnos:¡Nohablemosmás!

—Hablemos entonces, pues que lo deseáis —prosiguió Aramis conpaciencia.

—Ese Rochefort —dijo Porthos—, si yo fuera el escudero del pobreChalais,pasaríaconmigounmalrato.

—YvospasaríaisuntristecuartodehoraconelduqueRojo—prosiguióAramis.

—¡Ah!¡ElduqueRojo!¡BravobravoelduqueRojo!—respondióPorthosaplaudiendoyaprobandoconlacabeza—.El«duqueRojo»tienegracia.Harécorrer el mote, querido, estad tranquilo. ¡Tiene ingenio este Aramis! ¡Quépena que no hayáis podido seguir vuestra vocación, querido, qué deliciosoabadhabríaishecho!

—¡Bah!,noesmásqueunretrasomomentáneo—prosiguióAramis—:undíaloseré.Sabéisbien,Porthos,quesigoestudiandoteologíaparaello.

—Haráloquedice—prosiguióPorthos—,loharátardeotemprano.

—Temprano—dijoAramis.

—Sólo espera una cosa para decidirse del todo y volver a ponerse susotana,queestácolgadadebajodeluniforme,prosiguióunmosquetero.

—¿Yaquéespera?—preguntóotro.

—EsperaaquelareinahayadadounherederoalacoronadeFrancia.

—Nobromeemossobreesto,señores—dijoPorthos—;graciasaDios,lareinaestátodavíaenedaddedarlo.

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—DicenqueelseñordeBuckinghamestáenFrancia—prosiguióAramisconuna risaburlonaquedabaaaquella frase, tan simpleenapariencia,unasignificaciónbastanteescandalosa.

—Aramis, amigomío, por esta vez os equivocáis—interrumpióPorthos—,yvuestramaníadeseringeniosoosllevasiempremásalládeloslímites;sielseñordeTrévilleosoyese,osarrepentiríaisdehablarasí.

—¿Vaisasoltarmelalección,Porthos?—exclamóAramis,conojosdulcesenlosqueseviopasarcomounrelámpago.

—Querido,sedmosqueterooabad.Sedlounoolootro,peronolounoylootro—prosiguióPorthos—.Mirad,Athososloacabadedecirelotrodía:coméis en todos los pesebres. ¡Ah!, no nos enfademos, os lo suplico, seríainútil,sabéisdesobraloquehemosconvenidoentrevos,Athosyyo.VaisalacasadelaseñoraD’Aiguillon,ylehacéislacorte;vaisalacasadelaseñoradeBois-Tracy, la prima de la señora deChevreuse, y se dice que vaismuyadelantado en los favores de la dama. ¡Dios mío!, no confeséis vuestrafelicidad,noseospidevuestrosecreto,esconocidavuestradiscreción.Perodadoqueposeéisesavirtud,¡quédiablos!,usadlaparaconSuMajestad.Queseocupequienquieraycomosequieradelreyydelcardenal;perolareinaessagrada,ysisehabladeella,queseaparabien.

—Porthos,soispretenciosocomoNarciso,osloaviso—respondióAramis—, sabéis que odio lamoral, salvo cuando la haceAthos.En cuanto a vos,querido,tenéisuntahalídemasiadomagníficoparaestarfuerteenlamateria.Seréabadsimeconviene;mientrastanto,soymosquetero:yencalidaddetaldigoloquemeplace,yenestemomentomeplacedecirosquemeirritáis.

—¡Aramis!

—¡Porthos!

—¡Eh,señores,señores!—gritaronasualrededor.

—ElseñordeTrévilleesperaalseñorD’Artagnan—interrumpióellacayoabriendolapuertadelgabinete.

Ante este anuncio, durante el cual la puertapermanecía abierta, todos secallaron,yenmediodelsilenciogeneraleljovengascóncruzólaantecámaraen una parte de su longitud y entró donde el capitán de los mosqueteros,felicitándose con toda su alma por escapar tan a punto al fin de aquellaextravagantequerella.

CapítuloIII

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Laaudiencia

El señor de Tréville estaba en aquel momento de muy mal humor; sinembargo,saludócortésmentealjoven,queseinclinóhastaelsuelo,ysonrióalrecibirsucumplido,cuyoacentobearnéslerecordóalavezsujuventudysuregión,doble recuerdoquehacesonreíralhombreen todas lasedades.PeroacordándosecasialpuntodelaantecámarayhaciendoaD’Artagnanungestoconlamano,comoparapedirlepermisoparaterminarconlosotrosantesdecomenzarconél,llamótresveces,aumentandolavozcadavez,desuertequerecorrió todos los tonos intermedios entre el acento imperativo y el acentoirritado:

—¡Athos!¡Porthos!¡Aramis!

Losdosmosqueteroscon losqueyahemos trabadoconocimiento,yquerespondían a los dos últimos de estos tres nombres, dejaron en seguida losgrupos de que formaban parte y avanzaron hacia el gabinete cuya puerta secerró detrás de ellos una vez que hubieron franqueado el umbral. Sucontinente,aunquenoestuvieracompletamentetranquilo,excitósinembargo,porsuabandono llenoa lavezdedignidadydesumisión, laadmiracióndeD’Artagnan,queveíaenaquelloshombressemidioses,yensujefeunJúpiterolímpicoarmadodetodossusrayos.

Cuando los dos mosqueteros hubieron entrado, cuando la puerta fuecerrada trasellos,cuandoelmurmullozumbantede laantecámara,alque lallamadaque acababadehacerleshabíadado sindudanuevo alimento, huboempezadodenuevo,cuando,alfin,elseñordeTrévillehuborecorridotresocuatro veces, silencioso y fruncido el ceño, toda la longitud de su gabinetepasandocadavezentrePorthosyAramis,rígidosymudoscomoendesfilesedetuvodeprontofrenteaellos,yabarcándolosdelospiesalacabezaconunamiradairritada:

—¿Sabéisloquemehadichoelrey—exclamó—,ynomástardequeayernoche?¿Losabéis,señores?

—No—respondieron trasun instantede silencio losdosmosqueteros—;no,señor,loignoramos.

—Pero espero que haréis el honor de decírnoslo—añadióAramis en sutonomáscortésyconlamásgraciosareverencia.

—Mehadichoquedeahoraenadelante reclutará susmosqueterosentrelosguardiasdelseñorcardenal.

—¡Entre los guardias del señor cardenal! ¿Y eso por qué? —preguntóvivamentePorthos.

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—Porquehacomprendidoquesuvinopeleónnecesitabaserremozadoconunamezcladebuenvino.

Los dos mosqueteros se ruborizaron hasta el blanco de los ojos.D’Artagnan no sabía dónde estaba y hubiera querido estar a cien pies bajotierra.

—Sí,sí—continuóelseñordeTrévilleanimándose—,sí,ySuMajestadtenía razón, porque, pormi honor, es cierto que losmosqueteros juegan untriste papel en la corte.El señor cardenal contaba ayer, durante el juegodelrey, conunairedecondolenciaquemedesagradómuchoqueanteayer esosmalditos mosqueteros, esos juerguistas (y reforzaba estas palabras con unacento irónico que me desagradó más todavía), esos matasietes (añadiómirándomecon suojodeocelote), sehabían retrasadoen la calleFérou, enuna taberna, y que una ronda de sus guardias (creí que iba a reírse enmisnarices) se había visto obligada a detener a los perturbadores. ¡Diablos!,debéis saber algo. ¡Arrestar mosqueteros! ¡Erais vosotros, vosotros, no loneguéis,oshanreconocidoyelcardenalhadadovuestrosnombres!Esculpamía, sí, culpa mía, porque soy yo quien elijo a mis hombres. Veamos vos,Aramis,¿porquédiablosmehabéispedidolacasacacuandotanbienibaisaestarbajolasotana?Yvos,Porthos,veamos,¿tenéisuntahalídeorotanbellosóloparacolgarenélunaespadadepaja?¡YAthos!NoveoaAthos.¿Dóndeestá?

—Señor—respondiótristementeAramis—,estáenfermo,muyenfermo.

—¿Enfermo,muyenfermo,decís?¿Ydequéenfermedad?

—Temenquesealaviruela,señor—respondióPorthos,queriendoterciarconunafraseenlaconversación—,yseríamolestoporqueabuenseguroleestropearíaelrostro.

—¡Viruela! ¡Vaya gloriosa historia la que me contáis, Porthos!…¿Enfermo de viruela a su edad?… ¡No!… sino herido sin duda, muertoquizá… ¡Ah!, si ya lo sabía yo… ¡Maldita sea! Señores mosqueteros, sólooigounacosa,quesefrecuentanlosmaloslugares,quesebuscaquerellaenlacalleyquesesacalaespadaenlasencrucijadas.Noquiero,enfin,quesedémotivos de risa a los guardias del señor cardenal, que son gentes valientes,tranquilas,diestras,quenuncaseponenensituacióndeserarrestadas,yque,por otro lado, no se dejarían detener…, estoy seguro. Preferiríanmorir allímismoantesquedarunpasoatrás…Largarse,salirpitando,huir,¡bonitacosaparalosmosqueterosdelrey!

PorthosyAramistemblaronderabia.DebuenaganahabríanestranguladoalseñordeTréville,sienelfondodetodoaquellonohubieransentidoqueeraelgranamorquelesteníaloquelehacíahablarasí.Golpeabanelsueloconel

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pie,semordíanloslabioshastahacersesangreyapretabancontodasufuerzalaguarnicióndesuespada.Fuerasehabíaoídollamar,comoyahemosdicho,aAthos, Porthos yAramis, y se había adivinado, por el tono de la voz delseñor de Tréville, que estaba completamente encolerizado. Diez cabezascuriosas se habían apoyado en los tapices y palidecían de furia, porque susorejaspegadasalapuertanoperdíansílabadecuantosedecía,mientrasquesus bocas iban repitiendo las palabras insultantes del capitán a toda lapoblacióndelaantecámara.Enuninstante,desdelapuertadelgabinetea lapuertadelacalle,todoelpalacioestuvoenebullición.

—¡Losmosqueteros del rey se hacen arrestar por los guardias del señorcardenal!—continuó el señor de Tréville, tan furioso por dentro como sussoldados,perocortandosuspalabrasyhundiéndolasunaauna,porasídecir,ycomootrastantaspuñaladasenelpechodesusoyentes—.¡Ay,seisguardiasdeSuEminenciaarrestanaseismosqueterosdeSuMajestad!¡Por todoslosdiablos!Yohetomadomidecisión.AhoramismovoyalLouvre;presentomidimisióndecapitándelosmosqueterosdelreyparapediruntenientazgoentrelos guardias del cardenal, y sime rechaza, por todos los diablos, ¡me hagoabad!

A estas palabras elmurmullo del exterior se convirtió en una explosión;portodaspartesnoseoíanmásquejuramentosyblasfemias.Los¡maldición!,los ¡maldita sea!, los ¡por todos los diablos! se cruzaban, en el aire.D’Artagnanbuscabauna tapicería tras la cual esconderse, y sentía undeseodesmesuradodemetersedebajodelamesa.

—Bueno,micapitán—dijoPorthos,fueradesí—,laverdadesqueéramosseis contra seis, pero fuimos cogidos traicioneramente, y antes de quehubiéramos tenido tiempodesacarnuestrasespadas,dosdenosotroshabíancaídomuertos,yAthos,heridogravemente,novalíamuchomás.YaconocéisvosaAthos;puesbien,capitán,tratódelevantarsedosveces,yvolvióacaerlasdosveces.Sinembargo,nonoshemosrendido,¡no!,noshanllevadoalafuerza. En camino, nos hemos escapado. En cuanto a Athos, lo creyeronmuerto,ylodejarontranquilamenteenelcampodebatalla,pensandoquenovalía la pena llevarlo.Esa es la historia. ¡Qué diablos, capitán, no se ganantodaslasbatallas!ElgranPompeyoperdióladeFarsalia,yelreyFranciscoI,quesegúnloqueheoídodecirvalíatantocomoél,perdiósinembargoladePavía.

—Ytengoelhonordeasegurarosqueyomatéaunoconsupropiaespada—dijoAramis—porquelamíaserompióenelprimerencuentro…Matadooapuñalado,señor,comomásosplazca.

—Yo no sabía eso —prosiguió el señor de Tréville en un tono algososegado—.Porloqueveo,elseñorcardenalexageró.

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—Pero, por favor, señor —continuó Aramis, que, al ver a su capitánaplacarse,seatrevíaaaventurarunruego—,porfavor,señor,nodigáisqueelpropioAthosestáherido,seríaparadesesperarsequellegaraaoídosdelrey,ycomolaheridaesdelasmásgraves,dadoquedespuésdehaberatravesadoelhombrohapenetradoenelpecho,seríadetemer…

En elmismo instante, la cortina se alzó y una cabeza noble y hermosa,perohorriblementepálida,aparecióbajolosflecos:

—¡Athos!—exclamaronlosdosmosqueteros.

—¡Athos!—repitióelmismoseñordeTréville.

—Mehabéismandadollamar,señor—dijoAthosalseñordeTrévilleconunavozdebilitadaperoperfectamentecalma—,mehabéisllamadoporloquemehandichomiscompañeros,ymeapresuroaponermeavuestrasórdenes;aquíestoy,señor,¿quémequeréis?

Y con estas palabras, el mosquetero, con firmeza irreprochable, ceñidocomodecostumbre,entróconpasofirmeenelgabinete.ElseñordeTréville,emocionado hasta el fondo de su corazón por aquella prueba de valor, seprecipitóhaciaél.

—Estaba diciéndoles a estos señores —añadió—, que prohíbo a mismosqueterosexponersuvidasinnecesidad,porquelaspersonasvalientessonmuy caras al rey, y el rey sabe que sus mosqueteros son las personas másvalientesdelatierra.Vuestramano,Athos.

Y sin esperar a que el recién venido respondiese por símismo a aquellapruebadeafecto,alseñordeTrévillecogíasumanoderechayselaapretabacontodassusfuerzassindarsecuentadequeAthos,cualquieraquefuesesudominiosobresímismo,dejabaescaparungestodedolorypalidecíaaúnmás,cosaquehabríapodidocreerseimposible.

La puerta había quedado entreabierta, tanta sensación había causado lallegadadeAthos,cuyaherida,pesealsecretoguardado,eraconocidadetodos.Unmurmullodesatisfacciónacogiólasúltimaspalabrasdelcapitán,ydosotrescabezas,arrastradasporelentusiasmo,aparecieronporlasaberturasdelatapicería. Iba sin duda el señor de Tréville a reprimir con vivas palabrasaquellainfracciónalasleyesdelaetiqueta,cuandodeprontosintiólamanodeAthoscrisparseenlasuya,ydirigiendolosojoshaciaélsediocuentadequeibaadesvanecerse.Enelmismoinstante,Athos,quehabíareunidotodassus fuerzas para luchar contra el dolor, vencido al fin por él, cayó al suelocomosiestuviesemuerto.

—¡Un cirujano! —gritó el señor de Tréville—. ¡El mío, el del rey, elmejor!¡Uncirujano!Sino,malditasea,mivalienteAthosvaamorir.

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AlosgritosdelseñordeTrévilletodoelmundoseprecipitóensugabinetesinqueélpensaraencerrar lapuertaanadie,afanándose todosen tornodelherido.Perotodoaquelafánhubierasidoinútilsieldoctorexigidonohubierasidohalladoenelpalaciomismo;atravesólamultitud,seacercóaAthos,quecontinuabadesvanecidoycomotodoaquelruidoytodoaquelmovimientolemolestabamucho,pidiócomoprimeramedidaycomolamásurgentequeelmosqueterofuerallevadoaunahabitaciónvecina.PoresoelseñordeTrévilleabrióunapuertaymostróelcaminoaPorthosyaAramis,quellevaronasucompañero en brazos. Detrás de este grupo iba el cirujano, y detrás delcirujanolapuertasecerró.

EntonceselgabinetedelseñordeTréville,aquellugarordinariamentetanrespetado, se convirtió por un momento en una sucursal de la antecámara.Todos disertaban, peroraban, hablaban en voz alta, jurando, blasfemando,enviandoalcardenalyasusguardiasatodoslosdiablos.

Un instante después, Porthos y Aramis volvieron; sólo el cirujano y elseñordeTrévillesehabíanquedadojuntoalherido.

Porfin,elseñordeTrévilleregresótambién.Elheridohabíarecuperadoelconocimiento;el cirujanodeclarabaqueelestadodelmosqueteronada teníaque pudiese inquietar a sus amigos, habiendo sido ocasionada su debilidadpuraysimplementeporlapérdidadesangre.

LuegoelseñordeTrévillehizoungestoconlamanoytodosseretiraronexcepto D’Artagnan, que no olvidaba que tenía audiencia y que, con sutenacidaddegascón,habíapermanecidoenelmismositio.

Cuando todo el mundo hubo salido y la puerta fue cerrada, el señor deTrévillesevolvióyseencontrósoloconel joven.Elsucesoqueacababadeocurrir lehabíahechoperderalgoelhilodesusideas.Seinformódeloquequeríaelobstinadosolicitante.D’Artagnanentoncesdiosunombre,yelseñordeTréville,trayendoasumemoriadegolpetodossusrecuerdosdelpresenteydelpasado,sepusoalcorrientedelasituación.

—Perdón —le dijo sonriente—, perdón, querido compatriota, pero oshabíaolvidadoporcompleto.¡Quéqueréis!Uncapitánnoesnadamásqueunpadre de familia cargado con una responsabilidad mayor que un padre defamilianormal.Lossoldadossonniñosgrandes;perocomodebohacerquelasórdenesdelrey,ysobretodolasdelseñorcardenal,secumplan…

D’Artagnannopudodisimularunasonrisa.Anteella,elseñordeTrévillepensó que no se las había con un imbécil y, yendo derecho al grano,cambiandodeconversación,dijo:

—Quisemuchoavuestroseñorpadre.¿Quépuedohacerporsuhijo?Daosprisa,mitiemponoesmío.

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—Señor —dijo D’Artagnan—, al dejar Tarbes y venir hacia aquí, meproponíapediros,enrecuerdodeesaamistadcuyamemorianohabéisperdido,una casaca demosquetero; pero después de cuanto he visto desde hace doshoras, comprendo que un favor semejante sería enorme, y tiemblo de nomerecerlo.

—Enefecto, joven, esun favor—respondióel señordeTréville—;peroquizánoestétanporencimadevoscomocreéisofingíscreerlo.Sinembargo,unadecisióndeSuMajestadhaprevistoestecaso,yosanuncioconpesarqueno se recibe a nadie comomosquetero antesde la pruebapreviade algunascampañas,deciertasaccionesdebrillo,odeunserviciodedosañosenalgúnotroregimientomenosfavorecidoqueelnuestro.

D’Artagnan se inclinó sin respondernada.Se sentía aúnmásdeseosodeendosarseeluniformedemosqueterodesdequehabíatangrandesdificultadesenobtenerlo.

—Pero—prosiguióTréville fijando sobre su compatriotaunamirada tanpenetrantequesehubieradichoquequeríaleerhastaelfondodesucorazón—,peroporvuestropadre,antiguocompañeromíocomooshedicho,quierohaceralgoporvos,joven.NuestroscadetesdeBéarnnosonporreglageneralricos,ydudodequelascosashayancambiadomuchodecaradesdemisalidade la provincia. No debéis tener, para vivir, demasiado dinero que hayáistraídoconvos.

D’Artagnanseirguióconunademánorgullosoquequeríadecirqueélnopedíalimosnaanadie.

—Está bien, joven, está bien —continuó Tréville— ya conozco esosademanes; yo vine a París con cuatro escudos enmi bolsillo, yme hubierabatidoconcualquieraquemehubieradichoquenomehallabaensituacióndecomprarelLouvre.

D’Artagnan se irguió más y más; gracias a la venta de su caballo,comenzabasucarreraconcuatroescudosmásdelosqueelseñordeTrévillehabíacomenzadolasuya.

—Debéis,pues,decíayo, tenernecesidaddeconservar loque tenéis,porfuertequeseaesasuma;perodebéisnecesitar tambiénperfeccionarosenlosejerciciosqueconvienenaungentilhombre.Escribiréhoymismounacartaaldirector de la Academia Real y desde mañana os recibirá sin retribuciónalguna.Norechacéisestepequeñofavor.Nuestrosgentileshombresdemejorcuna y más ricos lo solicitan a veces sin poder obtenerlo. Aprenderéis elmanejodelcaballo,esgrimaydanza;haréisbuenosconocimientos,ydevezen cuando volveréis a verme para decirme cómo os encontráis y si puedohaceralgoporvos.

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PordesconocedorquefueraD’Artagnande lasformasde lacorte,sediocuentadelafrialdaddeaquelrecibimiento.

—¡Desgraciadamente,señor—dijo—veolafaltaquehoymehacelacartaderecomendaciónquemipadremehabíaentregadoparavos!

—Enefecto—respondióelseñordeTréville—,mesorprendequehayáisemprendidotanlargoviajesineseviáticoobligado,únicorecursodenosotroslosbearneses.

—La tenía, señor, y, a Dios gracias, en buena forma —exclamóD’Artagnan—;peromefuerobadapérfidamente.

YcontótodalaescenadeMeung,describióalgentilhombredesconocidoensusmenoresdetalles,todoelloconuncaloryunaverdadqueencantaronalseñordeTréville.

—Síque es extraño—dijo esteúltimopensando—.¿Habíaishabladodemíenvozalta?

—Sí, señor, sin duda cometí esa imprudencia; qué queréis, un nombrecomoelvuestrodebíaservirmedeescudoenelcamino.¡Juzgadsimepuseacubiertoamenudo!

Laadulaciónestabamuydemodaentonces,yelseñordeTrévilleamabaelincienso como un rey o como un cardenal. No pudo impedirse por tantosonreír con satisfacción visible, pero aquella sonrisa se borró muy pronto,volviendoporsímismoalaaventuradeMeung.

—Decidme—repuso—,¿noteníaesegentilhombreunaligeracicatrizenlasien?

—Sí,comoloharíalarozaduradeunabala.

—¿Noeraunhombredebuenaspecto?

—Sí.

—¿Ydegranestatura?

—Sí.

—¿Pálidodetezymorenodepelo?

—Sí, sí, eso es. ¿Cómo es, señor, que conocéis a ese hombre? ¡Ah, sialguna vez lo encuentro, y os juro que lo encontraré, aunque sea en elinfierno…!

—¿Esperabaaunamujer?—prosiguióTréville.

—Almenossemarchótrashaberhabladouninstanteconaquellaalaqueesperaba.

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—¿Nosabéiscuáleraeltemadesuconversación?

—Él le entregaba una caja, le decía que aquella caja contenía susinstrucciones,ylerecomendabanoabrirlahastaLondres.

—¿Erainglesaesamujer?

—LallamabaMilady.

—¡Éles!—murmuróTréville—.¡Éles!YyolecreíaaúnenBruselas.

—Señor,sabéisquiénesesehombre—exclamóD’Artagnan—.Indicadmequién es y dónde está, y os libero de todo, incluso de vuestra promesa dehacerme ingresar en los mosqueteros; porque antes que cualquier otra cosaquierovengarme.

—Guardaos de ello, joven —exclamó Tréville—; antes bien, si lo veisvenirporunladodelacalle,pasadalotro.Noosenfrentéisasemejanteroca:osromperíacomoaunvaso.

—Esonoimpide—dijoD’Artagnan—quesialgunavezloencuentro…

—Mientras tanto—prosiguió Tréville—, no lo busquéis, si tengo algúnconsejoquedaros.

DeprontoTrévillesedetuvo,impresionadoporunasospechasúbita.Aquelgranodioquemanifestabatanaltivamenteeljovenviajeroporaquelhombreque,cosabastantepocoverosímil,lehabíarobadolacartadesupadre,aquelodio¿noocultabaalgunaperfidia?¿NolehabríasidoenviadoaqueljovenporSu Eminencia? ¿No vendría para tenderle alguna trampa? Ese presuntoD’Artagnan¿noseríaunemisariodelcardenalquetratabadeintroducirseensu casa, y que le habían puesto al lado para sorprender su confianza y paraperderlomástarde,comomilvecessehabíahecho?MiróaD’Artagnanmásfijamenteaúnquelavezprimera.Sólosetranquilizóamediasporelaspectodeaquellafisonomíachispeantedeingenioastutoydehumildadafectada.

«Sé de sobra que es gascón—pensó—. Pero puede serlo tanto para elcardenalcomoparamí.Veamos,probémosle».

—Amigo mío —le dijo lentamente— quiero, como a hijo de mi viejoamigo(porquetengoporverdaderalahistoriadeesacartaperdida),quiero—dijo—, para reparar la frialdad que habéis notado ante todo en mirecibimiento,descubriroslossecretosdenuestrapolítica.Elreyyelcardenalsonlosmejoresamigosdelmundo:susaparentesaltercadosnosonmásquepara engañar a los imbéciles. No pretendo que un compatriota, un buencaballero, un muchacho valiente, hecho para avanzar, sea víctima de todosesosfingimientosycaigacomounnecioenlatrampa,almododetantosotrosque se han perdido por ello. Pensad que yo soy adicto a estos dos amostodopoderosos, y que nunca mis diligencias serias tendrán otro fin que el

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servicio del rey y del señor cardenal, uno de los más ilustres genios queFranciahaproducido.Ahora,joven,reguladvuestraconductasobreesto,ysitenéis,bienporfamilia,bienporamigos,bienporpropio instinto,algunadeesasenemistadescontraelcardenalsemejantealasquevemosmanifestarseenlos gentileshombres, decidme adiós y despidámonos. Os ayudaré en milcircunstancias,perosinrelacionarosconmipersona.Esperoquemifranqueza,encualquiercaso,osharáamigomío;porquesois,hastaelpresente,elúnicojovenalquehehabladocomolohago.

Trévillesedecíaaparteparasí:

«Sielcardenalmehadespachadoaestejovenzorro,abuenseguro,él,quesabe hasta qué punto lo execro, no habrá dejado de decir a su espía que elmejor medio de hacerme la corte es echar pestes de él; así, pese a misprotestas,elastutocompadrevaarespondermecontodaseguridadquesientehorrorporSuEminencia».

Ocurrió de muy otra forma a como esperaba Tréville; D’Artagnanrespondióconlamayorsimplicidad:

—Señor,llegoaParísconintencionescompletamenteidénticas.Mipadremeha recomendadonoaguantarnada salvodel rey,del señorcardenalydevos,aquienestieneporlostresprimerosdeFrancia.

D’Artagnan añadía el señor de Tréville a los otros dos, como podemosdarnoscuenta;peropensabaqueesteañadidonoteníaporquéestropearnada.

—Tengo,pues,lamayorveneraciónporelseñorcardenal—continuó—,yel más profundo respeto por sus actos. Tanto mejor para mí, señor, si mehabláis, como decís, con franqueza; porque entoncesme haréis el honor deestimar este parecido de gustos; mas si habéis tenido alguna desconfianza,muy natural por otra parte, siento que me pierdo diciendo la verdad; pero,tantopeor;asínodejaréisdeestimarme,yesloquequieromásquecualquierotracosaenelmundo.

El señor de Tréville quedó sorprendido hasta el extremo. Tantapenetración, tanta franqueza,enfin, lecausabaadmiración,peronodisipabaenteramentesusdudas;cuantomássuperiorfueraestejovenalosdemás,tantomáseradetemersiseengañaba.Sinembargo,apretólamanodeD’Artagnan,yledijo:

—Soisunjovenhonesto,peroenestemomentonopuedohacernadaporvosmásqueloqueosheofrecidohaceuninstante.Mipalacioestarásiempreabierto para vos. Más tarde, al poder requerirme a todas horas y por tantoaprovechar todas las ocasiones, obtendréis probablemente lo que deseáisobtener.

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—Esoquiere decir, señor—prosiguióD’Artagnan—, que esperáis a quevuelvadignodeello.Puesbien,estadtranquilo,—añadióconlafamiliaridaddelgascón—,noesperaréismuchotiempo.

Ysaludópararetirarsecomosielrestocorrieseenadelantedesucuenta.

—Pero esperad —dijo el señor de Tréville deteniéndolo—, os heprometido una carta para el director de la Academia. ¿Sois demasiadoorgullosoparaaceptarla,mijovengentilhombre?

—No, señor—dijoD’Artagnan—;os respondoquenoocurrirá con estacomoconlaotra.Laguardarétanbienqueosjuroquellegaráasudestino,y¡aydequienintenterobármela!

El señor de Tréville sonrió ante esa fanfarronada y, dejando a su jovencompatriota en el vano de la ventana, donde se encontraba y donde habíanhablado juntos, fue a sentarse a una mesa y se puso a escribir la carta derecomendaciónprometida.Duranteesetiempo,D’Artagnan,quenoteníanadamejorquehacer,sepusoabatirunamarchacontraloscristales,mirandoalosmosqueterosqueseibanunotrasotro,ysiguiéndolosconlamiradahastaquedesaparecíanalvolverlacalle.

El señor de Tréville, después de haber escrito la carta, la selló y,levantándose,seacercóaljovenparadársela;peroenelmomentomismoenqueD’Artagnan extendía lamano para recibirla, el señor de Tréville quedócompletamente estupefacto al ver a su protegido dar un salto, enrojecer decóleraylanzarsefueradelgabinetegritando:

—¡Ah,malditasea!Estaveznosemeescapará.

—¿Peroquién?—preguntóelseñordeTréville.

—¡El,miladrón!—respondióD’Artagnan—.¡Ah,traidor!

Ydesapareció.

—¡Diablodeloco!—murmuróelseñordeTréville—.Amenos—añadió—quenoseaunamaneraastutadezafarse,alverquehamarradosugolpe.

CapítuloIV

ElhombrodeAthos,eltahalídePorthosyelpañuelodeAramis

D’Artagnan, furioso, había atravesado la antecámara de tres saltos y seabalanzabaalaescaleracuyosescalonescontabacondescenderdecuatroencuatrocuando,arrastradoporsucamera,fueadardecabezaenunmosquetero

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quesalíadelgabinetedelseñordeTrévilleporunapuertadeexcusado;yalgolpearle con la frente en el hombro, le hizo lanzar un grito o mejor unaullido.

—Perdonadme—dijoD’Artagnan tratandode reemprender su carrera—,perdonadme,perotengoprisa.

Apenas había descendido el primer escalón cuando un puño de hierro lecogióporsubandoleraylodetuvo.

—¡Tenéisprisa!—exclamóelmosquetero,pálidocomounlienzo—.Conesepretextogolpeáis,decís:«Perdonadme»,ycreéisqueesobasta.Deningúnmodo,amiguito.¿CreéisqueporquehabéisoídoalseñordeTrévillehablarnosun poco bruscamente hoy, se nos puede tratar como él nos habla?Desengañaos,compañero;vosnosoiselseñordeTréville.

—A fe mía—replicó D’Artagnan al reconocer a Athos, el cual, tras elvendajerealizadoporeldoctor,volvíaasualojamiento—,afemíaquenolohe hecho a propósito, ya he dicho «Perdonadme».Me parece, pues, que esbastante.Sinembargo,oslorepito,yestavezesquizádemasiado,palabradehonor,tengoprisa,muchaprisa.Soltadme,pues,oslosuplicoydejadmeiradondetengoquehacer.

—Señor—dijo Athos soltándole—, no sois cortés. Se ve que venís delejos.

D’Artagnanhabíayasalvadotresocuatroescalones,peroalaobservacióndeAthossedetuvoenseco.

—¡Portodoslosdiablos,señor!—dijo—.Porlejosquevenganosoisvosquienmedaráunaleccióndebuenosmodales,osloadvierto.

—Puedeser—dijoAthos.

—Ah,sinotuvieratantaprisa—exclamóD’Artagnan—,ysinocorriesedetrásdeuno…

—Señorapresurado,amímeencontraréissincorrer,¿meoís?

—¿Ydónde,siosplace?

—JuntoalosCarmelitasDescalzos.

—¿Aquéhora?

—Alasdoce.

—Alasdoce,deacuerdo,allíestaré.

—Trataddenohacermeesperar,porquea lasdoceycuartoosprevengoqueseréyoquiencorratrasvosyquienoscortelasorejasalacamera.

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—¡Bueno!—legritóD’Artagnan—.Queseaalasdocemenosdiez.

Ysepusoacorrercomosilollevaraeldiablo,esperandoencontrartodavíaasudesconocido,aquiensupasotranquilonodebíahaberllevadomuylejos.

Pero a la puerta de la calle hablaba Porthos con un soldado de guardia.Entrelosdosquehablaban,habíaelespaciojustodeunhombre.D’Artagnancreyó que aquel espacio le bastaría, y se lanzó para pasar como una flechaentreellosdos.PeroD’Artagnannohabíacontadoconelviento.Cuandoibaapasar,elvientosacudióenlaampliacapadePorthos,yD’Artagnanvinoadarprecisamente en la capa.Sinduda,Porthos tenía razonesparano abandonaraquellaparteesencialdesuvestimenta,porqueenlugardedejar irelfaldónquesostenía,tiródeél,detalsuertequeD’Artagnanseenrollóenelterciopelocon un movimiento de rotación que explica la resistencia del obstinadoPorthos.

D’Artagnan,aloírjuraralmosquetero,quisosalirdedebajodelacapaquelo cegaba, y buscó su camino por el doblez. Temía sobre todo haberperjudicado el lustre del magnífico tahalí que conocemos; pero, al abrirtímidamentelosojos,seencontróconlanarizpegadaentre losdoshombrosdePorthos,esdecir,encimaprecisamentedeltahalí.

¡Ay!, como la mayoría de las cosas de este mundo que sólo tienenapariencia el tahalí era de oro por delante y de simple búfalo por detrás.Porthos,comoverdaderofanfarrónqueera,alnopoderteneruntahalídeoro,completamente de oro, tenía por lo menos la mitad; se comprende así lanecesidaddelresfriadoylaurgenciadelacapa.

—¡Por mil diablos! —gritó Porthos haciendo todo lo posible pordesembarazarsedeD’Artagnanque lehormigueabaen laespalda—.¿Tenéisacasolarabiaparalanzarosdeesemodosobrelaspersonas?

—Perdonadme —dijo D’Artagnan reapareciendo bajo el hombro delgigante—,perotengomuchaprisa,corrodetrásdeuno,y…

—¿Es que acaso olvidáis vuestros ojos cuando corréis? —preguntóPorthos.

—No —respondió D’Artagnan picado—, no, y gracias a mis ojos veoinclusoloquenovenlosdemás.

Porthoscomprendióonocomprendió;lociertoesquedejándosellevarporsucóleradijo:

—Señor,osdesollaréis,osloaviso,siosrestregáisasíenlosmosqueteros.

—¿Desollar,señor?—dijoD’Artagnan—.Lapalabraesdura.

—Es laqueconvieneaunhombreacostumbradoamirarde frentea sus

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enemigos.

—¡Pardiez!Desobraséquenoenseñáislaespaldaalosvuestros.

Yeljoven,encantadodesutravesura,sealejóriendoamandíbulabatiente.

Porthos echó espuma de rabia e hizo un movimiento para precipitarsesobreD’Artagnan.

—Mástarde,mástarde—legritóéste—,cuandonotengáisvuestracapa.

—Alauna,pues,detrásdelLuxemburgo.

—Muybien,alauna—respondióD’Artagnanvolviendolaesquinadelacalle.

Peronienlacallequeacababaderecorrer,nienlaqueabarcabaahoraconla vista vio a nadie.Por despacioquehubiera andado el desconocido, habíahecho camino; quizá también había entrado en alguna casa. D’Artagnanpreguntóporélatodoslosqueencontró,bajóluegohastalabarcaza,subióporla calle de Seine y la Croix Rouge; pero nada, absolutamente nada. Sinembargo,aquellacarreraleresultóbeneficiosaenelsentidodequeamedidaqueelsudorinundabasufrentesucorazónseenfriaba.

Sepusoentoncesareflexionarsobrelosacontecimientosqueacababandeocurrir;eranabundantesynefastos:eran lasoncede lamañanaapenas,y lamañanalehabíatraídoyaeldisfavordelseñordeTréville,quenopodríadejardeencontraralgobruscalaformaenqueD’Artagnanlohabíaabandonado.

Además, había pescado dos buenos duelos con dos hombres capaces dematar,cadauno, tresD’Artagnan;enfin,condosmosqueteros,esdecir,condosdeesosseresqueélestimabatantoquelosponía,ensupensamientoyensucorazón,porencimadetodoslosdemáshombres.

Lacoyunturaeratriste.SegurodesermatadoporAthos,secomprendequeeljovennoseinquietaramuchodePorthos.Sinembargo,comolaesperanzaesloúltimoqueseapagaenelcorazóndelhombre,llegóaesperarquepodríasobrevivir, con heridas terribles, por supuesto, a aquellos dos duelos, y, encasodesupervivencia,sehizoparaelfuturolasreprimendassiguientes:

—¡Quéatolondradoygansosoy!EsevalienteydesgraciadoAthosestabaheridojustamenteenelhombrocontraelqueyovoyadarconlacabezacomosifueraunmorueco.Loúnicoquemeextrañaesquenomehayamatadoenelsitio;estabaensuderechoyeldolorquelehecausadohadebidodeseratroz.EncuantoaPorthos…,¡oh,encuantoaPorthos,afequeesmásdivertido!

Yapesarsuyo,eljovenseechóareír,mirandonoobstantesiaquellarisaaislada, y sin motivo a ojos de quienes le viesen reír, iba a herir a algúnviandante.

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—EncuantoaPorthos,esmásdivertido;peronoporellodejodeserunmiserable atolondrado. No se lanza uno así sobre las personas sin decircuidado,no,ynosevaamirarlosdebajodelacapaparaverloquenohay.Mehabríaperdonadodebuenagana,seguro;mehabríaperdonadosinolehubierahabladodeesemalditotahalí,conpalabrasencubiertas,cierto;sí,bellamenteencubiertas.¡Ah,soyunmalditogascón,seríaingeniosohastaenlasarténdefreír!¡Vamos,D’Artagnan,amigomío—continuó,hablándoleasímismocontoda la confianza que creía deberse— si escapas a ésta, cosa que no esprobable,setratadeserenelfuturodeunacortesíaperfecta!Enadelanteesprecisoqueteadmiren,quetecitencomomodelo.Seratentoycortésnoessercobarde.MiramejoraAramis:Aramisesladulzura,eslagraciaenpersona.¡Y bien!, ¿a quién se le ha ocurrido alguna vez decir que Aramis era uncobarde?Nodesdeluegoqueanadieydeahoraenadelantequierotomarleentodopormodelo.¡Ah,precisamenteahíestá!

D’Artagnan,mientrascaminabamonologando,habíallegadoaunospocospasos del palacio D’Aiguillon y ante este palacio había visto a Aramishablandoalegrementecon tresgentileshombresde laguardiadel rey.Por suparte,AramisvioaD’Artagnan;perocomonoolvidabaquehabíasidodelantedeaquel jovenanteelqueel señordeTréville sehabía irritado tantopor lamañana, y como un testigo de los reproches que los mosqueteros habíanrecibido no le resultaba en modo alguno agradable, fingía no verlo.D’Artagnan,entregadoporenteroasusplanesdeconciliaciónydecortesía,seacercóaloscuatrojóveneshaciéndolesungransaludoacompañadodelamásgraciosasonrisa.Aramisinclinóligeramentelacabeza,peronosonrió.Porlodemás,loscuatrointerrumpieronenaquelmismoinstantesuconversación.

D’Artagnannoeratanneciocomoparanodarsecuentadequeestabademás;peronoeratodavíalosuficienteduchoenlasformasdelaaltasociedadparasalirgentilmentedeunasituaciónfalsacomoloes,porreglageneral,ladeunhombrequehavenidoamezclarseconpersonasqueapenasconoceyenunaconversaciónquenoleafecta.Buscabaportantoensuinteriorunmediode retirarse lo menos torpemente posible, cuando notó que Aramis habíadejadocaersupañueloy,pordescuidosinduda,habíapuestoelpieencima;leparecióllegadoelmomentoderepararsuinconveniencia:seagachó,yconelgestomásgraciosoquepudoencontrar,sacóelpañuelodedebajodelpiedelmosquetero, por más esfuerzos que hizo éste por retenerlo, y le dijodevolviéndoselo:

—Señor, aquí tenéis unpañuelo que enmi opiniónosmolestaríamuchoperder.

En efecto, el pañuelo estaba ricamente bordado y llevaba una corona yarmas en una de sus esquinas.Aramis se ruborizó excesivamente y arrancómásquecogióelpañuelodemanosdelgascón.

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—¡Ah, ah! —exclamó uno de los guardias—. Encima dirás, discretoAramis, que estás a mal con la señora de Bois-Tracy, cuando esa graciosadamatienelacortesíadeprestartesuspañuelos.

AramislanzóaD’Artagnanunadeesasmiradasquehacencomprenderaunhombrequeacabadeganarseunenemigomortal;luego,volviendoatomarsutonodulzarrón,dijo:

—Osequivocáis,señores,estepañuelonoesmío,ynoséporquéelseñorha tenido la fantasía de devolvérmelo amí en vez de a uno de vosotros, ypruebadeloquedigoesqueaquíestáelmío,enmibolsillo.

Aestaspalabras,sacósupropiopañuelo,pañuelomuyelegantetambién,yde fina batista, aunque la batista fuera cara en aquella época, pero pañuelobordado,sinarmas,yadornadoconunasolainicial,ladesupropietario.

Esta vez,D’Artagnan no dijo ni pío, había reconocido su error, pero losamigosdeAramisnosedejaronconvencerporsusnegativas,yunodeellos,dirigiéndosealjovenmosqueteroconseriedadafectada,dijo:

—Si fuera como pretendes, me vería obligado, mi querido Aramis, apedírtelo;porque,comosabes,Bois-Tracyesunodemisíntimos,ynoquieroquesehagatrofeodelasprendasdesumujer.

—Lopidesmal—respondióAramis—;yaunreconociendolajustezadetureclamaciónencuantoalfondo,menegarédebidoalaforma.

—Elhechoes—aventurótímidamenteD’Artagnan—,queyonohevistosalirelpañuelodelbolsillodelseñorAramis.Teníaelpieencima,esoestodo,yhepensadoque,dadoqueteníaelpie,elpañueloerasuyo.

—Yoshabéis equivocado, querido señor—respondió fríamenteAramis,pocosensiblealareparación.

Luego, volviéndose hacia aquel de los guardias que se había declaradoamigodeBois-Tracy,continuó:

—Además, pienso, mi querido íntimo de Bois-Tracy, que yo soy amigosuyo no menos cariñoso que puedas serlo tú; de suerte que, en rigor, estepañuelopuedehabersalidotantodetubolsillocomodelmío.

—¡No,pormihonor!—exclamóelguardiadeSuMajestad.

—Tú vas a jurar por tu honor y yo por mi palabra, y entoncesevidentemente uno de nosotros dos mentirá. Mira, hagámoslo mejor,Montaran,cojamoscadaunolamitad.

—¿Delpañuelo?

—Sí.

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—De acuerdo —exclamaron los otros dos guardias— el juicio del reySalomón.Decididamente,Aramis,estásllenodesabiduría.

Los jóvenesestallaronen risas,ycomoes lógico,el asuntono tuvomáscontinuación.Alcabodeuninstantelaconversacióncesó,ylostresguardiasy el mosquetero, después de haberse estrechado cordialmente las manos,tiraronlostresguardiasporsuladoyAramisporelsuyo.

—Esteeselmomentodehacerlaspacesconesehombregalante—sedijopara síD’Artagnan, que se habíamantenido algo almargen durante toda laúltima parte de aquella conversación. Y con estas buenas intenciones,acercándoseaAramis,quesealejabasinprestarlemásatención,ledijo:

—Señor,esperoquemeperdonéis.

—¡Ah, señor!—le interrumpió Aramis—. Permitidme haceros observarque no habéis obrado en esta circunstancia como un hombre galante debehacerlo.

—¡Cómo,señor!—exclamóD’Artagnan—.Suponéis…

—Supongo, señor, que no sois un imbécil, y que sabéis bien, aunquelleguéisdeGascuña,quenosepisansinmotivolospañuelosdebolsillo.¡Quédiablos!Parísnoestáempedradodebatista.

—Señor, os equivocáis tratando de humillarme —dijo D’Artagnan, enquien el carácter peleón comenzaba a hablar más alto que las resolucionespacíficas—. Soy de Gascuña, cierto, y puesto que lo sabéis, no tendrénecesidaddedecirosquelosgasconessonpocosufridos;desuertequecuandosehanexcusadounavez,aunqueseaporuna tontería,estánconvencidosdequeyahanhechomásdelamitaddeloquedebíanhacer.

—Señor,loqueosdigo—respondióAramis—,noesparabuscarpelea.ADiosgraciasnosoyunespadachín,ysiendosólomosqueteroporínterin,sólomebatocuandomeveoobligado,ysiemprecongranrepugnancia;peroestavezelasuntoesgrave,porquetenemosaunadamacomprometidaporvos.

—Pornosotrosquerréisdecir—exclamóD’Artagnan.

—¿Porquéhabéistenidolatorpezadedevolvermeelpañuelo?

—¿Porquéhabéistenidovosladedejarlocaer?

—Hedichoyrepito,señor,queesepañuelonohasalidodemibolsillo.

—¡Puesbien,mentísdosveces,señor,porqueyolohevistosalirdeél!

—¡Ah, con que lo tomáis en ese tono, señor gascón! ¡Pues bien, yo osenseñaréavivir!

—Yyoosenviaréavuestramisa,señorabate.Desenvainad,siosplace,y

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ahoramismo.

—No,porfavor,queridoamigo;noaquí,almenos.¿NoveisqueestamosfrentealpalacioD’Aiguillon,queestállenodecriaturasdelcardenal?¿QuiénmedicequenoesSuEminenciaquienoshaencargadoprocurarlemicabeza?Pero yo aprecio mucho mi cabeza, dado que creo que va bastantecorrectamente sobre mis hombros. Quiero mataros, estad tranquilo, peromataros dulcemente, en un lugar cerrado y cubierto, allí donde no podáisjactarosdevuestramuerteantenadie.

—Meparecebien,peronoosfieis,yllevadvuestropañuelo,ospertenezcaono;quizátengáisocasióndeservirosdeél.

—¿Elseñoresgascón?—preguntóAramis.

—Sí.Elseñornoposponeunacitaporprudencia.

—Laprudencia,señor,esunavirtudbastanteinútilparalosmosqueteros,losé,peroindispensablealasgentesdeIglesia;ycomosólosoymosqueteroprovisionalmente, tengo que ser prudente. A las dos tendré el honor deesperaros en el palacio del señor de Tréville. Allí os indicaré los buenoslugares.

Losdos jóvenesse saludaron, luegoAramis sealejó remontando lacallequesubíaalLuxemburgo,mientrasD’Artagnan,viendoquelahoraavanzaba,tomabaelcaminodelosCarmelitasDescalzos,diciendoparasí:

—Decididamente, no puedo librarme; pero por lomenos, si soymuerto,serémuertoporunmosquetero.

CapítuloV

Losmosqueterosdelreyylosguardiasdelseñorcardenal

D’ArtagnannoconocíaanadieenParís.FueportantoalacitadeAthossin llevar segundo, resuelto a contentarse con los que hubiera escogido suadversario. Por otra parte tenía la intención formal de dar al valientemosqueterotodaslasexcusaspertinentes,perosindebilidad,portemoraqueresultaradeaqueldueloalgoquesiempreresultamolestoenunasuntodeestegénero, cuando un hombre joven y vigoroso se bate contra un adversarioheridoydebilitado:vencido,duplicaeltriunfodesuantagonista;vencedor,esacusadodefeloníaydefácilaudacia.

Por lo demás, o hemos expuestomal el carácter de nuestro buscador deaventuras,onuestro lectorhadebidoobservaryaqueD’Artagnannoeraun

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hombre ordinario. Por eso, aun repitiéndose a sí mismo que su muerte erainevitable, no se resignó a morir suavemente, como cualquier otro menosvalienteymenosmoderadoqueélhubierahechoensulugar.Reflexionósobrelosdistintoscaracteresdeaquellosconquienesibaabatirse,yempezóavermás claro en su situación. Gracias a las leales excusas que le preparaba,esperabahacerunamigodeAthos,cuyosairesdegranseñorycuyaactitudaustera le agradaron mucho. Se prometía meter miedo a Porthos con laaventuradeltahalí,que,sinoquedabamuertoenelacto,podíacontaratodoel mundo, relato que, hábilmente manejado para ese efecto, debía cubrir aPorthosderidículo;porúltimo,encuantoalsocarróndeAramis,nole teníademasiado miedo, y suponiendo que llegase hasta él, se encargaba dedespacharlo aunqueparezca imposible, o almenos señalarle el rostro, comoCésar había recomendado hacer a los soldados de Pompeyo, dañar parasiempreaquellabellezadelaqueestabatanorgulloso.

AdemáshabíaenD’Artagnanesefondoinquebrantablederesoluciónquehabían depositado en su corazón los consejos de su padre, consejos cuyasustancia era: «No aguantar nada de nadie salvo del rey, del cardenal y delseñor de Tréville». Voló, pues, más que caminó, hacia el convento de losCarmelitasDescalzados,omejorDescalzos,comosedecíaenaquellaépoca,especiede construcción sinventanas, rodeadadeprados áridos, sucursal delPré-aux-Clers,yquedeordinarioservíaparaencuentrosdepersonasquenoteníantiempoqueperder.

Cuando D’Artagnan llegó a la vista del pequeño terreno baldío que seextendía al pie de aquel monasterio, Athos hacía sólo cinco minutos queesperaba,ydabanlasdoce.EraportantopuntualcomolaSamaritanayelmásrigurosocasuistaenduelosnopodríadecirnada.

Athos,queseguíasufriendocruelmenteporsuherida,aunquehubierasidovendadaalasnueveporelcirujanodelseñordeTréville,estabasentadosobreunmojónyesperabaasuadversarioconaquellacomposturaapacibleyaquelairedignoqueno leabandonabannunca.AlveraD’Artagnan, se levantóydiocortésmentealgunospasosasuencuentro.Éste,porsuparte,noabordóasuadversariomásquecon sombreroenmanoy suplumacolgandohastaelsuelo.

—Señor —dijo Athos—, he hecho avisar a dos amigos míos que meservirán de padrinos, pero esos dos amigos aún no han llegado.Me extrañaquetarden:noeslohabitualenellos.

—Yonotengopadrinos,señor—dijoD’Artagnan—,porque,llegadoayermismoaParís,noconozcoaúnanadie,salvoalseñordeTréville,alquehesido recomendadopormipadre,que tieneelhonorde serunode suspocosamigos.

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Athosreflexionóuninstante.

—¿NoconocéismásquealseñordeTréville?—preguntó.

—No,señor,noconozcoanadiemásqueaél…

—¡Vaya…,pero…—prosiguióAthoshablandoamediasparasímismo,amedias para D’Artagnan—, vaya, pero si os mato daré la impresión de untraganiños!

—No demasiado, señor —respondió D’Artagnan con un saludo que nocarecíadedignidad—;nodemasiado,puesquemehacéiselhonordesacarlaespadacontramíconunaheridaquedebemolestarosmucho.

—Muchomemolesta, palabra, yme habéis hecho un daño de todos losdiablos, debo decirlo; pero lucharé con la izquierda, es mi costumbre ensemejantes circunstancias. No creáis por ello que os hago gracia, manejolimpiamentelaespadaconlasdosmanos;seráinclusodesventajaparavos:unzurdoesmuymolestoparalaspersonasquenoestánprevenidas.Lamentonohaberosparticipadoantesestacircunstancia.

—Señor—dijo D’Artagnan inclinándose de nuevo—, sois realmente deunacortesíaporlaquenoospuedoquedarmásreconocido.

—Me dejáis confuso—respondióAthos con su aire de gentilhombre—;hablemos pues de otra cosa, os lo suplico, a menos que esto os resultedesagradable.¡Portodoslosdiablos!¡Quédañomehabéishecho!Elhombromearde…

—Sipermitierais…—dijoD’Artagnancontimidez.

—¿Qué,señor?

—Tengounbálsamomilagrosoparalasheridas,unbálsamoquemevienedemimadre,yqueyomismoheprobado.

—¿Y?

—Pues que estoy seguro de que enmenos de tres días este bálsamo oscurará y al cabo de los tres días, cuando estéis curado, señor, será paramísiempreungranhonorservuestrohombre.

D’Artagnandijoestaspalabrasconunasimplicidadquehacíahonorasucortesía,sinatentarenmodoalgunocontrasuvalor.

—¡Pardiez,señor!—dijoAthos—.Esesaunapropuestaquemeplace,noquelaacepte,perohueleagentilhombreaunalegua.Asíescomohablabanyobraban aquellos valientes del tiempo de Carlomagno, en quienes todocaballero debe buscar su modelo. Desgraciadamente, no estamos ya en lostiemposdelgranemperador.Estamosenlaépocadelseñorcardenal,ydeaquí

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atresdíassesabría,pormuyguardadoqueestéelsecretosesabría,digo,quedebemosbatirnos,yseopondríananuestrocombate…Vaya,esostrotacalles¿noacabarándevenir?

—Si tenéis prisa, señor —dijo D’Artagnan a Athos con la mismasimplicidadconqueuninstanteanteslehabíapropuestoposponerelduelotresdías—,sitenéisprisayosplacedespacharmeenseguida,noospreocupéis,osloruego.

—Esesaunafrasequemeagrada—dijoAthoshaciendoungraciosogestodecabezaaD’Artagnan—,noespropiadeunhombresincabeza,ya todasluces loesdeunhombrevaliente.Señor,megustan loshombresdevuestrotempleyveoquesinonosmatamoselunoalotro,tendrémástardeverdaderoplacerenvuestraconversación.Esperemosaesosseñores,osloruego,tengotiempo,yserámáscorrecto.¡Ah,ahíestáunosegúncreo!

Enefecto,porlaesquinadelacalledeVaugirardcomenzabaaaparecerelgigantescoPorthos.

—¡Cómo!—exclamóD’Artagnan—. ¿Vuestro primer testigo es el señorPorthos?

—Sí.¿Oscontraría?

—No,deningúnmodo.

—Yahíestáelsegundo.

D’Artagnan se volvió hacia el lado indicado por Athos y reconoció aAramis.

—¡Qué!—exclamóconunacentomásasombradoque laprimeravez—.¿VuestrosegundotestigoeselseñorAramis?

—Claro,¿nosabéisquenosenosvejamásaunosinlosotros,yqueentrelosmosqueterosyentrelosguardias,enlacorteyenlaciudad,senosllamaAthos,PorthosyAramiso los tres inseparables?Buenocomovos llegáisdeDaxodePau…

—DeTarbes—dijoD’Artagnan.

—…osestápermitidoignorarestedetalle—dijoAthos.

—Afemía—dijoD’Artagnan—,queestáisbienllamados,señores,ymiaventura, si tiene alguna resonancia, probará almenosquevuestrauniónnoestáfundadaenelcontraste.

Entre tanto Porthos se había acercado, había saludado a Athos con lamano;luego,alvolversehaciaD’Artagnan,habíaquedadoestupefacto.

Digamosdepasadaquehabíacambiadodetahalí,ydejadosucapa.

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—¡Ah,ah!—exclamó—.¿Quéesesto?

—Esteeselseñorconquienmebato—dijoAthosseñalandoconlamanoaD’Artagnan,ysaludándoleconelmismogesto.

—Conélmebatotambiényo—dijoPorthos.

—Peroalauna—respondióD’Artagnan.

—Ytambiényomebatoconesteseñor—dijoAramisllegandoasuvezallugar.

—Peroalasdos—dijoD’Artagnanconlamismacalma.

—Pero¿porquétebatestú,Athos?—preguntóAramis.

—Afequeno lo sédemasiado;mehahechodañoenelhombro. ¿Y tú,Porthos?

—Afequemebatoporquemebato—respondióPorthosenrojeciendo.

Athos,quenoseperdíauna,viopasarunafinasonrisaporloslabiosdelgascón.

—Hemostenidounadiscusiónsobreindumentaria—dijoeljoven.

—¿Ytú,Aramis?—preguntóAthos.

—Yo me bato por causa de teología —respondió Aramis haciendo almismotiempounaseñalaD’Artagnanconlaquelerogabatenerensecretolacausadelduelo.

AthosviopasarunasegundasonrisaporloslabiosdeD’Artagnan.

—¿Deverdad?—dijoAthos.

—Sí,unpuntodeSanAgustínsobreelquenoestamosdeacuerdo—dijoelgascón.

—Decididamenteesunhombredeingenio—murmuróAthos.

—Yahoraqueestáisjuntos,señores—dijoD’Artagnan—,permitidmequeospresentemisexcusas.

Alapalabra«excusas»,unanubepasóporlafrentedeAthos,unasonrisaaltanera se deslizó por los labios de Porthos, y una señal negativa fue larespuestadeAramis.

—Nomecomprendéis,señores—dijoD’Artagnanalzandolacabeza,enlaqueenaquelmomentojugabaunrayodesolquedorabalasfaccionesfinasyosadas—:ospido excusas en casodequenopuedapagarosmideuda a lostres, porque el señor Athos tiene derecho amatarme primero, lo cual quitamuchovaloravuestradeuda,señorPorthos,yhacecasinulalavuestra,señor

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Aramis. Y ahora, señores, os lo repito, excusadme, pero sólo de eso, ¡y enguardia!

A estas palabras, con el gesto más desenvuelto que verse pueda,D’Artagnansacósuespada.

La sangrehabía subidoa la cabezadeD’Artagnan,y en aquelmomentohabríasacadosuespadacontratodoslosmosqueterosdelreino,comoacababadehacerlocontraAthos,PorthosyAramis.

Eran las doce y cuarto. El sol estaba en su cenit y el emplazamientoescogidoparaserteatrodeldueloestabaexpuestoatodossusardores.

—Hace mucho calor—dijo Athos sacando a su vez la espada—, y sinembargonopodría quitarmemi jubón, porque todavía hace unmomentohesentidoquemiheridasangraba,ytemomolestaralseñormostrándolesangrequenomehayasacadoélmismo.

—Cierto, señor —dijo D’Artagnan—, y sacada por otro o por mí, osaseguroquesiempreveréconpesarlasangredeuncaballerotanvaliente;poresomebatiréyotambiénconjubóncomovos.

—Vamos, vamos —dijo Porthos—, basta de cumplidos, y pensad quenosotrosesperamosnuestroturno.

—Habladporvossolo,Porthos,cuandodigáissemejantesincongruencias—interrumpióAramis—.Por loqueamíse refiere,encuentro lascosasqueesos señores se dicen muy bien dichas y a todas luces dignas de dosgentileshombres.

—Cuandoqueráis,señor—dijoAthosponiéndoseenguardia.

—Esperabavuestrasórdenes—dijoD’Artagnancruzandoelhierro.

PeroapenashabíanresonadolosdosacerosaltocarsecuandounacuadrilladeguardiasdeSuEminencia,mandadaporelseñordeJussac,aparecióporlaesquinadelconvento.

—¡Los guardias del cardenal! —gritaron a la vez Porthos y Aramis—.¡Envainadlasespadas,señores,envainadlasespadas!

Peroerademasiadotarde.Losdoscombatienteshabíansidovistosenunaposturaquenopermitíadudardesusintenciones.

—¡Hola!—gritóJussacavanzandohaciaellosyhaciendounaseñalasushombresdehacerotro tanto—.¡Hola,mosqueteros!¿Nosestamosbatiendo?¿Paraquéqueremosentonceslosedictos?

—Sois muy generosos, señores guardias —dijo Athos lleno de rencor,porque Jussac era uno de los agresores de la antevíspera—. Si os viésemos

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batiros,os respondoquenosguardaríamosmuchode impedíroslo.Dejadnospueshacerlo,ypodréistenerunratodeplacersinningúngasto.

—Señores—dijo Jussac—, con gran pesar os declaro que es imposible.Nuestrodeberantetodo.Envainad,pues,porfavor,yseguidnos.

—Señor —dijo Aramis parodiando a Jussac—, con gran placerobedeceríamos vuestra graciosa invitación, si ello dependiese de nosotros;perodesgraciadamenteesimposible:elseñordeTrévillenoslohaprohibido.Pasad,pues,delargo,eslomejorquepodéishacer.

AquellabromaexasperóaJussac.

—Cargaremoscontravosotrossidesobedecéis.

—Son cinco —dijo Athos a media voz—, y nosotros sólo somos tres;seremos batidos y tendremos quemorir aquí, porque juro que no volveré aaparecervencidoanteelcapitán.

Entonces Porthos y Aramis se acercaron inmediatamente uno a otro,mientrasJussacalineabaasushombres.

EstesolomomentobastóaD’Artagnanpara tomarunadecisión:eraunodeesosmomentosquedecidenlavidadeunhombre,habíaqueelegirentreelreyyelcardenal;hechalaelección,habíaqueperseverarenella.Batirse,esdecir,desobedecerlaley,esdecir,arriesgarlacabeza,esdecir,hacersedeunsologolpeenemigodeunministromáspoderosoqueelreymismo,esoesloquevislumbróel joveny,digámosloenalabanzasuya,nodudóunsegundo.Volviéndose,pues,haciaAthosysusamigosdijo:

—Señores,añadiré,siosplace,algoavuestraspalabras.Habéisdichoquenosoismásquetres,peroamímeparecequesomoscuatro.

—Perovosnosoisdelosnuestros—dijoPorthos.

—Escierto—respondióD’Artagnan—;notengoelhábito,perosíelalma.Micorazónesmosquetero,losientodesobra,señor,yesomeentusiasma.

—Apartaos, joven —gritó Jussac, que sin duda por sus gestos y laexpresiónde su rostrohabíaadivinadoeldesigniodeD’Artagnan—.Podéisretiraros,oslopermitimos.Salvadvuestrapiel,deprisa.

D’Artagnannosemovió.

—Decididamente sois un valiente —dijo Athos apretando la mano deljoven.

—¡Vamos,vamos,tomemosunadecisión!—prosiguióJussac.

—Veamos—dijeronPorthosyAramis—,hagamosalgo.

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—Elseñorestállenodegenerosidad—dijoAthos.

Pero los tres pensaban en la juventud de D’Artagnan y temían suinexperiencia.

—No seremosmás que tres, uno de ellos herido, además de un niño—prosiguióAthos—,ynoporesodejarándedecirqueéramoscuatrohombres.

—¡Sí,peroretroceder…!—dijoPorthos.

—Esdifícil—añadióAthos.

D’Artagnancomprendiósufaltaderesolución.

—Señores, ponedme a prueba—dijo—, y os juro pormi honor que noquieromarcharmedeaquísisomosvencidos.

—¿Cómoosllamáis,valiente?—dijoAthos.

—D’Artagnan,señor.

—¡Pues bien, Athos, Porthos, Aramis y D’Artagnan, adelante! —gritóAthos.

—¿Ybien?Veamos, señores,¿osdecidísadecidiros?—gritópor terceravezJussac.

—Estáresuelto,señores—dijoAthos.

—¿Yquédecisiónhabéistomado?—preguntóJussac.

—Vamos a tener el honor de cargar contra vos —respondió Aramis,alzandoconunamanosusombreroysacandosuespadaconlaotra.

—¡Ah!¿Osresistís?—exclamóJussac.

—¡Portodoslosdiablos!¿Ossorprende?

Ylosnuevecombatientesseprecipitaronunoscontraotrosconunafuriaquenoexcluíaciertométodo.

AthoscogióauntalCahusac,favoritodelcardenal;PorthostuvoaBicaratyAramisseviofrenteadosadversarios.

EncuantoaD’Artagnan,seencontrólanzadocontraelmismoJussac.

Elcorazóndeljovengascónbatíahastaromperleelpecho,nodemiedo,aDios gracias, del que no conocía siquiera la sombra, sino de emulación; sebatíacomountigrefurioso,dandovueltasdiezvecesentornoasuadversario,cambiandoveintevecessusguardiasysu terreno.Jussacera,comosedecíaentonces, un enamorado de la espada, y la había practicado mucho; sinembargo, pasaba todos los apuros del mundo defendiéndose contra unadversario que, ágil y saltarín, se alejaba a cada momento de las reglas

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recibidas,atacandoportodoslosladosalavez,yprecaviéndoseademáscomohombrequetieneelmayorrespetoporsuepidermis.

PorfinlaluchaterminóporhacerperderlapacienciaaJussac.Furiosodesertenidoenjaqueporaquelalquehabíamiradocomoaunniño,secalentóycomenzóacometererrores.D’Artagnanque,apesardelapráctica,poseíaunaprofunda teoría, redobló la agilidad. Jussac, queriendo terminar, lanzó unaterribleestocadaasuadversariotirándoseafondo;peroésteparóprimero,ymientras Jussac se ponía en pie, deslizándose como una serpiente bajo suacero,lepasósuespadaatravésdelcuerpo.Jussaccayócomounamole.

D’Artagnanlanzóentoncesunamiradainquietayrápidasobreelcampodebatalla.

Aramishabíamatadoyaaunodesusadversarios;peroelotroleacosabavivamente. Sin embargo, Aramis estaba en buena situación y aún podíadefenderse.

Bicarat y Porthos acababan de hacer un golpe doble: Porthos habíarecibido una estocada atravesándole el brazo, y Bicarat atravesándole elmuslo.Perocomoningunadelasdosheridaseragrave,nosebatíansinoconmásencarnizamiento.

Athos, herido de nuevo por Cahusac, palidecía a ojos vistas, pero noretrocedíaunápice:sehabíalimitadoacambiardemanosuespada,ysebatíaconlaizquierda.

Segúnlasleyesdelduelodeesaépoca,D’Artagnanpodíasocorrerauno;mientras buscaba con los ojos qué compañero tenía necesidad de su ayudasorprendió una mirada de Athos. Aquella mirada era de una elocuenciasublime. Athosmoriría antes que pedir socorro; pero podíamirar, y con lamiradapedirapoyo.D’Artagnanloadivinó,diounsaltoterribleycayósobreelflancodeCahusacgritando:

—¡Amí,señorguardia,queyoosmato!

Cahusacsevolvió,justoatiempo.Athos,aquiensólosuextremadovalorsostenía,cayósobreunarodilla.

—¡Maldita sea! —gritó a D’Artagnan—. ¡No lo matéis, joven, os losuplico; tengounviejoasuntoque terminarconélcuandoestécuradoyconbuena salud! Desarmadle solamente, quitadle la espada. ¡Eso es, bien,muybien!

Esta exclamación le había sido arrancada a Athos por la espada deCahusac,quesaltabaaveintepasosdeél.D’ArtagnanyCahusacselanzaronalavez,unopararecuperarla,elotroparaapoderarsedeella;peroD’Artagnan,másrápidollegóelprimeroypusoelpieencima.

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Cahusaccorrióhacia aquelde losguardiasquehabíamatadoAramis, seapoderó de su acero y quiso volver a D’Artagnan; pero en su camino seencontró con Athos, que durante aquella pausa de un instante que le habíaprocurado D’Artagnan había recuperado el aliento y que, por temor a queD’Artagnanlemataseasuenemigo,queríavolveraempezarelcombate.

D’ArtagnancomprendióqueseríacontrariaraAthosnodejarleactuar.Enefecto, algunos segundos después, Cahusac cayó con la garganta atravesadaporunaestocada.

Enesemismo instante,Aramisapoyaba suespadacontra elpechode suadversarioderribado,yleforzabaapedirmerced.

QuedabanPorthosyBicarat:PorthoshacíamilfanfarronadaspreguntandoaBicaratquéhorapodíaser,y le felicitabapor lacompañíaqueacababadeobtener su hermano en el regimiento de Navarra; pero,mientras bromeaba,nadaganaba.Bicarateraunodeesoshombresdehierroquenocaenmásquemuertos.

Sinembargo,habíaqueterminar.Larondapodíallegaryprenderatodoslos combatientes, heridos o no, realistas o cardenalistas. Athos, Aramis yD’Artagnan rodearon a Bicarat y le conminaron a rendirse. Aunque solocontra todos y con una estocada que le atravesaba elmuslo, Bicarat queríaseguir; pero Jussac, que se había levantado sobre el codo, le gritó que serindiera.BicarateragascóncomoD’Artagnan;hizooídossordosysecontentóconreír,yentredosquites,encontrandotiempoparadibujarconlapuntadesuespadaunlugarenelsuelo,dijoparodiandounversículodelaBiblia:

—¡AquímoriráBicarat,elúnicodelosqueestánconél!

—Peroestáncuatrocontrati;acaba,teloordeno.

—¡Ah!Siloordenas,esdistinto—dijoBicarat—;comoeresmibrigadier,deboobedecer.

Y dando un salto hacia atrás, rompió la espada sobre su rodilla para noentregarla,arrojólostrozosporencimadelatapiadelconventoysecruzódebrazossilbandounmotivocardenalista.

Labravurasiempreesrespetada,inclusoenunenemigo.LosmosqueterossaludaronaBicaratconsusespadasylasdevolvieronalavaina.D’Artagnanhizootrotanto,yluego,ayudadoporBicarat,elúnicoquehabíaquedadoenpie, llevó bajo el soportal del convento a Jussac, Cahusac y a aquel de losadversariosdeAramisquesólohabíasidoherido.Elcuarto,comoyahemosdicho,estabamuerto.Luegohicieronsonar lacampanay llevandocuatrodelascincoespadasseencaminaronebriosdealegríahaciaelpalaciodelseñordeTréville.

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Selesveíaconlosbrazosentrelazados,ocupandotodoloanchodelacalle,y agrupando tras sí a todos losmosqueterosque encontraban,por loque, alfin,aquellofueunamarcha triunfal.ElcorazóndeD’Artagnannadabaen laebriedad,caminabaentreAthosyPorthosapretándolosconternura.

—Sitodavíanosoymosquetero—dijoasusnuevosamigosalfranquearlapuertadelpalaciodel señordeTréville—,almenosyasoyaprendiz,¿noesverdad?

CapítuloVI

SumajestadelreyLuisXIII

Elsucesohizomuchoruido.ElseñordeTrévillebramóenvozaltacontrasusmosqueteros, y los felicitó envozbaja;pero comonohabía tiempoqueperder para prevenir al rey el señor de Tréville se apresuró a dirigirse alLouvre.Era demasiado tarde, el rey se hallaba encerrado con el cardenal, ydijeronalseñordeTrévillequeelreytrabajabayquenopodíarecibirenaquelmomento. Por la noche, el señor deTréville acudió al juego del rey.El reyganaba,y como sumajestad eramuyavaro, estabade excelentehumor; porello,cuandoelreyviodelejosaTréville,dijo:

—Venidaquí,señorcapitán,venidqueosriña;¿sabéisqueSuEminenciahavenidoaquejársemedevuestrosmosqueteros,yellocontalemociónqueesta noche SuEminencia está enfermo? ¡Pero, bueno, vuestrosmosqueterossonincorregibles,songentesdehorca!

—No,Sire—respondióTréville,quevioalaprimeraojeadacómoibanadesarrollarse las cosas—; no, todo lo contrario, son buenas criaturas, dulcescomo corderos, y que no tienen más que un deseo, de eso me hagoresponsable:yesquesuespadanosalgadelavainamásqueparaelserviciodeVuestraMajestad.Pero,quéqueréis,losguardiasdelseñorcardenalestánbuscándoles pelea sin cesar, y por el honor mismo del cuerpo los pobresjóvenessevenobligadosadefenderse.

—¡Escuchadal señordeTréville!—dijoel rey—. ¡Escuchadle! ¡Sediríaquehabladeunacomunidadreligiosa!Enverdad,miqueridocapitán,medanganasdequitarosvuestrodespachoydárselo a la señoritadeChemerault, aquienheprometidounaabadía.Peronopenséisqueoscreerésóloporvuestrapalabra. Me llaman Luis el Justo, señor de Tréville, y ahora mismo loveremos.

—Porque me fío de esa justicia, Sire, esperaré paciente y tranquilo elcaprichodeVuestraMajestad.

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—Esperadpues,señor,esperad—dijoelrey—,noosharéesperarmucho.

En efecto, la suerte cambiaba, y como el rey empezaba a perder lo quehabíaganado,noeradifícilencontrarunpretextoparahacer—perdónesenosesta expresión de jugador, cuyo origen, lo confesamos, lo desconocemos—para hacer el carlomagno.El rey se levantó, pues, al cabo de un instante y,metiendoensubolsilloeldineroqueteníaantesíycuyamayorparteprocedíadesuganancia,dijo:

—LaVieuville,tomadmipuesto,tengoquehablarconelseñordeTrévilleporunasuntodeimportancia…¡Ah!…,yoteníaochentaluisesantemí;ponedlamismasuma,paraquequieneshanperdidonotenganmotivosdequeja.Lajusticiaantetodo.

Luego,volviéndosehaciaelseñordeTrévilleycaminandoconélhaciaelvanodeunaventana,continuó:

—Ybien,señor,vosdecísquesonlosguardiasdelaEminentísimalosquehanbuscadopeleaavuestrosmosqueteros.

—Sí,Sire,comosiempre.

—Y¿cómohaocurridolacosa?Porquecomosabéis,miqueridocapitán,esprecisoqueunjuezescuchealasdospartes.

—Diosmío,de la formamás simpleymásnatural.Tresdemismejoressoldados,aquienesVuestraMajestadconocedenombreycuyadevociónhaapreciadomás de una vez, y que tienen, puedo afirmarlo al rey, su serviciomuy en el corazón; tres de mis mejores soldados, digo, los señores Athos,Porthos y Aramis, habían hecho una excursión con un joven cadete deGascuñaqueyoleshabíarecomendadoaquellamismamañana.Laexcursióniba a tener lugar en Saint-Germain, según creo, y se habían citado en losCarmelitas Descalzos, cuando fue perturbada por el señor de Jussac y losseñoresCahusac,Bicaratyotrosdosguardiasqueciertamentenoveníanallíentannumerosacompañíasinmalaintencióncontralosedictos.

—¡Ah,ah!,medaisquepensar—dijoelrey—;sindudaibanparabatirseellosmismos.

—Nolosacuso,Sire,perodejoaVuestraMajestadapreciarquépuedenira hacer cuatro hombres armados a un lugar tan desierto como lo están losalrededoresdelconventodelosCarmelitas.

—Sí,tenéisrazón,Tréville,tenéisrazón.

—Entonces, cuando vieron a mis mosqueteros, cambiaron de idea yolvidaronsuodioparticularporelodiodecuerpo;porqueVuestraMajestadnoignoraquelosmosqueteros,quesondelreyynadamásqueparaelrey,sonlosenemigosdelosguardias,quesondelseñorcardenal.

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—Sí, Tréville, sí —dijo el rey melancólicamente—, y es muy triste,creedme,verdeestemododospartidosenFrancia,doscabezasenlarealeza;pero todo esto acabará, Tréville, todo esto acabará. Decís, pues, que losguardiashanbuscadopeleaalosmosqueteros.

—Digoqueesprobablequelascosashayanocurridodeestemodo,peronolojuro,Sire.Yasabéiscuándifícildeconocereslaverdad,yamenosdeestar dotado de ese instinto admirable que ha hecho llamar a Luis XIII elJusto…

—Y tenéis razón, Tréville, pero no estaban solos vuestros mosqueteros,¿nohabíaconellosunniño?

—Sí,Sire,yunhombreherido,desuertequetresmosqueterosdelrey,unodeellosherido,yunniñonosolamentesehanenfrentadoacincodelosmásterriblesguardiasdelcardenal,sinoqueaunhanderribadoacuatroportierra.

—Pero ¡eso es una victoria!—exclamó el rey radiante—. ¡Una victoriacompleta!

—Sí,Sire,tancompletacomoladelpuentedeCé.

—¿Cuatrohombres,unodeellosheridoyotrounniñodecís?

—Un jovenapenashombre,que sehaportado tanperfectamente en estaocasiónquemetomarélalibertadderecomendarloaVuestraMajestad.

—¿Cómosellama?

—D’Artagnan,Sire.Eshijodeunodemismásviejosamigos;elhijodeunhombre que hizo con el rey vuestro padre, de gloriosa memoria, la guerrapartidaria.

—¿Ydecísquesehaportadobienesejoven?Contadmeeso,Tréville;yasabéisquemegustanlosrelatosdeguerraycombate.

Y el rey Luis XIII se atusó orgullosamente su mostacho poniéndose enjarras.

—Sire—prosiguióTréville—,comooshedicho,elseñorD’Artagnanescasiunniño,ycomono tieneelhonordesermosquetero,estabavestidodepaisano;losguardiasdelseñorcardenal,reconociendosugranjuventud,yqueademáseraextrañoalcuerpo,leinvitaronaretirarseantesdeatacar.

—¡Ah!Yaveis,Tréville—interrumpióelrey—,quesonelloslosquehanatacado.

—Exactamente, Sire; sin ninguna duda; le conminaron, pues, a retirarse,peroélrespondióqueeramosqueterodecorazónytodoéldeSuMajestad,yqueporesosequedaríaconlosseñoresmosqueteros.

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—¡Bravojoven!—murmuróelrey.

—Y en efecto, permaneció a su lado; y Vuestra Majestad tiene a uncampeón tan firme que fue él quien dio a Jussac esa terrible estocada queencolerizatantoalseñorcardenal.

—¿FueélquienhirióaJussac?—exclamóelrey—.¡Él,unniño!Esoesimposible,Tréville.

—OcurriócomotengoelhonordedeciraVuestraMajestad.

—¡Jussac,unodelosprimerosacerosdelreino!

—¡Puesbien,Sire,haencontradosumaestro!

—Quieroveraesejoven,Tréville,quieroverlo,ysisepuedehaceralgo,puesbien,nosotrosnosocuparemos.

—¿CuándosedignarárecibirloVuestraMajestad?

—Mañanaalasdoce,Tréville.

—¿Lotraigosolo?

—No, traedmea los cuatro juntos.Quierodarles lasgracias a todos a lavez; los hombres adictos son raros, Tréville, y hay que recompensar laadhesión.

—Alasdoce,Sire,estaremosenelLouvre.

—¡Ah!Porlaescalerapequeña,Tréville,porlaescalerapequeña.Esinútilqueelcardenalsepa…

—Sí,Sire.

—¿Comprendéis,Tréville?Unedictoessiempreunedicto;estáprohibidobatirseafindecuentas.

—Pero ese encuentro, Sire, se sale a todas luces de las condicionesordinariasdeunduelo:esunariña,ylapruebaesqueerancincoguardiasdelcardenalcontramistresmosqueterosyelseñorD’Artagnan.

—Exacto —dijo el rey—; pero no importa, Tréville; de todas formas,venidporlaescalerapequeña.

Trévillesonrió.Perocomoerayamuchoparaélhaberobtenidoqueaquelniñoserevolviesecontrasumaestro,saludórespetuosamentealrey,yconsulicenciasedespidiódeél.

Aquellamismatardelostresmosqueterosfueronadvertidosdelhonorquese les había concedido. Como conocían desde hacía tiempo al rey, no seenardecieron demasiado; peroD’Artagnan, con su imaginación gascona, vio

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venirsufortunaypasólanochehaciendosueñosdorados.Poreso,alasochodelamañanaestabaencasadeAthos.

D’Artagnanencontróalmosqueterocompletamentevestidoydispuestoasalir. Como la cita con el rey no era hasta las doce, había proyectado conPorthos y Aramis ir a jugar a la pelota a un garito situado al lado de lascaballerizasdelLuxemburgo.AthosinvitóaD’Artagnanaseguirlos,ypeseasu ignoranciadeaquel juego, alquenuncaha jugado, éste aceptó, sin saberquéhacerdesutiempodesdelasnuevedelamañanaqueapenaseranhastalasdoce.

Losdosmosqueteroshablanllegadoyaypeloteabanjuntos.Athos,queeramuyaficionadoatodoslosejercicioscorporales,pasóconD’Artagnanalladoopuesto,ylosdesafió.Peroalprimermovimientoqueintentó,aunquejugabacon lamanoderecha, comprendióque suherida erademasiado reciente aúnparapermitirlesemejanteejercicio.D’Artagnansequedó,pues,solo,ycomodeclaróqueerademasiadotorpeparasostenerunpartidoenregla,continuaronenviandosolamentepelotassincontarlostantos.Perounadeaquellaspelotas,lanzada por el puño hercúleo de Porthos, pasó tan cerca del rostro deD’Artagnanquepensóque,sienlugardepasarledelado,lehubieradado,suaudienciasehabríaprobablementeperdido,dadoquelehubierasidodeltodoimposiblepresentarseanteelrey.Ycomo,segúnsuimaginacióngascona,deaquellaaudienciadependía todosuporvenir, saludócortésmenteaPorthosyAramis, declarando que no proseguirla la partida sino cuando estuviera ensituacióndehacerles frente,ysevolvióparasituarse juntoa lasogayen lagalería.

Por desgracia para D’Artagnan, entre los espectadores se encontraba unguardiadeSuEminencia, el cual, todoenardecidoaunpor laderrotade suscompañeros,yllegadolavísperasolamente,sehabíaprometidoaprovecharlaprimera ocasión de vengarla. Creyó, pues, que la ocasión había llegado y,dirigiéndoseasuvecino,dijo:

—Noessorprendentequeesejoventengamiedodeunapelota,essindudaunaprendizdemosquetero.

D’Artagnan se volvió como si una serpiente lo hubieramordido ymirófijamentealguardiaqueacababadedeciraquellainsolentefrase.

—¡Pardiez! —prosiguió aquél rizándose insolentemente el mostacho—.Miradmecuantoqueráis,miqueridoseñor,hedicholoquehedicho.

—Y como lo que habéis dicho está demasiado claro para que vuestraspalabrasnecesitenunaexplicación—respondióD’Artagnanenvozbaja—,osruegoquemesigáis.

—Yeso,¿cuándo?—preguntóelguardiaconelmismoaireburlón.

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—Ahoramismo,siosplace.

—Y¿sabéisporcasualidadquiénsoy?

—Loignorocompletamente,ynomeinquieta.

—Pues os equivocáis, porque si supieseismi nombre, quizá no tuvieraistantaprisa.

—¿Cómoosllamáis?

—Bernajoux,paraserviros.

—Puesbien,señorBernajoux—dijotranquilamenteD’Artagnan—,voyaesperarosalapuerta.

—Id,señor,ossigo.

—No os apresuréis, señor, que no se den cuenta de que salimos juntos;comprendedque,paraloquevamosahacer,demasiadagentenosmolestaría.

—Está bien —respondió el guardia asombrado de que su nombre nohubieraproducidomásefectosobreeljoven.

En efecto, el nombre de Bernajoux era conocido de todo el mundo, aexcepción quizá de D’Artagnan solamente; porque era uno de esos quefigurabalamayoríadelasvecesenlasriñascotidianasquetodoslosedictosdelreyydelcardenalnohabíanpodidoreprimir.

PorthosyAramisestabantanocupadosconsupartidoyAthoslosmirabacon tanta atención que no vieron siquiera salir a su joven compañero, que,como había dicho al guardia de Su Eminencia, se detuvo en la puerta; unmomento después, éste bajaba a su vez.ComoD’Artagnan no tenía tiempoqueperder,dadoquelaaudienciadelreyestabafijadaparalasdoce,echóunaojeada en torno suyo y, viendo que la calle estaba desierta, dijo a suadversario:

—Afemíaque,aunqueosllaméisBernajoux,esunasuerteparavostenerquehabéroslasóloconunaprendizdemosquetero;perotranquilizaos,loharélomejorquepueda.¡Enguardia!

—Pero—dijo aquel a quien D’Artagnan provocaba de ese modo—meparecequeellugarestábastantemalescogido,yqueestaríanmejordetrásdelaabadíadeSaint-GermainoenelPré-aux-Clercs.

—Lo que decís está muy puesto en razón —respondió D’Artagnan—;desgraciadamente,nomesobraeltiempo,tengounacitaalasdoceenpunto.¡Enguardia,pues,señor,enguardia!

Bernajoux no era hombre para hacerse repetir dos veces semejantecumplido.Enelmismoinstantesuespadabrillóensumanoylanzósobresu

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adversarioalque,graciasasugranjuventud,esperaintimidar.

PeroD’Artagnanhabíahecholavísperasuaprendizaje,yreciénsalidodesuvictoria,todohenchidodesufuturofavor,habíaresueltonoretrocederunpaso;poresolosdosacerosseencontraronmetidoshastalasguardas,ycomoD’Artagnan semantenía firme en su puesto fue su adversario el que dio unpaso en retirada. Pero D’Artagnan aprovechó el momento en que, en esemovimiento, el acerodeBernajoux sedesviabade la línea, libró, se lanzóafondoytocóasuadversaenelhombro.EnseguidaD’Artagnandiounpasohaciaatrásasuvezy levantósuespada;peroBernajoux legritóquenoeranada, y tirándose ciegamente sobre él, se ensartó él mismo. Sin embargo,comonocaía,comonosedeclarabavencido,sinoquesóloseibaacercandohaciaelpalaciodelseñordelaTrémouilleacuyoservicio teníaunpariente,D’Artagnan, ignorando él mismo la gravedad de la última herida que suadversariohabíarecibido,leacosabavivamente,ysindudaloibaarematardeunaterceraestocadacuando,habiéndoseextendidoelrumorquesealzabaenlacallehastaeljuegodepelota,dosdelosamigosdelguardia,quelehabíanoídointercambiaralgunaspalabrasconD’Artagnanyquelehabíanvistosaliraraízdeaquellaspalabras,seprecipitaronespadaenmanofueradelgaritoycayeron sobre el vencedor. Pero al momento Athos, Porthos y Aramisaparecieronasuvez,yenelmomentoenquelosguardiasatacabanasujovencamarada,losforzaronavolverse.EnaquelmomentoBernajouxcayó;ycomolos guardias eran sólo dos contra cuatro, se pusieron a gritar: «¡A nosotros,palaciode laTrémouille!».Aestosgritos, todos losquehabía en el palaciosalieron, abalanzándose sobre los cuatro compañeros que por su parte sepusieronagritar:«¡Anosotros,mosqueteros!».

Estegritoeraatendidoconfrecuencia;porquesesabíaalosmosqueterosenemigos de suEminencia, y se los amaba por el odio que sentían hacia elcardenal. Por eso los guardias de otras compañías distintas a las quepertenecían al duque Rojo, como lo había llamado Aramis, por lo generaltomabanpartidoenestaclasedequerellasporlosmosqueterosdelrey.Detresguardias de la compañía del señor Des Essarts que pasaban, dos vinieron,pues,enayudadeloscuatrocompañeros,mientraselotrocorríaalpalaciodelseñordeTréville,gritando:«¡Anosotros,mosqueteros,anosotros!».Comodecostumbre, el palacio del señor de Tréville estaba lleno de soldados de esaarma,queacudieronensocorrodesuscamaradas.Larefriegasehizogeneral,perolafuerzaestabadelladodelosmosqueteros:losguardiasdelcardenalylas gentes del señor de La Trémouille se retiraron al palacio, cuyas puertascerraronjustoatiempoparaimpedirquesusenemigoshicieranirrupciónalavezqueellos.Encuantoalherido,habíasidotransportadodentroalprincipioy,comohemosdicho,enmuymalestado.

Laagitaciónllegabaasucolmoentrelosmosqueterosysusaliados,yse

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deliberabayasi,paracastigarlainsolenciaquehabíantenidoloscriadosdelseñordeLaTrémouilledehacerunasalidacontralosmosqueterosdelrey,noseprenderíafuegoasupalacio.Laproposiciónhabíasidohechayacogidaconentusiasmo cuando afortunadamente sonaron las once; D’Artagnan y suscompañerosseacordarondesuaudienciay,comohabríansentidoquesedieraun golpe tan hermoso sin ellos, consiguieron calmar los ánimos. Secontentaron,pues,conarrojaralgunosadoquinescontra laspuertas,pero laspuertas resistieron; entonces se cansaron; por otro lado, aquellos quedebíanser mirados como cabecillas de la empresa habían abandonado hacía uninstanteelgrupoyseencaminabanhaciaelpalaciodelseñordeTréville,quelosesperaba,alcorrienteyadeestaalgarada.

—Deprisa,alLouvre—dijo—,alLouvresinperderuninstante,ytratemosde ver al rey antes de que sea prevenido por el cardenal; nosotros lecontaremos las cosas como una continuación del asunto de ayer, y los dospasaránjuntos.

ElseñordeTréville,acompañadodeloscuatrojóvenes,seencaminópueshaciaelLouvre;pero,paragranasombrodel capitánde losmosqueteros, leanunciaronqueelreyhablaidoamonteríadelciervoenelbosquedeSaint-Germain.ElseñordeTrévillesehizorepetirdosvecesaquellanueva,yacadavezsuscompañerosvieronsurostroensombrecerse.

—¿AcasoSuMajestad—preguntó—teníadesdeayerelproyectodeestacacería?

—No,Excelencia—respondióelayudadecámara—.Hasidoelmonteromayorelquehavenidoaanunciarleestamañanaquelapasadanochehabíanapartado un ciervo para él. Al principio respondió que no iría, luego no hasabido resistir al placer que le proponía esa caza, y después de comer hapartido.

—¿Havistoelreyalcardenal?—preguntóelseñordeTréville.

—Lo más probable —respondió el ayuda de cámara—, porque estamañana he visto los caballos de carroza de Su Eminencia, he preguntadodóndeiba,ymehancontestado:«ASaint-Germain».

—Estamosprevenidos—dijoelseñordeTréville—.Señores,veréal reyestanoche;encuantoavos,osaconsejonoarriesgaros.

El aviso era demasiado razonable y sobre todo venía de un hombre queconocía demasiado bien al rey para que los cuatro jóvenes trataran dediscutirlo. El señor de Tréville les invitó pues a volver cada uno a sualojamientoyaesperarsusnoticias.

Alentrarensupalacio,elseñordeTrévillepensóquehabíaquetomarla

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delanteraquejándoseelprimero.Envióaunodesuscriadosacasadelseñorde La Trémouille con una carta en la que rogaba echar fuera de su casa alguardiadelseñorcardenal,yreprenderasusgentesporlaaudaciaquehabíantenido de hacer una salida contra los mosqueteros. Pero el señor de LaTrémouille,yaprevenidoporsuescudero,delque,comosesabe,Bernajouxerapariente,lehizoresponderquenocorrespondíanialseñordeTrévilleniasusmosqueterosquejarse,sinomásbienalcontrario,aél,contracuyasgenteshabíancargadolosmosqueterosycuyopalaciohabíanqueridoquemar.Comoel debate entre estos dos señores habría podido durar largo tiempo, porquecadaunodebía,naturalmente,mantenerseensustrece,alseñordeTrévilleseleocurrióunexpedientequeteníapormetaacabarcontodo,yerairabuscarélmismoalseñordeLaTrémouille.

Sedirigió;pues,enseguidaasupalacio,ysehizoanunciar.

Los dos señores se saludaron cortésmente, ya que, si no había amistadentreellos,habíaalmenosestima.Losdoseranpersonasdeánimoydehonor,ycomoelseñordeLaTrémouille,protestanteyquesóloveíararavezalrey,noeradeningúnpartido,no llevabapor logeneral a sus relaciones socialesprevenciónalguna.Aquellavez,sinembargo,suacogida,aunquecortés, fuemásfríaquedecostumbre.

—Señor—dijo el señor de Tréville—, ambos creemos tener motivo dequeja uno del otro, y yo mismo he venido para que juntos saquemos esteasuntoalaluz.

—De buen grado —respondió el señor de La Trémouille—, pero osprevengo que estoy bien informado, y toda la culpa es de vuestrosmosqueteros.

—Soisunhombredemasiadojustoydemasiadorazonable,señor—dijoelseñordeTréville—,paranoaceptarlapropuestaquevoyahaceros.

—Hacedla,señor,osescucho.

—¿Cómo se encuentra el señor Bernajoux, el pariente de vuestroescudero?

—Puesmuymal,señor.Ademásdelaestocadaqueharecibidoenelbrazoyquenoesnadapeligrosa,hapescadootraquelehaatravesadoelpulmón,alpuntodequeelmédicodicetristescosas.

—Pero¿haconservadoelheridosuconocimiento?

—Perfectamente.

—¿Habla?

—Condificultad,perohabla.

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—Puesbien,señor,vayamosasulado;conjurémosle,ennombredelDiosanteelquequizávaaserllamado,adecirlaverdad.Letomoporjuezdesupropiacausa,señor,yloquedigalocreeré.

El señordeLaTrémouille reflexionóun instante; luego,comoeradifícilhacerunaproposiciónmásrazonable,aceptó.

Ambosbajaronalahabitacióndondeestabaelenfermo.Éste,alverentrara estos dos nobles señores que venían a visitarlo, trató de levantarse en ellecho,peroestabademasiadodébily,agotadoporelesfuerzoquehabíahecho,volvióacaercasisinconocimiento.

El señor de La Trémouille se acercó a él y le hizo respirar sales que ledevolvierona lavida.Entonces el señordeTréville, noqueriendoque se lepudiese acusar de haber influenciado al enfermo, invitó al señor de LaTrémouilleainterrogarleélmismo.

LoquehabíaprevistoelseñordeTrévilleocurrió.ColocadoentrelavidaylamuertecomoBernajouxestaba,notuvosiquieralaideadecallaruninstantela verdad; contó a los dos señores las cosas exactamente tal como habíanocurrido.

EratodoloquequeríaelseñordeTréville;deseóaBernajouxunaprontaconvalecencia,sedespidiódelseñordeLaTrémouille,volvióasupalacioehizoavisaraloscuatroamigosquelesesperabaacenar.

El señor de Tréville recibía a muy buena compañía, por supuestoanticardenalista.Secomprende,pues,quelaconversacióngirasedurantetodala cena sobre los dos fracasos que acababan de sufrir los guardias de SuEminencia.YcomoD’Artagnanhabíasidoelhéroedeaquellasdosjornadas,fuesobreélsobreelquecayerontodaslasfelicitaciones,queAthos,PorthosyAramis le dejaron no sólo como buenos amigos sino como hombres quehabíantenidoconbastantefrecuenciasuvezparadejarleaéllasuya.

Hacia las seis, el señor de Tréville anunció que se veía obligado a ir alLouvre;perocomolahorade laaudienciaconcedidaporSuMajestadhabíapasado,enlugardesolicitarlaentradaporlaescalerapequeña,seplantóconlos cuatro hombres en la antecámara. El rey no había vuelto aún de caza.Nuestros jóvenes hacía apenasmedia hora que esperaban,mezclados con elgentíodeloscortesanos,cuandotodaslaspuertasseabrieronyseanuncióaSuMajestad.

A este anuncio, D’Artagnan se sintió temblar hasta la médula de loshuesos. El instante que iba a seguir debía, con toda probabilidad, decidir elrestodesuvida.Poresosusojossefijaronconangustiaenlapuertaporlaquedebíaentrarelrey.

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LuisXIIIapareciómarchandoelprimero;ibavestidoconeltrajedecaza,llenode polvo aún, conbotas altas y con la fusta en lamano.A la primeraojeada,D’Artagnanjuzgóqueelánimodelreysehallabaenplenatormenta.

Esta disposición, por visible que fuera enSuMajestad, no impidió a loscortesanos alinearse a su paso: en las antecámaras realesmás vale ser vistocon mirada irritada que no ser visto en absoluto. Los tres mosqueteros notitubearonpuesydieronunpasohaciaadelante,mientrasqueD’Artagnanporel contrario permaneció oculto tras ellos; pero aunque el rey conocíapersonalmente a Athos, Porthos y Aramis, pasó ante ellos sin mirarlos, sinhablarles y como si jamás los hubiera visto.En cuanto al señor deTréville,cuando los ojos del rey se detuvieron un instante sobre él, sostuvo aquellamiradacontantafirmezaquefueelreyquienapartólavista;trasello,siempremascullando,SuMajestadvolvióasushabitaciones.

—Las cosas vanmal—dijoAthos sonriendo—, y todavía no nos haráncaballerosdelaordenestavez.

—Esperadaquídiezminutos—dijoelseñordeTréville—,ysialcabodediezminutosnomeveissalir,regresadamipalacio,porqueseráinútilquemeesperéismástiempo.

Los cuatro jóvenes esperaron diez minutos, un cuarto de hora, veinteminutos; y viendo que el señor de Tréville no aparecía, se fueron muyinquietosporloquefueraasuceder.

El señor de Tréville había entrado osadamente en el gabinete del rey, yhabía encontrado a SuMajestad demuymal humor, sentado en un sillón ygolpeandosusbotasconelmangodesufusta,cosaquenolehabíaimpedidopedirleconlamayorflemanoticiasdesusalud.

—Mala,señor,mala—respondióelrey—,meaburro.

Enefecto,eralapeorenfermedaddeLuisXIII,quienamenudotomabaauno de sus cortesanos, lo atraía a una ventana y le decía: Señor tal,aburrámonosjuntos.

—¡Cómo! ¡Vuestra Majestad se aburre! —dijo el señor de Tréville—.¿Acasonoharecibidoplacerhoydelacaza?

—¡Vayaplacer,señor!Tododegenera,afemía,ynosésieslacazalaquenotieneyarastroosonlosperroslosquenotienennariz.Lanzamosunciervode diez años, lo corremos durante seis horas, y cuando está a punto de sercogido,cuandoSaint-Simonponeyalatrompaensubocaparahacersonarelalalí,¡crac!,todalajauríasedejaengañaryselanzasobreuncervato.Comoveismeveréobligadoarenunciaralamonteríacomoherenunciadoalacazadevuelo. ¡Ay, soyun reymuydesgraciado, señordeTréville!No teníamás

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queungerifalteysemurióanteayer.

—En efecto, Sire, comprendo vuestra desesperación, y la desgracia esgrande; pero según creo os queda todavía un buen número de halcones,gavilanesyterzuelos.

—Y ningún hombre para instruirlos; los halconeros se van, sólo yoconozcoyaelartedelamontería.Despuésdemítodoestarádicho,ysecazarácon armadijos, cepos y trampas. ¡Si tuviera tiempo todavía de formaralumnos! Pero sí, el señor cardenal está que no me deja un momento dereposo,quemehabladeEspaña,quemehabladeAustria,quemehabladeInglaterra. ¡Ah!, a propósito del señor cardenal, señor de Tréville, estoydescontentodevos.

El señor deTréville esperaba al rey en este esguince.Conocía al rey demuchotiempoatrás;habíacomprendidoquetodassuslamentacionesnoeranmásqueunprefacio,unaespeciedeexcitaciónparaalentarsea símismo,yqueeraadondehabíallegadoporfinadondequeríavenir.

—¿Y en qué he sido yo tan desafortunado para desagradar a VuestraMajestad? —preguntó el señor de Tréville fingiendo el más profundoasombro.

—¿Así es como hacéis vuestra tarea señor? —prosiguió el rey sinresponderdirectamentealapreguntadelseñordeTréville—.¿Paraesoesparalo queos he nombrado capitándemismosqueteros, para que asesinen a unhombre,amotinentodounbarrioyquieranincendiarParíssinquevosdigáisunapalabra?Peroporlodemás—continuóelrey—,sindudameapresuroaacusaros,sindudalosperturbadoresestánenprisiónyvosvenísaanunciarmequesehahechojusticia.

—Sire—respondió tranquilamente el señor de Tréville—, vengo por elcontrarioapedirla.

—¿Ycontraquién?—exclamóelrey.

—Contraloscalumniadores—dijoelseñordeTréville.

—¡Vaya, eso sí que esnuevo!—prosiguió el rey—.¿No iréis adecirmequeesostresmalditosmosqueteros,Athos,PorthosyAramisyvuestrocadetedeBéarnnosehanarrojadocomofuriassobreelpobreBernajouxynolohanmaltratadodetalformaqueesprobablequeestéapuntodefallecer?¿Noiréisadecir luegoquenohanasediadoelpalaciodelduquedeLaTrémouille,nique no han querido quemarlo? Cosa que no habría sido gran desgracia entiempodeguerra,dadoqueesunnidodehugonotes,peroqueen tiempodepazesunejemplomolesto.Decid,¿vaisanegartodoesto?

—¿Y quién os ha hecho ese hermoso relato, Sire? —preguntó

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tranquilamenteelseñordeTréville.

—¿Quiénme ha hecho ese hermoso relato, señor? ¿Yquién queréis quesea, si no aquel que vela cuando yo duermo, que trabaja cuando yo medivierto, que lleva todo dentro y fuera del reino, tanto en Francia como enEuropa?

—SumajestadquierehablardeDios,sinduda—dijoelseñordeTréville—,porquenoconozcomásqueaDiosqueestéporencimadeSuMajestad.

—No, señor;me refiero al sostén del Estado, ami único servidor, amiúnicoamigo,alseñorcardenal.

—SueminencianoesSuSantidad,Sire.

—¿Quéqueréisdecirconeso,señor?

—Que no hay nadie más que el papa que sea infalible, y que esainfalibilidadnoseextiendealoscardenales.

—¿Queréisdecirquemeengaña,queréisdecirquemetraiciona?Entoncesleacusáis.Veamos,decid,confesadfrancamentedequéleacusáis.

—No,Sire,perodigoque seequivoca;digoqueha sidomal informado;digo que se ha apresurado a acusar a losmosqueteros deVuestraMajestad,para con los que es injusto, y que no ha ido a sacar sus informes de buenafuente.

—LaacusaciónvienedelseñordeLaTrémouille,delduquemismo.¿Quérespondéisaeso?

—Podría responder, Sire, que está demasiado interesado en la cuestiónpara serun testigo imparcial; pero lejosde eso,Sire, tengoal duqueporungentilhombre,ymeremitoaél,peroconunacondición,Sire.

—¿Cuál?

—QueVuestraMajestad le haga venir, le interrogue pero por símisma,frenteafrente,sintestigos,yqueyoveaaVuestraMajestadtanprontocomohayarecibidoalduque.

—¡Claroquesí!—dijoelrey—.¿YvososremitísaloquedigaelseñordeLaTrémouille?

—Sí,Sire.

—¿Aceptáissujuicio?

—Indudablemente.

—¿Yossometeréisalasreparacionesqueexija?

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—Totalmente.

—¡LaChesnaye!—gritóelrey—.¡LaChesnaye!

ElayudadecámaradeconfianzadeLuisXIII,quepermanecíasiemprealapuerta,entró.

—LaChesnaye—dijoelrey—,quevayaninmediatamenteabuscarmealseñordeLaTrémouille;quierohablarconélestanoche.

—¿VuestraMajestad me da su palabra de que no verá a nadie entre elseñordeTrémouilleyyo?

—Anadie,palabradegentilhombre.

—Hastamañanaentonces,Sire.

—Hastamañana,señor.

—¿Aquéhora,sileplaceaVuestraMajestad?

—Alahoraquequeráis.

—Pero si vengo demasiado de madrugada temo despertar a VuestraMajestad.

—¿Despertarme?¿Acasoduermo?Yonoduermoya,señor;sueñoalgunascosas,esoestodo.Venid,pues,tanprontocomoqueráis,alassiete;pero¡aydevossivuestrosmosqueterossonculpables!

—Simismosqueteros sonculpables,Sire, losculpables seránpuestosenmanosdeVuestraMajestad,queordenarádeellosloqueleplazca.¿VuestraMajestadexigealgunacosamás?Quehable,estoydispuestoaobedecerla.

—No, señor, no, y no sinmotivo semeha llamadoLuis el Justo.Hastamañanapues,señor,hastamañana.

—DiosguardehastaentoncesaVuestraMajestad.

Aunquepocodurmióelrey,menosdurmióaúnelseñordeTréville;habíahechoavisaraquellamismanochea sus tresmosqueterosya sucompañeroparaqueseencontrasenensucasaalasseisymediadelamañana.Losllevóconélsinafirmarlesnada,sinprometerlesnada,ysinocultarlesqueelfavordeellosyelsuyopropioestabaenmanosdelazar.

Llegado al pie de la pequeña escalera, les hizo esperar. Si el rey seguíairritadocontraellos,sealejaríansinservistos;sielreyconsentíaenrecibirlos,nohabríamásquehacerlosllamar.

Alllegaralaantecámaraparticulardelrey,elseñordeTrévilleencontróaLaChesnaye,quien le informódequenohabíanencontradoalduquedeLaTrémouille la noche de la víspera en su palacio, que había regresado

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demasiado tardeparapresentarse en elLouvre, que acababade llegaryqueestabaenaquelmomentoconelrey.

EstacircunstanciaplugomuchoalseñordeTréville,queasíestuvosegurode que ninguna sugerencia extraña se deslizaría entre la deposición de LaTrémouilleyél.

En efecto, apenas habían transcurrido diezminutos cuando la puerta delgabineteseabrióyelseñordeTrévilleviosaliralduquedeLaTrémouille,elcualvinoaélyledijo:

—SeñordeTréville,SuMajestadacabadeenviarmeabuscarpara sabercómosucedieronlascosasayerpor lamañanaenmipalacio.Lehedicholaverdad,esdecir,quelaculpaerademisgentes,yqueyoestabadispuestoapresentarosmisexcusas.Puestoqueosencuentro,dignaosrecibirlasytenermesiempreporunodevuestrosamigos.

—Señorduque—dijoelseñordeTréville—,estabatanllenodeconfianzaen vuestra lealtad que no quise junto a SuMajestad otro defensor que vosmismo.Veoquenomehabíaequivocado,yosagradezcoquehayatodavíaenFranciaunhombredequiensepuededecirsinengañarseloqueyohedichodevos.

—¡Está bien, está bien!—dijo el rey, que había escuchado todos estoscumplidos entre las dospuertas—.Sóloquedecidle,Tréville, puestoque sequiereunodevuestrosamigos,queyotambiénquisieraserunodelossuyos,peroquemedescuida;quehaceyatresañosquenolehevisto,yquesóloloveocuandolemandobuscar.Decidletodoesodemiparte,porquesoncosasqueunreynopuededecirporsímismo.

—Gracias,Sire,gracias—dijoelduque—;peroqueVuestraMajestadestéseguro de que no suelen ser los más adictos, y no lo digo por el señor deTréville,aquellosqueveatodashorasdeldía.

—¡Ah!Habéis oído lo quehedicho; tantomejor, duque, tantomejor—dijo el rey adelantándose hasta la puerta—. ¡Ay sois vos, Tréville! ¿Dóndeestán vuestros mosqueteros? Anteayer os había dicho que me los trajeseis.¿Porquénolohabéishecho?

—Estánabajo,Sire,yconvuestralicenciaLaChesnayevaadecirlesquesuban.

—Sí, sí,quevenganenseguida;vana ser lasochoya lasnueveesperounavisita.Id,señorduque,yvolvedsobretodo.EntradTréville.

El duque saludó y salió. En elmomento en que abría la puerta, los tresmosqueterosyD’Artagnan,conducidosporLaChesnaye,aparecíanenloaltodelaescalera.

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—Venid,misvalientes—dijoelrey—,venid;tengoquereñiros.

Los mosqueteros se aproximaron inclinándose; D’Artagnan les siguiódetrás.

—¡Diablos!—continuóelrey—.Entrevosotroscuatro,¡sieteguardiasdeSuEminenciapuestosfueradecombateendosdías!Esdemasiado,señores,esdemasiado. A esta marcha, Su Eminencia se verá obligado a renovar sucompañía dentro de tres semanas, y yo a hacer aplicar los edictos en todorigor.Unoporcasualidad,nodigoqueno;perosieteendosdías,lorepito,esdemasiado,esmuchísimo.

—Por eso, Sire, Vuestra Majestad ve que vienen todo contritos y todoarrepentidosapresentarosexcusas.

—¡Todocontritosy todoarrepentidos!¡Hum!—dijoelrey—.Nomefíouna pizca de sus caras hipócritas; hay ahí detrás, sobre todo, una cara degascón.Venidaquí,señor.

D’Artagnan,quecomprendióqueeraaélaquiensedirigíaelcumplido,seacercóadoptandosuaspectomásdesesperado.

—Bueno,pero¿nomedecíaisqueeraunjoven?¡Siesunniño,señordeTréville,unverdaderoniño!¿YhasidoélquienhadadoesarudaestocadaaJussac?

—YlasdosbellasestocadasaBernajoux.

—¿Deverdad?

—Sincontar—dijoAthos—,quesinomehubierasacadodelasmanosdeBicarat,abuenseguronohabríatenidoyoelhonordehacerenestemomentomimáshumildereverenciaaVuestraMajestad.

—¡Peroentoncesestebearnésesunverdaderodemonio!Votoalosclavos,señordeTréville,comohabríadichoelreymipadre.Enesteoficio,sedebenagujerearmuchosjubonesyrompermuchasespadas.Perolosgasconessuelenserpobres,¿noesasí?

—Sire, debo decir que aún no se han encontrado minas de oro en susmontañas,aunqueelSeñorlesdebadesobraesemilagroenrecompensaporlaformaenqueapoyaronlaspretensionesdelreyvuestropadre.

—Locualquieredecirquesonlosgasconeslosquemehanhechoreyamímismo,dadoqueyosoyelhijodemipadre,¿noesasí,Tréville?Puesbien,seaenbuenahora,nodigoqueno.LaChesnaye,idaversi,hurgandoentodosmis bolsillos, encontráis cuarenta pistolas; y si las encontráis, traédmelas.Yahora,veamos,joven,conlamanoenelcorazón,¿cómoocurrió?

D’Artagnancontólaaventuradelavísperaentodossusdetalles:cómono

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habiendo podido dormir de la alegría que experimentaba por ver a SuMajestad, había llegado al alojamiento de sus amigos tres horas antes de laaudiencia; cómohabían ido juntos al garito, y cómopor el temorquehabíamanifestadoderecibirunpelotazoenlacara,habíasidoobjetodelaburladeBernajoux,quehabíaestadoapuntodepagaraquellaburlaconlapérdidadelavida,yel señordeLaTrémouille,queennadasehabíamezclado,con lapérdidadesupalacio.

—Estábien eso—murmuró el rey—; sí, así es comoel duqueme lohacontado. ¡Pobrecardenal!Sietehombresendosdías,yde losmásqueridos;perobastaya,señores,¿meentendéis?Esbastante;oshabéistomadovuestrarevanchaporlodelacalleFérou,ymás;debéisestarsatisfechos.

—SiVuestraMajestadloestá—dijoTréville—,nosotrosloestamos.

—Sí,loestoy—añadióelreytomandounpuñadodeorodelamanodeLaChesnayeyponiéndoloenladeD’Artagnan—.Heaquí,dijo,unapruebademisatisfacción.

En esa época, las ideas de orgullo que son de recibo en nuestros díasapenasestabanaúndemoda.Ungentilhombrerecibíademanoamanodinerodelrey,ynoporellosesentíahumilladoennada.D’Artagnanpuso,pues,lascuarenta pistolas en su bolso sin andarse conmelindres y agradeciéndoselomuchoporelcontrarioaSuMajestad.

—¡Bueno!—dijoelrey,mirandosupéndola—.Bueno,yahoraquesonyalasochoymedia, retiraos;porque,yaos lohedicho, esperoaalguiena lasnueve.Gracias por vuestra adhesión, señores. Puedo contar con ella, ¿no escierto?

—¡Oh,Sire!—exclamaronaunaloscuatrocompañeros—.NosharíamoscortarentrozosporVuestraMajestad.

—Bien,bien,peropermanecedenteros;esmejor,ymeseréismásútiles.Tréville—añadióelreyamediavozmientraslosotrosseretiraban—,comonotenéisplazaenlosmosqueterosycomo,además,paraentrarenesecuerpohemosdecididoquehabíaquehacerunnoviciado,colocadaesejovenenlacompañíadelosguardiasdelseñorDesEssarts,vuestrocuñado.¡Ah,pardiez,Tréville!Meregocijoconlamuecaquevaahacerelcardenal;estaráfurioso,peromedalomismo;estoyenmiderecho.

YelreysaludóconlamanoaTréville,quesalióyvinoareunirseconsusmosqueteros, a los que encontró repartiendo con D’Artagnan las cuarentapistolas.

Y el cardenal, como había dicho Su Majestad, se puso efectivamentefurioso,tanfuriosoqueduranteochodíasabandonóeljuegodelrey,locualno

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impedíaalreyponerlelacaramásencantadoradelmundo,ytodaslasvecesqueloencontrabapreguntarleconsuvozmásacariciadora:

—Y bien, señor cardenal, ¿cómo van ese pobre Bernajoux y ese pobreJussac,quesonvuestros?

CapítuloVII

Losmosqueterospordentro

Cuando D’Artagnan estuvo fuera del Louvre y hubo consultado a susamigossobreelempleoquedebíahacerdesupartede lascuarentapistolas,Athos le aconsejó que encargase una buena comida en la Pomme de Pin,Porthos que tomase un lacayo, y Aramis que se echase una amanteconveniente.

La comida se celebró aquel mismo día, y el lacayo sirvió la mesa. LacomidahabíasidoencargadaporAthosyellacayoproporcionadoporPorthos.Eraunpicardo al que el gloriosomosqueterohabía contratado aquelmismodíayparaestaocasiónenelpuentedelaTournelle,mientrashacíacírculosalescupirenelagua.

Porthoshabíapretendidoquetalocupaciónerapruebadeunaorganizaciónreflexivaycontemplativa,ylohabíallevadosinmásrecomendación.Lagrancaradeaquelgentilhombre,acuyacuentasecreyócontratado,habíaseducidoaPlanchet—taleraelnombredelpicardo—;huboenélunaligeradecepcióncuando vio que el puesto estaba ya ocupado por un cofrade llamadoMosquetónycuandoPorthoslehubomanifestadoquelasituacióndesucasa,aunquegrande,nosoportabadoscriados,yqueteníaqueentraralserviciodeD’Artagnan.Sinembargo,cuandoasistióalacomidaquedabasuamoyleviosacarparapagarunpuñadodeorodesubolsillo,creyó labradasufortunayagradecióalcielohabercaídoenposesióndesemejanteCreso;perseveróenesa opinión hasta después del festín, con cuyas sobras reparó largasabstinencias.Peroalhaceraquellanochelacamadesuamo,lasquimerasdePlanchet se desvanecieron. La cama era lo único del alojamiento, que secomponía de una antecámara y de un dormitorio. Planchet se acostó en laantecámara sobre una colcha sacada del lecho de D’Artagnan, de la queD’Artagnanprescindióenadelante.

Athos,porsuparte,teníauncriadoquehabíahechoingresarasuserviciodeunaformamuyparticular,yquese llamabaGrimaud.Eramuysilenciosoaqueldignoseñor.HablamosdeAthos,porsupuesto.Desdehacíacincooseisaños vivía en la más profunda intimidad con sus compañeros Porthos y

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Aramis, loscuales recordabanhaberlevistosonreíramenudo,pero jamás lehabíanoído reír.Suspalabras eranbrevesy expresivas, diciendo siempre loque querían decir, nada más: nada de adornos, nada de florituras, nada dearabescos.Suconversacióneraunhechosinningúnepisodio.

Aunque Athos apenas tuviera treinta años y fuese de gran belleza decuerpoyespíritu,nadie leconocíaamantes.Jamáshablabademujeres.Sóloqueno impedíaquesehablasedeellasdelantedeél, aunque fuera fácilverquetalgénerodeconversación,alquenosemezclabamásqueconpalabrasamargas y observacionesmisantrópicas, le era completamente desagradable.Su reserva, su hurañía y sumutismo hacían de él casi un viejo; para no ircontra sus costumbres había habituado aGrimaud a obedecerle a un simplegesto o a un simple movimiento de labios. No le hablaba más que en lascircunstanciassupremas.

Aveces,Grimaud,que temíaa suamocomoal fuego, teniendoa lavezporsupersonaungranapegoyporsugeniounagranveneración,creíahaberentendidoperfectamenteloquedeseaba,seapresurabaparaejecutarlaordenrecibida y hacía precisamente lo contrario. Entonces Athos se encogía dehombrosysinencolerizarsevapuleabaaGrimaud.Esosdíashablabaunpoco.

Porthos, como se habrá podido ver, tenía un carácter completamenteopuestoaldeAthos:nosólohablabamucho,sinoquehablabaavozengrito;pocoleimportabaporotrolado,hayquehacerlejusticia,queseleescuchaseono;hablabaporelplacerdehablaryporelplacerdeoírse;hablabade todosalvo de ciencias, alegando a este respecto el odio inveterado que desde suinfancia tenía, segúndecía, a los sabios.Teníamenos estilo queAthos, y elsentimientodesuinferioridadaesterespectoamenudolehabíahecho,desdeel comienzo de su relación, injusto con ese gentilhombre, al que se habíaesforzadoporsuperarconsusespléndidostrajes.Peroconunasimplecasacademosquetero y sólo por su forma de echar atrás la cabeza y dar un paso,Athosocupaba en elmismo instante el sitioque le eradebidoy relegaba alfastuosoPorthosasegundafila.PorthosseconsolaballenandolaantecámaradelseñordeTrévilleyloscuerposdeguardiadelLouvreconelestruendodesusaventurasgalantes,delasqueAthosnohablabanunca;yporelmomento,trashaberpasadodelanoblezaderopaalanoblezadeespada,delafontaneraalabaronesa,nohabíaparaPorthosotracosaqueunaprincesaextranjeraquelequeríauna_enormidad.

Unviejoproverbiodice:«Atalamo,talcriado».Pasemos,pues,delcriadodeAthosalcriadodePorthos,deGrimaudaMosquetón.

Mosquetón era unnormando a quien su amohabía cambiado el pacíficonombredeBonifaceporelinfinitamentemássonoroybelicosodeMosquetón.Había entrado al servicio de Porthos a condición de ser vestido y alojado

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solamente,perodemodomagnífico;noexigíamásquedoshorasdiariasparaconsagrarlas a una industria que debía bastarle a satisfacer sus demásnecesidades.Porthoshabíaaceptadoel trato: lacosa ibademaravilla.Hacíacortar para Mosquetón jubones de sus vestidos viejos y de sus capas derepuesto,ygraciasaunsastremuyinteligentequeleponíasuspingajoscomonuevos dándoles la vuelta, y de cuyamujer se sospechaba que quería hacerdescender aPorthos de sus costumbres aristocráticas,Mosquetónhacíamuybuenafiguradetrásdesuamo.

En cuanto a Aramis, cuyo carácter creemos haber expuestosuficientemente—carácter que, por lo demás, como el de sus compañeros,podremosseguirensudesarrollo—,sulacayosellamabaBazin.Debidoalaesperanzaquesuamoteníaderecibirundíalasórdenes,ibavestidosiempredenegro,comodebeestarloelservidordeuneclesiástico.EraunhombredelBerry, de treinta y cinco a cuarenta años, dulce, apacible, regordete, queocupabalosociosquesuamoledejabaleyendoobraspías,haciendosiacasopara dos una cena de pocos platos pero excelente. Por lo demás, eramudo,ciego,sordoydeunafidelidadatodaprueba.

Ahoraqueconocemos,aunquenoseamásquesuperficialmente,aamosycriados,pasemosalasviviendasocupadasporcadaunodeellos.

AthosvivíaenlacalleFérou,adospasosdelLuxemburgo;sualojamientosecomponíadedospequeñashabitaciones,muydecentementeamuebladas,enuna casa adornada, cuya hospedera aún joven y realmente todavía bella leponía inútilmente ojos de cordera. Algunos retazos de un gran esplendorpasadosemanifestabanaquíyalláenlasparedesdeestemodestoalojamiento:era,porejemplo,unaespada,ricamentedamasquinada,queremontabaporlaformaalostiemposdeFranciscoIycuyaempuñadurasolamente,incrustadadepiedraspreciosas,podíavalerdoscientaspistolasyquesinembargo,ensusmomentosdemayorpenuria,Athosnohabíaconsentidonuncaenempeñarnienvender.Aquella espadahabía sidodurantemucho tiempo la ambicióndePorthos.Porthoshabríadadodiezañosdesuvidaporposeeraquellaespada.

Ciertodíaqueteníaunacitaconunaduquesa, tratóinclusodepedirlaenpréstamoaAthos.Athos,sindecirnada,vaciósusbolsillos,amontonótodassusjoyas:bolsas,cordonesycadenasdeoro,yofreciótodoaPorthos;peroencuantoa laespada, ledijo,estabaempotradaensusitioysólodebíadejarlocuando su amo abandonara su alojamiento. Además de su espada, habíatambiénunretratoquerepresentabaaunseñordelostiemposdeEnriqueIII,vestido con la mayor elegancia, y que llevaba la encomienda del SantoEspíritu, y este retrato tenía con Athos ciertos parecidos de líneas, ciertassimilitudes de familia que indicaban que aquel gran señor, caballero deórdenesdelrey,erasuantepasado.

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Finalmente,uncofredemagníficaorfebrería,conlasmismasarmasquelaespada y el retrato, hacía un juego de chimenea que se daba de patadasespantosamenteconelrestodelosadornos.Athosllevabasiempreconsigolallave de aquel cofre. Pero cierto día lo había abierto delante de Porthos, yPorthoshabíapodidoasegurarsedequeelcofrenoconteníamásquecartasypapeles:cartasdeamorypapelesdefamiliasinduda.

Porthosvivíaenunpisomuyamplioydeaparienciasuntuosa,enlacalledelVieux-Colombier.Cadavezquepasabaconunamigopordelantedesusventanas, en una de las cualesMosquetón estaba siempre vestido con granlibrea,Porthosalzabalacabezaylamanoydecía:¡Heahímimansión!Perojamásseleencontrabaencasa, jamásinvitabaanadieasubir,ynadiepodíahacerseunaideadeloqueaquellasuntuosaaparienciaencerrabaderiquezasreales.

EncuantoaAramis,habitabaunpequeñopisocompuestoporungabinete,un comedor y un dormitorio, dormitorio que, situado como el resto delalojamiento en la planta baja, daba a un pequeño jardín lozano, verde,umbrosoeimpenetrablealosojosdelvecindario.

EncuantoaD’Artagnan,ya sabemoscómosehabíaalojadoyyahemostrabadoconocimientosconsulacayo,maesePlanchet.

D’Artagnan,queeramuycuriosopornaturaleza,comolosonporlodemáslaspersonasquetienenelgeniodelaintriga,hizocuantosesfuerzospudoporsaber lo que eran realmente Athos, Porthos y Aramis; porque bajo esosnombres de guerra, cada uno de los jóvenes ocultaba sus nombres degentilhombre,Athossobre todo,queolíaagranseñora la legua.Sedirigió,pues, a Porthos para informarse sobre Athos y Aramis, y a Aramis paraconoceraPorthos.

Por desgracia, el propio Porthos no sabía de la vida de su silenciosocamarada más de lo que había dejado traslucir. Se decía que había tenidograndesfracasosensusaventurasamorosas,yqueunahorribletraiciónhabíaenvenenado para siempre la vida de aquel hombre galante. ¿Cuál era esatraición?Todosloignoraban.

En cuanto a Porthos, a excepción de su verdadero nombre, que sólo elseñordeTrévillesabía,asícomoeldesusdoscamaradas,suvidaerafácildeconocer.Vanidosoeindiscreto,seveíaasutravéscomoatravésdeuncristal.Loúnicoquehubierapodidodespistaralinvestigadorhabríasidocreersetodolobuenoqueélmismodecíadesí.

En cuanto a Aramis, pese a su aire de no tener ningún secreto, era unmuchachotodoadobadoenmisterios,querespondíapocoalaspreguntasqueselehacíansobrelosotros,yeludíaaquellasqueselehacíansobreél.Undía,

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D’Artagnan, después de haberle interrogado largo tiempo sobre Porthos yhaberse enterado del rumor que corría sobre las aventuras galantes delmosqueteroconunaprincesa,quisosaberaquéatenersesobre lasaventurasdesuinterlocutor.

—Y vos, querido compañero —le dijo—, ¿vos qué habláis de lasbaronesas,delascondesasydelasprincesasdelosdemás?

—Perdón—interrumpióAramis—, he hablado porque el propio Porthoshabla de ellas, porque ha gritado todas esas hermosas cosas delante demí.Pero,miqueridoseñorD’Artagnan,creedque,silashubierarecibidodeotrafuente, o si me hubieran sido confiadas, no habría habido confesor másdiscretoqueyo.

—Nolodudo—prosiguióD’Artagnan—;pero,enfin,meparecequevosmismo tenéis bastante familiaridad con los escudos de armas: testigo, ciertopañuelobordadoalquedeboelhonordevuestroconocimiento.

Aramisaquellaveznoseenfadó,sinoqueadoptósuairemásmodestoyrespondióafectuosamente:

—Querido,noolvidéisquequieroserde iglesiayquehuyode todas lasocasionesmundanas.Aquelpañueloquevisteisenmodoalgunomehabíasidoconfiado; había sido olvidado enmi casa por uno demis amigos.Tuve querecogerloparanocomprometerlos,aélyaladamaalaqueama.Encuantoamí, no tengo ni quiero tener amantes, siguiendo en esto el ejemplo muyjuiciosodeAthos,quenolastienemásqueyo.

—Pero¡quédiablos!,nosoisabad,dadoquesoismosquetero.

—Mosquetero por ínterin, querido, como dice el cardenal, mosqueterocontra mi gusto, pero hombre de iglesia en el corazón, creedme. Athos yPorthos me metieron ahí para entretenerme: tuve, en el momento de serordenado, una pequeña dificultad con… Pero esto apenas os interesa, y osrobountiempoprecioso.

—Nadadeeso,meinteresamucho—exclamóD’Artagnan—,yporahoranotengoabsolutamentenadaquehacer.

—Sí,peroyotengoquerezarmibreviario—respondióAramis—,despuésdecomponeralgunosversosquemehapedido laseñoraD’Aiguillon; luegodebopasarpor lacalleSaint-Honoré,paracomprarcarmínpara laseñoradeChevreuse. Como veis, querido amigo, si nada os apremia, yo estoy muyapremiado.

Y Aramis tendió afectuosamente la mano a su joven compañero, y sedespidiódeél.

Pormásesfuerzosquehizo,D’Artagnannopudosabermássobresustres

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nuevosamigos.Tomó,pues,ladecisióndecreerparaelpresentetodocuantosedecíade supasado, esperando revelacionesmás seriasymásampliasdelporvenir. Mientras tanto, consideró a Athos como a un Aquiles, a PorthoscomoaunÁyax,yaAramiscomoaunJosé.

Por lo demás, la vida de los cuatro jóvenes era alegre. Athos jugaba, ysiempreconmalafortuna.Sinembargo,jamáspedíaprestadouncéntimoasusamigos, aunque su bolsa estuviera sin cesar a su servicio; y cuando habíaapostadosobresupalabra,siemprehacíadespertarasuacreedoralaseisdelamañanaparapagarlesudeudadelavíspera.

Porthosteníarachas:esosdías,siganaba,seleveíainsolenteyespléndido;siperdía,desaparecíaporcompletodurantealgunosdías,alcabodeloscualesreaparecía con el rostro descolorido y mal gesto, pero con dinero en susbolsillos.

En cuanto aAramis, no jugaba jamás. Pero era el peormosquetero y elinvitadomásdesagradablequesepudiesever.Teníasiempreque trabajar.Aveces,enmediodeunacomida,cuandotodosconlaincitacióndelvinoyelcalor de la conversación, creían que había aún para dos o tres horas depermanencia en la mesa, Aramis miraba a su reloj, se levantaba con unagraciosasonrisaysedespedíadelacompañíaparair,decíaél,aconsultarauncasuista con el que tenía cita. Otras veces regresaba a su alojamiento paraescribirunatesisyrogabaasusamigosnodistraerle.

EntoncesAthos sonreía conaquella encantadora sonrisamelancólicaquetan bien sentaba a su noble figura, y Porthos bebía jurando queAramis noseríanuncamásqueuncuradealdea.

Planchet, el criadodeD’Artagnan, soportónoblemente la buena fortuna;recibíatreintasousdiarios,yduranteunmesveníaalalojamientoalegrecomounpinzónyafableconsuamo.CuandoelvientodelaadversidadcomenzóasoplarsobrelaparejadelacalledesFossayeurs,esdecir,cuándolascuarentapistolas del rey Luis XIII fueron comidas o casi, comenzó con quejas queAthos encontró nauseabundas Porthos indecentes y Aramis ridículas. Athosaconsejó,pues,aD’Artagnandespediralbribón;Porthosqueríaqueantesloapaleara,yAramispretendióqueunamonodebíaoírmásqueloscumplidosquesehacendeél.

—Esmuyfácilparavosdecireso—dijoD’Artagnan—;avos,Athos,quevivísmudo conGrimaud, que le prohibís hablar y que, por tanto, no tenéisnuncamalaspalabrasconél;avos,Porthos,que lleváisun trenmagníficoyquesoisundiosparavuestrocriadoMosquetón,yavosfinalmente,Aramis,quesiempredistraídoporvuestrosestudios teológicos, inspiráisunprofundorespeto a vuestro servidorBazin, hombredulcey religioso; peroyo, quenotengo ni consistencia ni recursos, yo, que no soy mosquetero ni siquiera

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guardia,yo,¿quéharéyoparainspirarcariño,temororespetoaPlanchet?

—Lacosaesgrave—respondieronlostresamigos—;esunasuntointerno;conloscriadosocurrecomoconlasmujeres,hayqueponerlosenseguidaenelsitioqueunodeseaquepermanezcan.Reflexionad,pues.

D’Artagnan reflexionó y se decidió por vapulear a Planchetprovisionalmente, cosa que fue ejecutada con la conciencia queD’Artagnanponía en todo; luego, después de haberlo vapuleado bien, le prohibióabandonarsuserviciosinsupermiso.Porque,añadió,elporvenirnomepuedefallar;esperoinevitablementetiemposmejores.Tufortunaestá,pues,hechasitequedasamilado,yyosoydemasiadobuenamoparaprivartedetufortunaconcediéndoteeldespidoquemepides.

EstamaneradeactuarinfundióenlosmosqueterosmuchorespetohacialapolíticadeD’Artagnan,Planchetquedóigualmenteadmiradoynohablómásdeirse.

Lavidadeloscuatrojóvenessehabíahechocomún;D’Artagnan,quenoteníaningúnhábito,puestoquellegabadesuprovinciaycaíaenmediodeunmundototalmentenuevoparaél,tomóporesoloshábitosdesusamigos.

Se levantaban hacia las ocho en invierno, hacia las seis en verano, y seiban a recibir órdenes y a ver cómo iban los asuntos del señor de Tréville.D’Artagnan, aunque no fuese mosquetero, hacía el servicio con unapuntualidad conmovedora: estaba siempre de guardia, porque siempre hacíacompañíaaaqueldesustresamigosquemontabalasuya.Seleconocíaenelpalaciodelosmosqueterosytodosleteníanporunbuencamarada;elseñordeTréville,que lehabíaapreciadoa laprimeraojeadayque le teníaverdaderoafecto,nocesabaderecomendarloalrey.

Porsuparte,lostresmosqueterosqueríanmuchoasujovencamarada.Laamistad que unía a aquellos cuatro hombres, y la necesidad de verse tres ocuatrovecespordía,bienparaunduelo,bienparaasuntos,bienporplacer,leshacían correr sin cesar a unos tras otros como sombras; y se encontrabasiempre a los inseparables buscándose del Luxemburgo a la plaza Saint-Sulpice,odelacalledelVieux-ColombieralLuxemburgo.

Mientras tanto, las promesas del señor de Tréville seguían su curso. Unbuen día, el rey ordenó al señor caballeroDes Essarts tomar a D’Artagnancomo cadete en su compañía de guardias. D’Artagnan endosó suspirandoaquel uniforme que hubiera querido trocar, al precio de diez años de suexistencia, por la casaca demosquetero. Pero el señor de Tréville prometióaquelfavortrasunnoviciadodedosaños,noviciadoquepodíaserabreviadoporotrapartesiselepresentabaaD’Artagnanocasióndehaceralgúnservicioal rey o de acometer alguna acción brillante. D’Artagnan se retiró con esta

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promesaydesdeeldíasiguientecomenzósuservicio.

Entonces fue cuando les llegó a Athos, Porthos y Aramis el turno demontar guardia conD’Artagnan cuando estaba de guardia.La compañía delseñorcaballeroDesEssartstomóasícuatrohombresenlugardeunoeldíaenquetomóaD’Artagnan.

CapítuloVIII

Unaintrigadecorte

Sinembargo,lascuarentapistolasdelreyLuisXIII,comotodaslascosasdeestemundo,despuésdehabertenidouncomienzohabíantenidounfin,yapartir de ese fin nuestros cuatro compañeros habían caído en apuros. AlprincipioAthossostuvodurantealgúntiempoalaasociaciónconsuspropiosdineros.LehabíasucedidoPorthos,ygraciasaunadeesasdesaparicionesalasqueestabanhabituadosdurantecasiquincedíashabíasubvenidoaúnalasnecesidades de todos; por fin había llegado la vez de Aramis, que habíacumplidodebuenagana,yque,segúndecía,vendiendosuslibrosdeteologíahabíalogradoprocurarsealgunaspistolas.

Entonces, como de costumbre, recurrieron al señor de Tréville, que dioalgunos adelantos sobre el sueldo; pero aquellos adelantos no podían llevarmuy lejos a tres mosqueteros que tenían muchas cuentas atrasadas, y a unguardiaquenolasteníasiquiera.

Finalmente, cuando se vio que iba a faltar de todo, se reunieron en unúltimo esfuerzo ocho o diez pistolas que Porthos jugó. Desgraciadamente,estaba en mala vena: perdió todo, además de veinticinco pistolas sobrepalabra.

Entonces los apuros se convirtieron enpenuria: sevio a los hambrientosseguidosdesuslacayoscorrerlascallesyloscuerposdeguardia,trincandodesusamigosdefueratodaslascenasquepudieronencontrar;porque,siguiendolaopinióndeAramis,enlaprosperidadhabíaquesembrarcomidasadiestroysiniestropararecogeralgunasenladesgracia.

Athos fue invitado cuatro veces y llevó cada vez a sus amigos con suscriados. Porthos tuvo seis ocasiones e hizo lo propio con sus camaradas;Aramis tuvo ocho. Era un hombre que, como se habrá podido comprender,hacíapocoruidoymuchatarea.

EncuantoaD’Artagnan,quenoconocíaaúnanadieenlacapital,nohallómásqueundesayunodechocolateencasadeuncuradesuregión,yunacena

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encasadeuncornetadelosguardias.Llevósuejércitoacasadelcura,aquiendevoraron sus provisiones de dos meses, y a casa del corneta, que hizomaravillas;pero,comodecíaPlanchet,sólosecomeunavez,aunquesecomamucho.

D’Artagnan se encontró, pues, bastante humillado por no tenermás queunacomidaymedia—porqueeldesayunoencasadelcuranopodíacontarmásquepormediacomida—queofrecerasuscompañerosacambiode losfestinesquesehabíanprocuradoAthos,PorthosyAramis.Secreíaendeudacon la sociedad, olvidando, en su buena fe completamente juvenil, que élhabíaalimentadoaaquellacompañíaduranteunmes,ysuespírituinquietosepuso a trabajar activamente. Reflexionó que aquella coalición de cuatrohombresjóvenes,valientes,emprendedoresyactivosdebíatenerotrametaquepaseos contoneándose, lecciones de esgrima y bromas más o menosingeniosas.

Enefecto,cuatrohombrescomoellos,cuatrohombresconsagradosunosaotros desde la bolsa hasta la vida, cuatro hombres apoyándose siempre, sinretrocedernunca,ejecutandoaisladamenteojuntoslasresolucionesadoptadasen común: cuatro brazos amenazando los cuatro puntos cardinales ovolviéndose hacia un solo punto debían inevitablemente, bien de modosubterráneo, bien a la luz, bien a cara descubierta, bien mediante labor dezapa,bienporlaastucia,bienporlafuerza,abrirsecaminohacialametaquequisieran alcanzar, pormás prohibida o alejada que estuviese.LoúnicoqueasombrabaaD’Artagnanesquesuscompañerosnohubieranpensadoesto.

El sí, él lo pensaba, y seriamente incluso, estrujándose el cerebro paraencontrardirecciónaaquellafuerzaúnicamultiplicadaporcuatro,conlaqueno dudaba que, como con la palanca que buscaba Arquímedes, se podíalevantar el mundo, cuando llamaron suavemente a la puerta. D’ArtagnandespertóaPlanchetyleordenóiraabrir.

Que de la frase, «D’Artagnan despertó a Planchet», el lector no vaya asuponerqueeradenocheoqueaúnnohabíallegadoeldía.¡No!Acababandesonarlascuatro.Planchet,doshorasantes,habíavenidoapedirdecenarasuamo,quelerespondióconelrefrán:«Quienduermecome».YPlanchetcomíadurmiendo.

Fueintroducidounhombredecarabastantesimpleyqueteníaaspectodeburgués.

DebuenaganahubieraqueridoPlanchet,parapostre,oírlaconversación;peroelburguésdeclaróaD’Artagnanqueporserimportanteyconfidencialloqueteníaquedecirledeseabapermanecerasolasconél.

D’ArtagnandespidióaPlanchetehizosentarseasuvisitante.

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Hubounmomentodesilencioduranteelcuallosdoshombressemiraronparaestablecerunconocimientoprevio,traslocualD’Artagnanseinclinóenseñaldequeescuchaba.

—HeoídohablardelseñorD’Artagnancomodeunjovenmuyvaliente—dijoelburgués—,yesareputacióndequegozaconmotivomehadecididoaconfiarleunsecreto.

—Hablad,señor,hablad—dijoD’Artagnan,quepor instintoolfateóalgoventajoso.

Elburguéshizounanuevapausaycontinuó:

—Mimujerescostureradelareina,señor,ynocarecenideprudencianidebelleza.Hace casi tres añosquemehicierondesposarla, aunqueno teníamásqueunapequeñadote,porqueelseñordeLaPorteelportamantasdelareina,essupadrinoylaprotege…

—¿Ybien,señor?—preguntóD’Artagnan.

—¡Puesbien!—prosiguióelburgués—.Puesbienseñor,mimujerhasidoraptadaayerporlamañanacuandosalíadesucuartodetrabajo.

—¿Yquiénharaptadoavuestramujer?

—Conseguridadnosénada,señor,perosospechodealguien.

—¿Yquiénesesapersonadelaquesospecháis?

—Unhombrequelaperseguíadesdehacetiempo.

—¡Diablos!

—Pero permitid que os diga, señor—prosiguió el burgués—, que estoyconvencidodequeentodoestohaymenosamorquepolítica.

—Menosamorquepolítica—dijoD’Artagnanconungestopensativo—.¿Yquésospecháis?

—Nosésideberíadecirosloquesospecho…

—Señor,osharéobservarqueyonoospidoabsolutamentenada.Soisvosquienhabéisvenido.Soisvosquienmehabéisdichoquetenéisunsecretoqueconfiarme.Obrad,pues,avuestrogusto,aúnestáisatiempoderetiraros.

—No,señor,no;meparecéisunjovenhonesto,ytendréconfianzaenvos.Creo,pues,quemimujernohasidodetenidaporsusamores,sinoporlosdeunadamamásimportantequeella.

—¡Ah ah! ¿No será por los amores de la señora de Bois-Tracy?—dijoD’Artagnan,quequisoaparentarantesuburguésqueestabaalcorrientedelosasuntosdelacorte.

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—Másimportante,señormásimportante.

—¿DelaseñoraD’Aiguillon?

—Másimportantetodavía.

—¿DelaseñoradeChevreuse?

—¡Másalto,muchomásalto!

—Dela…—D’Artagnansedetuvo.

—Sí, señor —respondió tan bajo que apenas se pudo oír al espantadoburgués.

—¿Yconquién?

—¿Conquiénpuedesersinoesconelduquede…?

—Elduquede…

—¡Sí,señor!—respondióelburguésdandoasuvozunaentonaciónmássordatodavía.

—Pero¿cómosabéisvostodoeso?

—¡Ah!¿Quecómolosé?

—Sí,¿cómolosabéis?Nadadeconfidenciasamediaso…¿Comprendéis?

—Losépormimujer,señorpormipropiamujer.

—Quelosabe…,¿porquién?

—PorelseñordeLaPorte.¿NooshedichoqueeralaahijadadelseñordeLaPorteelhombredeconfianzadelareina?Puesbien,elseñordeLaPortelapuso junto a Su Majestad para que nuestra pobre reina tuviera al menosalguiendequienfiarse,abandonadacomoestáporel rey,espiadacomoestáporelcardenal,traicionadacomoesportodos.

—¡Ah,ah!Yasevanconcretandolascosas—dijoD’Artagnan.

—Mimujervinohacecuatrodías,señor;unadesuscondicioneseraquevendría a verme dos veces por semana; porque, como tengo el honor dedeciros,mimujermequieremucho;mimujer,puesvinoymeconfióquelareina,enaquelmomento,teníagrandestemores.

—¿Deverdad?

—Sí,elseñorcardenal,aloqueparece,lapersigueyacosamásquenunca.Nopuedeperdonarlelahistoriadelazarabanda.¿Sabéisvoslahistoriadelazarabanda?

—Pardiez,claroquelasé—respondióD’Artagnan,quenosabíanadaen

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absoluto,peroquequeríaaparentarestaralcorriente.

—Desuertequeahorayanoesodio;esvenganza.

—¿Deveras?

—Ylareinacree…

—Ybien,¿quécreelareina?

—CreequehanescritoalseñorduquedeBuckinghamensunombre.

—¿Ennombredelareina?

—Sí,parahacerleveniraParís,yunavezvenidoaParís,paraatraerleaalgunatrampa.

—¡Diablo! Pero vuestramujer, mi querido señor, ¿qué tiene que ver entodoesto?

—Es conocida su adhesión a la reina, y se la quiere alejar de su ama, ointimidarlaporestaraltantodelossecretosdeSuMajestad,oseducirlaparaservirsedeellacomoespía.

—Esprobable—dijoD’Artagnan—;peroalhombrequelaharaptado,¿loconocéis?

—Oshedichoquecreíaconocerle.

—¿Sunombre?

—No lo sé; loqueúnicamente séesqueesunacriaturadelcardenal, suinstrumentociego.

—Pero¿lohabéisvisto?

—Sí,mimujermelohamostradoundía.

—¿Tienealgunasseñasporlasqueselepuedareconocer?

—Por supuesto, es un señor de gran estatura, pelo negro, tez morena,miradapenetrante,dientesblancosyunacicatrizenlasien.

—¡Una cicatriz en la sien!—exclamóD’Artagnan—.Y además dientesblancos, mirada penetrante, tez morena, pelo negro y gran estatura. ¡Es mihombredeMeung!

—¿Esvuestrohombre,decís?

—Sí,sí;peroestonoimporta.No,meequivoco,estosimplificamucholascosasporelcontrario;sivuestrohombreeselmío,ejecutarédosvenganzasdeungolpe;esoestodo;pero¿dóndecogeraesehombre?

—Nolosé.

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—¿Notenéisningunainformaciónsobresudomicilio?

—Ninguna;undíaqueyollevabaamimujeralLouvre,élsalíaaltiempoqueellaibaaentrar,ymeloseñaló.

—¡Diablo! ¡Diablo!—murmuróD’Artagnan—. Todo esto esmuy vago.¿Porquiénhabéissabidoelraptodevuestramujer?

—PorelseñordeLaPorte.

—¿Oshadadoalgúndetalle?

—Élnoteníaninguno.

—¿Yvosnohabéissabidonadaporotrolado?

—Sí,herecibido…

—¿Qué?

—Peronosésinocometounagranimprudencia.

—¿Volvéisotravezalasandadas?Sinembargo,osharéobservarqueestavezesalgotardepararetroceder.

—Yonoretrocedo,votoabríos—exclamóelburguésjurandoparahacerseilusiones—.Además,palabradeBonacieux…

—¿OsllamáisBonacieux?—leinterrumpióD’Artagnan.

—Sí,éseesminombre.

—Decíais, pues, ¡palabra de Bonacieux! Perdón si os he interrumpido;peromeparecíaqueesenombrenomeeradesconocido.

—Esposible,señor.Yosoyvuestrocasero.

—¡Ah, ah!—dijo D’Artagnan semincorporándose y saludando—. ¿Soismicasero?

—Sí,señor,sí.Ycomodesdehacetresmesesestáisenmicasa,ycomo,distraídosindudaporvuestrasimportantesocupaciones,oshabéisolvidadodepagarmialquiler, como,digoyo,noosheatormentadoun solo instante,hepensadoquetendríaisencuentamidelicadeza.

—¡Cómo no, mi querido señor Bonacieux! —prosiguió D’Artagnan—.Creedqueestoyplenamenteagradecidoporsemejanteprocederyque,comooshedicho,sipuedoservirosenalgo…

—Oscreo, señor,oscreo,ycomo ibadiciéndoos,palabradeBonacieux,tengoconfianzaenvos.

—Acabad,pues,loquehabéiscomenzadoadecirme.

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ElburguéssacóunpapeldesubolsilloylopresentóaD’Artagnan.

—¡Unacarta!—dijoeljoven.

—Queherecibidoestamañana.

D’Artagnan la abrió, y como el día empezaba a declinar, se acercó a laventana.Elburguéslesiguió.

«No busquéis a vuestra mujer —leyó D’Artagnan—; os será devueltacuando ya no haya necesidad de ella. Si dais un solo paso para encontrarlaestáisperdido».

—Desde luego es positivo —continuó D’Artagnan—; pero, después detodo,noesmásqueunaamenaza.

—Sí,pesoesaamenazameespanta;yo,señor,nosoyunhombredeespadaenabsoluto;yletengomiedoalaBastilla.

—¡Hum! —hizo D’Artagnan—. Pero es que yo temo la Bastilla tantocomovos.Sinosetratasemásquedeunaestocada,pasetodavía.

—Sinembargo,señor,habíacontadoconvosparaestaocasión.

¿Sí?

—Al veros rodeado sin cesar de mosqueteros de aspecto magnífico yreconocer que esos mosqueteros eran los del señor de Tréville, y porconsiguienteenemigosdelcardenal,habíapensadoquevosyvuestrosamigos,ademásdehacerjusticiaanuestrapobrereina,estaríaisencantadosdejugarleunamalapasadaaSuEminencia.

—Sinduda.

—Yademáshabíapensadoque,debiéndometresmesesdealquilerdelosquenuncaoshehablado…

—Sí,sí,yamehabéisdadoesemotivo,yloencuentroexcelente.

—Contandoademásconque,mientrasmehagáiselhonordepermanecerenmicasa,nooshablarénuncadevuestroalquilerfuturo…

—Muybien.

—Y añadid a eso, si fuera necesario, que cuento con ofreceros unacincuentenadepistolassi,contratodaprobabilidad,oshallaraisenapurosenestemomento.

—Demaravilla;peroentonces,¿soisrico,miqueridoseñorBonacieux?

—Vivo con desahogo, señor, esa es la palabra; he amontonado algo asícomodosotresmilescudosderentaenelcomerciodelamercería,ysobre

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todo colocado a unos fondos en el último viaje del célebre navegante JeanMocquetdesuerteque,comocomprenderéis,señor…¡Ah!Pero…—exclamóelburgués.

—¿Qué?—preguntóD’Artagnan.

—¿Quéveoahí?

—¿Dónde?

—Enlacalle,frenteavuestrasventanas,enelhuecodeaquellapuerta:unhombreembozadoenunacapa.

—¡Es él!—gritaron a la vezD’Artagnany el burgués, reconociendo losdosalmismotiempoasuhombre.

—¡Ah!Estavez—exclamóD’Artagnansaltandosobresuespada—,estaveznosemeescapará.

Ysacandosuespadadelavaina,seprecipitófueradelalojamiento.

EnlaescaleraencontróaAthosyPorthosqueveníanaverle.Seapartaron.D’Artagnanpasóentreelloscomounasaeta.

—¡Vaya!¿Adóndecorresdeesemodo?—legritaronalmismotiempolosdosmosqueteros.

—¡ElhombredeMeung!—respondióD’Artagnan,ydesapareció.

D’Artagnanhabíacontadomásdeunavezasusamigossuaventuraconeldesconocido,asícomolaaparicióndelabellaviajeraalaqueaquelhombrehabíaparecidoconfiarunamisivatanimportante.

LaopinióndeAthoshabíasidoqueD’Artagnanhabíaperdidosucartaenlapelea.Ungentilhombre, según él—y,por la descripciónqueD’Artagnanhabía hecho del desconocido, no podía ser más que un gentilhombre—, ungentilhombredebíaserincapazdeaquellabajeza,derobarunacarta.

Porthosnohabíavistoentodoaquellomásqueunacitaamorosadadaporunadamaauncaballerooporuncaballeroaunadama,yquehabíavenidoaturbarlapresenciadeD’Artagnanydesucaballoamarillo.

Aramishabíadichoqueestaclasedecosas,porsermisteriosas,másvalíanoprofundizarlas.

Comprendieron,puesporalgunaspalabrasescapadasaD’Artagnan,dequéasuntosetrataba,ycomopensaronquedespuésdehabercogidoasuhombreohaberloperdidodevista,D’Artagnanterminaríaporvolverasubirasucasa,prosiguieronsucamino.

Cuando entraron en la habitación de D’Artagnan, la habitación estaba

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vacía:elcasero,temiendolassecuelasdelencuentroquesindudaibaatenerlugarentreel jovenyeldesconocido,había juzgado,debidoa laexposiciónque él mismo había hecho de su carácter, que era prudente poner pies enpolvorosa.

CapítuloIX

D’Artagnanseperfila

Como habían previsto Athos y Porthos, al cabo de una media horaD’Artagnanregresó.Tambiénestavezhabíaperdidoasuhombre,quehabíadesaparecidocomoporencanto.D’Artagnanhabíacorrido,espadaenmano,por todas las calles de alrededor, pero no había encontrado nada que separecieseaaquelaquienbuscaba;luego,porfin,habíavueltoaaquelloporloquehabríadebidoempezarquizá,yqueerallamaralapuertacontralaqueeldesconocidosehabíaapoyado;perofueinútilquehubierahechosonardiezodoce veces seguidas la aldaba, nadie había respondido, y los vecinos que,atraídosporel ruido,habíanacudidoalumbraldesupuertaohabíanpuestolasnaricesensusventanas,lehabíanaseguradoqueaquellacasa,cuyosvanosporotraparteestabancerrados,estabadesdehaceseismesescompletamentedeshabitada.

MientrasD’Artagnancorríaporcallesy llamabaa laspuertas,Aramissehabía reunido con sus dos compañeros, de suerte que, al volver a su casa,D’Artagnanencontrólareuniónalcompleto.

—¿Y bien? —dijeron a una los tres mosqueteros al ver entrar aD’Artagnanconelsudorenlafrenteyelrostroalteradoporlacólera.

—¡Y bien! —exclamó éste arrojando la espada sobre la cama—. Esehombretienequesereldiabloenpersona;hadesaparecidocomounfantasma,comounasombra,comounespectro.

—¿Creéisenlasapariciones?—lepreguntóAthosaPorthos.

—Yo no creo más que en lo que he visto, y como nunca he vistoapariciones,nocreoenellas.

—La Biblia —dijo Aramis— hace ley el creer en ellas; la sombra deSamuelseaparecióaSaúlyesunartículodefequememolestaríaverpuestoenduda,Porthos.

—Encualquiercaso,hombreodiablo,cuerpoosombra,ilusiónorealidad,esehombrehanacidoparamicondenación,porquesufuganoshacefallarunasuntosoberbio,señores,unasuntoenelquehabíacienpistolasyquizámás

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paraganar.

—¿Cómo?—dijeronalavezPorthosyAramis.

EncuantoaAthos,fielasusistemademutismo,secontentóconinterrogaraD’Artagnanconlamirada.

—Planchet—dijoD’Artagnanasucriado,quepasabaenaquelmomentolacabezaporlapuertaentreabiertaparatratardesorprenderalgunasmigajasdelaconversación—,bajadacasademicasero,elseñorBonacieux,ydecidleque nos envíe media docena de botellas de vino de Beaugency: es el queprefiero.

—¡Vaya!¿Esquetenéiscréditoconvuestrocasero?—preguntóPorthos.

—Sí—respondióD’Artagnan—,desdehoy.Yestadtranquilos,que,sisuvinoesmalo,leenviaremosabuscarotro.

—Hayqueusarynoabusar—dijosilenciosamenteAramis.

—Siempre he dicho que D’Artagnan era la cabeza fuerte de nosotroscuatro—dijoAthos, quien, después de haber emitido esta opinión, a la queD’Artagnan respondió con un saludo, cayó al punto en su silencioacostumbrado.

—Pero,enfin,veamos,¿quépasa?—preguntóPorthos.

—Sí—dijoAramis——,confiádnoslo,miqueridoamigo,anoserqueelhonordealgunadama sehalle interesadopor esa confidencia, encuyocasoharíaismejorguardándolaparavos.

—Tranquilizaos —respondió D’Artagnan—, ningún honor tendrá quequejarsedeloquetengoquedeciros.

Y entonces contó a sus amigos palabra por palabra lo que acababa deocurrirentreélysuhuésped,ycómoelhombrequehabíaraptadoalamujerdel digno casero era el mismo con el que había tenido que disputar en lahosteríadelFrancMeunier.

—Vuestroasuntonoesmalo—dijoAthosdespuésdehaberdegustadoelvinocomoexpertoeindicadoconunsignodecabezaqueloencontrababueno—,ysepodrásacardeesebuenhombredecincuentaasesentapistolas.Ahoraqueda por saber si cincuenta o sesenta pistolas valen la pena de arriesgarcuatrocabezas.

—Peroprestadatención—exclamóD’Artagnan—,hayunamujerenesteasunto,unamujerraptada,unamujeralaquesindudaseamenaza,alaquequizásetortura,ytodoelloporqueesfielasuama.

—Tened cuidado, D’Artagnan, tened cuidado —dijo Aramis—, os

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acaloráisdemasiado,enmiopinión,porlasuertedelaseñoraBonacieux.Lamujerhasidocreadaparanuestraperdición,ydeellaesdedondenosvienentodasnuestrasmiserias.

AestasentenciadeAramis,Athosfruncióelceñoysemordióloslabios.

—NomeinquietoporlaseñoraBonacieux—exclamóD’Artagnan—,sinopor la reina, aquienel reyabandona, aquienel cardenalpersigueyquevecaer,unatrasotra,lascabezasdetodossusamigos.

—¿Porquéellaamaloquemásdetestamosdelmundo,alosespañolesyalosingleses?

—España es su patria—respondió D’Artagnan—, y es muy lógico queamea losespañoles,quesonhijosde lamisma tierraqueella.Encuantoalsegundo reproche que le hacéis, he oído decir que no amaba a los ingleses,sinoauninglés.

—¡Y a fe mía—dijo Athos— hay que confesar que ese inglés es biendignodeseramado!Jamáshevistomayorestiloqueelsuyo.

—Sincontarconquesevistecomonadie—dijoPorthos—.EstabayoenelLouvreeldíaenqueesparciósusperlas,y,¡pardiez!,yocogídosquevendípordiezpistolaslapieza.Ytú,Aramis,¿leconoces?

—Tanbien comovosotros, señores, porqueyo era unode aquellos a losquesedetuvoeneljardíndeAmiens,dondemehabíaintroducidoelseñordePutange,elcaballerizodelareina.Enaquellaépocayoestabaenelseminario,ylaaventuramepareciócruelparaelrey.

—Locualnomeimpediría—dijoD’Artagnan—,sisupieradóndeestáelduque de Buckingham, cogerle por la mano y conducirle junto a la reina,aunquenofueramásqueparahacerrabiaralseñorcardenal;porquenuestroverdadero,nuestroúnico,nuestroeternoenemigo,señores,eselcardenal,ysipudiéramosencontrarunmediode jugarlealgunapasadacruel,confiesoquecomprometeríadebuengradomicabeza.

—Y el mercero, D’Artagnan—prosiguió Athos—, ¿os ha dicho que lareinapensabaquesehabíahechoveniraBuckinghamconunfalsoaviso?

—Esotemeella.

—Esperad—dijoAramis.

—¿Qué?—preguntóPorthos.

—Seguid,seguid,tratodeacordarmedelascircunstancias.

—Yahoraestoyconvencido—dijoD’Artagnan—,dequeelraptodeesamujerdelareinaestárelacionadoconlosacontecimientosdequehablamos,y

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quizáconlapresenciadeBuckinghamenParís.

—Elgascónestállenodeideas—dijoPorthosconadmiración.

—Megustamuchooírlehablar—dijoAthos—,supatoismedivierte.

—Señores—prosiguióAramis—,escuchadesto.

—EscuchemosaAramis—dijeronlostresamigos.

—Ayerme encontraba yo en casa de un sabio doctor en teología al queconsultoavecespormisestudios…

Athossonrió.

—Vive en un barrio desierto —continuó Aramis—, sus gustos, suprofesiónloexigen.Yenelmomentoenqueyosalíadesucasa…

—¿Ybien?—preguntaronsusoyentes—.¿Enelmomentoenquesalíaisdesucasa?

Aramisparecióhacerunesfuerzosobresímismo,comounhombreque,enplenacorrientedementira,sevedetenerporunobstáculoimprevisto;perolosojosdesustrescompañerosestabanfijosenél,susorejasesperabanabiertas,nohabíamedioderetroceder.

—Esedoctortieneunanieta—continuóAramis.

—¡Ah!¡Tieneunanieta!—interrumpióPorthos.

—Damamuyrespetable—dijoAramis.

Lostresamigossepusieronareír.

—¡Ah,siosreísosidudáis—prosiguióAramis—,nosabréisnada!

—Somoscreyentes comomahometanosymudoscomocatafalcos—dijoAthos.

—Entoncescontinúo—prosiguióAramis—.Esanietavieneavecesaverasutío;yayerella,porcasualidad,seencontrabaallíalmismotiempoqueyo,ytuvequeofrecermeparaconducirlaasucarroza.

—¡Ah!¿Tieneunacarrozalanietadeldoctor?—interrumpióPorthos,unodecuyosdefectoseraunagranincontinenciadelengua—.Buenconocimiento,amigomío.

—Porthos—prosiguióAramis—,yaoshehechonotarmásdeunavezquesoismuyindiscreto,yqueesoosperjudicaconlasmujeres.

—Señores, señores—exclamóD’Artagnan, que entreveía el fondo de laaventura—, la cosa es seria; tratemos, pues, de no bromear si podemos.Seguid,Aramis,seguid.

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—Depronto,unhombrealto,moreno,conademanesdegentilhombre…,vaya,delaclasedelvuestro,D’Artagnan.

—Elmismoquizá—dijoéste.

—Es posible… —continuó Aramis— se acercó a mí, acompañado porcincooseishombresqueleseguíandiezpasosatrás,yconeltonomáscortésmedijo:«Señorduque,yvosmadame»,continuódirigiéndosealadamaalaqueyollevabadelbrazo…

—¿Alanietadeldoctor?

—¡Silencio,Porthos!—dijoAthos—.Soisinsoportable.

—«Haced el favor de subir en esa carroza, y eso sin tratar de poner lamenorresistencia,sinhacerelmenorruido».

—OshabíatomadoporBuckingham!—exclamóD’Artagnan.

—Esocreo—respondióAramis.

—Pero¿yladama?—preguntóPorthos.

—¡Lahabíatomadoporlareina!—dijoD’Artagnan.

—Exactamente—respondióAramis.

—¡Elgascóneseldiablo!—exclamóAthos—.Nadaseleescapa.

—Elhechoes—dijoPorthos—queAramisesdelaestaturaytienealgode porte del hermoso duque; pero, sin embargo, me parece que el traje demosquetero…

—Yoteníaunacapaenorme—dijoAramis.

—Enelmesde julio, ¡diablos!—dijoPorthos—.¿Esqueeldoctor temequeseasreconocido?

—Me cabe en la cabeza incluso —dijo Athos— que el espía se hayadejadoengañarporelporte;peroelrostro…

—Yollevabaungransombrero—dijoAramis.

—¡Diosmío,cuántasprecaucionesparaestudiarteología!

—Señores, señores —dijo D’Artagnan—, no perdamos nuestro tiempobromeando;dividámonosybusquemosalamujerdelmercero,eslallavedelaintriga.

—¡Una mujer de condición tan inferior! ¿Lo creéis, D’Artagnan?——preguntóPorthosestirandoloslabioscondesprecio.

—EslaahijadadeLaPorte,elayudadecámaradeconfianzadelareina.¿Nooslohedicho,señores?Yademás,quizáseauncálculodeSuMajestad

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haberido,enestaocasión,abuscarsusapoyostanbajo.Lasaltascabezassevendelejos,yelcardenaltienebuenavista.

—¡Ybien!—dijo Porthos—.Arreglad primero precio con elmercero, ybuenprecio.

—Es inútil —dijo D’Artagnan— porque creo que, si no nos paga,quedaremossuficientementepagadosporotrolado.

Enaquelmomento,unruidoprecipitadoresonóenlaescalera,lapuertaseabrióconestrépitoyelmalhadadomerceroseabalanzóenlahabitacióndondesecelebrabaelconsejo.

—¡Ah,señores!—exclamó—.¡Salvadme,ennombredelcielo,salvadme!Haycuatrohombresquevienenparadetenerme!¡Salvadme,salvadme!

PorthosyAramisselevantaron.

—Un momento —exclamó D’Artagnan haciéndoles señas de quedevolviesenalavainasusespadasmediosacadas—;unmomento,noesvalorloqueaquísenecesita,esprudencia.

—Sinembargo—exclamóPorthos—,nodejaremos…

—VosdejaréishaceraD’Artagnan—dijoAthos—;es,lorepito,lacabezafuerte de todos nosotros, y por lo que a mí se refiere, declaro que yo leobedezco.Hazloquequieras,D’Artagnan.

En aquel momento, los cuatro guardias aparecieron a la puerta de laantecámara,yalveracuatromosqueterosenpieyconlaespadaenelcostado,dudaronseguiradelante.

—Entrad,señores,entrad—gritóD’Artagnan—,aquíestáisenmicasa,ytodosnosotrossomosfielesservidoresdelreyydelseñorcardenal.

—¿Entonces, señores, noosopondréis aque ejecutemos lasórdenesquehemosrecibido?—preguntóaquelqueparecíaeljefedelacuadrilla.

—Alcontrario,señores,yosecharíamosunamanosifueranecesario.

—Pero¿quédice?—mascullóPorthos.

—Eresunnecio—dijoAthos—.¡Silencio!

—Peromehabéisprometido…—dijoenvozbajaelpobremercero.

—Nopodemossalvarosmásqueestandolibres—respondiórápidamenteyen voz baja D’Artagnan—, y si hiciéramos ademán de defenderos, se nosdetendríaconvos.

—Meparece,sinembargo…

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—Adelante,señores,adelante—dijoenvozaltaD’Artagnan—,notengoningúnmotivoparadefenderalseñor.Lehevistohoyporprimeravez,y¡enqué ocasión! Elmismo os la dirá: para venir a reclamarme el precio demialquiler.¿Escierto,señorBonacieux?¡Responded!

—Eslaverdadpura—exclamóelmercero—,peroelseñornoosdice…

—Silencio sobre mí, silencio sobre mis amigos, silencio sobre la reinasobretodo,operderéisatodoelmundosinsalvaros.¡Vamos,vamos,señores,llevaosaestehombre!

Y D’Artagnan empujó al mercero todo aturdido a las manos de losguardias,diciéndole:

—Soisuntunantequerido.¡Venirapedirmedineroamí,aunmosquetero!¡Aprisión,señores,unavezmás,llevadleaprisión,yguardadlebajollaveelmayortiempoposible,esomedarátiempoparapagar!

Losesbirrosseconfundieronenagradecimientosysellevaronsupresa.

Enelmomentoenquebajaban,D’Artagnanpalmoteósobreelhombrodeljefe:

—¿Y no beberé yo a vuestra salud y vos a lamía?—dijo llenando dosvasos de vino de Béaugency que tenía gracias a la liberalidad del señorBonacieux.

—Seráparamíungranhonor—dijoeljefedelosesbirros—,yaceptocongratitud.

—Entonces,alavuestra,señor…¿cómoosllamáis?

—Boisrenard.

—¡SeñorBoisrenard!

—¡Alavuestra,migentilhombre!¿Avuestravez,cómoos llamáis,siosplace?

—D’Artagnan.

—¡Alavuestra,señorD’Artagnan!

—¡Ypor encimade todas éstas—exclamóD’Artagnan comoarrebatadoporsuentusiasmo—,aladelreyydelcardenal!

Quizá el jefe de los esbirros hubiera dudado de la sinceridad deD’Artagnansielvinohubierasidomalo,peroalserbuenoelvino,sequedóconvencido.

—Pero ¿qué diablo de villanía habéis hecho?—dijo Porthos cuando elaguacil en jefe se hubo reunido con sus compañeros y los cuatro amigos se

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encontraronsolos—. ¡Vaya! ¡Cuatromosqueterosdejanarrestarenmediodeellos a un desgraciado que pide ayuda! ¡Un gentilhombre brindar con uncorchete!

—Porthos—dijoAramis—,yaAthoslohaprevenidoqueerasunnecio,yyosoydesuopinión.D’Artagnan,eresungranhombre,yparacuandoestésenelpuestodelseñordeTréville,pidotuprotecciónparaconseguirtenerunaabadía.

—¡Maldita sea! No lo entiendo —dijo Porthos—. ¿Aprobáis lo queD’Artagnanacabadehacer?

—Claroque sí—dijoAthos—;yno solamenteapruebo loqueacabadehacer,sinoqueinclusolefelicitoporello.

—Yahora,señores—dijoD’ArtagnansintomarseeltrabajodeexplicarsuconductaaPorthos—,todosparaunoyunoparatodos,esaesnuestradivisa,¿noesasí?

—Pero…—dijoPorthos.

—¡Extiendelamanoyjura!—gritaronalavezAthosyAramis.

Vencidoporelejemplo,rezongandoporlobajo,Porthosextendiólamanoy los cuatro amigos repitieron a un solo grito la fórmula dictada porD’Artagnan:

«Todosparauno,unoparatodos».

—Está bien, que cada cual se retire ahora a su casa—dijo D’Artagnancomosinohubierahechootracosaentodasuvidaqueordenar—,yatención,porqueapartirdeestemomento,henosaquíenfrentadosalcardenal.

CapítuloX

UnaratoneraenelsigloXVII

La invención de la ratonera no data de nuestros días; cuando lassociedades,alformarse,inventaronuntipodepolicíacualquiera,estapolicía,asuvez,inventólasratoneras.

Comoquizánuestroslectoresnoesténfamiliarizadoaúnconelargotdelacalle de Jérusalem, y como desde que escribimos—y hace ya unos quinceañosdeesto—esésta laprimeravezqueempleamosesapalabraaplicadaaesacosa,expliquémoslesloqueesunaratonera.

Cuando,enunacasacualquiera,sehadetenidoaunindividuosospechoso

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deuncrimencualquiera,semantieneensecretoelarresto;seponencuatroocinco hombres emboscados en la primera pieza, se abre la puerta a cuantosllaman,selacierratrasellosyselosdetiene;deestaforma,alcabodedosotresdías,setieneacasitodosloshabitualesdelestablecimiento.

Heahíloqueesunaratonera.

Se hizo, pues, una ratonera de la vivienda de maese Bonacieux, y todoaquel que apareció fue detenido e interrogado por las gentes del señorcardenal.Excusamosdecirque,comouncaminoparticularconducíaalprimerpisoquehabitabaD’Artagnan,losqueveníanasucasaeranexceptuadosentretodaslasvisitas.

Además allí sólo venían los tresmosqueteros; se habían puesto a buscarcadaunopor su lado,ynadahabíanencontradonidescubierto.Athoshabíallegado incluso a preguntar al señor deTréville, cosa que, dado elmutismohabitualdeldignomosquetero,habíaasombradoasucapitán.PeroelseñordeTrévillenosabíanada,salvoquelaúltimavezquehabíavistoalcardenal,alreyyalareina,elcardenalteníaelgestopreocupado,elreyestabainquietoylosojosde la reina indicabanquehabíapasado lanocheenvelao llorando.Pero esta última circunstancia le había sorprendido poco: la reina, desde sumatrimonio,velabayllorabamucho.

ElseñordeTréville recomendóencualquiercasoaAthosel serviciodelreyysobre todode la reina, rogándolehacer lamismarecomendaciónasuscompañeros.

En cuanto a D’Artagnan, no se movía de su casa. Había convertido suhabitaciónenobservatorio.Desdelasventanasveíallegaralosqueveníanahacerseprender;luego,comohabíaquitadolasbaldosasdelsuelocomohabíahoradado el ensamblaje y sólo un simple techo le separaba de la habitacióninferior,en laquesehacían los interrogatorios,oía todocuantopasabaentrelosinquisidoresylosacusados.

—¿La señora Bonacieux os ha entregado alguna cosa para su marido oparaalgunaotrapersona?

