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  • 8/16/2019 Los profesionales de la educación en personas mayores - I. Montero.pdf

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    “El interés de las personas mayores por la educación: qué educación.

    Estudio de campo”. Tesis doctoral. Inmaculada Montero García.

    Departamento de Pedagogía. Universidad de Granada. 

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    5.5.  Los profesionales de la educación en personas mayores

    Expuestos los principales basamentos de trabajo y las teorías sustantivas acerca

    de y con las personas de edad, parece que el siguiente paso sería concretar quién podría

    comprometerse en las tareas correspondientes que las implementen y optimicen. Gran

    responsabilidad para cualquier profesional, ante todo teniendo en cuenta la

    heterogeneidad implícita en esta población y la novedad de los supuestos de acción, aún

    en vías de construcción. Sin embargo, consideramos de justicia conceder un apartado

    que contemple las posibilidades de realización (formativas y pragmáticas), para quienes

    a veces son los grandes olvidados en el terreno de la praxis: los educadores.

    5.5.1.  La función del profesional de la educación en mayores

    Como referíamos al hablar de la Gerontagogía, no es fácil encontrar

    delimitaciones claras y consensuadas acerca de la significación de la educación en

     personas mayores, como tampoco lo son las implicaciones que, a nivel metodológico y

    científico, puede conllevar el gerontagogo como profesional directamente responsable

    de tales procesos. La concreción de destrezas, competencias cognitivas, perfiles

     profesionales... que todo experto educativo debería poseer para el trabajo con personas

    de más edad, es un tema de discusión abierta en este ámbito que corresponde a su vez a

    una comprensión y un acercamiento diferente al fenómeno del envejecimiento y su

     posible proyección educativa y social.

    Hemos querido, pues, abordar este tema con prudencia pero a la vez con lógica

    conceptual. Savater afirma que “hacernos intelectualmente dignos de nuestras

     perplejidades es la única vía para empezar a superarlas” (1997: 14). Pues bien, desde

    ahí queremos arrancar. Confirmando nuestras dudas e incertidumbres en el campo de la

    acción con personas mayores. No se trata de subrayar inseguridades pero sí de respaldar

    estilos educativos (como veremos más adelante) abiertos y eclécticos que, siendo

    consecuentes con los paradigmas a los que más se aproximen, contribuyan a su vez a

    definir competencias y clarificar posturas en torno a la facilitación de los procesos

    implicados en el ámbito socio-educativo que nos preocupa.

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    Estudio de campo”. Tesis doctoral. Inmaculada Montero García.

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     Nuestra apuesta, como hemos ido sustentando a lo largo de esta tesis, es destacar

    la posibilidad a edades avanzadas de despertar nuevas capacidades susceptibles de

    encaminar al propio sujeto hacia metas de autorrealización y desarrollo personal y

    social. Desde tal concepción educativa, la visión del profesional responsable adquiere

    también tintes muy concretos de actuación. Como diría P. Freire “enseñar” no es un acto

    mecánico de pura transmisión acerca de un determinado concepto. Enseñar es sobre

    todo hacer posible que los educandos, epistemológicamente curiosos, se vayan

    apropiando del significado profundo del objeto, ya que sólo aprehendiéndolo pueden

    aprenderlo. Enseñar y aprender son, para el educador progresista coherente, momentos

    del proceso mayor de conocer. “Por esto mismo incluyen búsqueda, viva curiosidad,

    equivocación, acierto, error, serenidad, rigor, sufrimiento, tenacidad pero también

     satisfacción, placer, alegría” (Freire, 1994: 89).

