los olvidados del casita

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 REPORTAJE 11 DOMINGO 21DE OCTUBRE DE 2007 LA PRENSA EN DOMINGO#21 10 REPORTAJE DOMINGO 21DE OCTUBRE DE 2007 LA PRENSA EN DOMINGO#21 Re  portaje Especial CarlosSalinas Maldonado FotosdeLa Prensa /UrielMolina/Archi vo [email protected] E l sonido de la lluvia, amortigua do por el techo de paja, que cae sobre el pe- queño rancho sostenido por cuatro troncos y sin paredes, trae recuerdos horribles a Ana Ampié. Ella es sobrevivien- te del derrumbe del volcán Casita, que el 30 de octubre de 1998 borró para siempre 10 comunidades cercanas a Posoltega, en Chi- nandega. La lluvia revive la desesperación de esos días. El recuerdo de las dos hijas desaparecidas y cuyos cuerpos nunca fue- ron encontrados. La impotencia. El dolor. El miedo. La pérdida de lo poco que tenía. Y la sensación de un día haber sido la gran noticia del país para luego ser olvidados por completo. Ya van semanas que llueve sin parar en Chinandega. Las autoridades hablan de más de 13 mil afectados, decretan alertas, y las fotos de inundaciones ilustran las portadas de los diarios. Para Ampié es tiempo de re- cordar y de estar atentos. A nueve años de la catástrofe que marcó su vida para siempre, esta mujer de 36 años dice que es lo único que le queda: estar alerta. Ella y su familia no tienen nada. Lo perdieron todo en el deslave, aunque esta es sólo una expresión porque el derrumbe del Casita sólo empeoró la pobreza en la que vivían sus vecinos. Tie- nen nueve años de comenzar de cero. Ampié, su esposo y sus dos hijos, están entre los pocos que se aventuraron a regresar a la zona del deslave. El rancho que montaron es apenas cuatro tron- cos sosteniendo el techo de paja, un cuarto separado por láminas oxidadas que sirve como dormito- rio, piso de tierra, cocina con leña — donde esta mañana, Ana Ampié prepara el arroz para el almuerzo —  y se localiza en un a pequeña coli na a unos metros del camino de tierra, cer- ca de donde estuvo su antigua casa an- tes que el barro del Casita la destrozara. Dice que regresaron porque no tenían de otra. Porque no recibieron ayuda. Porque tenían que volver a cultivar estas tierras fértiles pero traicioneras. Porque tenían que sobrevivir. Ana Ampié perdió a dos hijas, que en aquel entonces tenían 11 y 10 años. Su es- poso, Pablo Gutiérrez, de 39 años, perdió además de las hijas a 69 familiares, inclu-  yendo padres y herm anos. Ambos decidi e- ron regresar a este lugar, que nueve años después se muestra sereno, verde, lleno de vegetación, fresco; don- de la naturaleza ha borrado, como un asesino después de un crimen, las huellas de aque- lla masacre. “No sentimos miedo. Las llu-  vias han estado fuer tes. Cuando  viene la lluvia pedim os que Dios nos guarde. Aquí han decretado zona de peligro. Si Dios permite que haya otro deslave, pues que sea su voluntad. Pero aquí tenemos tie- rras para cultivar”, arma Ana. LOS QUE NO SE ARRIESGAN a volver al Casita viven en Santa María, caserío surcado por calles de tierra que en este invierno se convierten en las es- quinas en charcos de agua sucia y barro. Está ubicado a unos dos kilómetros de la carretera que va hacia Chinandega. Pero las casitas del barrio, símbolo de la esperanza después del des- lave del volcán Casita el 30 de octubre de 1998, se están que- dando sin inquilinos. Muchos de los vecinos han emigrado a Costa Rica. Otros se han ido buscando mejores horizontes en la capital o Chinandega. Y los más se han refugiado con familiares en otras regiones del país. En Santa María no hay oportunida- des, dicen sus vecinos. Sus lodosas calles contrastan con la riqueza  verde que simboliza n los cañ a-  verales que r odean al caserío. Los jóvenes que no han emigrado se entregan al alcohol y en los patios de las casas se ve a hombres  y mujeres desocupados, ahogando las horas más calientes de la tarde, mien- tras los niños, muchos con el  vientre hincha do, corretean o  juegan al beisbol con pelotas hechas de calcetines viejos. Las 350 casitas de ladrillo, con  ventan as y techos de madera y zinc, con sus porches que dan a las calles lodosas, bien pueden causar la envidia de los habitantes de los asentamientos más pobres de Managua. Pero en Santa Ma- ría parecen no importar mucho. Sus in- quilinos se fueron, al parecer, sin ánimos de volver. Total, nueve años después de aquella tragedia que conmocionó a todo el país, ni los títulos de propiedad de los terrenos les fueron entregados. “Aquí va a ver usted todas estas ca- sas solas porque no hay trabajo. Toda la gente se va para Costa Rica”, arma María Narváez (55 años, alta, morena, con la piel de la cara seca y con pro- fundas arrugas que la hacen ver como una anciana), quien lo perdió todo en el derrumbe del Casita. Sus padres, hermanos, primos, tíos, sobrinos y un hijo quedaron enterrados para siempre en las faldas del volcán. En total fueron 50 familiares. Ella, su esposo y seis hijos quedaron con vida. “Aquí nos prometieron que nos iban a dar trabajo, que nos iban a ayudar. Buscamos trabajo pero nunca encontra- mos. Cuando llegamos aquí ya no nos dieron más ayuda. Ni la escritura nos han dado. Nos piden reales para pagar  y nada. D icen q ue les h a costad o porque son 350 casas y que en diciembre nos dan las escrituras pero así nos dicen to- dos los años”, se queja la mujer. “Allá vivíamos tranquilos. Criábamos animales, sembrábamos lo que quería- mos. Aquí no. Vivimos en este pedacito  y nos desconsuela no tener nada” , dice por su parte Isidora del Carmen Acosta, una mujer de 58 años, morena, regorde- ta, quien habita junto a su esposo en una de las casas ubicadas en las calles más adentradas del caserío. “Viera usted las promesas que nos hicieron. Traían el listón para saber qué necesitábamos y salían a pedir y los mandamás se lo agarraban todo”, agrega la mujer, quien dice que la promesa de entrega de escrituras hasta ahora no se ha cumplido. “Nos estuvieron quitando 200 pesos cuatro veces para las escritu- ras, y todavía nada. Mire cómo están las calles, tenían que estar adoquinadas”, dice la mujer señalando los charcos frente al porche de su casa. EL 30 DE OCTUBRE DE 1998, UN DESLAVE DEL VOLCÁN CASITA ARRASÓ CON 10 COMUNIDADES DE POSOLTEGA Y MA TÓ A 3 MIL PERSONA S. NUEVE AÑ OS DESPUÉS, LAS HERIDAS SIGUEN ABIERTAS Y LOS SUPERVIVIENTES SE SIENTEN OLVIDADOS Los olvidados DE L CA SIT A