—¿ElseñorBonacieuxoshaentregadoalgunacosaparasumujeroparaalgunaotrapersona?

—¿Algunodelosdososhahechoalgunaconfidenciadevivavoz?

—Sisupieranalgo,nopreguntaríanasí—sedijoasímismoD’Artagnan—.Ahorabien¿quétratandesaber?SielduquedeBuckinghamsehallaenParísysihatenidoodebeteneralgunaentrevistaconlareina.

D’Artagnan se detuvo ante esta idea que, después de todo lo que habíaoído,nocarecíadeverosimilitud.

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Mientras tanto la ratonera estaba en servicio permanentemente, y lavigilanciadeD’Artagnantambién.

La noche del día siguiente al arresto del pobreBonacieux cuandoAthosacababa de dejar a D’Artagnan para ir a casa del señor de Tréville cuandoacababandesonarlasnueve,ycuandoPlanchet,quenohabíahechotodavíalacama,comenzabasutarea,seoyóllamaralapuertadelacalle;alpuntoesapuertaseabrióysevolvióacerrar:alguienacababadecaerenlaratonera.

D’Artagnanseabalanzóhaciaelsitiodesenlosado,seacostóbocaabajoyescuchó.

Notardaronenoírsegritos, luegogemidosquese tratabandeahogar.Encuantoalinterrogatorio,nosetratabadeeso.

—¡Diablos! —se dijo D’Artagnan—. Me parece que es una mujer: laregistran,ellaresiste,laviolentan,¡miserables!

YD’Artagnan, pese a su prudencia, se contenía para nomezclarse en laescenaqueocurríadebajodeél.

—Perosiosdigoquesoyladueñadelacasa,señores;osdigoquesoylaseñoraBonacieux;losdigoquepertenezcoalareina!—gritabaladesgraciadamujer.

—¡La señora Bonacieux! —murmuró D’Artagnan—. ¿Seré lo bastanteafortunadoparahaberencontradoloquetodoelmundobusca?

—Precisamenteavosestábamosesperando—dijeronlosinterrogadores.

La voz se volvió más y más ahogada: un movimiento tumultuoso hizoresonar el artesonado. La víctima se resistía tanto como una mujer puederesistiracuatrohombres.

—Perdón, señores, per…—murmuró la voz, que no hizo oír más quesonidosinarticulados.

—La amordazan, van a llevársela —exclamó D’Artagnan irguiéndosecomomovidoporunresorte—.Miespada;bueno,estáamilado.¡Planchet!

—¿Señor?

—Corre a buscar a Athos, Porthos y Aramis. Uno de los tres estaráprobablementeensucasa,quizáyahayanvueltolostres.Quecojanlasarmas,quevengan,queacudan.¡Ah!,ahoraquemeacuerdo,AthosestáconelseñordeTréville.

—Pero¿dóndevais,señor,dóndevais?

—Bajo por la ventana —exclamó D’Artagnan— para llegar antes; tú,vuelveaponerlasbaldosas,barreelsuelo,salporlapuertaycorredondete

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digo.

—¡Oh,señor,señor,vaisamataros!—exclamóPlanchet.

—¡Cállate,imbécil!—dijoD’Artagnan.

Yaferrándoseconlamanoalrebordedesuventana,sedejócaerdesdeelprimerpiso,queafortunadamentenoeraelevado,sinhacerseningúnrasguño.

Alpuntosefueallamaralapuertamurmurando:

—Voya dejarme coger yo también en la ratonera, y pobres de los gatosqueataquenasemejanteratón.

Apenaslaaldabahuboresonadobajolamanodeljovencuandoeltumultocesó,unospasosseacercaron,seabriólapuertayD’Artagnan,conlaespadadesnuda,seabalanzóenlaviviendademaeseBonacieux,cuyapuerta,movidasindudaporalgúnresorte,volvióacerrarsetrasél.

Entonces, quienes habitaban aún la desgraciada casa deBonacieux y losvecinosmáspróximosoyerongrandesgritospataleos,entrechocardeespaldasyunruidoprolongadodemuebles.Luego,unmomentodespués,aquellosquesorprendidos por aquel ruido habían salido a las ventanas para conocer lacausa, pudieron ver cómo la puerta se abría y no salir a cuatro hombresvestidosdenegro,sinovolarcomocuervosespantados,dejandoportierrayenlasesquinasdelasmesasplumasdesusalas,esdecir,jironesdesusvestidosytrozosdesuscapas.

D’Artagnanfuevencedorsinmuchotrabajo,hayquedecirlo,porquesólounodelosaguacilesestabaarmadoyaúnsedefendióporguardarlasformas.Esciertoquelosotrostreshabíantratadodemataraljovenconlassillas,lostaburetes y las vasijas; pero dos o tres rasguños hechos por la tizona delgascón les habían asustado. Diez minutos habían bastado a su derrota, yD’Artagnansehabíahechodueñodelcampodebatalla.

Losvecinos,quehabíanabiertolasventanasconlasangrefríapeculiardeloshabitantesdeParísenaquellostiemposdetumultosyderiñasperpetuas,lasvolvieronacerrarcuandohubieronvistohuiraloscuatrohombresnegros:suinstintolesdecíaqueporelmomentotodoestabaacabado.

Ademássehacíatarde,yentonces,comohoy,seacostabantempranoenelbarriodeLuxemburgo.

D’Artagnan, solocon la señoraBonacieux, sevolvióhaciaella: lapobremujer estaba derribada sobre un butacón y semidesvestida. D’Artagnan laexaminódeunaojeadarápida.

Era una encantadoramujer de veinticinco a veintiséis años,morena conojosazules,conunanarizligeramenterespingona,dientesadmirables,untinte

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marmóreoderosaydeópalo.Hastaahíllegabanlossignosquepodíanhacerlaconfundir con una gran dama. Lasmanos eran blancas, pero sin finura: lospiesnoanunciabanalamujerdecalidad.Afortunadamente,D’Artagnannosehallabapreocupadotodavíaporestosdetalles.

MientrasD’ArtagnanexaminabaalaseñoraBonacieuxyestabaasuspies,como hemos dicho, vio en el suelo un fino pañuelo de batista, que recogiósegún su costumbre, y en una de cuyas esquinas reconoció lamisma inicialquehabíavistoenelpañueloquelehabíaobligadoabatirseconAramis.

Desde aquel momento, D’Artagnan desconfiaba de los pañuelosblasonados;poreso,sindecirnada,volvióaponerelquehabíarecogidoenelbolsillodelaseñoraBonacieux.

En aquel instante, la señora Bonacieux recobraba el sentido. Abrió losojos,miróconterrorentornosuyo,vioquelahabitaciónestabavacíayqueestaba sola con su liberador. Le tendió al punto las manos sonriendo. LaseñoraBonacieuxteníalasonrisamásencantadoradelmundo.

—¡Ah,señor!—dijoella—.Soisvosquienmehabéissalvado;permitidmequeosdélasgracias.

—Señora —dijo D’Artagnan—, no he hecho más que lo que todogentilhombre hubiera hecho en mi lugar; no me debéis, pues, ningúnagradecimiento.

—Claro que sí, señor, claro que sí, y espero probaros que no habéisprestadounservicioauna ingrata.Pero¿quéqueríandemíesoshombres,alosquealprincipiohetomadoporladrones,yporquéelseñorBonacieuxnoestáaquí?

—Señora, esos hombres eran mucho más peligrosos de lo que pudieraserlo los ladrones, porque son agentes del señor cardenal, y en cuánto avuestro marido, el señor Bónacieux no está aquí porque ayer vinieron aprenderloparaconducirloalaBastilla.

—¡MimaridoenlaBastilla!—exclamólaseñoraBonacieux—.¡Oh,Diosmío!¿Quéhahecho?¡Pobrequeridomío,él,lainocenciamisma!

Yalgunacosacomounasonrisaapuntabasobreelrostroaúntodoasustadodelajoven.

—¿Quéhahecho,señora?—dijoD’Artagnan—.Creoquesuúnicocrimenesteneralavezladichayladesgraciadeservuestromarido.

—Pero,señor,sabéisentonces…

—Séquehabéissidoraptada,señora.

—¿Yporquién?¿Losabéis?¡Oh,silosabéis,decídmelo!

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—Porunhombredecuarentaacuarentaycincoaños,depelonegro,detezmorena,conunacicatrizenlasienizquierda.

—¡Esoes,esoes!Pero¿ysunombre?

—¡Ah,sunombre!Esloqueyoignoro.

—¿Y…mimaridosabíaquehabíasidoraptada?

—Habíasidoadvertidoporunacartaquelehabíaescritoelraptormismo.

—¿Ysospecha—preguntó la señoraBonacieuxconapuro— lacausadeestesuceso?

—Loatribuía,segúncreo,aunacausapolítica.

—Yoalprincipiodudé,y ahorapiensocomoél. ¿Así esquemiqueridoBonacieuxnohasospechadoniunsoloinstantedemí…?

—¡Lejosdeello,señora,estabamuyorgullosodevuestrasabiduríaysobretododevuestroamor!

Una segunda sonrisa casi imperceptible afloró a los labios rosados de lahermosajoven.

—Pero—prosiguióD’Artagnan—¿cómohabéishuido?

—Heaprovechadounmomentoenquemehandejadosola,ycomodesdeestamañanasabíaaquéatenermesobremirapto,conlaayudademissábanashebajadoporlaventana;entonces,comocreíaaquíamimarido,heacudidocorriendo.

—¿Paraponerosbajosuprotección?

—¡Oh! No, pobre hombre, yo sabía de sobra que él era incapaz dedefenderme;perocomopodíaservirnosparaotracosa,queríaprevenirle.

—¿Dequé?

—¡Oh!Esenoesmisecreto,nopuedoportantodecíroslo.

—Yademás—dijoD’Artagnan—(perdón, señora, si, comoguardiaquesoy, os llamo a la prudencia), además creo que no estamos aquí en lugaroportunoparahacerconfidencias.Loshombresquehepuestoen fugavanavolver con ayuda; si nos encuentran aquí, estamos perdidos. Yo he hechoavisaratresdemisamigos,pero¡quiénsabesiloshabránencontradoensuscasas!

—Sí, sí, tenéis razón —exclamó la señora Bonacieux asustada—;huyamos,corramos.

Tras estas palabras, pasó su brazo bajo el de D’Artagnan y lo apretó

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vivamente.

—Pero¿adóndehuir?—dijoD’Artagnan—.¿Adóndecorrer?

—Loprimero,alejémonosdeestacasa,despuésyaveremos.

Y la joven y el joven, sin molestarse en cerrar la puerta, descendieronrápidamenteporlacalledesFossoyeurs,seadentraronporlacalledesFossés-Monsieur-le-PrinceynosedetuvieronhastalaplazaSaint-Sulpice.

—¿Yahoraquévamosahacer—preguntóD’Artagnan—yadóndequeréisqueosconduzca?

—Me resulta muy difícil responderos, os lo confieso —dijo la señoraBonacieux—;miintenciónerahaceravisaralseñordeLaPortepormediodemimarido,afindequeelseñordeLaPortepudieradecirnosprecisamenteloquehabíapasadoenelLouvredesdehacíatresdías,ysihabíapeligroparamíenpresentarme.

—Peroyo—dijoD’Artagnan—puedoavisaralseñordeLaPorte.

—Sin duda; sólo que hay un obstáculo, y es que al señor Bonacieux loconocenenelLouvreyledejaríanpasar,mientrasqueavosnoosconocenyoscerraránlapuerta.

—¡Ah,bah!—dijoD’Artagnan—.VostenéisenalgúnpostigodelLouvreunconserjequeosesadicto,yquegraciasaunacontraseña…

LaseñoraBonacieuxmirófijamentealjoven.

—¿Y si os diera esa contraseña —dijo ella— la olvidaríais tan prontocomolahubieraisutilizado?

—¡Palabra de honor, a fe de gentilhombre! —dijo D’Artagnan con unacentoencuyaverdadnadiepodíaequivocarse.

—Bueno,oscreo:tenéisaspectodejovenvalienteyporotrapartevuestrafortunaestáquizáalcabodevuestradedicación.

—Harésinpromesayporconcienciatodocuantopuedaparaserviralreyyseragradablealareina—dijoD’Artagnan—;disponed,pues,demícomodeunamigo.

—¿Yamídóndememeteréisduranteesetiempo?

—¿NotenéisunapersonaacuyacasapuedaelseñordeLaPortevenirabuscaros?

—No,noquierofiarmedenadie.

—Esperad—dijoD’Artagnan—,estamosalapuertadeAthos.Sí,éstaes.

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—¿QuiénesAthos?

—Unodemisamigos.

—¿Ysiestáencasaymeve?

—No está, yme llevaré la llave después de haberos hecho entrar en suhabitación.

—¿Ysivuelve?

—Novolverá;ademásselediráquehetraídounamujer,yqueesamujerestáensucasa.

—Peroesomecomprometerámucho,¿nolosabéis?

—¡Qué os importa! Nadie os conoce; además, nos hallamos en unasituacióndepasarporaltoalgunasconveniencias.

—Entoncesvamosacasadevuestroamigo.¿Dóndevive?

—EnlacalleFérou,adospasosdeaquí.

—Vamos.

Y los dos reemprendieron su carrera. Como había previsto D’Artagnan,Athosno estaba en su casa; tomó la llave, que tenían la costumbrededarlecomo a un amigo de la casa, subió la escalera e introdujo a la señoraBonacieuxenlapequeñahabitacióncuyadescripciónyahemoshecho.

—Estáis en vuestra casa—dijo él—, tened cuidado, cerrad las ventanaspordentroynoabráisanadie,amenosqueoigáisdartresgolpesasí,mirad—ygolpeó tres veces: dosgolpes cercanosuno al otroybastante fuerte, y ungolpemásdistanteymásligero.

—Estábien—dijolaseñoraBonacieux—;ahorametocaamídarosmisinstrucciones.

—Escucho.

—PresentarosenelportillodelLouvreporelladodelacalledel’EchelleypreguntadporGermain.

—Estábien.¿Ydespués?

—Ospreguntaráquéqueréis,yentoncesvosleresponderéisconestasdospalabras:ToursyBruxelles.Alpuntosepondráavuestrasórdenes.

—¿Yquéleordenaréyo?

—IrabuscaralseñordeLaPorte,elayudadecámaradelareina.

—¿YcuandohayaidoabuscarleyelseñordeLaPortehayavenido?

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—Meloenviaréis.

—Estábien,pero¿cómoosvolveréaver?

—¿Osimportamuchovolvermeaver?

—Porsupuesto.

—Puesbien,dejadmeamíesecuidado,yestadtranquilo.

—Cuentoconvuestrapalabra.

—Contadconella.

D’Artagnan saludó a la señora Bonacieux lanzándole la mirada másamorosa que le fue posible concentrar sobre su encantadora personita, y,mientrasbajabalaescalera,oyólapuertacerrarsetrasélcondoblevueltadellave. En dos saltos estuvo en el Louvre; cuando entraba en el postigo del’Echellesonabanlasdiez.Todoslosacontecimientosqueacabamosdecontarhabíansucedidoenmediahora.

Todo se cumplió como lo había anunciado la señora Bonacieux. A laconsigna convenida, Germain se inclinó; diez minutos después, La Porteestaba en la portería; en dos palabras, D’Artagnan le puso al corriente y leindicódóndeestabalaseñoraBonacieux.LaPorteseasegurópordosveceslaexactituddelasseñas,ypartiócorriendo.Sinembargo,apenashubodadodiezpasoscuandovolvió.

—Joven—ledijoaD’Artagnan—,unconsejo.

—¿Cuál?

—Podríaissermolestadoporloqueacabadepasar.

—¿Locreéis?

—Sí.

—¿Tenéisalgúnamigocuyapéndolaseretrase?

—¿Para…?

—Idaverleparaquepuedatestimoniarqueestabaisensucasaalasnueveymedia.Enjusticia,estosellamaunacoartada.

D’Artagnanencontróprudenteelconsejo;pusopiesenpolvorosa,llegóacasadelseñordeTréville;peroenlugardepasaralsalóncontodoelmundo,pidió entrar en el gabinete.ComoD’Artagnan era unode los habituales delpalacio, no hubo ninguna dificultad para acceder a su demanda; y fueron aavisaralseñordeTrévillequesujovencompatriota,teniendoalgoimportanteque decide, solicitaba una audiencia particular. Cinco minutos después, elseñordeTrévillepreguntabaaD’Artagnanquépodíahacerporélycuálerael

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motivodesuvisitaaunahoratanavanzada.

—¡Perdón,señor!—dijoD’Artagnan,quehabíaaprovechadoelmomentoenquesehabíaquedadosolopararetrasarelrelojtrescuartosdehora—.Hepensadoquecomonoeranmásquelasnueveyveinticincominutos,aúnhabíatiempoparapresentarmeenvuestracasa.

—¡Las nueve y veinticinco minutos! —exclamó el señor de Trévillemirandosupéndola—.¡Peroesimposible!

—Yaloveis,señor—dijoD’Artagnan—,esolotestimonia.

—Esexacto—dijoelseñordeTréville—,habríacreídoqueeramástarde.Peroveamos,¿quéqueréis?

EntoncesD’ArtagnanlehizoalseñordeTrévilleunalargahistoriasobrelareina.LeexpusolostemoresquehabíaconcebidorespectoaSuMajestad;lecontóquehabíaoídodecirlosproyectosdelcardenalrespectoaBuckingham,ytodoelloconunatranquilidadyunaplomodelqueelseñordeTrévillefuetanto mejor la víctima cuanto que, como ya hemos dicho, él mismo habíanotadoalgonuevoentreelcardenal,elreyylareina.

Al sonar las diez, D’Artagnan abandonó al señor de Tréville, que leagradeciósusinformes,lerecomendótenersiempreenelcorazónelserviciodel rey y de la reina, y se volvió al salón. Pero al pie de la escalera,D’Artagnan se acordó de que había olvidado su bastón; por lo tanto subióprecipitadamente,volvióaentrarenelgabinete,conunavueltadededopusodenuevoelpénduloensuhoraparaquenosepudiesepercibiraldíasiguientequehabíasidomovido,ysegurodesdeentoncesdequeteníauntestigoparaprobarsucoartada,bajólaescalerayprontoseencontróenlacalle.

CapítuloXI

Laintrigaseanula

Una vez hecha la visita al señor de Tréville, D’Artagnan tomó, todopensativo,elcaminomáslargopararegresarasucasa.

¿EnquépensabaD’Artagnan,queseapartabaasídesuruta,mirandolasestrellasdelcielo,tanprontosuspirandocomosonriendo?

PensabaenlaseñoraBonacieux.Paraunaprendizdemosquetero,lajoveneracasiuna idealidadamorosa.Bonita,misteriosa, iniciadaencasi todos lossecretosdelacorte,quereflejabantantaencantadoragravedadsobresustrazosgraciosos, era sospechosa de no ser insensible, lo cual es un atractivo

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irresistiblepara los amantesnovicios; además,D’Artagnan lahabía liberadodemanos de aquellos demonios que querían registrarla ymaltratarla, y esteimportanteserviciohabíaestablecidoentreellayélunodeesossentimientosdegratitudquefácilmenteadoptanuncaráctermástierno.

D’Artagnan se veía ya, ¡tan deprisa caminan los sueños en alas de laimaginación!,abordadoporunmensajerodelajovenqueledabaalgúnbilletede cita, una cadena de oro o un diamante.Ya hemos dicho que los jóvenescaballerosrecibíansinvergüenzadesurey:añadamosque,enaqueltiempodemoralfácil,noteníantampocovergüenzaconsusamantes,nidequeéstaslesdejarancasisiemprepreciososyduraderosrecuerdos,comosiellashubierantratado de conquistar la fragilidad de sus sentimientos con la solidez de susdones.

Sehacía entonces carrera pormedio de lasmujeres, sin ruborizarse.Lasque no eran más que bellas, daban su belleza, y de ahí viene sin duda elproverbiosegúnelcuallajovenmásbelladelmundonopuededarmásqueloquetiene.Lasqueeranricasdabanademásunapartedesudinero,ysepodríacitarunbuennúmerodehéroesdeesagalanteépocaquenohubieranganadoni sus espuelas primero, ni sus batallas luego, sin la bolsa más o menosprovistaquesuamanteatabaalarzóndesusilla.

D’Artagnan no poseía nada: la indecisión del provinciano, barniz ligero,florefímera,vellodemelocotón,sehabíaevaporadoalvientodelosconsejospoco ortodoxos que los tres mosqueteros daban a su amigo. D’Artagnan,siguiendolaextrañacostumbredelaépoca,mirabaaParíscomoencampaña,yestonimásnimenosqueenFlandes:elespañolallálejos,lamujeraquí.Portodasparteshabíaunenemigoquecombatircontribucionesquealcanzar.

Pero,digámoslo,porahoraD’Artagnanestabamovidoporunsentimientomás noble y más desinteresado. El mercero le había dicho que era rico: eljoven había podido adivinar que, con un necio como lo era el señorBonacieux,debíaserlamujerquienteníalallavedelabolsa.Perotodoestono había influido para nada en el sentimiento producido por la visita de laseñoraBonacieux,yelinteréshabíapermanecidocasiextrañoaestecomienzodeamorquehabíasidolacontinuación.Decimoscasi,porquelaideadequeuna mujer joven, bella, graciosa, espiritual, es rica al mismo tiempo, nadaquitaaesecomienzodeamor,todolocontrario,locorrobora.

Hayen laholguraunamultituddecuidadosydecaprichosaristocráticosquelevanbienalabelleza.Unasmediasfinasyblancas,unvestidodeseda,un bordado de encaje, una bonita zapatilla en el pie, una cinta nueva en lacabeza,nohacenbonitaaunamujerfea,perohacenbellaaunamujerbonita,sin contar que lasmanos ganan con todo esto; lasmanos, sobre todo en lasmujeres,necesitanpermanecerociosasparapermanecerbellas.

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Además D’Artagnan, como sabe muy bien el lector, a quien no hemosocultadoelestadodesufortuna,D’Artagnannoeramillonario;esperabaserloalgúndía,peroeltiempoqueélmismosefijabaparaesefelizcambioestababastantelejos.Mientrastanto,¡quédesesperaciónveraunamujerqueseamadesearesasmilnaderíasconquelasmujereshacensudicha,ynopoderdarleesasmilnaderías!Almenos,cuandolamujeresricayelamantenoloes,loquenopuedeofrecerle, ellamisma se loofrece;y aunquepor reglageneralellaseconsigataldisfruteconeldinerodelmarido,raroesqueseaélaquiendélasgracias.

AdemásD’Artagnan, dispuesto a ser el amantemás tierno, eramientrastantounamigoabnegado.Enmediodesusproyectosamorosossobrelamujerdelmercero,noolvidabaa lossuyos.LabonitaseñoraBonacieuxeramujerparapasearporelllanodeSaint-DenisoentreeltumultodeSaint-Germain,encompañía de Athos, de Porthos y Aramis, a los cuales D’Artagnan estaríaorgullosodemostrarunaconquistasemejante.Luego,cuandosehacaminadomucho tiempo, llega el hambre:D’Artagnan tras algún tiempohabía notadoesto.Harían breves comidas encantadoras en las que se toca por un lado lamanodeunamigo,yporelotroelpiedeunaamante.Enfin,enlosmomentosde apuros, en las situaciones extremas,D’Artagnan sería el salvador de susamigos.

¿Yel señorBonacieux,aquienD’Artagnanhabíaempujadoa lasmanosdelosesbirrosrenegándoleenaltavozyaquienhabíaprometidoenvozbajasalvarle?DebemosconfesaranuestroslectoresqueD’Artagnannopensabaenél ni por un momento, o que, si pensaba, era para decirse que estaba biendondeestaba,fueraenlapartequefuera.Elamoreslamásegoístadetodaslaspasiones.

Sinembargo,quenuestroslectoressetranquilicen:siD’Artagnanolvidaasuhospederoohaceademándeolvidarlosopretextodequenosabeadóndehasidoconducido,nosotrosnoloolvidamos,ynosotrossabemosdóndeestá.Pero por ahora, hagamos como el gascón enamorado. En cuanto al dignomercero,volveremosaélmástarde.

D’Artagnan, mientras reflexionaba en sus futuros amores, mientrashablaba a la noche, mientras sonreía a las estrellas, remontaba la calle duCherche-MidioChasse-Midi,comosellamabaentonces.ComoseencontrabaenelbarriodeAramis,lehabíavenidolaideadeiravisitarasuamigo,paradarle algunas explicaciones sobre losmotivos que le habían hecho enviar aPlanchet con la invitación de presentarse inmediatamente en la ratonera.Ahorabien,siAramissehubieraencontradoensucasacuandoPlanchethabíaido a ella, habría corrido indudablemente a la calle des Fossoyeurs, y al noencontrarquizáanadiemásqueasusdoscompañeros,niunosniotroshabíansabido lo que aquello quería decir. Esa molestia merecía, pues, una

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explicación;heahíloquesedecíaenvozaltaD’Artagnan.

Además,porlobajo,pensabaqueaquellaeraparaélunaocasióndehablardelabonitaseñoraBonacieux,delaquesuespíritu,sinosucorazón,estabaya totalmente lleno. A propósito de un primer amor no es necesario pedirdiscreción.Esteprimeramorvaacompañadodeunaalegríatangrandequeesprecisoqueesaalegríadesborde;sineso,osahogaría.

Desde hacía dos horas París estaba sombrío y comenzaba a quedarsedesierto.Lasoncesonabanen todos los relojesdelbarriodeSaint-Germain,hacíauna temperatura suave.D’Artagnan seguíaunacalleja situada sobreelemplazamiento por el que hoy pasa la calle d’Assas, respirando lasemanacionesembalsamadasqueveníanconelvientodelacalledeVaugirardyqueenviabanlosjardinesrefrescadosporelrocíodelatardeceryporlabrisade la noche. A lo lejos resonaban, amortiguados no obstante por buenospostigos,loscantosdelosbebedoresenalgunastabernasperdidasenelllano.Llegadoalcabodelacallejuela,D’Artagnantorcióalaizquierda.LacasaquehabitabaAramissehallabasituadaentrelacalleCasseteylacalleServandoni.

D’ArtagnanacababadedejaratráslacalleCasseteyreconocíayalapuertadelacasadesuamigo,enterradabajounmacizodesicomorosydeclemátidesqueformabanunvastoanilloporencimadeella,cuandopercibióalgocomounasombraquesalíadelacalleServandoni.Esealgoestabaenvueltoenunacapa, y D’Artagnan creyó al principio que era un hombre; pero por lapequeñezdelatalla,porlaincertidumbredelosandares,porelembarazodelpaso,prontoreconocióaunamujer.Esmás,aquellamujer,comosinohubieraestadobienseguradelacasaquebuscaba,alzabalosojosparaorientarse,sedetenía,volvíaatrás,luegovolvíadenuevo.D’Artagnanquedóintrigado.

«¡Ysifueraaofrecerlemisservicios!—pensó—.Porsuaspectosevequees joven; quizá seahermosa. ¡Oh!Sí.Perounamujer que corre las calles aestahoranosalemásqueparareunirseconsuamante.¡Malditasea!Sifueraaperturbarlacita,seríaunmalcomienzoparaentrarenrelaciones».

Sinembargo,lajovenseguíaavanzando,contandolascasasylasventanas.Noera,porlodemás,cosalarganidifícil.Nohabíamásquetrespalacetesenaquellapartedelacalle,ydosventanasconvistassobreaquellacalle:launaeradeunpabellónparaleloalqueocupabaAramis, laotraera ladelpropioAramis.

—¡Pardiez!—sedijoD’Artagnan,aquienlanietadelteólogoveníaalasmientes—. ¡Pardiez!Estaríabuenoqueesapalomarezagadabuscase lacasadenuestroamigo.Pero,porvidamía, eso seríademasiado. ¡Ah,miqueridoAramis,porestavez,quierotenerelcorazónlimpio!

YD’Artagnan,haciéndoselomásdelgadoquepudo,sepusoacubiertoen

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elladomásoscurodelacalle,juntoaunbancodepiedrasituadoenelfondodeunnicho.

La joven continuó avanzando, porque además de la ligereza de su paso,que lehabía traicionado,acababadehaceroírunabreve tosquedenunciabaunavozdelasmásfrescas.D’Artagnanpensóqueaquellatoseraunaseñal.

Sinembargo,bienporquesehubierarespondidoaaquellatosmedianteunsignoequivalentequehabíafijadolasirresolucionesdelanocturnabuscadora,bienporquesinayudaextrañahubierareconocidoquehabíallegadoalfindesu camino, se acercó resueltamente al postigo de Aramis y llamó con tresintervalosigualesconsudedoencorvado.

—¡VayaconAramis!—murmuróD’Artagnan—.¡Ah,señorhipócrita,oshecogidohaciendoteología!

Apenasfuerondadoslostresgolpescuandolaventanainteriorseabrióyunaluzaparecióatravésdelosvidriosdelpostigo.

—¡Ah,ah!—hizoel indiscretonodelaspuertas,sinodelasventanas—.¡Vaya!,esperabanlavisita.Veamos,elpostigovaaabrirseyladamaentraráescalando.¡Muybien!

Pero, para gran asombro deD’Artagnan, el postigo permaneció cerrado.Además,laluzquehabíaresplandecidouninstantedesaparecióytodovolvióalaoscuridad.

D’Artagnanpensóqueaquellonopodíadurarasí,ycontinuómirandocontodossusojosyescuchandocontodassusorejas.

Tenía razón:alcabodeunossegundos,dosgolpessecos resonaronenelinterior.

La joven de la calle respondió con un solo golpe seco, y el postigo seentreabrió.

JúzguesesiD’Artagnanmirabayescuchabaconavidez.

Desgraciadamente,laluzhabíasidollevadaaotrahabitación.Perolosojosdel joven se habían habituado a la noche. Por otra parte, los ojos de losgasconestienen,comolosdelosgatos,segúnseasegura,lapropiedaddeverdurantelanoche.

D’Artagnan vio, pues, que la joven sacaba de su bolso un objeto blancoque desplegó con viveza y que tomó la forma de un pañuelo. Desplegadoaquelobjeto,hizonotarunaesquinaasuinterlocutor.

EstorecordóaD’ArtagnanaquelpañueloquehabíaencontradoalospiesdelaseñoraBonacieux,quelehabíarecordadoelquehabíaencontradoalospiesdeAramis.

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¿Quédiablospodía,pues,significaraquelpañuelo?

Situado donde estaba, D’Artagnan no podía ver el rostro de Aramis, ydecimosdeAramisporqueeljovennoteníaningunadudadequeerasuamigoquiendialogabadesdeelinteriorconladamadelexterior;lacuriosidadpudoenélmásquelaprudenciayaprovechandolapreocupaciónenquelavistadelpañueloparecíasumiralosdospersonajesquehemospuestoenescena,salióde su escondite, y raudo como una centella, pero ahogando el ruido de suspasos, fue a pegarse a una esquina delmuro, desde el que sumirada podíahundirseperfectamenteenelinteriordelahabitacióndeAramis.

Llegadoallí,D’Artagnanpensólanzarungritodesorpresa:noeraAramisquienhablabaconlavisitantenocturna,eraunamujer.SóloqueD’Artagnanveíabastanteparareconocerlaformadesusvestidos,peronoparadistinguirsusrasgos.

Enelmismoinstante, lamujerdelahabitaciónsacóunsegundopañuelodesubolsilloylocambióporaquelqueacababandemostrarle.Luegoentrelas dosmujeres fueron pronunciadas algunas palabras. Por fin el postigo secerró.Lamujerquesehallabaenelexteriordelaventanasevolvióyvinoapasar a cuatro pasos de D’Artagnan bajando la toca de su manto; pero laprecauciónhabíasidotomadademasiadotardeyD’ArtagnanhabíareconocidoalaseñoraBonacieux.

¡LaseñoraBonacieux!Lasospechadequeeraellalehabíacruzadoporelespíritucuandohabíasacadoelpañuelodesubolso;pero¿porquémotivolaseñora Bonacieux, que había enviado a buscar al señor de La Porte parahacerse llevar por él al Louvre, corría las calles de París sola a las once ymediadelanoche,conriesgodehacerseraptarporsegundavez?

Era preciso, por tanto, que fuera por un asuntomuy importante. ¿Y quéasuntohayimportanteparaunamujerdeveinticincoaños?Elamor.

Pero¿eraporsucuentaoporcuentadeotrapersonaporloqueseexponíaa semejantes azares? Esto era lo que se preguntaba a sí mismo el joven, aquieneldemoniodeloscelosmordíaenelcorazónnimásnimenosqueaunamantetitulado.

Había por otra parte unmediomuy simple de asegurarse adónde iba laseñoraBonacieux:eraseguirla.EstemedioeratansimplequeD’Artagnanloempleónaturalmenteyporinstinto.

Peroalavistadeljovenqueseseparabadelmurocomounaestatuadesunicho,yalruidodelospasosqueoyóresonar trasella, laseñoraBonacieuxlanzóunpequeñogritoyhuyó.

D’Artagnancorriótrasella.Noeraunacosadifícilparaélalcanzarauna

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mujer embarazada por sumanto. La alcanzó, pues, un terciomás allá de lacalleenquesehabíaadentrado.Ladesgraciadaestabaagotada,node fatigasino de terror, y cuandoD’Artagnan le puso lamano sobre el hombro, ellacayósobreunarodillagritandoconvozestrangulada:

—Matadmesiqueréis,peronosabréisnada.

D’Artagnanlaalzópasándoleelbrazoentornoal talle;perocomosintiópor supesoqueestabaapuntodedesvanecerse, seapresuróa tranquilizarlacon protestas de afecto. Tales protestas no significaban nada para la señoraBonacieux, porque semejantes protestas pueden hacerse con las peoresintenciones del mundo; pero la voz era todo. La joven creyó reconocer elsonido de aquella voz; volvió a abrir los ojos, lanzó una mirada sobre elhombre que le había causado tan granmiedo y, al reconocer aD’Artagnan,lanzóungritodealegría.

—¡Oh,soisvos!¡Soisvos!—dijo—.¡Gracias,Diosmío!

—Sí,soyyo—dijoD’Artagnan—,yo,aquienDioshaenviadoparavelarporvos.

—¿Era con esa intención con la que me seguíais? —preguntó con unasonrisallenadecoqueteríalajovencuyocarácteralgoburlónladominaba,yen la que todo temor había desaparecido desde el momento mismo en quehabíareconocidounamigoenaquelaquienhabíatomadoporunenemigo.

—No—dijoD’Artagnan—,no,loconfieso,eselazarelquemehapuestoen vuestra ruta; he visto una mujer llamar a la ventana de uno de misamigos…

—¿Deunodevuestrosamigos?—interrumpiólaseñoraBonacieux.

—Sinduda;Aramisesunodemismejoresamigos.

—¡Aramis!¿Quiénesése?

—Vamos!¿VaisadecirmequenoconocéisaAramis?

—Eslaprimeravezqueoigopronunciaresenombre.

—Entonces,¿eslaprimeravezquevaisaesacasa?

—Claro.

—¿Ynosabíaisqueestuviesehabitadaporunjoven?

—No.

—¿Porunmosquetero?

—Deningunamanera.

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—¿Noes,pues,aélaquienveníaisabuscar?

—Deningúnmodo.Además,ya lohabéisvisto, lapersonaconquienhehabladoesunamujer.

—Escierto;peroesamujeresdelasamigasdeAramis.

—Yonosénadadeeso.

—Sealojaensucasa.

—Esonomeatañe.

—Pero¿quiénesella?

—¡Oh!Esenoessecretomío.

—QueridaseñoraBonacieux,soisencantadora;peroalmismotiemposoislamujermásmisteriosa…

—¿Esquepierdoconeso?

—No,alcontrario,soisadorable.

—Entonces,dadmeelbrazo.

—Debuenagana.¿Yahora?

—Ahoraconducidme.

—¿Adónde?

—Adondevoy.

—Pero¿adóndevais?

—Yaloveréis,puestoquemedejaréisenlapuerta.

—¿Habráqueesperaros?

—Seráinútil.

—Entonces,¿volveréissola?

—Quizásí,quizáno.

—Y la persona que os acompañará luego, ¿será un hombre, será unamujer?

—Nosénadatodavía.

—Yosí,yosílosabré.

—¿Ycómo?

—Osesperaréparaverossalir.

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—Enesecaso,¡adiós!

—¿Cómo?

—Notengonecesidaddevos.

—Perohabíaisreclamado…

—Laayudadeungentilhombre,ynolavigilanciadeunespía.

—Lapalabraesunpocodura.

—¿Cómosellamaalosquesiguenalaspersonasapesarsuyo?

—Indiscretos.

—Lapalabraesdemasiadosuave.

—Vamos, señora,me doy cuenta de que hay que hacer todo lo que vosqueráis.

—¿Porquéprivarosdelméritodehacerloenseguida?

—¿Nohayalgunoquesehaarrepentidodeello?

—Yvos,¿osarrepentísenrealidad?

—Yonosénadademímismo.Peroloqueséesqueosprometohacertodoloquequeráissimedejáisacompañaroshastadondevayáis.

—¿Ymedejaréisdespués?

—Sí.

—¿Sinespiarmeamisalida?

—No.

—¿Palabradehonor?

—¡Afedegentilhombre!

—Tomadentoncesmibrazoycaminemos.

D’Artagnan ofreció su brazo a la señoraBonacieux, que se cogió de él,mitadriendo,mitadtemblando,ylosdosjuntosganaronloaltodelacalleLaHarpe.Llegadaallí la jovenpareciódudar, comoyahabíahechoen la calleVaugirard.Sinembargo,porciertossignos,parecióreconocerunapuerta;yseacercóaella.

—Yahora,señor—dijo—,aquíesdondetengoquevenir;milgraciasporvuestra honorable compañía, quemeha salvadode todos los peligros a quehabría estado expuesta. Pero ha llegado el momento de cumplir vuestrapalabra:yohellegadoamidestino.

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—¿Ynotendréisnadaquetemeralavuelta?

—Notendréquetemermásquealosladrones.

—¿Yesonoesnada?

—¿Quépodríanrobarme?Notengoundenarioencima.

—Olvidáisesebellopañuelobordado,blasonado.

—¿Cuál?

—Elqueencontréavuestrospiesyquemetíenvuestrobolsillo.

—¡Callaos, callaos, desgraciado! —exclamó la joven—. ¿Queréisperderme?

—Yaveisquetodavíahaypeligroparavos,puestoqueunasolapalabraoshace temblar y confesáis que si oyesen esa palabra estaríais perdida. ¡Ah,señora —exclamó D’Artagnan cogiéndole la mano y cubriéndola con unaardientemirada—,sedmásgenerosa,confiadenmí!Nohabéisleídotodavíaenmisojosquenohaymásqueafectoysimpatíaenmicorazón.

—Claro que sí —respondió la señora Bonacieux— y si me pedís missecretos,oslosdiré;perolosdelosdemás,esotracosa.

—Está bien —dijo D’Artagnan—, yo los descubriré; puesto que talessecretos pueden tener influencia sobre vuestra vida, es preciso que esossecretosseconviertanenlosmíos.

—Guardaos de ello —exclamó la joven con una serenidad que hizotemblar aD’Artagnan a su pesar—. ¡No osmezcléis en nada de lo quemeatañe,notratéisdeayudarmeenloquehago!Yestooslopidoennombredelinterésqueosinspiro,ennombredelservicioquemehabéishecho,yquenoolvidaréenmivida.Creedantetodoenloqueosdigo.Noosocupéismásdemí,noexistomásparavos,queseacomosinomehubieraisvistojamás.

—¿Aramis debe hacer lo mismo que yo, señora? —dijo D’Artagnanpicado.

—Esyalasegundaoterceravezquepronunciáisesenombre,señor,ysinembargooshedichoquenoloconocía.

—¿Noconocéis alhombre a cuyopostigovais a llamar?Vamos, señora,¿nomecreéisdemasiadocrédulo?

—Confesadquehabéis inventadoesahistoriaparahacermehablar,yquevosmismohabéiscreadoesepersonaje.

—Yonoheinventadonada,señora,nocreonada,digolaexactaverdad.

—¿Ydecísqueunodevuestrosamigosviveenesacasa?

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—Lodigoylorepitoporterceravez,enesacasaesdondevivemiamigo,yeseamigoesAramis.

—Todo esto se aclararámás tarde—murmuró la joven—; ahora, señor,callaos.

—Si pudierais ver mi corazón completamente al descubierto —dijoD’Artagnan—, leeríais en él tanta curiosidad que tendríais piedad demí, ytanto amor que al instante satisfaríais inclusomi curiosidad.No tenéis nadaquetemerdequienesosaman.

—Habláismuydeprisadeamor,señor—dijolamujermoviendolacabeza.

—Esqueelamormehavenidodeprisayporprimeravez,yaúnnotengoveinteaños.

Lajovenlomiróahurtadillas.

—Escuchad, estoy tras su rastro—dijo D’Artagnan—. Hace tres mesesestuveapuntodetenerundueloconAramisporunpañuelosemejantealquehabéis mostrado a aquella mujer que estaba en su casa, por un pañuelomarcadodelamismamanera,estoyseguro.

—Señor—dijolajoven—,mecansáis,oslojuro,conesaspreguntas.

—Perovos, señora, tanprudente,pensadenello; si fueraisarrestadaconesepañuelo,ysiesepañuelofueracogido,¿nooscomprometeríais?

—¿Y por qué? ¿Las iniciales no son las mías: C. B., ConstanceBonacieux?

—OCamilledeBois-Tracy.

—Silencio,señor,unavezmás,¡silencio!¡Ah!Puestoquelospeligrosquecorronoosdetienen,pensadenlosquepodéiscorrervos.

—¿Yo?

—Sí, vos. Corréis peligro en la cárcel, corréis peligro de muerte por elhechodeconocerme.

—Entoncesnoosdejo.

—Señor—dijo la joven suplicandoy juntando lasmanos—, señor, enelnombredel cielo, en el nombredel honor de unmilitar, en el nombrede lacortesíadeungentilhombre,alejaos;ved,suenanlasdoce,es lahoraenquemeesperan.

—Señora—dijoeljoveninclinándose—,nosénegarnadaaquienmelopideasí;contentaos,yamealejo.

—Pero¿nomeseguiréis,nomeespiaréis?

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—Regresoamicasaahoramismo.

—¡Ah, ya sabía yo que erais un buen joven! —exclamó la señoraBonacieux tendiéndole una mano y poniendo la otra en la aldaba de unapequeñapuertacasiperdidaenelmuro.

D’Artagnantomólamanoqueseletendíaylabesóardientemente.

—¡Ay, preferiría no haberos visto jamás! —exclamó D’Artagnan conaquella brutalidad ingenua que las mujeres prefieren con frecuencia a lasafectacionesdelacortesía,porquedescubreelfondodelpensamientoypruebaqueelsentimientodominasobrelarazón.

—¡Pues bien! —prosiguió la señora Bonacieux con una voz casiacariciadorayestrechandolamanodeD’Artagnan,quenohabíaabandonadolasuya—.¡Puesbien!Yonodirétantocomovos:loqueestáperdidoparahoynoestáperdidoparaelfuturo.¿Quiénsabesicuandoyoestélibreundíanosatisfarévuestracuriosidad?

—¿Yhacéis lamismapromesaamiamor?—exclamóD’Artagnanenelcolmodelaalegría.

—¡Oh! Por ese lado, no quiero comprometerme, eso dependerá de lossentimientosquevossepáisinspirarme.

—Así,hoy,señora…

—Hoy,señor,noestoyseguramásquedelagradecimiento.

—¡Ah!Soismuyencantadora—dijoD’Artagnancontristeza—,yabusáisdemiamor.

—No, yo use de vuestra generosidad, eso es todo. Pero, creedlo, conciertaspersonastodoserecobra.

—¡Oh,mehacéiselmásfelizdeloshombres!Noolvidéisestanoche,noolvidéisestapromesa.

—Estadtranquilo,entiempoylugarmeacordarédetodo.¡Ybien,partidpues, partid, ennombredel cielo!Meesperabana lasdoce enpunto, yvoyretrasada.

—Cincominutos.

—Sí;peroenciertascircunstanciascincominutossoncincosiglos.

—Cuandoseama.

—¿Yquiénosdicequenotengounasuntoamoroso?

—¿Es un hombre el que os espera? —exclamó D’Artagnan—. ¡Unhombre!

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—Vamos,que ladiscusiónvuelveaempezar—dijo la señoraBonacieuxconmediasonrisaquenoestabaexentadeciertotintedeimpaciencia.

—No,no,mevoy;creoenvos,quierotener todoelméritodemiafecto,aunqueeseafectoseaunaestupidez.¡Adiós,señora,adiós!

Ycomosinosesintieraconfuerzaparasepararsedelamanoquesosteníamás que mediante una sacudida, se alejó corriendo, mientras la señoraBonacieux llamaba, como en el postigo, con tres golpes lentos y regulares;luego,llegadoalángulodelacalle,élsevolvió:lapuertasehabíaabiertoyvueltoacerrar,labonitamercerahabíadesaparecido.

D’Artagnanprosiguiósucamino,habíadadosupalabradenoespiara laseñoraBonacieux,yaunquelavidadeelladependieradellugaradondehabíaido a reunirse, o de la persona que debía acompañarla, D’Artagnan habríavueltoa sucasa,puestoquehabíadichoquevolvía.CincominutosdespuésestabaenlacalledesFossoyeurs.

—Pobre Athos —decía—, no sabrá lo que esto quiere decir. Se habrádormidomientrasme esperaba, o habrá regresado a su casa, y al volver sehabráenteradodequehabíaidoallíunamujer.¡UnamujerencasadeAthos!Después de todo—continuó D’Artagnan—, también había una en casa deAramis. Todo esto es muy extraño y me intriga mucho saber cómo va aterminar.

—Mal,señor,mal—respondióunavozqueeljovenreconociócomoladePlanchet;porquemonologandoenvozalta,alamaneradelaspersonasmuypreocupadas, se había adentrado por el camino al fondo del cual estaba laescaleraqueconducíaasuhabitación.

—¿Cómo mal? ¿Qué quieres decir, imbécil?—preguntó D’Artagnan—.¿Quéhapasado?

—Todaclasededesgracias.

—¿Cuáles?

—Enprimerlugar,elseñorAthosestáarrestado.

—¡Arrestado!¡Athos!¡Arrestado!¿Porqué?

—Loencontraronenvuestracasa;lotomaronporvos.

—¿Yquiénlohaarrestado?

—Laguardiaquefueronabuscarloshombresnegrosquevospusisteisenfuga.

—¡Porquénohadichosunombre!¿Porquénohadichoquenoteníanadaqueverconesteasunto?

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—Sehaguardadomuchodehacerlo,señor;alcontrario,sehaacercadoamíymehadicho:«Estuamoelquenecesitasulibertadenestemomento,ynoyo,porqueélsabetodoyyonosénada.Lecreeránarrestado,yestoledarátiempo; dentro de tres días diré quién soy, y entonces tendrán que dejarmesalir».

—¡Bravo, Athos! Noble corazón —murmuró D’Artagnan—, en eso lereconozco.¿Yquéhanhecholosesbirros?

—Cuatroselohanllevadonoséadónde,alaBastillaoalFort-l’Evêque;dos se han quedado con los hombres negros, que han registrado por todaspartes y que han cogido todos los papeles. Por fin, los dos últimos, duranteestacomisión,montabanguardiaenlapuerta;luego,cuandotodohaacabado,sehanmarchadodejandolacasavacíaycompletamenteabierta.

—¿YPorthosyAramis?

—Yonolosencontré,nohanvenido.

—Peropuedenvenirdeunmomentoaotro,porquetúlesdejasteelrecadodequelosesperaba.

—Sí,señor.

—Bueno,notemuevasdeaquí;sivienen,avísalesdeloquemehapasado,quemeesperenenlatabernadelaPommeduPin;aquíhabríapeligro,lacasapuedeserespiada.CorroacasadelseñordeTrévilleparaanunciarletodoesto,ymereúnoconellos.

—Estábien,señor—dijoPlanchet.

—Pero tú te quedas, tú no tengas miedo —dijo D’Artagnan volviendosobresuspasospararecomendarvalorasulacayo.

—Estad tranquilo, señor—dijoPlanchet—;nomeconocéis todavía: soyvaliente cuandomepongo a ello; la cosa consiste enponerme; además, soypicardo.

—Entonces, de acuerdo—dijo D’Artagnan—; te haces matar antes queabandonartupuesto.

—Sí, señor, y no hay nada que no haga para probar al señor que le soyadicto.

—Bueno—sedijo a símismoD’Artagnan—,pareceque elmétodoqueempleéconestemuchachoesdecididamentebueno;lousaréensumomento.

Ycontodalarapidezdesuspiernas,algofatigadasyasinembargoporlascarreras de la jornada, D’Artagnan se dirigió hacia la calle du Vieux-Colombier.

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El señor deTréville no estaba en su palacio; su compañía se hallaba deguardiaenelLouvre;élestabaenelLouvreconsucompañía.

Había que llegar hasta el señor de Tréville; era importante que fueraprevenidodeloquepasaba.D’ArtagnandecidióentrarenelLouvre.SutrajedeguardiadelacompañíadelseñorDesEssartsdebíaservirledepasaporte.

Descendió,pues,lacalledesPetits-AugustinsysubióelmuelleparatomarelPont-Neuf.Poruninstantetuvolaideadepasarenlabarca,peroalllegaralaorilladelaguahabíaintroducidomaquinalmentesumanoenelbolsilloysehabíadadocuentadequenoteníaconquépagaralbarquero.

Cuando llegaba a la altura de la calleGuénégaud, vio desembocar de lacalle Dauphine un grupo compuesto por dos personas cuyo aspecto lesorprendió.

Lasdospersonasquecomponíanelgrupoeran:launa,unhombre;laotra,unamujer.

LamujerteníaelaspectodelaseñoraBonacieux,yelhombreseparecíaaAramishastaelpuntodesertomadoporél.

Además, la mujer tenía aquella capa negra que D’Artagnan veía aúnrecortarsesobreelpostigodelacalledeVaugirardysobrelapuertadelacalledeLaHarpe.

Además,elhombrellevabaeluniformedelosmosqueteros.

Elcapuchóndelamujerestabavuelto,elhombreteníasupañuelosobresurostro;losdos,esadobleprecauciónloindicaba,losdostenían,pues,interésennoserreconocidos.

Ellos tomaron el puente; era el camino de D’Artagnan, puesto queD’ArtagnansedirigíaalLouvre;D’Artagnanlossiguió.

D’ArtagnannohabíadadoveintepasoscuandoquedóconvencidodequeaquellamujereralaseñoraBonacieuxydequeaquelhombreeraAramis.

Enelmismoinstantesintióquetodaslassospechasdeloscelosseagitabanensucorazón.

Eradoblementetraicionadoporsuamigoyporaquellaalaqueamabayacomoaunaamante.LaseñoraBonacieuxlehabíajuradoportodoslosdiosesquenoconocíaaAramis,yuncuartodehoradespuésdequeellalehubierahechoestejuramentolavolvíaaencontrardelbrazodeAramis.

D’Artagnannoreflexionóqueconocíaalabonitamerceradesdehacíatreshoras, que no le debía a él nada más que un poco de gratitud por haberlaliberadodeloshombresperversosquequeríanraptarla,yqueellanolehabíaprometidonada.Semirócomounamanteultrajado,traicionado,escarnecido;

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lasangreylacóleralesubieronalrostro,resolvióaclararlotodo.

La joven mujer y el joven hombre se habían dado cuenta de que losseguían, y habían doblado el paso.D’Artagnan tomó carrera, los sobrepasó,luego volvió sobre ellos en el momento en que se encontraban ante laSamaritaine, alumbrada por un reverbero que proyectaba su claridad sobretodaaquellapartedelpuente.

D’Artagnansedetuvoanteellos,yellossedetuvieronanteél.

—¿Quéqueréis,señor?—preguntóelmosqueteroretrocediendounpasoyconunacentoextranjeroqueprobabaaD’Artagnanquesehabíaequivocadoenunapartedesusconjeturas.

—¡NoesAramis!—exclamó.

—No,señor,nosoyAramis,yporvuestraexclamaciónveoquemehabéistomadoporotro,yosperdono.

—¡Vosmeperdonáis!—exclamóD’Artagnan.

—Sí—respondió el desconocido—. Dejadme, pues, pasar, porque nadatenéisconmigo.

—Tenéisrazón,señor—dijoD’Artagnan—,nadatengoconvos,síconlaseñora.

—¡Conlaseñora!Vosnolaconocéis—dijoelextranjero.

—Osequivocáis,señor,laconozco.

—¡Ah!—dijolaseñoraBonacieuxconuntonodereproche—.¡Ah,señor!Tenía yo vuestra palabra de militar y vuestra fe de gentilhombre; esperabacontarconellas.

—Y yo, señora —dijo D’Artagnan embarazado—. Me habíaisprometido…

—Tomadmibrazo,señora—dijoelextranjero—,ycontinuemosnuestrocamino.

Sinembargo,D’Artagnan,aturdido,aterrado,anonadadoportodoloquelepasaba,permanecíaenpieyconlosbrazoscruzadosanteelmosqueteroylaseñoraBonacieux.

ElmosqueterodiodospasoshaciaadelanteyapartóaD’Artagnanconlamano.

D’Artagnandiounsaltohaciaatrásysacósuespada.

Almismo tiempoy con la rapidezde la centella, el desconocido sacó lasuya.

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—¡En nombre del cielo, milord! —exclamó la señora Bonacieuxarrojándoseentreloscombatientesytomandolasespadasconsusmanos.

—¡Milord! —exclamó D’Artagnan iluminado por una idea súbita—.¡Milord!Perdónseñor,esquevossois…

—Milord el duque de Buckingham—dijo la señora Bonacieux amediavoz—;yahorapodéisperdernosatodos.

—Milord,madame,perdón,cienvecesperdón;peroyolaamaba,milord,yestabaceloso;vossabéisloqueesamar,milord;perdonadmeydecidmecómopuedohacermematarporvuestragracia.

—Soisunjovenvaliente—dijoBuckinghamtendiendoaD’Artagnanunamanoqueésteapretó respetuosamente—;meofrecéisvuestros servicios, losacepto; seguidnos a veinte pasos hasta el Louvre. ¡Y si alguien nos espía,matadlo!

D’Artagnanpuso su espadadesnudabajo su brazo, dejó adelantarse a laseñoraBonacieuxyalduqueveintepasosylossiguió,dispuestoaejecutaralaletralasinstruccionesdelnobleyeleganteministrodeCarlosI.

Peroafortunadamente el joven secuazno tuvoningunaocasióndedar alduque aquella prueba de su devoción; y la joven y el hermosomosqueteroentraronenelLouvreporelpostigodeL’Echellesinhabersidoinquietados.

EncuantoaD’Artagnan,sevolvióalpuntoalatabernadelaPommeduPin,dondeencontróaPorthosyaAramisqueloesperaban.

Perosindarlesotraexplicaciónsobrelamolestiaqueleshabíacausado,lesdijo que había terminado solo el asunto para el que por un instante habíacreídonecesitarsuintervención.

Yahora,arrastradoscomoestamospornuestrorelato,dejemosanuestrostresamigosvolvercadaunoasucasa,ysigamosporellaberintodelLouvrealduquedeBuckinghamyasuguía.

CapítuloXII

GeorgesVilliers,duquedeBuckingham

La señoraBonacieux y el duque entraron en el Louvre sin dificultad; laseñoraBonacieuxeraconocidaporpertenecera lareina;elduque llevabaeluniforme de losmosqueteros del señor deTréville que, como hemos dicho,estabadeguardiaaquellanoche.Además,Germaineraadictoa los interesesde la reina, y si algo pasaba, la señora Bonacieux sería acusada de haber

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introducidoasuamanteenelLouvre,esoestodo;cargabaconelcrimen:sureputación estaba perdida, cierto, pero ¿qué valor tiene en el mundo lareputacióndeunasimplemercera?

Unavezentradosenelinteriordelpatio,elduqueylajovensiguieronelpiedelosmurosduranteunespaciodeunosveinticincopasos;recorridoeseespacio la señoraBonacieuxempujóunapequeñapuertade servicio,abiertaduranteeldía,perocerradageneralmenteporlanoche;lapuertacedió;losdosentraronyseencontraronen laoscuridad,pero laseñoraBonacieuxconocíatodas las vueltas y revueltas de aquella parte del Louvre, destinada a laspersonasde laservidumbre.Cerró laspuertas trasella, tomóalduquepor lamano, dio algunos pasos a tientas, asió una barandilla, tocó con el pie unescalónycomenzóasubirlaescalera;elduquecontódospisos.Entoncesellatorció a la derecha, siguió un largo corredor, volvió a bajar un piso, dioalgunos pasosmás todavía, introdujo una llave en una cerradura, abrió unapuerta y empujó al duque en una habitación iluminada solamente por unalámpara de noche diciendo: «Quedad aquí, milord duque, vendrán». Luegosalió por la misma puerta, que cerró con llave, de suerte que el duque seencontróliteralmenteprisionero.

Sinembargo,pormássoloqueseencontraba,hayquedecirlo,elduquedeBuckinghamnoexperimentóporuninstantesiquieratemor;unodelosrasgossalientes de su carácter era la búsqueda de la aventura y el amor por lonovelesco.Valiente,osado,emprendedor,noeralaprimeravezquearriesgabasuvidaensemejantestentativas;habíasabidoqueaquelpresuntomensajedeAnadeAustria, fiado en el cual había venido aParís, era una trampa, y enlugar de regresar a Inglaterra, abusando de la posición en que se le habíapuesto,habíadeclaradoalareinaquenopartiríasinhaberlavisto.Lareinasehabía negado rotundamente al principio, luego había temido que el duque,exasperado, cometiese alguna locura. Ya estaba decidida a recibirlo y asuplicarlequepartiesealpuntocuando,latardemismadeaquelladecisión,laseñoraBonacieux,queestabaencargadadeirabuscaralduqueyconducirlealLouvre, fueraptada.Durantedosdíasse ignorócompletamente loquehabíasidodeella,ytodoquedóensuspenso.Perounavezlibre,unavezpuestadenuevoencontactoconLaPorte,lascosashabíanrecuperadosucurso,yellaacababaderealizarlapeligrosaempresaque,sinsuarresto,habríaejecutadotresdíasantes.

Buckingham, que se había quedado solo, se acercó a un espejo. Aquelvestidodemosqueteroleibademaravilla.

Alostreintaycincoañosqueentoncestenía,pasaba,yconrazón,porelgentilhombremás hermoso y por el caballeromás elegante de Francia y deInglaterra.

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Favorito de dos reyes, rico en millones, todopoderoso en el reino queagitabasegúnsufantasíaycalmabaasucapricho,GeorgesVilliers,duquedeBuckingham,habíaemprendidounadeesasexistenciasfabulosasquequedanenelcursodelossigloscomoasombroparalaposteridad.

Por eso, seguro de símismo, convencido de su poder, cierto de que lasleyesquerigenalosdemáshombresnopodíanalcanzarlo,ibaderechoalfinquesehabíafijado,pormásqueesefinfueratanelevadoytandeslumbranteque para cualquier otro sólomirarlo habría sido locura. Así es como habíaconseguido acercarse varias veces a la bella y orgullosa Ana de Austria yhacerseamarafuerzadedeslumbramiento.

Georges Villiers se situó, pues, ante un espejo, como hemos dicho,devolvióasubellacabellerarubialasondulacionesqueelpesodelsombrerolehabíahechoperder,seatusósumostacho,yconelcorazóntodohenchidodealegría,felizyorgullosodealcanzarelmomentoquedurantetantotiempohabíadeseado,sesonrióasímismodeorgulloydeesperanza.

En aquelmomento, una puerta oculta en la tapicería se abrió y aparecióunamujer.Buckinghamvioaquellaapariciónenelcristal;lanzóungrito,¡eralareina!

Ana de Austria tenía entonces veintiséis o veintisiete años, es decir, seencontrabaentodoelesplendordesubelleza.

Su caminar era el de una reina o de una diosa; sus ojos, que despedíanreflejosdeesmeralda,eranperfectamentebellos,yalmismotiempollenosdedulzuraydemajestad.

Subocaerapequeñaybermejayaunquesulabioinferior,comoeldelospríncipes de la Casa de Austria, sobresalía ligeramente del otro, eraeminentementegraciosaenlasonrisa,perotambiénprofundamentedesdeñosaeneldesprecio.

Supieleracitadaporsusuavidadysuaterciopelado,sumanoysusbrazoserandeunabellezasorprendenteytodoslospoetasdelaépocaloscantabancomoincomparables.

Finalmente,suscabellos,quederubiosqueeranensujuventudsehabíanvuelto castaños, y que llevaba rizados, muy claros y con mucho polvo,enmarcaban admirablemente su rostro, en el que el censor más rígido nohubiera podido desearmás que un pocomenos de rouge, y el escultormásexigentesólounpocomásdefinuraenlanariz.

Buckinghampermanecióuninstantedeslumbrado;jamásAnadeAustrialehabíaparecidotanbellaenmediodelosbailes,delasfiestas,deloscarruselescomo le pareció en aquelmomento, vestida con un simple vestido de satén

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blanco y acompañada de doña Estefanía, la única de susmujeres españolasquenohabíasidoexpulsadaporloscelosdelreyyporlaspersecucionesdeRichelieu.

AnadeAustria diodospasoshacia adelante;Buckinghamseprecipitó asusrodillasy,antesdequelareinahubierapodidoimpedírselo,besólosbajosdesuvestido.

—Duque,yasabéisquenohesidoyoquienoshahechoescribir.

—¡Oh!Sí, señora, sí,vuestramajestad—exclamóelduque—,séquehesidounloco,uninsensatoporcreerquelanieveseanimaría,queelmármolsecalentaría;mas,¿quéqueréis?Cuandoseamasecreefácilmenteenelamor;además,noheperdidotodoenesteviaje,puestoqueosveo.

—Sí—respondióAna—,perodebéissaberporquéycómoosveo,milord.Os veo por piedad hacia vosmismo; os veo porque, insensible a todasmispenas, os habéis obstinado en permanecer en una ciudad en la que,permaneciendo,corréisriesgodelavidaymehacéisamícorrerelriesgodemihonor;osveoparadecirosquetodonossepara,lasprofundidadesdelmar,laenemistaddelosreinos,lasantidaddelosjuramentos.Essacrilegiolucharcontra tantas cosas,milord.Osveo, en finparadecirosqueno tenemosquevernosmás.

—Hablad, señora; hablad, reina —dijo Buckingham—; la dulzura devuestravozcubre ladurezadevuestraspalabras. ¡Voshabláisde sacrilegio!PeroelsacrilegioestáenlaseparacióndecorazonesqueDioshabíaformadoelunoparaelotro.

—Milord—exclamó la reina—, olvidáis que nunca os he dicho que osamaba.

—Pero jamásmehabéisdichoquenomeamarais;y, realmente,decirmesemejantes palabras, sería por parte de vuestra majestad una ingratituddemasiadogrande.Porque,decidme,¿dóndeencontráisunamorsemejantealmío, un amor que ni el tiempo, ni la ausencia, ni la desesperación puedenapagar, un amor que se contenta con una cinta extraviada, con una miradaperdida, con una palabra escapada? Hace tres años, señora, que os vi porprimeravez,ydesdehace tres añosos amoasí. ¿Queréisqueosdigacómoestabaisvestidalaprimeravezqueosvi?¿Queréisquedetallecadaunodelosadornos de vuestro tocado?Mirad, aún lo veo; estabais sentada en un cojíncuadrado,alamodadeEspaña;teníaisunvestidodesaténverdeconbrocadosde oro y de plata; las mangas colgantes y anudadas sobre vuestros bellosbrazos, sobre esos brazos admirables, con gruesos diamantes; teníais unagorgueracerrada,unpequeñobonetesobrevuestracabezadelcolordevuestrovestido,ysobreeseboneteunaplumadegarza.¡Oh!Mirad,mirad,cierrolos

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ojosyosveotalcualeraisentonces;losabroyosveocualsoisahora,esdecir,¡cienvecesmásbellaaún!

—¡Qué locura! —murmuró Ana de Austria, que no tenía el valor deadmitirlealduquehaberconservadotanbiensuretratoensucorazón—.¡Quélocuraalimentarunapasióninútilconsemejantesrecuerdos!

—¿Y con qué queréis entonces que yo viva? Yo no tengo más querecuerdos.Esmifelicidad,esmitesoro,esmiesperanza.Cadavezqueosveo,esundiamantemásqueguardoenelescriñodemicorazón.Esteeselcuartoquevosdejáiscaeryqueyorecojo;porqueentresaños,señora,nooshevistomásque cuatro veces: esa primera de que acabodehablaros, la segunda encasadelaseñoradeChevreuse,laterceraenlosjardinesdeAmiens.

—Duque—dijolareinaruborizándose—nohabléisdeesanoche.

—¡Oh!Alcontrario,hablemos,señora,hablemosdeella;eslanochefelizyresplandecientedemivida.¿Osacordáisdelabellanochequehacía?¡Cuándulceyperfumadoeraelaire,cuánazulelcielotodoesmaltadodeestrellas!¡Ah!Aquellavez,señora,pudeestaruninstanteasolasconvos;aquellavezvosestabaisdispuestaadecirmetodo:elaislamientodevuestravida,laspenasde vuestro corazón. Vos estabais apoyada en mi brazo, mirad, en éste. Alinclinarmicabezaavuestrolado,yosentíavuestroshermososcabellosrozarmirostro,ycadavezquemerozabanyotemblabadelacabezaalospies.¡Oh,reina, reina! ¡Oh! No sabéis cuánta felicidad del cielo, cuánta alegría delparaíso hay encerradas en un momento semejante. Mirad, mis bienes, mifortuna,mi gloria, ¡todos los días queme quedan por vivir a cambio de unmomentosemejanteydeunanocheparecida!Porqueesanoche, señora,esanochevosmeamabais,oslojuro.

—Milord, es posible, sí, que la influencia del lugar, que el encanto deaquella hermosa noche, que la fascinación de vuestra mirada, que esas milcircunstancias,enfin,quesejuntanavecesparaperderaunamujer,sehayanagrupado en tornomío en aquella noche fatal; pero ya lo visteis,milord; lareina vino en ayuda de la mujer que flaqueaba: a la primera palabra queosasteisdecir,alaprimeraosadíaalaquetuvequeresponder,pedíayuda.

—¡Oh!Sí, sí, eso es cierto, y cualquier otro amor distinto almío habríasucumbidoaesaprueba;peromiamor,enmicaso,hasalidodeellaardienteymás eterno. Creísteis huir de mí volviendo a París, creísteis que no osaríaabandonar el tesoro que mi amo me había encargado vigilar. ¡Ah, qué meimportanamítodoslostesorosdelmundonitodoslosreyesdelatierra!Ochodías después, yo estaba de regreso, señora. Y esa vez, nada tuvisteis quedecirme: yo había arriesgado mi favor, mi vida, por veros un segundo, notoquésiquieravuestramano,yvosmeperdonasteisalvermetansometidoyarrepentido.

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—Sí,perolacalumniasehaapoderadodetodasesaslocurasenlasqueyono contaba para nada, y vos lo sabéis bien, milord. El rey, excitado por elseñor cardenal, organizó un escándalo terrible: la señora de Vernet ha sidoechada, Putange exiliado, la señora de Chevreuse ha caído en desgracia, ycuando vos quisisteis volver como embajador de Francia, recordad, milord,queelreymismoseopuso.

—Sí, y Francia va a pagar con una guerra el rechazo de su rey. Yo nopuedoveros,señora;puesbien,quieroquecadadíaoigáishablardemí.¿QuéotroobjetivopensáisquehantenidoesaexpedicióndeRéyesaligaconlosprotestantes de la Rochelle que proyecto? ¡El placer de veros! No tengo laesperanza de penetrar amano armada hasta París, lo sé de sobra; pero estaguerra podrá llevar a una paz, esa paz necesitará un negociador, esenegociadorseréyo.Entoncesnoseatreveránarechazarme,yvolveréaParís,yosveré,yseréfelizuninstante.Ciertoquemilesdehombreshabránpagadomidichaconsuvida;pero¿quémeimportaríaamí,dadoqueosvuelvoaver?Todoestoesquizámuyloco,quizámuyinsensato;perodecidme,¿quémujertiene un amante más enamorado? ¿Qué reina ha tenido un servidor másardiente?

—Milord, milord, invocáis para vuestra defensa cosas que os acusanincluso; milord, todas esas pruebas de amor que queréis darme son casicrímenes.

—Porquevosnomeamáis,señora;simeamaseis,todoestoloveríaisdeotromodo;simeamaseis,¡oh!,sivosmeamaseisseríademasiadafelicidadymevolvería loco.¡Ah!LaseñoradeChevreuse,de laquehaceunmomentohablabais, la señora deChevreuse ha sidomenos cruel que vos;Holland laamóyellarespondióasuamor.

—La señora de Chevreuse no era reina —murmuró Ana de Austria,vencidaapesarsuyoporlaexpresióndeunamortanprofundo.

—¿Me amaríais entonces si no lo fuerais, señora, decid, me amaríaisentonces?¿Puedo,pues,creerqueesladignidadsoladevuestrorangolaqueoshacecruelparamí?¿Puedo,pues,creerquesivoshubieraissidolaseñoradeChevreuse,elpobreBuckinghamhabríapodidoesperar?Graciasporesasdulcespalabras,mibellaMajestad,cienvecesgracias.

—¡Ah!Milord, habéis entendidomal, habéis interpretadomal; yo no hequeridodecir…

—¡Silencio!¡Silencio!—dijoelduque—.Siyosoyfelizporunerror,notengáis la crueldad de quitármelo. Lo habéis dicho vos misma, se me haatraídoauna trampa, talvezdejemividaenellaporque,mirad,esextraño,perodesdehacealgúntiempotengopresentimientosdequevoyamorir—yel

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duquesonrióconunasonrisatristeyencantadoraalavez.

—¡Oh,Diosmío!—exclamóAnadeAustriaconunacentodeterrorqueprobabaquesentíaporelduqueuninterésmayordelquequeríaconfesar.

—Noosdigoestoparaasustaros,señora,no;esinclusoridículoloqueosdigo, y creedme que nome preocupo nada por semejantes sueños. Pero esapalabra que acabáis de decirme, esa esperanza que casime habéis dado, lohabrápagadotodo,inclusomivida.

—¡Y bien! —dijo Ana de Austria—. Yo también, duque, tengopresentimientos, también yo tengo sueños. He soñado que os veía tendido,sangrando,víctimadeunaherida.

—¿En el lado izquierdo, no es verdad, con un cuchillo? —interrumpióBuckingham.

—Sí,esoes,milord,esoes,enelladoizquierdo,conuncuchillo.¿Quiénhapodidodecirosqueyohabíatenidoesesueño?NoloheconfiadomásqueaDios,einclusoenmisplegarias.

—Noquieromás,yvosmeamáis,señora,estáclaro.

—¿Queyoosamo?

—Sí, vos. ¿Os enviaría Dios los mismos sueños que a mí si no meamaseis?¿Tendríamoslosmismospresentimientossinuestrasdosexistenciasno estuvieran en contacto por el corazón? Vos me amáis, oh, reina, y ¿melloraréis?

—¡Oh,Diosmío,Diosmío!—exclamóAnadeAustria—.Esmásde loquepuedosoportar.Mirad,duque,enelnombredelcielo,partid,retiraos;nosésiosamoosinoosamo,peroloqueséesquenoseréperjura.Tened,pues,piedad de mí y partid. ¡Oh! Si fuerais herido en Francia, si murieseis enFrancia, si pudiera suponer que vuestro amor por mí fue causa de vuestramuerte,nomeconsolaríajamás,mevolveríalocaporello.Partid,pues,partid,oslosuplico.

—¡Oh,québellaestáisasí!¡Cuántoosamo!—dijoBuckingham.

—¡Partid, partid! Os lo suplico, y volved más tarde; volved comoembajador, volved como ministro, volved rodeado de guardias que osdefiendan, de servidores quevigilenpor vos, y entoncesno temerémásporvuestravidaysentirédichaenvolverosaver.

—¡Oh!¿Esciertoloquemedecís?

—Sí…

—Puesentonces,unaprendadevuestraindulgencia,unobjetoquevenga

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de vos y queme recuerde que no he tenido un sueño; algo que vos hayáisllevadoyqueyopuedallevaramivez,unanillo,uncollar,unacadena.

—¿Yosiréis,osiréissiosdoyloquemepedís?

—Sí.

—¿Enelmismomomento?

—Sí.

—¿AbandonaréisFrancia,volveréisaInglaterra?

—Sí,oslojuro.

—Esperad,entonces,esperad.

Y Ana de Austria regresó a sus habitaciones y salió casi al momento,llevando en la mano un pequeño cofre de palo de rosa con sus iniciales,incrustadodeoro.

—Tomad,milordduque—dijo—,guardadestoenrecuerdomío.

Buckinghamtomóelcofreycayóporsegundavezderodillas.

—Mehabíaisprometidoiros—dijolareina.

—Ymantengomipalabra.Vuestramano,vuestramano,señora,ymevoy.

AnadeAustriatendiósumanocerrandolosojosyapoyándoseconlaotraenEstefanía,porquesentíaquelasfuerzasibanafaltarle.

Buckinghamapoyóconpasiónsuslabiossobreaquellabellamano;luego,alalzarse,dijo:

—Siantesdeseismesesnoestoymuerto,oshabrévisto,señora,aunquetengaquedesquiciarelmundoparaello.

Y,fielalapromesahecha,selanzófueradelahabitación.

EnelcorredorencontróalaseñoraBonacieuxqueloesperabayque,conlas mismas precauciones y la misma fortuna, volvió a conducirlo fuera delLouvre.

CapítuloXIII

ElseñorBonacieux

Comosehapodidoobservar,entodoestohabíaunpersonajeque,peseasuposición,nohabíaparecido inquietarsemásqueamedias; estepersonaje

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eraelseñorBonacieux,respetablemártirdelas intrigaspolíticasyamorosasque tan bien se encadenaban unas a otras, en aquella época a la vez tancaballerescaytangalante.

Afortunadamente —lo recuerde el lector o no lo recuerde—,afortunadamentehemosprometidonoperderlodevista.

Los esbirros que lo habían detenido lo condujeron directamente a laBastilla,donde,todotembloroso,selehizopasarpordelantedeunpelotóndesoldadosquecargabansusmosquetes.

Allí, introducidoenunagalería semisubterránea, fueobjeto,porpartedequienes lohabíanllevado,delasmásgroseras injuriasydelmásferoztrato.Los esbirros veían que no se las habían con un gentilhombre, y lo tratabancomoaverdaderopatán.

Alcabodemediahoraaproximadamente,unescribanovinoaponerfinasus torturas, perono a sus inquietudes, dando la ordende conducir al señorBonacieuxa lacámarade interrogatorios.Generalmentese interrogabaa losprisionerosensuscasas,peroconelseñorBonacieuxnoseguardabantantasformas.

Dosguardiasseapoderarondelmercero,lehicieronatravesarunpatio,lehicieron adentrarse por un corredor en el que había tres centinelas, abrieronunapuertayloempujaronenunahabitaciónbaja,dondeportodomueblenohabíamásqueunamesa,unasillayuncomisario.

El comisario estaba sentado en la silla y se hallaba ocupado escribiendoalgosobrelamesa.Losdosguardiascondujeronalprisioneroantelamesay,aunaseñaldelcomisario,sealejaronfueradelalcancedelavoz.

El comisario, que hasta entonces había mantenido la cabeza inclinadasobre sus papeles, la alzó para ver con quién tenía que habérselas. Aquelcomisarioeraunhombredefacharepelente,lanarizpuntiaguda,lasmejillasamarillas y salientes, los ojos pequeños pero investigadores y vivos, y lafisonomía tenía al mismo tiempo algo de garduña y de zorro. Su cabezasostenida por un cuello largo y móvil, salía de su amplio traje negrobalanceándoseconunmovimientocasiparecidoaldelatortugacuandosacasucabezafueradesucaparazón.

ComenzóporpreguntaralseñorBonacieuxsusapellidosysunombre,suedad,suestadoysudomicilio.

ElacusadorespondióquesellamabaJacques-MichelBonacieux,queteníacincuentayunaños,merceroretirado,yquevivíaenlacalledesFossoyeurs,número11.

Entonces el comisario, en lugar de continuar interrogándole, le soltó un

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largodiscurso sobre elpeligroquecorreunburguésoscuromezclándose enasuntospúblicos.

Complicóesteexordioconunaexposiciónenlaquecontóelpoderylosactosdelseñorcardenal,aquelministroincomparable,aqueltriunfadordelosministrospasados,aquelejemplodelosministrosfuturos:actosypoderalosquenadieseoponíaimpunemente.

Despuésdeestasegundapartedesudiscurso,fijandosumiradadegavilánsobre el pobre Bonacieux, lo invitó a reflexionar sobre la gravedad de lasituación.

Las reflexiones del mercero estaban ya hechas; lanzaba pestes contra elmomentoenqueelseñordeLaPortehabía tenido la ideadecasarloconsuahijada, y sobre todo contra el momento en que esta ahijada había sidoadmitidacomocostureradelareina.

El fondo del carácter de maese Bonacieux era un profundo egoísmomezcladoaunaavariciasórdidatodoellosazonadoconunacobardíaextrema.El amor que le había inspirado su joven mujer, por ser un sentimientototalmente secundario, no podía luchar con los sentimientos primitivos queacabamosdeenumerar.

Bonacieuxreflexionó,enefecto,sobreloqueacababandedecirle.

—Pero, señor comisario —dijo tímidamente—, estad seguro de queconozcoyapreciomásquenadieelméritodelaincomparableEminenciaporlaquetenemoselhonordesergobernados.

—¿Deverdad?—preguntóelcomisarioconairededuda—.Sirealmentefueraasí,¿cómoesqueestáisenlaBastilla?

—Cómoestoy,omejor,porquéestoy—replicóelseñorBonacieux—,esoes lo que me es completamente imposible deciros, dado que yo mismo loignoro; pero a buen seguro no es por haber contrariado, conscientemente almenos,alseñorcardenal.

—Sin embargo, es preciso que hayáis cometido un crimen, puesto queestáisaquíacusadodealtatraición.

—¡Dealta traición!—exclamóBonacieux—. ¡Dealta traición!¿Ycómoqueréisvosqueunpobremerceroquedetestaaloshugonotesyqueaborrecealos españoles esté acusado de alta traición? Reflexionad, señor, esmaterialmenteimposible.

—SeñorBonacieux—dijo el comisariomirando al acusado como si suspequeños ojos tuvieran la facultad de leer hasta lo más profundo de loscorazones—,señorBonacieux,¿tenéismujer?

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—Sí,señor—respondióelmercerotodotemblando,sintiendoqueahíeradondeelasuntoibaaembrollarse—;esdecir,latenía.

—¿Cómo?¡Lateníais!¿Puesquéhabéishechodeella,siyanolatenéis?

—Melahanraptado,señor.

—¿Os lahan raptado?—prosiguióel comisario—.¿Ysabéisquiéneselhombrequehacometidoeserapto?

—Creoconocerlo.

—¿Quiénes?

—Pensadqueyonoafirmonada,señorcomisario,yqueyosólosospecho.

—¿Dequiénsospecháis?Veamos,respondedconfranqueza.

ElseñorBonacieuxsehallabaenlamayorperplejidad:¿debíanegartodoodecirtodo?Negandotodo,podríacreersequesabíademasiadoparaconfesar;diciendotodo,dabapruebadebuenavoluntad.Sedecidióportantoadecirlotodo.

—Sospecho—dijo— de un hombre alto, moreno, de buen aspecto, quetienetodoelairedeungranseñor;noshaseguidovariasveces,segúnmehaparecido,cuandoibaaesperaramimujeralpostigodelLouvreparallevarlaacasa.

Elcomisarioparecióexperimentarciertainquietud.

—¿Ysunombre?—dijo.

—¡Oh!Encuantoasunombre,nosénada,perosialgunavezlovuelvoaencontrarloreconoceréalinstante,osrespondodeello,aunquefueraentremilpersonas.

Lafrentedelcomisarioseensombreció.

—¿Loreconoceríaisentremil,decís?—continuo.

—Esdecir—prosiguióBonacieux,quevioquehabíaidodescaminado—,esdecir…

—Habéisrespondidoqueloreconoceríais—dijoelcomisario—;estábien,basta por hoy; antes de que sigamos adelante es preciso que alguien seaprevenidodequeconocéisalraptordevuestramujer.

—Pero yo no os he dicho que le conociese —exclamó Bonacieuxdesesperado—.Oshedicho,porelcontrario…

—Llevaosalprisionero—dijoelcomisarioalosdosguardias.

—¿Ydóndehayqueconducirlo?—preguntóelescribano.

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—Auncalabozo.

—¿Acuál?

—¡Oh,Diosmío!Alprimeroquesea,contalquecierrebien—respondióelcomisarioconunaindiferenciaquellenódehorroralpobreBonacieux.

—¡Ay!¡Ay!—sedijo—.Ladesgraciahacaídosobremicabeza;mimujerhabrá cometido algún crimen espantoso; me creen su cómplice, y mecastigaránconella;ellahabráhablado,habráconfesadoquemehabíadichotodo;unamujer,¡estandébil!¡Uncalabozo,elprimeroquesea!¡Esoes!Unanochepasa pronto; ymañana a la rueda, a la horca. ¡Oh,Diosmío! ¡Tenedpiedaddemí!

Sin escuchar para nada las lamentaciones de maese Bonacieux,lamentaciones a las que por otra parte debían estar acostumbrados, los dosguardias cogieron al prisionero por un brazo y se lo llevaron, mientras elcomisarioescribíadeprisaunacartaquesuescribanoesperaba.

Bonacieux no pegó ojo, y no porque su calabozo fuera demasiadodesagradable, sino porque sus inquietudes eran demasiado grandes.Permaneció toda la noche sobre su taburete, temblando al menor ruido; ycuandolosprimerosrayosdeldíasedeslizaronenlahabitación,laauroraleparecióhabertornadotintesfúnebres.

Degolpeoyócorrer loscerrojos,y tuvounsobresalto terrible.Creíaquevenían a buscarlo para conducirlo al cadalso; así, cuando vio pura ysimplementeaparecer,enlugardelverdugoqueesperaba,asucomisarioysuescribanodelavíspera,estuvoapuntodesaltarlesalcuello.

—Vuestroasuntosehacomplicadodesdeayerporlanoche,buenhombre—le dijo el comisario—, y os aconsejo decir toda la verdad; porque solovuestroarrepentimientopuedeaplacarlacóleradelcardenal.

—Pero si yo estoy dispuesto a decir todo —exclamó Bonacieux—, almenostodoloquesé.Interrogad,oslosuplico.

—Primero,¿dóndeestávuestramujer?

—Perosiyaoshedichoquemelahabíanraptado.

—Sí,perodesdeayeralascincodelatarde,graciasavos,sehaescapado.

—¡Mi mujer se ha escapado! —exclamó Bonacieux—. ¡Oh, ladesgraciada!Señorsisehaescapado,noesculpamíaoslojuro.

—¿Quéfuisteis,pues,ahaceracasadelseñorD’Artagnan,vuestrovecino,conelquetuvisteisunalargaconferenciaduranteeldía?

—¡Ah!Sí,señorcomisario,sí,esoescierto,yconfiesoquemeequivoqué.

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EstuveencasadelseñorD’Artagnan.

—¿Cuáleraelobjetodeesavisita?

—Pedirlequemeayudaraaencontraramimujer.Creíaqueteníaderechoareclamarla;meequivocaba,segúnparece,yporesoospidoperdón.

—¿YquérespondióelseñorD’Artagnan?

—ElseñorD’Artagnanmeprometiósuayuda;peroprontomedicuentadequemetraicionaba.

—¡Osburláisde la justicia!El señorD’Artagnanhahechounpactoconvosy,envirtuddeesepacto,élhapuestoenfugaaloshombresdepolicíaquehabíandetenidoavuestramujer,ylahasustraídoatodaslasinvestigaciones.

—¡El señor D’Artagnan ha raptado a mi mujer! ¡Vaya! Pero ¿qué medecís?

—Porsuerte,D’Artagnanestáennuestrasmanos,yvaisasercareadoconél.

—¡Ah! A fe que no pido otra cosa —exclamó Bonacieux—, no memolestaráverunrostroconocido.

—HacedentraralseñorD’Artagnan—dijoelcomisarioalosdosguardias.

LosdosguardiashicieronentraraAthos.

—SeñorD’Artagnan—dijoelcomisariodirigiéndoseaAthos—,declaradloquehapasadoentrevosyelseñor.

—¡Pero—exclamóBonacieux—sinoeselseñorD’Artagnanésequememostráis!

—¡Cómo!¿NoeselseñorD’Artagnan?—exclamóelcomisario.

—Enmodoalguno—respondióBonacieux.

—¿Cómosellamaelseñor?—preguntóelcomisario.

—Nopuedodecíroslo,noloconozco.

—¡Cómo!¿Noloconocéis?

—No.

—¿Nolohabéisvistojamás?

—Sí,lohevisto,peronosécómosellama.

—¿Vuestronombre?—preguntóelcomisario.

—Athos—respondióelmosquetero.

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—Peroesonoesunnombredehombre,¡esoesunnombredemontaña!—exclamóelpobreinterrogador,quecomenzabaaperderlacabeza.

—Esminombre—dijotranquilamenteAthos.

—PerovoshabéisdichoqueosllamabaisD’Artagnan.

—¿Yo?

—Sí,vos.

—Veamos,cuandomehandicho:«VossoiselseñorD’Artagnan»,yoherespondido: «¿Lo creéis así?». Mis guardias han exclamado que estabanseguros.Yonohequeridocontrariarlos.Además,yopodíaequivocarme.

—Señor,insultáisalamajestaddelajusticia.

—Deningúnmodo—dijotranquilamenteAthos.

—VossoiselseñorD’Artagnan.

—Comoveis,soisvoselqueaúnmelodecís.

—Pero—exclamóasuvezelseñorBonacieux—osdigo,señorcomisario,quenotengolamásmínimaduda.ElseñorD’Artagnanesmihuésped,yenconsecuencia, aunque no me pague mis alquileres, y precisamente por eso,deboconocerlo.ElseñorD’Artagnanesunjovendediecinueveaveinteañosapenas,yesteseñor tiene treintapor lomenos.ElseñorD’Artagnanestáenlos guardias del señorDes Essarts, y este señor está en la compañía de losmosqueterosdelseñordeTréville:miradeluniforme,señorcomisario,miradeluniforme.

—Escierto—murmuróelcomisario—;esmalditamentecierto.

Enaquelmomentolapuertaseabriódegolpe,yunmensajero,introducidoporunodeloscarcelerosdelaBastilla,entregóunacartaalcomisario.

—¡Oh,ladesgraciada!—exclamóelcomisario.

—¿Cómo? ¿Qué decís? ¿De quién habláis? ¡Espero que no sea de mimujer!

—Alcontrario,esdeella.Bonitoasuntoelvuestro.

—¡Vaya!—exclamóelmerceroexasperado—.Hacedelfavordedecirme,señor,cómohapodidoempeorarporloquemimujerhayahechomientrasyoestoyenprisión.

—Porque lo que ha hecho es la consecuencia de un plan tramado entrevosotros,unplaninfernal.

—Osjuro,señorcomisario,queestáisenelmásprofundoerror;queyono

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sé nada de nada de lo que debía hacer mi mujer, que soy completamenteextrañoaloqueellahahechoy,quesiellahahechotonterías,reniegodeella,ladesmiento,lamaldigo.

—¡Bueno!—dijoAthosal comisario—.Siyano tenéisnecesidaddemíaquí,enviadmeaalgunaparte;vuestroseñorBonacieuxesirritante.

—Volved a llevar a los prisioneros a sus calabozos—dijo el comisarioseñalandoconelmismogestoaAthosyaBonacieux—,queseanguardadosconmayorseveridadquenunca.

—Sin embargo —dijo Athos con su calma habitual—, si vos estáisbuscando al señor D’Artagnan, no veo demasiado bien en qué puedo yoreemplazarlo.

—¡Hacedloquehedicho!—exclamóelcomisario—.Yenelsecretomásabsoluto.¡Yahabéisoído!

Athos siguió a sus guardias encogiéndose de hombros, y el señorBonacieuxlanzandolamentacionescapacesdeablandarelcorazóndeuntigre.

Llevaronalmerceroalmismocalabozoenquehabíapasadolanoche,ylodejaronsolotodalajornada.DurantetodalajornadaelseñorBonacieuxllorócomounverdaderomercero,dadoquenoeraunhombredeespada,talcomoélmismonoshadicho.

Por la noche, hacia las ocho, en el momento en que iba a decidirse ameterseenlacama,oyópasosensucorredor.Aquellospasosseacercaronasucalabozo,supuertaseabrióyaparecieronlosguardias.

—Seguidme—dijounexentoqueveníatraslosguardias.

—¡Que os siga!—exclamóBonacieux—. ¿Que os siga a esta hora? ¿Yadónde,Diosmío?

—Adondetenemosordendellevaros.

—Peroesonoesunarespuesta.

—Sinembargo,eslaúnicaquepodemosdaros.

—¡Ay,Diosmío,Diosmío!—murmuróelpobremercero—.Estavez síqueestoyperdido.

Y siguió maquinalmente y sin resistencia a los guardias que venían abuscarlo.

Tomóelmismocorredorqueyahabía tomado,atravesóunprimerpatio,luego un segundo cuerpo de edificios; finalmente, a la puerta del patio deentrada,encontróuncocherodeadodecuatroguardiasacaballo.Lohicieronsubir en aquel coche, el exento se colocó tras él, cerraron la portezuela con

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llave,ylosdosseencontraronenunaprisiónrodante.

El coche se puso en movimiento, lento como un carromato fúnebre. Atravésdelarejacerradaconcandado,elprisioneroveíalascasasyelcamino,eso era todo; pero, como auténtico parisiense que era, Bonacieux reconocíacadacalleporlosguardacantones,porlasmuestras,porlosreverberos.EnelmomentodellegaraSaint-Paul,lugardondeseejecutabaaloscondenadosdela Bastilla, estuvo a punto de desvanecerse y se persignó dos veces. Habíacreídoqueelcochedebíadetenerseallí.Sinembargo,elcochesiguió.

Máslejos,ungranterrorloinvadióotravez.FuealbordearelcementeriodeSaint-Jean,dondeseenterrabaaloscriminalesdeEstado.Sólounacosalotranquilizóalgo,yesqueantesdeenterrarlosselescortabaporreglagenerallacabeza,ysucabezaestabaaúnsobresushombros.Perocuandovioqueelcoche tomaba la ruta de la Grève, cuando vio los techos picudos delAyuntamiento,cuandoelcocheseadentróbajolaarcada,creyóquetodohabíaterminadopara él, quiso confesarse con el exento, y, tras su negativa, lanzógritos tan lastimerosqueelexento leanuncióque,siseguíaensordeciéndoleasí,lepondríaunamordaza.

Aquella amenaza tranquilizó algo a Bonacieux: si hubieran tenido queejecutarloenGrève,nomerecíalapenaamordazarlo,porqueestabanapuntodellegarallugardelaejecución.Enefecto,elcochecruzólaplazafatalsindetenerse. Ya sólo quedaba que temer la Croix-du-Trahoir; precisamente elcochetomóelcaminodeella.

Estaveznohabíaduda,eralaCroix-du-Trahoir,dondeseejecutabaaloscriminalessubalternos.BonacieuxsehabíajactadocreyéndosedignodeSaint-PaulodelaplazadeGrève:¡eraenlaCroix-du-Trahoirdondeibanaterminarsuviajeysudestino!Nopodíavertodavíaaquellamalditacruz,perolasentíaen cierto modo venir a su encuentro. Cuando no estuvo más que a unaveintenadepasos,oyóunrumoryelcochesedetuvo.EramásdeloquepodíasoportarelpobreBonacieux,yaderrumbadoporlassucesivasemocionesquehabíaexperimentado;lanzóundébilgemido,quehubierapodidotomarseporelúltimosuspirodeunmoribundo,ysedesvaneció.

CapítuloXIV

ElhombredeMeung

Aquellareunióneraproducidanoporlaesperadeunhombrealquedebíancolgar,sinoporlacontemplacióndeunahorcado.

El coche, detenido un instante, prosiguió, pues, su marcha, atravesó la

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multitud,continuósucamino,enfilólacalleSaint-Honoré,volviólacalledesBons-Enfantsysedetuvoanteunapuertabaja.

La puerta se abrió, dos guardias recibieron en sus brazos a Bonacieux,sostenido por el exento; lometieron por una avenida, lo hicieron subir unaescaleraylodepositaronenunaantecámara.

Todosestosmovimientoseranrealizadosporéldeunaformamaquinal.

Habíaandadocomoseandaensueños;habíaentrevistolosobjetosatravésde una niebla; sus oídos habían percibido los sonidos sin comprenderlos;hubieran podido ejecutarlo en aquel momento sin que él hubiera hecho ungesto para emprender su defensa, sin que hubiera lanzado un grito paraimplorarpiedad.

Permaneció, pues, sentado de este modo en la banqueta, con la espaldaapoyada en la paredy los brazos colgantes, en lamismapostura enque losguardiaslohabíandepositado.

Sin embargo, como al mirar en torno suyo no viese ningún objetoamenazador,comonadaindicasequecorríaunpeligroreal,comolabanquetaestabaconvenientementeblanda,comolaparedestabarecubiertadehermosocuero de Córdoba, como grandes cortinas de damasco rojo flotaban ante laventana,retenidasporalzapañosdeoro,comprendiópocoapocoquesuterrorera exagerado, y comenzó a mover la cabeza de derecha a izquierda y dearribaabajo.

Conestemovimiento,alquenadieseopuso, recuperóalgodevalorysearriesgóaencogerunapierna, luego laotra;por fin, ayudándosede susdosmanos,selevantódelabanquetayseencontrósobresuspies.

En aquel momento, un oficial de buen aspecto abrió una portezuela,continuócambiandoaúnalgunaspalabrasconunapersonaqueseencontrabaenlahabitaciónvecinay,volviéndosehaciaelprisionero,dijo:

—¿SoisvosquiensellamaBonacieux?

—Sí, señor oficial—balbuceó elmercero,másmuerto que vivo—, paraserviros.

—Entrad—dijoeloficial.

Yseechóaunladoparaqueelmerceropudierapasar.Aquelobedeciósinréplicayentróenlahabitaciónenlaqueparecíaseresperado.

Era un gran gabinete, de paredes adornadas con armas ofensivas ydefensivas, cerrado y sofocante, y en el que ya había fuego aunque todavíaapenasfueraafinalesdelmesdeseptiembre.Unamesacuadrada,cubiertadelibros y papeles sobre los que había, desenrollado, un piano inmenso de la

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ciudaddeLaRochelle,estabaenmediodelapieza.

De pie ante la chimenea estaba un hombre demediana talla, de aspectoaltivoyorgulloso,deojospenetrantes,defrenteamplia,derostroentecoquealargabamás inclusounaperillacoronadaporunpardemostachos.Aunqueaquel hombre tuviera de treinta y seis a treinta y siete años apenas, pelo,mostacho y perilla iban agrisándose.Aquel hombre,menos la espada, teníatodoelaspectodeunhombredeguerra,ysusbotasdebúfalo,aúnligeramentecubiertasdepolvo,indicabanquehabíamontadoacaballoduranteeldía.

Aquel hombre eraArmand-JeanDuplessis, cardenal deRichelieu, no talcomonoslorepresentarancascadocomounviejo,sufriendocomounmártir,elcuerpoquebrado,lavozapagada,enterradoenungransillóncomoenunatumba anticipada que no viviera más que por la fuerza de un genio nisostuviera la lucha con Europa más que con la eterna aplicación de supensamiento sino tal cual era realmente en esa época, es decir, diestro ygalante caballero débil de cuerpo ya, pero sostenido por esa potenciamoralque hizo de él uno de los hombresmás extraordinarios que hayan existido;preparándose,enfin,trashabersostenidoalduquedeNeversensuducadodeMantua,trashabertomadoNîmes,CastresyUzes,aexpulsaralosinglesesdelaisladeRéyasitiarLaRochelle.

Aprimeravista,nadadenotaba,pues,alcardenalyeraimposibleaquienesnoconocíansurostroadivinarantequiénseencontraban.

El pobre mercero permaneció de pie a la puerta, mientras los ojos delpersonajequeacabamosdedescribirsefijabanenélyparecíanpenetrarhastaelfondodelpasado.

—¿EstáahíeseBonacieux?—preguntotrasunmomentodesilencio.

—Sí,monseñor—contestóeloficial.

—Estabien,dadmeesospapelesydejadnos.

Eloficialcogiódelamesalospapelesseñalados,losentregóaquienselospedía,seinclinóhastaelsueloysalió.

BonacieuxreconocióenaquellospapelessusinterrogatoriosdelaBastilla.Devezencuando,elhombredelachimeneaalzabalosojosporencimadelaescriturayloshundíacomodospuñaleshastaelfondodelcorazóndelpobremercero.

Al cabo de diez minutos de lectura y de diez segundos de examen, elcardenalsehabíadecidido.

—Esa cabeza no ha conspirado nunca —murmuró—; pero no importa,veamosdetodasformas.

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—Estáisacusadodealtatraición—dijolentamenteelcardenal.

—Esloqueyamehaninformado,monseñor—exclamóBonacieux,dandoasuinterrogadoreltítuloquehabíaoídoaloficialdarle—;peroyoosjuroquenosabíanadadeello.

Elcardenalreprimióunasonrisa.

—Habéisconspiradoconvuestramujer,conlaseñoradeChevreuseyconmilordelduquedeBuckingham.

—En realidad, monseñor—respondió el mercero—, he oído pronunciartodosesosnombres.

—¿Yenquéocasión?

—Ella decía que el cardenal de Richelieu había atraído al duque deBuckinghamaParísparaperderloyparaperderalareinaconél.

—¿Elladecíaeso?—exclamóelcardenalconviolencia.

—Sí,monseñor;peroyolehedichoqueseequivocabapormantenertalesopiniones,yqueSuEminenciaeraincapaz…

—Callaos,soisunimbécil—prosiguióelcardenal.

—Esprecisamenteesoloquemimujermerespondió,monseñor.

—¿Sabéisquiénharaptadoavuestramujer?

—No,monseñor.

—Sinembargo,¿tenéissospechas?

—Sí, monseñor, pero esas sospechas han parecido contrariar al señorcomisarioyyanolastengo.

—Vuestramujersehaescapado,¿losabíais?

—No, monseñor, lo he sabido después de haber entrado en prisión, ysiempreporlamediacióndelseñorcomisario,unhombremuyamable.

Elcardenalreprimióunasegundasonrisa.

—Entonces,¿ignoráisloquehasidodevuestramujerdespuésdesufuga?

—Completamente,monseñor;habrádebidovolveralLouvre.

—Alaunadelamañananohabíavueltoaún.

—¡AhDiosmío!Peroentonces¿quéhabrásidodeella?

—Yalosabremos,estadtranquilo;nadaseocultaalcardenal;elcardenallosabetodo.

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—Entalcaso,monseñor,¿creéisqueelcardenalconsentiráendecirmequéhaocurridoconmimujer?

—Quizá;peroesprecisoprimeroqueconfeséistodoloquesepáisrelativoalasrelacionesdevuestramujerconlaseñoradeChevreuse.

—Pero,monseñor,yonosénada;nolahevistonunca.

—Cuando ibais a buscar a vuestra mujer al Louvre, ¿volvía elladirectamenteacasa?

—Casi nunca tenía que ver a vendedores de tela, a cuyas casas yo lallevaba.

—¿Ycuántosvendedoresdetelashabía?

—Dos,monseñor.

—¿Dóndeviven?

—UnoenlacalledeVaugirard;elotroenlacalledeLaHarpe.

—¿Entrasteisensuscasasconella?

—Nunca,monseñor;laesperabaalapuerta.

—¿Yquépretextoosdabaparaentrarasícompletamentesola?

—Nomelodaba;medecíaqueesperase,yyoesperaba.

—Sois un marido complaciente, mi querido señor Bonacieux —dijo elcardenal.

«¡Ella me llama su querido señor! —dijo para sí mismo el mercero—.¡Diablos,lascosasvanbien!».

—¿Reconoceríaisesaspuertas?

—Sí.

—¿Sabéislosnúmeros?

—¿Cuálesson?

—Número25enlacalledeVaugirard;número75enlacalledeLaHarpe.

—Estábien—dijoelcardenal.

Aestaspalabras,cogióunacampanilladeplatayllamó;eloficialvolvióaentrar.

—Idme a buscar a Rochefort —dijo a media voz—, y que vengainmediatamentesihavuelto.

—Elcondeestáahí—dijoeloficial—,pidehablaralinstanteconVuestra

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Eminencia.

—¡ConVuestraEminencia!—murmuróBonacieux,quesabíaque talerael título que ordinariamente se daba al señor cardenal—. ¡Con VuestraEminencia!

—¡Quevengaentonces,quevenga!—dijovivamenteRichelieu.

El oficial se lanzó fuera de la habitación con esa rapidez que ponían deordinariotodoslosservidoresdelcardenalenobedecerle.

—¡Con Vuestra Eminencia!—murmuraba Bonacieux haciendo girar losojosextraviados.

No habían transcurrido cinco segundos desde la desaparición del oficial,cuandolapuertaseabrióyunnuevopersonajeentró.

—¡Esél!—exclamóBonacieux.

—¿Quiénesél?—preguntóelcardenal.

—Elqueharaptadoamimujer.

Elcardenalllamóporsegundavez.Eloficialreapareció.

—Devolvedestehombreamanosdesusdosguardias,yqueespereaqueyolollameantemí.

—¡No, monseñor! ¡No, no es él! —exclamó Bonacieux—. No, me heequivocado,esotroqueseleparecealgo.Elseñoresunhombrehonrado.

—Llevaosaesteimbécil—dijoelcardenal.

EloficialcogióaBonacieuxpordebajodelbrazoyvolvióallevarloalaantecámaradondeencontróasusdosguardias.

El nuevo personaje al que se acababa de introducir siguió con ojos deimpaciencia aBonacieuxhastaque éstehubo salido, y cuando lapuerta fuecerradatrasél,dijoaproximándoserápidamentealcardenal.

—Hansidovistos.

—¿Quiénes?—preguntóSuEminencia.

—Ellayél.

—¿Lareinayelduque?—exclamóRichelieu.

—Sí.

—¿Ydónde?

—EnelLouvre.

—¿Estáisseguro?

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—Completamente.

—¿Quiénoslohadicho?

—La señora de Lannoy, que es completamente de Vuestra Eminencia,comosabéis.

—¿Porquénolohadichoantes?

—Seaporcasualidadopordesconfianza,lareinahahechoacostarsealaseñoradeFargisensuhabitación,ylahatenidoallítodalajornada.

—Estábien,hemosperdido.Tratemosdetomarnuestrarevancha.

—Osayudarécontodamialma,monseñor,estadtranquilo.

—¿Cuándohasido?

—Alasdoceymediadelanoche,lareinaestabaconsusmujeres…

—¿Dónde?

—Ensucuartodecostura…

—Bien.

—Cuandohanvenidoaentregarleunpañuelodepartedesucosturera…

—¿Después?

—Alpuntolareinahamanifestadounagranemoción,ypesealrougeconqueteníaelrostrocubierto,hapalidecido.

—¡Ydespués!¡Después!

—Sinembargo, seha levantado,y convozalterada,hadicho:«Señoras,esperadmediezminutos,luegovengo».Yhaabiertolapuertadesualcoba,yluegohasalido.

—¿PorquélaseñoradeLannoynohavenidoaprevenirosalinstante?

—Nada era seguro todavía; además, la reina había dicho: «Señoras,esperadme»;ynoseatrevíaadesobedeceralareina.

—¿Ycuántotiempohaestadolareinafueradesucuarto?

—Trescuartosdehora.

—¿Laacompañabaalgunadesusmujeres?

—DoñaEstefaníasolamente.

—¿Yluegohavuelto?

—Sí,peroparacogerunpequeñocofredepaloderosaconsusinicialesysalirenseguida.

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—Ycuandohavueltomástarde,¿traíaelcofre?

—No.

—¿LaseñoradeLannoysabíaquéhabíaenesecofre?

—Sí,losherretesdediamantesqueSuMajestadhadadoalareina.

—¿Yhavueltosinesecofre?

—Sí.

—¿La opinión de la señora de Lannoy es que se los ha entregado aBuckingham?

—Estásegura.

—¿Ycómo?

—Duranteeldía,laseñoradeLannoy,ensucalidaddeazafatadeatavíodelareina,habuscadoesecofre,sehamostradoinquietaalnoencontrarloyhaterminadoporpedirnoticiasalareina.

—¿Yentonces,lareina?…

—La reina sehapuestomuy rojayha respondidoqueporhaber roto lavísperaunodesusherreteslohabíaenviadoarepararasuorfebre.

—Hayquepasarporélyasegurarsesilacosaesciertaono.

—Yahepasado.

—Ybien,¿elorfebre?

—Elorfebrenohaoídohablardenada.

—¡Bien!¡Bien!Rochefort,notodoestáperdido,yquizá…,quizátodoseaparamejor.

—ElhechoesquenodudodequeelgeniodeVuestraEminencia…

—Repararálastonteríasdemiguardia,¿noeseso?

—Es precisamente lo que iba a decir si Vuestra Eminencia me hubieradejadoacabarmifrase.

—Ahora,¿sabéisdóndeseocultabanladuquesadeChevreuseyelduquedeBuckingham?

—No, monseñor, mis gentes no han podido decirme nada positivo alrespecto.

—Yosílosé.

—¿Vos,monseñor?

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—Sí,oalmenoslocreo.EstabanelunoenlacalledeVaugirard,número25,ylaotraenlacalledeLaHarpe,número75.

—¿QuiereVuestraEminenciaqueloshagaarrestaralosdos?

—Serádemasiadotarde,habránpartido.

—Noimporta,podemosasegurarnos.

—Tomaddiezhombresdemisguardiasyregistradlasdoscasas.

—Voymonseñor.

YRochefortseabalanzófueradelahabitación.

El cardenal, ya solo, reflexionó un instante y llamó por tercera vez.Aparecióelmismooficial.

—Hacedentraralprisionero—dijoelcardenal.

MaeseBonacieuxfueintroducidodenuevoy,aunaseñadelcardenal,eloficialseretiró.

—Mehabéisengañado—dijoseveramenteelcardenal.

—¡Yo!—exclamóBonacieux—.¡YoengañaraVuestraEminencia!

—Vuestramujer,aliralacalledeVaugirardyalacalledeLaHarpe,noibaacasadevendedoresdetelas.

—¿Yadóndeiba,santocielo?

—Iba a casa de la duquesa de Chevreuse y a casa del duque deBuckingham.

—Sí—dijoBonacieuxechandomanodetodossusrecursos—,sí,esoes,VuestraEminenciatienerazón.Muchasveceslehedichoamimujerqueerasorprendentequevendedoresdetelasvivanencasassemejantes,encasasquenoteníansiquieramuestras,ylasdosvecesmimujersehaechadoareír.¡Ah,monseñor!—continuóBonacieux arrojándose a los pies de laEminencia—.¡Ah! ¡Con cuánto motivo sois el cardenal, el gran cardenal, el hombre degenioalquetodoelmundoreverencia!

Elcardenal,pormediocrequefuerael triunfoalcanzadosobreunser tanvulgarcomoeraBonacieux,nodejódegozarloduranteuninstante;luego,casial punto, como si un nuevo pensamiento se presentara a su espíritu, unasonrisafrunciósuslabiosy,tendiendolamanoalmercero,ledijo:

—Alzaos,amigomío,soisunbuenhombre.

—¡El cardenal me ha tocado la mano! ¡Yo he tocado la mano del granhombre!—exclamóBonacieux—.¡Elgranhombremehallamadosuamigo!

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—Sí,amigomío, sí—dijoel cardenalconaquel tonopaternalque sabíaadoptaraveces,peroquesóloengañabaaquiennoleconocía—;ycomosehasospechadodevos injustamente,hayquedarosuna indemnización. ¡Tomad!Cogedesabolsadecienpistolas,yperdonadme.

—¡Queyoosperdone,monseñor!—dijoBonacieuxdudandoentomarlabolsa,temiendosindudaqueaqueldonnofueramásqueunachanza—.Perovossoislibredehacermearrestar,soisbienlibredehacermetorturar,soisbienlibredehacermeprender;soiselamo,yyonotendríalamásmínimapalabraquedecir.¿Perdonaros,monseñor?¡Vamos,nopenséismásenello!

—¡Ah,miqueridoBonacieux!Soisgenerosoyaloveo,yosloagradezco.Tomad,pues,esabolsa.¿Osvaissinestardemasiadodescontento?

—Mevoyencantado,monseñor.

—Adiós, entonces, o mejor, hasta la vista, porque espero que nosvolvamosaver.

—Siemprequemonseñorquiera,estoyalasórdenesdeSuEminencia.

—Seráamenudo,estadtranquilo,porquehehalladoungustoextremoconvuestraconversación.

—¡Oh,monseñor!

—Hastalavista,señorBonacieux,hastalavista.

Yelcardenallehizounaseñalconlamano,alaqueBonacieuxrespondióinclinándose hasta el suelo; luego salió a reculones, y cuando estuvo en laantecámara el cardenal le oyó que en su entusiasmo, se desgañitaba a gritopelado:«¡Vivamonseñor! ¡VivaSuEminencia! ¡Viva el gran cardenal!».Elcardenal escuchó sonriendo aquella brillante manifestación de sentimientosentusiastas de maese Bonacieux; luego, cuando los gritos de Bonacieux sehubieronperdidoenlalejanía:

—Bien—dijo—.Deahoraenadelanteseráunhombrequesehagamatarpormí.

Y el cardenal se puso a examinar con lamayor atención elmapa deLaRochelle que, como hemos dicho, estaba extendido sobre su escritorio,trazando con un lápiz la línea por donde debía pasar el famoso dique quedieciochomesesmástardecerrabaelpuertodelaciudadsitiada.

Cuandosehallabaenlomásprofundodesusmeditacionesestratégicas,lapuertavolvióaabrirseyRochefortentró.

—¿Ybien?—dijovivamenteelcardenal,levantándoseconlaprestezaqueprobaba el grado de importancia que concedía a la comisión que habíaencargadoalconde.

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—¡Ybien!—dijoéste—.Unamujerdeveintiséisaveintiochoañosyunhombre de treinta y cinco a cuarenta años se han alojado, efectivamente, elunocuatrodíasylaotracinco,enlascasasindicadasporVuestraEminencia;perolamujerhapartidoestanochepasadayelhombreestamañana.

—¡Eranellos!—exclamóel cardenal, quemiraba el péndulo—.Yahora—continuó—, es demasiado tarde para correr tras ellos: la duquesa está enToursyelduqueenBoulogne.EsenLondresdondehayquealcanzarlos.

—¿CuálessonlasórdenesdeVuestraEminencia?

—Niunapalabradeloquehapasado;quelareinapermanezcatotalmentesegura;queignorequesabemossusecreto,quecreaqueestamosalabuscadeunaconspiracióncualquiera.EnviadmealguardasellosSéguier.

—Yesehombre,¿quéhahechodeélVuestraEminencia?

—¿Quéhombre?—preguntóelcardenal.

—EltalBonacieux.

—Hehechotodoloquesepodíahacerconél.Loheconvertidoenespíadesumujer.

El conde de Rochefort se inclinó como hombre que reconocía la gransuperioridaddelmaestro,yseretiró.

Una vez que se quedó solo, el cardenal se sentó de nuevo, escribió unacartaquesellóconsuselloparticular,luegollamó.Eloficialentróporcuartavez.

—HacedmeveniraVitray—dijo—ydecidlequeseapresteparaunviaje.

Un instante después, el hombre que había pedido estaba de pie ante él,calzadoconbotasyespuelas.

—Vitray —dijo—, vais a partir inmediatamente para Londres. No osdetendréis un instante en el camino. Entregaréis esta carta a Milady. Aquítenéisunvalededoscientaspistolas,pasadporcasademitesoreroyhaceospagar.Hayotrotantoarecogersiestáisaquíderegresodentrodeseisdíasysihabéishechobienmicomisión.

Elmensajero,sinresponderunasolapalabrase inclinó,cogiólacarta,elvalededoscientaspistolasysalió.

Heaquíloqueconteníalacarta:

Milady,

AsistidalprimerbaileaqueasistaelduquedeBuckingham.Tendráensujubóndoceherretesdediamantes,acercaosaélyquitadledos.

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Tanprontocomoesosherretesesténenvuestropoder,avisadme.

CapítuloXV

Gentesdetogaygentesdeespada

Aldíasiguientedeaquelenqueestosacontecimientostuvieronlugar,nohabiendo reaparecido Athos todavía, el señor de Tréville fue avisado porD’ArtagnanyporPorthosdesudesaparición.

EncuantoaAramis,habíasolicitadounpermisodecincodíasyestabaenRouen,segúndecían,porasuntosdefamilia.

El señor de Tréville era el padre de sus soldados. El menor y másdesconocido de ellos, desde el momento en que llevaba el uniforme de lacompañía,estaba tansegurodesuayudaydesuapoyocomohabríapodidoestarlodesupropiohermano.

Sepresentó,pues,almomentoanteeltenientedelocriminal.SehizoveniraloficialquemandabaelpuestodelaCroix-Rouge,ylosinformessucesivosmostraronqueAthossehallabaalojadomomentáneamenteenFort-l’Évêque.

Athos había pasado por todas las pruebas que hemos visto sufrir aBonacieux.

Hemosasistidoalaescenadecareoentrelosdoscautivos.Athos,quenadahabíadichohastaentoncespormiedoaqueD’Artagnan,inquietoasuveznohubiera tenido el tiempo que necesitaba, Athos declaró a partir de esemomentoquesellamabaAthosynoD’Artagnan.

Añadió que no conocía ni al señor ni a la señoraBonacieux, que jamáshabíahabladoconelunoniconlaotra;quehacialasdiezdelanochehabíaidoahacerunavisitaalseñorD’Artagnan,suamigo,peroquehastaesahorahabíaestadoencasadelseñordeTrévilledondehabíacenado:veintetestigos—añadió— podían atestiguar el hecho y nombró a varios gentileshombresdistinguidos,entreotrosalseñorduquedeLaTrémouille.

El segundo comisario quedó tan aturdido como el primero por ladeclaraciónsimpleyfirmedeaquelmosquetero,sobreelcualdebuenaganahabrían querido tomar la revancha que las gentes de toga tanto gustan deobtenersobrelasgentesdeespada;peroelnombredelseñordeTrévilleyeldelseñorduquedeLaTrémouillemerecíanreflexión.

TambiénAthosfueenviadoalcardenal,perodesgraciadamenteelcardenalestabaenelLouvreconelrey.

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EraprecisamenteelmomentoenqueelseñordeTréville,alsalirdecasadeltenientedelocriminalydeladelgobernadordelFort-l’Evêque,sinhaberpodidoencontraraAthos,llegóalpalaciodeSuMajestad.

Como capitán de losmosqueteros, el señor deTréville tenía a toda horaaccesoalrey.

Ya se sabe cuáles eran las prevenciones del rey contra la reina,prevenciones hábilmente mantenidas por el cardenal que, en cuestión deintrigas, desconfiaba infinitamentemás de las mujeres que de los hombres.UnadelasgrandescausasdeesaprevenciónerasobretodolaamistaddeAnadeAustriaconlaseñoradeChevreuse.EstasdosmujeresleinquietabanmásquelasguerrasconEspaña,lascomplicacionesconInglaterraylapenuriadelasfinanzas.Asusojosyensupensamiento,laseñoradeChevreuseservíaala reina no sólo en sus intrigas políticas, sino, cosa que le atormentabamásaún,ensusintrigasamorosas.

A laprimera fraseque lehabíadichoel señorcardenal,que laseñoradeChevreuse,exiliadaenToursyalaquesecreíaenesaciudad,habíavenidoaParís y que durante los cinco días que había permanecido en ella habíadespistado a la policía, el rey se había encolerizado con furia.Caprichoso einfiel, el reyquería ser llamadoLuisel JustoyLuiselCasto.Laposteridadcomprenderádifícilmenteestecarácterquelahistoriasóloexplicaporhechosynuncaporrazonamientos.

PerocuandoelcardenalañadióquenosolamentelaseñoradeChevreusehabíavenidoaParís, sinoqueademás la reinasehabía relacionadoconellaconayudadeunadeesascorrespondenciasmisteriosasqueenaquellaépocasedenominabaunacábala,cuandoafirmóqueél,elcardenal,estabaapuntodedesenredarloshilosmásoscurosdeaquellaintriga,cuando,enelmomentodearrestarconlasmanosenlamasa,enflagrantedelito,provistodetodaslaspruebas,alemisariodelareinajuntoalaexiliada,unmosqueterohabíaosadointerrumpir violentamente el curso de la justicia cayendo, espada en mano,sobrehonradasgentesdeleyencargadasdeexaminarconimparcialidadtodoelasuntoparaponerloantelosojosdelrey,LuisXIIInosecontuvomásydiounpasohacialashabitacionesdelareinaconesapálidaymudaindignaciónque,cuandoestallaba,llevabaaesepríncipehastalamásfríacrueldad.

Y,sinembargo,entodoaquelloelcardenalnohabíadichoaúnunapalabradelduquedeBuckingham.

Fue entonces cuando el señor de Tréville entró, frío, cortés y con unavestimentairreprochable.

Advertidodeloqueacababadepasarporlapresenciadelcardenalyporlaalteracióndelrostrodelrey,elseñordeTrévillesesintiófuertecomoSansón

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antelosFilisteos.

LuisXIIIponíayalamanosobreelpomodelapuerta;alruidoquehizoelseñordeTrévillealentrar,sevolvió.

—Llegáis en el momento justo, señor —dijo el rey que, cuando suspasioneshabíansubidoaciertopunto,nosabíadisimular—,ymeenterodecosasmuybonitasacuentadevuestrosmosqueteros.

—Yyo—respondió fríamente el señor deTréville— tengomuy bonitascosasdequeinformarlesobresusgentesdetoga.

—¿Deverdad?—dijoelreyconaltivez.

—TengoelhonordeinformaraVuestraMajestad—continuóelseñordeTrévilleenelmismotono—dequeunapartidadeprocuradores,decomisariosydegentesdepolicía, gentes todasmuyestimablesperomuyencarnizadas,segúnparece,contraeluniforme,sehapermitidoarrestarenunacasa,llevarenplenacalleyarrojarenelFort-l’Evêque,ytodoconunaordenquesehannegadoapresentar,aunodemismosqueteros,omejordicho,delosvuestros,sire, de conducta irreprochable, de reputación casi ilustre y a quienVuestraMajestadconocefavorablemente:elseñorAthos.

—Athos —dijo el rey maquinalmente—. Sí, por cierto, conozco esenombre.

—QueVuestraMajestadlorecuerde—dijoelseñordeTréville—.ElseñorAthos es ese mosquetero que en el importuno duelo que sabéis tuvo ladesgraciadeherirgravementealseñordeCahusac.Apropósito,monseñor—continuó Tréville, dirigiéndose al cardenal—, el señor de Cahusac estácompletamenterestablecido,¿noesasí?

—¡Gracias!—dijoelcardenalmordiéndoseloslabiosdecólera.

—ElseñorAthoshabíaidoahacerunavisitaaunodesusamigosentoncesausente—prosiguióelseñordeTréville—.Aunjovenbearnés,cadeteenlosguardiasdeSuMajestadenlacompañíadeDesEssarts;peroapenasacababadeinstalarseencasadesuamigoydecogerunlibroparaesperarlo,cuandounanubedecorchetesydesoldados,todosjuntos,sitiaronlacasa,hundieronvariaspuertas…

Elcardenalhizounaseñaalreyquesignificaba:«Esporelasuntodequeoshehablado».

—Yasabemostodoeso—replicóelrey—porquetodoesosehahechoanuestroservicio.

—Entonces—dijoTréville—,estambiénporserviciodeVuestraMajestadporloquesecogeaunodemismosqueterosinocentes,porloqueselepone

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entredosguardiascomoaunmalhechor,yporloquepaseaenmediodeunapoblacióninsolenteaesehombregalantesquehavertidodiezvecessusangrealserviciodeVuestraMajestadyqueestádispuestoaverterlatodavía.

—¡Bah!—dijoelrey,vacilando—.¿Hanpasadoasílascosas?

—ElseñordeTrévillenodice—dijoelcardenalconlamayorflema—queesemosqueteroinocente,esehombregalanteunahoraantes,acababadeheriraestocadasacuatrocomisariosinstructoresdelegadospormíparainstruirunasuntodelamásaltaimportancia.

—DesafíoaVuestraEminenciaaprobarlo—exclamóelseñordeTrévillecon su franqueza completamentegasconay su rudezamilitar—.Porqueunahoraantes,elseñorAthos,quiendeboconfiaraVuestraMajestadqueesunhombre de la mayor calidad, me hacía el honor, después de haber cenadoconmigo, de charlar en el salón de mi palacio con el señor duque de LaTrémouilleyelseñorcondedeChalus,queseencontrabanallí.

Elreymiróalcardenal.

—Unatestadodafedeello—dijoelcardenal,respondiendoenvozaltaala interrogación muda de Su Majestad— y las gentes maltratadas hanredactadoelsiguiente,quetengoelhonordepresentaraVuestraMajestad.

—¿Atestadodegentesdetogavaletantocomolapalabradehonordeunhombredeespada?—respondióorgullosamenteTréville.

—Vamos,vamos,Tréville,callaos—dijoelrey.

—SisuEminencia tienealgunasospechacontraunodemismosqueteros—dijo Tréville—, la justicia del señor cardenal es bastante conocida comoparaqueyomismopidaunainvestigación.

—En la casa en que se ha hecho esa inspección judicial—continuó elcardenal,impasible—sealoja,segúncreo,unbearnésamigodelmosquetero.

—¿VuestraEminenciaserefierealseñorD’Artagnan?

—Merefieroaunjovenalquevosprotegéis,señordeTréville.

—Sí,Eminencia,esesemismo.

—Nosospecháisqueesejovenhayadadomalosconsejos…

—¿AAthos,aunhombrequeledoblaenedad?—interrumpióelseñordeTréville—.No,monseñor.Además,el señorD’Artagnanhapasado lanocheconmigo.

—¡Vaya!—dijo el cardenal—. Todo el mundo ha pasado la noche conusted.

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—¿DudaríaSuEminenciademipalabra?—dijoTréville,conelrubordelacóleraenlafrente.

—¡No,Diosmeguardedeello!—dijoelcardenal—.Sóloque…¿aquéhoraestabaélconvos?

—¡Puedo decirlo a sabiendas a Vuestra Eminencia porque cuando élentrabamefijéqueeranlasnueveymediaenelpéndulo,aunqueyohubieracreídoqueeramástarde!

—¿Yaquéhorahasalidodevuestropalacio?

—Alasdiezymedia,unahoradespuésdelsuceso.

—Enfin—respondióelcardenal,quenosospechabaniporunmomentodelalealtaddeTréville,yquesentíaquelavictoriaseleescapaba—,enfin,AthoshasidodetenidoenesacasadelacalledesFossoyeurs.

—¿Leestáprohibidoaunamigovisitaraotroamigo?¿Aunmosqueterodemicompañíaconfraternizarconunguardiade lacompañíadelseñorDesEssarts?

—Sí,cuandolacasaenlaqueconfraternizaconeseamigoessospechosa.

—Es que esa casa es sospechosa, Tréville—dijo el rey—. Quizá no losabíais.

—Enefecto,sire,loignoraba.Encualquiercaso,puedesersospechosaencualquier parte; pero niego que lo sea en la parte que habita el señorD’Artagnan;porquepuedoafirmaros,sire,quedecreerenloquehadicho,noexisteniunservidormásfieldeSuMajestad,niunadmiradormásprofundodelseñorcardenal.

—¿NoeseseD’ArtagnanelquehirióundíaaJussacenesedesafortunadoencuentroque tuvo lugar juntoal conventode losCarmelitasDescalzos?—preguntóelreymirandoalcardenal,queenrojeciódedespecho.

—Yaldía siguiente aBernajoux.Sí, sire; sí, ése es, yVuestraMajestadtienebuenamemoria.

—Entonces,¿quédecidimos?—dijoelrey.

—Eso atañe aVuestraMajestadmás que amí—dijo el cardenal—.Yoafirmaríalaculpabilidad.

—Y yo la niego—dijo Tréville—. Pero SuMajestad tiene jueces y susjuecesdecidirán.

—Esoes—dijoel rey—.Remitamos lacausaa los jueces; sumisiónesjuzgar,yjuzgarán.

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—Sólo que —prosiguió Tréville— es muy triste que, en estos tiemposdesgraciados que vivimos la vida más pura, la virtud más irrefutable noeximanaunhombredelainfamiaydelapersecución.Yelejércitonoestarádemasiado contento, puedo responder de ello, de estar expuesto a tratosrigurososporasuntosdepolicía.

La frase era imprudente, pero el señor de Tréville la había lanzado conconocimiento de causa.Quería una explosión, por eso de que lamina hacefuego,yelfuegoilumina.

—¡Asuntosdepolicía!—exclamóelrey,repitiendolaspalabrasdelseñordeTréville—.¡Asuntosdepolicía!¿Yquésabéisvosdeeso,señor?Mezclaoscon vuestros mosqueteros y no me rompáis la cabeza. En vuestra opiniónparece que si por desgracia se detiene a un mosquetero, Francia está enpeligro.¡Cuántoescándaloporunmosquetero!¡Viveelcieloqueharédetenera diez! ¡Cien, incluso; toda la compañía! Y no quiero que se oiga ni unapalabra.

—Desde elmomento enque son sospechosos aVuestraMajestad—dijoTréville—, losmosqueterossonculpables;poresomeveis, sire,dispuestoadevolverosmiespada;porque,despuésdehaberacusadoamissoldados,nodudoqueelseñorcardenalterminaráporacusarmeamímismo;así,pues,esmejorquemeconstituyaprisioneroconelseñorAthos,queyaestádetenido,yconelseñorD’Artagnan,aquiensearrestarásinduda.

—Cabezotagascón¿terminaréis?—dijoelrey.

—Sire—respondióTrévillesinbajarniporasomolavoz—,ordenadquesemedevuelvamimosqueterooqueseajuzgado.

—Selejuzgará—dijoelcardenal.

—¡Puesbientantomejor!PorqueentalcasopediréaSuMajestadpermisoparaabogarporél.

Elreytemióunestallido.

—SiSuEminencia—dijo—notienepersonalmentemotivos…

Elcardenalvioveniralreyyseleadelantó.

—Perdón—dijo—,perodesdeelmomentoenqueVuestraMajestadveenmíunjuezpredispuesto,meretiro.

—Veamos—dijo el rey—. ¿Me juráis vos, por mi padre, que el señorAthosestabaconvosduranteelsucesoyquenohatomadoparteenél?

—Porvuestrogloriosopadreyporvosmismo,quesoisloqueyoamoyveneromásenelmundo,¡lojuro!

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—¿Queréis reflexionar, sire? —dijo el cardenal—. Si soltamos de estemodoalprisionero,nopodremosconocernuncalaverdad.

—ElseñorAthos seguiráestandoahí—prosiguióel señordeTréville—,dispuesto a responder cuando plazca a las gentes de toga interrogarlo. Noescapará,señorcardenal,estadtranquilo,yomismorespondodeél.

—Claroquenodesertará—dijoelrey—.Seleencontrarásiempre,comodiceelseñordeTréville.Además—añadió,bajandolavozymirandoconairesuplicanteaSuEminencia—,démosleseguridad:esoespolítica.

EstapolíticadeLuisXIIIhizosonreíraRichelieu.

—Ordenad,sire—dijo—.Tenéiselderechodegracia.

—El derecho de gracia no se aplica más que a los culpables —dijoTréville,quequeríatenerlaúltimapalabra—ymimosqueteroesinocente.Noes,pues,gracialoquevaisaconceder,sire,esjusticia.

—¿YestáenFort-l’Evêque?—dijoelrey.

—Sí,sire,yensecreto,enuncalabozo,comoelúltimodeloscriminales.

—¡Diablos!¡Diablos!—murmuróelrey—.¿Quéhayquehacer?

—Firmar la orden de puesta en libertad y todo estará dicho—añadió elcardenal—. Yo creo, como Vuestra Majestad, que la garantía del señor deTrévilleesmásquesuficiente.

Tréville se inclinó respetuosamenteconunaalegríaquenoestabaexentade temor; hubiera preferido una resistencia porfiada del cardenal a aquellarepentinafacilidad.

ElreyfirmólaordendeexcarcelaciónyTrévilleselallevósindemora.

En el momento en que iba a salir, el cardenal le dirigió una sonrisaamistosaydijoalrey:

—Una buena armonía reina entre los jefes y los soldados de vuestrosmosqueteros, sire; eso esmuybeneficiosopara el servicioymuyhonorableparatodos.

—Mejugaráalgunamalapasadadeunmomentoaotro—decíaTréville—.Nunca se tiene la última palabra con un hombre semejante. Pero démonosprisaporqueelreypuedecambiardeopiniónenseguridad,yafindecuentasesmásdifícilvolverameterenlaBastillaoenFort-l’Evêqueaunhombrequehasalidodeahíqueguardarunprisioneroqueyasetiene.

El señor de Tréville hizo triunfalmente su entrada en el Fort-l’Évêque,donde liberó al mosquetero, a quien su apacible indiferencia no habíaabandonado.

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Luego,laprimeravezquevolvióaveraD’Artagnan,ledijo:

—Escapáis de una buena, vuestra estocada a Jussac está pagada. QuedatodavíaladeBernajoux,ynodebéisfiarosdemasiado.

Porlodemás,elseñordeTrévilleteníarazónendesconfiardelcardenalyen pensar que no todo estaba terminado, porque apenas hubo cerrado elcapitándelosmosqueteroslapuertatrasélcuandoSuEminenciadijoalrey:

—Ahoraquenoestamosmásquenosotrosdos,vamosahablarseriamente,si place a VuestraMajestad. Sire, el señor de Buckingham estaba en Parísdesdehacecincodíasyhastaestamañananohapartido.

CapítuloXVI

DondeelseñorguardasellosSéguierbuscómásdeunavezlacampanaparatocarlacomolohacíaantaño

Es imposible hacerse una idea de la impresión que estas pocas palabrasprodujeron enLuisXIII.Enrojecióypalideció sucesivamente; y el cardenalvioenseguidaqueacababadeconquistardeunsologolpetodoelterrenoquehabíaperdido.

—¡ElseñordeBuckinghamenParís!—exclamó—.¿Yquévieneahacer?

—Sin duda, a conspirar con vuestros enemigos los hugonotes y losespañoles.

—¡No, pardiez, no! ¡A conspirar contra mi honor con la señora deChevreuse,laseñoradeLonguevilleylosCondé!

—¡Ohsire,qué idea!La reinaesdemasiadoprudentey, sobre todo,amademasiadoaVuestraMajestad.

—Lamujeresdébil,señorcardenal—dijoelrey—;yencuantoaamarmemucho,tengohechamiopiniónsobreeseamor.

—No por ello dejo de mantener —dijo el cardenal— que el duque deBuckinghamhavenidoaParísporunplancompletamentepolítico.

—Yyoestoysegurodequehavenidoporotracosa,señorcardenal;perosilareinaesculpable,¡quetiemble!

—Por cierto—dijo el cardenal—, por más que me repugne detener miespíritu en una traición semejante, Vuestra Majestad me da que pensar: laseñora de Lannoy, a quien por orden de Vuestra Majestad he interrogadovariasveces,mehadichoestamañanaquelanochepasadaSuMajestadhabía

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estadoenvelahastamuy tarde,queestamañanahabía lloradomuchoyquedurantetodoeldíahabíaestadoescribiendo.

—Aélindudablemente—dijoelrey—.Cardenal,necesitolospapelesdelareina.

—Pero¿cómocogerlos,sire?MeparecequenoesVuestraMajestadniyoquienespodemosencargarnosdeunamisiónsemejante.

—¿CómosecogieroncuandolamariscalaD’Ancre?—exclamóelreyenelmásaltogradodecólera—.Seregistraronsusarmariosyporúltimoselaregistróaellamisma.

—La mariscala D’Ancre no era más que la mariscala D’Ancre, unaaventurera florentina, sire, eso es todo, mientras que la augusta esposa deVuestraMajestad es Ana de Austria, reina de Francia, es decir, una de lasmayoresprincesasdelmundo.

—Poresoesmásculpable, señorduque.Cuantomáshaolvidado la altaposiciónenqueestabasituada, tantomásbajohadescendido.Además,hacetiempo que estoy decidido a terminar con todas sus pequeñas intrigas depolíticaydeamor.AsuladotienetambiénauntalLaPorte…

—Aquienyocreolaclavedetodoesto,loconfieso—dijoelcardenal.

—Entonces,¿vospensáis,comoyo,queellameengaña?—dijoelrey.

—Yocreo,ylorepitoaVuestraMajestad,quelareinaconspiracontraelpoderdesurey,peronuncahedichocontrasuhonor.

—Yyoosdigoquecontralosdos;yoosdigoquelareinanomeama;yoosdigoqueamaaotro;¡osdigoqueamaaeseinfameduquedeBuckingham!¿PorquénolohabéishechoarrestarmientrasestabaenParís?

—¡Arrestaralduque!¡ArrestaralprimerministrodelreyCarlosI!Pensadenello,sire. ¡Quéescándalo!Ysi lassospechasdeVuestraMajestad,de lasque yo sigo dudando, tuvieran alguna consistencia, ¡qué escándalo terrible!¡Quéescándalodesesperante!

—Pero puesto que se exponía como un vagabundo y un ladronzuelo,había…

LuisXIIIsedetuvoporsímismoespantadodeloqueibaadecir,mientrasqueRichelieu, estirandoel cuello, esperaba inútilmente lapalabraquehabíaquedadoenloslabiosdelrey.

—¿Había?

—Nada—dijo el rey—, nada. Pero en todo el tiempo que ha estado enParís,¿lehabéisperdidodevista?

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—No,sire.

—¿Dóndesealojaba?

—InlacalledeLaHarpe,número75.

—¿Dóndeestáeso?

—JuntoalLuxemburgo.

—¿Yestáissegurodequelareinayélnosehanvisto?

—Creoquelareinaestádemasiadovinculadaasusdeberes,sire.

—Perosehanescrito;esaélaquienlareinahaescritodurantetodoeldía;señorduque,¡necesitoesascartas!

—Pero,sire…

—Señorduque,alprecioquesealasquiero.

—Haréobservar,sinembargo,aVuestraMajestad…

—¿Metraicionáisvostambién,señorcardenal,paraoponerossiempreasíamisdeseos?¿Estáisdeacuerdoconlosespañolesyconlosingleses,conlaseñoradeChevreuseyconlareina?

—Sire —respondió suspirando el cardenal—, creía estar al abrigo desemejantesospecha.

—Señorcardenal,yamehabéisoído:quieroesascartas.

—Nohabríamásqueunmedio.

—¿Cuál?

—Sería encargar de esta misión al señor guardasellos Séguier. La cosaentraporenteroenlosdeberesdesucargo.

—¡Queenvíenabuscarloahoramismo!

—Debe estar en mi casa, sire; hice que le rogasen pasarse por allí, ycuando he venido al Louvre he dejado la orden de hacerle esperar si sepresentaba.

—¡Quevayanabuscarloahoramismo!

—LasórdenesdeVuestraMajestadseráncumplidas,pero…

—¿Peroqué?

—Lareinasenegaráquizáaobedecer.

—¿Misórdenes?

—Sí,siignoraqueesasórdenesvienendelrey.

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—Puesbienparaquenolodude,voyaprevenirlayomismo.

—VuestraMajestadnodebeolvidarquehehechotodocuantohepodidoparaprevenirunaruptura.

—Sí duque, sé que vos sois muy indulgente con la reina, demasiadoindulgentequizá,yosprevengoqueluegotendremosquehablardeesto.

—Cuando le plazca a Vuestra Majestad; pero siempre estaré feliz yorgulloso,sire,desacrificarmealabuenaarmoníaquedeseoverreinarentrevosylareinadeFrancia.

—Bien, cardenal, bien; pero mientras tanto enviad en busca del señorguardasellos;yoentroenlosaposentosdelareina.

Yabriendolapuertadecomunicación,LuisXIIIseadentróporelcorredorqueconducíadesushabitacionesalasdeAnadeAustria.

Lareinaestabaenmediodesusmujeres,laseñoradeGuitaut,laseñoradeSablé,laseñoradeMontbazonylaseñoradeGuéménée.Enunrincónestabaaquella camarista española, doña Estefanía, que la había seguido desdeMadrid.LaseñoradeGuéménéeleía,ytodoelmundoescuchabaconatencióna la lectora, a excepción de la reina que, por el contrario, había provocadoaquella lectura a fin de poder seguir el hilo de sus propios pensamientosmientrasfingíaescuchar.

Estospensamientos,pesealodoradosqueestabanporunúltimoreflejodeamor, no eranmenos tristes.Ana deAustria, privada de la confianza de sumarido, perseguida por el odio del cardenal, que no podía perdonarle haberrechazadounsentimientomásdulce,conlosojospuestosenelejemplodelareina madre, a quien aquel odio había atormentado toda su vida—aunqueMaría de Médicis, si hay que creer las Memorias de la época, hubieracomenzado por conceder al cardenal el sentimiento que Ana de Austriaterminósiemprepornegarle—.AnadeAustriahabíavistocaerasualrededora sus servidoresmás abnegados, sus confidentesmás íntimos, sus favoritosmásqueridos.Comoesosdesgraciadosdotadosdeundonfunesto,llevabaladesgracia a cuanto tocaba; su amistad era un signo fatal que apelaba a lapersecución. La señora Chevreuse y la señora de Vernet estaban exiliadas;finalmente,LaPortenoocultaba a su amaque esperaba ser arrestadodeunmomentoaotro.

Fueelinstanteenqueestabasumidaenlamásprofundaysombríadeestasreflexionescuandolapuertadelahabitaciónseabrióyentróelrey.

Lalectorasecallóalmomento,todaslasdamasselevantaronysehizounprofundosilencio.

En cuanto al rey, no hizo ninguna demostración de cortesía; sólo,

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deteniéndoseantelareina,dijoconvozalterada:

—Señora, vais a recibir la visita del señor canciller, que os comunicaráciertosasuntosqueleheencargado.

Ladesgraciadareina,alaqueamenazabaconstantementeconeldivorcio,elexilioeinclusoeljuicio,palidecióbajoelrougeynopudoimpedirsedecir:

—Pero¿porquéestavisita,sire?¿QuévaadecirmeelseñorcancillerqueVuestraMajestadnopuedadecirmeporsímisma?

Elreygirósobresustalonessinresponderycasienesemismoinstanteelcapitán de los guardias, el señor de Guitaut, anunció la visita del señorcanciller.

Cuandoelcancillerapareció,elreyhabíasalidoyaporotrapuerta.

El canciller entró medio sonriendo, medio ruborizándose. Comoprobablementevolveremosaencontrarloenelcursodeestahistoria,noestaríamalquenuestroslectorestrabendesdeahoraconocimientoconél.

El tal canciller era un hombre agradable. Fue Des Roches de Masle,canónigodeNotre-Dameyqueenotrotiempohabíasidoayudadecámaradelcardenal,quienlepropusoaSuEminenciacomounhombretotalmenteadicto.Elcardenalsefioylefuebien.

Contabandeélalgunashistorias,entreotrasésta:

Trasunajuventudtormentosa,sehabíaretiradoaunconventoparaexpiaralmenosdurantealgúntiempolaslocurasdelaadolescencia.

Pero, al entrar en aquel santo lugar, el pobrepenitentenopudo cerrar lapuertaconlarapidezsuficienteparaquelaspasionesdequehuíanoentraranconél.Estabaobsesionadosintregua,yelsuperior,aquienhabíaconfiadoesadesgracia,queriendoayudarloen loquepudiese, lehabía recomendadoparaconjuraraldemonio tentador recurrira lacuerdade lacampanayecharlaalvuelo. Al ruido delator, los monjes sabrían que la tentación asediaba a unhermano,ytodalacomunidadsepondríaarezar.

El consejo pareció bueno al futuro canciller.Conjuró al espíritumalignocongranacompañamientodeplegariashechasporlosmonjes;peroeldiablonosedejadesposeerfácilmentedeunaplazaenlaquehasentadosusreales;amedidaqueredoblabanlosexorcismos,redoblabaéllastentaciones;desuerteque día y noche la campana repicaba anunciando el extremo deseo demortificaciónqueexperimentabaelpenitente.

Losmonjesno teníanniun instantede reposo.Poreldíanohacíanmásquesubirybajarlasescalerasqueconducíanalacapilla;porlanoche,ademásdecompletasymaitines,estabanobligadosasaltarveintevecesfueradesus

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camasyaprosternarseenlasbaldosasdesusceldas.

Seignorasifueeldiabloquiensoltólapresaofueronlosmonjesquienessecansaron;peroalcabodetresmeses,eldiabloreaparecióenelmundoconlareputacióndelmásterribleposesoquejamáshayaexistido.

Al salir del convento entró en lamagistratura, se convirtió enpresidenteconbirreteenelpuestodesutío,abrazóelpartidodelcardenal,cosaquenoprobabapocasagacidad;sehizocanciller,sirvióasueminenciaconceloensuodiocontralareinamadreyensuvenganzacontraAnadeAustria;estimulóalosjuecesenelasuntodeChalais,alentólosensayosdelseñordeLaffemas,gran ahorcador de Francia; finalmente, investido de toda la confianza delcardenal, confianza que tan bien se había ganado, vino a recibir la singularcomisiónparacuyaejecuciónsepresentabaenelaposentodelareina.

La reinaestabaaúndepiecuandoélentró,peroapenas lohubovisto sevolvióasentarensusillónehizoseñaasusmujeresdevolverseasentarensuscojinesytaburetes,yconuntonodesupremaaltivezpreguntó:

—¿Quédeseáis,señoryconquéfinospresentáisaquí?

—Para hacer en nombre del rey, señora, y salvo el respeto que tengo elhonor de deber a Vuestra Majestad, una indagación completa en vuestrospapeles.

—¡Cómo,señor!Unaindagaciónenmispapeles…¡Amí!¡Quécosamásindigna!

—Os ruego quemeperdonéis, señora, pero en esta circunstancia no soysino el instrumento de que el rey se sirve. ¿No acaba de salir de aquí SuMajestadynooshainvitadoellamismaaprepararosparaestavisita?

—Registrad,pues,señor;soyunacriminalsegúnparece:Estefanía,dadlelasllavesdemismesasydemissecreteres.

Elcancillerhizounavisitaporpuraformalidadalosmuebles,perosabíade sobra que no era en un mueble donde la reina había debido guardar laimportantecartaquehabíaescritoduranteeldía.

Cuando el canciller hubo abierto y cerrado veinte veces los cajones delsecreter,tuvo,pesealostitubeosqueexperimentaba,tuvo,digo,quellegarala conclusión del asunto, es decir, a registrar a la propia reina. El cancilleravanzó,pues,haciaAnadeAustria,yconun tonomuyperplejoyairemuyembarazado,dijo:

—Yahorasólomequedaporhacerlaindagaciónprincipal.

—¿Cuál?—preguntólareina,quenocomprendíaoque,mejordicho,noqueríacomprender.

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—SuMajestadestáseguradequehasidoescritaporvosunacartaduranteel día; sabe que aún no ha sido enviada a su destinatario. Esa carta no seencuentranienvuestramesanienvuestrosecretery,sinembargo,esacartaestáenalgunaparte.

—¿Os atreveríais a poner la mano sobre vuestra reina? —dijo Ana deAustria, irguiéndose en toda su altivez y fijando sobre el canciller sus ojos,cuyaexpresiónsehabíavueltocasiamenazadora.

—Yosoyunsúbditofieldelrey,señora;ytodocuantoSuMajestadordeneloharé.

—Pues bien es cierto —dijo Ana de Austria—, y los espías del señorcardenal le han servido bien.Hoy he escrito una carta, esa carta no está enningunaparte.Lacartaestáaquí.

Ylareinallevósubellamanoasublusa.

—Entonces,dadmeesacarta,señora—dijoelcanciller.

—Noseladarémásquealrey,señor—dijoAna.

—Sielreyhubieraqueridoqueesacartalehubierasidoentregada,señora,oslahubierapedidoélmismo.Pero,oslorepito,esamíaquienhaencargadoreclamárosla,ysinolaentregáis…

—¿Ybien?

—Tambiénmehaencargadocogérosla.

—Cómo,¿quéqueréisdecir?

—Quemisórdenesvan lejos, señora, yque estoy autorizadoabuscar elpapelsospechosoenlapersonamismadeVuestraMajestad.

—¡Quéhorror!—exclamólareina.

—¿Queréispues,hacerlascosasfáciles?

—Esaconductaesdeunaviolenciainfame,¿losabíais,señor?

—Elreymanda,señora,perdonadme.

—Nolosoportaré;no,no,¡antesmorir!—exclamólareina,enlaqueserevolvíalasangreimperiosadelaespañolaydelaaustríaca.

El canciller hizo una profunda reverencia, luego, con la intención bienpatentedenoretrocederunápiceenelcumplimientodelacomisiónqueselehabíaencargadoycomohubierapodidohacerlounayudantedeverdugoenlacámaradetorturas,seacercóaAnadeAustria,decuyosojossevieronenelmismoinstantebrotarlágrimasderabia.

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Comohemosdicho,lareinaeradeunagranbelleza.

El cometido podía, pues, pasar por delicado, y el rey había llegado, afuerzadeceloscontraBuckingham,anoestarcelosodenadie.

SindudaelcancillerSéguierbuscóenesemomentoconlosojoselcordónde la famosa campana; pero al no encontrarlo, tomó sudecisióny tendió lamano hacia el lugar en que la reina había confesado que se encontraba elpapel.

AnadeAustriadiounpasohaciaatrás,tanpálidaquesehubieradichoqueibaamorir;yapoyándoseconlamanoizquierda,paranocaer,enunamesaque se encontraba tras ella, sacó con la derecha un papel de su pecho y lotendióalguardasellos.

—Tomad,señor,ahíestálacarta—exclamólareina,convozentrecortadaytemblorosa—.Cogedlaylibradmedevuestraodiosapresencia.

Elcanciller,queporsupartetemblabaporunaemociónfácildeconcebir,cogiólacarta,saludóhastaelsueloyseretiró.

Apenas se hubo cerrado la puerta tras él, cuando la reina cayósemidesvanecidaenbrazosdesusmujeres.

Elcancillerfueallevarlacartaalreysinhaberleídounasolapalabra.Elrey la cogió con la mano temblorosa, buscó el destinatario, que faltaba; sepusomuypálido,laabriólentamente;luego,alverporlasprimerasletrasqueestabadirigidaalreydeEspaña,leyóconrapidez.

Era todo un plan de ataque contra el cardenal. La reina invitaba a suhermano y al emperador de Austria a fingir, heridos como estaban por lapolíticadeRichelieu,cuyaeternapreocupaciónfueelsometimientodelacasadeAustria,quedeclarabanlaguerraaFranciayqueimponíancomocondicióndelapazeldespidodelcardenal;perodeamornohabíaunasolapalabraentodaaquellacarta.

Elrey,todocontento,seinformódesielcardenalestabaaúnenelLouvre.SeledijoqueSuEminenciaesperaba,enelgabinetedetrabajo,lasórdenesdeSuMajestad.

Elreysedirigióalpuntoasulado.

—Tomad, duque —le dijo—; teníais razón y era yo el que estabaequivocado; toda la intrigaespolítica,ynohabíaningúnasuntodeamorenestacarta.Encambiosetrata,ymucho,devos.

Elcardenal tomólacartay la leyóconlamayoratención; luego,cuandohubollegadoalfinlareleyóunasegundavez.

—¡Bien! —dijo—. Vuestra Majestad ya ve hasta dónde llegan mis

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enemigos:seosamenazacondosguerrassinomeecháis.Enverdad,yoenvuestro lugar, sire,cederíaa tanpoderosas instanciasy,pormiparte,yomeretiraríadelosasuntospúblicosconverdaderadicha.

—¿Quédecís,duque?

—Digo,sire,quemisaludsepierdeenestas luchasexcesivasyenestostrabajos eternos.Digoque lomásprobable es queyonopueda soportar lasfatigasdelasediodeLaRochelle,yquemásvaldríaquenombraraisparaélalseñordeCondé,oalseñordeBasompierreoaalgúnvalientequesehalleensituacióndedirigirlaguerra,ynoamí,quesoyunhombredeiglesia,alquesealejaconstantementedemivocaciónparaaplicarmeacosasparalasquenotengoningunaaptitud.Seréismásfelizenelinterior,sire,ynodudoqueseréismásgrandeenelextranjero.

—Señorduque—dijoelrey—comprendo,estadtranquilo; todoslosqueson nombrados en esa carta serán castigados como merecen, y la reinatambién.

—¿Quédecís,sire?Diosmeguardedeque,pormí,lareinasufralamenorcontrariedad. Ella siempre me ha creído su enemigo, sire, aunque VuestraMajestad puede atestiguar que yo siempre la he apoyado calurosamente,incluso contravos. ¡Oh!, si ella traicionase aVuestraMajestad en suhonor,seríaotracosa,yyoseríaelprimeroendecir:«¡Nadadegraciasire,nadadegracia para la culpable!». Afortunadamente no es nada de eso, y VuestraMajestadacabadeadquirirunanuevaprueba.

—Escierto,señorcardenal—dijoelrey—,yteníaisrazón,comosiempre;peronoporellodejalareinademerecertodamicólera.

—Sois vos, sire, quien habéis incurrido en la suya; y si realmente ellahiciera ascos seriamente a Vuestra Majestad, yo lo comprendería; VuestraMajestadlahatratadoconunaseveridad…

—Asíescomotratarésiempreamisenemigosyalosvuestros,duque,poralto que estén colocados y sea cual sea el peligro que yo coma por actuarseveramenteconellos.

—La reina es mi enemiga, pero no la vuestra, sire; al contrario, es unaesposaabnegada, sumisae irreprochable;dejadme,pues, sire, intercederporellojuntoaVuestraMajestad.

—¡Entoncesquesehumille,yquevengaamílaprimera!

—Al contrario, sire, dad ejemplo: vos habéis cometido el primer error,puestoquesoisvosquienhabéissospechadodelareina.

—¿Queyovayaelprimero?—dijoelrey—.¡Jamás!

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—Sire,oslosuplico.

—Además,¿cómoiríayoelprimero?

—Haciendounacosaquesabéisquelegustaría.

—¿Cuál?

—Dadunbaile;yasabéiscuántolegustaalareinaladanza;osprometoquesurencornoresistiráantesemejantetentación.

—Señor cardenal, vos sabéis que no me gustan todos esos placeresmundanos.

—Por eso la reina os quedará más agradecida, puesto que sabe vuestraantipatía por eseplacer; además, será unaocasiónpara ella deponerse esosbellosherretesdediamantesqueacabáisdedarlepor sucumpleañoselotrodía,yqueaúnnohatenidotiempodeponerse.

—Yaveremos,señorcardenal,yaveremos—dijoelrey,queensualegríaporhallaralareinaculpabledeuncrimenqueleimportabapocoeinocentedeuna falta que temía mucho, estaba dispuesto a reconciliarse con ella—. Yaveremos;pero,pormihonor,soisdemasiadoindulgente.

—Sire —dijo el cardenal— dejad la severidad a los ministros, laindulgenciaeslavirtudreal;usadlayveréiscómoosencontraréisbien.

Tras esto, el cardenal, oyendo dar en el péndulo las once, se inclinóprofundamente pidiendo permiso al rey para retirarse y suplicándole que sereconciliaseconlareina.

AnadeAustria,queaconsecuenciadelaconfiscacióndesucartaesperabaalgún reproche, quedómuy sorprendida al ver al día siguiente al rey hacertentativasdeacercamientohaciaella.Suprimermovimientofuederepulsa,suorgullodemujerysudignidaddereinahabíansido, losdos, tancruelmenteofendidos que no podía reconciliarse así, a la primera; pero, vencida por elconsejodesusmujeres,tuvofinalmenteaspectodecomenzaraolvidar.Elreyaprovechóaquelprimermomentoderetornoparadecirlequecontabacondardeunmomentoaotrounafiesta.

Eraunacosa tan rarauna fiestapara lapobreAnadeAustriaque,comohabía pensado el cardenal, ante este anuncio la última huella de susresentimientos desapareció, si node su corazón, almenosde su rostro.Ellapreguntó qué día debía tener lugar aquella fiesta, pero el rey respondió queteníaqueentendersesobreestepuntoconelcardenal.

Enefecto,todoslosdíaselreypreguntabaalcardenalenquéépocatendríalugaraquellafiesta,ytodoslosdías,elcardenal,conunpretextocualquiera,diferíafijarla.

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Asípasarondiezdías.

Eloctavodíadespuésdelaescenaquehemoscontado,elcardenalrecibióunacarta,consellodeLondres,queconteníasolamenteestaspocaslíneas:

Los tengo;peronopuedoabandonarLondres,dadoqueme faltadinero;enviadme quinientas pistolas, y, cuatro o cinco días después de haberlasrecibido,estaréenParís.

Elmismodíaenqueelcardenalhuborecibidoestacarta,elreyledirigiósupreguntahabitual.

Richelieucontóconlosdedosysedijoenvozbaja:

—Ellallegará,segúndice,cuatroocincodíasdespuésdehaberrecibidoeldinero; se necesitan cuatro o cinco días para que el dinero llegue, cuatro ocincoparaqueellavuelva,locualhacendiezdías;ahorademossupartealosvientos contrarios, a lamala suerte, a las debilidades demujer y pongamosdocedías.

—¡Ybien,señorduque!—dijoelrey—.¿Habéiscalculado?

—Sí,sire;hoyestamosa20deseptiembre;losregidoresdelaciudaddanunafiestael3deoctubre.Resultarátododemaravilla,porqueasínopareceráquevolvéisalareina.

Luegoelcardenalañadió:

—A propósito, sire, no olvidéis decir a Su Majestad, la víspera de esafiesta,quedeseáisvercómolesientansusherretesdediamantes.

CapítuloXVII

ElmatrimonioBonacieux

Eralasegundavezqueelcardenalinsistíaenesepuntodelosherretesdediamantes con el rey. Luis XIII quedó sorprendido, pues, por aquellainsistencia,ypensóquetalrecomendaciónocultabaalgúnmisterio.

Más de una vez el rey había sido humillado porque el cardenal—cuyapolicía,sinhaberalcanzadolaperfeccióndelapolicíamoderna,eraexcelente— estuviesemejor informado que élmismo de lo que pasaba en su propiomatrimonio.Esperó,pues,sacar,deunencuentroconAnadeAustria,algunaluzde aquella conversaciónyvolver luego junto aSuEminencia con algúnsecretoqueelcardenalsupieseonosupiese,locual,tantoenuncasocomoenotro,lerealzabainfinitamentealosojosdesuministro.

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Fue, pues, en busca de la reina y, según su costumbre, la abordó connuevasamenazascontraquieneslarodeaban.AnadeAustriabajólacabezaydejópasarel torrente sin responder,esperandoque terminaríapordetenerse;peronoeraesoloquequeríaLuisXIII;LuisXIIIqueríaunadiscusióndelaquesaliesealgunaluznueva,convencidocomoestabadequeelcardenalteníaalgunasegundaintenciónymaquinabaunasorpresaterriblecomosabíahacerSuEminencia.Yllegóaesametaconsupersistenciaenacusar.

—Pero—exclamóAnadeAustria,cansadadeaquellosvagosataques—,pero sire, nomedecís todo loque tenéis en el corazón. ¿Quéhehechoyo?Veamos, ¿qué nuevo crimen he cometido?Es posible queVuestraMajestadhagatodoesteescándaloporunacartaescritaamihermano.

Elrey,atacadoasuvezdeunamaneratandirecta,nosupoquéresponder;pensó que aquel era elmomento de colocar la recomendación que no debíahacermásquelavísperadelafiesta.

—Señora —dijo con majestad—, habrá dentro de poco un baile en elAyuntamiento; espero que para honrar a nuestros valientes regidoresaparezcáis en traje de ceremonia y sobre todo adornada con los herretes dediamantesqueoshedadoporvuestrocumpleaños.Esaesmirespuesta.

Larespuestaeraterrible.AnadeAustriacreyóqueLuisXIIIlosabíatodo,yqueel cardenalhabía conseguidode él ese largodisimulode siete aochodías, que cuadraba por lo demás con su carácter. Se puso excesivamentepálida,apoyósobreunaconsolasumanodeadmirablebellezayqueparecíaenesemomentounamanodeceray,mirandoalreyconlosojosespantados,norespondióniunasolasílaba.

—¿Habéisoído,señora?—dijoelrey,quegozabaconaquelembarazoentodasuextensión,perosinadivinarlacausa—.¿Habéisoído?

—Sí,sire,heoído—balbuceólareina.

—¿Iréisaesebaile?

—Sí.

—¿Convuestrosherretes?

Lapalidez de la reina aumentó aúnmás, si es que era posible; el rey sepercatódeello,y lodisfrutóconesa fríacrueldadqueeraunade laspartesmalasdesucarácter.

—Entonces, convenido —dijo el rey—. Eso era todo lo que tenía quedeciros.

—Pero ¿qué día tendrá lugar el baile?—preguntóAna deAustria. LuisXIIIsintióinstintivamentequenodebíaresponderaaquellapregunta,puesla

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reinalahabíahechoconunavozcasimoribunda.

—Muypronto, señora—dijo—;peronomeacuerdoconprecisiónde lafechadeldía,selapreguntaréalcardenal.

—¿Ha sido el cardenal quien os ha anunciado esa fiesta?—exclamó lareina.

—Sí,señora—respondióelreyasombrado—.Pero¿porqué?

—¿Ha sido él quien os ha dicho que me invitéis a aparecer con losherretes?

—Esdecir,señora…

—¡Hasidoél,sire,hasidoél!

—¡Ybien!¿Quéimportaquehayasidoéloyo?¿Hayalgúncrimenenesainvitación?

—No,sire.

—Entonces,¿ospresentaréis?

—Sí,sire.

—Estábien—dijoelrey,retirándose—.Estábien,cuentoconello.

La reinahizouna reverencia,menosporetiquetaqueporquesus rodillasflaqueabanbajoella.

Elreypartióencantado.

—Estoyperdida—murmurólareina—.Perdidaporqueelcardenallosabetodo,y es élquienempuja al rey,que todavíano sabenada,peroque sabrátodomuypronto.¡Estoyperdida!¡Diosmío,DiosmíoDiosmío!

Searrodillósobreuncojínyrezóconlacabezahundidaentresusbrazospalpitantes.

Enefecto,laposicióneraterrible.BuckinghamhabíavueltoaLondres,laseñoradeChevreuseestabaenTours.Másvigiladaquenunca,lareinasentíasordamente que una de sus mujeres la traicionaba, sin saber decir cuál. LaPortenopodíaabandonarelLouvre.Noteníaanadieenelmundoenquienfiarse.

Poreso,enpresenciadeladesgraciaquelaamenazabaydelabandonoqueeraelsuyo,estallóensollozos.

—¿NopuedoyoservirparanadaaVuestraMajestad?—dijodeprontounavozllenadedulzuraydepiedad.

Lareinasevolvióvivamente,porquenohabíamotivoparaequivocarseen

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laexpresióndeaquellavoz:eraunaamigaquienasíhablaba.

En efecto, en una de las puertas que daban a la habitación de la reinaapareciólabonitaseñoraBonacieux;estabaocupadaencolocarlosvestidosyla ropaenungabinetecuandoel reyhabíaentrado;nohabíapodidosalir,yhabíaoídotodo.

Lareinalanzóungritoagudoalversesorprendida,porqueensuturbaciónnoreconocióalprincipioalajovenquelehabíasidodadaporLaPorte.

—¡Oh, no temáis nada, señora! —dijo la joven juntando las manos yllorandoellamismalasangustiasdelareina—.PertenezcoaVuestraMajestadencuerpoyalma,yporlejosqueestédeella,porinferiorqueseamiposición,creo que he encontrado un medio para librar a Vuestra Majestad depreocupaciones.

—¡Vos!¡Oh,cielos!¡Vos!—exclamólareina—.Peroveamos,miradmealacara.Metraicionanportodaspartes,¿puedofiarmedevos?

—¡Oh, señora!—exclamó la joven cayendo de rodillas—. Pormi alma,¡estoydispuestaamorirporVuestraMajestad!

Estaexclamaciónhabíasalidodel fondodelcorazóny,comoelprimero,nopodíaengañar.

—Sí—continuólaseñoraBonacieux—.Sí,aquíhaytraidores;peroporelsantonombredelaVirgen,osjuroquenadieesmásadictaqueyoaVuestraMajestad.EsosherretesqueelreypidedenuevoseloshabéisdadoalduquedeBuckingham,¿noesasí?¿Esosherretesestabanguardadosenunacajitadepaloderosaqueélllevababajoelbrazo?¿Meequivocoacaso?¿Noesasí?

—¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! —murmuró la reina cuyos dientescastañeabandeterror.

—Pues bien, esos herretes —prosiguió la señora Bonacieux— hay querecuperarlos.

—Sí,sinduda,hayquehacerlo—exclamólareina—.Pero¿cómo,cómoconseguirlo?

—Hayqueenviaraalguienalduque.

—Pero¿quién…?¿Quién…?¿Dequiénfiarme?

—Tened confianza en mí, señora; hacedme ese honor, mi reina, y yoencontraréelmensajero.

—¡Peroseráprecisoescribir!

—¡Oh,sí!Esindispensable.DospalabrasdemanodeVuestraMajestadyvuestroselloparticular.

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—Peroesasdospalabras,¡sonmicondena,soneldivorcio,elexilio!

—¡Sí,sicaenenmanosinfames!Peroyorespondoqueesasdospalabrasseanremitidasasudestinatario.

—¡Oh,Diosmío!¡Espreciso,pues,queyopongamivida,mihonor,mireputaciónenvuestrasmanos!

—¡Sí,sí,señora,loes,yyosalvarétodoesto!

—Pero¿cómo?Decídmeloalmenos.

—Mimaridoha sidopuesto en libertad hace tres días; aúnnohe tenidotiempodevolverloaver.Esunhombrebuenoyhonestoquenotieneodioniamorpornadie.Hará loqueyoquiera;partiráaunaordenmía,sinsaber loquelleva,yentregarálacartadeVuestraMajestad,sinsabersiquieraqueesdeVuestraMajestad,aldestinatarioqueseleindique.

Lareinatomólasdosmanosdelajovenenunarrebatoapasionado,lamirócomoparaleerenelfondodesucorazón,yalnovermásquesinceridadensusbellosojoslaabrazótiernamente.

—¡Hazeso—exclamó—,ymehabrássalvadolavida,habrássalvadomihonor!

—¡Oh!Noexageréisel servicioqueyo tengo ladichadehaceros;yonotengo que salvar de nada a VuestraMajestad, que es solamente víctima depérfidasconspiraciones.

—Escierto,escierto,hijamía—dijolareina—.Ytienesrazón.

—Dadme,pues,esacarta,señora,eltiempoapremia.

La reina corrió a una pequeña mesa sobre la que había tinta, papel yplumas;escribiódoslíneas,sellólacartaconsuselloylaentregóalaseñoraBonacieux.

—Yahora—dijolareina—,nosolvidamosdeunacosamuynecesaria…

—¿Cuál?

—Eldinero.

LaseñoraBonacieuxseruborizó.

—Sí,escierto—dijo—.ConfesaréaVuestraMajestadquemimarido…

—Tumaridonolotiene,esesoloquequieresdecir.

—Claroquesí,lotieneperoesmuyavaro,essudefecto.SinembargoqueVuestraMajestadnoseinquiete,encontraremoselmedio…

—Esqueyotampocotengo—dijolareina(quienesleanlasMemoriasde

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laseñoradeMottevillenoseextrañarándeestarespuesta)—.Peroespera.

AnadeAustriacorrióasuescriño.

—Toma—dijo—. Ahí tienes un anillo de gran precio, según aseguran;procededemihermanoelreydeEspaña,esmíoypuedodisponerdeél.Tomaeseanilloyhazlodinero,yquetumaridoparta.

—Dentrodeunahoraseréisobedecida.

—Yaves el destinatario—añadió la reina hablando tan bajo que apenaspodíaoírseloquedecía:AMilordelduquedeBuckingham,enLondres.

—Lacartaleseráentregadapersonalmente.

—¡Muchachagenerosa!—exclamóAnadeAustria.

La señora Bonacieux besó las manos de la reina, ocultó el papel en sublusaydesaparecióconlaligerezadeunpájaro.

Diezminutosmástardeestabaensucasa;comolehabíadichoalareinano había vuelto a ver a su marido desde su puesta en libertad; por tantoignorabaelcambioquesehabíaoperadoenélrespectodelcardenal,cambioque habían logrado la lisonja y el dinero de Su Eminencia y que habíancorroborado,luego,dosotresvisitasdelcondedeRochefort,convertidoenelmejoramigodeBonacieux,alquehabíahechocreersinmuchoesfuerzoqueningúnsentimientoculpablelehabíallevadoalraptodesumujer,sinoqueerasolamenteunaprecauciónpolítica.

Encontró al señorBonacieux solo; el pobre hombre ponía a duras penasordenenlacasa,cuyosmuebleshabíaencontradocasirotosycuyosarmarioscasivacíos,puesnoeslajusticianingunadelastrescosasqueelreySalomónindica que no dejan huellas de su paso. En cuanto a la criada, había huidocuandoelarrestodesuamo.ElterrorhabíaganadoalapobremuchachahastaelpuntodequenohabíadejadodeandardesdeParíshastaBourgogne,supaísnatal.

Eldignomercerohabíaparticipadoasumujer,tanprontocomoestuvodevueltaencasa,sufelizretorno,ysumujerlehabíarespondidoparafelicitarleyparadecirlequeelprimermomentoquepudieraescamoteara susdeberesseríaconsagradoporenteroavisitarle.

Aquel primer momento se había hecho esperar cinco días, lo cual encualquier otra circunstanciahubieraparecido algo largo amaeseBonacieux;pero en la visita que había hecho al cardenal y en las visitas que le hacíaRochefort,habíaampliotemadereflexión,ycomosesabe,nadahacepasareltiempocomoreflexionar.

Tantomás cuanto que las reflexiones de Bonacieux eran todas color de

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rosa.Rochefort le llamaba su amigo, su queridoBonacieux, y no cesaba dedecirle que el cardenal le hacía elmayor caso. Elmercero se veía ya en elcaminodeloshonoresydelafortuna.

Porsuparte,laseñoraBonacieuxhabíareflexionado,perohayquedecirlo,porotromotivomuydistintoquelaambición;apesarsuyo,suspensamientoshabían tenido por móvil constante aquel hermoso joven tan valiente y queparecía tan amoroso. Casada a los dieciocho años con el señor Bonacieux,habiendo vivido siempre en medio de los amigos de su marido, pocosusceptiblesde inspirarun sentimiento cualquiera auna jovencuyocorazónera más elevado que su posición, la señora Bonacieux había permanecidoinsensiblealasseduccionesvulgares;pero,enesaépocasobretodo,eltítulode gentilhombre tenía gran influencia sobre la burguesía y D’Artagnan eragentilhombre; además, llevaba el uniforme de los guardias que después deluniforme de los mosqueteros era el más apreciado de las damas. Era, lorepetimos, hermoso, joven, aventurero; hablaba de amor como hombre queama y que tiene sed de ser amado; tenía más de lo que es preciso paraenloquecer a una cabeza de veintitrés años y la señora Bonacieux habíallegadoprecisamenteaesadichosaedaddelavida.

Aunquelosdosespososnosehubieranvistodesdehacíamásdeochodías,y aunque graves acontecimientos habían pasado entre ellos, se abordaron,pues,conciertapreocupación;sinembargo,elseñorBonacieuxmanifestóunaalegríarealyavanzóhaciasumujerconlosbrazosabiertos.

LaseñoraBonacieuxlepresentólafrente.

—Hablemosunpoco—dijoella.

—¿Cómo?—dijoBonacieux,extrañado.

—Sí,tengounacosadelamayorimportanciaquedeciros.

—Porcierto,queyotambiéntengoquehacerosalgunaspreguntasbastanteserias.Explicadmeunpocovuestrorapto,porfavor.