    Sin duda, el papel específico del educador que trabaja con personas mayores es

    relevante. Desde el punto de vista psicológico, la realidad confirma que las personas de

    edad precisan un mayor nivel de individuación que las más jóvenes, una capacidad

    experimentada para apropiarse de sistemas simbólicos, una mayor disponibilidad para

    abrirse a nuevos problemas y un grado distinto de desarrollo personal y de trascendencia

    de la propia mismidad. En el libro  Psicogerontología para educadores, el profesor

    Fernández Lópiz1 revela, desde un enfoque algo escolástico, que al menos la mitad del

    alumnado atribuye sus aprendizajes al trabajo del profesor/a, valorando tres aspectos

    importantes: a) la habilidad para seleccionar contenidos social y psicológicamente

    significativos; b) la generación de un clima adecuado que favorezca la participación, la

    expresión y el establecimiento de vínculos entre los participantes; c) el ejercicio de su

    función educadora en tanto referente intelectual y ético del grupo (Fernández Lópiz,

    2002: 175).

    1 El profesor E. Fernández Lópiz (2002) propone un interesante programa acerca de la formación

    de facilitadores de tareas educativas con personas mayores, desde el punto de vista del análisis

    transaccional.

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    Concretamos, según ello, algunas funciones que podrían corresponder a los

     profesionales que trabajan directamente en el ámbito socio-educativo con personas

    mayores:

    1º.- El primer paso en su tarea es acercarse al otro, para descubrir necesidades

     pero también para tantear posibilidades y capacidades a potenciar. Dejar a un lado los

     planes y programaciones previamente estipulados para dejarse embargar por lo que los

    sujetos interesados requieren. Porque a estas edades no existen ya demandas

    económicas o metas laborales. La persona mayor busca objetivos que pasen en primer

    lugar por motivaciones personales, aunque no por ello carezcan de una proyección

    social.

    2º.- No siempre existe una clarificación de tales motivaciones por parte del

    sujeto, como tampoco existe una conciencia clara acerca del papel que puede llegar a

    desempeñar. Por eso, otra de las funciones del profesional que trabaja con personas de

    más edad es, además de ayudarle a descubrirse a sí mismo, contribuir a que la persona

    sea el máximo exponente en los caminos de decisión y emancipación que adopte. Lametodología interactiva (García Minguez, 2004) puede contribuir en gran medida a esta

    función. Su finalidad es desarrollar con carácter intencional y consciente procesos de

    reflexión y cuestionamiento personal y social. Ello presupone una continua construcción

    social y comunicativa en la que las personas conduzcan sus intereses acordes con

    objetivos previamente consensuados por ellos mismos.

    3º.- No se necesita partir de un conocimiento prescriptivo previo y tecno-

    académico sino que, sabiendo reconducir el conocimiento inherente a la acción que toda

     persona posee, el profesional tiene conciencia de que la competencia no depende sólo de

    la formación recibida, sino fundamentalmente de la experiencia vivida; es entonces

    cuando se reconstruyen los saberes ya adquiridos (J. Sáez, 1997). La educación en

     personas mayores parte pues de la experiencia, la historia.

    4º.- La realización personal y participación social es otro aspecto a tener en

    cuenta: partiendo del anterior propósito, el eje central de la Pedagogía tiene que

    conllevar la idea de educación como participación y constructo social. Afirma Knowles

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    (2001) que los adultos están listos para aprender cuando su situación existencial genera

    una necesidad de saber. Nosotros añadimos que ubicar a la persona en diferentes

    escenarios de aprendizaje, proporciona y facilita elementos de cuestionamiento personal

    y social y, por ende, una optimización de los procesos educativos implicados.

    En este sentido, el profesor Escarbajal (2004) ratifica que, para que un espacio se

    transforme en un escenario cooperativo cualificador (colaborativo), es necesaria una

    dinámica interactiva particular que potencie, a través de la comunicación, la relación

    entre iguales y llegue a la construcción de conocimiento. Así, la interactividad como

    método consiste en un trasvase de significados y percepciones que permite elaborar y

    reactualizar el bagaje socio-cultural de cada persona dentro de un proceso educativo

    intencionado. Y en ese proceso es posible el encuentro consigo mismo a través de la

    contribución del otro.