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  • reportaje 11domingo 21 de octubre de 2007la prensa en domingo#2110 reportaje domingo 21 de octubre de 2007la prensa en domingo#21

    Reportaje EspecialCarlos Salinas MaldonadoFotos de La prensa/uriel molina/ [email protected]

    El sonido de la lluvia, amortiguado por el techo de paja, que cae sobre el pe-queo rancho sostenido por cuatro troncos y sin paredes, trae recuerdos horribles a Ana Ampi. Ella es sobrevivien-te del derrumbe del volcn Casita, que el 30 de octubre de 1998 borr para siempre 10 comunidades cercanas a Posoltega, en Chi-nandega. La lluvia revive la desesperacin de esos das. El recuerdo de las dos hijas desaparecidas y cuyos cuerpos nunca fue-ron encontrados. La impotencia. El dolor. El miedo. La prdida de lo poco que tena. Y la sensacin de un da haber sido la gran noticia del pas para luego ser olvidados por completo.

    Ya van semanas que llueve sin parar en Chinandega. Las autoridades hablan de ms de 13 mil afectados, decretan alertas, y las fotos de inundaciones ilustran las portadas de los diarios. Para Ampi es tiempo de re-cordar y de estar atentos. A nueve aos de la catstrofe que marc su vida para siempre, esta mujer de 36 aos dice que es lo nico que le queda: estar alerta. Ella y su familia no tienen nada. Lo perdieron todo en el deslave, aunque esta es slo una expresin porque el

    derrumbe del Casita slo empeor la pobreza en la que vivan sus vecinos. Tie-nen nueve aos de comenzar de cero.

    Ampi, su esposo y sus dos hijos, estn entre los pocos que se aventuraron a regresar a la zona del deslave. El rancho que montaron es apenas cuatro tron-cos sosteniendo el techo de paja, un cuarto separado por lminas oxidadas que sirve como dormito-rio, piso de tierra, cocina con lea donde esta maana, Ana Ampi prepara el arroz para el almuerzo y se localiza en una pequea colina a unos metros del camino de tierra, cer-ca de donde estuvo su antigua casa an-tes que el barro del Casita la destrozara. Dice que regresaron porque no tenan de otra. Porque no recibieron ayuda. Porque tenan que volver a cultivar estas tierras frtiles pero traicioneras. Porque tenan que sobrevivir.

    Ana Ampi perdi a dos hijas, que en aquel entonces tenan 11 y 10 aos. Su es-poso, Pablo Gutirrez, de 39 aos, perdi adems de las hijas a 69 familiares, inclu-yendo padres y hermanos. Ambos decidie-

    ron regresar a este lugar, que nueve aos despus se muestra sereno, verde, lleno de vegetacin, fresco; don-de la naturaleza ha borrado, como un asesino despus de

    un crimen, las huellas de aque-lla masacre.