—Porelmomentonosetratadeeso—dijolaseñoraBonacieux.

—¿Ydequésetrataentonces?¿Demicautividad?

—Meenterédeellaelmismodía;perocomonoeraisculpabledeningúncrimen,comonoeraiscómplicedeningunaintriga,comonosabíaisnada,enfin,quepudieracomprometeros,niavosnianadie,nohedadoaesesucesomásimportanciadelaquemerecía.

—¡Habláismuyavuestrogustoseñora!—prosiguióBonacieux,heridoporelpocointerésqueletestimoniabasumujer—.¿SabéisqueheestadometidoundíayunanocheenuncalabozodelaBastilla?

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—Un día y una noche que pasan muy pronto; dejemos, pues, vuestracautividad,yvolvamosaloquemehatraídoavuestrolado.

—¿Cómo?¡Loqueos traeami lado!¿Noes,pues,eldeseodevolveraveraunmaridodelqueestáisseparadadesdehaceochodías?—preguntoelmerceropicadoenlomásvivo.

—Esesoenprimerlugar,yademásotracosa.

—¡Hablad!

—Unacosadelmayor interésyde laquedependenuestra fortunafuturaquizá.

—Nuestra fortuna ha cambiado mucho de cara desde que os vi, señoraBonacieux,ynomeextrañaríaquedeaquíaalgunosmesescausaralaenvidiademuchagente.

—Sí,sobretodosiqueréisseguirlasinstruccionesquevoyadaros.

—¿Amí?

—Sí, a vos. Hay una buena y santa acción que hacer, señor, y muchodineroqueganaralmismotiempo.

La señoraBonacieux sabía que hablandode dinero a sumarido le cogíaporelladodébil.

Peroaunqueunhombreseamercero,cuandohahabladodiezminutosconelcardenalRichelieu,noeselmismohombre.

—¡Muchodineroqueganar!—dijoBonacieuxestirandoloslabios.

—Sí,mucho.

—¿Cuánto,másomenos?

—Quizámilpistolas.

—¿Loquevaisapedirmees,pues,muygrave?

—Sí.

—¿Quéhayquehacer?

—Saldréis inmediatamente, yo os entregaré un papel del que no osdesprenderéisbajoningúnpretexto,yquepondréisenpropiamanodealguien.

—¿Yadóndetengoqueir?

—ALondres.

—¡YoaLondres!Vamos,estáisdebroma,yonotengonadaquehacerenLondres.

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—Perootrosnecesitanquevosvayáis.

—¿Quiénes son esos otros? Os lo advierto, no voy a hacer nadamás aciegas,yquierosabernosóloaquémeexpongo,sinotambiénporquiénmeexpongo.

—Una persona ilustre os envía, una persona ilustre os, espera; larecompensasuperarávuestrosdeseos,heahícuantopuedoprometeros.

—¡Intrigas otra vez, siempre intrigas!Gracias, yo ahora nome fío, y elcardenalmehainstruidosobreeso.

—¡El cardenal! —exclamó la señora Bonacieux—. ¡Habéis visto alcardenal!

—Elmehizollamar—respondióorgullosamenteelmercero.

—Yvosaceptasteissuinvitación,¡quéimprudente!

—Debodecirquenoestabaenmimanoaceptaronoaceptar,porqueyoestabaentredosguardias.Esciertoademásque,comoentoncesyonoconocíaaSuEminencia, sihubierapodidodispensarmedeesavisita,hubieraestadomuyencantado.

—¿Oshamaltratadoentonces?¿Oshaamenazadoacaso?

—Me ha tendido lamano yme ha llamado su amigo, ¡su amigo! ¿Oís,señora?¡Yosoyelamigodelgrancardenal!

—¡Delgrancardenal!

—¿Lenegaríais,porcasualidadesetítulo,señora?

—Yonoleniegonada,peroosdigoqueelfavordeunministroesefímero,yquehayqueestarlocoparavincularseaunministro;haypoderesqueestánporencimadelsuyo,quenodescansanenelcaprichodeunhombreoenelresultado de un acontecimiento; de esos poderes es de los que hay queburlarse.

—Losiento,señora,peronoconozcootropoderqueeldelgranhombreaquientengoelhonordeservir.

—¿Vosservísalcardenal?

—Sí, señora, y como su servidor no permitiré que os dediquéis aconspiracionescontraelEstado,yquevosmismasirváisalasintrigasdeunamujerquenoesfrancesayquetieneelcorazónespañol.Afortunadamenteelcardenalestáahí,sumiradaalertavigilaypenetrahastaelfondodelcorazón.

Bonacieux repetía palabra por palabra una frase que había oído decir alcondedeRochefort;perolapobremujer,quehabíacontadoconsumaridoy

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que, en aquella esperanza, había respondido por él a la reina, no temblómenos, tantopor elpeligro enelqueellahabía estadoapuntode arrojarse,como por la impotencia en que se encontraba. Sin embargo, conociendo ladebilidady sobre todo lacodiciade sumarido,nodesesperabadeatraerleasusfines.

—¡Ah!Soiscardenalista,señor—exclamó—.¡Conqueservísalpartidodelosquemaltratanavuestramujereinsultanavuestrareina!

—Los intereses particulares no son nada ante los intereses de todos. YoestoydepartedequienessalvanalEstado—dijoconénfasisBonacieux.

EraotrafrasedelcondedeRochefort,queélhabíaretenidoyquehallabaocasióndemeter.

—¿Y sabéis lo que es el Estado de que habláis? —dijo la señoraBonacieux, encogiéndose de hombros—.Contentaos con ser un burgués sinfinezaninguna,ydadlaespaldaaquienosofrecemuchasventajas.

—¡Eh, eh! —dijo Bonacieux, golpeando sobre una bolsa de panzaredondeada y que devolvió un sonido argentino—. ¿Qué decís vos de esto,señorapredicadora?

—¿Dedóndevieneesedinero?

—¿Noloadivináis?

—¿Delcardenal?

—DeélydemiamigoelcondedeRochefort.

—¡ElcondedeRochefort!¡Perosihasidoélquienmeharaptado!

—Puedeser,señora.

—¿Yvosrecibísdinerodeesehombre?

—¿Nomehabéisdichovosqueeseraptoeracompletamentepolítico?

—Sí; pero ese rapto tenía por objeto hacerme traicionar a mi ama,arrancarmemediantetorturasconfesionesquepudierancomprometerelhonoryquizálavidademiaugustaama.

—Señora —prosiguió Bonacieux— vuestra augusta ama es una pérfidaespañola,yloqueelcardenalhaceestábienhecho.

—Señor—dijolajoven—,ossabíacobarde,avaroeimbécil,¡peronoossabíainfame!

—Señora —dijo Bonacieux, que no había visto nunca a su mujerencolerizadayqueseechabaatrásantelairaconyugal—.Señora,¿quédecís?

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—¡Digoquesoisunmiserable!—continuó laseñoraBonacieux,quevioquerecuperabaalgunainfluenciasobresumarido—.¡Ah,hacéispolíticavos!¡Y encima política cardenalista! ¡Ah, os venderíais en cuerpo y alma aldemoniopordinero!

—No,peroalcardenalsí.

—¡Es la misma cosa!—exclamó la joven—. Quien dice Richelieu diceSatán.

—Callaos,señora,callaos,podríanoírnos.

—Sí,tenéisrazón,yseríavergonzosoparavosvuestrapropiacobardía.

—Pero¿quéexigísentoncesdemí?Veamos.

—Yaoslohedicho:quepartáisalinstante,señor,quecumpláislealmentela comisiónqueyomedigno encargaros y, con esta condición, olvido todo,perdono;yhaymás—ellaletendiólamano—:osdevuelvomiamistad.

Bonacieuxeracobardeyavaro;peroamabaasumujer:seenterneció.Unhombre de cincuenta años no guarda durante mucho tiempo rencor a unamujerdeveintitrés.LaseñoraBonacieuxvioquedudaba.

—Entonces,¿estáisdecidido?—dijoella.

—Pero, querida amiga, reflexionad un poco en lo que exigís de mí;LondresestálejosdeParís,muylejos,yquizálacomisiónquemeencarguéisnoestéexentadepeligro.

—¡Quéimportasilosevitáis!

—Mirad, señora Bonacieux—dijo el mercero—.Mirad, decididamente,meniego:lasintrigasmedanmiedo.HevistolaBastilla.¡Brrrr!¡LaBastillaeshorrible!Nadamáspensarenellasemeponelacarnedegallina.Mehanamenazadoconlatortura.¿Sabéisvosloqueeslatortura?¡Cuñasdemaderaque os meten entre las piernas hasta que los huesos estallan! No,decididamente, no iré.Y ¡pardiez!, ¿por qué no vais vosmisma?Porque enverdadcreoquehastaahoraheestadoengañadosobrevos:¡creoquesoisunhombre,ydelosmásrabiososincluso!

—Yvos,vossoisunamujer,unamiserablemujer,estúpiday tonta. ¡Ah,tenéismiedo!Puesbien,sinopartísahoramismo,oshagodetenerporordendelareina,yoshagometerenlaBastillaquetantoteméis.

Bonacieux cayó en una reflexión profunda; pesó detenidamente las doscóleras en su cerebro, la del cardenal y la de la reina; la del cardenalprevalecióconmuchadiferencia.

—Hacedme detener de parte de la reina —dijo— y yo apelaré a Su

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Eminencia.

Porvezprimera,laseñoraBonacieuxvioquehabíaidodemasiadolejos,yquedóasustadaporhaber avanzado tanto.Contemplóun instante conhorroraquelrostroestúpido,deunaresolucióninvencible,comoeldeesostontosquetienenmiedo.

—¡Puesentonces,sea!—dijo—.Quizá,afindecuentas,tengáisrazón:unhombresabemuchomásquelasmujeresdepolítica,yvossobretodo,señorBonacieux,quehabéishabladoconelcardenal.Ysinembargo,esmuyduro—añadió— quemimarido, que un hombre con cuyo afecto yo creía podercontarmetratetandescortésmenteynosatisfagaennadamifantasía.

—Es que vuestras fantasías pueden llevar muy lejos —respondióBonacieux,triunfante—ydesconfíodeellas.

—Renunciaré, pues, a ellas—dijo la joven suspirando—. Está bien, nohablemosmás.

—Si al menos me dijerais qué tenía que hacer en Londres—prosiguióBonacieux,querecordabaunpocotardequeRochefortlehabíaencomendadotratardesorprenderlossecretosdesumujer.

—Es inútil que lo sepáis —dijo la joven, a quien una desconfianzainstintivaimpulsabaahorahaciaatrás—:eraunabagateladelasquegustanalasmujeres,unacompraconlaquehabíamuchoqueganar.

Perocuantomásseresistíalajoven,tantomáspensabaBonacieuxqueelsecretoqueella senegabaaconfiarleera importante.PoresodecidiócorrerinmediatamenteacasadelcondedeRochefortydecirlequelareinabuscabaunmensajeroparaenviarloaLondres.

—Perdonadmesiosdejo,queridaseñoraBonacieux—dijoél—;peropornosaberquevendríaishoyhequedadocitadoconunodemisamigos;vuelvoahora mismo, y si queréis esperarme, aunque sólo sea medio minuto, tanpronto comohaya terminado con ese amigo, vuelvopara recogerosy, comocomienzaahacersetarde,acompañarosalLouvre.

—Gracias, señor —respondió la señora Bonacieux—; no sois losuficientementevalienteparasermedeningunautilidad,yvolveréalLouvreperfectamentesola.

—Como os plazca, señora Bonacieux—respondió el exmercero—. ¿Osverépronto?

—Claroquesí;esperoquelapróximasemanamiserviciomedejealgunalibertad,ylaaprovecharéparaveniraordenarnuestrascosas,quedebenestaralgodesordenadas.

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—Estábien;osesperaré.¿Nomeguardáisrencor?

—¡Yo!Pornadadelmundo.

—¿Hastaprontoentonces?

—Hastapronto.

Bonacieuxbesólamanodesumujerysealejórápidamente.

—¡Vaya!—dijo la señora Bonacieux cuando sumarido hubo cerrado lapuertadelacalleyellaseencontrósola—.¡Sólolefaltabaaesteimbécilsercardenalista!Yyoquehabíaaseguradoalareina,yoquehabíaprometidoamipobre ama… ¡Ay, Dios mío, Dios mío! Me va a tomar por una de esasmiserablesquepululanporpalacioyquehanpuestojuntoaellaparaespiarla.¡Ay,señorBonacieux!Nuncaosheamadomucho,peroahoraesmuchopeor:osodio,y¡palabraquemelapagaréis!

Enelmomentoenquedecíaestaspalabras,ungolpeenel techo lahizoalzarlacabeza,yunavoz,quevinoaellaatravésdelpiso,gritó:

—Querida señoraBonacieux, abridme lapuertapequeñade la avenidaybajojuntoavos.

CapítuloXVIII

Elamanteyelmarido

—¡Ay, señora!—dijoD’Artagnan entrando por la puerta que le abría lajoven—.Permitidmedecíroslo,tenéisuntristemarido.

—¡Entonces habéis oído nuestra conversación!—preguntó vivamente laseñoraBonacieux,mirandoaD’Artagnanconinquietud.

—Todaentera.

—Diosmío,¿cómo?

—Medianteunprocedimientoconocidopormí,graciasalcualoítambiénlaconversaciónmásanimadaquetuvisteisconlosesbirrosdelcardenal.

—¿Yquéhabéiscomprendidodeloquedecíamos?

—Milcosas:enprimerlugar,quevuestromaridoesunnecioyunimbécil,afortunadamente; luego,queestáisenunapuro,cosaquemehaencantadoyque me da ocasión de ponerme a vuestro servicio, y Dios sabe si estoydispuestoaarrojarmealfuegoporvos;finalmentequelareinanecesitaqueunhombre valiente, inteligente y adicto haga por ella un viaje a Londres. Yo

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tengoalmenosdosdelastrescualidadesquenecesitáis,yhemeaquí.

LaseñoraBonacieuxnorespondió,perosucorazónbatíadealegríayunasecretaesperanzabrillóensusojos.

—¿Yquégarantíamedaréis—preguntó—siconsientoenconfiarosestamisión?

—Miamorporvos.Veamos,decid,ordenad:¿quéhayquehacer?

—¡Diosmío,Diosmío!—murmurólajoven—.Deboconfiarosunsecretosemejante,señor.¡Soiscasiunniño!

—Bueno,veoqueosfaltaalguienqueosrespondapormí.

—Confiesoqueesometranquilizarlamucho.

—¿ConocéisaAthos?

—No.

—¿APorthos?

—No.

—¿AAramis?

—No.¿Quiénessonesosseñores?

—Mosqueterosdelrey.¿ConocéisalseñordeTréville,sucapitán?

—¡Oh,sí,aeseloconozco!Nopersonalmente,sinoporhaberoídohablardeélmásdeunavezalareinacomodeunvalienteylealgentilhombre.

—¿Noteméisqueélostraicioneporelcardenal,noesasí?

—¡Oh,no,seguroqueno!

—Puesbien,reveladlevuestrosecretoypreguntadlesiporimportante,porprecioso,porterriblequeseapodéisconfiármelo.

—Peroesesecretonomeperteneceynopuedorevelarlodeesemodo.

—IbaisaconfiardebuenaganaenelseñorBonacieux—dijoD’Artagnancondespecho.

—Comoseconfíaunacartaalhuecodeunárbol,alaladeunpichón,alcollardeunperro.

—Sinembargoyo,comoveis,osamo.

—Voslodecís.

—¡Soyunhombregalante!

—Locreo.

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—¡Soyvaliente!

—¡Oh,deesoestoysegura!

—Entonces,ponedmeaprueba.

LaseñoraBonacieuxmiróal joven,contenidaporunaúltimaduda.Perohabíatalardorensusojos,talpersuasiónensuvoz,quesesintióarrastradaafiarsedeél.Además,sehallabaenunadeesascircunstanciasenquehayquearriesgar el todopor el todo.La reina estaba tanperdida por una exageradadiscreción como por una excesiva confianza. Además, confesémoslo, elsentimiento involuntario que experimentaba por aquel joven protector ladecidióahablar.

—Escuchad—ledijo—.Merindoavuestrasprotestasycedoantevuestraspalabras. Pero os juro ante Dios que nos oye, que si me traicionáis y misenemigosmeperdonan,memataréacusándoosdemimuerte.

—Y yo, yo os juro ante Dios, señora—dijo D’Artagnan—, que, si soycogidoduranteelcumplimientodelasórdenesquevaisadarme,moriréantesdehacerodecirnadaquecomprometaaalguien.

Entonces la joven le confió el terrible secreto del que el azar le habíareveladoyaunapartefrentealaSamaritana.Estafuesumutuadeclaracióndeamor.

D’Artagnanresplandecíadealegríaydeorgullo.Aquelsecretoqueposeía,aquellamujeralaqueamaba,laconfianzayelamorhacíandeélungigante.

—Parto—dijo—.Partoalinstante.

—¡Cómo! ¿Partís? —exclamó la señora Bonacieux—. ¿Y vuestroregimiento,vuestrocapitán?

—Pormialma,mehabéishechoolvidartodoeso,queridaConstance.Sí,tenéisrazón,necesitounpermiso.

—Unobstáculotodavía—murmurólaseñoraBonacieuxcondolor.

—¡Oh, ese —exclamó D’Artagnan, tras un momento de reflexión— losuperaré,estadtranquila!

—¿Cómo?

—Iré a buscar estamisma noche al señor deTréville, a quien encargaréquepidaparamí este favor a sucuñadoel señordesEssarts.—Ahora,otracosa.

—¿Qué?—preguntóD’Artagnan,viendoquelaseñoraBonacieuxdudabaencontinuar.

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—¿Quizánotengáisdinero?

—Quizádemasiado—dijoD’Artagnan,sonriendo.

—Entonces —prosiguió la señora Bonacieux abriendo un armario ysacando de ese armario la bolsa que media hora antes acariciaba tanamorosamentesumarido—tomadestabolsa.

—¡Eldelcardenal!—exclamóestallandoderisaD’Artagnanque,comoserecordará,graciasasusbaldosaslevantadasnosehabíaperdidounasílabadelaconversacióndelmerceroydesumujer.

—El del cardenal—dijo la señoraBonacieux—.Comoveis, se presentabajounaspectobastanterespetable.

—¡Pardiez! —exclamó D’Artagnan—. Será una cosa doblementedivertida:¡SalvaralareinaconeldinerodeSuEminencia!

—Soisunjovenamableyencantador—dijolaseñoraBonacieux—.EstadsegurodequeSuMajestadnoseránadaingrata.

—¡Oh, yo ya estoy bien recompensado! —exclamó D’Artagnan—. Osamo, vos me permitís decíroslo: es ya más dicha de la que me atrevía aesperar.

—¡Silencio!—dijolaseñoraBonacieux,estremeciéndose.

—¿Qué?

—Estánhablandoenlacalle.

—Eslavoz…

—Demimarido.¡Sí,lohereconocido!

D’Artagnancorrióalapuertaypasóelcerrojo.

—Que no entre hasta que yo no haya salido, y cuando yo salga, vos leabrís.

—Pero también yo debería habermemarchado.Y la desaparición de esedinero,¿cómojustificarlasiestoyyoaquí?

—Tenéisrazón,hayquesalir.

—¿Salir?¿Ycómo?Nosverásisalimos.

—Entonceshayquesubiramicasa.

—¡Ah!—exclamó la señoraBonacieux—.Medecís eso en un tonoquemedamiedo.

LaseñoraBonacieuxpronuncióestaspalabrasconunalágrimaenlosojos.D’Artagnanvioesalágrimay,turbado,enternecido,searrojóasuspies.

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—Enmicasa—dijo—estaréistanseguracomoenuntemplo,osdoymipalabradegentilhombre.

—Partamos—dijoella—.Mefíodevos,amigomío.

D’Artagnan volvió a abrir con precaución el cerrojo y los dos juntos,ligeros como sombras, se deslizaron por la puerta interior hacia la avenida,subieronsinruidolaescalerayentraronenlahabitacióndeD’Artagnan.

Unavezallí,paramayorseguridad,eljovenatrancólapuerta;seacercaronlosdosalaventana,yporunarendijadelpostigovieronalseñorBonacieuxquehablabaconunhombredecapa.

A la vista del hombre de capa, D’Artagnan dio un salto y, sacando amediaslaespada,selanzóhacialapuerta.

EraelhombredeMeung.

—¿Quévaisahacer?—exclamólaseñoraBonacieux—.Nosperdéis.

—¡Perohejuradomataraesehombre!—dijoD’Artagnan.

—Vuestra vida está consagrada en estemomento y no os pertenece. Ennombredelareina,osprohíbometerosenningúnpeligroextrañoaldelviaje.

—Yenvuestronombre,¿noordenáisnada?

—Enminombre—dijolaseñoraBonacieux,convivaemoción—,enminombre,oslosuplico.Peroescuchemos,meparecequehablandemí.

D’Artagnanseacercóalaventanayprestóoído.

El señorBonacieuxhabía abierto su puerta, y al ver la habitación vacía,habíavueltojuntoalhombredelacapaalquehabíadejadosolouninstante.

—Sehamarchado—dijo—.HabrávueltoalLouvre.

—¿Estáisseguro—respondióelextranjero—dequenohasospechadodelasintencionesconquehabéissalido?

—No—respondióBonacieuxconsuficiencia—.Esunamujerdemasiadosuperficial.

—Elcadetedelosguardias,¿estáensucasa?

—Nolocreo;comoveis,supostigoestácerradoynosevebrillarningunaluzatravésdelasrendijas.

—Esigual,habríaqueasegurarse.

—¿Cómo?

—Yendoallamarasupuerta.

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—Preguntaréasucriado.

—Id.

Bonacieuxregresóasucasa,pasóporlamismapuertaqueacababadedarpasoalosdosfugitivos,subióhastaelrellanodeD’Artagnanyllamó.

Nadie respondió. Porthos, para dárselas de importante, había tomadoprestado aquella tarde a Planchet. En cuanto a D’Artagnan, tenía muchocuidadocondarlamenorseñaldeexistencia.

En elmomento enque el dedodeBonacieux resonó sobre la puerta, losdosjóvenessintieronsaltarsuscorazones.

—Nohaynadieensucasa—dijoBonacieux.

—No importa, volvamos a la vuestra, estaremos más seguros que en elumbraldeunapuerta.

—¡Ay, Dios mío! —murmuró la señora Bonacieux—. No vamos a oírnada.

—Al contrario —dijo D’Artagnan— les oiremos mejor. D’Artagnanlevantó las tres o cuatro baldosas que hacían de su habitación otra oreja deDionisio,extendióun tapizenel suelo, sepusode rodillasehizoseñasa laseñoraBonacieuxdeinclinarse,comoélhacía,hacialaabertura.

—¿Estáissegurodequenohaynadie?—dijoeldesconocido.

—Respondodeello—dijoBonacieux.

—¿Ypensáisquevuestramujer…?

—HavueltoalLouvre.

—¿Sinhablarconnadiemásqueconvos?

—Estoyseguro.

—Esunpuntoimportante,¿comprendéis?

—Entonces,¿lanoticiaqueoshellevadotieneunvalor…?

—Muygrande,miqueridoBonacieux,nooslooculto.

—Entonces,¿elcardenalestarácontentoconmigo?

—Nolodudo.

—¡Elgrancardenal!

—¿Estáissegurodequeensuconversaciónconvosvuestramujernohapronunciadonombrespropios?

—Nolocreo.

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—¿No ha nombrado ni a la señora de Chevreuse, ni al señor deBuckingham,nialaseñoradeVernel?

—No,ellamehadichosóloquequeríaenviarmeaLondresparaserviralosinteresesdeunapersonailustre.

—¡Traidor!—murmurólaseñoraBonacieux.

—¡Silencio!—dijoD’Artagnancogiéndoleunamanoqueellaleabandonósinpensar.

—No importa—continuó el hombre de la capa—.Sois un necio por nohaberfingidoaceptarelencargo,ahoratendríais lacarta;elEstadoalqueseamenazaestaríaasalvo,yvos…

—¿Yyo?

—Puesbien,vos,elcardenalosdaríatítulosdenobleza…

—¿Oslohadicho?

—Sí,yoséquequeríadarosesasorpresa.

—Estad tranquilo—prosiguióBonacieux—.Mimujermeadora, todavíahaytiempo.

—¡Imbécil!—murmurólaseñoraBonacieux.

—¡Silencio!—dijoD’Artagnan,apretándolemásfuertelamano.

—¿Cómoqueaúnhaytiempo?—prosiguióelhombredelacapa.

—VuelvoalLouvre,preguntoporlaseñoraBonacieux, ledigoquelohepensado,quemehagocargodelasunto,obtengo lacartasycorroadondeelcardenal.

—¡Bien! Iddeprisa;yovolveréprontopara saberel resultadodevuestragestión.

Eldesconocidosalió.

—¡Infame!—dijolaseñoraBonacieux,dirigiendotodavíaesteepítetoasumarido.

—¡Silencio!—repitióD’Artagnan apretándole lamanomás fuertementeaún.

Unaullido terrible interrumpióentonces las reflexionesdeD’Artagnanyde la señora Bonacieux. Era su marido, que se había percatado de ladesaparicióndesubolsayquemaldecíaalladrón.

—¡Oh,Diosmío!—exclamólaseñoraBonacieux—.Vaaalborotaratodoelbarrio.

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Bonacieux chilló mucho tiempo; pero como semejantes gritos, dada sufrecuencia,noatraíananadieenlacalledesFossoyeursy,comoporotrapartelacasadelmerceroteníadesdehacíaalgúntiempomalafamaalverquenadieacudíasaliógritando,yseoyósuvozquesealejabaendireccióndelacalleduBac.

—Y ahora que se ha marchado, os toca alejaros a vos—dijo la señoraBonacieux—.Valor, pero sobre todoprudencia, ypensadqueosdebéis a lareina.

—¡A ella y a vos! —exclamó D’Artagnan—. Estad tranquila, bellaConstance volveré digno de su reconocimiento; pero ¿volveré tan digno devuestroamor?

Lajovennorespondiómásqueconelvivoruborquecoloreósusmejillas.Algunosinstantesdespués,D’Artagnansalíaasuvez,envuelto,éltambién,enunagrancapaquealzabacaballerosamentelavainadeunalargaespada.

LaseñoraBonacieuxlesiguióconlosojos,conesalargamiradadeamorcon que lamujer acompaña al hombre del que se siente amar; pero cuandohubodesaparecidopor laesquinade lacalle,cayóde rodillasy,uniendo lasmanos,exclamó:

—¡Oh,Diosmío!¡Protegedalareina,protegedmeamí!

CapítuloXIX

Plandecampaña

D’Artagnan se dirigió directamente a casa del señor de Tréville. Habíapensadoque,enpocosminutos,elcardenalseríaadvertidoporaquelmalditodesconocidoqueparecíasersuagente,ypensabaconrazónquenohabíauninstantequeperder.

El corazón del joven desbordaba de alegría. Ante él se presentaba unaocasiónenlaquehabíaalavezgloriaqueadquirirydineroqueganar,ycomoprimeralientoacababadeacercarleaunamujeralaqueadoraba.Esteazar,degolpe,hacíaporélmásqueloquehubieraosadopediralaProvidencia.

El señor de Tréville estaba en su salón con su corte habitual degentileshombres.D’Artagnan,aquienseconocíacomofamiliardelacasa,fuederechoasugabineteyleavisódequeleesperabaparaunacosaimportante.

D’Artagnan estaba allí hacía apenas cinco minutos cuando el señor deTréville entró. A la primera ojeada y ante la alegría que se pintó sobre su

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rostro,eldignocapitáncomprendióqueefectivamentepasabaalgonuevo.

Durantetodoelcamino,D’Artagnansehabíapreguntadosiseconfiaríaalseñor de Tréville o si solamente le pediría concederle carta blanca para unasuntosecreto.PeroelseñordeTrévillehabíasidosiempretanperfectoparaél,eratanadictoalreyyalareina,odiabatancordialmentealcardenal,queeljovenresolviódecirletodo.

—¿Mehabéishechollamar,mijovenamigo?—dijoelseñordeTréville.

—Sí,señor—dijoD’Artagnan—,yesperoquemeperdonéisporhaberosmolestadocuandosepáiselimportanteasuntodequesetrata.

—Decidentonces,osescucho.

—No se trata de nadamenos—dijoD’Artagnan bajando la voz que delhonoryquizádelavidadelareina.

—¿Quédecís?—preguntó el señordeTrévillemirando en torno suyo siestabancompletamentesolosyvolviendoaponersumiradainterrogadoraenD’Artagnan.

—Digo,señor,queelazarmehahechodueñodeunsecreto…

—Queyoesperoqueguardaréis,joven,porencimadevuestravida.

—Peroquedeboconfiarosavos,señor,porquesólovospodéisayudarmeenlamisiónqueacaboderecibirdeSuMajestad.

—¿Esesecretoesvuestro?

—No,señor,esdelareina.

—¿EstáisautorizadoporSuMajestadparaconfiármelo?

—No,señor,porque,alcontrario,semeharecomendadoelmásprofundomisterio.

—¿Porquéentoncesibaisatraicionarlopormí?

—Porqueyaosdigoquesinvosnopuedonadayporquetengomiedodequemeneguéislagraciaquevengoapedirossinosabéisconquéobjetooslopido.

—Guardadvuestrosecreto,joven,ydecidmeloquedeseáis.

—Deseo que obtengáis para mí, del señor des Essarts, un permiso dequincedías.

—¿Cuándo?

—Estamismanoche.

—¿AbandonáisParís?

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—Voyconunamisión.

—¿Podéisdecirmeadónde?

—ALondres.

—¿Estáalguieninteresadoenquenolleguéisavuestrameta?

—El cardenal, según creo, daría todo el oro del mundo por impedirmealcanzarlo.

—¿Yvaissolo?

—Voysolo.

—Enesecaso,nopasaréisdeBondy.Oslodigoyo,palabradeTréville.

—¿Porqué?

—Porqueosasesinarán.

—Morirécumpliendoconmideber.

—Perovuestramisiónnoserácumplida.

—Escierto—dijoD’Artagnan.

—Creedme—continuóTréville—,enlasempresasdeestegénerohayquesercuatroparaquellegueuno.

—¡Ah, tenéis razón, señor!—dijoD’Artagnan—.Vos conocéis aAthos,PorthosyAramisyvossabéissipuedodisponerdeellos.

—¿Sinconfiarleselsecretoqueyonohequeridosaber?

—Noshemosjurado,deunavezportodas,confianzaciegayabnegaciónatodaprueba;además,podéisdecirlesquetenéistodavuestraconfianzaenmí,yellosnoseránmásincrédulosquevos.

—Puedo enviarles a cada uno un permiso de quince días, eso es todo: aAthos, a quien su herida hace siempre sufrir, para ir a tomar las aguas deForges; a Porthos y a Aramis para que acompañen a su amigo, a quien noquierenabandonarenunasituacióntandolorosa.Elenvíodesupermisoserálapruebadequeautorizosuviaje.

—Gracias,señor,soiscienvecesbueno.

—Idabuscarlosahoramismo,yquesehaga todoestanoche. ¡Ah!,y loprimero escribid vuestra petición al señor Des Essarts. Quizá tengáis algúnespíaavuestros talones,yvuestravisita,queen tal casoyaesconocidadelcardenal,serálegitimadadeestemodo.

D’Artagnanformulóaquellasolicitud,yelseñordeTréville,alrecibirlaensusmanos, aseguró que antes de las dos de lamañana los cuatro permisos

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estaríanenlosdomiciliosrespectivosdelosviajeros.

—TenedlabondaddeenviarelmíoacasadeAthos—dijoD’Artagnan—.Temoquedevolveramicasatengaalgúnmalencuentro.

—Estad tranquilo. ¡Adiós, y buen viaje! A propósito—dijo el señor deTrévillellamándole.

D’Artagnanvolviósobresuspasos.

—¿Tenéisdinero?

D’Artagnanhizosonarlabolsaqueteníaensubolsillo.

—¿Bastante?—preguntóelseñordeTréville.

—Trescientaspistolas.

—Estábien,conesosevaalfindelmundo;idpues.

D’ArtagnansaludóalseñordeTréville,queletendiólamano;D’Artagnanla estrechó con un respetomezclado de gratitud.Desde que había llegado aParís,nohabíatenidomásquemotivosdeelogioparaaquelhombreexcelenteaquiensiemprehabíaencontradodigno,lealygrande.

Su primera visita fue para Aramis; no había vuelto a casa de su amigodesdelafamosanocheenquehabíaseguidoalaseñoraBonacieux.Haymás:apenashabíavistoaljovenmosquetero,ycadavezquelohabíavueltoaver,habíacreídoobservarunaprofundatristezaensurostro.

Aquella noche, Aramis velaba, sombrío y soñador; D’Artagnan le hizoalgunas preguntas sobre aquella melancolía profunda; Aramis se excusóalegandouncomentariodelcapítulodieciochodeSanAgustínqueteníaqueescribirenlatínparalasemanasiguiente,yquelepreocupabamucho.

Cuandolosdosamigoshablabandesdehacíaalgunosinstantes,unservidordelseñordeTrévilleentróllevandounsobresellado.

—¿Quéeseso?—preguntóAramis.

—Elpermisoqueelseñorhapedido—respondióellacayo.

—Yonohepedidoningúnpermiso.

—Callaosytomadlo—dijoD’Artagnan—.Yvos,amigomío,tomadestamediapistolaporlamolestia;lediréisalseñordeTrévillequeelseñorAramisseloagradecesinceramente.Idos.

Ellacayosaludóhastaelsueloysalió.

—¿Quésignificaesto?—preguntóAramis.

—Cogedloqueoshacefaltaparaunviajedequincedíasyseguidme.

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—PeronopuedodejarParísenestemomentosinsaber…

Aramissedetuvo.

—Loquehapasadoconella,¿noeseso?—continuóD’Artagnan.

—¿Quién?—prosiguióAramis.

—Lamujerqueestabaaquí,lamujerdelpañuelobordado.

—¿Quién os ha dicho que aquí había una mujer? —replicó Aramistornándosepálidocomolamuerte.

—Yolavi.

—¿Ysabéisquiénes?

—Creosospecharloalmenos.

—Escuchad—dijoAramis—,puestoquesabéistantascosas,¿sabéisquéhasidodeesamujer?

—PresumoquehavueltoaTours.

—¿ATours?Sí,esopuedeser,laconocéis.Pero¿cómohavueltoaTourssindecirmenada?

—Porquetemióserdetenida.

—¿Cómonomehaescrito?

—Porquetemiócomprometeros.

—¡D’Artagnan, me devolvéis la vida! —exclamó Aramis—. Me creíadespreciado,traicionado.¡Estabatancontentodevolverlaaver!Yonopodíacreerquearriesgasesu libertadpormí,ysinembargo,¿porquécausahabrávueltoaParís?

—PorlacausaquehoynoshaceiraInglaterra.

—¿Ycuálesesacausa?—preguntóAramis.

—Lasabréisundía,Aramis;porelmomento,yoimitaréladiscrecióndelanietadeldoctor.

Aramis sonrió, porque se acordaba del cuento que había referido ciertanocheasusamigos.

—¡Puesbien!DadoqueellahaabandonadoParísyquevosestáissegurode ello,D’Artagnan, nadame detiene aquí y yo estoy dispuesto a seguiros.Decísquevamosa…

—AcasadeAthosporelmomento,y, siqueréisvenir,os invitoadarosprisa, porque hemos perdido ya demasiado tiempo. A propósito, avisad a

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Bazin.

—¿Bazinvieneconnosotros?—preguntóAramis.

—Quizá. En cualquier caso, está bien que por ahora nos siga a casa deAthos.

AramisllamóaBazin,ytrashaberleordenadoirareunirseconélacasadeAthos,tomandosucapa,suespadaysustrespistolas,yabriendoinútilmentetresocuatrocajonesparaversiencontrabaenellosalgunapistolaextraviada,dijo:

—Partamos,pues.

Luego,cuandoestuvobiensegurodequeaquellabúsquedaerasuperflua,siguió a D’Artagnan, preguntándose cómo era que el joven cadete de losguardiashabíasabidoquiéneralamujeralaqueélhabíadadohospitalidadyconociesemejorqueélloquehabíasidodeella.

Alsalir,AramispusosumanosobreelbrazodeD’Artagnany,mirándolefijamente,dijo:

—¿Vosnohabéishabladodeesamujeranadie?

—Anadieenelmundo.

—¿NisiquieraaAthosyaPorthos?

—Noleshesopladonilamenorpalabra.

—Enbuenahora.

Ytranquilorespectoaeste importantepunto,AramiscontinuósucaminoconD’Artagnan,yprontolosdosjuntosllegaronacasadeAthos.

LoencontraronconsupermisoenunamanoylacartadelseñordeTrévilleenlaotra.

—¿Podéisexplicarmeloquesignificaestepermisoyestacartaqueacaboderecibir?—dijoAthosasombrado.

Mi querido Athos: Puesto que vuestra salud lo exige de modoindispensable,quieroquedescanséisquincedías. Id,pues,a tomar lasaguasdeForgesocualquieraotraqueosconvenga,yrestablecerospronto.

Vuestroafectísimo,

TRÉVILLE.

—Pues bien, ese permiso y esa carta significan que hay que seguirme,Athos.

—¿AlasaguasdeForges?

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—Allíoaotraparte.

—¿Paraserviciodelrey?

—Delreyodelareina.¿NosomosservidoresdeSusMajestades?

EnaquelmomentoentróPorthos.

—¡Pardiez! —dijo—. Vaya cosa más extraña. ¿Desde cuándo entre losmosqueterosseconcedealagentepermisossinquelospidan?

—Desdequetienenamigosquelospidenparaellos—dijoD’Artagnan.

—¡Ah,ah!—dijoPorthos—.Parecequehaynovedades.

—Sí,nosvamos—dijoAramis.

—¿Adónde?—preguntóPorthos.

—Afequenosénada—dijoAthos—;pregúntaseloaD’Artagnan.

—ALondres,señores—dijoD’Artagnan.

—¡ALondres!—exclamóPorthos—. ¿Yquévamos a hacer nosotros enLondres?

—Esoesloquenopuedodeciros,señores,ytenéisquefiarosdemí.

—PeroparairaLondres—añadióPorthos—,senecesitadinero,yyonolotengo.

—Niyo—dijoAramis.

—Niyo—dijoAthos.

—Yo lo tengo—prosiguióD’Artagnan sacando su tesoro de su bolso ydepositándolosobrelamesa—.Enesabolsahaytrescientaspistolas;tomemoscada uno setenta y cinco; esmás de lo que se necesita para ir a Londres yvolver.Además,estadtranquilos,notodosllegaremosaLondres.

—Yeso¿porqué?

—Porquesegúntodaslasprobabilidades,habráalgunodenosotrosquesequedeenelcamino.

—¿Esacasounacampañaloqueemprendemos?

—Ydelasmáspeligrosas,osloadvierto.

—¡Vaya! Pero dado que corremos el riesgo de hacernos matar —dijoPorthos—,megustaríasaberporquéalmenos.

—Losabrásmásadelante—dijoAthos.

—Sinembargo—dijoAramis—,yosoydelaopinióndePorthos.

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—¿Sueleelreyrendiroscuenta?No,osdicebuenamente:SeñoressepeleaenGascuñaoenFlandes,idabatiros;yvosvais.¿Porqué?Noospreocupáissiquiera.

—D’Artagnan tiene razón —dijo Athos—, aquí están nuestros trespermisosqueprocedendelseñordeTréville,yahíhaytrescientaspistolasquevienen de no sé dónde.Vamos a hacernosmatar allí donde se nos dice quevayamos. ¿Vale la vida la pena de hacer tantas preguntas? D’Artagnan, yoestoydispuestoaseguirte.

—Yyotambién—dijoPorthos.

—Y yo también—dijo Aramis—. Además, no me molesta dejar París.Necesitodistracciones.

—¡Pues bien, tendréis distracciones, señores, estad tranquilos! —dijoD’Artagnan.

—Yahora,¿cuándopartimos?—dijoAthos.

—Inmediatamente —respondió D’Artagnan—; no hay un minuto queperder.

—¡Eh, Grimaud, Planchet, Mosquetón, Bazin! —gritaron los cuatrojóvenes llamando a sus lacayos—. Dad grasa a nuestras botas y traed loscaballosdepalacio.

En efecto, cada mosquetero dejaba en el palacio general, como en uncuartel,sucaballoyeldesucriado.

Planchet,Grimaud,MosquetónyBazinpartieronatodocorrer.

—Ahora, establezcamos el plan de campaña —dijo Porthos—. ¿Dóndevamosprimero?

—A Calais —dijo D’Artagnan—; es la línea más recta para llegar aLondres.

—¡Bien!—dijoPorthos—.Miopiniónesésta.

—Habla.

—Cuatrohombresqueviajan juntos serían sospechosos;D’Artagnannosdaráacadaunosusinstrucciones,yopartirédelanteporlarutadeBoulognepara aclarar el camino; Athos partirá dos horas después por la de Amiens;Aramisnosseguirápor ladeNoyon;encuantoaD’Artagnan,partirápor laquequiera,conlosvestidosdePlanchet,mientrasPlanchetnosseguirávestidodeD’Artagnanyconeluniformedelosguardias.

—Señores—dijoAthos—,miopiniónesquenoconvienemeterparanadalacayosenunasuntosemejante;unsecretopuedesertraicionadoporazarpor

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gentileshombres,peroescasisiemprevendidoporlacayos.

—El plan de Porthos me parece impracticable —dijo D’Artagnan—,porqueyomismo ignoroqué instruccionespuedodaros.Yo soyportadordeunacarta,esoestodo.Nolaséyportantonopuedohacertrescopiasdeesacarta,puestoqueestásellada;enmiopinión,hayqueviajarencompañía.Esacartaestáaquí,enmibolsillo—ymostróelbolsilloenqueestabalacarta—.Simuero,unodevosotros la cogeráycontinuaréis la ruta; si éstemuere, letocaráaotro,yasísucesivamente;contalqueunosolollegue,sehabráhecholoquehabíaquehacer.

—¡Bravo,D’Artagnan!Tuopinióneslamía—dijoAthos—.Además,hayqueserconsecuente:voyatomarlasaguas,vosotrosmeacompañáis;enlugarde Forges, voy a tomar baños de mar: soy libre. Si se nos quiere detener,muestrolacartadelseñordeTréville,yvosotrosmostráisvuestrospermisos;sisenosataca,nosotrosnosdefenderemos;sisenosjuzga,defenderemoserrequeerrequenoteníamosotraintenciónquemeternosciertonúmerodevecesen el mar; darían buena cuenta de cuatro hombres aislados, mientras quecuatro hombres juntos son una tropa. Armaremos a los cuatro lacayos depistolas y mosquetones; si se envía un ejército contra nosotros, libraremosbatalla,yelsuperviviente,comohadichoD’Artagnan,llevarálacarta.

—Biendicho—exclamóAramis—;nohablasconfrecuencia,Athos,perocuandohablasescomoSanJuanBocadeOro.AdoptoelplandeAthos.¿Ytú,Porthos?

—Yo también—dijo Porthos—, si conviene aD’Artagnan.D’Artagnan,portador de la carta, es naturalmente el jefe de la empresa; que él decida ynosotrosobedeceremos.

—Puesbien—dijoD’Artagnan—,decidoqueadoptemoselplandeAthosyquepartamosdentrodemediahora.

—¡Adoptado!—contestaronacorolostresmosqueteros.

Y cada cual alargando la mano hacia la bolsa, cogió setenta y cincopistolasehizosuspreparativosparapartiralahoraconvenida.

CapítuloXX

Elviaje

Alasdosdelamañana,nuestroscuatroaventurerossalierondeParísporlapuerta de Saint-Denis; mientras fue de noche, permanecieron mudos; a supesar, sufrían la influencia de la oscuridad y veían acechanzas por todas

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partes.

Alosprimerosrayosdeldía,suslenguassesoltaron;conelsol,laalegríavolvió:eracomoen lavísperadeuncombate,elcorazónpalpitaba, losojosreían;sesentíaquelavidaquequizáseibaaabandonarera,afindecuentas,algobueno.

El aspecto de la caravana, por lo demás, era de lo más formidable: loscaballos negros de los mosqueteros, su aspecto marcial, esa costumbre deescuadrón que hace marchar regularmente a esos nobles compañeros delsoldadohubierantraicionadoelincógnitomásestricto.

Losseguíanloscriados,armadoshastalosdientes.

Todo fue bien hasta Chantilly, adonde llegaron hacia las ocho de lamañana. Había que desayunar. Descendieron ante un albergue querecomendabaunamuestraquerepresentabaaSanMartíndandolamitaddesucapa a un pobre. Ordenaron a los lacayos no desensillar los caballos ymantenersedispuestosparavolverapartirinmediatamente.

Entraronenlasalacomúnysesentaronenunamesa.

Ungentilhombreque acababade llegarpor la rutadeSanMartín estabasentadoenaquellamismamesaydesayunaba.Elentablóconversaciónsobrecosas sin importancia y los viajeros respondieron; él bebió a su salud y losviajerosledevolvieronlacortesía.

PeroenelmomentoenqueMosquetónveníaaanunciarqueloscaballosestaban listos y que se levantaba la mesa, el extranjero propuso a Porthosbeberalasaluddelcardenal.Porthosrespondióquenodeseabaotracosasieldesconocido,asuvez,queríabeberalasaluddelrey.Eldesconocidoexclamóque no conocía más rey que Su Eminencia. Porthos lo llamó borracho; eldesconocidosacosuespada.

—Habéishechounatontería—dijoAthos—;noimporta,yanosepuederetrocederahora:matadaesehombreyvenidareunirosconnosotroslomásrápidoquepodáis.

Ylostresvolvieronamontaracaballoypartieronariendasuelta,mientrasque Porthos prometía a su adversario perforarle con todas las estocadasconocidasenlaesgrima.

—¡Uno!—dijoAthosalcabodequinientospasos.

—Pero¿porquéesehombrehaatacadoaPorthosynoacualquierotro?—preguntóAramis.

—PorqueporhablarPorthosmásaltoquetodosnosotros,lehatomadoporeljefe—dijoD’Artagnan.

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—SiemprehedichoqueestecadetedeGascuñaeraunpozodesabiduría—murmuróAthos.

Ylosviajeroscontinuaronsuruta.

En Beauvais se detuvieron dos horas, tanto para dejar respirar a loscaballoscomoparaesperaraPorthos.Alcabodedoshoras,comoPorthosnollegaba,ninoticiaalgunadeél,volvieronaponerseencamino.

A una legua de Beauvais, en un lugar en que el camino se encontrabaencajonado entre dos taludes, encontraron ocho o diez hombres que,aprovechandoquelarutaestabadesempedradaenaquellugar,fingíantrabajarenellacavandoagujerosyhaciendorodadasenelfango.

Aramis, temiendo ensuciarse sus botas en aquel mortero artificial, losapostrofóduramente.Athosquisoretenerlo;erademasiadotarde.Losobrerosse pusieron a insultar a los viajeros a hicieron perder con su insolencia lacabezainclusoalfríoAthos,quelanzósucaballocontraunodeellos.

Entonces,todosaquelloshombresretrocedieronhastaunazanjaycogieronmosquetes ocultos; resultó de ello que nuestros siete viajeros fueronliteralmentepasadosporlasarmas.Aramisrecibióunabalaqueleatravesóelhombro,yMosquetónotraquesealojóenlaspartescarnosasqueprolonganelbajo de los riñones. Sin embargo, Mosquetón sólo se cayó del caballo, noporqueestuvieragravementeherido,sinoporquecomonopodíaversuheridacreyósindudaestarmáspeligrosamenteheridodeloqueloestaba.

—Es una emboscada—dijo D’Artagnan—, no piquemos el cebo, y enmarcha.

Aramis, aunque herido como estaba se agarró a las crines de su caballo,que le llevócon losotros.EldeMosquetónse leshabía reunidoygalopabacompletamentesoloasulado.

—Asítendremosuncaballoderecambio—dijoAthos.

—Preferiría tener un sombrero —dijo D’Artagnan—; el mío se lo hallevado una bala.Ha sido una suerte que la carta que llevo no haya estadodentro.

—¡Vaya,vanamataralpobrePorthoscuandopase!—dijoAramis.

—Si Porthos estuviera sobre sus piernas, ya se nos habría unido—dijoAthos—.Miopiniónesque,sobrelamarcha,elborrachosehadespejado.

Y galoparon aún durante dos horas, aunque los caballos estuvieran tanfatigadosqueeradetemerquenegasenmuyprontoelservicio.

Losviajeroshabíancogido la trocha,esperandodeesta formasermenosinquietados; pero en Crèvecoeur, Aramis declaró que no podía seguir. En

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efecto,habíanecesitadodetodosucorajequeocultababajosuformaelegantey sus ademanes cortesespara llegarhasta allí.Acadamomentopalidecía, yteníanquesostenerlosobresucaballo;lobajaronalapuertadeunataberna,ledejaron aBazin que, por lo demás, en una escaramuza eramás embarazosoqueútil,yvolvieronapartirconlaesperanzadeiradormiraAmiens.

—¡Pardiez!—dijoAthos cuando se encontraron en camino, reducidos ados amos y aGrimaud yPlanchet—. ¡Pardiez!No seré yo su víctima, y osaseguroquenomeharánabrirlabocanisacarlaespadadeaquíaCalais…Lojuro…

—No juremos —dijo D’Artagnan—, galopemos si nuestros caballosconsientenenello.

Y los viajeros hundieron sus espuelas en el vientre de sus caballos, que,vigorosamenteestimulados,volvieronaencontrarfuerzas.LlegaronaAmiensamedianocheydescendieronenelalberguedelLisd’Or.

Elhosteleroteníaelaspectodelmáshonestohombredelatierra;recibióalosviajerosconsupalmatoriaenunamanoysubonetedealgodónenlaotra;quisoalojaralosdosviajerosacadaunoenunahabitaciónencantadora,perodesgraciadamentecadaunadeaquellashabitacionesestabaenunapuntadelhotel.D’ArtagnanyAthoslasrechazaron;elhostelerorespondióquenohabíaotrasdignasdeSusExcelencias;perolosviajerosdeclararonqueseacostaríanenlahabitacióncomún,cadaunosobreuncolchónquepondríanenelsuelo.Elhosteleroinsistió,losviajerosseobstinaron:huboquehacerloquequerían.

Acababandedisponerellechoydeatrancarlapuertapordentro,cuandollamaron al postigo del patio; preguntaron quién estaba allí, reconocieron lavozdesuscriadosyabrieron.

Enefecto,eranPlanchetyGrimaud.

—Grimaud bastará para guardar los caballos —dijo Planchet—; si losseñoresquieren,yomeacostaréatravesandolapuerta;deestaforma,estaránsegurosdequenadiellegaráhastaellos.

—¿Yenquéteacostarás?—dijoD’Artagnan.

—Heaquímicama—respondióPlanchet.

Ymostróunhazdepaja.

—Ven entonces—dijoD’Artagnan—; tienes razón: la cara del hosteleronomegusta,esdemasiadograciosa.

—Niamítampoco—dijoAthos.

Planchet subió por la ventana y se instaló atravesado junto a la puerta,mientrasGrimaudibaaencerrarseenlacuadra,respondiendoquealascinco

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élyloscuatrocaballosestaríandispuestos.

La noche fue bastante tranquila. Hacia las dos de la mañana intentaronabrirlapuerta,perocuandoPlanchetsedespertósobresaltadoygritó:«¿Quiénva?»,lerespondieronqueseequivocaban,ysealejaron.

A las cuatro de la mañana, se oyó un gran escándalo en las cuadras;Grimaud había querido despertar a los mozos de cuadra, y los mozos decuadra le golpeaban.Cuandoabrieron la ventana, sevio al pobremuchachosinconocimiento,lacabezahendidaporungolpedelmangodeunhorcón.

Planchetbajó entonces alpatioyquisoensillar los caballos; los caballosestabanextenuados.SóloeldeMosquetón,quehabíaviajadosinamodurantecincooseishoraslavíspera,habríapodidocontinuarlaruta;peroporunerrorinconcebible,elveterinarioalquesehabíamandadoabuscar,segúnparecía,parasangraralcaballodelhostelero,habíasangradoaldeMosquetón.

Aquellocomenzabaaserinquietante:todosaquellosaccidentessucesivoseranquizáresultadodelazar,peropodíantambiénsermuybienfrutodeunaconspiración.AthosyD’Artagnansalieron,mientrasPlanchetibaainformarsede si había tres caballos enventapor los alrededores.A lapuertahabíadoscaballoscompletamenteequipados, fuertesyvigorosos.Aquelloarreglabaelasunto.Preguntódóndeestabanlosdueños; ledijeronquelosdueñoshabíanpasadolanocheenelalbergueysaldabansucuentaenaquelmomentoconelamo.

Athosbajóparapagarelgasto,mientrasD’ArtagnanyPlanchetestabanenlapuertadelacalle.Elhostelerosehallabaenunahabitaciónbajayalejada,alaquerogóaAthosquepasase.

Athos entró sindesconfianzay sacódospistolasparapagar: el hosteleroestabasoloysentadoantesumesa,unodecuyoscajonesestabaentreabierto.TomóeldineroqueleofrecióAthos,lohizodarvueltasymásvueltasensusmanosydepronto,gritandoquelamonedaerafalsa,declaróqueibaahacerledetener,aélyasucompañero,pormonederosfalsos.

—¡Bribón!—dijoAthos,avanzandohaciaél—.¡Voyacortartelasorejas!

En aquel mismo instante, cuatro hombres armados hasta los dientesentraronporlaspuertaslateralesysearrojaronsobreAthos.

—¡Mehancogido!—gritóAthoscontodaslasfuerzasdesuspulmones—.¡Largaos,D’Artagnan!¡Picaespuelas,pícalas!—ysoltódostirosdepistola.

D’ArtagnanyPlanchetnoselohicieronrepetirdosveces,soltaronlosdoscaballosqueesperabanalapuerta,saltaronencima,leshundieronlasespuelasenelvientreypartieronagalopetendido.

—¿Sabes qué ha sido de Athos? —preguntó D’Artagnan a Planchet

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mientrascorrían.

—¡Ay,señor!—dijoPlanchet—.Hevistocaeradosporlosdosdisparos,ymehaparecido,a travésde lavidriera,que luchabacon laespadacon losotros.

—¡Bravo,Athos!—murmuróD’Artagnan—.¡Cuandopiensoquehayqueabandonarlo!Detodosmodos,quizánosesperaotrotantoadospasosdeaquí.¡Adelante,Planchet,adelante!Eresunvaliente.

—Yaoslodije,señor—respondióPlanchet—;enlospicardos,esoseveconeluso,estoyenmitierra,yesomeexcita.

Ylosdosjuntos,picandoespuelas,llegaronaSaint-Omerdeunsolotirón.En Saint-Omer hicieron respirar a los caballos brida enmano, pormiedo acontratiempos,ycomieronunbocadodeprisaydepieenlacalle;traslocual,volvieronapartir.

AcienpasosdelaspuertasdeCalais,elcaballodeD’Artagnancayó,yyanohubomediodehacerlolevantarse:lasangrelesalíaporlanarizyporlosojos;quedabasóloeldePlanchet,peroéstesehabíaparadoynohubomediodehacerleandar.

Afortunadamente, comohemosdicho, estabana cienpasosde la ciudad;dejaron lasdosmonturasen lacarreteraycorrieronalpuerto.Planchethizoobservar a su amo un gentilhombre que llegaba con su criado y que no lesprecedíamásqueenunacincuentenadepasos.

Se aproximaron rápidamente a aquel hombre que parecía muy agitado.Tenía las botas cubiertas de polvo y se informaba sobre si podría pasar enaquelmismomomentoaInglaterra.

—Nada seríamás fácil—le respondió el patróndeunnavíodispuesto ahacersealavela—;peroestamañanahallegadolaordendenodejarpartiranadiesinunpermisoexpresodelseñorcardenal.

—Tengoesepermiso—dijoelgentilhombresacandounpapeldesubolso—;aquíestá.

—Hacedlo visar por el gobernador del puerto—dijo el patrón y dadmepreferencia.

—¿Dóndeencontraréalgobernador?

—Ensucasadecampo.

—¿Ydóndeestásituadaesacasa?

—Aun cuartode leguade la villa;mirad, desde aquí la veréis al pie deaquellapequeñaprominencia,aqueltechodepizarra.

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—¡Muybien!—dijoelgentilhombre.

Y seguido de su lacayo, tomó el camino de la casa de campo delgobernador.

D’Artagnan y Planchet siguieron al gentilhombre a quinientos pasos dedistancia.

Una vez fuera de la villa, D’Artagnan apresuró el paso y alcanzó algentilhombrecuandoésteentrabaenunbosquecillo.

—Señor—ledijoD’Artagnan—,parecequetenéismuchaprisa.

—Nopuedotenermás,señor.

—Estoy desesperado—dijo D’Artagnan—, porque como también tengoprisa,querríapedirosunfavor.

—¿Cuál?

—Quemedejéispasarprimero.

—Imposible —dijo el gentilhombre—; he hecho sesenta leguas encuarentaycuatrohorasyesprecisoquemañanaamediodíaestéenLondres.

—Y yo he hecho el mismo camino en cuarenta horas y es preciso quemañanaalasdiezdelamañanaestéenLondres.

—Caso perdido, señor; pero yo he llegado el primero y no pasaré elsegundo.

—Casoperdido,señor;peroyohellegadoelsegundoypasaréelprimero.

—¡Serviciodelrey!—dijoelgentilhombre.

—¡Serviciomío!—dijoD’Artagnan.

—Meparecequeesunamalapelealaquemebuscáis.

—¡Pardiez!¿Quéqueréisquesea?

—¿Quédeseáis?

—¿Queréissaberlo?

—Porsupuesto.

—Puesbien,quierolaordendequesoisportador,dadoqueyonolatengoydadoquenecesitouna.

—¿Bromeáis,verdad?

—Nobromeonunca.

—¡Dejadmepasar!

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—Nopasaréis.

—Mivalientejoven,voyaromperoslacabeza.¡Eh,Lubin,mispistolas!

—Planchet—dijoD’Artagnan—,encárgate túdelcriado,yomeencargodelamo.

Planchet,enardecidoporlaprimeraproeza,saltósobreLubin,ycomoerafuerte y vigoroso, dio con sus riñones en el suelo y le puso la rodilla en elpecho.

—Cumplidvuestrocometido,señor—dijoPlanchet—,queyoyahehechoelmío.

Al ver esto, el gentilhombre sacó su espada y se abalanzó sobreD’Artagnan;peroteníaquehabérselasconunadversarioterrible.

EntressegundosD’Artagnanlesuministrótresestocadas,diciendoacadauna:

—UnaporAthos,otraporPorthos,yotraporAramis.

Alatercera,elgentilhombrecayócomounamole.

D’Artagnanlecreyómuerto,oalmenosdesvanecido,yseaproximóaélpara cogerle la orden, pero en el momento en que extendía el brazo pararegistrarlo,elherido,quenohabíasoltadosuespada,leasestóunpinchazoenelpechodiciendo:

—Unaporvos.

—¡Yunapormí!¡Paraelfinallabuena!—exclamóD’Artagnanfurioso,clavándoleentierraconunacuartaestocadaenelvientre.

Aquellavezelgentilhombrecerrólosojosysedesvaneció.

D’Artagnanregistróelbolsilloenquehabíavistoponerlaordendepasoylacogió.EstabaanombredelcondedeWardes.

Luego, lanzando una última ojeada sobre el hermoso joven, que apenasteníaveinticincoañosyalquedejabaallítendido,privadodelsentidoyquizámuerto,lanzóunsuspirosobreaquelextrañodestinoquellevaaloshombresadestruirseunosaotrosporinteresesdepersonasquelessonextrañasyqueamenudonosabensiquieraqueexisten.

PeromuyprontofuesacadodeestascavilacionesporLubin,quelanzabaaullidosypedíaayudacontodassusfuerzas.

Planchetlepusolamanoenlagargantayapretócontodassusfuerzas.

—Señor—dijo—mientras lo tenga así, no gritará, de eso estoy seguro;perotanprontocomolosuelte,volveráagritar.Es,segúncreo,normando,y

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losnormandossoncabezotas.

—¡Espera!—dijoD’Artagnan.

Ycogiendosupañueloloamordazó.

—Ahora—dijoPlanchet—atémosloaunárbol.

Lacosafuehechaaconciencia,luegoarrastraronalcondedeWardesjuntoa su doméstico; y como la noche comenzaba a caer y el atado y el heridoestabanalgunospasosdentrodelbosque,eraevidentequedebíanquedarseallíhastaeldíasiguiente.

—¡Yahora—dijoD’Artagnan—,acasadelgobernador!

—Peroestáisherido,meparece—dijoPlanchet.

—Noesnada;ocupémonosdeloquemásurge;luegoyavolveremosamiheridaque,además,nomeparecemuypeligrosa.

Y los dos se encaminaron deprisa hacia la casa de campo del dignofuncionario.

AnunciaronalseñorcondedeWardes.

D’Artagnanfueintroducido.

—¿Tenéisunaordenfirmadadelcardenal?—dijoelgobernador.

—Sí,señor—respondióD’Artagnan—,aquíestá.

—¡Ah,ah!Estáenreglaybiencertificada—dijoelgobernador.

—Esmuysimple—respondióD’Artagnan—,soyunodesusmásfieles.

—ParecequeSuEminenciaquiereimpediraalguienllegaraInglaterra.

—Sí,auntalD’Artagnan,ungentilhombrebearnésquehasalidodeParíscontresamigossuyosconlaintencióndellegaraLondres.

—¿Leconocéisvospersonalmente?—preguntóelgobernador.

—¿Aquién?

—AeseD’Artagnan.

—Demaravilla.

—Dadmesusseñasentonces.

—Nadamásfácil.

YD’ArtagnanhizorasgoporrasgoladescripcióndelcondedeWardes.

—¿Vaacompañado?—preguntóelgobernador.

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—Sí,deuncriadollamadoLubin.

—Se tendrá cuidado con ellos y, si les ponemos la mano encima, SuEminencia puede estar tranquilo, serán devueltos a París con una buenaescolta.

—Y si lo hacéis, señor gobernador—dijo D’Artagnan—, habréis hechoméritosanteelcardenal.

—¿Loveréisavuestroregreso,señorconde?

—Sinningunaduda.

—Ossuplicoqueledigáisquesoysuservidor.

—Nodejarédehacerlo.

Y contento por esta promesa, el gobernador visó el pase y lo entregó aD’Artagnan.

D’Artagnan no perdió su tiempo en cumplidos inútiles, saludó algobernador,lediolasgraciasypartió.

Unavezfuera,élyPlanchet tomaronsucaminoy,dandoungranrodeo,evitaronelbosqueyvolvieronaentrarporotrapuerta.

Elnavíocontinuabadispuestoparapartir,elpatrónesperabaenelpuerto.

—¿Ybien?—dijoalveraD’Artagnan.

—Aquíestámipasevisado—dijoéste.

—¿Yaquelotrogentilhombre?

—Nopasaráhoy—dijoD’Artagnan—,peroestadtranquilo,yopagaréelpasajepornosotrosdos.

—Entalcaso,partamos—dijoelpatrón.

—¡Partamos!—repitióD’Artagnan.

YsaltóconPlanchetalbote;cincominutosdespuésestabanabordo.

Justoatiempo:amedialeguaenaltamar,D’Artagnanviobrillarunaluzyoyóunadetonación.

Eraelcañonazoqueanunciabaelcierredelpuerto.

Era momento de ocuparse de su herida; afortunadamente, comoD’Artagnanhabíapensado,noeradelasmáspeligrosas:lapuntadelaespadahabía encontrado una costilla y se había deslizado a lo largo del hueso;además, la camisa se había pegado al punto a la herida, y apenas si habíadestiladoalgunasgotasdesangre.

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D’Artagnan estaba roto de fatiga; extendieron para él un colchón en elpuente,seechóencimaysedurmió.

Aldíasiguiente,allevantareldíaseencontróatresocuatroleguasaúndelascostasdeInglaterra;labrisahabíasidodébiltodalanocheyhabíanandadopoco.

Alasdiez,elnavíoechabaelanclaenelpuertodeDouvres.

A las diez y media, D’Artagnan ponía el pie en tierra de Inglaterra,exclamando:

—¡Porfin,hemeaquí!

Peroaquellonoeratodo;habíaqueganarLondres.EnInglaterra,lapostaestaba bastante bien servida. D’Artagnan y Planchet tomaron cada uno unajaca,unpostillóncorriópordelantedeellos;encuatrohorasseplantaronenlaspuertasdelacapital.

D’Artagnan no conocíaLondres,D’Artagnan no sabía ni una palabra deinglés; pero escribió el nombre de Buckingham en un papel, y todos leindicaronelpalaciodelduque.

ElduqueestabacazandoenWindsor,conelrey.

D’Artagnanpreguntópor el ayudade cámarade confianzadel duque, elcual, por haberle acompañado en todos sus viajes, hablaba perfectamentefrancés;ledijoquellegabadeParísparaunasuntodevidaomuerte,yqueeraprecisoquehablaseconsuamoalinstante.

LaconfianzaconquehablabaD’ArtagnanconvencióaPatrice,queasísellamabaesteministrodelministro.Hizoensillardoscaballosyseencargódeconducir al joven guardia. En cuanto a Planchet, le habían bajado de sumonturarígidocomounjunco;elpobremuchachosehallabaenellímitedesusfuerzas;D’Artagnanparecíadehierro.

Llegaron al castillo; allí se informaron: el rey y Buckingham cazabanpájarosenlasmarismassituadasadosotresleguasdeallí.

Alosveinteminutosestuvieronenellugarindicado.ProntoPatriceoyólavozdesuseñorquellamabaasuhalcón.

—¿Aquiéndeboanunciaramilordelduque?—preguntóPatrice.

—AljovenqueunanochebuscóquerellaconélenelPont-Neuf,frentealaSamaritaine.

—¡Singularrecomendación!

—Yaveréiscómovaletantocomocualquierotra.

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Patrice puso su caballo al galope, alcanzó al duque y le anunció en lostérminosquehemosdichoqueunmensajeroleesperaba.

Buckingham reconoció a D’Artagnan al instante, y temiendo que enFrancia pasaba algo cuya noticia se le hacía llegar, no perdió más que eltiempo de preguntar dónde estaba quien la traía; y habiendo reconocido delejoseluniformede losguardiaspusosucaballoalgalopeyvinoderechoaD’Artagnan.Patrice,pordiscreción,semantuvoaparte.

—¿No le ha ocurrido ninguna desgracia a la reina? —exclamóBuckingham,pintándoseenestapreguntatodosupensamientoytodosuamor.

—Nolocreo;sinembargo,creoquecorrealgúngranpeligrodelquesóloVuestraGraciapuedesacarla.

—¿Yo? —exclamó Buckingham—. ¡Bueno, me sentiría muy feliz deservirlaparaalgunacosa!¡Hablad!¡Hablad!

—Tomadestacarta—dijoD’Artagnan.

—¡Estacarta!¿Dequiénvieneestacarta?

—DeSuMajestad,segúnpienso.

—¡DeSuMajestad!—dijoBuckinghampalideciendohasta talpuntoqueD’Artagnancreyóqueibaamarearse.

Yrompióelsello.

—¿Quéesestedesgarrón?—dijomostrandoaD’Artagnanunlugarenelquesehallabaatravesadadeparteaparte.

—¡Ah, ah! —dijo D’Artagnan—. No había visto eso; es la espada delconde de Wardes la que ha hecho ese hermoso agujero al agujerearme elpecho.

—¿Estáisherido?—preguntóBuckinghamrompiendoelsello.

—¡Oh!¡Noesnada!—dijoD’Artagnan—.Unrasguño.

—¡Justo cielo! ¡Qué he leído! —exclamó el duque—. Patrice, quédateaquí,omejor,reúneteconelreydondeesté,ydiaSuMajestadquelesuplicohumildementeexcusarme,perounasuntodelamásaltaimportanciamellamaaLondres.Venid,señor,venid.

Ylosdosjuntosvolvieronatomaralgalopeelcaminodelacapital.

CapítuloXXI

LacondesadeWinter

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Duranteelcamino,elduquesehizoponeralcorrienteporD’Artagnannodecuantohabíapasado,sinodeloqueD’Artagnansabía.Alunirloquehabíaoído salir de la boca del joven a sus recuerdos propios, pudo, pues, hacerseunaideabastanteexactadeunasituación,decuyagravedad,porlodemás,lacartadelareina,porcortaypocoexplícitaquefuese,ledabalamedida.Peroloqueleextrañabasobretodoesqueelcardenal, interesadocomoestabaenqueaqueljovennopusieraelpieenInglaterra,nohubieralogradodetenerloenruta.

Fueentonces,yantelamanifestacióndeestasorpresa,cuandoD’Artagnanlecontólasprecaucionestomadas,ycómograciasalaabnegacióndesustresamigos, que había diseminado todo ensangrentados en el camino, habíallegadoalibrarse,salvolaestocadaquehabíaatravesadoelbilletedelareinayquehabíadevueltoalseñordeWardesentanterriblemoneda.Alescucharesterelatohechoconlamayorsimplicidad,elduquemirabadevezencuandoaljovenconaireasombrado,comosinohubierapodidocomprenderquetantaprudencia, corajey abnegaciónhubieranvenidoaun rostroqueno indicabatodavíalosveinteaños.

Los caballos iban como el viento y en algunosminutos estuvieron a laspuertasdeLondres.D’Artagnanhabíacreídoquealllegaralaciudadelduqueaminoraría lamarcha del suyo, pero no fue así: continuó su camino a todocorrer,inquietándosepocodesiderribabaaquienessehallabanensucamino.En efecto, al atravesar la ciudad, ocurrieron dos o tres accidentes de estegénero;peroBuckinghamnovolvió siquiera la cabezaparamirarquéhabíasidodeaquellosalosquehabíavolteado.D’Artagnanleseguíaenmediodegritosqueseparecíanmuchoamaldiciones.

Al entrar en el patio del palacio, Buckingham saltó de su caballo y, sinpreocuparseporloqueleocurriría,lanzólabridasobreelcuelloyseabalanzóhacialaescalinata.D’Artagnanhizootrotanto,conalgunainquietudmássinembargo, por aquellos nobles animales cuyo mérito había podido apreciar;perotuvoelconsuelodeverquetresocuatrocriadossehabíanlanzadodelascocinasylascuadrasyseapoderabanalpuntodesusmonturas.

El duque caminaba tan rápidamente que D’Artagnan apenas podíaseguirlo.Atravesósucesivamentevariossalonesdeunaeleganciadelaquelosmayores señores de Francia no tenían siquiera idea, y llegó por fin a undormitorioqueeraalavezunmilagrodegustoyderiqueza.Enlaalcobadeestahabitaciónhabíaunapuerta,ocultaenlatapicería,queelduqueabrióconuna llavecita de oro que llevaba colgada de su cuello por una cadena delmismometal.Pordiscreción,D’Artagnansehabíaquedadoatrás;peroenelmomento en que Buckingham franqueaba el umbral de aquella puerta, sevolvió,yviendolaindecisióndeljoven:

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—Venid—ledijo—,ysitenéisladichadeseradmitidoenpresenciadeSuMajestad,decidleloquehabéisvisto.

Alentado por esta invitación, D’Artagnan siguió al duque, que cerró lapuertatrasél.

Losdosseencontraronentoncesenunapequeñacapillatapizadatodaellade seda de Persia y brocada de oro, ardientemente iluminada por un grannúmero de bujías. Encima de una especie de altar, y debajo de un dosel deterciopeloazulcoronadodeplumasblancasyrojas,habíaunretratodetamañonatural representando a Ana de Austria, tan perfectamente parecido queD’Artagnan lanzó un grito de sorpresa: se hubiera creído que la reina iba ahablar.

Sobre el altar, y debajo del retrato, estaba el cofre que guardaba losherretesdediamantes.

El duque se acercó al altar, se arrodilló comohubiera podidohacerlo unsacerdoteanteCristo;luegoabrióelcofre.

—Mirad—le dijo sacando del cofre un grueso nudo de cinta azul todoresplandecientedediamantes—.Mirad,aquíestánestospreciososherretesconlosquehabíahechojuramentodeserenterrado.Lareinameloshabíadado,lareinamelospide;queentodosehagasuvoluntad,comoladeDios.

Luegosepusoabesarunostrasotrosaquellosherretesdelosqueteníaquesepararse.Depronto,lanzóungritoterrible.

—¿Quépasa?—preguntóD’Artagnanconinquietud—.¿Yquéosocurre,milord?

—Todoestáperdido—exclamóBuckingham,volviéndosepálidocomounmuerto—;dosdeestosherretesfaltan,nohaymásquediez.

—Milord,¿loshaperdidoocreequeseloshanrobado?

—Meloshanrobado—repusoelduque—.Yeselcardenalquienhadadoelgolpe.Mirad,lascintasquelossosteníanhansidocortadascontijeras.

—Si milord pudiera sospechar quién ha cometido el robo… Quizá esapersonalostengaaúnensusmanos.

—¡Esperad, esperad! —exclamó el duque—. La única vez que me hepuestoestosherretes fueenelbailedel rey,haceochodías,enWindsor.LacondesadeWinter,conquienestabaenfadado,semeacercóduranteesebaile.Aquellareconciliacióneraunavenganzademujercelosa.Desdeesedíanolahevueltoaver.Esamujeresunagentedelcardenal.

—¡Perolostieneentoncesentodoelmundo!—exclamóD’Artagnan.

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—¡Oh,sísí!—dijoBuckingham,apretandolosdientesdecólera—.Sí,esunluchadorterrible.Pero,noobstante,¿cuándohadetenerlugaresebaile?

—Elpróximolunes.

—¡El próximo lunes! Todavía cinco días; es más tiempo del quenecesitamos.¡Patrice!—exclamóelduque,abriendolapuertadelacapilla—.¡Patrice!

Suayudadecámaradeconfianzaapareció.

—¡Mijoyeroymisecretario!

Elayudadecámarasalióconunaprestezayunmutismoqueprobabanelhábitoquehabíacontraídodeobedecerciegamenteysinréplica.

Pero aunque fuera el joyero llamado en primer lugar, fue el secretarioquien apareció antes. Era muy simple, vivía en palacio. Encontró aBuckingham sentado ante unamesa en su dormitorio y escribiendo algunasórdenesdesupropiopuño.

—Señor Jackson—le dijo—, vais a daros un paseo hasta casa del lord-canciller y decirle que le encargo la ejecución de estas órdenes. Deseo queseanpromulgadasalinstante.

—Pero, monseñor, si el lord-canciller me interroga por los motivos quehan podido llevar a Vuestra Gracia a una medida tan extraordinaria, ¿quéresponderé?

—Quetalhasidomicapricho,yquenotengoquedarcuentaanadiedemivoluntad.

—¿Será esa la respuesta que deberá transmitir a Su Majestad—repusosonriendoelsecretario—siporcasualidadSuMajestad tuviera lacuriosidaddesaberporquéningúnbajelpuedesalirdelospuertosdeGranBretaña?

—Tenéis razón señor—respondióBuckingham—. En tal caso le dirá alrey que he decidido la guerra, y que esta medida es mi primer acto dehostilidadcontraFrancia.

Elsecretarioseinclinóysalió.

—Ya estamos tranquilos por ese lado —dijo Buckingham, volviéndosehacia D’Artagnan—. Si los herretes no han partido ya para Francia, nollegaránantesquevos.

—Yeso,¿porqué?

—Acabo de embargar a todos los navíos que se encuentran en estemomento en los puertos de Su Majestad, y a menos que haya un permisoparticular,niunosoloseatreveráalevaranclas.

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D’Artagnan miró con estupefacción a aquel hombre que ponía el poderilimitadodequeestabarevestidoporlaconfianzadeunreyalserviciodesusamores.Buckinghamvioenlaexpresióndelrostrodeljovenloquepasabaensupensamientoysonrió.

—Sí —dijo— sí, es que Ana de Austria es mi verdadera reina; a unapalabrade ella traicionaría amipaís, traicionaría ami rey, traicionaría amiDios.EllamepidiónoenviaralosprotestantesdeLaRochellelaayudaqueyo leshabíaprometido,yno lohehecho.Faltabaasíamipalabra, ¡peronoimporta! Obedecía a su deseo. ¿No he sido suficientemente pagado por miobediencia?Porqueaesaobedienciadeboprecisamentesuretrato.

D’Artagnan admiró de qué hilos frágiles y desconocidos están a vecessuspendidoslosdestinosdeunpuebloylavidadeloshombres.

Estabaélenlomásprofundodesusreflexiones,cuandoentróelorfebre:eraunirlandésdelosmáshábilesensuarte,yqueconfesabaélmismoganarcienmillibrasalañoconelduquedeBuckingham.

—Señor O’Reilly—le dijo el duque, conduciéndolo a la capilla—, vedestosherretesdediamantesydecidmecuántovalecadapieza.

El orfebre lanzó una sola ojeada sobre la forma elegante en que estabanengastados,calculóunoconotroelvalordelosdiamantesysindudaalguna:

—Milquinientaspistolaslapieza,milord—respondió.

—¿Cuántosdíassenecesitaríanparahacerdosherretescomoestos?Comoveis,faltandos.

—Ochodías,milord.

—Los pagaré a tresmil pistolas la pieza, pero los necesito para pasadomañana.

—Lostendrá,milord.

—Sois un hombre preciso, señor O’Reilly, pero esto no es todo; esoserretes nopueden ser confiados a nadie, es preciso que seanhechos en estepalacio.

—Imposible, milord, sólo yo puedo realizarlos para que no se vea ladiferenciaentrelosnuevosylosviejos.

—Entonces,miqueridoseñorO’Reilly,soismiprisionero,yaunqueahoraquisieraissalirdemipalacionopodríais;decidid,pues.Decidmelosnombresdelosayudantesquenecesitáis,ydesignadlosutensiliosquedebentraer.

Elorfebreconocíaalduque,sabíaquecualquierobservaciónerainútil,yporesotomóalinstantesudecisión.

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—¿Meserápermitidoavisaramimujer?—preguntó.

—¡Oh!Osseráinclusopermitidoverla,miqueridoseñorO’Reilly;vuestrocautiverio será dulce, estad tranquilo; y como toda molestia vale unacompensación, además del precio de los dos herretes, aquí tenéis un buenmillardepistolasparahacerosolvidarlamolestiaqueoscauso.

D’Artagnan no volvía del asombro que le causaba aquel ministro, quemovíaasuplacerhombresymillones.

Encuantoalorfebre,escribíaasumujerenviándoleelbonodemilpistolasy encargándola devolverle a cambio su aprendiz más hábil, un surtido dediamantes cuyopesoy título le daba, y una lista de los instrumentos que leerannecesarios.

Buckinghamcondujoalorfebrea lahabitaciónque leestabadestinadayque, al cabo de media hora, fue transformada en taller. Luego puso uncentinela en cada puerta con prohibición de dejar entrar a quienquiera quefuese, a excepción de su ayuda de cámara Patrice. Es inútil añadir que alorfebreO’Reillyyasuayudantelesestabaabsolutamenteprohibidosalirbajoelpretextoquefuera.

Arregladoestepunto,elduquevolvióaD’Artagnan.

—Ahora, joven amigomío—dijo—, Inglaterra es nuestra. ¿Qué queréisquédeseáis?

—Unacama—respondióD’Artagnan—.Osconfiesoqueporelmomentoesloquemásnecesito.

Buckingham dio a D’Artagnan una habitación que pegaba con la suya.Quería tener al joven bajo sumano, no porque desconfiase de él, sino parateneralguienconquienhablarconstantementedelareina.

Una hora después fue promulgada en Londres la ordenanza de no dejarsalir de los puertos ningún navío cargado para Francia, ni siquiera elpaquebotede lascamas.A losojosde todos,aquelloeraunadeclaracióndeguerraentrelosdosreinos.

Dos días después, a las once, los dos herretes en diamantes estabanacabados y tan perfectamente imitados, tan perfectamente parejos queBuckinghamnopudoreconocerlosnuevosdelosantiguos,ylosmásexpertosensemejantemateriasehabríanequivocadoigualqueél.

AlpuntohizollamaraD’Artagnan.

—Mirad —le dijo—. Aquí están los herretes de diamantes que habéisvenidoabuscar,ysedmitestigodequetodocuantoelpoderhumanopodíahacerlohehecho.

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—Estadtranquilo,milord,diré loquehevisto;pero¿meentregaVuestraGracialosherretessinlacaja?

—La caja os sería un embarazo. Además, la caja es para mí tanto máspreciosacuantoquesólomequedaella.Diréisquelaconservoyo.

—Harévuestroencargopalabraporpalabra,milord.

—Yahora—prosiguióBuckingham,mirandofijamentealjoven—,¿cómosaldarémideudaconvos?

D’Artagnan enrojeció hasta el blanco de los ojos. Vio que el duquebuscabaunmediodehacerleaceptaralgo,yaquellaideadequelasangredesus compañerosy la suya iban a serpagadaspor el oro inglés le repugnabaextrañamente.

—Entendámonosmilord—respondióD’Artagnan—,ysopesemosbienloshechos por adelantado, a fin de que no haya desprecio en ello. Estoy alserviciodelreyydelareinadeFrancia,yformopartedelacompañíadelosguardiasdelseñordesEssartsquien,comosucuñadoelseñordeTréville,estáparticularmentevinculadoaSusMajestades.Portanto,lohehechotodoporlareinaynadaporVuestraGracia.Esmás,quizánohubierahechonadadetodoestosinohubieratratadodeseragradableaalguienqueesmidama,comolareinaloesvuestra.

—Sí—dijoelduque,sonriendo—,ycreo inclusoconoceraesapersona,es…

—Milord,yonolahenombrado—interrumpióvivamenteeljoven.

—Es justo—dijoelduque—.Es,pues,aesapersonaaquiendeboestaragradecidoporvuestraabnegación.

—Vos lohabéisdicho,milord, porqueprecisamente en estemomento enquesetratadeguerra,osconfiesoquenoveoenVuestraGraciamásqueauninglés, y por consiguiente a un enemigo al que estaría más encantado deencontrar en el campo de batalla que en el parque de Windsor o en loscorredoresdelLouvre; locual,por lodemás,nomeimpediráejecutarpuntoporpuntomimisiónyhacermematarsiesnecesarioparacumplirla;pero,lorepitoaVuestraGracia,sinquetengaqueagradecermepersonalmenteloquepor mí hago en esta segunda entrevista más de lo que hice por ella en laprimera.

—Nosotros decimos: «Orgulloso como un escocés» —murmuróBuckingham.

—Y nosotros decimos: «Orgulloso como un gascón» —respondióD’Artagnan.LosgasconessonlosescocesesdeFrancia.

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D’Artagnansaludóalduqueysedispusoapartir.

—¡Ybien!¿Osvaisas?¿Pordónde?¿Cómo?

—Escierto.

—¡Diosmecondene!Losfrancesesnotemenanada.

—HabíaolvidadoqueInglaterraeraunaislayquevoseraiselrey.

—Idalpuerto,buscadelbricbarcaSund,entregadestacartaalcapitán;élosconduciráaunpequeñopuertodondeciertamentenoosesperan,ydondenoatracanporreglageneralmásquebarcosdepesca.

—¿Cómosellamaesepuerto?

—Saint-Valèry;pero,esperad:llegadoallí,entraréisenunmalalberguesinnombre y sin muestra, un verdadero garito de marineros; no podéisconfundiros,nohaymásqueuno.

—¿Después?

—Preguntaréisporelhostelero,ylediréis:Forward.

—Locualquieredecir…

—Adelante:eslacontraseña.Osdaráuncaballocompletamenteensilladoy os indicará el camino que debéis seguir; encontraréis de esemodo cuatrorelevosenvuestraruta.SiencadaunodeellosqueréisdarvuestradireccióndeParís, loscuatrocaballosos seguirán;yaconocéisdos,ymehaparecidoquesabéisapreciarloscomoaficionado:sonlosquehemosmontado;creedme,los otros no les son inferiores. Estos cuatro caballos están equipados paracampaña. Por orgulloso que seáis, no os negaréis a aceptar uno ni haceraceptarlosotrostresavuestroscompañeros:ademássonparahacerlaguerra.Elfinexcluyelosmedios,comovosdecís,comodicenlosfranceses,¿noesasí?

—Sí, milord, acepto —dijo D’Artagnan—. Y si place a Dios, haremosbuenusodevuestrospresentes.

—Ahora,vuestramano,joven;quizánosencontremosprontoenelcampode batalla; pero mientras tanto, nos dejaremos como buenos amigos, esoespero.

—Sí,milord,peroconlaesperanzadeconvertirnosprontoenenemigos.

—Estadtranquilo,osloprometo.

—Cuentoconvuestrapalabra,milord.

D’Artagnansaludóalduqueyavanzóvivamentehaciaelpuerto.

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FrentealaTorredeLondresencontróelnavíodesignado,entregósucartaalcapitán,quelahizovisarporelgobernadordelpuerto,yaparejóalpunto.

Cincuentanavíosestabanenfranquiciayesperaban.

Alpasarjuntoalabordadeunodeellos,D’Artagnancreyóreconoceralamujer de Meung, la misma a la que el gentilhombre desconocido habíallamado «Milady», y que él, D’Artagnan, había encontrado tan bella; perogracias a la corriente del río y al buen viento que soplaba, su navío iba tandeprisaquealcabodeuninstanteestuvieronfueradelalcancedelosojos.

Aldíasiguiente,hacialasnuevedelamañana,llegaronaSaint-Valèry.

D’Artagnansedirigióalinstantehaciaelalbergueindicado,yloreconocióporlosgritosquedeélsalían:sehablabadeguerraentreInglaterrayFranciacomodealgopróximoeindudable,ylosmarineroscontentosalborotabanenmediodelajuerga.

D’Artagnanhendió lamultitud, avanzóhacia el hosteleroypronunció lapalabraForword.Alinstanteelhuéspedlehizoseñadequelesiguiese,saliócon él por una puerta que daba al patio, lo condujo a la cuadra donde loesperaba un caballo completamente ensillado, y le preguntó si necesitabaalgunaotracosa.

—Necesitoconocerlarutaquedeboseguir—dijoD’Artagnan.

—IddeaquíaBlangy,ydeBlangyaNeufchátel.EnNeufchátelentradenel albergue de laHerse d’Ord, dad la contraseña al hotelero, y, como aquí,encontraréisuncaballototalmenteensillado.

—¿Deboalgo?—preguntóD’Artagnan.

—Todoestápagado—dijoelhostelero—,yconlargueza.Id,pues,yqueDiososguíe.

—¡Amén!—respondióeljoven,partiendoalgalope.

CuatrohorasdespuésestabaenNeufchátel.

Siguió estrictamente las instrucciones recibidas; enNeufchátel, como enSaint-Valèry, encontró una montura totalmente ensillada y aguardándolo;quiso llevar las pistolas de la silla que acababa de dejar a la silla que iba atomar:lasguardasdelarzónestabanprovistasdepistolasparecidas.

—¿VuestradirecciónenParís?

—PalaciodelosGuardias,compañíaDesEssarts.

—Bien—respondióéste.

—¿Quérutahayquetomar?—preguntóasuvezD’Artagnan.

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—LadeRouen;perodejaréis laciudadavuestraderecha.EnlaPequeñaaldeadeEcouisosdetendréis,nohaymásqueunalbergue,elEcudeFrance.Nolojuzguéisporsuapariencia:ensuscuadrastendráuncaballoquevaldrátantocomoéste.

—¿Lamismacontraseña?

—Exactamente.

—¡Adiós,maese!

—¡Buen viaje, gentilhombre! ¿Tenéis necesidad de alguna cosa?D’Artagnan hizo con la cabeza señal de que no, y volvió a partir a todogalope. En Ecouis, la misma escena se repitió: encontró un hostelero tanprevisor,uncaballofrescoydescansado;dejósusseñascomolohabíahechoy volvió a partir al mismo galope para Pontoise. En Pontoise, cambió porúltima vez demontura y a las nueve entraba a todo galope en el patio delpalaciodelseñordeTréville.

Habíahechocercadesesentaleguasendocehoras.

El señor de Tréville lo recibió como si lo hubiera visto aquella mismamañana; sólo que, apretándole la mano un poco más vivamente que decostumbre,leanuncióquelacompañíadelseñorDesEssartsestabadeguardiaenelLouvreyquepodíaincorporarseasupuesto.

CapítuloXXII

ElballetdelaMerlaison

Al día siguiente no se hablaba en todo París más que del baile que losseñores regidores de la villa darían al rey y a la reina, y en el cual susMajestades debían bailar el famoso ballet de laMerlaison, que era el balletfavoritodelrey.

En efecto, desde hacía ocho días se preparaba todo en el Ayuntamientopara aquella velada solemne. El carpintero de la villa había levantado losestradossobrelosquedebíanpermanecer lasdamasinvitadas;el tenderadelAyuntamientohabíaadornadolassalascondoscientasvelasdecerablanca,locualeraunlujoinauditoparaaquellaépoca;enfin,veinteviolineshabíansidoavisados,yelprecioqueselesdabahabíasidofijadoeneldobledelprecioordinario,dadoque,segúnesteinforme,debíantocardurantetodalanoche.

Alasdiezdelamañana,elseñordeLaCoste,abanderadodelosguardiasdelrey,seguidodedosexentosydevariosarquerosdelcuerpo,vinoapediral

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escribano de la villa, llamado Clément, todas las llaves de puertas,habitacionesyoficinasdelAyuntamiento.Aquellasllaveslefueronentregadasal instante;cadaunadeellas llevabaunbilletequedebíaservirparahacerlareconocer,yapartirdeaquelmomentoelseñordeLaCostequedóencargadodelaguardiadetodaslaspuertasytodaslasavenidas.

A las once vino a su vez Duhallier, capitán de los guardias, trayendoconsigocincuentaarquerosquese repartieronalpuntoporelAyuntamiento,enlaspuertasqueleshabíansidoasignadas.

Alastresllegarondoscompañíasdeguardias,unafrancesa,otrasuiza.Lacompañíade losguardias francesesestabacompuesta: lamitadporhombresdelseñorDuhallier,laotramitadporhombresdelseñordesEssarts.

A las seis de la tarde, los invitados comenzaron a entrar. Amedida queentraban,erancolocadosenelsalón,sobrelosestradospreparados.

A las nueve llegó la señora primera presidenta.Como era después de lareina la persona de mayor consideración de la fiesta, fue recibida por losseñoresdelAyuntamientoycolocadaenelpalcofronteroalquedebíaocuparlareina.

Alasdiezsetrajolacolacióndeconfiturasparaelreyenlasalitadelladode la iglesiaSaint-Jean,yello frenteal aparadordeplatadelAyuntamiento,queeraguardadoporcuatroarqueros.

Amedianocheseoyerongrandesgritosynumerosasaclamaciones:eraelreyqueavanzabaatravésdelascallesqueconducendelLouvrealpalaciodelAyuntamiento,yqueestabaniluminadasconlinternasdecolor.

Al punto los señores regidores, vestidos con sus trajes de paño yprecedidosporseissargentos,cadaunodeloscualesllevabaunhachónenlamano,fueronanteelrey,aquienencontraronenlasgradas,dondeelprebostede los comerciantes le dio la bienvenida, cumplida la cual Su Majestadrespondióexcusándosedehabervenidotantarde,perocargandolaculpasobreel señor cardenal, que lo había retenido hasta las once para hablar de losasuntosdelEstado.

Su Majestad, en traje de ceremonia, estaba acompañado por S. A. R.Monsieur, por el conde de Soissons, por el gran prior, por el duque deLongueville,porelduqueD’Elbeuf,porelcondeD’Harcourt,porelcondedeLaRoche-Guyon,porel señordeLiancourt,porel señordeBaradas,porelcondedeCramailyporelcaballerodeSouveray.

Todosobservaronqueelreyteníaairetristeypreocupado.

Sehabíapreparadoparaelreyungabinete,yotroparaMonsieur.Encadaunodeestosgabineteshabíadepositadostrajesdemáscara.Otrotantosehabía

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hechopara la reinaypara laseñorapresidenta.Losseñoresy lasdamasdelséquito de Sus Majestades debían vestirse de dos en dos en habitacionespreparadasaesteefecto.

Antesdeentrarenelgabinete,elreyordenóqueviniesenaprevenirlotanprontocomoaparecieseelcardenal.

Media hora después de la entrada del rey, nuevas aclamaciones sonaron:éstasanunciabanlallegadadelareina.Losregidoreshicieronloqueyahabíanhechoantesyprecedidosporlossargentosseadelantaronalencuentrodesuilustreinvitada.

La reina entró en la sala: se advirtióque, comoel rey, tenía aire triste ysobretodofatigado.

Enelmomentoenqueentraba,lacortinadeunapequeñatribunaquehastaentonces había permanecido cerrada se abrió, y se vio aparecer la cabezapálidadelcardenalvestidodecaballeroespañol.Susojossefijaronsobrelosde la reina,yuna sonrisadealegría terriblepasópor sus labios: la reinanoteníasusherretesdediamantes.

LareinapermanecióalgúntiemporecibiendoloscumplidosdelosseñoresdelAyuntamientoyrespondiendoalossaludosdelasdamas.

Deprontoelreyaparecióconelcardenalenunadelaspuertasdelasala.Elcardenallehablabaenvozbajayelreyestabamuypálido.

Elreyhendiólamultitudy,sinmáscara,conlascintasdesujubónapenasanudadas,seaproximóalareinayconvozalteradaledijo:

—Señora,¿porqué, siosplace,no tenéisvuestrosherretesdediamantescuandosabéisquemehubieraagradadoverlos?

Lareinatendiósumiradaentornoaella,yviodetrásdelreyalcardenalquesonreíaconunasonrisadiabólica.

—Sire—respondió la reinaconvozalterada—,porqueenmediodeestagranmuchedumbrehetemidoquelesocurrieraalgunadesgracia.

—¡Puesoshabéisequivocado,señora!Sioshehechoese regalohasidoparaqueosadornaraisconél.Osdigoqueoshabéisequivocado.

Ylavozdelreyestabatemblorosadecólera;todosmirabanyescuchabanconasombro,sincomprendernadadeloquepasaba.

—Sire—dijolareina—puedoenviarlosabuscaralLouvre,dondeestán,yasílosdeseosdeVuestraMajestadseráncumplidos.

—Hacedlo,señora,hacedlo,ycuantoantes;porquedentrodeunahoravaacomenzarelballet.

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La reina saludó en señal de sumisión y siguió a las damas que debíanconducirlaasugabinete.

Porsuparte,elreyvolvióalsuyo.

Huboenlasalaunmomentodedesconciertoyconfusión.

Todoelmundohabíapodidonotarquealgohabíapasadoentreelreyylareina;perolosdoshabíanhabladotanbajoque,habiéndosealejadotodosporrespetoalgunospasos,nadiehabíaoídonada.Losviolinestocabancontodasufuerza,peronolosescuchaban.

El rey salió el primero de su gabinete; iba en traje de caza de los máselegantesyMonsieury losotros señores ibanvestidos comoél.Era el trajeque mejor llevaba el rey, y así vestido parecía verdaderamente el primergentilhombredesureino.

Elcardenalseacercóalreyyleentregóunacaja.Elreylaabrióyencontróenelladosherretesdediamantes.

—¿Quéquieredeciresto?—preguntóalcardenal.

—Nada—respondió éste—. Sólo que si la reina tiene los herretes, cosaque dudo, contadlos, Sire, y si no encontráismás que diez, preguntad a SuMajestadquiénpuedehaberlerobadolosdosherretesquehayahí.

El reymiró al cardenal como para interrogarle; pero no tuvo tiempo dedirigirleningunapregunta:ungritodeadmiraciónsaliódetodaslasbocas.Sielreyparecíaelprimergentilhombredesureino,lareinaeraabuensegurolamujermásbelladeFrancia.

Esciertoquesutocadodecazadoraleibademaravilla;teníaunsombrerode fieltro con plumas azules, un corpiño de terciopelo gris perla unido conbrochesdediamantes,yunafaldadesaténazultodabordadadeplata.Ensuhombro izquierdo resplandecían los herretes sostenidos por un nudo delmismocolorquelasplumasylafalda.

El rey se estremecía de alegría y el cardenal de cólera; sin embargo,distantescomoestabandelareina,nopodíancontarlosherretes;lareinalostenía,sóloque,¿teníadiezoteníadoce?

En aquelmomento, los violines hicieron sonar la señal del baile. El reyavanzóhacia laseñorapresidenta,con laquedebíabailar,yS.A.Monsieurconlareina.Sepusieronensuspuestosyelbailecomenzó.

El rey estaba en frente de la reina, y cada vez que pasaba a su lado,devoraba con la mirada aquellos herretes, cuya cuenta no podía saber. Unsudorfríocubríalafrentedelcardenal.

Elbaileduróunahora:teníadieciséisintermedios.

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Elbaileterminóenmediodelosaplausosdetodalasala,cadacualllevóasudamaasusitio,peroelreyaprovechóelprivilegioqueteníadedejaralasuyadondeseencontrabaparaavanzardeprisahacialareina.

—Os agradezco, señora—le dijo—, la deferencia que habéis mostradohaciamisdeseos,perocreoqueosfaltandosherretes,yyooslosdevuelvo.

Y con estas palabras, tendió a la reina los dos herretes que le habíaentregadoelcardenal.

—¡Cómo,Sire!—exclamóla jovenreinafingiendosorpresa—.¿Medaisaúnotrosdos?Entoncesconéstostendrécatorce.

Enefecto,elreycontóy losdoceherretessehallaronenloshombrosdeSuMajestad.

Elreyllamóalcardenal.

—Y bien, ¿qué significa esto,monseñor cardenal?—preguntó el rey entonosevero.

—Eso significa, Sire—respondió el cardenal—, que yo deseaba que SuMajestad aceptara esos dos herretes y, no atreviéndome a ofrecérselos yomismo,headoptadoestemedio.

—YyoquedotantomásagradecidaaVuestraEminencia—respondióAnade Austria con una sonrisa que probaba que no era víctima de aquellaingeniosagalantería—,cuantoqueestoyseguradequeestosdosherretesoscuestantancarosellossoloscomolosotrosdocehancostadoaSuMajestad.

Luego,habiendosaludadoalreyyalcardenal,lareinatomóelcaminodelahabitaciónenquesehabíavestidoyenquedebíadesvestirse.

Laatenciónquenoshemosvistoobligadosaprestarduranteelcomienzodeestecapítuloalospersonajesilustresqueenélhemosintroducido,noshanalejadouninstantedeaquelaquienAnadeAustriadebíaeltriunfoinauditoqueacababadeobtenersobreelcardenalyque,confundido,ignoradoperdidoen la muchedumbre apiñada en una de las puertas, miraba desde allí estaescenasólocomprensibleparacuatropersonas:elrey,lareinaSuEminenciayél.

La reina acababa de ganar su habitación y D’Artagnan se aprestaba aretirarsecundosintióqueletocabanligeramenteenelhombro;sevolvióyvioaunamujerjovenquelehacíaseñasdeseguirla.Aquellajoventeníaelrostrocubiertoporunantifazde terciopelonegro,maspeseaestaprecauciónque,por lo demás, estaba tomada más para los otros que para él, reconoció alinstantemismoasuguíahabitual,laligeraeingeniosaseñoraBonacieux.

LavísperaapenassisehabíanvistoenelpuestodelsuizoGermain,donde

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D’Artagnanlahabíahechollamar.Laprisaqueteníalajovenporllevaralareina la excelentenoticiadel feliz retornode sumensajerohizoque losdosamantes apenas cambiaran algunas palabras. D’Artagnan siguió, pues, a laseñoraBonacieuxmovidoporundoblesentimiento:elamorylacuriosidad.Durante todo el camino, y a medida que los corredores se hacían másdesiertos,D’Artagnanqueríadeteneralajoven,cogerla,contemplarla,aunquenofueramásqueuninstante;perovivazcomounpájaro,sedeslizabasiempreentresusmanos,ycuandoélqueríahablar,sudedopuestoensubocaconunlevegestoimperativollenodeencantolerecordabaqueestababajoelimperiodeunapotenciaalaquedebíaobedecerciegamente,yqueleprohibíainclusolamás ligera queja; por fin, tras unminuto o dos de vueltas y revueltas, laseñora Bonacieux abrió una puerta e introdujo al joven en un gabinetecompletamenteoscuro.Allí lehizounanueva señaldemutismo,yabriendouna segunda puerta oculta por una tapicería cuyas aberturas esparcieron deprontovivaluz,desapareció.

D’Artagnanpermanecióuninstanteinmóvilypreguntándosedóndeestaba,peroprontounrayodeluzquepenetrabaporaquellahabitación,elairecálidoyperfumadoque llegabahasta él, la conversacióndedoso tresmujeres, enlenguaje a la vez respetuoso y elegante, la palabraMajestad muchas vecesrepetida, le indicaron claramente que estaba en un gabinete contiguo a lahabitacióndelareina.

Eljovenpermanecióenlasombrayesperó.

Lareinasemostrabaalegreyfeliz,locualparecíaasombraralaspersonasque la rodeaban y que tenían por el contrario la costumbre de verla casisiemprepreocupada.Lareinaachacabaaquelsentimientogozosoalabellezadelafiesta,alplacerquelehabíahechoexperimentarelbaile,ycomonoestápermitido contradecir a una reina, sonría o llore, todos ponderaban lagalanteríadelosseñoresregidoresdelAyuntamientodeParís.

AunqueD’Artagnannoconociesealareina,distinguiósuvozdelasotrasvoces, en primer lugar por un ligero acento extranjero, luego por esesentimiento de dominación, impreso naturalmente en todas las palabrassoberanas.Laoyóacercarseyalejarsedeaquellapuertaabierta,ydoso tresvecesvioinclusolasombradeuncuerpointerceptarlaluz.

Finalmente, de pronto, una mano y un brazo adorables de forma y deblancurapasaronatravésdelatapicería;D’Artagnancomprendióqueaquellaera su recompensa: se postró de rodillas, cogió aquella mano y apoyórespetuosamentesuslabios;luegoaquellamanoseretiródejandoenlassuyasunobjetoquereconociócomounanillo;alpuntolapuertavolvióacerrarseyD’Artagnanseencontródenuevoenlamáscompletaoscuridad.

D’Artagnanpusoelanilloensudedoyesperóotravez;eraevidenteque

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no todo había terminado aún. Después de la recompensa de su abnegaciónvenía la recompensa de su amor. Además, el ballet había acabado, pero lanocheapenashabíacomenzado: secenabaa las tresyel relojdeSaint-Jeanhacíaalgúntiempoquehabíatocadoyalasdosytrescuartos.

En efecto, poco apoco el ruidode las vocesdisminuyó en la habitaciónvecina; se las oyó alejarse; luego, la puerta del gabinete donde estabaD’ArtagnansevolvióaabrirylaseñoraBonacieuxseadelantó.

—¡Vosporfin!—exclamóD’Artagnan.

—¡Silencio!—dijolajoven,apoyandosumanosobreloslabiosdeljoven—.¡Silencio!Eidospordondehabéisvenido.

—Pero¿cuándoosvolveréaver?—exclamóD’Artagnan.

—Unbilletequeencontraréisalvolveravuestracasalodirá.¡Marchaos,marchaos!

Yconestaspalabrasabrió lapuertadelcorredoryempujóaD’Artagnanfueradelgabinete.

D’Artagnanobedeciócómounniño,sinresistenciaysinopciónalguna,loquepruebaqueestabarealmentemuyenamorado.

CapítuloXXIII

Lacita

D’Artagnanvolvióasucasaatodocorrer,yaunqueeranmásdelastresdelamañana y aunque tuvo que atravesar los peores barrios de París, no tuvoningúnmalencuentro.Yasesabequehayundiosquevelaporlosborrachosylosenamorados.

Encontró la puerta de su casa entreabierta, subió su escalera, y llamósuavementeydeunaformaconvenidaentreélysulacayo.Planchet,aquiendoshorasanteshabíaenviadodelpalaciodelAyuntamientorecomendándolequeloesperase,vinoaabrirlelapuerta.

—¿Alguien ha traído una carta para mí? —preguntó vivamenteD’Artagnan.

—Nadiehatraídoningunacarta,señor—respondióPlanchet—;perohayunaquehavenidototalmentesola.

—¿Quéquieresdecir,imbécil?

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—Quierodecirquealvolver,aunquetenía la llavedevuestracasaenmibolsilloyaunqueesallavenomehayaabandonado,heencontradounacartasobreeltapizverdedelamesa,envuestrodormitorio.

—¿Ydóndeestáesacarta?

—Lahedejadodondeestaba,señor.Noesnaturalquelascartasentrenasíencasadelasgentes.Silaventanaestuvieraabierta,osolamenteentreabierta,no digo que no; pero no, todo estaba herméticamente cerrado. Señor, tenedcuidado,porqueabuensegurohayalgunamagiaenella.

Duranteestetiempo,eljovensehabíalanzadoalahabitaciónyabiertolacarta;eradelaseñoraBonacieuxyestabaconcebidaenestostérminos:

Hay vivos agradecimientos que haceros y que transmitiros. Estad estanoche hacia las diez en Saint-Cloud, frente al pabellón que se alza en laesquinadelacasadelseñorD’Estrées.

C.B.

Al leeraquellacarta,D’Artagnansentíasucorazóndilatarseyencogerseconesedulceespasmoquetorturayacariciaelcorazóndelosamantes.

Eraelprimerbilletequerecibía,eralaprimeracitaqueseleconcedía.Sucorazón, henchido por la embriaguez de la alegría, se sentía presto adesfallecersobreelumbraldeaquelparaísoterrestrequesellamabaelamor.

—¡Ybien, señor!—dijoPlanchet, que había visto a su amo enrojecer ypalidecersucesivamente—.¿Noesjustoloqueheadivinadoyquesetratadealgúnasuntodesagradable?

—Teequivocas,Planchet—respondióD’Artagnan—,y lapruebaesqueahítienesunescudoparaquebebasamisalud.

—Agradezco al señor el escudo que me da, y le prometo seguirexactamente sus instrucciones; pero no es menos cierto que las cartas queentranasíenlascasascerradas…

—Caendelcielo,amigomío,caendelcielo.

—Entonces,¿elseñorestácontento?—preguntóPlanchet.

—¡MiqueridoPlanchet,soyelmásfelizdeloshombres!

—¿Puedoaprovecharlafelicidaddelseñorparairmeaacostar?

—Sí,vete.

—Que todas las bendiciones del cielo caigan sobre el señor, pero no esmenosciertoqueesacarta…

YPlanchet se retirómoviendo la cabeza con aire de duda que no había

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conseguidoborrarenteramentelaliberalidaddeD’Artagnan.

Alquedarsesolo,D’Artagnanleyóyreleyósubillete,luegobesóyvolvióabesarveintevecesaquellaslíneastrazadasporlamanodesubellaamante.Finalmenteseacostó,sedurmióytuvosueñosdorados.

Alassietede lamañanase levantóy llamóaPlanchet,quea lasegundallamadaabrió lapuerta,elrostro todavíamal limpiodelas inquietudesdelavíspera.

—Planchet—ledijoD’Artagnan—,salgoportodoeldíaquizá;eres,pues,librehastalassietedelatarde;peroalassietedelatarde,estatedispuestocondoscaballos.

—¡Vaya! —dijo Planchet—. Parece que todavía vamos a hacernosagujerearlapielenvarioslugares.

—Cogerástumosquetónytuspistolas.

—¡Bueno! ¿Qué decía yo? —exclamó Planchet—. Estaba seguro; esamalditacarta…

—Tranquilízate,imbécil,setratasimplementedeunapartidadeplacer.

—Sí,comolosviajesderecreodelotrodía,enlosquellovíanlasbalasydondehabíatrampas.

—Además,sitenéismiedo,señorPlanchet—prosiguióD’Artagnan—,irésinvos;prefieroviajarsoloantesqueteneruncompañeroquetiembla.

—Elseñormeinjuria—dijoPlanchet—;meparece,sinembargo,quemehavistoenacción.

—Sí,perocreoquegastastetodotuvalordeunasolavez.

—Elseñorveráquecuandolaocasiónsepresentetodavíamequeda;sóloqueruegoalseñornoprodigarlodemasiadosiquierequemequedepormuchotiempo.

—¿Creestenertodavíaciertacantidadparagastarestanoche?

—Esoespero.

—Puesbien,cuentocontigo.

—A lahora indicada estarédispuesto; sóloqueyo creíaque el señornoteníamásqueuncaballoenlacuadradelosguardias.

—Quizánohayaenestosmomentosmásqueuno,peroestanochehabrácuatro.

—Parecequenuestroviajefueraunviajederemonta.

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—Exactamente—dijoD’Artagnan.

YtrashaceraPlanchetunúltimogestoderecomendaciónsalió.

El señor Bonacieux estaba a su puerta. La intención de D’Artagnan erapasardelargosinhablaraldignomercero;peroéstehizounsaludotansuaveytanbenignoquesuinquilinohuboporfuerzanosólodedevolvérselo,sinoinclusodetrabarconversaciónconél.

Por otra parte, ¿cómono tener unpocode condescendencia para conunmaridocuyamujeroshadadounacitaparaesamismanocheenSaint-Cloud,frentealpabellóndelseñorD’Estrées?D’Artagnanseacercóconelairemásamablequepudoadoptar.

La conversación recayó naturalmente sobre el encarcelamiento del pobrehombre. El señor Bonacieux, que ignoraba que D’Artagnan había oído suconversación con el desconocido deMeung, contó a su joven inquilino laspersecucionesdeaquelmonstruodel señordeLaffemas, aquiennocesódecalificar durante todo su relato de verdugo del cardenal, y se extendiólargamentesobrelaBastilla,loscerrojos,lospostigos,lostragaluces,lasrejasylosinstrumentosdetortura.

D’Artagnan lo escuchó con una complacencia ejemplar; luego, cuandohuboterminado:

—YlaseñoraBonacieux—dijoporfin—,¿sabéisquiénlahabíaraptado?Porque no olvido que gracias a esa circunstancia molesta debo la dicha dehaberosconocido.

—¡Ah! —dijo el señor Bonacieux—. Se han guardado mucho dedecírmelo,ymimujerporsuparte,mehajuradoportodoslosdiosesqueellano lo sabía. Pero y de vos —continuó el señor Bonacieux en un tono deingenuidadperfecta—,¿quéhasidodevostodosestosdíaspasados?Nooshevistoniavosniavuestrosamigos,ynocreoquehayasidoenelpavimentodeParísdondehabéiscogidotodoelpolvoquePlanchetquitabaayerdevuestrasbotas.

—Tenéis razón, mi querido señor Bonacieux, mis amigos y yo hemoshechounpequeñoviaje.

—¿Lejosdeaquí?

—¡Oh,Diosmío,no,aunascuarenta leguassólo!Hemos idoa llevaralseñorAthosalasaguasdeForges,dondemisamigossehanquedado.

—¿Yvoshabéisvuelto,verdad?—prosiguióelseñorBonacieuxdandoasu fisonomía su airemásmaligno—.Unbuenmozo comovos no consiguelargospermisosdesuamante,yeraisimpacientementeesperadoenParís,¿noesasí?

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—A fe —dijo riendo el joven—, os lo confieso, mi querido señorBonacieux,tantomáscuantoqueveoquenoseospuedeocultarnada.Sí,eraesperado,ymuyimpacientemente,osrespondodeello.

Una ligera nube pasó por la frente de Bonacieux, pero tan ligera queD’Artagnannosediocuenta.

—¿Y vamos a ser recompensados por nuestra diligencia?—continuó elmercero con una ligera alteración en la voz, alteración que D’Artagnan nonotócomotampocohabíanotado lanubemomentáneaqueun instanteanteshabíaensombrecidoelrostrodeldignohombre.

—¡Vaya!¿Vaisasermonearme?—dijoriendoD’Artagnan.

—No,loqueosdigoessólo—repusoBonacieux—,essóloparasabersivolveremostarde.

—¿Porquéesapregunta,queridohuésped?—preguntóD’Artagnan—.¿Esquecontáisconesperarme?

—No,esquedesdemiarrestoyelroboquehancometidoenmicasa,measustocadavezqueoigoabrirunapuerta,ysobretodoporlanoche.¡Malditasea!¿Quéqueréis?Yonosoyunhombredeespada.

—¡Bueno!Noosasustéis si regresoa launa,a lasdosoa las tresde lamañana;ysinoregreso,tampocoosasustéis.

AquellavezBonacieuxsequedótanpálidoqueD’Artagnannopudodejardedarsecuenta,ylepreguntóquétenía.

—Nada —respondió Bonacieux—, nada. Desde estas desgracias, estoysujetoadesmayosqueseapoderandemídepronto,yacabodesentirpasarpormíunestremecimiento.Nolehagáiscaso,vosnotenéismásqueocuparosdeserfeliz.

—Entoncestengoocupación,porquelosoy.

—Notodavía,esperarentonces,vosmismolohabéisdicho:estanoche.

—¡Bueno,estanochellegará,aDiosgracias!Yquizálaestéisesperandovos con tanta impaciencia como yo. Quizá esta noche la señora Bonacieuxvisiteeldomicilioconyugal.

—La señora Bonacieux no está libre esta noche —respondió con tonograveelmarido—;estáretenidaenelLouvreporsuservicio.

—Tantopeorparavos,miqueridohuésped, tantopeor; cuando soy felizquisieraquetodoelmundolofuese;peroparecequenoesposible.

Yel jovensealejó riéndoseacarcajadasquesóloél, esopensaba,podíacomprender.

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—¡Divertíosmucho!—respondióBonacieuxconunacentosepulcral.

PeroD’Artagnanestabayademasiadolejosparaoírloy,aunquelohubieraoído, en la disposición de ánimo en que estaba, no lo hubiera ciertamentenotado.

Se dirigió hacia el palacio del señor de Tréville; su visita de la vísperahabíasidocomoserecordará,muycortaymuypocoexplicativa.

Encontróal señordeTréville con laalegríaenel alma.El reyy la reinahabían estado encantadores con él en el baile. Cierto que el cardenal habíaestadoperfectamentedesagradable.

A la una de la mañana se había retirado so pretexto de que estabaindispuesto.EncuantoaSusMajestades,nohabíanvueltoalLouvrehastalasseisdelamañana.

—Ahora—dijoelseñordeTrévillebajandolavoze interrogandoconlamiradaatodoslosángulosdelahabitaciónparaversiestabancompletamentesolos—,ahorahablemosdevos,jovenamigo,porqueesevidentequevuestrofelizretornotienealgoqueverconlaalegríadelrey,coneltriunfodelareinayconlahumillacióndesuEminencia.Setratadeprotegeros.

—¿Quéhedetemer—respondióD’Artagnan—mientrastengaladichadegozardelfavordeSusMajestades?

—Todo,creedme.Elcardenalnoeshombrequeolvideunamistificaciónmientrasnohayasaldadosuscuentasconelmistificador,yelmistificadormepareceserciertogascóndemiconocimiento.

—¿CreéisqueelcardenalestétanadelantadocomovosysepaquesoyyoquienhaestadoenLondres?

—¡Diablos!¿HabéisestadoenLondres?¿DeLondresesdedondehabéistraído ese hermosodiamante quebrilla en vuestro dedo?Tened cuidado,miqueridoD’Artagnan,nohaypeorcosaqueelpresentedeunenemigo.¿Nohaysobreestociertoversolatino?…Esperad…

—Sí,sinduda—prosiguióD’Artagnan,quenuncahabíapodidometerselaprimera regla de los rudimentos en la cabeza y que, por ignorancia, habíaprovocadoladesesperacióndesupreceptor—;sí,sinduda,debehaberuno.

—Hayuno,desdeluego—dijoelseñordeTréville,queteníaciertacapadeletras—yelseñordeBenserademelocitabaelotrodía…Esperad,pues…Ah,yaestá:TimeoDanaosetdonaferentes.Locualquieredecir:«Desconfiaddelenemigoqueoshacepresentes».

—Esediamantenoprovienedeun enemigo, señor—repusoD’Artagnan—,provienedelareina.

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—¡De la reina! ¡Oh, oh!—dijo el señordeTréville—.Efectivamente esunaauténticajoyareal,quevalemilpistolasporlomenos.¿Porquiénoshahechodaresteregalo?

—Melohaentregadoellamisma.

—Yeso,¿dónde?

—Enelgabinetecontiguoalahabitaciónenquesecambiódetocado.

—¿Cómo?

—Dándomesumanoabesar.

—¡Habéis besado la mano de la reina! —exclamó el señor de TrévillemirandoaD’Artagnan.

—¡SuMajestadmehahechoelhonordeconcedermeesagracia!

—Yeso,¿enpresenciadetestigos?Imprudente,tresvecesimprudente.

—No,señor, tranquilizaos,nadielovio—repusoD’Artagnan.YlecontóalseñordeTrévillecómohabíanocurridolascosas.

—¡Oh, las mujeres, las mujeres! —exclamó el viejo soldado—. Lasreconozco en su imaginación novelesca; todo lo que huele a misterio lesencanta;asíquevoshabéisvistoelbrazo,esoestodo;osencontraríaisconlareinaynolareconoceríais;ellaosencontraríaynosabríaquiénsoisvos.

—No,perograciasaestediamante…—repusoeljoven.

—Escuchad—dijoelseñordeTréville—.¿Queréisqueosdéunconsejo,unbuenconsejo,unconsejodeamigo?

—Meharéisunhonor,señor—dijoD’Artagnan.

—Puesbien,idalprimerorfebrequeencontréisyvendedleesediamanteporelprecioqueosdé;por judíoque sea, siempreencontraréisochocientaspistolas.Laspistolasnotienennombre,joven,yeseanillotieneunoterrible,yquepuedetraicionaraquienlolleve.

—¡Venderesteanillo!¡Unanilloquevienedemisoberana!¡Jamás!—dijoD’Artagnan.

—Entoncesvolvedelengastehaciadentro,pobreloco,porqueesdetodossabidoqueuncadetedeGascuñanoencuentrajoyassemejantesenelescriñodesumadre.

—¿Pensáis,pues,quetengoalgoquetemer?—preguntóD’Artagnan.

—Equivale a decir, joven, que quien se duerme sobre una mina cuyamechaestáencendidadebeconsiderarseasalvoencomparaciónconvos.

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—¡Diablo!—dijoD’Artagnan,aquienel tonodeseguridaddel señordeTrévillecomenzabaainquietar—.¡Diablo!¿Quédebohacer?

—Estar vigilante siempre y ante cualquier cosa. El cardenal tiene lamemoriatenazylamanolarga;creedme,osjugaráunamalapasada.

—Pero¿cuál?

—¿Y qué sé yo? ¿No tiene acaso a su servicio todas las trampas deldemonio?Lomenosquepuedepasarosesqueseosarreste.

—¡Cómo! ¿Se atreverían a arrestar a un hombre al servicio de SuMajestad?

—¡Pardiez!MucholeshapreocupadoconAthos.Encualquiercaso,joven,creed a un hombre que está hace treinta años en la corte; no os durmáis envuestra seguridad, estaréis perdido.Al contrario, y soy yo quien os lo digo,vedenemigosportodaspartes.Sialguienosbuscapelea,evitadla,aunqueseaunniñodediezañoselquelabusca;siosatacandenocheodedía,batíosenretiradaysinvergüenza;sicruzáisunpuente,tanteadlasplanchas,novayaaserqueunaosfaltebajoelpie;sipasáisanteunacasaqueestánconstruyendo,miradalaire,novayaaserqueunapiedraoscaigaencimade lacabeza; sivolvéis a casa tarde, haceos seguir por vuestro criado, y que vuestro criadoestéarmado,siesqueestáissegurodevuestrocriado.Desconfiaddetodoelmundo,devuestroamigo,devuestrohermano,devuestraamante,devuestraamantesobretodo.

D’Artagnanenrojeció.

—Demi amante—repitió élmaquinalmente—. ¿Y por quémás de ellaquedecualquierotro?

—Esquelaamanteesunodelosmediosfavoritosdelcardenal;nolohaymás expeditivo: una mujer os vende por diez pistolas, testigo Dalila.¿ConocéislasEscrituras,no?

D’Artagnanpensóen lacitaque lehabíadado la señoraBonacieuxparaaquellamismanoche;perodebemosdecir,enelogiodenuestrohéroe,quelamalaopiniónqueel señordeTréville teníade lasmujeres engeneral, no leinspirólamásligerasospechacontrasupreciosahuésped.

—Pero, a propósito—prosiguió el señor deTréville—. ¿Qué ha sido devuestrostrescompañeros?

—Ibaapreguntarossivoshabíaissabidoalgunanoticia.

—Ninguna,señor.

—Puesbienyolosdejéenmicamino:aPorthosenChantilly,conundueloentre las manos; a Aramis en Crévocoeur, con una bala en el hombro, y a

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AthosenAmiens,conunaacusacióndefalsomonederoencima.

—¡Loveis!—dijoelseñordeTréville—.Yvos,¿cómohabéisescapado?

—Por milagro, señor, debo decirlo, con una estocada en el pecho yclavandoalseñorcondedeWardeseneldorsodelarutadeCalaiscomoaunamariposaenunatapicería.

—¡Lo veis todavía! De Wardes, un hombre del cardenal, un primo deRochefort.Mirad,amigomío,semeocurreunaidea.

—Decid,señor.

—Envuestrolugar,yoharíaunacosa.

—¿Cuál?

—Mientras Su Eminencia me hace buscar en París, yo, sin tambor nitrompeta, tomaría la ruta de Picardía, yme iría a saber noticias demis trescompañeros.¡Quédiablo!Bienmerecenesepequeñodetalleporvuestraparte.

—Elconsejoesbueno,señor,ymañanapartiré.

—¡Mañana!¿Yporquénoestanoche?

—Estanoche,señor,estoyretenidoenParísporunasuntoindispensable.

—¡Ah,joven,joven!¿Algúnamorcillo?Tenedcuidado,oslorepito;fuelamujer la que nos perdió a todos nosotros, y la que nos perderá aún a todosnosotros.Creedme,partidestanoche.

—¡Imposible,señor!

—¿Habéisdadovuestrapalabra?

—Sí,señor.

—Entonces es otra cosa; pero prometedme que, si no sois muerto estanoche,mañanapartiréis.

—Osloprometo.

—¿Necesitáisdinero?

—Tengo todavía cincuenta pistolas.Es todo lo queme hace falta, segúnpienso.

—Pero¿vuestroscompañeros?

—Piensoquenodebennecesitarlo.SalimosdeParíscadaunoconsetentaycincopistolasennuestrosbolsillos.

—¿Osvolveréaverantesdevuestrapartida?

—No,creoqueno,señor,amenosquehayaalgunanovedad.

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—¡Entonces,buenviaje!

—Gracias,señor.

YD’ArtagnansedespidiódelseñordeTréville,emocionadocomonuncaporsusolicitudcompletamentepaternalhaciasusmosqueteros.

PasósucesivamenteporcasadeAthos,dePorthosydeAramis.Ningunode los tres había vuelto. Sus criados también estaban ausentes, y no habíanoticianidelosunosnidelosotros.

—¡Ah, señor!—dijo Planchet al divisar aD’Artagnan—. ¡Qué contentoestoydeverle!

—¿Yesoporqué,Planchet?—preguntóeloven.

—¿ConfiáisenelseñorBonacieux,nuestrohuésped?

—¿Yo?Lomenosdelmundo.

—¡Oh,hacéisbien,señor!

—Pero¿aquévieneesapregunta?

—Aquemientrashablabaisconél,yoosobservabasinescucharos;señor,surostrohacambiadodosotresvecesdecolor.

—¡Bah!

—Elseñornohapodidonotarlo,preocupadocomoestabaporlacartaqueacababaderecibir;pero,porelcontrario,yo,aquienlaextrañaformaenqueesacartahabíallegadoalacasahabíapuestoenguardianomeheperdidoniunsologestodesufisonomía.

—¿Ycómolahasencontrado?

—Traidoraseñor.

—¿Deverdad?

—Además,tanprontocomoelseñorlehadejadoyhadesaparecidoporlaesquinadelacalle,elseñorBonacieuxhacogidosusombrero,hacerradosupuertaysehapuestoacorrerendireccióncontraria.

—Enefecto,tienesrazón,Planchet,todoestomeparecemuysospechoso,yestatetranquilo,nolepagaremosnuestroalquilerhastaquelacosanohayasidocategóricamenteexplicada.

—Elseñorseburla,peroyaverá.

—¿Quéquieres,Planchet?Loquetengaqueocurrirestáescrito.

—¿Elseñornorenunciaentoncesasupaseodeestanoche?

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—Al contrario, Planchet, cuanto más moleste al señor Bonacieux, tantomásiréalacitaquemehadadoesacartaquetantoloinquieta.

—Entonces,silaresolucióndelseñor…

—Inquebrantable, amigo mío; por tanto, a las nueves estate preparadoaquí,enelpalacio;yovendréarecogerte.

Planchet,viendoquenohabíaningunaesperanzadehacerrenunciarasuamoasuproyecto,lanzóunprofundosuspiroysepusoaalmohazaraltercercaballo.

En cuanto a D’Artagnan, como en el fondo era un muchacho lleno deprudencia,enlugardevolverasucasa,sefueacenarconaquelcuragascónque, en los momentos de penuria de los cuatro amigos, les había dado undesayunodechocolate.

CapítuloXXIV

Elpabellón

Alasnueve,D’ArtagnanestabaenelpalaciodelosGuardias;encontróaPlanchetarmado.Elcuartocaballohabíallegado.

Planchetestabaarmadoconsumosquetónyunapistola.

D’Artagnanteníasuespadaypasódospistolasasucintura,luegolosdosmontaroncadaunoenuncaballoysealejaronsinruido.Hacíanochecerrada,ynadielosviosalir.Planchetsepusoacontinuacióndesuamo,ymarchóadiezpasostrasél.

D’Artagnancruzólosmuelles,salióporlapuertadelaConférenceysiguióluegoelcamino,máshermosoentoncesquehoy,queconduceaSaint-Cloud.

Mientras estuvieron en la ciudad, Planchet guardó respetuosamente ladistanciaquesehabía impuesto;perocuandoelcaminocomenzóavolversemás desierto y más oscuro, fue acercándose lentamente; de tal modo quecuandoentraronenelbosquedeBoulogne,seencontróandandocodoacodocon su amo. En efecto, no debemos disimular que la oscilación de loscorpulentosárbolesyelreflejodelalunaenlossombríosmatojoslecausabanvivainquietud.D’Artagnansediocuentadequealgoextraordinarioocurríaensulacayo.

—¡Ybien,señorPlanchet!—lepreguntó—.¿Nospasaalgo?

—¿Noosparece,señor,quelosbosquessoncomoiglesias?

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—¿Yesoporqué,Planchet?

—Porquetantoenéstascomoenaquéllosnadieseatreveahablarenvozalta.

—¿Por qué no te atreves a hablar en voz alta, Planchet? ¿Porque tienesmiedo?

—Miedoaseroído,sí,señor.

—¡Miedo a ser oído! Nuestra conversación es sin embargo moral, miqueridoPlanchet,ynadieencontraríanadaquédecirdeella.

—¡Ay,señor!—repusoPlanchetvolviendoasu ideamadre—.EseseñorBonacieuxtienealgodesinuosoensuscejasydedesagradableeneljuegodesuslabios.

—¿QuiéndiablostehacepensarenBonacieux?

—Señor,sepiensaenloquesepuedeynoenloquesequiere.

—Porqueeresuncobarde,Planchet.

—Señor,noconfundamoslaprudenciaconlacobardía;laprudenciaesunavirtud.

—Ytúeresvirtuoso,¿noesasí,Planchet?

—Señor, ¿no es aquello el cañón de un mosquete que brilla? ¿Y sibajáramoslacabeza?

—En verdad —murmuró D’Artagnan, a quien las recomendaciones delseñordeTrévillevolvíanalamemoria—,enverdad,esteanimalterminarápormetermemiedo.

Ypusosucaballoaltrote.

Planchet siguió elmovimiento de su amo, exactamente como si hubierasidosusombra,yseencontrótrotandotrasél.

—¿Esquevamosacaminarasítodalanoche,señor?—preguntó.

—No,Planchet,porquetúhasllegadoya.

—¿Cómoquehellegado?¿Yelseñor?

—Yovoyaseguirtodavíaalgunospasos.

—¿Yelseñormedejaaquísolo?

—¿TienesmiedoPlanchet?

—No,perosólohagoobservaralseñorquelanocheserámuyfría,quelosrelentesdanreumatismosyqueunlacayoquetienereumatismosesuntriste

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servidor,sobretodoparaunamoalertacomoelseñor.

—Bueno,sitienesfrío,Planchet,entraenunadeesastabernasquevesalláabajo,ymeesperasmañanaalasseisdelantedelapuerta.

—Señor, he comido y bebido respetuosamente el escudo queme disteisestamañana,desuertequenomequedaniunmalditocentavoencasodequetuvierafrío.

—Aquítienesmediapistola.Hastamañana.

D’Artagnandescendiódesucaballo,arrojólabridaenelbrazodePlanchetysealejórápidamenteenvolviéndoseensucapa.

—¡Dios,quéfríotengo!—exclamóPlanchetcuandohuboperdidodevistaa su amo y, apremiado como estaba por calentarse, se fue a todo correr allamaralapuertadeunacasaadornadacontodoslosatributosdeunatabernadebarrio.

Sin embargo, D’Artagnan, que se había metido por un pequeño atajo,continuaba su camino y llegaba a Saint-Cloud; pero en lugar de seguir lacarretera principal, dio la vuelta por detrás del castillo, ganóuna especie decallejamuyapartadayprontoseencontrófrentealpabellónindicado.Estabasituado en un lugar completamente desierto.Un granmuro, en cuyo ánguloestaba aquel pabellón dominaba un lado de la calleja, y por el otro un setodefendía de los transeúntes un pequeño jardín en cuyo fondo se alzaba unapobrecabaña.

Había llegadoa lacita,ycomono lehabíandichoanunciarsupresenciaconningunaseñal,esperó.

Ningúnruidosedejabaoír,sehubieradichoqueestabaacienleguasdelacapital. D’Artagnan se pegó al seto después de haber lanzado una ojeadadetrás de sí. Por encima de aquel seto, aquel jardín y aquella cabaña, unaniebla sombría envolvía en sus pliegues aquella inmensidad en que duermeParís, vacía, abierta inmensidad donde brillaban algunos puntos luminosos,estrellasfúnebresdeaquelinfierno.

PeroparaD’Artagnan todos losaspectos revestíanuna formafeliz, todaslasideasteníanunasonrisa,todaslastinieblaserandiáfanas.Lahoradelacitaibaasonar.

Enefecto,alcabodealgunosinstantes,elcampanariodeSaint-Clouddejócaerlentamentediezgolpesdesulargalenguamugiente.

Había algo lúgubre en aquella voz de bronce que se lamentaba así enmediodelanoche.

Perocadaunadeaquellashorasquecomponían lahoraesperadavibraba

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armoniosamenteenelcorazóndeljoven.

Sus ojos estaban fijos en el pequeño pabellón situado en el ángulo delmuro,cuyasventanasestabantodascerradasconlospostigos,salvounasoladelprimerpiso.

Atravésdeaquellaventanabrillabaunaluzsuavequeargentabaelfollajetembloroso de dos o tres tilos que se elevaban formando grupo fuera delparque. Evidentemente, detrás de aquella ventanita, tan graciosamenteiluminada,leaguardabalaseñoraBonacieux.

Acunado por esta idea, D’Artagnan esperó por su parte media hora sinimpaciencia alguna, con los ojos fijos sobre aquella casita de la queD’Artagnanpercibíaunapartedeltechodemoldurasdoradas,atestiguandolaeleganciadelrestodelapartamento.

ElcampanariodeSaint-Cloudhizosonarlasdiezymedia.

Aquella vez, sin que D’Artagnan comprendiese por qué, un temblorrecorrió sus venas. Quizá también el frío comenzaba a apoderarse de él ytornabaporunasensaciónmoralloquesóloeraunasensacióncompletamentefísica.

Luegolevinolaideadequehabíaleídomalyquelacitaeraparalasoncesolamente.

Se acercó a la ventana, se situó en un rayo de luz, sacó la carta de subolsilloylareleyó;nosehabíaequivocado,efectivamentelacitaeraparalasdiez.

Volvióaponerseensusitio,empezandoainquietarseporaquelsilencioyaquellasoledad.

Dieronlasonce.

D’ArtagnancomenzóatemerverdaderamentequelehubieraocurridoalgoalaseñoraBonacieux.

Dio tres palmadas, señal ordinaria de los enamorados; pero nadie lerespondió,nisiquieraeleco.

Entoncespensóconciertodespechoquequizá la jovensehabíadormidomientrasloesperaba.

Se acercó a la paredy trató de subir, pero la pared estaba recientementerevocada,yD’Artagnanserompióinútilmentelasuñas.

En aquelmomento se fijó en los árboles, cuyas hojas la luz continuabaargentando,ycomounodeellosemergíasobreelcamino,pensóquedesdeelcentrodesusramassumiradapodríapenetrarenelpabellón.

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Elárbolerafácil.AdemásD’Artagnan teníaapenasveinteaños,ypor lotantoseacordabadesuoficiodeescolar.Enuninstanteestuvoenelcentrodelasramas,yporlosvidriostransparentessusojossehundieronenelinteriordelpabellón.

Cosaextraña,quehizotemblaraD’Artagnandelaplantadelospiesalaraíz de sus cabellos, aquella suave luz, aquella tranquila lámpara iluminabauna escena de desorden espantoso; uno de los cristales de la ventana estabaroto,lapuertadelahabitaciónhabíasidohundidaymediorotapendíadesusgoznes; una mesa que hubiera debido estar cubierta con una elegante cenayacíaportierra;frascosenañicos,frutasaplastadastapizabanelpiso;todoenaquella habitación daba testimonio de una lucha violenta y desesperada;D’Artagnan creyó incluso reconocer en medio de aquel desorden extrañotrozos de vestidos y algunasmanchas de sangremaculando elmantel y lascortinas.

Se dio prisa por descender a la calle con una palpitación horrible en elcorazón;queríaversiencontrabaotrashuellasdeviolencia.

Aquella breve luz suave brillaba siempre en la calma de la noche.D’Artagnan se dio cuenta entonces, cosa que él no había observado alprincipio, porque nada le empujaba a tal examen, que el suelo, batido aquí,pisoteadoallá,presentabahuellasconfusasdepasosdehombresydepiesdecaballos.Además, lasruedasdeuncoche,queparecíavenirdeParís,habíancavado en la tierra blanda una profunda huella que no pasabamás allá delpabellónyquevolvíahaciaParís.

Finalmente, prosiguiendo sus búsquedas, D’Artagnan encontró junto almuro un guante de mujer desgarrado. Sin embargo, aquel guante, en todosaquellospuntosenquenohabíatocadolatierraembarrada,eradeunafrescurairreprochable. Era uno de esos guantes perfumados que los amantes gustanquitardeunahermosamano.

A medida que D’Artagnan proseguía sus investigaciones, un sudor másabundanteymásheladoperlabasufrente,sucorazónestabaoprimidoporunahorrible angustia, su respiración era palpitante; y sin embargo se decía a símismoparatranquilizarsequeaquelpabellónnoteníanadaencomúnconlaseñoraBonacieux;quelajovenlehabíadadocitaanteaquelpabellónynoenel pabellón, que podía estar retenida en París por su servicio, quizá por loscelosdesumarido.

Pero todos estos razonamientos eran severamente criticados, destruidos,arrolladosporaquelsentimientodedoloríntimoque,enciertasocasiones,seapodera de todo nuestro ser y nos grita, para todo cuanto en nosotros estádestinadoaoírnos,queunagrandesgraciaplaneasobrenosotros.

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Entonces D’Artagnan enloqueció casi: corrió por la carretera, tomó elmismo camino que ya había andado, avanzó hasta la barca e interrogó albarquero.

Hacialassietedelatardeelbarquerohabíacruzadoelríoconunamujerenvuelta en unmantón negro, que parecía tener el mayor interés en no serreconocida; pero precisamente debido a esas precauciones que tomaba, elbarquerolehabíaprestadounaatenciónmayor,yhabíavistoquelamujererajovenyhermosa.

Entonces,comohoy,habíagrancantidaddemujeres jóvenesyhermosasque iban aSaint-Cloudy que tenían interés en no ser vistas, y sin embargoD’ArtagnannodudóunsoloinstantequenofueralaseñoraBonacieuxlaqueelbarquerohabíavisto.

D’Artagnanaprovechó la lámparaquebrillabaen lacabañadelbarqueroparavolveraleerunavezmáselbilletedelaseñoraBonacieuxyasegurarsedequenosehabíaengañado,quelacitaeraenSaint-Cloudynoenotraparte,anteelpabellóndelseñorD’Estréesynoenotracalle.

Todo ayudaba a probar a D’Artagnan que sus presentimientos no loengañabanyqueunagrandesgraciahabíaocurrido.

Volvió a tomar el caminodel castillo a todo correr; leparecíaque en suausenciaalgonuevohabíapodidopasarenelpabellónyquelasinformacionesloesperabanallí.

Lacallejacontinuabadesierta,ylamismaluzsuaveycalmasalíadesdelaventana.

D’Artagnanpensóentoncesenaquellacasuchamudayciega,peroquesindudahabíavistoyquequizápodíahablar.

Lapuertadelacercaestabacerrada,perosaltóporencimadelseto,ypesealosladridosdelperroencadenado,seacercóalacabaña.

Alosprimerosgolpesquedio,norespondiónadie.

Unsilenciodemuertereinabatantoenlacabañacomoenelpabellón;noobstante,comoaquellacabañaerasuúltimorecurso,insistió.

Prontoleparecióoírunligeroruidointerior,ruidotemeroso,yqueparecíatemblarélmismodeseroído.

EntoncesD’Artagnandejó de golpear y rogó conun acento tan lleno deinquietud y de promesas, de terror y zalamería, que su voz era capaz pornaturalezadetranquilizaralmásmiedoso.Porfin,unviejopostigocarcomidoseabrió,omejorseentreabrió,ysevolvióacerrarcuandolaclaridaddeunamiserablelámparaqueardíaenunrincónhuboiluminadoeltahalí,elpuñode

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la espaday la empuñadurade las pistolas deD’Artagnan.Sin embargo, porrápido que fuera el movimiento, D’Artagnan había tenido tiempo devislumbrarunacabezadeanciano.

—¡Ennombredelcielo,escuchadme!Yoesperabaaalguienquenoviene,me muero de inquietud. ¿No habrá ocurrido alguna desgracia por losalrededores?Hablad.

La ventana volvió a abrirse lentamente, y el mismo rostro apareció denuevo,sóloqueahoramáspálidoaúnquelaprimeravez.

D’Artagnancontóingenuamentesuhistoria,nombresexcluidos;dijocómoteníaunacitaconunajovenanteaquelpabellón,ycómo,alnoverlavenir,sehabía subido al tilo y, a la luz de la lámpara, había visto el desorden de lahabitación.

Elviejoloescuchóatentamente,al tiempoquehacíaseñasdequeestababien todo aquello; luego, cuando D’Artagnan hubo terminado, movió lacabezaconunairequenoanunciabanadabueno.

—¿Qué queréis decir?—exclamó D’Artagnan—. ¡En nombre del cielo,explicaos!

—¡Oh,señor—dijoelviejo—,nomepidáisnada!Porquesiosdijeraloquehevisto,abuenseguroquenomeocurriránadabueno.

—¿Habéis visto entonces algo?—repusoD’Artagnan—. En tal caso, ennombredelcielo—continuó,entregándoleunapistola—,decid,decidloquehabéisvisto,yosdoymipalabradegentilhombredequeningunadevuestraspalabrassaldrádemicorazón.

El viejo leyó tanta franqueza y dolor en el rostro deD’Artagnan que lehizoseñadeescucharyledijoenvozbaja:

—Serían las nueve pocomás omenos, había oído yo algún ruido en lacalle y quería saber qué podía ser, cuando al acercarme a mi puerta me dicuentadequealguientratabadeentrar.Comosoypobreynotengomiedoaqueme roben, fui a abriryvi a treshombres a algunospasosdeallí.En lasombrahabíaunacarrozaconcaballosenganchadosycaballosdemano.Esoscaballos demanopertenecían evidentemente a los tres hombres que estabanvestidos de caballeros. «Ah, mis buenos señores —exclamé yo—, ¿quéqueréis?» «Debes tener una escalera»,me dijo aquel que parecía el jefe delséquito.«Sí, señor;unacon laque recojo la fruta».«Dánosla,yvuelvea tucasa. Ahí tienes un escudo por la molestia que te causamos. Recuerdasolamentequesidicesunapalabrade loquevasaveryde loquevasaoír(porque mirarás y escucharás pese a las amenazas que te hagamos, estoyseguro),estásperdido».Aestaspalabras,melanzóunescudoqueyorecogí,y

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él tomómi escalera. Efectivamente, después de haber cerrado la puerta delseto tras ellos hice ademán de volver a la casa; pero salí en seguida por lapuertadeatrásydeslizándomeenlasombralleguéhastaesamatadesaúco,desdecuyocentropodíavertodosinservisto.Lostreshombreshabíanhechoavanzar el coche sin ningún ruido, sacaron de él a un hombrecito grueso,pequeño,depelogris,mezquinamentevestidodecoloroscuro,elcualsesubióconprecaucióna la escaleramiródisimuladamente en el interiordel cuarto,volvióabajarapasode loboymurmuróenvozbaja:«¡Ellaes!».Alpuntoaquelquemehabíahabladoseacercóalapuertadelpabellón,laabrióconunallave que llevaba encima, volvió a cerrar la puerta y desapareció; almismotiempo los otros dos subieron a la escalera. El viejo permanecía en laportezuelaelcocherososteníaaloscaballosdelcocheyunlacayoloscaballosdesilla.Deprontoresonarongrandesgritosenelpabellón,unamujercorrióalaventanaylaabriócomoparaprecipitarseporella.Perotanprontocomosedio cuentade losdoshombres, retrocedió; losdoshombres se lanzaron trasella dentro de la habitación.Entonces ya no vi nadamás; pero oía ruido demuebles que se rompen. La mujer gritaba y pedía ayuda. Pero pronto susgritosfueronahogados;lostreshombresseacercaronalaventana,llevandoalamujerensusbrazos;dosdescendieronporlaescaleraylatransportaronalcoche,dondeelviejoentrójuntoaella.Elquesehabíaquedadoenelpabellónvolvióacerrarlaventana,salióuninstantedespuésporlapuertayseaseguróde que lamujer estaba en el coche: sus dos compañeros le esperaban ya acaballo,saltóélasuvezalasilla;ellacayoocupósupuestojuntoalcochero;lacarrozasealejóalgalopeescoltadaporlostrescaballeros,ytodoterminó.Apartirdeesemomento,yonohevistonadaniheoídonada.

D’Artagnan,abrumadoporunanoticiatanterrible,quedóinmóvilymudo,mientrastodoslosdemoniosdelacólerayloscelosaullabanensucorazón.

—Pero, señorgentilhombre—prosiguióelviejo, enelqueaquellamudadesesperaciónproducíaciertamentemásafectodelquehubieranproducidolosgritosylaslágrimas—;vamos,noosaflijáis,nooslahanmatado,esoesloesencial.

—¿Sabéis aproximadamente —dijo D’Artagnan— quién era el hombrequedirigíaesainfernalexpedición?

—Noloconozco.

—Pero,puestoqueoshahablado,habéispodidoverlo.

—¡Ah!¿Sonsusseñasloquemepedís?

—Sí.

—Un hombre alto, enjuto,moreno, de bigotes negros, lamirada oscura,conairedegentilhombre.

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—¡Él es! —exclamó D’Artagnan—. ¡Otra vez él! ¡Siempre él! Es midemonio,segúnparece.¿Yelotro?

—¿Cuál?

—Elpequeño.

—¡Oh,esenoeraunseñor,os loaseguro!Además,no llevabaespada,ylosotrosletratabansinningunaconsideración.

—Algún lacayo —murmuró D’Artagnan—. ¡Ah, pobre mujer! ¡Pobremujer!¿Quétehanhecho?

—Mehabéisprometidoelsecreto—dijoelviejo.

—Y os renuevo mi promesa, estad tranquilo, yo soy gentilhombre. Ungentilhombrenotienemásqueunapalabra,yyooshedadolamía.

D’Artagnan volvió a tomar, con el alma afligida, el camino de la barca.TanprontoseresistíaacreerquesetrataradelaseñoraBonacieux,yesperabaencontrarla al día siguiente en el Louvre, como temía que ella tuviera unaintriga con algún otro y que un celoso la hubiera sorprendido y raptado.Vacilaba,sedesolaba,sedesesperaba.

—¡Oh, si tuviese aquí a mis amigos! —exclamó—. Tendría al menosalgunaesperanzadevolverlaaencontrar;pero¿quiénsabequéhabrásidodeellos?

Era medianoche pocomás o menos; se trataba de encontrar a Planchet.D’Artagnansehizoabrirsucesivamentetodaslastabernasenlasquepercibióalgodeluz;enningunadeellasencontróaPlanchet.

En la sexta, comenzó a pensar que la búsqueda era un poco aventurada.D’Artagnanno había citado a su lacayomás que a las seis de lamañana y,estuviesedondeestuviese,estabaensuderecho.

Ademásaljovenlevinolaideadeque,quedándoseenlosalrededoresdellugarenquehabíaocurridoelsuceso,quizáobtendríaalgúnesclarecimientosobre aquel misterioso asunto. En la sexta taberna, como hemos dicho,D’Artagnansedetuvo,pidióunabotelladevinodeprimeracalidad,seacodóen el ángulo más oscuro y se decidió a esperar el día de este modo; perotambién esta vez su esperanza quedó frustrada, y aunque escuchaba con losoídos abiertos, nooyó, enmediode los juramentos, las burlas y las injuriasqueentresícambiabanlosobreros,loslacayosyloscarreterosquecomponíanlahonorablesociedaddeque formabaparte,nadaquepudieraponerlesobrelashuellasdelapobremujerraptada.Asípues, trashaber tragadosubotellaporociosidadyparanodespertar sospechas, tratódebuscar en su rincón lapostura más satisfactoria posible y de dormirse mal que bien. D’Artagnantenía veinte años, como se recordará, y a esa edad el sueño tiene derechos

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imprescriptibles que reclaman imperiosamente incluso en los corazonesmásdesesperados.

Hacialasseisdelamañana,D’Artagnansedespertóconesemalestarqueacompañaordinariamenteal alba trasunamalanoche.Noeramuy largodehacersuaseo;se tanteóparasabersinosehabíanaprovechadodesusueñopara robarle,yhabiendoencontrado sudiamanteen sudedo, subolsaen subolsilloysuspistolasensucintura,selevantó,pagósubotellaysalióparaversi tenía más suerte en la búsqueda de su lacayo por la mañana que por lanoche. En efecto, lo primero que percibió a través de la niebla húmeda ygrisáceafuealhonradoPlanchet,queconlosdoscaballosdelamanoesperabaa lapuertadeunapequeña tabernamiserable ante la cualD’Artagnanhabíapasadosinsospecharsiquierasuexistencia.

CapítuloXXV

Porthos

Enlugarderegresarasucasadirectamente,D’Artagnanpusopieentierraante lapuertadel señordeTrévilleysubió rápidamente laescalera.Aquellavezestabadecididoacontarletodoloqueacababadepasar.Sinduda,éldaríabuenosconsejosentodoaquelasunto;además,comoelseñordeTrévilleveíacasiadiarioalareina,quizápodríasacaraSuMajestadalgunainformaciónsobrelapobremujeraquiensindudasehacíapagarsuadhesiónasuseñora.

El señor de Tréville escuchó el relato del joven con una gravedad queprobabaquehabíaalgomásentodaaquellaaventuraqueunaintrigadeamor;luego,cuandoD’Artagnanhuboacabado:

—¡Hum!—dijo—.TodoestohueleaSuEminenciaaunalegua.

—Pero¿quéhacer?—dijoD’Artagnan.

—Nada,absolutamentenadaahorasóloabandonarParíscomooshedicho,loantesposible.Yoveréalareina,lecontarélosdetallesdeladesaparicióndeesapobremujer,queellasinduda ignora;estosdetalles laorientaránporsulado, y a vuestro regreso, quizá tenga yo alguna buena nueva que deciros.Dejadloenmismanos.

D’Artagnan sabía que, aunque gascón el señor de Tréville no tenía lacostumbre de prometer, y que cuando por azar prometía, mantenía, y concreces, loquehabíaprometido.Saludó,pues, llenodeagradecimientoporelpasadoyporelfuturo,yeldignocapitán,queporsuladosentíavivointerésporaqueljoventanvalienteytanresuelto,leapretóafectuosamentelamano

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deseándoleunbuenviaje.

Decidido a poner los consejos del señor deTréville enpráctica en aquelmismoinstante,D’ArtagnanseencaminóhacialacalledesFossoyeurs,afindevelarporlapreparacióndesuequipaje.Alacercarseasucasa,reconocióalseñorBonacieuxentrajedemañana,depieanteelumbraldesupuerta.TodoloquelehabíadicholavísperaelprudentePlanchetsobreelcaráctersiniestrodesuhuéspedvolvióentoncesalamemoriadeD’Artagnanquelomirómásatentamente de lo que hasta entonces había hecho. En efecto, además deaquellapalidezamarillentayenfermizaqueindicalafiltracióndelabilisenlasangreyqueporelotro ladopodía ser sóloaccidental,D’Artagnanobservóalgo de sinuosamente pérfido en la tendencia a las arrugas de su cara. Unbribónnoríedeigualformaqueunhombrehonesto,unhipócritanolloraconlaslágrimasqueunhombredebuenafe.Todafalsedadesunamáscara,yporbienhechaqueestélamáscara,siempresellega,conunpocodeatención,adistinguirladelrostro.

Le pareció pues, a D’Artagnan que el señor Bonacieux llevaba unamáscara,einclusoqueaquellamáscaraeradelasmásdesagradablesdever.

En consecuencia, vencido por su repugnancia hacia aquel hombre, iba apasar por delante de él sin hablarle cuando, como la víspera, el señorBonacieuxlointerpeló:

—¡Ybien,joven—ledijo—,parecequeandamosdejuerga!¡Diablos,lassietede lamañana!Meparecequeosapartáisde lascostumbresrecibidasyquevolvéisalahoraenquelosdemássalen.

—No se os hará a vos el mismo reproche, maese Bonacieux—dijo eljoven—,ysoismodelodelasgentesordenadas.Esciertoquecuandoseponeunamujerjovenybonita,nohaynecesidaddecorrerdetrásdelafelicidad;eslafelicidadlaquevieneabuscaros,¿noesasí,señorBonacieux?

Bonacieuxsepusopálidocomolamuerteymuequeóunasonrisa.

—¡Ah,ah!—dijoBonacieux—.Soisuncompañerobromista.Pero¿dóndediabloshabéisandadodecorreríaestanoche,mijovenamigo?Parecequenohacíamuybuentiempoenlosatajos.

D’Artagnanbajólosojoshaciasusbotastodascubiertasdebarro;peroenaquelmovimientosusmiradassedirigieronalmismotiempohacialoszapatosylasmediasdelmercero;sehubieradichoqueloshabíamojadoenelmismocenagal;unosyotrosteníanmanchascompletamentesemejantes.

EntoncesunaideasúbitacruzólamentedeD’Artagnan.Aquelhombrecitogrueso, rechoncho, cuyos cabellos agrisaban ya, aquella especie de lacayovestidoconuntrajeoscuro,tratadosinconsideraciónporlasgentesdeespada

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quecomponíanlaescolta,eraelmismoBonacieux.Elmaridohabíapresididoelraptodesumujer.

LeentraronaD’Artagnanunas terriblesganasdesaltara lagargantadelmerceroydeestrangularlo;peroyahemosdichoqueeraunmuchachomuyprudenteysecontuvo.Sinembargo,larevoluciónquesehabíaoperadoensurostroeratanvisiblequeBonacieuxquedóespantadoytratóderetrocederunpaso;peroprecisamente se encontrabadelantedelbatientede lapuerta, queestabacerrada,yelobstáculoqueencontró le forzóaquedarseenelmismositio.

—¡Vaya,soisvosquienbromeáis,mivalienteamigo!—dijoD’Artagnan—.Meparecequesimisbotasnecesitanunabuenaesponja,vuestrasmediasyvuestroszapatostambiénreclamanunbuencepillado.¿Esquetambiénvososhabéiscorridounajuerga,maeseBonaceux?¡Diablos!Esoseríaimperdonableenunhombredevuestraedadyqueademás tieneunamujer jovenybonitacomolavuestra.

—¡Oh, Diosmío, no!—dijo Bonacieux—.Ayer estuve en Saint-Mandépara informarmedeunasirvientade laquenopuedoprescindir,ycomo loscaminosestabanenmalascondicioneshetraídotodoesefangoqueaúnnohetenidotiempodehacerdesaparecer.

El lugar que designabaBonacieux comometa de correría fue una nuevaprueba en apoyo de las sospechas que había concebido D’Artagnan.Bonacieux había dicho Saint-Mandé porque Saint-Mandé es el puntocompletamenteopuestoaSaint-Cloud.

Aquellaprobabilidad fueparaélunprimerconsuelo.SiBonacieuxsabíadóndeestabasumujer,siempresepodría,empleandomediosextremos,forzaralmercero a soltar la lengua y dejar escapar su secreto. Se trataba sólo deconvertirestaprobabilidadencertidumbre.

—Perdón, mi querido señor Bonacieux, si prescindo con vos de losmodales—dijoD’Artagnan—;peronadamealteramásquenodormir,tengounasedimplacable;permitidmetomarunvasodeaguadevuestracasa;yalosabéis,esonoseniegaentrevecinos.

Ysinesperarelpermisodesuhuésped,D’Artagnanentrórápidamenteenlacasaylanzóunarápidaojeadasobrelacama.Lacamanoestabadeshecha.Bonacieux no se había acostado.Acababa de volver hacía una o dos horas;habíaacompañadoasumujerhastaellugaralquelahabíanconducido,oporlomenoshastaelprimerrelevo.

—Gracias,maeseBonacieux—dijoD’Artagnanvaciandosuvaso—,esoestodocuantoqueríadevos.Ahoravuelvoamicasa,voyaversiPlanchetmelimpia las botas y, cuando haya terminado, os lo mandaré por si queréis

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limpiarosvuestroszapatos.

Ydejóalmercerotodopasmadoporaquelsingularadiósypreguntándosesinohabíacaídoensupropiatrampa.

EnloaltodelaescaleraencontróaPlanchettodoestupefacto.

—¡Ah,señor!—exclamóPlanchetcuandodivisóasuamo—.Yatenemosotra,yesperabaconimpacienciaqueregresaseis.

—Pues,¿quépasa?—preguntóD’Artagnan.

—¡Oh,osapuestocien,señor,osapuestomilsiadivináislavisitaqueherecibidoparavosenvuestraausencia!

—¿Yesocuándo?

—Haráunamediahora,mientrasvosestabaisconelseñordeTréville.

—¿Yquiénhavenido?Vamos,habla.

—ElseñordeCavois.

—¿ElseñordeCavois?

—Enpersona.

—¿ElcapitándelosguardiasdeSuEminencia?

—Elmismo.

—¿Veníaaarrestarme?

—Esloquemetemo,señor,yesopeseasuairezalamero.

—¿Teníaelairezalamero,dices?

—Quierodecirqueeratodomieles,señor.

—¿Deverdad?

—Venía, según dijo, de parte de Su Eminencia, que os queríamucho, arogarosseguirlealPalaisRoyal.

—Ytú,¿quélehascontestado?

—Que era imposible, dado que estabais fuera de casa, como podía élmismover.

—¿Yentoncesquéhadicho?

—Quenodejaseisdepasarporallíduranteeldía;luegohaañadidoenvozbaja:«DileatuamoqueSuEminenciaestácompletamentedispuestohaciaél,yquesufortunadependequizádeesaentrevista».

—Latrampaesbastantetorpeparaserdelcardenal—repusosonriendoel

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joven.

—Tambiényohevistolatrampayherespondidoqueosdesesperaríaisavuestro regreso. «¿Dónde ha ido?», ha preguntado el señor de Cavois. «ATroyes, en Champagne», le he respondido. «¿Y cuándo se ha marchado?»«Ayertarde».

—Planchet, amigo mío—interrumpió D’Artagnan—, eres realmente unhombreprecioso.

—¿Comprendéis,señor?Hepensadoquesiemprehabríatiempo,sideseáisveralseñordeCavois,dedesmentirmediciendoquenooshabíaismarchado;seríayoentalcasoquienhabríamentido,ycomonosoygentilhombre,puedomentir.

—Tranquilízate, Planchet, tú conservarás tu reputación de hombreverdadero:dentrodeuncuartodehorapartimos.

—Es el consejo que iba a dar al señor; y, ¿adónde vamos, si se puedesaber?

—¡Pardiez! Hacia el lado contrario del que tú has dicho que había ido.Además,¿notienesprisapor tenernuevasconGrimaud,deMosquetónydeBazin,comolastengoyodesaberquéhapasadodeAthos,PorthosyAramis?

—Claro que sí, señor—dijo Planchet—, y yo partiré cuando queráis; elairedelaprovincianosvamejor,segúncreo,enestemomentoqueelairedeParís.Poreso,pues…

—Por eso, pues, hagamos nuestro petate, Planchet y partamos; yo irédelante, con lasmanos en los bolsillosparaquenadie sospechenada.Tú tereunirás conmigo en el palacio de losGuardias.A propósito, Planchet, creoque tienes razón respecto a nuestro huésped, y que decididamente es unhorriblecanalla.

—¡Ah!,creedme,señor,cuandoosdigoalgo;yosoyfisonomista,ybueno.

D’Artagnandescendióelprimero,comohabíaconvenido; luego,paranotener nada que reprocharse, se dirigió una vezmás al domicilio de sus tresamigos: no se había recibido ninguna noticia de ellos; sólo una carta todaperfumadaydeunaescrituraeleganteymenudahabía llegadoparaAramis.D’Artagnansehizocargodeella.Diezminutosdespués,PlanchetsereunióenlascuadrasdelpalaciodelosGuardias.D’Artagnan,paranoperdertiempo,yahabíaensilladosucaballoélmismo.

—Está bien—le dijo a Planchet cuando éste tuvo unido el maletín degrupaalequipo—;ahoraensillalosotrostres,ypartamos.

—¿Creéisqueiremosmásdeprisacondoscaballoscadauno?—preguntó

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Planchetconaireburlón.

—No,señorbromista—respondióD’Artagnan—,peroconnuestroscuatrocaballospodremosvolveratraeranuestrostresamigos,siesquetodavíalosencontramosvivos.

—Locualseráunagransuerte—respondióPlanchet—,peroenfin,nohayquedesesperardelamisericordiadeDios.

—Amén—dijoD’Artagnan,montandoahorcajadasensucaballo.

YlosdossalierondelpalaciodelosGuardias,alejándosecadaunoporunapuntadelacalle,debiendoelunodejarParísporlabarreradeLaVilletteyelotro por la barrera de Montmartre, para reunirse más allá de Saint-Denis,maniobraestratégicaqueejecutadaconigualpuntualidadfuecoronadaporlosmásfelicesresultados.D’ArtagnanyPlanchetentraronjuntosenPierrefitte.

Planchetestabamásanimado, todohayquedecirlo,poreldíaquepor lanoche.

Sinembargo, suprudencianaturalno leabandonabaunsolo instante;nohabía olvidado ninguno de los incidentes del primer viaje, y tenía porenemigos a todos los que encontraba en camino. Resultaba de ello que sincesar tenía el sombrero en lamano, lo que le valía severas reprimendas departedeD’Artagnan,quien temíaque,debidoa tal excesodecortesía, se letomaseporuncriadodeunhombredepocovaler.

Sinembargo,seaqueefectivamente losviandantesquedaranconmovidosporlaurbanidaddePlanchet,seaqueaquellavezningunofueapostadoenlarutadeljoven,nuestrosdosviajerosllegaronaChantillysinaccidentealgunoy se apearon ante el hostal del Grand SaintMartin, el mismo en el que sehabíandetenidodurantesuprimerviaje.

El hostelero, al ver al joven seguido de su lacayo y de dos caballos demano,seadelantórespetuosamentehastaelumbraldelapuerta.Ahorabien,como ya había hecho once leguas,D’Artagnan juzgó a propósito detenerse,estuvieraonoestuvieraPorthosenelhostal.Además,quizánofueraprudenteinformarsealaprimeradeloquehabíasidodelmosquetero.Resultódeestasreflexiones que D’Artagnan, sin pedir ninguna noticia de lo que habíaocurrido,seapeó,encomendóloscaballosasulacayo,entróenunapequeñahabitación destinada a recibir a quienes deseaban estar solos, y pidió a suhostelerounabotelladesumejorvinoyelmejordesayunoposible,peticiónquecorroborómásaúnlabuenaopiniónqueelalberguistasehabíahechodesuviajeroalaprimeraojeada.

PoresoD’Artagnanfueservidoconunaceleridadmilagrosa.

Elregimientodelosguardiassereclutabaentrelosprimerosgentilhombres

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del reino, y D’Artagnan, seguido de un lacayo y viajando con cuatromagníficos caballos, no podía, pese a la sencillez de su uniforme, dejar decausar sensación. El hostelero quiso servirle en persona; al ver lo cual,D’Artagnanhizotraerdosvasosyentablólasiguienteconversación:

—A fe mía, mi querido hostelero —dijo D’Artagnan llenando los dosvasos—,oshepedidovuestromejorvino,ysimehabéisengañadovaisasercastigadopordondepecasteis,dadoquecomodetestobebersolo,vosvaisabeberconmigo.Tomad,pues,esevasoybebamos.¿Porquébrindaremos,parano herir ninguna susceptibilidad? ¡Bebamos por la prosperidad de vuestroestablecimiento!

—Vuestraseñoríamehaceunhonor—dijoelhostelero—,yleagradezcosinceramentesubuendeseo.

—Peronoosengañéis—dijoD’Artagnan—,hayquizámásegoísmodeloque pensáis en mi brindis: sólo en los establecimientos que prosperan lerecibenbienauno;enloshostalesendecadenciatodovamangaporhombro,yelviajeroesvíctimadelosapurosdesuhuésped;peroyoqueviajomuchoysobretodoporestaruta,quisieraveratodoslosalberguistashacerfortuna.

—Enefecto—dijoelhostelero—,meparecequenoeslaprimeravezquetengoelhonordeveralseñor.

—Bueno,hepasadodiezvecesquizáporChantilly,ydelasdiezvecestresocuatropor lomenosmehedetenidoenvuestracasa.Mirad, laúltimavezhará diez o doce días aproximadamente; yo acompañaba a unos amigos,mosqueteros,y lapruebaesqueunodeellossevioenvueltoenunadisputacon un extraño, con un desconocido, un hombre que le buscó no sé quéquerella.

—¡Ah!¡Sí,escierto!—dijoelhostelero—.Ymeacuerdoperfectamente.¿NoesdelseñorPorthosdequienVuestraSeñoríaquierehablarme?

—Ese es precisamente el nombre demi compañerode viaje. ¡Diosmío!Queridohuésped,decidme,¿lehaocurridoalgunadesgracia?

—PeroVuestraSeñoríatuvoquedarsecuentadequenopudocontinuarsuviaje.

—En efecto, nos había prometido reunirse con nosotros, y no lo hemosvueltoaver.

—Élnoshahechoelhonordequedarseaquí.

—¿Cómo?¿Oshahechoelhonordequedarseaquí?

—Sí,señor,enelhostal;inclusoestamosmuyinquietos.

—¿Yporqué?

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—Porciertosgastosquehahecho.

—¡Bueno,losgastosquehahechoéllospagará!

—¡Ay, señor, realmente me ponéis bálsamo en la sangre! Hemos hechofuertes adelantos, y estamañana incluso el cirujanonosdeclarabaque, si elseñor Porthos no le pagaba, sería yo quien tendría que hacerse cargo de lacuenta,dadoqueerayoquienlehabíaenviadoabuscar.

—Pero,entonces,¿Porthosestáherido?

—Nosabríadecíroslo,señor.

—¿Cómo que no sabríais decírmelo? Sin embargo, vos deberíais estarmejorinformadoquenadie.

—Sí, pero en nuestra situación no decimos todo lo que sabemos, señor,sobre todo porque nos ha prevenido que nuestras orejas responderán pornuestralengua.

—¡Ybien!¿PuedoveraPorthos?

—Desdeluego,señor.Tomadlaescalera,subidalprimeroyllamadenelnúmerouno.Sóloqueprevenidlequesoisvos.

—¡Cómo!¿Queleprevengaquesoyyo?

—Síporqueospodríaocurriralgunadesgracia.

—¿Yquédesgraciaqueréisquemeocurra?

—El señor Porthos puede tomaros por alguien de la casa y en unmovimientodecólerapasarossuespadaatravésdelcuerpoosaltaroslatapadelossesos.

—¿Quélehabéishecho,pues?

—Lehemospedidoeldinero.

—¡Ah, diablos! Ya comprendo; es una petición que Porthos recibemuymalcuandonotienefondos;peroyoséquedebíatenerlos.

—Esloquenosotroshemospensado,señor;comolacasaesmuyregularynosotroshacemosnuestrascuentastodaslassemanas,alcabodeochodíaslehemos presentado nuestra nota; pero parece que hemos llegado en un malmomento,porquealaprimerapalabraquehemospronunciadosobreeltema,noshaenviadoaldiablo;esciertoquelavísperahabíajugado.

—¿Cómoquehabíajugadolavíspera?¿Yconquién?

—¡Oh,Diosmío!Eso,¿quiénlosabe?Conunseñorqueestabadepasoyalquepropusounapartidadesacanete.

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—Yaestá,eldesgraciadolohabráperdidotodo.

—Hastasucaballo,señor,porquecuandoelextrañoibaapartir,noshemosdadocuentadequesulacayoensillabaelcaballodelseñorPorthos.Entoncesnosotros le hemos hecho la observación, pero nos ha respondido que nosmetiésemosenloquenosimportabayqueaquelcaballoerasuyo.EnseguidahemosinformadoalseñorPorthosdeloquepasaba,peroélnoshadichoqueéramosunosbellacospordudardelapalabradeungentilhombre,yque,dadoqueélhabíadichoqueelcaballoerasuyo,eranecesarioqueasífuese.

—Loreconozcoperfectamenteeneso—murmuróD’Artagnan.

—Entonces —continuó el hostelero—, le hice saber que, desde elmomento en que parecíamos destinados a no entendernos en el asunto delpago, esperaba que almenos tuviera la bondad de conceder el honor de sutratoamicolegaeldueñodelAigled’Or;peroelseñorPorthosmerespondióquemi hostal era elmejor y que deseaba quedarse en él. Tal respuesta erademasiadohalagadoraparaqueyoinsistieseensupartida.Melimité,pues,arogarlequemedevolvierasuhabitación,queeralamáshermosadelhotel,ysecontentaseconunpreciosogabinetitoeneltercerpiso.PeroaestoelseñorPorthosrespondióquecomoesperabadeunmomentoaotroasuamante,queera una de las mayores damas de la corte yo debía comprender que lahabitaciónqueelmehacíaelhonordehabitarenmicasaeratodavíamediocreparasemejantepersona.Sinembargo,reconociendoytodolaverdaddeloquedecía,creímideberinsistir;perosintomarsesiquieralamolestiadeentrarendiscusión conmigo, cogió su pistola, la puso sobre su mesilla de noche ydeclaróquealaprimerapalabraqueseledijeradeunamudanzacualquiera,fueraodentrodelhostal,abriríalatapadelossesosaquienfueselobastanteimprudenteparameterseenunacosaquenoleimportabamásqueél.Poreso,señor, desde ese momento nadie entra ya en su habitación, a no ser sudoméstico.

—¿Mosquetónestá,pues,aquí?

—Sí, señor; cinco días después de su partida ha vuelto del peor humorposible; parece que él también ha tenido sinsabores durante su viaje. Pordesgracia,esmásligerodepiernasquesuamo,locualhacequeporsuamopongatodopatasarriba,dadoque,pensandoquepodríanegárseleloquepide,cogecuantonecesitasinpedirlo.

—El hecho es—respondió D’Artagnan— que siempre he observado enMosquetónunaadhesiónyunainteligenciamuysuperiores.

—Esposible,señor;perosuponedquetengolaoportunidaddeponermeencontacto, sólo cuatro veces al año, con una inteligencia y una adhesiónsemejantes,ysoyunhombrearruinado.