    5º.- Lo que significa que el papel del profesional, más que definirse como

    interventor o ejecutor, se concreta a través de tareas de facilitación y conducción de la

     persona hacia el descubrimiento de sus propias capacidades y deseos. Los imperativosquedaron atrás y más aún la transmisión académica de saberes y conocimientos. Desde

    el descubrimiento personal, el desarrollo de los procesos de autodeterminación y la

     proyección social susceptible de conseguirse, la figura del profesional en la educación

    de personas mayores nunca puede definirse de antemano hacia la consecución de

    objetivos excesivamente operativizados. Su labor es más bien un elemento de

    interacción que, a través de algunas destrezas que vamos a intentar concretar, va

    encaminada hacia una facilitación de los procesos cuyo desarrollo debe protagonizar el

     propio sujeto interesado. Por eso, desde el punto de vista pedagógico, el educador

    establece una relación de empatía orientada a vivir intensamente según el propio ritmo y

    necesidades, partiendo de los intereses latentes y manifiestos de cada persona (J. Sáez,

    1997).

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    5.5.2.  Destrezas y competencias del profesional que trabaja con

    personas mayores

    Es cierto que la profesionalización del gerontagogo y de todo profesional que

    trabaje desde la perspectiva socioeducativa con personas mayores, se halla aún en fase

    de construcción, tanto en su identidad como por la necesidad impuesta desde

     planteamientos socio-educativos que contemplan objetivos nunca conclusos o

    definitivos. Pero ello no quiere decir que el camino a recorrer tenga que quedar

    forzosamente a expensas de la espontaneidad o falto de miras. Si nuestra finalidad en el

    trabajo con personas mayores es clara, también las funciones y estrategias a desempeñar

    deberán ser correlativas a tales intenciones. Sin caer en la generalización pero tampoco

    en el despropósito, la tarea del gerontagogo irá perfeccionándose a medida que también

    se perfile una nueva comprensión más cercana a lo que los mismos interesados

    requieren del ámbito educativo. Como afirma el profesor J. Sáez (2001), es justamente

    en torno a la organización de conocimiento que se constituyen, legitiman y confirman

    las profesiones; y éstas no son más que formas de ser y hacer históricas que se mueven

    y actúan en contextos dinámicos como las sociedades y comunidades, caracterizadas por

    factores de índole económica, política, social, cultural y específicamente educativa.

    Aunque existen numerosos trabajos que destacan y perfilan cualidades y

    capacidades en los animadores socioculturales y educadores sociales, no son muchos los

    autores que se han ocupado de trazar un perfil específico del profesional que dedica su

    labor a la educación con personas adultas y mayores. El profesor Juan Sáez se ocupa

    desde hace tiempo de destacar la importancia de la profesionalización en este campo.

    Por ello hemos creído apropiado basarnos en un trabajo elaborado por este autor (Sáez

    1997), para resumir aquí las características personales que, a su modo de ver, podrían

    caracterizar al profesional que colabora con las personas de más edad:

    1.- Sería bueno que fuera una persona dinámica y dinamizadora, motivada y

    motivadora, entusiasmada y comprometida con su trabajo.

    2.- Abierta a las relaciones interpersonales y sociales, con tacto y respeto hacia

    los demás. Con capacidad de diálogo y comunicación.

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    3.- Con suficiente confianza en la capacidad de los grupos para trabajar

     progresando y convencido de la importancia del autodesarrollo personal a través de la

    dinámica grupal.

    4.- Preparado para aprender constantemente, es un investigador activo y

     permanente de su praxis.

    5.- Así, se mantiene directamente implicado en el entorno y trabaja en él desde

    dentro, cultivando la colaboración interdisciplinar.

    6.- Sus objetivos van más allá de la mera animación, persiguen además la

    transformación de la sociedad y el cambio en el entorno inmediato.