    No sentimos miedo. Las llu-vias han estado fuertes. Cuando viene la lluvia pedimos que Dios nos guarde. Aqu han decretado zona de peligro. Si Dios permite

    que haya otro deslave, pues que sea su voluntad. Pero aqu tenemos tie-rras para cultivar, afirma Ana.

    los que no se arriesgan a volver al Casita viven en Santa Mara, casero surcado por calles de tierra que

    en este invierno se convierten en las es-quinas en charcos de agua sucia y barro. Est ubicado a unos dos kilmetros de

    la carretera que va hacia Chinandega. Pero las casitas del barrio, smbolo

    de la esperanza despus del des-lave del volcn Casita el 30 de

    octubre de 1998, se estn que-dando sin inquilinos. Muchos de los vecinos han emigrado a Costa Rica. Otros se han ido buscando mejores horizontes

    en la capital o Chinandega. Y los ms se han refugiado con familiares

    en otras regiones del pas.En Santa Mara no hay oportunida-des, dicen sus vecinos. Sus lodosas

    calles contrastan con la riqueza verde que simbolizan los caa-

    verales que rodean al casero. Los jvenes que no han

    emigrado se entregan al alcohol y en los patios de

    las casas se ve a hombres y mujeres desocupados,

    ahogando las horas ms calientes de la tarde, mien-

    tras los nios, muchos con el vientre hinchado, corretean o

    juegan al beisbol con pelotas hechas de calcetines viejos.

    Las 350 casitas de ladrillo, con ventanas y techos de madera y

    zinc, con sus porches que dan a las calles lodosas, bien pueden causar la envidia de los habitantes de los asentamientos ms pobres de Managua. Pero en Santa Ma-ra parecen no importar mucho. Sus in-quilinos se fueron, al parecer, sin nimos de volver. Total, nueve aos despus de aquella tragedia que conmocion a todo el pas, ni los ttulos de propiedad de los terrenos les fueron entregados.

    Aqu va a ver usted todas estas ca-sas solas porque no hay trabajo. Toda la gente se va para Costa Rica, afirma Mara Narvez (55 aos, alta, morena, con la piel de la cara seca y con pro-fundas arrugas que la hacen ver como una anciana), quien lo perdi todo en el derrumbe del Casita. Sus padres, hermanos, primos, tos, sobrinos y un hijo quedaron enterrados para siempre en las faldas del volcn. En total fueron 50 familiares. Ella, su esposo y seis hijos quedaron con vida.

    Aqu nos prometieron que nos iban a dar trabajo, que nos iban a ayudar. Buscamos trabajo pero nunca encontra-mos. Cuando llegamos aqu ya no nos dieron ms ayuda. Ni la escritura nos han dado. Nos piden reales para pagar y nada. Dicen que les ha costado porque son 350 casas y que en diciembre nos dan las escrituras pero as nos dicen to-dos los aos, se queja la mujer.

    All vivamos tranquilos. Cribamos animales, sembrbamos lo que quera-mos. Aqu no. Vivimos en este pedacito y nos desconsuela no tener nada, dice por su parte Isidora del Carmen Acosta, una mujer de 58 aos, morena, regorde-ta, quien habita junto a su esposo en una de las casas ubicadas en las calles ms adentradas del casero.

    Viera usted las promesas que nos hicieron. Traan el listn para saber qu necesitbamos y salan a pedir y los mandams se lo agarraban todo, agrega la mujer, quien dice que la promesa de entrega de escrituras hasta ahora no se ha cumplido. Nos estuvieron quitando 200 pesos cuatro veces para las escritu-ras, y todava nada. Mire cmo estn las calles, tenan que estar adoquinadas, dice la mujer sealando los charcos frente al porche de su casa.

    El 30 dE octubrE dE 1998, un deslave del volcn casita arras con 10 comunidades de Posoltega y mat a 3 mil Personas. nueve aos desPus, las heridas siguen abiertas y los suPervivientes se sienten olvidados

    Los olvidadosdEl Casita

  • Las casas de Santa Mara fue-ron construidas como una segun-da oportunidad para 350 familias sobrevivientes del deslave del Ca-sita, que el 30 de octubre de 1998 sepult para siempre 10 comu-nidades ubicadas en sus faldas y mat a 2,800 personas. Muchas de las 120 ONG que llegaron a auxi-liar a los damnificados centraron sus esfuerzos en garantizarles un hogar mejor que aquellos ranchos de paja y tablas en los que la mayo-ra viva antes de la tragedia.

    Cuando las casas fueron en-tregadas en septiembre de 1999 como homenaje a los desapareci-dos a un ao del deslave del vol-cn, las ONG encargadas de su distribucin pusieron entre las condiciones que las escrituras de las viviendas seran entregadas 10 aos despus a sus inquilinos, como una forma para garantizar que las casas no seran vendidas.

    Pero a pesar que las casas fue-ron construidas en una de las zo-nas ms productivas de occidente, sus inquilinos pronto se dieron cuenta que los cultivos de caa de azcar, de man y la procesadora de maz cercana al casero, no eran suficientes para emplear a una po-blacin acostumbrada a la agricul-tura. Y el xodo comenz.