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—No,porquePorthosospagará.

—¡Hum!—dijoelhosteleroentonodeduda.

—Esel favoritodeunagrandamaqueno lodejará en el apuropor unamiseriacomolaqueosdebe…

—Siyomeatrevieraadecirloquecreosobreeso…

—¿Quécreéisvos?

—Yodiríainclusomás:loquesé.

—¿Quésabéis?

—Einclusoaquellodequeestoyseguro.

—Veamos,¿ydequéestáisseguro?

—Yodiríaqueconozcoaesagrandama.

—¿Vos?

—Sí,yo.

—¿Ycómolaconocéis?

—¡Oh,señor!Siyocreyerapoderconfiarmeavuestradiscreción…

—Hablad, y a fe de gentilhombre que no tendréis que arrepentiros devuestraconfianza.

—Puesbien,señor,yasabéis,lainquietudhacehacermuchascosas.

—¿Quéhabéishecho?

—¡Oh!Nadaquenoestéenelderechodeunacreedor.

—¿Y…?

—El señor Porthos nos ha entregado un billete para esa duquesa,encargándonos echarlo al correo. Su doméstico no había llegado todavía.Comonopodíadejarsuhabitación,eraprecisoquenoshiciéramoscargodesusrecados.

—¿Ydespués?

—En lugar de echar la carta a la posta, cosa que nunca es segura,aproveché la ocasión de uno de mis mozos que iba a París y le ordenéentregárselaaladuquesaenpersona.EracumplirconlasintencionesdelseñorPorthos, que nos había encomendado encarecidamente aquella carta, ¿no esasí?

—Másomenos.

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—Puesbien,señor,¿sabéisloqueesesagrandama?

—No;yoheoídohablaraPorthosdeella,esoestodo.

—¿Sabéisloqueesesapresuntaduquesa?

—Osrepito,nolaconozco.

—EsunaviejaprocuradoradelChâtelet,señor,llamadaseñoraCoquenard,lacualtieneporlomenoscincuentaañosysedainclusoairesdeestarcelosa.YameparecíademasiadosingularunaprincesaviviendoenlacalleauxOurs.

—¿Cómosabéiseso?

—Porquemontó en gran cólera al recibir la carta, diciendo que el señorPorthos era un veleta y que además habría recibido la estocada por algunamujer.

—Peroentonces,¿harecibidounaestocada?

—¡AhDiosmío!¿Quéhedicho?

—HabéisdichoquePorthoshabíarecibidounaestocada.

—Sí,peroélmehabíaprohibidoterminantementedecirlo.

—Yeso,¿porqué?

—¡Maldita sea!Señor, porque se había vanagloriado de perforar a aquelextraño con el que vos lo dejasteis peleando, y fue por el contrario elextranjeroelque,peseatodassusbaladronadas,lehizomorderelpolvo.PerocomoelseñorPorthosesunhombremuyglorioso,exceptoparaladuquesa,alaqueélhabíacreídointeresarhaciéndoleelrelatodesuaventura,noquiereconfesaranadiequeesunaestocadaloqueharecibido.

—Entonces,¿esunaestocadaloqueleretieneensucama?

—Yunaestocadamagistral,os loaseguro.Esprecisoquevuestroamigotengasietevidascomolosgatos.

—¿Estabaisvosallí?

—Señor,yolosseguíporcuriosidad,desuertequevielcombatesinqueloscombatientesmeviesen.

—¿Ycómopasaronlascosas?

—Ohlacosanofuemuy larga,os loaseguro;sepusieronenguardia;elextranjero hizo una finta y se lanzó a fondo; todo esto tan rápidamente quecuandoelseñorPorthosllegóalaparada,teníayatrespulgadasdehierroenelpecho.Cayóhaciaatrás.Eldesconocidolepusoalpuntolapuntadesuespadaen la garganta, y el señor Porthos, viéndose a merced de su adversario, se

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declaróvencido.Alocualeldesconocidolepidiósunombre,yalenterarsedequesellamabaPorthosynoseñorD’Artagnan,leofreciósubrazo,letrajoalhostal,montóacaballoydesapareció.

—¿AsíqueeraalseñorD’Artagnanalquequeríaesedesconocido?

—Parecequesí.

—¿Ysabéisvosquéhasidodeél?

—No,nolohabíavistohastaentoncesynolohemosvueltoaverdespués.

—Muy bien; sé lo que quería saber. Ahora, ¿decís que la habitación dePorthosestáenelprimerpiso,númerouno?

—Sí,señor,lahabitaciónmáshermosadelalbergue,unahabitaciónqueyahabríatenidodiezocasionesdealquilar.

—¡Bah!Tranquilizaos—dijoD’Artagnanriendo—.PorthosospagaráconeldinerodeladuquesaCoquenard.

—¡Oh,señor!Procuradoraoduquesasi soltara loscordonesdesubolsa,nada importaría; pero ha respondido taxativamente que estaba harta de lasexigenciasydelasinfidelidadesdelseñorPorthos,yquenoleenviaríaniundenario.

—¿Yvoshabéisdadoesarespuestaavuestrohuésped?

—Noshemosguardadomuchodeello:sehabríadadocuentadelaformaenquehabíamoshechoelencargo.

—Esdecir,quesigueesperandosudinero.

—¡Oh,Diosmío,claroquesí!Ayerinclusoescribió;peroestavezhasidosudomésticoelquehapuestolacartaenlaposta.

—¿Ydecísquelaprocuradoraesviejayfea?

—Unoscincuentaañosporlomenos,señor,nomuybella,segúnloquehadichoPathaud.

—En tal caso, estad tranquilo, se dejará enternecer; además Porthos nopuededeberosgrancosa.

—¡Cómo que no gran cosa! Una veintena de pistolas ya, sin contar elmédico.Noseprivadenada;sevequeestáacostumbradoavivirbien.

—Bueno,sisuamanteleabandona,encontraráamigos,osloaseguro.Poreso,miqueridohostelero,notengáisningunainquietud,ycontinuadteniendoconéltodosloscuidadosqueexigesuestado.

—El señormehaprometidonohablar de la procuradora y nodecir una

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palabradelaherida.

—Estáconvenido;tenéismipalabra.

—¡Oh,esquememataría!

—Notengáismiedo;noestanmalocomoparece.

Aldecirestaspalabras,D’Artagnansubiólaescalera,dejandoasuhuéspedunpocomástranquilorespectoadoscosasqueparecíanpreocuparle:sudeudaysuvida.

Enloaltodelaescalera,sobrelapuertamásaparentedelcorredor,habíatrazado,contintanegra,unnúmerounogigantesco;D’Artagnanllamóconungolpey,traslainvitaciónapasaradelantequelevinodelinterior,entró.

Porthosestabaacostadoy jugabaunapartidadesacaneteconMosquetónparaentretenerlamano,mientrasunasadorcargadoconperdicesgirabaanteel fuegoyencada rincóndeunagranchimeneahervíansobredoshornillosdoscacerolasdelasquesalíadobleoloraestofadodeconejoyacalderetadepescadoquealegrabaelolfato.Además,loaltodeunsecreteryelmármoldeunacómodaestabancubiertosdebotellasvacías.

AlavistadesuamigoPorthoslanzóungrangritodealegríayMosquetón,levantándoserespetuosamente,lecedióelsitioyfueaecharunaojeadaalascacerolasdelasqueparecíaencargaseparticularmente.

—¡Ah!Pardiezsoisvos—dijoPorthosaD’Artagnan—;sedbienvenidos,yexcusadmesinovoyhastavos.Pero—añadiómirandoaD’Artagnanconciertainquietud—vossabéisloquemehapasado.

—No.

—¿Elhosteleronooshadichonada?

—Lehepreguntadoporvosyhesubidoinmediatamente.

Porthospareciórespirarconmayorlibertad.

—¿Yquéoshapasado,miqueridoPorthos?—continuóD’Artagnan.

—Loquemehapasadofuequeallanzarmeafondosobremiadversario,aquienyahabíadadotresestocadas,yconelquequeríaacabardeunacuarta,mipiefueachocarconunapiedraymetorcíunarodilla.

—¿Deverdad?

—¡Palabradehonor!Afortunadamenteparaeltunante,porquenolohabríadejadosinomuertoenelsitio,oslogarantizo.

—¿Yquéfuedeél?

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—¡Oh,nosénada!Yateníabastante,ysemarchósinpedirloquefaltaba;peroavos,miqueridoD’Artagnan,¿quéoshapasado?

—¿De modo, mi querido Porthos —continuó D’Artagnan—, que eseesguinceosretieneenellecho?

—¡Ah,Diosmío, sí, eso es todo!Por lodemás,dentrodepocosdíasyaestaréenpie.

—Entonces, ¿por qué no habéis hecho que os lleven a París? Debéisaburriroscruelmenteaquí.

—Erami intención, pero, querido amigo, es precisoqueos confieseunacosa.

—¿Cuál?

—Es que, como me aburría cruelmente, como vos decís, y tenía en mibolsillo lassesentaycincopistolasquevosmehabéisdado,paradistraermehicesubiramicuartoaungentilhombrequeestabadepasoyalcualpropusejugarunapartiditadedados.El aceptóy,pormihonor,mis sesentaycincopistolas pasaron demi bolso al suyo, además demi caballo, que encima sellevóporañadidura.Pero¿yvos,miqueridoD’Artagnan?

—¿Quéqueréis,miqueridoPorthos?Nosepuedeserafortunadoentodo—dijo D’Artagnan—; ya sabéis el proverbio: «Desgraciado en el juego,afortunado en amores». Sois demasiado afortunado en amores para que eljuegonosevengue;pero¡quéosimportanavoslosrevesesdelafortuna!¿Notenéis,malditopilloquesois,notenéisavuestraduquesa,quenopuededejardevenirenvuestraayuda?

—Pues bien, mi querido D’Artagnan, para que veáis mi mala suerte—respondióPorthosconelairemásdesenvueltodelmundo—,leescribíquemeenviasecincuenta luises,de losqueestabaabsolutamentenecesitadodada laposiciónenquemehallaba…

—¿Y?

—Y…nodebeestarensustierras,porquenomehacontestado.

—¿Deveras?

—Sí.Ayerinclusoledirigíunasegundaepístola,másapremianteaúnquelaprimera.Peroestáisvosaquí,queridoamigo,hablemosdevos.Osconfiesoquecomenzabaatenerciertainquietudporculpavuestra.

—Perovuestrohostelerosehacomportadobienconvos,segúnparece,miqueridoPorthos—dijoD’Artagnanseñalandoalenfermolascacerolasllenasylasbotellasvacías.

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—¡Así, así! —respondió Porthos—. Hace tres o cuatro días que elimpertinenteme ha subido su cuenta, y yo les he puesto en la puerta, a sucuentayaél,desuertequeestoyaquícomounaespeciedevencedor,comounaespeciede conquistador.Por eso, comoveis, temiendoa cadamomentoserviolentadoenmiposición,estoyarmadohastalosdientes.

—Sin embargo —dijo riendo D’Artagnan—, me parece que de vez encuandohacéissalidas.

Yseñalabaconeldedolasbotellasylascacerolas.

—¡No yo, por desgracia!—dijo Porthos—. Este miserable esguincemeretiene en el lecho; es Mosquetón quien bate el campo y trae víveres.Mosquetón, amigomío—continuó Porthos—, ya veis que nos han llegadorefuerzos,necesitaremosunsuplementodevituallas.

—Mosquetón—dijoD’Artagnan—,tendréisquehacermeunfavor.

—¿Cuál,señor?

—DadvuestrarecetaaPlanchet;yotambiénpodríaencontrarmesitiado,ynomemolestaríaquemehicierangozardelasmismasventajasconquevosgratificáisavuestroamo.

—¡Ay,Diosmío,señor!—dijoMosquetónconairemodesto—.Nadamásfácil.Setratadeserdiestro,esoestodo.Hesidoeducadoenelcampo,ymipadre,ensusmomentosdeapuro,eraalgofurtivo.

—Yelrestodeltiempo,¿quéhacía?

—Señor, practicaba una industria que a mí siempre me ha parecidobastanteafortunada.

—¿Cuál?

—Como era en los tiempos de las guerras de los católicos y de loshugonotes,ycomoélveíaaloscatólicosexterminaraloshugonotes,yaloshugonotesexterminaraloscatólicos,ytodoennombredelareligión,sehabíahecho una creencia mixta, lo que le permitía ser tan pronto católico comohugonote.Sepaseabahabitualmente,conlaescopetaalhombro,detrásdelossetos que bordean los caminos, y cuando veía venir a un católico solo, lareligiónprotestantedominabaen suespíritualpunto.Bajaba suescopetaendirección del viajero; luego, cuando estaba a diez pasos de él, entablaba undiálogoqueterminabacasisiempreporalabandonoqueelviajerohacíadesubolsaparasalvar lavida.Por supuesto,cuandoveíaveniraunhugonote, sesentíaarrebatadoporuncelocatólicotanardientequenocomprendíacómouncuartodehoraanteshabíapodidotenerdudassobrelasuperioridaddenuestrasantareligión.Porqueyo,señor,soycatólico;mipadre,fielasusprincipios,hizoamihermanomayorhugonote.

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—¿Ycómoacabóesedignohombre?—preguntóD’Artagnan.

—¡Oh!Delaformamásdesgraciada,señor.Undíaseencontrócogidoenunaencrucijadaentreunhugonoteyuncatólicoconquienesyahabíatenidoquevérselasylereconocieronlosdos,desuertequeseunieroncontraélylocolgarondeunárbol;luegovinieronavanagloriarsedelhermosodesatinoquehabían hecho en la taberna de la primera aldea, donde estábamos bebiendonosotros,mihermanoyyo.

—¿Yquéhicisteis?—dijoD’Artagnan.

—Lesdejamosdecir—prosiguióMosquetón—.Luego,comoalsalirdelatabernacadaunotomóuncaminoopuesto,mihermanofueaemboscarseenelcaminodelcatólico,yyoeneldelprotestante.Doshorasdespuéstodohabíaacabado,nosotrosleshabíamosarregladoelasuntoacadauno,admirándonosalmismotiempodelaprevisióndenuestropobrepadre,quehabíatomadolaprecaucióndeeducarnosacadaunoenunareligióndiferente.

—Enefecto,comodecís,Mosquetón,vuestropadremeparecequefueunmozomuyinteligente.¿Ydecísque,ensusratosperdidos,elbuenhombreerafurtivo?

—Sí, señor, y fue él quienme enseñó a anudar un lazo y a colocar unacaña.Por eso, cuandoyovi quenuestrobribóndehosteleronos alimentabaconunmontóndeviandasbastas,buenassóloparapatanes,yquenoleibanadosestómagostandebilitadoscomolosnuestros,mepusearecordaralgomiantiguo oficio. Al pasearme por los bosques del señor Príncipe, he tendidolazosenlaspasadas;ysimetumbabajuntoalosestanquesdeSuAlteza,hedejadodeslizarsedasensusaguas.Desuertequeahora,graciasaDios,nonosfaltan,comoelseñorpuedeasegurarse,perdicesyconejos,carpasyanguilas,alimentostodosligerosysanos,adecuadosparalosenfermos.

—Pero ¿y el vino? —dijo D’Artagnan—. ¿Quién proporciona el vino?¿Vuestrohostelero?

—Esdecir,síyno.

—¿Cómosíyno?

—Loproporcionaél,escierto,peroignoraquetieneesehonor.

—Explicaos, Mosquetón, vuestra conversación está llena de cosasinstructivas.

—Mirad,señor.Elazarhizoqueyoencontraraenmisperegrinacionesaunespañolquehabíavistomuchospaíses,yentreotroselNuevoMundo.

—¿Qué relaciónpuede tener elNuevoMundocon lasbotellasqueestánsobreelsecreterysobreesacómoda?

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—Paciencia,señor,cadacosaasutiempo.

—Esjusto,Mosquetón;avosmeremitoyescucho.

—Eseespañolteníaasuserviciounlacayoquelehabíaacompañadoensuviaje aMéxico.El tal lacayoera compatriotamío,de suertequeprontonoshicimos amigos, tanto más rápidamente cuanto que entre nosotros habíagrandessemejanzasdecarácter.Losdosamamoslacazaporencimadetodo,desuertequemecontabacómo,en las llanurasde laspampas, losnaturalesdelpaíscazanaltigreylostorosconsimplesnudoscorredizosquelanzanalcuellodeesosterriblesanimales.Alprincipioyonopodíacreerquesellegasea talgradodedestreza,de lanzaraveinteo treintapasosel extremodeunacuerdadondesequiere;peroantelaspruebashabíaqueadmitirlaverdaddelrelato.Miamigocolocabaunabotellaatreintapasos,yacadagolpe,cogíaelgollete en un nudo corredizo. Yo me dediqué a este ejercicio, y como lanaturaleza me ha dotado de algunas facultades, hoy lanzo el lazo tan biencomo cualquier hombre delmundo. ¿Comprendéis ahora?Nuestro hostelerotieneunacavamuybiensurtida,peronodejaunmomentolallave;sóloqueesacavatieneuntragaluz.Yporesetragaluzyolanzoellazo,ycomoahorayasédóndeestáelbuenrincón,lovoysacando.Asíes,señor,comoelNuevoMundoseencuentraenrelaciónconlasbotellasquehaysobreesacómodaysobre ese secreter.Ahora, gustad nuestro vino y sin prevención decidnos loquepensáisdeél.

—Gracias,amigomío,gracias;desgraciadamenteacabodedesayunar.

—¡Y bien! —dijo Porthos—. Ponte a la mesa, Mosquetón, y mientrasnosotros desayunamos, D’Artagnan nos contará lo que ha sido de él desdehaceochodíasquenosdejó.

—Debuenagana—dijoD’Artagnan.

MientrasPorthosyMosquetóndesayunabanconapetitodeconvalecientesyconesacordialidaddehermanosqueacercaaloshombresenladesgracia,D’Artagnan contó cómoAramis, herido, había sido obligado a detenerse enCrèvecceur,cómohabíadejadoaAthosdebatirseenAmiensentrelasmanosde cuatro hombres que lo acusaban de monedero falso, y cómo él,D’Artagnan,sehabíavistoobligadoapasarporencimadelvientredelcondedeWardesparallegaraInglaterra.

PeroahísedetuvolaconfidenciadeD’Artagnan;anunciósolamentequeasuregresodeGranBretañahabíatraídocuatrocaballosmagníficos,unoparaélyotroparacadaunodesus trescompañeros; luego terminóanunciandoaPorthosqueelqueleestabadestinadosehallabainstaladoenlascuadrasdelhostal.

Enaquelmomento entróPlanchet; avisaba a su amodeque los caballos

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habíandescansadosuficientementeyqueseríaposibleiradormiraClermont.

ComoD’ArtagnansehallabamásomenostranquilorespectoaPorthos,ycomoesperabaconimpacienciatenernoticiasdesusotrosdosamigos,tendiólamanoalenfermoyleprevinodequesepusieraenrutaparacontinuarsusbúsquedas.Porlodemás,comocontabaconvolverporelmismocamino,siensiete aochodíasPorthos estaba aún en el hostal delGrandSaintMartin, lorecogeríaalpasar.

Porthosrespondióquecontodaprobabilidadsuesguinceno lepermitiríaalejarse de allí. Además, tenía que quedarse en Chantilly para esperar unarespuestadesuduquesa.

D’Artagnanledeseóunarecuperaciónprontaybuena;ydespuésdehaberrecomendadodenuevoPorthosaMosquetón,ypagadosugastoalhostelerose puso en ruta con Planchet, ya desembarazado de uno de los caballos demano.

CapítuloXXVI

LatesisdeAramis

D’Artagnan no había dicho a Porthos nada de su herida ni de suprocuradora. Era nuestro bearnés unmuchachomuy prudente, aunque fuerajoven.En consecuencia, había fingido creer todo lo que le había contado elglorioso mosquetero, convencido de que no hay amistad que soporte unsecretosorprendido,sobretodocuandoestesecretoafectaalorgullo;además,siempresetieneciertasuperioridadmoralsobreaquelloscuyavidasesabe.

YD’Artagnan,ensusproyectosdeintrigafuturos,ydecididocomoestabaahacerdesustrescompañeroslosinstrumentosdesufortuna,D’Artagnannoestabamolesto por reunir de antemano en sumano los hilos invisibles concuyaayudacontabadirigirlos.

Sin embargo, a lo largo del camino, una profunda tristeza le oprimía elcorazón; pensaba en aquella joven y bonita señora Bonacieux, que debíapagarle el precio de su adhesión; pero, apresurémonos a decirlo, aquellatristezaeneljovenproveníanotantodelpesardesufelicidadperdidacuantode la inquietud que experimentaba porque le pasase algo a aquella pobremujer. Para él no había ninguna duda: era víctima de una venganza delcardenaly,comosesabe,lasvenganzasdeSuEminenciaeranterribles.Cómohabíaencontradoélgraciaalosojosdelministro,esloqueélmismoignorabaysinduda loque lehubiesereveladoelseñordeCavoissielcapitánde losguardiaslehubieraencontradoensucasa.

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Nadahacemarcharal tiemponiabreviaelcaminocomounpensamientoqueabsorbeensímismotodaslasfacultadesdelorganismodequienpiensa.La existencia exterior parece entonces un sueño cuya ensoñación es esepensamiento.Graciasasuinfluencia,eltiemponotienemedida,elespacionotienedistancia.Separtedeunlugarysellegaaotro,esoestodo.Delintervalorecorridonadaquedapresenteavuestrorecuerdomásqueunanieblavagaenlaqueseborranmilimágenesconfusasdeárboles,demontañasydepaisajes.Fue así, presa de una alucinación, comoD’Artagnan franqueó, al trote quequiso tomar su caballo, las seis a ocho leguas que separan Chantilly deCrèvecceur,sinquealllegaraestaciudadseacordasedenadadeloquehabíaencontradoensucamino.

Sóloallí levolvió lamemoria,movió lacabeza,divisó la tabernaenquehabíadejadoaAramisy,poniendosucaballoaltrote,sedetuvoenlapuerta.

Aquella vez no fue un hostelero, sino una hostelera quien lo recibió;D’Artagnanerafisonomista,envolviódeunaojeadalagruesacaraalegredelamadellugar,ycomprendióquenohabíanecesidaddedisimularconellanihabíanadaquetemerdepartedeunafisonomíatanalegre.

—Mibuenaseñora—lepreguntóD’Artagnan—,¿podríaisdecirmequéhasidodeunodemisamigos,aquiennosvimosforzadosadejaraquíhaceunadocenadedías?

—¿Unguapo jovendeveintitrésaveinticuatroaños,dulce,amable,bienhecho?

—¿Yademásheridoenunhombro?

—Esoes.

—Precisamente.

—Puesbien,señorsigueestandoaquí.

—¡Bien,mi querida señora!—dijoD’Artagnan poniendo pie en tierra ylanzandolabridadesucaballoalbrazodePlanchet—.Medevolvéislavida.¿Dónde está mi querido Aramis, para que lo abrace? Porque, lo confieso,tengoprisaporvolverloaver.

—Perdón,señor,perodudodequepuedarecibirosenestemomento.

—¿Yesoporqué?¿Esqueestáconunamujer?

—¡Jesús!¡Nodigáiseso!¡Elpobremuchacho!No,señor,noestáconunamujer.

—Pues,¿conquiénentonces?

—ConelcuradeMontdidieryelsuperiordelosjesuitasdeAmiens.

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—¡Diosmío!—exclamóD’Artagnan—.Elpobremuchachoestápeor.

—No,señor,alcontrario;peroaconsecuenciadesuenfermedad,lagracialehatocadoyestádecididoaentrarenreligión.

—Es justo—dijoD’Artagnan—, había olvidado que no eramosqueteromásqueporínterin.

—¿Elseñorinsisteenverlo?

—Másquenunca.

—Puesbien,elseñornotimemásquetomarlaescaleradeladerechaenelpatio,enelsegundo,númerocinco.

D’Artagnan se lanzó en la dirección indicada y encontró una de esasescaleras exteriores como las que todavía vemos hoy en los patios de losantiguosalbergues.Peronose llegabaasídondeel futuroabad;elpasoa lahabitacióndeAramisestabaguardadonimásnimenosquecomolosjardinesdeArmida;Bazinestabaenelcorredoryleimpidióelpasocontantamayorintrepidez cuantoque, trasmuchos añosdepruebas,Bazin seveíapor fin apuntodellegaralresultadoqueeternamentehabíaambicionado.

Enefecto, el sueñodelpobreBazinhabía sido siempreelde servir aunhombredeiglesia,yesperabaconimpacienciaelmomentosiempreentrevistoenelfuturoenqueAramistiraríaporfinlacasacaalasortigasparatomarlasotana. La promesa renovada cada día por el joven de que el momento nopodía tardar era lo único que lo había retenido al servicio del mosquetero,servicioenelcual,segúndecía,nopodíadejardeperdersualma.

Bazin estaba, pues, en el colmo de la alegría. Según toda probabilidad,aquellavezsumaestronosedesdiría.Lareunióndeldolorfísicoconeldolormoralhabíaproducidoelefectotantotiempodeseado:Aramis,sufriendoalavezdelcuerpoydelalma,habíaposadoporfinsusojosysupensamientoenla religión, y había considerado como una advertencia del cielo el dobleaccidentequelehabíaocurrido,esdecir,ladesapariciónsúbitadesuamanteysuheridaenelhombro.

Secomprendequeen ladisposiciónenqueseencontrabanadapodíasermásdesagradableparaBazinquelallegadadeD’Artagnan,quepodíavolveraarrojar a su amo en el torbellino de las ideas mundanas que lo habíanarrastrado durante tanto tiempo. Resolvió, pues, defender bravamente lapuerta; y como, traicionado por la dueña del albergue, no podía decir queAramisestabaausente,tratodeprobaralreciénllegadoqueseríaelcolmodela indiscreciónmolestar a su amo durante la piadosa conferencia que habíaentabladodesdelamañanayque,adecirdeBazin,nopodíaterminarantesdelanoche.

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Pero D’Artagnan no tuvo en cuenta para nada el elocuente discurso demaeseBazin,ycomonosepreocupabadeentablarpolémicaconelcriadodesuamigo,loapartósimplementeconunamanoyconlaotragiróelpomodelapuertanúmerocinco.

LapuertaseabrióyD’Artagnanpenetróenlahabitación.

Aramis,conungabánnegro,conlacabezaaderezadaconunaespeciedetocadoredondoyplanoquenoseparecíademasiadoaungorroestabasentadoanteunamesaoblongacubiertaderollosdepapelydeenormesinfolios;asuderechaestabasentadoelsuperiorde los jesuitasyasu izquierdaelcuradeMontdidier.Lascortinasestabanechadasamediasynodejabanpenetrarmásqueuna luzmisteriosa, aprovechadaparaunaplácidaensoñación.Todos losobjetos mundanos que pueden sorprender a la vista cuando se entra en lahabitacióndeunjoven,ysobretodocuandoesejovenesmosquetero,habíandesaparecido como por encanto; y por miedo, sin duda, a que su vista novolvieseallevarasuamoalasideasdeestemundo,Bazinsehabíaapoderadodelaespada,laspistolas,elsombrerodepluma,losbrocadosylaspuntillasdetodogéneroytodaespecie.

EnsulugarysitioD’Artagnancreyóvislumbrarenunrincónoscurocomounaformadedisciplinacolgadadeunclavodelapared.

AlruidoquehizoD’Artagnanalabrir lapuerta,Aramisalzó lacabezayreconocióasuamigo.Peroparagranasombrodeljoven,suvistanoparecióproducirgran impresiónenelmosquetero, tanapartadoestabasuespíritudelascosasdelatierra.

—Buenosdías,queridoD’Artagnan—dijoAramis—;creedquemealegrodeveros.

—Yyotambién—dijoD’Artagnan—,aunquetodavíanoestémuysegurodequeseaaAramisaquienhablo.

—Almismo,amigomío,almismo;pero¿quéoshapodidohacerdudar?

—Tenía miedo de equivocarme de habitación, y he creído entrar en lahabitacióndealgúnhombredeiglesia;luego,otroerrorsehaapoderadodemíal encontraros en compañía de estos señores: que estuvieseis gravementeenfermo.

Los dos hombres negros lanzaron sobre D’Artagnan, cuya intencióncomprendieron,unamiradacasiamenazadora;peroD’Artagnannoseinquietóporella.

—Quizáosmolesto,miqueridoAramis—continuóD’Artagnan—porque,porloqueveo,estoytentadodecreerqueosconfesáisaestosseñores.

Aramisenrojecióperceptiblemente.

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—¿Vosmolestarme?¡Oh!Todolocontrario,queridoamigo,os lo juro;ycomopruebadeloquedigo,permitidmequemealegredeverossanoysalvo.

«¡Ah,porfinseacuerda!—pensóD’Artagnan—.Novamallacosa».

—Porqueelseñor,queesmiamigo,acabadeescaparaunrudopeligro—continuóAramisconunción,señalandoconlamanoaD’Artagnana losdoseclesiásticos.

—AlabadaDios,señor—respondieronéstosinclinándosealunísono.

—No he dejado de hacerlo, reverendos —respondió el jovendevolviéndolesasuvezelsaludo.

—Llegáisapropósito,queridoD’Artagnan—dijoAramis—,yvosvaisailuminarnos, tomando parte en la discusión, con vuestras luces. El señorprincipaldeAmiens,el señorcuradeMontdidieryyo,argumentamossobreciertas cuestiones teológicas cuyo interésnos cautivadesdehace tiempo;yoestaríaencantadodecontarconvuestraopinión.

—La opinión de un hombre de espada carece de peso —respondióD’Artagnan,quecomenzabaa inquietarseporelgiroque tomaban lascosas—,yvospodéisateneros,creoyo,alacienciadeestosseñores.

Losdoshombresnegrossaludaronasuvez.

—Alcontrario—prosiguióAramis—,yvuestraopiniónnosserápreciosa.Heaquídeloquesetrata:elseñorprincipalcreequemitesisdebesersobretododogmáticaydidáctica.

—¡Vuestratesis!¿Hacéis,pues,unatesis?

—Porsupuesto—respondióeljesuita—;paraelexamenqueprecedealaordenación,esderigorunatesis.

—¡Laordenación!—exclamóD’Artagnan,quenopodíacreerenloquelehabíandichosucesivamentelahostelerayBazin—.¡Laordenación!

Ypaseabasusojosestupefactossobrelostrespersonajesqueteníadelantedesí.

—Ahora bien—continuó Aramis tomando en su butaca la misma posegraciosa que hubiera tornado de estar en una callejuela, y examinando concomplacenciasumanoBlancayregordetacomomanodemujer,queteníaenel aire para hacer bajar la sangre—; ahora bien, como habéis oído,D’Artagnan,elseñorprincipalquisieraquemitesisfueradogmática,mientrasque yo querría que fuese ideal. Por eso es por lo que el señor principalmeproponíaesepuntoquenohasidoaúntratado,enelcualreconozcoquehaymateriaparadesarrollosmagníficos:

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«Utraquemanusinbenedicendoclericisinferioribusnecessariaest».

D’Artagnan,cuyaerudiciónconocemos,noparpadeóanteestacitamásdelo que había hecho el señor de Tréville a propósito de los presentes quepretendíaD’ArtagnanhaberrecibidodelseñordeBuckingham.

—Locualquieredecir—prosiguióAramisparafacilitarlelascosas—:lasdosmanos son indispensables a los sacerdotes de órdenes inferiores cuandodanlabendición.

—¡Admirabletema!—exclamóeljesuita.

—¡Admirable y dogmático! —repitió el cura, que de igual fuerzaaproximadamentequeD’Artagnanenlatín,vigilabacuidadosamentealjesuitaparapisarlelostalonesyrepetirsuspalabrascomouneco.

En cuanto a D’Artagnan, permaneció completamente indiferente alentusiasmodelosdoshombresnegros.

—¡Sí, admirable! ¡Prorsus admirabile!—continuóAramis—. Pero exigeun estudio en profundidad de los Padres de la Iglesia y de las Escrituras.Ahora bien, yo he confesado a estos sabios eclesiásticos, y ello con todahumildad,quelasvigiliasde loscuerposdeguardiayelserviciodelreymehabíanhechodescuidaralgoelestudio.Meencontraría,pues,másamigusto,faciliusnatans,enun temademielección,queseríaaesas rudascuestionesteológicasloquelamoralesalametafísicaenfilosofía.

D’Artagnanseaburríaprofundamente,elcuratambién.

—¡Vedquéexordio!—exclamóeljesuita.

—Exordium—repitióelcurapordeciralgo.

—Quemadmodumintercoeloruminmensitatem.

AramislanzóunaojeadahaciaelladodeD’Artagnanyvioquesuamigobostezabahastadesencajarselamandíbula.

—Hablemosfrancés,padremío—ledijoaljesuita—.ElseñorD’Artagnangustaráconmásvivezadenuestraspalabras.

—Sí,yoestoycansadodelaruta—dijoD’Artagnan—,ytodoeselatínsemeescapa.

—De acuerdo —dijo el jesuita un poco despechado, mientras el cura,transportado de gozo, volvía hacia D’Artagnan una mirada llena deagradecimiento—;bien,vedelpartidoquesesacaríadeesaglosa.

—Moisés,servidordeDios…noesmásqueservidor,oídlobien.Moisésbendiceconlasmanos;sehacesostenerlosdosbrazos,mientrasloshebreosbatena susenemigos;por tanto,bendicecon lasdosmanos.Ademásqueel

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Evangelio dice: Imponitemanus, y nomonum; imponed lasmanos, y no lamano.

—Imponedlasmanos—repitióelcurahaciendoungesto.

—Por el contrario, a San Pedro, de quien los papas son sucesores —continuóeljesuita—,Porrigitedigitos.Presentadlosdedos,¿estáisahora?

—Ciertamente—respondióAramisllenodedelectación—,peroelasuntoessutil.

—¡Losdedos!—prosiguióeljesuita—.SanPedrobendiceconlosdedos.El papa bendice por tanto con los dedos también. Y ¿con cuántos dedosbendice?Con tresdedos:unoparaelPadre,otroparaelHijoyotroparaelEspírituSanto.

Todoelmundosepersignó;D’Artagnansecreyóobligadoaimitaraquelejemplo.

—ElpapaessucesordeSanPedroyrepresentalostrespoderesdivinos;elresto,ordines inferioresde la jerarquíaeclesiástica,bendiceenelnombredelos santos arcángeles y ángeles. Los clérigos más humildes, como nuestrosdiáconos y sacristanes, bendicen con los hisopos, que simulan un númeroindefinidodededosbendiciendo.Ahítenéiseltemasimplificado,argumentumomni denudatum ornamento. Con eso yo haría—continuó el jesuita— dosvolúmenesdeltamañodeéste.

Yen su entusiasmo,golpeaba sobre elSanCrisóstomo infolioquehacíadoblarselamesabajosupeso.

D’Artagnanseestremeció.

—Porsupuesto—dijoAramis—,hagojusticiaalasbellezasdesemejantetesis, pero al mismo tiempo admito que es abrumadora para mí. Yo habíaescogidoestetexto:decidme,queridoD’Artagnan,sinoesdevuestrogusto:Noninutileestdesideriuminoblatione,omejoraún:UnpocodepesadumbrenovienemalenunaofrendaalSeñor.

—¡Alto ahí! —exclamó el jesuita—. Esa tesis roza la herejía; hay unaproposición casi semejante en el Augustinus del heresiarca Jansenius, cuyolibroantesodespuésseráquemadopormanosdelverdugo.Tenedcuidado,mijoven amigo; os inclináis, mi joven amigo, hacia las falsas doctrinas; osperderéis.

—Osperderéis—dijoelcuramoviendodolorosamentelacabeza.

—Tocáisenese famosopuntodel librearbitrioqueesunescollomortal.Abordáis de frente las insinuaciones de los pelagianos y de lossemipelagianos.

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—Pero, reverendo… —repuso Aramis algo aturullado por la lluvia deargumentosqueseleveníaencima.

—¿Cómoprobaréis—continuóel jesuitasindarle tiempoahablar—quesedebeechardemenoselmundoqueseofreceaDios?Escuchadestedilema:DiosesDios,yelmundoeseldiablo.Echardemenosalmundoesechardemenosaldiablo;ahítenéismiconclusión.

—Eslamíatambién—dijoelcura.

—Pero,porfavor…—dijoAramis.

—¡Desiderasdiabolum,desgraciado!—exclamóeljesuita.

—¡Echa de menos al diablo! Ah, mi joven amigo —prosiguió el curagimiendo—,noechéisdemenosaldiablo,soyyoquienoslosuplica.

D’Artagnancreíavolverse idiota; leparecíaestar enunacasade locosyqueibaaterminarlococomolosqueveía.Sóloqueestabaforzadoacallarsepornocomprendernadadelalenguaquesehablabaanteél.

—Pero escuchadme —prosiguió Aramis con una cortesía bajo la quecomenzaba a apuntar un poco de impaciencia—; yo no digo que eche demenos;no,yonopronunciaríajamásesafrase,quenoseríaortodoxa…

Eljesuitalevantólosbrazosalcieloyelcurahizootrotanto.

—No, pero convenid al menos que no admite perdón ofrecer al Señoraquello de lo que uno está completamente harto. ¿Tengo yo razón,D’Artagnan?

—¡Yoasílocreo!—exclamóéste.

Elcurayeljesuitadieronunsaltosobresussillas.

—Aquítenéismipuntodepartida,esunsilogismo:elmundonocarecedeatractivos,dejoelmundo;portantohagounsacrificio;ahorabien,laEscrituradicepositivamente:HacedunsacrificioalSeñor.

—Esoescierto—dijeronlosantagonistas.

—Yademás—continuóAramispellizcándose laorejaparavolverlaroja,de igual modo que agitaba las manos para volverlas blancas—, además hehechociertorondelquelecomuniquéalseñorVoitureelañopasado,ysobreelcualesegranhombremehizomilcumplidos.

—¡Unrondel!—dijodesdeñosamenteeljesuita.

—¡Unrondel!—dijomaquinalmenteelcura.

—Decidlo,decidlo—exclamóD’Artagnan—;cambiaráunpocolascosas.

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—No,porqueesreligioso—respondióAramis—,yesteologíaenverso.

—¡Diablos!—exclamóD’Artagnan.

—Helo aquí —dijo Aramis con aire modesto que no estaba exento deciertotintedehipocresía:

Losqueunpasadollenodeencantoslloráis,

ypasáisdíasdesgraciados,

todasvuestrasdesgraciashabránterminado,

cuandosóloaDiosvuestraslágrimasofrezcáis,

vosotros,losquelloráis.

D’Artagnan y el cura parecieron halagados. El jesuita persistió en suopinión.

—Guardaosdelgustoprofanoenelestilo teológico.¿QuédiceenefectoSanAgustín?Severussitclericorumsermo.

—¡Sí,queelsermónseaclaro!—dijoelcura.

—Pero—seapresuróaañadireljesuitaviendoquesuacólitosedesviaba—, vuestra tesis agradará a las damas, eso es todo; tendrá el éxito de unalegatodemaesePatru.

—¡RuegaaDios!—exclamóAramistransportado.

—Yaloveis—exclamóeljesuita—,elmundohablatodavíaenvosenvozalta, altissima voce. Seguís almundo,mi joven amigo, y tiemblo porque lagracianoseaeficaz.

—Tranquilizaos,reverendo,respondodemí.

—¡Presunciónmundana!

—¡Meconozco,padremío,miresoluciónesirrevocable!

—Entonces,¿osobstináisenseguirconesatesis?

—Mesientollamadoatrataresatesis,ynootra;voy,pues,acontinuarla,ymañana espero que estaréis satisfecho de las correcciones que haré segúnvuestrosconsejos.

—Trabajad lentamente —dijo el cura—, os dejamos en disposicionesexcelentes.

—Sí, el terreno está completamente sembrado—dijo el jesuita—, y notenemosquetemerqueunapartedelgranohayacaídosobrelapiedra,otraalladodelcamino,yquelospájarosdelcielohayancomidoelresto,avescoelicomederuntillam.

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—¡Quelapesteloahoguecontulatín!—dijoD’Artagnan,quesesentíaenellímitedesusfuerzas.

—Adiós,hijomío—dijoelcura—,hastamañana.

—Hastamañana,joventemerario—dijoeljesuita—;prometéisserunadelas lumbreras de la Iglesia; ¡quiera el cielo que esa luz no sea un fuegodevorador!

D’Artagnan, que durante una hora se había mordido las uñas deimpaciencia,empezabaaatacarlacarne.

Los dos hombres negros se levantaron, saludaron a Aramis y aD’Artagnan,yavanzaronhacialapuerta.Bazin,quesehabíaquedadodepieyquehabíaescuchadotodaaquellacontroversiaconunpiadosojúbilo,selanzóhacia ellos, tomó el breviario del cura, el misal del jesuita y caminórespetuosamentedelantedeellosparaabrirlespaso.

AramisloscondujohastaelcomienzodelaescalerayvolvióasubirjuntoaD’Artagnan,queseguíapensando.

Unavezsolos,losdosamigosguardaronprimerounsilencioembarazoso;sin embargo era preciso que uno de ellos rompiese a hablar, y comoD’Artagnanparecíadecididoadejarestehonorasuamigo:

—Ya lo veis —dijo Aramis—, me encontráis vuelto a mis ideasfundamentales.

—Sí, la gracia eficaz os ha tocado, como decía ese señor hace unmomento.

—¡Oh!Estosplanesderetiroestánhechoshacemucho tiempo;yvosyamehabíaisoídohablar,¿noeseso,amigomío?

—Claro,peroconfiesoquecreíquebromeabais.

—¡Conesaclasedecosas!¡Vamos,D’Artagnan!

—¡Malditasea!Tambiénsebromeaconlamuerte.

—Y se comete un error, D’Artagnan, porque lamuerte es la puerta queconducealaperdiciónoalasalvación.

—De acuerdo, pero si os place, no teologicemos, Aramis; debéis tenerbastanteparaelrestodeldía;encuantoamí,yoheolvidadoelpocolatínquejamás supe; además debo confesaros que no he comido nada desde estamañanaalasdiez,yquetengounhambredetodoslosdiablos.

—Ahora mismo comeremos, querido amigo; sólo que, como sabéis, esviernes,yenundíaasíyonopuedovernicomercarne.Siqueréiscontentarosconmicomida…secomponedetetrágonoscocidosyfruta.

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—¿Quéentendéiscontetrágonos?—preguntóD’Artagnanconinquietud.

—Entiendoespinacas—repusoAramis—;peroparavosañadiréhuevos,yes una grave infracción de la regla, porque los huevos son carne, dado queengendranelpollo.

—Esefestínnoessuculento,peronoimporta;porestarconvos,losufriré.

—Os quedo agradecido por el sacrificio —dijo Aramis—; pero si noaprovechaanuestrocuerpo,aprovechará,estadseguro,avuestraalma.

—Oseaque,decididamente,Aramis,entráisenreligión.¿Quévanadecirnuestrosamigos,quévaadecirelseñordeTréville?Ostratarándedesertor,osprevengo.

—Yonoentroen religión,vuelvoaella.Esde la iglesiade laquehabíadesertadoporelmundo,porquecomosabéistuvequeviolentarmeparatomarlacasacademosquetero.

—Yonosénada.

—¿Ignoráisvoscómodejéelseminario?

—Completamente.

—Aquítenéismihistoria;porotraparte lasEscriturasdicen:«Confesaoslosunosalosotros»,yyomeconfiesoavos,D’Artagnan.

—Yyoosdoylaabsolucióndeantemano,yaveisquesoybueno.

—Noosburléisdelascosassantas,amigomío.

—Vamoshablad,hablad,osescucho.

—Yoestabaenelseminariodesdelaedaddenueveaños,ydentrodetresdíasibaacumplirveinte,ibaaserabateytodoestabadicho.Unatardeenqueestaba, segúnmicostumbre,enunacasaque frecuentabaconplacer (unoesjoven, ¡qué queréis, somos débiles!), un oficial que me miraba con ojoscelososleerlasVidasdelossantosaladueñadelacasa,entródeprontoysinseranunciado.Precisamenteaquella tardeyohabía traducidounepisodiodeJudithyacababadecomunicarmisversosaladamaquemehacíatodaclasede cumplidos e, inclinada sobremi hombro, los releía conmigo.Lapostura,quequizáeraalgoabandonada, loconfieso,molestóaloficial;nodijonada,perocuandoyosalí,saliódetrásdemíyalalcanzarmedijo:«Señorabate,¿osgustanlosbastonazos?»«Nopuedodecirlo,señor,respondí,porquenadiehaosadonuncadármelos».«Puesbien,escuchadme,señorabate,sivolvéisalacasaenqueosheencontradoestatarde,yoosaré».Creoquetuvemiedo,mepusemuypálido,sentíquelaspiernasmeabandonaban,busquéunarespuestaquenoencontré,mecallé.Eloficialesperabaaquellarespuestay,viendoquetardaba,sepusoareír,mevolvió laespaldayvolvióaentraren lacasa.Yo

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volví al seminario.Soybuengentilhombrey tengo la sangre ardiente, comohabéispodidoobservar,miqueridoD’Artagnan;el insultoera terrible,ypordesconocidoquehubieraquedadoparaelrestodelmundo,yolosentíaviviryremoverse en el fondo demi corazón.Declaré amis superiores que nomesentía suficientemente preparado para la ordenación, y a petición mía sepospusolaceremoniaporunaño.FuienbuscadelmejormaestrodearmasdeParís,quedédeacuerdoconélparatomarunaleccióndeesgrimacadadía,ydurante un año tome aquella lección. Luego, el aniversario de aquél en quehabíasidoinsultado,colguémisotanadeunclavo,mepuseuntrajecompletodecaballeroymedirigíaunbailequedabaunadamaamigamía,dondeyosabíaquedebíaencontrarsemihombre.EraenlacalledesFrancs-Burgeois,alladodelaForce.Enefecto,mioficialestabaallí,meacerquéaél,quecantabaunlaideamormirandotiernamenteaunamujer,yleinterrumpíenmediodelasegundaestrofa.«Señor,¿ossiguedesagradandoqueyovuelvaaciertacasadelacallePayenne,yvolveréisadarmeunapalizasimeentraelcaprichodedesobedeceros?». El oficial me miró con asombro, luego me dijo: «¿Quéqueréis,señor?Noosconozco».«Soy—lerespondí—elpequeñoabatequelee las Vidas de santos y que traduce Judith en verso». «¡Ah, ah! Ya meacuerdo—dijoeloficialconsorna—.¿Quéqueréis?»«Quisieraquetuvieraistiempo suficiente para dar una vuelta paseando conmigo». «Mañana por lamañana,siqueréis,yseráconelmayorplacer».«Mañanaporlamañana,no;si os place, ahoramismo». «Si lo exigís…» «Pues sí, lo exijo». «Entonces,salgamos.Señoras—dijoeloficial—,noosmolestéis.Eltiempodemataralseñor solamente y vuelvo para acabaros la última estrofa». Salimos. Yo lellevé a la callePayenne justo al lugar enqueun año antes a aquellamismahoramehabíahechoelcumplidoqueosherelatado.Hacíaunclarodelunasoberbio.Sacamoslasespadasy,alprimerencuentro,ledejeenelsitio.

—¡Diablos!—exclamóD’Artagnan.

—Pero—continuóAramis—comolasdamasnovieronvolverasucantory se le encontróen la callePayenneconunagranestocadaatravesándoleelcuerpo,sepensóquehabíasidoyoporquelohabíaaderezadoasí,yelasuntoterminó en escándalo. Me vi obligado a renunciar por algún tiempo a lasotana.Athos,conquienhiceconocimientoenesaépoca,yPorthos,quemehabía enseñado, además de algunas lecciones de esgrima, algunas estocadasairosas, me decidieron a pedir una casaca de mosquetero. El rey habíaapreciadomuchoamipadre,muertoenel sitiodeArras,ymeconcedieronesta casaca. Como comprenderéis hoy ha llegado para mí el momento devolveralsenodelaIglesia.

—¿Yporquéhoyenvezdeayerodemañana?¿Quéoshapasadohoyqueosdatanmalasideas?

—Estaherida,miqueridoD’Artagnan,hasidoparamíunavisodelcielo.

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—¿Estaherida?¡Bah,estácasicuradayestoysegurodequenoesellalaquemásoshacesufrir!

—¿Cuálentonces?—preguntóAramisenrojeciendo.

—Tenéisunaenelcorazón,Aramis,unasmásvivaymássangrante,unaheridahechaporunamujer.

LosojosdeAramisdestellaronapesarsuyo.

—¡Ah!—dijodisimulandosuemociónbajounafingidanegligencia—.Nohabléisdeesascosas. ¡Pensaryoeneso! ¡Teneryopenasdeamor! ¡Vanitasvanitatum! Me habría vuelto loco, en vuestra opinión. ¿Y por quién? Poralguna costurerilla, por alguna doncella a quien habría hecho la corte enalgunaguarnición.¡Fuera!

—Perdón,miqueridoAramis,peroyocreíaqueapuntabaismásalto.

—¿Más alto? ¿Y quién soy yo para tener tanta ambición? ¡Un pobremosquetero muy bribón y muy oscuro que odia las servidumbres y seencuentramuydesplazadoenelmundo!

—¡Aramis,Aramis!—exclamóD’Artagnanmirandoasuamigoconairededuda.

—Polvo,vuelvoalpolvo.Lavidaestállenadehumillacionesydedolores—continuóensombreciéndose—;todos loshilosque laatana lafelicidadserompenunaveztrasotraenlamanodelhombre,sobretodoloshilosdeoro.¡Oh,mi queridoD’Artagnan!—prosiguióAramis dando a su vez un ligerotinte de amargura—. Creedme, ocultad bien vuestras heridas cuando lastengáis.Elsilencioeslaúltimaalegríadelosdesgraciados;guardaosdeponeraalguien,quienquieraquesea,traslahuelladevuestrosdolores;loscuriososempapannuestraslágrimascomolasmoscassacansangredeungamoherido.

—¡Ay, mi querido Aramis! —dijo D’Artagnan lanzando a su vez unprofundosuspiro—.Esmipropiahistorialaqueaquíresumís.

—¿Cómo?

—Sí,unamujeralaqueamaba,alaqueadoraba,acabadesermeraptadaala fuerza.Yo no sé dónde está, dónde la han llevado; quizá esté prisionera,quizáestémuerta.

—Pero vos al menos tenéis el consuelo de deciros que no os haabandonado voluntariamente; que si no tenéis noticias suyas es porque todacomunicaciónconvosleestáprohibida,mientrasque…

—Mientrasque…

—Nada—respondióAramis—,nada.

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—De modo que renunciáis al mundo; ¿es una decisión tomada, unaresoluciónfirme?

—Parasiempre.Vossoismiamigo,mañananoseréisparamímásqueunasombra;omejoraún,noexistiréis.Encuantoalmundo,esunsepulcroynadamás.

—¡Diablos!Esmuytristeloquemedecís.

—¿Quéqueréis?Mivocaciónmeatrae,ellamelleva.

D’Artagnansonrióynorespondiónada.Aramiscontinuó:

—Ysinembargo,mientraspermanezcoenlatierra,habríaqueridohablardevos,denuestrosamigos.

—Yyo—dijoD’Artagnan—habríaqueridohablarosdevosmismo,peroosveo tan separadode todo; los amores loshabéisdespechado; los amigos,sonsombras;elmundoesunsepulcro.

—¡Ay!Vosmismopodréisverlo—dijoAramisconunsuspiro.

—Nohablemos,pues,más—dijoD’Artagnan—,yquememosestacartaque,sinduda,osanunciabaalgunanuevainfelicidaddevuestracosturerillaodevuestradoncella.

—¿Quécarta?—exclamóvivamenteAramis.

—Unacartaquehabíallegadoavuestracasaenvuestraausenciayquemehanentregadoparavos.

—¿Perodequiéneslacarta?

—¡Ah!Dealgunadoncellaafligida,dealgunacosturerilladesesperada;ladoncelladelaseñoradeChevreusequizá,quesehabrávistoobligadaavolvera Tours con su ama y que para dárselas de peripuesta habrá cogido papelperfumadoyhabráselladosucartaconunacoronadeduquesa.

—¿Quédecís?

—¡Vaya, la habré perdido! —dijo hipócritamente el joven fingiendobuscarla—.Afortunadamenteelmundoesunsepulcroyportantolasmujeressonsombras,yelamorunsentimientoalquedecís¡fuera!

—¡Ah,D’Artagnan,D’Artagnan!—exclamóAramis—.Mehacesmorir.

—Bueno,aquíestá—dijoD’Artagnan.

Ysacólacartadesubolsillo.

Aramisdiounsalto,cogió lacarta, la leyóo,mejor, ladevoró;su rostroresplandecía.

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—Parecequeladoncellatieneunhermosoestilo—dijoindolentementeelmensajero.

—Gracias,D’Artagnan—exclamóAramis casi en delirio—. Se ha vistoobligadaavolveraTours;nomeesinfiel,meamatodavía.Ven,amigomío,venqueteabrace;¡ladichameahoga!

Y los dos amigos se pusieron a bailar en torno del venerable SanCrisóstomo, pisoteando buenamente las hojas de la tesis que habían rodadosobreelsuelo.

EnaquelmomentoentróBazinconlasespinacasylatortilla.

—¡Huye,desgraciado!—exclamóAramisarrojándolesugorraalrostro—.Vuélvete al sitio de donde vienes, llévate esas horribles legumbres y esoshorrorososentremeses.Pideunaliebremechada,uncapóngordo,unapiernadecorderoalajoycuatrobotellasdeviejoborgoña.

Bazin,quemirabaasuamoyquenocomprendíanadadeaquelcambio,dejódeslizarsemelancólicamentelatortillaenlasespinacas,ylasespinacasenelsuelo.

—EsteeselmomentodeconsagrarvuestraexistenciaalReydeReyes—dijo D’Artagnan—, si es que tenéis que hacerle una cortesía: Non inutiledesideriuminoblatione.

—¡Idos al diablo con vuestro latín! Mi querido D’Artagnan, bebamos,malditasea,bebamosmucho,ycontadmealgodeloquepasaporahí.

CapítuloXXVII

LamujerdeAthos

–Ahora sólo queda saber nuevas de Athos—dijo D’Artagnan al fogosoAramis,unavezquelohubopuestoalcorrientedeloquehabíapasadoenlacapitaldespuésdesupartida,ymientrasunaexcelentecomidahacíaolvidaraunosutesisyalotrosufatiga.

—¿Creéis, pues, que le habrá ocurrido alguna desgracia? —preguntóAramis—.Athosestanfrío,tanvalienteymanejatanhábilmentesuespada…

—Sí, sin duda, y nadie reconocemás que yo el valor y la habilidad deAthos; pero yo prefiero sobre mi espada el choque de las lanzas al de losbastones; temo que Athos haya sido zurrado por el hatajo de lacayos, loscriadossongentesquegolpeanfuerteyquenoterminanpronto.Poreso,osloconfieso,quisierapartirloantesposible.

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—Yotratarédeacompañaros—dijoAramis—,aunqueaúnnomesientoencondicionesdemontaracaballo.Ayerensayéladisciplinaqueveissobreesemuro,yeldolormeimpidiócontinuaresepiadosoejercicio.

—Es que, amigo mío, nunca se ha visto intentar curar un escopetazo agolpes de disciplina; pero estabais enfermo, y la enfermedad debilita lacabeza,loquehacequeosexcuse.

—¿Ycuándopartís?

—Mañana,aldespuntarelalba;reposadlomejorquepodáisestanocheymañana,sipodéis,partiremosjuntos.

—Hasta mañana, pues—dijo Aramis—; porque por muy de hierro queseáis,debéistenernecesidaddereposo.

Aldíasiguiente,cuandoD’ArtagnanentróenlahabitacióndeAramis,loencontróensuventana.

—¿Quémiráisahí?—preguntóD’Artagnan.

—¡A fe mía! Admiro esos tres magníficos caballos que los mozos decuadra tienen de la brida; es un placer de príncipe viajar en semejantesmonturas.

—Puesbien,miqueridoAramis,osdaréiseseplacer,porqueunodeesoscaballosesparavos.

—¡Huy!¿Cuál?

—Elquequeráisdelostres,yonotengopreferencia.

—¿Yelricocaparazónquetecubreesmíotambién?

—Claro.

—¿Queréisreíros,D’Artagnan?

—Yonoríodesdequevoshabláisfrancés.

—¿Sonparamíesasfundasdoradas,esagualdrapadeterciopelo,esasillaclaveteadadeplata?

—Paravos,comoelcaballoquepiafaesparamí,ycomoeseotrocaballoquecaracoleaesparaAthos.

—¡Peste!Sontresanimalessoberbios.

—Mehalagaqueseandevuestrogusto.

—¿Eselreyquienoshahechoeseregalo?

—A buen seguro que no ha sido el cardenal; pero no os preocupéis dedóndevienen,ypensadsóloqueunodelostresesdevuestrapropiedad.

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—Mequedoconelquellevaelmozodecuadrapelirrojo.

—¡Demaravilla!

—¡Vive Dios! —exclamó Aramis—. Eso hace que se me pase lo quequedabademidolor;memontaríaenélcon treintabalasenelcuerpo. ¡Ah,pormialma,québellosestribos!¡Hola!Bazin,venacáahoramismo.

Bazinapareció,sombríoylánguido,enelumbraldelapuerta.

—¡Bruñidmiespada,enderezadmisombrerodefieltro,cepilladmicapaycargadmispistolas!—dijoAramis.

—Esta última recomendación es inútil—interrumpióD’Artagnan—;haypistolascargadasenvuestrasfundas.

Bazinsuspiró.

—Vamos, maese Bazin, tranquilizaos —dijo D’Artagnan—; se gana elreinodeloscielosentodoslosestados.

—¡Elseñorerayatanbuenteólogo!—dijoBazincasillorando—.Hubierallegadoaobispoyquizáacardenal.

—Ybien,mipobreBazin,veamos,reflexionaunpoco:¿paraquésirveserhombredeiglesia,porfavor?Noseevitaconelloirahacerlaguerra;comopuedes ver, el cardenal va a hacer la primera campaña con el casco en lacabeza y la partesana al puño; y el señor deNagret deLaValette, ¿quémedices? También es cardenal; pregúntale a su lacayo cuántas veces tiene quevendarle.

—¡Ay! —suspiró Bazin—. Ya lo sé, señor, todo está revuelto en estemundodehoy.

Duranteestetiempo,losdosjóvenesyelpobrelacayohabíandescendido.

—Tenmeelestribo,Bazin—dijoAramis.

YAramisselanzóalasillaconsugraciaysuligerezaordinarias;perotrasalgunasvueltasyalgunascorvetasdelnobleanimal,sucaballeroseresintiódedolores tan insoportables que palideció y se tambaleó. D’Artagnan, que enprevisióndeesteaccidentenolohabíaperdidodevista,selanzóhaciaél, loretuvoensusbrazosylocondujoasuhabitación.

—Está bien,mi queridoAramis, cuidaos—dijo—, iré sólo en busca deAthos.

—Soisunhombredebronce—ledijoAramis.

—No, tengo suerte, eso es todo; pero ¿cómo vais a vivir mientras meesperáis?Nadadetesis,nadadeglosassobrelosdedosylasbendiciones,¿eh?

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Aramissonrió.

—Haréversos—dijo.

—Sí,versosperfumadosalolordelbilletede ladoncellade laseñoradeChevreuse. Enseñad, pues, prosodia aBazin, eso le consolará. En cuanto alcaballo,montadlotodoslosdíasunpoco,yesooshabituaráalasmaniobras.

—¡Oh, por eso estad tranquilo! —dijo Aramis—. Me encontraréisdispuestoaseguiros.

Se dijeron adiós y, diez minutos después, D’Artagnan, tras haberrecomendado su amigo a Bazin y a la hostelera, trotaba en dirección deAmiens.

¿CómoibaaencontraraAthos?¿Loencontraríaacaso?

La posición en la que lo había dejado era crítica; bien podía habersucumbido. Aquella idea, ensombreciendo su frente, le arrancó algunossuspirosy lehizoformularenvozbajaalgunosjuramentosdevenganza.Detodos sus amigos, Athos era el mayor y por tanto el menos cercano enaparienciaencuantoagustosysimpatías.

Sinembargo,teníaporaquelgentilhombreunapreferencianotable.ElairenobleydistinguidodeAthos,aquellosdestellosdegrandezaquebrotabandevez en cuando de la sombra en que se encerraba voluntariamente, aquellainalterableigualdaddehumorquelehacíaelcompañeromásfácildelatierra,aquellaalegríaforzadaymordaz,aquelvalorquesehubierallamadociegosinofueraresultadodelamásrarasangrefría,tantascualidadescautivabanmásquelaestima,másquelaamistaddeD’Artagnan,cautivabansuadmiración.

En efecto, considerado incluso al lado del señor de Tréville, el elegantecortesano Athos, en sus días de buen humor podía sostener con ventaja lacomparación; erade tallamediana,pero esa talla estaba tan admirablementecuajada y tan bien proporcionada que más de una vez, en sus luchas conPorthos, había hecho doblar la rodilla al gigante cuya fuerza física se habíavuelto proverbial entre los mosqueteros; su cabeza, de ojos penetrantes, denarizrecta,dementóndibujadocomoeldeBruto,teníauncarácterindefiniblede grandeza y de gracia; sus manos, de las que no tenía cuidado alguno,causaban la desesperación de Aramis, que cultivaba las suyas con grancantidaddepastasdealmendrasydeaceiteperfumado;elsonidodesuvozerapenetrante y melodioso a la vez, y además, lo que había de indefinible enAthos, que se hacía siempre oscuro y pequeño, era esa ciencia delicada delmundoydelosusosdelamásbrillantesociedad,esoshábitosdebuenacasaqueapuntabacomosinquererensusmenoresacciones.

Si se trataba de una comida, Athos la ordenaba mejor que nadie en el

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mundo, colocando a cada invitado en el sitio y en el rango que le habíanconseguidosusantepasadosoquesehabíaconseguidoélmismo.Sisetratabade lacienciaheráldica,Athosconocía todas las familiasnoblesdel reino,sugenealogía, susalianzas, susarmasyelorigende susarmas.Laetiquetanoteníaminucias que le fuesen extrañas, sabía cuáles eran los derechos de losgrandespropietarios,conocíaafondolamonteríaylahalconeríayciertodía,hablandodeesegranarte,habíaasombradoalreyLuisXIIImismo,que,sinembargo,pasabapormaestrodelamateria.

Como todos los grandes señores de esa época, montaba a caballo ypracticaba la esgrimaa laperfección.Haymás: su educaciónhabía sido tanpocodescuidada,inclusodesdeelpuntodevistadelosestudiosescolásticos,tan raros en aquella época entre los gentileshombres, que sonreía a losfragmentosdelatínquesoltabaAramisyquePorthosfingíacomprender;doso tres veces incluso, para gran asombro de sus amigos, le había ocurrido,cuandoAramis dejaba escapar algún error de rudimento, volver a poner unverbo en su tiempo o un nombre en su caso. Además, su probidad erainatacableenesesigloenqueloshombresdeguerratransigíantanfácilmentecon su religión o su conciencia, los amantes con la delicadeza rigurosa denuestros días y los pobres con el séptimomandamiento deDios. Era, pues,Athosunhombremuyextraordinario.

Ysinembargo,seveíaaestanaturalezatandistinguida,aestacriaturatanbella,aestaesenciatanfina,volverseinsensiblementehacialavidamaterial,comolosviejossevuelvenhacialaimbecilidadfísicaymoral.Athos,ensushorasdeprivación,yesashoraseranfrecuentes,seapagabaentodasuparteluminosa,ysuladobrillantedesaparecíacomoenunaprofundanoche.

Entonces,desvanecidoelsemidiós,seconvertíaapenasenunhombre.Conlacabezabaja, losojos sinbrillo, lapalabrapesadaypenosa,Athosmirabadurantelargashorasbiensubotellaysuvaso,bienaGrimaudque,habituadoa obedecerle por señas, leía en lamirada átona de su señor hasta elmenordeseo,que satisfacíaalpunto.La reuniónde loscuatroamigoshabía tenidolugar en uno de estos momentos: una palabra, escapada con un violentoesfuerzo,eratodoelcontingentequeAthosproporcionabaalaconversación.Acambio,Athossolobebíaporcuatro,yestosinquesenotasesalvoporunfruncidodelceñomásacusadoyporunatristezamásprofunda.

D’Artagnan,dequienconocemoselespírituinvestigadorypenetrante,porinterésquetuvieseensatisfacersucuriosidadsobreeltema,nohabíapodidoaún asignar ninguna causa a aquelmarasmo, ni anotar las ocasiones. JamásAthos recibía cartas, jamás Athos daba un paso que no fuera conocido portodossusamigos.

Nosepodíadecirquefueraelvinoloqueledabaaquellatristeza,porque,

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al contrario, sólo bebía para olvidar esta tristeza, que este remedio, comohemosdicho,volvíamás sombría aún.No sepodía atribuir aquel excesodehumornegroaljuego,porquealcontrariodePorthos,quienacompañabaconsus cantos o con sus juramentos todas las variaciones de la suerte, Athos,cuandohabíaganado,permanecía tan impasiblecomocuandohabíaperdido.Se lehabíavisto, en el círculode losmosqueteros, ganaruna tarde tresmilpistolasyperderhastaelcinturónbrocadodeorodelosdíasdegala;volveraganartodoestoademásdecienluisesmás,sinquesuhermosacejanegrasehubieselevantadoobajadomedialínea,sinquesusmanosperdiesensumatiznacarado,sinquesuconversación,queeraagradableaquellatarde,cesasedesertranquilayagradable.

No era tampoco, como en nuestros vecinos los ingleses, una influenciaatmosférica la que ensombrecía su rostro, porque esa tristeza se hacía másintensaporreglageneralenlosdíascalurososdelaño; junioyjulioeranlosmesesterriblesdeAthos.

Alpresenteno teníapenas,y seencogíadehombroscuando lehablabandel porvenir; su secreto estaba, pues, en el pasado, como le había dichovagamenteaD’Artagnan.

Aquel tinte misterioso esparcido por toda su persona volvía aún másinteresantealhombrecuyosojosycuyaboca,enlaembriaguezmáscompleta,jamáshabíanreveladonada,seacualfuerelaastuciadelaspreguntasdirigidasaél.

—¡Ybien!—pensabaD’Artagnan—.ElpobreAthosestáquizámuertoenestemomento,ymuertoporculpamía,porquesoyyoquienlometióenesteasunto, cuyoorigenél ignoraba,ycuyo resultado ignoraráydelqueningúnprovechodebíasacar.

—Sin contar, señor —respondió Planchet—, que probablemente ledebemos la vida. Acordaos cuando gritó: «¡Largaos, D’Artagnan! Me hancogido».

Ydespuésdehaberdescargadosusdospistolas, ¡quéruido terriblehacíacon su espada! Se hubiera dicho que eran veinte hombres, o mejor, veintediablosrabiosos.

YestaspalabrasredoblabanelardordeD’Artagnan,queaguijoneabaasucaballo, el cual sin necesidad de ser aguijoneado llevaba a su caballero algalope.

HacialasoncedelamañanadivisaronAmiens;alasonceymediaestabanalapuertadelalberguemaldito.

D’Artagnan había meditado contra el hostelero pérfido en una de esas

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buenas venganzas que consuelan, aunque no sea más que a la esperanza.Entró,pues,enlahostería,conelsombrerosobrelosojos,lamanoizquierdaenelpuñodelaespadayhaciendosilbarlafustaconlamanoderecha.

—¿Meconocéis?—dijoalhostelero,queavanzabaparasaludarle.

—No tengoesehonor,monseñor—respondióaquél con losojos todavíadeslumbradosporelbrillanteequipoconqueD’Artagnansepresentaba.

—¡Ah,conquenomeconocéis!

—No,monseñor.

—Bueno,dospalabrasosdevolverán lamemoria.¿Quéhabéishechodelgentilhombrealquetuvisteislaaudacia,hacequincedíaspocomásomenos,deintentaracusarlodemonedafalsa?

Elhosteleropalideció,porqueD’Artagnanhabía adoptado la actitudmásamenazadora,yPlanchethacíalomismoquesudueño.

—¡Ah,monseñor, nome habléis de ello!—exclamó el hostelero con sutono de voz más lacrimoso—. Ah, señor, cómo he pagado esa falta.¡Desgraciadodemí!

—Yelgentilhombre,osdigo,¿quéhasidodeél?

—Dignaos escucharme,monseñor, y sed clemente.Veamos, sentaos, porfavor.

D’Artagnan,mudodecóleraydeinquietud,sesentóamenazadorcomounjuez.Planchetsepegóorgullosamenteasubutaca.

—Estaes lahistoria,Monseñor—prosiguióelhostelero todo tembloroso—,porqueoshereconocidoahora:fuisteisvoselquepartiócuandoyotuveaquelladesgraciadapeleaconesegentilhombredequevoshabláis.

—Sí,fuiyo;asíque,comoveis,notenéisgraciasqueesperarsinodecístodalaverdad.

—Hacedmeelfavordeescucharmeylasabréistodaentera.

—Escucho.

—Yohabíasidoprevenidopor lasautoridadesdequeunfalsomonederocélebrellegaríaamialbergueconvariosdesuscompañeros,todosdisfrazadosconeltrajedeguardiaodemosqueteros.Vuestroscaballos,vuestroslacayos,vuestrafigura,señores,todomelohabíanpintado.

—¿Después, después?—dijo D’Artagnan, que reconoció en seguida dedóndeprocedíanaquellasseñastanexactamentedadas.

—Tomé entonces, según las órdenes de la autoridad que me envió un

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refuerzodeseishombres,lasmedidasquecreíurgentesafindedeteneralospresuntosmonederosfalsos.

—¡Todavía!—dijo D’Artagnan a quien esta palabra de monedero falsocalentabaterriblementelasorejas.

—Perdonadme,monseñor,pordecirtalescosas,peroprecisamentesonmiexcusa.Laautoridadmehabíametidomiedo,yvossabéisqueunalberguistadebetenercuidadoconlaautoridad.

—Perounavezmás, esegentilhombre¿dóndeestá?¿Quéha sidodeél?¿Estámuerto?¿Estávivo?

—Paciencia,monseñor,queyallegamos.Sucedió,pues,loquevossabéis,y vuestra precipitada marcha —añadió el hostelero con una fineza que noescapó a D’Artagnan— parecía autorizar el desenlace. Ese gentilhombreamigovuestrosedefendióaladesesperada.Sucriado,queporunadesgraciaimprevistahabíabuscadopeleaa losagentesde la autoridad,disfrazadosdemozosdecuadra…

—¡Ah,miserable!—exclamóD’Artagnan—.Estabaistodosdeacuerdo,ynosécómomecontengoynoosmatoatodos.

—¡Ay!No,monseñor, no todos estábamosde acuerdo, y vais a verlo enseguida. El señor vuestro amigo (perdón por no llamarlo por el nombrehonorablequesindudalleva,peronosotrosignoramosesenombre),elseñorvuestro amigo, después de haber puesto de combate a dos hombres de dospistoletazos,sebatióenretiradadefendiéndoseconsuespada,conlaquelisióinclusoaunodemishombres,yconuncintarazoquemedejóaturdido.

—Pero,verdugo,¿acabarás?—dijoD’Artagnan—.Athos,¿quéhasidodeAthos?

—Albatirseenretirada,comohedicho,señor,encontrótraséllaescaleradelabodega,ycomolapuertaestabaabierta,sacólallaveyseencerródentro.Comoestabansegurosdeencontrarloallí,lodejaronenpaz.

—Sí—dijoD’Artagnan—,nosetratabadematarlo,sóloqueríanhacerloprisionero.

—¡SantoDios!¿Hacerloprisionero,monseñor?Elmismoseaprisionó,oslojuro.Enprimerlugar,habíatrabajadorudamente:unhombreestabamuertode un golpe y otros dos heridos de gravedad. El muerto y los dos heridosfueronllevadosporsuscamaradas,ynoheoídohablarnuncamásdeellos,nideunosnideotros.Yomismo,cuandorecuperéelconocimiento,fuiabuscaralseñorgobernador,alquecontétodoloquehabíapasado,yalquepreguntéquédebíahacerconelprisionero.Peroelseñorgobernadorfingiócaerdelasnubes;medijoque ignorabaporcompletoaquémerefería,que lasórdenes

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quehabían llegadonoprocedíandeél,yquesi tenía ladesgraciadedeciraquienquiera que fuese que él estabametido en toda aquella escaramuza,meharíaprender.Parecequeyomehabíaequivocado,señor,quehabíaarrestadoaunoporotro,yquealquedebíaarrestarestabaasalvo.

—Pero¿Athos?—exclamóD’Artagnan,cuyaimpacienciaaumentabaporelabandonoenquelaautoridaddejabaelasunto—.¿QuéhasidodeAthos?

—Como yo tenía prisa por reparar mis errores hacia el prisionero —prosiguióelalberguista—,meencaminéhacialabodegaafindedevolverlelalibertad.¡Ay,señor,aquellonoeraunhombre,eraundiablo!Alaproposiciónde libertad,declaróqueerauna trampaquese le tendíayqueantesde salirdebía imponer sus condiciones. Le dije muy humildemente, porque ante símismo yo no disimulaba la mala situación en que me había colocadoponiéndole lamanoencimaaunmosqueterodeSuMajestad, ledijequeyoestabadispuestoa sometermea suscondiciones.«Enprimer lugar—dijo—,quieroque semedevuelvaamicriadocompletamentearmado».Nosdimosprisaporobedeceraquellaordenporque,comocomprenderáelseñor,nosotrosestábamos dispuestos a hacer todo lo que quisiera vuestro amigo. El señorGrimaud (él sí ha dicho su nombre, aunque no habla mucho), el señorGrimaudfue,pues,bajadoalabodega,heridocomoestaba;entoncessuamo,trashaberlo recibido, volvió a atrancar lapuertaynosordenóquedarnos ennuestratienda.

—Pero¿dóndeestá?—exclamóD’Artagnan—.¿DóndeestáAthos?

—Enlabodega,señor.

—¿Cómodesgraciado,loretenéisenlabodegadesdeentonces?

—¡Bondaddivina!Noseñor.¡Nosotrosretenerloenlabodega!¡Nosabéislo que está haciendo en la bodega! ¡Ay si pudieseis hacerlo salir, señor, osquedaríaagradecidotodamivida,osadoraríacomoaunamo!

—Entonces,¿estáallí,allíloencontraré?

—Sinduda,señor,sehaobstinadoenquedarse.Todoslosdíasselepasaporeltragaluzpanenlapuntadeunhorcónycarnecuandolapide,pero¡ay!,noesdepanydecarnedeloquehaceelmayorconsumo.Unavezhetratadodebajarcondosdemismozos,perosehaencolerizadodeformaterrible.Heoídoelruidodesuspistolas,quecargaba,ydesumosquetón,quecargabasucriado. Luego, cuando le hemos preguntado cuáles eran sus intenciones, elamoharespondidoqueteníacuarentadisparosparadispararélysucriado,yque dispararían hasta el último antes de permitir que uno solo de nosotrospusieraelpieenlabodega.Entonces,señor,yofuiaquejarmealgobernador,el cual me respondió que no tenía sino lo que me merecía, y que esto meenseñaríaanoinsultaraloshonorablesseñoresquetomabanalbergueenmi

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casa.

—¿Desuertequedesdeentonces?…—prosiguióD’Artagnannopudiendoimpedirsereírdelacaralamentabledesuhostelero.

—Desuertequedesdeentonces,señor—continuóéste—,llevamoslavidamástristequesepuedaver;porque,señor,esprecisoquesepáisquenuestrasprovisiones están en la bodega; allí está nuestro vino embotelladoy nuestrovinoencubas,lacerveza,elaceiteylasespecias,eltocinoylassalchichas;ycomonoshanprohibidobajar, noshemosvisto obligados a negar comidaybebida a los viajeros que nos llegan, de suerte que todos los días nuestrahostería se pierde. Una semana más con vuestro amigo en la bodega yestaremosarruinados.

—Yseríadejusticia,bribón.¿Noseveennuestracaraqueéramosgentedecalidadynofalsarios,decid?

—Sí,señor,sí,tenéisrazón—dijoelhostelero—,peromirad,miradcómosecobra.

—Sindudalohabránmolestado—dijoD’Artagnan.

—Pero tenemos que molestarlo —exclamó el hostelero—; acaban dellegarnosdosgentileshombresingleses.

—¿Y?

—Puesque los ingleses gustandel buenvino, comovos sabéis, señor, yhanpedidodelmejor.MimujerhabrásolicitadoalseñorAthospermisoparaentrarysatisfaceraestosseñores;ycomodecostumbreélsehabránegado.¡Ay,bondaddivina!¡Yatenemosotravezescandalera!

Enefecto,D’Artagnanoyóungranruidovenirdel ladode labodega;selevantó, precedido por el hostelero, que se retorcía lasmanos, y seguido dePlanchet,quellevabasumosquetóncargado,seacercóallugardelaescena.

Losdosgentileshombresestabanexasperados,habíanhechounlargoviajeysemoríandehambreydesed.

—Pero esto es una tiranía —exclamaban ellos en muy buen francés,aunqueconacentoextranjero—,queese loconoquieradejaraestasbuenasgentesusar suvino.Vamosahundir lapuertay, si estádemasiadocolérico,pueslomatamos.

—¡Muchocuidado,señores!—dijoD’Artagnansacandosuspistolasdesucintura—.Siosplace,nomataréisanadie.

—Bueno,bueno—decíadetrásde lapuerta lavoz tranquiladeAthos—,quelosdejenentrarunpocoaesostraganiños,yyaveremos.

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Pormuy valientes que parecían ser, los dos gentileshombres semirarondudando; se hubiera dicho que había en aquella bodega uno de esos ogrosfamélicos,gigantescoshéroesde las leyendaspopulares, cuyacavernanadiefuerzaimpunemente.

Hubo un momento de silencio, pero al fin los dos ingleses sintieronvergüenzadevolverseatrásyelmásosadodeellosdescendióloscincooseispeldañosdequeestabaformadalaescaleraydioalapuertaunapatadacomoparahundirelmuro.

—Planchet—dijoD’Artagnancargandosuspistolas—,yomeencargodelqueestáarriba,encárgatetúdelqueestáabajo.¡Ah,señores,queréisbatalla!Puesbien,vamosadárosla.

—¡Diosmío!—exclamó la voz hueca de Athos—. Oigo a D’Artagnan,segúnmeparece.

—Enefecto—dijoD’Artagnanalzandolavozasuvez—,soyyo,amigomío.

—¡Ah, bueno! Entonces —dijo Athos—, vamos a trabajar a esosderribapuertas.

Los gentileshombres habían puesto la espada en la mano, pero seencontraban cogidos entre dos fuegos; dudaron un instante todavía; pero,como en la primera ocasión, venció el orgullo y una segunda patada hizotambalearselapuertaentodasualtura.

—Apártate,D’Artagnan,apártate—gritóAthos—,apártate,voyadisparar.

—Señores—dijoD’Artagnan, aquien la reflexiónnoabandonabanunca—,señores,pensadlo.Paciencia,Athos.Osvaisameterenunmalasuntoyvaisaseracribillados.Aquí,micriadoyyoqueossoltaremostresdisparos;yotros tantos os llegarán de la bodega; además, todavía tenemos nuestrasespadas, que mi amigo y yo, os lo aseguro, manejamos pasablemente.Dejadmequemeocupedemisasuntosylosvuestros.Dentrodepocotendréisdebeber,osdoymipalabra.

—Siesquequeda—gruñólavozburlonadeAthos.

Elhostelerosintióunsudorfríocorreralolargodesuespina.

—¿Cómoquesiqueda?—murmuró.

—¡Quédiablos!Quedará—prosiguióD’Artagnan—,estadtranquilo,entredosnosehabránbebidotodalabodega.Señores,devolvedvuestrasespadasasusvainas.

—Bien.Yvosvolvedaponervuestraspistolasenvuestrocinto.

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—Debuengrado.

Y D’Artagnan dio ejemplo. Luego, volviéndose hacia Planchet, le hizoseñaldedesarmarsumosquetón.

Los ingleses, convencidos, devolvieron gruñendo sus espadas a la vaina.Se les contó la historia del apasionamiento de Athos. Y como eran buenosgentileshombres,lequitaronlarazónalhostelero.

—Ahora,señores—dijoD’Artagnan—,volvedavuestrashabitaciones,ydentrodediezminutososprometoqueosllevaráncuantopodáisdesear.

Losinglesessaludaronysalieron.

—Ahora estoy solo,mi queridoAthos—dijoD’Artagnan—, abridme lapuerta,porfavor.

—Ahoramismo—dijoAthos.

Entonces se oyó un gran ruido de haces entrechocando y de vigasgimiendo: eran las contraescarpas y los bastiones de Athos que el sitiadodemolíaporsímismo.

Un instante después, la puerta se tambaleó y se vio aparecer la cabezapálidadeAthos,quienconunaojeadarápidaexplorólosalrededores.

D’Artagnan se lanzó a su cuello y lo abrazó con ternura; luego quisollevárselofueradeaquellugarhúmedo;entoncessediocuentadequeAthosvacilaba.

—¿Estáisherido?—ledijo.

—¡Yo, nada de eso! Estoy totalmente borracho eso es todo, y jamáshombre alguno ha tenido tanto como se necesitaba para ello. ¡Vive Dios!Hostelero,meparecequeporlomenosyosolomehebebidocientocincuentabotellas.

—¡Misericordia!—exclamóelhostelero—.Sielcriadohabebidolamitadsólodelamo,estoyarruinado.

—Grimaud es un lacayo de buena casa, que no se habría permitido lomismoqueyo;élhabebidodelatuba;vaya,creoquesehaolvidadodeponerlaespita.¿Oís?Estácorriendo.

D’Artagnanestallóenunacarcajadaquecambióel temblordelhosteleroenfiebreardiente.

AlmismotiempoGrimaudapareciódetrásdesuamo,conelmosquetónalhombro la cabeza temblando como esos sátiros ebrios de los cuadros deRubens.Estaba rociadopordelanteypordetrásdeun licorpringosoqueelhosteleroreconocióenseguidaporsumejoraceitedeoliva.

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El cortejo atravesó el salón y fue a instalarse en lamejor habitación delalbergue,queD’Artagnanocupódemaneraimperativa.

Mientrastanto,elhosteleroysumujerseprecipitaronconlámparasenlabodega, que les había sido prohibida durante tanto tiempo y donde unhorrorosoespectáculolosesperaba.

Másalláde las fortificacionesen lasqueAthoshabíahechobrechaparasalir y que componían haces, tablones y toneles vacíos amontonados segúntodaslasreglasdelarteestratégico,seveíanaquíyallá,nadandoenmaresdeaceiteydevino,lasosamentasdetodoslosjamonescomidos,mientrasqueunmontóndebotellasrotastapizabatodoelánguloizquierdodelabodega,yuntonel, cuya espita había quedado abierta, perdía por aquella abertura lasúltimasgotasdesusangre.Laimagendeladevastaciónydelamuerte,comodiceelpoetadelaantigüedad,reinabaallícomoenuncampodebatalla.

Delascincuentasalchichas,apenasdiezquedabancolgadasdelasvigas.

Entonces losaullidosdelhosteleroyde lahostelera taladraron labóvedadelabodega;hastaelmismoD’Artagnanquedóconmovido.Athosnisiquieravolviólacabeza.

Peroaldolorsucediólarabia.Elhostelerosearmódeunaramay,ensudesesperación, se lanzó a la habitación donde los dos amigos se habíanretirado.

—¡Vino!—dijoAthosalveralhostelero.

—¿Vino?—exclamóelhosteleroestupefacto—.¿Vino?Oshabéisbebidopor valor de más de cien pistolas; soy un hombre arruinado, perdidoaniquilado.

—¡Bah!—dijoAthos—.Nosotrosseguimosconsed.

—Sioshubieraiscontentadoconbeber,todavía;perohabéisrototodaslasbotellas.

—Mehabéisempujadosobreunmontónquesehavenidoabajo.Vuestraeslaculpa.

—Todomiaceiteperdido!

—Elaceiteesunbálsamosoberanopara lasheridas,yeraprecisoqueelpobreGrimaudsecuraselasquevoslehabéishecho.

—¡Todosmissalchichonesroídos!

—Haymuchasratasenesabodega.

—Vaisapagarmetodoeso—exclamóelhosteleroexasperado.

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—¡Triple bribón! —dijo Athos levantándose. Pero volvió a caer enseguida; acababa de dar la medida de sus fuerzas. D’Artagnan vino en suayudaalzandosufusta.

Elhosteleroretrocedióunpasoysepusoalloraramares.

—Estoosenseñará—dijoD’Artagnan—atratardeunaformamáscortésaloshuéspedesqueDiososenvía…

—¿Dios?¡Mejordiréiseldiablo!

—Miquerido amigo—dijoD’Artagnan—, si seguís dándonos lamurga,vamosaencerrarnosloscuatroenvuestrabodegaaversielestropiciohasidotangrandecomodecís.

—Bueno, señores—dijo el hostelero—,me he equivocado, lo confieso,pero todo pecado tiene sumisericordia; vosotros sois señores, y yo soy unpobrealberguista,tenedpiedaddemí.

—Ah, si hablas así—dijo Athos—, vas a ablandarme el corazón, y laslágrimasvanacorrerdemisojoscomoelvinocorríadetustoneles.Noeratanmaloeldiablocomolopintan.Veamos,venaquíyhablaremos.

Elhosteleroseacercóconinquietud.

—Ven, lo digo, y no tengasmiedo—continuóAthos—.En elmomentoqueibaapagarte,pusemibolsasobrelamesa.

—Sí,monseñor.

—Aquellabolsaconteníasesentapistolas,¿dóndeestá?

—Depositada en la escribanía, monseñor; habían dicho que era monedafalsa.

—Pues bien, haz que te devuelvan mi bolsa, y quédate con las sesentapistolas.

—Peromonseñorsabebienqueelescribanonosueltaloquecoge.Sieramonedafalsatodavíaquedaríalaesperanza;perodesgraciadamentesonpiezasbuenas.

—Arréglatelas,mibuenhombre,esonomeafecta, tantomáscuantoquenomequedaunalibra.

—Veamos—dijoD’Artagnan—,elviejocaballodeAthos,¿dóndeestá?

—Enlacuadra.

—¿Cuántovale?

—Cincuentapistolasalosumo.

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—Valeochenta;quédatelo,ynohaymásquehablar.

—¡Cómo! ¿Tú vendes mi caballo? —dijo Athos—. ¿Tú vendes miBayaceto?Y¿enquéharélaguerra?¿EncimadeGrimaud?

—Tehetraídootro—dijoD’Artagnan.

—¿Otro?

—¡Ymagnífico!—exclamóelhostelero.

—Entonces,sihayotromáshermosoymásjoven,quédateconelviejoyabeber.

—¿Dequé?—preguntóelhostelerocompletamentesosegado.

—Deloquehayalfondo,juntoalastraviesas;todavíaquedanveinticincobotellas;todaslasdemásserompieronconmicaída.Subeseis.

—¡Este hombre es una cuba!—dijo el hostelero para símismo—.Si sequedaaquíquincedíasypagaloquebebe,sacaráaflotenuestrosasuntos.

—Y no olvides —continuó D’Artagnan— de subir cuatro botellassemejantesparalosdosseñoresingleses.

—Ahora—dijoAthos—,mientras esperamos a que nos traigan el vino,cuéntame,D’Artagnan,quéhasidodelosotros;veamos.

D’ArtagnanlecontócómohabíaencontradoaPorthosensulechoconunesguince y a Aramis en su mesa con dos teólogos. Cuando acababa, elhostelero volvió con las botellas pedidas y un jamón que, afortunadamenteparaél,habíaquedadofueradelabodega.

—Estábien—dijoAthosllenandosuvasoyeldeD’ArtagnanporloqueserefiereaPorthosyAramis;perovos,amigomío,¿quéhabéishechoyquéoshaocurridoavos?Encuentroquetenéisunairesiniestro.

—¡Ay! —dijo D’Artagnan—. Es que soy el más desgraciado de todosnosotros.

—¡Tú desgraciado, D’Artagnan! —dijo Athos—. Veamos, ¿cómo eresdesgraciado?Dimeeso.

—Mástarde—dijoD’Artagnan.

—¡Más tarde!Y ¿por quémás tarde? ¿Porque crees que estoyborracho,D’Artagnan?Acuérdatesiempredeesto:nuncatengolasideasmásclarasqueconelvino.Habla,pues,soytodooídos.

D’ArtagnancontósuaventuraconlaseñoraBonacieux.

Athosescuchósinpestañear;luego,cuandohuboacabado:

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—Miseriastodoeso—dijoAthos—,miserias.

EralaexpresióndeAthos.

—¡Siempredecísmiserias,miqueridoAthos!—dijoD’Artagnan—.Esoossientamuymalavos,quenuncahabéisamado.

El ojo muerto de Athos se inflamó de pronto, pero no fue más que undestello;enseguidasevolvióapagadoyvacíocomoantes.

—Escierto—dijotranquilamente—,nuncaheamado.

—¿Veis,corazóndepiedra—dijoD’Artagnan—,queosequivocáissiendoduroconnuestroscorazonestiernos?

—Corazonestiernos,corazonesrotos—dijoAthos.

—¿Quédecís?

—Digoqueelamoresunaloteríaenlaqueelquegana,ganalamuerte.Soismuyafortunadoporhaberperdido,creedme,miqueridoD’Artagnan.Ysitengoalgúnconsejoquedaros,esperdersiempre.

—Ellaparecíaamarmemucho.

—Ellaparecía.

—¡Oh,meamaba!

—¡Infantil! No hay un hombre que no haya creído como vos que suamanteloamabaynohayningúnhombrequenohayasidoengañadoporsuamante.

—Exceptovos,Athos,quenuncalahabéistenido.

—Escierto—dijoAthos trasunmomentode silencio—,yonunca lahetenido.¡Bebamos!

—Peroyaqueestáisfilósofo—dijoD’Artagnan—,instruidme,ayudadme;necesitosaberyserconsolado.

—Consolado¿dequé?

—Demidesgracia.

—Vuestradesgraciadarisa—dijoAthosencogiéndosedehombros—;megustaríasaberloquediríaissiyooscontaseunahistoriadeamor.

—¿Sucedidaavos?

—Oaunodemisamigos,quéimporta.

—Hablad,Athos,hablad.

—Bebamos,haremosmejor.

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—Bebedycontad.

—Ciertoqueesposible—dijoAthosvaciandoyvolviendoallenarsuvaso—,lasdoscosasvanjuntasdemaravilla.

—Escucho—dijoD’Artagnan.

Athosserecogióy,amedidaqueserecogía,D’Artagnanloveíapalidecer;estabaeneseperíododelaembriaguezenquelosbebedoresvulgarescaenyduermen. Él, él soñaba en voz alta sin dormir. Aquel sonambulismo de laborracherateníaalgodeespantoso.

—¿Loqueréis?—preguntó.

—Osloruego—dijoD’Artagnan.

—Seacomodeseáis.Unodemisamigos,unodemisamigos,oísbien,noyo —dijo Athos interrumpiéndose con una sonrisa sombría—; uno de loscondes de mi provincia, es decir, del Berry, noble como un Dandolo o unMontmorency, se enamoró a los veinticinco años de una joven de dieciséis,bellacomoelamor.Atravésdelaingenuidaddesuedadapuntabaunespírituardiente,unespíritunodemujer,sinodepoeta;ellanogustaba,embriagaba;vivíaenunaaldea,juntoasuhermano,queeracura.Losdoshabíanllegadoalaregión,veníannosesabíadedónde;peroalverlatanhermosayalverasuhermano tan piadoso nadie pensó en preguntarles de dónde venían. Por lodemásse los suponíadebuenaextracción.Miamigo,queerael señorde laregión, hubiera podido seducirla o tomarla por la fuerza, a su gusto, era elamo: ¿quién habría venido en ayuda de dos extraños, de dos desconocidos?Por desgracia era un hombre honesto, la desposó. ¡El tonto, el necio, elimbécil!

—Pero¿porqué,silaamaba?—preguntóD’Artagnan.

—Esperad—dijoAthos—.Lallevóasucastilloylahizolaprimeradamade su provincia; y hay que hacerle justicia, cumplía perfectamente con surango.

—¿Y?—preguntóD’Artagnan.

—Yundíaqueellaestabadecazaconsumarido—continuóAthosenvozbajayhablandomuydeprisa—,ella se cayódel caballoy sedesvaneció: elcondeselanzóensuayuda,ycomoseahogabaensusvestidos,loshendióconsu puñal y quedó al descubierto el hombro. ¿Adivináis lo que tenía en elhombro,D’Artagnan?—dijoAthosconungranestallidoderisa.

—¿Puedosaberlo?—preguntóD’Artagnan.

—Unaflordelis—dijoAthos—.¡Estabamarcada!

YAthosvaciódeunsolotragoelvasoqueteníaenlamano.

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—¡Horror!—exclamóD’Artagnan—.¿Quémedecís?

—La verdad. Querido, el ángel era un demonio. La pobre joven habíarobado.

—¿Yquéhizoelconde?

—Elcondeeraungran señor, tenía sobre sus tierrasderechodehorcaycuchillo:acabódedesgarrarlosvestidosdelacondesa,leatólasmanosalaespaldaylacolgódeunárbol.

—¡Cielos!¡Athos!¡Unasesinato!—exclamóD’Artagnan.

—Sí,unasesinato,nadamás—dijoAthospálidocomolamuerte—.Peromeparecequemeestándejandosinvino.

YAthoscogióporelgolletelaúltimabotellaquequedaba,laacercóasubocaylavaciódeunsolotrago,comosifueraunvasonormal.

Luego se dejó caer con la cabeza entre sus dos manos; D’Artagnanpermanecióanteél,paradodeespanto.

—Esomehacuradodelasmujereshermosas,poéticasyamorosas—dijoAthoslevantándoseysincontinuarelapólogodelconde—.¡Diososconcedaotrotanto!¡Bebamos!

—¿Asíqueellamurió?—balbuceóD’Artagnan.

—¡Pardiez!—dijoAthos—.Perotendedvuestrovaso.¡Jamón,pícaro!—gritóAthos—.Nopodemosbebermás.

—¿Ysuhermano?—añadiótímidamenteD’Artagnan.

—¿Suhermano?—repusoAthos.

—Sí,elcura.

—¡Ah! Me informé para colgarlo también; pero había puesto pies enpolvorosa,habíadejadosucuratolavíspera.

—¿Sesupoalmenosloqueeraaquelmiserable?

—Era sin duda el primer amante y el cómplice de la hermosa, un dignohombrequehabíafingidosercuraquizáparacasarasuamanteyasegurarseunafortuna.Esperoquehayasidodescuartizado.

—¡Oh,Diosmío,Diosmío!—dijoD’Artagnan, completamenteaturdidoporaquellahorribleaventura.

—Comedesejamón,D’Artagnan,esexquisito—dijoAthoscortandounalonchaquepusoenelplatodel joven—. ¡Quépenaque sólohubieracuatrocomoésteenlabodega!

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D’Artagnan no podía seguir soportando aquella conversación, que loenloquecía;dejócaersucabezaentresusdosmanosyfingiódormirse.

—Los jóvenesno sabenbeber—dijoAthosmirándoloconpiedad—. ¡Ysinembargoésteesdelosmejores…!

CapítuloXXVIII

Elregreso

D’ArtagnanhabíaquedadoaturdidoporlahorribleconfesióndeAthos;sinembargo,muchasdelascosasparecíanoscurasenaquellasemirrevelación;enprimer lugar, había sido hecha por un hombre completamente ebrio a unhombrequeloestabaamedias,ynoobstante,peseaesaolaquehacesubiralcerebroelvahodedosotresbotellasdeborgoña,D’Artagnan,aldespertarsealdíasiguiente,teníacadapalabradeAthostanpresenteensuespíritucomosiamedidaquehabíancaídodesubocasehubieran impresoensuespíritu.Toda aquella duda no hizo sino darle un deseo más vivo de llegar a unacertidumbre,ypasóalahabitacióndesuamigoconlaintenciónbienmeditadade reanudar su conversación de la víspera; pero encontró a Athos con lacabezacompletamentesentada,esdecir,elmásfinoymásimpenetrabledeloshombres.

Porlodemás,elmosquetero,despuésdehabercambiadoconélunapretóndemanos,seleadelantóconelpensamiento.

—Estaba muy borracho ayer, mi querido D’Artagnan —dijo—; me hedadocuentaestamañanapormilengua,queestabatodavíamuyespesaypormipulso,queaúnestabamuyagitado;apuestoaquedijemilextravagancias.

Yaldecirestaspalabrasmiróasuamigoconunafijezaqueloembarazó.

—No—replicóD’Artagnan—,ysinorecuerdomal,nohabéisdichonadamuyextraordinario.

—¡Ah, me asombráis! Creía haberos contado una historia de las máslamentables.

Ymirabaaljovencomosihubieraqueridoleerenlomásprofundodesucorazón.

—Afemía—dijoD’Artagnan—,parecequeyoestabaaúnmásborrachoquevos,puestoquenomeacuerdodenada.

Athosnosefiodeestapalabrayprosiguió:

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—Nohabréis dejadode notar,mi querido amigo, que cada cual tiene suclase de borrachera: triste o alegre; yo tengo la borrachera triste, y cuandoalguna vezme emborracho,mimanía es contar todas las historias lúgubresquelatontademinodrizamemetióenelcerebro.Eseesmidefecto,defectocapital,loadmito;pero,dejandoesoaunlado,soybuenbebedor.

AthosdecíaestodeunaformatannaturalqueD’Artagnanquedóconfusoensuconvicción.

—Oh,dealgoasímeacuerdo,enefecto—prosiguióeljoventratandodevolver a coger la verdad—,me acuerdo de algo así como que hablamos deahorcados,perocomoseacuerdaunodeunsueño.

—¡Ah,loveis!—dijoAthospalideciendoy,sinembargo,tratandodereír—.Estabaseguro,losahorcadossonmipesadilla.

—Sí,sí—prosiguióD’Artagnan—,y,yaestá,lamemoriamevuelve:sí,setrataba…,esperad…,setratabadeunamujer.

—¿Loveis?—respondióAthosvolviéndose casi lívido—.Esmi famosahistoriadelamujerrubia,ycuandolacuentoesqueestoyborrachoperdido.

—Sí, eso es —dijo D’Artagnan—, la historia de la mujer rubia, alta yhermosa,deojosazules.

—Sí,ycolgada.

—Por su marido, que era un señor de vuestro conocimiento continuóD’ArtagnanmirandofijamenteaAthos.

—¡Ybien!Yaveiscómosecomprometeunhombrecuandonosabeloquesedice—prosiguióAthosencogiéndosedehombroscomosituvierapiedaddesímismo—.Decididamente, no quiero emborracharmemás,D’Artagnan, esunamalacostumbre.

D’Artagnanguardósilencio.

LuegoAthos,cambiandodeprontodeconversación:

—Apropósito—dijo—,osagradezcoelcaballoquemehabéistraído.

—¿Esdevuestrogusto?—preguntóD’Artagnan.

—Sí,peronoesuncaballodeaguante.

—Osequivocáis;hehechoconéldiezleguasenmenosdehoraymedia,yno parecía más cansado que si hubiera dado una vuelta a la plaza Saint-Sulpice.

—Puesmedaisungrandisgusto.

—¿Ungrandisgusto?

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—Sí,porquemehedeshechodeél.

—¿Cómo?

—Estos son los hechos: esta mañana me he despertado a las seis, vosdormíais como un tronco, y yo no sabía qué hacer; estaba todavíacompletamenteatontadodenuestrajuergadeayer;bajéalsalónyviaunodenuestros ingleses que ajustaba un caballo con un tratante por haber muertoayerelsuyoaconsecuenciadeunvómitodesangre.Meacerquéaél,ycomovi que ofrecía cien pistolas por un alazán tostado: «Por Dios —le dije—,gentilhombre, también yo tengo un caballo que vender». «Y muy buenoincluso—dijo él—.Lo vi ayer, el criado de vuestro amigo lo llevaba de lamano».«¿Osparecequevalecienpistolas?»«Sí».«¿Yqueréisdármeloporeseprecio?»«No,perooslojuego».«¿Melojugáis?»«Sí».«¿Aqué?»«Alosdados». Y dicho y hecho; y he perdido el caballo. ¡Ah, pero también —continuóAthos—hevueltoaganarlamontura!

D’Artagnanhizoungestobastantedisgustado.

—¿Oscontraría?—dijoAthos.

—Pues sí, os lo confieso—prosiguió D’Artagnan—. Ese caballo debíaserviros para hacernos reconocer un día de batalla; era una prenda, unrecuerdo.Athos,habéiscometidounerror.

—Ay, amigomío, poneos enmi lugar—prosiguió elmosquetero—;meaburría de muerte, y además, palabra de honor, no me gustan los caballosingleses.Veamos,sinose tratamásquedeserreconocidoporalguien,puesbien, la silla bastará; es bastante notable. En cuanto al caballo, yaencontraremosalgunaexcusaparajustificarsudesaparición.¡Quédiablos!Uncaballoesmortal;digamosqueelmíohatenidoelmuermo.

D’Artagnannodesfruncíaelceño.

—Mecontraría—continuóAthos—quetengáisentantoaesosanimales,porquenoheacabadomihistoria.

—¿Puesquéhabéishechoademás?

—Después de haber perdido mi caballo (nueve contra diez, ved quésuerte),mevinolaideadejugarelvuestro.

—Sí,peroesperoqueoshayáisquedadoenlaidea.

—No,lapuseenprácticaenaquelmismoinstante.

—¡Vaya!—exclamóD’Artagnaninquieto.

—Juguéyperdí.

—¿Micaballo?

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—Vuestrocaballo;sietecontraocho,afaltadeunpunto…,yaconocéiselproverbio.

—Athosnoestáisenvuestrosanojuicio,¡oslojuro!

—Querido,ayer,cuandooscontabamistontashistorias,eracuandoteníaisque decirme eso, y no esta mañana. Los he perdido, pues, con todos losequiposytodoslosarnesesposibles.

—¡Peroeshorrible!

—Esperad, no sabéis todo; yo sería un jugador excelente si no meobstinara;peromeobstino,escomocuandobebo;meencabezonéentonces…

—Pero¿quépudisteisjugarsinoosquedabanada?

—Síquedaba,amigomío,síquedaba;nosquedabaesediamantequebrillaenvuestrodedo,yenelquemefijéayer.

—¡Estediamante!—exclamóD’Artagnanllevandoconprestezalamanoasuanillo.

—Y como entiendo, por haber tenido algunos propios, lo estimé enmilpistolas.

—Espero—dijoseriamenteD’Artagnanmediomuertodeespantoquenohayáishechomenciónalgunademidiamante.

—Al contrario, querido amigo; comprended, ese diamante era nuestroúnico recurso; con él yo podía volver a ganar nuestros arneses y nuestroscaballos,yademásdineroparaelcamino.

—¡Athos,mehacéistemblar!—exclamóD’Artagnan.

—Hablé,pues,devuestrodiamanteamicontrincante,quetambiénhabíareparadoenél.¡Quédiablos,querido,lleváisenvuestrodedounaestrelladelcielo,yqueréisquenoleprestenatención!¡Imposible!

—¡Acabad,querido, acabad—dijoD’Artagnan—,porque,pormihonor,convuestrasangrefríamehacéismorir!

—Dividimos,pues,esediamanteendiezpartesdecienpistolascadauna.

—¡Ah!¿Queréis reírosyprobarme?—dijoD’Artagnanaquien lacóleracomenzaba a cogerle por los cabellos comoMinerva coge a Aquiles en laIlíada.

—No,nobromeo,portodoslosdiablos.¡Mehubieragustadoverosavos!Hacía quince días que no había visto un rostro humano y que estaba allíembruteciéndomeempalmandounabotellatrasotra.

—Esa no es razón para jugar un diamante —respondió D’Artagnan

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apretandosumanoconunacrispaciónnerviosa.

—Escuchad,pues, el final:diezpartesdecienpistolascadauna, endieztiradassinrevancha.Entrecetiradasperdítodo.¡Entrecetiradas!Elnúmerotrecemehasidosiemprefatal,eraeltrecedelmesdejuliocuando…

—¡Maldita sea! —exclamó D’Artagnan levantándose de la mesa—. Lahistoriadeldíahaceolvidarladelanoche.

—Paciencia—dijoAthos—yteníaunplan.Elingléseraunextravagante,yo lo había visto por la mañana hablar con Grimaud y Grimaud me habíaadvertidoquelehabíahechoproposicionesparaentrarasuservicio.MejuguéaGrimaud,elsilenciosoGrimauddivididoendiezporciones.

—¡Ah,vayagolpe!—dijoD’Artagnanestallandoderisaapesasuyo.

—¡ElmismoGrimaud!¿Oísesto?Ycon lasdiezpartesdeGrimaudquenovaleen totalunducadodeplata, recuperéeldiamante.Ahoradecid si lapersistencianoesunavirtud.

—¡Yafequebienrara!—exclamóD’Artagnanconsoladoysosteniéndoselosijaresderisa.

—Comocomprenderéis,sintiéndomeenvena,mepusealpuntoajugareldiamante.

—¡Ah,diablos!—dijoD’Artagnanensombreciéndosedenuevo.

—Volví a ganar vuestros arneses, después vuestro caballo, luego misarneses, luego mi caballo, luego lo volví a perder. En resumen, conseguívuestro arnés, luego elmío.Ahí estamos.Una tirada soberbia; y ahíme hequedado.

D’Artagnanrespirócomosilehubieranquitadolahosteríadeencimadelpecho.

—Enfin,quemequedaeldiamante—dijotímidamente.

—¡Intacto, querido amigo!Además de los arneses de vuestro bucéfalo ydelmío.

—Pero¿quéharemosdenuestrosarnesessincaballos?

—Tengounaideasobreellos.

—Athos,mehacéistemblar.

—Escuchad,vosnohabéisjugadohacemuchotiempo,D’Artagnan.

—Ynotengoganasdejugar.

—Nojuremos.Nohabéisjugadohacetiempo,decíayo,yporesodebéis

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tenerbuenamano.

—¿Ydespués?

—Pues que el inglés y su acompañante están todavía ahí.He observadoque lamentaban mucho los arneses. Vos parecéis tener en mucho vuestrocaballo.Envuestrolugar,yojugaríavuestrosarnesescontravuestrocaballo.

—Peroélnoquerráunsoloarnés.

—Jugadlosdos,pardiez.Yonosoytanegoístacomovos.

—¿Haríaiseso?—dijoD’Artagnanindeciso,tantocomenzabaaganarlelaconfianza,asucosta,deAthos.

—Palabradehonor,deunasolatirada.

—Peroesque,despuésdehaberperdido los caballos, quisiera conservarlosarneses.

—Jugadentoncesvuestrodiamante.

—Oh,estoesotracosa;nunca,nunca.

—¡Diablos!—dijo Athos—. Yo os propondría jugaros a Planchet; perocomoesoyaestáhecho,quizáelinglésnoquiera.

—Decididamente, mi querido Athos —dijo D’Artagnan—, prefiero noarriesgarnada.

—¡Es una lástima!—dijo fríamente Athos—. El inglés está forrado depistolas.¡Ay,Diosmío!Ensayadunatirada,unatiradasejuega.

—¿Ysipierdo?

—Ganaréis.

—Pero¿ysipierdo?

—Puesentoncesledaréislosarneses.

—Vayaentoncesunatirada—dijoD’Artagnan.

Athos se puso a buscar al inglés y lo encontró en la cuadra, dondeexaminaba los arneses conojos ambiciosos.Laocasión erabuena.Puso suscondiciones: los dos arneses contra un caballo o cien pistolas a escoger. Elinglés calculó rápido: los dos arneses valían trescientas pistolas los dos;aceptó.

D’Artagnanechólosdadostemblando,ysacóunnúmerotres;supalidezespantóaAthos,quesecontentócondecir:

—Quémalatirada,compañero;tendréiscaballosconarnesesseñor.

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Elinglés,triunfante,nosemolestósiquieraenhacerrodarlosdados,loslanzósobrelamesasinmirarlos,tanseguroestabadesuvictoria;D’Artagnansehabíavueltoparaocultarsumalhumor.

—Vaya, vaya, vaya—dijo Athos con su voz tranquila—, esa tirada dedadosesextraordinaria,nolahevistomásquecuatrovecesenmivida:dosases.

Elinglésmiróyquedóasombrado;D’Artagnanmiróyquedóencantado.

—Sí—continuóAthos—,solamentecuatroveces:unavezconelseñordeCréquy;otravezenmicasa,enelcampo,enmicastillode…cuandoyoteníaun castillo; una tercera vez con el señor deTréville dondenos sorprendió atodos;yfinalmente,unacuartavezenlataberna,dondemetocóamíydondeyoperdíporellacienluisesyunacena.

—Entonceselseñorrecuperasucaballo—dijoelinglés.

—Cierto—dijoD’Artagnan.

—¿Entoncesnohayrevancha?

—Nuestrascondicionesestipulabanquenadaderevancha,¿lorecordáis?

—Escierto;elcaballovaaserdevueltoavuestrocriado,señor.

—Unmomento—dijoAthos—;convuestropermiso,señor,solicitodecirunaspalabrasamiamigo.

—Decídselas.

AthosllevóaparteaD’Artagnan.

—¿Ybien?—ledijoD’Artagnan—.¿Quéquieresahora,tentador?Quieresquejuegue,¿noeseso?

—No,quieroquereflexionéis.

—¿Enqué?

—¿Vaisatomarelcaballo,noesasí?

—Claro.

—Os equivocáis, yo tomaría las cien pistolas; vos sabéis que os habéisjugadolosarnesescontraelcaballoocienpistolas,avuestraelección.

—Sí.

—Yotomaríalascienpistolas.

—Peroyo,yomequedoconelcaballo.

—Osequivocáis,oslorepito.¿Quéharíamosconuncaballoparanosotros

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dos?Yonopiensomontarenlagrupa,tendríamoslapintadelosdoshijosdeAymón,quehanperdidoasushermanos;nopodéishumillarmecabalgandoami lado, cabalgando sobre ese magnífico destrero. Yo, sin dudar un soloinstante,cogeríalascienpistolas,necesitamosdineroparavolveraParís.

—Yomequedoconelcaballo,Athos.

—Puesosequivocáis,amigomío:uncaballotieneunextraño,uncaballotropiezayserompelaspatas,uncaballocomeenunpesebredondehacomidouncaballoconmuermo:esoesuncaballoocienpistolasperdidas;hacefaltaqueelamoalimenteasucaballo,mientrasque,porelcontrario,cienpistolasalimentanasuamo.

—Pero¿cómovolveremos?

—Enloscaballosdenuestroslacayos,pardiez.Siempreseveráenelairedenuestrasfigurasquesomosgentesdecondición.

—Vayafiguraquevamosahacersobre jacas,mientrasAramisyPorthoscaracoleansobresuscaballos.

—¡Aramis!¡Porthos!—exclamóAthos,yseechóareír.

—¿Qué?—preguntóD’Artagnan,quenocomprendíanadalahilaridaddesuamigo.

—Bien,bien,sigamos—dijoAthos.

—Osea,quevuestraopinión…

—Es coger las cien pistolas, D’Artagnan; con las cien pistolas vamos abanquetear hasta fin de mes: hemos enjugado fatigas y estará bien quedescansemosunpoco.

—¡Yoreposar!Oh,no,Athos;tanprontocomoestéenParísmepongoabuscaraesapobremujer.

—Ybien,¿creéisquevuestrocaballoosserátanútilparaesocornobuenosluisesdeoro?Tomadlascienpistolas,amigomío,tomadlascienpistolas.

D’Artagnan sólo necesitaba una razón para rendirse. Esta le parecióexcelente.Además,resistiendotantotiempo, temíapareceregoístaa losojosdeAthos;accedió,pues,yeligiólascienpistolasqueelinglésleentregóenelacto.

Luego no se pensómás que en partir. Además, hechas las paces con elalberguista,elviejocaballodeAthoscostóseispistolas;D’ArtagnanyAthoscogieronloscaballosdePlanchetydeGrimaud,ylosdoscriadossepusieronencaminoapie,llevandolassillassobresuscabezas.

Pormalmontadosquefueranlosdosamigos,prontotomaronladelantera

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a sus criados y llegaron a Crèvecoeur. De lejos divisaron a Aramismelancólicamenteapoyadoensuventana,ymirandocomomihermanaAnnelevantarsepolvaredasenelhorizonte.

—¡Hola!¡Eh,Aramis!¿Quédiabloshacéisahí?—gritaronlosdosamigos.

—¡Ah,soisvos,D’Artagnan;soisvos,Athos!—dijoeljoven—.Pensabaconquérapidezsevanlosbienesdeestemundo,ymicaballoinglés,quesealeja y que acaba de aparecer enmedio de un torbellino de polvo, era unaimagenvivadelafragilidaddelascosasdelatierra.

Lavidamismapuederesolverseentrespalabras:Erat,est,fuit.

—¿Y eso qué quiere decir en el fondo? —preguntó D’Artagnan, quecomenzabaasospecharlaverdad.

—Estoquieredecirqueacabadehacerunnegociodetontos:sesentaluisespor un caballo que, por lamanera en que se va, puede hacer al trote cincoleguasporhora.

D’ArtagnanyAthosestallaronencarcajadas.

—MiqueridoAthos—dijoAramis—:nomeechéislaculpa,oslosuplico;lanecesidadnotieneley;ademásyosoyelprimercastigado,puestoqueesteinfame chalánme ha robado por lomenos cincuenta luises.Vosotros sí quetenéisbuencuidado;veníssobreloscaballosdevuestroslacayosyhacéisqueos lleven vuestros caballos de lujo de la mano, despacio y a pequeñasjornadas.

Enaquelmismoinstante,unfurgónquedesdehacíaunosmomentosveníaporlarutadeAmiens,sedetuvoyseviosaliraGrimaudyaPlanchetconsussillassobrelacabeza.ElfurgónvolvíadevacíohaciaParísylosdoslacayosse habían comprometido, a cambio de su transporte, a aplacar la sed delcocheroduranteelcamino.

—¿Cómo?—dijo Aramis, viendo lo que pasaba—. ¿Nada más que lassillas?

—¿Comprendéisahora?—dijoAthos.

—Amigosmíos,exactamenteigualqueyo.Yoheconservadoelarnésporinstinto.¡Hola,Bazin!Llevadmiarnésnuevojuntoaldeesosseñores.

—¿Yquéhabéishechodevuestroscuras?—preguntóD’Artagnan.

—Querido, los invitéacomeraldíasiguiente—dijoAramis—;hayaquíun vino exquisito, dicho sea de paso; los emborraché lo mejor que pude;entonceselcurameprohibiódejarlacasacayeljesuitamerogóquelehagarecibirdemosquetero.

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—¡Sin tesis!—exclamóD’Artagnan—.Sin tesis.Pido la supresiónde latesis.

—Desde entonces —continuó Aramis—, vivo agradablemente. Hecomenzado un poema en versos de una sílaba; es bastante difícil, pero elméritoentodoestáenladificultad.Lamateriaesgalante,osleeréelprimercanto,tienecuatrocientosversosyduraunminuto.

—¡A femía,mi queridoAramis!—dijoD’Artagnan, que detestaba casitanto los versos como el latín—.Añadid almérito de la dificultad el de labrevedad,yalmenosseguroquevuestropoematienedosméritos.

—Además—continuóAramis—,respirapasiones,yaveréis.¡Ah!,amigosmíos,¿volveremosaParís?Bravo,yoestoydispuesto;vamos,pues,avolveraveraesebuenodePorthostantomejor.¿Creeríaisqueechoenfaltaaesegrannecio? Él no hubiera vendido su caballo, ni siquiera a cambio de un reino.Queríaverloyasobresuanimalysusilla.EstoysegurodequetendrápintadeGranMogol.

Sehizounaltodeunahoraparadarrespiroa loscaballos;Aramissaldósuscuentas,colocóaBazinenelfurgónconsuscamaradasysepusieronenrutaparairenbuscadePorthos.

Loencontrarondepie,menospálidodeloquelohabíavistoD’Artagnandurante suprimeravisita,y sentadoaunamesaen laque, aunqueestuviesesolo, había comida para cuatro personas; aquella comida se componía deviandasgalanamenteaderezadas,devinosescogidosydefrutossoberbios.

—¡Ah, pardiez!—dijo levantándose—. Llegáis a punto, señores, estabaprecisamenteenlasopayvaisacomerconmigo.

—¡Oh,oh!—dijoD’Artagnan—.NoesMosquetónquienhacogidoalazotalesbotellas;además,aquíhayunfricandómechadoyunfiletedebuey…

—Me voy recuperando —dijo Porthos—, me voy recuperando; nadadebilita tanto como esos malditos esguinces. ¿Habéis tenido vos esguinces,Athos?

—Jamás; sólo recuerdo que en nuestra escaramuza de la calle de Férourecibí una estocada que al cabo de quince o dieciocho días me produjoexactamenteelmismoefecto.

—Pero esta comida no era sólo para vos, mi querido Porthos —dijoAramis.

—No —dijo Porthos—; esperaba a algunos gentileshombres de lavecindadqueacabandecomunicarmequenovendrán;voslosreemplazaréis,yyonoperderéenelcambio.¡Hola,Mosquetón!¡Sillas,yquesedoblenlasbotellas!

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—¿Sabéis lo que estamos comiendo? —dijo Athos al cabo de diezminutos.

—Pardiez—respondió D’Artagnan—; yo como carne de bueymechadaconcardosycontuétanos.

—Yyochuletasdecordero—dijoPorthos.

—Yyounapechugadeave—dijoAramis.

—Todososequivocáis,señores—respondióAthos—;coméiscaballo.

—¡Vamos!—dijoD’Artagnan.

—¿Caballo?—preguntóAramisconunamuecadedisgusto.

SóloPorthosnorespondió.

—Sí,caballo,¿noescierto,Porthos,quecomemoscaballo?Quizáinclusoconarreosytodo.

—No,señores;heguardadoelarnés—dijoPorthos.

—Afequetodossomosiguales—dijoAramis—;sediríaqueestábamosdeacuerdo.

—¡Quéqueréis!—dijoPorthos—.Este caballo causabavergüenza amisvisitantesynohequeridohumillarlos.

—Y en cuanto a vuestra duquesa, sigue en las aguas, ¿no es cierto?—prosiguióD’Artagnan.

—Allí sigue —respondió Porthos—. Palabra que el gobernador de laprovincia, uno de los gentileshombres que esperaba a cenar hoy, parecíadesearlotantoqueselohedado.

—¡Dado!—exclamóD’Artagnan.

—¡Oh,Diosmío! ¡Sí, dado! Esa es la palabra—dijo Porthos—; porqueciertamentevalíacientocincuentaluises,yelladrónnohaqueridopagármelomásqueenochenta.

—¿Sinlasilla?—dijoAramis.

—Sí,sinlasilla.

—Observaréis,señores—dijoAthos—,que,peseatodo,Porthoshasidoelquemejornegociohahechodetodosnosotros.

Se produjo entonces un hurra de risas que dejaron al pobre Porthoscompletamenteatónito;peroprontoseleexplicólarazóndeaquellahilaridad,queélcompartióruidosamente,segúnsucostumbre.

—¿Demodoquetodostenemosdinero?—dijoD’Artagnan.

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—Noporloquemítoca—dijoAthos—;mehaparecidotanbuenoelvinoespañol deAramis que he hecho cargar sesenta botellas en el furgón de loslacayos;esomehadejadosinnada.

—En cuanto a mí —dijo Aramis—, imaginaos que di hasta mi últimocéntimoa la iglesiadeMontdidierya los jesuitasdeAmiens,he tenidoquehacermecargodeloscompromisosquehabíacontraído,misasencargadaspormíyparavos,señores;quesedirán,señores,yquenodudoquenoshandeservirdemaravilla.

—Yyo—dijoPorthos—,¿creéisquemiesguincenomehacostadonada?Sin contar la herida deMosquetón, por la que he tenido que hacer venir alcirujano dos veces al día, el cual me ha hecho pagar doble sus visitas, sopretextodequeeseimbécildeMosquetónhabíaidoarecibirunabalaenunlugarquenoseenseñageneralmentemásquea losboticarios;poreso leherecomendadoencarecidamentenovolveradejarseherirahí.

—Vamos,vamos—dijoAthos,cambiandounasonrisaconD’ArtagnanyAramis—,veoqueoshabéiscomportadoalograndeconvuestropobremozo;espropiodeunbuenamo.

—Enresumen—continuóPorthos—:pagadosmisgastos,mequedaráunatreintenadeescudos.

—Yamíunadecenadepistolas—dijoAramis.

—Vamos —dijo Athos—, parece que nosotros somos los Cresos de lasociedad.Devuestrascienpistolas,¿cuántoosqueda,D’Artagnan?

—¿Demiscienpistolas?Enprimerlugar,oshedadocincuenta.

—¿Esocreéis?

—¡Pardiez!

—Ah,escierto,ahorameacuerdo.

—Luegohepagadoseisalhostelero.

—¡Quéanimaldehostelero!¿Porquélehabéisdadoseispistolas?

—Esloquevosmedijisteisquelediese.

—Esciertoquesoydemasiadobueno.Enresumen,¿quéqueda?

—Veinticincopistolas—dijoD’Artagnan.

—Yyo—dijoAthos,sacandoalgodecalderilladesubolsillo—,yo…

—Vos,nada.

—Afequeestanpocoquenomerecelapenajuntarloenelmontón.

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—Ahoracalculemoscuántoposeemosentotal.¿Porthos?

—Treintaescudos.

—¿Aramis?

—Diezpistolas.

—¿Yvos,D’Artagnan?

—Veinticinco.

—Esohaceuntotal…—dijoAthos.

—Cuatrocientas setenta y cinco libras —dijo D’Artagnan, que contabacomoArquímedes.

—Llegados a París, tendremos todavía cuatrocientas —dijo Porthos—,ademásdelosarneses.

—Pero¿nuestroscaballosdeescuadrón?—dijoAramis.

—Bueno,loscuatrocaballosdeloslacayosnosserviráncomodosdeamo,queecharemosa suertes;con lascuatrocientas libras seharáunamitadparaunode losdesmontados, luegodejaremos lasmigajasdenuestrosbolsillosaD’Artagnan,quetienebuenamanoyqueiráajugarlasalprimergarito.

—Cenemosentonces—dijoPorthos—;estoseenfría.

Loscuatroamigos,más tranquilosdesdeentoncesporsufuturo,hicieronhonoralacomida,cuyassobrasfueronabandonadasalosseñoresMosquetón,Bazin,PlanchetyGrimaud.

Al llegar a París, D’Artagnan encontró una carta del señor de Tréville,quienlepreveníadeque,apeticiónsuya,elreyacababadeconcederleelfavordeingresarenlosmosqueteros.

Comoestoera todo loqueD’Artagnanambicionabaenelmundo,apartepor supuesto, de volver a encontrar a la señora Bonacieux, corrió todocontentoenbuscadesuscamaradas,a losqueacababadedejarhacíamediahora,ya losqueencontrómuytristesymuypreocupados.EstabanreunidostodosenconsejoencasadeAthos,cosaqueindicabasiemprecircunstanciasdeciertagravedad.

El señor de Tréville acababa de hacerles avisar que la intención muymeditadadeSuMajestaderainiciarlacampañaelprimerodemayo,yteníanquepreparardeinmediatolosequipos.

Los cuatro filósofos se miraron todo pasmados: el señor de Tréville nobromeabaenmateriadedisciplina.

—¿Yencuántoestimáisesosequipos?—dijoD’Artagnan.

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—¡Oh!Nohaymásquedecirlo—prosiguióAramis—,acabamosdehacernuestras cuentas con una cicatería de espartanos y necesitamos cada uno denosotrosmilquinientaslibras.

—Cuatroporquinientassondosmil;osea,entotalseismillibras—dijoAthos.

—Yocreo—dijoD’Artagnan—quebastaráconmillibrascadauno;ciertoquenohablocomoespartano,sinocomoprocurador…

EstapalabradeprocuradordespertóaPorthos.

—¡Vaya,tengounaidea!—dijo.

—Algoesalgo;yonotengosiquieranilasombradeuna—dijofríamenteAthos—;encuantoaD’Artagnan,señores,lafelicidaddeserenadelanteunodenosotros lehavuelto loco.¡Mil libras!Declaroqueparamísólonecesitodosmil.

—Cuatropordossonocho—dijoentoncesAramis—;portanto,sonochomil liras las que necesitamos para nuestros equipos, equipos de los que, escierto,tenemosyalassillas.

—Además—dijoAthos, esperando a queD’Artagnan, que iba a dar lasgracias al señor de Tréville, hubiese cerrado la puerta—; además de esehermoso diamante que brilla en el dedo de nuestro amigo. ¡Qué diablo!D’Artagnan es demasiado buen camarada para dejar a sus hermanos en elapurocuandollevaensudedocorazónelrescatedeunrey.

CapítuloXXIX

Lacazadelequipo

Elmás preocupado de los cuatro amigos era, por supuesto,D’Artagnan,aunqueD’Artagnan,ensucalidaddeguardia,fueramásfácildeequiparquelos señoresmosqueteros, que eran señores; pero nuestro cadete deGascuñaera, comosehabrápodidover,deuncarácterprevisory casi avaro, aunquetambién fantasioso hasta el punto (explicad los contrarios) de podersecompararconPorthos.AaquellapreocupacióndesuvanidadD’Artagnanuníaenaquelmomentounainquietudmenosegoísta.Peseaalgunasinformacionesque había podido recibir sobre la señora Bonacieux, no le había llegadoningunanoticia.ElseñordeTrévillehabíahabladodeelloalareina:lareinaignoraba dónde estaba la jovenmercera y habría prometido hacerla buscar.PeroestapromesaeramuyvagayapenastranquilizadoraparaD’Artagnan.

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Athosnosalíadesuhabitación:habíadecididonoarriesgarunazancadaparaequiparse.

—Nos quedan quince días—les decía a sus amigos—; pues bien, si alcabo de quince días no he encontrado nada mejor, si nada ha venido aencontrarme,comosoybuencatólicopararompermelacabezadeundisparo,buscaréunabuenapeleaacuatroguardiasdesuEminenciaoaochoinglesesymebatiréhastaquehayaunoquememate,locual,conesacantidad,nopuededejardeocurrir.Sediráentoncesquehemuertoporelrey,demodoquehabrécumplidoconmidebersintenernecesidaddeequiparme.

Porthosseguíapaseándoseconlasmanosalaespalda,moviendolacabezadearribaabajoydiciendo:

—Sigoenmiidea.

Aramis,inquietoydespeinado,nodecíanada.

Porestosdetallesdesastrosospuedeversequeladesolaciónreinabaenlacomunidad.

Los lacayos, por su parte, como los corceles de Hipólito, compartían latristepenadesusamos.Mosquetónhacíaprovisionesdemendrugosdepan;Bazin, que siempre se había dado a la devoción, no dejaba las iglesias;Planchetmiraba volar lasmoscas, yGrimaud, al que la penuria general nopodíadecidiraromperelsilencioimpuestoporsuamo,lanzabasuspiroscomoparaenterneceralaspiedras.

Lostresamigos,porque,comohemosdicho,Athoshabíajuradonodarunpasoparaequiparse,lostresamigossalían,pues,alalbayvolvíanmuytarde.Errabanporlascallesmirandoalsueloparasabersilaspersonasquehabíanpasadoantesqueellosnohabíandejadoalgunabolsa.Sehubieradichoqueseguían pistas, tan atentos estaban por donde quiera que iban. Cuando seencontraban, teman miradas desoladas que querían decir: ¿Has encontradoalgo?

Sin embargo como Porthos había sido el primero en dar con su idea ycomo había persistido en ella, fue el primero en actuar. Era un hombre deacción aquel digno Porthos.D’Artagnan lo vio un día encantinarse hacia laiglesia de Saint-Leu, y lo siguió instintivamente: entró en el lugar santodespués de haberse atusado el mostacho y estirado su perilla, lo cualanunciabadesupartelasintencionesmásconquistadoras.ComoD’Artagnantomaba algunas precauciones para esconderse, Porthos creyó no haber sidovisto. D’Artagnan entró tras él; Porthos fue a situarse al lado de un pilar;D’Artagnan,siempresinservisto,seapoyóenotro.

Precisamente había sermón, lo cual hacía que la iglesia estuviera

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abarrotada. Porthos aprovechó la circunstancia para echar una ojeada a lasmujeres;graciasalosbuenoscuidadosdeMosquetón,el,exteriorestabalejosde anunciar las penurias del interior: su sombrero estaba ciertamente algopelado, su pluma descolorida, sus brocados algo deslustrados, sus puntillasbastanteraídas,peroamedialuztodasestasbagatelasdesaparecíanyPorthosseguíasiendoelbelloPorthos.

D’ArtagnanobservóenelbancomáscercanoalpilardondePorthosyélestabanadosadosunaespeciedebeldadmadura,algoamarillenta,algoseca,pero tiesa y altiva bajo sus cofias negras. Los ojos de Porthos se dirigíanfurtivamentehaciaaquelladama,luegomariposeabanalolejosporlanave.

Porsuparte,ladama,quedevezencuandoseruborizaba,lanzabaconlarapidezdel rayounamiradasobreelvolublePorthos,yalpunto losojosdePorthos se ponían a mariposear con furor. Era claro que se trataba de unmanejoqueheríavivamentealadamadelascofiasnegras,porquesemordíalos labios hasta hacerse sangre, se arañaba la punta de la nariz y se agitabadesesperadamenteensuasiento.

Alverlo,Porthosseatusódenuevosumostacho,estiróunasegundavezsuperillaysepusoahacerseñalesaunabelladamaqueestabajuntoalcoro,yquenosolamenteeraunabelladama,sinoquesindudasetratabadeunagrandama,porqueteníatrasellaunnegritoquehabíallevadoelcojínsobreelqueestabaarrodillada,yunadoncellaquesosteníaelbolsobordadoconescudodearmasenqueseguardabaellibroconqueseguíalamisa.

Ladamade las cofiasnegras siguióa travésde susvueltas lamiradadePorthos,ycomprobóquesedeteníasobreladamadelcojíndeterciopelo,delnegritoydeladoncella.

Mientrastanto,Porthosjugabafuerte:guiñosdeojos,dedospuestossobrelos labios, sonrisitas asesinas que realmente asesinaban a la hermosadesdeñada.

Por eso, en forma de mea culpa y golpeándose el pecho, ella lanzó un¡hum! tan vigoroso que todo el mundo, incluso la dama del cojín rojo, sevolvió hacia su lado; Porthos permaneció impasible, aunque habíacomprendidobien,perosehizoelsordo.

Ladamadelcojínrojocausógranefecto,porqueeramuybella,enladamade las cofias negras, que vio en ella una rival realmente peligrosa: un granefectosobrePorthos,quelaencontrómáshermosaqueladamadelascofiasnegras;ungranefectosobreD’Artagnan,quereconocióaladamadeMeung,deCalaisydeDouvres,alaquesuperseguidor,elhombredelacicatriz,habíasaludadoconelnombredeMilady.

D’Artagnan, sin perder de vista a la dama del cojín rojo, continuó

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siguiendolosmanejosdePorthos,queledivertíanmucho;creyóadivinarqueladamadelascofiasnegraseralaprocuradoradelacalleAuxOurs,tantomáscuantoquelaiglesiadeSaint-Leunoestabamuyalejadadelacitadacalle.

Adivinó entonces por inducción que Porthos trataba de tomarse larevanchaporladerrotadeChantilly,cuandolaprocuradorasehabíamostradotanrecalcitranterespectoalabolsa.

Peroenmediodetodoaquello,D’ArtagnannotótambiénquesurostronocorrespondíaalasgalanteríasdePorthos.Aquellonoeranmásquequimerasilusiones; pero para un amor real, para unos celos verdaderos, ¿hay otrarealidadquelasilusionesylasquimeras?

El sermón acabó; la procuradora avanzó hacia la pila de agua bendita;Porthos se adelantó y, en lugar de un dedo, metió toda la mano. Laprocuradorasonrió,creyendoqueeraparaella,porloquePorthoshacíaaquelextraordinario,peroprontoycruelmentefuedesengañada:cuandosóloestabaa trespasosdeél,éstevolvió lacabeza, fijandodemodoinvariable losojossobreladamadelcojínrojo,quesehabíalevantadoyqueseacercabaseguidadesunegritoydesudoncella.

Cuando la dama del cojín rojo estuvo junto a Porthos, Porthos sacó sumano todachorreantede lapila; labelladevota tocóconsumanoafilada lagruesa mano de Porthos, hizo, sonriendo, la señal de la cruz y salió de laiglesia.

Aquellofuedemasiadoparalaprocuradora;nodudódequeaquelladamay Porthos estaban requebrándose. Si hubiera sido una gran dama, se habríadesmayado;perocomonoeramásqueunaprocuradora,secontentócondeciralmosqueteroconunfurorconcentrado:

—¡Eh,señorPorthos!¿Nomevaisaofreceramíaguabendita?

Aloíraquellavoz,Porthossesobresaltócomoloharíaunhombrequesedespiertatrasunsueñodecienaños.

—Se…,señora—exclamóél—.¿Soisvos?¿Cómovavuestromarido,miqueridoseñorCoquenard?¿Siguetanpícarocomosiempre?¿Dóndeteníayolos ojos, que no os he visto siquiera en las dos horas que ha durado esesermón?

—Estabaadospasosdevos,señor—respondiólaprocuradora—,ynomehabéis visto porque no teníais ojosmás que para la hermosa dama a quienacabáisdedaraguabendita.

Porthosfingióestarapurado.

—¡Ah!—dijo—.Habéisnotado…

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—Hayqueestarciegoparanoverlo.

—Sí—dijodisplicentementePorthos—;esunaduquesaamigamíaconlaquetengomuchosproblemasparaencontrarmeporloscelosdesumarido,yquemehabíaavisadoquevendríahoy,sóloparaverme,aestapobreiglesia,enestebarrioperdido.

—Señor Porthos —dijo la procuradora— ¿tendríais la bondad deofrecermeelbrazodurantecincominutos?Hablaríadebuenaganaconvos.

—Por supuesto, señora —dijo Porthos, guiñándose un ojo a sí mismocomounjugadorqueríedelavíctimaquevaahacer.

Enaquelmomento,D’ArtagnanpasabapersiguiendoaMilady;lanzóunaojeadahaciaPorthosyvioaquellamiradatriunfante.

—¡Vaya, vaya!—se dijo a sí mismo, razonando sobre el sentido de lamoral extrañamente fácil de aquella época galante—. Ahí hay uno quefácilmentepodráequiparseenelplazoprevisto.

Porthos,cediendoalapresióndelbrazodesuprocuradoracomounabarcacede al gobernalle, llegó al claustro de Saint-Magloire, pasaje pocofrecuentado,encerradopormolinetesensusdosextremos.Noseveía,poreldía,másquemendigoscomiendooniñosjugando.

—¡Ah, señor Porthos! —exclamó la procuradora cuando se hubotranquilizado de que nadie extraño a la población habitual de la localidadpodía verlos ni oírlos—.Vaya, señor Porthos, estáis hecho un conquistador,segúnparece.

—¿Yo,señora?—dijoPorthosengallándose—.¿Yesoporqué?

—¿Ylasseñasdehaceunmomento,yelaguabendita?Peroporlomenosesunaprincesaesadama,consunegritoysudoncella.

—Os equivocáis. Dios mío, no —respondió Porthos—, es simplementeunaduquesa.

—¿Y ese recadero que la esperaba en la puerta, y esa carroza con uncocherodelujosalibreaqueesperabaensupescante?

Porthosnohabíavistonielrecaderonilacarroza;peroconsumiradademujercelosa,laseñoraCoquenardlohabíavistotodo.

Porthos lamentó no haber hecho a la dama del cojín rojo princesa a laprimera.

—¡Ah, sois un muchacho amado por las hermosas, señor Porthos! —prosiguiósuspirandolaprocuradora.

—Pero—respondióPorthos—comprenderéis que conun físico comoel

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quelanaturalezamehadotado,nodejodeteneraventuras.

—¡Diosmío!¡Quéprontoolvidanloshombres!—exclamólaprocuradoraalzandolosojosalcielo.

—Menos pronto que lasmujeres—respondió Porthos—; porque, en fin,señora,yopuedodecirquehesidovíctima,cuandoherido,moribundo,mehevistoabandonadoaloscirujanos;yo,elvástagodeunafamiliailustre,quemehabía fiado de vuestra amistad, he estado a punto demorir demis heridas,primero;ydehambredespués,enunmalalberguedeChantilly,yesosinquevososhayáisdignadoresponderunasolavezalasardientescartasqueosheescrito.

—Pero,señorPorthos…—murmurólaprocuradora,quesedabacuentadeque, a juzgar por la conducta de las mayores damas de su tiempo, habíacometidounerror.

—Yo,quehabíasacrificadoporvosalacondesadePeñaflor…

—Losé.

—Alabaronesade…

—SeñorPorthos,nomeabruméis.

—Aladuquesade…

—SeñorPorthos,sedgeneroso.

—Tenéisrazón,señora;además,noacabaría.

—Peroesquemimaridonoquiereoírhablardeprestar.

—SeñoraCoquenard—dijo Porthos—, acordaos de la primera carta quemeescribisteisyqueconservograbadaenmimemoria.

Laprocuradoralanzóungemido.

—Peroesque,además—dijoella—,lasumaquepedíaisprestadaeraalgofuerte.

—SeñoraCoquenard,osdabapreferencia.Nohetenidomásqueescribirala duquesa de… No quiero decir su nombre, porque no sé lo que escomprometeraunamujer;pero loquesíséesqueyonohetenidomásqueescribirleparaquemeenviasemilquinientos.

Laprocuradoraderramóunalágrima.

—SeñorPorthos—dijo—,osjuroquemehabéiscastigadodesobrayquesienelfuturoosencontráisensemejantepaso,notendréismásquedirigirosamí.

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—Dejémoslo,señora—dijoPorthos,comosublevado—;nohablemosdedinero,porfavor,eshumillante.

—¡Asíquenomeamáisya!—dijolentaytristementelaprocuradora.

Porthosguardóunsilenciomajestuoso.

—¿Asíescomomerespondéis?¡Ay,comprendo!

—Pensad en la ofensa queme habéis hecho, señora; seme ha quedadoaquí—dijoPorthos,poniendolamanoensucorazónyapretandoconfuerza.

—¡Yolarepararé,miqueridoPorthos!

—Además, ¿qué os pedía? —prosiguió Porthos con un movimiento dehombros llenode sencillez—.Unpréstamo, nadamás.Después de todo, nosoy un hombre poco razonable. Sé que no sois rica, señoraCoquenard, quevuestromaridoestáobligadoasangraralospobreslitigantesparasacarunospobresescudos.Sifueseiscondesa,marquesaoduquesa,seríadistinto,yentalcasonopodríaperdonaros.

Laprocuradorasepicó.

—Sabed, señor Porthos—dijo ella—, quemi caja fuerte, por muy cajafuerte de procuradora que sea, está quizá mejor provista que la de todasvuestrasremilgadasarruinadas.

—Dobleofensalaquemehacéisentonces—dijoPorthossoltandoelbrazode la procuradora de debajo del suyo—; porque si vos sois rica, señoraCoquenard,entoncesnohayexcusaquevalgaenvuestranegativa.

—Cuando digo rica —prosiguió la procuradora, que vio que se habíadejadoarrastrardemasiado lejos—,nohayque tomar lapalabraalpiede laletra.Nosoyloquesedicerica,perovivoholgada.

—Mirad, señora—dijo Porthos—, no hablemosmás de todo eso, os losuplico.Mehabéisdespreciado;entrenosotroslasimpatíaseapagó.

—¡Quéingratosois!

—¡Ah,encimapodéisquejaros!—dijoPorthos.

—¡Idos,pues,convuestrabelladuquesa!Yonoosretengo.

—¡Vaya,porlomenosnoestátansecacomocreo!

—Veamos,señorPorthos,unavezmás,laúltima:¿Aúnmeamáis?

—¡Ah, señora! —dijo Porthos con el tono más melancólico que pudoadoptar—.Justocuandovamosaentrarencampaña,enunacampañaenquemispresentimientosmedicenqueserémuerto…

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—¡Oh, no digáis esas cosas! —exclamó la procuradora estallando ensollozos.

—Algo me lo dice —continuó Porthos, poniéndose más y másmelancólico.

—Decidmejorquetenéisunnuevoamor.

—No,oshablosinceramente.Ningúnnuevoamormeconmueve,einclusosientoaquí,enelfondodemicorazón,algoquehablaporvos.Perodentrodequincedías,comosabéisocomoquizánosepáis,esafatalcampañaempieza:voyaestarmuypreocupadopormiequipo.Luegovoyahacerunviajeparaveramifamilia,enelfondodeBretaña,paraconseguirlasumanecesariaparamipartida.

Porthosnotóunúltimocombateentreelamorylaavaricia.

—Ycomo—continuó—laduquesaqueacabáisdeverenlaiglesiatienesustierrasjuntoalasmías,haremoselviajejuntos.Losviajes,comosabéis,parecenmuchomenoslargoscuandosehacenacompañado.

—¿NotenéisningúnamigoenParís,señorPorthos?—dijolaprocuradora.

—Creía tenerlo—dijoPorthosadoptandosuairemelancólico—,perohevistoclaramentequemeequivocaba.

—Lo tenéis, señor Porthos, lo tenéis —prosiguió la procuradora en untransporte que le sorprendió a ellamisma—;venidmañana a casa.Vos soishijodemitía,portantomiprimo;venísdeNoyon,enPicardía;tenéisvariosprocesosenParísyestáissinprocurador.¿Habéisretenidotodoesto?

—Perfectamente,señora.

—Venidalahoradelacomida.

—Muybien.

—Ymanteneosfirmeantemimarido,queesmarrulleropeseasussetentayseisaños.

—¡Setentayseisaños!¡Diablo!¡Hermosaedad!—repusoPorthos.

—Laedadmadura,querréisdecir,señorPorthos.Poresoelpobrehombrepuede dejarme viuda de un momento a otro —continuó la procuradoralanzandounamiradasignificativaaPorthos—.Afortunadamente,porcontratodematrimonio,noshemospasadotodoalúltimoqueviva.

—¿Todo?—dijoPorthos.

—Todo.

—Yaveoquesoisunamujerprecavida,miqueridaseñoraCoquenard—

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dijoPorthosapretandotiernamentelamanodelaprocuradora.

—¿Estamos, pues, reconciliados, querido señor Porthos? —dijo ellahaciendomelindres.

—Paratodalavida—replicóPorthosconelmismoaire.

—Hastalavistaentonces,traidormío.

—Hastalavista,olvidadizamía.

—¡Hastamañana,ángelmío!

—¡Hastamañana,llamademivida!

CapítuloXXX

Milady

D’ArtagnanhabíaseguidoaMiladysinsernotadoporella;laviosubirasucarrozaylaoyódarasucocherolaordendeiraSaint-Germain.

Erainútiltratardeseguirapieuncochellevadoaltrotepordosvigorososcaballos.D’Artagnanvolvió,portanto,alacalleFérou.

En la calle de Seine encontró a Planchet que se hallaba parado ante latiendadeunpasteleroyqueparecíaextasiadoanteunbriochedelaformamásapetecible.

Le dio orden de ir a ensillar dos caballos a las cuadras del señor deTréville,unoparaél,D’Artagnan,yotroparaPlanchet,yvenirareunírseleacasadeAthos,porqueelseñordeTrévillehabíapuestosuscuadrasdeunavezportodasalserviciodeD’Artagnan.

PlanchetseencaminóhacialacalledelColombieryD’ArtagnanhacialacalleFérou.Athosestabaensucasavaciandotristementeunadelasbotellasde aquel famoso vino español que había traído de su viaje a Picardía.HizoseñasaGrimauddetraerunvasoparaD’ArtagnanyGrimaudobedeciócomodecostumbre.

D’ArtagnancontóentoncesaAthostodocuantohabíapasadoenlaiglesiaentrePorthosylaprocuradora,ycómoparaaquellahorasucompañeroestabaprobablementeencaminodeequiparse.

—Puesyoestoymuytranquilo—respondióAthosatodoesterelato—;noseránlasmujereslasquehaganlosgastosdemiarnés.

—Y, sin embargo, hermoso, cortés, gran señor como sois, mi querido

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Athos,nohabríaniprincesanireinaasalvodevuestrosdardosamorosos.

—¡Qué joven es este D’Artagnan! —dijo Athos, encogiéndose dehombros.

EhizoseñasaGrimaudparaquetrajeraunasegundabotella.

En aquel momento Planchet pasó humildemente la cabeza por la puertaentreabiertayanuncióasuseñorquelosdoscaballosestabanallí.

—¿Quécaballos?—preguntóAthos.

—DosqueelseñordeTrévillemeprestaparaelpaseoyconlosquevoyadarunavueltaporSaint-Germain.

—¿YquévaisahaceraSaint-Germain?—preguntóaúnAthos.

EntoncesD’Artagnanlecontóelencuentroquehabíatenidoenlaiglesia,ycómohabía vuelto a encontrar a aquellamujer que, con el señor de la capanegraylacicatrizjuntoalasien,erasueternapreocupación.

—Es decir, que estáis enamorado de ella, como lo estáis de la señoraBonacieux—dijoAthos encogiéndose desdeñosamente de hombros como sisecompadeciesedeladebilidadhumana.

—¿Yo? ¡Nada de eso!—exclamó D’Artagnan—. Sólo tengo curiosidadpor aclarar elmisterio con el que está relacionada.No sé por qué, peromeimagino que esa mujer, por más desconocida que me sea y por másdesconocidoqueyoseaparaella,tieneunainfluenciaenmivida.

—De hecho, tenéis razón —dijo Athos—. No conozco una mujer quemerezca lapenaquese labusquecuandoestáperdida.LaseñoraBonacieuxestáperdida,¡tantopeorparaella!¡Queellamismaseencuentre!

—No, Athos, no, os engañáis —dijo D’Artagnan—; amo a mi pobreConstancemásquenunca,ysisupieseellugarenqueestá,aunquefueraenelfin del mundo, partiría para sacarla de las manos de sus verdugos; pero loignoro, todas mis búsquedas han sido inútiles. ¿Qué queréis? Hay quedistraerse.

—Distraeos,pues,conMilady,miqueridoD’Artagnan; lodeseode todocorazón,siesqueesopuededivertiros.

—Escuchad, Athos—dijo D’Artagnan—; en lugar de estaros encerradoaquí como si estuvierais en la cárcel, montad a caballo y venid conmigo apasearosporSaint-Germain.

—Querido—replicóAthos—,montomiscaballoscuandolostengo;sino,voyapie.

—Puesbien,yo—respondióD’Artagnansonriendoantelamisantropíade

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Athos,queenotro lehubieraciertamenteherido—,yo soymenosorgullosoquevos,yomontoloqueencuentro.Poreso,hastaluego,miqueridoAthos.

—Hasta luego —dijo el mosquetero haciendo a Grimaud seña dedescorcharlabotellaqueacababadetraer.

D’ArtagnanyPlanchetmontaronytomaronelcaminodeSaint-Germain.

A lo largo del camino, lo que Athos había dicho al joven de la señoraBonacieuxleveníaalamente.AunqueD’Artagnannofueradecaráctermuysentimental,lalindamercerahabíacausadounaimpresiónrealensucorazón;como decía, estaba dispuesto a ir al fin del mundo para buscarla. Pero elmundotienemuchosfinesporesodequeesredondo;desuertequenosabíahaciaquéladovolverse.

Mientras tanto, iba a tratar de saber lo que Milady era. Milady habíahabladoconelhombredelacapanegra, luegoloconocía.Ahorabien,enlamentedeD’Artagnaneraelhombredelacapanegraelquehabíaraptadoalaseñora Bonacieux la segunda vez, como la había raptado la primera.D’Artagnan,pues,sólomentíaamedias,locualesmentirbienpoco,cuandodecía que dedicándose a la busca deMilady se ponía almismo tiempo a labuscadeConstance.

Mientras pensaba así y mientras daba de vez en cuando un golpe deespuelaasucaballo,D’ArtagnanhabíarecorridoelcaminoyllegadoaSaint-Germain.Acababadebordear el pabellón enquediez añosmás tardedebíanacer Luis XIV. Atravesaba una calle muy desierta, mirando a izquierda yderechaporsireconocíaalgúnvestigiodesubellainglesa,cuandoenlaplantabajadeunabonitacasaquesegúnlacostumbredelaépocanoteníaningunaventana que diese a la calle, vio aparecer una figura conocida. Esta figurapaseabaporunaespeciedeterrazaadornadadeflores.Planchetfueelprimeroenreconocerla.

—¡Eh,señor!—dijodirigiéndoseaD’Artagnan—.¿Noosacordáisdeesacaradepapamoscas?

—No—dijoD’Artagnan—;y,sinembargo,estoysegurodequenoeslaprimeravezqueveoesacara.

—Ya lo creo, rediez—dijo Planchet—: es el pobreLubin, el lacayo delcondeWardes,alquetanbiendejasteisapañadohaceunmes,enCalaisenelcaminohacialacasadecampodelgobernador.

—¡Ah,claro—dijoD’Artagnan—,yahoraloreconozco!¿Creesqueéltereconoceráati?

—Afe,señor,queestabatanconfusoquedudoquehayaguardadodemíunrecuerdomuyclaro.

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—Puesbien,veteentoncesahablarconesemuchacho—dijoD’Artagnan—einfórmateenlaconversaciónsisuamohamuerto.

Planchetsebajódelcaballo,sedirigiódirectamenteaLubinque,enefecto,no lo reconoció, y los dos lacayos se pusieron a hablar con el mejorentendimientodelmundo,mientrasD’Artagnanempujaba losdoscaballosaunacallejaydandolavueltaaunacasavolvíaparaasistiralaconferenciatrasunsetodeavellanos.

Alcabodeun instantedeobservacióndetrásdelsetooyóel ruidodeuncocheyviodetenersefrenteaéllacarrozadeMilady.Nopodíaequivocarse,Miladyestabadentro.D’Artagnansetendiósobreelcuerpodesucaballoparavertodosinservisto.

Miladysacósuencantadoracabezarubiaporlaportezuelaydioórdenesasudoncella.

Estaúltima, jovendeveinteaveintidósaños,despiertayviva,verdaderadoncella de gran dama, saltó del estribo en el que estaba sentada según lacostumbre de la época y se dirigió a la terraza en la queD’Artagnan habíavistoaLubin.

D’Artagnansiguióaladoncellaconlosojosylavioencaminarsehacialaterraza.Pero,porazar,unaordendelinteriorhabíallamadoaLubin,demodoquePlanchetsehabíaquedadosolo,mirandoportodaspartesporquécaminohabíadesaparecidoD’Artagnan.

LadoncellaseaproximóaPlanchet,alquetomóporLubin,ytendiéndoleunbilletedijo:

—Paravuestroamo.

—¿Paramiamo?—repusoPlanchetextrañado.

—Sí,yesurgente.Daosprisa.

Dichoestoellahuyóhacialacarroza,vueltadeantemanohaciaelsitioporelquehabíavenido;selanzósobreelestriboylacarrozapartiódenuevo.

Planchet dio vueltas ymás vueltas al billete y luego, acostumbrado a laobediencia pasiva, saltó de la terraza, semetió en la callejuela y al cabodeveinte pasos encontró a D’Artagnan, quien habiéndolo visto todo, iba a suencuentro.

—Paravos,señor—dijoPlanchetpresentandoelbilletealjoven.

—¿Paramí?—dijoD’Artagnan—.¿Estássegurodeello?

—Claroqueestoy seguro; ladoncellahadicho:«Para tuamo».Yyonotengomásamoquevos,asíque…¡Vayarealmoza!Afeque…

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D’Artagnanabriólacartayleyóestaspalabras:

Unapersonaque se interesaporvosmásde loquepuededecir,quisierasaberquédíapodríaispasearporelbosque.Mañana,enelhostaldelChampduDrapd’Or,unlacayodenegroyrojoesperarávuestrarespuesta.

—¡Oh, oh, esto sí que va rápido! —se dijo D’Artagnan—. Parece queMilady y yo nos preocupamos por la salud de la misma persona. Y bien,Planchet,¿cómovaesebuenseñorWardes?Entonces,¿nohamuerto?

—No, señor; va todo lo bien que se puede ir con cuatro estocadas en elcuerpo, porque, sin que yo os lo reproche, le largasteis cuatro a ese buengentilhombre, y aún está débil, porque perdió casi toda su sangre. Como lehabíadichoalseñor,Lubinnomehareconocido,ymehacontadodecaboarabonuestraaventura.

—Muybien,Planchet,eresel reyde los lacayos;ahoravuelveasubiralcaballoyalcancemoslacarroza.

Nocostómucho;alcabodecincominutosdivisaronlacarrozadetenidaalotroladodelacarretera;uncaballeroricamentevestidoestabaalaportezuela.

La conversación entre Milady y el caballero era tan animada queD’Artagnansedetuvoalotroladodelacarrozasinquenadie,salvolalindadoncella,sedieracuentadesupresencia.

La conversación transcurría en inglés, lengua que D’Artagnan nocomprendía; pero por el acento el joven creyó adivinar que la bella inglesaestabaencolerizada;terminóconungestoquenodejólugaradudassobrelanaturaleza de aquella conversación: un golpe de abanico aplicado con talfuerzaqueelpequeñoadornofemeninovolóenmilpedazos.

ElcaballerolanzóunacarcajadaqueparecióexasperaraMilady.

D’Artagnanpensóqueaquéleraelmomentodeintervenir;demodoqueseaproximóalaotraportezuela,descubriéndoserespetuosamente,ydijo:

—Señora,¿mepermitísofrecerosmisservicios?Parecequeestecaballerooshaencolerizado.Decidunapalabra,señora,yyomeencargodecastigarloporsufaltadecortesía.

A las primeras palabras Milady se había vuelto, mirando al joven conextrañeza,ycuandoélhuboterminado:

—Señor—dijoella,enmuybuenfrancés—,detodocorazónmepondríabajovuestraprotecciónsilapersonaquememolestanofueramihermano.

—¡Ah!Excusadmeentonces—dijoD’Artagnan—;comocomprenderéis,loignoraba,señora.

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—¿Por qué se mezcla ese atolondrado—exclamó agachándose hasta laaltura de la portezuela el caballero al que Milady había designado comoparientesuyo—yporquénosiguesucamino?

—Elatolondrado lo seréisvos—dijoD’Artagnan, agachándosea suvezsobreelcuellodesucaballoyrespondiendoporsuladoporlaportezuela—;nosigomicaminoporquemeapetecedetenermeaquí.

Elcaballerodirigióalgunaspalabraseninglésasuhermana.

—Yooshabloenfrancés—dijoD’Artagnan—;hacedme,pues,elplacer,porfavor,derespondermeenlamismalengua.Soiselhermanodelaseñora,deacuerdo,peroporsuertenolosoismío.

Podría creerse que Milady, temerosa como lo es de ordinario cualquiermujer,iríaainterponerseenaqueliniciodeprovocación,afindeimpedirquela querella siguiese adelante; pero, por el contrario, se lanzó al fondo de sucarrozaygritófríamentealcochero.

—¡Deprisa,alpalacio!

La lindadoncella lanzóunamiradade inquietudsobreD’Artagnan,cuyobuenaspectoparecíahaberproducidosuefectosobreella.

Lacarrozapartiódejandoalosdoshombresunofrentealotro,sinningúnobstáculomaterialquelosseparase.

El caballero hizo unmovimiento para seguir al coche, peroD’Artagnan,cuyacólerayaenefervescenciahabíaaumentadotodavíamásalreconocerenélalinglésqueenAmienslehabíaganadosucaballoyhabíaestadoapuntodeganaraAthossudiamante,saltóalabridaylodetuvo.

—¡Eh, señor! —dijo—. Me parecéis todavía más atolondrado que yo,porquemedalaimpresióndequeolvidáisqueentrenosotroshayunapequeñaquerella.

—¡Ah, ah!—dijo en inglés—. Sois vos, mi señor. Pero ¿es que tonéissiemprequejugarunjuegoaotro?

—Sí,yesomerecuerdaquetengounarevanchaquetomar.Nosveremos,señor,simanejáistandiestramenteelestoquecomoelcubilete.

—Veisdesobraquenollevoespada—dijoelinglés—.¿Queréishaceroselvalientecontraunhombresinarmas?

—Espero que la tengáis en casa —replicó D’Artagnan—. En cualquiercaso,yotengodosy,siqueréis,osprestaréuna.

—Inútil —dijo el inglés—, estoy provisto de sobra de esa clase deutensilios.

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—Puesbien,midignogentilhombre—prosiguióD’Artagnan—,elegidlamáslargayvenidaenseñármelaestatarde.

—¿Dónde,siosplace?

—DetrásdelLuxemburgo,esunbarrioencantadorparapaseosdelgénerodelqueospropongo.

—Deacuerdo,allíestaré.

—¿Vuestrahora?

—Laseis.

—Apropósito,probablementetendréistambiénunoodosamigos.

—Tengotresqueestaránmuyhonradosdejugarlamismapartidaqueyo.

—¿Tres? Perfecto. ¡Qué coincidencia! —dijo D’Artagnan—. ¡Justo micuenta!

—Yahora,¿quiénsois?—preguntóelinglés.

—Soy el señor D’Artagnan, gentilhombre gascón, que sirve en losguardias,compañíadelseñorDesEssarts.¿Yvos?

—YosoylorddeWinter,baróndeSheffield.

—Muy bien, soy vuestro servidor, señor barón —dijo D’Artagnan—,aunquetengáisnombresdifícilesderetener.

Yespoleandoasucaballo,lopusoalgalopeytomóelcaminodeParís.

Como solía hacer en semejantes ocasiones, D’Artagnan bajó derecho acasadeAthos.

Encontró aAthos acostado sobre un gran canapé en el que, como habíadicho,esperabaquesuequipovinieseaencontrarlo.

ContóaAthos todoloqueacababadepasar,menoslacartadelseñordeWardes.

Athosquedóencantadocuandosupoqueibaabatirsecontrauninglés.Yahemosdichoqueerasusueño.

EnviaronabuscaralinstanteaPorthosyaAramisporloslacayos,yselospusoalcorrientedelasituación.

Porthossacósuespadafueradelafundaysepusoaespadonearcontraelmuroretrocediendodevezencuandoyhaciendoflexionescomounbailarín.Aramis,queseguíatrabajandoensupoemaseencerróenelgabinetedeAthosypidióquenolomolestaranhastaelmomentodedesenvainar.

AthospidióporseñasaGrimaudunabotella.

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EncuantoaD’Artagnan,preparóparasusadentrosunpequeñoplancuyaejecución veremos más tarde, y que le prometía alguna aventura graciosa,comopodía verse por las sonrisas quede vez en cuando cruzaban su rostrocuyaensoñacióniluminaban.

CapítuloXXXI

Inglesesyfranceses

Llegadalahora,sedirigieronconloscuatrolacayoshaciaelLuxemburgo,aunrecintoabandonadoa lascabras.Athosdiounamonedaalcabreroparaquesealejase.Loslacayosfueronencargadosdehacerdecentinelas.

Inmediatamente una tropa silenciosa se aproximó al mismo recinto,penetró en él y se unió a los mosqueteros; luego tuvieron lugar laspresentacionessegúnlascostumbresdeultramar.

Losingleseserantodaspersonasdelamayorcalidad,losnombresextrañosdesusadversariosfueron,pues,paraellostemanosólodesorpresasinoaundeinquietud.

—Peroatodoesto—dijolorddeWintercuandolostresamigoshubierondado sus nombres—,no sabemosquiénes sois, y nosotros nonos batiremosconnombressemejantes;sonnombresdepastores.

—Comobiensuponéis,milord,sonnombresfalsos—dijoAthos.

—Locualnosdaaúnmayordeseodeconocerlosnombresverdaderos—respondióelinglés.

—Habéis jugado de buena gana contra nosotros sin conocerlos —dijoAthos—,yconesedistintivonoshabéisganadonuestrosdoscaballos.

—Cierto, pero no arriesgábamos más que nuestras pistolas; esta vezarriesgamosnuestrasangre:sejuegacontodoelmundo,perounosólosebateconsusiguales.

—Esoesjusto—dijoAthos.Yllevóaparteaaqueldeloscuatroinglesesconelquedebíabatirseyledijosunombreenvozbaja.

PorthosyAramishicieronotrotantoporsulado.

—¿Osbastaeso—dijoAthosasuadversario—,ymecreéistangranseñorcomoparahacermelagraciadecruzarlaespadaconmigo?

—Sí,señor—dijoelinglésinclinándose.

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—Ybien,ahora,¿queréisqueosdigaunacosa?—repusofríamenteAthos.

—¿Cuál?—preguntóelinglés.

—Nuncadeberíaishabermeexigidoquemedieseaconocer.

—¿Porqué?

—Porquesemecreemuerto,porquetengorazonesparadesearquenosesepaquevivo,yporquevoyavermeobligadoamataros,paraquemisecretonocorraporahí.

El inglés miró a Athos, creyendo que éste bromeaba; pero Athos nobromeabapornadadelmundo.

—Señores—dijodirigiéndosealmismotiempoasuscompañerosyasusadversarios—,¿estamos?

—Sí—respondierontodosauna,inglesesyfranceses.

—Entonces,enguardia—dijoAthos.

Yalpunto,ochoespadasbrillaronalosrayosdelcrepúsculo,yelcombatecomenzó con un encarnizamiento muy natural entre gentes dos vecesenemigas.

Athosluchabacontantacalmaymétodocomosiestuvieraenunasaladearmas.

Porthos, corregido sin dudade su excesiva confianza por su aventura deChantilly,hacíaunjuegollenodesutilezayprudencia.

Aramis,queteníaqueterminareltercercantodesupoema,seapresurabacomohombremuyocupado.

Athosfueelprimeroenmatarasuadversario:nolehabíalanzadomásqueunaestocada,perocomohabíaavisado,elgolpehabíasidomortal,laespadaleatravesóelcorazón.

Porthos fue el segundo en tender al suyo sobre la hierba: le habíaatravesadoelmuslo.Entonces,comoelinglésleentregabasuespadasinhacermásresistencia,Porthoslotomóenbrazosylollevóasucarroza.

Aramispresionóalsuyocontantovigorque,despuésdehabercedidounacincuentena de pasos, terminó por emprender la huida a todo correr ydesaparecióentreelabucheodeloslacayos.

En cuanto a D’Artagnan, había jugado pura y simplemente un juegodefensivo; luego, cuando hubo visto a su adversario muy cansado, de unataquedecuartaalflancolehabíahechosoltarlaespada.Elbarón,viéndosedesarmado,diodoso trespasoshaciaatrás;peroenestemovimiento,supie

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resbalóycayóbocaarriba.

D’Artagnan estuvo sobre él de un salto y poniéndole la espada en lagargantaledijo:

—Podríamataros,señor,yestáisentremismanos,peroosconcedolavidaporamoravuestrahermana.

D’Artagnansehallabaenelcolmodelaalegría;acababaderealizarelplanquehabíaproyectadodeantemano,ycuyodesarrollohabíahechoaflorarasurostrolassonrisasdequehemoshablado.

Elinglés,encantadoconhabérselasconungentilhombretanacomodaticio,estrechó a D’Artagnan entre sus brazos, hizo mil carantoñas a los tresmosqueterosy,comoeladversariodePorthosyaestabainstaladoenelcocheyeldeAramishabíapuestopiesenpolvorosa,nohuboquepensarmásqueeneldifunto.

CuandoPorthosyAramislodesnudabanconlaesperanzadequesuheridanofueramortal,unagruesabolsaescapódesucintura.D’ArtagnanlarecogióyselatendióalorddeWinter.

—¿Yquédiablosqueréisquehagayoconesto?—dijoelinglés.

—Entregádselaasufamilia—dijoD’Artagnan.

—Asufamilianolepreocupaesamiseria:tienemásdequincemilluisesderenta;guardaosesabolsaparavuestroslacayos.

D’Artagnanmetiólabolsaensubolsillo.

—Y ahora, joven amigo, porque espero que me permitiréis daros esenombre—dijolorddeWinter—,desdeestanoche,silodeseáis,ospresentaréamihermana,ladyClarick;porquequieroqueellaosconcedasusfavores,ycomonoestámalvistaen lacorte,quizáenel futurounapalabradichaporellanoosfueradeltodoinútil.

D’Artagnanseruborizódeplaceryseinclinóenseñaldeasentimiento.

Mientrastanto,AthossehabíaacercadoaD’Artagnan.

—¿Quépensáishacerconesabolsa?—ledijoenvozbajaaloído.

—Contabaconentregárosla,miqueridoAthos.

—¿Amí?¿Yesoporqué?

—¡Toma!Voslohabéismatado:sonlosdespojosopimos.

—¡Yo heredero de un enemigo!—dijo Athos—. ¿Por quién me tomáisentonces?

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—Escostumbredeguerra—dijoD’Artagnan—.¿Porquénohabríadesercostumbredeunduelo?

—Nisiquierahehechoesoenelcampodebatalla—dijoAthos.

Porthos se encogió de hombros. Aramis, con un movimiento de labios,aprobóaAthos.

—Entonces—dijoD’Artagnan—,demosestedineroa los lacayos,comolorddeWinternoshadichoquehagamos.

—Sí—dijoAthos—, demos esa bolsa no a nuestros lacayos, sino a loslacayosingleses.

Athoscogiólabolsaylalanzóalasmanosdelcochero.

—Paravosyvuestroscompañeros.

Estagrandezademodalesenunhombrecompletamenteprivadode todo,sorprendióalmismoPorthos,yestagenerosidadfrancesa,contadaporlorddeWinter y su amigo, tuvo gran éxito en todas partes salvo entre los señoresGrimaud,MosquetónPlanchetyBazin.

Lord de Winter dio a D’Artagnan, al despedirse, la dirección de suhermana;vivíaenlaPlaceRoyale,queeraentonceselbarriodemoda,enelnúmero 6. Además, se comprometía a ir a recogerlo para presentarlo.D’Artagnanlocitóalasocho,encasadeAthos.

Aquella presentación a Milady preocupaba mucho la cabeza de nuestrogascón.Recordaba de qué extrañamanera se habíamezclado aquellamujerhastaentoncesensudestino.Estabaconvencidodequeeraalgunacriaturadelcardenal y, sin embargo, se sentía invenciblemente arrastrado hacia ella porunodeesossentimientosdequeunonosedacuenta.SuúnicotemoreraqueMiladyreconocieseenélalhombredeMeungydeDouvres.Enesecaso,ellasabríaqueeraunodelosamigosdelseñordeTréville,y,porconsiguiente,quepertenecíaencuerpoyalmaalrey,locual,desdeesemomento,leharíaperderpartedesusventajas,porqueconocidodeMiladycomoél laconocíaaella,jugaríaconellaelmismojuego.EncuantoaaquelprincipiodeintrigaentreellayelcondedeWardes,nuestropresuntuososepreocupabamásbienpoco,aunqueelmarquésfuerajoven,guapo,ricoyfuerteenelfavordelcardenal.Noenbaldesetieneveinteaños,y,sobretodo,¡noenbaldehanacidounoenTarbes!

D’Artagnan comenzó por ir a su casa para hacerse un aseo esplendente;luegosedirigióaladeAthos,y,segúnsucostumbre,selocontótodo.Athosescuchósusproyectos;luegomoviólacabezaylerecomendóprudenciaconalgodeamargura.

—¡Vaya!—le dijo—. Acabáis de perder a una mujer que decís que es

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buena,encantadorayperfecta,yyaestáiscorriendodetrásdeotra.

D’Artagnansediocuentadelaverdaddeestereproche.

—Yoamabaa laseñoraBonacieuxdecorazón,mientrasqueaMiladylaamocon lacabeza;alhacermellevarasucasa,buscosobre todoconocerelpapelquejuegaenlacorte.

—¡Diantre,elpapelque juega!Noesdifícildeadivinardespuésde todocuantomehabéisdicho.Esunemisariodelcardenal:unamujerqueosatraeráaunatrampaenlaquedejaréissencillamentelacabeza.

—¡Diablos,miqueridoAthos!Veislascosasmuynegras,enmiopinión.

—Querido, desconfío de las mujeres, ¿qué queréis? Estoy pagando porello, y sobre todo de lasmujeres rubias. Segúnme habéis dicho,Milady esrubia.