    7.- En sus rasgos personales, muestra equilibrio, madurez psíquica y flexibilidad

    mental y emocional para analizar posibles conflictos grupales. Es abierto, tolerante y

    con gran disponibilidad para escuchar y atender a los demás.

    8.- Con capacidad de análisis, ejerce la crítica y la autocrítica con un espíritu

    constructivo y optimista.

    9.- Sus acciones no quedan aisladas, mantienen el sentido que marca el proceso

    donde están inmersas (Sáez, 1997: 151).

    Evidentemente, las funciones de este profesional quedan estrechamente ligadas

    al contexto de actuación y a las posibilidades que caracterizan la intervención para unos

    destinatarios muy concretos. Como ya hemos referido, hablar del “colectivo” de

    mayores en abstracto es inoperante y casi siempre vacío de contenido; es algo así como

    intentar delimitar parcelas en una realidad que es por definición global y heterogénea.

    Tampoco los ámbitos y las circunstancias sociales, económicas o culturales que rodean

    al sujeto pueden conllevar igual tratamiento. Los vertiginosos cambios actuales, el

    empuje de las nuevas tecnologías, el continuo reciclaje y perfeccionamiento

     profesionales... avalan modos dinámicos y activos de movilización también en el campo

    de lo educativo.

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    El profesor García Mínguez (2001), inspirado en el modelo “delorsiano” de

    aprender a conocer, a hacer, a vivir juntos y a ser, establece tres parámetros esenciales

    que podrían reorientar el compromiso profesional del gerontagogo:

    1.- El encuentro con la identidad personal : es decir, el desarrollo de capacidades

    y cualidades propias de la persona que va a relacionarse con otros seres semejantes,

     pero distintos en edad y experiencia. Esto supone un descubrimiento de sí mismo, una

    valoración y una autoestima.

    2.- El descubrimiento del proyecto educativo-social y los roles implicados: porun lado es un profesional que debe dedicar sus esfuerzos a confeccionar programas de

    actuación armonizados y coherentes. Por otro lado, dichos esfuerzos han de ir

    encaminados hacia un reconocimiento por parte de la sociedad; o lo que es lo mismo,

     precisa una aprobación pública, lo que significa la convergencia de unos conocimientos,

    unas técnicas, un saber hacer, una condición culturotemporal y unas contrapartidas

    económicas.

    3.- El equipamiento de conocimientos y técnicas pertinentes: no es posible dejar

    en manos de la improvisación ni la buena voluntad, las funciones a desempeñar. Por

    esto, para elaborar un perfil adecuado, las funciones educativas de estos profesionales

    tienen como punto de mira:

    - unas habilidades cognitivas en proceso de crecimiento, esto es, inconclusas;

    - unas habilidades técnico-profesionales;

    - un desarrollo de habilidades conductuales.

    También el profesor Fernández Lópiz relaciona la eficacia del profesional que

    trabaja con personas mayores con el desarrollo de los siguientes aspectos:

    - su filosofía educativa y los valores que sustentan la práctica;

    - su concepción acerca de las posibilidades de desarrollo intelectual, personal y

    social de las personas mayores;

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    - su capacidad para superar los prejuicios culturales e involucrar a las personas

    mayores en procesos creativos, activos y participativos;

    - sus posibilidades de establecer un juego educativo mediante la inclusión del

    mayor en modalidades innovadoras de aprendizaje y en la utilización de múltiples

    lenguajes expresivos;

    - su capacidad para trabajar desde la diversidad, la pluralidad y la

    heterogeneidad inherente a grupos de sujetos con altos niveles de individuación y de

    experiencia personal (Fernández Lópiz, 2002: 176).