    Carlos Alonso Tercero Huete (53 aos, alto, recio, moreno, de marcados rasgos indgenas) es el alcalde sandinista de Posoltega y tiene una visin bastante negativa del futuro del municipio que ad-ministra: la emigracin est des-truyendo las familias, ya de por s rotas por la desgracia del Casita, existen altos niveles de pobreza y la falta de empleos no brinda oportunidades a los jvenes. El alcalde dice que Posoltega es un municipio olvidado por todos. De los ms de 120 ONG que llegaron a ayudar a la zona en los das del deslave, el alcalde dice que ahora quedan unas seis.

    Mir, quiero ser honesto: las alternativas son de supervivencia.

    Aqu se perdieron tres mil vcti-mas, hubo una desarticulacin to-tal. Muchos salieron del pas. Unos se fueron a El Salvador, Honduras, Costa Rica, Espaa y Estados Uni-dos, dice el alcalde.

    Tercero Huete afirma que su alcalda cuenta con un presupues-to de cinco millones de crdobas que es lo que entrega el Ministe-rio de Hacienda, y un milln ms en ingresos por recaudaciones. Es decir, unos 321 mil dlares anua-les para solventar las necesidades de 17 mil 500 habitantes.

    Para el funcionario, la entrega de escrituras es una de las partes ms complicadas de la administra-cin. La mayora de los habitantes de la zona cuenta con escrituras comunales de reforma agraria y, segn los clculos del edil, seran necesarios 800 mil crdobas para iniciar el proceso de registro y par-ticin de los terrenos. Afirma, sin embargo, que trabajan en la cons-truccin de 600 viviendas nuevas que sern entregadas entre 2008 y 2009; y preparan la entrega de al menos 1,500 escrituras.

    Garantizar fuentes de trabajo, sin embargo, es ms complicado. La nica esperanza de los pobla-dores de Posoltega es el plan de desarrollo impulsado por la Alcal-da desde 2006 y que se extender hasta 2016 con una inversin de 240 millones de crdobas aporta-dos por organizaciones, donantes y gobierno central. Hasta ahora se han ejecutado 90 millones de cr-dobas, pero el alcalde afirma que para que Posoltega despegue se necesita una inversin de 500 mi-llones en viviendas, caminos, refo-restacin y apoyo a las actividades agropecuarias.

    Posoltega se est quedando aislado, no hay inversin y sobre-vive con el aporte de los pocos pro-ductores de la zona. La gente aqu no viene por gusto, vienen a buscar alternativas de vida. No est esta-blecida una poltica que permita apoyar a la poblacin, afirma el

    edil, quien tambin perdi a 60 familiares el da del alud, entre her-manos, sobrinos, tos y abuelos.

    aquel primero de no-viembre de 1998 los diarios na-cionales recogan en sus pginas historias escalofriantes. Los ni-caragenses se desayunaban con titulares fuertes, que trataban de recoger la magnitud de la tragedia sufrida a causa del huracn Mitch, que ese ao azot sin consideracio-nes al pas, dejando ms de 700 mil damnificados. El 30 de octubre, el derrumbe del Casita fue la parte ms trgica de esa pesadilla nunca antes sufrida en Nicaragua, en la que se convirti el paso del Mitch.

    Apocalptico!, titulaba El Nuevo Diario a seis columnas. Espeluznante!, era el ttulo de La Prensa del 2 de noviembre. Los das siguientes el tono no baj: Cuadros dantescos!, Dramti-cos lamentos en lodos y rboles, Agonizan atrapados, Vecinos escuchan lamentos subterrneos, Hedor, chamusca, horror!, Po-soltega, un enorme cementerio al aire libre, 1,500 enterrados vivos, y un titular hasta se aventuraba a preguntar Por qu, Dios mo?

    El viernes 30 de octubre haca varias semanas que no paraba de llover. Pareca el cumplimiento de

    aquel diluvio del Gnesis, que ms tarde se convertira en una escena apocalptica. Un grupo de hombres de la comarca Rolando Rodrguez, en las faldas del volcn Casita, de-cidi salir a las 10:30 de la maa-na hacia Posoltega para comprar alimentos, porque los cultivos se haban perdido por la lluvia e inun-daciones y no haba ms comida.

    A los 15 minutos de haber sa-lido los hombres, los habitantes de la comarca escucharon un es-truendo que vena de la cima del volcn, era como el ruido de varios helicpteros, por lo que pensaron que era la ayuda esperada por das. As es que todos los vecinos salie-ron al camino, inundado por la llu-via, gritando Vienen los helicp-teros! Vienen los helicpteros! A los minutos, el cielo se oscureci por completo, y una enorme nube negra se abalanzaba sobre ellos. Asustado, Pablo Gutirrez corri hasta su rancho, a unos metros del camino, y le grit a su esposa: Corrmonos, que es el cerro que viene! Ana Ampi trataba de ha-cer quehaceres en su casa, anegada por el agua de tantos das, cuando vio el semblante de su marido. Co-rri hasta sus cuatro hijos y toda la familia sali de la casa.