—Tieneelpelodelrubiomáshermosoquesepuedahallar.

—¡Ay,mipobreD’Artagnan!—exclamóAthos.

—Escuchad, quiero saber; luego, cuando sepa lo que deseo saber mealejaré.

—Ilustraos,pues—dijoflemáticamenteAthos.

LorddeWinter llegóa lahora indicada,peroAthos,prevenidoa tiempo,pasóalasegundahabitación.Encontró,pues,aD’Artagnansolo,ycomoerancercadelasochollevóconsigoaljoven.

Una elegante carroza esperaba abajo, y como estaba enjaezada con dosexcelentescaballos,enuninstanteestuvieronenlaPlaceRoyale.

Milady Clarick recibió graciosamente a D’Artagnan. Su palacete era deunasuntuosidadnotable;yaunquelamayoríadelosingleses,expulsadosporla guerra, abandonaban Francia o estaban a punto de abandonarla, Miladyacababa de hacer en su casa nuevos gastos: lo cual probaba que lamedidageneralquedespedíaalosinglesesnolaafectaba.

—Veisaquí—dijolorddeWinterpresentandoaD’Artagnanasuhermana—aunjovengentilhombrequehatenidomividaentresusmanos,yquenohaqueridoabusardesuventaja,aunquefuésemosdosvecesenemigos,porseryo quien lo insultó, y por ser inglés. Agradecédselo, pues, señora, si sentísalgunaamistadpormí.

Miladyfruncióligeramenteelentrecejo;unanubeapenasvisiblepasóporsufrente,yensuslabiosaparecióunasonrisatanextrañaqueeljoven,quevioesetriplematiz,tuvocomounescalofrío.

Elhermanonovionada;sehabíavueltoparajugarconelmonofavoritode

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Milady,alquehabíatiradoporeljubón.

—Sedbienvenido,señor—dijoMiladyconunavozcuyadulzurasingularcontrastaba con los síntomas de mal humor que acababa de observarD’Artagnan—,hoyhabéisadquiridoderechoseternosparamigratitud.

Elingléssevolvióentoncesycontóelcombatesinomitirdetalle.Miladyescuchó con la mayor atención; sin embargo, se veía fácilmente, por másesfuerzoquehicieseporocultarsusimpresiones,queelrelatonoleresultabaagradable. La sangre subía a su cabeza, y su pequeño pie se agitabaimpacientementebajolafalda.

LorddeWinternosediocuentadenada.Luego,cuandohuboterminado,seacercóaunamesadondeestabanservidos,sobreunabandeja,unabotelladevinoespañolyvasos.LlenódosvasosyconungestoinvitóaD’Artagnanabeber.

D’Artagnansabíaqueeracontrariarmuchoaun inglésnegarseabrindarconél.Seacercó,pues,a lamesaycogióelsegundovaso.Sinembargo,nohabía perdido de vista a Milady, y en el cristal vislumbró el cambio queacababa de operarse en su rostro. Ahora que ella no creía ser mirada, unsentimiento que se parecía a la ferocidad animaba su fisonomía.Mordía supañueloadentelladas.

Aquella lindacriaditaa laqueD’Artagnanyahabíavistoentróentonces;dijo en inglés algunas palabras a lord de Winter, que pidió al punto aD’Artagnan permiso para retirarse, excusándose con la urgencia del asuntoquelellamaba,yencargandoasuhermanaobtenersuperdón.

D’ArtagnancambióunapretóndemanosconlorddeWinteryvolviójuntoa Milady. El rostro de aquella mujer, con movilidad sorprendente, habíarecuperado su expresión llena de gracia, y sólo algunas pequeñas manchasrojassobresupañueloindicabanquesehabíamordidoloslabioshastahacersesangre.

Suslabioseranmagníficos,hubiérasedichodecoral.

La conversación tomó un giro jovial. Milady parecía haberse repuestoenteramente. Contó que lord deWinter no eramás que su cuñado, y no suhermano:sehabíacasadoconelsegundóndelafamilia,quelahabíadejadoviudaconunhijo.EsehijoeraelúnicoherederodelorddeWinter,silorddeWinternosecasaba.TodoestodejabaveraD’Artagnanunveloqueenvolvíaalgo,peronodistinguíaaúnnadabajoesevelo.

Por lodemás,alcabodemediahoradeconversaciónD’Artagnanestabaconvencido de que Milady era compatriota suya: hablaba francés con unapurezayunaeleganciaquenodejabandudaalgunaalrespecto.

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D’Artagnan se deshizo en palabras galantes y en protestas de afecto. Atodas las sandeces que se le escaparon a nuestro gascón,Milady sonrió conbenevolencia.Llególahoraderetirarse.D’ArtagnansedespidiódeMiladyysaliódelsalóncomoelmásfelizdeloshombres.

Enlaescaleraencontróalalindadoncella,quelerozósuavementealpasary,ruborizándosehastaelblancodelosojos,lepidióperdónporhaberletocadoconunavoztandulcequeelperdónlefueconcedidoalinstante.

D’Artagnanvolvióaldíasiguienteyfuerecibidomejoraúnquelavíspera.Lord de Winter no estaba, y fue Milady quien esta vez le hizo todos loshonoresdelavelada.Parecióinteresarsemuchoporél,lepreguntódedóndeera,quiéneseransusamigos,ysinohabíapensadoalgunavezenvincularsealserviciodelseñorcardenal.

D’Artagnan que, como sabemos, era muy prudente para un gascón deveinteaños,seacordóentoncesdesussospechassobreMilady;lehizoungranelogiodeSuEminencia,ledijoquenohabríadejadodeentrarenlosguardiasdelcardenalenlugardeentrarenlosguardiasdelreysihubieraconocidoalseñordeCavoisenlugardeconoceralseñordeTréville.

Milady cambió de conversación sin afectación alguna, y preguntó aD’ArtagnandelaformamásdescuidadadelmundosihabíaestadoalgunavezenInglaterra.

D’ArtagnanrespondióquehabíasidoenviadoporelseñordeTrévilleparatratardeunaremontadecaballos,yqueinclusosehabía traídocuatrocomomuestra.

Enelcursodeestaconversación,Miladysepellizcódoso tresveces loslabios:teníaquevérselasconungascónquejugabafuerte.

AlamismahoraquelavísperaD’Artagnanseretiró.EnelcorredorvolvióaencontraralalindaKetty,taleraelnombredeladoncella,Estalomiróconunaexpresióndemisteriosabenevolenciaenlaquenopodíaequivocarse.PeroD’Artagnanestabatanpreocupadoporelamaquenosefijabamásqueenloqueveníadeella.

D’Artagnanvolvióa la casadeMiladyaldía siguiente,y al siguiente,ycadavezMiladylebrindóunaacogidamásgraciosa.

Cadavez también,bienen laantecámara,bienenel corredor,bienen laescalinata,volvíaaencontraralalindadoncella.

Pero como ya hemos dicho,D’Artagnan no prestaba ninguna atención aestapersistenciadelapobreKetty.

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CapítuloXXXII

Unacenadeprocurador

Mientras tanto, el duelo en el que Porthos había jugado un papel tanbrillantenolehabíahechoolvidarlacenaalaquelehabíainvitadolamujerdelprocurador.Aldíasiguiente,hacia launa,sehizodar laúltimacepilladaporMosquetón, y se encaminó hacia la calle AuxOurs, con el paso de unhombrequetienedosvecessuerte.

Su corazónpalpitaba, perono era, comoel deD’Artagnan, por un amorjoveneimpaciente.No,uninterésmásmateriallelatigabalasangre,ibaporfinafranquearaquelumbralmisterioso,asubiraquellaescalinatadesconocidaquehabíanconstruido,unoauno,losviejosescudosdemaeseCoquenard.

Ibaaver,enrealidad,ciertoarcóncuyaimagenhabíavistoveintevecesensussueños;arcóndeformaalargadayprofunda,llenodecadenasycerrojos,empotradoenelsuelo;arcóndelquecontantafrecuenciahabíaoídohablar,yquelasmanosalgosecas,cierto,peronosinelegancia,delaprocuradora,ibanaabrirasusmiradasadmiradoras.

Y luego él, el hombre errante por la tierra, el hombre sin fortuna, elhombresinfamilia,elsoldadohabituadoalosalbergues,alostugurios;alastabernas, a las posadas, el gastrónomo forzado lamayor parte del tiempo alimitarse a bocados de ocasión, iba a probar comidas caseras, a saborear uninteriorconfortableyadejarsemimarconesospequeñoscuidadosquecuantomásduroesunomásplacen,comodicenlosviejossoldadotes.

Venir en calidad de primo a sentarse todos los días a una buena mesa,desarrugarlafrenteamarillayarrugadadelviejoprocurador,desplumaralgoalos jóvenespasantes enseñándoles labaceta, el passedixy el lansquenete ensusjugadasmásfinas,yganándolesamaneradehonorariosporlalecciónqueles daba en una hora sus ahorros de un mes, todo esto hacía sonreírenormementeaPorthos.

El mosquetero recordaba bien, de aquí y de allá, las malas ideas quecorríanenaquel tiemposobre losprocuradoresyqueleshansobrevivido: latacañería, los recortes, los días de ayuno, pero comodespuésde todo, salvoalgunos accesos de economía que Porthos había encontrado siempre muyintempestivos, había visto a la procuradora bastante liberal, para unaprocuradora, por supuesto, esperó encontrar una casa montada de formahalagüeña.

Sinembargo, a lapuerta elmosquetero tuvoalgunasdudas: el comienzoeraparaanimara lagente:alamedahediondaynegra,escaleramalaclaradaporbarrotesatravésdeloscualessefiltrabalaluzdeunpatiovecino;enel

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primer piso una puerta baja y herrada con enormes clavos como la puertaprincipaldeGrandChátelet.

Porthos llamócon el dedo: unpasante alto, pálidoy escondidobajounaselva virgen de pelo, vino a abrir y saludó con aire de hombre obligado arespetar enotro almismo tiempo la altura que indica la fuerza, el uniformemilitar que indica el estado, y la cara bermeja que indica el hábito de vivirbien.

Otro pasantemás pequeño tras el primero, otro pasantemás alto tras elsegundo,unmandaderodedoceañostraseltercero.

Entotal,trespasantesymedio;locual,paralaépoca,anunciabaunbufetedelosmássurtidos.

Aunqueelmosquetero sólo teníaque llegara launa,desdemediodía laprocuradorateníaelojoavizorycontabaconelcorazónyquizátambiénconelestómagodesuadoradorparaqueadelantaselahora.

La señora Coquenard llegó, pues, por la puerta de la vivienda casi almismo tiempo que su invitado llegaba por la puerta de la escalera, y laaparición de la digna dama lo sacó de un gran apuro. Los pasantes erancuriosos y él, no sabiendo demasiado bien qué decir a aquella gamaascendenteydescendente,permanecíaconlalenguamuda.

—Es mi primo—exclamó la procuradora—; entrad pues, entrad, señorPorthos.

ElnombredePorthoscausóefectoenlospasantes,queseecharonareír;peroPorthossevolvió,ytodoslosrostrosrecuperaronsugravedad.

Llegaron al gabinete del procurador tras haber atravesado la antecámaradonde estaban los pasantes, y el estudio donde habrían debido estar; estaúltimahabitacióneraunaespeciedesalanegrayamueblada,conpapelotes.Alsalirdelestudio,dejaronlacocinaaladerechayentraronenlasaladerecibir.

TodasaquellashabitacionesquesecomunicabannoinspiraronenPorthosbuenasideas.Laspalabrasdebíanoírsedesdelejosportodasaquellaspuertasabiertas;luego,alpasar,habíalanzadounamiradarápidayescrutadoraenlacocina,y a símismo se confesaba,paravergüenzade laprocuradorayparapesarsuyo,quenohabíavistoesefuego,esaanimación,esemovimientoquealahoradeunabuenacomidareinanordinariamenteenesesantuariodelagula.

Indudablemente el procurador había sido prevenido de aquella visita,porque no testimonió ninguna sorpresa ante la vista de Porthos, que avanzósobreélconunairebastantedesenvueltoylosaludócortésmente.

—Somos primos, según parece, señor Porthos —dijo el procuradorlevantándoseafuerzadebrazossobresusillóndecaña.

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Elviejo,envueltoenungranjubónenelqueseperdíasucuerpoendeble,eravigorosoyseco; susojillosgrisesbrillabancomocarbunclosyparecían,juntoconsubocagesticulera,laúnicapartedesurostrodondequedabavida.Pordesgracia,laspiernascomenzabanarehusarserviratodaaquellamáquinaósea; desde que hacía cinco o seis meses se había dejado sentir estedebilitamiento,eldignoprocuradorsehabíaconvertidocasienelesclavodesumujer.

Elprimofueaceptadoconresignación,esofuetodo.UnmaeseCoquenardligerodepiernashubieradeclinadotodoparentescoconelseñorPorthos.

—Sí,señor,somosprimos—dijosindesconcertarsePorthos,queporotrapartejamáshabíacontadoconserrecibidoporelmaridoconentusiasmo.

—¿Por parte de las mujeres, según creo? —dijo maliciosamente elprocurador.

Porthosnosediocuentadelasocarroneríaylatomóporunaingenuidadde la que se rio para sus adentros. La señora Coquenard, que sabía que elprocuradoringenuoeraunavariedadmuyraraenlaespecie,sonrióalgoyseruborizómucho.

DesdelallegadadePorthos,maeseCoquenardhabíapuestoconinquietudlosojosenungranarmariocolocadofrenteasuescritorioderoble.Porthoscomprendióqueaquelarmario,aunquenocorrespondiesea laformadelquehabíavistoensussueños,debíaserelbienaventuradoarcón,ysecongratulódequelarealidadtuvieraseispiesmásaltoqueelsueño.

MaeseCoquenardnoprosiguiómáslejossusinvestigacionesgenealógicas,pero volviendo su mirada inquieta del armario a Porthos, se encontró condecir:

—Señorprimo,antesdesupartidaparalacampaña,nosharáelfavordecenarunavezconnosotros,¿noesasí,señoraCoquenard?

En esta ocasión Porthos recibió el golpe en pleno estómago y lo sintió;parece que por su lado la señora Coquenard tampoco fue insensible a élporqueañadió:

—Mi primo no volvería si cree que le tratamosmal; en caso contrario,tiene demasiado poco tiempo que pasar en París y, por consiguiente, paravernos,paraquenolepidamoscasitodoslosinstantesdequepuedadisponerhastasupartida.

—¡Oh, mis piernas, mis pobres piernas! ¿Dónde estáis? —murmuróCoquenard.Ytratódesonreír.

EstaayudaquelehabíallegadoaPorthosenelmomentoqueeraatacadoensusesperanzasgastronómicas inspiróalmosqueteromuchagratitudhacia

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suprocuradora.

Prontollególahoradecomer.Pasaronalcomedor,gransalaoscuraquesehallabasituadaenfrentealacocina.

Los pasantes que, a lo que parece, habían notado en la casa perfumesdesacostumbrados, eran de una exactitud militar, y tenían a mano sustaburetes, dispuestos como estaban a sentarse. Se los veía remover poradelantadolasmandíbulascondisposicionestremendas.

«¡Rediós! —pensó Porthos lanzando una mirada sobre los treshambrientos, porque elmandadero no era, como es lógico, admitido en loshonores de la mesa magistral—. ¡Rediós! En lugar de mi primo, yo noconservaríasemejantesgolosos.Sediríanáufragosquenohancomidodesdehaceseissemanas».

Maese Coquenard entró, empujado en su sillón de ruedas por la señoraCoquenard,aquienPorthos,asuvez,vinoaayudarpara llevarasumaridohastalamesa.

Apenas hubo entrado, movió la nariz y las mandíbulas al igual que suspasantes.

—¡Vayavaya!—dijo—.Tenemosunasopaprometedora.

—¿Quédiabloshuelendeextraordinarioenlasopa?—dijoPorthosanteelaspectodeuncaldopálido,abundante,perocompletamenteciegoy sobreelquenadabanalgunascortezas,rarascomolasislasdeunarchipiélago.

La señora Coquenard sonrió y a una indicación suya todo el mundo sesentócondiligencia.

ElprimeroenserservidofuemaeseCoquenard,luegoPorthos;despuéslaseñora Coquenard llenó su plato y distribuyó las cortezas sin caldo a lospasantesimpacientes.

Enaquelmomentoseabrióporsísolalapuertadelcomedorrechinando,yPorthos,a travésde losbatientesentreabiertos,vioalpequeñorecaderoque,no pudiendo participar en el festín, comía su pan entre el doble olor de lacocinaydelcomedor.

Tras la sopa, la criada trajo una gallina hervida;magnificencia que hizodilatar los párpados de los invitados de tal forma que parecían a punto deromperse.

—¡Cómosevequequeréisavuestrafamilia,señoraCoquenard!—dijoelprocurador con una sonrisa casi trágica—.Esto es una galantería que tenéisconvuestroprimo.

La pobre gallina era delgada y estaba revestida de uno de esos gruesos

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pellejoserizadosqueloshuesosnuncahoradanpeseasusesfuerzos;habríantenidoquebuscarladurantemucho tiempoantesdeencontrarlaenelpaloalquesehabíaretiradoparamorirdevejez.

«¡Diablos!—pensóPorthos—.¡Síquees tristeesto!Yorespeto lavejez,perohagopococasodesiestáhervidaoasada».

Ymiróalaredondaparaversisuopinióneracompartida;peroalcontrarioqueél, noviomásqueojos resplandecientes, quedevorabanpor adelantadoaquellasublimegallina,objetodesusdesprecios.

La señora Coquenard atrajo la fuente para sí, separó hábilmente las dosgrandespatasnegras,quepusoenelplatodesumarido;cortóelcuello,quesepuso, dejando a un lado la cabeza, para ella; cortó el ala para Porthos ydevolvióalacriadaqueacababadetraerloelanimal,quevolviócasiintacto,yque había desaparecido antes de que el mosquetero tuviera tiempo deexaminar las variaciones que el desencanto pone en los rostros, según loscaracteresytemperamentosdequienesloexperimentan.

Enlugardelpollo,hizosuentradaunafuentedehabas,fuenteenormeenlaquehacíanademándemostrarsealgunoshuesosdecordero,alosqueenunprincipiosehubieracreídoacompañadosdecarne.

Mas los pasantes no fueron víctimas de esta superchería y los rostroslúgubresseconvirtieronenrostrosresignados.

La señora Coquenard distribuyó este manjar a los jóvenes con lamoderacióndeunabuenaamadecasa.

Llegó la ronda del vino.Maese Coquenard echó de una botella de gresmuyexiguaelterciodeunvasoacadaunodelosjóvenes,sesirvióasímismoenproporcionescasiiguales,ylabotellapasóalpuntodelladodePorthosydelaseñoraCoquenard.

Losjóvenesllenaronconaguaaquelterciodevino,luego,cuandohabíanbebidolamitaddelvaso,volvíanallenarlo,yseguíanhaciéndolosiempreasí;locuallesllevabaalfinaldelacomidaatragarunabebidaquedelcolordelrubíhabíapasadoaldeltopacioquemado.

Porthoscomiótímidamentesualadegallina,yseestremecióalsentirbajola mesa la rodilla de la procuradora que venía a encontrar la suya. Bebiótambiénmediovasodeaquelvinotanescatimado,yquereconociócomounodeesoshorriblescaldosdeMontreuil,terrordelospaladaresexpertos.

MaeseCoquenardlomiróengulliraquelvinopuroysuspiró.

—¿Queréiscomerestashabas,primoPorthos?—dijolaseñoraCoquenardenesetonoquequieredecir:Creedme,nolascomáis.

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—¡Aldiablosi laspruebo!—murmurópor lobajoPorthos.Yañadióenvozalta—:Gracias,prima,notengomáshambre.

Y se hizo un silencio. Porthos no sabía qué comportamiento tener. Elprocuradorrepitióvariasveces:

¡AyseñoraCoquenard!Osfelicito,vuestracomidaeraunverdaderofestín.¡Dios,cómohecomido!

MaeseCoquenardhabíacomidosusopa,laspatasnegrasdelagallinayelúnicohuesodecorderoenquehabíaalgodecarne.

Porthoscreyóqueseburlabandeél,ycomenzóaretorcerseelmostachoyafruncirelentrecejo;perolarodilladelaseñoraCoquenardvinosuavementeaaconsejarlepaciencia.

Aquel silencio y aquella interrupción de servicio, que se habían vueltoininteligibles para Porthos, tenían por el contrario una significación terribleparalospasantes:aunamiradadelprocurador,acompañadadeunasonrisadela señora Coquenard, se levantaron lentamente de la mesa, plegaron susservilletasmáslentamenteaún,luegosaludaronysefueron.

—Id, jóvenes, id a hacer la digestión trabajando —dijo gravemente elprocurador.

Unavezidoslospasantes,laseñoraCoquenardselevantóysacóuntrozodequeso,confiturademembrilloyunpastelqueellamismahabíahechoconalmendrasymiel.

Maese Coquenard frunció el ceño, porque veía demasiados postres;Porthossepellizcóloslabios,porqueveíaquenohabíanadaquecomer.

Miró si aún estaba allí el plato de habas; el plato de habas habíadesaparecido.

—Gran festín —exclamó maese Coquenard agitándose en su silla—,auténticofestín,epuloeepularum;LúculocenaencasadeLúculo.

Porthosmirólabotellaqueestabaasulado,yesperóqueconvino,panyquesocomería;peronohabíavino,labotellaestabavacía;elseñorylaseñoraCoquenardnoparecierondarsecuenta.

—Estábien—sedijoPorthos—,yaestoyavisado.

Pasó la lengua sobre una cucharilla de confituras y se dejó pegados loslabiosenlapastapegajosadelaseñoraCoquenard.

—Ahora —se dijo—, el sacrificio está consumado. ¡Ay, si tuviera laesperanzademirarconlaseñoraCoquenardenelarmariodesumarido!

MaeseCoquenard, tras las delicias de semejante comida, que él llamaba

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exceso,sintió lanecesidaddeecharse lasiesta.Porthosesperabaque tendríalugaracontinuaciónyenaquelmismo lugar;peroelprocuradormalditonoquiso oír nada: hubo que llevarlo a su habitación y gritó hasta que estuvodelante de su armario, sobre cuyo reborde, pormayor precaución aún, posósuspies.

LaprocuradorasellevóaPorthosaunahabitaciónvecinaycomenzaronasentarlasbasesdelareconciliación.

—Podréisvenirtresvecesporsemana—dijolaseñoraCoquenard.

—Gracias—dijoPorthos—,nomegustaabusar;además,tengoquepensarenmiequipo.

—Escierto—dijolaprocuradoragimiendo—.Esedesgraciadoequipo…

—¡Ay,sí!—dijoPorthos—.Esporél.

—Pero ¿de qué se compone el equipo de vuestro regimiento, señorPorthos?

—¡Oh,demuchascosas!—dijoPorthos—.Losmosqueteros,comosabéis,son soldados de élite, y necesitanmuchos objetos que son inútiles para losguardiasoparalosSuizos.

—Perodetalládmelos…

—Entotalpuedenllegara…—dijoPorthos,quepreferíadiscutirel totalqueeldetalle.

Laprocuradoraesperabatemblorosa.

¿A cuánto?—dijo ella—.Espero que no pase de…detuvo, le faltaba lapalabra.

—¡Oh, no!—dijoPorthos—.Nopasa de dosmil quinientas libras; creoinclusoque,haciendoeconomías,condosmillibrasmearreglaré.

—¡SantoDios,dosmillibras!—exclamóella—.Esoesunafortuna.

Porthoshizounamuecadelasmássignificativas;laseñoraCoquenardlacomprendió.

—Preguntabaporeldetalleporque, teniendomuchosparientesyclientesenelcomercio,estabacasiseguradeobtenerlascosasalamitaddelprecioaquelaspagaríaisvos.

—¡Ah,ah—dijoPorthos—,siesesoloquehabéisqueridodecir!

—Sí, querido señor Porthos. ¿Así que lo primero que necesitáis es uncaballo?

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—Sí,uncaballo.

—¡Puesbien,precisamentelotengo!

—¡Ah!—dijoPorthosradiante—.Oseaquelodelcaballoestáarreglado;luegomehacenfaltaelenjaezamientocompleto,quesecomponedeobjetosquesólounmosqueteropuedecomprar,yqueporotrapartenosubirádelastrescientaslibras.

—Trescientas libras, entonces pondremos trescientas libras —dijo laprocuradoraconunsuspiro.

Porthos sonrió: como se recordará, tenía la silla que le venía deBuckingham: eran por tanto trescientas libras que contaba con meterastutamenteensubolsillo.

—Luego —continuó—, está el caballo de mi lacayo y mi equipaje encuantoalasarmasesinútilqueospreocupéis,lastengo.

—¿Uncaballoparavuestrolacayo?—contestólaprocuradora.Vaya,soisungranseñor,amigomío.

—Eh, señora—dijoorgullosamentePorthos—, ¿soy acasounmuertodehambre?

—No,sólodecíaqueunbonitomulotieneaveces tanbuenapintacomoun caballo, y que me parece que consiguiéndoos un buen mulo paraMosquetón…

—Bueno,dejémosloenunbuenmulo—dijoPorthos—; tenéis razón,hevistoamuygrandesseñoresespañolescuyoséquitoibaenmuloperoentoncesincluid,señoraCoquenard,unmuloconpenachoscascabeles.

—Estadtranquilo—dijolaprocuradora.

—Quedalamaleta.

—Oh,encuantoaesonoospreocupéis—exclamólaseñor,Coquenard—,mimaridotienecincooseismaletas,escogeréislamejor;tieneunasobretodoquelegustabamuchoparasusviajesyqueestangrandequecabeunmundo.

—Yesamaleta,¿estávacía?—preguntóingenuamentePorthos.

—Claro que está vacía —respondió ingenuamente por su lado laprocuradora.

—¡Ay, la maleta que yo necesito ha de ser una maleta bien provista,querida!

LaseñoraCoquenardlanzónuevossuspiros.MolièrenohabíaescritoaúnsuescenadeL’Avare:laseñoraCoquenardprecedeportantoaHarpagón.

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Enresumen,el restodelequipo fuedebatidosucesivamentede lamismamanera;yelresultadodelaescenafuequelaprocuradorapediríaasumaridoun préstamo de ochocientas libras en plata, y proporcionaría el caballo y elmuloquetendríanelhonordellevaralagloriaaPorthosyaMosquetón.

Fijadasestascondiciones,yestipuladoslosinteresesasícomolafechaderembolso,Porthos sedespidióde la señoraCoquenard.Estaquería retenerloponiéndoleojosdecordera;peroPorthospretextólasexigenciasdelservicio,yfuenecesarioquelaprocuradoracedieseelpuestoalrey.

Elmosqueterovolvióasucasaconunhambredemuymalhumor.

CapítuloXXXIII

Doncellayseñora

Entretanto,comohemosdicho,pesealosgritosdesuconcienciayalossabiosconsejosdeAthos,D’ArtagnanseenamorabamásdehoraenhoradeMilady; por eso no dejaba de ir ningún día a hacerle una corte a la que elaventurerogascónestabaconvencidodequetardeotempranonopodíadejarelladecorresponderle.

Una noche que llegaba orgulloso, ligero como hombre que espera unalluviadeoro,encontróaladoncellaenlapuertacochera;peroestavezlalindaKettynosecontentóconsonreírlealpasar:lecogiódulcementelamano.

—¡Bueno!—se dijo D’Artagnan—. Estará encargada de algún mensajeparamí de parte de su señora; va a darme alguna cita que no habrá osadodarmeelladevivavoz.

Ymiróalahermosaniñaconelairemásvictoriosoquepudoadoptar.

—Quisieradecirosdospalabras,señorcaballero…—balbuceóladoncella.

—Habla,hijamía,habla—dijoD’Artagnan—,teescucho.

—Aquí, imposible: loque tengoquedeciros esdemasiado largoy sobretododemasiadosecreto.

—¡Bueno!Entonces,¿quésepuedehacer?

—Sielseñorcaballeroquisieraseguirme—dijotímidamenteKetty.

—Dondetúquieras,hermosaniña.

—Venidentonces.

YKetty,quenohabíasoltadolamanodeD’Artagnan,loarrastróporuna

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pequeña escalera sombría y de caracol, y tras haberle hecho subir unaquincenadeescalones,abrióunapuerta.

—Entrad, señor caballero —dijo—, aquí estaremos solos y podremoshablar.

—¿Ydequiénesestahabitación,hermosaniña?—preguntóD’Artagnan.

—Eslamía,señorcaballero;comunicaconlademiamaporestapuerta.Peroestad tranquilonopodráoír loquedecimos, jamás se acuesta antesdemedianoche.

D’Artagnanlanzóunaojeadaalrededor.Elcuartitoeraencantadordegustoy de limpieza; pero, a pesar suyo, sus ojos se fijaron en aquella puerta queKattylehabíadichoqueconducíaalahabitacióndeMilady.

Kettyadivinóloquepasabaenelalmadeljoven,ylanzóunsuspiro.

—¡Amáisentoncesamiama,señorcaballero!—dijoella.

—¡Másdeloquepodríadecir!¡Estoylocoporella!

Kettylanzóunsegundosuspiro.

—¡Ah,señor—dijoella—,esunalástima!

—¿Yquédiablosvesenelloqueseatanmolesto?—preguntóD’Artagnan.

—Esque,señor—prosiguióKetty—miamanoosama.

—¡Cómo!—dijoD’Artagnan—.¿Tehaencargadoelladecírmelo?

—¡Oh, no, señor! Soy yo quien, por interés hacia vos, he tomado ladecisióndeavisaros.

—Gracias, mi buena Ketty, pero sólo por la intención, porquecomprenderáslaconfidencianoesagradable.

—Esdecir,quenocreéisloqueoshedicho,¿verdad?

—Siempre cuesta creer cosas semejantes, hermosa niña, aunque no seamásqueporamorpropio.

—¿Entoncesnomecreéis?

—Confiesoquehastaquenotedignesdarmealgunaspruebasdeloquemeadelantáis.

—¿Quédecísaesto?

YKettysacódesupechounbilletito.

—¿Paramí?—dijoD’Artagnanapoderándoseprestamentedelacarta.

—No,paraotro.

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—¿Paraotro?

—Sí.

—¡Sunombre,sunombre!—exclamóD’Artagnan.

—Miradladirección.

—SeñorcondedeWardes.El recuerdode laescenadeSaint-Germainseapareció de pronto al espíritu del presuntuoso gascón; con un movimientorápidocomoelpensamiento,desgarróelsobrepesealgritoquelanzóKettyalverloqueibaahacer,omejor,loquehacía.

—¡Oh,Diosmío,señorcaballero!—dijo—.¿Quéhacéis?

—¡Yonada!—dijoD’Artagnan;yleyó:

Nohabéiscontestadoamiprimerbillete.¿Estáisentoncesenfermo,obienhabéisolvidadolosojosquemepusisteisenelbailedelaseñoraGuise?Aquítenéislaocasión,conde,noladejéisescapar.

D’Artagnanpalideció;estabaheridoensuamorpropio,secreyóheridoensuamor.

—¡Pobre señorD’Artagnan!—dijoKetty con voz llena de compasión yapretandodenuevolamanodeljoven.

—¿Túmecompadeces,pequeña?—dijoD’Artagnan.

—¡Sí,sí,contodomicorazón,porquetambiényoséloqueeselamor!

—¿Túsabesloqueeselamor?—dijoD’Artagnanmirándolaporprimeravezconciertaatención.

—¡Ay,sí!

—Pues bien, en lugar de compadecerme, mejor harías en ayudarme avengarmedetuama.

—¿Yquéclasedevenganzaquerríaishacer?

—Quisieratriunfarenella,suplantaramirival.

—Aesonoosayudaréjamás,señorcaballero—dijovivamenteKetty.

—Yeso,¿porqué?—preguntóD’Artagnan.

—Pordosrazones.

—¿Cuáles?

—Laprimeraesquemiamajamásosamará.

—¿Túquésabes?

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—Lahabéisheridoenelcorazón.

—¡Yo!¿Enquépuedohaberlaherido,yo,quedesdequelaconozcovivoasuspiescomounesclavo?Habla,telosuplico.

—Esonoloconfesarénuncamásquealhombre…queleahastaelfondodemialma.

D’ArtagnanmiróaKettyporsegundavez.Lajoveneradeunfrescorydeunabellezaquemuchasduquesashubierancompradoconsucorona.

—Ketty—dijo él—, yo leeré hasta el fondo de tu alma cuando quieras;queesonotepreocupe,queridaniña.

Ylediounbesobajoelcuallapobreniñasepusorojacomounacereza.

—¡Oh,no!—exclamóKetty—. ¡Vosnomeamáis! ¡Amáisamiama, lohabéisdichohaceunmomento!

—Yesoteimpidehacermeconocerlasegundarazón.

—Lasegundarazón,señorcaballero—prosiguióKettyenvalentonadaporelbesoprimeroy luegopor la expresiónde losojosdel joven—,esqueenamorcadacualparasí.

SóloentoncesD’ArtagnanseacordódelasmiradaslánguidasdKettyydesusencuentrosenlaantecámara,enlaescalinata,enelcorredor,susrocesconlamanocadavezqueloencontrabaysussuspirosahogados;peroabsortoporeldeseodeagradaralagrandamahabíadescuidadoaladoncella;quiencazaeláguilanosepreocupadelgorrión.

Masaquellaveznuestrogascónviodeunasolaojeadatodoelpartidoquepodía sacar de aquel amor queKetty acababa de confesar de una forma taningenuaotandescarada:intercepcióndecartasdirigidasalcondedeWardes,avisosenelacto,entradaatodahoraenlahabitacióndeKetty,contiguaalade su ama. El pérfido, como se vi sacrificaba ya mentalmente a la pobremuchachaparaobteneraMiladydegradooporfuerza.

—¡Ybien!—ledijoa la joven—.¿Quieres,queridaKetty,quetedéunapruebadeeseamordelquetúdudas?

—¿Dequéamor?—preguntólajoven.

—Deesequeestoydispuestoasentirporti.

—¿Ycuálesesaprueba?

—¿Quieresqueestanochepasecontigoel tiempoquesuelopasarcontuama?

—¡Oh,sí!—dijoKettyaplaudiendo—.Debuenagana.

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—Pues bien, querida niña—dijoD’Artagnan sentándose en un sillón—,venaquíqueyotedigaqueeresladoncellamásbonitaquenuncahevisto.

Yledijotantascosasytanbienquelapobreniña,quenopedíotracosaque creerlo, lo creyó… Sin embargo, con gran asombro d D’Artagnan, lajovenKettysedefendíaconciertaresolución.

Eltiempopasadeprisacuandosepasaenataquesydefensas.

SonólamedianocheyseoyócasialmismotiemposonarlacampanillaenlahabitacióndeMilady.

—¡Gran Dios! —exclamó Ketty—. ¡Mi señora me llama! ¡Idos, idosrápido!

D’Artagnan se levantó, cogió su sombrero como si tuviera intención deobedecer;luego,abriendoconprestezalapuertadeungranarmarioenlugarde abrir lade la escalera, se acurrucódentro enmediode losvestidosy lasbatasdeMilady.

—¿Quéhacéis?—exclamóKetty.

D’Artagnan, que de antemano había cogido la llave, se encerró en elarmariosinresponder.

—¡Bueno!—gritóMiladyconvozagria—.¿Estáisdurmiendo?¿Porquénoveníscuandollamo?

YD’Artagnanoyóqueabríanviolentamentelapuertadecomunicación.

—Aquíestoy,Milady,aquíestoy—exclamóKettylanzándosealencuentrodesuama.

Las dos juntas entraron en el dormitorio, y como la puerta decomunicación quedó abierta, D’Artagnan pudo oír durante algún tiempotodavíaaMiladyreñirasusirvienta;luegosecalmó,ylaconversaciónrecayósobreélmientrasKettyarreglabaasuama.

—¡Bueno!—dijoMilady—.Estanochenohevistoanuestrogascón.

—¡Cómo,señora!—dijoKetty—.¿Nohavenido?¿Seráinfielantesdeserfeliz?

—¡Oh! No, se lo habrá impedido el señor de Tréville o el señor DesEssarts.Meconozco,Ketty,yséqueaéselotengocogido.

—¿Quéharálaseñora?

—¿Quéharé?…Tranquilízate,Ketty,entreesehombreyyohayalgoqueél ignora… Ha estado a punto de hacerme perder mi crédito ante SuEminencia…¡Oh!Mevengaré.

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—Yocreíaquelaseñoraloamaba.

—¿Amarloyo?Lodetesto.Unnecio,quetienelavidadelorddeWinterentresusmanosyquenolomatayasímehaceperdertrescientasmillibrasderenta.

—Escierto—dijoKetty—,vuestrohijoeraelúnicoherederodesutío,yhastasumayoríavoshabríaisgozadodesufortuna.

D’Artagnan se estremeció hasta lamédula de los huesos al oír a aquellasuave criatura reprocharle, con aquella voz estridente que a ella tanto lecostabaocultarenlaconversación,nohabermatadoaunhombrealqueéllahabíavistocolmardeamistad.

—Poreso—continuóMilady—,yamehabríavengadoenélsielcardenal,noséporqué,nomehubierarecomendadotratarloconmiramiento.

—¡Oh,si!Perolaseñoranohatratadoconmiramientosalamujerqueélamaba.

—¡Ah,lamerceradelacalledesFossoyeurs!Pero¿nosehaolvidadoyaéldequeexistía?¡Bonitavenganza,afe!

Un sudor frío corría por la frente de D’Artagnan: aquella mujer era unmonstruo.

Volvióaescuchar,peropordesgraciaelaseohabíaterminado.

—Estábien—dijoMilady—,volvedavuestrocuartoymañanatrataddetenerunarespuestaalacartaqueoshedado.

—¿ParaelseñordeWardes?—dijoKetty.

—Claro,paraelseñordeWardes.

—Este me parece—dijo Ketty— una persona que debe de ser todo locontrarioqueesepobreseñorD’Artagnan.

—Salid,señorita—dijoMilady—,nomegustanloscomentarios.

D’Artagnan oyó la puerta que se cerraba, luego el ruido de dos cerrojosqueechabaMiladyafindeencerrarseensucuarto;porsuparte,peroconlamayorsuavidadquepudo,Kettydiounavueltadellave;entoncesD’Artagnanempujólapuertadelarmario.

—¡Oh,Diosmío!—dijoenvozbajaKetty—.¿Quéospasa?¡Quépálidoestáis!

—¡Abominablecriatura!—murmuróD’Artagnan.

—¡Silencio, silencio salid!—dijo Ketty—. No hay más que un tabiqueentremicuartoyeldeMilady,seoyeenunotodoloquesediceenelotro.

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—Precisamenteporesonomemarcharé—dijoD’Artagnan.

—¿Cómo?—dijoKettyruborizándose.

—Oalmenosmemarcharé…mástarde.

YatrajoaKettyhaciaél;nohabíamedioderesistir—¡laresistenciahacetantoruido!—,poresoKettycedió.

Aquello era un movimiento de venganza contra Milady. D’Artagnanencontró que tenían razón al decir que la venganza es placer de dioses. Poreso,conalgodecorazónsehabríacontentadoconestanuevaconquista;masD’Artagnansóloteníaambiciónyorgullo.

Sinembargo,yhayquedecirloensuelogio,elprimerempleoquehizodesu influencia sobre Ketty fue tratar de saber por ella qué había sido de laseñora Bonacieux; pero la pobre muchacha juró sobre el crucifijo aD’Artagnanqueignorabatodo,puessuamanodejabanuncapenetrarmásquelamitaddesussecretos;sólocreíapoderresponderquenoestabamuerta.

EncuantoalacausaquehabíaestadoapuntodehacerperderaMiladysucrédito ante el cardenal, Ketty no sabía nada más; pero en esta ocasiónD’Artagnanestabamásadelantadoqueella:comohabíavistoaMiladyensunavío acuartelado en elmomento en que él dejaba Inglaterra, sospechó queaquellavezsetratabadelosherretesdediamantes.

Pero lo más claro de todo aquello es que el odio verdadero, el odioprofundo,elodioinveteradodeMiladyprocedíadequenohabíamatadoasucuñado.

D’Artagnanvolvióaldía siguienteacasadeMilady.Estabaellademuymal humor;D’Artagnan sospechó que era la falta de respuesta del señor deWardesloquetantolamolestaba.KettyentróyMiladylarecibiócondureza.Una ojeada que lanzó aD’Artagnan quería decir: ¡Ya veis cuánto sufro porvos!

Sinembargo,alfinaldelavelada,lahermosaleonasedulcificó,escuchósonriendolafrasesdulcesdeD’Artagnan,inclusolediolamanoabesar.

D’Artagnansaliónosabiendoquépensar;perocomoeraunmuchachoalque no se hacía fácilmente perder la cabeza, al tiempoque hacía su corte aMilady,habíaesbozadoensumenteunpequeñoplan.

Encontró aKetty en la puerta, y como la víspera subió a su cuarto paratenernoticias.AKettylahabíareñidomucho,lahabíaacusadodenegligencia.Milady no comprendía nada del silencio del conde de Wardes, y le habíaordenadoentrarensucuartoalasnuevedelamañanaparacogerunaterceracarta.

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D’Artagnan hizo prometer a Ketty que llevaría a su casa esa carta a lamañanasiguiente;lapobrejovenprometiótodoloquequisosuamante:estabaloca.

Lascosaspasaroncomolavíspera;D’Artagnanseencerróensuarmario.Milady llamó, hizo su aseo, despidió a Ketty y cerró su puerta. Como lavíspera,D’Artagnannovolvióasucasahastalacincodelamañana.

A las once, vio llegar a Ketty; llevaba en la mano un nuevo billete deMilady. Aquella vez, la pobre muchacha ni siquiera trató de disputárselo aD’Artagnan:ledejóhacer;pertenecíaencuerpoyalmaasuhermososoldado.

D’Artagnanabrióelbilleteyleyóloquesigue:

Esta es la tercera vez que os escribo para deciros que os amo. Tenedcuidadodequenoosescribaunacuartavezparadecirosqueosdetesto.

Siosarrepentísdevuestraformadecomportarosconmigo,lajovenqueosentregueestebilleteosdirádequéformaunhombregalantepuedeobtenersuperdón.

D’Artagnanenrojecióypalidecióvariasvecesalleerestebillete.

—¡Oh,seguísamándola!—dijoKetty,quenohabíaseparadouninstantelosojosdelrostrodeljoven.

—No, Ketty, te equivocas, ya no la amo; pero quiero vengarme de susdesprecios.

—Sí,conozcovuestravenganza;yamelohabéisdicho.

—¡Quéteimporta,Ketty!Sabesdesobraquesóloteamoati.

—¿Cómosepuedesabereso?

—Poreldesprecioqueharédeella.

Kettysuspiró.

D’Artagnancogióunaplumayescribió:

Señora,hastaahorahabíadudadodequefueseyoeldestinatariodeesosdosbilletesvuestros,tanindignomecreíadesemejantehonor;además,estabatanenfermoqueencualquiercasohubiesedudadoenresponder.

Pero hoy debo creer en el exceso de vuestras bondades porque no sólovuestracarta, sinovuestracriada también,measeguraque tengo ladichadeseramadoporvos.

No tiene ella necesidad de decirme de qué manera un hombre galantepuedeobtenersuperdón.Portanto,iréapediroselmíoestanochealasonce.Tardarundíaseríaahoraamisojoshacerosunanuevaofensa.

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Aquelaquienhabéishechoelmásfelizdeloshombres.

CONDEDEWARDES.

Estebilleteera,enprimerlugar,falso;ensegundolugarunaindelicadeza;incluso era, desde el punto de vista de nuestras costumbres actuales, algocomo una infamia; pero no se tenían tantos miramientos en aquella épocacomose tienenhoy.Porotro ladoD’Artagnan,porconfesiónpropia,sabíaaMilady culpable de traición a capítulosmás importantes y no tenía por ellasinounaestimamuyendeble.Ysinembargo,peseaesapocaestima,sentíaqueunapasióninsensataporaquellamujerlequemaba.Pasiónembriagadadedesprecio;peropasiónosed,comosequiera.

La intención deD’Artagnan eramuy simple; por la habitación deKettyllegabaélaladesuama;sebeneficiabadelprimermomentodesorpresa,devergüenza,deterrorparatriunfardeella;quizáfracasara,perohabíaquedejaralgo al azar.Dentrodeochodías se iniciaba la campañayhabíaquepartir;D’Artagnannoteníatiempodehilarelamorperfecto.

—Toma —dijo el joven entregando a Ketty el billete completamentecerrado—daleestacartaaMilady;eslarespuestadelseñordeWardes.

LapobreKettysepusopálidacomolamuerte,sospechabaloqueconteníaaquelbillete.

—Escucha, querida niña —le dijo D’Artagnan—, comprendes que estodebe terminar de una forma o de otra; Milady puede descubrir que le hasentregadoelprimerbilleteamicriadoen lugardeentregárseloalcriadodelconde;quesoyyoquienhaabiertolosotrosqueteníanquehabersidoabiertosporel señordeWardes;entoncesMilady teechayya laconoces,noesunamujercomoparaquedarseenesavenganza.

—¡Ay!—dijoKetty—.¿Porquiénmeheexpuestoatodoesto?

—Pormí,losabesbienhermosamía—dijoeljoven—,yporestoteestoymuyagradecido,telojuro.

—Pero¿quécontienevuestrobillete?

—Miladytelodirá.

—¡Ay,vosnomeamáis—exclamóKetty—,ysoymuydesgraciada!

Este reproche tuvo una respuesta con la que siempre se engañan lasmujeres:D’ArtagnanrespondiódeformaqueKettypermanecieseenelerrormásgrande.

Sinembargo,ellallorómuchoantesdedecidirseaentregaraquellacartaaMilady;porfinsedecidió,queestodoloqueD’Artagnanquería.

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Ademásleprometióqueaquellanochesaldríatempranodecasadesuamayquealsalirdelsalóndelamairíaasucuarto.

EstapromesaacabóporconsolaralapobreKetty.

CapítuloXXXIV

DondesetratadelequipodeAramisydePorthos

Desdequeloscuatroamigosestabanalacazacadacualdesuequipo,nohabía entre ellos reunión fija. Cenaban unos sin otros, donde cada uno seencontraba, o mejor, donde se podía. El servicio, por su lado, les llevabatambién una buena parte de su precioso tiempo, que transcurría tan deprisa.Habíanconvenidosolamenteenencontrarseunavezporsemana,hacialaunaen el alojamiento de Athos, dado que este último, según el juramento quehabíahecho,nopasabadelumbraldesupuerta.

ElmismodíaenqueKettyhabíaidoabuscaraD’Artagnanasucasaeradíadereunión.

ApenashubosalidoKetty,D’ArtagnansedirigióhacialacalleFérou.

Encontró a Athos y Aramis que filosofaban. Aramis tenía ciertasveleidades de volver a ponerse la sotana. Athos, según su costumbre, ni lodisuadíaniloalentaba.Athoseradelaopinióndedejaracadacualasulibrealbedrío.Nuncadaba consejos ano ser que se los pidieran.E inclusohabíaquepedírselosdosveces.

—Engeneral,nosepidenconsejos—decía—másqueparanoseguirlos;o,sisesiguen,esparateneraalguienaquiensepuedereprocharelhaberlosdado.

Porthos llegó un momento después de D’Artagnan. Los cuatro amigosestaban,pues,reunidos.

Loscuatrorostrosexpresabancuatrosentimientosdistintos:eldePorthostranquilidad; el de D’Artagnan, esperanza; el de Aramis, inquietud; el deAthos,despreocupación.

Al cabo de un instante de conversación en la cual Porthos dejó entreverqueunapersonasituadamuyarribahabíatenidoabienencargarsedesacarledelapuro,entróMosquetón.

Veníaa rogar aPorthosquepasasea sualojamiento,donde supresenciaeraurgente,segúndecíaconairemuylastimoso.

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—¿Esmiequipo?—preguntóPorthos.

—Síyno—respondióMosquetón.

—Pero¿quéesloquequieresdecir?…

—Venid,señor.

Porthosselevantó,saludóasusamigosysiguióaMosquetón.

Uninstantedespués,Bazinaparecióenelumbraldelapuerta.

—¿Paraquémequeréis,amigomío?—dijoAramisconaquelladulzuradelenguajeque seobservaba en él cadavezque sus ideas lo llevabanhacia laiglesia.

—Unhombreesperaalseñorencasa—respondióBazin.

—¡Unhombre!¿Quéhombre?

—Unmendigo.

—Dadlelimosna,Bazin,ydecidlequeruegueporunpobrepecador.

—Ese mendigo quiere forzosamente hablaros, y pretende que estaréisencantadodeverlo.

—¿Nohadichonadadeparticularparamí?

—Sí. Si el señor Aramis, ha dicho, duda en venir a buscarme, leanunciaréisquellegodeTours.

—¿DeTours?—exclamóAramis—.Señores,milperdones,perosindudaestehombremetraenoticiasqueesperaba.

Ylevantándosealpuntosealejórápidamente.

QuedaronAthosyD’Artagnan.

—Creo que esos muchachos han encontrado su solución. ¿Qué pensáis,D’Artagnan?—dijoAthos.

—SéquePorthosllevacaminodeconseguirlo—dijoD’Artagnan—;yencuantoaAramis,adecirverdad,nuncamehapreocupadomucho;perovos,miqueridoAthos, vosque tangenerosamente habéis distribuido las pistolasdelinglésqueeranvuestralegítima,¿quévaisahacer?

—Estoymuycontentodehabermatadoaesemaldito,querido,dadoqueespan benditomatar un inglés, pero sime hubiera embolsado sus pistolasmepesaríancomounremordimiento.

—¡Vamos,miqueridoAthos!Realmentetenéisideasinconcebibles.

—¡Dejémoslo,dejémoslo!El señordeTréville, quemehizoelhonorde

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visitarme ayer, me dijo que frecuentáis a esos ingleses sospechosos queprotegeelcardenal.

—Esoquieredecirquevisitounainglesadelaqueyaoshehablado.

—Ah, sí, la mujer rubia respecto a la cual os he dado consejos quenaturalmenteoshabéiscuidadomuchodeseguir.

—Oshedadomisrazones.

—Sí,veisahívuestroequipo,segúncreoporloquemehabéisdicho.

—¡Nadadeeso!HeconseguidolacertezadequeesamujertienealgoqueverconelraptodelaseñoraBonacieux.

—Sí,comprendo;paraencontraraunamujer,hacéislacorteaotra:eselcaminomáslargo,peroelmásdivertido.

D’Artagnanestuvoapuntodecontárselo todoaAthos;perounpunto lodetuvo:Athoseraungentilhombreseverosobreelpundonor,yentodoaquelpequeño plan que nuestro enamorado había fijado respecto aMilady habíaciertas cosas que de antemano, estaba seguro de ello, no obtendrían elasentimientodelpuritano;prefirió,pues,guardarsilencio,ycomoAthoseraelhombre menos curioso de la tierra, las confidencias de D’Artagnan sequedaronahí.

Dejaremos,pues,alosdosamigos,quenoteníannadamuyimportantequedecirse,paraseguiraAramis.

A la nueva de que el hombre que quería hablarle llegaba de Tours, yahemos visto con qué rapidez el joven había seguido, omejor, adelantado aBazin;nodio,pues,másqueunsaltodelacalleFéroualacalledeVaugirard.

Alentrarensucasa,encontróefectivamenteaunhombredeestaturabajayojosinteligentes,perocubiertodeharapos.

—¿Soisvosquienpreguntáispormí?—dijoelmosquetero.

—YopreguntoporelseñorAramis;¿soisvosquienosllamáisasí?

—Yomismo;¿tenéisalgoqueentregarme?

—Sí,simemostráisciertopañuelobordado.

—Heloaquí—dijoAramissacandouna llavedesupechoyabriendouncofrecitodemaderadeébanoincrustadodenácar—,heloaquí,mirad.

—Estábien—dijoelmendigo—,despedidavuestrolacayo.

En efecto, Bazin, curioso por saber lo que el mendigo quería de sumaestro, había acompasado el paso al suyo, y había llegado casi al mismotiempoqueél;peroestaceleridadnolesirviódegrancosa;alainvitacióndel

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mendigo, su amo le hizo seña de retirarse, y no tuvo más remedio queobedecer.

UnavezqueBazinsalió,elmendigolanzóunamiradarápidaentornoaél,a fin de asegurarse de que nadie podía verlo ni oírlo, y abriendo su vestidoharapientomalapretadoporuncinturóndecuero,sepusoadescoserlapartealtadesujubón,dedondesacóunacarta.

Aramislanzóungritodealegríaalavistadelsello,besólaescritura,yconunrespetocasireligiosoabriólaepístola,queconteníaloquesigue:

Amigo,lasuertequierequesigamosseparadosporalgúntiempoaún;maslos hermosos días de la juventud no se han perdido sin retorno. Cumplidvuestro deber en el campamento; yo cumplo elmío en otra parte; haced lacampañacomogentilhombrevaliente,ypensadenmí,quebeso tiernamentevuestrosojosnegros.

¡Adiós,omejor,hastaluego!

El mendigo seguía descosiendo; de sus sucios vestidos sacó una a unacientocincuentapistolasdoblesdeEspaña,quealineó sobre lamesa; luego,abrió la puerta, saludó y partió antes de que el joven, estupefacto, hubieraosadodirigirlelapalabra.

Aramisreleyóentonceslacarta,ysediocuentadequeaquellacartateníaunpost-scriptum.

P.S.Podéisacogeralportador,queescondeygrandedeEspaña.

—¡Sueños dorados!—exclamóAramis—. ¡Oh hermosa vida! Sí, somosjóvenes. Sí, aún tendremos días felices. ¡Oh, para ti, para ti, amormío,misangre,mivida,todo,todo,mibelladueña!

Ybesabalacartaconpasiónsinmirarsiquieraeloroquecentelleabasobrelamesa.

Bazin llamó suavemente a la puerta; Aramis no tenía ya motivo paramantenerloadistancia;lepermitióentrar.

Bazin quedó estupefacto a la vista de aquel oro y olvidó que venía aanunciaraD’Artagnan,que,curiosoporsaberquiéneraelmendigo,veníaacasadeAramisalsalirdeladeAthos.

Pero comoD’Artagnanno sepreocupabamuchoconAramis, al ver queBazinolvidabaanunciarlo,seanuncióélmismo.

—¡Diablo, mi querido Aramis! —dijo D’Artagnan—. Si esto son lasciruelasqueosenvíandeTours,presentaréismisrespetosaljardineroquelascosecha.

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—Osequivocáis,querido—dijoAramissiemprediscreto—,esmilibrero,queacabadeenviarmeelpreciodeaquelpoemaenversosdeunasílabaquecomencéallá.

—¡Ah,claro!—dijoD’Artagnan—.Puesbien,vuestrolibreroesgeneroso,miqueridoAramis,estodocuantopuedodeciros.

—¡Cómo,señor!—exclamóBazin—.¿Tancarosevendeunpoema?¡Esincreíble!Oh,señor,hacedcuantosqueráis,podéisconvertirosenelémulodelseñordeVoitureydelseñordeBenserade.Tambiénamímegustaesto.Unpoetaescasiunabate.¡Ah,señorAramis,meteos,pues,apoeta,oslosuplico!

—Bazin,amigomío—dijoAramis—,creoqueosestáismezclandoenlaconversación.

Bazincomprendióquesehabíaequivocado;bajólacabezaysalió.

—¡Vaya! —dijo D’Artagnan con una sonrisa—. Vendéis vuestrasproducciones a peso de oro, sois muy afortunado, amigo mío; pero tenedcuidado, vais a perder esa carta que sale de vuestra casaca, y que sin dudatambiénesdevuestrolibrero.

Aramissepusorojohastaelblancodelosojos,volvióametersucartayaabotonarsujubón.

—Mi querido D’Artagnan—dijo—, vayamos si os parece en busca denuestrosamigos;ypuestoquesoy rico,hoyvolveremosacomer juntosa laesperadequevosseáisricoenotraocasión.

—¡Afequeconmuchogusto!—dijoD’Artagnan—.Hacetiempoquenohemoshechounacomidadecente;ycomopormicuentaestanochetengoquehacerunaexpediciónalgoarriesgada,nomemolestará,loconfieso,quesemesubalacabezaconalgunasbotellasdeviejoborgoña.

—¡Vaya por el viejo borgoña! Tampoco yo lo detesto—dijo Aramis, aquienlavistadelorohabíaquitadocomoconlamanosusideasderetiro.

Y tras poner tres o cuatro pistolas en su bolso para responder a lasnecesidadesdelmomento,guardólasotrasenelcofredeébanoincrustadodenácardondeyaestabaelfamosopañueloquelehabíaservidodetalismán.

Los dos amigos se dirigieron primero a casa de Athos que, fiel aljuramentoquehabíahechodenosalir, seencargódehacerse traer lacenaacasa; como entendía a las mil maravillas los detalles gastronómicos,D’ArtagnanyAramisnopusieronningunadificultadendejarleeseimportantecuidado.

SedirigíanacasadePorthoscuandoen laesquinade lacalleduBacseencontraronconMosquetón,queconairelastimeroechabapordelantedeéla

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unmuloyauncaballo.

D’Artagnanlanzóungritodesorpresa,quenoestabaexentodemezcladealegría.

—¡Ah,micaballoamarillo!—exclamó—.Aramis,¡miradesecaballo!

—¡Oh,horrorosorocín!—dijoAramis.

—Puesbien,querido—prosiguióD’Artagnan—,eselcaballosobreelquevineaParís.

—¿Cómo?¿Elseñorconoceestecaballo?—dijoMosquetón.

—Esdeuncolororiginal—dijoAramis—;eselúnicoquehevistoenmividaconesepelo.

—Esocreotambién—prosiguióD’Artagnan—;yolovendíporesoentresescudos, y debió ser por el pelo, porque el esqueleto no vale desde luegodieciocho libras. Pero ¿cómo se encuentra entre tus manos este caballo,Mosquetón?

—¡Ah—dijoelcriado—nomehabléisdeello,señor,esunamalapasadadelmaridodenuestraduquesa!

—¿Cómohasidoeso,Mosquetón?

—Sí,somosvistosconbuenosojosporunamujerdecalidad, laduquesade…, pero perdón, mi amo me ha recomendado ser discreto. Nos habíaforzadoaaceptarunpequeñorecuerdo,unmagníficocaballoberberiscoyunmulo andaluz, que eran maravillosos de ver; el marido se ha enterado delasunto,haconfiscadoalpasarlasdosmagníficasbestiasquenosenviaban,¡ylashasustituidoporestoshorriblesanimales!

—Quetúdevuelves—dijoD’Artagnan.

—Exacto —contestó Mosquetón—; comprenderéis que no podemosaceptarsemejantesmonturasacambiodelasquenoshanprometido.

—No,pardiez,aunquemehubieragustadoveraPorthossobremiBotóndeOro;esomehabríadadounaideadeloqueerayomismocuandolleguéaParís.Peronoteentretenemos,Mosquetón,veteahacerelrecadodetuamo,vete.¿Estáélencasa?

—Sí,señor—dijoMosquetón—,peromuydesapacible,id.

YcontinuósucaminohaciaelpaseodesGrands-Augustins,mientras losdosamigos ibana llamara lapuertadel infortunadoPorthos.Éste leshabíavisto atravesar el patio y se había abstenido de abrir. Llamaron, pues,inútilmente.

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Mientras tanto,Mosquetón continuaba su camino y al atravesar el Pont-Neuf, siemprearreandodelantedeél susdosmatalones, llegóa lacalleauxOurs. Llegado allí, ató, según las órdenes de su amo, caballo y mulo a laaldabadelapuertadelprocurador;luego,sininquietarseporsusuertefutura,volvióenbuscadePorthosyleanuncióquesurecadoestabahecho.

Al cabo de cierto tiempo, las dos desgraciadas bestias, que no habíancomidodesdelamañana,hicierontalruidoalzandoydejandocaerlaaldabade la puerta que el procurador ordenó a su recadero ir a informarse en elvecindarioaquiénpertenecíanelcaballoyelmulo.

La señoraCoquenard reconoció su regalo, y no comprendió al principionada de aquella devolución; pero pronto la visita de Porthos la iluminó. Lafuria que brillaba en los ojos del mosquetero, pese a la coacción que seimponíaespantóalasensibleamante.Enefecto,MosquetónnohabíaocultadoasuamoquehabíaencontradoaD’ArtagnanyaAramis,yqueD’Artagnanhabía reconocido en el caballo amarillo la jaca bearnesa sobre la que habíavenidoaParísyquehabíavendidoportresescudos.

Porthos salió tras haber dado cita a la procuradora en el claustro Saint-Maglorie. La procuradora, al ver que Porthos se iba, lo invitó a cenar,invitaciónqueelmosqueterorehusóconairellenodemajestad.

LaseñoraCoquenardsedirigiótodatemblorosaalclaustroSaint-Maglorie,porqueadivinabalosreprochesqueallíleesperaban;peroestabafascinadaporlasgrandesmanerasdePorthos.

Todas las imprecaciones y reproches que un hombre herido en su amorpropiopuededejar caer sobre la cabezadeunamujer,Porthos las dejó caersobrelacabezainclinadadelaprocuradora.

—¡Ay!—dijo—.Lo he hecho lomejor que he podido.Uno de nuestrosclientes es mercader de caballos, debía dinero al bufete, y se mostrabarecalcitrante. He cogido estemulo y este caballo por lo que nos debía; mehabíaprometidodosmonturasregias.

—¡Puesbien, señora—dijoPorthos—,siosdebíamásdecincoescudosvuestrochalánesunladrón!

—Noestáprohibidobuscarlobarato,señorPorthos—dijolaprocuradoratratandodeexcusarse.

—No, señora, pero quienes buscan lo barato deben permitir a los otrosbuscarseamigosmásgenerosos.

YPorthos,girandosobresustalones,diounpasopararetirarse.

—¡Señor Porthos, señor Porthos! —exclamó la procuradora—. Me heequivocado,loreconozco,ynohabríadebidoregateartratándosedeequipara

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uncaballerocomovos.

Porthos,sinresponder,diounsegundopasoderetirada.

La procuradora creyó verlo en una nube centelleante todo rodeado deduquesasymarquesasquelelanzabanbolsasdeoroalospies.

—¡Deteneos,ennombredelcielo!SeñorPorthos—exclamó—,deteneosyhablemos.

—Hablarconvosmetraemalasuerte—dijoPorthos.

—Perodecidme,¿quépedís?

—Nada,porqueestoequivalealomismoquesiospidiesealgo.

LaprocuradorasecolgódelbrazodePorthos,yenelimpulsodesudolor,exclamó:

—SeñorPorthos,yoignorotodoesto,¿séacasoloqueesuncaballo?¿Séloquesonlosarneses?

—Teníais que haber confiado en mí, que sí lo sé, señora; pero habéisqueridoeconomizary,enconsecuencia,prestarausura.

—Esunerror,señorPorthos,ylorepararébajopalabradehonor.

—¿Ycómo?—preguntóelmosquetero.

—Escuchad.EstanocheelseñorCoquenardvaacasadelseñorduquedeChaulnes,que loha llamado.Esparaunaconsultaquedurarádoshorasporlosmenos;venid,estaremossolosyharemosnuestrascuentas.

—¡Enbuenahora!Esoesloquesedicehablar,queridamía.

—¿Meperdonáis?

—Veremos—dijomajestuosamentePorthos.

Yambossesepararondiciéndose:Hastaestanoche.

«¡Diablos! —pensó Porthos al alejarse—. Me parece que me estoyacercandoporfinalbaúldemaeseCoquenard».

CapítuloXXXV

Denochetodoslosgatossonpardos

Aquellanoche, tan impacientementeesperadaporPorthosyD’Artagnan,llegóporfin.

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D’Artagnan, comode costumbre, se presentó hacia las nueve en casa deMilady.Laencontródeunhumorencantador;jamáslohabíarecibidotanbien.Nuestrogascónvioalaprimeraojeadaquesubilletehabíasidoentregado,yesebilleteproducíasuefecto.

Kettyentróparatraersorbetes.Suamantelepusounacaraencantadora,lesonrióconunasonrisamásgraciosa,mas,¡ay!,lapobrechicaestabatantristequenosediocuentasiquieradelabenevolenciadeMilady.

D’Artagnan miraba juntas a aquellas dos mujeres y se veía forzado aconfesarquelanaturalezasehabíaequivocadoalformarlas;alagrandamalehabía dado un alma venal y vil, a la doncella le había dado un corazón deduquesa.

AlasdiezMiladycomenzóaparecerinquieta.D’Artagnancomprendióloqueaquelloqueríadecir;mirabaelpéndulo,se levantaba,sevolvíaasentar,sonreíaaD’Artagnanconunairequequeríadecir:Soismuyamablesinduda,peroseríaisencantadorsiosfueseis.

D’Artagnan se levantó y cogió su sombrero; Milady le dio su mano abesar; el joven sintió que se la estrechaba y comprendió que era por unsentimientonodecoquetería,sinodegratitudporsumarcha.

—Loamaendiabladamente—murmuró.Luegosalió.

AquellavezKettynoloesperaba,nienlaantecámara,nienelcorredor,nien la puerta principal. Fue preciso que D’Artagnan encontrase él solo laescalerayelcuarto.

Kettyestabasentadaconlacabezaocultaentresusmanosylloraba.

Oyóentrar aD’Artagnanperono levantó la cabeza; el joven fue juntoaellaylecogiólasmanos;entoncesellaestallóensollozos.

ComoD’Artagnan había presumido,Milady, al recibir la carta, le habíadichotodoasucriadaeneldeliriodesualegría;luego,comorecompensaporlaformadehaberhechoelencargoestavez,lehabíadadounabolsa.Ketty,alvolver a su cuarto, había tirado la bolsa en un rincón donde había quedadocompletamenteabierta,vomitandotresocuatropiezasdeorosobreeltapiz.

A la voz deD’Artagnan la pobremuchacha alzó la cabeza. D’Artagnanmismoquedóasustadoporeltrastornodesurostro.Juntólasmanosconairesuplicante,perosinatreverseadecirunapalabra.

Por poco sensible que fuera el corazón de D’Artagnan, se sintióenternecido por aquel dolor mudo; pero le importaban demasiado susproyectos,ysobretodoaquél,paracambiaralgoenelprogramaquesehabíatrazadodeantemano.Nodejó,pues,aKettyningunaesperanzadeablandarlo,sóloquepresentósuaccióncomosimplevenganza.

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PorlodemásestavenganzasehacíatantomásfácilcuantoqueMilady,sinduda para ocultar su rubor a su amante, había recomendado aKetty apagartodaslaslucesdelpiso,einclusodesuhabitación.AntesdelalbaelseñordeWardesdeberíasalir,siempreenlaoscuridad.

Al cabo de un instante se oyó a Milady que entraba en su habitación.D’Artagnanseabalanzóalpuntoasuarmario.Apenassehabíaacurrucadoenélcuandosedejóoírlacampanilla.

Milady parecía ebria de alegría, se hacía repetir por Ketty los menoresdetallesdelapretendidaentrevistadeladoncellacondeWarder,cómohabíarecibidoélsucarta,cómohabíarespondido,cuáleralaexpresióndesurostro,siparecíamuyenamorado;yatodasestaspreguntaslapobreKetty,obligadaaponer buena cara, respondía con una voz ahogada cuyo acento doloroso suamanisiquieranotaba,¡asídeegoístaeslafelicidad!

Por fin, como la hora de su entrevista con el conde se acercaba,Miladyhizo apagar todo en su cuarto, y ordenó a Ketty volver a su habitación eintroduciradeWardestanprontocomosepresentara.

La espera de Ketty no fue larga. Apenas D’Artagnan hubo visto por elagujerodelacerraduradesuarmarioquetodoelpisoestabaenlaoscuridadcuandoselanzódesuesconditeenelmomentomismoenqueKettycerrabalapuertadecomunicación.

—¿Quéeseseruido?—preguntóMilady.

—Soyyo—dijoD’Artagnanamediavoz—,yo,elcondedeWardes.

—¡Oh,Diosmío,Diosmío!—murmuróKetty—.No ha podido esperarsiquieralahoraqueélmismohabíafijado.

—¡Ybien!—dijoMiladyconunavoz temblorosa—.¿Porquénoentra?Conde,conde—añadió—,¡sabéisdesobraqueosespero!

Aestallamada,D’ArtagnanalejósuavementeaKettyyseprecipitóenlahabitacióndeMilady.

Silarabiayeldolordebentorturarsualma,ésaesladelamantequerecibebajo un nombre que no es el suyo protestas de amor que se dirigen a suafortunadorival.

D’Artagnan estaba en una situación dolorosa que no había previsto, loscelos lemordíanelcorazón,y sufríacasi tantocomo lapobreKetty,queenaquelmismomomentollorabaenlahabitaciónvecina.

—Sí,conde—decíaMiladyconsuvozmásdulce,apretandotiernamentesumano entre las suyas—; sí, soy feliz por el amor que vuestrasmiradas yvuestras palabras me han declarado cada vez que nos hemos encontrado.

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Tambiényoosamo.¡Oh,mañana,mañana,quieroalgunaprendadevosquedemuestrequepensáisenmí,y,comopodríaisolvidarme,tomad!

YellapasóunanillodesudedoaldeD’Artagnan.

D’Artagnanseacordódehabervistoaquelanilloen lamanodeMilady:eraunmagníficozafirorodeadodebrillantes.

El primer movimiento de D’Artagnan fue devolvérselo, pero Miladyañadió:

—No, no, guardad este anillo por amor a mí. Además, aceptándolo—añadióconvozconmovida—mehacéisunserviciomayordeloquepodríaisimaginar.

«Esta mujer está llena de misterios» —murmuró para sus adentrosD’Artagnan.

Enaquelmomentosesintiódispuestoarevelarlotodo.AbriólabocaparadeciraMiladyquiénera,yconquéobjetivodevenganzahabíavenido,peroellaañadió:

—¡Pobre ángel, a quien ese monstruo de gascón ha estado a punto dematar!

Elmonstruoeraél.

—¡Oh! —continuó Milady—. ¿Os hacen sufrir mucho todavía vuestrasheridas?

—Sí,mucho—dijoD’Artagnan,quenosabíamuybienquéresponder.

—Tranquilizaos—murmuróMilady,yoosvengaré,ycruelmente.

«¡Maldita sea!—se dijoD’Artagnan—.Elmomento de las confidenciastodavíanohallegado».

NecesitóD’Artagnan algún tiempo todavía para reponerse de este brevediálogo; pero todas las ideas de venganza que había traído se habíandesvanecidoporcompleto.Aquellamujerejercíasobreélunincreíblepoder,laodiabaylaadorabaalavez;jamáshabíacreídoqueestosdossentimientostancontrariospudieranhabitar enelmismocorazónyal reunirse formarunamorextrañoyenciertaformadiabólico.

Sinembargo,acababadesonarlauna;huboquesepararse;D’Artagnan,enelmomentodedejaraMilady,nosintiómásqueunvivopesarporalejarse,yenel adiós apasionadoqueambos sedirigieron recíprocamente, convinieronunanuevaentrevistaparalasemanasiguiente.LapobreKettyesperabapoderdirigiralgunaspalabrasaD’Artagnancuandopasarapor suhabitación,peroMiladyloguioellamismaenlaoscuridadysólolodejóenlaescalinata.

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Aldíasiguienteporlamañana,D’ArtagnancorrióacasadeAthos.Estabaempeñadoenunaaventura tansingularquequeríapedirleconsejo.Lecontótodo.Athosfruncióvariasveceselceño.

—VuestraMilady—ledijo—mepareceunacriaturainfame,peronoporellohabéisdejadodeequivocarosalengañarla;deunaformaodeotra,tenéisunterribleenemigoencima.

Yalhablarle,Athosmirabaconatenciónel zafiro rodeadodediamantesquehabíaocupadoeneldedodeD’Artagnanel lugardelanillode la reina,cuidadosamentepuestoenunescriño.

—¿Veisesteanillo?—dijoelgascóngloriosoporexponeralasmiradasdesusamigosunpresentetanrico.

—Sí—dijoAthos—,merecuerdaunajoyadefamilia.

—Eshermoso,¿noescierto?—dijoD’Artagnan.

—¡Magnífico!—respondióAthos—.No creía que existieran dos zafirosdeunasaguastanbellas.¿Lohabéiscambiadoporvuestrodiamante?

—No—dijoD’Artagnan—:esunregalodemihermosainglesa,omejor,de mi hermosa francesa, porque, aunque no se lo he preguntado, estoyconvencidodequehanacidoenFrancia.

—¿Este anillo os viene deMilady?—exclamóAthos con una voz en laqueerafácildistinguirunagranemoción.

—Deellamisma;melohadadoestanoche.

—Enseñadmeeseanillo—dijoAthos.

—Aquíestá—respondióD’Artagnansacándolodesudedo.

Athos lo examinó y palideció, luego probó en el anular de su manoizquierda; le ibaaaqueldedocomosiestuvierahechoparaél.Unanubedecólera y de venganza pasó por la frente ordinariamente tranquila delgentilhombre.

—Esimposiblequeseaelmismo—dijo—.¿CómoibaaencontrarseesteanilloenlasmanosdeMiladyClarick?Ysinembargo,esmuydifícilquehayaentredosjoyasunparecidosemejante.

—¿Conocéisesteanillo?—preguntóD’Artagnan.

—Habíacreídoreconocerlo—dijoAthos—,perosindudameequivocaba.

YlodevolvióaD’Artagnansincesar,sinembargo,demirarlo.

—Mirad—dijoalcabodeuninstante—,D’Artagnan,quitaoseseanillodevuestro dedoo volved el engaste para dentro;me trae tan crueles recuerdos

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quenoestaríatranquiloparahablarconvos.¿Novenísapedirmeconsejos,nome decíais que estabais en apuros sobre lo que debíais hacer?…Esperad…Dejadme ese zafiro: ese al que yo me refiero debe tener una de sus carasrozadaaconsecuenciadeunaccidente.

D’ArtagnansacódenuevoelanillodesudedoyseloentregóaAthos.

Athosseestremeció.

—Mirad—dijo—,ved,¿noesextraño?

YmostrabaaD’Artagnanaquelrasguñoquerecordabadebíaexistir.

—Pero¿dequiénosveníaestezafiro,Athos?

—Demimadre,que lo teníadesumadre.Comoosdigo,esunaantiguajoya…quejamásdebiósalirdelafamilia,.

—Yvos,¿lo…vendisteis?—preguntódudandoD’Artagnan.

—No —contestó Athos con una sonrisa singular—; lo di durante unanochedeamor,comooslohandadoavos.

D’Artagnanpermaneciópensativo a suvez; le parecía ver en el almadeMiladyabismoscuyasprofundidadeseransombríasydesconocidas.

Metióelanillonoensudedosinoensubolsillo.

—Oíd—le dijo Athos cogiéndole lamano—, ya sabéis cuánto os amo,D’Artagnan; si tuviera un hijo no lo querría tanto como a vos. Pues bien,creedme,renunciadaesamujer.Nolaconozco,perounaespeciedeintuiciónmedicequeesunacriaturaperdida,yquehayalgodefatalenella.

—Ytenéisrazón—dijoD’Artagnan—.Tambiényomeapartodeella;osconfiesoqueesamujermeasustaamíincluso.

—¿Tendréisesevalor?—dijoAthos.

—Lotendré—respondióD’Artagnan—,ydesdeahoramismo.

—Pues bien, de verdad, hijo mío, tenéis razón —dijo el gentilhombreapretandolamanodelgascónconuncariñocasipaterno—;ojaláquieraDiosque esa mujer, que apenas ha entrado en vuestra vida, no deje en ella unahuellafunesta.

Y Athos saludó a D’Artagnan con la cabeza, como hombre que quierehacercomprenderquenolemolestaquedarseasolasconsuspensamientos.

Alvolverasucasa,D’ArtagnanencontróaKettyqueloesperaba.Unmesde fiebre no habría cambiado a la pobre niña más de lo que lo estaba poraquellanochedeinsomnioydedolor.

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Eraenviadaporsuamaal falsodeWardes.Suamaestaba locadeamor,ebriadealegría;queríasabercuándoledaríaelcondeunasegundaentrevista.

Y la pobre Ketty, pálida y temblorosa, esperaba la respuesta deD’Artagnan.

Athosteníaungraninflujosobreeljoven;losconsejosdesuamigounidosa los gritos de su propio corazón le habían decidido, ahora que su orgulloestabaasalvoysuvenganzasatisfecha,anovolveraveraMilady.Portodarespuestatomóunaplumayescribiólacartasiguiente:

Nocontéisconmigo,señora,paralapróximacita;desdemiconvalecenciatengotantasocupacionesdeesegéneroquehetenidoqueponerciertoorden.Cuandolleguevuestravez,tendréelhonordeparticipároslo.

Osbesolasmanos.

CONDEDEWARDES.

Del zafiro ni una palabra: ¿quería el gascón guardar un arma contraMilady? O bien, seamos francos, ¿no conservaba aquel zafiro como últimorecursoparaelequipo?

Nosequivocaríamosporlodemássijuzgáramoslasaccionesdeunaépocadesde el punto de vista de otra época. Lo que hoy sería mirado como unavergüenza por un hombre galante era en ese tiempo algo sencillo ycompletamente natural, y los segundones de las mejores familias se hacíanmantenerporreglageneralporsusamantes.

D’Artagnan pasó su carta abierta a Ketty, que la leyó primero sincomprenderla y que estuvo a punto de enloquecer de alegría al releerla porsegundavez.

Ketty no podía creer en tal felicidad. D’Artagnan se vio obligado arenovarle de viva voz las seguridades que la carta le daba por escrito; ycualquiera que fuese, dado el carácter arrebatado deMilady, el peligro quecorríalapobreniñaalentregaraquelbilleteasuama,nodejódevolveralaPlaceRoyaleatodavelocidaddesuspiernas.

Elcorazóndelamejormujeresdespiadadoparalosdoloresdeunarival.

Miladyabrió la carta conunaprisa igual a la queKettyhabíapuesto entraerla; pero a la primera palabra que leyó, se puso lívida; luego arrugó elpapel;luegosevolvióconuncentelleoenlosojoshaciaKetty.

—¿Quésignificaestacarta?—dijo.

—Eslarespuestaaladelaseñora—respondióKettytodatemblorosa.

—¡Imposible!—exclamóMilady—.Imposiblequeungentilhombrehaya

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escritoaunamujersemejantecarta.

Luego,depronto,temblando:

—¡Diosmío!—dijoella—.Sabrá…—ysedetuvo.

Sus dientes rechinaban, estaba color ceniza; quiso dar un paso hacia laventanapara irenbuscadeaire,peronopudomásquetender losbrazos, lefallaronlaspiernasycayósobreunsillón.

Kettycreyóquesemareabayseprecipitóparaabrirsucorsé.PeroMiladyselevantóconpresteza.

—¿Quéqueréis?—dijo—.¿Yporquémeponéislasmanosencima?

—Hepensadoquelaseñorasemareabayhequeridoayudarla—respondióla sirvienta, completamente asustada por la expresión terrible que habíatomadoelrostrodesuama.

—¿Marearmeyo?¿Yo?¿Yo?¿Metomáisporunamujerzuela?Cuandosemeinsultanomemareo,mevengo,¿entendéis?

YconlamanohizoaKettyseñaldequesaliese.

CapítuloXXXVI

Sueñodevenganza

Por la noche, Milady ordenó introducir al señor D’Artagnan tan prontocomoviniese,segúnsucostumbre.Peronovino.

AldíasiguienteKettyvinoaverdenuevoaljovenylecontótodoloquehabíapasado lavíspera;D’Artagnansonrió;aquellacelosacóleradeMiladyerasuvenganza.

Porlanoche,Miladyestuvomásimpacienteaúnquelavísperarenovólaordenrelativaalgascón,mas,comolavíspera,loesperóenvano.

AldíasiguienteKettysepresentóencasadeD’Artagnan,noalegreyvivacomolosdosdíasanteriores,sinoporelcontrariotristehastamorir.

D’Artagnanpreguntóalapobreniñaloquetenía;masportodarespuestaellasacóunacartadesubolsoyselaentregó.

Aquella carta era de la escritura de Milady, sólo que esta vez estabadirigidaaD’ArtagnanynoalseñordeWardes.

Laabrióyleyóloquesigue:

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QueridoseñorD’Artagnan,estámaldescuidarasíasusamigos,sobretodoenelmomentoenqueselosvaadejarportantotiempo.Micuñadoyyooshemosesperadoayeryanteayerinútilmente.¿Pasarálomismoestatarde?

Vuestramuyagradecida,

LADYCLARICK.

—Esmuysencillo—dijoD’Artagnan—,yesperabaestacarta.MicréditoestáenalzaporlabajadelcondedeWardes.

—¿Esqueiréis?—preguntóKetty.

—Escucha,queridaniña—dijoelgascón,que tratabadeexcusarseasuspropiosojosdefaltaralapromesaquelehabíahechoaAthos—,comprendequeseríadescortésnoresponderaunainvitacióntanpositiva.Milady,alverquenovolvía,nocomprenderíanadadelainterrupcióndemisvisitas,podríasospechar algo, y ¿quién puede decir hasta dónde iría la venganza de unamujerdeesetemple?

—¡Dios mío! —dijo Ketty—. Sabéis presentar las cosas de forma quesiempretenéisrazón.Perovaisaseguirhaciéndolelatorta,ysiestavezvaisaagradarle bajo vuestro verdadero nombre y vuestro verdadero rostro, serámuchopeorquelaprimeravez.

Elinstintohacíaadivinaralapobreniñaunapartedeloqueibaapasar.

D’Artagnan la tranquilizó lo mejor que pudo y le prometió permanecerinsensiblealassedicionesdeMilady.

Lehizoresponderqueeraimposibleestarmásagradecidoasusbondadesyqueseponíaasusórdenes;peronoseatrevióaescribirlepormiedoanopoderdisimularsuficientementesuescrituraaunosojostanejercitadoscomolosdeMilady.

Al sonar las nueve,D’Artagnan estaba en la PlaceRoyale. Era evidentequeloscriadosqueesperabanenlaantecámaraestabanavisados,porquetanprontocomoD’Artagnanapareció,antesinclusodequehubierapreguntadosiMiladyestabavisible,unodeelloscorrióaanunciarlo.

—Hacedle entrar —dijo Milady con voz seca, pero tan penetrante queD’Artagnanlaoyódesdelaantecámara.

Fueintroducido.

—Noestoyparanadie—dijoMilady—.¿Entendéis?Paranadie.

Ellacayosalió.

D’ArtagnanlanzóunamiradacuriosasobreMilady;estabapálidayteníalos ojos fatigados, bien por las lágrimas, bien por el insomnio. Se había

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disminuido adrede el número habitual de luces, y sin embargo, la joven nopodíallegaraocultarlasmarcasdelafiebrequelahabíadevoradodesdehacíadosdías.

D’Artagnan se acercó a ella con su galantería de costumbre; ella hizoentonces un esfuerzo supremo para recibirlo, pero jamás fisonomía másturbadadesmintiósonrisamásamable.

AlaspreguntasqueD’Artagnanlehizosobresusalud:

—Mala—respondióella—muymala.

—Pero entonces —dijo D’Artagnan—, soy indiscreto, tenéis sin dudanecesidaddereposoyvoyaretirarme.

—No—dijoMilady—; al contrario, quedaos, señor D’Artagnan vuestraamablecompañíamedistraerá.

«¡Oh, oh! —pensó D’Artagnan—. Nunca ha estado tan encantadora,desconfiemos».

Milady adoptó el aire más afectuoso que pudo adoptar, y dio toda labrillantez posible a su conversación.Almismo tiempo aquella fiebre que lahabíaabandonadohacíauninstantevolvíaadarbrilloasusojos,colorasusmejillas,carmínasuslabios.D’ArtagnanvolvióaencontraralaCircequeyalehabíaenvueltoensusencantos.Suamor,queélcreíaapagadoyquesóloestabaadormecido, sedespertóen sucorazón.MiladysonreíayD’Artagnansentíaquesecondenaríaporaquellasonrisa.

Hubounmomentoenquesintióalgocomounremordimientopor loquehabíahechocontraella.

PocoapocoMiladysevolviómáscomunicativa.PreguntóaD’Artagnansiteníaunamante.

—¡Ay!—dijoD’Artagnan con el airemás sentimental quepudo adoptar—.¿Soistancruelparahacermeunapreguntasemejanteamí,quedesdequeoshevistonorespironisuspiromásqueporvosyparavos?

Miladysonrióconunasonrisaextraña.

—¿Oseaquemeamáis?—dijoella.

—¿Necesitodecíroslo?¿Nooshabéisdadocuenta?

—Claro,peroyalosabéis,cuantomásorgullosossonloscorazones,másdifícilessondecoger.

—¡Oh, las dificultades no me asustan! —dijo D’Artagnan—. Sólo lascosasimposiblesmeespantan.

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—Nadaesimposible—dijoMilady—paraunamorverdadero.

—¿Nada,señora?

—Nada—contestóMilady.

«¡Diablo! —prosiguió D’Artagnan para sus adentros—. La nota hacambiado.¿Sehabráenamoradolacaprichosademíporcasualidad,yestaríadispuesta adarmeamímismoalgúnotro zafiro igual al quemehadadoaltomarmepordeWardes?».

D’ArtagnanacercóconprestezasusillaaMilady.

—Veamos—dijoella—,¿quéharíaisparaprobareseamordequehabláis?

—Todocuantoseexigierademí.Quememanden,estoydispuesto.

—¿Atodo?

—¡A todo! —exclamó D’Artagnan, que sabía de antemano que noarriesgabagrancosaarriesgándoseasí.

—Puesbien,hablemosunpoco—dijoasuvezMilady,acercandosusillónalasilladeD’Artagnan.

—Osescucho,señora—dijoéste.

Milady permaneció un instante preocupada y como indecisa; luego,pareciendoadoptarunaresolución,dijo:

—Tengounenemigo.

—¿Vos,señora?—exclamóD’Artagnanfingiendosorpresa—.¿Esposible,Diosmío?¿Hermosaybuenacomosois?

—¡Unenemigomortal!

—¿Deverdad?

—Unenemigoquemehainsultadotancruelmentequeentreélyyohayunaguerraamuerte.¿Puedocontarconvoscomoauxiliar?

D’Artagnan comprendió inmediatamente adónde quería ir aquellavengativacriatura.

—Podéis,señora—dijoconénfasis—;mibrazoymividaospertenecencomomiamor.

—Entonces —dijo Milady—, puesto que sois tan generoso comoenamorado…

Sedetuvo.

—¿Ybien?—preguntóD’Artagnan.

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—Ybien—prosiguióMiladytrasunmomentodesilencio—,cesaddesdehoydehablardeimposibilidades.

—Nomeagobiéisconmidicha—exclamóD’Artagnanprecipitándosederodillasycubriendodebesoslasmanosqueledejaban.

«VéngamedeeseinfamedeWardes—murmuróMiladyentredientes—,ysabrédesembarazarmedetiluego,¡dobletonto,hojadeespadaviviente!».

«Cae voluntariamente entre mis brazos después de haberme burladodescaradamente, hipócrita y peligrosa mujer —pensaba D’Artagnan por suparte—,yluegomereirédeticonaquelaquienquieresmatarpormimano».

D’Artagnanalzólacabeza.

—Estoydispuesto—dijo.

—¿Me habéis, pues, comprendido, querido señor D’Artagnan? —dijoMilady.

—Adivinaréunadevuestrasmiradas.

—¿O sea que emplearíais por mí vuestro brazo, que tanta fama haconseguidoya?

—Ahoramismo.

—Peroyyo—dijoMilady—,¿cómopagarésemejanteservicio?Conozcoalosenamorados,sonpersonasquenohacennadapornada.

—Vos sabéis la única respuesta que yo deseo —dijo D’Artagnan—, laúnicaqueseadignadevosydemí.

Ylaatrajodulcementehaciaél.

Ellaresistióapenas.

—¡Interesado!—dijoellasonriendo.

—¡Ah!—exclamó D’Artagnan verdaderamente arrastrado por la pasiónque esta mujer tenía el don de encender en su corazón—. ¡Ay, cuáninverosímil me parece esta dicha! Tras haber tenido siempremiedo a verladesaparecercomounsueño,tengoprisaporhacerlarealidad.

—Puesbien,merecedesapretendidadicha.

—Estoyavuestrasórdenes—dijoD’Artagnan.

—¿Seguro?—preguntóMiladyconunaúltimaduda.

—Nombradme al infame que ha podido hacer llorar vuestros hermososojos.

—¿Quiénosdicequehellorado?—dijoella.

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—Meparecía…

—Lasmujerescomoyonolloran—dijoMilady.

—¡Tantomejor!Veamos,decidmecómosellama.

—Pensadquesunombreestodomisecreto.

—Sinembargo,esnecesarioqueyosepasunombre.

—Sí,esnecesario.¡Yaveislaconfianzaquetengoenvos!

—Mecolmáisdealegría.¿Cómosellama?

—Vosloconocéis.

—¿Deverdad?

—¿Noseráunodemisamigos?—prosiguióD’Artagnanjugandoaladudaparahacercreerensuignorancia.

—Ysifueraunodevuestrosamigos,¿dudaríais?—exclamóMilady.Yundestellodeamenazapasóporsusojos.

—¡No, aunque fuese mi hermano! —exclamó D’Artagnan comoarrebatadoporelentusiasmo.

Nuestrogascónseadelantabasinpeligroporquesabíaadóndeiba.

—Amovuestraadhesión—dijoMilady.

—¡Ay!¿Sóloesoamáisenmí?—preguntóD’Artagnan.

—Osamotambiénavos—dijoellacogiéndolelamano.

Y la ardiente presión hizo temblar a D’Artagnan como si por el tactoaquellafiebrequequemabaaMiladyloganaseaél.

—¡Vosmeamáis!—exclamó—.¡Oh,siasífuera,seríaparavolverseloco!

Ylaenvolvióensusdosbrazos.Ellanotratódeapartarsus labiosdesubeso,sóloquenolodevolvió.

Sus labiosestabanfríos:aD’Artagnan leparecióqueacababadebesaraunaestatua.

Noporelloestabamenosebriodealegría,electrizadodeamor;creíacasienlaternuradeMilady;creíacasienelcrimendeDeWardes.SideWardeshubieraestadoenesemomentoalalcancedesumano,lohabríamatado.

Miladyaprovechólaocasión.

—Sellama…—dijoellaasuvez.

—DeWardes,losé—exclamóD’Artagnan.

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—¿Y cómo lo sabéis? —preguntó Milady cogiéndole las dos manos ytratandodellegarporsusojoshastaelfondodesualma.

D’Artagnan sintió que se había dejado llevar y que había cometido unafalta.

—Decid,decid,perodecid—repetíaMilady—,¿cómolosabéis?

—¿Cómolosé?—dijoD’Artagnan.

—Sí.

—Lo sé porque ayer de Wardes, en un salón en el que yo estaba, hamostradounanilloquedecíatenerdevos.

—¡Miserable!—exclamóMilady.

El epíteto, como se supondrá, resonó hasta en el fondo del corazón deD’Artagnan.

—¿Ybien?—continuóella.

—Puesbien, osvengaréde esemiserable—replicóD’ArtagnandándoseairesdedonJaphetdeArmenia.

—Gracias, mi bravo amigo —exclamó Milady—. ¿Y cuándo serévengada?

—Mañana,ahoramismo,cuandovosqueráis.

Milady iba a exclamar: «Ahora mismo»; pero pensó que semejanteprecipitaciónseríapocograciosaparaD’Artagnan.

Porotraparte,teníamilprecaucionesquetomar,milconsejosquedarasudefensor,paraqueevitaraexplicacionesantetestigosconelconde.TodoestoestabaprevistoporunafrasedeD’Artagnan.

—Mañana—dijo—seréisvengadaoyoestarémuerto.

—¡No!—dijoella—.Mevengaréis,peronomoriréis.Esuncobarde.

—Conlasmujerespuedeser,peronoconloshombres.Séalgosobreeso.

—Pero me parece que en vuestra pelea con él no habéis tenido quequejarosdelafortuna.

—Lafortunaesunacortesana:favorableayer,puedetraicionarmemañana.

—Locualquieredecirqueahoradudáis.

—No,nodudo,Diosme libre;pero¿sería justodejarme ir aunamuerteposiblesinhabermedadoalmenosalgomásqueesperanza?

Miladyrespondióconunaojeadaquequeríadecir:

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«¿Sóloeseso?Marchaos,pues».

Luego,acompañandolamiradadepalabrasexplicativas:

—Esdemasiadojusto—dijoconternura.

—¡Oh,soisunángel!—dijoeljoven.

—¿Oseaquetodoconvenido?—dijoella.

—Salvoloqueospido,queridamía.

—Pero¿cuandoosdigoquepodéisconfiarenmiternura?

—Notengoeldíademañanaparaesperar.

—Silencio; oigo a mi hermano, es inútil que os encuentre aquí Llamó.AparecióKetty.

—Salidporesapuerta—dijoellaempujándolohaciaunapuertecillaoculta—,yvolvedalasonce;acabaremosestaentrevista.Kettyosintroduciráenmicuarto.

Lapobreniñapensócaersehaciaatrásaloírestaspalabras.

—Y bien, ¿qué hacéis, señorita, permaneciendo ahí inmóvil como unaestatua?Vamos,llevadalcaballero;yestanoche,alasonce,habéisoído.

—Parecequesuscitassonsiemprealasonce—pensóD’Artagnan—;esunhábitoadquirido.

Miladyletendióunamanoqueélbesotiernamente.

—Veamos—dijo al retirarse y respondiendo apenas a los reproches deKetty—,veamos,nohagamoselimbécil;decididamenteesunamujeresunagranmalvada;tengamoscuidado.

CapítuloXXXVII

ElsecretodeMilady

D’ArtagnanhabíasalidodelpalaceteenvezdesubirinmediatamentealahabitacióndeKetty,pesealasinstanciasquelehabíahecholajoven,yestopor dos razones: la primera, porquede esta forma evitaba los reproches, lasrecriminaciones,lassúplicas;lasegunda,porquenoleimportabaleerunpocoensupensamientoy,sieraposible,eneldeaquellamujer.

Todo cuanto él tenía de más claro dentro es que D’Artagnan amaba aMiladycomoun locoyqueellano loamabanadadenada.Porun instante,

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D’ArtagnancomprendióquelomejorquepodríahacerseríaregresarasucasayescribirleaMiladyunalargacartaenlaqueleconfesaríaqueélydeWardeseranhastaelpresentecompletamenteelmismo,queporconsiguientenopodíacomprometerse,supenadesuicidio,amataradeWardes.Perotambiénestabaespoleadoporun ferozdeseodevenganza;queríaposeer a suvezaaquellamujer bajo su propio nombre; y como esta venganza le parecía tener ciertadulzuranoqueríarenunciaraella.

Diocincooseisveceslavueltaa laPlaceRoyale,volviéndosecadadiezpasosparamirarlaluzdelpisodeMilady,quesevislumbrabaatravésdelascelosías;eraevidentequeenestaocasiónlajovenestabamenosurgidaquelaprimeradevolverasucuarto.

Porfinlaluzdesapareció.

Con aquella luz se apagó la última irresolución en el corazón deD’Artagnan; recordó los detalles de la primera noche, y con el corazónpalpitantelacabezaardiendo,entróenelpalaceteyseprecipitóenelcuartodeKetty.

La joven, pálida como la muerte, temblando con todos sus miembros,quisodetenerasuamante;peroMilady,coneloídoenacecho,habíaoídoelruidoquehabíahechoD’Artagnan:abriólapuerta.

—Venid—dijo.

Todoestoeradeunimpudorincreíble,deundescarotanmonstruosoqueapenassiD’Artagnanpodíacreerenloqueveíayoía.Creíaestararrastradoaalgunadeesasintrigasfantásticascomolasqueserealizanenelsueño.

NoporelloseabalanzómenoshaciaMilady,cediendoalaatracciónqueelimánejercesobreelhierro.

Lapuertasecerrótrasellos.

Kettyseabalanzóasuvezcontralapuerta.

Loscelos,el furor,elorgulloofendido, todas laspasionesque,enfin,sedisputanelcorazóndeunamujerenamoradalaempujabanaunarevelación;peroestabaperdidasiconfesabahaberseprestadoasemejantemaquinación;ypor encima de todo, D’Artagnan estaba perdido para ella. Este últimopensamientodeamorleaconsejóaúnesteúltimosacrificio.

D’Artagnan,porsuparte,estabaenelcolmodetodossusdeseos:noerayaunrivalalqueseamabaenél,eraaélmismoaquienparecíaamar.Unavozsecreta le decía muy en el fondo del corazón que no era más que uninstrumento de venganza al que se acariciaba a la espera de que diese lamuerte,peroelorgullo, el amorpropio, la locura,hacíancallar aquellavoz,ahogabanaquelmurmullo.Luego,nuestrogascón,con ladosisdeconfianza

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que nosotros le conocemos, se comparaba a deWardes y se preguntaba porqué,afindecuentas,noleibaaamar,tambiénaél,porsímismo.

Seabandonóportantoporenteroalassensacionesdelmomento.Miladynofueparaélaquellamujerdeintencionesfatalesquelehabíanasustadoporunmomento,fueunaamanteardienteyapasionadaabandonándoseporenteroasuamorqueellamismaparecíaexperimentar.Doshoraspocomásomenostranscurrieronasí.

Sinembargo,lostransportesdelosdosamantessecalmaron.Milady,quenotenía losmismosmotivosqueD’Artagnanparaolvidar,fuelaprimeraenvolveralarealidadypreguntóaljovensilasmedidasquedebíanllevaraldíasiguienteaélyadeWardesaunencuentroestabanfijadasdeantemanoensumente.

PeroD’Artagnan,cuyas ideashabíanadquiridouncursomuydistinto,seolvidó como un imbécil y respondió galantemente que era muy tarde paraocuparsededuelosaestocadas.

Aquella frialdad por los únicos intereses que la preocupaban, asustó aMilady,cuyaspreguntassevolvieronmásagobiantes.

EntoncesD’Artagnan,quenuncahabíapensadoseriamenteenaqueldueloimposible,quisodesviarlaconversación,peronoteníayafuerza.

Milady locontuvoen los límitesquehabíamarcadodeantemanoconsuespírituirresistibleysuvoluntaddehierro.

D’Artagnan se creyó muy ingenioso aconsejando a Milady renunciar,perdonandoadeWardes,alosproyectosfuriososqueellahabíaformado.

Peroalasprimeraspalabrasquedijo,lajovenseestremecióysealejó.

—¿Tenéis acaso miedo, querido D’Artagnan? —dijo ella con una vozagudayburlonaqueresonóextrañamenteenlaoscuridad.

—¡Ni lo penséis, querida! —respondió D’Artagnan—. ¿Y si, en últimainstancia,esepobrecondedeWardesfueramenosculpabledeloquepensáis?

—En cualquier caso —dijo gravemente Milady—, me ha engañado, ydesdeelmomentoenquemehaengañado,hamerecidolamuerte.

—¡Morirá,pues,puestoque locondenáis!—dijoD’Artagnanenun tonotanfirmequeaMiladyleparecióexpresióndeunaadhesiónatodaprueba.

Alpuntoellaseacercóaél.

No podríamos decir el tiempo que duró la noche para Milady; peroD’Artagnancreíaestarasuladohacíadoshorasapenascuandolaluzaparecióen las rendijas de las celosías y pronto invadió la habitación de claridad

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macilenta.

Entonces Milady, viendo que D’Artagnan iba a dejarla, le recordó lapromesaquelehabíahechodevengarladeDeWardes.

—Estoy completamente dispuesto —dijo D’Artagnan—, pero antesquisieraestarsegurodeunacosa.

—¿Decuál?—preguntóMilady.

—Dequemeamáis.

—Meparecequeosdedadolaprueba.

—Sí,tambiénsoyyoencuerpoyalmavuestro.

—¡Gracias,mivalienteamante!Perodeigualformaqueyoosheprobadomiamor,vosmeprobaréiselvuestro,¿verdad?

—Desdeluego.Perosimeamáiscomodecís—replicóD’Artagnan—,¿noteméispormí?

—¿Quépuedotemer?

—Puesqueseaheridopeligrosamente,queseamuerto,incluso.

—Imposible—dijoMilady—,soisunhombremuyvalienteyunaespadamuyfina.

—¿Nopreferiríais,pues—replicóD’Artagnan—,unmedioqueosvengarayalavezhicierainútilelcombate?

Miladymiróasuamanteensilencio:aquellaluzmacilentadelosprimerosrayosdeldíadabaasusojosclarosunaexpresiónextrañamentefunesta.

—Realmente—dijo—,creoqueahoradudáis.

—No,nodudo;esqueesepobrecondedeWardesmedaverdaderamentepena desde que ya no lo amáis, yme parece que un hombre debe estar tancruelmentecastigadoporlapérdidasoladevuestroamor,quenonecesitadeotrocastigo.

—¿Quiénosdicequeyolohayaamado?—preguntóMilady.

—Almenospuedocreerahorasindemasiadafatuidadqueamáisaotro—dijoeljovenenuntonocariñoso—,yoslorepito,meinteresoporelconde.

—¿Vos?—preguntóMilady.

—Sí,yo.

—¿Yporquévos?

—Porquesóloyosé…

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—¿Qué?

—Queestálejosdeser,omejor,queestálejosdehabersidotanculpablehaciavoscomoparece.

—¿De veras? —dijo Milady con aire inquieto—. Explicaos, porquerealmentenoséquéqueréisdecir.

Y miraba a D’Artagnan que la tenía abrazada con ojos que parecíaninflamarsepocoapoco.

—¡Sí,yosoyunhombregalante!—dijoD’Artagnan,decididoaterminar—. Y desde que vuestro amor es mío desde que estoy seguro de poseerlo,porqueloposeo,¿noescierto?

—Porentero,continuad.

—Puesbienmesientocomotransportado,mepesaunaconfesión.

—¿Unaconfesión?

—Sihubieradudadodevuestroamornolohabríahecho;pero¿meamáis,mibellaamante?¿Noesciertoquemeamáis?

—Sinduda.

—Entonces,siporexcesodeamormehehechoculpable respectoavos,¿meperdonaréis?

—¡Quizá!

D’Artagnan trató, con la sonrisamásdulcequepudoadoptar, de acercarsuslabiosaloslabiosdeMilady,masellaloapartó.

—Esaconfesión—dijopalideciendo—,¿cuáles?

—HabíaiscitadoaDeWarder,eljuevesúltimo,enestamismahabitación,¿noescierto?

—¡Yo,no!Esonoescierto—dijoMiladyconuntonodevoztanfirmeyunrostrotanimpasibleque,siD’Artagnannohubieratenidounacertezatantotal,habríadudado.

—Nomintáis,ángelmío—dijoD’Artagnansonriendo—,seríainútil.

—¿Cómo?¡Hablad,pues!¡Mehacéismorir!

—¡Oh, tranquilizaos,no sois culpable frente amí,yyoosheperdonadoya!

—¡Ydespués,después!

—DeWardernopuedegloriarsedenada.

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—¿Porqué?Vosmismomehabéisdichoqueeseanillo…

—Eseanillo, amormío, soyyoquien lo tengo.El duqueDeWarderdeljuevesyD’Artagnandehoysonlamismapersona.

El imprudente esperaba una sorpresa mezclada con pudor, una pequeñatormentaqueseresolveríaenlágrimas;peroseequivocabaextrañamente,ysuerrornodurómucho.

Pálida y terrible, Milady se irguió y al rechazar a D’Artagnan con unviolentogolpeenelpecho,seabalanzófueradelacama.

D’Artagnan la retuvopor subatade fina telade Indiaspara implorar superdón;masellaconunmovimientopotenteyresuelto,tratódehuir.Entonceslabatistasedesgarródejandoaldesnudoloshombros,ysobreunodeaquelloshermososhombrosredondosyblancos,D’Artagnan,conunsobrecogimientoinexpresable,reconociólaflordelis,aquellamarcaindeleblequeimprimelamanoinfamantedelverdugo.

—¡GranDios!—exclamóD’Artagnansoltandolabata.

Ysequedómudo,inmóvilyheladosobrelacama.

PeroMiladysesentíadenunciadaporelhorrormismodeD’Artagnan.Sindudalohabíavistotodo;eljovensabíaahorasusecreto,secretoterriblequetodoelmundoignoraba,salvoél.

Ella se volvió, no ya como una mujer furiosa, sino como una panteraherida.

—¡Ah, miserable! —dijo ella—. Me has traicionado cobardemente, ¡yademásconocesmisecreto!¡Morirás!

Ycorrióalcofredemarqueteríapuestosobreeltocador,loabrióconmanofebril y temblorosa, sacó de él un pequeñopuñal demangode oro, de hojaagudaydelgada,yvolviódeunsaltosobreD’Artagnanmediodesnudo.

Aunqueeljovenfueravaliente,comosesabe,quedóasustadoporaquellacara alterada, aquellas pupilas horriblemente dilatadas, aquellas mejillaspálidasyaquelloslabiossangrantes;retrocedióhastaquedarentrelacamaylapared, como habría hecho ante la proximidad de una serpiente que reptasehaciaél,yalencontrarsuespadabajosumanomojadadesudor,lasacódelafunda.

Perosininquietarseporlaespada,Miladytratódesubirsealacamaparagolpearlo,ynosedetuvosinocuandosintiólapuntaagudasobresupecho.

Entoncestratódecogeraquellaespadaconlasmanos;peroD’Artagnanlaapartó siempre de sus garras, y presentándola tanto frente a sus ojos comofrenteasupecho,sedejódeslizardellecho,tratandoderetirarseporlapuerta

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queconducíaalahabitacióndeKetty.

Durante este tiempo, Milady se abalanzaba sobre él con horrible furia,rugiendodeunmodoformidable.

Como esto se parecía a un duelo,D’Artagnan se iba reponiendo poco apoco.

—¡Bien, hermosa dama, bien!—decía—. Pero, porDios, calmaos, u osdibujounasegundaflordelisenelotrohombro.

—¡Infame,infame!—aullabaMilady.

MasD’Artagnan,buscandosiemprelapuerta,estabaaladefensiva.

Al ruido que hacían, ella derribando los muebles para ir a por él, élparapetándose detrás de losmuebles para protegerse de ella, Ketty abrió lapuerta.D’Artagnan,quehabíamaniobradosincesarparaacercarseaaquellapuerta, sólo estaba a tres pasos y de un solo impulso se abalanzó de lahabitacióndeMilady a la de la criada y rápido como el relámpago cerró lapuerta, contra la cual se apoyó con todo su pesomientrasKetty pasaba loscerrojos.

Entonces Milady trató de derribar el arbotante que la encerraba en suhabitación con fuerzasmuy superiores a lasdeunamujer; luego, cuando sediocuentadequeeraimposible,acribillólapuertaapuñaladas,algunasdelascualesatravesaronelespesordelamadera.

Cadagolpeibaacompañadodeunaimprecaciónterrible.

—Deprisa, deprisa, Ketty —dijo D’Artagnan a media voz cuando loscerrojos fueron echados—.Sácamedel palacioo, si le dejamos tiempoparaprepararse,haráquemematenloslacayos.

—Peronopodéissalirasí—dijoKetty—,estáiscompletamentedesnudo.

—Escierto—dijoD’Artagnan,que sóloentonces sediocuentadel trajeque vestía—, es cierto vísteme como puedas, pero démonos prisa;compréndelo,setratadevidaomuerte.

Kettynocomprendíademasiado;enunvistoynovistolepusounvestidode flores, una amplia cofia y unamanteleta; le dio las pantuflas, en las quemetiósuspiesdesnudos, luego loarrastrópor losescalones. Justoa tiempo,Miladyhabíahechoyasonarlacampanillaydespertadoatodoalpalacio.ElporterotiródelcordónalavozdeKettyenelmomentomismoenqueMilady,tambiénmediodesnuda,gritabaporlaventana:

—¡Noabráis!

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CapítuloXXXVIII

Cómo,sinmolestarse,Athosencontrósuequipo

Eljovenhuíamientrasellaloseguíaamenazandoconungestoimpotente.En el momento que lo perdió de vista, Milady cayó desvanecida en suhabitación.

D’Artagnan estaba tan alterado que, sin preocuparse de lo que ocurriríaconKettyatravesómedioParísatodocorrerynosedetuvohastalapuertadeAthos. El extravío de su mente, el terror que lo espoleaba, los gritos dealgunaspatrullasquesepusieronensupersecuciónylosabucheosdealgunostranseúntes, quepese a la horapoco avanzada, sedirigían a sus asuntos, nohicieronmásqueprecipitarsucarrera.

Cruzóelpatio,subiólosdospisosdeAthosyllamóalapuertacomopararomperla.

Grimaud vino a abrir con los ojos abotargados de sueño.D’Artagnan seprecipitócontantafuerzaenlaantecámara,queestuvoapuntodederribarloalentrar.

Pesealmutismohabitualdelpobremuchacho,estavezlapalabralevino.

—¡Eh, eh, eh! —exclamó—. ¿Qué queréis, corredora? ¿Qué pedís,bribona?

D’Artagnanalzósuscofiasysacósusmanosdedebajodelamanteleta;alavistadesusmostachosydesuespadadesnuda,elpobrediablosediocuentadequeteníaquevérselasconunhombre.

Creyóentoncesqueeraalgúnasesino.

—¡Socorro!¡Ayuda!¡Socorro!—gritó.

—¡Cállate desgraciado! —dijo el joven—. Soy D’Artagnan, ¿no mereconoces?¿Dóndeestátuamo?

—¡Vos,señorD’Artagnan!—exclamóGrimaudespantado—.Imposible.

—Grimaud —dijo Athos saliendo de su cuarto en bata—, creo que ospermitíshablar.

—¡Ay,señor,esque!…

—Silencio.

GrimaudsecontentóconmostrarconeldedoasuamoaD’Artagnan.

Athos reconoció a su camarada, y con lo flemático que era soltó una

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carcajadaquemotivabadesobralamascaradaextrañaqueantesusojostenía:cofiasatravesadas, faldasquecaíansobre loszapatos,mangasremangadasymostachosrígidosporlaemoción.

—No os riais, amigomío—exclamóD’Artagnan—; por el cielo, no osriais,porque,pormialmaoslodigo,nohaynadadequéreírse.

Ypronuncióestaspalabrasconunaire tansolemneyconunespanto tanverdaderoqueAthoslecogiólasmanosalpuntoexclamando:

—¿Estaréisherido,amigomío?¡Estáismuypálido!

—No,peroacabadeocurrirmeunsucesoterrible.¿Estáissolo,Athos?

—¡Pardiez!¿Quiénqueréisqueestéenmicasaaestahora?

—Bueno,bueno.

YD’ArtagnanseprecipitóenlahabitacióndeAthos.

—¡Venga, hablad!—dijo éste cerrando la puerta y echando los cerrojospara no ser molestados—. ¿Ha muerto el rey? ¿Habéis matado al señorcardenal? Estáis completamente cambiado; veamos, veamos, decid, porquerealmentememuerodeinquietud.

—Athos—dijoD’Artagnandesembarazándosedesusvestidosdemujeryapareciendoencamisón—,preparaosparaoírunahistoriaincreíble,inaudita.

—Poneosprimeroestabata—dijoelmosqueteroasuamigo.

D’Artagnansepusolabata,tomandounamangaporotra:¡tanemocionadoestabatodavía!

—¿Ybien?—dijoAthos.

—Ybien—respondióD’Artagnan inclinándosehaciaéloídodeAthosybajandolavoz—:Miladyestámarcadaconunaflordelisenelhombro.

—¡Ay! —gritó el mosquetero como si hubiera recibido una bala en elcorazón.

—Veamos—dijoD’Artagnan—, ¿estáis seguros de que la otra está bienmuerta?

—¿Laotra?—dijoAthosconunavoztansordaqueapenassiD’Artagnanlaoyó.

—Sí,aquelladequienundíamehablasteisenAmiens.

Athoslanzóungemidoydejócaersucabezaentrelasmanos.

—Esta—continuóD’Artagnan—esunamujerdeveintiséisaveintiochoaños.

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—Rubia—dijoAthos—,¿noescierto?

—Sí.

—¿De ojos azul claro, con una claridad extraña, con pestañas y cejasnegras?

—Sí.

—¿Alta,bienhecha?Lefaltaundientejuntoalcaninodelaizquierda.

—Sí.

—¿Laflordelisespequeña,decolorrojizoycomoborradaporlascapasdecremaqueleaplica?

—Sí.

—Sinembargo¡vosdecísqueesinglesa!

—Se llama Milady, pero puede ser francesa. A pesar de esto, lord deWinternoesmásquesucuñado.

—Quieroverla,D’Artagnan.

—Tenedcuidado,Athos, tenedcuidado;habéisqueridomatarla,esmujerparadevolvéroslaynofallarenvos.

—Noseatreveráadecirnadaporqueseríadenunciarseasímisma.

—¡Escapazdetodo!¿Lahabéisvistoalgunavezfuriosa?

—No—dijoAthos.

—¡Unatigresa,unapantera!¡Ay,miqueridoAthos,tengomiedodehaberatraídosobrenosotrosdosunavenganzaterrible!

D’Artagnan contó entonces todo: la cólera insensata de Milady y susamenazasdemuerte.

—Tenéisrazónypormialmaquenodarémividapornada—dijoAthos—. Afortunadamente, pasadomañana dejamos París; con toda probabilidadvamosaLaRochelle,yunavezidos…

—Osseguiríahastaelfindelmundo,Athos,siosreconociese;dejadquesuodioseejerzasobremísólo.

—¡Ay,queridoamigo!¿Quémeimportaqueellamemate?—dijoAthos—.¿Acasopensáisqueamolavida?

—Hayalgúnhorriblemisterioentodoesto,Athos.Estamujereslaespíadelcardenal,¡estoyseguro!

—Entalcaso,tenedcuidado.Sielcardenalnoostieneenaltaestimapor

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elasuntodeLondres,os tieneengranodio;perocomo,afindecuentas,nopuedereprocharosostensiblementenadayesprecisoquesuodiosesatisfaga,sobretodocuandoesunodiodecardenal, tenedcuidado.Sisalís,nosalgáissolo; si coméis, tomad vuestras precauciones; en fin, desconfiad de todo,inclusodevuestrasombra.

—Porsuerte—dijoD’Artagnan—,sólosetratadellegarapasadomañanapor la noche sin tropiezo, porque una vez en el ejército espero que sólotengamosquetemeraloshombres.

—Mientrastanto—dijoAthos—,renuncioamisproyectosdereclusión,eiré por todas partes junto a vos; es preciso que volváis a la calle desFossoyeurs,osacompaño.

—Pero por cerca que esté de aquí —replicó D’Artagnan—, no puedovolverasí.

—Escierto—dijoAthos.Ytiródelacampanilla.

Grimaudentró.

AthoslehizoseñasdeiracasadeD’Artagnanytraerdeallívestidos.

Grimaudrespondióconotraseñalquecomprendíaperfectamenteypartió.

—¡Ah!Contodoestonadahemosavanzadoencuantoalequipo,queridoamigo—dijoAthos—;porque,sinomeequivoco,habéisdejadovuestrotrajeencasadeMilady,quesindudanotendrálaatencióndedevolvéroslo.Suertequetenéiselzafiro.

—Elzafiroesvuestro,miqueridoAthos.¿Nomehabéisdichoqueeraunanillodefamilia?

—Sí, mi padre lo compró por dos mil escudos, según me dijo antaño;formabapartedelosregalosdebodaquehizoamimadre;yelmagnífico.Mimadremelodio,yyo,lococomoestaba,envezdeguardareseanillocomounareliquiasanta,selodiamivezaesamiserable.

—Entonces,querido,tomadesteanilloquecomprendoquedebéistener.

—¿Coger yo ese anillo tras haber pasado por las manos de la infame?¡Nunca!Eseanilloestámancillado,D’Artagnan.

—Vendedloentonces.

—¿Vender un diamante que viene de mi madre? Os confieso que loconsideraríaunaprofanación.

—Entonces, empeñadlo, y seguro que os prestan más de un millar deescudos.Conesasuma,tendréisdinerodesobra;luego,conelprimerdineroqueosvenga,lodesempeñáisylorecobráislavadodesusantiguasmanchas,

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porquehabrápasadoporlasmanosdelosusureros.

Athossonrió.

—Soisuncamaradaencantador—dijo—,queridoD’Artagnan;convuestraeterna alegría animáis a los pobres espíritus en la aflicción. ¡Pues bien, sí,empeñemoseseanillo,peroconunacondición!

—¿Cuál?

—Queseanquinientosescudosparavosyquinientosescudosparamí.

—¿Pensáiseso,Athos?Yononecesitolacuartapartedeesasuma,yo,queestoyenlosguardiasyquevendiendomisillalaconseguiré.¿Quénecesito?UncaballoparaPlanchet,esoestodo.Olvidáisademásquetambiényotengounanillo.

—Alqueapreciáismás,segúnmeparece,deloqueyoaprecioalmío;hecreídodarmecuentaalmenos.

—Sí,porqueenunacircunstanciaextremapuedesacarnosnosólodealgúngran apuro, sino incluso de algún gran peligro; es no sólo un diamanteprecioso,sinotambiénuntalismánencantado.

—Nooscomprendo,perocreoenloquemedecís.Volvamos,pues,amianillo,omejoravuestroanillo;oaceptáislamitaddelasumaquenosdenolotiro al Sena, y dudo mucho de que, como a Polícatres, haya algún pez lobastantecomplacienteparadevolvérnoslo.

—¡Bueno,acepto!—dijoD’Artagnan.

EnaquelmomentoGrimaudentróacompañadodePlanchet;éste,inquietoporsumaestroycuriosoporsaberloquelehabíapasado,habíaaprovechadolacircunstanciaytraíalosvestidosélmismo.

D’Artagnan se vistió, Athos hizo otro tanto; luego, cuando los dosestuvierondispuestosasalir,esteúltimohizoaGrimaud laseñaldehombrequeseponeencampaña;éstedescolgóalpuntosumosquetónysedispusoaacompañarasuamo.

AthosyD’Artagnan,seguidosdesuscriados, llegaronsin incidentesa lacalledesFossoyeurs.Bonacieuxestabaa lapuertaymiróaD’Artagnanconairesocarrón.

—¡Vaya,miquerido inquilino!—dijo—.Daosprisa, tenéisunahermosajovenqueosespera,yyasabéisquealasmujeresnolesgustaquelashaganesperar.

—¡EsKetty!—exclamóD’Artagnan.

Yseprecipitóporlaalameda.

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Efectivamente, en el rellano que conducía a su habitación y agazapadajuntoasupuerta,encontróalapobreniñatodatemblorosa.Cuandoellalovio:

—Mehabéisprometidovuestraprotección,mehabéisprometidosalvarmedesucólera—dijo—;recordadquesoisvosquienmehabéisperdido.

—Sí, por supuesto —dijo D’Artagnan—, cálmate, Ketty. Pero ¿qué hapasadodespuésdemimarcha?

—¿Loséacaso?—dijoKetty—.A losgritosquesehapuestoadar, loslacayoshanacudido,estabalocadecólera;havomitadocontravostodaslasimprecacionesqueexisten.Entonceshepensadoqueellarecordaríaquehabíasidopormihabitaciónpordondehabíaispenetradoenlasuya,yqueentoncespensaríaqueyoeravuestracómplice;hecogidoelpocodineroquetenía,misvestidosmejoresymeheescapado.

—¡Pobreniña!Pero¿quévoyahacerdeti?Memarchopasadomañana.

—Loquequeráis, señorcaballero,hacedmesalirdeParís,hacedmesalirdeFrancia.

—Sinembargo,nopuedollevarteconmigoalsitiodeLaRochelle—dijoD’Artagnan.

—No, pero podéis colocarme en provincias, junto a alguna dama devuestroconocimiento,envuestraregiónporejemplo.

—¡Ay,queridaamiga!Enmi región lasdamasno tienendoncellas.Peroespera,me hago cargo del asunto. Planchet, vete a buscarme aAramis, quevengainmediatamente.Tenemosunacosamuyimportantequedecirle.

—¡Comprendo!—dijoAthos—.Pero¿porquénoPorthos?Meparecequesumarquesa…

—LamarquesadePorthossehacevestirporlospasantesdesumarido—dijoD’Artagnanriendo—.Además,KettynoquerríaquedarseenlacalleauxOurs,¿noesasí,Ketty?

—Me quedaré donde queráis —dijo Ketty—, con tal que esté bienescondidayquenosepadóndeestoy.

—Ahora,Ketty,quevamosasepararnosyqueporconsiguientenoestásyacelosademí…

—Señorcaballero,cercaolejos—dijoKetty—,osamarésiempre.

—¿Dóndediablosvaaanidarlaconstancia?—murmuróAthos.

—Tambiényo—dijoD’Artagnan—,tambiényoteamarésiempre,estatetranquila. Pero, veamos, respóndeme. Ahora doy gran importancia a lapreguntaquetehago:¿Hasoídohablaralgunavezdeunadamajovenalaque

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habíanraptadociertanoche?

—Esperad…¡Oh,Diosmío!Señorcaballero,¿esquetodavíaamáisaesamujer?

—No,unodemisamigoseselque laama.Mira,esAthos,ésequeestáahí.

—¿Yo?—exclamóAthosconacentoparecidoaldeunhombrequesedacuentaquevaaponerelpiesobreunaculebra.

—¡Claro,vos!—dijoD’Artagnanapretando lamanodeAthos—.Sabéisde sobra el interés que todos nosotros sentimos por esa pobre señoraBonacieux.Además,Kettynodiránada,¿noesasí,Ketty?Compréndelo,niñamía—continuóD’Artagnan—, es lamujer de ese horriblemamarracho quehasvistoalapuertaalentraraquí.

—¡Oh, Diosmío!—exclamóKetty—.Me recordáis mimiedo, ¡con talquenomehayareconocido!…

—¿Cómoreconocido?¿Hasvistoenotraocasiónaesehombre?

—FuedosvecesacasadeMilady.

—Ah,esoes.¿Cuándo?

—Puesharáunosquinceodieciochodíasaproximadamente.

—Exacto.

—Yvolvióayertarde.

—Ayertarde.

—Sí,unmomentoantesdequevosmismovinieseis.

—MiqueridoAthos,estamosenvueltosenunareddeespías.¿Ycreesquelohareconocido?

—Hebajadomicofiaalverlo,peroquizáerademasiadotarde.

—BajadAthosdevosdesconfíamenosquedemí,yvedsitodavíaestáenlapuerta.

Athosdescendióyvolvióasubirenseguida.

—Sehamarchado—dijo—,ylacasaestácerrada.

—Ha ido a informar y a decir que todos los pichones están en estemomentoenelpalomar.

—¡Pues bien, volemos entonces—dijo Athos— y dejemos aquí sólo aPlanchetparaquenosllevelasnoticias!

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—¡Unmomento!¿YAramis,alquehemosidoabuscar?

—Estábien—dijoAthos—esperemosaAramis.

EnaquelmomentoentróAramis.

—SeleexpusoelasuntoyseledijocuánurgenteeraencontrarunlugarparaKettyentretodossusaltosconocimientos.

Aramisreflexionóunmomentoydijoruborizándose.

—¿Osharíaunbuenservicio,D’Artagnan?

—Osquedaríaagradecidoporéltodamivida.

—Puesbien,laseñoradeBois-Tracymehapedidosegúncreoparaunadesusamigasqueviveenprovincias,unadoncellasegura;ysivos,miqueridoD’Artagnan,podéisrespondermedelaseñorita…

—¡Oh,señor—exclamóKetty—sería totalmenteadicta,estadsegurodeello,alapersonaquemedélosmediosparadejarParís!

—Entonces—dijoAramis—,todoestáarreglado.

Sesentóalamesayescribióunasletras,queluegosellóconunanillo,yledioelbilleteaKetty.

—Ahora, hijamía—dijoD’Artagnan—, ya sabes que aquí tan inseguraestás tú como nosotros. Separémonos. Ya volveremos a encontrarnos entiemposmejores.

—Eneltiempoenquenosencontremos,yenellugarquesea—dijoKetty—,mevolveréisaencontrartanamantecomolosoyahoradevos.

—Juramento de jugador —dijo Athos mientras D’Artagnan iba aacompañaraKettyalaescalera.

UninstantedespuéslostresjóvenessesepararontrascitarsealascuatroencasadeAthosydejandoaPlanchetparaguardarlacasa.

Aramis regresó a la Buys, y Athos y D’Artagnan se preocuparon de laventadelzafiro.

Como había previsto nuestro gascón, encontraron fácilmente trescientaspistolas por el anillo. Además el judío anunció que, si querían vendérselo,como leservíadecolgantemagníficopara lospendientesde lasorejasdaríaporélhastaquinientaspistolas.

AthosyD’Artagnan,conlaactividaddedossoldadosylacienciadedosconocedores, tardaron tres horas apenas en comprar todo el equipo demosquetero.AdemásAthoseraacomodaticioygran señorhasta lapuntadelasuñas.Cadavezque algo le convenía, pagaba el precio exigido sin tratar

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siquieraderegatear.D’Artagnanqueríahacerentoncesalgunasobservaciones,pero Athos le ponía la mano sobre el hombro sonriendo y D’Artagnancomprendía que era bueno para él, pequeño gentilhombre gascón, regatear,peronoparaunhombrequeteníaairesdepríncipe.

Elmosqueteroencontróunsoberbiocaballoandaluz,negrocomoeljade,debelfosdefuego,ypatasfinasyelegantes,queteníaseisaños.Loexaminóylohallósinundefecto.Lecostómillibras.

Quizá lohubiera tenidopormenos;peromientrasD’Artagnandiscutíaelprecioconelchalán,Athoscontabalascienpistolassobrelamesa.

Grimaud tuvo un caballo picardo, achaparrado y fuerte, que costótrescientaslibras.

PerocompradalasilladeesteúltimocaballoylasarmasdeGrimaud,noquedabauncéntimodelascincuentapistolasdeAthos.D’Artagnanofrecióasu amigo que mordiera un bocado en la parte que le correspondía, con laobligacióndedevolverlemástardeloquehubieratomadoenpréstamo.

PeroAthosselimitóaencogersedehombrosportodarespuesta.

—¿Cuántodabaeljudíoporquedarseconelzafiro?—preguntóAthos.

—Quinientaspistolas.

—Es decir, doscientas pistolasmás; cien pistolas para vos, cien pistolasparamí.Siesoesunaauténticafortuna,amigomío.Volvedacasadeljudío.

—¡Cómo!¿Queréis…?

—Decididamenteeseanillometraíarecuerdosdemasiadotristes;además,nunca tendríamos trescientas pistolas para devolverle, de modo queperderíamosdosmil librasenesteasunto. Idadecirlequeelanilloessuyo,D’Artagnan,yvolvedconlasdoscientaspistolas.

—Reflexionad,Athos.

—Eldinero contante es caro en los tiemposquecorren,yhayque saberhacer sacrificios. Id, D’Artagnan, id; Grimaud os acompañará con sumosquetón.

Mediahoradespués,D’Artagnanvolvióconlasdosmillibrasysinquelehubieraocurridoningúnaccidente.

AsífuecomoAthosencontróensuajuarrecursosquenoseesperaba.

CapítuloXXXIX

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Unavisión

Alascuatro,loscuatroamigossehallabanreunidosencasadeAthos.Suspreocupacionessobreelequipohabíandesaparecidoporentero,ycadarostrono conservaba otra expresión que las de sus propias y secretas inquietudes;porquedetrásdecualquierfelicidadpresenteseocultauntemorfuturo.

DeprontoPlanchetentrócondoscartasdirigidasaD’Artagnan.

Una era un pequeño billete gentilmente plegado a lo largo con un lindosello de cera verde en el que estaba impresa una paloma trayendo un ramoverde.

Laotraeraunagranepístola rectangulary resplandecientecon lasarmasterriblesdeSuEminenciaelcardenalduque.

A la vista de la carta pequeña, el corazón de D’Artagnan saltó, porquehabíacreídoreconocerlaescritura;yaunquenohabíavistoesaescrituramásque una vez, la memoria de ella había quedado en lo más profundo de sucorazón.

Cogió,pues,laepístolapequeñaylaabriórápidamente.

Paseaos (se ledecía)elmiércolespróximoentre las seisy las sietede lanoche,porlarutadeChaillot,ymiradconcuidadoenlascarrozasquepasen,perosiamáisvuestravidayladelaspersonasqueosaman,nodigáisniunapalabra, no hagáis un movimiento que pueda hacer creer que habéisreconocidoalaqueseexponeatodoporverosuninstante.

Sinfirma.

—Esunatrampa—dijoAthos—,novayáis,D’Artagnan.

—Sinembargo—dijoD’Artagnan—,meparecereconocerlaescritura.

—Quizáestéamañada—replicóAthos—;alasseisolassiete,aesahora,la ruta de Chaillot está completamente desierta: sería lo mismo que iros apasearporelbosquedeBondy.

—Pero ¿y si vamos todos?—dijo D’Artagnan—. ¡Qué diablos! No nosdevoraránaloscuatro;además,cuatrolacayos;además,loscaballos;además,lasarmas.

—Ademásseráunaocasióndelucirnuestrosequipos—dijoPorthos.

—Perosiesunamujerlaqueescribe—dijoAramis—,yesamujerdeseanoservista,pensadquelacomprometéis,D’Artagnan,cosaqueestámalporpartedeungentilhombre.

—Nosquedaremosdetrás—dijoPorthos—,ysóloélseadelantará.

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—Sí,peroundisparodepistolapuedeserdisparadofácilmentedesdeunacarrozaquevaalgalope.

—¡Bah! —dijo D’Artagnan—. Me fallarán. Alcanzaremos entonces lacarroza y mataremos a quienes se encuentren dentro. Serán otros tantosenemigosmenos.

—Tiene razón—dijo Porthos—. ¡Batalla! Además, tenemos que probarnuestrasarmas.

—¡Bueno, démonos ese placer! —dijo Aramis con su aire dulce ydespreocupado.

—Comoqueráis—dijoAthos.

—Señores—dijoD’Artagnan—,sonlascuatroymedia;tenemosjustoeltiempodeestaralasseisenlarutadeChaillot.

—Además,sisalimosdemasiadotarde,nosverían, locualesperjudicial.Vamospues,aprepararnos,señores.

—Peroesasegundacarta—dijoAthos—:osolvidáisdeella;sinembargo,meparecequeelselloindicaquemereceserabierta;encuantoamí,declaro,mi querido D’Artagnan, que me preocupa mucho más que la pequeñachucheríaqueacabáisdedeslizarsobrevuestrocorazón.

D’Artagnanenrojeció.

—Pues bien —dijo el joven—, veamos, señores, qué me quiere SuEminencia.

YD’Artagnanabriólacartayleyó:

El señor D’Artagnan, guardia del rey, en la compañía Des Essarts, esesperadoenelPalais-Cardinalestanochealasocho.

LAHOUDINIÈRE,

Capitándelosguardias.

—¡Diablos!—dijoAthos—.Ahí tenéis una cita tan inquietante como laotra,perodeformadistinta.

—Iré a la segundaal salir de laprimera—dijoD’Artagnan—; launa esparalassiete,laotraparalasocho;habrátiempoparatodo.

—¡Hum!Yonoiría—dijoAramis—;uncaballerogalantenopuedefaltaraunacitadadaporunadama,peroungentilhombreprudentepuedeexcusarsedenoiracasadeSuEminencia,sobre todocuandotienerazonesparacreerquenoesparaquelofeliciten.

—SoydelaopinióndeAramis—dijoPorthos.

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—Señores—respondióD’Artagnan—yaherecibidodelseñordeCavoisuna invitaciónsemejantedeSuEminencia;medespreocupédeella,yaldíasiguientemeocurrióunadesgracia.Constancedesapareció;porloquepuedapasar,iré.

—Siesunadecisión—dijoAthos—,hacedlo.

—Pero¿ylaBastilla?—dijoAramis.

—¡Bah,vosotrosmesacaréis!—replicóD’Artagnan.

—Porsupuesto—contestaronAramisyPorthosconunaplomoadmirableycomosifueralacosamássencilla—,porsupuestoqueossacaremos;peroentretanto, como debemos marcharnos pasado mañana, haríais mejor en nocorrerelriesgodelaBastilla.

—Hagamos otra cosa mejor —dijo Athos—: no le perdamos de vistadurantelavelada,yesperémoslecadaunodenosotrosenunapuertadelPalaiscon tresmosqueteros detrás de nosotros; si vemos salir algún coche con laportezuela cerrada y medio sospechoso, le caemos encima. Hace muchotiempo que no nos hemos peleado con los guardias del señor cardenal, y elseñordeTrévilledebedecreernosmuertos.

—Decididamente, Athos—dijoAramis—, estáis hecho para general delejército;¿quédecísdelplan,señores?

—¡Admirable!—repitieronacorolosjóvenes.

—Pues bien —dijo Porthos—, corro a palacio, prevengo a nuestroscamaradas que estén preparados para las ocho; la cita será en la plaza delPalais-Cardinal;vos,duranteese tiempo,hacedensillar loscaballospara loslacayos.

—Peroyono tengocaballo—dijoD’Artagnan—;voyacogerunohastacasadelseñordeTréville.

—Esinútil—dijoAramis—,cogeréisunodelosmíos.

—¿Cuántostenéisentonces?—preguntóD’Artagnan.

—Tres—respondiósonriendoAramis.

—Querido—dijoAthos—, sois desde luego el poetamejormontado deFranciayNavarra.

—Escuchad, mi querido Aramis, no sabéis qué hacer con tres caballos,¿verdad?Nocomprendosiquieraquehayáiscompradotrescaballos.

—Claro,nohecompradomásquedos—dijoAramis.

—Yeltercero,¿oscaídodelcielo?

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—No,el terceromeha sido traídoestamismamañanaporuncriadosinlibreaquenohaqueridodecirmeaquiénpertenecíayquemehaaseguradohaberrecibidolaordendesuamo…

—Odesuama—interrumpióD’Artagnan.

—Eso da igual —dijo Aramis poniéndose colorado—… y que me haasegurado,decía,haberrecibidodesuamalaordendeponeresecaballoenmicuadrasindecirmedepartedequiénvenía.

—Sóloalospoetasosocurrenesascosas—replicógravementeAthos.

—Pues bien, en tal caso, hagamos las cosas lo mejor posible —dijoD’Artagnan—:¿cuáldelosdoscaballosmontaréis,elquehabéiscompradooelqueoshandado?

—Elquemehandado,sindiscusión;comprenderéis,D’Artagnan,quenopuedohaceresainjuria…

—Aldonantedesconocido—contestóD’Artagnan.

—Oaladonantemisteriosa—dijoAthos.

—Entonces,¿elquehabéiscompradoseosvuelveinútil?

—Casi.

—¿Ylohabéisescogidovosmismo?

—Y con el mayor cuidado; como sabéis, la seguridad del caballerodependecasisiempredesucaballo.

—Bueno,cedédmeloporelprecioqueoshacostado.

—Iba a ofrecéroslo, mi querido D’Artagnan, dándoos el tiempo quenecesitéisparadevolvermeesabagatela.

—¿Ycuántooshacostado?

—Ochocientaslibras.

—Aquí tenéis cuarenta pistolas dobles, mi querido amigo —dijoD’Artagnansacandolasumadesubolsillo;séqueeséstalamonedaconqueospaganvuestrospoemas.

—Entonces,¿tenéisfondos?—dijoAramis.

—Muchos,muchísimos,querido.

YD’Artagnanhizosonarensubolsoelrestodesuspistolas.

—MandadvuestrasillaalpalaciodelosMosqueterosyostraeránvuestrocaballoaquíconlosnuestros.

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—Muybien,peroprontoseránlascinco,démonosprisa.

Un cuarto de hora después, Porthos apareció por la esquina de la calleFérouenunmagníficocaballoberberisco;Mosquetónleseguíaenuncaballode Auvergne, pequeño pero sólido. Porthos resplandecía de alegría y deorgullo.

AlmismotiempoAramisaparecióporlaotraesquinadelacallemontadoen un soberbio corcel inglés;Bazin lo seguía en un caballo ruano, llevandoatadounvigorosomecklemburgués:eralamonturadeD’Artagnan.

Losdosmosqueterosseencontraronenlapuerta;AthosyD’Artagnanlosmirabanporlaventana.

—¡Diablos!—dijoAramis—.Tenéisunsoberbiocaballo,queridoPorthos.

—Sí—respondióPorthos—;ésteeselqueteníanquehabermeenviadoalprincipio:unajugarretadelmaridolosustituyóporelotro;peroelmaridohasidocastigadoluegoyyoheobtenidosatisfacciones.

Planchet y Grimaud aparecieron entonces llevando de la mano lasmonturas de sus amos;D’ArtagnanyAthosdescendieron,montaron junto asuscompañerosy loscuatrosepusieronenmarcha:Athosenelcaballoquedebíaasumujer,Aramisenelcaballoquedebíaasuamante,Porthosenelcaballoquedebíaasuprocuradora,yD’Artagnanenelcaballoquedebíaasubuenafortuna,lamejordelasamantes.

Losseguíanloscriados.

Como Porthos había pensado, la cabalgada causó buen efecto; y si laseñoraCoquenard se hubiera encontrado en el camino dePorthos y hubierapodidoverelgranaspectoqueteníasobresuhermosoberberiscoespañol,nohabríalamentadolasangríaquehabíahechoenelcofredesumarido.

CercadelLouvre loscuatroamigosencontraronal señordeTrévillequevolvíadeSaint-Germain;losparóparafelicitarlosporsuequipo,cosaqueenuninstanteatrajoasualrededoralgunoscentenaresdemirones.

D’ArtagnanaprovechólacircunstanciaparahablaralseñordeTrévilledelacartadegransellorojoyarmasducales;porsupuesto,delaotranosoplóniunapalabra.

ElseñordeTrévilleaprobó la resoluciónquehabía tomado,y leaseguróquesialdíasiguientenohabíareaparecido,élsabríaencontrarloencualquiersitioqueestuviese.

En aquel momento, el reloj de la Samaritaine dio las seis; los cuatroamigosseexcusaronconunacitaysedespidierondelseñordeTréville.

UntiempodegalopeloscondujoalarutadeChaillot;laluzcomenzabaa

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bajar,loscochespasabanyvolvíanapasar;D’Artagnan,guardadoaalgunospasosporsusamigos,hundíasusmiradashastaelfondodelascarrozas,ynoveíaningúnrostroconocido.

Finalmente, al cuarto de hora de espera y cuando el crepúsculo caíacompletamente, apareció un coche llegando a todo galope por la ruta deSèvres;unpresentimientoledijodeantemanoaD’Artagnanqueaquelcocheencerrabaalapersonaquelehabíadadocita;eljovenquedócompletamentesorprendido al sentir su corazón batir tan violentamente. Casi al punto unacabeza demujer salió por la portezuela, con dos dedos sobre la boca comopararecomendarsilencio,ocomoparaenviarunbeso;D’Artagnanlanzóunlevegritodealegría:aquellamujer,omejordicho,aquellaaparición,porqueelcochehabíapasadoconlarapidezdeunavisión,eralaseñoraBonacieux.

Por un movimiento involuntario y pese a la recomendación hecha,D’Artagnanlanzósucaballoalgalopeyenpocossaltosalcanzóelcoche;peroel cristal de la portezuela estaba herméticamente cerrado: la visión habíadesaparecido.

D’Artagnanseacordóentoncesdelarecomendación:

«Si amáis vuestra vida y la de las personas que os aman, permanecedinmóvilycomosinadahubieraisvisto».

Se detuvo, por tanto, temblando no por él sino por la pobremujer que,evidentemente,sehabíaexpuestoaungranpeligrodándoleaquellacita.

Elcochecontinuósurutacaminandosiempreatodogalope,seadentróenParísydesapareció.

D’Artagnanhabíaquedadodesconcertadoysinsaberquépensar.SieralaseñoraBonacieuxysivolvíaaParís,¿porquéaquellacita fugitiva,porquéaquelsimplecambiodeunamirada,porquéaquelbesoperdido?Ysiporotrolado no era ella, lo cual eramuy posible porque la escasa luz que quedabahacíafácilelerror,sinoeraella,¿noseríaelcomienzodeungolpedemanomontado contra él con el cebo de aquella mujer cuyo amor por ella eraconocido?

Los trescompañerosse leacercaron.Los treshabíanvistoperfectamenteunacabezademujeraparecerenlaportezuela,peroningunodeellos,exceptoAthos,conocíaalaseñoraBonacieux.LaopinióndeAthos,porlodemás,fueque sí era ella; pero menos preocupado que D’Artagnan por aquel bonitorostro,habíacreídoverunasegundacabezaunacabezadehombre,al fondodelcoche.

—Siesasí—dijoD’Artagnan—,sindudalallevandeunaprisiónaotra.Pero¿quévanahacerconesapobrecriaturaycuándovolveréaverla?

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—Amigo—dijo gravementeAthos—, recordad que losmuertos son losúnicos a los que uno está expuesto a volver a encontrar sobre la tierra.Vossabéisalgodeeso,igualqueyo,¿noesasí?Ahorabien,sivuestraamantenoestámuerta, si es la que acabamos de ver, la encontraréis un día u otro. Yquizá,Diosmío—añadióconunacentomisántropoqueleerapropio—,quizáantesdeloquequeráis.

Sonaron las sieteymedia, el coche llevabaun retrasodeveinteminutosrespectoalacitadada.LosamigosdeD’Artagnanlerecordaronqueteníaunavisitaquehacer,haciéndoleobservartambiénquetodavíaestabaatiempodedesdecirse.

PeroD’Artagnaneraalavezobstinadoycurioso.Selehabíametidoenlacabeza que iría al Palais-Cardinal y que sabría lo queSuEminencia quería.Nadapudohacerlecambiarsudeterminación.

LlegaronalacalleSaint-Honoré,yenlaplazaPalais-Cardinalencontrarona los doce mosqueteros convocados que se paseaban a la espera de suscamaradas.Sóloallíselesexplicódequésetrataba.

D’Artagnaneramuyconocidoenelhonorablecuerpodelosmosqueterosdelrey,dondesesabíaqueundíaocuparíaunpuesto;selemirabaportantopor adelantado como a un camarada. Resultó de aquellos antecedentes quecadacualaceptódebuenaganalamisiónaqueestabainvitado;porotraparte,según todas lasprobabilidades, se tratabade jugarunamalapasadaal señorcardenal y a sus gentes, y para tales expediciones aquellos gentileshombresestabansiempredispuestos.

Athos los repartió, pues, en tres grupos, tomó el mando de uno, dio elsegundoaAramisyelterceroaPorthos;luegocadagrupofueaemboscarsefrenteaunasalida.

D’Artagnanporsuparteentróvalientementeporlapuertaprincipal.

Aunquesesintieravigorosamenteapoyado,eljovennoibasininquietudalsubirpasoapaso laescalinata.SuconductaconMiladyseparecíamuchoaunatraición,ysospechabadelasrelacionespolíticasqueexistíanentreaquellamujeryelcardenal;además,deWardes,aquientanmalhabíatratado,eraunode los fielesdeSuEminencia, yD’Artagnan sabíaque siSuEminencia eraterribleconsusenemigos,eramuyadictoasusamigos.

—SideWardeslehacontadotodonuestroasuntoalcardenal,cosaquenoes dudosa, y simeha reconocido, cosaque es probable, debo considerarmepoco más o menos como un hombre condenado —decía D’Artagnanmoviendolacabeza—.Pero¿porquéhaesperadohastahoy?Esmuysencillo,Miladysehabráquejadocontramíconesedolorhipócritaque lavuelve taninteresante, y este último crimen habrá hecho desbordar el vaso.

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Afortunadamente—añadió—,misbuenosamigosestaránabajoynodejaránquemellevensindefenderme.Sinembargo,lacompañíademosqueterosdelseñordeTrévillenopuedehacersolalaguerraalcardenal,quedisponedelasfuerzas de toda Francia, y ante el cual la reina carece de poder y el rey devoluntad.D’Artagnan,amigomío,eresvaliente,tienesexcelentescualidades,¡perolasmujeresloperderán!

Estabaentantristeconclusióncuandoentróenlaantecámara.Entregósucartaalujierdeservicio,quelohizopasaralasaladeesperaysemetióenelinteriordelpalacio.

En aquella sala de espera había cinco o seis guardias del señor cardenalque, al reconocer aD’Artagnan y sabiendo que era él quien había herido aJussac,lomirabansonriendodemanerasingular.

Aquella sonrisa le pareció aD’Artagnan demal augurio; sólo que comonuestrogascónnoerafácildeintimidar,omejor,graciasaunorgullonaturaldelasgentesdesuregión,nodejabaverfácilmenteloquepasabaensualmacuandoaquelloquepasabaseparecíaaltemor,seplantóorgullosamenteantelosseñoresguardiasyesperóconlamanoenlacadera,enunaactitudquenocarecíademajestad.

ElujiervolvióehizoseñaaD’Artagnandeseguirlo.Leparecióal jovenquelosguardias,alverloalejarse,cuchicheabanentresí.

Siguió un corredor, atravesó un gran salón, entró en una biblioteca y seencontrófrenteaunhombresentadoanteunescritorioyqueescribía.

El ujier lo introdujo y se retiró sin decir una palabra. D’Artagnanpermaneciódepieyexaminóaaquelhombre.

D’Artagnan creyó al principio que tenía que habérselas con algún juezexaminando su dossier, pero se dio cuenta de que el hombre del escritorioescribía omejor corregía líneas de desigual longitud, contando las palabrasconlosdedos;vioqueestabafrenteaunpoeta;alcabodeuninstante,elpoetacerrósumanuscritosobrecuyacubiertaestabaescrito:MÍRAME,tragediaencincoactos,yalzólacabeza.

D’Artagnanreconocióalcardenal.

CapítuloXL

Elcardenal

Elcardenalapoyósucodosobresumanuscrito,sumejillasobresumano,

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ymiróuninstantealjoven.Nadieteníaelojomásprofundamenteescrutadorqueelcardenal,yD’Artagnansintióaquellamiradacorrerporsusvenascomounafiebre.

Sin embargo puso buena cara, teniendo su sombrero en sus manos yesperandoelcaprichodeSuEminencia,sindemasiadoorgullo,perotambiénsindemasiadahumildad.

—Señor—ledijoelcardenal—,¿soisvosunD’ArtagnandelBéarn?

—Sí,monseñor—respondióeljoven.

—HaymuchasramasdeD’ArtagnanenTarbesyenlosalrededores—dijoelcardenal—;¿acuálpertenecéisvos?

—Soyhijo del que hizo las guerras de religión con el gran reyEnrique,padredeSuGraciosaMajestad.

—Esoestábien.¿Soisvosquiensalisteishacesieteaochomesesmásomenosdevuestraregiónparavenirabuscarfortunaalacapital?

—Sí,monseñor.

—Vinisteis porMeung, donde os ha ocurrido algo, no sémuy bien qué,peroalgo.

—Monseñor—dijoD’Artagnan—,loquemepasó…

—Inútil, inútil —replicó el cardenal con una sonrisa que indicaba queconocía la historia tan bien como el que quería contársela—; estabaisrecomendadoalseñordeTréville,¿noesasí?

—Sí,monseñor,peroprecisamente,enesedesgraciadoasuntodeMeung…

—Se perdió la carta—prosiguió la Eminencia—; sí, ya sé eso; pero elseñordeTrévilleesunfisonomistahábilqueconocealoshombresaprimeravista, y os ha colocado en la compañía de su cuñado, el señor des Essarts,dejándooslaesperanzadequeundíaaotroentraríaisenlosmosqueteros.

—Monseñorestáperfectamenteinformado—dijoD’Artagnan.

—Desde esa época os han pasadomuchas cosas: os habéis paseado pordetrásde losChartreuxciertodíaquemáshubieravalidoqueestuvieseisenotra parte; luego habéis hecho con vuestros amigos un viaje a las aguas deForges; ellos se han detenido en ruta, pero vos habéis continuado vuestrocamino.Esmuysencillo,teníaisasuntosenInglaterra.

—Monseñor—dijoD’Artagnancompletamentedesconcertado—,yoiba…

—De caza, a Windsor, o a otra parte, eso no importa a nadie. Sé eso,porquemiobligaciónconsisteensaberlotodo.Avuestroregreso,habéissido

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recibidoporunaaugustapersona,yveoconplacerquehabéisconservadoelrecuerdoqueoshadado.

D’Artagnanllevólamanoaldiamantequeteníadelareina,yvolvióconprestezaelengastehaciadentro;peroerademasiadotarde.

—Al día siguiente de esa fecha, habéis recibido la visita de Cavois—prosiguióelcardenal—;ibaarogarosquepasaseisporelPalais;esavisitanolahabéishecho,yhabéiscometidounerror.

—Monseñor,temíahaberincurridoendesgraciaconVuestraEminencia.

—¡Vaya!Yeso,¿porquéseñor?Porhaberseguidolasórdenesdevuestrossuperioresconmásinteligenciayvalordeloqueotrohubierahecho.¿Incurrirenmidesgraciacuandomerecíaiselogios?Sonlaspersonasquenoobedecenlasqueyocastigo,ynoslaque,comovos,obedecen…demasiadobien…Ylaprueba,recordadlafechadeldíaenqueoshabíadichoquevinieraisaverme,buscadenvuestramemorialoquepasóaquellamismanoche.

Era la misma noche en que había tenido lugar el rapto de la señoraBonacieux; D’Artagnan se estremeció, y recordó que media hora antes lapobremujerhabíapasadoasulado,arrastradasindudaporlamismapotenciaquelahabíahechodesaparecer.

—Enfin—continuóelcardenal—comonooíahablardevosdesdehacealgún tiempo, he querido saber qué hacíais. Además, me debéis algunagratitud: vos mismo habréis observado con qué miramientos habéis sidotratadoentodaslascircunstancias.

D’Artagnanseinclinóconrespeto.

—Eso —continuó el cardenal—, se debía no sólo a un sentimiento deequidad natural, sino además a un plan que yome había trazado respecto avos.

D’Artagnanestabacadavezmásasombrado.

—Yo quería exponeros ese plan el día que recibisteis mi primerainvitación;peronovinisteis.Porsuerte,nadasehaperdidoconeseretraso,yhoy vais a oírlo. Sentaos ahí, delante de mí, señor D’Artagnan: sois losuficientementebuengentilhombreparanoescuchardepie.

Y el cardenal indicó con el dedo una silla al joven, que estaba tanasombrado de lo que pasaba que, para obedecer, esperó una segundaindicacióndesuinterlocutor.

—Sois valiente, señor D’Artagnan —continuó la Eminencia—; soisprudente,cosaquevalemás.Megustanloshombresdecabezaydecorazón;noosasustéis—dijosonriendo—,porhombresdecorazónentiendohombres

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devalor;mas,pesea lo jovenquesoisy reciénentradoenelmundo, tenéisenemigospoderosos;¡sinotenéiscuidado,osperderán!

—¡Ah,monseñor!—respondió el joven—.Lo haránmuy fácilmente sinduda;porquesonfuertesyestánbienapoyados,mientrasqueyoestoysolo.

—Sí, es cierto; pero pormás solo que estéis, habéis hecho yamucho, ymás haréis aún, no tengo ninguna duda. Sin embargo, necesitáis, en miopinión,serguiadoenlaaventureracarreraquehabéisemprendido;porque,sinomeequivoco,habéisvenidoaParísconlaambiciosaideadehacerfortuna.

—Estoyenlaedaddelaslocasesperanzas,Monseñor—dijoD’Artagnan.

—No hay locas esperanzas más que para los tontos, señor, y vos soisinteligente. Veamos, ¿qué diríais de una enseña en mis guardias, y de unacompañíadespuésdelacampaña?

—¡Ah,Monseñor!

—Aceptáis,¿noesasí?

—Monseñor—replicóD’Artagnanconairedeapuro.

—¿Cómo?¿Rehusáis?—exclamóelcardenalasombrado.

—Estoy en los guardias de SuMajestad,Monseñor, y no tengomotivosparaestardescontento.

—Peromeparece—dijolaEminencia—quemisguardiassontambiénlosguardiasdeSuMajestad,yquecontalquesesirvaenuncuerpofrancés,sesirvealrey.

—Monseñor,VuestraEminenciahacomprendidomalmispalabras.

—¿Queréisunpretexto,noeseso?Comprendo.Puesbien,esepretextolotenéis.Elascenso,lacampañaqueseinicia, laocasiónqueseosofrece:esoparalagente;paravos,lanecesidaddeproteccionesseguras;porqueesbuenoquesepáis, señorD’Artagnan,quehe recibidoquejasgravescontravos,vosnoconsagráisexclusivamentevuestrosdíasyvuestrasnochesal serviciodelrey.

D’Artagnansepusocolorado.

—Por lodemás—continuóelcardenalposandosumanosobreun legajodepapeles—,tengotodouninformequeosconcierne;peroantesdeleerlo,hequeridohablarconvos.Osséhombrederesolución,yvuestrosservicios,biendirigidos, en vez de perjudicaros pueden reportaros mucho. Veamos,reflexionadydecidid.

—Vuestrabondadmeconfunde,Monseñor—respondióD’Artagnan—,yreconozco en vuestra Eminencia una grandeza de alma que me hace tan

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pequeño como un gusano; pero, en fin, dado que Monseñor me permitehablarleconfranqueza…

D’Artagnansedetuvo.

—Sí,hablad.

—Puesbien,diréaVuestraEminenciaquetodosmisamigosestánenlosmosqueterosyenlosguardiasdelrey,yquemisenemigos,porunafatalidadinconcebible,estánconVuestraEminencia;seríaportantomalrecibidoymalmiradosiaceptaraloquemonseñormeofrece.

—¿Tendríaislaorgullosaideadequenoosofrezcoloquevaléis,señor?—dijoelcardenalconunasonrisadedesdén.

—Monseñor,Vuestra Eminencia es cien veces bueno conmigo, y, por elcontrario, pienso no haber hecho aún suficiente para ser digno de susbondades.ElsitiodeLaRochellevaaempezar,monseñor;yoserviréantelosojosdeVuestraEminencia,ysitengolasuertedecomportarmeenesesitiodetalformaquemerezcaatraersusmiradas,¡puesbien!,luegotendréalmenosdetrásdemíalgunaacciónbrillanteparajustificarlaprotecciónconquetengaabienhonrarme.Tododebehacerseasutiempo,monseñor;quizámástardetengayoderechoadarme,enestemomentopareceríaquemevendo.

—Esdecir,querehusáisservirme,señor—dijoelcardenalconuntonodedespecho en el que apuntaba sin embargo cierta clase de estima—; quedad,pues,libreyguardadvuestrosodiosyvuestrassimpatías.

—Monseñor…

—Bien,bien—dijoelcardenal—,noosquiero;perocomocomprenderéisbastantetieneunocondefenderasusamigosyrecompensarlos,nodebenadaa sus enemigos, y sin embargo os daré un consejo:manteneos alerta, señorD’Artagnan,porqueenelmomentoenqueyohayaretiradomimanodevos,nocompraríavuestravidaporunóbolo.

—Lointentaré,monseñor—respondióelgascónconnobleseguridad.

—Más tarde, y si en cierto momento os ocurre alguna desgracia—dijoRichelieuconintención—,pensadquesoyyoquienhaidoabuscaros,yquehahechocuantohapodidoparaqueesadesgracianoosalcanzase.

—Pase lo que pase—dijoD’Artagnan poniendo lamano en el pecho einclinándose—,tendréeternagratitudaVuestraEminenciaporloquehacepormíenestemomento.

—Bien, como habéis dicho—señorD’Artagnan—, volveremos a vernosen la campaña; os seguiré con los ojos, porque estaré allí —prosiguió elcardenal señalando con el dedo a D’Artagnan unamagnífica armadura que

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debíaendosarse—,yavuestroregreso,puesbien,¡hablaremos!

—¡Ah, monseñor! —exclamó D’Artagnan—. Ahorradme el peso devuestradesgracia;permanecedneutral,monseñor,siosparecequeactúocomohombregalante.

—Joven—dijoRichelieu—, si puedo deciros una vezmás lo que os hedichohoy,osprometodecíroslo.

Esta última frase de Richelieu expresaba una duda terrible; consternó aD’Artagnan más de lo que habría hecho una amenaza, porque era unaadvertencia.Elcardenaltrataba,pues,depreservarledealgunadesgraciaqueloamenazaba.Abriólabocapararesponder,perocongestoaltivoelcardenallodespidió.

D’Artagnansalió;peroalapuertaestuvoapuntodefallarleelcorazón,ypoco le faltó para volver a entrar. Sin embargo, el rostro grave y severo deAthos se le apareció: si hacía con el cardenal el pactoque éste le proponía,Athosnovolveríaadarlelamano,Athosrenegaríadeél.

Fue este temor el que lo retuvo: ¡tan poderosa es la influencia de uncarácterverdaderamentegrandesobrecuantolerodea!

D’Artagnandescendiópor lamismaescalerapor laquehabía entrado,yencontróantelapuertaaAthosyaloscuatromosqueterosqueesperabansuregreso y que comenzaban a inquietarse. Con una palabra D’Artagnan lostranquilizó, y Planchet corrió a avisar a los demás puestos que era inútilmontarunaguardiamáslarga,dadoquesuamohabíasalidosanoysalvodelPalais-Cardinal.

UnavezvueltosacasadeAthos,AramisyPorthosse informaronde lascausasdeaquellaextrañacita;peroD’ArtagnansecontentócondecirlesqueelseñordeRichelieulohabíahechoirparaproponerleentrarensusguardiasconelgradodeenseña,yquehabíarehusado.

—Yhabéishechobien—exclamaronaunaPorthosyAramis.

Athos cayó enprofunda reflexiónynodijo nada.Pero en cuanto estuvosoloconD’Artagnan:

—Habéis hecho lo que debíais hacer, D’Artagnan—dijo Athos—, peroquizáhabéishechomal.

D’Artagnanlanzóunsuspiro;porqueaquellavozrespondíaaunavozdesualma,queledecíaquegrandesdesgraciasloesperaban.

Lajornadadeldíasiguientesepasóenpreparativosdepartida;D’ArtagnanfueadespedirsedelseñordeTréville.Aaquellahorasecreíatodavíaquelaseparación de los guardias y de losmosqueteros seríamomentánea, porque

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aqueldíateníaelreysuparlamentoydebíanpartiraldíasiguiente.ElseñordeTrévillesecontentó,pues,conpreguntaraD’Artagnansinecesitabaalgodeél, pero D’Artagnan respondió orgullosamente que tenía todo lo quenecesitaba.

LanochereunióatodosloscamaradasdelacompañíadelosguardiasdelseñordesEssartsydelacompañíadelosmosqueterosdelseñordeTréville,quehabíanhechoamistad.SedejabanparavolverseavercuandopluguieraaDiosysiplacíaaDios.Lanochefueportantounadelasmásruidosas,comose puede suponer, porque en semejantes casos, no se puede combatir laextremaprecauciónmásqueconelextremodescuido.

Aldíasiguiente,alprimer toquedelas trompetas, losamigossedejaron:losmosqueteroscorrieronalpalaciodelseñordeTrévilleylosguardiasaldelseñor des Essarts. Los dos capitanes condujeron al punto sus compañías alLouvre,dondeelreylosrevistaba.

El rey estaba triste y parecía enfermo, lo cual quitaba algo a su gestoaltivo.Enefecto,lavísperalafiebrelohabíacogidoenmediodelparlamentoymientrasocupabalapresidencia.Noporelloestabamenosdecididoapartiraquellamismanoche;ypesea lasobservacionesquesehabíanhecho,habíaquerido pasar revista, esperando que el primer golpe de vigor vencería laenfermedadquecomenzabaaapoderarsedeél.

Unavezpasadalarevista,losguardiassepusieronenmarcha,ellossolos;losmosqueterosdebíanpartirsóloconelrey,loquepermitióaPorthosiradarunavuelta,ensusoberbioequipo,porlacalleauxOurs.

La procuradora lo vio pasar en su uniforme nuevo y sobre su hermosocaballo.Amabademasiado aPorthos para dejarlo partir así; le hizo seña deapearse y de venir a su lado. Porthos estaba magnífico; sus espuelasresonaban, su coraza brillaba, su espada le golpeaba orgullosamente laspiernas.Aquellavezlospasantesnotuvieronningunaganadereír:¡tantaeralapintaquePorthosteníadecortadordeorejas!

El mosquetero fue introducido junto al señor Coquenard, cuyos ojillosgrisesbrillarondecóleraalvera suprimo todo flamante.Sinembargo,unacosaloconsolóinteriormente;esqueportodaspartesdecíanquelacampañasería ruda: en el fondo de su corazón esperaba dulcemente que Porthosmurieraenella.

Porthos presentó sus respetos a maese Coquenard y se despidió de él;maeseCoquenardledeseótodasuertedeprosperidades.EncuantoalaseñoraCoquenard, no podía contener sus lágrimas; pero nadie sacó ninguna malaconsecuenciadesudolor;selasabíamuyapegadaasusparientes,porlosquehabíatenidosiemprecruelesdisputasconsumarido.

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Pero las auténticas despedidas se hicieron en la habitación de la señoraCoquenard:fuerondesgarradoras.

Duranteeltiempoquelaprocuradorapudoseguirconlosojosasuamante,agitó un pañuelo inclinándose fuera de la ventana, hasta el punto de que secreería que quería tirarse. Porthos recibió todas aquellas señales de ternuracomohombre habituado a semejantes demostraciones. Sólo que al volver laesquinadelacalle,sequitóelsombreroyloagitóenseñaldeadiós.

Porsuparte,Aramisescribíaunalargacarta.¿Aquién?Nadiesabíanada.En la habitación vecina, Ketty, que debía partir aquella misma noche paraTours,esperabaaquellacartamisteriosa.

Athosbebíaasorboslaúltimabotelladesuvinoespañol.

Mientrastanto,D’Artagnandesfilabaconsucompañía.

Al llegar al barriodeSaint-Antoine, sevolvióparamirar alegremente laBastilla;perocomoerasolamentelaBastillaloquemiraba,novioaMiladyque,montadasobreuncaballoovero,loseñalabaconeldedoadoshombresdemalacataduraqueseacercaronalpuntoalasfilasparareconocerlo.Aunainterrogaciónque sehicieroncon lamirada,Milady respondióconun signoqueeraél.Luego,seguradequenopodíahabererrorenlaejecucióndesusórdenes,espoleósucaballoydesapareció.

Losdoshombressiguieronentoncesalacompañía,yalasalidadelbarrioSaint-Antoine montaron en dos caballos completamente preparados que uncriadosinlibreateníaenlamanoesperándolos.

CapítuloXLI

ElsitiodeLaRochelle

ElsitiodeLaRochellefueunodelosgrandesacontecimientospolíticosdeLuisXIII,yunadelasgrandesempresasmilitaresdelcardenal.Esportantointeresante, e incluso necesario, que digamos algunas palabras, dado quemuchosdetallesdeeseasedioestánligadosdemanerademasiadoimportantealahistoriaquehemoscomenzadoacontarparaquelospasemosensilencio.

Las miras políticas del cardenal cuando emprendió este asedio eranconsiderables. Expongámoslas primero, luego pasaremos a las mirasparticulares que no tuvieron sobre Su Eminencia menos influencia que lasprimeras.

De lasciudades importantesdadasporEnrique IVa loshugonotescomo

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plazasdeseguridad,sóloquedabaLaRochelle.Setratabaportantodedestruiraquel último baluarte del calvinismo, levadura peligrosa a la que venían amezclarseincesantementefermentosderevueltacivilodeguerraextranjera.

Españoles, ingleses, italianos descontentos, aventureros de cualquiernación,soldadosdefortunadetodasectaacudíanalaprimerallamadabajolasbanderas de los protestantes y se organizaban como una vasta asociacióncuyasramasdivergíanacaprichoentodoslospuntosdeEuropa.

La Rochelle, que había adquirido nueva importancia con la ruina de lasdemás ciudades calvinistas era, pues, el hogar de las disensiones y de lasambiciones.Habíamás:supuertoeralaprimerapuertaabiertaalosinglesesen el reino de Francia; y al cerrarlo a Inglaterra, nuestra eterna enemiga, elcardenalacababalaobradeJuanadeArcoydelduquedeGuisa.

PoresoBassompierre,queeraa lavezprotestanteycatólico,protestantedecorazónycatólicocomocomendadordelEspírituSanto;Bassompierre,queera alemán de nacimiento y francés de corazón; Bassompierre, en fin, queejercíaunmandoparticularenelasediodeLaRochelle,decíacargandoalacabezademuchosotrosseñoresprotestantescomoél:

—¡Ya veréis, señores, cómo somos tan bestias que conquistaremos LaRochelle!

YBassompierreteníarazón;elcañoneodelaisladeRépresagiabaparaéllas dragonadas de Cévennes; la toma de La Rochelle era el prefacio de larevocacióndeledictodeNantes.

Pero, ya lo hemosdicho, al ladode estasmiras delministro nivelador ysimplificador, y que pertenecen a la historia, el cronista está obligado areconocerlaspequeñasmirasdelhombreenamoradoydelrivalceloso.

Richelieu,comotodossaben,habíaestadoenamoradode la reina;siesteamor tenía en él un simple objetivo político o era naturalmente una de esasprofundas pasiones como las que inspiró Ana de Austria a quienes larodeaban, es lo que no sabríamos decir; pero en cualquier caso, por losdesarrollos anteriores de esta historia, se ha visto que Buckingham habíatriunfadosobreélyqueendosotrescircunstancias,ysobretodoenladelosherretes,graciasaldesvelodelostresmosqueterosyalvalordeD’Artagnan,habíasidocruelmenteburlado.

Setrataba,pues,paraRichelieunosólodelibraraFranciadeunenemigo,sino de vengarse de un rival; por lo demás, la venganza debía ser grande yclamorosa,ydignaen todounhombreque tieneensumano,porespadadecombate,lasfuerzasdetodounreino.

RichelieusabíaquecombatiendoaInglaterracombatíaaBuckingham,que

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venciendo a Inglaterra vencía aBuckingham, y que humillando a InglaterraantelosojosdeEuropahumillabaaBuckinghamalosojosdelareina.

Por su ladoBuckingham, aunque ponía ante todo el honor de Inglaterraestaba movido por intereses absolutamente semejantes a los del cardenal;Buckinghamtambiénperseguíaunavenganzaparticular:bajoningúnpretextohabíapodidoBuckinghamentrarenFranciacomoembajador,yqueríaentrarcomoconquistador.

Dedonderesultaqueloquerealmenteseventilabaenesapartidaquelosdos reinos más poderosos jugaban por el capricho de dos hombresenamorados,eraunasimplemiradadeAnadeAustria.

La primera ventaja había sido para el duque de Buckingham: llegadoinopinadamente a la vista de la isla deRé con noventa bajeles y veintemilhombresaproximadamente,había sorprendidoal condeToiras,quemandabaen nombre del rey en la isla; tras un combate sangriento había realizado sudesembarco.

Relatemos de paso que en este combate había perecido el barón deChantal;elbaróndeChantaldejabahuérfanaunaniñadedieciochomeses.

EstaniñafueluegoMadamedeSévigné.

ElcondedeToirasseretiróalaciudadelaSaint-Martinconlaguarnición,ydejóuncentenardehombresenunpequeñofuertequesellamabadelaPrée.

Este acontecimiento había acelerado las decisiones del cardenal; y a laespera de que el rey y él pudieran ir a tomar el mando del asedio de LaRochelle,queestabadecidido,habíahechopartiraMonsieurparadirigir lasprimeras operaciones, y había hecho desfilar hacia el escenario de la guerratodaslastropasdequehabíapodidodisponer.

DeestedestacamentoenviadocomovanguardiaeradelqueformabapartenuestroamigoD’Artagnan.

El rey, como hemos dicho, debía seguirlo tan pronto como hubieraterminadolasolemnesesiónrealperoallevantarsedeaquelasientoreal,el28de junio sehabía sentidoafiebrado;habríaqueridopartir igualmenteperoalempeorarsuestadosevioobligadoadetenerseenVilleroi.

Ahora bien, allí donde se detenía el rey se detenían losmosqueteros; dedonde resultaba que D’Artagnan, que estaba pura y simplemente en losguardias, se había separado, momentáneamente al menos, de sus buenosamigosAthos,PorthosyAramis;estaseparación,quenoeraparaélmásqueuna contrariedad, se habría convertido desde luego en inquietud seria sihubierapodidoadivinarquépeligrosdesconocidoslorodeaban.