    De lo que podemos deducir que el educador ha de centrar su tarea en las

     peculiaridades de la persona mayor, diferenciando así sus intereses y capacidades,

    destacando la proximidad y cercanía en las relaciones que establece y desarrollando los

    contenidos en torno a la propia experiencia del interesado desde una dinámica

    fundamentalmente interactiva, que priorice el componente socio-afectivo antes que el

     puramente cognitivo. Las competencias2 girarán en torno al “saber ser”, “saber hacer”,

    “saber” y “saber estar”, lo que implica un desarrollo de las mismas a nivel personal,

    metodológico, técnico y participativo, en constante adaptación al contexto y las

    necesidades que se deriven de cada situación.

    Es por ello que el profesional que trabaje con personas mayores no sólo habrá de

    adquirir una formación de orden técnico-académico, sino fundamentalmente de tipo

    colaborativo y reflexivo donde poder introducir las técnicas cualitativas oportunas (Sáez

    Carreras, 2003).

    5.5.3. 

    A modo de conclusión

    El profesional que se prepara para trabajar con personas mayores ha de tener

    claro el propósito de su ejercicio, pero también las notas esenciales que caracterizan la

    educación a estas edades. No es por tanto una labor de programación y enseñanza, como

    2 Cuando hablamos de “competencias” hacemos alusión a la aptitud o validez para desempeñar

    adecuadamente una profesión. Equivale a lo que antes se denominaba capacidades y,

    posteriormente, cualificaciones.

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    de incursión en las características y necesidades que, desde sus mismos intereses,

    reclaman los que ya han pasado con creces las edades de una intervención más dirigida

    y estructurada. Si la finalidad educativa tiende a la autorrealización personal y su

     proyección social desde una dimensión fundamentalmente expresiva y vinculada al

     propio contexto, la actuación de los educadores debe facilitar las estrategias más

    adecuadas para conseguirlo. Y la profesionalización y capacitación personal cubren aquí

    una función esencial. Los métodos irán encauzados a través del descubrimiento personal

    y las técnicas rebasarán la simple operatividad para perseguir los principios de

    actividad, independencia y participación que caracterizan la acción socio-educativa en

    las personas de edad.

    Desde la perspectiva sociocrítica, se exige pues que los educadores sean

    facilitadores, pero al mismo tiempo intelectuales transformadores para que su labor no

    quede paralizada en la rutina de la transmisión, planificación, organización, etc., y

    actúen como profesionales de la reflexión y la crítica. Esto se consigue con una práctica

    educativa fuertemente comprometida con los contextos sociocomunitarios y los marcos

    sociales donde tienen lugar. No se trata, por tanto, de aplicar el conocimiento sino de

     problematizarlo, teniendo el cambio social como meta (Escarbajal, 2003).

    Efectivamente, los educadores pueden empezar a desarrollar una pedagogía que

    ofrezca una posibilidad más crítica , “para dirigir el propósito y significado de la

    cultura popular como un terreno de lucha y esperanza”, que diría Giroux (1998: 195).

    En cuanto a la edad, suele decirse que “la veteranía (entendida como

    experiencia) es un grado”; siguiendo esta expresión popular, lo cierto es que “ la

     sabiduría tiene su propia forma de temporalidad y la experiencia crea un pasado de

    descubrimientos que siempre podemos transmitir a quien no lo comparte, aunque sea

    alguien en la cronología biológica anterior a nosotros. De aquí que todos los hombres

     seamos capaces de enseñar algo a nuestros semejantes...” (Savater, 1997: 40). Es una

     buena reflexión para quienes opinan que, por tener más o menos años, ya nada tienen

    que aprender, o poco pueden enseñar.

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    Hay que insistir en el hecho de que el profesional y la profesionalización en el

    ámbito de la educación en personas mayores, están construyéndose. Todo educador está

    “in fieri”, haciéndose; en este sentido, tampoco el educador de mayores habrá de dejar

    de ser un aprendiz.

    Montero, I. (2005). El interés de las personas mayores por la educación: qué

    educación. Estudio de campo. Granada: Editorial de la Universidad de Granada.