    Mis chavalas no podan cami-nar de los nervios, las empuj y las agarr de la mano y salimos. Los

    otros pequeos iban detrs de no-sotros. Mi esposo agarr al menor varn y yo a la nia menor, recuer-da Ana. Llegamos al camino. Las otras dos mayores iban adelante, agarradas de la mano. Al llegar al frente de una casa ellas me gritaban Mamita, nos morimos!. Yo les grit: Crranse donde su mita!, pensando que ellas iban alcanzar a llegar donde su abuela. Fue impo-sible que pudieran llegar, agrega Ana, con lgrimas en los ojos.

    El alud vot a Ana. Sinti un fuerte golpe por la espalda y una corriente que la arrastraba y la apretaba. No poda ver nada. Era un remolino que la sacuda, la golpeaba; senta los troncos, las piedras, trataba de sujetarse pero la fuerza que la llevaba era mucho mayor. Ana perdi la conciencia.

    Qued en una balsera. Slo sa-caba la cabeza. El resto del cuerpo lo tena aterrado en el lodo. Senta que me estaban oprimiendo. Me deca ahora qued sola, porque no miraba ni a mi marido ni a mis hijos, no miraba a nadie. Comen-c a gritar. Miraba a los lados y era como si estuviera en el mar, se miraba como una playa. Despus de mucho gritar sent que me ha-blaron, decan: Calmate, ya voy. Mir un bulto que se acercaba, sa-la y se hunda, hasta que lleg. Era mi marido. Cuando se me acerca

    se puso a llorar y dijo: Qu barba-ridad, cmo quedaste. Lo primero que hice fue preguntarle por mis hijos y me dijo que no saba nada de ellos. De ninguno de los cuatro. Me dijo que no saba ni de su pap ni de su mam y luego dijo: Cal-mate, que te voy a sacar. Y yo le dije: Para qu quiero vida sin mis hijos. Pero l luch y me sac de donde estaba. Al salir me desmay. Me acost en unas tablas, cerca de donde omos llorar a una chavala. Era nuestra hija pequea. Estaba encajada en unas ramas de mango. Mi marido fue por ella. Cuando regres con la nia, ella deca que yo no era su mama, al ver cmo haba quedado.

    Ana Ampi qued hecha un bulto de carne y huesos rotos. Las orejas estaban casi desprendidas de su cabeza, tena la nariz rota y gra-ves heridas en piernas y brazos. Te-na la piel en carne viva y el calor y la humedad del barro donde estaba atrapada se la cocan. A su alrede-dor todo era destruccin: la enor-me lengua de barro que haba arra-sado con todo, cadveres, lamentos de nios, miembros desprendidos, animales muertos, enormes pie-dras, rboles arrancados de raz.

    La mujer le pidi a su esposo que buscara a sus hijos. El nio me-nor, Marlon, fue encontrado por un vecino a unos metros de donde es-taba ella. Tena quebrada la pierna derecha y la cabeza fracturada. Las mayores nunca fueron halladas.

    Ana Ampi permaneci en ese lugar con su familia hasta el domin-go, cuando llegaron los socorristas en helicpteros. Al ver el estado en que haba quedado la mujer, dijeron que no podan trasladarla, porque no iba a aguantar el viaje.

    Yo senta que me mora. No senta nada de nimos. Al ver slo dos hijos me pona a pensar en la fatiga que acababa de pasar y pensaba que eso mismo estaban pasando mis hijas, que me estaran clamando y me preguntaba dn-de estarn. Mi esposo me deca:

    Hac el esfuerzo, mir que tens a tus dos pequeos, recuerda. Se oan gritos. Un hombre gritaba: Norma, ven sacame que estoy con mi nio tierno, ven sacame!. El grito era profundo, el hombre no se vea. El hombre se cans de gritar. Nadie pudo ayudarlo. Des-pus ya no se oy. Cuando lo pu-dieron sacar ya estaba muerto, con la criatura en sus brazos.

    El equipo de socorro pudo sa-car a la familia, que fue traslada al hospital de Chinandega. Debido al agua caliente, la piel de Ana estaba morada y cocida y las enfermeras le dijeron que la iba a botar. Para m fue terrible, sobre todo cuando comenzaron a curarme las heri-das. Yo senta que me estaban des-pedazando. Las enfermeras decan aguante, aguante, porque esto es bueno para usted, si ese lodo se queda, se le va a pudrir la piel. Pas das terribles. Fui la ltima en salir del hospital. Pas dos meses ah. Me sanaban de una cosa y tena problemas de otra, dice Ampi.

    Su cuerpo tiene las cicatrices de la tragedia. Cicatrices en el ros-tro, la nariz un poco torcida en el tabique, marcas en sus brazos y piernas. Debido a las lesiones en la nariz, Ana tiene problemas para respirar, por lo que los mdicos le dijeron que necesitaba una opera-cin. Ella se opone por dos razo-nes: miedo a regresar a un hospital y falta de dinero.