Noporesodejódellegar,sinincidentealgunoalcampamentoestablecido

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anteLaRochelle,haciael10delmesdeseptiembredelaño1627.

Todo se hallaba en el mismo estado: el duque de Buckingham y susingleses dueños de la isla de Ré, continuaban sitiando, aunque sin éxito, laciudadela de Saint-Martin y el fuerte de La Prée, y las hostilidades con LaRochellehabíancomenzadohacíadosotresdíasapropósitodeunfuertequeelduquedeAngulemaacababadehacerconstruirjuntoalaciudad.

Losguardias,almandodelseñordesEssarts,sealojabanenlosMínimos.

Perocomosabemos,D’Artagnan,preocupadopor laambicióndepasaralos mosqueteros, raramente había hecho amistad con sus camaradas; seencontrabaportantosoloyentregadoasuspropiasreflexiones.

Susreflexionesnoeranrisueñas;desdehacíaunañoquehabía llegadoaParís se había mezclado en los asuntos públicos; sus asuntos privados nohabíanadelantadomuchonienamornienfortuna.

Enamor,laúnicamujeralaquehabíaamadoeralaseñoraBonacieux,ylaseñora Bonacieux había desaparecido sin que él pudiera descubrir aún quéhabíasidodeella.

Enfortuna,sehabíahecho,débilcomoera,enemigodelcardenal,esdecir,deunhombreanteelcualtemblabanlosmayoresdelreino,empezandoporelrey.

Aquelhombrepodíaaplastarlo,ysinembargonolohabíahecho;parauningenio tanperspicaz comoeraD’Artagnan, aquella indulgencia erauna luzporlaquevelaunporvenirmejor.

Luego se había hecho también otro enemigo menos de temer, pensaba,pero que sin embargo instintivamente sentía que no era de despreciar: eseenemigoeraMilady.

Acambiodetodoestohabíaconseguidolaprotecciónylabenevolenciadelareina,perolabenevolenciadelareinaera,enaquellostiempos,unacausamás de persecuciones; y su protección, como se sabe, protegía muy mal;ejemplos:ChalaisylaseñoraBonacieux.

Loqueentodoaquellohabíaganadoenclaroeraeldiamantedecincooseis mil libras que llevaba en el dedo; pero incluso de aquel diamante,suponiendoqueD’Artagnanensusproyectosdeambiciónquisieraguardarloparaconvertirloundíaenseñaldereconocimientode la reina,nohabíaqueesperar,puestoquenopodíadeshacersedeél,másvalorquedelosguijarrosquepisoteaba.

Decimos los guijarros que pisoteaba, porque D’Artagnan hacía estasreflexiones paseándose en solitario por un lindo caminito que conducía delcampamento a la villa de Angoutin; ahora bien, estas reflexiones lo habían

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llevadomás lejos de lo que pensaba, y la luz comenzaba a bajar cuando alúltimorayodelcrepúsculoleparecióverbrillardetrásdeunsetoelcañóndeunmosquete.

D’Artagnanteníaelojodespiertoyel ingeniopronto,comprendióqueelmosquete no había venido hasta allí completamente solo y que quien lomanejaba no estaba escondido detrás de un seto con intenciones amistosas.Decidióportantolargarsecuando,alotroladodelaruta,trasunaroca,divisólaextremidaddeunsegundomosquete.

Eraevidentementeunaemboscada.

El joven lanzó una ojeada sobre el primer mosquete y vio con ciertainquietudquesebajabaensudirección,perotanprontocomovioelorificiodelcañóninmóvilsearrojócuerpoatierra.Almismotiemposalióeldisparoyoyóelsilbidodelabalaquepasabaporencimadesucabeza.

No había tiempo que perder: D’Artagnan se levantó de un salto en elmismomomentoquelabaladelotromosquetehizovolar losguijarrosenellugarmismodelcaminoenquesehabíaarrojadodecaracontraelsuelo.

D’Artagnannoeraunodeesoshombresinútilmentevalientesquebuscanlamuerteridículaparaquesedigadeellosquenohanretrocedidoniunpaso;además,aquínosetratabadevalor:D’Artagnanhabíacaídoenunacelada.

—Sihayuntercerdisparo—sedijo—,soyhombremuerto.

Yalpunto,echandoatodocorrer,huyóendireccióndelcampamentoconlavelocidaddelasgentesdesuregión,tanrenombradasporsuagilidad;mascualquieraquefueselarapidezdesucarrera,elprimeroquehabíadisparado,habiendo tenido tiempo de volver a cargar su arma, le disparó un segundodisparotanbienajustadoestavezquelabalaleatravesóelsombreroylohizovolaradiezpasosdeél.

Sinembargo,comoD’Artagnannoteníaotrosombrero,recogióelsuyoalacarrera,llegótodojadeanteymuypálidoasualojamiento,sesentósindecirnadaanadieysepusoareflexionar.

Aquelsucesopodíatenertrescausas:

La primera ymás natural podía ser una emboscada de los rochelleses, aquienesnoleshabríamolestadomataraunodelosguardiasdeSuMajestad,primeroporqueeraunenemigomenos,yporqueesteenemigopodíatenerunabolsabienguarnecidaensubolso.

D’Artagnancogiósusombrero,examinóelagujerodelabalaymoviólacabeza. La bala no era una bala de mosquete, era una bala de arcabuz; laexactituddeldisparolehabíadadoyalaideadequehabíasidodisparadoporun armaparticular: aquellono era, por tanto, una emboscadamilitar, puesto

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quelabalanoeradecalibre.

Aquellopodíaserunbuenrecuerdodel señorcardenal.Se recordaráqueenelmomentomismoenquegraciasaaquelbienaventuradorayodesolhabíadivisado el cañón del fusil, él se asombraba de la longanimidad de SuEminenciaparaconél.

PeroD’Artagnanmoviólacabeza.ConpersonasconlasquenoteníamásqueextenderlamanoraravezrecurríaSuEminenciaasemejantesmedios.

AquellopodíaserunavenganzadeMilady.

Estoeralomásprobable.

Trató inútilmente de recordar o los rasgos o el traje de los asesinos; sehabíaalejadotanrápidamentedeellosquenohabíatenidotiempodeobservarnada.

—¡Ay, mis pobres amigos! —murmuró D’Artagnan—. ¿Dónde estáis?¡Cuántafaltamehacéis!

D’Artagnan pasó muy mala noche. Tres o cuatro veces se despertósobresaltado, imaginándose que un hombre se acercaba a su cama paraapuñalarlo.Sin embargo, apareció la luz sin que la oscuridadhubiera traídoningúnincidente.

PeroD’Artagnan sospechómucho que lo que estaba aplazado no estabaperdido.

D’Artagnanpermaneció toda la jornadaensualojamiento;asímismosediolaexcusadequeeltiempoeramalo.

Aldíasiguiente,alasnueve,tocaronllamadaytropa.ElduquedeOrleánsvisitaba lospuestos.Losguardiascorrierona lasarmasyD’Artagnanocupósupuestoenmediodesuscamaradas.

Monsieur pasó ante el frente de batalla; luego, todos los oficialessuperioresseacercaronaélparahacerleséquito,elseñorDesEssarts,capitándelosguardias,igualquelosdemás.

AlcabodeuninstanteleparecióaD’ArtagnanqueelseñorDesEssartslehacía señas de acercarse: esperó un nuevo gesto de su superior, temiendoequivocarse, pero repetido el gesto, dejó las filas y se adelantó para oír laorden.

—Monsieur va a pedir hombres voluntarios para una misión peligrosa,peroqueseráunhonorparaquieneslacumplan;oshehechoesaseñaparaqueestuvieraispreparado.

—¡Gracias,mi capitán!—respondióD’Artagnan, quenopedíaotra cosa

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quedistinguirsealosojosdeltenientegeneral.

En efecto, los rochelleses habían hecho una salida durante la noche yhabían recuperadounbastióndel que el ejército realista se había apoderadodos días antes; se trataba de hacer un reconocimiento a cuerpo descubiertoparavercómocustodiabaelejércitoaquelbastión.

Efectivamente,alcabodealgunosinstantesMonsieurelevólavozydijo:

—Necesitaría para esta misión tres o cuatro voluntarios guiados por unhombreseguro.

—Encuantoalhombreseguro,lotengoamano,Monsieur—dijoelseñorDes Essarts, mostrando a D’Artagnan—; y en cuanto a los cuatro o cincovoluntarios,Monsieurnotienemásquedaraconocersusintenciones,ynolefaltaránhombres.

—¡Cuatrohombresdebuenavoluntadparavenirahacersematarconmigo!—dijoD’Artagnanlevantandosuespada.

Dos de sus camaradas de los guardias se precipitaron inmediatamente, yhabiéndose unido a ellos dos soldados, encontró que el número pedido erasuficiente; D’Artagnan rechazó, pues, a todos los demás, no queriendoatropellaraquienesteníanprioridad.

Se ignoraba si después de la toma del bastión los rochelleses lo habíanevacuadoohabíandejadoallíguarnición;había,pues,queexaminarel lugarindicadodesdebastantecercaparacomprobarlo.

D’Artagnanpartióconsuscuatrocompañerosysiguiólatrinchera:losdosguardiasmarchabanasumismaalturaylossoldadosveníandetrás.

Así, cubriéndose con los revestimientosdel terreno, llegaronaunos cienpasosdelbastión.Allí,alvolverseD’Artagnan,sediocuentadequelosdossoldadoshabíandesaparecido.

Creyóquepormiedosehabíanquedadoatrásycontinuóavanzando.

A la vuelta de la contraescarpa, se hallaron a sesenta pasosaproximadamentedelbastión.

Noseveíaanadie,yelbastiónparecíaabandonado.

Los tres temerarios deliberaban si seguir adelante cuando, de pronto, uncinturóndehumociñóalgigantedepiedrayunadocenadabalasvinieronasilbarentornoaD’Artagnanysusdoscompañeros.

Sabían lo que querían saber: el bastión estaba guardado. Quedarse mástiempo en aquel lugar peligroso hubiese sido, pues, una imprudencia inútil;D’Artagnanylosdosguardiasvolvieronlaespaldaycomenzaronunaretirada

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queseparecíaaunafuga.

Alllegaralángulodelatrincheraqueibaaservirlesdemurallaunodelosguardiascayó:unabalalehabíaatravesadoelpecho.EÌotro,queestabasanoysalvo,continuósucarrerahaciaelcampamento.

D’Artagnannoquisoabandonarasíasucompañeroyse inclinóhaciaélpara levantarlo y ayudarlo a alcanzar las líneas; pero en aquel momentosalieron dos disparos de fusil: una bala vino a estrellarse sobre la roca trashaberpasadoadospulgadasdeD’Artagnan.

El joven se volvió rápidamente porque aquel ataque no podía venir delbastión, que estaba oculto por el ángulo de la trinchera. La idea de los dossoldados que lo habían abandonado le vino a la mente y le recordó a losasesinosdelavíspera;resolvió,portanto,saberaquéatenerseaquellavezycayósobreelcuerpodesucamaradacomosiestuvieramuerto.

Vio al punto dos cabezas que se levantaban por encima de una obraabandonada que estaba a treinta pasos de allí; eran las de nuestros dossoldados. D’Artagnan no se había equivocado: aquellos dos hombres no lehabían seguidomás que para asesinarlo, esperando que lamuerte del jovenseríacargadaenlacuentadelenemigo.

Sólo que, como podía estar solamente herido y denunciar su crimen, seacercaron para rematarlo; por suerte, engañados por la artimaña deD’Artagnan,seolvidarondevolveracargarsusfusiles.

Cuandoestuvieronadiezpasosdeél,D’Artagnan,quealcaerhabíatenidogran cuidado de no soltar su espada, se levantó de pronto y de un salto seencontrójuntoaellos.

Losasesinoscomprendieronque,sihuíanhaciaelcampamentosinhabermatadoaaquelhombre,seríanacusadosporél;poresosuprimeraideafueladepasarsealenemigo.Unodeelloscogiósufusilporelcañónysesirviódeél como de una maza: lanzó un golpe terrible a D’Artagnan, que lo evitóechándosehaciaun lado;peroconestemovimientobrindópasoal bandido,queselanzóalpuntohaciaelbastión.Comolosrochellesesquelovigilabanignorabanconquéintenciónveníaaquelhombrehaciaellos,dispararoncontraélycayóheridoporunabalaqueledestrozóelhombro.

En este tiempo,D’Artagnan se había lanzado sobre el segundo soldado,atacándoloconsuespada;laluchanofuelarga,aquelmiserablenoteníaparadefendersemásque su arcabuzdescargado; la espadadel guardia sedeslizóporsobreelcañóndelarmavueltainútilyfueaatravesarelmuslodelasesinoquecayó.D’Artagnanlepusoinmediatamentelapuntadelhierroenelpecho.

—¡Oh,nomematéis!—exclamóelbandido—.¡Gracia,gracia,oficial,y

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oslodirétodo!

—¿Valealmenoslosecretolapenadequeloperdonelavida?—preguntóeljovenconteniendosubrazo.

—Sí,siestimáisquelaexistenciaesalgocuandosetienenveintidósañoscomovosysepuedealcanzartodo,siendovalienteyfuertecomovoslosois.

—¡Miserable!—dijo D’Artagnan—. Vamos, habla deprisa, ¿quién te haencargadoasesinarme?

—Unamujeralaquenoconozco,peroquesellamabaMilady.

—Perosinoconocesaesamujer,¿cómosabessunombre?

—Micamaradalaconocíaylallamabaasí,fueélquientuvoelasuntoconellaynoyo;él tiene inclusoensubolsounacartadeesapersonaquedebetenerparavosgranimportancia,porloqueheoídodecir.

—Pero¿cómotemetisteenestacelada?

—Mepropusoquediéramoselgolpenosotrosdosyacepté.

—¿Ycuántoosdioellaporestahermosaexpedición?

—Cienluises.

—Bueno,enbuenahora—dijoel joven riendo—estimaquevalgoalgo:cien luises. Es una cantidad para dos miserables como vosotros; por esocomprendoquehayasaceptadoyloperdonoconunacondición.

—¿Cuál? —preguntó el soldado inquieto y viendo que no todo habíaterminado.

—Quevayasabuscarmelacartaquetucamaradatieneenbolsillo.

—Pero eso—exclamó el bandido— es otramanera dematarme; ¿cómoqueréisquevayaabuscarestacartabajoelfuegodelbastión?

—Sinembargo,tienesquedecidirteairensubusca,otejuroquemuerespormimano.

—¡Gracia,señor,piedad!¡Ennombredeesadamaalaqueamáisalaquequizá creéismuerta y que no lo está!—exclamó el bandido poniéndose derodillasyapoyándosesobresumano,porquecomenzabaaperdersusfuerzasconlasangre.

—¿Yporquésabestúquehayunamujeralaqueamoyqueyohecreídomuertaaesamujer?—preguntóD’Artagnan.

—Porlacartaquemicamaradatieneensubolsillo.

—Comprenderásentoncesquenecesitoteneresacarta—diD’Artagnan—;

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asíquenomásretrasosnidudas,oaunquemerepugnetemplarporsegundavezmi espada en la sangre de unmiserable como tú, lo juro pormi fe dehombrehonrado…

YaestaspalabrasD’Artagnanhizoungestotanamenazadorqueelheridoselevantó.

—¡Deteneos!¡Deteneos!—exclamórecobrandovalorafuerzadeterror—.¡Iré…,iré…!

D’Artagnancogióelarcabuzdelsoldado,lohizopasardelantedeélyloempujóhaciasucompañeropinchándoleloslomosconlapuntadesuespada.

Era algo horrible ver a aquel desgraciado dejando sobre el camino querecorríaunlargoreguerodesangre,cadavezmáspálidoantemuertepróxima,tratandodearrastrarsesinservistohastaelcuerpodesucómplicequeyacíaaveintepasosdeallí.

El terror estaba pintado sobre su rostro cubierto de un sudor frío de talmodoqueD’Artagnansecompadecióymirándolocondesprecio:

—Puesbien—dijo—,voyademostrarteladiferenciaqueexisteentreunhombredecorazónyuncobardecomotú:quédateiréyo.

Yconpasoágil,elojoavizor,observando losmovimientosdelenemigo,ayudándose con todos los accidentes del terreno, D’Artagnan llegó hasta elsegundosoldado.

Había dos medios para alcanzar su objetivo: registrarlo allí mismo ollevárselohaciendounescudoconsucuerpoyregistrarloenlatrinchera.

D’Artagnanprefirióelsegundomedioycargóelasesinoasushombrosenelmomentomismoqueelenemigohacíafuego.

Unaligerasacudidaelruidosecodetresbalasqueagujereabanlascarnes,unúltimogritounestremecimientodeagoníaleprobaronaD’Artagnanqueelquehabíaqueridoasesinarloacababadesalvarlelavida.

D’Artagnanganólatrincherayarrojóelcadáverjuntoalheridotanpálidocomounmuerto.

Comenzó el inventario inmediatamente: una cartera de cuero, una bolsadondeseencontrabaevidentementeunapartedelasumadeldineroquehabíarecibido,uncubileteylosdadosformabanlaherenciadelmuerto.

Dejóelcubileteylosdadosdondehabíancaído,lanzólabolsaalheridoyabrióávidamentelacartera.

Enmediodealgunospapelessinimportancia,encontrólacartasiguiente:eralaquehabíaidoabuscarconriesgodesuvida:

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Dadoquehabéisperdidoelrastrodeesamujeryqueahoraestáasalvoeneseconventoalquenuncadeberíaishaberladejadollegar,tratadalmenosdenofallarconelhombre;sino,sabéisquetengolamanolargayquepagaréiscarosloscienluisesqueoshedado.

Sinfirma.Sinembargo,eraevidentequelacartaprocedíadeMilady.Porconsiguiente,laguardócomopiezadeconviccióny,asalvotraselángulodelatrincherasepusoainterrogaralherido.Esteconfesóqueconsucamarada,elmismoqueacababademorir, estabaencargadode raptarauna jovenquedebíasalirdeParísporlabarreradeLaVilleteperoque,habiéndoseparadoabeberenunataberna,habíanllegadodiezminutostardealcoche.

—Pero ¿qué habríais hecho con esamujer?—preguntóD’Artagnan conangustia.

—DebíamosentregarlaenunpalaciodelaPlaceRoyale—dijoelherido.

—¡Sí! ¡Sí! —murmuró D’Artagnan—. Es exacto, en casa de la mismaMilady.

Entonces el joven estremeciéndose, comprendió qué terrible sed devenganzaempujabaaaquellamujeraperderlo,aélyalosqueloamaban,ycuánto sabía ellade los asuntosde la corte, puestoque lohabíadescubiertotodo.Indudablementedebíaaquellosinformesalcardenal.

Mas, enmedio de todo esto, comprendió, con un sentimiento de alegríamuyreal,quelareinahabíaterminadopordescubrirlaprisiónenquelapobreseñora Bonacieux expiaba su adhesión, y que la había sacado de aquellaprisión.AsíquedabanexplicadoslacartaquehabíarecibidodelajovenysupasoporlarutadeChaillot,unpasoparecidoaunaaparición.

Yentonces,comoAthoshabíapredicho,eraposiblevolveraencontraralaseñoraBonacieux,yunconventonoerainconquistable.

Estaideaacabódedevolverasucorazónlaclemencia.Sevolvióhaciaelheridoqueseguíaconansiedadtodaslasexpresionesdiversasdesucara,yletendióelbrazo:

—Vamos —le dijo—, no quiero abandonarte así. Apóyate en mí yvolvamosalcampamento.

—Sí—dijoelherido,queaduraspenascreíaen tantamagnanimidad—,pero¿noseráparahacerquemecuelguen?

—Tienesmipalabra—dijoD’Artagnan—,yporsegundavezteperdonolavida.

Elheridosedejócaerderodillasybesódenuevolospiesdesusalvador;pero D’Artagnan, que no tenía ningún motivo para quedarse tan cerca del

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enemigo,abrevióélmismolostestimoniosdegratitud.

Elguardiaquehabíavueltoalaprimeradescargadelosrochelleseshabíaanunciadolamuertedesuscuatrocompañeros.Quedaron,pues,asombradosymuycontentosalavezenelregimientocuandosevioapareceraljovensanoysalvo.

D’Artagnan explicó la estocada de su compañero por una salida queimprovisó.Contólamuertedelotrosoldadoylospeligrosquehabíancorrido.Esterelatofueparaélocasióndeunverdaderotriunfo.Todoelejércitohablódeaquellaexpediciónduranteundía,yMonsieurhizoqueletransmitieransusfelicitaciones.

Porlodemás,comotodaacciónhermosallevaconsigosurecompensa,lahermosaaccióndeD’Artagnan tuvopor resultadodevolverle la tranquilidadquehabíaperdido.Enefecto,D’Artagnancreíapoderestar tranquilo,puestoquedesusdosenemigosunoestabamuertoyotroeraadictoasusintereses.

Estatranquilidadprobabaunacosa,yesqueD’ArtagnannoconocíaaúnaMilady.

CapítuloXLII

ElvinodeAnjou

Tras las noticias casi desesperadasdel rey, el rumorde su convalecenciacomenzaba a esparcirse por el campamento; y como tenía mucha prisa porllegar en persona al asedio, se decía que tan pronto comopudieramontar acaballosepondríaencamino.

En este tiempo, Monsieur, que sabía que de un día para otro iba a serreemplazado en su mando bien por el duque de Angulema, bien porBassompierre,bienporSchomberg,quesedisputabanelmando,hacíapoco,perdía las jornadas en tanteos, y no se atrevía a arriesgar una gran empresaparaecharalosinglesesdelaisladeRé,dondeasediabanconstantementelaciudadela Saint-Martin y el fuerte deLa Prée,mientras que por su lado losfrancesesasediabanLaRochelle.

D’Artagnan, como hemos dicho, se había tranquilizado, como ocurresiempretrasunpeligropasado,ycuandoelpeligropareciódesvanecido,sólolequedabaunainquietud,ladenotenernoticiaalgunadesusamigos.

Perounamañanaaprincipiosdelmesdenoviembre,todoquedóexplicadoporestacarta,datadaenVilleroi:

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SeñorD’Artagnan:

LosseñoresAthos,PorthosyAramis,trashaberjugadounabuenapartidaen mi casa y haberse divertido mucho, han armado tal escándalo que elprebostedelcastillo,hombremuyrígido,loshaacuarteladoalgunosdías;peroyohecumplidolasórdenesquemedierondeenviardocebotellasdemivinodeAnjou, que apreciaronmucho: quieren que vos bebáis a su salud con suvinofavorito.

Lohehecho,ysoy,señor,congranrespeto,

vuestromuyhumildeyobedienteservidor,

GODEAU,

HostelerodelosSeñoresMosqueteros.

—¡Sea en buena hora!—exclamó D’Artagnan—. Piensan enmí en susplacerescomoyopensabaenellosenmiaburrimiento;desdeluego,beberéasusaludydemuybuenagana,peronobeberésolo.

YD’Artagnancorrióacasadedosguardiasconlosquehabíahechomásamistad que con los demás, a fin de invitarlos a beber con él el deliciosovinillodeAnjouqueacababadellegardeVilleroi.Unodelosguardiasestabainvitadoparaaquellamismanocheyotroparaeldíasiguiente;lareuniónfuefijadaportantoparadosdíasdespués.

Alvolver,D’Artagnanenviólasdocebotellasdevinoa lacantinade losguardias,recomendandoqueselasguardasenconcuidado;luego,eldíadelacelebración, como la comida estaba fijada para la hora del mediodía,D’ArtagnanenvióalasnueveaPlanchetparaprepararlotodo.

Planchet,muyorgullosodeserelevadoaladignidaddemaître,pensóenpreparartodocomohombreinteligente;aesteefecto,sehizoayudardelcriadodeunodelosinvitadosdesuamo,llamadoFourreau,ydeaquelfalsosoldadoque había querido matar a D’Artagnan, y que por no pertenecer a ningúncuerpo, había entrado a su servicio, o mejor, al de Planchet, desde queD’Artagnanlehabíasalvadolavida.

Llegadalahoradelfestín,losdosinvitadosllegaronyocuparonsusitioyse alinearon los platos en la mesa. Planchet servía, servilleta en brazo,Fourreau descorchaba las botellas, y Brisemont, tal era el nombre delconvaleciente, transvasabaapequeñasgarrafasdecristalelvinoqueparecíahaber formado posos por efecto de las sacudidas del camino. La primerabotella estaba algo turbia hacia el final: de este vino Brisemont vertió lospososensuvaso,yD’Artagnanlepermitióbeberlo;porqueelpobrediablonoteníaaúnmuchasfuerzas.

Losconvidados,trashabertomadolasopa,ibanallevarelprimervasoa

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suslabioscuandodeprontoelcañónresonóenelfuerteLouisyenelfuerteNeuf;alpunto,creyendoquesetratabadealgúnataqueimprevisto,biendelossitiados, bien de los ingleses, los guardias saltaron sobre sus espadas;D’Artagnan,nomenosrápido,hizocomoellosylostressalieroncorriendoafindedirigirseasuspuestos.

Masapenasestuvieronfueradelacantinacuandoseenterarondelacausadeaquelgranalboroto;losgritosde¡Vivaelrey!¡Vivaelcardenal!resonabaportodaslasdirecciones.

Enefecto,elrey,impacientecomosehabíadicho,acababadehacerenunadosetapas,yllegabaenaquelmismoinstantecontodasucasayunrefuerzode diez mil hombres de tropa; le precedían y seguían sus mosqueteros.D’Artagnan, formando calle con su compañía, saludó con gesto expresivo asus amigos, que le respondieron con los ojos, y al señor deTréville, que loreconocióalinstante.

Unavezacabadalaceremoniaderecepción,loscuatroamigosestuvieronalpuntoenbrazosunosdeotros.

—¡Diantre!—exclamóD’Artagnan—.Nopodíaishaberllegadoenmejormomento,ylacarnenohabrátenidotiempoaúndeenfriarse.

—¿No es eso, señores? —añadió el joven volviéndose hacia los dosguardias,quepresentóasusamigos.

—¡Vaya,vaya,parecequeestábamosdebanquete!—dijoPorthos.

—Espero—dijoAramis—quenohayamujeresenvuestracomida.

—¿Esquehayvinopotableenvuestrabicoca?—preguntóAthos.

—Diantre,tenemoselvuestro,queridoamigo—respondióD’Artagnan.

—¿Nuestrovino?—preguntóAthosasombrado.

—Sí,elquemehabéisenviado.

—¿Nosotrososhemosenviadovino?

—Losabéisdesobra,deesevinillodelosviñedosdeAnjou.

—Sí,yaséaquévinoosreferís.

—Elvinoquepreferís.

—Sinduda,cuandonotengonichampagnenichambertin.

—Bueno,afaltadechampagneydechambertinoscontentaréisconéste.

—Oseaque,sibaritascomosomos,hemoshechovenirvinodeAnjou—dijoPorthos.

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—Puesclaro,eselvinoquemehanenviadodepartevuestra.

—¿Denuestraparte?—dijeronlostresmosqueteros.

—Aramis,¿soisvosquiénhabéisenviadovino?—dijoAthos.

—No,¿yvos,Porthos?

—No,¿yvosAthos?

—No.

—Sinoesvuestro—dijoD’Artagnan—,esdevuestrohostelero.

—¿Nuestrohostelero?

—Puesclaro,vuestrohostelero,Godeau,hostelerodelosmosqueteros.

—Afenuestraque,vengadedondequiera,noimporta—dijoPorthos—;probémoslo,ysiesbueno,bebámoslo.

—No —dijo Athos—, no bebamos el vino que tiene una fuentedesconocida.

—Tenéis razón, Athos —dijo D’Artagnan—. ¿Ninguno de vosotros haencargadoalhosteleroenviarmevino?

—¡No!Ysinembargo,¿oslohaenviadodenuestraparte?

—Aquíestálacarta—dijoD’Artagnan.

Ypresentóelbilleteasuscamaradas.

—¡Estanoessuescritura!—exclamóAthos—.Laconozcoporquefuiyoquienantesdepartirsaldólascuentasdelacomunidad.

—Cartafalsa—dijoPorthos—;nosotrosnohemossidoacuartelados.

—D’Artagnan—preguntóAramis en tono de reproche—, ¿cómo habéispodidocreerquehabíamosorganizadounalboroto?…

D’Artagnan palideció y un estremecimiento convulsivo agitó susmiembros.

—Measustas—dijoAthos,quenoletuteabasinoenlasgrandesocasiones—.¿Quéhapasadoentonces?

—¡Corramos, corramos, amigos míos! —exclamó D’Artagnan—. Unaterriblesospechacruzamimente.¿Seráotravezunavenganzadeesamujer?

FueAthoselqueahorapalideció.

D’Artagnanseprecipitóhacia la cantina.Los tresmosqueterosy losdosguardiaslosiguieron.

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LosprimeroquesorprendiólavistadeD’Artagnanalentrarenelcomedorfue Brisemont tendido en el suelo y retorciéndose en medio de atrocesconvulsiones.

PlanchetyFourreau,pálidoscomomuertostratabandeayudarlo;peroeraevidentequecualquierayudaresultabainútil:todoslosrasgosdelmoribundoestabancrispadosporlaagonía.

—¡Ay! —exclamó al ver a D’Artagnan—. ¡Ay, es horrible, fingísperdonarmeymeenvenenáis!

—¡Yo!—exclamóD’Artagnan—.¿Yo,desgraciado?Pero¿quédices?

—Digo que sois vos quienme habéis dado ese vino, digo que sois vosquienmehadichoquelobeba,digoquehabéisqueridovengarosdemí,digoqueesoeshorroroso.

—Nocreáiseso,Brisemont—dijoD’Artagnan—,nocreáisnadadeeso;oslojuro,osaseguroque…

—¡Oh,peroDiosestáaquí,Diososcastigará!¡Diosmío!Quesufraundíaloqueyosufro.

—Por el Evangelio —exclamó D’Artagnan precipitándose hacia elmoribundo—,osjuroqueignorabaqueesevinoestuvieseenvenenadoyqueyoibaabebercomovos.

—Nooscreo—dijoelsoldado.

Yexpiróenmediodeunaumentodetorturas.

—¡Horroroso!¡Horroroso!—murmurabaAthos,mientrasPorthosrompíalasbotellasyAramisdabaórdenesalgotardíasparaquefuesenenbuscadeunconfesor.

—¡Oh,amigosmíos!—dijoD’Artagnan—.Venísunavezmásasalvarmelavida,nosóloamí,sinoaestosseñores.Señores—continuódirigiéndosealosguardias—,osruegosilenciosobretodaestaaventura;grandespersonajespodrían estar pringados en lo que habéis visto, y el perjuicio de todo estorecaeríasobrenosotros.

—¡Ay,señor!—balbuceabaPlanchet,másmuertoquevivo—.¡Ay,señor,mehelibradodeunabuena!

—¡Cómo, bribón!—exclamó D’Artagnan—. ¿Ibas entonces a beber mivino?

—Alasaluddelrey,señor, ibaabeberunpobrevasosiFourreaunomehubieradichoquemellamaban.

¡Ay! —dijo Fourreau, cuyos dientes rechinaban de terror—. Yo quería

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alejarloparabebercompletamentesolo.

—Señores —dijo D’Artagnan dirigiéndose a los guardias—,comprenderéisqueunfestínsemejantesóloseríamuytristedespuésdeloqueacabadeocurrir;poreso,recibidmisexcusasydejemoslapartidaparaotrodía,porfavor.

Los dos guardias aceptaron cortésmente las excusas de D’Artagnan y,comprendiendoqueloscuatroamigosdeseabanestarsolos,seretiraron.

Cuandoeljovenguardiaylostresmosqueterosestuvieronsintestigos,semirarondeunaformaquequeríadecirquetodoscomprendíanlagravedaddelasituación.

—En primer lugar—dijo Athos—, salgamos de esta sala; no hay peorcompañíaqueunmuertodemuerteviolenta.

—Planchet—dijoD’Artagnan—,osencomiendoelcadáverdeestepobrediablo.Queloentierrenentierrasanta.Ciertoquehabíacometidouncrimen,peroestabaarrepentido.

Y los cuatro amigos salieron de la habitación, dejando a Planchet y aFourreauelcuidadoderendirloshonoresmortuoriosaBrisemont.

ElhostelerolesdiootrahabitaciónenlaquelessirvióhuevospasadosporaguayaguaqueelmismoAthosfueasacardelafuente.EnpocaspalabrasPorthosyAramisfueronpuestosalcorrientedelasituación.

—¡Y bien!—dijoD’Artagnan aAthos—.Ya lo veis, querido amigo, esunaguerraamuerte.

Athosmoviólacabeza.

—Sí,sí—dijo—,yaloveo,pero¿creéisqueseaella?

—Estoyseguro.

—Sinembargoosconfiesoquetodavíadudo.

—¿Yesaflordelisenelhombro?

—Es una inglesa que habrá cometido alguna fechoría en Francia y quehabrásidomarcadaaraízdesucrimen.

—Athos, es vuestra mujer, os lo digo yo —repitió D’Artagnan—. ¿Norecordáiscómocoincidenlasdosmarcas?

—Sin embargo habría jurado que la otra estaba muerta, la colgué muybien.

FueD’Artagnanquienestavezmoviólacabeza.

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—Enfin¿quéhacemos?—dijoeljoven.

—Lo cierto es que no se puede estar así, con una espada eternamentesuspendida sobre la cabeza —dijo Athos—, y que hay que salir de estasituación.

—Pero¿cómo?

—Escuchad, tratad de encontraros con ella y de tener una explicación;decidle:¡Lapazolaguerra!Palabradegentilhombredequenuncadirénadade vos, de que jamás haré nada contra vos; por vuestra parte, juramentosolemnedepermanecerneutralrespectoamí;sino,voyenbuscadelcanciller,voyenbuscadelrey,voyenbuscadelverdugo,amotinolacortecontravos,os denuncio por marcada, os hago meter a juicio, y si os absuelven, puesentonces os mato, palabra de gentilhombre, en la esquina de cualquierguardacantón,comomataríaaunperrorabioso.

—Noestámalesesistema—dijoD’Artagnan—,pero¿cómoencontrarmeconella?

—El tiempo, querido amigo, el tiempo trae la ocasión, la ocasión es lamartingaladelhombre;cuantomásempeñadoestáuno,másseganasisesabeesperar.

—Sí,peroesperarrodeadodeasesinosydeenvenenadores…

—¡Bah! —dijo Athos—. Dios nos ha guardado hasta ahora, Dios nosseguiráguardando.

—Sí, a nosotros sí; además, nosotros somos hombres y, considerándolobien,esnuestrodeberarriesgarnuestravida;pero¡ella!…—añadióamediavoz.

—¿Quiénella?—preguntóAthos.

—Constance.

—LaseñoraBonacieux.¡Ah!Esjustoeso—dijoAthos—.¡Pobreamigo!Olvidabaqueestabaisenamorado.

—Pues bien—dijoAramis—. ¿No habéis visto, por la cartamisma quehabéisencontradoencimadelmiserablemuerto,queestabaenunconvento?Seestámuybienenunconvento,ytanprontoacabeelsitiodeLaRochelle,osprometoqueporloqueamíserefiere.

—¡Bueno!—dijoAthos—. ¡Bueno! Sí,mi queridoAramis, ya sabemosquevuestrosdeseostiendenalareligión.

—Sólosoymosqueteroporínterin—dijohumildementeAramis:

—Parecequehacemuchotiempoquenoharecibidonuevasdesuamante

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—dijoenvozbajaAthos—;masnoprestéisatención,yaconocemoseso.

—Bien—dijoPorthos—,meparecequehayunmediomuysimple.

—¿Cuál?—preguntóD’Artagnan.

—¿Decísqueestáenunconvento?—prosiguióPorthos.

—Sí.

—Pues bien, tan pronto como termine el asedio, la raptamos del eseconvento.

—Perohabríaquesaberenquéconventoestá.

—Claro—dijoPorthos.

—Pero, pensando en ello —dijo Athos—, ¿no pretendéis queridoD’Artagnanquehasidolareinaquienlehaescogidoelconvento?

—Sí,esocreoporlomenos.

—Puesbien,Porthosnosayudaráeneso.

—¿Ycómo?

—Puespormediodevuestramarquesa,vuestraduquesa,vuestraprincesa;debetenerlargoelbrazo.

—¡Chis! —dijo Porthos poniendo un dedo sobre sus labios—. La creocardenalistaynodebesabernada.

—Entonces—dijoAramis—,yomeencargodeconseguirnoticia.

—¿Vos,Aramis?—exclamaronlostresamigos—.¿Vos?¿Ycómo?

—Por medio del limosnero de la reina, del que soy muy amigo—dijoAramisruborizándose.

Y con esta seguridad, los cuatro amigos, que habían acabado modestacomida,sesepararonconlapromesadevolverseaveraquellamismanoche;D’Artagnan volvió a los Mínimos, y los tres mosqueteros alcanzaron elacuartelamientodelrey,dondeteníanquehacerprepararsualojamiento.

CapítuloXLIII

ElalberguedelColombier-Rouge

Apenasllegadoalcampamento,elrey,queteníatantaprisaporencontrarsefrentealenemigoyque,conmejorderechoqueelcardenal,compartíasuodio

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contraBuckingham,quisohacertodoslospreparativos,primeroparaexpulsaralosinglesesdelaisladeRé,luegoparaapresurarelasediodeLaRochelle;pero, a pesar suyo, se demoró por las disensiones que estallaron entre losseñoresdeBassompierreySchombergcontraelduquedeAngulema.

Los señores de Bassompiere y Schomberg eranmariscales de Francia yreclamabansuderechoamandarelejércitobajo lasórdenesdel rey;peroelcardenal, que temía que Bassompierre, hugonote en el fondo del corazón,acosase débilmente a ingleses y rochelleses, sus hermanos de religión,apoyabaporelcontrarioalduquedeAngulema,aquienelrey,a instigaciónsuya,habíanombradotenientegeneral.Deelloresultóque,sopenadeveralos señores de Bassompierre y Schomberg abandonar el ejército, se vieronobligados a dar a cada uno un mando particular; Bassompierre tomó susacuartelamientosalnortedelaciudaddesdeLaLeuhastaDompierre;elduquedeAngulemaaleste,desdeDompierrehastaPérigny;yelseñordeSchombergalmediodía,desdePérignyhastaAngoutin.

ElalojamientodeMonsieurestabaenDompierre.

ElalojamientodelreyestabatantoenEtrécomoenLaJarrie.

Finalmente,elalojamientodelcardenalestabaen lasdunas,enelpuentedeLaPierreenunasimplecasasinningúnatrincheramiento.

De esta forma, Monsieur vigilaba a Bassompierre; el rey, al duque deAngulema,yelcardenal,alseñordeSchomberg.

Unavezestablecidaestaorganización,seocuparondeecharalosinglesesdelaisla.

La coyuntura era favorable: los ingleses, que ante todo necesitan buenosvíveresparaserbuenossoldados,alnocomermásquecarnessaladasymalpan,teníanmuchosenfermosensucampamento;ademáselmar,muymaloenaquellaépocadelañoentodaslascostasdelOcéano,estropeabatodoslosdíasalgúnpequeñonavío;yconcadamarealaplaya,desdelapuntadelAiguillonhasta la trinchera, se cubría literalmente de restos de pinazas, de troncos deroble y de falúas; de lo cual resultaba que, aunque las gentes del rey semantuviesenensucampamento,eraevidentequeundíaaotroBuckingham,que sólo permanecía en la isla de Ré por obstinación, se vería obligado alevantarelsitio.

PerocomoelseñordeToirashizodecirqueenelcampamentoenemigosepreparabatodoparaunnuevoasalto,elreyjuzgóquehabíaqueterminarydiolasórdenesnecesariasparaunataquedecisivo.

Nosiendonuestraintenciónhacerundiariodeasedio,sinoporelcontrariocontarsólo lossucesosque tienenquevercon lahistoriaquecontamos,nos

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contentaremoscondecirendospalabrasquelaempresatuvoéxitoparagranasombro del rey y a la mayor gloria del señor cardenal. Los ingleses,rechazadospasoapaso,batidos en todos los encuentros, aplastados al pasarpor la isladeLoix, sevieronobligadosa embarcardenuevo,dejandoenelcampodebatalladosmilhombres,entreelloscincocoroneles, tres tenientescoroneles,doscientoscincuentacapitanesyveintegentileshombresdecalidad,cuatro piezas de cañón y sesenta banderas, que fueron llevadas a París porClaudedeSaint-SimonycolgadascongranpompaenlasbóvedasdeNotre-Dame.

Fueron cantados tedéum en el campamento, y de ahí se esparcieron portodaFrancia.

Elcardenalquedó,pues,dueñodeproseguirelasediosintener,almenosmomentáneamente,nadaquetemerdepartedelosingleses.

Perocomoacabamosdedecir,elreposoerasolomomentáneo.

Un enviado del duque de Buckingham, llamado Montague, había sidocapturado, y se le había encontrado la prueba de una liga entre el Imperio,España,InglaterrayLorena.

AquellaligaestabadirigidacontraFrancia.

Además,enelalojamientodeBuckingham,quesehabíavistoobligadoaabandonarmásprecipitadamentedeloquehabríacreído,sehabíanencontradopapeles que confirmaban aquella liga y que, por lo que afirma el señorcardenalensusMemorias,comprometíanmuchoa laseñoradeChevreuseyporconsiguientealareina.

Erasobreelcardenalsobreelquepesabatodalaresponsabilidad,porquenoseesministroabsolutosinserresponsable;poresotodoslosrecursosdesuvasto ingenio estaban tensos día y noche, y ocupados en escuchar elmenorrumorquesealzaraenunodelosgrandesreinosdeEuropa.

ElcardenalconocíalaactividadysobretodoelodiodeBuckingham;silaligaqueamenazabaaFrancia triunfaba, todasu influenciaestabaperdida; lapolíticaespañolaylapolíticaaustríacateníansusrepresentantesenelgabinetedelLouvre,dondeaúnnoteníanmásquepartidarios;él,Richelieu,elministrofrancés,elministronacionalporexcelencia,estabaperdido.Elrey,quepeseaobedecerlo como un niño, lo odiaba como un niño odia a su maestro, loabandonaba a las venganzas reunidas deMonsieur y de la reina; estaba portantoperdido,yquizáFranciaconél.Habíaqueremediartodoaquello.

Poresosevieroncorreos,acadainstantemásnumerosos,sucedersedíaynoche en aquella casita del puente de La Pierre, donde el cardenal habíaestablecidosuresidencia.

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Eranmonjes que llevaban tanmal el hábito que era fácil reconocer quepertenecían sobre todo a la Iglesia militante; mujeres algo molestas en sustrajes de pajes, y cuyos largos calzones no podían disimilar por entero lasformasredondeadas;enfin,campesinosdemanosennegrecidasperodepiernafina,yqueolíanahombredecalidadaunaleguaalaredonda.

Luego otras visitasmenos agradables, porque dos o tres veces corrió elrumordequeelcardenalhabíaestadoapuntodeserasesinado.

CiertoquelosenemigosdeSuEminenciadecíanqueeraellamismalaqueponíaencampañaaasesinostorpes,afindetener,llegadoelcaso,elderechodeadoptarrepresalias;peronohayquecreerniloquedicenlosministrosniloquedicensusenemigos.

Locual,por lodemás,no impedíaalcardenal,aquien jamásni susmásencarnizados detractores han negado el valor personal, hacer sus recorridosnocturnospara comunicar al duquedeAngulemaórdenes importantes, tantoparairaponersedeacuerdoconelreycomoparairaconferenciarconalgúnmensajeroquenoqueríaquesedejaseentrarensucasa.

Por su lado los mosqueteros, que no tenían gran cosa que hacer en elasedio,noeranseveramentecontroladosyllevabanunavidaalegre.Yestolesera tanto más fácil, sobre todo a nuestros tres amigos, cuanto que, siendoamigos del señor de Tréville, obtenían fácilmente de él el llegar tarde yquedarsetraselcierredelcampamentoconpermisosparticulares.

Pero una noche en que D’Artagnan, que estaba de trinchera, no habíapodidoacompañarlos,Athos,PorthosyAramis,montadosensuscaballosdebatalla, envueltosencapasdeguerrayconunamanosobre laculatade suspistolas,volvíanlostresdeunacantinaqueAthoshabíadescubiertodosdíasantes en el camino de La Jarrie, y que se llamaba el Colombier-Rouge,siguiendo el camino que llevaba al campamento estando en guardia, comohemosdicho,portemoraunaemboscada,cuandoauncuartodeleguamásomenosdelaaldeadeBoisnar,creyeronoírelpasodeunacabalgataqueveníahacia ellos; al punto los tres se detuvieron, apretados uno contra otro, yesperaron, en medio del camino. Al cabo de un instante, y cuandoprecisamente salía la luna de una nube, vieron aparecer en una vuelta delcamino dos caballeros que al divisarlos se detuvieron también, pareciendodeliberar si debían continuar su ruta o volver atrás. Esta duda proporcionóalgunas sospechas a los tres amigos y Athos, dando algunos pasos haciaadelante,gritóconsufirmevoz:

—¿Quiénvive?

—¿Quiénvive,vos?—respondióunodeaquelloscaballeros.

—Eso no es contestar —dijo Athos—. ¿Quién vive? Responded o

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cargamos.

—¡Tenedcuidadoconloquevaisahacerseñores!—dijoentoncesunavozvibrantequeparecíatenerelhábitodemando.

—¿Esalgúnoficialsuperiorquehacesurondadenoche?—dijoAthos—.¿Quéqueréishacer,señores?

—¿Quiénes sois? —dijo la misma voz con el mismo tono de mando.Respondedopodríaispasarlomalporvuestradesobediencia.

—Mosqueterosdelrey—dijoAthos,másymásconvencidodequequienlosinterrogabateníaderechoaello.

—¿Quécompañía?

—CompañíadeTréville.

—Avanzadenordenyvenidadarmecuentadeloquehacíaisaquíaestahora.

Lostresmosqueterosavanzaron,conlacabezaalgogacha,porquelostresestabanahoraconvencidosdequeteníanquevérselasconalguienmásfuertequeellos;sedejóporlodemásaAthoselcuidadodeportavoz.

Unode los caballeros, el quehabía tomado la palabra en segundo lugar,estabadiezpasospordelantedesucompañero;AthoshizoseñasaPorthosyaAramisdequedarse,porsuparte,atrás,yavanzósolo.

—¡Perdón, mi oficial! —dijo Athos—. Pero ignorábamos con quiénteníamosquevérnoslas,ycomopodéisverestábamosojoavizor.

—¿Vuestronombre?—dijoeloficialquesecubríaunapartedelrostroconsucapa.

—¿Yelvuestro, señor?—dijoAthosquecomenzabaa revolversecontraaquelinterrogatorio—.Dadme,porfavor,unapruebadequetenéisderechoainterrogarme.

—¿Vuestronombre?—repitiópor segundavezel caballerodejandocaersucapadetalformaquedejabaelrostroaldescubierto.

—¡Señorcardenal!—exclamóelmosqueteroestupefacto.

—¡Vuestronombre!—repitióporterceravezSuEminencia.

—Athos—dijoelmosquetero.

Elcardenalhizounaseñaalescudero,queseacercó.

—Estostresmosqueterosnosseguirán—dijoenvozbaja—,noquieroquesesepaquehesalidodelcampamento,ysiguiéndonosestaremosmásseguros

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dequenolodiránanadie.

—Nosotrossomosgentileshombres,Monseñor—dijoAthos—;pedidnos,pues, nuestra palabra y no os inquietéis por nada. ADios gracias, sabemosguardarunsecreto.

Elcardenalclavósusojospenetrantessobreaquelaudazinterlocutor.

—Tenéis el oído fino, señor Athos —dijo el cardenal—; pero ahoraescuchad esto: os ruego que me sigáis, no por desconfianza, sino por miseguridad. Sin duda vuestros dos compañeros son los señores Porthos yAramis.

—Sí,Eminencia—dijoAthosmientraslosdosmosqueterosquesehabíanquedadoatrásseacercabanconelsombreroenlamano.

—Os conozco, señores—dijo el cardenal—, os conozco; sé que no soiscompletamente amigos míos y estoy molesto por ello, pero sé que soisvalientes y leales gentileshombres y que se puede fiar de vosotros. SeñorAthos, hacedme, pues, el honor de acompañarme, vos y vuestros amigos, yentonces tendré una escolta como para dar envidia a SuMajestad si nos loencontramos.

Lostresmosqueterosseinclinaronhastaelcuellodesuscaballos.

—Pues bien, pormi honor—dijoAthos—, queVuestraEminencia hacebienenllevarnosconella:hemosencontradoenelcaminocarashorribles,einclusoconcuatrodeesascarashemostenidounaquerellaenelColombier-Rouge.

—¿Unaquerella?¿Yporqué,señores?—dijoelcardenal—.Nomegustanloscamorristas,¡yalosabéis!

—PoresoprecisamentetengoelhonordepreveniraVuestraEminenciadeloqueacabadeocurrir;porquepodríaenterarseporotraspersonasdistintasanosotrosycreer,porlafalsarelación,queestamosenfalta.

—¿Y cuáles han sido los resultados de esa querella? —pregunté elcardenalfrunciendoelceño.

—PuesmiamigoAramis,queestáaquí,harecibidounaleveestocadaenelbrazo, locualnole impedirá,comoVuestraEminenciapodráver,subiralasaltomañanasiVuestraExcelenciaordenahescalada.

—Peronosoishombresparadejarosdarestocadasdeesaforma—dijoelcardenal—;vamos,sedfrancos,señores,algunashabréisdevuelto;confesaos,yasabéisquetengoderechoadarlaabsolución.

—Yo,Monseñor—dijo Athos—, no he puesto siquiera la espada en lamano,peroheagarradoalquemetocabapormediodelcuerpoylohetirado

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porlaventana.Parecequealcaer—continuóAthosconciertaduda—seharotounapierna.

—¡Ah,ah!—dijoelcardenal—.¿Yvos,señorPorthos?

—Yo,Monseñor,sabiendoqueeldueloestáprohibido,hecogidounbancoylehedadoaunodeesosbergantesungolpeque,segúncreo,lehapartidoelhombro.

—Bien—dijoelcardenal—.¿Yvos,señorAramis?

—Yo,Monseñor,comosoydetemperamentodulceycomoademás,cosaque igual no sabe Monseñor, estoy a punto de tomar el hábito, queríasepararme de mis camaradas cuando uno de aquellos miserables me diotraidoramenteunaestocadadetravésenelbrazoizquierdo.Entoncesmefaltópaciencia, saqué la espadaamivez,y, cuandovolvía a la carga, creohabernotado que al arrojarse sobremí se había atravesado el cuerpo; sólo sé concerteza que ha caído y me ha parecido que se lo llevaban con sus doscompañeros.

—¡Diablos,señores!—dijoelcardenal—.Treshombresfueradecombateporunadisputadetaberna;noosvaisdevacío.Yapropósito,¿dequévinolaquerella?

—Aquellosmiserablesestabanborrachos—dijoAthos—,ysabiendoquehabíaunamujerquehabíallegadoporlanochealatabernaqueríanforzarlapuerta.

—¿Forzarlapuerta?—dijoelcardenal—.¿Yesoparaqué?

—Para violentarla sin duda —dijo Athos—; tengo el honor de decir aVuestraEminenciaqueaquellosmiserablesestabanborrachos.

—¿Y esamujer era joven y hermosa?—preguntó el cardenal con ciertainquietud.

—Nolahemosvisto,Monseñor—dijoAthos.

—¡Nolahabéisvisto!¡Ah,muybien!—replicóvivamenteelcardenal—.Habéishechobienendefenderelhonordeunamujer,ycomoesalalberguedelColombier-Rougeadondeyovoy,sabrésimehabéisdicholaverdad.

—Monseñor—dijo altivamenteAthos—, somos gentileshombres, y parasalvarnuestracabezanodiríamosunamentira.

—Poresonodudodeloquemedecís,señorAthos,nolodudoniunsoloinstante, pero —añadió para cambiar de conversación—, ¿aquella damaestaba,portanto,sola?

—Aquella dama tenía encerrado con ella un caballero —dijo Athos—;

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perocomopesealalborotoelcaballeronohaaparecido,esdepresumirqueesuncobarde.

—¡Nojuzguéistemerariamente!,diceelEvangelio—replicóelcardenal.

Athosseinclinó.

—Y ahora, señores, está bien —continuó Su Eminencia—. Sé lo quequeríasaber;seguidme.

Lostresmosqueterospasarontraselcardenal,queseenvolviódenuevoelrostro con su capa y echó su caballo a andarmanteniéndose a ocho o diezpasospordelantedesusacompañantes.

Llegaron pronto al albergue silencioso y solitario; sin duda el hostelerosabíaquéilustrevisitanteesperaba,yporconsiguientehabíadespedidoa losimportunos.

Diezpasosantesdellegaralapuerta,elcardenalhizoseñaasuescuderoya los tres mosqueteros de detenerse. Un caballo completamente ensilladoestabaatadoalpostigo.Elcardenalllamótresvecesydedeterminadamanera.

Unhombreenvueltoenunacapasalióalpuntoycambióalgunasrápidaspalabras con el cardenal, tras lo cual volvió a subir a caballo y partió en ladireccióndeSurgères,queeratambiénladeParís.

—Avanzad,señores—dijoelcardenal.

—Me habéis dicho la verdad, gentileshombres—dijo dirigiéndose a lostresmosqueteros—.Sóloamímeatañequenuestroencuentrodeestanocheosseaventajoso;mientrastanto,seguidme.

Elcardenalechópieatierraylostresmosqueteroshicieronotrotanto;elcardenal arrojó la brida de su caballo a lasmanosde su escuderoy los tresmosqueterosataronlasbridasdelossuyosalospostigos.

Elhoteleropermanecíaenelumbraldelapuerta;paraélelcardenalnoeramásqueunoficialqueveníaavisitaraunadama.

—¿Tenéisalgunahabitaciónenlaplantabajadondeestosseñorespuedanesperarmejuntoaunbuenfuego?—dijoelcardenal.

El hostelero abrió la puerta de una gran sala, en la que precisamenteacababandereemplazarunamalaestufaporunagranchimeneaexcelente.

—Tengoésta—respondió.

—Está bien —dijo el cardenal—. Entrad ahí, señores, y tened a bienesperarme;notardarémásdemediahora.

Ymientraslostresmosqueterosentrabanenlahabitacióndelaplantabaja,

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el cardenal, sinpedir informesmásamplios, subió la escalera comohombrequenonecesitaqueleindiquenelcamino.

CapítuloXLIV

Delautilidaddelostubosdeestufa

Era evidente que, sin sospecharlo, y movidos solamente por su caráctercaballeresco y aventurero, nuestros tres amigos acababan de prestar algúnservicioaalguienaquienelcardenalhonrabaconsuprotecciónparticular.

Pero¿quiéneraesealguien?Eslapreguntaquesehicieronprimerolostresmosqueteros;luego,viendoqueningunadelasrespuestasquepodíahacersuinteligenciaerasatisfactoria,Porthosllamóalhoteleroypidiólosdados.

PorthosyAramissesentaronanteunamesaysepusieronajugar,Athossepaseóreflexionando.

Alreflexionarypasearse,Athospasabaunayotravezpordelantedeltubode la estufa roto por la mitad y cuya otra extremidad daba a la habitaciónsuperior,ycadavezquepasabayvolvíaapasar,deunmurmullodepalabrasque terminó por centrar su atención. Athos se acercó y distinguió algunaspalabras que sin duda le parecieronmerecer un interés tan grande que hizoseñaasuscompañerosdecallasenquedandoélinclinado,coneloídopuestoalaalturadelorificiointerior.

—Escuchad, Milady —decía el cardenal—; el asunto es importarte;sentaosahíyhablemos.

—¡Milady!—murmuróAthos.

—Escucho aVuestraExcelencia con lamayor atención—respondióunavozdemujerquehizoestremeceralmosquetero.

—Unpequeñonavíocontripulacióninglesa,cuyocapitánestádemiparte,osesperaenladesembocaduradelCharente,enelfuertedeLaPointe:seharáalavelamañanaporlamañana.

—Entonces,¿esprecisoquevayaallíestanoche?

—Ahoramismo, esdecir, cuandohayáis recibidomis instrucciones.Doshombresqueencontraréisalapuertaalsalirosservirándeescolta;medejaréissaliramíprimero;luego,mediahoradespuésdemí,saldréisvos.

—Sí,monseñor.Ahoravolvamosalamisiónquetenéisabienencargarme;ycomoquieroseguirmereciendolaconfianzadeVuestraEminencia,dignaos

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exponérmelaentérminosclarosyprecisosparaquenocometaningúnerror.

Hubo un instante de profundo silencio entre los dos interlocutores; eraevidentequeelcardenalmedíaporadelantadolostérminosenqueibaahablary queMilady reunía todas sus facultades intelectuales para comprender lascosasqueélibaadecirygrabarlasensumemoriacuandoestuviesendichas.

Athos aprovechó ese momento para decir a sus dos compañeros quecerraranlapuertapordentroyparahacerlesseñadequevinieranaescucharconél.

Los dosmosqueteros, que amaban la comodidad, trajeron una silla paracadaunodeellosyotrasillaparaAthos.Lostressesentaronentoncesconlascabezasjuntasyeloídoalacecho.

—VaisapartirparaLondres—continuóelcardenal—.UnavezllegadaaLondres,iréisenbuscadeBuckingham.

—HaréobservaraSuEminencia—dijoMilady—que,desdeelasuntodelosherretesdediamantes,queelduquesiempresospechóobramía,SuGraciadesconfíademí.

—Estavez—dijoelcardenal—nosetratadecaptarsuconfianza,sinodepresentarsefrancaylealmenteaélcomonegociadora.

—Franca y lealmente —repitió Milady con una indecible expresión deduplicidad.

—Sí, francay lealmente—replicó el cardenal en elmismo tono—; todaestanegociacióndebeserhechaaldescubierto.

—SeguiréalpiedelaletralasinstruccionesdeSuEminencia,yesperoquemelasdé.

—IréisenbuscadeBuckinghamdepartemía,ylediréisquesétodoslospreparativos que hace, pero que apenasme preocupo por ello, dado que, alprimermovimientoquehaga,pierdoalareina.

—¿Creerá él que Vuestra Eminencia está en condiciones de cumplir laamenazaquelehace?

—Sí,porquetengopruebas.

—Esprecisoqueyopuedapresentarestaspruebasasuconsideración.

—Por supuesto, y le diréis que publico el informe deBois-Robert y delmarquésdeBeutrusobrelaentrevistaqueelduquetuvoencasadelaseñoracondestableconlareina,lanocheenquelaseñoracondestablediounafiestademáscaras; lediréis,paraquenodudedenada,queélfuevestidodeGranMogol,trajequedebíallevarelcaballerodeGuisa,yquecompróaesteúltimo

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mediantelasumadetresmilpistolas.

—Deacuerdo,monseñor.

—TodoslosdetallesdesuentradaenelLouvreydesusalida,durantelanocheenqueseintrodujoenPalacioconeltrajededecidordelabuenaventuraitaliano,mesonconocidos;lediréis,paraquetampocodudedelaautenticidadde mis informes, que tenía bajo su capa un gran traje blanco sembrado delágrimasnegras,decalaverasydehuesosenformadeaspa;porqueencasodesorpresa, debía hacersepasar por el fantasmade laDamablancaque, comotodo elmundo sabe, vuelve alLouvre cadavezqueva a ocurrir algúngransuceso.

—¿Esoestodo,monseñor?

—DecidlequetambiénsétodoslosdetallesdelaaventuradeAmiens,queharéescribirunanovelita,ingeniosamentedisfrazada,conunplanodeljardínylosretratosdelosprincipalesactoresdeaquellaescenanocturna.

—Lediréeso.

—DecidleademásquetengoenmipoderaMontague,estáenlaBastilla,quenolehansorprendidoningunacartaencima,escierto,peroquelatorturapuedehacerledecirloquesabe,eincluso…loquenosabe.

—Deacuerdo.

—Enfin,añadidqueSuGracia,enlaprecipitaciónquepusoaldejarlaisladeRé, olvidó en su alojamiento cierta carta de la señora deChevreuse quecomprometeespecialmentealareina,enlaqueellademuestranosóloqueSuMajestadpuedeamaralosenemigosdelrey,sinoqueinclusoconspiraconlosdeFrancia.Habéisretenidotodoloqueoshedicho,¿noesasí?

—JuzgueVuestraEminencia: el baile de la señora condestable; la nochedelLouvre;laveladadeAmiens;elarrestodeMontague;lacartadelaseñoradeChevreuse.

—Eso es —dijo el cardenal—, eso es; tenéis una memoria afortunada,Milady.

—Pero —replicó aquella a quien el cardenal acababa de dirigir sucumplido adulador— ¿si pese a todas estas razones el duque no se rinde ycontinúaamenazandoaFrancia?

—El duque está enamorado como un loco, o mejor, como un necio—contestóRichelieuconprofundaamargura—;comolosantiguospaladines,haemprendidoestaguerranadamásqueporobtenerunamiradadesubella.Sisabequeestaguerrapuedecostarleelhonoryquizálalibertaddeladamadesuspensamientos,comoéldice,osrespondoqueselopensarádosveces.

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—Sinembargo—dijoMiladyconunapersistenciaqueprobabaquequeríaverclarohastaelfinenlamisióndequeibaaencargarse—,sinembargo,¿sipersiste?

—Sipersiste…—dijoelcardenal—…Noesprobable.

—Esposible—dijoMilady.

—Sipersiste…—SuEminenciahizounapausayprosiguió—.Puesbien,si persiste, esperaré uno de esos acontecimientos que cambian la faz de losEstados.

—SiSuEminenciaquisieracitarmealgunodeesosacontecimientosenlahistoria—dijoMilady—quizácompartayosuconfianzaenelfuturo.

—Puesbien,mirad,porejemplo—dijoRichelieu—,cuandoen1610,porunmotivomás omenos parecido al que hace conmoverse al duque, el reyEnriqueIV,degloriosamemoria, ibaa invadira lavezFlandesyItaliaparagolpearaunmismotiempoaAustriapordoslados,¿noocurrióentoncesunacontecimientoquesalvóaAustria?¿PorquéelreydeFrancianohabríadetenerlamismasuertequeelemperador?

—¿Vuestra Eminencia se refiere a la cuchillada de la calle de laFerronerie?

—Precisamente—dijoelcardenal.

—¿Vuestra Eminencia no teme que el suplicio de Ravaillac espanto aquienestenganporuninstantelaideadeimitarlo?

—En todo tiempo y en todos los países, sobre todo si esos países estándivididos por la religión, habrá fanáticos que no pedirán otra cosa queconvertirseenmártires.Yved,precisamenteahorarecuerdoquelospuritanosestán furiosos contra el duque de Buckingham y que sus predicadores lodesignancomoelAnticristo.

—¿Yentonces?—preguntóMilady.

—Pues que —continuó el cardenal con un sire indiferente— por elmomentonosetrataría,porejemplo,sinodebuscarunamujerhermosa,joven,hábil, que tuviera que vengarse del duque. Tal mujer puede encontrarse: elduqueeshombredeaventurasgalantesysihasembradomuchosamoresconsuspromesasdeconstanciaeterna,hadebidosembrarmuchosodiostambiénporsuscontinuasinfidelidades.

—Sin duda —dijo fríamente Milady—, se puede encontrar una mujersemejante.

—Pues bien, una mujer semejante, que pusiera el cuchillo de JaquesClémentodeRavaillacenlasmanosdeunfanático,salvaríaaFrancia.

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—Sí,peroseríacómplicedeunasesinato.

—¿Sehaconocidoalgunaveza loscómplicesdeRavaillacodeJacquesClément?

—No,porquequizáestabansituadosdemasiadoaltoparaqueseatrevieranairlosabuscardondeestaban;nosequemaríaelPalaciodeJusticiaportodoelmundo,monseñor.

—¿Creéis, pues, que el incendio del Palacio de Justicia tiene una causadistintaaladelazar?—preguntóRichelieuenuntonocomoeldequienhaceunapreguntasinningunaimportancia.

—Yo,monseñor—respondióMilady—,nocreonada,citounhecho,esoestodo;sólodigoquesiyomellamaraseñoritadeMontpensier,oreinaMaríade Médicis, tomaría menos precauciones de las que tomo por llamarmesimplementeladyClarick.

—Esoesjusto—dijoRichelieu—.¿Quéqueréisentonces?

—QuerríaunaordenqueratificasedeantemanotodocuantoyocreadeberhacerparamayorbiendeFrancia.

—Peroprimerohabríaquebuscarlamujerquehedichoyquetuvieraquevengarsedelduque.

—Estáencontrada—dijoMilady.

—Luego habría que encontrar ese miserable fanático que servirá deinstrumentoalajusticiadeDios.

—Seencontrará.

—Puesbien—dijoelduque—,entoncesseráelmomentodereclamar laordenquepedísahoramismo.

—Vuestra Eminencia tiene razón—dijo Milady—, y soy yo quien estáequivocadaalverenlamisiónconquemehonraotracosadeloquerealmentees,esdecir,anunciaraSuGracia,departedeSuEminencia,queconocéislosdiferentesdisfracesconayudadeloscualeshaconseguidoacercarsealareinadurante la fiesta dada por la señora condestable; que tenéis pruebas de laentrevistaconcedidaenelLouvrepor lareinaaciertoastrólogoitalianoquenoesotroqueelduquedeBuckingham;quehabéisencargadounanovelita,delasmásingeniosas,sobrelaaventuradeAmiens,conelplanodeljardíndondeesa aventura ocurrió y retratos de los actores que figuraron en ella; queMontagueestá en laBastilla, yque la torturapuedehacerledecir cosasquerecuerde,inclusocosasquehabríaolvidado;finalmente,quevosposeéisciertacartade laseñoradeChevreuse,encontradaenelalojamientodeSuGracia,que compromete de modo singular, no sólo a quien la escribió, sino que

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incluso a aquella en cuyo nombre fue escrita. Luego, si pese a todo estopersiste, como es a lo que acabo de decir a lo que se limitamimisión, notendrémásquerogaraDiosquehagaunmilagroparasalvaraFrancia.¿Bastaconeso,Monseñor?¿Tengoquehaceralgunaotracosa?

—Bastaconeso—replicósecamentemonseñor.

—Pues ahora—dijoMilady sin parecer observar el cambio de tono delcardenalrespectoaella—,ahoraqueherecibidolasinstruccionesdeVuestraEminenciaapropósitodesusenemigos,¿monseñormepermitirádecirledospalabrasdelosmíos?

—¿Tenéisentoncesenemigos?—preguntóRichelieu.

—Sí,monseñor;enemigoscontraloscualesmedebéistodovuestroapoyo,porquemeloshehechosirviendoaVuestraEminencia.

—¿Ycuáles?—replicóelcardenal.

—EnprimerlugarunapequeñaintrigantellamadaBonacieux.

—EstáenlaprisióndeNantes.

—Esdecir,estabaallí—prosiguióMilady—,perolareinahasorprendidounaordendelrey,conayudadelacuallahahechollevaraunconvento.

—¿Aunconvento?—dijoelcardenal.

—Sí,aunconvento.

—Y¿acuál?

—Loignoro,elsecretohasidobienguardado.

—¡Yolosabré!

—¿YVuestraEminenciamediráenquéconventoestáesamujer?

—Noveoningúninconveniente—dijoelcardenal.

—Bien;ahoratengootroenemigomuydetemerpordistintosmotivosqueesapequeñaseñoraBonacieux.

—¿Cuál?

—Suamante.

—¿Cómosellama?

—¡Oh!VuestraEminencia loconocebien—exclamóMilady llevadaporlacólera—.Eselgeniomalodenosotrosdos;esésequeenunencuentroconlosguardiasdeVuestraEminenciadecidiólavictoriadelosmosqueterosdelrey; es el que dio tres estocadas a deWardes, vuestro emisario, y que hizofracasarelasuntode losherretes;eselque, finalmente,sabiendoqueerayo

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quienlehabíaraptadoalaseñoraBonacieux,hajuradomimuerte.

—¡Ah,ah!—dijoelcardenal—.Séaquiénosreferís.

—MerefieroaesemiserabledeD’Artagnan.

—Esunintrépidocompañero—dijoelcardenal.

—Yprecisamenteporqueesunintrépidocompañeroesmásdetemer.

—Seríapreciso—dijoelduque—tenerunapruebadesuinteligenciaconBuckingham.

—¡Unaprueba!—exclamóMilady—.Tendrédiez.

—Puesbienentonceseslacosamássencilladelmundo,presentadmeesapruebaylomandoalaBastilla.

—¡Deacuerdo,monseñor!Pero¿ydespués?

—CuandoseestáenlaBastilla,nohaydespués—dijoelcardenalconvozsorda—.¡Ah,diantre—continuó—,simefueratanfácildesembarazarmedemi enemigo como fácil me es desembarazarme de los vuestros, y si fueracontrapersonassemejantesporloquepedísvoslaimpunidad!…

—Monseñor —replicó Milady—, trueque por trueque, vida por vida,hombreporhombre;dadmeamíeseyyoosdoyelotro.

—Noséloquequeréisdecir—replicóelcardenal—,ynoquierosiquierasaberlo;perotengoeldeseodeserosagradableynoveoningúninconvenienteendarosloquepedísrespectoaunacriaturatanínfima;tantomás,comovosmedecís,cuantoqueesepequeñoD’Artagnanesunlibertino,unduelistayuntraidor.

—¡Uninfame,monseñor,uninfame!

—Dadme,pues,unpapel,unaplumaytinta—dijoelcardenal.

—Helosaquí,monseñor.

Sehizouninstantedesilencioqueprobabaqueelcardenalestabaocupadoen buscar los términos en que debía escribirse el billete, o incluso si debíaescribirlo.Athos,quenohabíaperdidounapalabradelaconversación,cogióacadaunodesuscompañerosporunamanoy los llevóalotroextremode lahabitación.

—¡Ybien!—dijoPorthos—.¿Quéquieresyporquénonosdejasescucharelfinaldelaconversación?

—¡Chis!—dijoAthoshablandoenvozbaja—.Hemosoídotodocuantoesnecesariooír;ademásnoosimpidoescucharelresto,peroesprecisoquemevaya.

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—¡Esprecisoquetevayas!—dijoPorthos—.Perosielcardenalpreguntaporti,¿quéresponderemos?

—No esperaréis a que pregunte por mí, le diréis los primeros que hepartidocomoexploradorporquealgunaspalabrasdenuestrohosteleromehanhecho pensar que el camino no era seguro; primero diré dos palabras sobreelloalescuderodelcardenal;elrestoescosamía,noospreocupéis.

—¡Sedprudente,Athos!—dijoAramis.

—Estadtranquilos—respondióAthos—,yasabéis,tengosangrefría.

PorthosyAramisfueronaocuparnuevamentesupuesto juntoal tubodeestufa.

EncuantoaAthos,saliósinningúnmisterio,fueatomarsucaballoatadocon losdesusamigosa losmolinetesde lospostigos,convencióconcuatropalabras al escudero de la necesidad de una vanguardia Para el regreso,inspeccionóconafectaciónelfulminantedesuspistolas,sepusolaespadaenlosdientesysiguió,comohijopródigo,larutaquellevabaalcampamento.

CapítuloXLV

Escenaconyugal

ComoAthos había previsto, el cardenal no tardó en descender; abrió lapuerta de la habitación en que habían entrado losmosqueteros y encontró aPorthos jugando una encarnizada partida de dados con Aramis. De rápidaojeada registró todos los rincones de la sala y vio que le faltaba unode loshombres.

—¿QuéhasidodelseñorAthos?—preguntó.

—Monseñor —respondió Porthos—, ha partido como explorador poralgunasfrasesdenuestrohostelero,quelehanhechocreerquelarutanoerasegura.

—¿Yvos,quehabéishechovos,señorPorthos?

—LeheganadocincopistolasaAramis.

—Yahora,¿podéisvolverconmigo?

—EstamosalasórdenesdeVuestraEminencia.

—Acaballopues,señores,quesehacetarde.

—El escudero estaba a la puerta y sostenía por las bridas el caballo del

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cardenal. Un poco más lejos, un grupo de dos hombres y de tres caballosaparecíaen lasombra:aquellosdoshombreseran losquedebíanconduciraMiladyalfuertedeLaPointeyvelarporsuembarque.

ElescuderoconfirmóalcardenalloquelosdosmosqueterosyalehabíandichoapropósitodeAthos.Elcardenalhizoungestoaprobadoryemprendiólaruta,rodeándosedelasmismasprecaucionesquehabíatomadoalpartir.

Dejémosleseguirelcaminodelcampamento,protegidoporelescuderoylosdosmosqueteros,yvolvamosaAthos.

Duranteunacentenadepasos,habíacaminadoalmismotrote;masunavezfueradelavista,habíalanzadosucaballoaladerecha,habíadadounrodeo,yhabíavueltoaunaveintenadepasos,albosquecillo,paraacecharelpasodelapequeña tropa; una vez reconocidos los sombreros bordados de suscompañerosylafranjadoradadelacapadelseñorcardenal,esperóaqueloscaballeroshubierandobladoel recododel camino,yhabiéndolesperdidodevista,volvióalgalopealalberguequeseleabriósindificultad.

Elhosteleroloreconoció.

—Mioficial—dijoAthos—haolvidadohaceraladamadelprimerounarecomendaciónimportante;meenvíapararepararsuolvido.

—Subid—dijoelhostelero—,todavíaestáensuhabitación.

Athos aprovechó el permiso, subió la escalera con su paso más ligero,llegóalamesetayatravésdelapuertaentreabiertavioaMiladyqueseatabasusombrero.

Entróenlahabitaciónycerrólapuertatrassí.

Alruidoquehizoalempujarelcerrojo,Miladysevolvió.

Athosestabadepieantelapuerta,envueltoensucapa,lacapacubriéndolehastalosojos.

Al ver aquella figura muda e inmóvil como una estatua, Milady tuvomiedo.

—¿Quiénsois?¿Yquéqueréis?—exclamó.

—Vamos,¡esella!—murmuróAthos.

YdejandocaersucapayalzandosusombreroavanzóhaciaMilady.

—¿Mereconocéis,señora?—dijo.

Miladydiounpaso adelante, luego retrocedió comoante la vistadeunaserpiente.

—Vamos—dijoAthos—,estábien,yaveoquemereconocéis.

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—¡ElcondedeLaFère!—murmuróMiladypalideciendoyretrocediendohastaqueelmuroleimpidióirmáslejos.

—Sí,Milady—respondióAthos—,el condedeLaFèreenpersona,quevuelvedirectamentedelotromundoparatenerelplacerdeveros.Sentémonos,pues,yhablemos,comodiceMonseñorelcardenal.

Milady,dominadaporunterrorinexpresable,sesentósinproferirunasolapalabra.

—¿Sois acaso un demonio enviado a la tierra?—dijo Athos—.Vuestropoderesgrande,perosabéis tambiénquecon laayudadeDios loshombreshanvencidoconfrecuenciaalosdemoniosmásterribles.Yaoscruzasteisenmi camino, creía haberos vencido, señora; pero, o yo me equivocaba o elinfiernoosharesucitado.

Aestaspalabrasqueletraíanrecuerdosespantosos,Miladybajólacabezaconungemidosordo.

—Sí, el infiernoos ha resucitado—prosiguióAthos—, el infiernoos hahechorica,elinfiernooshadadootronombre,elinfiernoosharehechocasiotrorostro;peronohaborradonilasmancillasdevuestraalmanilamarcadevuestrocuerpo.

Milady se levantó como movida por un resorte, y sus ojos lanzarondestellos.Athospermaneciósentado.

—Mecreíaismuerto,comoyooscreíamuerta,¿noesasí?¡Yestenombrede Athos había ocultado al conde de La Fère, como el nombre de MiladyClarick había ocultado a Anne de Breuil! ¿No era así como os llamabaiscuando vuestro honrado hermano nos casó? Nuestra posición es realmenteextraña—prosiguióAthosriendo—;unoyotrosólohemosvividohastaahoraporquenoscreíamosmuertos,yporqueun recuerdomolestamenosqueunacriatura,aunqueéstaseamásdevoradoraavecesqueunrecuerdo.

—Pero,enfin—dijoMiladyconunavozsorda—,¿quéostraeamí?¿Yquéqueréisdemí?

—Quierodecirosque,aunquepermaneciendoinvisibleavuestrosojos,noosheperdidodevista.

—¿Sabéisloquehehecho?

—Puedo contar día por día vuestras acciones, desde vuestra entrada alserviciodelcardenalhastaestanoche.

UnasonrisadeincredulidadpasóporloslabiospálidosdeMilady.

—Oíd:soisvosquiencortólosdosherretesdediamantesdelhombrodelduquedeBuckingham;soisvosquienhahechoraptaralaseñoraBonacieux;

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soisvosquien,enamoradadeDeWardes,ycreyendopasar lanocheconél,habéis abierto vuestra puerta al señorD’Artagnan; sois vos quien, creyendoqueDeWardesoshabíaengañadoquisisteishacerlomatarpor su rival; soisvosquien,cuandoeste rivalhubodescubiertovuestro infamesecreto,habéisqueridohacerlomatarpordosasesinosqueenviasteisensupersecución;soisvos quien, viendo que las balas habían fallado su tiro, habéis enviado vinoenvenenadoconunacarta falsaparahacercreeravuestravíctimaqueaquelvinoveníadesusamigos;soisvos,enfin,quienenestahabitación,ysentadaen la silla en que estoy, acabáis de aceptar con el cardenal Richelieu elcompromiso de hacer asesinar al duque de Buckingham, a cambio de lapromesaqueéloshahechodedejarosasesinaraD’Artagnan.

Miladyestabalívida.

—Pero¿soisacasoSatán?—dijoella.

—Quizá —dijo Athos—, pero en cualquier caso, escuchad bien esto:asesinéis o hagáis asesinar al duque de Buckingham, poco importa; no loconozco,ademásesuninglés.PeronotoquéisconlapuntadelosdedosniunsolopelodeD’Artagnan,queesunfielamigoaquienamoyaquiendefiendo,uosjuroporlacabezademipadrequeelcrimenquehayáiscometidoseráelúltimo.

—ElseñorD’Artagnanmehaofendidocruelmente—dijoMiladyconvozsorda—.ElseñorD’Artagnanmorirá.

—¿Deverasesposiblequealguienosofenda,señora?—dijoriendoAthos—.¿Oshaofendidoymorirá?

—Morirá—replicóMilady—;ellaprimero,éldespués.

Athosfuearrebatadocomoporunvértigo:lavistadeaquellacriatura,quenoteníanadademujer, letraíarecuerdosterribles;pensóqueundía,enunasituaciónmenospeligrosaqueaquellaenqueseencontraba,habíayaqueridosacrificarlaasuhonor;sudeseodecrimenlevolvióquemándoleyloinvadiócomounafiebreardiente:selevantóasuvez,llevólamanoasucintura,sacódeélunapistolaylaarmó.

Milady, pálida como un cadáver, quiso gritar, pero su lengua helada nopudoproferirmásqueunsonidoroncoquenoteníanadadepalabrahumanayqueparecíaelestertordeunabestiafiera;pegadacontralasombríatapicería,conloscabellosesparcidos,parecíacomolaimagenespantosadelterror.

Athosalzólentamentesupistola,extendióelbrazodemaneraqueelarmatocasecasilafrentedeMiladyyluego,conunavoztantomásterriblecuantoqueteníalacalmasupremadeunainflexibleresolución:

—Señora—dijo—, ahora mismo vais a entregarme el papel que os ha

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firmadoelcardenal,opormialmaqueossaltolatapadelossesos.

ConotrohombreMiladyhabríapodidoconservar algunaduda,pero ellaconocíaaAthos;sinembargo,permanecióinmóvil.

—Tenéisunsegundoparadecidiros—dijoél.

Miladyvioenlacontraccióndesurostroqueeldisparoibaasalir; llevóvivamentelamanoasupecho,sacódeélunpapelylotendióaAthos.

—¡Tomad—dijoella—,ysedmaldito!

Athoscogióelpapel,volvióaponerlapistolaensucintura,seacercóalalámparaparaasegurarsedequeeraaquél,lodesplegóyleyó:

El portador de la presente ha «hecho lo que ha hecho» por ordenmía yparabiendelEstado.

3dediciembrede1627.

RICHELIEU.

—Y ahora —dijo Athos recobrando su capa y volviendo a ponerse elsombrero en la cabeza—, ahora que te he arrancado los dientes, víbora,muerdesipuedes.

Ysaliódelahabitaciónsinmirarsiquieraparaatrás.

Alapuertaencontróalosdoshombresyelcaballoqueteníandelamano.

—Señores—dijo—laordendeMonseñor,yalosabéis,esconduciraesamujer,sinperdertiempo,alfuertedeLaPointeynodejarlahastaqueestéabordo.

Como estas palabras concordaban efectivamente con la orden que habíarecibido,inclinaronlacabezaenseñaldeasentimiento.

En cuanto a Athos, montó con ligereza y partió al galope; sólo que, enlugardeseguirlaruta,tomócampoatravés,picandoconvigorasucaballoydeteniéndosedevezencuandoparaescuchar.

Enunode estos altos, oyópor el camino el paso de varios caballos.Nodudó que fueran el cardenal y su escolta. Entonces echó una nueva carrera,restregó a su caballo con los brezales y las hojas de los árboles y vino asituarse de través en el camino, a doscientos pasos del campamentoaproximadamente.

—¿Quiénvive?—gritódelejoscuandodivisóaloscaballeros.

—Esnuestrovalientemosquetero,segúncreo—dijoelcardenal.

—Sí,Monseñor—respondióAthos—,elmismo.

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—SeñorAthos—dijoRichelieu—,recibidmiagradecimientoporlabuenacustodia que habéis hecho de nosotros; señores, hemos llegado: tomad lapuertadelaizquierda,lacontraseñaesReyyRé.

Aldecirestaspalabras,elcardenalsaludóconlacabezaalostresamigosygiróaladerechaseguidodesuescudero;porqueaquellanochedormíaenelcampamento.

—¡Y bien!—dijeron a una Porthos yAramis cuando el cardenal estuvofueradelalcancedelavoz—.Ybien,hafirmadoelpapelqueellapedía.

—Losé—dijotranquilamenteAthos—,porqueeséste.

Y los tres amigos no intercambiaron una sola palabra hasta suacuartelamiento,exceptoparadarlacontraseñaaloscentinelas.

SóloqueenviaronaMosquetónadeciraPlanchetquerogabanasuamoque,alserrelevadodetrinchera,sedirigiesealmomentoalalojamientodelosmosqueteros.

Por otra parte, como Athos había previsto, Milady, al encontrarse en lapuerta a los hombres que la esperaban, no puso ninguna dificultad enseguirlos;poruninstantehabíatenidoganasdehacersellevaranteelcardenalycontarletodo,perounarevelaciónporsupartellevabaaunarevelaciónporpartedeAthos:elladiríaqueAthoslahabíacolgado,peroAthosdiríaqueellaestabamarcada; pensó quemás valía guardar silencio, partir discretamente,cumplirconsuhabilidadordinarialadifícilmisióndequesehabíaencargadoy luego,unavezcumplido todoa satisfaccióndel cardenal, ir a reclamar suvenganza.

Porconsiguiente,trashaberviajadotodalanoche,alassietedelamañanaestabaenelfuertedeLaPointe,alasochohabíaembarcadoyalasnueveelnavío, que con la patente de corso del cardenal se suponía en franquía paraBayonne,levabaelanclaynavegabarumboaInglaterra.

CapítuloXLVI

ElbastiónSaint-Gervais

Al llegardonde sus tres amigos,D’Artagnan los encontró reunidosen lamisma habitación: Athos reflexionaba, Porthos rizaba su mostacho, Aramisdecía sus oraciones en un encantador librito de horas encuadernado enterciopeloazul.

—¡Diantre, señores! —dijo—. Espero que lo que tengáis que decirme

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valga la pena; en caso contrario os prevengo que no os perdonaré habermehecho venir en lugar de dejarme descansar después de una noche pasadaconquistando y desmantelando un bastión. ¡Ah, y que no estuvierais allí,señores!¡Hizobuencalor!

—¡Estábamosenotroladodondetampocohacíafrío!—respondióPorthoshaciendoadoptarasumostachounrizoqueleeraparticular.

—¡Chis!—dijoAthos.

—¡Vaya! —dijo D’Artagnan comprendiendo el ligero fruncimiento deceñodelmosquetero—.Parecequehaynovedadesporaquí.

—Aramis —dijo Athos—, creo que anteayer fuisteis a almorzar alalberguedelParpaillot.

—Sí.

—¿Quétalestá?

—Porloqueamíserefierecomímuymal:anteayereradíadeayuno,ynoteníanmásquecarne.

—¿Cómo?—dijoAthos—.¿Enunpuertodemarnotienenpescado?

—Dicen—replicóAramisvolviendoa supiadosa lectura—queeldiquequehahechoconstruirelseñorcardenalloechaaaltamar.

—Masnoesesoloqueyoospreguntaba,Aramis—prosiguióAthos—;yoospreguntabasiestuvisteisagusto,ysinadieoshabíamolestado.

—Meparecequenotuvimosdemasiadosimportunos;sí,dehecho,yparaloquequeréisdecir,Athos,estaremosbastantebienenelParpaillot.

—Vamos entonces al Parpaillot—dijoAthos—, porque aquí las paredessoncomohojasdepapel.

D’Artagnan,queestabahabituadoalasmanerasdehacerdesuamigo,quereconocíainmediatamenteenunapalabra,enungesto,enunsignosuyoquelascircunstanciaserangraves,cogióelbrazodeAthosysalióconélsindecirnada;PorthossiguióplaticandoconAramis.

En camino encontraron a Grimaud y Athos le hizo seña de seguirlos;Grimaud,segúnsucostumbre,obedecióensilencio;elpobremuchachohabíaterminadocasiporolvidarsedehablar.

Llegaron a la cantina del Parpaillot: eran las siete de la mañana, el díacomenzabaaclarear;lostresamigosencargaronundesayunoyentraronenlasaladonde,adecirdelhuésped,nodebíansermolestados.

Pordesgracialahoraestabamalescogidaparaunconciliábulo;acababan

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de tocar diana, todos sacudían el sueño de la noche, y para disipar el airehúmedodelamañanaveníanabeber lacopitaa lacantinadragones,suizos,guardias,mosqueteros,caballos-ligerossesucedíanconunarapidezquedebíahacerirbienlosasuntosdelhostelero,peroquecumplíamuymallasmirasdelos cuatro amigos. Por eso respondieron de una forma muy huraña a lossaludos,alosbrindisyalasbromasdesuscamaradas.

—¡Vamos!—dijoAthos—.Vamos a organizar algunabuenapelea, y notenemos necesidad de eso en estemomento.D’Artagnan, contadnos vuestranoche;luegonosotrososcontaremoslanuestra.

—Enefecto—dijouncaballo-ligeroquesecontoneabasosteniendoenlamano un vaso de aguardiente que degustaba con lentitud—; en efecto, estanoche estabais de trinchera, señores guardias, y me parece que andado endimesydiretesconlosrochelleses.

D’ArtagnanmiróaAthosparasabersidebíaresponderaaquelintrusoquesemezclabaenlaconversación.

—Y bien—dijo Athos—, ¿no oyes al señor de Busigny que te hace elhonordedirigirte lapalabra?Cuenta loquehapasadoestanoche,queestosseñoresdeseansaberlo.

—¿Nohabráncogidounfasitón?—preguntóunsuizoquebebíaronenunvasodecerveza.

—Sí, señor —respondió D’Artagnan inclinándose—, hemos tenido esehonor; incluso hemos metido, como habéis podido oír, bajo uno de losángulos,unbarrildepólvoraquealestallarhahechounahermosabrecha;sincontar con que, como el bastión no era de ayer, todo el resto de la obra haquedadotambaleándose.

—Y¿québastiónes?—preguntóundragónqueteníaensartadaensusableunaocaquetraíaparaqueselaasasen.

—El bastión Saint-Gervais —respondió D’Artagnan, tras el cual losrochellesesinquietabananuestrostrabajadores.

—¿Ylacosahasidoacalorada?

—Por supuesto;nosotroshemosperdidocincohombresy los rochellesesochoodiez.

—¡Balzempleu!—exclamóelsuizo,que,pesealaadmirablecoleccióndejuramentosqueposeelalenguaalemana,habíatomadolacostumbredejurarenfrancés.

—Pero es probable —dijo el caballo-ligero— que esta mañana envíenavanzadillasparaponerlascosasensusitioenelbastión.

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—Sí,esprobable—dijoD’Artagnan.

—Señores—dijoAthos—,unaapuesta.

—¡Ah!Sí,unaapuesta—dijoelsuizo.

—¿Cuál?—preguntóelcaballo-ligero.

—Esperad—dijoeldragónponiendosusable,comounasador,sobrelosdos grandes morillos que sostenían el fuego de la chimenea—, estoy convosotros.Hosteleromaldito,unagraseraenseguida,paraquenopierdaniunasolagotadelagrasadeestaestimableave.

—Tiene razón —dijo el suizo—, la grasa zuya es muy fuena gongonfituras.

—Ahí—dijoeldragón—.Ahora,veamoslaapuesta.¡Escuchamos,señorAthos!

—¡Sí,laapuesta!—dijoelcaballo—ligero.

—Puesbien,señordeBusigny,apuestoconvosotros—dijoAthos—aquemis tres compañeros, los señores Porthos, Aramis y D’Artagnan y yo nosvamos a desayunar al bastión Saint-Gervais y que estaremos allí una hora,relojenmano,hagaloquehagaelenemigoparadesalojarnos.

PorthosyAramissemiraron;comenzabanacomprender.

—Pero—dijoD’ArtagnaninclinándosealoídodeAthos—vasahacernosmatarsinmisericordia.

—Estamosmuchomásmuertos—respondióAthos—sinovamos.

—¡Ah!Afequeesunahermosaapuesta—dijoPorthosretrepándoseensusillayretorciéndoseelmostacho.

—Acepto—dijoelseñordeBusigny—;ahorasetratadefijarlapuesta.

—Vosotros sois cuatro, señores—dijo Athos—; nosotros somos cuatro;unacenaadiscreciónparaocho,¿osparece?

—Deacuerdo—replicóelseñordeBusigny.

—Perfectamente—dijoeldragón.

—Mefa—dijoelsuizo.

El cuarto auditor, que en toda esta conversación había jugado un papelmudo,hizoconlacabezaunaseñaldequeaceptabalaproposición.

—Eldesayunodeestosseñoresestádispuesto—dijoelhostelero.

—Puesbien,traedlo—dijoAthos.

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Elhostelero obedeció.Athos llamó aGrimaud, lemostró una gran cestaque yacía en un rincón y le hizo el gesto de envolver en las servilletas lasviandastraídas.

Grimaudcomprendióalinstantequesetratabadedesayunarenelcampo,cogiólacesta,empaquetólasviandas,unióaellobotellasycogiólacestaalbrazo.

—Pero¿dóndesevanatomarmidesayuno?—dijoelhostelero.

—¿Quéosimporta—dijoAthos—,contaldequeospaguen?

Ymajestuosamentetiródospistolassobrelamesa.

—¿Hayquedevolverosalgomioficial?—dijoelhostelero.

—No,añadesolamentedosbotellasdeChampagneyladiferenciaseráporlasservilletas.

Elhosteleronohacíatanbuennegociocomohabíacreídoalprincipioperose recuperó deslizando a los comensales dos botellas de vino de Anjou enlugardedosbotellasdevinodeChampagne.

—SeñordeBusigny—dijoAthos—,¿tenéisabienponervuestrorelojconelmío,omepermitísponerelmíoconelvuestro?

—De acuerdo, señor —dijo el caballo-ligero sacando del bolsillo delchalecounhermosorelojrodeadodediamantes—;lassieteymedia—dijo.

—Sieteytreintaycincominutos—dijoAthos—;yasabemosqueelmíoseadelantacincominutossobrevos,señor.

Ysaludandoa losasistentesboquiabiertos, loscuatro jóvenes tomaronelcaminodelbastiónSaint-Gervais,seguidosdeGrimaud,quellevabalacesta,ignorandodónde iba, pero en laobedienciapasiva aque sehabíahabituadoconAthosnopensabasiquieraenpreguntarlo.

Mientras estuvieron en el recinto del campamento, los cuatro amigos nointercambiaron una palabra; además eran seguidos por los curiosos que,conociendolaapuestahecha,queríansabercómosaldríandeella.

Pero una vez hubieron franqueado la línea de circunvalación y seencontraronenplenocampo,D’Artagnan,queignorabaporcompletodequésetrataba,creyóquehabíallegadoelmomentodepedirunaexplicación.

—Y ahora, mi querido Athos—dijo—, tened la amabilidad de decirmeadóndevamos.

—Yaloveis—dijoAthos—,vamosalbastión.

—Sí,pero¿quévamosahacerallí?

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—Yalosabéis,vamosadesayunar.

—Pero¿porquénohemosdesayunadoenelParpaillot?

—Porque tenemos cosas muy importantes que decirnos, y porque eraimposible hablar cincominutos en ese albergue, con todos esos importunosquevan,quevienen,quesaludan,quesepeganalamesa;ahíporlomenos—prosiguióAthosseñalandoelbastión—novendránamolestarnos.

—Me parece —dijo D’Artagnan con esa prudencia que tan bien y tannaturalmente se aliaba en él a una bravura excesiva—, me parece quehabríamos podido encontrar algún lugar apartado en las dunas, a orillas delmar.

—Dondesenoshabríavistoconferenciaraloscuatrojuntos,desuertequealcabodeuncuartodehoraelcardenalhabríasidoavisadoporsusespíasdequeteníamosconsejo.

—Sí—dijoAramis—,Athostienerazón:Animadvertunturindesertis.

—Undesiertonohabría estadomal—dijoPorthos—,pero se tratabadeencontrarlo.

—Nohay desierto en el que un pájaro no pueda pasar por encimade lacabeza,dondeunpeznopuedasaltarporencimadelagua,dondeunconejonopuedasalirdesumadriguera,ycreoquepájaro,pez,conejotodoesespíadelcardenal.Másvale,pues,seguirnuestraempresa,antelacualporotraparteyanopodemosretrocedersinvergüenza;hemoshechounaapuesta,unaapuestaquenopodíapreverse,ysobrecuyaverdaderacausadesafíoaquienseaaquelaadivine:paraganarlavamosapermanecerunahoraenelbastión.Seremosatacados o no lo seremos. Si no lo somos, tendremos todo el tiempo parahablar,ynadienosoirá,porquerespondodequelosmurosdeestebastiónnotienenorejas;silosomos,hablaremosdenuestrosasuntosalmismotiempo,yademás,aldefendernos,noscubrimosdegloria.Yaveisquetodoesbeneficio.

—Sí—dijoD’Artagnan—,peroindudablementepescaremosalgunabala.

—Vaya,querido—dijoAthos—,yasabéisvosquelasbalasmásdetemernosonlasdelenemigo.

—Pero me parece que para semejante expedición habríamos debido almenostraernuestrosmosquetes.

—Soisunnecio,amigoPorthos;¿paraquécargarconunpesoinútil?

—No me parece inútil frente al enemigo un buen mosquete de calibre,docecartuchosyuncebador.

—Pero bueno —dijo Athos—, ¿no habéis oído lo que ha dichoD’Artagnan?

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—¿QuéhadichoD’Artagnan?—preguntóPorthos.

—D’Artagnanhadichoqueenelataquedeestanochehabíaochoodiezfrancesesmuertos,yotrostantosrochelleses.

—¿Yqué?

—No ha habido tiempo de despojarlos, ¿no es así? Dado que, por elmomento,habíaotrascosasmásurgentes.

—Y¿qué?

—¡Yqué!Vamosabuscarsusmosquetessuscebadoresysuscartuchos,yenvezde cuatromosquetesydedocebalasvamosa tenerunaquincenadefusilesyuncentenardedisparos.

—¡Oh,Athos!—dijoAramis—.Eresrealmenteungranhombre.

Porthosinclinólacabezaenseñaldeasentimiento.

SóloD’Artagnannoparecíaconvencido.

IndudablementeGrimaudcompartíalasdudasdeljoven;porquealverquese continuaba caminando hacia el bastión, cosa que había dudado hastaentonces,tiróasuamoporelfaldóndesutraje.

—¿Dóndevamos?—preguntóporgestos.

Athosleseñalóelbastión.

—Pero—dijoenelmismodialectoelsilenciosoGrimaud—dejaremosahínuestrapiel.

Athosalzólosojosyeldedohaciaelcielo.

Grimaudpusosucestaenelsueloysesentómoviendolacabeza.

Athoscogiódesucinturaunapistola,mirósiestababiencargada,laarmóyacercóelcañónalaorejadeGrimaud.

Grimaudvolvióaponerseenpiecomoporunresorte.

Athoslehizoseñadecogerlacestaydecaminardelante.

Grimaudobedeció.

Todocuantohabíaganadoelpobremuchachoconaquellapantomimadeuninstanteesquehabíapasadodelaretaguardiaalavanguardia.

Llegadosalbastión,loscuatrosevolvieron.

Másdetrescientossoldadosdetodaslasarmasestabanreunidosalapuertadel campamento, y en un grupo separado se podía distinguir al señor deBusigny,aldragón,alsuizoyalcuartoapostante.

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Athossequitóelsombrero,lopusoenlapuntadesuespadayloagitóenelaire.

Todos los espectadores le devolvieron el saludo, acompañando estacortesíaconungranhurraquellegóhastaellos.

Tras lo cual, los cuatro desaparecieron en el bastión donde ya los habíaprecedidoGrimaud.

CapítuloXLVII

Elconsejodelosmosqueteros

ComoAthoshabíaprevisto,elbastiónsóloestabaocupadoporunadocenademuertostantofrancesescomorochelleses.

—Señores—dijoAthos,quehabía tomadoelmandode laexpedición—,mientras Grimaud pone la mesa, comencemos a recoger los fusiles y loscartuchos; además podemos hablar al cumplir esa tarea. Estos señores —añadióélseñalandoalosmuertos—nonosoyen.

—Podríamos de todos modos echarlos en el foso —dijo Porthos—,despuésdehabernosaseguradoquenotienennadaensusbolsillos.

—Sí—dijoAramis—,esoesasuntodeGrimaud.

—Bueno—dijoD’Artagnan—, entonces queGrimaud los registre y losarrojeporencimadelasmurallas.

—Guardémonosdehacerlo—dijoAthos—,puedenservirnos.

—¿Esos muertos pueden servirnos? —dijo Porthos—. ¡Vaya, os estáisvolviendoloco,amigomío!

—¡«Nojuzguéistemerariamente»,diceelEvangelioelseñorcardenal!—respondióAthos—.¿Cuántosfusiles,señores?

—Doce—respondióAramis.

—¿Cuántosdisparos?

—Uncentenar.

—Estodocuantonecesitamos;carguemoslasarmas.

Loscuatromosqueterossepusieronalatarea.Cuandoacababandecargarelúltimofusil,Grimaudhizoseñasdequeeldesayunoestabaservido.

Athosrespondió,siempreporgestos,queestababiene indicóeGrimaud

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una especie de atalaya donde éste comprendió que debía quedarse decentinela. Sólo que para suavizar el aburrimiento de la guardia, Athos lepermitióllevarunpan,doschuletasyunabotelladevino.

—Yahora,alamesa—dijoAthos.

Loscuatroamigossesentaronenelsuelo,conlaspiernascruzadas,comolosturcosoloscanteros.

—¡Ah!—dijoD’Artagnan—.Ahoraqueyano tienesmiedodeseroído,esperoquevayasahacernosparticipedetusecreto,Athos.

—Esperoqueosprocureauntiempoagradoygloria,señores—dijoAthos—.Oshehechodarunpaseoencantador; aquí tenemosundesayunode losmássuculentos,yquinientaspersonasalláabajo,comopodéisverlesatravésdelastroneras,quenostomanporlocosoporhéroes,dosclasesdeimbécilesqueseparecenbastante.

—Pero¿yesesecreto?—preguntóD’Artagnan.

—El secreto —dijo Athos— es que ayer por la noche vi a Milady.D’Artagnanllevabasuvasoaloslabios;peroalnombredeMiladylamanoletemblótanfuertequelodejóenelsueloparanoderramarelcontenido…

—¿Hasvistoatumu…?

—¡Chis!—interrumpióAthos—.Olvidáis, querido,queestos señoresnoestániniciadoscomovosenelsecretodemisasuntosdomésticos;hevistoaMilady.

—¿Ydónde?—preguntóD’Artagnan.

—Adosleguasmásomenosdeaquí,enelalberguedelColombier-Rouge.

—Entalcasoestoyperdido—dijoD’Artagnan.

—No,nodeltodoaún—prosiguióAthos—,porqueaestahoradebehaberabandonadolascostasdeFrancia.

D’Artagnanrespiró.

—Pero,afindecuentas—prosiguióPorthos—,¿quiénesesaMilady?

—Una mujer encantadora —dijo Athos degustando un vaso de vinoespumoso—. ¡Canalladehostelero—exclamó—,quenosdavinodeAnjoupor vino de Champagne y que cree que nos vamos a dejar coger! Sí —continuó—,unamujerencantadoraquehatenidobondadesconnuestroamigoD’Artagnan,quelehahechonoséquéperfidiaqueellahatratadodevengar,haceunmestratandodehacerlomataradisparosdemosquete,haceochodíastratandodeenvenenarlo,yayerpidiendosucabezaalcardenal.

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—¿Cómo? ¿Pidiendo mi cabeza al cardenal? —exclamó D’Artagnan,pálidodeterror.

—Eso es tan cierto—dijoPorthos—comoelEvangelio; lo heoído conmisdosorejas.

—Yyotambién—dijoAramis.

—Entonces—dijoD’Artagnandejandocaersubrazocondesaliento—esinútilseguirluchandomástiempo;daigualquemesaltelatapadelossesos,todoestáterminado.

—Eslaúltimatonteríaquehayquehacer—dijoAthos—,dadoqueeslaúnicaquenotieneremedio.

—Peronoescaparénunca—dijoD’Artagnan—consemejantesenemigos.Primero,mi desconocido deMeung; luego deWardes, a quien he dado tresestocadas; luego Milady, cuyo secreto he sorprendido; por fin el cardenal,cuyavenganzahehechofracasar.

—¡Pues bien! —dijo Athos—. Todo eso no hace más que cuatro, ynosotros somoscuatro,unocontrauno.Diantre, sihemosdecreer las señasque nos hace Grimaud, vamos a tener que vérnoslas con un número depersonasmuchomayor.¿Quépasa,Grimaud?Considerandolagravedaddelascircunstancias, amigo mío, os permito hablar, pero sed lacónico, por favor.¿Quéveis?

—Unatropa.

—¿Decuántaspersonas?

—Deveintehombres.

—¿Quéhombres?

—Dieciséiszapadores,cuatrosoldados.

—¿Acuántospasosestán?

—Aquinientospasos.

—Bueno, aún tenemos tiempo de acabar estas aves y beber un vaso devinoatusalud,D’Artagnan.

—¡Atusalud!—repitieronPorthosyAramis.

—Puesbien,¡amisalud!Aunquenocreoquevuestrosdeseosmesirvandegrancosa.

—¡Bah! —dijo Athos—. Dios es grande, como dicen los sectarios deMahomayelporvenirestáensusmanos.

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Luego, tragando el contenido de su vaso, que dejó junto a sí, Athos selevantóindolentemente,cogióelprimerfusilquehabíaamanoyseacercóaunatronera.

Porthos,AramisyD’Artagnanhicieronotro tanto.EncuantoaGrimaud,recibiólaordendecolocarsedetrásdeloscuatroafindevolveracargarlasarmas.

Al cabo de un instante vieron aparecer la tropa; seguía una especie deramaldetrincheraqueestablecíacomunicaciónentreelbastiónylaciudad.

—¡Diantre! —dijo Athos—. ¿Merecía la pena molestarnos por unaveintenadebribonesarmadosdepiquetas,deazadonesydepalas?Grimaudnohubieradebidohacerotracosaquehacerlesseñasdequesefueranyestoyconvencidodequenoshabríandejadotranquilos.

—Lodudo—observóD’Artagnan—,porqueavanzanmuydecididosporese lado. Por otra parte, con los trabajadores hay cuatro soldados y unbrigadierarmadosdemosquetes.

—Esoesquenonoshanvisto—replicóAthos.

—¡Afe—dijoAramis—confiesoquemeda repugnanciadisparar sobreesospobresdiablosdeburgueses!

—¡Malcura—respondióPorthos—elquetienepiedaddelosheréticos!

—Realmente—dijoAthos—,Aramistienerazón,voyaavisarlos.

—¿Quédiabloshacéis?—exclamóD’Artagnan—.Vaisahaceros fusilar,querido.

PeroAthosnohizocasoalgunodelaviso,ysubiéndosealabrechaconelfusilenunamanoyelsombreroenlaotra:

—Señores—dijo dirigiéndose a los soldados y a los trabajadores, que,asombradosporsuapariciónsedeteníanacincuentapasosaproximadamentedel bastión, y saludándolos cortésmente—, señores, algunos amigos y yoestamos a punto de desayunar en este bastión.Y ya sabéis que nada es tandesagradablecomosermolestadocuandounodesayuna;portanto,osrogamosque, si tenéis algo que hacer inexorablemente aquí, esperéis a que hayamosterminado nuestra comida, o que volváismás tarde; amenos que tengáis elsaludable deseo de dejar el partido de la rebelión y de venir a beber connosotrosalasaluddelreydeFrancia.

—¡Ten cuidado,Athos!—exclamóD’Artagnan—. ¿No ves que lo estánapuntando?

—Yaloveo,loveo—dijoAthos—,perosonburguesesquedisparanmuymal,yqueselibrendetocarme.

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Enefecto,enaquelmismoinstantecuatrodisparosdefusilsalieronylasbalasvinieronaestrellarsejuntoaAthos,perosinqueunasolalotocase.

Cuatrodisparosdefusillosrespondieroncasialmismotiempo,peroéstosestabanmejordirigidosque losde losagresores: tressoldadoscayeronenelsitio,yunodelostrabajadoresfueherido.

—¡Grimaud,otromosquete!—dijoAthos,queseguíaenlabrecha.

Grimaud obedeció inmediatamente. Por su parte, los tres amigos habíancargado sus armas; una segundadescarga siguió a laprimera: el brigadierydoszapadorescayeronmuertos,elrestodelatropahuyó.

—Vamos,señores,unasalida—dijoAthos.

Yloscuatroamigos,lanzándosefueradelfuerte, llegaronhastaelcampode batalla, recogieron los cuatro mosquetes y el espontón del brigadier; yconvencidosdeque loshuidosno sedetendríanhasta laciudad, tomarondenuevoelcaminodelbastión,trayendolostrofeosdelavictoria.

—Volvedacargarlasarmas,Grimaud—dijoAthos—,ynosotros,señores,volvamosanuestrodesayunoysigamos.¿Dóndeestábamos?

—Yo lo recuerdo —dijo D’Artagnan, que se preocupaba mucho delitinerarioquedebíaseguirMilady.

—VaaInglaterra—respondióAthos.

—¿Conquéfin?

—ConelfindeasesinarohacerasesinaraBuckingham.

D’Artagnanlanzóunaexclamacióndesorpresaydeindignación.

—¡Peroesoesinfame!—exclamó.

—¡Oh, en cuanto a eso —dijo Athos—, os ruego que creáis que meinquietomuypoco!Ahoraquehabéisterminado,Grimaud—continuóAthos—,tomadelespontóndenuestrobrigadier,atadleunaservilletayplantadloenloaltodenuestrobastión,afindequeesosrebeldesde losrochellesesveanquetienenquevérselasconvalientesylealessoldadosdelrey.

Grimaud obedeció sin responder. Un instante después la bandera blancaflotaba por encima de los cuatro amigos; un trueno de aplausos saludó suaparición;lamitaddelcampamentoestabaenlasbarreras.

—¿Cómo? —replicó D’Artagnan—. ¿Te inquietas poco de que mate ohagamataraBuckingham?Peroelduqueesnuestroamigo.

—El duque es inglés, el duque combate contra nosotros; que haga delduqueloquequiera,mepreocupotantoporellocomoporunabotellavacía.

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YAthoslanzóaquincepasosdeélunabotellaqueteníaenlamanoydelaqueacababadetrasvasarhastalaúltimagotaasuvaso.

—Unmomento—dijoD’Artagnan—,yonoabandonoaBuckinghamasí;nosdiocaballosmuybuenos.

—Y sobre todo unas buenas sillas —añadió Porthos, que en aquelmomentomismollevabaensucapaelgalóndelasuya.

—Además—observóAramis—,Diosquierelaconversiónynolamuertedelpecador.

—Amén—dijoAthos—,yyavolveremossobreesomás tarde, siesesevuestrogusto;peroporelmomentoloquemásmepreocupaba,yestoysegurodequetú,D’Artagnan,mecomprenderás,erarecuperardeaquellamujerunaespeciedefirmaenblancoquehabíaarrancadoalcardenal,yconcuyaayudaelladebíadesembarazarsedetiyquizádenosotrosimpunemente.

—Pero esa criatura es un demonio—dijo Porthos tendiendo su plato aAramis,quetrinchabaunave.

—Yesa firma en blanco—dijoD’Artagnan—, esa firma en blanco, ¿haquedadoentresusmanos?

—No, ha pasado a lasmías; no diré que haya sido sin esfuerzo, porquementiría.

—QueridoAthos—dijoD’Artagnan—,yanoseguirécontandolasvecesqueosdebolavida.

—Entonces,¿nosdejasteisparavolverjuntoaella?—preguntóAramis.

—Exacto.

—¿Ytienesesacartadelcardenal?—dijoD’Artagnan.

—Aquíestá—dijoAthos.

Ysacóelpreciosopapeldelbolsillodesucasaca.

D’Artagnanlodesplegóconunamanocuyotemblornotratabasiquieradedisimularyleyó:

El portador de la presente ha «hecho lo que ha hecho» por ordenmía yparabiendelEstado.

5dediciembrede1627.

RICHELIEU.

—Enefecto—dijoAramis—,esunaabsoluciónentodaregla.

—Hayque romperesepapel—exclamóD’Artagnan,queparecía leer su

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sentenciademuerte.

—Muy al contrario—dijoAthos—, hay que conservarlo por encima detodo,yyonodaríaestepapelaunquelocubrierandepiezasdeoro.

—¿Yquévaahacerahoraella?—preguntóeljoven.

—Pues probablemente —dijo despreocupado Athos— va a escribir alcardenal que unmalditomosquetero, llamadoAthos, le ha arrancado por lafuerzasusalvoconducto;enlamismacartaledaráconsejodedesembarazarsealmismotiempoquedeéldesusdosamigos,PorthosyAramis;elcardenalrecordaráquesonlosmismoshombresqueencontróensucaminoentonces,unabuenamañanaharádetener aD’Artagnanyparaqueno se aburra solo,nosenviaráahacerlecompañíaalaBastilla.

—¡Vaya!—dijoPorthos—.Meparecequeestáishaciendobromasdemalgusto,querido.

—Nobromeo—respondióAthos.

—¿Sabéis—dijoPorthos—queretorcerleelcuelloaesamalditaMiladyseríaunpecadomenorqueretorcérseloaestospobresdiablosdehugonotes,que nunca han cometido más crímenes que cantar en francés salmos quenosotroscantamosenlatín?

—¿Quédiceelabateaesto?—preguntótranquilamenteAthos.

—DigoquesoydelaopinióndePorthos—respondióAramis.

—¡Yyotambién!—dijoD’Artagnan.

—Suertequeellaestálejos—observóPorthos—;porqueconfiesoquememolestaríamuchoaquí.

—MemolestaenInglaterratantocomoenFrancia—dijoAthos.

—Amímemolestaentodaspartes—continuóD’Artagnan.

—Pero puesto que la teníais —dijo Porthos—, ¿por qué no la habéisahogado,estrangulado,colgado?Sólolosmuertosnovuelven.

—¿Eso creéis, Porthos? —respondió el mosquetero con una sonrisasombríaquesóloD’Artagnancomprendió.

—Tengounaidea—dijoD’Artagnan.

—Veamos—dijeronlosmosqueteros.

—¡Alasarmas!—gritóGrimaud.

Losjóvenesselevantaronconprestezaalosfusiles.

Aquella vez avanzaba una pequeña tropa compuesta de veinte o

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veinticinco hombres; pero ya no eran trabajadores, eran soldados de laguarnición.

—¿Ysivolviéramosalcampamento?—dijoPorthos—.Meparecequelapartidanoesigual.

—Imposiblepor tres razones—respondióAthos—; laprimeraesquenohemos terminado de almorzar; la segunda es que aún tenemos cosasimportantesquedecir, la terceraesque todavía faltandiezminutosparaquepaselahora.

—Bueno —dijo Aramis—, sin embargo hay que preparar un plan debatalla.

—Esmuysimple—respondióAthos—:tanprontocomoelenemigoestéal alcance del mosquete, nosotros hacemos fuego; si continúa avanzando,nosotros volvemos a hacer fuego; hacemos fuego mientras tengamos losfusiles cargados; si lo que quede de la tropa quiere todavía subir al asalto,dejamosalosasaltantesbajarhastaelfoso,yentonceslesechamosencimadela cabeza ese lienzo de muralla que sólo está en pie por un milagro deequilibrio.

—¡Bravo! —exclamó Porthos—. Decididamente, Athos, habéis nacidoparageneral,yelcardenal,quesecreeungranhombredeguerra,esbienpocacosaavuestrolado.

—Señores—dijo Athos—, nada de repeticiones inútiles, por favor; quecadaunoapuntebienasuhombre.

—Yotengoelmío—dijoD’Artagnan.

—Yyoelmío—dijoPorthos.

—Yyoídem—dijoAramis.

—¡Entoncesfuego!—dijoAthos.

Loscuatrodisparosdefusilnohicieronmásqueunadetonaciónycuatrohombrescayeron.

Entoncesbatióeltambor,ylapequeñatropaavanzóapasodecarga.

Entonceslosdisparosdefusilsesucedieronsinregularidad,perosiempreenviados con igual precisión. Sin embargo, como si hubieran conocido ladebilidad numérica de los amigos, los rochelleses continuaban avanzando apasodecarrera.

Conlosotrostresdisparosdefusilcayerondoshombres;sinembargo,elpasodelosquequedabanenpienoaminoraba.

Llegadosalpiedelbastión,losenemigoserantodavíadoceoquince;una

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últimadescargalosacogió,peronolosdetuvo:saltaronalfosoyseaprestaronaescalarlabrecha.

—¡Vamos;amigosmíos!—dijoAthos—.Terminemosdeungolpe: ¡a lamuralla,alamuralla!

Yloscuatroamigos,secundadosporGrimaud,sepusieronaempujarconel cañónde sus fusilesunenorme lienzodemuroque se inclinócomosi elvientoloarrastrase,ydesprendiéndosedesubasecayóconhorribleestruendoenelfoso;luegoseoyóungrangrito,unanubedepolvosubióhaciaelcielo,yesofuetodo.

—¿Loshabremosaplastadodesdeelprimerohastaelúltimo?—preguntóAthos.

—Afequeesomeparece—dijoD’Artagnan.

—No—dijoPorthos—,ahíhaydosotresqueescapancojeando.

Enefecto, tresocuatrodeaquellosdesgraciados,cubiertosdebarroydesangre, huían por el camino encajonado y ganaban de nuevo la ciudad: eratodoloquequedabadelatropilla.

Athosmirósureloj.

—Señores—dijo—,haceunahoraqueestamosaquíyahoralapartidaestáganada;perohayqueserbuenosjugadores,yademásD’Artagnannonoshadichosuidea.

Yelmosquetero,consusangrefríahabitual,fueasentarseantelosrestosdeldesayuno.

—¿Miidea?—dijoD’Artagnan.

—Sí,decíaisqueteníaisunaidea—replicóAthos.

—¡Ah, ya recuerdo!—contestóD’Artagnan—.Yo paso a Inglaterra porsegundavez,voyenbuscadelseñordeBuckinghamyleadviertodelcomplótramadocontrasuvida.

—Vosnoharéiseso,D’Artagnan—dijofríamenteAthos.

—¿Yporquéno?¿Nolohehechoya?

—Sí,peroenesaépocanoestábamosenguerra;enesaépoca,elseñordeBuckinghameraunaliadoynounenemigo:loquequeréishacerseríatachadodetraición.

D’Artagnancomprendiólafuerzadeesterazonamientoysecalló.

—Puesmeparece—dijoPorthos—quetambiényotengounaidea.

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—¡SilencioparalaideadePorthos!—dijoAramis.

—Yo le pido permiso al señor de Tréville, bajo algún pretexto que vosencontraréis:yonosoyfuerteenesodelospretextos,Miladynomeconoce,meacercoaellasinquesospechedemíy,cuandoencuentreunaocasión,laestrangulo.

—¡Bueno —dijo Athos—, no estoy muy lejos de adoptar la idea dePorthos!

—¡Quéva!—dijoAramis—.¡Mataraunamujer!No,mirad,yotengolaideabuena.

—¡Veamos vuestra idea, Aramis! —pidió Athos, que sentía muchadeferenciaporeljovenmosquetero.

—Hayquepreveniralareina.

—¡A fe que sí!—exclamaron juntos Porthos yD’Artagnan—.Creo queestamosdandoenelblanco.

—¿Preveniralareina?—dijoAthos—.¿Ycómo?¿Tenemosrelacionesenlacorte?¿PodemosenviaraalguienaParíssinquesesepaenelcampamento?DeaquíaParíshaycientocuarentaleguas:lacartanohabrállegadoaAngerscuandoestemosyaenelcalabozo.

—En cuanto a enviar con seguridad una carta a SuMajestad—propusoAramis ruborizándose—, yo me encargo de ello; conozco en Tours unapersonahábil…

AramissedetuvoviendosonreíraAthos.

—¡Bueno!¿Noadoptáisesemedio,Athos?—dijoD’Artagnan.

—Nolorechazodeltodo—dijoAthos—,perosóloquierohacerobservaraAramis que él no puede abandonar el campamento; que cualquier otro denosotros no es seguro; que dos horas después de que el mensajero hayapartido, todos los capuchinos, todos los alguaciles, todos los bonetes negrosdel cardenal sabrán vuestra carta de memoria, y que vos y vuestra hábilpersonaseréisdetenidos.

—Sin contar —objetó Porthos— que la reina salvará al señor deBuckingham,peroqueenmodoalgunonossalvaráanosotros.

—Señores —dijo D’Artagnan—, lo que Porthos objeta está lleno desentido.

—¡Ah,ah!¿Quépasaenlaciudad?—dijoAthos.

—Tocanagenerala.

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Loscuatroamigosescucharon,yel ruidodel tambor llegóefectivamentehastaellos.

—Vaisavercómonosmandanunregimientoentero—dijoPorthos.

—¿Por qué no?—dijo elmosquetero—.Me siento en vena, y resistiríaanteun ejército con tal dequehubiera tenido la preocupaciónde cogerunadocenamásdebotellas.

—Palabradehonorqueeltamborseacerca—dijoD’Artagnan.

—Dejadlo que se acerque —dijo Athos—, hay un cuarto de hora decaminodeaquíalaciudad,yportantodelaciudadaquí.Esmástiempodelque necesitamos para preparar nuestro plan; si nos vamos de aquí nuncaencontraremos un lugar tan conveniente. Y mirad, precisamente, señores,acabadeocurrírsemelaideabuena.

—Decid,pues.

—PermitidquedéaGrimaudalgunasórdenesindispensables.

Athoshizoasucriadoseñaldeacercarse.

—Grimaud—dijoAthosseñalandoalosmuertosqueyacíanenelbastión—,vaisacogeraestosseñores,vaisaenderezarloscontralamuralla,vaisaponerlessusombreroenlacabezaysufusilenlamano.

—¡Ohgranhombre—exclamóD’Artagnan—,locomprendo!

—¿Comprendéis?—dijoPorthos.

—Ytú,Grimaud,¿comprendes?—preguntóAramis.

Grimaudhizoseñadequesí.

—Estodoloquesenecesita—dijoAthos—,volvamosamiidea.

—Sinembargo,yoquisieracomprender—observóPorthos.

—Esinútil.

—Sí, sí, la idea de Athos —dijeron al mismo tiempo D’Artagnan yAramis.

—EsaMilady,esamujeresacriaturaesedemoniotieneuncuñado,segúncreoquemehabéisdichoD’Artagnan.

—Sí,yo lo conozco inclusomucho,y creoademásqueno tienegrandessimpatíasporsucuñada.

—Nohaymalenello—respondióAthos—,e inclusoseríamejorque ladetestara.

—Entalcasoestamosservidosaplacer.

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—Sinembargo—dijoPorthos—,megustaríacomprenderloqueGrimaudhace.

—¡Silencio,Porthos!—dijoAramis.

—¿Cómosellamaesecuñado?

—LorddeWinter.

—¿Dóndeestáahora?

—VolvióaLondresalprimerrumordeguerra.

—¡Pues bien ése es precisamente el hombre que necesitamos! —dijoAthos—.Eseesalquenosconvieneavisar; leharemossaberquesucuñadaestáapuntodeasesinaraalguien,ylerogaremosnoperderladevista.EsperoqueenLondreshayaalgúnestablecimientodelgénerodelasMadelonetas,oMuchachasarrepentidas;hacemeteralláasucuñada,ynosotrostranquilos.

—Sí—dijoD’Artagnan—,hastaquesalga.

—Afe—replicóAthos—quepedísdemasiado,D’Artagnan,oshedadoloqueteníayosprevengoqueeselfondodemibolso.

—Amímeparecequeeslomejor—dijoAramis—;prevenimosalavezalareinayalorddeWinter.

—Sí, pero ¿a quién enviaremos con la carta a Tours y con la carta aLondres?

—YorespondodeBazin—dijoAramis.

—YyodePlanchet—continuóD’Artagnan.

—En efecto —dijo Porthos—, si nosotros no podemos ausentarnos delcampamento,nuestroslacayospuedendejarlo.

—Por supuesto—dijoAramis—,yhoymismoescribimos las cartas, lesdamosdineroyparten.

—¿Lesdamosdinero?—replicóAthos—.¿Tenéis,pues,dinero?

Los cuatro amigos se miraron, y una nube pasó por las frentes que uninstanteantesestabandespejadas.

—¡Alerta!—gritóD’Artagnan—.Veopuntosnegrosypuntosrojosqueseagitanallá.¿Quédecíaisdeunregimiento,Athos?Esunverdaderoejército.

—A fe que sí —dijo Athos—, ahí están. ¡Vaya con los hipócritas queveníansintambornitrompeta!¡Ah,ah!¿HasterminadoGrimaud?

Grimaudhizoseñadequesí,ymostróunadocenademuertosquehabíacolocadoenlasactitudesmáspintorescas:losunossosteniendolasarmas,los

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otrosconpintadeechárselasalacara,losotrosconlaespadaenlamano.

—¡Bravo!—repitióAthos—.Esohonratuimaginación.

—Esigual—dijoPorthos—.Megustaríasinembargocomprender.

—Levantemos el campo primero—lo interrumpió D’Artagnan—, luegocomprenderás.

—¡Uninstante,señores,uninstante!DemosaGrimaudtiempodequitarlamesa.

—¡Ah!—dijoAramis—.Miradcómolospuntosnegrosylospuntosrojoscrecen visiblemente, y yo soy de la opinión de D’Artagnan: creo que notenemostiempoqueperderparaganarnuestrocampamento.

—A fe—dijo Athos— que no tengo nada contra la retirada; habíamosapostadoporunahora,ynoshemosquedadohoraymedia;nohaynadaquedecir;partamos,señores,partamos.

Grimaudhabíatomadoyaladelanteraconlacestayelservicio.

Loscuatroamigossalierontrasélydieronunadecenadepasos.

—¡Eh!—exclamóAthos—.¿Quédiabloshacemos,señores?

—¿Noshemosolvidadoalgo?—preguntóAramis.

—La bandera, pardiez. ¡No hay que dejar una bandera en manos delenemigo,aunqueesabanderanoseamásqueunaservilleta!

YAthosseprecipitóalbastión,subióa laplataformayquitó labandera;sóloquecomo los rochellesehabían llegadoa tirodemosquete,hicieronunfuegoterriblesobreaquelhombreque,comoporplacer,ibaaexponersealosdisparos.

PerosehabríadichoqueAthosteníaunencantopegadoasupersona:lasbalaspasaronsilbandoasualrededoryningunalotocó.

Athosagitósuestandartevolviéndoleslaespaldaalasgentesdelaciudadysaludandoalasdelcampamento.Delasdospartesresonarongrandesgritos,delaunagritosdecólera,delaotragritosdeentusiasmo.

Una segunda descarga hizo realmente de la servilleta una bandera. Seoyeronlosclamoresdetodoelcampamentoquegritaba:

—¡Bajad,bajad!

Athos bajó; sus camaradas, que lo esperaban con ansiedad, lo vieronaparecerconalegría.

—Vamos, Athos, vamos —dijo D’Artagnan—, larguémonos; ahora que

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hemosencontradotodo,menoseldinero,seríaestúpidosermuertos.

PeroAthos continuó caminandomajestuosamentepormásobservacionesquelehicieransuscompañeros,loscuales,viendoqueerainútil,regularonsuspasosporelsuyo.

Grimaudysucestahabíantomadoladelanteraysehallabanlosdosfueradealcance.

Alcabodeuninstanteseoyóelruidodeunadescargadefusileríacolérica.

—¿Quéeseso?—preguntóPorthos—.¿Ysobrequiéndisparan?Nooigosilbarlasbalasynoveoanadie.

—Disparansobrenuestrosmuertos—respondióAthos.

—Peronuestrosmuertosnoresponderán.

—Precisamente:entoncescreeránenunaemboscada,deliberarán;enviaránun parlamentario, y cuando se den cuenta de la burla, estaremos fuera delalcance de las balas.He ahí por qué es inútil coger una pleuresía dándonosprisa.

—¡Oh,comprendo!—exclamóPorthosmaravillado.

—¡Esunasuerte!—dijoAthosencogiéndosedehombros.

Por su parte, los franceses, al ver volver a los cuatro amigos, lanzabangritosdeentusiasmo.

Finalmente una nueva descarga demosquetes se dejó oír, y esta vez lasbalasvinieronaestrellarsesobrelosguijarrosalrededordeloscuatroamigosya silbar lúgubremente en sus orejas. Los rochelleses acababan por fin deapoderarsedelbastión.

—¡Vaya gentes tan torpes! —dijo Athos—. ¿Cuántos hemos matado?¿Doce?

—Oquince.

—¿Cuántoshemosaplastado?

—Ochoodiez.

—¿Y a cambio de todo esto ni un arañazo? ¡Ah, sí! ¿Qué tenéis en lamano,D’Artagnan?Sangre,meparece.

—Noesnada—dijoD’Artagnan.

—¿Unabalaperdida?

—Nisiquiera.

—¿Qué,entonces?

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Ya lo hemos dicho,Athos amaba aD’Artagnan como a su hijo, y aquelcaráctersombríoeinflexibleteníaavecesporeljovensolicitudesdepadre.

—Unrasguño—repusoD’Artagnan—;mehepilladolosdedosentredospiedras,ladelmuroylademianillo;ylapielsehaabierto.

—Esopasaportenerdiamantes,amigomío—dijodesdeñosamenteAthos.

—¡Ah, claro!—exclamóPorthos—.En efecto, hayundiamante. ¿Yporquédiablos,puestoquehayundiamante,nosquejamosdenotenerdinero?

—¡Claro,escierto!—dijoAramis.

—EnhorabuenaPorthos;estavezesunaidea.

—Sin duda —dijo Porthos engallándose ante el cumplido de Athos—,puestoquehayundiamante,vendámoslo.

—Peroeseldiamantedelareina—dijoD’Artagnan.

—Razón de más —repuso Athos—, la reina salvando al señor deBuckinghamsuamante,nadamásjusto;lareinasalvándonosanosotros,quesomos sus amigos, nadamásmoral.Vendamos el diamante. ¿Qué piensa elseñorabate?NopidolaopinióndePorthos,yalahadado.

—Puesyopienso—dijoAramisruborizándose—que,alnovenirsuanillodeunaamante,yporconsiguientealnoserunaprendadeamor,D’Artagnanpuedevenderlo.

—Querido, habláis como la teología en persona. ¿O sea que vuestraopiniónes…?

—Vendereldiamante—respondióAramis.

—Pues bien—dijo alegrementeD’Artagnan—, vendamos él diamante ynohablemosmás.

La descarga de fusilería continuaba, pero los amigos estaban fuera delalcance,ylosrochellesesnodisparabanmásquepordescargodeconciencia.

—A fe —dijo Athos—, a tiempo le ha venido esa idea a Porthos: yaestamos en el campamento. Señores, ni una palabra sobre este asunto. Nosobservan,vienenanuestroencuentro,vamosaserllevadosentriunfo.

En efecto, como hemos dicho, todo el campamento estaba emocionado;más de dos mil personas habían asistido, como a un espectáculo a la felizfanfarronada de los cuatro amigos fanfarronada cuyo verdadero motivoestabanmuylejosdesospechar.Noseoíanmásquelosgritosde¡Vivanlosguardias! ¡Vivan los mosqueteros! El señor de Busigny había venido elprimero a estrechar la mano de Athos y a reconocer que la apuesta estabaperdida.Eldragónyelsuizolohabíanseguido,todosloscompañeroshabían

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seguidoaldragónyalsuizo.Aquelloeranfelicitaciones,apretonesdemanos,abrazosquenoterminaban,risasinextinguiblesapropósitodelosrochelleses;finalmente,untumultotangrandequeelseñorcardenalcreyóquehabíamotínyenvió aLaHoudinière, su capitánde losguardias, a informarsede loquepasaba.

Lacosalefuecontadaalmensajerocontodoelefluviodelentusiasmo.

—Ybien—preguntóelcardenalalveraLaHoudinière.

—Ybien,Monseñor—dijoéste—,sontresmosqueterosyunguardiaquehanapostadoconelseñordeBusignyaqueibanadesayunaralbastiónSaint-Gervais,ymientrasdesayunabanhanresistidoallíalenemigo,yhanmatadonosécuántosrochelleses.

—¿Estáisinformadodelnombredeesostresmosqueteros?

—Sí,Monseñor.

—¿Cómosellaman?

—SonlosseñoresAthos,PorthosyAramis.

—¡Siempremistresvalientes!—murmuróelcardenal—.¿Yelguardia?

—ElseñorD’Artagnan.

—¡Siempremibribón!Decididamenteesprecisoqueestoshombresseanmíos.

Aquellanochemisma,elcardenalhablóalseñordeTrévilledelahazañade la mañana, que era la comidilla de todo el campamento. El señor deTréville,queconocíaelrelatodelaaventuradelabocamismadeloshéroes,la volvió a contar con todos sus detalles a Su Eminencia, sin olvidar elepisodiodelaservilleta.

—Está bien, señor de Tréville—dijo el cardenal—, hacedme llegar esaservilleta,os loruego.Harébordarenella tresfloresdelisdeoro,yladaréporguiondevuestracompañía.

—Monseñor—dijoelseñordeTréville—,seráinjustoparalosguardias:elseñorD’Artagnannoesmío,sinodelseñorDesEssarts.

—Puesbien,lleváoslo—dijoelcardenal—;noesjustoque,dadoqueesoscuatrovalientesmilitaressequierentanto,nosirvanenlamismacompañía.

Aquellamismanoche,elseñordeTrévilleanuncióestabuenanoticiaalostres mosqueteros y a D’Artagnan, invitando a los cuatro a almorzar al díasiguiente.

D’Artagnannocabíaensídealegría.Yalosabemos,elsueñodetodasu

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vidahabíasidosermosquetero.

Lostresamigosestabanmuycontentos.

—¡Afe—dijoD’ArtagnanaAthos—quehastenidounaideavictoriosayque, como dijiste, hemos conseguido con ella gloria y hemos podido trabarunaconversacióndelamayorimportancia!

—Que podemos proseguir ahora sin que nadie sospeche, porque, con laayudadeDios,enadelantevamosapasarporcardenalistas.

AquellamismanocheD’ArtagnanfueapresentarsusrespetosalseñorDesEssartsyaparticiparleelascensoquehabíaobtenido.

ElseñordenEssarts,quequeríamuchoaD’Artagnan,leofrecióentoncessusservicios:aquelcambiodecuerpotraíaconsigogastosdeequipamiento.

D’Artagnan rehusó; pero, pareciéndole buena la ocasión, le rogó hacerestimareldiamante,queleentregóyquedeseabaconvertirendinero.

Aldíasiguiente,alasochodelamañana,elcriadodelseñorDesEssartsentró en el alojamiento de D’Artagnan y le entregó una bolsa de oroconteniendosietemillibras.

Eraelpreciodeldiamantedelareina.

CapítuloXLVIII

Asuntodefamilia

Athoshabíaencontradolapalabra:asuntodefamilia.Unasuntodefamiliano estaba sometido a la investigación del cardenal; un asunto de familia noafectaba a nadie; uno podía ocuparse ante todo el mundo de un asunto defamilia.

Desdeluego,Athoshabíadadoconlapalabra:asuntodefamilia.

Aramishabíadadoconlaidea:loslacayos.

Porthoshabíadadoconelmedio:eldiamante.

ÚnicamenteD’Artagnannohabíadadoconnada,élque solía serelmásinventivo de los cuatro; pero también hay que decir que el solo nombre deMiladyloparalizaba.

Ah,sí,nosequivocamos:habíadadoconcompradorparaeldiamante.

ElalmuerzoencasadelseñordeTrévillefuedeunaalegríaencantadora.D’Artagnan teníayasuuniforme;comoerapocomásomenosde lamisma

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talla queAramis, y comoAramis, pagado con largueza, como se recordará,porellibreroquelehabíacompradosupoema,habíahechoeldobledetodo,habíacedidoasuamigounequipocompleto.

D’Artagnanhabría estado en el colmode todos susdeseos si nohubieravistodespuntaraMiladycomounanubesombríaenelhorizonte.

Después de almorzar, convinieron en reunirse por la noche en elalojamientodeAthos,yallíterminaríanelasunto.

D’Artagnan pasó el día enseñando su traje de mosquetero por todas lascallesdelcampamento.

Por la noche, a la hora fijada, los cuatro amigos se reunieron; sóloquedabantrescosasquedecidir:

LoquehabíaqueescribiralhermanodeMilady.

LoquehabíaqueescribiralapersonahábildeTours.

Yquélacayosseríanlosquellevaríanlascamas.

Cadacualofrecióelsuyo:AthoshablabadeladiscrecióndeGrimaud,quesólohablabacuandosuamoledescosíalaboca;Porthosponderabalafuerzade Mosquetón, que era de corpulencia capaz de dar una tunda a cuatrohombresdecomplexiónordinaria;Aramis,confiandoenladestrezadeBazin,hacía un elogio pomposo de su candidato; finalmente, D’Artagnan tenía fecompleta en la bravura de Planchet, y recordaba la forma en que se habíacomportadoenelespinosoasuntodeBoulogne.

Estascuatrovirtudesdisputaron largo tiempoelpremio,ydieron lugaramagníficosdiscursos,quenoreferiremosaquípormiedoaqueresultenlargos.

—Pordesgracia—dijoAthos—, seráprecisoqueaquel aquien se envíeposeaporsísololascuatrocualidadesjuntas.

—Pero¿dóndeencontrarunlacayosemejante?

—¡Inencontrable!—dijoAthos—.Losébien:tomad,pues,aGrimaud.

—TomadaMosquetón.

—TomadaBazin.

—TomadaPlanchet;Planchetesbravoydiestro;ahítenéisyadosdelascuatrocualidades.

—Señores —dijo Aramis—, lo principal no es saber cuál de nuestroscuatrolacayoseselmásdiscreto,elmásfuerte,elmásdiestrooelmásbravo;loprincipalessabercuálamamáseldinero.

—LoqueAramisdiceestállenodesensatez—prosiguióAthos—;hayque

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especular sobre los defectos de las personas y no sobre sus virtudes; señorabate,¡soisungranmoralista!

—Indudablemente—replicóAramis—;porqueno sólonecesitamosestarbien servidospara triunfar, sino inclusoparano fracasar; porque en casodefracaso,estáenjuegolacabeza,nodeloslacayos…

—¡Másbajo,Aramis!—dijoAthos.

—Exacto,nodeloslacayos—prosiguióAramis—,sinodelamo,einclusodelosamos.¿Nossonbastanteadictosnuestroslacayosparaarriesgarsuvidapornosotros?No.

—¡Afe—dijoD’Artagnan—queresponderíacasidePlanchet!

—¡Pues bien, querido amigo! Añadid a su adhesión natural una buenasumaque leproporcione algúndesahogo, y entonces, en lugarde responderporélunavez,responderéisdos.

—¡Buen Dios! Os equivocaréis de todos modos —dijo Athos, que eraoptimistacuandosetratabadelascosas,ypesimistacuandosetratabadeloshombres—.Prometerán todopara tener el dinero, y en camino elmiedo losimpedirá actuar. Una vez cogidos, los encerrarán; y encerrados confesarán.¡Quédiablo!¡Nosomosniños!ParairaInglaterra—Athosbajólavoz—,hayqueatravesartodaFrancia,sembradadeespíasydecriaturasdelcardenal;senecesita un pase para embarcarse; hay que saber inglés para preguntar elcaminoaLondres.Yaveisquelacosameparecemuydifícil.

—Nadadeeso—dijoD’Artagnanqueestabaempeñadoenquelacosaserealizase—; yo, por el contrario, la veo fácil. ¡No hay ni que decir, porsupuesto,quesiseescribealorddeWinterloshorroresdelcardenal…!

—¡Másbajo!—dijoAthos.

—Las intrigasy los secretosdeEstado—continuóD’Artagnanhaciendocasoa la recomendación—nohayniquedecirque ¡todosnosotrosseremosenrodadosvivos!;pero,porDios,noolvidéis,comovosmismohabéisdicho,Athos,que le escribimosporunasuntode familia;que le escribimos conelúnico fin de que ponga a Milady, desde su llegada a Londres, en laimposibilidaddeperjudicarnos.Leescribiré,portanto,unacartapocomásomenosenestostérminos:

—Veamos—dijoAramis,adoptandodeantemanounsemblantedecrítico.

—«Señoryqueridoamigo…».

—Vaya,puessí;queridoamigoauninglés—interrumpióAthos—;buencomienzo,¡bravo!,D’Artagnan.Sóloqueconesapalabraseréisdescuartizadoenlugardeenrodadovivo.

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—Bueno,deacuerdo,entoncesdiréseñorasecas.

—Podéisdecirinclusomilord—prosiguióAthos,queseempeñabaenlasconveniencias.

—«Milord, ¿os acordáis del pequeño cercado de cabras delLuxemburgo?».

—¡Vaya! ¡Ahora el Luxemburgo! Creerá que es una alusión a la reinamadre.¡Esosíqueesingenioso!—dijoAthos.

—Pues entonces pondremos simplemente: «Milord, ¿os acordáis de unpequeñocercadoenelqueseossalvólavida?».

—MiqueridoD’Artagnan—dijoAthos—,noseréisnuncaotracosaqueun mal redactor: «¡En que se os salvó la vida!». ¡Quita de ahí! Eso no esdigno. A un hombre galante no se le recuerdan esos servicios. Beneficioreprochado,ofensahecha.

—¡Ahamigomío!—dijoD’Artagnan—.Sois insoportable, y si hayqueescribirbajovuestracensura,afequerenuncio.

—Y hacéis bien. Manejad el mosquete y la espada, querido, practicáishábilmente los dos ejercicios, pero pasad la pluma al señor abate, esto leconcierne.

—¡Ahsíporcierto—dijoPorthos—,pasadlaplumaaAramis,queescribetesisenlatín!

—Puesbien,sea—dijoD’Artagnan—,redactadnosesanota,Aramis,pero¡por San Pedro!, hacedlo con cautela, porque os aviso que yo también osespulgaré.

—No pido otra cosa—dijoAramis con esa ingenua confianza que todopoeta tieneensímismo—;peroquemeponganalcorriente;poraquíyporalláheoídodecirqueesacuñadaeraunabribona,yomismohetenidopruebasdeelloalescucharsuconversaciónconelcardenal.

—¡Másbajo,pardiez!—dijoAthos.

—Massemeescapanlosdetalles—continuóAramis.

—Yamítambién—dijoPorthos.

D’ArtagnanyAthos semiraron algún tiempoen silencio.Por finAthos,tras haberse recogido y poniéndose aún más pálido de lo que era porcostumbre,hizounsignodeasentimiento;D’Artagnancomprendióquepodíahablar.

—¡Puesbien!Estoes loque tengoquedecir—prosiguióD’Artagnan—:«Milord, vuestra cuñada es una criminal, que quiso haceros matar para

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heredaros.Además,nopodíadesposaravuestrohermano,porestaryacasadaenFranciayporhabersido…».

D’Artagnansedetuvocomosibuscaselapalabra,mirandoaAthos.

—Repudiadaporsumarido—dijoAthos.

—Porhabersidomarcada—continuóD’Artagnan.

—¡Bah!—exclamóPorthos—.¡Imposible!¿Haqueridohacermatarasucuñado?

—Sí.

—¿Estabacasada?—preguntóAramis.

—Sí.

—¿Ysumaridosediocuentadequeteníaunaflordelisenelhombro?—exclamóPorthos.

—Sí.

Estos tres síes fuerondichosporAthosconunaentonaciónmás sombríacadavez.

—¿Yquiénhavistoesaflordelis?—preguntóAramis.

—D’Artagnan y yo, o mejor, para observar el orden cronológico, yo yD’Artagnan—respondióAthos.

—¿Yelmaridodeesahorriblecriaturaviveaún?—dijoAramis.

—Aúnvive.

—¿Estáisseguro?

—Loestoy.

Hubo un instante de frío silencio durante el que cada cual se sintióimpresionadosegúnsunaturaleza.

—Esta vez —prosiguió Athos interrumpiendo el primero el silencio—,D’Artagnannoshadadounprogramaexcelente,yesoesloprimeroquehayqueescribir.

—¡Diablos!Tenéisrazón,Athos—prosiguióAramis—,ylaredacciónesespinosa. El mismo señor canciller se vería en apuros para redactar unaepístola de esa fuerza, y sin embargo, el señor canciller redacta muytranquilamenteunatestado.¡Noimporta,callaos,escribo!

Enefecto,Aramiscogiólapluma,reflexionóalgunosinstantes,sepusoaescribirochoodiezlíneasdeunaencantadoraydiminutaescriturademujer,yluego, con voz dulce y lenta, como si cada palabra hubiera sido sopesada

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escrupulosamente,leyóloquesigue:

Milord:

Lapersonaqueosescribeestaspocaslíneashatenidoelhonordecruzarlaespada con vos en un pequeño cercado de la calle d’Enfer. Como luegotuvisteis a bien declararos varias veces amigo de esta persona, ésta os debeagradeceresaamistadconunbuenaviso.Dosveceshabéisestadoapuntodeser víctima de un pariente próximo a quien creéis vuestro heredero, porqueignoráis que antes de contraermatrimonio en Inglaterra estabaya casada enFrancia. Pero la tercera vez que es ésta, podéis sucumbir a ella. VuestroparientehapartidodeLaRochelleparaInglaterradurantelanoche.Vigiladsullegada, porque tiene grandes y terribles proyectos. Si queréis saberabsolutamentedeloqueescapaz,leedsupasadoensuhombroizquierdo.

—¡Bien!Alasmilmaravillas—dijoAthos—,ytenéisplumadesecretariodeEstado,miqueridoAramis.Ahora lorddeWinter estaráojo avizor, si elaviso le llega; y aunque caiga en manos de Su Eminencia misma, nopodríamos quedar comprometidos. Mas como el criado que partirá podríahacernoscreerquehaestadoenLondresydetenerseenChátellerault,démoslesóloconlacartalamitaddelasuma,prometiéndolelaotramitadacambiodelarespuesta.¿Tenéiseldiamante?—continuóAthos.

—Tengoalgomejorqueeso,tengoeldinero.

YD’Artagnanarrojólabolsasobrelamesa:alsonidodeloro,Aramisalzólosojos.Porthosseestremeció;encuantoaAthos,permanecióimpasible.

—¿Cuántohayenesapequeñabolsa?—dijo.

—Sietemillibrasenluisesdedocefrancos.

—¡Siete mil libras! —exclamó Porthos—. ¿Ese mal diamantucho valíasietemillibras?

—Eso parece —dijo Athos—, porque aquí están; no creo que nuestroamigoD’Artagnanhayapuestodelosuyo.

—Pero señores —dijo D’Artagnan—, en todo esto no pensamos en lareina.CuidemosalgolasaluddesuqueridoBuckingham.Eslomenosqueledebemos.

—Esjusto—dijoAthos—,peroesoconcierneaAramis.

—¡Bien!—respondióésteruborizándose—.¿Quétengoquehacer?

—Esmuysencillo—replicóAthos—,redactarunasegundacartaparaesapersonahábilqueviveenTours.

Aramisvolvióatomarlapluma,sepusoareflexionardenuevoyescribió

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las siguientes líneas, que sometió al instantemismo a la aprobación de susamigos:

«Miqueridaprima…».

—Vaya—dijoAthos—,¿esapersonahábilesparientevuestra?

—Primahermana—dijoAramis.

—¡Vayaentoncesporprima!

Aramiscontinuó:

Miqueridaprima,SuEminenciaelcardenal,aquienDiosconserveparafelicidad deFrancia y confusión de los enemigos del reino, está a punto deacabarconlosrebeldesheréticosdeLaRochelle:esprobablequeelsocorrodelaflotainglesanolleguesiquieraalavistadelaplaza;meatreveríaadecirinclusoqueestoysegurodequeelseñordeBuckinghamseveráimpedidodepartirporalgúngranacontecimiento.SuEminenciaeselpolíticomásilustrede los tiempospasados,del tiempopresenteyprobablementede los tiemposfuturos. Apagaría el sol si el sol le molestara. Dad estas felices nuevas avuestrahermana,queridaprima.Hesoñadoqueesemalditoingléseramatado.Nopuedorecordarsiloeraporelhierrooporelveneno;sóloestoyseguradeque he soñado que eramatado, y, ya lo sabéis,mis sueños nome engañanjamás.Estadsegura,portanto,dequeprontomeveréisvolver.

—¡Demaravilla!—exclamóAthos—.Soiselreydelospoetas;miqueridoAramis, habláis como el Apocalipsis y sois verdadero como el Evangelio.Ahoranoosquedamásqueponerlasseñasenesacarta.

—Esmuyfácil—dijoAramis.

Yplegócoquetamentelacarta,lavolvióyescribió:

«AmademoiselleMarieMichon,costureradeTours».

Lostresamigossemiraronriendo:estabanprendados.

—Ahora—dijoAramis—comprenderéis, señores, que sóloBazinpuedellevarestacartaaTours;miprimasóloconoceaBazinyno tieneconfianzamás que en él: cualquier otro haría fracasar el asunto. Además, Bazin esambicioso y sabio; Bazin ha leído la historia, señores, sabe que SixtoV seconvirtió enPapa tras haber guardado puercos. Pues bien, como cuenta conentraren la iglesiaal tiempoqueyo,nodesesperaconvertirseél tambiénenPapa o al menos en cardenal: comprenderéis que un hombre que tienesemejantes miras no se dejará prender o, si es prendido, sufrirá el martirioantesquehablar.

—Bien, bien—dijo D’Artagnan—, os concedo de buena gana a Bazin;peroconcededmeamíaPlanchet:Miladylohizoponerenlacalleciertodíaa

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fuerza de bastonazos; ahora bien, Planchet tiene buena memoria y, osrespondo de ello, si puede suponer una venganza posible, antes se dejaráromper la crisma que renunciar a ella. Si vuestros asuntos en Tours sonvuestrosasuntos,Aramis,losdeLondressonlosmíos.RuegoportantoqueseescojaaPlanchet,quienademásyahaestadoenLondresconmigoysabedecirmuycorrectamente:London,sir,ifyoupleaseymymasterlordD’Artagnan;conesto,estadtranquilos,harásucaminodeidayvuelta.

—Enesecaso—dijoAthos—,esprecisoquePlanchetrecibasetecientaslibrasparairysetecientaslibrasparavolver,yBazin,trescientaslibrasparairy trescientas para volver; esto reducirá la suma a cincomil libras; nosotroscogeremos mil libras cada uno para emplearlas como bien nos parezca, ydejaremos un fondo de mil libras que guardará el abate para los casosextraordinariosoparalasnecesidadescomunes.¿Estáisdeacuerdo?

—MiqueridoAthos—dijoAramis—,habláiscomoNéstor,queera,comotodossabemos,elmássabiodelosgriegos.

—Puesbien,todoresuelto—prosiguióAthos—:PlanchetyBazinpartirán;enúltimainstancia,nomemolestaconservaraGrimaud;estáacostumbradoamismodales,ymequedoconél,eldíadeayerhadebidobaldarle,yeseviajeloperdería.

Se hizo venir a Planchet y se le dieron las instrucciones; ya había sidoprevenidoporD’Artagnan,quedeprimeraslehabíaanunciadolagloria,luegoeldinero,despuéselpeligro.

—Llevaré la carta en la bocamanga demi traje—dijo Planchet—, y latragarésimeprenden.

—Peroentoncesnopodráshacerelencargo—dijoD’Artagnan.

—Estanochemedaréisunacopia,quemañanasabrédememoria.

—¡Ybien!¿Quéoshabíadicho?

—Ahora—continuódirigiéndoseaPlanchet—tienesochodíasparallegarjuntoa lorddeWinter, tienesotrosochoparavolveraquí;en total,dieciséisdías;sialdieciseisavodíadetupartida,alasochodelatarde,nohasllegado,nadadedinero,aunqueseanlasochoycincominutos.

—Entonces,señor—dijoPlanchet—,compradmeunreloj.

—Toma éste —dijo Athos, dándole el suyo con una generosidaddespreocupada—yséunvalientemuchacho.Piensaquesihablas,tevasdelalenguaycallejeashacescortarelcuelloatuamo,quetienetantaconfianzaentu fidelidad que nos ha respondido de ti. Pero piensa también que si por tuculpaleocurrealgunadesgraciaaD’Artagnan,teencontrarédondeseayseráparaabrirteelvientre.

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—¡Ohseñor!—dijoPlanchet,humilladoporlasospechayasustadosobretodoporelairetranquilodelmosquetero.

—Yyo—dijo Porthos haciendo girar sus grandes ojos—, piensa que tedesuellovivo.

—¡Ay,señor!

—Yyo—continuóAramisconsuvozdulceymelodiosa—,piensaquetequemoafuegolentocomounsalvaje.

—¡Ah,señor!

YPlanchet sepusoa llorar; nonosatreveríamosadecir si fuede terror,debidoalasamenazasquelehacíanodeternuraalveraloscuatroamigostanestrechamenteunidos.

D’Artagnanlecogiólamanoyloabrazó.

—¿Ves,Planchet?—ledijo—.Estosseñoreslodicentodoesoporternurahaciamí,peroenelfondoloquieren.

—¡Ay,señor!—dijoPlanchet—.Otriunfoomecortanencuatro;aunquemedescuarticen,estadconvencidodequeniunsolotrozohablará.

Quedó decidido que Planchet partiría al día siguiente a las ocho de lamañanaafindeque,comohabíadicho,pudieradurantelanocheaprenderselacarta de memoria. Justo a las doce se llegó a este acuerdo; debía estar devueltaaldecimosextodía,alasochodelatarde.

Porlamañana,enelmomentoenqueibaamontaracaballo,D’Artagnan,queenelfondosentíadebilidadporelduque,tomóaparteaPlanchet.

—Escucha—ledijo—,cuandohayasentregadolacartaalorddeWinteryla haya leído, le dirás: «Velad por Su Gracia lord Buckingham, porque loquieren asesinar». Pero esto, Planchet, es tan grave y tan importante que nisiquierahequeridoconfesaramisamigosque teconfiaríaestesecreto,yniporundespachodecapitánquerríaescribírtelo.

—Estad tranquilo, señor—dijo Planchet—, ya veréis si se puede contarconmigo.

Ymontandosobreunexcelentecaballo,quedebíadejaraveinteleguasdeallí para tomar la posta,Planchet partió al galope, el corazón algo encogidoporlatriplepromesaquelehabíanhecholosmosqueteros,peroporlodemásenlasmejoresdisposicionesdelmundo.

Bazinpartió aldía siguientepor lamañanaparaTours,y tuvoochodíasparahacersucomisión.

Loscuatroamigos,durantetodaladuracióndeestasdosausencias,tenían,

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comofácilmentesecomprenderá,elojoenacechomásquenunca,lanarizalvientoylosoídosalaescucha.Susjornadassepasabantratandodesorprenderloquesedecíadeacecharlospasosdelcardenalydeolfatearloscorreosquellegaban.Másdeunavezunestremecimientoinsuperableseapoderódeelloscuandoselosllamóparaalgúnservicioinesperado.Porotraparte,teníanqueguardarsedesupropiaseguridad,Miladyeraunfantasmaquecuandosehabíaaparecidounavezalaspersonas,nolasdejabayadormirtranquilas.

Lamañanadeloctavodía,Bazin,frescocomosiempreysonriendosegúnsu costumbre, entró en la taberna de Parpaillot cuando los cuatro amigosestabanapuntodealmorzar,diciendosegúnelacuerdofijado:

—SeñorAramis,aquíestálarespuestadevuestraprima.

Loscuatroamigosintercambiaronunamiradaalegre:lamitaddelatareaestabahecha;ciertoqueeralamáscortaylamásfácil.

Aramis,ruborizándoseapesarsuyo,tomólacarta,queeradeunaescrituragroseraysinortografía.

—¡Buen Dios! —exclamó riendo—. Decididamente no lo conseguirá;nuncaesapobreMichonescribirácomoelseñordeVoiture.

—¿Quées loquequiere teziresaprobeMijon?—preguntóelsuizo,queestabaapuntodehablarconloscuatroamigoscuandolacartahabíallegado.

—¡Oh, Dios mío! Nada de nada —dijo Aramis—, una costureritaencantadoraalaqueamabamuchoyalaquelehepedidoalgunaslíneasdesupuñoyletraamaneraderecuerdo.

—¡Diozez! —dijo el suizo—. Zi ella ser tan glante como zu ezcritura,tendrezmujafortunagamarata.

AramisleyólacartaylapasóaAthos.

—Ved,pues,loquemeescribe,Athos—dijo.

Athoslanzóunamiradasobrelaepístola,yparahacerdesvanecersetodaslassospechasquehubieranpodidonacer,leyóenaltavoz:

Primamía,mihermanayyoadivinamosmuybienlossueños,ytenemosinclusounmiedohorrorosoporellos;peroesperoquedelvuestropuedadecirque todo sueño es mentira. ¡Adiós! Portaos bien, y haced que de vez encuandooigamoshablardevoz.

AGLAEMICHON.

—¿Y de qué sueño habla ella? —preguntó el dragón que se había acercadodurantelalectura.

—Zí,¿dequézueño?—dijoelsuizo.

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—¡Diantre!—dijoAramis—.Esmuysencillo:deunsueñoquetuveyleconté.

—¡Oh!,zí,porTios;ezmuysencijodegontarzuzueño;peroyonozueñojamás.

—Soismuy dichoso—dijoAthos levantándose—. ¡Yme gustaría poderdecirlomismoquevos!

—¡Jamás!—exclamóelsuizo,encantadodequeunhombrecomoAthosleenvidiasealgo—.¡Jamás!¡Jamás!

D’Artagnan,viendoqueAthosselevantaba,hizootrotanto,tomósubrazoysalió.

PorthosyAramissequedaronparahacerfrentealaschirigotasdeldragónydelsuizo.

EncuantoaBazin,sefueaacostarsobreunhazdepaja;ycomoteníamásimaginaciónqueelsuizo,soñóqueelseñorAramis,vueltoPapa,letocabaconuncapelodecardenal.

Perocomohemosdicho,Bazinconsufelizretornonohabíaquitadomásqueunapartedelainquietudqueaguijoneabaaloscuatroamigos.Losdíasdelaesperasonlargos,yD’Artagnansobretodohubieraapostadoqueahoralosdías tenían cuarenta y ocho horas. Olvidaba las lentitudes obligadas de lanavegación, exageraba el poder deMilady. Prestaba a aquellamujer, que leparecíasemejanteaundemonio,auxiliaressobrenaturalescomoella;almenorruido se imaginaba que venían a detenerle y que traían a Planchet paracarearloconélyconsusamigos.Haymás:suconfianzadeantañotangrandeeneldignopicardodisminuíadedíaendía.Estainquietuderatangrandequeganaba a Porthos y a Aramis. Sólo Athos permanecía impasible como siningún peligro se agitara en torno suyo, y como si respirase su atmósferacotidiana.

Eldecimosextodíasobre todoestossignosdeagitacióneran tanvisiblesen D’Artagnan y sus dos amigos que no podían quedarse en su sitio, yvagabancomosombrasporelcaminoporelquedebíavolverPlanchet.

—Realmente—les decíaAthos—no sois hombres, sino niños, para queunamujeroscausetangranmiedo.Despuésdetodo,¿dequésetrata?¡Deserencarcelados!Deacuerdo,peronossacarándeprisión:deellahasidosacadala señora Bonacieux. ¿De ser decapitados? Pero si todos los días, en latrinchera,vamosalegremente a exponernos a algopeorqueeso,porqueunabala puedepartirnosunapierna, y estoy convencidodequeun cirujanonoshacesufrirmáscortándonoselmusloqueunverdugoalcortarnoslacabeza.Estad, por tanto, tranquilos; dentro de dos horas, de cuatro, de seis a más

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tardar,Planchetestaráaquí:haprometidoestaraquí,yyotengograndísimafeenlaspromesasdePlanchet,quemepareceunmuchachomuyvaliente.

—Pero¿sinollega?—dijoD’Artagnan.

—Pues bien, si no llega es que se habrá retrasado, eso es todo. Puedehaberse caído del caballo, puede haber hecho una cabriola por encima delpuente,puedehabercorridotandeprisaquehayacogidounafluxióndepecho.Vamos, señores, tengamos en cuenta los acontecimientos. La vida es unrosario de pequeñas miserias que el filósofo desgrana riendo. Sed filósofoscomoyo,señoressentaosalamesaybebamos;nadahaceparecerelporvenircolorderosacomomirarloatravésdeunvasodechambertin.

—Esoestámuybien—respondióD’Artagnan—;peroestoyhartodetenerque temer, cuando bebo bebidas frías, que el vino salga de la bodega deMilady.

—¡Quédifícilsois!—dijoAthos—.¡Unamujertanbella!

—¡Unamujerdemarca!—dijoPorthosconsugruesarisa.

Athosseestremeció,pasólamanoporsufrenteparaenjugarseélsudoryselevantóasuvezconunmovimientonerviosoquenopudoreprimir.

Sinembargo,eldíapasóylanochellegómáslentamente,peroalfinllegó;las cantinas se llenaron de parroquianos;Athos, que se había embolsado supartedeldiamante,nodejabaelParpaillot.Habíaencontradoenel señordeBusigny,queporlodemáslehabíadadounacenamagnífica,unpartnerdignodeél.Jugaban,pues,juntos,comodecostumbre,cuandolassietesonaron:seoyópasarlaspatrullasqueibanadoblarlospuestos;alassieteymediasonólaretreta.

—Estamosperdidos—dijoD’ArtagnanaloídodeAthos.

—Queréisdecirquehemosperdido—dijo tranquilamenteAthossacandocuatropistolasdesubolsilloyarrojándolassobrelamesa—.Vamos,señores—continuó—,tocanaretreta,vamosaacostarnos.

YAthossaliódelParpaillot seguidodeD’Artagnan.AramisveníadetrásdandoelbrazoaPorthos.AramismascullabaversosyPorthossearrancabadevezencuandoalgunospelosdelmostachoenseñaldedesesperación.

Peroheaquíque,deprontoen laoscuridad, sedibujauna sombra, cuyaformaesfamiliaraD’Artagnan,yqueunavozmuyconocidaledice:

—Señorostraigovuestracapa,porquehacefrescoestanoche.

—¡Planchet!—exclamóD’Artagnanebriodealegría.

—¡Planchet!—repitieronPorthosyAramis.

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—Puesclaro,Planchet—dijoAthos—.¿Quéhaydesorprendenteenello?Habíaprometidoestarderegresoalasocho,yestándandolasocho.¡Bravo!Planchet,soisunmuchachodepalabra,ysialgunavezdejáisavuestroamo,osguardounpuestoamiservicio.

—¡Oh,no,nunca!—dijoPlanchet—.¡NuncadejaréalseñorD’Artagnan!

AlmismotiempoD’ArtagnansintióquePlanchetledeslizabaunbilleteenlamano.

D’ArtagnanteníagrandesdeseosdeabrazaraPlanchetalregresocomolohabíaabrazadoalapartida;perotuvomiedodequeestaseñaldeefusión,dadaa su lacayo en plena calle, pareciese extraordinaria a algún transeúnte, y secontuvo.

—Tengoelbillete—dijoaAthosyasusamigos.

—Estábien—dijoAthos—,entremosencasayloleeremos.

El billete ardía en lamano deD’Artagnan; quería acelerar el paso; peroAthos le cogió el brazo y lo pasó bajo el suyo; y así, el joven tuvo queacompasarsucameraaladesuamigo.

Porfinentraronenlatienda,encendieronunalámpara,ymientrasPlanchetsemanteníaen lapuertaparaque loscuatroamigosnofueransorprendidos,D’Artagnan, con unamano temblorosa, rompió el sello y abrió la carta tanesperada.

Conteníamedia línea de una escritura completamente británica y de unaconcisióncompletamenteespartana:

«Thankyou,beeasy».

Locualqueríadecir:

«¡Gracias,estadtranquilo!».

AthostomólacartademanosdeD’Artagnan,laaproximóalalámpara,laprendiófuegoynolasoltóhastaquenoquedóreducidaacenizas.

Luego,llamandoaPlanchet:

—Ahora, muchacho, puedes reclamar tus setecientas libras, mas noarriesgabasgrancosaconunbilletecomoéste.

—Noseráporfaltadehaberinventadomuchosmediosparaguardarlo—dijoPlanchet.

—Ybien—dijoD’Artagnan—cuéntanoseso.

—Maldición,esmuylargo,señor.

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—Tienes razón,Planchet—dijoAthos—;además la retretaha sonado,ynosharíamosnotarconservandolaluzmástiempoquelosdemás.

—Sea—dijoD’Artagnan—,acostémonos.Duermebien,Planchet.

—Afe,señor,queserálaprimeravezendieciséisdías.

—¡Tambiénparamí!—dijoD’Artagnan.

—¡Tambiénparamí!—replicóPorthos.

—¡Yparamítambién!—repitióAramis.

—Puesbien,siqueréisqueosconfieselaverdad,¡paramítambién!—dijoAthos.

CapítuloXLIX

Fatalidad

Entretanto Milady, ebria de cólera, rugiendo sobre el puente del navíocomouna leonaa laqueembarcan,habíaestado tentadadearrojarsealmarpara ganar la costa, porque no podía hacerse a la idea de que había sidoinsultadaporD’Artagnan,amenazadaporAthosyqueabandonabaFranciasinvengarsedeellos.Prontoesta ideasehabíavuelto tan insoportableparaellaque, con riesgo de lo que de terrible podía ocurrir para ella misma, habíasuplicadoalcapitánarrojarlajuntoalacosta;maselcapitán,apremiadoparaescapar a su falsa posición, colocado entre los cruceros franceses e inglesescomoelmurciélagoentrelasratasylospájaros,teníamuchaprisaenvolveraganar Inglaterra, y rehusó obstinadamente obedecer a lo que tomaba por uncapricho de mujer, prometiendo a su pasajera, que además le había sidorecomendadaparticularmenteporelcardenal,dejarla,sielmarylosfranceseslopermitían,enunodelospuertosdeBretaña,bienenLorient,bienenBrest;pero, entretanto el viento era contrario, la mar mala, voltejeaban y dabanbordadas. Nueve días después de la salida de Charente, Milady,completamentepálidaporsuspenasysucólera,veíaaparecersólolascostasazulesdelFinisterre.

Calculó que para atravesar aquel rincón de Francia y volver junto alcardenalnecesitabaporlomenostresdías;añadidundíaparadesembarco,yeran cuatro; añadid esos cuatro días a los otros nueve, y eran trece díasperdidos,trecedíasdurantelosquetantosacontecimientosimportantespodíanpasarenLondres.Indudablementeelcardenalestaríafuriosoporsuregresoyque por consiguiente estaría más dispuesto a escuchar las quejas que selanzarían contra ella que las acusaciones que ella lanzaría contra los otros.

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Dejó,portanto,pasarLorientyBrestsininsistirlealcapitánque,porsuparte,seguardómuchodedaraviso.Miladycontinuo,pues,suruta,yelmismodíaenquePlanchetseembarcabadePortsmouthparaFrancia,lamensajeradesuEminenciaentrabatriunfanteenelpuerto.

Toda la ciudad estaba agitada por un movimiento extraordinario: cuatrograndesbajelesrecientementeterminadosacababandeserlanzadosalmar;depiesobre laescolleraengalanadodeoro,deslumbrante, segúnsucostumbre,de diamantes y pedrerías, el sombrero de fieltro adornado con una plumablancaquevolvíaacaersobresuhombro,seveíaaBuckinghamrodeadodeunestadomayorcasitanbrillantecomoél.

Era una de esas bellas y raras jornadas de invierno en que Inglaterra seacuerdadequehaysol.Elastropálido,perosinembargoaúnespléndido,seponíaenelhorizonteempurpurandoalavezelcieloyelmarconbandasdefuego y arrojando sobre las torres y las viejas casas de la ciudad un últimorayodeoroquehacíacentellear loscristalescomoelreflejodeunincendio.Milady, al respirar aquel aire del océano más vivo y más balsámico a laproximidaddela tierra,alcontemplar todoelpoderdeaquellospreparativosqueellaestabaencargadadedestruir,todoelpoderíodeaquelejércitoqueelladebía combatir sola—ella mujer— con algunas bolsas de oro, se comparómentalmenteaJudith, la terrible judía,cuandopenetróenelcampamentodelosAsiriosycuandoviolamasaenormedecarros,decaballos,dehombresydearmasqueungestodesumanodebíadisiparcomounanubedehumo.

Entraronenlaradaperocuandoseaprestabanaecharelancla,unpequeñocúter formidablemente armado se aproximó al navíomercante declarándoseguardacostas,ehizoecharalmarsubote,quesedirigióhacialaescala.Aquelbote llevaba un oficial, un contramaestre y ocho remadores; sólo el oficialsubió a bordo, donde fue recibido con toda la deferencia que inspira ununiforme.

Eloficialseentretuvoalgunosinstantesconelpatrón,lehizoleerunpapeldequeeraportadory,porordendelcapitánmercante,todalatripulacióndelnavío,marinerosypasajeros,fuellevadaalpuente.

Cuando concluyó aquella especie de pase de lista, el oficial preguntó envozaltaelpuntodepartidadelabricbarca,desuruta,desuspuntosdetierratocados,yatodaslaspreguntaselcapitánsatisfizosinduda,ysindificultad.Entonceseloficialcomenzóapasarrevistadetodaslaspersonasunatrasotray, deteniéndose enMilady, la consideró con gran cuidado, pero sin dirigirleunasolapalabra.

Luegovolvióalcapitán,ledijoaúnunaspalabras;ycomosifueraaélaquien en adelante el navío debiera obedecer, ordenó una maniobra que latripulación ejecutó al punto. Entonces el navío se puso enmarcha, siempre

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escoltado por el pequeño cúter, que bogaba borda con borda a su lado,amenazando su flanco con la boca de sus seis cañones; mientras, la barcaseguíalaesteladelnavío,débilpuntojuntoalaenormemasa.

DuranteelexamenqueeloficialhabíahechodeMilady,Milady,comosesupondrá,lohabíadevoradoporsuparteconlamirada.Mas,seaelquefuereel hábito que esta mujer de ojos de llama tuviera de leer en el corazón deaquelloscuyossecretosnecesitabaadivinar,estavezencontróunrostrodeunaimpasibilidad tal que ningún descubrimiento siguió a su investigación. Eloficial,quesehabíadetenidoanteellayquesigilosamentelahabíaestudiadocontantocuidado,podía tenerentreveinticincoyveintiséisaños;erablancode rostro, con ojos azul claro algo sumidos; su boca, fina y bien dibujada,permanecía inmóvil en sus líneas correctas; su mentón, vigorosamenteacusado,denotabaesafuerzadevoluntadqueeneltipovulgarbritániconoesordinariamentemásquecabezonería;unafrentealgohuidiza,comoconvienea lospoetas,a losentusiastasya lossoldados,estabaapenassombreadaporunacabellera cortay ralaque, como labarbaquecubría lapartebajade surostro,eradeunhermosocolorcastañooscuro.