    Sus hijos crecen saludables, pero tampoco olvidan la tragedia. Marlon, que ahora estudia el quin-to grado, padece de nervios y se al-tera con facilidad. Sufre pesadillas constantemente, por lo que tuvo que ser tratado por una sicloga en Chinandega. Pero eso termin cuando decidieron regresar al lu-gar donde vivan.

    la maana es fresca. Ha llovido durante la noche y la carretera que une Chinandega con Len est an hmeda. A los

    reportaje 13domingo 21 de octubre de 2007la prensa en domingo#2112 reportaje domingo 21 de octubre de 2007la prensa en domingo#21

    El 1 de noviembre de 1998, Nicaragua se despertaba alarmada. Des-de Posoltega llegaban noticias apocalpticas: el volcn Casita haba arrojado lagunas de barro que a su paso arrasaron con 10 comarcas y dejaron cerca de tres mil muertos.

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  • lados sobresalen los cultivos de man, el oro caf de estas zonas. Un camino de tierra, a la derecha de la carretera, en las cercanas de Posoltega, comunica con las zo-nas afectadas por el derrumbe del Casita. Adentrarse en el camino es como llegar a un cementerio: cruces por todos lados, unas pe-queas, otras ms grandes, unas de colores, otras sin pintar. Es-tas con flores, aquellas ahogadas por el crecimiento caprichoso de las hierbas. rboles de eucalip-to, sembrados como parte de un proyecto de reforestacin, dan un olor dulzn al aire, mezclado con el roco de los arbustos y el lodo del camino.

    En la comunidad de Versalles, tambin afectada por el alud del Casita, los habitantes perdieron parte de sus cultivos de frijoles y maz por las lluvias que han gol-peado el occidente del pas en las ltimas semanas. Versalles est a un par de kilmetros de la comar-ca Rolando Rodrguez. Para llegar hasta ah es necesario cruzar el mar de piedras y barro dejado por el derrumbe del volcn. Es como un desierto. Este es el corazn de la desgracia y a donde la vegeta-cin an no esconde las cicatrices de aquel 30 de octubre.

    Toda esta zona estaba bien poblada, dice Carlos Alonso Ter-cero, concejal sandinista de la Alcalda de Posoltega, quien esta maana se dirige a una reunin en Versalles para los arreglos del no-veno aniversario del desastre. Era una zona productiva. Despus del

    Mitch esto qued horrible. El alud se llev el cuadro de beisbol, el centro de salud y varias comuni-dades, explica el funcionario.

    En la zona desierta aparecen de vez en cuando figuras fantas-males. Gente delgada como fideos que parecen ms bien espectros de aquellos que alguna vez culti-varon estas tierras. Su aparicin entre tramos del camino inquie-ta al chofer, que cree ver en ellos verdaderos fantasmas. Han regre-sado porque no tienen a donde ir. Han regresado para retar al Casi-ta. Han regresado para arrancarle vida a estas tierras secas.

    Juan Gmez Soriano es un anciano de 73 aos, piel seca y huesos largos. Se dedica a cultivar maz y frijoles y se lamenta de que

    le haya ido tan mal en la cosecha de primera, porque de esos culti-vos depende la subsistencia de su familia. En su memoria est aquel pum, pum, pum de hace nueve aos que destruy su casa y del cual an no ha logrado reponerse.

    Yo perd cerdos y gallinas. Mi casita se est cayendo y no ten-go para arreglarla. Nos sentimos olvidados. Despus del gran fra-caso que tuvimos no nos han ni volteado a ver. Esas son las cosas por las que uno se reciente, afir-ma el anciano, quien perdi cinco sobrinos en el alud. No tenemos donde ubicarnos, si tuviramos adonde ir ya no estaramos aqu. Vivimos nerviosos, esos cerros de un momento a otro pueden hacer otro desastre, agrega.

    Igual de nervioso se siente Jos Armando Chavarra Arauz, de 54 aos y quien perdi 47 familiares en el deslave. Dice que tiene rece-lo de quedarse a vivir en Versalles, porque ha sido declarada zona de alto riesgo. Pero, ideay, uno est acostumbrado al campo y no te-nemos un salario fijo, para dnde vamos a agarrar?, dice, encogin-dose de hombros.

    Chavarra, quien vive con dos de sus hijos (otros dos han emi-grado a Costa Rica) y su esposa, tambin ha perdido parte de sus cultivos pero dice que aqu la estamos aguantando, aunque sea con este puo de frijoles jodidos.