Cuandoentraronenelpuertoerayadenoche.Labrumaespesabaaúnmásla oscuridad y formaba en torno de los fanales y de las linternas de lasescollerasuncírculosemejantealquerodealalunacuandoeltiempoamenazaconvolverselluvioso.Elairequeserespirabaeratriste,húmedoyfrío.

Milady,aquellamujertanfuerte,sesentíatiritarapesarsuyo.

Eloficial sehizo indicar losbultosdeMilady,hizo llevar su equipaje albote, y una vez que estuvo hecha esta operación, la invitó a ella mismatendiéndolesumano.

—¿Quién sois, señor—preguntó ella—, que habéis tenido la bondad deocuparostanparticularmentedemí?

—Debéissaberlo,señora,pormiuniforme;soyoficialdelamarinainglesa—respondióeljoven.

—Pero¿escostumbrequelosoficialesdelamarinainglesaseponganalasórdenes de sus compatriotas cuando llegan a un puerto de Gran Bretaña yllevenlagalanteríahastaconducirosatierra?

—Sí,Milady,escostumbre,noporgalanteríasinoporprudencia,queentiempodeguerra losextranjerosseanconducidosaunahosteríadesignadaafin de que queden bajo la vigilancia del gobierno hasta una perfectainformaciónsobreellos.

Estaspalabrasfueronpronunciadasconlacortesíamáspuntualylacalmamásperfecta.Sinembargo,notuvieroneldondeconvenceraMilady.

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—Peroyonosoyextranjera,señor—dijoellaconelacentomáspuroquejamáshayasonadodePorstmouthaManchester—,mellamoladyClarick,yestamedida…

—Estamedidaesgeneral,Milady,ytrataríaisenvanodesustraerosaella.

—Entoncesosseguiré,señor.

Y aceptando lamano del oficial, comenzó a descender la escala, a cuyoextremo le esperaba el bote. El oficial la siguió: una gran capa estabaextendidaapopa,eloficiallahizosentarsobrelacapaysesentójuntoaella.

—Remad—dijoalosmarineros.

Losochoremoscayeronenelmar,haciendounsoloruido,golpeandoconunsologolpe,yelboteparecióvolarsobrelasuperficiedelagua.

Alcabodecincominutostocabantierra.

EloficialsaltóalmuelleyofreciólamanoaMilady.

Uncocheesperaba.

—¿Esparanosotrosestecoche?—preguntóMilady.

—Sí,señora—respondióeloficial.

—Lahosteríadebeestarentoncesmuylejos.

—Alotroextremodelaciudad.

—Vamos—dijoMilady.

Ysubióresueltamentealcoche.

Eloficialvelóporquelosbultosfuerancuidadosamenteatadosdetrásdelacaja, y, concluida esta operación, ocupó su sitio junto a Milady y cerró laportezuela.

Alpunto, sinquesedieseningunaordenysinquehubieranecesidaddeindicarlesudestino,elcocheropartióalgalopeysemetióporlascallesdelaciudad.

Una recepción tan extraña debía ser para Milady amplia materia dereflexión; por eso, al ver que el joven oficial no parecía dispuesto enmodoalguno a trabar conversación, se acodó en un ángulo del coche pasó revistaunatrasotraatodaslassuposicionesquesepresentabanasuespíritu.

Sin embargo, al cabo de un cuarto de hora, extrañada de la largura delcamino,se inclinóhacia laportezuelaparaveradóndese laconducía.Nosepercibían ya casas; en las tinieblas, aparecían los árboles como grandesfantasmasnegrosrecorriendounotrasotro.

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Miladyseestremeció.

—Peroyanoestamosenlaciudad,señor—dijo.

Eljovenguardósilencio.

—No seguiré más lejos si no me decís adónde me conducís; ¡os loprevengo,señor!

Estaamenazanoobtuvoningunarespuesta.

—¡Oh,estoesdemasiado!—exclamóMilady—.¡Socorro!¡Socorro!

Ningunavozrespondióalasuya,elcochecontinuorodandoconrapidez;eloficialparecíaunaestatua.

Miladymiróaloficialconunadeesasexpresionesterribles,peculiaresdesu rostro y que raramente dejaban de causar su efecto; la cólera hacíacentellearsusojosenlasombra.

Eljovenpermanecióimpasible.

Miladyquisoabrirlaportezuelaytirarse.

—Tened cuidado, señora —dijo fríamente el joven—; si saltáis osmataréis.

Miladyvolvióasentarseechandoespuma;eloficialseinclinó,lamiróasuvez y pareció sorprendido al ver aquel rostro, tan bello no hacía mucho,trastornadoporlarabiayvueltocasirepelente.Laastutacriaturacomprendióqueseperdíaaldejarverasíensualma;volvióaserenarsusrasgos,yconunavozgimientedijo:

—Ennombredelcielo,señor,decidmesiesavos,avuestrogobierno,oaunenemigoalquedeboatribuirlaviolenciaquesemehace.

—No se os hace ninguna violencia, señora, y lo que os sucede es elresultadodeunamedidatotalmentesimplequeestamosobligadosatomarcontodosaquellosquedesembarcanenInglaterra.

—Entonces,¿vosnomeconocéis,señor?

—Eslaprimeravezquetengoelhonordeveros.

—Y,porvuestrohonor,¿notenéisningúnmotivodeodiocontramí?

—Ninguno,oslojuro.

Había tanta serenidad, tanta sangre fría, dulzura incluso en la voz deljoven,queMiladyquedótranquilizada.

Finalmente,trasunahorademarchaaproximadamente,elcochesedetuvoanteunaverjadehierroquecerrabauncaminoencajonadoqueconducíaaun

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castilloseverodeforma,macizoyaislado.Entonces,comolasruedasrodabansobrearenafina,Miladyoyóunvastomugidoquereconocióporelruidodelmarquevienearompersobreunacostaescarpada.

El coche pasó bajo dos bóvedas, y finalmente se detuvo en un patiosombríoy cuadrado; casi al punto laportezueladel coche se abrió, el jovensaltóágilmentea tierraypresentósumanoaMilady,queseapoyóenellaydescendióasuvezconbastantecalma.

—Lociertoes—dijoMiladymirandoentornosuyoyvolviendosusojossobreeljovenoficialconlamásgraciosasonrisa—queestoyprisionera;peronoserápormuchotiempo,estoysegura—añadió—;miconcienciayvuestracortesía,señor,songarantíasdeello.

Por halagador que fuese el cumplido, el oficial no respondió nada; perosacandodesucinturaunpequeñosilbatodeplatasemejanteaaqueldequesesirven los contramaestres en los navíos de guerra, silbó tres veces, con tresmodulaciones diferentes; entonces aparecieron varios hombres,desengancharonloscaballoshumeantesyllevaronelcochebajoelcobertizo.

Luego, el oficial, siempre con la misma cortesía calma, invitó a suprisioneraaentrarenlacasa.Esta,siempreconsumismorostrosonriente,letomó el brazo y entró con él bajo una puerta baja y cimbrada que por unabóvedasóloiluminadaalfondoconducíaaunaescaleradepiedraquegirabaen tornodeunaaristadepiedra; luegosedetuvieronanteunapuertamacizaque, tras la introducción en la cerradura de una llave que el joven llevabaconsigo, giró pesadamente sobre sus goznes y dio entrada a la habitacióndestinadaaMilady.

De una sola mirada la prisionera abarcó la habitación en sus menoresdetalles.

Eraunahabitacióncuyomoblajeeraalmismotiempomuylimpioparaunaprisiónymuy severoparaunahabitacióndehombre libre; sin embargo, losbarrotesenlasventanasyloscerrojosexterioresdelapuertadecidíanlacausaenfavordelaprisión.

Por un instante, toda la fuerza de ánimo de esta criatura, templada sinembargo en las fuentes más vigorosas, la abandonó; cayó en un sillón,cruzandolosbrazos,bajandolacabezayesperandoacadainstanteverentraraunjuezparainterrogarla.

Peronadieentró,sinodosotressoldadosdemarinaquetrajeronlosbaúlesylascajas,losdepositaronenunrincónyseretiraronsindecirnada.

El oficial presidía todos estos detalles con la misma calma queconstantementelehabíavistoMilady,sinpronunciarunapalabrayhaciéndose

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obedecerconungestodesumanooauntoquedesilbato.

Sehubieradichoqueentreestehombreysusinferioreslalenguahabladanoexistíaoresultabainútil.

Finalmente Milady no se pudo contener por más tiempo y rompió elsilencio.

—Ennombredelcielo,señor—exclamó—,¿quéquieredecirtodocuantopasa? Aclarad mis irresoluciones; tengo valor para cualquier peligro quepreveo, para cualquier desgracia que comprendo. ¿Dónde estoy y qué soyaquí?Siestoylibre,¿porquéesosbarrotesyesaspuertas?Siestoyprisionera,¿quécrimenhecometido?

—Estáisaquíenlahabitaciónqueseoshadestinado,señora.Herecibidolaordende ir a recogeros enelmaryconduciros a este castillo; creohabercumplidoestaordencontodalarigidezdeunsoldado,perotambiéncontodala cortesía de un gentilhombre. Ahí termina, al menos hasta el presente, lacargaqueteníaquecumplirjuntoavos,lodemásconcierneaotrapersona.

—Y esa otra persona, ¿quién es? —preguntó Milady—. ¿No podéisdecirmesunombre?…

En aquelmomento se oyó por las escaleras un gran rumor de espuelas;algunasvocespasaronyseapagaron,yelruidodeunpasoaisladoseacercóalapuerta.

—Esapersona,helaaquí,señora—dijoeloficialdescubriendoelpasajeycolocándoseenactitudderespetoysumisión.

Almismotiemposeabriólapuerta:unhombreaparecióenelumbral…

Estabasin sombrero, llevaba laespadaalcostadoyestrujabaunpañueloentresusdedos.

Miladycreyóreconoceraaquellasombraenlasombra;seapoyóconunamanoenelbrazodesusillónyadelantólacabezacomoparairpordelantedeunacertidumbre.

Entonceselextrañoavanzólentamente;yamedidaqueavanzabaalentraren el círculo de luz proyectado por la lámpara, Milady retrocedíainvoluntariamente.

Luego,cuandoyanotuvoningunaduda:

—¡Cómo!¡Mihermano!—exclamóenelcolmodelestupor—.¿Soisvos?

—Sí,hermosadama—respondiólorddeWinterhaciendounsaludomitadcortés,mitadirónico—,yomismo.

—Pero,entonces,¿estecastillo?

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—Esmío.

—¿Estahabitación?

—Eslavuestra.

—¿Soy,pues,vuestraprisionera?

—Másomenos.

—¡Peroestoesunhorrendoabusodefuerza!

—Nada de grandes palabras; sentémonos y hablemos tranquilamente,comoconvienehacerentreunhermanoyunahermana.

Luego,volviéndosehacialapuerta,yviendoqueeljovenoficialesperabasusúltimasórdenes:

—Estábien—dijo—,gracias;ahora,dejadnos,señorFelton.

CapítuloL

Charladeunhermanoconsuhermana

DuranteeltiempoquelorddeWintertardóencerrarlapuerta,enecharuncerrojoyacercarunasientoalsillóndesucuñadaMilady,pensativa,hundiósumiradaenlasprofundidadesdelaposibilidad,ydescubriótodalatramaquenisiquierahabíapodidoentrevermientras ignoróenquémanoshabíacaído.Teníaasucuñadoporunbuengentilhombre,cabalcazador,jugadorintrépido,emprendedorconlasmujeres,perodefuerzainferioralasuyatratándosedeintriga. ¿Cómo había podido descubrir su llegada? ¿Cómo hacerla prender?¿Porquélaretenía?

Athos lehabíadichoalgunaspalabrasqueprobabanque la conversaciónquehabíamantenidoconelcardenalhabíacaídoenoídosextraños;peronopodía admitir que él hubiera podido cavar una contramina tan pronta y tanaudaz.

Temiómás bien que sus precedentes operaciones en Inglaterra hubieransidodescubiertas.Buckinghampodíahaberadivinadoqueeraellaquienhabíacortado los dos herretes, y vengarse de aquella pequeña traición; peroBuckingham era incapaz de entregarse a ningún exceso contra una mujer,sobre todo si suponía que aquella mujer había actuado movida por unsentimientodecelos.

Estasuposiciónlepareciólamásprobable;creyóquequeríanvengarsedelpasadoyno ir al encuentrodel futuro.Sinembargo,yencualquiercaso, se

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congratuló de haber caído en manos de su cuñado, de quien contaba sacarprovecho,antesqueentrelasdeunenemigodirectoeinteligente.

—Sí, hablemos, hermanomío—dijo ella con una especie de jovialidad,decididacomoestabaasacardelaconversación,pesealdisimuloquepudieraaportaraella lorddeWinter, lasaclaracionesquenecesitabapara regular suconductafutura.

—¿Oshabéis,pues,decididoavolveraInglaterra—dijolorddeWinter—,apesarde la resoluciónque tanamenudomemanifestasteis enParísdenovolveraponerlospiessobreterritoriodeGranBretaña?

Miladyrespondióaunapreguntaconotrapregunta.

—Ante todo —dijo ella—, decidme cómo me habéis hecho espiar tanseveramente para estar prevenidos de antemano no sólo demi llegada, sinoaundeldía,delahoraydelpuertoalquellegaba.

LorddeWinteradoptólamismatácticaqueMilady,pensandoque,puestoquesucuñadalaempleaba,ésadebíaserlabuena.

—Mas,decidmevos,miqueridahermana—prosiguió—,quévenísahacerenInglaterra.

—Pero si vengo a veros—prosiguióMilady, sin saber cuánto agravaba,con esta respuesta, las sospechasquehabíahechonacer en el espíritu de sucuñadolacartadeD’Artagnan,yqueriendosólocaptarlabenevolenciadesuoyenteconunamentira.

—¡Ah!¿Verme?—dijotímidamentelorddeWinter.

—Claro,veros.¿Quéhaydesorprendenteenello?

—YalveniraInglaterra,¿nohabéistenidootroobjetivoqueverme?

—No.

—¿O sea, que sólo pormí os habéis tomado lamolestia de atravesar laMancha?

—Sóloporvos.

—¡Vaya!¡Cuántaternura,hermanamía!

—¿Nosoyacasovuestroparientemáspróximo?—preguntóMiladyconeltonodeingenuidadmásconmovedora.

—Einclusomiúnicaheredera,¿noeseso?—dijoasuvezlorddeWinter,fijandosusojossobrelosdeMilady.

Pormuchoquefueraelpoderquetuvierasobresímisma,Miladynopudoimpedir estremecerse, y como al pronunciar las últimas palabras que había

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dicho, lord deWinter había puesto lamano en el brazo de su hermana, eseestremecimientonoseleescapó.

En efecto, el golpe era directo y profundo. La primera idea que vino alespíritudeMiladyfuequehabíasidotraicionadaporKetty,yqueéstalehabíacontado al barón esa aversión interesada cuya señal había dejado escaparimprudentemente ante su criada; recordó también la salida furiosa eimprudentequehabíahechocontraD’Artagnancuandohabíasalvadolavidadesucuñado.

—Nocomprendo,milord—dijoellaparaganartiempoyhacerhablarasuadversario—.¿Quéqueréisdecir?¿Yhayalgúnsentidodesconocidoocultoenvuestraspalabras?

—¡Oh,Diosmío!No—dijo lorddeWinter conaparentebondad—.Vostenéiseldeseodeverme,yvenísa Inglaterra.Yomeenterodeesedeseo,omejor,sospechoquelosentís,yafindeahorrarostodaslasmolestiasdeunallegadanocturnaaunpuerto,todaslasfatigasdeundesembarco,envíoaunodemisoficialesavuestroencuentro;pongouncocheasusórdenesyélostraeaquí,aestecastillo,delquesoygobernador,alquevengotodoslosdías,yenel que, para que nuestro doble deseo de veros quede satisfecho, os hagoprepararunahabitación.¿Hayalgoencuantodigomássorprendertedeloquehayencuantovosmehabéisdicho?

—No,loqueencuentrosorprendenteesquevoshayáissidoprevenidodemillegada.

—Sinembargoes lacosamássimple,queridahermana:¿nohabéisvistoqueelcapitándevuestropequeñonavíohabíaenviadopordelante,alentrarenlarada,paraobtenersuentradaalpuerto,unpequeñoboteportadordesulibrodecorrederayde su registrode tripulación?Yo soycomandantedelpuerto,mehantraídoeselibro,hereconocidoenélvuestronombre.Micorazónmehadicholoqueacababadeconfiarmevuestraboca,esdecir,elmotivoporelque os exponíais a los peligros de un mar tan peligroso o al menos tanfatiganteenestemomento,yheenviadomicúteravuestroencuentro.Elrestoyalosabéis.

MiladycomprendióquelorddeWintermentíayquedómásasustadaaún.

—Hermanomío—continuóella—.¿NoesmilordBuckinghamaquienvisobrelaescollera,porlanoche,alllegar?

—El mismo. ¡Ah! Comprendo que su vista os haya sorprendido —prosiguiólorddeWinter—.Vosvenísdeunpaísdondedebenocuparsemuchodeél,yséquesuarmamentocontraFranciapreocupamuchoavuestroamigoelcardenal.

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—¡Miamigoelcardenal!—exclamóMilady,viendoquetantosobreestepuntocomosobreelotrolorddeWinterparecíaenteradodetodo.

—¿Noes,pues,amigovuestro?—prosiguiónegligentementeelbarón—.¡Ah!,perdón,esocreía;peroyavolveremosamilordduquemástarde,nonosapartemosdelgirosentimentalquelaconversaciónhabíatomado.¿Venís,aloquedecís,paraverme?

—Sí.

—Puesbien,yooshe respondidoque seríais servidaaplacer,yquenosveríamostodoslosdías.

—¿Debo,portanto,permanecereternamenteaquí?—preguntóMiladyconciertoterror.

—¿Osencontráismalalojada,hermanamía?Pedidloqueosfalte,yomeapresuraréahacerqueosloden.

—Peronotengonimismujeresnimiscriados…

—Tendréis todoeso, señora;decidmeenqué trenhabíamontadovuestroprimer marido vuestra casa; aunque yo no sea más que vuestro cuñado, lamontaréenuntrenparecido.

—¿Mi primermarido?—exclamóMiladymirando a lord deWinter conlosojospasmados.

—Sí,vuestromaridofrancés;nohablodemihermano.Porlodemás,silohabéisolvidado,comoaúnvivepodríaescribirleyélmeharíallegarinformesaesterespecto.

UnsudorfríoperlólafrentedeMilady.

—Vosbromeáis—dijoellaconunavozsorda.

—¿Tengoairedehacerlo?—preguntó el barón levantándoseydandounpasohaciaatrás.

—O mejor, me insultáis —continuó ella apretando con sus manoscrispadaslosdosbrazosdelsillónyalzándosesobresusmuñecas.

—¿Yo insultaros? —dijo lord de Winter con desprecio—. En verdad,señora,¿creéisqueesposible?

—En verdad, señor—dijoMilady—, o estáis ebrio o sois un insensato;salidyenviadmeunamujer.

—Lasmujeres sonmuy indiscretas, hermana; ¿no podría yo serviros dedoncella?Deestaformatodosnuestrossecretosquedaríanenfamilia.

—¡Insolente! —exclamó Milady, y, como movida por un resorte, saltó

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sobre el barón, que la esperó impasible, pero, sin embargo, con una manosobrelaguardadesuespada.

—¡Eh,eh!—dijoél—.Séquetenéiscostumbredeasesinaralaspersonas,peroyomedefenderé,osloprevengo,aunqueseacontravos.

—¡Oh, tenéis razón!—dijoMilady—. ¡Ymedais la impresiónde ser lobastantecobardecomoparaponerlamanosobreunamujer!

—Quizásí;ademástendríamiexcusa:mimanonoseríalaprimeramanodehombrequeseríapuestasobrevos,segúnimagino.

Yel barón indicó conungesto lentoy acusador el hombro izquierdodeMilady,quecasitocóconeldedo.

Miladylanzóunrugidosordoyretrocedióhastaelángulodelahabitacióncomounapanteraquequiereacularseparaabalanzarse.

—¡Oh,rugidcuantoqueráis!—exclamólorddeWinter—.Peronotratéisdemordermeporque,osloadvierto,sevolveríaenperjuiciovuestro;aquínohayprocuradoresquearreglendeantemano las sucesiones,nohaycaballeroerrante que venga a buscarme pelea por la hermosa dama que retengoprisionera,sinoquetengocompletamentedispuestosjuecesquedispondrándeunamujer lo bastante desvergonzada para venir a deslizarse, bígama, en ellechodelorddeWinter,mihermanomayor,yestosjueces,osloadvierto,osenviaránaunverdugoqueospondránlosdoshombrosparejos.

LosojosdeMiladylanzabantalesdestellosque,aunqueélfuerahombreyarmadoanteunamujerdesarmada,sintióelfríodelmiedodeslizarsehastaelfondodesualma;noporellodejódecontinuar,conunfurorcreciente:

—Sí, comprendo, después de haber heredado de mi hermano, os habríasido dulce heredar de mí; pero, sabedlo de antemano, podéis matarme ohacerme matar, mis precauciones están tomadas, ni un penique de cuantoposeo pasará a vuestras manos. ¿No sois lo bastante rica, vos, que poseéiscercadeunmillón,ynopodéisdetenerosenvuestrocaminofatalsinohacéiselmalmásqueporelgoceinfinitoysupremodehacerlo?Mirad:osaseguroque si la memoria de mi hermano no fuera sagrada iríais a pudriros en uncalabozodelEstadooasaciarenTyburn lacuriosidadde losmarineros;mecallaré, pero vos soportaréis tranquilamente vuestra cautividad; dentro dequinceoveintedíaspartoparaLaRochelleconelejército;perolavísperademipartidavendráarecogerosunbajel,queyoverépartiryqueosconduciráanuestras colonias del Sur; y estad tranquila, os uniré un compañero que oslevantarálatapadelossesosalaprimeratentativaquearriesguéisporvolveraInglaterra,oalcontinente.

Miladyescuchabaconunaatenciónquedilatabasusojosllenosdellamas.

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—Sí,perohastaentonces—continuó lorddeWinter—permaneceréisenestecastillo: losmuros sonespesos, laspuertas son fuertes, losbarrotes sonsólidos; además, vuestraventanada apico sobre elmar; loshombresdemiséquito,quemesonfielesenlavidayenlamuerte,montanguardiaentornoaestahabitación,yvigilantodoslospasajesqueconducenalpatio;yllegadaalpatio, osquedarían aún tresverjasque atravesar.La consignaesprecisa: unpaso,ungesto,unapalabraquesimuleunaevasión,ydispararánsobrevos;siosmatan,lajusticiainglesatendrá,comoespero,algunaobligaciónconmigoporhaberleahorradolatarea.¡Ah!Vuestrostrazosrecuperanlacalma,vuestrorostroreencuentrasuseguridad.Quincedías,veintedías,decís,¡bah!;deaquíaentonces,tengoelgenioinventivo,mevendráalgunaidea;tengoelespírituinfernaly encontraré algunavíctima.De aquí aquincedías, osdecís, estaréfueradeaquí.¡Ah,ah!Intentadlo.

Viéndoseadivinada,Miladysehundiólasuñasenlacarneparadomartodomovimiento que pudiera dar a su fisonomía una significación cualquieradistintaaladelaangustia.

LorddeWintercontinuó:

—El oficial que manda aquí en mi ausencia —ya lo habéis visto y loconocéis—sabe,comoveis,observarunaconsigna,porque,osconozco,vosnohabéisvenidodesdePortsmouthaquí sinhaber tratadodehablarle. ¿Quédecís a eso? ¿Habría sido más impasible y muda una estatua de mármol?Habéisensayadoyaelpoderdevuestrasseduccionessobremuchoshombres,y desgraciadamente habéis triunfado siempre; pero ensayadlo con éste,diantre;siloconseguís,osdeclaroelmismodemonio.

Fuehacialapuertaylaabrióbruscamente.

—¡Qué llamen al señor Felton! —dijo—. Esperad un instante, voy arecomendarosaél.

Entrelosdospersonajessehizounsilencioextraño,duranteelcualseoyóelruidodeunpasolentoyregularqueseacercaba;alpunto,enlasombradelcorredorseviodibujarseunaformahumana,yeljoventenienteconelqueyahemostrabadoconocimientosedetuvoenelumbral,esperandolasórdenesdelbarón.

—Entrad, mi querido John—dijo lord de Winter—, entrad y cerrad lapuerta.

Eljovenoficialentró.

—Ahora—dijo el barón—,mirad a estamujer: es joven, es bella, tienetodas las seducciones de la tierra; pues bien, es un monstruo que a susveinticincoañossehahechoculpabledetantoscrímenescomopodáisleeren

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un año en los archivos de nuestros tribunales; su voz habla en su favor, subelleza sirve de cebo a las víctimas, su cuerpo mismo paga lo que haprometido,esjusticiaquehayquehacerle;tratarádeseduciros,quizáintenteinclusomataros.Yooshesacadodelamiseria,Felton,oshehechonombrarteniente,oshesalvadolavidaunavez,yasabéisenquéocasión;soyparavosnosólounprotector,sinounamigo;nosólounbienhechor,sinounpadre;estamujer ha vuelto a Inglaterra a fin de conspirar contrami vida; tengo a estaserpienteentremismanos;puesbien,oshagollamaryosdigo:amigoFelton,John, hijo mío, guárdame y sobre todo guárdate de esta mujer; jura por tusalvaciónquelaconservarásparaelcastigoquehamerecido.JohnFelton,mefíodetupalabra;JohnFelton,creoentulealtad.

—Milord—dijoeljovenoficial,cargandosumiradapuradetodoelodioquepudoencontrarensucorazón—,milord,osjuroqueseharácomodeseáis.

Miladyrecibióaquellamiradacomovíctimaresignada:era imposibleveruna expresiónmás sumisa ymás dulce de la que reinaba entonces sobre suhermosorostro.ApenassielpropiolorddeWinterreconocióalatigresaqueunmomentoantesélseaprestabaacombatir.

—No saldrá jamás de esta habitación, ¿entendéis, John? —continuó elbarón—. No se carteará con nadie, no hablará más que con vos, si es quetenéisabienhacerleelhonordedirigirlelapalabra.

—Basta,milord,hejurado.

—Yahora,señora,trataddehacerlapazconDios,porqueestáisjuzgadaporloshombres.

Miladydejócaersucabezacomosisehubierasentidoaplastadaporestejuicio. Lord deWinter salió haciendo un gesto a Felton, que salió tras él ycerrólapuerta.

Uninstantedespuésseoíaenelcorredorelpasopesadodeunsoldadodemarinaquehacíadecentinela,elhachaalacinturayelmosqueteenlamano.

Miladypermaneciódurantealgunosminutosenlamismaposición,porquepensóquese lavigilabapor lacerradura; luego, lentamente,alzósucabeza,quehabíarecuperadounaexpresiónformidabledeamenazaydesafío,corrióaescucharalapuerta,miróporlaventanayvolviendoaenterrarseenunampliosillón,pensó.

CapítuloLI

Oficial

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Entretanto,elcardenalesperabanuevasdeInglaterra,peroningunanuevallegaba,nisiquieraenfadosayamenazadora.

AunqueLaRochelleestuvierabloqueada,porciertoquepudieraparecereléxitograciasalasprecaucionestomadasysobretodoaldiquequenodejabayapenetrarningúnbarcoenlaciudadasediada,sinembargoelbloqueopodíadurarmuchotiempotodavía;yeraunagranafrentapara lasarmasdelreyyuna gran molestia para el señor cardenal, que ya no tenía, por cierto, quemalquistaraLuisXIIIconAnadeAustria,yaestabahecho,sinoconciliaralseñordeBassompierre,queestabamalquistadoconelduquedeAngulema.

EncuantoaMonsieur,quehabíacomenzadoelasedio,dejabaalcardenalelcuidadodeacabarlo.

Laciudad,pesealaincreíbleperseveranciadesualcalde,habíaintentadouna especie de motín para rendirse; el alcalde había hecho colgar a losamotinados. Esta ejecución calmó a las peores cabezas, que entonces sedecidieron a dejarsemorir de hambre. Estamuerte les parecía siempremáslentaymenosseguraquemorirporestrangulamiento.

Por suparte, devez en cuando, los sitiadores cogíanmensajerosque losrochellesesenviabanaBuckingham,oespíasqueBuckinghamenviabaa losrochelleses.Enunoyotrocasoelprocesosehacíadeprisa.Elseñorcardenaldecíaestasolapalabra:¡Colgadlo!Seinvitabaalreyaverelahorcamiento.Elrey venía lánguidamente, se ponía en primera fila para ver la operación entodossusdetalles:estoledistraíasiemprealgoylehacíatomarelasedioconpaciencia,peronoleimpedíaaburrirsemuchonihablarentodomomentodevolver a París, de suerte que, si hubieran faltado mensajeros y espías, SuEminencia,apesarde todasu imaginación, sehabríaencontradoenmuchosapuros.

No obstante el paso del tiempo, los rochelleses no se rendían: el últimoespía que se había cogido era portador de una carta. Esta carta decía aBuckinghamquelaciudadestabaenlasúltimas;peroenlugardeañadir:«Sivuestro socorro no llega antes de quince días, nos rendiremos», añadíasiempre:«Sivuestrosocorronollegaantesdequincedías,habremosmuertotodosdehambrecuandollegue».

Los rochelleses no tenían, pues, esperanza más que en Buckingham.Buckingham era su Mesías. Era evidente que si un día se enteraban concerteza de que no había que contar ya con Buckingham, con la esperanzacaeríasuvalor.

El cardenal esperaba, por tanto, con gran impaciencia las nuevas deInglaterraquedebíananunciarqueBuckinghamnovendría.

Eltemadeapoderarsedelaciudadavivafuerza,debatidoconfrecuencia

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enelconsejoreal,habíasidodescartadosiempre;enprimerlugar,LaRochelleparecía inconquistable, pues el cardenal, dijera lo que dijera, sabía de sobraque el horror de la sangre derramada en este encuentro, en que francesesdebían combatir contra franceses, era un movimiento retrógrado de sesentaañosimpresoenlapolítica,yelcardenaleraenaquellaépocaloquehoysedenomina un hombre de progreso. En efecto, el saco de La Rochelle, elasesinato de tresmil o cuatromil hugonotes que se habrían hechomatar separecía demasiado, en 1628, a la matanza de San Bartolomé en 1572; y,además,porencimadetodoesto,estemedioextremo,quenadarepugnabaalrey, buen católico, venía a estrellarse siempre contra este argumento de losgeneralessitiadores:LaRochelleerainconquistabledeotromodoqueporelhambre.

Elcardenalnopodíaapartardesuespírituel temorenquelearrojabasuterrible emisaria, porque también él había comprendido las proposicionesextrañasdeestamujer,tanprontoserpientecomoleón.¿Lohabíatraicionado?¿Estabamuerta?Encualquiercasolaconocíalobastantecomoparasaberqueactuandoasufavorocontraél,amigaoenemiga,ellanopermanecíainmóvilsingrandesimpedimentos.Estoeraloquenopodíasaber.

Por lo demás, contaba, y con razón, conMilady: había adivinado en elpasadodeestamujeresascosasterriblesquesólosucaparojapodíacubrir;ysentía que por una causa o por otra, esta mujer le era adicta, al no poderencontrarsinoenélunapoyosuperioralpeligroquelaamenazaba.

Resolvió, por tanto, hacer la guerra completamente solo y no esperarcualquier éxito extraño más que como se espera una suerte afortunada.ContinuóhaciendoelevarelfamosodiquequedebíahacerpadecerhambreaLaRochelle;mientras tanto, puso los ojos sobre aquella desgraciada ciudadqueencerrabatantamiseriaprofundaytantasvirtudesheroicasy,acordándosede la frase de Luis XI, su predecesor político como él era predecesor deRobespierre, murmuró estamáxima del compadre de Tristán: «Dividir parareinar».

EnriqueIV,alasediarParís,hacíaarrojarporencimadelasmurallaspanyvíveres;elcardenalhizoarrojarpequeñosbilletesenlosquemanifestabaalosrochellesescuáninjusta,egoístaybárbaraeralaconductadesusjefes;estosjefes tenían trigo en abundancia, y no lo compartían; adoptaban lamáxima,porquetambiénellosteníanmáximas,dequepocoimportabaquelasmujeres,losniñosylosviejosmuriesen,contalqueloshombresquedebíandefendersus murallas siguiesen fuertes y con buena salud. Hasta entonces, bien poradhesión,bienporimpotenciaparareaccionarcontraella,estamáxima,sinsergeneralmenteadoptada,pasaba,sinembargo,delateoríaalapráctica;perolosbilletes vinieron a atentar contra ella.Los billetes recordaban a los hombresqueaquelloshijos,aquellasmujeres,aquellosviejosalosquesedejabamorir

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eransushijos,susesposasysuspadres;queseríamásjustoquetodosfueranreducidosalamiseriacomún,afindequeunamismaposiciónhicieraadoptarresolucionesunánimes.

Estos billetes causaron todo el efecto que podía esperar quien los habíaescrito, dado que decidieron a un gran número de habitantes e iniciarnegociacionesparticularesconelejércitoreal.

Peroenelmomentoenqueel cardenalveía fructificarya sumedioy seaplaudía por haberlo puesto en práctica, un habitante de La Rochelle, quehabíapodidopasaratravésdelaslíneasreales,Diossabecómo,puestantaerala vigilancia de Bossompierre, de Schomberg y del duque de Angulema,vigiladosellosmismosporelcardenal,unhabitantedeLaRochelle,decíamos,entróen laciudadprocedentedePorstmouthydiciendoquehabíavistounaflota magnífica dispuesta a hacerse a la vela antes de ocho días. Además,Buckingham anunciaba al alcalde que por fin iba a declararse la gran luchacontra Francia, y que el reino iba a ser invadido a la vez por los ejércitosingleses,imperialesyespañoles.Estacartafueleídapúblicamenteentodaslasplazas,sepegaroncopiasenlasesquinasdelascallesylosmismosquehabíancomenzadoainiciarlasnegociacioneslasinterrumpieron,resueltosaesperarestesocorrotanpomposamenteanunciado.

Esta circunstancia inesperada devolvió a Richelieu sus inquietudesprimeras,y lo forzóapesarsuyoavolvernuevamente losojoshaciaelotroladodelmar.

Duranteestetiempo,libredelasinquietudesdesuúnicoyverdaderojefe,el ejército real llevaba una existencia alegre; los víveres no faltaban en elcampamento,nitampocoeldinero;todosloscuerposrivalizabanenaudaciayalegría.Cogerespíasycolgarlos,hacerexpedicionesaudacessobreeldiqueopor elmar, imaginar locuras,ponerlas enpráctica, tal era elpasatiempoquehacía encontrar cortos al ejército aquellos días tan largos no sólo para losrochelleses roídos por el hambre y la ansiedad, sino incluso por el cardenalquelosbloqueabacontantoardor.

Aveces,cuandoelcardenal,siemprecabalgandocomoelúltimogendarmedelejército,paseabasumiradapensativasobrelasobras,tanlentasagustodesudeseo,quealzabanporordensuyalosingenierosquehabíahechovenirdetodoslosrinconesdeFrancia,encontrabaalgúnmosqueterodelacompañíadeTréville,seacercabaaél,lomirabadeformasingularyalnoreconocerloporunodenuestroscompañeros,dejabairhaciaotrapartesumiradaprofundaysuvastopensamiento.

Cierto día en que, roído por un hastío mortal, sin esperanza en lasnegociacionesconlaciudad,sinnuevasdeInglaterra,elcardenalhabíasalidosin más objeto que salir, acompañado solamente de Cahusac y de La

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Houdinière,costeandolasplayasarenosasymezclandolainmensidaddesussueños a la inmensidaddel océano, llegó al pasode su caballo auna colinadesde cuya altura percibió detrás de un seto, tumbados sobre la arena ytomandodepasounodeesos rayosde sol tan rarosenesaépocadelaño,asiete hombres rodeados de botellas vacías. Cuatro de esos hombres erannuestrosmosqueterosdisponiéndoseaescucharlalecturadeunacartaqueunode ellos acababa de recibir. Esta carta era tan importante que había hechoabandonarsobreuntamborcartasydados.

Los otros tres se ocupaban en destapar una damajuana de vino deCollioure;eranloslacayosdeaquellosseñores.

Comohemosdicho,elcardenalestabadesombríohumor,ynada,cuandose encontraba en esa situación de espíritu, redoblaba tanto su desabrimientocomolaalegríadelosdemás.Porotrolado,teníaunapreocupaciónextraña:era creer que las causas mismas de su tristeza excitaban la alegría de losextraños.HaciendoseñaaLaHoudinièreyaCahusacdedetenerse,descendióde sucaballoy seaproximóaaquellos reidores sospechosos, esperandoquecon la ayuda de la arena que apagaba sus pasos, y del seto que ocultaba sumarcha, podría oír algunas palabras de aquella conversación que taninteresante parecía; a diez pasos del seto solamente reconoció el parloteogascón de D’Artagnan, y como ya sabía que aquellos hombres eranmosqueteros, no dudó que los otros tres fueran aquellos que llamaban losinseparables,esdecir,Athos,PorthosyAramis.

Júzguese si su deseo de oír la conversación aumentó con estedescubrimiento; sus ojos adoptaron una expresión extraña, y con paso deoceloteavanzóhaciaelseto;peroaúnnohabíapodidocogermásquesílabasvagas y sin ningún sentido positivo cuando un grito sonoro y breve lo hizoestremecerseyatrajolaatencióndelosmosqueteros.

—¡Oficial!—gritóGrimaud.

—Habláis enmi opiniónde forma rara—dijoAthos alzándose sobre uncodoyfascinandoaGrimaudconsumiradaresplandeciente.

PoresoGrimaudnoañadióniunapalabra,contentándosecontenereldedoíndiceenladireccióndelsetoydenunciandoconestegestoalcardenalyasuescolta.

Deunsolosaltoloscuatromosqueterosestuvieronenpieysaludaronconrespeto.

Elcardenalparecíafurioso.

—Parece que los señoresmosqueteros se hacen cuidar—dijo—. ¿Acasovienenlosinglesesportierra?¿Onoseráquelosmosqueterosseconsideran

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oficialessuperiores?

—Monseñor—respondióAthos,porqueenmediodelterrorgeneralsóloélhabíaconservadoaquellacalmayaquellasangrefríadegranseñorquenoloabandonaban nunca—, Monseñor, los mosqueteros, cuando no están deservicioocuandosuserviciohaterminado,bebenyjueganalosdados,ysonoficialesmuysuperioresparasuslacayos.

—¡Lacayos! —masculló el cardenal—. Lacayos que tienen la orden deadvertirasusamoscuandopasaalguiennosonlacayos,soncentinelas.

—Su Eminencia ve, sin embargo, que si no hubiéramos tomado estaprecaución, nos habríamos expuesto a dejarle pasar sin presentarle nuestrosrespetos y ofrecerle nuestra gratitud por la gracia que nos ha hecho dereunirnos.D’Artagnan—continuóAthos—,vosquehaceunmomentopedíaisestaocasióndeexpresarvuestragratitudaMonseñor,helaaquí,aprovechadla.

Estas palabras fueron pronunciadas con aquella flema imperturbable quedistinguíaaAthosenlashorasdepeligro,yconaquellaexcesivacortesíaquehacía de él en ciertos momentos un rey más majestuoso que los reyes denacimiento.

D’Artagnanseacercóybalbuceóalgunaspalabrasdegratitud,queprontoexpiraronbajolamiradaensombrecidadelcardenal.

—No importa, señores —continuó el cardenal, al parecer por nada delmundo apartado de su intención primera por el incidente que Athos habíasuscitado—;no importa, señores,nomegustaquesimples soldados,porquetienenlaventajadeservirenuncuerpoprivilegiado,hagandeestaformalosgrandesseñores,yladisciplinaeslamismaparaellosqueparatodoelmundo.

Athosdejó al cardenal acabar completamente su frase e, inclinándose enseñaldeasentimiento,replicóasuvez:

—Ladisciplina,Monseñor, no ha sido olvidada por nosotros de ningunamanera,esoesperoalmenos.Noestamosdeservicioyhemoscreídoquealnoestar de servicio podíamos disponer de nuestro tiempo como bien nospareciera. Si somos lo bastante afortunados para que Su Eminencia tengaalguna orden particular que darnos, estamos dispuestos a obedecerle.Monseñorve—continuóAthosfrunciendoelceñoporqueaquellaespeciedeinterrogatorio comenzaba a impacientarlo— que, para estar dispuestos a lamenoralerta,hemossalidoconnuestrasarmas.

Y señaló con el dedo al cardenal los cuatro mosquetes en haz junto altamborsobreelqueestabanlascartasylosdados.

—TengaabienVuestraEminenciacreer—añadióD’Artagnan—quenoshabríamosdirigidoasuencuentrosihubiéramospodidosuponerqueeraella

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laqueveníahacianosotroscontanpequeñacompañía.

Elcardenalsemordiólosmostachosyunpocoloslabios.

—¿Sabéis de qué tenéis aire, siempre juntos, como aquí ahora, armadoscomoestáis,yguardadosporvuestros lacayos?—dijoel cardenal—.Tenéisairedecuatroconspiradores.

—¡Oh!Encuanto a eso,Monseñor, es cierto—dijoAthos—,ynosotrosconspiramos, como Vuestra Eminencia pudo ver la otra mañana, sólo quecontralosrochelleses.

—¡Vayaconlosseñorespolíticos!—prosiguióelcardenalfrunciendoasuvezelceño—.Quizáseencontraríaenvuestroscerebroselsecretodemuchascosasquesonignoradassisepudieraleerenelloscomoleéisenesacamaquehabéisocultadocuandomehabéisvistovenir.

ElruborsubióalrostrodeAthos,quediounpasohaciaSuEminencia.

—Sediría que sospecháis de nosotros verdaderamente,Monseñor, y queestamos sufriendo un auténtico interrogatorio; si es así, dígnese VuestraEminenciaexplicarse,yporlomenossabremosaquéatenernos.

—Y aunque esto fuera un interrogatorio —replicó el cardenal—, otrosdistintosavosotrosloshansufrido,señorAthos,yhanrespondido.

—Poreso,Monseñor,hedichoaVuestraEminenciaquenoteníamásquepreguntar,yquenosotrosestábamosprestospararesponder.

—¿Dequiéneraesacartaqueibaisaleer,señorAramis,yquevoshabéisocultado?

—Unacartademujer,Monseñor.

—¡Oh! Lo supongo—dijo el cardenal—; hay que ser discreto para esaclasedecartas;sinembargo,sepuedenmostraraunconfesor;comosabéis,herecibidolasórdenes.

—Monseñor—dijoAthosconunacalmatantomásterriblecuantoquesejugabalacabezaaldarestarespuesta—,lacartaesdeunamujer,peronoestáfirmadaniMariondeLorme,niseñoritaD’Aiguillon.

Elcardenalsevolviópálidocomolamuerte,undestelloleonadosaliódesus ojos; se volvió como para dar una orden aCahusac y a LaHoudiniére.Athosvioelmovimiento:diounpasohacialosmosqueteros,sobrelosquelostres amigos tenían fijos los ojos como hombres poco dispuestos a dejarsedetener.Conelcardenalerantres;losmosqueteros,comprendidosloslacayos,eran siete; juzgó que la partida sería muy desigual, que Athos y suscompañerosconspirabanrealmente;ymedianteunodeesosgirosrápidosquesiempreteníaasudisposición,todasucólerasefundióenunasonrisa.

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—¡Vamos,vamos!—dijo—.Soisjóvenesvalientes,orgullososaplenaluz,fielesenlaoscuridad;nohaymalalgunoenvigilarsobreunomismocuandosevigilatanbiensobrelosdemás;señores,noheolvidadolanocheenquemeservisteisdeescoltaparairalColombier-Rouge;sihubieraalgúnpeligroquetemerenlarutaquevoyaseguirosrogaríaquemeacompañaseis;perocomonolohay,permaneceddondeestáis,acabadvuestrasbotellas,vuestrapartidayvuestracarta.Adiós,señores.

Y volviendo a montar en su caballo, que Cahusac le había traído, lossaludóconlamanoysealejó.

Loscuatrojóvenes,depieeinmóviles,losiguieronconlosojossindecirunasolapalabrahastaquehubodesaparecido.

Luegosemiraron.

Todos tenían el rostro consternado, porque pese al adiós amistoso de SuEminenciacomprendíanqueelcardenalseibaconlarabiaenelcorazón.

SóloAthos sonreía con sonrisa potente ydesdeñosa.Cuando el cardenalestuvofueradelalcancedelavozydelavista:

—¡EseGrimaudhagritadomuy tarde!—dijoPorthos,que teníamuchasganasdehacercaersumalhumorsobrealguien.

Grimaudibaaresponderparaexcusarse.AthosalzóeldedoyGrimaudsecalló.

—¿Habríasentregadolacarta,Aramis?—dijoD’Artagnan.

—Estabatotalmenteresuelto—dijoAramisconsuvozmásaflautada—:sihubieraexigidoque le fueraentregada lacarta, lehabríapresentado lacartaconunamano,yconlaotralehabríapasadomiespadaatravésdelcuerpo.

—Esomeesperaba—dijoAthos—;poresomehelanzadoentrevosyél.Enverdad, esehombreesmuy imprudentealhablarasí aotroshombres; sediríaquenoselashavistomásqueconmujeresyniños.

—Mi querido Athos —dijo D’Artagnan—, os admiro, pero después detodoestábamosenculpa.

—¿Cómo en culpa? —prosiguió Athos—. ¿De quién es este aire querespiramos?¿Dequiénesteocéanosobreelqueseextiendenuestrasmiradas?¿Dequiénestaarenasobrelaqueestamostumbados?¿Dequiénestacartadevuestraamante?¿Sondelcardenal?Afemíaqueesehombresefiguraqueelmundo le pertenece; estáis ahí, balbuceante, estupefacto, aniquilado; sehubieradichoquelaBastillasealzabaantevosyquelagigantescaMedusaosconvertíaenpiedra.Veamos,¿esqueacasoesconspirarestarenamorado?Vosestáisenamoradodeunamujeralaqueelcardenalhahechoencerrar,queréis

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apartarla de las manos del cardenal; es una partida que jugáis con SuEminencia:esacartaesvuestrojuego;¿porquéibaisamostrarvuestrojuegoavuestro adversario? Eso no se hace. ¿Que él lo adivina? En buena hora.Nosotrosadivinamoselsuyodesobra.

—Dehecho—dijoD’Artagnan—, loquevosdecís,Athos, está llenodesentido.

—Entalcaso,quenovuelvaa tratarsede loqueacabadeocurrir,yqueAramis prosiga la carta de su prima donde el señor cardenal le hainterrumpido.

Aramissacólacartadesubolso,lostresamigosseacercaronaélylostreslacayossereunierondenuevojuntoaladamajuana.

—No habíais leído más que una o dos líneas —dijo D’Artagnan—;empezad,pues,lacartadesdeelprincipio.

—Encantado—dijoAramis.

Querido primo, creo que me decidiré a partir para Stenay, donde mihermana ha hecho entrar a nuestra pequeña criada en el convento de lasCarmelitas;esapobremuchachaestáresignada,sabequenosepuedevivirenninguna otra parte sin que esté en peligro la salvación de su alma. Sinembargo, si los asuntos de nuestra familia se arreglan como nosotrosdeseamos,creoqueellacorreráelriesgodecondenarse,yquevolverájuntoaaquellos a los que echademenos, tantomás cuantoque sabeque se piensasiempre en ella. Mientras tanto, no es demasiado desdichada: todo cuantodesea es una carta de supretendiente.Séde sobraque esa clasedegénerospasadifícilmentepor entre las verjas;mas, despuésde todo, comoyaoshedadopruebasdeello,queridoprimo,nosoydemasiadotorpeymeharécargodeesacomisión.Mihermanaosagradecevuestrorecuerdofielyeterno.Hasentido por un instante una gran inquietud; mas, finalmente, se hatranquilizadoalgoahora,trashaberenviadoasuagentealláafindequenadaimprevistoocurra.

Adiós,miqueridoprimo,dadnosnuevasdevoscon lamayor frecuenciaquepodáis,esdecir,cuantasvecescreáispoderhacerloconseguridad.Recibidunabrazo.

MARIEMICHON.

—¡Cuánto os debo, Aramis! —exclamó D’Artagnan—. ¡QueridaConstance! ¡Por fin tengo nuevas suyas! ¡Vive, está a buen seguro en unconvento,estáenStenay!¿DóndepensáisqueestáStenay,Athos?

—Aalgunasleguasdelasfronteras;unavezlevantadoelasedio,podremosiradarunavueltaporeselado.

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—Yesperemosquenoseamuytarde—dijoPorthos—;estamañanahancolgadoaunespíaquehadeclaradoquelosrochellesesestabanconloscuerosdesuszapatos.Suponiendoquetrashabercomidoelcuerosecomanlasuela,noséquélesquedaráparadespués,amenosquesecomanunosaotros.

—¡Pobresimbéciles!—dijoAthosvaciandounvasodeexcelentevinodeBurdeos,quesintenerenaquellaépocalareputaciónquetienehoy,noporesolamerecíamenos—.¡Pobresimbéciles!¡Comosilareligióncatólicanofueralamásventajosayagradabledelasreligiones!Daigual—prosiguiótrashaberhechochascarsu lenguacontraelpaladar—,songentesvalientes.Mas¿quédiabloshacéis,Aramis?—continuóAthos—.¿Guardáisesacartaenvuestrobolsillo?

—Sí—dijoD’Artagnan—,Athostienerazón,hayquequemarla.

Quién sabe si el señor cardenal no tiene un secreto para interrogar a lascenizas…

—Debeteneruno—dijoAthos.

—Pero¿quéqueréishacerconesacarta?—preguntóPorthos.

—Venidaquí,Grimaud—dijoAthos.

Grimaudselevantóyobedeció.

—Paracastigarosporhaberhabladosinpermiso,amigomío,vaisacomerestetrozodepapel;luego,pararecompensarelservicioquenoshabéishecho,beberéisestevasodevino;aquítenéislacartaprimero,masticadconenergía.

Grimaud sonrióy con losojos fijos sobre el vasoqueAthos acababadellenarhastaelborde,trituróelpapelylotragó.

—¡Bravo,maeseGrimaud!—dijoAthos—.Yahoratomadesto;bien,osdispensodedarlasgracias.

GrimaudtragósilenciosamenteelvasodevinodeBurdeos,perosusojosalzados al cielo hablaban durante todo el tiempo que duró esta dulceocupaciónunlenguajequenoporsermudoeramenosexpresivo.

—Y ahora —dijo Athos—, a menos que el señor cardenal tenga laingeniosa ideadehacerabrirelvientredeGrimaud,creoquepodemosestarcasitranquilos.

Durante este tiempo Su Eminencia continuaba su paseo melancólicomurmurandoentresusmostachos.

—¡Decididamenteesprecisoqueestoscuatrohombresseanmíos!

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CapítuloLII

Primerajornadadecautividad

Volvamos a Milady, a la que una mirada lanzada sobre las costas deFrancianoshahechoperderlavistauninstante.

La volvemos a encontrar en la posición desesperada en que lo hemosdejado, ahondando un abismo de sombrías reflexiones, sombrío infierno acuyapuertahadejadocasilaesperanza;porqueporprimeravezduda,porqueporvezprimerasientemiedo.

En dos ocasiones le ha fallado su fortuna, en dos ocasiones se ha vistodescubiertaytraicionada,yenestasdosocasioneshasidocontraelgeniofatalenviado sin duda por el Señor para combatirla contra lo que ha fracasado:D’Artagnanlahavencidoaella,esainvenciblepotenciadelmal.

Éllahaengañadoensuamor,humilladoensuorgullo,hechofracasarensu ambición, y ahora la pierde en su fortuna, la golpea en su libertad, laamenazainclusoensuvida.Esmás,haalzadounapuntadesumáscara,esaégidaconqueellasecubreyquelavuelvetanfuerte.

D’ArtagnanhaalejadodeBuckingham,aquienellaodiacomoodiaatodocuantohaamado,latempestadconqueloamenazabaRichelieuenlapersonade la reina. D’Artagnan se ha hecho pasar por deWardes, hacia quien ellasentíaunadeesasfantasíasdetigresa,indomablescomolastienenlasmujeresdeesecarácter.D’Artagnanconocíaeseterriblesecretoqueellajuróquenadieconoceríasinmorir.Finalmente,enelmomentoenqueacabadeobtenerunafirmaenblancoconcuyaayuda ibaavengarsedesuenemigo,esa firmaenblancoleesarrancadadelasmanos,yesD’ArtagnanquienlatieneprisionerayquienvaaenviarlaaalgúninmundoBotany-Bay,aalgúnTyburninfamedelocéanoIndico.

Porque indudablemente todo esto le viene de D’Artagnan; ¿de quiénprocederían tantas vergüenzas amontonadas sobre su cabeza si no es de él?Sóloélhapodido transmitir a lorddeWinter todosesoshorrendos secretos,queélhadescubiertounotrasotroporunaespeciedefatalidad.Conoceasucuñado,lehabráescrito.

¡Cuánto odio destila! Allí inmóvil, con los ojos ardientes y fijos en sucuartodesierto,¡cómolosdestellosdesusrugidossordos,queavecesescapanconsurespiracióndelfondodesupecho,acompañanperfectamenteelruidodel oleaje que asciende, gruñe, muge y viene a romperse, como unadesesperación eterna e impotente, contra las rocas sobre las cuales estáconstruido ese castillo sombrío y orgulloso! ¡Cómo concibe, a la luz de losrayosque su cólera tormentosahacebrillar en su espíritu, contra la señorita

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Bonacieux,contraBuckinghamy,sobretodo,contraD’Artagnan,magníficosproyectosdevenganza,perdidosenlaslejaníasdelfuturo!

Sí,peroparavengarsehayque ser libre,ypara ser libre, cuando se estáprisionero, hay que horadar unmuro, desempotrar los barrotes, agujerear elsuelo; empresas todas estas que puede llevar a cabo un hombre paciente yfuerte, pero ante las cuales deben fracasar las irritaciones febriles de unamujer.Porotraparte,parahacertodoestohayquetenertiempo,meses,años,y ella…, ella tiene diez o doce días, según lo dicho por lord deWinter, sufraternoyterriblecarcelero.

Y, sin embargo, si fuera hombre intentaría todo esto, y quizá triunfaría.¿Porqué,pues,elcielosehaequivocadodeesta forma,poniendoestaalmavirilenesecuerpoendebleydelicado?

Por esohan sido terribles los primerosmomentos de cautividad: algunasconvulsiones de rabia que no ha podido vencer han pagado su deuda dedebilidad femenina a la naturaleza. Pero poco a poco ha superado losrelámpagosdesulocacólera,losestremecimientosnerviososquehanagitadosucuerpohandesaparecido,yahoraestáreplegadasobresímismacomounaserpientefatigadaquereposa.

—Vamos,vamos;estabalocaaldejarmellevarasí—dicehundiendoenelespejo, que refleja en sus ojos su mirada brillante, por la que pareceinterrogarse a símisma—.Nadadeviolencia, la violencia es unapruebadedebilidad.Enprimer lugar,nuncahe triunfadoporesemedio;quizásiusaramifuerzacontralasmujeres,tendríaoportunidaddeencontrarlasmásdébilesaúnqueyo,yporconsiguientevencerlas,peroescontrahombrescontra losqueyolucho,ynosoyparaellosmásqueunamujer.Luchemoscomomujer,mifuerzaestáenmidebilidad.

Entonces,comopararendirseasímismacuentadeloscambiosquepodíaimponer a su fisonomía tan expresiva y tanmóvil, la hizo adoptar a la veztodaslasexpresiones,desdeladelacóleraquecrispabasusrasgoshastaladela más dulce, afectuosa y seductora sonrisa. Luego sus cabellos adoptaronsucesivamentebajosusmanossabias lasondulacionesquecreyóquepodíanayudar a los encantos de su rostro. Finalmente, satisfecha de sí misma,murmuró:

—Vamos,nadaestáperdido.Sigosiendohermosa.

Eran,aproximadamente,lasochodelanoche;Miladyviounacama;pensóqueundescansode algunashoras refrescaríano sólo su cabezay sus ideas,sinotambiénsutez.Sinembargo,antesdeacostarse,levinounaideamejor.Había oído hablar de cena. Estaba ya desde hacía una hora en aquellahabitación, no podían tardar en traerle su comida. La prisionera no quiso

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perdertiempo,yresolvióhacer,desdeaquellamismanoche,algunatentativapara sondear el terreno estudiando el carácter de las personas a las que sucustodiaestabaconfiada.

Unaluzapareciópordebajodelapuerta;aquellaluzanunciabaelregresodesuscarceleros.Milady,quesehabíalevantado,selanzóvivamentesobresusillón, la cabeza echada hacia atrás, sus hermosos cabellos sueltos yesparcidos, su pecho medio desnudo bajo sus encajes chafados, una manosobreelcorazónylaotracolgando.

Descorrieron los cerrojos, la puerta chirrió sobre sus goznes, y en lahabitaciónresonaronunospasosqueseaproximaron.

—Ponedahíesamesa—dijounavozquelaprisionerareconociócomoladeFelton.

Laordenfueejecutada.

—Traeréisantorchasyharéiselrelevodelcentinela—continuóFelton.

EstadobleordenquedioalosmismosindividuoseljoventenienteprobóaMilady que sus servidores eran losmismos hombres que sus guardianes, esdecirsoldados.

Las órdenes de Felton eran ejecutadas por los demás con una silenciosarapidez que daba buena idea del floreciente estado en que mantenía ladisciplina.

Finalmente,Felton,queaúnnohabíamiradoaMilady,sevolvióhaciaella.

—¡Ah,ah!—dijo—.Duerme,estábien;cuandosedespiertecenará.

Ydioalgunospasosparasalir.

—Pero,miteniente—dijounsoldadomenosestoicoquesujefe,yquesehabíaacercadoaMilady—,estamujernoduerme.

—¿Cómoquenoduerme?—dijoFelton—.¿Entonces,quéhace?

—Estádesvanecida;surostroestámuypálido,ypormásqueescuchonooigosurespiración.

—Tenéisrazón—dijoFeltontrashabermiradoaMiladydesdeellugarenqueseencontraba,sindarunpasohaciaella—;idaavisara lorddeWinterquesuprisioneraestádesvanecidaporquenoséquéhacer:elcasonoestabaprevisto.

Elsoldadosalióparacumplirlasórdenesdesuoficial:Feltonsesentóenunsillónqueporazarseencontraba juntoa lapuertayesperósindecirunapalabra,sinhacerungesto.Miladyposeíaesegranarte,tanestudiadoporlasmujeres,deveratravésdesuslargaspestañassindarlaimpresióndeabrirlos

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párpados: vislumbró a Felton que le daba la espalda, continuó mirándolodurante diez minutos aproximadamente, y durante esos diez minutos elimpasibleguardiánnosevolvióniunasolavez.

Pensó entonces que lord deWinter iba a venir a dar, con su presencia,nueva fuerza a su carcelero: su primera prueba estaba perdida, adoptó supartido como mujer que cuenta con sus recursos; en consecuencia, alzó lacabeza,abriólosojosysuspiródébilmente.

AestesuspiroFeltonsevolvióporfin.

—¡Ah! Ya habéis despertado señora—dijo—; nada tengo que hacer yaaquí.Sinecesitáisalgo,llamad.

—¡Oh,Diosmío,Diosmío! ¡Cuántohesufrido!—murmuróconaquellavozarmoniosaque,semejantea lade lasencantadorasantiguas,encantabaatodosaquienesqueríaperder.

Y al enderezarse en su sillón adoptó una posición más graciosa y másabandonadaaúnquelaqueteníacuandoestabatumbada.

Feltonselevantó.

—Seréis servida de estemodo tres veces al día, señora—dijo—: por lamañana,alasnueve;duranteeldía,alauna,yporlanoche,alasocho.Sinoosvabien,podéisindicarvuestrashorasenlugardelasqueospropongo,yenestepuntoobraremosconformeavuestrosdeseos.

—Pero¿voyaquedarmesiempresolaenestahabitacióngrandey triste?—preguntóMilady.

—Se ha avisado a una mujer de los alrededores, mañana estará en elcastillo,yvendrásiemprequedeseéissupresencia.

—Osloagradezco,señor—respondióhumildementelaprisionera.

Feltonhizounlevesaludoysedirigióhacialapuerta.EnelmomentoenqueibaafranquearelumbrallorddeWinteraparecióenelcorredor,seguidodelsoldadoquehabíaidoallevarlelanuevadeldesvanecimientodeMilady.Traíaenlamanounfrascodesales.

—¿Y bien? ¿Qué es? ¿Qué es lo que pasa aquí? —dijo con una vozburlona viendo a su prisionera de pie y a Felton dispuesto a salir—. ¿Estamuerta ha resucitado ya? Demonios, Felton, hijomío, ¿no has visto que tetomaba por un novicio y que representaba para ti el primer acto de unacomediacuyosdesarrollostendremossindudaelplacerdeseguir?

—Lo he pensado, milord —dijo Felton—; pero como la prisionera esmujer después de todo, he querido tener los miramientos que todo hombrebiennacidodebeaunamujer,sinoporella,almenosporunomismo.

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Milady sintió un estremecimiento por todo su cuerpo. Estas palabras deFeltonpasabancomohieloportodassusvenas.

—O sea —prosiguió de Winter riendo—, esos hermosos cabellossabiamente esparcidos, esa piel blanca y esa lánguida mirada, ¿no te hanseducidoaún,corazóndepiedra?

—No, milord—respondió el impasible joven—, y creedme, se necesitaalgomásquetejemanejesycoqueteríasdemujerparacorromperme.

—En tal caso, mi bravo teniente, dejemos a Milady buscar otra cosa yvayamos a cenar. ¡Ah!, tranquilízate, tiene la imaginación fecunda, y elsegundoactodelacomedianotardaráenseguiralprimero.

Yaestaspalabras lorddeWinterpasósubrazobajoeldeFeltonyse lollevóriendo.

—¡Oh!Yaencontraréloquenecesitas—murmuróMiladyentredientes—;estate tranquilopobremonje frustrado,pobre soldadoconvertido,que tehascortadoeluniformedeunhábito.

—A propósito —prosiguió de Winter deteniéndose en el umbral de lapuerta—,noespreciso,Milady,queestefracasoosquiteelapetito.Catadesepolloyesepescadoquenohehechoenvenenar,palabradehonor.Me llevobastantebienconmicocinero,ycomonotienequeheredardemí,tengoenélplena y total confianza. Haced como yo. ¡Adiós, querida hermana! Hastavuestropróximodesvanecimiento.

EracuantoMiladypodíasoportar:susmanossecrisparonsobresusillón,sus dientes rechinaron sordamente, sus ojos siguieron el movimiento de lapuerta que se cerró tras lord deWinter y Felton; y cuando se vio sola, unanuevacrisisdedesesperaciónseapoderódeella;lanzólosojossobrelamesa,viobrillaruncuchillo,seabalanzóylocogió;perosudesengañofuecruel:lahojaeraredondaydeplataflexible.

Una carcajada resonó tras la puerta mal cerrada, y la puerta volvió aabrirse.

—¡Ja,ja!—exclamólorddeWinter—.¡Ja,ja,ja!¿Ves,mivalienteFelton,vesloquetehabíadicho?Esecuchilloeraparati;hijomío,tehabríamatado.¿Ves?Esunodesusdefectos,desembarazarseasí,deunaformaodeotra,delaspersonasquelamolestan.Sitehubieraescuchado,elcuchillohabríasidopuntiagudo y de acero: entonces se acabó Felton, te habría degollado ydespuésdetiatodoelmundo.Mira,además,John,québiensabeempuñarsucuchillo.

En efecto,Milady empuñaba aún el arma ofensiva en sumano crispada,peroestasúltimaspalabras,estesupremoinsulto,destensaronsusmanos,sus

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fuerzasyhastasuvoluntad.

Elcuchillocayóatierra.

—Tenéisrazón,milord—dijoFeltonconunacentodeprofundodisgustoqueresonóhastaenelfondodelcorazóndeMilady—,tenéisrazónysoyyoelqueestabaequivocado.

Ylosdossalierondenuevo.

Pero esta vezMilady prestó oídomás atento que la primera vez, y oyóalejarsesuspasosyapagarseenelfondodelcorredor.

—Estoy perdida—murmuró—, heme aquí en poder de gentes sobre lasque no tendré más ascendiente que sobre estatuas de bronce o granito; meconocen de memoria y están acorazados contra todas mis armas. Es, sinembargo,imposiblequeestoterminecomoelloshandecidido.

Enefecto,comoindicabaestaúltimareflexión,eseretornoinstintivoalaesperanza, en aquella alma profunda el temor y los sentimientos débiles noflotabandemasiadotiempo.Miladysesentóalamesa,comiódevariosplatos,bebióunpocodevinoespañol,ysintióquelevolvíatodasuresolución.

Antes de acostarse ya había comentado, analizado,mirado por todas susfacetas,examinadodesdetodoslospuntosdevistalaspalabras,lospasos,losgestos, los signos y hasta el silencio de sus carceleros, y de este estudioprofundo, hábil y sabio, había resultadoqueFelton era, en conjunto, elmásvulnerabledesusdosperseguidores.

Unafrasesobretodovolvíaalamenteprisionera:

—Sitehubieraescuchado—habíadicholorddeWinteraFelton.

Portanto,Feltonhabíahabladoensufavor,puestoquelorddeWinternohabíaqueridoescucharaFelton.

—Débil o fuerte —repetía Milady—, ese hombre tiene un destello depiedad en su alma; de ese destelló haré yo un incendio que lo devorará.Encuantoalotro,meconoce,metemeysabeloquetienequeesperardemísialguna vezme escapo de susmanos; es, pues, inútil intentar nada sobre él.PeroFeltonesotracosa:esun joven ingenuo,puroyqueparecevirtuoso;aéstehayunmediodeperderlo.

Y Milady se acostó y se durmió con la sonrisa en los labios; quien lahubiera visto durmiendo la habría supuesto una muchacha soñando con lacoronadefloresquedebíaponersobresufrenteenlapróximafiesta.

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CapítuloLIII

Segundajornadadecautividad

MiladysoñabaqueporfinteníaaD’Artagnan,queasistíaasusuplicio,yera la vista de su sangre odiosa corriendo bajo el hacha del verdugo lo quedibujabaaquellaencantadorasonrisasobresuslabios.

Dormíacomoduermeunprisioneroacunadoporsuprimeraesperanza.

Aldíasiguiente,cuandoentraronensucuarto,estabatodavíaensucama.Feltonestabaenelcorredor:traíalamujerdequehabíahabladolavísperayque acababade llegar; estamujer entróy se aproximóa la camadeMiladyofreciéndolesusservicios.

Milady era habitualmente pálida; su tez podía, pues, equivocar a unapersonaquelavieraporprimeravez.

—Tengofiebre—dijoella—;nohedormidounsoloinstantedurantetodaesta larga noche, sufro horriblemente; ¿seréis vos más humana de lo quefueronayerconmigo?

—¿Queréisquellameaunmédico?—dijolamujer.

Feltonescuchabaestediálogosindecirunapalabra.

Milady reflexionaba que cuantamás gente la rodeasemás gente tendríaque apiadar ymás se redoblaría la vigilancia de lord deWinter; además, elmédico podría declarar que la enfermedad era fingida, yMilady, tras haberperdidolaprimeraparte,noqueríaperderlasegunda.

—Ir abuscar aunmédico—dijo—, ¿paraqué?Esos señoresdeclararonayer quemimal era una comedia; sin duda ocurriría lomismohoy; porquedesdeayernochehantenidotiempodeavisaraldoctor.

—Entonces—dijoFelton impacientado—,decidvosmisma, señora, quétratamientoqueréisseguir.

—¿Loséyoacaso? ¡Diosmío!Sientoquesufro,esoes todo;meden loquemeden,pocomeimporta.

—Idabuscar a lorddeWinter—dijoFelton cansadode aquellasquejaseternas.

—¡Oh,no,no!—exclamóMilady—.Noseñor,nolollaméis,osloruego;estoybien,nonecesitonada,nolollaméis.

Puso una vehemencia tan prodigiosa, una elocuencia tan arrebatadora enesta exclamación, que Felton, arrobado, dio algunos pasos dentro de lahabitación.

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«Estáemocionado»,pensóMilady.

—Sin embargo, señora—dijo Felton—, si sufrís realmente se enviará abuscarunmédico,ysinosengañáis,puesbien,entoncestantopeorparavos,peroalmenospornuestrapartenotendremosnadaquereprocharnos.

Miladynorespondió;peroechandohaciaatrássuhermosacabezasobrelaalmohada,sefundióenlágrimasyestallóensollozos.

Felton lamiróun instanteconsu impasibilidadordinaria; luego,comolacrisisamenazabaconprolongarse,salió;lamujerlosiguió.LorddeWinternoapareció.

—Creo que empiezo a verlo claro —murmuró Milady con una alegríasalvaje,sepultándosebajolassábanasparaocultaracuantospudieranespiarleestearrebatodesatisfaccióninterior.

Transcurrierondoshoras.

—Ahoraes tiempodeque la enfermedadcese—dijo—; levantémonosyobtengamos algunos éxitos desde hoy; no tengo más que diez días, y estanochesehabránpasadodos.

Al entrar por lamañana en la habitación deMilady, le habían traído sudesayuno;yellahabíapensadoquenotardaríanenveniralevantarlamesa,yqueenesemomentovolveríaaveraFelton.

Milady no se equivocaba. Felton reapareció y, sin prestar atención a siMiladyhabíatocadoonolacomida,hizounaseñalparaquesellevasenfueradelahabitaciónlamesa,queordinariamentetraíancompletamenteservida.

Feltonsequedóelúltimo,teníaunlibroenlamano.

Milady, tumbada en un sillón junto a la chimenea, hermosa, pálida yresignada,parecíaunavirgensantaesperandoelmartirio.

Feltonseaproximóaellaydijo:

—Lord deWinter, que es católico como vos, señora, ha pensado que laprivación de los ritos y de las ceremonias de vuestra religión puede serospenosa:consiente,pues,enqueleáiscadadíaelordinariodevuestramisa,yesteesunlibroquecontieneelritual.

AntelaformaenqueFeltondepositóaquellibrosobrelamesitajuntoalaqueestabaMilady,anteeltonoconquepronuncióestasdospalabras:vuestramisa,antelasonrisadesdeñosaconquelasacompañó,Miladyalzólacabezaymirómásatentamentealoficial.

Entonces, en aquel peinado severo, en aquel traje de una sencillezexagerada,enaquellafrentepulidacomoelmármol,peroduraeimpenetrable

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comoél,reconocióaunodeesossombríospuritanosquecontantafrecuenciahabía encontrado tanto en la corte del rey Jacobo como en la del rey deFrancia,donde,peseal recuerdodeSanBartolomé,veníanavecesabuscarrefugio.

Tuvo, pues, una de esas inspiraciones súbitas como sólo las gentes degenioslasrecibenenlasgrandescrisis,enlosmomentossupremosquedebendecidirsufortunaosuvida.

Estas dos palabras: vuestra misa, y una simple ojeada sobre Felton lehabíanrevelado,enefecto,todalaimportanciadelarespuestaqueibaadar.

Peroconesarapidezdeinteligenciaqueleerapeculiar,aquellarespuestasepresentócompletamenteformuladaasuslabios:

—¡Yo!—dijoconunacentodedesdén,puestoalunísonoconaquelquehabíaobservadoen lavozdel jovenoficial—,yo,señor,¿mimisa?LorddeWinter,elcatólicocorrompido,sabebienqueyonosoydesureligión,yqueesunatrampaquequieretenderme.

—¿Y de qué religión sois entonces, señora?—preguntó Felton con unasorpresaque,pesealdominioquesobresímismotenía,nopudoocultarporcompleto.

—Lodiré—exclamóMiladyconexaltaciónfingida—eldíaenquehayasufridolosuficientepormife.

LamiradadeFeltondescubrióaMiladytodalaextensióndelespacioqueacababadeabrirseconestasolafrase.

Sinembargo,eljovenoficialpermaneciómudoeinmóvil:sólosumiradahabíahablado.

—Estoy en manos de mis enemigos —prosiguió ella con ese tono deentusiasmoquesabíafamiliaralospuritanos—.Puesbien,¡quemiDiosmesalveoperezcayopormiDios!HeahílarespuestaqueossuplicodeispormíalorddeWinter.Yencuantoaeselibro—añadióellaseñalandoelritualconlapuntadeldedo,perosintocarlocomositemieramancillarseatalcontacto—, podéis llevároslo y serviros de él vos mismo, porque sin duda soisdoblementecómplicedelorddeWinter,cómpliceensupersecución,cómpliceensuherejía.

Felton no respondió, tomó el libro con el mismo sentimiento derepugnanciaqueyahabíamanifestadoy se retirópensativo.LorddeWintervinohacia lascincode la tarde;Miladyhabía tenido tiempodurante todoeldía de trazarse su plan de conducta; lo recibió como mujer que ya harecuperadotodassusventajas.

—Parece—dijo el barón sentándose en un sillón frente al que ocupaba

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Miladyy extendiendo indolentemente sus pies sobre el hogar—, parece quehemoscometidounapequeñaapostasía.

—¿Quéqueréisdecir,señor?

—Quierodecirquedesdelaúltimavezquenosvimoshemoscambiadodereligión;¿oshabréiscasadoporcasualidadconuntercermaridoprotestante?

—Explicaos,milord—prosiguió laprisioneraconmajestad—,porqueosdeclaroqueoigovuestraspalabrasperoquenolascomprendo.

—Entonces es que no tenéis religión de ningún tipo; prefiero esto —prosiguióriéndoseburlonamentelorddeWinter.

—Esciertoqueesovamejorconvuestrosprincipios—replicófríamenteMilady.

—¡Oh!Osconfiesoquemedacompletamenteigual.

—Aunque no confesarais esa indiferencia religiosa, milord, vuestrosexcesosyvuestroscrímenesdaríanfedeella.

—¡Vaya!Habláisdeexcesos, señoraMesalina;habláisdecrímenes, ladyMacbeth.Oyoheoídomalo,diantre,soisbienimpúdica.

—Habláis así porque sabéis que nos escuchan, señor —respondiófríamente Milady—, y porque queréis interesar a vuestros carceleros y avuestrosverdugoscontramí.

—¡Mis carceleros! ¡Mis verdugos! Bueno, señora, lo tomáis en un tonopoético y la comedia de ayer se vuelve esta noche tragedia. Por lo demás,dentrodeochodíasestaréisdondedebéisestar,ymitareahabráacabado.

—¡Tarea infame! ¡Tarea impía!—replicóMilady con la exaltación de lavíctimaqueprovocaasujuez.

—Palabra de honor que creo —dijo de Winter levantándose— que labribona se vuelve loca.Vamos, vamos, calmaos, señora puritana, u os hagometerenelcalabozo.Diantre,esmivinoespañolelqueseossubealacabeza,¿no es así? Estad tranquila, esa embriaguez no es peligrosa y no tendráconsecuencias.

YlorddeWinterseretirójurando,cosaqueenaquellaépocaeraunhábitocompletamentecaballeresco.

Feltonestabaenefectodetrásdelapuertaynohabíaperdidonipalabradetodaestaescena.

Miladyhabíaadivinadobien.

—¡Sí! ¡Vete, vete! —le dijo a su hermano—. Por el contrario, las

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consecuenciasseacercan,perotúnolasverás,imbécil,sinocuandoseatardeparaevitarlas.

Se restableció el silencio, transcurrieron dos horas; trajeron la cena yencontraron aMilady ocupada en hacer sus oraciones, oraciones que habíaaprendidodeunviejoservidordesusegundomarido,unpuritanodelosmásausteros. Parecía en éxtasis y no pareció prestar atención siquiera a lo quepasabaen tornosuyo.Feltonhizoseñaldequenose lamolestara,ycuandotodoquedópreparadoélsaliósinruidoconlossoldados.

Miladysabíaquepodíaserespiada;continuó,pues,susoracioneshastaelfinal, y le pareció que el soldado que estaba de centinela a su puerta nocaminabaconelmismopasoyqueparecíaescuchar.

Por elmomentonopretendíamás, se levantó, se sentó a lamesa, comiópocoynobebiómásqueagua.

Una hora después vinieron a levantar lamesa, peroMilady observó queestavezFeltonnoacompañabaalossoldados.

Temía,portanto,verlacondemasiadafrecuencia.

Se volvió hacia la pared para sonreír, porque en esa sonrisa había talexpresióndetriunfoqueesasolasonrisalahabríadenunciado.

Aúndejótranscurrirmediahora,ycomoenaquelmomentotodoestabaensilencioenelviejocastillo,comonoseoíamásqueeleternomurmullodeloleaje, esa respiración inmensa del océano, con su voz pura, armoniosa yvibrante comenzó la primera estrofa de este salmo que gozaba entonces degranfavorentrelospuritanos:

Señor,sinosabandonas

esparaversisomosfuertes,

masluegoerestúquiendas

contucelestemanolapalmaanuestrosesfuerzos.

Estosversosnoeranexcelentes,lesfaltabainclusomuchoparaserlo;mascomotodossaben,losprotestantesnoselasdabandepoetas.

Al cantar,Milady escuchaba: el soldado de guardia a su puerta se habíadetenido como si se hubiera convertido en piedra. Milady pudo por tantojuzgarelefectoquehabíaproducido.

Entonces ella continuó su canto con un fervor y un sentimientoinexpresables;leparecióquelossonidossedesparramabanalolejosbajolasbóvedas a iban como un encanto mágico a dulcificar el corazón de suscarceleros. Sin embargo, parece que el soldado de centinela, celoso católico

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sinduda,agitóelencanto,porqueatravésdelapuertadijo:

—¡Callaos, señora!Vuestra canciónes triste comounDeprofundis,y siademásdeestardeguardiaaquíhayqueoírcosassemejantes,nohabráquienaguante.

—¡Silencio!—dijounavozgravequeMiladyreconociócomoladeFelton—.¿Aquéosmezcláis,gracioso?¿Oshaordenadoalguien impedircantaraestamujer?No.Seoshaordenadocustodiarla,disparar sobreella si intentahuir.Custodiadla;sihuye,matadla;peronoalteréisennadalasórdenes.

Unaexpresióndealegría indecible iluminóel rostrodeMilady,masestaexpresión fue fugitiva comoel reflejodeun rayo,y sindar la impresióndehaberoídoeldiálogodelquenosehabíaperdidoniunapalabra,siguiódandoasuvoztodoelencanto,todalaamplitudytodalaseducciónqueeldemoniohabíapuestoenella:

Paratantosllorosymiseria,

paramiexilioyparamiscadenas,

tengomijuventud,miplegaria,

yDios,quetendráencuentalosmalesquehesufrido.

Aquellavoz,deunaamplitudnuncaoídaydeunapasiónsublime,dabaala poesía ruda e inculta de estos salmosunamagia y una expresiónque lospuritanosmásexaltadosraramenteencontrabanenloscantosdesushermanos,que ellos se veían obligados a adornar con todos los recursos de suimaginación:Feltoncreyóoírcantaralángelqueconsolabaalostreshebreosenelhorno:

Miladycontinuó:

Masparanosotrosllegaráeldía

delaliberación,Diosjustoyfuerte;

ysinuestraesperanzaesengañado

siemprenosquedaelmartirioylamuerte.

Estaestrofa,enlaquelaterribleencantadoraseesforzóporponertodasualma acabó de sembrar el desorden en el corazón del joven oficial; abrióbruscamentelapuertayMiladylovioaparecerpálidocomosiempre,peroconlosojosardientesycasiextraviados.

—¿Porquécantáisasí—dijo—yconsemejantevoz?

—Perdón,señor—dijoMiladycondulzura—,olvidabaquemiscantosnosondereciboenestacasa.Sindudaosheofendidoenvuestrascreencias;pero

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hasidosinquerer,oslojuro,perdonadme,pues,unafaltaquequizáesgrande,peroquedesdeluegoesinvoluntaria.

Milady estaba tan bella en aquel momento, el éxtasis religioso en queparecía sumida daba tal expresión a su semblante que Felton, deslumbrado,creyóveralángelquehacíauninstantesólocreíaoír.

—Sí,sí—respondió—,sí:perturbáis,agitáisa laspersonasquevivenenestecastillo.

Yel pobre insensatono sedaba cuentade la incoherenciade sus frases,mientrasMiladyhundíasuojodelinceenlomásprofundodesucorazón.

—Mecallaré—dijoMiladybajandolosojoscontodaladulzuraquepudodarasuvoz,contodalaresignaciónquepudoimprimirasuporte.

—No,no,señora—dijoFelton—;sóloquecantadmenosalto,sobretodoporlanoche.

Y a estas palabras, Felton, sintiendo que no podría conservar muchotiemposuseveridadparaconlaprisionera,seprecipitófueradesuhabitación.

—Habéishechobien, teniente—dijoelsoldado—;esoscantosperturbanelalma;sinembargo,unoterminaporacostumbrarse.¡Estanhermosasuvoz!

CapítuloLIV

Tercerajornadadecautividad

Felton había venido, pero todavía tenía que dar un paso. Había queretenerlo,omejor,eraprecisoquesequedasesolo,yMiladysólooscuramenteveíaaúnelmedioquedebíaconducirlaaesteresultado.

Senecesitabamásaún:habíaquehacerlohablar,afindehablarletambién.PorqueMilady lo sabíade sobra, sumayor seducciónestabaen suvoz,querecorríacon tantahabilidad toda lagamade tonos,desde lapalabrahumanahastaellenguajeceleste.

Y, sinembargo,pesea toda su seducción,Miladypodría fracasarporqueFelton estaba prevenido, y esto contra el menor azar. Desde ese momento,vigiló todas sus acciones, todas suspalabras, hasta lamás simplemiradadesusojos,hastasugesto,hastasurespiración,quesepodíainterpretarcomounsuspiro.Enfinellaestudiótodo,comohaceunhábilcómicoaquienseacabadedarunpapelnuevoenunpuestoquenotienelacostumbredeocupar.

Respecto a lord de Winter su conducta era más fácil: también estaba

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decididadesdelavíspera.Permanecermudaydignaensupresencia,irritarlodevezencuandopormediodeundesdénafectado,pormediodeunapalabradespectiva,empujarloaamenazasyaviolenciasquehicierancontrasteconsuresignación,talerasuproyecto.Feltonvería:quizánodijeranada;perovería.

Por la mañana Felton vino como de costumbre; pero Milady le dejópresidirtodoslospreparativosdeldesayunosindirigirlelapalabra.Poreso,enelmomentoenque ibaéla retirarse,ella tuvounrayodeesperanza;porquecreyóqueeraélquienibaahablar;perosuslabiossemovieronsinqueningúnsonidosalieradesuboca,yhaciendounesfuerzosobresímismo,encerróensucorazónlaspalabrasqueibanaescapardesuslabios,ysalió.

Haciamediodía,entrólorddeWinter.

Hacíaunhermosodíadeinvierno,yunrayodeesepálidosoldeInglaterraqueiluminaperonocalienta,pasabaatravésdelosbarrotesdelaprisión.

Miladymirabaporlaventana,yfingiónooírlapuertaqueseabría.

—¡Vaya vaya!—dijo lord deWinter—. Tras haber hecho comedia, trashaberhechotragedia,ahorahacemosmelancolía.

Laprisioneranorespondió.

—Sí,sí—continuólorddeWinter—,comprendo;debuenaganaquisieraisestaren libertadenesaorilla;debuenaganaquerríais,sobreunbuennavío,henderlasolasdeesemarverdecomolaesmeralda;querríaisdebuenagana,bienentierra,biensobreelocéano,tendermeunadeesasbuenasemboscadasquetanbiensabéiscombinar.¡Paciencia,paciencia!Dentrodecuatrodíasosserápermitidalaorilla,osseráabiertoelmar,másabiertodeloquequisierais,porquedentrodecuatrodíasInglaterraserádesembarazadadevos.

Miladyuniólasmanos,yalzandosushermososojosalcielo:

—¡Señor, Señor! —dijo con una angélica suavidad de gesto y deentonación—.Perdonadaestehombrecomoyoloperdono.

—Sí, reza, maldita —exclamó el barón—. Tu oración es tanto másgenerosa cuanto que, te lo juro, estás en poder de un hombre que noperdonará.

Ysalió.

Enelmomentoenquesalía,unamiradapenetrantesecolópor lapuertaentreabierta,yellavislumbróaFeltonquevolvíaasusitiorápidamenteparanoservistoporella.

Entoncessearrojóderodillasysepusoarezar.

—¡Diosmío,Diosmío!—dijo—.Vos sabéis por qué santa causa sufro;

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dadme,pues,lafuerzadesufrir.

Lapuertaseabriósuavemente;lahermosasuplicantefingiónohaberoído,yconunavozllenadelágrimascontinuó:

—¡Diosvengador,Diosdebondad!¿Dejaréisquesecumplanloshorriblesproyectosdeestehombre?

Sóloentonces fingióellaoírel ruidode lospasosdeFeltony,alzándoserápidacomoelpensamiento,seruborizócomosi tuvieravergüenzadehabersidosorprendidaderodillas.

—Nomegustamolestaralosquerezan,señora—dijogravementeFelton—;noosmolestéis,pues,pormí,oslosuplico.

—¿Cómo sabéis que rezaba?Señor—dijoMilady, conunavoz ahogadaporlossollozos—,osequivocáis;señor,yonorezaba.

—¿Pensáis acaso, señora —respondió Felton con su misma voz grave,aunqueconunacentomásdulce—quemecreoconderechodeimpediraunacriaturaprosternarseantesuCreador?¡NolopermitaDios!Porotraparte,elarrepentimiento sienta bien a los culpables; sea el que fuere el crimen quehayacometido,unculpablealospiesdeDiosmeparecesagrado.

—¡Culpable yo!—dijoMilady conuna sonrisa quehabría desarmado alángeldeljuiciofinal—.¡Culpable!¡Diosmío,túsabesbiensilosoy!Sidecísque estoy condenada, señor, sea en buena hora; pero ya lo sabéisDios, queamaalosmártires,permiteque,aveces,secondenealosinocentes.

—Siestuvieraiscondenada,si fueraismártir—respondióFelton—,razóndemáspararezar,yyomismoosayudaríaconmisplegarias.

—¡Oh! Vos sois justo —exclamó Milady, precipitándose a sus pies—;mirad, no puedo resistir por más tiempo, porque temo que me falten lasfuerzasenelmomentoenque tengaque sostener la luchayconfesarmi fe;escuchad,pues,lasúplicadeunamujerdesesperada.Osengañan,señor,peronose tratadeesto,noospidomásqueunagracia,y sime laconcedéis,osbendeciréenestemundoyenelotro.

—Habladconelseñor,señora—dijoFelton—;afortunadamentenoestoyencargadonideperdonarnidecastigar;yesalguienmásaltoqueyoaquienDioshaconfiadoesaresponsabilidad.

—Avos,no,sóloavos.Escuchadme,antesdecontribuiramiperdición,antesdecontribuiramiignominia.

—Si habéis merecido esa vergüenza, señora, si habéis incurrido en esaignominia,hayquesufrirlaofreciéndolaaDios.

—¡Quédecís! ¡Oh, nome comprendéis!Cuandoyohablode ignominia,

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creéisquehablodeuncastigocualquiera,delaprisiónodelamuerte.¡Ojaláplazcaalcielo!¿Quémeimportanamílamuerteolaprisión?

—Soyyoquienahoranooscomprende,señora.

—O quien finge no comprenderme, señor—respondió la prisionera conunasonrisadeduda.

—¡No,señora,porelhonordeunsoldado,porlafedeuncristiano!

—¡Cómo!¿IgnoráislosdesigniosdelorddeWintersobremí?

—Losignoro.

—Imposible,soissuconfidente.

—Yonomientonunca,señora.

—¡Oh!Seescondedemasiadopocoparaquenoseleadivine.

—Yono trato de adivinar nada, señora; yo espero que se confíe amí; yapartedeloqueantevosmehadicho,lorddeWinternadamehaconfiado.

—Mas—exclamóMiladyconunincreíbleacentodeverdad—,¿nosois,pues, su cómplice, no sabéis, pues, que élme destina a una vergüenza quetodosloscastigosdelatierranopodríanigualarenhorror?

—Osequivocáis,señora—dijoFeltonenrojecido—;lorddeWinternoescapazdesemejantecrimen.

«Bueno—dijoMiladyparasusadentros—,¡sinsaber loquees, lo llamacrimen!».

Yluego,envozalta:

—Elamigodelinfameescapazdetodo.

—¿Aquiénllamáisinfame?—preguntóFelton.

—¿Hay en Inglaterra dos hombres a quien un nombre semejante puedaconvenir?

—¿Os referís a Georges Villiers? —dijo Felton, cuyas miradas seinflamaron.

—A quien los paganos, los gentiles y los infieles llaman duque deBuckingham—prosiguióMilady—.¡Nohabríacreídoquehubieraun inglésen toda Inglaterra que necesitara una explicación tan larga para reconocer aaquelalquemerefería!

—LamanodelSeñorestáextendidasobreél—dijoFelton—,noescaparáalcastigoquemerece.

Felton no hacía sino expresar respecto al duque el sentimiento de

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execración que todos los ingleses habían consagrado a aquel a quien losmismoscatólicosllamabanelexactor,elconcusionario,eldisoluto,yaquienlospuritanosllamabansimplementeSatán.

—¡Oh, Dios mío, Dios mío! —exclamó Milady—. Cuando os suplicoenviaraesehombreelcastigoqueleesdebido,sabéisquenoesporvenganzapropiaporloquelopersigo,sinoqueeslaliberacióndetodounpuebloloqueimploro.

—¿Loconocéisentonces?—preguntóFelton.

«Porfinmepregunta»,sedijoasímismaMiladyenelcolmodelaalegríaporhaberllegadotanprontoatangranresultado.

—¡Oh! ¿Si lo conozco? ¡Claro que sí! ¡Para mi desgracia, para midesgraciaeterna!

YMiladysetorciólosbrazoscomollegadaalparoxismodeldolor.Feltonsintiósindudaensímismoquesufuerzaloabandonaba,ydioalgunospasoshacialapuerta;laprisionera,quenoloperdíadevista,saltóensupersecuciónylodetuvo.

—¡Señor!—exclamó—.Sedbueno,sedclemente,escuchadmiruego:esecuchillo que la fatal prudencia del barónmeha quitado, porque sabe el usoque quiero hacer de él. ¡Oh, escuchadme hasta el final! ¡Ese cuchillodejádmelo un minuto solamente, por gracia, por piedad! Abrazo vuestrasrodillas;mirad,cerraréislapuerta,noesenvosenquienquierousarlo.¡Dios!,envos,elúnicoserjusto,buenoycompasivoqueheencontrado;envos,misalvadorquizá;unminuto,esecuchillo,unminuto,unosólo,yoslodevuelvoporelpostigodelapuerta;nadamásqueunminuto,señorFelton,¡yhabréissalvadomihonor!

—¡Mataros!—exclamóFeltoncon terror,olvidandoretirarsusmanosdelasmanosdelaprisionera—.¡Mataros!

—¡He dicho señor—murmuróMilady bajando la voz y dejándose caerabatidasobreelsuelo—,hedichomisecreto!Losabetodo,Diosmío,estoyperdida.

Feltonpermanecíadepie,inmóvileindeciso.

«Aúnduda—pensóMilady—,nohesidosuficientementeverdadera».

Seoyócaminarenelcorredor;MiladyreconocióelpasodelorddeWinter.Feltonloreconociótambiényseadelantóhacialapuerta.

Miladyseabalanzó.

—¡Oh!, ni una palabra—dijo con voz concentrada—, ni una palabra decuantooshedichoaesehombre,oestoyperdida,yseréisvos,vos…

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Luego,comolospasosseacercaban,ellasecallópormiedoaquesuvozfueraoída,apoyandoconungestodeterrorinfinitosuhermosamanosobrelabocadeFelton.FeltonrechazósuavementeaMilady,quefueacaersobreunatumbona.

LorddeWinterpasóantelapuertasindetenerse,yseoyóelruidodelospasosquesealejaban.

Felton,pálido como lamuerte, permaneció algunos instantes conel oídotenso y escuchando; luego, cuando el ruido se hubo apagado por completo,respiró como un hombre que sale de un sueño, y se precipitó fuera de lahabitación.

—¡Ah!—dijoMiladyescuchandoasuvezelruidodelospasosdeFelton,quesealejabanendirecciónopuestaalosdelorddeWinter—.¡Porfineresmío!

Luegosufrenteseensombreció.

—Silehablaalbarón—dijo—,estoyperdida,porqueelbarón,quesabedesobraquenomemataré,mepondrádelantedeéluncuchilloenlasmanos,yélveráquetodaestagrandesesperaciónnoeramásqueunjuego.

Fueasituarseanteelespejoysemiró:jamáshabíaestadotanbella.

—¡Oh,sí—dijosonriendo—,peroélnohablará!

Porlanoche,lorddeWintervinoconlacena.

—Señor—ledijoMilady—,¿vuestrapresenciaesunaccesorioobligadodemi cautividad, o podríais ahorrarme ese aumento de torturas que causanvuestrasvisitas?

—¡Cómo, querida hermana! —dijo de Winter—. ¿No me anunciasteissentimentalmente, con esa linda boca tan cruel hoy para mí, que veníais aInglaterra con el único fin de verme a vuestro gusto, goce cuya privación,según decíais, sentíais tanto que lo arriesgasteis todo por eso: mareo,tempestad,cautividad?Puesbien,aquímetenéis,quedadsatisfecha;además,estavezmivisitatieneunmotivo.

Milady se estremeció, creyóqueFeltonhabíahablado;nunca en toda suvidaquizáaquellamujer,quehabíaexperimentadotantasemocionespotentesyopuestas,habíasentidolatirsucorazóntanviolentamente.

Estaba sentada; lord deWinter cogió un sillón, lo acercó a su lado y sesentó junto a ella; luego, sacando de su bolso un papel que desplególentamente:

—Mirad—le dijo—, queríamostraros esta especie de pasaporte que yomismohe redactadoy que en adelante os servirá de número de orden en la

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vidaqueconsientoendejaros.

Luego,volviendosusojosdeMiladyalpapel,leyó:

Ordendeconducira…

—El nombre está en blanco —interrumpió lord de Winter—. Si tenéisalguna preferencia, indicádmela; y con tal que sea a unmillar de leguas deLondres,seharáavuestrogusto.Prosigo:

Ordendeconducira…lacitadaCharlotteBackson,marcadaporlajusticiadel reino de Francia, mas liberada por el castigo; permanecerá en esaresidencia,sinapartarsenuncadeellamásdetresleguas.Encasodetentativadeevasión,leseráaplicadalapenademuerte.Recibirácincochelinesdiariosparasualojamientoyalimentación.

—Esa orden no me concierne a mí —respondió fríamente Milady—,porquellevaunnombredistintoalmío.

—¡Unnombre!Pero¿esquetenéisuno?

—Tengoeldevuestrohermano.

—Osequivocáis,mihermanosóloesvuestrosegundomarido,yelprimerotodavíavive.DecidmesunombreylopondréenvezdelnombredeCharlotteBackson.¿No?¿Noqueréis?…¿Guardáissilencio?¡Estábien!SeréisinscritabajoelnombredeCharlotteBackson.

Miladypermaneció silenciosa; sóloqueenestaocasiónnoerayapor suafectación,sinoporterror;creyóquelaordenestabadispuestaaserejecutada:pensó que lord de Winter había adelantado su partida; creyó que estabacondenada a partir aquella misma noche. En su mente todo lo vio, pues,perdidoduranteuninstantecuandodeprontosediocuentadequelaordennoestabaadornadaconningunafirma.

La alegría que sintió ante este descubrimiento fue tan grande que no lapudoocultar.

—Sí,sí—dijolorddeWinter,quesediocuentadeloqueellapensaba—.Sí,buscáis lafirmayosdecís:notodoestáperdido,porqueeseactanoestáfirmada;me lo enseñanpara asustarme, esoes todo.Osequivocáis:mañanaesta orden será enviada a lord de Buckingham; pasado mañana volveráfirmadaporsupuñoyadornadaconsusello,yveinticuatrohorasdespués,yde eso yo soy quien os responde, recibirá su principio de ejecución.Adiós,señora,esoestodoloqueteníaquedeciros.

—Y yo os responderé, señor, que ese abuso de poder y ese exilio bajonombresupuestosonunainfamia.

—¿Preferís ser colgada bajo vuestro verdadero nombre, Milady? Ya lo

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sabéis, las leyes inglesas son inexorables cuando se abusa del matrimonio;explicaos con franqueza: aunque mi nombre, o mejor el nombre de mihermano,sehallemezcladoentodoesto,correréelriesgodelescándaloenunprocesopúblicocontaldeestarsegurodequealmismotiempomeverélibredevos.

Miladynorespondió,perosetornópálidacomouncadáver.

—¡Ah,yaveoquepreferís laperegrinación!Divinamente, señora, yhayunviejoproverbioquedicequelosviajesformanalajuventud.¡Afequenoestáisequivocadadespuésdetodo:lavidaesbuena!Poresonomepreocupaque vos me la quitéis. Todavía queda por arreglar el asunto de los cincochelines; memuestro algo parsimonioso, ¿no es así? Se debe a que nomepreocupaquecorrompáisavuestrosguardianes.Además,siempreosquedaránvuestrosencantosparaseducirlos.UsadlossivuestrofracasoconFeltonnooshaasqueadodelastentativasdeesegénero.

«Feltonnohahablado—sedijoMilady—,nadaestáperdidoaún».

—Yahora,señora,hastaluego.Mañanavendréparaanunciaroslapartidademimensajero.

LorddeWinterse levantó,saludó irónicamenteaMiladyysalió.Miladyrespiró: todavía tenía cuatro días por delante; cuatro días le bastaban paraterminardeseduciraFelton.

Unaideaterribleseleocurrióentonces:quelorddeWinterenviaríaquizáalpropioFeltonahacerfirmarlaordenaBuckingham;deesasuerteFeltonseleescapaba,yparaque laprisionera triunfasesenecesitaba lamagiadeunaseduccióncontinua.

Sin embargo, como hemos dicho, una cosa la tranquilizaba: Felton nohabíahablado.

No quiso parecer conmocionada por las amenazas de lord deWinter, sesentóalamesaycomió.

Luego,comohabíahecho lavíspera, sepusode rodillasy repitióenvozalta susoraciones.Como lavíspera, el soldadodejódecaminary sedetuvoparaescucharla.

Alpuntooyópasosmásligerosquelosdelcentinelaqueveníandelfondodelcorredoryquesedeteníanantesupuerta.

—Esél—dijo.

Y comenzó el mismo canto religioso que la víspera había exaltado tanviolentamenteaFelton.

Mas, aunque su voz dulce, plena y sonora vibró más armoniosa y más

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desgarradoraquenunca,lapuertapermaneciócerrada.Enunadelasmiradasfurtivasquelanzabasobreunpequeñopostigo,leparecióaMiladyvislumbrara travésde la rejacerrada losojosardientesdel joven;pero fuera realidadovisión,estavezéltuvosobresímismoelpoderdenoentrar.

Sóloqueinstantesdespuésdequeellaterminarasucantoreligioso,Miladycreyó oír un profundo suspiro; luego los mismos pasos que había oídoacercarsesealejaronlentamenteycomoconpesar.

CapítuloLV

Cuartajornadadecautividad

Al día siguiente, cuando Felton entró en la habitación de Milady, laencontródepie,subidasobreunsillón,teniendoentresusmanosunacuerdatejida con la ayuda de algunos pañuelos de batista desgarrados en tirastrenzadas unas con otras atadas cabo con cabo; al ruido que Felton hizo alabrirlapuerta,ladysaltóconprestezaalpiedesusillón,ytratódeocultartrasellaaquellacuerdaimprovisadaquesosteníaenlamano.

El jovenestabaaúnmáspálidoquedecostumbre,ysusojosenrojecidosporelinsomnioindicabanquehabíapasadounanochefebril.

Sin embargo, su frente estaba armada de una serenidadmás austera quenunca.

AvanzólentamentehaciaMilady,quesehabíasentado,ycogiendouncabodelatrenzaasesinaquepordescuido,oadredequizá,ellahabíadejadover:

—¿Quéesesto,señora?—preguntófríamente.

—¿Esto?Nada—dijoMilady sonriendo con esa expresión dolorosa quetanbien sabíadarellaa su sonrisa—.Elhastíoesel enemigomortalde losprisioneros,meaburríaymehedivertidotrenzandoestacuerda.

FeltondirigiólosojoshaciaelpuntodelmurodelahabitaciónanteelquehabíaencontradoaMiladydepiesobreelsillónenqueahoraestabasentada,yporencimadesucabezadivisóunganchodorado,empotradoenelmuro,yqueservíaparacolgarbienlosuniformes,bienlasarmas.

Temblaba, y la prisionera vio aquel temblor; porque aunque tuviera losojosbajos,nadaseleescapaba.

—¿Yquéhacéisdepiesobreesesillón?—preguntó.

—¿Quéosimporta?—respondióMilady.

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—Deseosaberlo—contestóFelton.

—No me preguntéis —dijo la prisionera—; vos sabéis de sobra que anosotros,losverdaderoscristianos,nosestáprohibidomentir.

—Puesbien—dijoFelton—;voyadecirosloquehacíais,omejor,loqueibais a hacer: ibais a acabar la obra fatal que alimentáis envuestro espíritu;pensad, señora, que si nuestroDios prohíbe lamentira, prohíbemuchomásseveramenteaúnelsuicidio.

—Cuando Dios ve a una de esas criaturas injustamente perseguida,colocadaentreelsuicidioyeldeshonor,creedme,señor,—respondióMiladycon un tono de profunda convicción—,Dios le perdona el suicidio; porqueentonceselsuicidioeselmartirio.

—Decís demasiado o demasiado poco; hablad, señora, en nombre delcielo,explicaos.

—¿Queoscuentemisdesgraciasparaquelastratéisdefábulas?¿Queosdiga mis proyectos para que vayáis a denunciarlos a mi perseguidor? No,señor.Además,¿quéosimportalavidaolamuertedeunainfelizcondenada?Vos no responderéis más que de mi cuerpo, ¿no es así? Y con tal quepresentéisuncadáverqueseareconocidoporelmío,noseosexigirámásyquizáinclusotengáisrecompensadoble.

—¡Yo,señora,yo!—exclamóFelton—.¿Suponerqueaceptaréelpremiodevuestravida?¡Oh,nopensáisenloquedecís!

—Dejadme hacer, Felton, dejadme hacer —dijo Milady exaltándose—;todo soldado debe ser ambicioso, ¿no es así? Vos sois teniente; pues bien,seguiréismicortejoconelgradodecapitán.

—Pero ¿qué os he hecho yo —dijo Felton trastornado— para que mecarguéisconsemejanteresponsabilidadanteloshombresyanteDios?Dentrodealgunosdíasosmarcharéismuylejosdeaquí,señora,vuestravidanoestaráya bajomi custodia, y entonces—añadió él con un suspiro—haréis lo quequeráis.

—O sea —exclamó Milady como si no pudiera resistir a una santaindignación—, vos, un hombre piadoso, vos a quien se llama un justo, nopedísotracosa:noserinculpado,noserinquietadopormimuerte.

—Yodebovelarporvuestravida,señora,yvelaréporella.

—Mas ¿comprendéis la misión que cumplís? Cruel ya, si yo fueraculpable,¿quénombreledaríais,quénombreledaráelSeñorsisoyinocente?

—Yosoysoldado,señora,ycumplolasórdenesqueherecibido.

—¿CreéisqueeldíadeljuiciofinalDiossepararálosverdugosciegosde

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los jueces inicuos? Vos no queréis que yo mate mi cuerpo, y os hacéis elagentedequienquierematarmialma.

—Pero, os lo repito—prosiguió Felton trastornado—, ningún peligro osamenaza,yyorespondoporlorddeWintercomodemímismo.

—¡Insensato! —exclamó Milady—. Pobre insensato que se atreve aresponder de otro hombre cuando los más sabios, cuando los más grandes,segúnDios,dudanenresponderdeellosmismos,yquesecolocaenelpartidomásfuerteymásfelizparaabrumaralamásdébilymásdesdichada.

—Imposible,señora,imposible—murmuróFelton,queenelfondodesucorazónsentíalajusticiadeesteargumento—;prisionera,norecuperaréispormílalibertad;viva,noperderéispormílavida.

—Sí—exclamóMilady—,peroperderéloqueesmuchomáscaroquelavida,perderéelhonor,Felton,yseréisvos,vos,aquienyoharéresponsableanteDiosyanteloshombresdemivergüenzaydemiinfamia.

EstavezFelton,pormás impasiblequefueraoquefingieraser,nopudoresistira la influenciasecretaqueyasehabíaapoderadodeél:veraaquellamujertanhermosa,blancacomolamáscándidavisión,verlaalternativamentedesconsoladayamenazadora, sufrira lavezelascendientedeldoloryde labelleza, era demasiado para un visionario, era demasiado para un cerebrominado por los sueños ardientes de la fe extática, era demasiado para uncorazóncorroídoalavezporelamordelcieloqueabrasa,porelodiodeloshombresquedevora.

Milady vio la turbación, sentía por intuición la llama de las pasionesopuestasqueardíanconlasangreenlasvenasdeljovenfanático;ycomoungeneralhábilque,viendoalenemigodispuestoaretroceder,marchasobreéllanzando el grito de victoria, ella se levantó, bella como una sacerdotisaantigua, inspirada como una virgen cristiana, y con el brazo extendido, elcuello al descubierto, los cabellos esparcidos, reteniendo con una mano suvestido púdicamente recogido sobre su pecho, la mirada iluminada por esefuego que ya había llevado el desorden a los sentidos del joven puritano,caminóhaciaél,exclamandoconunairevehementedesuvoztandulce,alaque,enaquellaocasión,prestabaunacentoterrible:

EntregaaBaalsuvíctima,

arrojaalosleoneselmártir:

¡Diosharáquetearrepientas!…

Aélclamodesdeelabismo.

Feltonsedetuvoanteesteextrañoapóstrofe,comopetrificado.

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—¿Quién sois vos, quién sois vos?—exclamó él juntando lasmanos—.¿Sois una enviada de Dios, sois un ministro de los infiernos, sois ángel odemonio,osllamáisEloahoAstarté?

—¿Nomehasreconocido,Felton?Yonosoyniunángelniundemonio,soyunahijadelatierra,soyunahermanadetucreencia,esoestodo.

—¡Sí,si!—dijoFelton—.Aúndudaba,peroahoracreo.

—¡Crees y, sin embargo, eres el cómplice de ese hijo de Belial que sellama lord de Winter! ¡Crees y, sin embargo, me dejas en manos de misenemigos, del enemigo de Inglaterra, del enemigo de Dios! ¡Crees y, sinembargo,meentregasaquienllenaymancillaelmundoconsusherejíasysusdesenfrenos, a ese infame Sardanápalo a quien los ciegos llaman duque deBuckinghamyaquienloscreyentesllamanelanticristo!

—¿YoentregarosaBuckingham?¿Yo?¿Quédecís?

—Tienenojos—exclamóMilady—ynoverán;tienenoídosynooirán.

—Sí,sí—dijoFeltonpasándoselasmanosporlafrentecubiertadesudorcomo para arrancar de ella su última duda—; sí, reconozco la voz quemehablaenmissueños:sí,reconozcolosrasgosdelángelquesemeaparececadanoche,gritandoamialmaquenopuededormir:«¡Golpea,salvaaInglaterra,sálvate a ti mismo, porque morirás sin haber calmado a Dios!». ¡Hablad,hablad!—exclamóFelton—.Ahorapuedocomprenderos.

Undestellodealegríaterrible,perorápidocomoelpensamiento,brotódelosojosdeMilady.

Por fugitiva que hubiera sido aquella luz homicida, Felton la vio y seestremeciócomosiaquellaluzhubierailuminadolosabismosdelcorazóndeaquellamujer.

Felton se acordó de pronto de las advertencias de lord deWinter, de lasseduccionesdeMilady,desusprimerastentativasdesdesullegada;retrocedióun paso y bajó la cabeza, pero sin cesar demirarla; como si, fascinado poraquellaextrañacriatura,susojosnopudierandesprendersedesusojos.

Miladynoeramujercapazdeequivocarseencuantoalsentidodeaquelladuda.Bajosusaparentesemocionessusangrefríanolaabandonaba.AntesdequeFelton lehubiera respondidoydequeellasevieraobligadaaproseguiraquellaconversacióntandifícildesostenerenelmismoacentodeexaltación,dejó caer susmanos y, como si la debilidad de lamujer se superpusiese alentusiasmodelinstante:

—Masno—dijo—,nome tocaamíser la Judithque libróaBetuliadeeste Holofernes. La espada del Eterno es demasiado pesada para mi brazo.Dejadme, pues, rehuir el deshonor de la muerte, dejadme refugiarme en el

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martirio.No os pido ni la libertad, como haría un culpable, ni la venganza,comoharíaunapagana.Dejadmemorir,esoestodo.Ossuplico,osimploroderodillas: dejadme morir, y mi último suspiro será una bendición para misalvador.

Anteestavozdulceysuplicante,anteestamiradatímidayabatida,Feltonseacercó.Pocoapocolaencantadorasehabíarevestidodeaquellosadornosmágicosqueseponíayquitabaavoluntad,esdecir,labelleza,ladulzura,laslágrimasy,sobretodo,elirresistibleatractivodelavoluptuosidadmística,lamásdevoradoradelasvoluptuosidades.

—¡Ay!—dijoFelton—.Nopuedomásqueunacosa,compadecerossimeprobáisquesoisunavíctima.MaslorddeWinter tienecruelesquejascontravos.Vossoiscristiana,soismihermanaenreligión;mesientoarrastradohaciavos,yoquenoheamadomásqueamibienhechor,yo,quenoheencontradoenlavidamásquetraidoreseimpíos.Perovos,señora,tanbellaenrealidad,tanpuraenapariencia,paraque lorddeWinterospersiga,habréiscometidoiniquidades.

—Tienenojos—repitióMiladyconunacento indeciblededolor—ynoverán;tienenoídosynooirán.

—Entonces—exclamóeljovenoficial—hablad,hablad,pues.

—¡Confiarosmivergüenza!—exclamóMiladyconelrubordelpudorenel rostro—. Porque a menudo el crimen de uno es la vergüenza del otro.¡Confiarosmivergüenzaavos,unhombre;yo,unamujer! ¡Oh!—continuóella llevando púdicamente sumano sobre sus hermosos ojos—. ¡Oh, jamás,jamáspodré!

—¡Amí,aunhermano!—exclamóFelton.

Miladylomirólargotiempoconunaexpresiónqueel jovenoficial tomóporduda,yque,sinembargo,noeramásqueunaobservacióny,sobretodo,voluntaddefascinar.

Felton,suplicanteasuvez,juntólasmanos.

—Puesbien—dijoMilady—,mefíodemihermano,meatrevo.

EnesemomentoseoyóelpasodelorddeWinter;peroestavezelterriblecuñado deMilady no se contentó, como había hecho la víspera, con pasardelante de la puerta y alejarse: se detuvo, cambió dos palabras con elcentinela,luegolapuertaseabrióyaparecióél.

Mientras sehabían cambiadoesasdospalabras,Feltonhabía retrocedidovivamente, y cuando lord deWinter entró, él estaba a algunos pasos de laprisionera.

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Elbarónentrólentamenteydirigiósumiradaescrutadoradelaprisioneraaljovenoficial.

—Hacemuchotiempo,John—dijo—,queestáisaquí.¿Oshacontadoesamujersuscrímenes?Entoncescomprendoladuracióndelaentrevista.

Feltontemblaba,yMiladysintióqueestabaperdidasinoacudíaenayudadelpuritanodesconcertado.

—¡Ah! ¡Teméis que vuestra prisionera se os escape!—dijo ella—. Puesbien,preguntadavuestrodignocarceleroquégraciasolicitabadeélhaceuninstante.

—¿Pedíaisunagracia?—dijoelbarónsuspicaz.

—Sí,milord—replicóeljovenconfuso.

—Yveamos,¿quégracia?—preguntólorddeWinter.

—Uncuchilloqueellamedevolveráporelpostigounminutodespuésdehaberlorecibido—respondióFelton.

—¿Hay aquí alguien escondido a quien esta graciosa persona quieradegollar?—prosiguiólorddeWinterconsuvozburlonaydespreciativa.

—Estoyyo—respondióMilady.

—OshedadoaelegirentreAméricayTyburn—replicólorddeWinter—;escoged Tyburn, Milady: la cuerda es todavía más segura que el cuchillocreedme.

Feltonpalidecióydiounpasoadelantepensandoque,enelmomentoenqueélhabíaentrado,Miladyteníaunacuerda.

—Tenéisrazón—dijoésta—,yyahabíapensadoenello—luegoañadióconunavozsorda—:lovolveréapensar.

Feltonsintiócorrerunestremecimientohastaenlaméduladesushuesos;probablementelorddeWinterpercibióestemovimiento.

—Desconfía, John—dijo—. John, amigomío,me he apoyado en ti, tencuidado.¡Teheprevenido!Además,tenvalor,hijomío,dentrodetresdíasnosveremoslibresdeestacriatura,ydondelaenvíennoperjudicaráanadie.

—¡Yalooís!—exclamóMiladyconescándalodetalformaqueelbaróncreyóqueellasedirigíaalcieloyqueFeltoncomprendióqueeraparaél.

Feltonbajólacabezaymeditó.

Elbaróntomóaloficialporelbrazovolviendolacabezasobresuhombro,afindenoperderdevistaaMiladyhastahabersalido.

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—Vamos,vamos—dijolaprisioneracuandolapuertasehubocerrado—,no estoy tan adelantada como creía. Winter ha cambiado su estupidezordinariaporunaprudenciadesconocida.¡Loqueeseldeseodevenganza,ycuánto formaalhombreesedeseo!EncuantoaFelton,duda. ¡Ay,noesunhombre comoesemalditoD’Artagnan!Unpuritanono adoramásque a lasvírgenes,ylasadorajuntandolasmanos.Unmosqueteroamaalasmujeres,ylasamajuntadolosbrazos.

Sin embargo,Milady esperó con impaciencia, porque sospechaba que lajornadanopasaría sinvolver aver aFelton.Por finunahoradespuésde laescena que acabamos de contar, oyó que se hablaba en voz baja junto a lapuerta,luegoalpuntolapuertaseabrióyreconocióaFelton.

Eljovenavanzórápidamenteporelcuarto,dejandolapuertaabiertatrasélyhaciendoseñalaMiladydecallarse;teníaelrostroalterado.

—¿Quémequeréis?—dijoella.

—Escuchad—respondióFeltonenvozbaja—,acabodealejaralcentinelaparapoderpermaneceraquísinquesesepaquehevenido,parahablarossinque se pueda oír lo que os digo. El barón acaba de contarme una historiaespantosa.

Miladyadoptóunasonrisadevíctimaresignadaysacudiólacabeza.

—Ovossoisundemonio—continuóFelton—,oelbarón,mibienhechor,mi padre, es unmonstruo. Os conozco desde hace cuatro días, le amo a éldesdehacediezaños;puedo,pues,dudarentre losdos;noosasustéisde loque os digo, necesito estar convencido. Esta noche, después de las doce,vendréaveros,vosmeconvenceréis.

—No,Felton, no, hermanomío—dijo ella—, el sacrificio es demasiadogrande,ysientocuántooscuesta.No,estoyperdida,noosperdáisconmigo.Mimuerteserámuchomáselocuentequemivida,yelsilenciodelcadáverosconvencerámuchomejorquelaspalabrasdelaprisionera.

—Callaos,señora—exclamóFelton—,ynomehabléisasí;hevenidoparaque me prometáis bajo palabra de honor, para que me juréis por lo mássagradoparavosquenoatentaréiscontravuestravida.

—Noquieroprometer—dijoMilady—porquenadiemásqueyorespetaeljuramentoy,siprometiera,tendríaquecumplirlo.

—¡Puesbien!—dijoFelton—.Comprometeos sólohastaelmomentoenquemevolváis a ver.Si cuandomehayáis vuelto a ver persistís aún, ¡puesbien!,entoncesseréislibre,yyomismoosdaréelarmaquemehabéispedido.

—¡Deacuerdo!—dijoMilady—.Esperaréporvos.

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—Juradlo.

—LojuropornuestroDios.¿Estáiscontento?

—Bien—dijoFelton—;hastaestanoche.

Yseprecipitófueradelcuarto,volvióacerrarlapuertayesperófuera,conelespontóndelsoldadoenlamano,comosihubieramontadolaguardiaensulugar.

Unavezvueltoelsoldado,Feltonledevolvióelarma.

Entonces, a través del postigo al que se había acercado, Milady vio aljoven persignarse con un fervor delirante e irse por el corredor con untransportedealegría.

Encuantoaella,volvióasupuestoconunasonrisadesalvajedesprecioensuslabios,yrepitióblasfemandoesenombreterribledeDiosporelquehabíajuradosinhaberaprendidonuncaaconocerlo.

—¡MiDios!—dijoella—.¡Fanáticoinsensato!¡MiDiossoyyo,yo,yélquienmeayudaráavengarme!

CapítuloLVI

Quintajornadadecautividad

Miladyhabía llegadoa lamitaddel triunfoyeléxitoobtenidoredoblabasusfuerzas.

No era difícil vencer, como lo había hecho hasta entonces, a hombresprontos a dejarse seducir y a quienes la educación galante de la cortearrastrabaprontoalatrampa;Miladyerabastantehermosaparanoencontrarresistenciadepartedelacarne,yerabastantehábilparapasarporencimadetodoslosobstáculosdelespíritu.

Masestavez teníaque lucharcontraunanaturalezasalvaje,concentrada,insensibleafuerzadeausteridad; la religióny lapenitenciahabíanhechodeFelton un hombre inaccesible a las seducciones corrientes. Daba vueltas enaquellacabezaexaltadaaplanestanvastos,aproyectostantumultuosos,queno quedaba en ella sitio para ningún amor, de capricho o de materia, esesentimiento que se nutre de ocio y crece con la corrupción. Milady habíaabierto por tanto brecha, con su falsa virtud, en la opinión de un hombrehorriblemente prevenido contra ella, y con su belleza en el corazón y lossentidosdeunhombrecastoypuro.Finalmente,sehabíamostradoasímismala medida de sus medios, desconocidos para ella misma hasta entonces,

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medianteestaexperienciahechasobreelsujetomásrebeldequelanaturalezaylareligiónpodíansometerasuestudio.

Sin embargo, durante la veladamuchas veces había desesperado ella deldestinoydesímisma;noinvocabaaDios,yalosabemos,peroteníafeenelgeniodelmal,esainmensasoberaníaquereinaentodoslosdetallesdelavidahumana,yalaque,comoenlafábulaárabe,ungranodegranadalebastaparareconstruirunmundoperdido.

Milady,bienpreparadapararecibiraFelton,pudomontarsusbateríasparael día siguiente. Sabía que no le quedaban más que dos días, que una vezfirmada la orden por Buckingham (y Buckingham la firmaría tanto másfácilmente cuanto que la orden llevabaunnombre falso, y quenopodría élreconocer a la mujer de que se trataba), una vez firmada aquella orden,decíamos,elbarónlaharíaembarcarinmediatamente,ysabíatambiénquelasmujerescondenadasaladeportaciónusanarmasmuchomenospoderosasensusseduccionesquelaspretendidasmujeresvirtuosascuyabellezailuminaelsol del mundo, cuyo espíritu alaba la voz de la moda y un reflejo dearistocracia adora con sus luces encantadas.Serunamujer condenadaaunapena miserable e infamante no es impedimento para ser bella, pero es unobstáculoparavolversealgunavezpoderosa.Comotodaslasgentesdeméritoreal,Miladyconocíaelmedioqueconveníaasunaturaleza,asusrecursos.Lapobreza le repugnaba, la abyección disminuía dos tercios de su grandeza.Miladynoerareinasinoentre lasreinas;sudominaciónnecesitabaelplacerdel orgullo satisfecho. Mandar a seres inferiores era para ella más unahumillaciónqueunplacer.

Desde luego,habríavueltode suexilio, esono lodudabaniun instante;pero ¿cuánto tiempo podría durar ese exilio? Para una naturaleza activa yambiciosacomoladeMilady,losdíasqueunonoseocupaensubirsondíasnefastos. ¡Piénsese, pues, cuál es la palabra con que deben denominarse losdíasqueunoempleaendescender!Perderunaño,dosaños,tresaños;esdecir,unaeternidad,volvercuandoD’Artagnan,felizytriunfante,hubierarecibidodelareina, juntoconsusamigos, larecompensaquesehabíangranjeadodesobra con los servicios que habían prestado: era ésta una de esas ideasdevoradorasqueunamujercomoMiladynopodíasoportar.Porlodemás,latormentaquebramabaenelladuplicabasufuerza,yhabríahechoestallarlosmurosdesuprisiónsisucuerpohubierapodidotomarporunsoloinstantelasproporcionesdesuespíritu.

Luego, lo que enmedio de todo esto la aguijoneaba era el recuerdo delcardenal. ¿Qué debía pensar, qué debía decir de su silencio el cardenal,desconfiado,inquieto,suspicaz;elcardenal,nosólosuúnicoapoyo,suúnicosostén,suúnicoprotectorenelpresente,sinoademáselprincipalinstrumentode su fortuna y de su venganza futura?Ella lo conocía, ella sabía que a su

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retraso tras un viaje inútil, por más que arguyese la prisión, por más queexaltase los sufrimientos soportados, el cardenal respondería con aquellacalmaburlonadelescépticopotentealavezporlafuerzayporelgenio:«¡Noteníaisquehaberosdejadocoger!».

EntoncesMilady reunía toda su energía,murmurando en el fondo de supensamientoelnombredeFelton,elúnicodestellodeluzquepenetrabahastaella en el fondo del infierno en que había caído; y como una serpiente queenrolla y desenrolla sus anillos para darse ella misma cuenta de su fuerza,envolvía de antemano a Felton en los mil repliegues de su imaginacióninventiva.

Sin embargo el tiempo transcurría, las horas, unas tras otras, parecíandespertarlacampanaalpasar,ycadagolpedelbadajodebroncerepercutíaenel corazón de la prisionera. A las nueve, lord de Winter hizo su visitaacostumbrada,miró la ventana y los barrotes, sondeó el suelo y losmuros,inspeccionólachimeneaylaspuertassinqueduranteestalargayminuciosainspecciónniélniMiladypronunciasenunasolapalabra.

Indudablemente los dos comprendían que la situación se había vueltodemasiado grave para perder el tiempo en palabras inútiles y en cóleras sinefecto.

—Vamos, vamos —dijo el barón al dejarla—, ¡esta noche todavía noescaparéis!

A lasdiezvinoFeltonacolocaruncentinela;Milady reconoció supaso.Ahoraloadivinabaellacomounaamanteadivinaeldelamadodesucorazón,y,sinembargo,Miladydetestabaydespreciabaalavezaaqueldébilfanático.

Noeralahoraconvenida,Feltonnoentró.

Doshorasdespués,ycuandodabanlasdoce,elcentinelafuerelevado.

Estavezsíeralahora;poreso,apartirdeesemomentoMiladyesperóconimpaciencia.

Elnuevocentinelacomenzóapasearseporelcorredor.

AlcabodediezminutosllegóFelton.

Miladyprestóoído.

—Escucha—dijoel jovenalcentinela—no tealejesdeestepuestobajoningúnpretexto,porquesabesque lanochepasadaunsoldado fuecastigadopor milord por haber dejado su puesto un instante, aunque fui yo quien,durantesucortaausencia,vigilóensupuesto.

—Sí,losé—dijoelsoldado.

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—Terecomiendo,portanto,lamásexactavigilancia.Yo—añadió—voyaentrar para inspeccionar por segunda vez la habitación de esta mujer, quesegúntemotienesiniestrosproyectoscontrasímismayalacualherecibidoordendecuidar.

—Bueno —murmuró Milady—, ¡ya tenemos al austero puritanomintiendo!

Encuantoalsoldado,secontentóconsonreír.

—¡Diantre! Mi teniente —dijo—, no sois tan desgraciado por estarencargadodesemejantescomisiones,sobretodosimilordosautorizaamirarhastaensucama.

Felton se ruborizó; en cualquier otra circunstancia hubiera reprendido alsoldado que se permitía semejante broma; pero su conciencia murmurabademasiadoaltoparaquesubocaosasehablar.

—Sillamo—dijo—,ven;igualquesialguienviene,llámame.

—Sí,miteniente—dijoelsoldado.

FeltonentróenlahabitacióndeMilady.Miladyselevantó.

—¿Yaestáisaquí?—dijoella.

—Oshabíaprometidovenir—dijoFelton—yhevenido.

—Mehabíaisprometidootracosaademás.

—¿Qué? ¡Dios mío! —dijo el joven que, pese a su dominio sobre símismo,sentíasusrodillastemblarycomenzarabrotarelsudorensufrente.

—Habíais prometido traerme un cuchillo y dejármelo tras nuestraconversación.

—Nohabléisdeeso,señora—dijoFelton—nohaysituaciónporterriblequeseaqueautoriceaunacriaturadeDiosadarselamuerte.Hereflexionadoquenodebohacermenuncaculpabledesemejantepecado.

—¡Ah, habéis reflexionado!—dijo la prisionera sentándose en su sillónconunasonrisadedesdén—.Tambiényohereflexionado.

—¿Enqué?

—En que yo no tenía nada que decir a un hombre que nomantenía supalabra.

—¡Diosmío!—murmuróFelton.

—Podéisretiraros—dijoMilady—,nohablaré.

—¡Aquíestáelcuchillo!—dijoFeltonsacandodesubolsilloelarmaque

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segúnsupromesahabíatraído,peroquedudabaenentregarasuprisionera.

—Veámoslo—dijoMilady.

—¿Quévaisahacer?

—Palabradehonor,oslodevuelvoalmomento;lopondrésobrelamesayvosquedaréisentreélyyo.

Felton tendió el arma a Milady, que examinó atentamente su temple yprobólapuntaenelextremodesudedo.

—Bien—dijoelladevolviendoelcuchilloal jovenoficial—,esunbuenacero;soisunfielamigo,Felton.

Felton cogió el arma y la puso sobre la mesa como acababa de seracordadoconsuprisionera.

Miladylosiguióconlosojosehizoungestodesatisfacción.

—Ahora—dijoella—,escuchadme.

La recomendación era inútil: el joven oficial estaba de pie ante ellaesperandosuspalabrasparadevorarlas.

—Felton—dijoMiladyconunaseveridad llenademelancolía—,Felton,si vuestra hermana, la hija devuestropadre, os dijera: «Joven aún, bastantehermosa por desgracia, me hicieron caer en una trampa, resistí; semultiplicaronentornomíolasemboscadas,resistí;seblasfemólareligiónalaquesirvo,alDiosqueadoro,porquellamabaenmiayudaaeseDiosyaesareligión, resistí; entonces se me prodigaron los ultrajes, y como no podíanperdermialma,quisieronmancillarmicuerpoparasiempre;finalmente…».

Miladysedetuvo,yunasonrisaamargapasóporsuslabios.

—Finalmente—dijoFelton—,finalmente,¿quéhanhecho?

—Finalmente, una noche decidieron paralizar esa resistencia que no sepodíavencer:unanochemezclaronenmiaguaunpoderosonarcótico;apenashube acabado mi cena, me sentí caer poco a poco en un entumecimientodesconocido.Aunquenosintiesedesconfianza,untemorvagoseapoderódemí y traté de luchar contra el sueño;me levanté, quise correr a la ventana,pedirsocorro,peromispiernassenegaronallevarme;meparecíaqueeltechobajabacontramicabezaymeaplastabaconsupeso;tendílosbrazos,tratédehablar, no pude más que lanzar sonidos inarticulados; un embotamientoirresistibleseapoderabademí,meagarréaunsillón,sintiendoqueibaacaer,masprontoaquelapoyofueinsuficienteparamibrazosdébiles,caísobreunarodilla,luegosobrelasdos;quisegritar,milenguaestabahelada;Diosnomevionimeoyósinduda,ymedeslicéporelsuelo,presadeunsueñoqueseparecía a la muerte. De todo cuanto pasó en este sueño y del tiempo que

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transcurrió durante su duración, ningún recuerdo tengo; la única cosa querecuerdoesquemedespertéacostadaenunahabitaciónredondacuyomoblajeerasuntuoso,yenlaquelaluzsólopenetrabaporunaaberturadeltecho.Porlo demás, ninguna puerta parecía dar entrada a ella: se hubiera dicho unaprisiónmagnífica.Pasémuchotiempohastaquepudedarmecuentadellugarenquemeencontrabaydetodoslosdetallesquecuento,miespírituparecíalucharinútilmenteparasacudirlaspesadastinieblasdeaquelsueñoalquenopodía arrancarme; tenía percepciones vagas de un espacio recorrido, de larodaduradeuncoche,deunsueñohorribleenelquemisfuerzasseagotarían;pero todo aquello era tan sombrío y tan indistinto en mi pensamiento, queestossucesosparecíanperteneceraotravidadistintaalamíay,sinembargo,mezcladaa lamíaporunafantásticadualidad.Aveces,elestadoenquemeencontraba me pareció tan extraño, que creí que era un sueño.Me levantévacilante, mis vestidos estaban junto amí, sobre una silla: no recordaba nihabermedesnudadonihabermeacostado.Entoncespocoapocolarealidadsepresentó amí llena de púdicos terrores: yo no estaba ya en la casa en quevivía; por lo que podía juzgar por la luz del sol, habían transcurrido ya dosterciosdeldía;habíadormidodesdelavigiliahastalanoche;misueñohabíadurado,pues,casiveinticuatrohoras.¿Quéhabíapasadoduranteaquel largosueño? Me vestí tan rápidamente como me fue posible. Todos mismovimientoslentosyembotadosatestiguabanquela influenciadelnarcóticono se había disipado aún por completo. Por lo demás, aquel cuarto estabaamueblado para recibir a una mujer; y la coqueta más acabada no habríatenidounsolodeseoqueformularque,paseandosumiradaporelcuarto,nohubiera visto completamente cumplido. Desde luego no era yo la primeracautivaquesehabíavistoencerradaenaquellaespléndidaprisión;perocomocomprenderéis,Felton, cuantomásbella era laprisión,másmiedomedaba.Sí,eraunaprisiónporquetratéenvanodesalirdeella.Tanteétodoslosmurosconobjetodedescubrirunapuerta:entodaslasparteslosmurosdevolvieronunsonidoplanoysordo.Quizáquincevecesdilavueltaaaquellahabitación,buscandounasalidacualquiera:nolahabía;caíagotadadefatigaydeterrorenunsillón.Duranteestetiempo,lanocheseacercabarápidamenteyconlanoche aumentaban mis terrores: no sabía si debía quedarme donde estabasentada;meparecíaqueestaba rodeadadepeligrosdesconocidosen losqueibaacaeracadaPaso.Aunquenohubiesecomidonadadesdelavíspera,mistemoresmeimpedíansentirhambre.Ningúnruidodefuera,quemepermitiesemedireltiempo,llegabahastamí;presumíasóloquepodíanserdelassietealasochodelanoche;porqueestábamosenelmesdeoctubre,ylaoscuridadera total.Depronto, el chirridodeunapuertaquegira sobre susgoznesmehizotemblar;unglobodefuegoaparecióencimadelaaberturaguarnecidadevidrios del techo arrojando una viva luz en mi habitación y vislumbré conterrorqueunhombreestabadepieaalgunospasosdemí.Unamesacondos

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cubiertos,conunacenatotalmentepreparada,sehabíaalzadocomopormagiaenmediodel cuarto.Aquel hombre era el quemeperseguíadesdehacíaunaño, el que había juradomi deshonor y el que, a las primeras palabras quesalieron de su boca, me hizo comprender que lo había cumplido la nocheanterior.

—¡Infame!—murmuróFelton.

—¡Oh,sí,infame!—exclamóMiladyviendoelinterésqueeljovenoficial,cuyaalmaparecíasuspendidadesuslabios,setomabaenesteextrañorelato—.¡Oh,sí,infame!Habíacreídoquelebastabaconhabertriunfadodemíenmisueñoparaquetodoestuviesedicho;veníaesperandoqueyoaceptaríamivergüenza,puestoquemivergüenzaestabaconsumada;veníaaofrecermesufortuna a cambio demi amor. Todo cuanto el corazón de unamujer puedecontenerdesoberbiodesprecioydepalabrasdesdeñosasloarrojésobreaquelhombre;sindudaestabahabituadoareprochessemejantesporquemeescuchótranquilo,sonrienteycon losbrazoscruzadossobreelpecho; luego,cuandocreyóqueyohabíadicho todo,seadelantóhaciamí:yosaltéhacia lamesa,cogíuncuchilloyloapoyésobremipecho.«Dadunpasomás—ledije—yademás de mi deshonor tendréis también mi muerte que reprocharos». Sinduda,enmimirada,enmivoz,entodamipersonahabíaesaverdaddegesto,de ademán y de acento que lleva la convicción a las almas más perversas,porque se detuvo. «¡Vuestro amor!—me dijo—. ¡Oh, no! Sois una amanteencantadora para que consienta en perderos así, después de haber tenido ladicha de poseeros, una sola vez solamente. ¡Adiós, hermosa! Esperaré paravolveravisitarosaqueestéisenmejoresdisposiciones».Trasestaspalabras,silbó; el globo de llama que iluminaba mi habitación subió y desapareció;volvíaencontrarmeenlaoscuridad.Elmismoruidodeunapuertaqueseabrey se cierra se reprodujo un instante después, el globo resplandecientedescendiódenuevoyvolvíaencontrarmesola.Aquelmomentofuehorrible;si aún tenía algunas dudas sobre mi desdicha, esas dudas se habíandesvanecido en una desesperante realidad: estaba en poder de un hombre alquenosólodetestabasinoalquedespreciaba;unhombrecapazdetodoyqueyamehabíadadounapruebafataldealoquepodíaatreverse.

—Mas¿quiéneraesehombre?—preguntóFelton.

—Pasé lanocheenuna silla, estremeciéndomealmenor ruido;porqueamedia nochemás omenos, la lámpara se había apagado, y yo yame habíavueltoaencontrarenlaoscuridad.Maslanochepasósinnuevastentativasdemi perseguidor.Llegó el día, lamesa había desaparecido; sólo que yo teníaaúnelcuchilloen lamano.Aquelcuchilloera todamiesperanza.Yoestabarotadefatiga;elinsomnioquemabamisojos;nomehabíaatrevidoadormirniun solo instante: el día me tranquilizó, fui a echarme sobre mi cama sinabandonar el cuchillo liberador que oculté bajo mi almohada. Cuando me

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desperté,unanuevamesaestabaservida.Estavez,peseamisterrores,apesardemisangustias,sehizosentirunhambredevoradora;hacíacuarentayochohorasquenohabíatomadoningúnalimento:comípanyalgunasfrutas;luego,acordándome del narcóticomezclado al agua que había bebido, no toqué laqueestabaenlamesayfuiallenarmivasoenunafuentedemármoladosadaal muro, encima de mi lavabo. Sin embargo, pese a esta precaución, nopermanecí menos tiempo en una angustia horrorosa; pero mis temores noestaban fundados esta vez: pasé la jornada sin experimentar nada que separeciesealoquetemía.Habíatenidolaprecaucióndevaciaramediaslajarraparaquenosedierancuentademidesconfianza.Llególanoche,yconellalaoscuridad; sin embargo, por profunda que fuese, mis ojos comenzaban ahabituarseaella;vienmediodelastinieblashundirselamesaenelsuelo;uncuartodehoradespuésreaparecióconmicena;uninstantedespués,graciasalamisma lámpara,mi habitación se iluminó de nuevo. Estaba resuelta a nocomermásqueobjetosa losquefuera imposiblemezclarningúnsomnífero:dos huevos y algunas frutas compusieronmi comida; luego fui a tomar unvaso de agua demi fuente protectora y lo bebí. A los primeros sorbos,meparecióquenoteníaelmismogustoqueporlamañana:unasospecharápidaseapoderódemí,medetuve,peroyahabíatragadomediovaso.Tiréelrestocon horror, y esperé, con el sudor del espanto en la frente. Sin duda, algúninvisible testigo me había visto tomar el agua de aquella fuente, y habíaaprovechado mi confianza para asegurar mejor mi pérdida tan fríamenteresuelta,tancruelmenteperseguida.Nohabíatranscurridomediahoracuandose produjeron los mismos síntomas; sólo que como aquella vez no habíabebido más que medio vaso de agua, luché más tiempo, y en lugar dedormirme completamente, caí en un estado de somnolencia que me dejabasentir lo que pasaba en torno mío, a la vez que me quitaba la fuerza dedefenderme o de huir.Me arrastré haciami cama, para buscar allí la únicadefensa quemequedaba,mi cuchillo salvador; pero no pude llegar hasta lacabecera:caíde rodillas,con lasmanosaferradasaunade lascolumnasdelpie;entoncescomprendíqueestabaperdida.

Feltonpalidecióhorrorosamente,yunestremecimientoconvulsivocorrióportodosucuerpo.

—Yloqueeramáshorroroso—continuóMiladyconlavozalteradacomosi hubiera experimentado aún la misma angustia que en aquel momentoterrible— es que aquella vez yo tenía conciencia del peligro que meamenazaba;esquemialma,puedodecirlo,velabaenmicuerpoadormecido;esqueyoveía,esqueoía;esciertoquetodoaquelloeracomounsueño,peronoporellomenosespantoso.Vi la lámparaqueascendíayquepocoapocomedejabaen laoscuridad; luegooíelchirrido tanbienconocidodeaquellapuerta, aunque aquella puerta sólo se hubiera abierto dos veces. Sentíinstintivamentequealguienseacercabaamí;dicenqueeldesgraciadoperdido

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en losdesiertosdeAmérica sientede estemodo la cercaníade la serpiente.Queríahacerunesfuerzo,tratabadegritar;graciasaunaincreíbleenergíadevoluntad me levanté, para volver a caer al punto… y volver a caer en losbrazosdemiperseguidor.

—Decidme,pues,¿quiéneraesehombre?—exclamóeljovenoficial.

MiladyviodeunasolamiradatodoelsufrimientoqueinspirabaaFelton,sopesándolo en cada detalle de su relato; pero no quería hacerle gracia deninguna tortura.Conmayor profundidad le rompería el corazón, conmayorseguridad la vengaría. Ella continuó, pues, como si no hubiera oído suexclamación,ocomosihubierapensadoquenohabíallegadoaúnelmomentoderesponderaella.

—Sólo que aquella vez el infame tenía que habérselas no ya con unaespeciedecadáver inerte,sinningúnsentimiento.Yaos lohedicho:aunquenoconseguíarecuperarelejerciciocompletodemisfacultades,mequedabaelsentimientodemipeligro: luchaba,pues,con todasmis fuerzas,y,sinduda,pese a lo debilitada que estaba, oponía una larga resistencia, porque lo oíexclamar:«¡Estasmiserablespuritanas!Sabíaquecansanasusverdugos,perolas creía menos fuertes contra sus seductores». ¡Ay! Aquella resistenciadesesperadanopodíadurarmuchotiempo,sentíquemisfuerzasseagotaban;yestaveznofuedemisueñode loqueelcobardeseaprovechó, fuedemidesvanecimiento.

Feltonescuchabasinhaceroírotracosaqueunaespeciederugidosordo;sólo el sudor corría sobre su frente de mármol, y su mano oculta bajo suuniformedesgarrabasupecho.

—Mi primer movimiento al volver en mí fue buscar bajo mi almohadaaquel cuchillo que no había podido alcanzar; si no había servido para ladefensapodíaserviralmenosparalaexpiación.Peroalcogeraquelcuchillo,Felton,mevinounaideaterrible.Hejuradodecíroslotodoyoslodirétodo;osheprometidolaverdad,ladiréaunquemepierda.

—Osvino la ideadevengarosde aquel hombre, ¿no es eso?—exclamóFelton.

—¡Pues, sí!—dijoMilady—.Aquella ideanoeradecristiana, lo sé; sindudaeseeternoenemigodenuestraalma,eseleónquerugesincesarentornode nosotros la soplaba ami espíritu. En fin, ¿qué puedo deciros Felton?—continuóMiladyconel tonodeunamujerqueseacusadeuncrimen—.Mevino esa idea y sin duda ya no me dejó. Hoy llevo el castigo de esepensamientohomicida.

—Continuad,continuad—dijoFelton—,tengoprisaporverosllegaralavenganza.

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—¡Oh!Resolvíqueteníaquellegarloantesposible,nodudabadequeélvolvería a la noche siguiente Por el día no tenía nada que temer. Por eso,cuandovinolahoradelalmuerzo,nodudéencomerybeber:estabaresueltaafingirquecenaba,peronotomaríanada;debíaportanto,combatirmediantelanutricióndelamañanaelayunodelanoche.Sóloqueocultéunvasodeaguasustraída a mi desayuno, dado que había sido la sed la que más me habíahecho sufrir cuando había permanecido cuarenta y ocho horas sin beber nicomer.Eldíatranscurriósintenerotrainfluenciasobremíqueafirmarmeenlaresolución tomada:sóloque tuvecuidadodequemirostrono traicionaseennadaelpensamientodemicorazón,porquenodudabadequeeraobservada;varias veces incluso sentí una sonrisa enmis labios. Felton, nome atrevo adecirosantequéideasonreía,sentiríaishorrordemí…

—Continuad,continuad—dijoFelton—,yaveisqueescuchoyquetengoprisaporllegar.

—Llegó la noche, los acontecimientos habituales se produjeron; en laoscuridad, como de costumbre, fue servida mi cena, luego la lámpara seiluminó,ymesentéalamesa.Comísóloalgunasfrutas:fingíquemeservíaagua de la jarra, pero sólo bebí de la que había conservado enmi vaso; lasustitución, por lo demás, fue hecha con la maña suficiente para que misespías, si los tenía, no concibiesen sospecha alguna.Tras la cena, ofrecí lasmismas señales de embotamiento que la víspera; pero esta vez, como sisucumbiesealafatigaocomosimefamiliarizaseconelpeligro,mearrastréhacia la cama a hice semblante de adormecerme. En esta ocasión habíaencontradomi cuchillo bajo la almohada y, al tiempoque fingía dormir,mimanoapretabaconvulsivamentelaempuñadura.Transcurrierondoshorassinqueocurriesenadanuevo.¡Aquellavez,Diosmío!¡Quiénmehubieradichoesto la víspera: comenzaba a temer que no viniese! Por fin, vi la lámparaelevarse suavemente y desaparecer en las profundidades del techo; mihabitación se llenó de tinieblas, pero hice un esfuerzo por horadar con lamiradalaoscuridad.Aproximadamentepasarondiezminutos.Nooíayootroruidoqueeldellatidodemicorazón.Yoimplorabaalcieloparaqueviniese.Porfinoíelruidotanconocidodelapuertaqueseabríayvolvíaacerrarse;oí,pesealespesordelaalfombra,unpasoquehacíachirriarelsuelo;vi,pesealaoscuridad,unasombraqueseacercabaamicama.

—¡Daos prisa daos prisa! —dijo Felton—. ¿No veis que cada una devuestraspalabrasmequemacomoplomoderretido?

—Entonces —continuó Milady— entonces reuní todas mis fuerzas, meacordédequeelmomentodelavenganza,o,mejordicho,delajusticiahabíasonado; me consideraba otra Judith; me recogí sobre mí misma, con micuchillo en la mano, y cuando lo vi junto a mí tendiendo los brazos parabuscar a su víctima, entonces, con el último grito del dolor y de la

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desesperación, legolpeéenmediodelpecho. ¡Miserable! ¡Lohabíaprevistotodo: supechoestabacubiertodeunacotademalla!El cuchillo seembotó.«¡Ay, ay!—exclamó cogiéndome el brazo y arrancándome el arma que tanmalmehabíaservido—.¡Queréismivida,hermosapuritana!Masestoesmásque odio, esto es ingratitud. ¡Vamos, vamos, calmaos, calmaos, niña mía!Habíacreídoqueoshabíaisdulcificado.Nosoydeesostiranosqueconservanlas mujeres por la fuerza: no me amáis, dudaba de ello con mi fatuidadordinaria;ahoraestoyconvencido.Mañanaseréislibre».Yonoteníamásqueun deseo: era quemematase. «¡Tened cuidado!—le dije—.Mi libertad esvuestrodeshonor.Sí,porqueapenassalgadeaquídirétodo,dirélaviolenciaque habéis usado contramí, dirémi cautividad. Denunciaré este palacio deinfamia; estáis colocadomuy alto,milord,mas temblad. Por encima de vosestá el rey, por encima del rey está Dios». Por dueño que pareciese de símismo,miperseguidordejó traslucirunmovimientode cólera.Yonopodíaverlaexpresióndesurostro,perohabíasentidoestremecersesubrazosobreelque estaba puesta mi mano. «Entonces, no saldréis de aquí», dijo. «¡Bien,bien!—exclaméyo—.Entoncesellugardemisuplicioserátambiéneldemitumba.Yomoriréaquíyyaveréissiunfantasmaqueacusanoesmásterribleaúnqueunvivoqueamenaza».«Noseosdejaráningúnarma».«Hayunaquela desesperación ha puesto al alcance de toda criatura que tenga el valor deservirsedeella.Medejarémorirdehambre».«Veamos—dijoelmiserable—,¿novalemáslapazqueunaguerracomoésta?Osdevuelvolalibertadahoramismo,osproclamounavirtud,osdenomino laLucreciade Inglaterra».«Yyo,yodigoquevos soisSextus, yoosdenuncio a loshombres comooshedenunciadoyaaDios;ysihacefaltaque,comoLucrecia,firmemiacusaciónconmisangre,lafirmaré».«¡Ah,ah!—dijomienemigoenuntonoburlón—.Entoncesesdistinto.Afequeafindecuentasestáisbienaquí:nadaosfaltará,y si os dejáis morir de hambre, será culpa vuestra». Tras estas palabras seretiró, oí abrirse yvolverse a cerrar la puerta y permanecí abismada,menosaún, lo confieso, enmi dolor que en la vergüenza de no haberme vengado.Mantuvosupalabra.Todoeldía,todalanochetranscurrieronsinquevolviesea verlo. Pero yo tambiénmantuvemi palabra, y no comí ni bebí; como lehabíadicho,estabaresueltaadejarmemorirdehambre.Paséeldíaylanocherezando, porque esperaba que Dios me perdonase mi suicidio. La segundanochelapuertaseabrió;estabatumbadaenelsuelo,lasfuerzascomenzabanaabandonarme.Anteelruido,melevantésobreunamano.«Ybien—medijounavozquevibrabadeunaformademasiadoterribleamioídoparaquenolareconociese—;ybien,noshemosdulcificadounpoco,ypagaremosnuestralibertadconlasolapromesadelsilencio.Mirad,soybuenpríncipe—añadió—, y aunque no me gustan los puritanos, les hago justicia, así como a laspuritanas,cuandosonhermosas.Vamos,hacedmeunpequeñojuramentosobrela cruz, no os pido más». «¡Sobre la cruz! —exclamé yo levantándome,

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porquealoíraquellavozaborrecidahabíavueltoaencontrartodasmisfuerzas—. ¡Sobre la cruz! Juro que ninguna promesa, ninguna amenaza, ningunatorturamecerrará laboca. ¡Sobre lacruz!Jurodenunciarospor todaspartescomoasesino,comoladróndelhonor,comocobarde.¡Sobrelacruz!Juro,sialgunavezconsigosalirdeaquí,pedirvenganzacontravosalgénerohumanoentero».«¡Tenedcuidado!—dijolavozconunacentodeamenazaqueyonohabíaoídotodavía—.Tengounrecursosupremo,quenoemplearémásqueenúltimoextremo,decerraros labocaoalmenosde impedirquealguiencreaunasolapalabradeloquedigáis».Reunítodasmisfuerzaspararesponderconunacarcajada.Elvioqueentrenosotroshabíaadelanteunaguerraeterna,unaguerraamuerte.«Escuchad—dijo—,osdoyaúnel restodeestanocheyeldíademañana;reflexionad:siprometéiscallaros,lariqueza,laconsideración,los honores incluso os rodearán; si amenazáis con hablar, os condeno a lainfamia».«¡Vos!—exclaméyo—.¡Vos!».«¡Alainfamiaeterna,indeleble!».«¡Vos!», repetí yo. ¡Oh, os lo digo, Felton, le creía insensato! «Sí, yo»,contestóél.«¡Ah,dejadme!—ledije—.Salidsinoqueréisqueantevuestrosojosme rompa lacabezacontra lapared».«Estábien—replicóél—,vos lohabéis querido, hastamañana por la noche». «Hastamañana por la noche»,respondíyodejándomecaerymordiendolaalfombraderabia…

FeltonseapoyabasobreunmuebleyMiladyvelaconalegríadedemonioquequizálefaltaralafuerzaantesdelfindelrelato.

CapítuloLVII

Unrecursodetragediaclásica

Trasunmomentodesilencio,empleadoporMiladyenobservaral jovenquelaescuchaba,continuósurelato:

—Hacía casi tres días que no había comido ni bebido, sufría torturasatroces:avecespasabanpormícomonubesquemeapretabanlafrente,quemetapabanlosojos:eraeldelirio.Llególanoche;estabatandébilqueacadainstanteme desvanecía y cada vez queme desvanecía daba gracias aDios,porquecreíaqueibaamorir.Enmediodeunosdeestosdesvanecimientos,oíabrirselapuerta;el terrormevolvióenmí.Miperseguidorentróseguidodeunhombreenmascarado:éltambiénestabaenmascarado;peroyoreconocísupaso,yoreconocíaquelaire imponentequeel infiernohadadoasupersonapara desgracia de la humanidad. «Y bien —me dijo—, ¿estáis decidida ahacermeeljuramentoqueoshepedido?»«Voslohabéisdicho,lospuritanosnotienenmásqueunapalabra: lamíayalahabéisoído,¡yes llevarosenlatierraanteel tribunalde loshombres;enelcielo,anteel tribunaldeDios!».

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«¿Asíquepersistís?»«JuroanteDiosquemeoye:tomaréelmundoenteroportestigodevuestrocrimen,yestohastaqueencuentreunvengador».«Soisunaprostituta—dijo convoz tonante—,y sufriréis el supliciode lasprostitutas.Marcadaalosojosdelmundoqueinvocaréis,¡trataddeprobaraesemundoque no sois culpable ni loca!». Luego, dirigiéndose al hombre que leacompañaba:«Verdugo—dijo—,cumpletudeber».

—¡Oh, su nombre, su nombre! —exclamó Felton—. ¡Su nombre,decídmelo!

—Entonces,peseamisgritos,peseamiresistencia,porqueyocomenzabaacomprenderqueparamísetratabadealgopeorquelamuerte,elverdugomecogió,mevolcósobreelsuelo,memagullóconsusagarronesy,ahogadaporlossollozos,casi sinconocimiento, invocandoaDiosquenomeescuchaba,lancé de pronto un espantoso grito de dolor y de vergüenza: un hierroardiendo, un hierro candente, el hierro del verdugo, se había impreso enmihombro.

Feltonlanzóunrugido.

—Mirad—dijoMilady,levantándoseentoncesconunamajestaddereina—,mirad,Felton,vedcómohaninventadounnuevomartirioparaladoncellapura y, sin embargo, víctima de la brutalidad de un malvado. Aprended aconocerelcorazóndeloshombres,yenadelantehaceosconmenosfacilidadinstrumentodesusinjustasvenganzas.

Conrápidogesto,Miladyabriósuvestido,desgarrólabatistaquecubríasusenoy, ruborizadaporuna fingida cólerayunavergüenza teatral,mostró aljovenlahuellaindeleblequedeshonrabaaquelhombrotanbello.

—Pero—exclamóFelton—esunaflordelisloqueahíveo.

—Precisamente ahí es donde está la infamia—respondióMilady—. LamarcadeInglaterra…habíaqueprobarquétribunalmelahabíaimpuesto,yohabría hecho una apelación pública a todos los tribunales del reino;mas lamarcadeFrancia…,¡oh!,conellaestababienmarcada.

AquelloerademasiadoparaFelton.

Pálido,inmóvil,aplastadoporestarevelaciónespantosa,deslumbradoporla belleza sobrehumana de aquella mujer que se desnudaba ante él con unimpudorque lepareciósublime, terminócayendode rodillasanteellacomohacían los primeros cristianos ante aquellas puras y santas mártires que lapersecucióndelosemperadoreslibrabaenelcircoalasanguinarialubricidaddelpopulacho.Lamarcadesapareció,sóloquedólabelleza.

—¡Perdón,perdón!—exclamóFelton—.¡Oh,perdón!

Miladyleyóensusojos:amor,amor.

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—¿Perdóndequé?—preguntóella.

—Perdónporhabermeunidoavuestrosperseguidores.

Miladyletendiólamano.

—¡Tan bella, tan joven! —exclamó Felton cubriendo aquella mano debesos.

Miladydejócaersobreélunadeesasmiradasquedeunesclavohacenunrey.

Feltonerapuritano:dejólamanodeestamujerparabesarsuspies.

Elyanolaamabamás,laadoraba.

Cuando aquella crisis hubo pasado, cuando Milady pareció haberrecobrado su sangre fría, que no había perdido nunca; cuando Felton hubovistovolverseacerrarbajoelvelodelacastidadaquellostesorosdeamorquenoseleocultabansinoparahacérselosdesearmásardientemente:

—¡Ah! Ahora —dijo— no tengo más que una cosa que pediros, es elnombredevuestroverdaderoverdugo;porqueparamínohaymásqueuno;elotroeraelinstrumentonadamás.

—¿Cómo,hermano?—exclamóMilady—. ¿Esprecisoque todavía te lonombre,nolohasadivinado?

—¿Qué?—contestóFelton—.¡El…, tambiénél…,siempreél!¿Qué?Elverdaderoculpable…

—Elverdaderoculpable—dijoMilady—eselestragadordeInglaterra,elperseguidordelosverdaderoscreyentes,elcobarderapazdelhonordetantasmujeres,elqueporuncaprichodesucorazóncorrompidovaahacerderramartantasangreadosreinos,elqueprotegealosprotestanteshoyyquemañanalostraicionará…

—¡Buckingham! ¡Entonces es Buckingham! —exclamó Feltonexasperado.

Miladyocultósurostroensusmanos,comosinohubierapodidosoportarlavergüenzaqueestehombrelerecordaba.

—¡Buckinghamelverdugodeestaangélicacriatura!—exclamóFelton—.Y tú, Dios mío, no lo has fulminado, y tú lo has dejado noble, honrado,poderosoparalaperdicióndetodosnosotros.

—Diosabandonaaquienseabandonaasímismo—dijoMilady.

—Pero,entonces,¡quiereatraersobresucabezaelcastigoreservadoalosmalditos! —continuó Felton con exaltación creciente—. ¡Quiere que la

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venganzahumanaanticipelajusticiaceleste!

—Loshombreslotemenyloprotegen.

—¡Oh,yo—dijoFelton—,yonolotemoynoloprotegeré!…

Miladysintiósualmabañadaporunaalegríainfernal.

—Pero¿cómolorddeWinter,miprotector,mipadre—preguntóFelton—,estámezcladoentodoesto?

—Escuchad, Felton —prosiguió Milady—, porque al lado de hombrescobardes y despreciables todavía hay naturalezas grandes y generosas. Yoteníaunprometido,unhombrealqueyoamabayquemeamaba;uncorazóncomoel vuestro,Felton, unhombre comovos.Fui a él y le conté todo;meconocíaynodudóniunsolo instante.Eraungranseñor,eraunhombreentodoeligualdeBuckingham.Nomedijonada,seciñósolamentesuespada,seenvolvióensucapaysedirigióaBuckinghamPalace.

—Sí,sí—dijoFelton—,comprendo;aunqueconsemejanteshombresnosealaespadaloquehayqueemplear,sinoelpuñal.

—Buckinghamsehabíaidolavíspera,enviadocomoembajadoraEspaña,donde iba a pedir la mano de la infanta para el rey Carlos I, que no eraentoncesmásquepríncipedeGales.Miprometidovolvió.«Escuchad—medijo—, ese hombre ha partido y, por consiguiente, por ahora, escapa a mivenganza; pero, mientras tanto, unámonos, como debíamos estarlo; luego,confiadenlorddeWinterparasostenersuhonoryeldesumujer».

—¡LorddeWinter!—exclamóFelton.

—Sí—dijoMilady—lorddeWinter,yahoradebéiscomprenderlo todo,¿noesasí?:Buckinghampermanecióausentemásdeunaño.Ochodíasantesde su llegada lord deWintermurió súbitamente, dejándome única heredera.¿Dedóndeveníaelgolpe?Dios,quetodolosabe,losabesinduda,yoanadieacuso…

—¡Oh,quéabismo,quéabismo!—exclamóFelton.

—Lord deWinter habíamuerto sin decir nada a su hermano. El secretoterribledebíaquedarocultoatodoshastaqueestallasecomoelrayosobrelacabezadelculpable.Vuestroprotectorhabíavistoconpesarestematrimoniodesuhermanomayorconunajovensinfortuna.Sentíquenopodíaesperardeun hombre engañado en sus esperanzas de herencia apoyo alguno. Pasé aFranciaresueltaapermanecerallídurantetodoelrestodemivida.PerotodamifortunaestáenInglaterra;cerradaslascomunicacionesporlaguerra,todomefaltó:meviobligadaentoncesavolver;haceseisdíasarribéaPortsmouth.

—¿Ybien?—dijoFelton.

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—Ybien.Buckinghamseenterósindudademiregreso,hablódeélalorddeWinter,yaprevenidocontramí,yledijoquesucuñadaeraunaprostituida,unamujer marcada. La voz pura y noble demi marido no estaba allí paradefenderme. Lord deWinter creyó todo cuanto se le dijo, con tanta mayorfacilidad cuanto que tenía interés en creerlo. Me hizo detener, me condujoaquí,mepusobajovuestracustodia.Elrestovoslosabéis:pasadomañanamedestierra,me deporta; pasadomañaname relega entre los infames. ¡Oh!, latrampaestábienurdida,laconspiracióneshábilymihonornosobreviviráaella.Desobraveisqueesprecisoqueyomuera,Felton; ¡Felton,dadmeesecuchillo!

Y tras estas palabras, como si todas sus fuerzas estuvieran agotadas,Miladysedejóirdébilylánguidaentrelosbrazosdeljovenoficialque,ebriode amor, de cólera y de voluptuosidades desconocidas, la recibió contransporte, la apretó contra su corazón, todo tembloroso ante el aliento deaquella boca tan bella, todo extraviado al contacto de aquel seno tanpalpitante.

—No,no—dijo—;no,túviviráshonradaypura,vivirásparatriunfardetusenemigos.

Miladylorechazólentamenteconlamanoatrayéndoloconlamirada;masFelton,asuvez,seapoderódeella,implorándolacomoaunadivinidad.

—¡Oh!¡Lamuerte,lamuerte!—dijoella,velandosuvozysuspárpados—.¡Oh,lamuerteantesquelavergüenza!Felton,hermanomío,amigomío,teloruego.

—No—exclamóFelton—,no,¡túvivirásyserásvengada!

—Felton,llevoladesgraciaatodoloquemerodea.¡Felton,abandóname!¡Felton,déjamemorir!

—Puesbien,muramosentoncesjuntos—exclamóélapoyandosuslabiossobrelosdelaprisionera.

Variosgolpessonaronenlapuerta;estavez,Miladylorechazórealmente.

—Escucha —dijo—, nos han oído; alguien viene. ¡Se acabó, estamosperdidos!

—No—dijoFelton—,esel centinelaquemepreviene sólodeque llegaunaronda.

—Entonces,corredalapuertayabridvosmismo.

Feltonobedeció:aquellamujererayatodosupensamiento,todasualma.

Seencontrófrenteaunsargentoquemandabaunapatrulladevigilancia.

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—¡Ybien!¿Quéocurre?—preguntóeljoventeniente.

—Me habíais dicho que abriese la puerta si oía pedir ayuda —dijo elsoldado—, pero habéis olvidado dejarme la llave; os he oído gritar sincomprender lo que decíais, he querido abrir la puerta, estaba cerrada pordentroyentonceshellamadoalsargento.

—Yaquíestoy—dijoelsargento.

Felton,extraviado,casiloco,permanecíasinvoz.

Miladycomprendióquelecorrespondíacogerlasriendasdelasituación;corrióalamesaycogióelcuchilloquehabíadepositadoFelton:

—¿Yconquéderechoqueréisimpedirmemorir?—dijoella.

—¡GranDios!—exclamóFeltonviendobrillarelcuchilloensumano.

Enaquelmomento,unacarcajadairónicaresonóenelcorredor.

Elbarón,atraídoporelruido,enbata,conlaespadabajoelbrazo,estabadepieenelumbraldelapuerta.

—¡Ah,ah!—dijo—.Yaestamosanteelúltimoactodela tragedia;ya loveis,Feltoneldramahaseguido todas las fasesqueyohabía indicado;peroestadtranquilo,lasangrenocorrerá.

Milady comprendió que estaba perdida si no daba a Felton una pruebainmediatayterribledesuvalor.

—Osequivocáis,milord, la sangrecorrerá. ¡Ojaláesasangrecaigasobrelosquelahacencorrer!

Feltonlanzóungritoyseprecipitóhaciaella;erademasiadotarde:Miladysehabíagolpeado.

Peroelcuchillohabíaencontrado,afortunadamente,deberíamosdecirquehábilmente,laballenadehierroqueenesaépocadefendíacomounacorazaelpecho de las mujeres; se había deslizado desgarrando el vestido y habíapenetradoalbiesentrelacarneylascostillas.

ElvestidodeMiladynoporelloquedómenosmanchadodesangreenunsegundo.

Miladyhabíacaídodeespaldasyparecíadesvanecida.

Feltonarrancóelcuchillo.

—Ved,milord—dijoconairesombrío—.¡Ahítenéisunamujerqueestababajomicustodiayquesehamatado!

—Estad tranquilo, Felton —dijo lord de Winter—, no está muerta, los

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demonios no mueren tan fácilmente, tranquilizaos e id a esperarme en micuarto.

—Pero,milord.

—Id,osloordeno.

Aestaconminacióndesusuperior,Feltonobedeció;pero,alsalir,pusoelcuchilloensupecho.

EncuantoalorddeWinter,secontentóconllamaralamujerqueservíaaMilady, y cuando hubo venido le recomendó a la prisionera que seguíadesvanecida,yladejósolaconella.

Sinembargo,comoenconjunto,peseasussospechas,laheridapodíasergrave,envióalinstanteunhombreacaballoabuscarunmédico.

CapítuloLVIII

Evasión

ComohabíapensadolorddeWinter,laheridadeMiladynoerapeligrosa;por eso, cuando se encontró sola con lamujer que el barón se había hechollamaryqueseafanabaendesnudarla,volvióaabrirlosojos.

Sin embargo, había que jugar a la debilidad y al dolor; no eran cosasdifíciles para una comedianta como Milady; por eso la pobre mujer fuevíctimacompletadesuprisioneraalaque,peseasusprotestas,seobstinóenvelartodalanoche.

PerolapresenciadeaquellamujernoleimpedíaaMiladypensar.

Nohabíaningunaduda,Feltonestabaconvencido,Feltonerasuyo:siunángelseapareciesealjovenparaacusaraMilady,desdeluegolotomaría,enladisposicióndeespírituenqueseencontraba,porunenviadodeldemonio.

Milady sonreía a este pensamiento porque Felton era en lo sucesivo suúnicaesperanza,suúnicomediodesalvación.

PerolorddeWinterpodíasospechar,yFeltonpodíaserahoravigilado.

Hacialascuatrodelamañanallegóelmédico;perodesdequeMiladysehabía apuñalado la herida estaba ya cerrada: el médico no pudo, por tantomedir ni la dirección ni la profundidad; reconoció sólo por el pulso de laenfermaqueelcasonoeragrave.

Porlamañana,Milady,sopretextodequenohabíadormidoporlanochey

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quenecesitabadescanso,despidióalamujerquevelabaasulado.

Teníaunaesperanza,yesqueFeltonllegaraalahoradeldesayuno;peroFeltonnovino.

¿Sustemoressehabíanvueltorealidad?Felton,sospechosodelbarón,¿ibaafallarleenelmomentodecisivo?Noteníamásqueundía:lorddeWinterlehabíaanunciadosuembarqueparael23yestabaenlamañanadel22.

Noobstante,esperóaúnconbastantepacienciahastalahoradelacena.

Aunquenocomiópor lamañana la cena le fue traídaa lahorahabitual;Miladysedioentoncescuentaconterrorqueeluniformedelossoldadosquelacustodiabanhabíacambiado.

Entonces se aventuró a preguntar qué había sido de Felton. Lerespondieron que Felton había montado a caballo hacía una hora y habíapartido.

Seinformódesielbarónseguíaenelcastillo;elsoldadorespondióquesí,yqueteníalaordendeavisarloencasodequelaprisioneradesearahablarle.

Milady respondió que estaba demasiado débil por elmomento, y que suúnicodeseoerapermanecersola.

Elsoldadosaliódejandolacenaservida.

Feltonhabíasidoalejado, lossoldadosdemarinahabíansidocambiados;desconfiaba,portanto,deFelton.

Eraelúltimogolpedadoalaprisionera.

Alquedarsola,selevantó;aquellacama,enlaqueestabaporprudenciaypara que se la creyese gravemente enferma, le quemaba como un braseroardiente. Lanzó una mirada a la puerta: el barón había hecho clavar unaplanchasobreelpostigo;temíasindudaqueporaquellaaberturaconsiguiese,mediantealgúnrecursodiabólico,seduciralosguardias.

Miladysonriódealegría;podría,pues,entregarseasustransportessinserobservada:recorríalahabitaciónconlaexaltacióndeunalocafuriosaodeunatigresaencerradaenunajauladehierro.Desdeluego,silehubiesequedadoelcuchillo,habríapensadonoenmatarseasímisma,sinoestavezenmataralbarón.

A las seis, lord deWinter entró; estaba armado hasta los dientes.Aquelhombre, en el que hasta entoncesMilady no había visto sino un gentlemanbastantenecio,sehabíavueltounmagníficocarcelero:parecíapreverlotodo,adivinarlotodo,prevenirlotodo.

UnasolamiradalanzadasobreMiladyleinformódeloquepasabaensu

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alma.

—Sea—dijoél—,masnomemataréishoytodavía;notenéisyaarmas,yademásestoysobreaviso.HabíaiscomenzadoapervertiramipobreFelton:sufríayavuestrainfernalinfluencia,masquierosalvarlo,noosverámás,todoha terminado. Recoged vuestro vestuario; mañana partiréis. Había fijado elembarqueel24,perohepensadoquecuantomásadelantelacosa,másseguraserá. Mañana a mediodía tendré la orden de vuestro exilio firmada porBuckingham.Sidecísunasolapalabraaquienquieraqueseaantesdeestarenelnavío,misargentooslevantarálatapadelossesos,tieneesaorden;siyaenelnavíodecísunapalabraaquienquieraqueseaantesdequeelcapitánoslopermita,elcapitánosharáarrojaralmar,estáasíacordado.Hastaluego:esoestodoloqueporhoyteníaquedeciros.Mañanaosvolveréaverparadecirosadiós.

Yconestaspalabraselbarónsalió.

Miladyhabíaescuchadotodaestaamenazanteparrafadaconlasonrisadedesdénsobreloslabios,peroconlarabiaenelcorazón.

Sirvieronlacena;Miladysintióquenecesitabafuerzas,nosabíaquépodíapasar durante aquella noche que se aproximaba amenazante, porque gruesasnubes voltejeaban en el cielo y los relámpagos lejanos anunciaban unatormenta.

Latormentaestallóhacialasdiezdelanoche:Miladysentíaunconsueloalveralanaturalezacompartireldesordendesucorazón:eltruenobramabaenel aire como la cólera en su pensamiento; le parecía que al pasar la ráfagadesmelenabasufrentecomolosárbolescuyasramascurvabaycuyashojassellevaba;ellaaullabacomoelhuracán,y suvoz seperdíaenel clamorde lanaturalezaqueparecía,tambiénella,gemirydesesperarse.