    La mayora de los habitantes de estas comunidades se lamenta porque, al igual que los vecinos de

    Santa Mara, no tienen escrituras de la tierra que cultivan o el terreno donde han montado sus ranchos. Todos, sin embargo, dicen estar mejor en estas tierras donde al menos pueden dedicarse a la agri-cultura y afirman que no se irn de aqu. Todas las tardes, despus de la faena en los huertos, las familias se renen en los ranchos, invocan-do a la naturaleza para que no los vuelva a castigar con su furia.

    la esperanza en el case-ro Santa Mara tiene nombre. Pe-dro Pablo Chvez es un nio de 9 aos que corretea sonriente por las callejuelas del casero. En su rostro, cerca del ojo derecho, tiene una ci-catriz que es la marca de la desgra-cia que vivi cuando era apenas un recin nacido: el da del alud, Pedro Pablo tena 15 das. Su padre corri con el beb para poder salvarlo, pero la ola de lodo se lo arrebat y el nio qued enterrado por varios das en el fango. Lo encontraron al siguiente viernes del desastre, an con vida.

    l est vivo por la gracia de Dios, dice su abuela Isidora del Carmen Acosta, de 58 aos. El nio, junto con el grupo de amigos que recorren descalzos el casero, representa la esperanza para una gente que quiere dejar atrs los re-cuerdos de la desgracia. Represen-ta las esperanzas de Ana Ampi, Juan Gmez Soriano, Jos Arman-do Chavarra, Mara Narvez e Isidoro Acosta. Los sobrevivientes olvidados del Casita. T

    14 reportaje domingo 21 de octubre de 2007la prensa en domingo#21

    EntrEvistawww.laprensa.com.ni

    la Culpa no Es dE los quE sE EquivoCan, la Culpa Es dE los quE sE ExCluyEn y dEjan dE sEr buEnos

    niCaragEnsEs. habEmos gEntE idnEa, honEsta, quE lEvantamos nuEstra vista y ponEmos muy En alto nuEstra frEntE para podErlE dECir dE niCa-

    ragua quE juntos podEmos haCEr El Cambio.Arnoldo Alemn en 1998 , tras reconocer la catstrofe del Casita.

    entrevista 15domingo 21 de octubre de 2007la prensa en domingo#21

    FElCitas ZElEDN Ex alCaldEsa dE posoltEga

    Se hicieron mansiones con la ayuda para los posolteganos

    santa Mara es un casero de calles lodosas, construido para los supervivientes del alud, como Mara Narvez (al centro) quien perdi a 50 familiares en la catstrofe. ana ampi (derecha) deposita unas flores en las cruces que marcan el sitio donde murieron sus hijas.

    Muchas de las 350 casas del barrio santa Mara estn quedando deshabitadas. los vecinos del barrio, decepcionados por la falta de trabajo, emigran hacia Costa Rica u otras zonas del pas.

    En primer plano, Felcitas Zeledn, ex alcaldesa de Po-soltega, y de fondo una fotografa actual del volcn Casita.

  • 16 entrevista domingo 21 de octubre de 2007la prensa en domingo#21

    Carlos Salinas MaldonadoFotos de La prensa/ orlando [email protected]

    El 30 de octubre de 1998 Fe-lcitas Zeledn alert al go-bierno del presidente Ar-noldo Alemn de que algo catastrfico estaba pasando en Posoltega, el municipio del cual era alcaldesa: despus de una se-mana de intensas lluvias, la zona estaba inundada e incomunicada. Las autoridades centrales no le hi-cieron caso, como tampoco un da despus, cuando les notific que el volcn Casita se haba derrum-bado arrasando 10 comunidades de la zona. Pasaron dos das para que la alarma se activara.

    Nueve aos despus, Zele-dn rememora en esta entrevista aquellos das de tragedia. Recuer-da la desesperacin que la atrap ante la falta de ayuda del Gobier-no Central.

    Zeledn ha desaparecido de la vida pblica. Dej la Alcalda de Posoltega y su diputacin por el FSLN. Ahora es funcionara del In-tur, donde trabaja en la direccin de servicios tursticos, teniendo a su cargo los departamentos de capacitacin, legalizacin, segu-ridad turstica y sistema nacional de calidad.

    Accedi a hablar con Domin-go esta semana, una hora antes de un chequeo mdico en el Hospital Militar. Se present a la entrevista con un flder de papeles en mano, vestida humildemente y dispuesta a hablar de aquella desgracia que la ubic para siempre en los libros de historia del pas.

    :::Cmorecuerdaaquel30deoctubre?A nueve aos del desastre de

    Posoltega, podemos hablar de que aquel da, desde el jueves 29, el sentimiento era que Posoltega iba a desaparecer por las grandes inundaciones que se daban en los alrededores del casco urbano. El 30 fue un da trgico, la debacle ms grande que ha sufrido Nica-ragua. Fue algo nunca antes visto.

    :::Cmosediocuentadelatragedia?Desde tres das antes

    que empezaron las lluvias intensas yo estaba dando aviso a las autoridades de que Posoltega est total-mente incomunicado. Lgicamente nunca me pas por la cabeza el des-lizamiento, mximo por lo que haba dicho Ineter que slo eran tres das de lluvia, que era algo natu-ral en invierno. Pero la noche del jueves fue una cosa espantosa. El viernes me dispona a ir a comu-nicarme con Managua en un lugar donde haba la nica radio de la zona. Encontr a unos compa-eros que venan bajando y corr alegrsima hacia ellos y les pregunto cmo estaba El Guanacastal, donde ha-ba grandes cauces inundados. Me dijeron algo terrible, que el volcn se haba tragado las comunidades. Para m fue un golpe terrible. Di la voz de alerta y comenc a decir que haba mil muertos, partiendo de los conocimientos que tena-mos de la zona.

    :::Conquinsecomunicinicialmente?Con el Inifom, que era el tel-

    fono que tena. Llam a las radios. En ese momento tambin me comuniqu con la Presidencia. Dijeron que iban a ver cmo nos ayudaban.

    :::Cmoreaccionaronlasautoridadescentralescuandoustedlescomuni-cloquehabapasado?Yo sent como que era de poca

    importancia, como falta de credi-bilidad hacia lo que haba pasado. Se manifestaron con toda tran-quilidad y dijeron que iban a ver qu podan hacer. Para m era algo de vida o muerte, de respuesta inmediata. Pero no tuvimos esa respuesta de inmediato. Hasta el

    domingo comenzaron a llegar los helicpteros.

    :::Eneselapso,mientraslle-gabalaayuda,quhacanustedes?Inmediatamente nos dispu-

    simos a salvar a las personas que podamos, a sacarlas del lodo, a llevarlas a lugares ms seguros. Los ubicamos en las escuelas, que sirvieron de albergue. No tenamos alimentos y haba que enfrentar el problema de la falta de medicinas. Nos organizamos, formamos comisiones para cuidar nios, para salud, de abasteci-miento, de primeros auxilios...

    :::Cmocatalogalares-puestadelGobiernoCentral?Siempre he dicho que esa res-

    puesta fue lenta. No quiero decir que son culpables de todo lo que pas, pero la ayuda tena que ser inmediata, desde el da en que anunci que estbamos incomuni-cados. Si hubieran mandado briga-das, hubiramos sacado a la gente aledaa a las faldas del volcn. Na-die nos indic cmo actuar.

    :::Cmofueelprocesoderecons-truccin?

    Fue algo muy duro. Hubo mucha ayuda. Desde alimentos, me-dicina. Sin embargo para la construccin de las comunidades haba que comprar te-rreno y la ayuda ya era escasa. Varios pases ayudaron e hicimos ocho comunidades para la gente que saca-mos del cerro. Un ao despus la ayuda era mnima.

    :::MuchosdelosvecinosdePosol-tegadenuncianquelaayudanuncaleslleg.

    Lo que pasa es que la ayuda que lleg di-

    rectamente a la Alcalda y las co-munidades fue la que realmente pudieron percibir. Pero la que vino a nivel nacional no lleg. Re-cuerdo muy bien porque yo saba qu lleg y qu no.

    :::Qupiensaustedquepasconesaayuda?Vinieron al pas, pero fueron

    desviadas hacia otras personas, tal vez a otros municipios que fueron golpeados menos que nosotros. Tenemos noticias que se hicieron mansiones con los recursos de los posolteganos.

    :::Fueculpadelaadminis-tracindelexpresidenteArnoldoAlemnquelaayudanohayallegado?Creo que un Presidente debe

    velar por su pueblo, y si uno de los pueblos est herido gravemente, tiene que ser la prioridad.

    :::CulparaalexpresidenteAlemnporlaayudaqueseperdi?Este... Todo Presidente tiene

    que amar a su pueblo y darle al Csar lo que es del Csar.

    :::Creequeltienelaculpa?Es que no puedo decir si es cul-

    pable. La verdad es que la ayuda que era para Posoltega no lleg a Posoltega.

    :::LagentetambincriticaquenotienenescriturasdelascasasquelesdieronExisten normativas en los

    organismos. Unos dieron el te-rreno y otros la vivienda. El que dio la vivienda puso sus propios reglamentos, porque existe des-graciadamente gente que no aprecia la vivienda y la vende. Los organismos no queran eso, por eso estipularon que les iban a dar la escritura cuando tuvie-ran 10 aos de vivir en el lugar. En Santa Mara no s qu ha pa-sado, porque ya estaban las es-crituras listas.

    :::Ustedperdifamiliaresenelalud?No, pero es como si hubiera

    pasado. Las personas que murie-ron eran viejos amigos, ex alum-nos, muchos alumnos, maestros, padres de familia. Fue un dolor terrible.

    :::SesintialiviadacuandodejlaAlcalda?No... Cuando estuve como di-

    putada le llev varios proyectos al pueblo, trabajos de ingeniera. Es-toy siempre buscando cmo hacer algo por ese pueblo.

    :::LagentedePosoltegadicequesesienteolvidadaEs que es lgico. La noticia es

    momentnea. Sin embargo, han tenido siempre apoyo de la Al-calda. No estn en la gloria, pero hay muchos proyectos que los han beneficiado.

    :::HasidoalcaldesadePosoltega,hasidodipu-tada,buscaraotrocargopblicoimportante?Te digo con sinceridad que no.

    A esta altura de la vida quiero algo ms tranquilo. T