Deprontooyógolpearuncristaly a la claridaddeun relámpago,vio elrostrodeunhombreaparecertraslosbarrotes.

Corrióalaventanaylaabrió.

—¡Felton!—exclamó—.¡Estoysalvada!

—Sí—dijoFelton—;pero¡silencio,silencio!Necesitotiempoparaserrarvuestrosbarrotes.Tenedcuidadosolamentedequenoosveanporelpostigo.

—¡Oh, es una prueba de que el Señor está con nosotros, Felton! —prosiguióMilady—.Hancerradoelpostigoconunaplancha.

—Estábien,¡Diosloshavueltoinsensatos!—dijoFelton.

—Pero¿quétengoquehacer?—preguntóMilady.

—Nada,nada;volvedacerrarlaventanasolamente.Acostaos,oalmenos

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meteos en vuestra cama completamente vestida; cuando haya terminado,golpearéenloscristales.Mas¿podréisseguirme?

—¡Oh,sí!

—¿Yvuestraherida?

—Mehacesufrir,peronomeimpidecaminar.

—Estad,pues,preparadaalaprimeraseñal.

Miladyvolvióacerrar laventana,apagólalámparayfue,comolehabíarecomendadoFelton,ahacerseunovilloensucama.Enmediodelasquejasdelatormenta,ellaoíaelchirridodelalimacontralosbarrotes,yalaclaridaddecadarelámpagovislumbrabalasombradeFeltontrasloscristales.

Pasó una hora sin respirar, jadeante, con el sudor sobre la frente y elcorazónoprimidoporunaangustiaespantosaacadamovimientoqueoíaenelcorredor.

Hayhorasqueduranunaño.

Alcabodeunahora,Feltongolpeódenuevo.

Milady saltó fuera de su cama y fue a abrir. Dos barrotes de menosformabanunaaberturaparaqueunhombrepasase.

—¿Estáispreparada?—preguntóFelton:

—Sí.¿Tengoquellevaralgunacosa?

—Orositenéis.

—Sí,porsuertemehandejadoelquetenía.

—Tantomejor,porquehegastadotodolomíoenfletarunbarco.

—Tomad—dijoMiladyponiendoenlasmanosdeFeltonunabolsallenadeoro.

Feltoncogiólabolsaylaarrojóalpiedelmuro.

—Ahora—dijo—,¿queréisvenir?

—Aquíestoy.

Milady se subió a un sillón y pasó la parte superior de su cuerpo por laventana: vio al joven oficial suspendido sobre el abismo por una escala decuerda.

Porprimeravez,unmovimientodeterrorlerecordóqueeramujer.

Elvacíolaespantaba.

—Melotemía—dijoFelton.

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—Noesnada,noesnada—dijoMilady—,bajaréconlosojoscerrados.

—¿Tenéisconfianzaenmí?—dijoFelton.

—¿Ylopreguntáis?

—Juntadvuestrasdosmanos;cruzadlas,estábien.

Felton le ató las dos muñecas con un pañuelo; luego, por encima delpañuelo,conunacuerda.

—¿Quéhacéis?—preguntóMiladyconsorpresa.

—Pasadvuestrosbrazosalrededordemicuelloynotemáisnada.

—Peroosharéperderelequilibrioynosestrellaremoslosdos.

—Tranquilizaos,soymarino.

Nohabíaunsegundoqueperder;MiladypasósusdosbrazosentornoalcuellodeFeltonysedejódeslizarfueradelaventana.

Feltoncomenzóadescenderlosescaloneslentamenteyunoauno.

Pesealpesodelosdoscuerpos,elsoplodelhuracánlosbalanceabaenelaire.

DeprontoFeltonsedetuvo.

—¿Quéocurre?—preguntóMilady.

—Silencio—dijoFelton—,oigopasos.

—¡Estamosdescubiertos!

Sehizounsilenciodealgunosinstantes.

—No—dijoFelton—,noesnada.

—Pero¿quéeseseruido?

—Eldelapatrullaquevaapasarporelcaminoderonda.

—¿Dóndeestáesecaminoderonda?

—Justodebajodenosotros.

—Nosvanadescubrir.

—No,sinohayrelámpagos.

—Tropezaránconelfinaldelaescala.

—Porsuertelefaltanseispiesparallegaralsuelo.

—¡Ahíestán,Diosmío!

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—¡Silencio!

Losdospermanecieroncolgados,inmóvilesysinalientoaveintepiesdelsuelo;duranteestetiempolossoldadospasabanpordebajoriendoyhablando.

Fueparalosfugitivosunmomentoterrible.

La patrulla pasó; se oyó el ruido de los pasos que se alejaban y elmurmullodelasvocesqueibadebilitándose.

—Ahora—dijoFelton—,estamossalvados.

Miladylanzóunsuspiroysedesvaneció.

Felton continuó descendiendo. Llegado al final de la escala, y cuandosintióquefaltabaapoyoparasuspies,sepegócomounalapaconlasmanos;llegadoporfinalúltimoescalónsedejócolgarenlafuerzadelasmuñecasytocóelsuelo.Seagachó,recogiólabolsadeoroylocogióentresusdientes.

LuegolevantóaMiladyensusbrazosysealejóconprestezaporel ladoopuesto al que había tomado la patrulla. Pronto dejó el camino de ronda,descendióporentrelasrocasyllegadoalaorilladelmar,dejóoíruntoquedesilbato.

Unaseñalparecidalerespondióycincominutosdespuésvioaparecerunabarcaocupadaporcuatrohombres.

La barca se aproximó tan cerca como pudo a la orilla, pero no habíasuficientefondoparaquepudieratocartierra;Feltonsemetióenelaguahastalacintura,porquenoqueríaconfiaranadiesupreciosopeso.

Afortunadamente la tempestad comenzaba a calmarse, y, sin embargo, elmar estaba todavía violento; la barquilla saltaba sobre las olas como unacáscaradenuez.

—¡Alabalandra!—dijoFelton—.Remadconrapidez.

Loscuatrohombressepusieronalosremos;perolamarestabademasiadogruesaparaquelosremoshicieranmuchalabor.

Sinembargo, se ibanalejandodel castillo; era loprincipal.Lanocheeraprofundamente tenebrosa y resultaba ya casi imposible distinguir la orilladesdelabarca;conmayorrazónnosehabríapodidodistinguirlabarcadesdelaorilla.

Unpuntonegrosebalanceabaenelmar.

Eralabalandra.

Mientras labarcaavanzabapor supartecon toda la fuerzade suscuatroremadores,Feltondesatabalacuerda,luegoelpañueloqueatabalasmanosde

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Milady.

Luego,cuandosusmanosestuvierondesatadas,cogióaguadelmaryselaarrojóalrostro.

Miladylanzóunsuspiroyabriólosojos.

—¿Dóndeestoy?—dijo.

—Asalvo—respondióeljovenoficial.

—¡Oh,asalvo,asalvo!—exclamóella—.Síahíestáelcielo,aquíelmar.Esteairequerespiroeseldelalibertad.¡Ah…,gracias,Felton,gracias!

Eljovenlaapretócontrasucorazón.

—Pero ¿qué tengo en lasmanos?—preguntóMilady—. Parece como simehubieranquebradolasmuñecasenuntorno.

Enefecto,Miladyalzólosbrazos;teníalasmuñecasmagulladas.

—¡Ay! —dijo Felton mirando aquellas hermosas manos y moviendosuavementelacabeza.

—¡Oh,noesnada,noesnada!—exclamóMilady—.¡Ahorameacuerdo!

Miladybuscóconlosojosasualrededor.

—Estáahí—dijoFelton,empujandoconelpielabolsadeoro.

Seacercabanalabalandra.Elmarinerodeguardiadiounavozalabarca,labarcarespondió.

—¿Québarcoesése?—preguntóMilady.

—Elquehefletadoparavos.

—¿Dóndevaaconducirme?

—Dondevosqueráis,contalqueamímedejéisenPortsmouth.

—¿QuévaisahacerenPortsmouth?—preguntóMilady.

—Cumplir las órdenes de lord deWinter—dijoFelton con una sombríasonrisa.

—¿Quéórdenes?—preguntóMilady.

—Entonces,¿nocomprendéis?—dijoFelton.

—No;explicaos,oslosuplico.

—Como si desconfiasedemí, haquerido custodiaros élmismoymehamandado en su lugar a hacer firmar a Buckingham la orden de vuestradeportación.

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—Perosidesconfiabadevos,¿cómooshaconfiadoesaorden?

—¿Creíaacasoqueyosabíaloquellevaba?

—¡Ah,claro!¿YvaisaPortsmouth?

—Notengotiempoqueperder:mañanaes23,yBuckinghampartemañanaconlaflota.

—¿Partemañanaparadónde?

—ParaLaRochelle.

—¡Esprecisoquenoparta!—exclamóMilady,olvidandosupresenciadeánimoacostumbrada.

—Tranquilizaos—respondióFelton—,nopartirá.

Milady temblaba de alegría. Acababa de leer en lo más profundo delcorazóndeljoven:lamuertedeBuckinghamestabaescritaenélcontodaslasletras.

—¡Felton…—dijo—,soisgrandecomoJudasMacabeo!Simorís,moriréconvos:heahítodoloquepuedodeciros.

—¡Silencio!—dijoFelton—.Hemosllegado.

Enefecto,tocabanlabalandra.

Felton subióelprimeroa la escalaydio lamanoaMilady,mientras losmarineroslasosteníanporqueelmarestabatodavíamuyagitado.

Uninstantedespuésestabansobreelpuente.

—Capitán—dijoFelton—,estaeslapersonadequienoshehabladoyaquienhayqueconducirsanaysalvaaFrancia.

—Mediantemilpistolas—dijoelcapitán.

—Oshedadoyaquinientas.

—Escierto—dijoelcapitán.

—Yaquíestánlasotrasquinientas—añadióMilady,llevandolamanoalabolsadeoro.

—No—dijoelcapitán—,yonotengomásqueunapalabrayselahedadoa este joven; las otras quinientas pistolas no se me deben hasta llegar aBoulogne.

—¿Yllegaremos?

—Sanosysalvos—dijoelcapitán—,tanciertocomoquemellamoJackButtler.

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—Pues bien —dijo Milady—, si mantenéis vuestra palabra, no seránquinientaspistolas,sinomilloqueosdaré.

—¡Hurraporvos,hermosadama!—exclamóelcapitán—. ¡YojaláDiosmeenviéconfrecuenciaclientescomoVuestraSeñoría!

—Mientras tanto —dijo Felton—, conducidnos a la pequeña bahía deChichester, antes de Portsmouth; ya sabéis qué hemos convenido que nosllevaréisallí.

Elcapitánrespondióordenandolamaniobranecesaria,yhacialassietedelamañanaelpequeñonavíoarrojabaelanclaenlabahíadesignada.

Duranteestatravesía,FeltonhabíacontadotodoaMilady:cómo,enlugarde ir a Londres, había fletado el pequeño navío, cómo había vuelto, cómohabíaescaladolamurallacolocandoenlosintersticiosdelaspiedras,amedidaque subía, crampones,para asegurar suspies,y cómo, finalmente, llegadoalosbarrotes,habíaatadolaescala.Miladysabíalodemás.

Por su parte,Milady trató de alentar a Felton en su proyecto; pero a lasprimeraspalabrasquesalierondesuboca,viodesobraqueeljovenfanáticoteníamásnecesidaddesermoderadoquereafirmado.

ConvinieronqueMiladyesperaríaaFeltonhastalasdiez;sialasdieznoestabadevuelta,ellapartiría.

Entalcaso,suponiendoqueestuvieralibre,sereuniríaconellaenFrancia,enelconventodelasCarmelitasdeBéthume.

CapítuloLIX

LoquepasóenPortsmouthel23deagostode1628

Felton se despidió deMilady como un hermano que va a dar un simplepaseosedespidedesuhermanabesándolelamano.

Toda su persona aparecía en un estado de calma ordinaria: sólo unresplandor desacostumbrado brillaba en sus ojos, semejante a un reflejo defiebre;sufrenteestabamáspálidaaúnquedecostumbre;susdientesestabanapretados,ysupalabra teníaunacentocortadoyconvulsoque indicabaquealgosombríoseagitabaenél.

Mientrasestuvosobrelabarcaqueloconducíaatierra,permanecióconelrostrovueltohaciaMiladyque,depiesobreelpuente,loseguíaconlosojos.Losdosestabanbastantetranquilossobreeltemoraserperseguidos:nuncaseentrabaen lahabitacióndeMiladyantesde lasnueve;y senecesitaban tres

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horasparallegardesdeelcastilloaLondres:

Feltonpusoelpieentierra,escalólapequeñacrestaqueconducíaaloaltodel acantilado, saludó aMilady por última vez y tomó su camino hacia laciudad.

Alcabodecienpasos,comoélterrenoibadescendiendo,nopodíayavermásqueelmástildelabalandra.

En seguida corrió en dirección de Portsmouth, cuyas torres y casas veíadibujarse frente a él, a media milla aproximadamente, en la bruma de lamañana.

MásalládePortsmouth,elmarestabacubiertodebajeles,cuyosmástilesse veían, semejantes a un bosque de álamos despojados por el invierno,balancearsebajoelsoplodelviento.

En sumarcha rápida, Felton repasaba lo que diez años demeditacionesascéticas y una larga estancia en medio de los puritanos le habíanproporcionadodeacusacionesverdaderasofalsascontraelfavoritodeJacoboVIydeCarlosI.

Cuando comparaba los crímenes públicos de este ministro, crímenesbrillantes,crímeneseuropeos,siasísepodíadecir,conloscrímenesprivadosy desconocidos con que lo había cargadoMilady, Felton encontraba que elmás culpable de los dos hombres que en sí conteníaBuckingham era aquelcuyavidanoconocíaelpúblico.Esquesuamor tanextraño, tannuevo, tanardiente,lehacíaverlasacusacionesinfameseimaginariasdeladydeWintercomo se ve a través de un cristal de aumento, en el estado de monstruosespantosos, los imperceptibles átomos en realidad comparados con unahormiga.

Larapidezdesucarreraencendíaaúnsusangre:laideadequedetrásdesídejaba,expuestaaunavenganzaespantosa,alamujerqueamabaomejor,laque adoraba como a una santa, la emoción pasada, su fatiga presente, todoexaltabasualmaporencimadelossentimientoshumanos.

EntróenPortsmouthhacialasochodelamañana;todalapoblaciónestabaen pie; el tambor batía en las calles y en el puerto; las tropas de embarquedescendíanhaciaelmar.

FeltonllegóalpalaciodelAlmirantazgocubiertodepolvoychorreandodesudor; su rostro, ordinariamente tan pálido, estaba púrpura de calor y decólera. El centinela quiso rechazarlo; pero Felton llamó al jefe del puesto ysacódelbolsolacartadequeeraportador.

—MensajeurgentedepartedelorddeWinter—dijo.

Alnombrede lorddeWinter, aquien se sabíaunode los íntimosdeSu

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Gracia, el jefe del puesto dio la orden de dejar pasar a Felton, que por lodemás,llevabaeluniformedeloficialdemarina.

Feltonseprecipitóenelpalacio.

Enelmomentoenqueentrabaenelvestíbuloentrabatambiénunhombrellenodepolvo,sinaliento,dejandoalapuertauncaballodepostaquealllegarcayósobresusrodillas.

FeltonyélsedirigieronalmismotiempoaPatrick,elayudadecámaradeconfianza del duque. Felton nombró al barón deWinter, el desconocido noquisonombraranadie,ypretendióquesólopodíadarseaconoceralduque.Losdosinsistíanparapasarunoantesqueelotro.

Patrick, que sabía que lord deWinter estaba en tratos de servicio y enrelaciones de amistad con el duque, dio preferencia a quien venía en sunombre.Elotrofueobligadoaesperar,yfuefácilvercuántomaldecíaaquelretraso.

El ayuda de cámara hizo atravesar a Felton una gran sala en la queesperaban los diputados de La Rochelle, encabezados por el príncipe deSoubise,ylointrodujoenungabinetedondeBuckingham,quesalíadelbaño,acababasuaseo,alqueenestaocasióncomoencualquierotraconcedíaunaatenciónextraordinaria.

—EltenienteFelton—dijoPatrick—,departedelorddeWinter.

Feltonentró.EnaquelmomentoBuckinghamarrojabasobreuncanapéunarica bata recamada de oro, para ponerse un jubón de terciopelo azulcompletamentebordadodeperlas.

—¿Porquénohavenidoelpropiobarón?—preguntóBuckingham—.Loesperabaestamañana.

—Me ha encargado decir a Vuestra Gracia —respondió Felton quelamentaba mucho no tener ese honor, pero que se hallaba impedido por lacustodiaqueestáobligadoahacerdelcastillo.

—Sí,sí—dijoBuckingham—,yaséeso,hayunaprisionera.

—Precisamente de esa prisionera quería yo hablar a Vuestra Gracia-prosiguióFelton.

—¡Bien,hablad!

—Loquetengoquedecirossólopuedeseroídodevos,milord.

—Dejadnos, Patrick —dijo Buckingham—, pero estad cerca de lacampanilla;osllamaréenseguida.

Patricksalió.

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—Estamossolos,señor—dijoBuckingham—;hablad.

—Milord—dijoFelton—,elbaróndeWinteroshaescritoelotrodíapararogaros que firmaseis una orden de embarco relativa a una joven llamadaCharlotteBackson.

—Sí,señor,ylehecontestadoquemetrajeraomeenviaraesaordenyqueyolafirmaría.

—Helaaquí,Milord.

—Dadme—dijoelduque.

Y tomándola de las manos de Felton, lanzó sobre el papel una ojeadarápida.Entonces,dándosecuentadequeeraloqueselehabíaanunciado,lapusosobrelamesa,cogióunaplumaysedispusoafirmar.

—Perdón, milord—dijo Felton deteniendo al duque—. ¿Vuestra GraciasabequeelnombredeCharlotteBacksonnoeselnombreverdaderodeesamujer?

—Sí,señor,losé—respondióelduquemojandolaplumaeneltintero.

—¿Entonces Vuestra Gracia conoce su verdadero nombre? —preguntóFeltonconvozcortada.

—Loconozco.

Elduqueacercólaplumaalpapel.

—Yconociendoesenombreverdadero—prosiguióFelton—, ¿monseñorlofirmará?

—Claroquesí—dijoBuckingham—,ymejordosvecesqueuna.

—Nopuedo creer—continuóFelton con una voz que se hacía cada vezmáscortanteybrusca—queSuGraciasepaquesetratadeladydeWinter…

—¡Loséperfectamente,aunqueestoyasombradodequelosepáisvos!

—¿YVuestraGraciafirmaráesaordensinremordimientos?

Buckinghammiróaljovenconaltivez.

—Vaya, señor, ¿sabéis —le dijo— que me estáis haciendo preguntasextrañasyquesoymuytontoporresponderaellas?

—Respondedme,monseñor—dijoFelton—,lasituaciónesmásgravedeloquequizápenséis.

Buckingham pensó que el joven, viniendo de parte de lord de Winter,hablabasindudaensunombreysesosegó.

—Sin ningún remordimiento —dijo—, y el barón sabe como yo que

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MiladydeWinteresunagranculpableyqueescasiotorgarlegraciamilitarsupenaaldestierro.

Elduqueposósuplumasobreelpapel.

—¡No firmaréis esaorden,milord!—dijoFeltondandounpasohaciaelduque.

—¿Quenofirmaréestaorden?—dijoBuckingham—.¿Yporqué?

—PorqueharéisexamendeconcienciayharéisjusticiaaMilady.

—Se lehará justicia enviándolaaTyburn—dijoBuckingham—;Miladyesunainfame.

—Monseñor,Miladyesunángel,voslosabéisdesobra,yyoosexijosulibertad.

—¡Vaya!—dijoBuckingham—.Estáislocoalhablarmeasí.

—Milord, perdonadme; hablo como puedo; me contengo. Sin embargo,milord,pensadenloquevaisahacer,¡ytenedcuidadoconpasarosdelaraya!

—¿Cómo?… ¡Dios me perdone! —exclamó Buckingham—. ¡Pero creoquemeestáamenazando!

—No, milord, aún ruego, y os digo: una gota de agua basta para hacerdesbordarse el vaso lleno, una falta ligera puede atraer el castigo sobre lacabezaperdonadaapesardetantoscrímenes.

—SeñorFelton—dijoBuckingham—,vaisasalirdeaquíyconsiderarosarrestadoinmediatamente.

—Vaisaescucharmehastaelfinal,milord.Habéisseducidoaesajoven,lahabéisultrajadoymancillado:reparadvuestroscrímenesparaconella,dejadlapartirlibremente;ynoexigiréotracosadevos.

—¿Vosnoexigiréis?—dijoBuckinghammirandoaFeltonconasombroyhaciendohincapiéencadaunadelassílabasdelastrespalabrasqueacababadepronunciar.

—Milord—continuóFeltonexaltándoseamedidaquehablaba—,milord,tened cuidado, toda Inglaterra está harta de vuestras iniquidades; milord,habéis abusado del poder real que casi habéis usurpado; milord, habéishorrorizadoaloshombresyaDios;Diososcastigarámástarde,peroyo,yooscastigaréhoy.

—¡Ah! ¡Esto es demasiado fuerte! —grito Buckingham dando un pasohacialapuerta.

Feltonlecerróelpaso.

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—Oslopidohumildemente—dijo—,firmadlaordendepuestaenlibertaddeladydeWinter;pensadqueeslamujerquehabéisdeshonrado.

—Retiraos, señor—dijoBuckingham—, o llamo y hago que os pongancadenas.

—Vos no llamaréis —dijo Felton arrojándose entre el duque y lacampanilla colocada sobre un velador incrustado de plata—; tened cuidado,milord,estáisentrelasmanosdeDios.

—Enlasmanosdeldiablo,querréisdecir—exclamóBuckinghamalzandolavozparaatraeragente,sinllamar,sinembargo,directamente.

—Firmad, milord, firmad la libertad de lady de Winter —dijo Feltonempujandounpapelhaciaelduque.

—¡Alafuerza!¿Osburláisdemí?¡Eh,Patrick!

—¡Firmad,milord!

—¡Jamás!

—¿Jamás?

—¡Amí!—gritóelduque,yalmismotiemposaltósobresuespada.

PeroFeltonnolediotiempodesacarla:teníaabiertoyocultoensujubónelcuchilloconquesehabíaheridoMilady;deunsaltoestuvosobreelduque.

EnesemomentoPatrickentrabaenlasalagritando:

—¡Milord,unacartadeFrancia!

—¡DeFrancia!—exclamóBuckinghamolvidandotodoalpensardequiénleveníaaquellacarta.

Feltonaprovechóelmomentoylehundióenelcostadoelcuchillohastaelmango.

—¡Ah,traidor!—gritóBuckingham—.Mehasmatado…

—¡Alasesino!—aullóPatrick.

Felton lanzó los ojos en torno a él para huir, y al ver la puerta libre seprecipitó en la habitación vecina que era aquella donde esperaban, comohemos dicho, los diputados de La Rochelle, la atravesó corriendo y seprecipitóhacialaescalera;peroenelprimerescalónseencontróconlorddeWinter,quealverlopálido,extraviado,lívido,manchadodesangreenlamanoyenelrostro,saltóasucuelloexclamando:

—¡Losabía,lohabíaadivinadoyllegounminutotarde!¡Oh,desgraciadodemí!

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Algrito lanzadopor elduque, a la llamadadePatrick, el hombreal queFeltonhabíaencontradoenlaantecámaraseprecipitóenelgabinete.

Encontróalduquetumbadosobreunsofá,cerrandosuheridaconsumanocrispada.

—LaPorte—dijoelduqueconvozmoribunda—,LaPorte,¿vienesdesuparte?

—Sí, monseñor—respondió el fiel servidor de Ana de Austria—, peroquizádemasiadotarde.

—¡Silencio,LaPorte,podríanoíros!Patrick,nodejéisentraranadie.¡Oh,nollegaréasaberloquememandadecir!¡Diosmío,memuero!

Yelduquesedesvaneció.

Sinembargo,lorddeWinter,losdiputados,losjefesdelaexpedición,losoficiales de la casa deBuckingham, habían irrumpido en su habitación; portodaspartessonabangritosdedesesperación.Lanuevaquellenabaelpalaciode quejas y gemidos pronto se desparramópor doquier y se esparció por laciudad.

Uncañonazoanuncióqueacababadepasaralgonuevoeinesperado.

LorddeWintersemesabaloscabellos.

—¡Unminutotarde!—exclamó—.¡Unminutotarde!¡Oh,Diosmío,Diosmío,quédesgracia!

Enefecto,alassietedelamañanahabíanidoadecirlequeunaescaladecuerdaflotabaenunadelasventanasdelcastillo;habíacorridoalpuntoalahabitacióndeMilady,habíaencontradolahabitaciónvacíaylaventanaabiertalos barrotes serrados, se había acordado de la recomendación verbal que lehabía hecho transmitirD’Artagnan por sumensajero, había temblado por elduque,ycorriendoalacuadra,sinperdertiemposiquieradehacerensillarsucaballo,había saltado sobre elprimeroque encontró,había corridoagalopetendido y, saltando a tierra en el patio, había subido precipitadamente laescalera,yenelprimerescalónsehabíaencontrado,comohemosdicho,conFelton.

Sinembargo,elduquenoestabamuerto;volvióensí,abrió losojosy laesperanzavolvióatodosloscorazones.

—Señores—dijo—dejadmesoloconPatrickyLaPorte.

—¡Ah, sois vos, deWinter!Estamañanamehabéis enviado un singularloco,vedelestadoenquemehapuesto.

—¡Oh,milord!—exclamóelbarón—.Nomeconsolarénunca.

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—Y cometerás un error, mi querido de Winter —dijo Buckinghamtendiéndole lamano—.Nosédeningúnhombrequemerezcaser lamentadodurantetodalavidaporotrohombre;masdéjanos,teloruego.

Elbarónsaliósollozando.

Nosequedaronenelgabinetemásqueelduqueherido,LaPorteyPatrick.

Sebuscabaaunmédico,alquenopodíanencontrar.

—Viviréis,milord,viviréis—repetíaderodillasanteelsofádelduqueelmensajerodeAnadeAustria.

—¿Qué me escribía ella? —dijo débilmente Buckingham chorreandosangreydominando,parahablardeaquellaalaqueamaba,atrocesdolores—.¿Quemeescribíaella?Léemesucarta.

—¡Oh,milord!—dijoLaPorte.

—Obedece,LaPorte;¿novesquenotengotiempoqueperder?

LaPorterompióelselloypusoelpergaminobajolosojosdelduque;masBuckinghamtratóenvanodedistinguirlaescritura.

—Lee,pues—dijo—,lee,yonoveoya;lee,porqueprontoquizánooigaymoriréentoncessinsaberloquemehaescrito.

LaPortenopusomásdificultades,yleyó:

Milord:

Porcuantohesufridodevosyporvosdesdequeosconozco,osconjuro,si tenéis alguna preocupación por mi descanso, que interrumpáis el granarmamentoquehacéiscontraFranciayceséisunaguerradelaqueenvozaltasedicequelareligióneslacausavisible,yenvozbajaquevuestroamorpormí es la causa oculta. Esta guerra no sólo puede acarrear a Francia y aInglaterragrandescatástrofes,sinoinclusoavos,milord,desgraciasdelasquenuncameconsolaré.

Veladporvuestravida,queamenazanyquemeserácaraenelmomentoenquenoestéobligadaaverenvosunenemigo.

Vuestraafectísima,

ANA.

Buckinghamreuniólosrestosdesuvidaparaescucharestalectura;luego,cuando hubo terminado, como si hubiera encontrado en aquella carta unamargodesencanto:

—¿Notenéisotracosaquedecirmedevivavoz,LaPorte?—preguntó.

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—Sí,monseñor;lareinamehabíaencargadodecirosquevelaseisporvos,porquehabíarecibidoelavisoqueosqueríanasesinar.

—¿Yesoestodo,esoestodo?—prosiguióBuckinghamconimpaciencia.

—Tambiénmehabíaencargadodecirosqueosamarásiempre.

—¡Ah!—dijo Buckingham—. ¡Dios sea loado!Mimuerte no será paraellalamuertedeunextraño…

LaPortesefundióenlágrimas.

—Patrick—dijoelduque—, traedmeelcofredondeestaban losherretesdediamantes.

Patrick trajo el objeto pedido, que La Porte reconoció por haberpertenecidoalareina.

—Ahora, la bolsita de satén blanco, donde están bordadas en perlas susiniciales.

Patrickvolvióaobedecer.

—Mirad,LaPorte—dijoBuckingham—,estassonlasúnicasprendasquetengo de ella, este cofre de plata y estas dos cartas. Las devolvéis a SuMajestad; y como último recuerdo…—buscó a su alrededor algún objetoprecioso—añadiréis…

Siguió buscando; pero sus miradas oscurecidas por la muerte noencontraronmásqueelcuchillocaídodelasmanosdeFeltonechandoaúnelvahodelasangrebermejaextendidaenlahoja.

—Yañadiréisestecuchillo—dijoelduqueapretandolamanodeLaPorte.

Aúnpudoponerlabolsitaenelfondodelcofredeplata,dejócaerallíelcuchillo haciendo seña a La Porte de que no podía ya hablar; luego, en laúltima convulsión, para la cual esta vez no tenía fuerzas ya de combatir, sedeslizódelsofáalsuelo.

Patricklanzóungrito.

Buckingham quiso sonreír por última vez; pero la muerte detuvo supensamiento, que quedó grabado sobre su frente como un último beso deamor.

En aquelmomento elmédicodel duque llegó completamente espantado;estabayaabordodelbajelalmirante,habíantenidoqueirabuscarloallí.

Seacercóalduque,cogiósumano,laconservóuninstanteenlasuyayladejócaer.

—Todoesinútil—dijo—,estámuerto.

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—¡Muerto,muerto!—exclamóPatrick.

Anteestegrito toda lamultitudentróen la sala,ypordoquieranohubomásqueconsternaciónytumulto.

Tanpronto como lorddeWinter vio aBuckinghammuerto, corrió a porFelton,aquienlossoldadosseguíancustodiandoenlaterrazadelpalacio.

—¡Miserable!—dijoal jovenquedesde lamuertedeBuckinghamhabíaencontradoaquellacalmayaquellasangrefríaqueyanoibanaabandonarlo—.¡Miserable!¿Quéhashecho?

—Mehevengado—dijo.

—¡Tú!—dijoelbarón—.Diquehasservidodeinstrumentoaesamalditamujer;pero,telojuro,estecrimenserásuúltimocrimen.

—Noséloquequeréisdecir—contestótranquilamenteFelton—,eignorodequiénqueréishablar,milord:hematadoalseñordeBuckinghamporqueharehusadoendosocasiones,avosmismo,nombrarmecapitán:lohecastigadoporsuinjusticia,esoestodo.

DeWinter, estupefacto,miraba a las, personas que ataban a Felton y nosabíaquépensardesemejantesensibilidad.

Unasolacosaponía,sinembargo,unanubesobrelafrentepuradeFelton.Acadaruidoqueoía,elingenuopuritanocreíareconocerlospasosylavozdeMiladyviniendoaarrojarseensusbrazosparaacusarseyperderseconél.

Deprontoseestremeció,sumiradasefijóenunpuntodelmar,quedesdela terraza en que se encontraba se dominaba completamente; con aquellamiradadeáguilademarinohabíareconocido,allídondeotronohubieravistomásqueunagaviotabalanceándosesobrelasolas,laveladelabalandraquesedirigíaalascostasdeFrancia.

Palideció,sellevólamanoalcorazón,queserompía,ycomprendiótodalatraición.

—Unaúltimagracia,milord—ledijoalbarón.

—¿Cuál?—preguntóéste.

—¿Quéhoraes?

Elbarónsacósureloj.

—Lasnuevemenosdiez—dijo.

Milady había adelantado su partida una hora ymedia; desde que oyó elcañonazoqueanunciabaelfatalsuceso,habíadadolaordendelevarelancla.

Elbarcobogababajouncieloazulagrandistanciadelacosta.

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—Dioslohaquerido—dijoFeltonconlaresignacióndelfanático,perosinpoder,sinembargo,separarlosojosdeaquelesquifeabordodelcualcreíasinduda distinguir el blanco fantasma de aquella a quien su vida iba a sersacrificada.

DeWintersiguiósumirada,interrogósusufrimientoyadivinótodo.

—Sécastigadosoloprimero,miserable—dijolorddeWinteraFelton,quese dejaba arrastrar con los ojos vueltos hacia elmar—; pero lo juro, por lamemoriademihermanoaquientantoamé,quetucómplicenosehasalvado.

Feltonbajólacabezasinpronunciarunapalabra.

EncuantoadeWinter,bajórápidamentelaescaleraysedirigióalpuerto.

CapítuloLX

EnFrancia

ElprimertemordelreydeInglaterra,CarlosI,alenterarsedeestamuerte,fuequeunanoticiaterribledesalentasealosrochelleses;trató,diceRichelieuensusMemorias,deocultárselaelmayortiempoposible,haciendocerrarlospuertos por todo su reino y teniendo especial cuidado de que ningún bajelsaliese hasta que el ejército que Buckingham aprestaba hubiera partido,encargándoseélmismo,afaltadeBuckingham,desupervisarlamarcha.

Llevó incluso la severidad de esta orden hastamantener en Inglaterra alembajadordeDinamarca,quesehabíadespedido,yalembajadorordinariodeHolanda, que debía llevar al puerto de Flessingue los navíos de Indias queCarlosIhabíahechodevolveralasProvinciasUnidas.

Mas como pensó dar esta orden sólo cinco horas después del suceso, esdecir, a las dos de la tarde, ya habían salido del puerto dos navíos: el unollevando,comosabemos,aMilady,lacual,sospechandoyaelacontecimiento,fueconfirmadaensucreenciaalverelpabellónnegrodesplegarseenelmástildelbajelalmirante.

En cuanto al segundo navío,más tarde diremos a quién llevaba y cómopartió.

Durante este tiempo, por lo demás, nada nuevo en el campo de LaRochelle;sóloelrey,queseaburríamucho,comosiempre,peroquizáaúnunpocomásenelcampamentoqueenotraparte,resolvióirdeincógnitoapasarlas fiestasdeSanLuisaSaint-Germain,ypidióalcardenalhacerleprepararuna escolta de veinte mosqueteros solamente. El cardenal, a quien a veces

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ganabaelaburrimientodel rey,concediócongranplaceraquelpermisoasureallugarteniente,queprometióestarderegresohaciael15deseptiembre.

ElseñordeTrévilleavisadoporSuEminencia,hizosumaletíndegrupa,ycomo, sin saber el motivo, conocía el vivo deseo e incluso la imperiosanecesidadquesusamigosteníandevolveraParís,losdesignó,porsupuesto,paraformarpartedelaescolta.

Los cuatro jóvenes supieron la noticia un cuarto de hora después que elseñordeTréville,porque fueron losprimerosaquienesse lacomunicó.Fueentonces cuando D’Artagnan apreció el favor que le había otorgado elcardenal al hacerle formar parte por fin de los mosqueteros: sin estacircunstancia, se habría visto obligado a permanecer en el campamentomientrassuscompañerospartían.

MástardeseveráqueestaimpacienciadedirigirseaParísteníaporcausaelpeligroquedebíacorrerlaseñoraBonacieuxalencontrarseenelconventode Béthune con Milady, su enemiga mortal. Por eso, como hemos dicho,Aramis había escrito inmediatamente aMarieMichon, aquella costurera deTours que tan buenos conocimientos tenía, para que obtuviese que la reinadieseautorizaciónalaseñoraBonacieuxdesalirdelconventoyretirarsebienaLorraine,bienaBélgica.Larespuestanosehabíahechoesperar,yochoodiezdíasdespués,Aramishabíarecibidoestacarta:

Miqueridoprimo:

Aquí va la autorización de mi hermana para retirar a nuestra pequeñacriadadelconventodeBéthune,cuyoairevospensáisqueesmaloparaella.Mihermanaosenvíaestaautorizacióncongranplacer,porquequieremuchoaesamuchacha,alaquesereservaserleútilmástarde.

Osabrazo,

MARIEMICHON.

Aestacartaibaunidaunaautorizaciónasíconcebida:

La superiora del convento de Béthune entregará a la persona que leentregue este billete la novicia que entró en su convento bajo mirecomendaciónypatronazgo.

EnelLouvre,el10deagostode1628.

ANNE.

Comosecomprenderá,estasrelacionesdeparentescoentreAramisyunacostureraquellamabaalareinahermanasuyahabíanamenizadolachácharadelos jóvenes;peroAramis,despuésdehaberseruborizadodosotresveceshastaelblancodelosojosantelasgruesasbromasdePorthos,habíarogadoa

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susamigosquenovolvieranatocareltema,declarandoquesiselevolvíaadeciruna solapalabra,no imploraríamása suprimacomo intermediaria enestetipodeasuntos.

Novolvió,pues,atratarsedeMarieMichonentreloscuatromosqueteros,que, por otra parte, teman lo que querían: la orden de sacar a la señoraBonacieux del convento de las Carmelitas de Béthune. Es cierto que estaordennolesserviríadegrancosamientrasestuvieranenelcampamentodeLaRochelle, es decir, en la otra esquina de Francia; por esoD’Artagnan iba apedirunpermisoalseñordeTréville,confiándolebuenamentelaimportanciadesupartida,cuandolefuetransmitidaestabuenanuevatantoaélcomoasustrescompañeros:queel rey ibaapartirparaParísconunaescoltadeveintemosqueteros,yqueellosformabanpartedelaescolta.

Laalegríafuegrande.Enviaronaloscriadospordelanteconlosequipajes,ypartieronel16porlamañana.

ElcardenalcondujoaSuMajestaddeSurgèresaMauzé,yallíelreyysuministrosedespidieronunodeotrocongrandesdemostracionesdeamistad.

Sin embargo, el rey, que buscaba distracción, aunque caminando lomásdeprisaqueleeraposible,porquedeseaballagaraParísparael23,sedeteníade vez en cuando para cazar la picaza, pasatiempo cuyo gusto le fuerainspiradoantañoporDeLuynes,yporelquesiemprehabíaconservadogranpredilección. De los veinte mosqueteros, dieciséis, cuando eso ocurría, sealegraban del descanso; pero otros cuatro maldecían cuanto podían.D’Artagnan, sobre todo, tenía zumbidos perpetuos en las orejas, cosa quePorthosexplicabaasí:

—Unagrandamameenseñóqueesoquieredecirquesehabladevosenalgunaparte.

Finalmente,laescoltacruzóParísel23porlanoche;elreydiolasgraciasal señor de Tréville, y le permitió distribuir permisos por cuatro días, acondición de que ninguno de los favorecidos apareciese en algún lugarpúblico,sopenadelaBastilla.

Los cuatro primeros permisos otorgados, como se supondrá, fueron paranuestroscuatroamigos.Esmás,AthosobtuvodelseñordeTrévilleseisdíasen lugardecuatroehizoañadiraestosseisdíasdosnochesdemás,porquepartieronel24,alascincodelamañana,y,porcomplacenciaaún,elseñordeTrévilleposdatóelpermisohastael25porlamañana.

—Diosmío—decíaD’Artagnan,quecomosesabenuncadudabadenada—,meparecequeponemosmuchaspegasaunacosabiensimple:endosdías,y reventando dos o tres caballos (pocome importa: tengo dinero), estoy enBéthume,entregolacartade lareinaa lasuperiora,ydejoalqueridotesoro

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que voy a buscar no enLorraine, tampoco enBélgica, sino enParís, dondeestarámejoroculto,sobretodomientraselseñorcardenalestéenLaRochelle.Luego,unavezderetornoalacampaña,mitadporlaproteccióndesuprima,mitad por el favor de lo que personalmente hemos hecho por ella,obtendremosdelareinacuantoqueramos.Quedaos,pues,aquí,noosagotéisde fatiga inútilmente: yo y Planchet, es todo cuanto se necesita para unaexpedicióntansimple.

AlocualAthosrespondiótranquilamente.

—También nosotros tenemos dinero; porque aún no he bebidocompletamenteelrestodeldiamante,yPorthosyAramisnoselohancomidotodo.Reventaremos, por tanto, cuatro caballosmejor que uno.Mas pensad,D’Artagnan—dijoconunavoz tansombríaquesuacentodioescalofríosaljoven—,pensadqueBéthuneesunavilladondeelcardenalhacitadoaunamujerquepordoquieraquevallevaladesgraciaconsigo.Sinotuvieraisquehabéroslasmásqueconcuatrohombres,D’Artagnan,osdejaríairsolo;tenéisquehabéroslasconesamujer,vayamos loscuatro,ypliegaal cieloqueconnuestroscuatrocriadosseamosennúmerosuficiente.

—Measustáis,Athos—exclamóD’Artagnan—.¿Quéteméis,pues,Diosmío?

—¡Todo!—respondióAthos.

D’Artagnan examinó los rostros de sus compañeros, que, como el deAthos,llevabanlahuelladeunainquietudprofunda,ycontinuaroncaminoalmayortrotequepodíanloscaballos,perosinañadirunasolapalabra.

El 25 por la noche, cuando entraban en Arras, y cuando D’Artagnanacababade echarpie a tierra en el alberguede laHersed’Orparabeberunvasodevinouncaballerosaliódelpatiodelaposta,dondeacababadehacerelrelevotomandoatodogalope,yconuncaballofresco,elcaminodeParís.Enelmomentoenquepasabadelportalónalacalle,elvientoentreabriólacapaenqueestabaenvuelto,aunquefueseelmesdeagosto,ysellevósusombrero,queelviajeroretuvoconsumanoenelmomentoenqueyahabíaabandonadosucabeza,ylohundiórápidamentehastalosojos.

D’Artagnan,queteníafijoslosojossobreaquelhombre,palidecióydejócaersuvaso.

—¿Quéosocurre,señor?…—dijoPlanchet—.¡Eh,eh!Acudid,señores,quemiamoseencuentramal.

Los tres amigos acudieron y encontraron aD’Artagnan que, en lugar deencontrarsemal,corríahaciasucaballo.Lodetuvieronenelumbral.

—¡Eh!¿Dóndediablosvas?—legritóAthos.

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—¡Esél!—exclamóD’Artagnan,pálidodecólerayconelsudorsobrelafrente—.¡Esél!¡Dejadmequelesiga!

—Peroél,¿quién?—preguntóAthos.

—El,esehombre.

—¿Quéhombre?

—Ese hombremaldito,mi geniomalo, a quien he visto siempre cuandoestaba amenazado por alguna desgracia; el que acompañaba a la horriblemujer cuando la encontré por primera vez, aquel a quien buscaba cuandoprovoqué a Athos, aquél a quien vi la mañana del día en que la señoraBonacieux fue raptada. ¡El hombre deMeung! ¡Lo he visto, es él! ¡Lo hereconocidocuandoelvientohaentreabiertosucapa!

—¡Diablos!—dijoAthospensativo.

—Acaballo,señores,acaballo,persigámosloyloalcanzaremos.

—Querido—dijoAramis—,pensadqueélvahaciaelladoopuestoalquenosotros vamos; que tiene un caballo fresco y que nuestros caballos estánfatigados; que, por consiguiente, reventaremos nuestros caballos sin tenersiquiera la posibilidad de alcanzarlo. Dejemos al hombre, D’Artagnan,salvemosalamujer.

—¡Eh,señor!—gritóunmozodecuadracorriendotraseldesconocido—.¡Eh,señor,seoshacaídodelsombreroestepapel!¡Eh,señor,eh!

—Amigo—dijoD’Artagnan—,mediapistolaporesepapel.

—Conmuchogusto,señor;aquílotenéis.

Elmozo de cuadra, encantado del buen día que había hecho, regresó alpatiodelhostal;D’Artagnandesplegóelpapel.

—¿Ybien?—preguntaronsusamigosrodeándolo.

—¡Nadamásqueunapalabra!—dijoD’Artagnan.

—Sí—dijoAramis—,peroesenombreesunnombredevillaodealdea.

—Armentières—leyóPorthos—.Armentières,noconozcoeso.

—¡Yesenombredevillaodealdeaestáescritodesumano!—exclamóAthos.

—Vamos, vamos, guardemos cuidadosamente este papel —dijoD’Artagnan—, quizá no haya perdido mi última pistola. A caballo, amigosmíos,acaballo.

YloscuatrocompañerosselanzaronalgalopeporlarutadeBéthune.

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CapítuloLXI

ElconventodelasCarmelitasdeBéthune

Losgrandescriminalesllevanconellosunaespeciedepredestinaciónquelos hace superar todos los obstáculos, que los hace escapar de todos lospeligros, hasta elmomento en que la Providencia, cansada, hamarcado porescollodesufortunaimpía.

AsíocurríaconMilady;pasóatravésdeloscrucerosdelasdosnaciones,yarribóaBoulognesinningúnaccidente.

Y si al desembarcar enPortsmouthMilady era una inglesa a quienes laspersecuciones de Francia echaban de La Rochelle, al desembarcar enBoulogne,trasdosdíasdetravesía,sehizopasarporunafrancesaaquienlosinglesesmolestabanenPortsmouth,porelodioquehabíanconcebidocontraFrancia.

Milady teníaporotro ladoelmáseficazde lospasaportes:subelleza,sugran aspecto y la generosidad con que repartía las pistolas. Eximida de lasformalidadesdecostumbreporlasonrisaafableylasmanerasgalantesdeunviejo gobernador del puerto que le besó lamano, no se quedó enBoulognemásqueeltiempodeponerenlapostaunacartaconcebidaenestostérminos:

ASuEminenciaMonseñor elCardenal deRichelieu, en su campamentoanteLaRochelle.

Monseñor que Vuestra Eminencia se tranquilice; Su Gracia el duque deBuckinghamnopartiráhaciaFrancia.

Boulogne,25porlanoche.

MILADY

P.S.SegúnlosdeseosdeVuestraEminencia,medirijoalconventodelasCarmelitasdeBéthune,dondeesperarésusórdenes.

Efectivamente,aquellamismanocheMiladysepusoencamino;lacogiólanoche:sedetuvoydurmióenunalbergue;luego,aldíasiguiente,alascincodelamañana,partió,ytreshorasdespuésentróenBéthune.

SehizoindicarelconventodelasCarmelitas,yentróenélalpunto.

La superiora vino ante ella: Milady le mostró la orden del cardenal, laabadesalehizodarlahabitaciónyservirdedesayunar.

Todo el pasado se había borrado ya a los ojos de esta mujer, y, con la

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miradapuestaenelporvenir,noveíamásquelaaltafortunaquelereservabaelcardenal,aquientanfelizmentehabíaservido,sinquesunombresehubieramezcladoparanadaconaquelsangrientoasunto.Laspasionessiemprenuevasquelaconsumíandabanasuvidalasaparienciasdeesasnubesquevuelanenelcielo,reflejandotanprontoelazul,tanprontoelfuego,tanprontoelnegroopaco de la tempestad, y que no dejan más rastros sobre la tierra que ladevastaciónylamuerte.

Traseldesayuno,laabadesavinoavisitarla:haypocasdistraccionesenelclaustro,ylabuenasuperiorateníaprisaportrabarconocimientoconsunuevapensionista.

Miladyqueríaagradaralaabadesa;ahorabien,eracosafácilparaaquellamujertanrealmentesuperior;tratódeseramable:fueencantadoraysedujoalabuenasuperioraporsuconversacióntanvariadayporlasgraciasesparcidasentodasupersona.

A la abadesa, que era una hija de la nobleza, le gustaban sobre todo lashistoriasdecorte,queraravezlleganhastalasextremidadesdelreinoyque,sobre todo, tanto les cuesta franquear los muros de los conventos, a cuyoumbralvienenaexpirarlosrumoresmundanales.

Milady, por el contrario, estaba muy al corriente de todas las intrigasaristocráticas,enmediodelascualeshabíavividoconstantementedesdehacíacinco o seis años; se puso, pues, a entretener a la buena abadesa con lasprácticas mundanas de la corte de Francia, mezcladas a las devocionesextremadasdelrey,lehizolacrónicaescandalosadelosseñoresylasdamasdelacorte,quelaabadesaconocíaperfectamentedenombre,tocóderefilónlosamoresdelareinaydeBuckingham,hablandomuchoparaquesehablasepoco.

Maslaabadesasecontentóconescuchartodoysonreírsinresponder.Sinembargo, como Milady vio que este género de relato le divertía mucho,continuó;sóloquehizorecaerlaconversaciónsobreelcardenal.

Perosehallabaenapuros:ignorabasilaabadesaerarealistaocardenalista:se mantuvo en un punto medio prudente; pero la abadesa, por su parte, semantuvo en una reserva más prudente aún, contentándose con hacer unaprofunda inclinacióndecabeza todas lasvecesque laviajerapronunciabaelnombredeSuEminencia.

Miladycomenzóacreerqueseaburriríamuchoenelconvento;resolvió,pues, arriesgar algo para saber luego a qué atenerse. Queriendo ver hastadóndeiríaladiscrecióndeaquellabuenaabadesa,sepusoahablarmal,muydisimulado primero, luego más circunstanciado, del cardenal, contando losamoresdelministroconlaseñoradeD’Aiguillon,conMariondeLormeycon

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algunasotrasmujeresgalantes.

Laabadesaescuchómásatentamente,seanimópocoapocoysonrió.

—Bueno —se dijo Milady—, le toma gusto a mi discurso; si escardenalista,noponemuchofanatismoquedigamos.

Luego pasó a las persecuciones ejercidas por el cardenal sobre susenemigos.Laabadesasecontentóconpersignarse,sinaprobarnidesaprobar.

EstoconfirmóaMiladyensuopinióndequelareligiosaeramásrealistaquecardenalista.Miladycontinuó,ponderandocadavezmás.

—Soymuyignoranteentodasestasmaterias—dijoporfinlaabadesa—,peroporalejadasqueestemosdelacorte,pormarginadasyapartadasdelosintereses delmundo tenemos ejemplosmuy tristes de cuanto nos contáis, yunadenuestraspensionistashasufridomuchasvenganzasypersecucionesdelseñorcardenal.

—Una de vuestras pensionistas—dijo Milady—. ¡Oh, Dios mío, pobremujer!Lacompadezcoentonces.

—Ytenéisrazón,porqueesmuydecompadecer:prisión,amenazas,malostratos,hasufridotodo.Perodespuésdetodo—prosiguiólaabadesa—,quizáelseñorcardenaltuvieramotivosplausiblesparaactuarasí,yaunqueellatieneelairedeunángel,nohayquejuzgarsiemprealaspersonasporelaspecto.

«Bueno—sedijoMilady—,quiénsabe;quizávoyadescubriralgoaquí,estoyenvena».

Ysededicóadarasurostrounaexpresióndecandorperfecta.

—¡Ay!—dijoMilady—.Yo lo sé; se dice que no hay que creer en lasfisonomías; pero ¿en qué creer entonces, si no es en la más bella obra delSeñor? En cuanto a mí, quizá esté equivocada todami vida; perome fiarésiempredeunapersonacuyorostromeinspiresimpatía.

—¿Seríais tentada, pues, de creer que esta joven es inocente?—dijo laabadesa.

—Elseñorcardenalnocastigasóloloscrímenes—dijoella—;hayciertasvirtudesquepersigueconmásseveridadqueciertasfechorías.

—Permitidme,señora,expresarosmiextrañeza—dijolaabadesa.

—Y¿dequé?—preguntóMiladyconingenuidad.

—Dellenguajequetenéis.

—¿Qué encontráis de sorprendente en este lenguaje?—preguntóMiladysonriendo.

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—Vossoisamigadelcardenal,puestoqueosenvíaaquí,ysinembargo…

—Y, sin embargo, hablo mal de él —prosiguió Milady, acabando elpensamientodelasuperiora.

—Almenosnohabláisbien.

—Esqueyonosoysuamiga—dijoellasuspirando—,sinosuvíctima.

—Pero,sinembargo,¿esacartaporlaqueosrecomiendaamí?

—Esunaordencontramídemantenermeenunaespeciedeprisióndelaquemeharásacarporalgunosdesussatélites.

—Mas¿porquénohabéishuido?

—¿Dóndeiría?¿Creéisquehayunlugarenlatierraquenopuedaalcanzarelcardenal siquieremolestarmeen tender lamano?Siyo fuerahombre,enrigor,todavíaseríaposible;peromujer,¿quéqueréisquehagaunamujer?Esajovenpensionistaquetenéisaquí,¿hatratadodehuir?

—No,cierto,peroellaesotracosa,creoqueestáretenidaenFranciaporalgúnamor.

—Entonces—dijoMiladyconunsuspiro—,siamanoescompletamentedesgraciada.

—¿Osea—dijolaabadesamirandoaMiladyconinteréscreciente—,queloqueestoyviendoestambiénunapobreperseguida?

—¡Ay,sí!—dijoMilady.

La abadesamiró un instante aMilady con inquietud, como si un nuevopensamientosurgieseensumente.

—¿Vosnosoisenemigadenuestrasantafe?—dijoellabalbuceando.

—¡Yo!—exclamóMilady—.¿Yoprotestante?¡Oh,no,pongoportestigoalDiosquenosoyedeque,porelcontrario,soyfervientecatólica!

—Entonces—dijo la abadesa sonriendo—, tranquilizaos; la casa en queestáisnoseráunaprisiónmuydura,yharemostodolonecesarioparahacerosamar la cautividad. Hay más, encontraréis aquí a esa joven perseguida sindudaaconsecuenciadealgunaintrigacortesana.Esamable,graciosa.

—¿Cómolallamáis?

—Mehasidorecomendadaporalguiensituadomuyarriba,bajoelnombredeKetty.Nohetratadodesabersuotronombre.

—¡Ketty!—exclamóMilady—.¿Cómo?¿Estáissegura?

—¿Quesehacellamarasí?Sí,señora.¿Laconoceríais?

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Milady sonrió para sí misma y ante la idea que le había venido de queaquellamujer pudiera ser su antigua doncella.Al recuerdo de esta joven semezclaba un recuerdo de cólera, y un deseo de venganza había alterado losrasgos de Milady, que, por lo demás, casi al punto adoptaron la expresióncalma y benévola que esta mujer de cien rostros les había hecho perdermomentáneamente.

—¿Ycuándopodréveraesa jovendama,por laquesientounasimpatíatangrande?—preguntóMilady.

—Pues esta noche—dijo la abadesa—, hoymismo. Pero habéis viajadodurantecuatrohoras,comovosmismamehabéisdicho;estamañanaoshabéislevantadoalascinco,debéisnecesitardescanso.Acostaosydormid,alahoradelacenaosdespertaremos.

AunqueMiladyhubierapodidoprescindirmuybiendel sueño, sostenidacomo estaba por todas las excitaciones que una nueva aventura hacíaexperimentar a su corazón ávido de intrigas, no por eso dejó de aceptar elofrecimientodelasuperiora:desdehacíadoceoquincedíashabíapasadoportantasemocionesdiversasque,aunquesucuerpodehierropodíaaúnsoportarlafatiga,sualmanecesitabareposo.

Sedespidió,pues,de laabadesayseacostó,dulcementeacunadapor lasideas de venganza que naturalmente le había traído el nombre de Ketty.Recordaba aquella promesa casi ilimitada que le había hecho el cardenal sitriunfaba en su empresa. Había triunfado; podría, pues, vengarse deD’Artagnan.

SólounacosaespantabaaMilady:eraelrecuerdodesumarido,elcondedeLaFère,aquienhabíacreídomuertooalmenosexpatriado,yqueahoravolvíaaencontrarbajoelnombredeAthos,elmejoramigodeD’Artagnan.

Pero, también, sieraamigodeD’Artagnan,habíadebidoprestarleayudaen todas las intrigas, con ayuda de las cuales la reina había desbaratado losproyectos de Su Eminencia; si era amigo de D’Artagnan, era enemigo delcardenal, y sin duda conseguiría ella envolverlo en la venganza en cuyosplieguescontabaconahogaraljovenmosquetero.

Todas estas esperanzas eran dulces pensamientos para Milady; por eso,acunadaporellos,sedurmióalpunto.

Fuedespertadaporunavozdulcequeresonóalpiedesucama.Abriólosojosyvioa la abadesaacompañadadeuna jovendecabellos rubios,de tezdelicada,quefijabasobreellaunamiradallenadebenevolentecuriosidad.

El rostro de aquella joven le era completamente desconocido: las dos seexaminaron con una atención escrupulosa, al tiempo que cambiaban los

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saludos de uso; las dos eran muy bellas, pero de belleza completamentedistinta.Sinembargo,Miladysonrióalreconocerqueaventajabaconmuchoala jovenmujer en clase ymodales aristocráticos. Es cierto que el hábito denoviciaquellevabalajovennoeramuyventajosoparasostenerunaluchadeestegénero.

La abadesa las presentó una a otra; luego, cuando fue cumplida estaformalidad,comosusdebereslallamabanalaiglesia,dejóalasdosjóvenesmujeressolas.

La novicia, al ver a Milady acostada, quería seguir a la superiora, masMiladylaretuvo.

—¿Cómo señora? —le dijo ella—. ¿Apenas os he visto y ya queréisprivarme de vuestra presencia, con la cual, sin embargo, contaba yo, os loconfieso,paraeltiempoquetengoquepasaraquí?

—No,señora—respondiólanovicia—sóloquetemíahaberescogidomalelmomento;dormid,estáisfatigada.

—Bueno—dijoMilady—,¿quépuedenpedir laspersonasqueduermen?Unbuendespertar.Estedespertarvosmelohabéisdado;dejadmegozardeélamigusto.

Ycogiéndolelamano,laatrajosobreunsillónqueestabajuntoasulecho.

Lanoviciasesentó.

—¡Diosmío—dijoella—,quédesgraciadasoy!Haceyaseismesesqueestoyaquí,sinlasombradeunadistracción;llegáisvos,vuestrapresenciaibaaserparamíunacompañíaencantadora,yheaquíquelomásprobableesquedeunmomentoaotrovayaadejarelconvento.

—¡Cómo!—dijoMilady—.¿Osmarcháisenseguida?

—Almenosesoespero—dijolanoviciaconunaexpresióndealegríaquenotratabadedisfrazarpornadadelmundo.

—Creo haber entendido que habéis sufrido por parte del cardenal —continuóMilady—;hubierasidounmotivomásdesimpatíaentrenosotras.

—Ya me lo ha dicho nuestra buena madre. ¿Es, por tanto, verdad quetambiénvoseraisunavíctimadeesemalvadocardenal?

—¡Chiss!—dijoMilady—.Inclusoaquínohablemosasídeél;todasmisdesgraciasprocedendehaberdichomásomenosloquevosacabáisdedecir,delantedeunamujeraquienyocreíaamigamíayquemehatraicionado.Yvos,¿soistambiénvosvíctimadeunatraición?

—No—dijo lanovicia—,sinodemidesveloporunamujera laqueyo

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quería,porquienhubieradadomivida,porlaqueaúnladaría.

—Yqueoshaabandonado,¿noeseso?

—Hesidolobastanteinjustaparacreerlo,perodesdehacedosotresdíashe obtenido prueba de lo contrario, y se lo agradezco a Dios; me habríacostadocreerquemehabíaolvidado.Perovos,señora—continuólanovicia—meparecequeestáislibre,yquesiquisieraishuir,nodependeríamásquedevos.

—¿Dóndequeréisquevayasinamigos,sindinero,enunapartedeFranciaquenoconozco,adondenohevenidonunca?…

—¡Oh!—exclamólanovicia—.Encuantoaamigos,lostendréisportodaspartesdondeosmostréis.Parecéistanbuenaysoistanbella…

—Estonomeimpide—prosiguióMiladyendulzandosusonrisademaneraqueledabaunaexpresiónangelical—queyoestésolayperseguida.

—Escuchad—dijolanovicia—,hayqueteneresperanzaenelcielo,comoveis; siemprevieneenelmomentoenqueelbienque sehahechodefiendenuestracausaanteDios,ymirad,quizáseaunasuerteparavos,porhumildeysinpoderqueyosea,quemehayáisencontrado;porquesiyosalgodeaquí,puesbien,tendréalgunosamigospoderososque,despuésdehabersepuestoencampañapormí,podrántambiénponerseencampañaporvos.

—¡Oh!Cuandohedichoqueestabasola—dijoMilady,esperandohacerhablaralanoviciahablandodeellamisma—,noesporfaltadeteneralgunosconocimientos situados arriba; pero estos conocimientos tiemblan ante elcardenal:lareinamismanoseatreveasosteneraalguiencontraelcardenal;tengo pruebas de que su majestad, pese a su excelente corazón, ha sidoobligadamásdeunavezaabandonaralacóleradeSuEminenciaapersonasquelahabíanservido.

—Creedme, señora, la reina puede parecer haber abandonado a esaspersonas; pero no hay que creer en las apariencias; cuantomás perseguidasson,máspiensaenellas,yconfrecuencia,enelmomentoenqueellasmenoslopiensan,tienenpruebasdesubuenrecuerdo.

—¡Ay!—dijoMilady—.Locreo.Estanbuenalareina…

—¡Oh,entoncesconocéisaesabellaynoblereina,puestoquehabláisasí!—exclamólanoviciaconentusiasmo.

—Es decir —replicó Milady, acorralada en sus posiciones—, a ellapersonalmenteno tengoelhonordeconocerla;peroconozcoabuennúmerode sus amigos más íntimos: conozco al señor de Putange, he conocido enInglaterraalseñorDujart,conozcoalseñordeTréville.

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—¡El señor de Tréville!—exclamó la novicia—. ¿Conocéis al señor deTréville?

—Sí,perfectamente,muchoincluso.

—¿Elcapitándelosmosqueterosdelrey?

—Elcapitándelosmosqueterosdelrey.

—¡Oh, vais a ver—exclamó la novicia— cómo dentro de unmomentovamos a ser muy conocidas, casi amigas! Si conocéis al señor de Trévillehabréisdebidoirasucasa.

—¡Con frecuencia! —dijo Milady, que una vez entrada en esta vía ydándosecuentadequelamentiratriunfaba,queríallevarlahastaelfinal.

—Ensucasahabréisdebidoveraalgunosdesusmosqueteros…

—¡Atodoslosquehabitualmenterecibe!—respondióMilady,paraquienestaconversaciónempezabaateneruninterésreal.

—Nombradme a algunos de los que vos conozcáis y veréis que estaránentremisamigos.

—Conozco—dijoMiladyembarazada—alseñordeLouvigny,alseñordeCourtivron,alseñordeFérussac.

Lanovicialadejódecir;luego,viendoquesedetenía:

—¿Ynoconocéis—ledijo—aungentilhombrellamadoAthos?

Miladysepusotanpálidacomolassábanasentrelasqueseacostaba,ypordueñaque fuerade símismanopudo impedirse lanzarungrito cogiendo lamanodesuinterlocutoraydevorándolaconlamirada.

—¿Qué,quéosocurre?¡Oh,Diosmío!—preguntóaquellapobremujer—.¿Hedichoalgoqueoshayaherido?

—No,peroesenombremehasorprendidoporquetambiényoheconocidoa ese gentilhombre, y porqueme parece extraño encontrar a alguien que leconozcamucho.

—¡Oh, sí, mucho, no solamente a él, sino también a sus amigos, losseñoresPorthosyAramis!

—Deveras, tambiénaelloslosconozco—exclamóMilady,quesintióelfríopenetrarhastasucorazón.

—Pues bien, si los conocéis, debéis saber que son buenos y francoscompañeros.¿Porquénoosdirigísaellossinecesitáisapoyo?

—Es decir —balbuceó Milady—, yo no estoy vinculada realmente a

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ningunodeellos;losconozcoporhaberoídohablarmuchodeellosaunodemisamigos,elseñorD’Artagnan.

—¡Conocéis al señor D’Artagnan! —exclamó la novicia a su vez,cogiendolamanodeMiladyydevorándolaconlosojos.

LuegonotandolaextrañaexpresióndelamiradadeMilady:

—Perdón,señora—dijo—,¿atítulodequéloconocéis?

—Pues—replicoMiladyenapuros—atítulodeamigo.

—Meengañáis,señora—dijolanovicia—;habéissidosuamante.

—Soisvosquienlohabéissido,señora—exclamóMiladyasuvez.

—¡Yo!—dijolanovicia.

—Sí,vos;ahoraosconozco,vossoislaseñoraBonacieux.

Lajovenretrocedió,llenadesorpresaydeterror.

—¡Oh,noloneguéis!Responded—prosiguióMilady.

—Puesbien:sí,señora;yoleamo—dijolanovicia—,¿somosrivales?

ElrostrodeMiladyseencendiódeunfuegotansalvajequeencualquierotra circunstancia la señoraBonacieux habría huido de espanto; pero estabatotalmentedominadaporloscelos.

—Veamos: ¿decís, señora —prosiguió la señora Bonacieux con unaenergía de la que se la hubiera creído incapaz—, qué habéis sido o sois suamante?

—¡Oh,oh!—exclamóMiladyconunacentoquenoadmitíadudasobresuverdad—.¡Jamás,jamás!

—Os creo—dijo la señora Bonacieux—;mas ¿por qué entonces habéisgritadoasí?

—¿Cómo, no comprendéis?—dijoMilady, que se había repuesto de suturbaciónyquehabíarecuperadotodasupresenciadeánimo.

—¡Cómoqueréisquecomprenda!Yonosénada.

—¿Nocomprendéisque,porsermiamigo,D’Artagnanmehabíatomadoporconfidente?

—¿Deveras?

—¡No comprendéis que lo sé todo: vuestro rapto de la casita de Saint-Germain,sudesaparición,ladesusamigos,susbúsquedasinútilesdesdeesemomento!Y¿cómonoqueréisquemesorprenda,cuandosinsospechármelome encuentro convos, de quien hemoshablado con tanta frecuencia juntos,

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convos,aquienélamacontodalafuerzadesualma,convos,aquienélmehabía hecho amar antes de haberos visto? ¡Ay, queridaConstance, ahora osencuentro,porfinosveo!

YMiladytendiósusbrazosalaseñoraBonacieux,que,convencidaporloque acababa de decirle, no vio ya en estamujer, en quien un instante anteshabíacreídosurival,másqueunaamigasincerayabnegada.

—¡Oh, perdonadme, perdonadme!—exclamó ella dejándose ir sobre suhombro—.¡Loamotanto!

Las dos mujeres estuvieron un instante abrazadas. Desde luego, si lasfuerzasdeMiladyhubieranestadoalaalturadesuodio,laseñoraBonacieuxsólo hubiera salido muerta de aquel abrazo. Pero no pudiendo ahogarla, lesonrió.

—¡Oh, querida, querida muchacha —dijo Milady—, cuán feliz soy alveros! Dejadme miraros —y diciendo estas palabras la devorabainquisitivamenteconlamirada—.Sí,soisvos.¡Ahy,porcuantomehadicho,osreconozcoahora,osreconozcoperfectamente!

Lapobrejovennopodíasospecharloquedehorrorosamentecruelpasabatraslamuralladeaquellafrentepura,trasaquellosojostanbrillantesdondenoleíaotracosasinointerésycompasión.

—Entoncessabéiscuántohesufrido—dijolaseñoraBonacieux—,puestoqueoshedicholoqueélsufría;perosufrirporélesfelicidad.

Miladyreplicómaquinalmente.

—Sí,esfelicidad.

Ellapensabaenotracosa.

—Y, además —continuó la señora Bonacieux—, mi suplicio toca a sutérmino;mañana,quizáestanoche,lovolveréaver,yentonceselpasadonoexistirá.

—¿Estanoche?¿Mañana?—exclamóMiladysacadadesuensoñaciónporaquellaspalabras—.¿Quéqueréisdecir?¿Esperáisalgunanuevadeél?

—Loesperoaél.

—Aél.¿D’Artagnanaquí?

—Elmismo.

—¡Peroes imposible!EstáenelsitiodeLaRochelleconelcardenal;novolveráaParíssinodespuésdelatomadelaciudad.

—Voscreéiseso,pero¿esquehayalgoimposibleparamiD’Artagnanel

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nobleylealgentilhombre?

—¡Oh,nopuedocreeros!

—¡Buenosentoncesleed!—dijoenelexcesodesuorgulloydesualegríaladesventuradajovenpresentandounacartaaMilady.

«¡LaescrituradelaseñoraChevreuse!—sedijoparasusadentrosMilady—.¡Ay,estabaseguradequeteníaconocimientosporeselado!».

Yleyóávidamenteestaspocaslíneas:

Miqueridaniña,estadpreparada:nuestroamigoosverámuypronto,ynoosverámásqueparaarrancarosdelaprisiónenquevuestraseguridadexigíaqueestuvieseisoculta;preparaos,pues,paralapartidaynodesesperéisjamásdenosotros.

Vuestro encantador gascón acaba de mostrarse valiente y fiel comosiempre;decidlequeseleagradeceenalgunaparteelavisoquehadado.

—Sí,sí—dijoMilady—,sí,lacartaesprecisa.¿Sabéiscuáleseseaviso?

—No,sospechosolamentequehayaprevenidoalareinadealgunanuevamaquinacióndelcardenal.

—Sí, eso es sin duda —dijo Milady, devolviendo la carta a la señoraBonacieuxydejandocaersucabezapensativasobresupecho.

Enaquelmomentoseoyóelgalopedeuncaballo.

—¡Oh! —exclamó la señora Bonacieux precipitándose a la ventana—.¿Seráyaél?

Miladyhabíapermanecidoensucama,petrificadapor lasorpresa; tantascosas inesperadas le llegaban de golpe que por primera vez la cabeza lefallaba.

—¡EI,él!—murmuróella—.¿Seráél?

Ypermanecíaenlacamaconlosojosfijos.

—¡Ay,no!—dijolaseñoraBonacieux—.Esunhombrequenoconozcoyque, sin embargo, parece que viene hacia aquí; sí, aminora su carrera, sedetieneenlapuerta,llama.

Miladysaltófueradesucama.

—¿Estáiscompletamenteseguradequenoesél?—dijoella.

—¡Oh,sí,completamentesegura!

—Quizáhayáisvistomal.

—¡Oh!Aunquenovieramásquelaplumadesusombrero,lapuntadesu

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capa,loreconocería.

Miladyseguíavistiéndose.

—Noimporta,¿decísqueesehombrevienehaciaaquí?

—Sí,haentrado.

—Esparavosoparamí.

—¡Oh,Diosmío,quéagitadaparecéis!

—Sí,loconfieso,yonotengovuestraconfianza, temocualquiercosadelcardenal.

—¡Chis!—dijolaseñoraBonacieux—.Alguienviene.

Efectivamente,lapuertaseabrióyentrólasuperiora.

—¿SoisvoslaquellegáisdeBoulogne?—preguntóaMilady.

—Sí, soy yo —respondió ésta tratando de recuperar su sangre fría—.¿Quiénpreguntapormí?

—Unhombrequenoquieredecirsunombre,peroquevienedepartedelcardenal.

—¿Yquéquieredecirme?—preguntóMilady.

—QuequierehablarconunadamaquehallegadodeBoulogne.

—Entonceshacedloentrar,señora,osloruego.

—¡Oh,Diosmío,Diosmío!—dijo la señoraBonacieux—.¿Seráalgunamalanoticia?

—Tengomiedo.

—Osdejoconeseextraño,perotanprontocomosemarche,volverésimelopermitís.

—¡Cómono!Oslosuplico.

LasuperioraylaseñoraBonacieuxsalieron.

Miladysequedósola,fijoslosojosenlapuerta;uninstantedespuésseoyóel ruido de espuelas que resonaban en las escaleras, luego los pasos seacercaron,luegolapuertaseabrióyaparecióunhombre.

Miladylanzóungritodealegría:aquelhombreeraelcondedeRochefort,elinstrumentociegodeSuEminencia.

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CapítuloLXII

Dosvariedadesdedemonios

—¡Ah!—exclamaronalmismotiempoRochefortyMilady—.¡Soisvos!

—Sí,soyyo.

—¿Yllegáis?…—preguntóMilady.

—DeLaRochelle.¿Yvos?

—DeInglaterra.

—¿Buckingham?

—Muerto o herido peligrosamente; cuando yo partía sin haber podidoobtenernadadeél,unfanáticoacababadeasesinarlo.

—¡Ah! —exclamó Rochefort con una sonrisa—. ¡He ahí un azar muyfeliz!YquesatisfarámuchoaSuEminencia.¿Lehabéisavisado?

—LeescribídesdeBoulogne.Pero¿cómoestáisaquí?

—SuEminencia,inquieto,mehaenviadoenvuestrabusca.

—Lleguéayer.

—¿Yquéhabéishechodesdeayer?

—Noheperdidomitiempo.

—¡Oh!Esomelosospechodesobra.

—¿Sabéisaquiénheencontradoaquí?

—No.

—Adivinad.

—¿Cómoqueréis…?

—Aesajovenaquienlareinahasacadodeprisión.

—¿LaamantedelpequeñoD’Artagnan?

—Sí,alaseñoraBonacieux,cuyoretiroignorabaelcardenal.

—Bueno—dijoRochefort—,ahítenemosunazarquepuedeigualarseconelotro.Elseñorcardenalesrealmenteunhombreprivilegiado.

—¿Comprendéis mi asombro —continuó Milady— cuando me heencontradocaraacaraconestamujer?

—¿Ellaosconoce?

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—No.

—Entonces,¿osmiracomoaunaextraña?

Miladysonrió.

—¡Soysumejoramiga!

—Pormihonor—dijoRochefort—,nohaycomovos,miqueridacondesa,parahacermilagros.

—Yvalelapena,caballero—dijoMilady—,porque¿sabéisquépasa?

—No.

—Van a venir a buscarlamañana o pasadomañana con una orden de lareina.

—¿Deverdad?¿Yquién?

—D’Artagnanysusamigos.

—Realmente harán tanto que nos veremos obligados a enviarlos a laBastilla.

—¿Porquénosehahechoya?

—¡Qué queréis! Porque el señor cardenal tiene por esos hombres unadebilidadqueyonocomprendo.

—¿Deveras?

—Sí.

—Puesbien,decidleesto,Rochefort,decidlequenuestraconversaciónenel albergue delColombier-Rouge fue oída por esos cuatro hombres; decidleque después de su partida uno de ellos subió y me arrancó mediante laviolencia el salvoconducto que me había dado; decidle que habían hechoavisara lorddeWinterdemipasoaInglaterra;que tambiénenestaocasiónhanestadoapuntodehacerfracasarmimisión,comohicieronfracasarladelos herretes; decidle que entre esos cuatro hombres, sólo dos son de temer,D’ArtagnanyAthos;decidlequeeltercero,Aramis,eselamantedelaseñoradeChevreuse:hayquedejarviviraéste,sabemossusecreto,puedeserútil;encuantoalcuarto,Porthos,esuntonto,unfatuoyunnecio:quenosepreocupesiquiera.

—PeroesoscuatrohombresdebenestarenestemomentoenelasediodeLaRochelle.

—Esocreíacomovos;perounacartaquelaseñoraBonacieuxharecibidode la señora de Chevreuse, y que ha cometido la imprudencia decomunicarme,mellevaacreerqueporelcontrarioestoscuatrohombresestán

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decaminoyvienenallevársela.

—¡Diablos!¿Quéhacer?

—¿Quéoshadichoelcardenalamirespecto?

—Que recibavuestrospartes escritosoverbales,quevuelva alpuesto, ycuandoélsepaloquehabéishecho,pensaráenloquedebéishacer.

—¿Deboentoncesquedarmeaquí?—preguntóMilady.

—Aquíoenlosalrededores.

—¿Nopodéisllevarmeconvos?

—No,laordenesformal;enlosalrededoresdelcampamentopodríaisserreconocida, y vuestra presencia, como comprenderéis, comprometería a SuEminencia, sobre todo después de lo que acaba de pasar allá. Sólo quedecidme por adelantado dónde esperaréis noticias del cardenal, que yo sepasiempredóndeencontraros.

—Escuchad,esprobablequenopuedapermaneceraquí.

—¿Porqué?

—Olvidáisquemisenemigospuedenllegardeunmomentoaotro.

—Cierto;peroentonces,¿esamujercitavaaescapárseleaSuEminencia?

—¡Bah!—dijoMiladyconunasonrisaquenopertenecíamásqueaella—.Olvidáisqueyosoysumejoramiga.

—¡Ah, es cierto! Puedo, por tanto, decir al cardenal que, respecto a esamujer…

—Queestétranquilo.

—¿Esoestodo?

—Elsabráloquequieredecir.

—Loadivinará.Ahora,veamos,¿quédebohaceryo?

—Saliralinstante;meparecequelasnuevasquelleváisbienmerecenquenosdemosprisa.

—MisillasehapartidoalentrarenLillers.

—¡Estupendo!

—¿Cómoestupendo?

—Sí,necesitovuestrasilla—dijolacondesa.

—¿Ycómoiréyoentonces?

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—Atodogalope.

—Ostienensincuidadoesascientoochentaleguas.

—¿Quéeseso?

—Seharán.¿Yluego?

—Luego, al pasar por Lillers,me devolvéis la silla con orden a vuestrocriadodeponerseamidisposición.

—Bien.

—Indudablemente,tendréisencimadevosalgunaordendelcardenal…

—Tengomiplenopoder.

—Lomostraréisalaabadesadiciendoquevendránabuscarme,bienhoy,bien mañana, y que yo tendré que seguir a la persona que se presente envuestronombre.

—¡Muybien!

—Noolvidéistratarmeduramentecuandohabléisdemíalaabadesa.

—¿Porqué?

—Yo soy una víctima del cardenal. Tengo que inspirar confianza a esapobreseñoraBonacieux.

—De acuerdo. Ahora, ¿queréis hacerme un informe de todo lo que hapasado?

—Yaoshecontadolosacontecimientos,tenéisbuenamemoria,repetidlascosastalcomooslashedicho,unpapelsepierde.

—Tenéis razón; basta con saber dónde encontraros, para que no vaya arecorrerinútilmenteporlosalrededores.

—Escierto,esperad.

—¿Tenéisunmapa?

—¡Oh!Conozcoestaregióndemaravilla.

—¿Vos?¿Cuándohabéisvenidoaquí?

—Fuicriadaaquí.

—¿Deverdad?

—Siempresirvedealgo,comoveis,habersidocriadaenalgunaparte.

—Entoncesmeesperáis…

—Dejadmepensaruninstante;claro,mirad,enArmentières.

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—¿QuéesArmentières?

—UnapequeñaaldeajuntoalLys;notendrémásquecruzarelríoyestoyenunpaísextranjero.

—¡Demaravilla!Peroquequedeclaroquenoatravesaréiselríomásqueencasodepeligro.

—Porsupuesto.

—Yenesecaso,¿cómosabrédóndeestáis?

—¿Necesitáisavuestrolacayo?

—No.

—¿Esunhombreseguro?

—Atodaprueba.

—Dádmelo;nadie lo conoce, lodejoenel lugardelquemevoyyélosllevaadondeestoy.

—¿YdecísquemeesperáisenArmentières?

—EnArmentières—respondióMilady.

—Escribidme ese nombre en un trozo de papel, no vaya a ser que loolvide;unnombredealdeanoescomprometedor,¿noesasí?

—¿Quiénsabe?Noimporta—dijoMiladyescribiendoelnombreenmediahojadepapel—,mecomprometo.

—¡Bien!—dijoRochefortcogiendodelasmanosdeMiladyelpapel,queplegóymetióenelforrodesusombrero—.Porotraparte,tranquilizaos;voyahacercomo losniños,yencasodequepierdaesepapel, repetiréelnombredurantetodoelcamino.Yahora,¿esoestodo?

—Creoquesí.

—Intentaremos recordar: Buckingham, muerto o gravemente herido;vuestraconversaciónconelcardenal,oídaporloscuatromosqueteros;lorddeWinter avisado de vuestra llegada a Portsmouth; D’Artagnan y Athos, a laBastilla; Aramis, amante de la señora de Chevreuse; Porthos, un asno; laseñoraBonacieux,vueltaaencontrar;enviaroslasillaloantesposible;ponermi lacayo a vuestra disposición; hacer devos unavíctimadel cardenal paraquelaabadesanosospeche;Armentières,aorillasdelLys.¿Eseso?

—Realmente, mi querido caballero, sois un milagro de memoria. Apropósito,añadidunacosa.

—¿Cuál?

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—He visto bosques muy bonitos que deben lindar con el jardín delconvento,decidquemeestápermitidopasearporesosbosques.¿Quiénsabe?Quizátenganecesidaddesalirporunapuertadeatrás.

—Pensáisentodo.

—Yvos,vosolvidáisunacosa.

—¿Cuál?

—Preguntarmesinecesitodinero.

—Tenéisrazón,¿cuántoqueréis?

—Todoeloroquetengáis.

—Tengoaproximadamentequinientaspistolas.

—Yo tengo otro tanto; con mil pistolas se hace frente a todo; vaciadvuestrosbolsillos.

—Aquíestán,condesa.

—Bien,miqueridoconde.¿Cuándopartís?

—Dentro de una hora: el tiempo de tomar un bocado, durante el cualenviaréabuscaruncaballodeposta.

—¡Demaravilla!¡Adiós,caballero!

—Adiós,condesa.

—Recomendadmealcardenal—dijoMilady.

—RecomendadmeaSatán—replicóRochefort.

MiladyyRochefortcambiaronunasonrisaysesepararon.

Unahoradespués,Rochefortpartióagalopetendidoensucaballo;cincohorasmástardepasabaporArras.NuestroslectoresyasabencómohabíasidoreconocidoporD’Artagnan,ycómoestereconocimiento,inspirandotemoresaloscuatromosqueteros,habíandadonuevaactividadasuviaje.

CapítuloLXIII

Gotadeagua

Apenas había salido Rochefort, volvió a entrar la señora Bonacieux.EncontróaMiladyconelrostrorisueño.

—Ybien—dijo la joven—loquevos temíaisha llegado,por tanto;esta

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nocheomañanaelcardenalosenvíaarecoger.

—¿Quiénoshadichoeso,niñamía?—preguntóMilady.

—Loheoídodelabocamismadelmensajero.

—Venidasentarosaquíamilado—dijoMilady.

—Yaestoyaquí.

—Esperadquemeaseguredesialguiennosescucha.

—¿Porquétodasestasprecauciones?

—Ahoravaisasaberlo.Miladyselevantóyfuealapuertalaabrió,miróenelcorredoryvolvióasentarsejuntoalaseñoraBonacieux.

—Entonces—dijoella—,hainterpretadobiensupapel.

—¿Quién?

—Elquesehapresentadoalaabadesacomoenviadodelcardenal.

—¿Eraentoncesunpapelquerepresentaba?

—Sí,niñamía.

—Esehombrenoesentonces…

—Esehombre—dijoMiladybajandolavoz—esmihermano.

—¡Vuestrohermano!—exclamólaseñoraBonacieux.

—Puessí,sólovossabéisestesecreto,niñamía;si loconfiáisaalguien,seaelquesea,estaréperdida,yquizávostambién.

—¡Oh,Diosmío!

—Escuchad,loquepasaesesto:mihermano,queveníaenmiayudaparasacarmedeaquíalafuerzasierapreciso,sehaencontradoconelemisariodelcardenalqueveníaabuscarme;lohaseguido.Alllegaraunlugardelcaminosolitarioyapartado,hasacadolaespadaconminandoalmensajeroaentregarlelos papeles de que era portador; el mensajero ha querido defenderse, mihermanolohamatado.

—¡Oh!—exclamólaseñoraBonacieuxtemblando.

—Era el únicomedio, pensad en ello. Entoncesmi hermano ha resueltosustituirlafuerzaporlaastucia:hacogidolospapelesysehapresentadoaquícomoelemisariomismodelcardenal,ydentrodeunahoraodos,uncochedebevenirarecogermedepartedeSuEminencia.

—Comprendo;esecocheesvuestrohermanoquienosloenvía.

—Exacto;peroesonoestodo:esacartaquehabéisrecibidoyquecreéis

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delaseñoradeChevreuse…

—¿Qué?

—Esfalsa.

—¿Cómo?

—Sí,falsa:esunatrampaparaquenohagáisresistenciacuandovenganabuscaros.

—PerosivendráD’Artagnan.

—Desengañaos,D’ArtagnanysusamigosestánretenidosenalasediodeLaRochelle.

—¿Cómosabéiseso?

—Mi hermano ha encontrado a los emisarios del cardenal con traje demosqueteros.Oshabríanllamadoalapuerta,voshabríaiscreídoquesetratabadeamigososraptabanyosllevabanaParís.

—¡Oh, Dios mío! Mi cabeza se pierde en medio de este caos deiniquidades. Siento que si esto durase —continuó la señora Bonacieuxllevandosusmanosasufrente—mevolveríaloca.

—Esperad.

—¿Qué?

—Oigoelpasodeuncaballo,eseldemihermanoquesemarcha;quierodecirleelúltimoadiós,venid.

MiladyabriólaventanaehizoseñasalaseñoraBonacieuxdereunirseconella.Lajovenfueallí.

Rochefortpasabaalgalope.

—¡Adiós,hermano!—exclamóMilady.

El caballero alzó la cabeza, vio a las dos jóvenes y, mientras seguíacorriendo,hizoaMiladyunaseñaamistosaconlamano.

—¡EstebuenGeorges!—dijo ellavolviendoa cerrar laventana conunaexpresiónderostrollenadeafectoymelancolía.

Y volvió a sentarse en su sitio, como si se sumiera en reflexionescompletamentepersonales.

—Queridaseñora—dijolaseñoraBonacieux—,perdónporinterrumpiros,pero¿quémeaconsejáishacer?¡Diosmío!Vostenéismásexperienciaqueyo;hablad,osescucho.

—En primer lugar—dijoMilady—, puede que yome equivoque y que

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D’Artagnanysusamigosvenganrealmenteenvuestraayuda.

—¡Oh,hubierasidodemasiadohermoso!—exclamólaseñoraBonacieux—.Ytantafelicidadnoestáhechaparamí.

—Entonces, atended; será simplemente una cuestión de tiempo, unaespeciedecarreraparasaberquiénllegaráprimero.Sisonvuestrosamigoslosquelosaventajanenrapidez,estaréissalvada;sisonlossatélitesdelcardenal,estaréisperdida.

—¡Ohsí,perdidasinremisión!¿Quéhacerentonces?¿Quéhacer?

—Habríaunmediomuysimple,muynatural…

—¿Cuál?Decid.

—Seríaesperarocultaenlosalrededoresyasegurarosdequiénessonloshombresquevienenabuscaros.

—Pero¿dóndeesperar?

—¡Oh,esosíquenoesunproblema!Yomismamedetendréymeocultaréa algunas leguas de aquí, a la espera de que mi hermano venga a reunirseconmigo;puesbien,osllevoconmigo,nosescondemosyesperamosjuntas.

—Peronomedejaránpartir,aquíestoycasiprisionera.

—Comocreenqueyomemarchoporordendelcardenal,nocreeránqueestéisdeseosadeseguirme.

—¿Y?

—Pues losiguiente:elcocheestáen lapuerta,vosmedespedís, subísalestribo para estrecharme en vuestros brazos por última vez; el criado demihermano que viene a recogerme está avisado, hace una señal al postillón ypartimosalgalope.

—PeroD’Artagnan,D’Artagnan,¿síviene?

—¿Nohemosdesaberlo?

—¿Cómo?

—Nada más fácil. Hacemos regresar a Béthune a ese criado de mihermano,delcual,yaoslohedicho,podemosfiarnos;sedisfrazaysealojafrente al convento; si son los emisarios del cardenal los que vienen, no semueve; si es el señor D’Artagnan y sus amigos, los lleva adonde estamosnosotras.

—Entonces,¿losconoce?

—Claro,havistoalseñorD’Artagnanenmicasa.

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—¡Oh, sí, sí, tenéis razón! De esta forma todo va de la mejor maneraposible;perononosalejemosdeaquí.

—Asieteaocholeguastodolomás,nossituamosjuntoalafrontera,porejemplo,yalaprimeraalerta,salimosdeFrancia.

—Yhastaentonces,¿quéhacer?

—Esperar.

—Pero¿ysillegan?

—Elcochedemihermanollegaráantesqueellos.

—¿Si estoy lejos de vos cuando vengan a recogernos, comiendo ocenando,porejemplo?

—Hacedunacosa.

—¿Cuál?

—Decidavuestrabuenasuperioraqueparadejarnos lomenosposible lepedíspermisodecompartirmicomida.

—¿Lopermitirá?

—¿Quéinconvenientehayeneso?

—¡Oh,muybiendeestaformanonosdejaremosuninstante!

—Puesbien,bajadasucuartoparahacerlesabervuestrapetición;sientomicabezapesada,voyadarunavueltaporeljardín.

—Id,pero¿dóndeosvolveréaencontrar?

—Aquí,dentrodeunahora.

—Aquí, dentro de una hora. ¡Oh, cuán buena sois! Os lo agradezco.¿Cómonointeresarmedevos?Aunquenofueraishermosayencantaora,¿nosoislaamigadeunodemismejoresamigos?

—QueridoD’Artagnan.¡Oh,cómoosloagradecerá!

—Esoespero.Vamos,todoestáconvenido,bajemos.

—¿Vaisaljardín?

—Sí.

—Seguidestecorredor,unaescaleritaosconduceallí.

—¡Demaravilla!¡Gracias!

Y las dos mujeres se separaron cambiando una encantadora sonrisa.Miladyhabíadicholaverdad,teníalacabezapesadaporquesusproyectosmal

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clasificadosentrechocabancomoenuncaos.Necesitabaestarsolaparaponerunpocodeordenensuspensamientos.Veíavagamenteenel futuro;pero lehacía falta un pocode silencio y de quietud para dar a todas sus ideas, aúnconfusas,unaformanítida,unplanfijo.

LomásacucianteeraraptaralaseñoraBonacieux,ponerlaenlugarseguroyallí, llegadoelcaso,hacerdeellaun rehén.Miladycomenzabaa temerelresultado de aquel duelo terrible en que sus enemigos ponían tantaperseveranciacomoellaencarnizamiento.

Por otra parte, sentía, como se siente venir una tormenta, que aquelresultadoestabacercanoynopodíadejardeserterrible.

Loprincipalparaella,comohemosdicho,eraportantotenerensusmanosa la señoraBonacieux.La señoraBonacieuxera lavidadeD’Artagnan; eramásquesuvida,eraladelamujerqueélamaba;era,encasodemalasuerte,unmediodetrataryobtenercontodaseguridadbuenascondiciones.

Ahora bien, este punto estaba fijado: la señora Bonacieux, sindesconfianza, la seguía; una vez oculta con ella en Armentières, era fácilhacerle creer queD’Artagnan no había venido aBéthune.Dentro de quincedíascomomáximo,Rochefortestaríadevuelta;duranteesosquincedías,porotraparte,pensaría sobre loque teníaquehacerparavengarsede loscuatroamigos. No se aburriría, gracias a Dios, porque tendría el pasatiempo másdulcequelossucesospuedenconcederaunamujerdesucarácter:unabuenavenganzaqueperfeccionar.

Al tiempoquepensaba,ponía losojosa sualrededoryclasificabaen sucabezalatopografíadeljardín.Miladyeracomoungeneralqueprevéjuntasla victoria y la derrota, y que está preparado, según las alternativas de labatalla,parairhaciaadelanteobatirseenretirada.

Al cabo de una hora oyó una voz dulce que la llamaba: era la señoraBonacieux.Labuenaabadesahabíaconsentidonaturalmenteen todoy,paraempezar,ibanacenarjuntas.

—Al llegar al patio, oyeron el ruido de un coche que se detenía en lapuerta.

—¿Oís?—dijoella.

—Sí,elrodardeuncoche.

—Eselquemihermanonosenvía.

—¡Oh,Diosmío!

—¡Vamos,valor!

Llamaronalapuertadelconvento,Miladynosehabíaengañado.

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—Subidavuestrahabitación—ledijoa la señoraBonacieux—, tendréisalgunasjoyasquedesearéisllevaros.

—Tengosuscartas—dijoella.

—Pues bien, id a buscarlas y venid a reuniros conmigo a mi cuarto,cenaremos de prisa; quizá viajemos una parte de la noche, hay que tomarfuerzas.

—¡GranDios!—dijolaseñoraBonacieuxllevándoselamanoalpecho—.Elcorazónmeahoga,nopuedocaminar.

—¡Valor, vamos, valor! Pensad que dentro de un cuarto de hora estaréissalvada,ypensadqueloquevaisahacer,lohacéisporél.

—¡Ohsí, todoporél!Mehabéisdevueltomivalorconunasolapalabra;id,yomereuniréconvos.

Miladysubiórápidamenteasucuarto,encontróallíallacayodeRochefortylediosusinstrucciones.

Debíaesperara lapuerta;siporcasualidadaparecíanlosmosqueteros,elcochepartíaalgalope,daba lavueltaalconventoe ibaaesperaraMiladyauna pequeña aldea situada al otro lado del bosque. En este caso, Miladycruzabaeljardínyganabalaaldeaapie;yalohabíadicho,MiladyconocíademaravillaestapartedeFrancia.

Si los mosqueteros no aparecían, las cosas marcharían como estabaconvenido:laseñoraBonacieuxsubíaalcochesopretextodedecirleadiósyMiladyraptabaalaseñoraBonacieux.

LaseñoraBonacieuxentróy,paraquitarlecualquiersospecha,siesquelatenía, Milady repitió ante ella al lacayo toda la última parte de susinstrucciones.

Miladyhizoalgunaspreguntassobreelcoche:eraunasillatiradaportrescaballos, guiada por un postillón; el lacayo de Rochefort debía precederlacomocorreo.

Era un error de Milady su temor a que la señora Bonacieux tuvierasospechas: la pobre joven era demasiado pura para sospechar en otramujersemejanteperfidia;además,elnombredelacondesadeWinter,quehabíaoídopronunciaralaabadesa,leeracompletamentedesconocido,eignorabainclusoqueunamujerhubieratenidopartetangrandeytanfatalenlasdesgraciasdesuvida.

—Ya lo veis —dijo Milady cuando el lacayo hubo salido—, todo estádispuesto.Laabadesanosospechanadaycreequevieneabuscarmedepartedelcardenal.Esehombrevaadarlasúltimasórdenes:tomadalgo,bebeduna

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gotadevinoypartamos.

—Sí—dijomaquinalmentelaseñoraBonacieux—,sí,partamos.

Milady le hizo señas de sentarse ante ella, le puso un vasito de vinoespañolylesirvióunapechuga.

—Ved—ledijo—, todonos ayuda: la oscuridad llega; al alba habremosllegado a nuestro refugio y nadie podrá sospechar dónde estamos. Vamos,valor,tomadalgo.

LaseñoraBonacieuxcomiómaquinalmentealgunosbocadosytemplósuslabiosenelvaso.

—Vamos, vamos—dijo Milady llevando el suyo a sus labios—, hacedcomoyo.

Pero en el momento en que lo acercaba a su boca, su mano quedósuspendida:acababadeoírenlarutacomoelrodarlejanodeungalopequeseiba aproximando; luego, casi al mismo tiempo, le pareció oír relinchos decaballos.

Aquelruidolasacódesualegríacomounruidodetormentadespiertaenmediodeunhermososueño;palidecióycorrióalaventanamientraslaseñoraBonacieux, levantándose toda temblorosa, se apoyaba sobre su silla para nocaer.

Noseveíanadaaún,sóloseoíaelgalopequecontinuabaacercándose.

—¡Oh,Diosmío!—dijolaseñoraBonacieux—.¿Quéeseseruido?

—El de nuestros amigos o de nuestros enemigos—dijoMilady con suterriblesangrefría—;quedaosdondeestáis;voyadecíroslo.

LaseñoraBonacieuxpermaneciódepie,muda,inmóvilypálidacomounaestatua.

Elruidosehacíamásfuerte,loscaballosnodebíanestaramásdecientocincuentapasos; si no se los divisaba todavía, esporque la ruta formabauncodo.Sinembargo,elruidosehacíatannítidoquesehubieranpodidocontarloscaballosporelruidoirregulardesusherraduras.

Miladymirabacontodalapotenciadesuatención.Necesitópocotiempoparapoderreconoceralosquellegaban.

Depronto,enelrecododelcamino,viorelucirlossombrerosgalonadosyflotar las plumas; contó dos, después cinco, luego ocho caballeros; uno deellosprecedíaatodoslosdemásendoscuerposdecaballo.

Miladylanzóunrugidoahogado.EnelqueveníaalacabezareconocióaD’Artagnan.

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—¡Oh, Dios mío, Dios mío! —exclamó la señora Bonacieux—. ¿Quépasa?

—Eseluniformedelosguardiasdelseñorcardenal;nohayunmomentoqueperder—exclamóMilady—.¡Huyamos,huyamos!

—Sí, sí, huyamos—repitió la señora Bonacieux, pero sin poder dar unpaso,clavadacomoestabaensusitioporelterror.

Seoyóaloscaballerosquepasabanbajolaventana.

—¡Venid,perovenid!—exclamabaMiladytratandodearrastraralajovenpor el brazo—. Gracias al jardín, aún podemos huir, tengo la llave; perodémonosprisa,dentrodecincominutosserádemasiadotarde.

LaseñoraBonacieuxtratódecaminar,diodospasosycayóderodillas.

Miladytratódelevantarlaydellevársela,peronopudoconseguirlo.

En aquel momento se oyó el rodar de un coche, que, a la vista de losmosqueterospartióalgalope.Luego,tresocuatrodisparossonaron.

—Porúltimavez,¿queréisvenir?—exclamóMilady.

—¡Oh,Diosmío,Diosmío!Veis que las fuerzasme faltan, veis que nopuedocaminar:huidsola.

—¡Huirsola!¡Dejarosaquí!No,nonunca—exclamóMilady.

De pronto, un destello lívido brotó de sus ojos; de un salto, como loca,corrióa lamesa,echóenelvasode laseñoraBonacieuxelcontenidodeunengastedeanilloqueabrióconunaprestezasingular.

Eraungranorojizoquesefundióalpunto.

Luego,cogiendoelvasoconunamanofirme:

—Bebed—dijo—,estevinoosdaráfuerzas,bebed.

—¡Ah!Noesasícomoqueríavengarme—murmuróMilady,dejandoconunasonrisainfernalelvasoencimadelamesa—,peroafequesehaceloquesepuede.

Yseprecipitófueradelahabitación.

La señora Bonacieux la vio huir, sin poder seguirla; estaba como esasgentesquesueñanquelaspersiguenyquetratanenvanodecaminar.

Transcurrieronalgunosminutos,unruidohorribleresonabaenlapuerta;acada instante la señoraBonacieux esperaba ver reaparecer aMilady, que noreaparecía.

Variasveces,deterrorsinduda,elsudorfríosubióasufrenteardiente.

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Porfin,oyóelrechinardelasverjasqueseabrían,elruidodelasbotasydelasespuelasresonóporlasescaleras:habíaungranmurmullodevocesqueibanacercándose,enmediodelascualesleparecíaoírpronunciarsunombre.

Deprontolanzóungrangritodealegríayselanzóhacialapuerta,habíareconocidolavozdeD’Artagnan.

—¡D’Artagnan!¡D’Artagnan!—exclamóella—.¿Soisvos?Poraquí,poraquí.

—¡Constance, Constance!—respondió el joven—. ¿Dónde estáis? ¡Diosmío!

Enelmismomomento, lapuertade laceldacedióalchoquemásqueseabrió; varios hombres se precipitaron en la habitación; la señoraBonacieuxhabíacaídoenunsillónsinpoderhacerunmovimiento.

D’Artagnanarrojóunapistolaaúnhumeantequeteníaenlamanoycayóderodillasantesudueña,Athosvolvióaponerlasuyaensucintura;PorthosyAramis,queteníandesnudassusespadas,lasenvainaron.

—¡Oh,D’Artagnan!¡MibienamadoD’Artagnan!¡Vienesporfin,nomehabíanengañado,erestú!

—¡Sí,sí,Constance!¡Juntos!

—¡Oh!Pormásqueelladecíaquenovendríasyoesperabaensecreto;nohequeridohuir.¡Ay,québienhehecho,quéfelizsoy!

Alapalabradeella,Athos,queestabasentadotranquilamente,selevantódeunsalto.

—¡Ella!¿Quiénesella?—preguntóD’Artagnan.

—Mi compañera; la que, por amistad haciamí, quería sustraerme amisperseguidores;laquetomándoosporguardiasdelcardenalacabadehuir.

—Vuestracompañera—exclamóD’Artagnanvolviéndosemáspálidoqueelveloblancodesuamante—.¿Aquécompañeraosreferís?

—Aaquellacuyococheestabaalapuerta,aunamujerquesedicevuestraamiga,D’Artagnan;aunamujeraquienvoshabéiscontadotodo.

—¡Su nombre, su nombre! —exclamó D’Artagnan—. ¡Dios mío! ¿Nosabéisvossunombre?

—Sí, lo hanpronunciadodelante demí; esperad…,pero es extranjero…¡Oh,Diosmío!Micabezaseturba,yanoveo.

—¡Ayudadme, amigos ayudadme! Sus manos están heladas —exclamóD’Artagnan—.Seencuentramal.¡GranDios!¡Pierdeelconocimiento!

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Mientras Porthos pedía ayuda con toda la potencia de su voz, Aramiscorrióalamesaparacogerunvasodeagua;perosedetuvoalverlahorriblealteracióndelrostrodeAthosque,depieantelamesa,conlospeloserizados,losojosheladosdeestupor,mirabaunodelosvasosyparecíapresadeladudamáshorrible.

—¡Oh! —decía Athos—. ¡Oh, no, es imposible! ¡Dios no permitiríasemejantecrimen!

—¡Agua,agua!—gritabaD’Artagnan—.¡Agua!

—¡Oh, pobre mujer, pobre mujer! —murmuraba Athos con la vozquebrada.

LaseñoraBonacieuxvolvióaabrirlosojosbajolosbesosdeD’Artagnan.

Yacercóelvasoaloslabiosdelajoven,quebebiómaquinalmente.

—¡Vuelveensí!—exclamóeljoven—.¡Oh,Diosmío,Diosmío,gracias!

—Señora—dijoAthos—,señora,ennombredelcielo,¿dequiénesestevasovacío?

—Mío,señor…—respondiólajoven—convozmoribunda.

—Pero¿quiénoshaechadoelvinoqueestabaenesevaso?

—Ella.

—Pero¿quiénesella?

—¡Ah, ya me acuerdo! —dijo la señora Bonacieux—. La condesa deWinter…

Los cuatro amigos lanzaron un solo y mismo grito, pero el de Athosdominótodoslosdemás.

Enaquelmomento,el rostrode la señoraBonacieuxsevolvió lívido,undolorsordolaabatióycayójadeanteenlosbrazosdePorthosydeAramis.

D’ArtagnancogiólasmanosdeAthosconunaangustiadifícildedescribir.

—¿Yqué?—dijo—.Túcrees…

Suvozseextinguióenunsollozo.

—Locreotodo—dijoAthosmordiéndoseloslabioshastahacersesangre.

—¡D’Artagnan!¡D’Artagnan!—exclamólaseñoraBonacieux—.¿Dóndeestás?Nomedejes,yavesquevoyamorir.

D’Artagnan soltó las manos de Athos, que tenía aún entre sus manoscrispadas,ycorrióhaciaella.

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Surostrotanhermosoestabatodotrastornado,susojosvidriososnotemanyamirada,unestremecimientoconvulsivoagitabasucuerpo,el sudorcorríaporsufrente.

—¡Ennombredelcielo!¡Corredallamar!Porthos,Aramis,¡pedidayuda!

—Inútil —dijo Athos—, inútil, para el veneno que ella echa no haycontraveneno.

—¡Sí,sí,socorro,socorro!—murmurólaseñoraBonacieux—.¡Socorro!

Luego,reuniendotodassufuerzas,cogiólacabezadeljovenentresusdosmanos,lomiróuninstantecomositodasualmahubierapasadoasumiraday,conungritosollozante,apoyósuslabiossobrelosdeél.

—¡Constance!¡Constance!—exclamóD’Artagnan.

Un suspiro escapó de la boca de la señora Bonacieux rozando la deD’Artagnan;aquelsuspiroeraaquellaalmatancastaytanamantequesubíaalcielo.

D’Artagnannoestrechabamásqueuncadáverentresusbrazos.

Eljovenlanzóungritoycayójuntoasuamante,tanpálidoyheladocomoella.

Porthos lloró,Aramismostró el puño al cielo,Athos hizo el signo de lacruz.

Enaquelmomentounhombreaparecióenlapuerta,casitanpálidocomolos que estaban en la habitación, miró todo en torno suyo, vio a la señoraBonacieuxmuertayaD’Artagnandesvanecido.

Apareció justo en ese instante de estupor que sigue a las grandescatástrofes.

—Nomehabíaequivocado—dijo—,heahíalseñorD’Artagnanysustresamigos,losseñoresAthos,PorthosyAramis.

Estoscuyosnombresacababandeserpronunciadosmirabanalextranjeroconasombro,yalostreslesparecíareconocerlo.

—Señores —prosiguió el recién llegado—, vos estáis como yo a labúsqueda de una mujer que—añadió con una sonrisa terrible— ha debidopasarporaquí,¡porqueveouncadáver!

Los tres amigos permanecieron mudos; sólo que tanto la voz como elrostrolesrecordabaaunhombrequeyahabíanvisto;sinembargo,nopodíanacordarsedeenquécircunstancias.

—Señores—continuóelextranjero—,puestoquenoqueréis reconocera

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unhombrequeprobablementeosdebe lavidadosveces, tendréquedarminombre:soylorddeWinter,elcuñadodeesamujer.

Lostresamigoslanzaronungritodesorpresa.

Athosselevantóyletendiólamano.

—Sedbienvenido,milord—dijo—,soisdelosnuestros.

—SalídePortsmouthcincohorasdespuésqueella—dijo lorddeWinter—, llegué aBoulogne tres horas después que ella, no la alcancé por veinteminutos en Saint-Omer; finalmente, en Lillers perdí su rastro. Iba al azar,informándome con todo el mundo, cuando os he visto pasar al galope; hereconocidoalseñorD’Artagnan.Oshellamado,nomehabéisrespondido;hequeridoseguiros,peromicaballoestabademasiadocansadoparairalamismavelocidadquelosvuestros.Y,sinembargo,parecequepesealadiligenciaquehabéispuesto,¡habéisllegadodemasiadotarde!

—Ya lo veis —dijo Athos señalando a lord de Winter a la señoraBonacieuxmuertayaD’Artagnan,alquePorthosyAramis tratabandequerecobraraelconocimiento.

—¿Estánmuertoslosdos?—preguntófríamentelorddeWinter.

—Afortunadamente no —respondió Athos—; el señor D’Artagnan sóloestádesvanecido.

—¡Ah,tantomejor!—dijolorddeWinter.

Enefecto,enaquelmomentoD’Artagnanvolvióaabrirlosojos.

Searrancóde losbrazosdePorthosydeAramisyseprecipitócomouninsensatosobreelcuerpodesuamante.

Athosse levantó, sedirigióhacia suamigoconpaso lentoy solemne, loabrazó tiernamente y, como él estallaba en sollozos, le dijo con su voz tannotableytanpersuasiva:

—Amigo, sé hombre: las mujeres lloran los muertos; los hombres losvengan.

—¡Oh,sí!—dijoD’Artagnan—.Sí;siesparavengarlaestoydispuestoaseguirte.

Athos aprovechó aquel momento de fuerza que la esperanza de lavenganzadabaasudesdichadoamigoparahacerseñasaPorthosyAramisdequefueranabuscaralasuperiora.

Los dos amigos la encontraron en el corredor, completamenteimpresionada aún y extraviada por tantos acontecimientos; llamó a algunasreligiosas que, contra todos los hábitos monásticos, se encontraron en

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presenciadecincohombres.

—Señora—dijoAthos pasando el brazo deD’Artagnan bajo el suyo—,abandonamos a vuestros piadosos cuidados el cuerpo de esta desgraciadamujer.Fueunángelsobrelatierraantesdeserunángelenelcielo.Tratadlacomoaunadevuestrashermanas;nosotrosvolveremosundíaarezarsobresutumba.

D’ArtagnanocultósurostroenelpechodeAthosyestallóensollozos.

—¡Llora—dijoAthos—.Llora,corazónllenodeamor,de juventudydevida!¡Ay,debuenaganaquisierapoderllorarcomotú!

Ysellevóasuamigoafectuosocomounpadre,consoladorcomouncura,grandecomohombrequehasufridomucho.

Loscinco,seguidosdesuscriados,quellevabansuscaballosdelabrida,avanzaronhacialavilladeBéthune,cuyoarrabalsedivisaba,ysedetuvieronanteelprimeralberguequeencontraron.

—Pero¿noseguimosaesamujer?—dijoD’Artagnan.

—Mástarde—dijoAthos—,tengoquetomarmedidas.

—Senosescapará—replicóeljoven—,senosescapará,Athos,yseráportuculpa.

—Respondodeella—dijoAthos.

D’Artagnan tenía tal confianza en la palabra de su amigo, que bajó lacabezayentróenelalberguesinrespondernada.

Porthos y Aramis se miraban sin comprender nada de la seguridad deAthos.

Lord de Winter creía que hablaba así para adormecer el dolor deD’Artagnan.

—Ahora, señores—dijoAthoscuandoestuvosegurodequehabíacincohabitaciones libres en el hotel—, nos retiraremos cada uno a su cuarto;D’Artagnannecesitaestarsolopara lloraryvosparadormir.Yomeencargodetodo,estadtranquilos.

—Sin embargo, me parece —dijo lord de Winter— que si hay algunamedidaquetomarcontralacondesa,esomeafecta:esmicuñada.

—Yamítambién—dijoAthos—:esmimujer.

D’ArtagnanseestremecióporquecomprendióqueAthosestabasegurodela venganza, puesto que revelaba semejante secreto; Porthos y Aramis semiraronpalideciendo.LorddeWinterpensóqueAthosestabaloco.

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—Retiraos,pues—dijoAthos—,ydejadmehacer.Veisdesobraqueenmicalidaddemaridomecorrespondeamí.Sóloque,D’Artagnansinolohabéisperdido,entregadmeesepapelqueseescapódelsombrerodeaquelhombreysobreelqueestáescritoelnombredelavilla…

—¡Ah! —dijo D’Artagnan—. Comprendo, ese nombre escrito por supuño…

—¡Yaves—dijoAthos—quehayunDiosenelcielo!

CapítuloLXIV

Elhombredelacaparoja

LadesesperacióndeAthoshabíadejadositioaundolorconcentradoquehacíamáslúcidasaúnlasbrillantesfacultadesdeespíritudeaquelhombre.

Concentrado por entero en un solo pensamiento, el de la promesa quehabíahechoydelaresponsabilidadquehabíatomado,seretiróelúltimoasuhabitación, pidió al hostelero que le procurase unmapa de la provincia, seinclinó encima, interrogó a las líneas trazadas, advirtió que cuatro caminosdiferentessedirigíandeBéthuneaArmentières,ehizollamaraloscriados.

Planchet, Grimaud, Mosquetón y Bazin se presentaron y recibieron lasórdenesclaras,puntualesygravesdeAthos.

Debíanpartiralalbaaldíasiguiente,ydirigirseaArmentières,cadaunoporunarutadiferente.Planchet,elmásinteligentedeloscuatro,debíaseguiraquellaporlaquehabíadesaparecidoelcochecontraelqueloscuatroamigoshabíandisparadoyque,comoserecordará,ibaacompañadoporeldomésticodeRochefort.

Athos puso en campaña primero a los criados porque desde que estoshombresestabanasuservicioyaldesusamigoshabíaadvertidoencadaunodeelloscualidadesdiferentesyesenciales.

Ensegundolugar,criadosquepreguntaninspiranalostranseúntesmenosdesconfianza que sus amos, y hallanmás simpatía en aquellos a quienes sedirigen.

Por último, Milady conocía a los amos, mientras que no conocía a loscriados;y,porelcontrario,loscriadosconocíanperfectamenteaMilady.

Loscuatrodebíanhallarsealdíasiguiente,alasonce,enellugarindicado;sihabíandescubiertoelrefugiodeMilady,trespermaneceríancustodiándola,elcuartoregresaríaaBéthuneparaavisaraAthosyservirdeguíaaloscuatro

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amigos.

Tomadasestasdisposiciones,loscriadosseretiraronasuvez.

Athosselevantóentoncesdesusilla,seciñólaespada,seenvolvióensucapay salió de la hostería; eran las diez aproximadamente.A las diezde lanoche,comosesabe,enprovinciaslascallesestánpocofrecuentadas.Athos,sin embargo, buscaba visiblemente a alguien a quien pudiera dirigir unapregunta. Por fin encontró un transeúnte rezagado, se acercó a él, le dijoalgunas palabras; el hombre al que se dirigía retrocedió con terror, sinembargo respondió a laspalabrasdelmosquetero conuna indicación.Athosofrecióaaquelhombremediapistolaporacompañarlo,peroelhombrerehusó.

Athossemetióen lacallequeel indicadorhabíadesignadoconeldedo;pero, llegadoa laencrucijada,sedetuvodenuevovisiblementeapurado.Noobstante, como más que cualquier otro lugar la encrucijada le ofrecía laposibilidaddeencontraraalguien,sedetuvo.Enefecto,alcabodeuninstante,pasóunvigilantenocturno.Athos le repitió lamismapreguntaqueyahabíahechoa laprimerapersonaquehabíaencontrado;elvigilantenocturnodejópercibirelmismoterror,rehusótambiénacompañaraAthosylemostróconlamanoelcaminoquedebíaseguir.

Athos caminó en la dirección indicaday alcanzó el arrabal situado en elextremo opuesto de la villa, aquel por el que él y sus compañeros habíanentrado.Allípareciódenuevoinquietoyembarazado,ysedetuvoporterceravez.

Afortunadamente pasó un mendigo que se acercó a Athos para pedirlelimosna.Athosleofrecióunescudoporacompañarlodondeiba.Elmendigodudó un instante pero, a la vista de la moneda de plata que brillaba en laoscuridad,sedecidióycaminódelantedeAthos.

Llegado a la esquina de una calle, lemostró de lejos una casita aislada,solitaria, triste;Athos se acercómientras elmendigo, que había recibido susalario,sealejabaatodocorrer.

Athosdiounavueltaa lacasaantesdedistinguir lapuertaenmediodelcolorrojizoconqueaquellacasaestabapintada;ningunaluzsecolabaporlascortadurasde las contraventanas, ningún ruidodejaba suponerque estuviesehabitada,erasombríaymudacomounatumba.

Tres veces llamóAthos sin que le contestasen.A la tercera llamada, sinembargo,pasos interioresseacercaron; finalmente, lapuertaseentreabrió,yunhombredetallaalta,tezpálida,peloybarbanegros,apareció.

Athos y él cambiaron algunas palabras en voz baja, luego el hombre detalla alta hizo señas almosquetero de que podía entrar.Athos aprovechó al

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momentoelpermisoylapuertasecerrótrasél.

El hombre al que Athos había venido a buscar tan lejos y al que habíaencontradocontantoesfuerzo, lohizoentrarensu laboratorio,dondeestabaocupado en sujetar con alambres ruidosos huesos de un esqueleto. Todo elcuerpoestabayaajustado:sólolacabezaestabapuestasobreunamesa.

Elrestodelmoblajeindicabaqueaquélencuyacasasehallabaseocupabaencienciasnaturales:había tarros llenosdeserpientes,etiquetadossegún lasespecies; lagartos disecados relucían como esmeraldas talladas en grandesmarcosdemaderanegra; en fin,botesdehierbas silvestres,odoríferasy sinduda dotadas de virtudes desconocidas al vulgo, estaban pegadas al techo ybajabanporlasesquinasdelcuarto.

Athos lanzó una ojeada fría e indiferente sobre todos estos objetos queacabamosdedescribiry,ainvitacióndeaquelalqueveníaabuscar,sesentóasulado.

Entoncesleexplicólacausadesuvisitayelservicioquereclamabadeél;masapenashuboexpuestosudemanda,eldesconocido,queestabadepieanteel mosquetero, retrocedió con terror y rehusó. Entonces Athos sacó de subolsillounbrevepapelsobreelquehabíaescritasdoslíneasacompañadasdeuna firma y un sello, y lo presentó a aquel que daba demasiadoprematuramenteaquellasseñalesderepugnancia.Elhombredealtaestatura,apenashuboleídoaquellasdoslíneas,vistolafirmayreconocidoelsello,seinclinóenseñaldequenoteníayaningunaobjeciónquehacer,yqueestabadispuestoaobedecer.

Athos no pidió más; se levantó, saludó, salió, tomó al irse el mismocamino que había seguido para venir, volvió a entrar en la hostería y seencerróensucuarto.

Alalba,D’Artagnanentróensuhabitaciónypreguntóquéibaahacer.

—Esperar—respondióAthos.

Algunos instantes después, la superiora del convento hizo avisar a losmosqueteros de que el entierro de la víctima de Milady tendría lugar amediodía. En cuanto a la envenenadora, no había habido noticias; sólo quedebíahaberhuidoporeljardín,encuyaarenahabíanreconocidolahuelladesuspasos,ycuyapuertahabíanencontradocerrada;encuantoalallave,habíadesaparecido.

A la hora indicada, lord deWinter y los cuatro amigos se dirigieron alconvento;lascampanastocabanaduelo,lacapillaestabaabierta,laverjadelcoroestabacerrada.Enmediodelcoroestabapuestoelcuerpodelavíctima,revestidadesushábitosdenovicia.Acadaladodelcoro,ytraslasverjasque

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se abrían sobre el convento, estaba toda la comunidad de Carmelitas, queescuchaba desde allí el servicio divino ymezclaba su canto al canto de lossacerdotes,sinveralosprofanosniservistaporellos.

Alapuertadelacapilla,D’Artagnansintióquesuvalorhuíanuevamente;sevolvióenbuscadeAthos,peroAthoshabíadesaparecido.

Fielasumisióndevenganza,Athossehabíahechoconduciral jardín;yallí, sobre la arena, siguiendo los pasos ligeros de aquella mujer que habíadejadounrastroensangrentadopordondehabíapasado,avanzóhastalapuertaquedabaalbosque,selahizoabrirysemetióenelbosque.

Entonces todas sus dudas se confirmaron: el caminopor el que el cochehabía desaparecido contorneaba el bosque. Athos siguió el camino algúntiempoconlosojosfijosenelsuelo;ligerasmanchasdesangre,queproveníandeunaheridahechaoalhombrequeacompañabaelcochecomocorreooauno de los caballos, salpicaban el camino.Al cabo de tres cuartos de leguaaproximadamente, a cincuenta pasos de Festubert, aparecía una mancha desangremásamplia;elsueloestabapisoteadoporloscaballos.Entreelbosqueyaquel lugardesnudo,unpocoantesde la tierra lastimada,seencontraba lamismahuelladebrevespasosqueeneljardín;elcochesehabíadetenido.

En aquel lugar, Milady había salido del bosque y había montado en elcoche.

Satisfecho por este descubrimiento que confirmaba todas sus sospechas,Athos volvió a la hostería y encontró a Planchet que lo esperaba conimpaciencia.

TodoeracomoAthoshabíaprevisto.

Planchethabíaseguidolaruta,habíaobservado,comoAthos,lasmanchasdesangre,comoAthoshabíareconocidoellugarenqueloscaballossehabíandetenido; pero había ido más lejos de Athos, de suerte que en la aldea deFestubert, mientras bebía en un albergue, sin haber tenido necesidad depreguntar, había sabido que la víspera, a las ocho ymedia de la noche, unhombreherido,queacompañabaaunadamaqueviajabaenunasilladeposta,se había visto obligado a detenerse, sin poder seguir delante. El accidentehabríasidocargadoenlacuentadeladronesquehabíandetenidolasillaenelbosque.Elhombrehabíaquedadoenlaaldea,lamujerhabíahechoelrelevoycontinuadosucamino.

Planchet se puso a buscar al postillón que había conducido la silla, y loencontró.Había conducido a la señora hasta Fromelles, y de Fromelles ellahabíapartidohaciaArmentières.Planchet tomó la trocha,ya las sietede lamañanaestabaenArmentières.

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Nohabíamásqueunahostería, lade laposta.Planchetfueapresentarseallí como lacayo sin trabajo que buscaba una plaza. No había hablado diezminutosconlasgentesdelalberguecuandoyasabíaqueunamujersolahabíallegado a las once de la noche, había alquilado una habitación, había hechoveniraldueñodelahosteríay lehabíadichoquedeseabapermaneceralgúntiempoporaquellosalrededores.

Planchet no tenía necesidad de saber más. Corrió al lugar de la cita,encontróalostreslacayospuntualesensupuesto,loscolocócomocentinelasentodaslassalidasdelahosteríayvolvióenbuscadeAthos,queacababaderecibirlosinformesdePlanchetcuandosusamigosregresaron.

Todoslosrostrosestabansombríosycrispados,inclusoeldulcerostrodeAramis.

—¿Quéhayquehacer?—preguntóD’Artagnan.

—Esperar—respondióAthos.

Cadaunoseretiróasuhabitación.

Alasochodelanoche,Athosdiolaordendeensillarloscaballosehizoavisar a lord de Winter y a sus amigos de que se preparasen para laexpedición.

En un instante todos estuvieron preparados. Cada uno inspeccionó lasarmasylaspusoapunto.AthosbajóelprimeroyencontróaD’Artagnanyaacaballoeimpacientándose.

—Paciencia—dijoAthos—,nosfaltatodavíauno.

Loscuatrocaballerosmiraronentornosuyoconsorpresa,porquebuscabaninútilmenteensumentequiéneraaquelquepodíafaltarles.

EnaquelmomentoPlanchettrajoelcaballodeAthos;elmosqueterosaltóconligerezaalasilla.

—Esperadme—dijo—,vuelvo.

Ypartióagalope.

Un cuarto de hora después volvió, efectivamente, acompañado de unhombreenmascaradoyenvueltoenunagrancaparoja.

Lord de Winter y los tres mosqueteros se interrogaron con la mirada.Ningunodeellospudoinformaralosotros,porquetodosignorabanquiéneraaquelhombre.Sinembargo,pensaronqueaquellodebíaserasí,puestoquesehacíaporordendeAthos.

Era triste al aspecto de aquellos seis hombres corriendo en silencio,sumidos cada cual en su pensamiento, taciturnos como la desesperación,

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sombríoscomoelcastigo.

CapítuloLXV

Eljuicio

Era una noche tormentosa y lúgubre, gruesas nubes corrían por el cielovelando la claridad de las estrellas; la luna no debía aparecer hastamedianoche.

A veces, a la luz de un relámpago que brillaba en el horizonte, sevislumbraba la rutaque sedesarrollabablancay solitaria; luego, apagadoelrelámpago,todovolvíaalaoscuridad.

AcadamomentoAthos invitabaaD’Artagnan,siemprea lacabezadelapequeñatropa,aocuparsupuesto,quealcabodeuninstanteabandonabadenuevo;noteníamásqueunpensamiento:irhaciaadelante,eiba.

Cruzaron en silencio la aldea de Festubert, donde se había quedado eldoméstico herido, luego bordearon el bosque de Richebourg; llegados aHerlies,Planchet,queseguíadirigiendolacolumna,torcióalaizquierda.

Variasveces,lorddeWinter,PorthosoAramis,habíantratadodedirigirlapalabra al hombre de la capa roja; pero a cada pregunta que le había sidohecha, él sehabía inclinado sin responder.Losviajeroshabíancomprendidoentonces que había una razón para que el desconocido guardase silencio, yhabíandejadodedirigirlelapalabra.

Además, la tormenta crecía, los relámpagos se sucedían rápidamente, eltrueno comenzaba a gruñir, y el viento, precursor del huracán, silbaba en lallanura,agitandolasplumasdeloscaballeros.

Lacabalgadaselanzóagalopetendido.

UnpocomásalládeFromelles,latormentaestalló;desplegaronlascapas;quedabanaúntresleguasporhacer:lashicieronbajotorrentesdelluvia.

D’Artagnansehabíaquitadosusombrerodefieltroynosehabíapuestolacapa;sentíaplacerendejarcorrerelaguasobresufrenteardienteysobresucuerpoagitadoporescalofríosfebriles.

EnelmomentoquelapequeñatropahubopasadoGoskaleibaallegaralaposta, un hombre, refugiado bajo un árbol, se separó del tronco con el quehabíapermanecidoconfundidoenlaoscuridad,yavanzóhastaelmediodelaruta,poniendosusdedossobresuslabios.

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AthosreconocióaGrimaud.

—¿Quépasa?—exclamóD’Artagnan—.¿HabrádejadoArmentières?

Grimaudhizocon lacabezaunsignoafirmativo.D’Artagnanrechinó losdientes.

—¡SilencioD’Artagnan!—dijoAthos—.Soyyoquienmeheencargadodetodo,amímetocainterrogaraGrimaud.

—¿Dóndeestá?—preguntóAthos.

GrimaudtendiólamanoendireccióndelLys.

—¿Lejosdeaquí?—preguntóAthos.

Grimaudhizoseñaldequesí.

—Señores—dijoAthos—,estásoloamedialeguadeaquí,endirecciónalrío.

—Estábien—dijoD’Artagnan—;llévanos,Grimaud.

Grimaudtomócampoatravésysirviódeguíaalacabalgada.

Al cabo de quinientos pasos aproximadamente, se encontraron unriachueloquevadearon.

AlaluzdeunrelámpagodivisaronlaaldeadeErquinghem.

—¿Esahí?—preguntóD’Artagnan.

Grimaudmoviólacabezaenseñaldenegación.

—¡Silencio,pues!—dijoAthos.

Ylatropacontinuósucamino.

Otrorelámpagobrilló;Grimaudextendióelbrazo,yalaluzazuladadelaserpiente de fuego se distinguió una casita aislada, a orillas del río, a cienpasosdeunabarcaza.Unaventanaestabailuminada.

—Hemosllegado—dijoAthos.

En aquel momento, un hombre tumbado en el foso se levantó. EraMosquetón,quienseñalóconeldedolaventanailuminada.

—Estáahí—dijo.

—¿YBazin?—preguntóAthos.

—Mientrasqueyovigilabalaventana,élvigilabalapuerta.

—Bien—dijoAthos—,todossoisfielesservidores.

Athossaltódesucaballo,cuyabridapusoenmanosdeGrimaud,yavanzó

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hacia laventana trashaberhechoseñasal restode la tropadevirarhaciaelladodelapuerta.

Lacasitaestabarodeadaporunsetovivo,dedosotrespiesdealto.Athosfranqueóelseto,llegóhastalaventanaprivadadecontraventanas,perocuyassemicortinasestabancompletamenteechadas.

Se subió sobre el reborde de piedra, a fin de que su mirada pudierasobrepasarlaalturadelascortinas.

A la luz deuna lámparavio a unamujer envuelta enunmantode coloroscurosentadaenunescabel,juntoaunfuegomoribundo:suscodosestabanapoyadossobreunamalamesa,yapoyabasucabezaensusdosmanosblancascomoelmarfil.

No se podía distinguir su rostro, pero una sonrisa siniestra pasó por loslabiosdeAthos:nopodíaequivocarse,eralaquebuscaba.

Enaquelmomentouncaballorelinchó.Miladyalzólacabeza,vio,pegadoalcristal,elrostropálidodeAthosylanzóungrito.

Athos comprendió que lo había reconocido, empujó la ventana con larodillayconlamano,laventanacedió,loscristalesserompieron.

YAthos,comoelespectrodelavenganza,saltóalahabitación.

Miladycorrióalapuertaylaabrió;máspálidoymásamenazadoraúnqueAthos,D’Artagnanestabaenelumbral.

Milady retrocedió lanzando un grito. D’Artagnan, creyendo que teníaalgúnmedio de huir y temiendo que se le escapase, sacó una pistola de sucintura;peroAthosalzólamano.

—Devuelve esa arma a su sitio, D’Artagnan—dijo—. Importa que estamujer sea juzgada y no asesinada. Espera aún unmomento, D’Artagnan, yquedarássatisfecho.Entrad,señores.

D’Artagnan obedeció, porque Athos tenía la voz solemne y el gestopoderoso de un juez enviado por el Señor mismo. Luego, detrás deD’ArtagnanentraronPorthos,Aramis,lorddeWinteryelhombredelacaparoja.

Loscuatrocriadosguardabanlapuertaylaventana.

Milady estaba caída sobre su silla con las manos extendidas como paraconjuraraquellahorribleaparición;alverasucuñado,lanzóungritoterrible.

—¿Quéqueréis?—exclamóMilady.

—Queremos—dijoAthos— aCharlotteBackson, que se llamó primerocondesadeLaFère,yluegoladyWinter,baronesadeSheffield.

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—¡Yo soy, yo soy!—murmuró ella en el colmo del terror—. ¿Qué mequeréis?

—Queremos juzgaros por vuestros crímenes—dijoAthos—; seréis librede defenderos, justificaos si podéis. El señor D’Artagnan os va a acusar elprimero.

D’Artagnanseadelantó.

—Ante Dios y ante los hombres—dijo—, acuso a esta mujer de haberenvenenadoaConstanceBonacieux,muertaayertarde.

SevolvióhaciaPorthosyhaciaAramis.

—Nosotros somos testigos —dijeron con un solo movimiento los dosmosqueteros.

D’Artagnancontinuó:

—Ante Dios y ante los hombres, acuso a esta mujer de haber queridoenvenenarme amímismo, convinoquehabía enviadodeVilleroy, conunafalsa carta como si el vino fuera de mis amigos; Dios me salvó, pero unhombre,quesellamabaBrisemont,murióenmilugar.

—Nosotrossomostestigos—dijeronconlamismavozPorthosyAramis.

—AnteDiosyanteloshombres,acusoaestamujerdehabermeempujadoa asesinar al barón deWardes; y como nadie estuvo allí para atestiguar laverdaddeestaacusación,loatestiguoyomismo.Hedicho.

YD’ArtagnanpasóalotroladodelahabitaciónconPorthosyAramis.

—¡Ostocaavos,milord!—dijoAthos.

Elbarónseacercóasuvez.

—Ante Dios y ante los hombres—dijo—, acuso a esta mujer de haberhechoasesinaralduquedeBuckingham.

—¿El duque de Buckingham asesinado? —exclamaron a un solo gritotodoslosasistentes.

—Sí —dijo el barón—. ¡Asesinado! Ante la carta de aviso que meescribisteis,hicedeteneraestamujer,yladiparaguardarlaaunlealservidor;ellacorrompióaaquelhombre,ellalepusoelpuñalenlamano,ellaleobligóamatar al duque, y quizá en estemomento Felton pague con su cabeza elcrimendeestafuria.

Un estremecimiento corrió entre los jueces ante la revelación de estoscrímenesaúndesconocidos.

—Esonoestodo—prosiguiólorddeWinter—;mihermano,queoshabía

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hecho suheredero,murió en tres horasdeuna extraña enfermedadquedejamanchas lívidas en todo el cuerpo. Hermana mía, ¿cómo murió vuestromarido?

—¡Horror!—exclamaronPorthosyAramis.

—AsesinadeBuckingham,asesinadeFelton,asesinademihermano,pidojusticiacontravos,ydeclaroque,sinomelahacen,melaharéyo.

Y lord deWinter fue a colocarse junto a D’Artagnan dejando el puestolibreaotroacusador.

Miladydejócaersufrenteensusdosmanosytratóderecordarsusideasconfundidasporunvértigomortal.

—Metocaamí—dijoAthos,temblandocomoelleóntiemblaalavistadela serpiente—,me toca amí.Yo desposé a estamujer cuando era joven, ladesposéapesardetodamifamilia;yoledimisbienes, lediminombre;undíamedicuentadequeestamujerestabamarcada;estamujerestabamarcadaconunaflordelisenelhombroizquierdo.

—¡Oh!—dijoMiladylevantándose—.Desafíoaquealquienencuentreeltribunalquepronunciósobremíesasentencia infame.Desafíoaquealguienencuentreaquienlaejecutó.

—Silencio—dijounavoz—.Aestametocaamíresponder.

Yelhombredelacaparojaseaproximóasuvez.

—¿Quién es este hombre, quién es este hombre? —exclamó Miladysofocadaporelterrorycuyoscabellossesoltaronyseerizaronsobresulívidacabezacomosihubieranestadovivos.

Todos los ojos se volvieron hacia aquel hombre, porque para todos,exceptoparaAthos,eradesconocido.

InclusoAthos lomiraba con tanta estupefacción como los otros, porqueignoraba cómopodía estar élmezclado en algo en el horrible dramaque sedesarrollabaenaquelmomento.

Trashaberse acercado aMilady conpaso lentoy solemne, demodoquesólolamesaloseparabadeella,eldesconocidosequitólamáscara.

Milady miró algún tiempo con un tenor creciente aquel rostro pálidoenmarcado entre cabellos y patillas negras, cuya única expresión era unaimpasibilidadhelada.Luego,depronto:

—¡Oh,no,no!—dijoellalevantándoseyretrocediendohastalapared—.No,no, ¡esunaaparición infernal! ¡Noesél! ¡Auxilio!¡Auxilio!—exclamócon una voz ronca y volviéndose hacía el muro, como si hubiera podido

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abrirseunpasoconsusmanos.

—Pero¿quiénsoisvos?—exclamarontodoslostestigosdeaquellaescena.

—Preguntádseloaesamujer—dijoelhombredelacaparoja—,porqueyahabéisvistoquemehareconocido.

—¡ElverdugodeLille,elverdugodeLille!—exclamóMiladypresadeunterrorinsensatoyaferrándoseconlasmanosalmuroparanocaer.

Todoelmundoseapartó,yelhombredelacaparojapermaneciósolodepieenmediodelasala.

—¡Oh, gracia, gracia! ¡Perdón! —exclamó la miserable cayendo derodillas.

Eldesconocidodejóquesehicieraelsilenciodenuevo.

—¡Yaosdecíayoquemehabíareconocido!—prosiguió—.Sí,yosoyelverdugodelaciudaddeLille,yéstaesmihistoria.

Todoslosojosestabanfijosenaquelhombrecuyaspalabrasesperabanconunaávidaansiedad.

—Estajoveneraenotrotiempounamuchachatanbellacomobellaeshoy.ErareligiosaenelconventodelasBenedictinasdeTemplemar.Unjovencura,de corazón sencillo y creyente, servía la iglesia de aquel convento; ellaemprendiólatareadeseducirloytriunfó,sedujoaunsanto.Losvotosdelosdoseransagrados,irrevocables;surelaciónnopodíadurarmuchotiemposinperderlos a los dos. Consiguió de él que semarcharan ambos de la región;peroparamarcharsedelaregión,parahuirjuntos,paraalcanzarotrapartedeFrancia donde pudieran vivir tranquilos porque serían desconocidos, hacíafaltadinero;nielunonilaotralotenían.Elcurarobólosvasossagrados,losvendió; pero, cuando se aprestaban a huir juntos, los dos fueron detenidos.Ocho días después, ella había seducido al hijo del carcelero y se habíaescapado. El joven sacerdote fue condenado a diez años de grilletes y a lamarca. Yo era el verdugo de la ciudad de Lille, como dijo esta mujer. Fuiobligadoamarcaralculpable,yelculpable, señores, ¡eramihermano!Juréentoncesqueestamujerque lohabíaperdido,queeramásquesucómplice,puestoquelohabíaempujadoalcrimen,compartiríaporlomenoselcastigo.Sospechéellugarenqueestabaoculta,laperseguí,laalcancé,laagarrotéyleimprimílamismamarcaquehabía impresoenmihermano.Aldíasiguientede mi regreso a Lille, mi hermano consiguió escaparse, se me acusó decomplicidadysemecondenóapermanecerenprisiónensupuestomientrasnoseconstituyeraélprisionero.Mipobrehermano ignorabaaquel juicio;sehabía reunido con estamujer, habían huido juntos al Berry; y allí, él habíaobtenidounpequeñocurato.Estamujerpasabaporhermanasuya.Elseñorde

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la tierra en que estaba situada la iglesia del curato vio aquella pretendidahermanayseenamoródeella,enamorándosehastaelpuntodequelepropusodesposarla. Entonces ella dejó al que había perdido por aquel al que iba aperder,yseconvirtióencondesadeLaFère…

TodoslosojossevolvieronhaciaAthos,cuyoverdaderonombreeraaquél,yquehizoseñalconlacabezadequecuantohabíadichoelverdugoeracierto.

—Entonces—prosiguióaquél—,loco,desesperado,decididoaquitarsesuexistencia, a quien ella había quitado todo, honor y felicidad, mi hermanoregresóaLille,y,enterándosedeljuicioquemehabíacondenadoensulugar,se constituyó prisionero y se colgó la misma noche del tragaluz de sucalabozo. Por lo demás, debo hacerles justicia, quienes me condenaronmantuvieronsupalabra.Apenasfuecomprobadalaidentidaddelcadávermedevolvieronmilibertad.Eseeselcrimendequelaacuso,eralacausaporlaquelamarqué.SeñorD’Artagnan—dijoAthos—,¿cuáleslapenaqueexigíscontraestamujer?

—Lapenademuerte—respondióD’Artagnan.

—Milord de Winter —continuo Athos—, ¿cuál es la pena que exigíscontraestamujer?

—Lapenademuerte—contestólorddeWinter.

—Señores Porthos y Aramis—continuóAthos—, vosotros que sois susjueces,¿cuáleslapenaaquecondenáisaestamujer?

—Lapenademuerte—respondieronconvozsordalosdosmosqueteros.

Milady lanzó un aullido horroroso y dio algunos pasos hacia sus juecesarrastrándosederodillas.

Athosextendiólasmanoshaciaella.

—Anne de Breuil, condesa de La Fère, Milady de Winter —dijo—,vuestroscrímeneshancansadoaloshombresenlatierrayaDiosenelcielo.Sisabéisalgunaoración,decidla,porqueestáiscondenadayvaisamorir.

Aestaspalabrasquenodejabanningunaesperanza,Miladysealzóentodasu estatura y quiso hablar, pero las fuerzas le faltaron; sintió que unamanopotenteeimplacablelacogíaporlospelosylaarrastrabatanirrevocablementecomola fatalidadarrastraalhombre:no tratósiquieradehacer resistenciaysaliódelacabaña.

LorddeWinter,D’Artagnan,Athos,PorthosyAramis salierondetrásdeella.Loscriadossiguieronasusamosy lahabitaciónquedósolitariaconsuventana rota, su puerta abierta y su lámpara humeante que ardía tristementesobrelamesa.

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CapítuloLXVI

Laejecución

Eramedianocheaproximadamente;laluna,escoltadaporsumenguanteyensangrentadaporlasúltimashuellasdelatormenta,sealzabatraslapequeñaaldea de Armentières, que destacaba sobre su claridad macilenta la siluetasombríadesuscasasyelesqueletodesualtocampanariorecortadoalaluz.Enfrente,elLyshacíarodarsusaguassemejantesaunríodeestañofundido,mientrasqueen laotraorilla seveía lamasanegrade losárbolesperfilarsesobreuncielotormentosoinvadidoporgruesasnubesdecobrequehacíanunaespeciedecrepúsculoenmediodelanoche.Alaizquierdasealzabaunviejomolinoabandonado,deaspas inmóviles, encuyas ruinasuna lechuzadejabaoír su grito agudo, periódico y monótono. Aquí y allá, en la llanura, aizquierda y derecha del camino que seguía el lúgubre cortejo, aparecíanalgunos árboles bajos y achaparrados que parecían enanos disformesacuclilladosparaacecharaloshombresenaquellahorasiniestra.

De vez en cuando un largo relámpago abría el horizonte en toda suamplitud,serpenteabaporencimade lamasanegradeárbolesyveníacomounaespantosacimitarraacortarelcieloyelaguaendospartes.Niunsoplodevientopasabaporlapesadaatmósfera.Unsilenciodemuerteaplastabatodalanaturaleza;elsueloestabahúmedoyresbaladizoporlalluviaqueacababadecaer,ylashierbasreanimadasdespedíansuolorconmásenergía.

Dos criados arrastraban aMilady, teniéndola cada uno por un brazo; elverdugo caminaba detrás, y lord de Winter, D’Artagnan, Athos, Porthos yAramiscaminabandetrásdelverdugo.

PlanchetyBazinveníanlosúltimos.

Losdos criados conducíanaMiladypor laorilladel río.Suboca estabamuda;perosusojoshablabanconunaelocuenciainexpresable,suplicandoyaaunoyaaotrodelosqueellamiraba.

Cuandoseencontrabaaalgunospasospordelante,dijoaloscriados:

—Mil pistolas a cada uno de vosotros si protegéis mi fuga; pero si meentregáisavuestrosamigos,tengoaquícercavengadoresqueosharánpagarcaramimuerte.

Grimauddudaba.Mosquetóntemblabacontodossusmiembros.

Athos, que había oído la voz deMilady, se acercó rápidamente; lord deWinterhizootrotanto.

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—Que se vuelvan estos criados —dijo—, les ha hablado, no son yaseguros.

Llamaron a Planchet y Bazin, que ocuparon el sitio de Grimaud yMosquetón.

Llegadosa laorilladel agua, elverdugo se acercóaMiladyy le ató lospiesylasmanos.

Entoncesellarompióelsilencioparaexclamar:

—Sois unos cobardes, sois unosmiserables asesinos, os hacen falta diezparadegollaraunamujer;tenedcuidado,sinosoysocorrida,serévengada.

—Vos no sois una mujer—dijo fríamente Athos—, no pertenecéis a laespeciehumana,soisundemonioescapadodelinfiernoyvamosadevolverosaél.

—¡Ay, señores virtuosos! —dijo Milady—. Tened cuidado, aquel quetoqueunpelodemicabezaesasuvezunasesino.

—El verdugo puede matar sin ser por ello un asesino, señora—dijo elhombredelacaparojagolpeandosobresulargaespada—;éleselúltimojuez,esoestodo:Nachrichter,comodicennuestrosvecinosalemanes.

Ycuandolaatabadiciendoestaspalabras,Milady lanzódoso tresgritossalvajes que causaron un efecto sombrío y extraño volando en la noche yperdiéndoseenlasprofundidadesdelbosque.

—Perosisoyculpable,sihecometidoloscrímenesdelosquemeacusáis—aullabaMilady—,llevadmeanteuntribunal;nosoisjueces,nolosoisparacondenarme.

—OspropuseTyburn—dijolorddeWinter—.¿Porquénoquisisteis?

—¡Porque no quiero morir! —exclamó Milady debatiéndose—. Porquesoydemasiadojovenparamorir.

—La mujer que envenenasteis en Béthune era más joven aún que vos,señora,y,sinembargo,estámuerta—dijoD’Artagnan.

—Entraréenunclaustro,meharéreligiosa—dijoMilady.

—Estabaisenunclaustro—dijoelverdugo—ysalisteisdeélparaperderamihermano.

Miladylanzóungritodeterrorycayóderodillas.

Elverdugolaalzóyquisollevarlahacialabarca.

—¡Oh,Diosmío!—exclamó—.¡Diosmío!¿Vaisaahogarme?

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Aquellos gritos tenían algo tan desgarrador que D’Artagnan, que alprincipioeraelmásencarnizadoenlapersecucióndeMilady,sedejódeslizarsobreuntroncoeinclinólacabeza,tapándoselasorejasconlaspalmasdesusmanos;sinembargo,peseatodo,todavíaoíaamenazarygritar.

D’Artagnan era elmás joven de todos aquellos hombres y el corazón lefalló.

—¡Oh, no puedo ver este horrible espectáculo! ¡No puedo consentir queestamujermueraasí!

Milady había oído algunas palabras y se había recuperado a la luz de laesperanza.

—¡D’Artagnan!¡D’Artagnan!—gritó—.¡Acuérdatedequeteheamado!

Eljovenselevantóydiounpasohaciaella.

PeroAthos,bruscamente,sacósuespadayseinterpusoensucamino.

—Sidaisunpasomás,D’Artagnan—dijo—,cruzaremoslasespadas.

D’Artagnancayóderodillasyrezó.

—Vamos—continuóAthos—,verdugo,cumpletudeber.

—Debuenagana,monseñor—dijoelverdugo—,porque,tanciertocomoquesoycatólico,creofirmementequesoyjustoalcumplirmifunciónenestamujer.

—Estábien.

AthosdiounpasohaciaMilady.

—Yo os perdono—dijo— el mal queme habéis hecho; os perdonomifuturo roto, mi honor perdido, mi honor mancillado y mi salvación eternacomprometidaporladesesperaciónaquemehabéisarrojado.Moridenpaz.

LorddeWinterseadelantóasuvez.

—Yoosperdono—dijo—elenvenenamientodemihermano,elasesinatodeSuGracialorddeBuckingham,yoosperdonolamuertedelpobreFelton,yoosperdonolastentativascontramipersona.Moridenpaz.

—Y a mí —dijo D’Artagnan— perdonadme, señora, haber provocadovuestracóleraconunengañoindignodeungentilhombre;yacambio,yoosperdonoelasesinatodemipobreamigayvuestrasvenganzascruelescontramí,yoosperdonoylloroporvos.Moridenpaz.

—Iamlost!—murmuróMiladyeninglés—.Imustdie.

Entonces se levantó por sí misma y lanzó en torno suyo una de esas

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miradasclarasqueparecíanbrotardeunosojosdellama.

Novionada.

Noescuchónioyónada.

Entornosuyonoteníamásqueenemigos.

—¿Dóndevoyamorir?—dijo.

—Enlaotraorilla—respondióelverdugo.

Entonces lahizo subir a labarca,ycuando ibaaponerél elpie enella,Athosleentregóunasumadedinero.

—Toma—dijo—, ése es el precio de la ejecución; que se vea bien queactuamoscomojueces.

—Estábien—dijo el verdugo—;y ahora, a suvez, que estamujer sepaquenocumploconmioficio,sinoconmideber.

Yarrojóeldineroalrío.

LabarcasealejóhacialaorillaizquierdadelLys,llevandoalaculpableyalejecutor;todoslosdemáspermanecieronenlaorilladerecha,dondehabíancaídoderodillas.

Labarcasedeslizabalentamentealolargodelacuerdadelabarcaza,bajoel reflejo de una nube pálida que estaba suspendida sobre el agua en aquelmomento.

Selaviollegaralaotraorilla;lospersonajessedibujabanennegrosobreelhorizonterojizo.

Milady,duranteeltrayecto,habíaconseguidosoltarlacuerdaqueatabasuspies;alllegaralaorilla,saltóconligerezaatierraytomólahuida.

Peroelsueloestabahúmedo;alllegaraloaltodeltalud,resbalóycayóderodillas.

Unaideasupersticiosalahirióindudablemente;comprendióqueelcielolenegaba su ayuda y permaneció en la actitud en que se encontraba, con lacabezainclinadaylasmanosjuntas.

Entonces,desde laotraorilla, sevioalverdugoalzar lentamentesusdosbrazos; un rayo de luna se reflejó sobre la hoja de su larga espada; los dosbrazos cayeron y se oyó el silbido de la cimitarra y el grito de la víctima.Luego,unamasatruncadaseabatióbajoelgolpe.

Entonceselverdugosequitósucaparoja, laextendióen tierra,depositóallíelcuerpo,arrojóallílacabeza,laatóporlascuatroesquinas,selaechóalhombroyvolvióasubiralabarca.

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LlegadoalcentrodelLys,detuvolabarca,y,suspendidosufardosobreelrío:

—¡DejadpasarlajusticiadeDios!—gritóenvozalta.

Ydejócaerelcadáveralomásprofundodelagua,quesecerrósobreél.

Tres días después, los cuatro mosqueteros entraban en París; estabandentrodeloslímitesdesupermiso,ylamismanochefueronahacersuvisitaacostumbradaalseñordeTréville.

—Ybien,señores—lespreguntóelbravocapitán—,¿oshabéisdivertidoenvuestraexcursión?

—Prodigiosamente—respondióAthosconlosdientesapretados.

CapítuloLXVII

Conclusión

El6delmessiguiente,elrey,cumpliendolapromesaquehabíahechoalcardenal de dejar París para volver a La Rochelle, salió de su capital todoaturdido aún por la nueva que acababa de esparcirse de que Buckinghamacababadeserasesinado.

Aunque prevenida de que el hombre al que tanto había amado corría unpeligro, la reina, cuandose leanuncióestamuerte,noquisocreerla;ocurrióinclusoqueexclamóimprudentemente:

—¡Esfalso!Acabadeescribirme.

Pero al día siguiente tuvo que creer en aquella fatal noticia: La Porte,retenidocomo todoelmundoen Inglaterrapor lasórdenesdel reyCarlos I,llegó portador del último y fúnebre presente que Buckingham enviaba a lareina.

La alegría del rey había sido muy viva; no se molestó siquiera endisimularlaeinclusolahizoestallarconafectaciónantelareina.ALuisXIII,comoatodosloscorazonesdébiles,lefaltabagenerosidad.

Masprontoelreysevolviósombríoyconmalasalud;sufrentenoeradeaquellas que se aclaran durante mucho tiempo; sentía que al volver alcampamentoibaarecuperarsuesclavitud,y,sinembargo,volvíaallí.

Elcardenaleraparaél laserpiente fascinadora;yél,éleraelpájaroquerevoloteaderamaenramasinpoderescapar.

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Entornosuyonoteníamásqueenemigos.

Por eso el regreso hacia LaRochelle era profundamente triste.Nuestroscuatroamigoscausabanelasombrode suscamaradas;viajaban juntos, codoconcodo, lamiradasombría, lacabezabaja.Athosalzabadevezencuandosólo su amplia frente: un destello brillaba en sus ojos, una sonrisa amargapasabaporsuslabios;luego,semejanteasuscamaradas,sedejabairdenuevoensusensoñaciones.

Tanprontocomollegabalaescoltaaunavilla,cuandohabíanconducidoalreyasualojamiento,loscuatroamigosseretirabanoalahabitacióndeunodeellosoaalgunatabernaapartada,dondeni jugabannibebían;sólohablabanenvozbajamirandoconcuidadosialguienlosescuchaba.

Undíaenqueelreyhabíahechounaltoenlarutaparacazarlapicazayenqueloscuatroamigos,segúnsucostumbre,envezdeseguirlacaza,sehabíandetenido en una taberna sobre la carretera, un hombre que venía de LaRochelleagalopetendidosedetuvoalapuertaparabeberunvasodevinoyhundiósumiradaenel interiorde lahabitacióndondeestabansentadosa lamesaloscuatromosqueteros.

—¡Hola!¡ElseñorD’Artagnan!—dijo—.¿Nosoisvosquienveoahí?

D’Artagnanalzólacabezaysoltóungritodealegría.AquelhombrequeélllamabasufantasmaerasudesconocidodeMeung,delacalledesFossoyeursydeArras.

—¡Ah, señor! —dijo el joven—. Por fin os encuentro; esta vez noescaparéis.

—Noesesamiintencióntampoco,señor,porqueestavezosbuscaba;ennombredelreyosdetengo,ydigoquetenéisqueentregarmevuestraespada,señor,ysinresistencia;osvaenellolacabeza,osloadvierto.

—¿Quién sois vos?—preguntóD’Artagnan bajando su espada, pero sinentregarlaaún.

—Soy el caballero de Rochefort —respondió el desconocido—, elescuderodelseñorcardenaldeRichelieu,ytengoordendellevarosjuntoaSuEminencia.

—Volvemos junto a Su Eminencia, señor caballero —dijo Athosadelantándose— y aceptaréis la palabra del señor D’Artagnan, que va adirigirseenlínearectaaLaRochelle.

—Deboponerloenmanosdelosguardias,quelollevaránalcampamento.

—Nosotros lo llevaremos, señor,pornuestrapalabradegentileshombres;pero por nuestra palabra de gentileshombres también —añadió Athos,

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frunciendoelceño—,elseñorD’Artagnannonosabandonará.

ElcaballerodeRochefortlanzóunaojeadahaciaatrásyvioquePorthosyAramis se habían situado entre él y la puerta; comprendió que estabacompletamenteamerceddeaquelloscuatrohombres.

—Señores—dijo—,sielseñorD’Artagnanquiereentregarmesuespadayunirsupalabraalavuestra,mecontentaréconvuestrapromesadeconduciralseñorD’Artagnanalcampamentodelseñorcardenal.

—Tenéismipalabra,señor—dijoD’Artagnan—,yaquíestámiespada.

—Eso estámejor—añadióRochefort—, porque es preciso que continúemiviaje.

—SiesparareunirosconMilady—dijofríamenteAthos—,esinútil,nolaencontraréis.

—¿Quélehapasadoentonces?—preguntóvivamenteRochefort.

—Volvedalcampamentoylosabréis.

Rochefortsequedóuninstantepensativo,luego,comonoestabamásqueaunajornadadeSurgères,hastadondeelcardenaldebíairanteelrey,resolvióseguirelconsejodeAthosyvolverconellos.

Además, aquel retraso le ofrecía una ventaja: vigilar por sí mismo a suprisionero.

Volvieronaponerseenruta.

Al día siguiente, a las tres de la tarde, llegaron a Surgères. El cardenalesperabaallíaLuisXIII.Elministroyelreyintercambiaronmuchascaricias,se felicitaron por el venturoso azar que desembarazaba a Francia delencarnizado enemigo que amotinaba a Europa contra ella. Tras lo cual, elcardenal, que había sido avisado por Rochefort de que D’Artagnan estabadetenido,yqueteníaprisaporverlo,sedespidiódelreyinvitándoloaveraldíasiguientelostrabajosdeldiquequeestabanacabados.

AlvolveraquellanocheasuacampadadelpuentedeLaPierre,elcardenalencontró de pie, ante la puerta de la casa que habitaba, a D’Artagnan sinespadayalostresmosqueterosarmados.

Aquellavez,comoéleramásfuerte,losmiróconseveridady,conlosojosyconlamano,hizoaD’Artagnanunaseñadequelosiguiera.

D’Artagnanobedeció.

—Teesperaremos,D’Artagnan—dijoAthos lo suficientementealtoparaqueelcardenallooyese.

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Su Eminencia frunció el ceño, se detuvo un instante, luego continuó sucaminosinpronunciarunasolapalabra.

D’Artagnanentródetrásdelcardenal,yRochefortdetrásdeD’Artagnan;lapuertafuevigilada.

SuEminencia se dirigió a la habitación que le servía de gabinete e hizoseñaaRochefortdeintroduciraljovenmosquetero.

Rochefortobedecióyseretiró.

D’Artagnanpermaneciósolofrentealcardenal;erasusegundaentrevistacon Richelieu, y él confesó después que estaba convencido de que sería laúltima.

Richelieupermaneciódepie, apoyadocontra la chimenea, conunamesaentreélyD’Artagnan.

—Señor—dijoelcardenal—,habéissidodetenidoporordenmía.

—Esomehandicho,monseñor.

—¿Sabéisporqué?

—No,monseñor; porque la única cosa por la que podría ser detenido esaúndesconocidadeSuEminencia.

Richelieumirófijamentealjoven.

—¡Oh!¡Oh!—dijo—.¿Quéquieredecireso?

—Simonseñorquieredecirmeprimero los crímenesque seme imputan,yolediréluegoloshechosqueherealizado.

—¡Seos imputancrímenesquehanhechocaer cabezasmásaltasque lavuestra,señor!—dijoelcardenal.

—¿Cuáles, monseñor? —preguntó D’Artagnan con una calma queasombróalpropiocardenal.

—Se os imputa haber mantenido correspondencia con los enemigos delreino, se os imputa haber sorprendido los secretos de Estado, se os imputahabertratadodehacerabortarlosplanesdevuestrogeneral.

—¿Yquiénmeimputaeso,monseñor?—dijoD’Artagnan,quesospechabaque la acusación venía deMilady—.Unamujermarcada por la justicia delpaís, una mujer que ha desposado a un hombre en Francia y a otro enInglaterra, una mujer que ha envenenado a su segundo marido y que haintentadoenvenenarmeamímismo.

—¿Qué decís, señor? —exclamó el cardenal asombrado—. ¿Y de quémujerhabláisdeesemodo?

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—De Milady de Winter —respondió D’Artagnan—; sí, de Milady deWinter, de la que sin duda Vuestra Eminencia ignoraba todos los crímenescuandolahahonradoconsuconfianza.

—Señor—dijoelcardenal—,siMiladydeWinterhacometidotodosloscrímenesquedecís,serácastigada.

—Yaloestá,monseñor.

—Y¿quiénlahacastigado?

—Nosotros.

—¿Estáenprisión?

—Estámuerta.

—¿Muerta? —repitió el cardenal, que no podía creer lo que oía—.¡Muerta!¿Habéisdichoqueestámuerta?

—Tresvecestratódematarme,ylaperdoné;peromatóalamujerqueyoamaba.Entonces,misamigosyyolahemoscogido,juzgadoycondenado.

D’ArtagnancontóentonceselenvenenamientodelaseñoraBonacieuxenel convento de las Carmelitas de Béthune, el juicio de la casa aislada y laejecuciónaorillasdelLys.

Un temblor corriópor todo el cuerpodel cardenal, que, sin embargo, notemblabafácilmente.

Pero,deprontocomosufriendolainfluenciadeunpensamientomudo,lafisonomíadelcardenal,sombríohastaentonces,seaclarópocoapocoyllegóalamásperfectaserenidad.

—Así—dijoconunavozcuyadulzuracontrastabaconlaseveridaddesuspalabras—,asíqueoshabéisconstituidoenjueces,sinpensarquequienesnotienenlamisióndecastigarycastigansonasesinos.

—Monseñor, os juro que ni por un instante he tenido la intención dedefender mi cabeza contra vos. Sufriré el castigo que Vuestra Eminenciaquierainfligirme.Noamotantolavidacomoparatemerlamuerte.

—Sí, losé,soisunhombredecorazón,señor—dijoelcardenalconunavoz casi afectuosa—; puedo deciros, pues, de antemano que seréis juzgado,condenadoincluso.

—Cualquier otro podría responder a Vuestra Eminencia que tiene superdónenelbolsillo;yomecontentarécondeciros:Ordenad,monseñor,estoydispuesto.

—¿Vuestroperdón?—dijoRichelieusorprendido.

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—Sí,monseñor—dijoD’Artagnan.

—¿Yfirmadoporquién?¿Porelrey?

Y el cardenal pronunció estas palabras con una singular expresión dedesprecio.

—No,porVuestraEminencia.

—¿Pormí?Estáisloco,señor.

—Monseñorreconocerásindudasuescritura.

Y D’Artagnan presentó al cardenal el preciso papel que Athos habíaarrancado aMilady, y que había dado aD’Artagnan para que le sirviera desalvaguardia.

Su Eminencia cogió el papel y leyó con voz lenta apoyándose en cadasílaba:

El portador de la presente ha «hecho lo que ha hecho» por ordenmía yparabiendelEstado.

EnelcampamentodeLaRochelle,a5deagostode1628.

RICHELIEU.

El cardenal, tras haber leído estas dos líneas, cayó en una meditaciónprofunda,peronodevolvióelpapelaD’Artagnan.

«Medita con qué clase de supliciome harámorir—se dijo en voz bajaD’Artagnan—;puesafequeverácómomuereungentilhombre».

El joven mosquetero estaba en excelente disposición de morirheroicamente.

Richelieuseguíapensando,enrollabaydesenrollabaelpapelensusmanos.Finalmente, alzó lacabeza, fijó sumiradadeáguila sobreaquella fisonomíaleal, abierta, inteligente, leyó en aquel rostro surcadopor las lágrimas todoslossufrimientosquehabíaenjugadodesdehacíaunmes,ypensóporterceraocuarta vez cuánto futuro tenía aquel muchacho de veintiún años, y quérecursospodríaofreceraunbuenamosuactividad,suvalorysuingenio.

Porotrolado,loscrímenes,elpoder,elgenioinfernaldeMiladylehabíanespantadomásdeunavez.Sentíacomounaalegría secretahaberse liberadoparasiempredeaquellacómplicepeligrosa.

DesgarrólentamenteelpapelqueD’Artagnantangenerosamentelehabíaentregado.

«Estoyperdido»,dijoparasímismoD’Artagnan.

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Y se inclinó profundamente ante el cardenal como hombre que dice:«¡Señor,quesehagavuestravoluntad!».

El cardenal se acercó a la mesa y, sin sentarse, escribió algunas líneassobreunpergaminocuyosdosterciosestabanyacubiertosypusosusello.

«Esaesmicondena—dijoD’Artagnan—;meahorraelaburrimientodelaBastillaylalentituddeunjuicio.Encimaesdemasiadoamable».

—Tomad, señor —dijo el cardenal al joven—, os he cogido unsalvoconductoyosdevuelvootro.Elnombrefaltaenesedespacho:escribidlovosmismo.

D’Artagnancogióelpapeldudandoypusolosojosencima.

Erauntenientazgoenlosmosqueteros.

D’Artagnancayóalospiesdelcardenal.

—Monseñor—dijo—,mi vida es vuestra; disponed de ella en adelante;peroestefavorquemeotorgáisnolomerezco;tengotresamigosquesonmásmerecedoresymásdignos…

—Sois un muchacho valiente, D’Artagnan —interrumpió el cardenalpalmeándolo familiarmente en el hombro, encantado por haber vencido aaquella naturaleza rebelde—.Hacedde ese despacho lo que os plazca.Sóloquerecordadque,aunqueelnombreestéenblanco,oslohedadoavos.

—No lo olvidaré jamás —respondió D’Artagnan—. Vuestra Eminenciapuedeestarseguradeello.

Elcardenalsevolvióydijoenvozalta:

—¡Rochefort!

Elcaballero,quesindudaestabadetrásdelapuerta,entróalpunto.

—Rochefort—dijoelcardenal—,ahíveisalseñorD’Artagnan;loreciboentremisamigos;asípues,queseleabraceyquesialguienquiereconservarsucabezaseaprudente.

Rochefort y D’Artagnan se besaron con la punta de los labios; pero elcardenalestabaallí,observándolosconsuojovigilante.

Salierondelahabitaciónalmismotiempo.

—Nosencontraremos,¿noescierto,señor?

—Cuandoosplazca—contestóD’Artagnan.

—Yallegarálaocasión—respondióRochefort.

—¿Qué?—dijoRichelieuabriendolapuerta.

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Los dos hombres sonrieron, se estrecharon la mano y saludaron a SuEminencia.

—Empezábamosaimpacientarnos—dijoAthos.

—¡Yaestoyaquí,amigosmíos!—respondióD’Artagnan—.Nosolamentelibre,sinofavorecido.

—¿Noscontaréiseso?

—Estanoche.

En efecto, aquellamismanocheD’Artagnan se dirigió al alojamiento deAthos, a quien encontró a punto de vaciar su botella de vino español,ocupaciónquerealizabareligiosamentetodaslasnoches.

Lecontóloquehabíapasadoentreelcardenalyél,ysacandoeldespachodesubolso:

—Tomad,miqueridoAthos—dijo—,avososcorresponde,naturalmente.

Athossonrióconsudulceyencantadorasonrisa.

—Amigo—dijo—,paraAthosesdemasiado;paraelcondedeLaFèreesdemasiadopoco.Guardadesedespacho,oscorresponde. ¡Ay,Diosmío,quécarolohabréiscomprado!

D’ArtagnansaliódelahabitacióndeAthosyentróenladePorthos.

Lo encontró vestido con un magnífico traje, cubierto de espléndidosbrocadosymirándoseaunespejo.

—¡Ah, ah!—dijo Porthos—. ¡Sois vos, querido amigo! ¿Qué talme vaestetraje?

—Demaravilla—dijo D’Artagnan—, pero vengo a proponeros un trajequeaúnosiríamejor.

—¿Cuál?—preguntóPorthos.

—Eldetenientedemosqueteros.

D’Artagnan contó a Porthos su entrevista con el cardenal, y sacando eldespachodesubolso:

—Tomad,querido—dijo—,escribidvuestronombreahí,ysedbuenjefeparamí.

Porthospuso losojoseneldespachoyse lodevolvióaD’Artagnan,congransorpresadeljoven.

—Sí—dijo—,mehalagaríamucho,peronotendríatiempoparagozardeesefavor.DurantenuestraexpediciónaBéthune,elmaridodemiduquesaha

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muerto;desuerteque,queridoamigo,dadoqueelcofredeldifuntometiendelosbrazos,mecasoconlaviuda.Mirad,meestoyprobandomitrajedeboda;guardadeltenientazgo,querido,guardadlo.

YentregóeldespachoaD’Artagnan.

EljovenentróenlahabitacióndeAramis.

Loencontróarrodilladoenunreclinatorio,conlafrenteapoyadacontrasulibrodehorasabierto.

Le contó su entrevista con el cardenal, y sacando por tercera vez eldespachodesubolso:

—Vos, nuestro amigo, nuestra luz, nuestro protector invisible —dijo—,aceptad este despacho; lo habéis merecido más que nadie, por vuestrasabiduríayvuestrosconsejossiempreseguidoscontanfelicesresultados.

—¡Ay, querido amigo!—dijo Aramis—. Nuestras últimas aventuras mehanhechotomarundisgustototalporlavidadelhombredeespada.Estavezmi decisión está irrevocablemente tomada: tras el asedio, entraré en losLazaristas.Guardad ese despacho,D’Artagnan: el oficio de las armas os vabien,yseréisunvalienteyafortunadocapitán.

D’Artagnan, con los ojos húmedos de gratitud y resplandecientes dealegría,volvióaAthos,aquienencontróaúnenlamesaymirandosuúltimovasodemálagaalaluzdelalámpara.

—¡Ybien!—dijo—.Tambiénelloshanrehusado.

—Esquenadie,queridoamigo,eramásdignodeélquevos.

Cogióunapluma,escribióeneldespachoelnombredeD’Artagnanyseloentregó.

—Ya no tendré más amigos —dijo el joven—, ¡ay!, ni nada más queamargosrecuerdos.

Ydejócaersucabezaentresusdosmanos,mientrasdoslágrimascorríanalolargodesusmejillas.

—Sois joven—respondióAthos—, y vuestros amargos recuerdos tienentiempodecambiarseendulcesrecuerdos.

Epílogo

La Rochelle, privada del socorro de la flota inglesa y de la división

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prometida por Buckingham, se rindió tras el asedio de un año. El 28 deoctubrede1628sefirmólacapitulación.

El reyhizo suentradaenParís el23dediciembredelmismoaño.Se leacogió en triunfo como si volviese de vencer al enemigo y no a franceses.EntróporelbarrioSaint-Jacquesbajoarcoscubiertosdevegetación.

D’Artagnan tomó posesión de su grado. Porthos abandonó el servicio ydesposó, durante el año siguiente, a la señora Coquenard; el cofre tanambicionadoconteníaochocientasmillibras.

Mosquetóntuvounalibreamagníficayademáslasatisfacción,quehabíaambicionadotodasuvida,desubirdetrásdeunacarrozadorada.

Aramis,trasunviajeaLorraine,desapareciódeprontoydejódeescribirasusamigos.Más tardesesupo,por laseñoraChevreuse,que lodijoadosotresdesusamantes,quehabíatomadoelhábitoenunconventodeNancy.

Bazinseconvirtióenhermanolego.

AthossiguiósiendomosqueteroalasórdenesdeD’Artagnan,hasta1663,épocaenlaque,trasunviajequehizoaTouraine,dejótambiénelserviciosopretextodequeacababaderecogerunapequeñaherenciaenelRousillon.

GrimaudsiguióaAthos.

D’ArtagnansebatiótresvecesconRochefortylohiriótresveces.

—Osmataréprobablementealacuarta—ledijotendiéndolelamanoparalevantarlo.

—Mejor sería, para vos y para mí, que nos quedásemos por aquí —respondióelherido—. ¡Diantre!Soymásamigovuestroque loquepensáis,porque desde el primer encuentro habría podido, diciendo una palabra alcardenal,haceroscortarlacabeza.

Aquella vez se abrazaron, pero de buen corazón y sin segundasintenciones.

Planchet obtuvo de Rochefort el grado de sargento en los guardias. ElseñorBonacieuxvivíamuytranquilo,ignorandocompletamenteloquehabíasidode sumujer yno inquietándose apenas.Undía tuvo la imprudenciadeacordarsedelcardenal;elcardenal lehizoresponderqueibaaencargarsedequenolefaltaranadaenadelante.

Enefecto,aldíasiguiente,habiendosalidoelseñorBonacieuxalassietedelanochedesucasaparadirigirsealLouvre,novolvióaaparecermásenlacalledesFossoyeurs;laopinióndequienesparecíanmejorinformadosfuequeera alimentado y alojado en algún castillo real a expensas de su generosaEminencia.

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FIN

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