los jÓvenes en la enseÑanza de juan pablo ii y … · el mismo juan pablo ii, el 27 de agosto de...
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LOS JÓVENES EN LA ENSEÑANZA DE JUAN PABLO II Y BENEDICTO
XVI
Como telón de fondo de las alocuciones de Juan Pablo II y
Benedicto XVI, quiero ofrecerles estas palabras del último Concilio,
con las que concluye el Decreto sobre el apostolado de los laicos.
Nos dice así:
Este Concilio ruega encarecidamente en el Señor a todos
los laicos, que respondan con generosidad y corazón dispuesto, a la
voz de Cristo, que en esta hora los invita con mayor insistencia, y a
los impulsos del Espíritu Santo. Sientan los jóvenes que esta
llamada va dirigida a ellos de modo especialísimo; recíbanla con
entusiasmo y magnanimidad. Es el propio Señor el que invita de
nuevo a todos los laicos (…) a que se le unan cada día más
íntimamente, y que -sintiendo como propias sus cosas- se asocien
a su misión salvadora (…) (AA 33)
Y tampoco quiero dejar de lado algunos párrafos del “Mensaje de
los PP. Conciliares a todos los hombres” (20.10.1962). Dirige estas
palabras “a todos los pueblos” y a todo hombre de buena voluntad.
Pero me parece que, de modo especial, los jóvenes deben sentirse
interpelados. Por eso yo, cuando hoy les hablo a ustedes, no lo
hago a niños, sino a hombres jóvenes y responsables, ¡capaces de
dar respuesta!, por lo que el “Mensaje” es también para que
ustedes den una repuesta.
Les brindo algunas de sus palabras:
Queremos buscar la manera de renovarnos a nosotros
mismos, para manifestarnos cada vez más conformes al Evangelio
de Cristo. Nos esforzaremos en manifestar a los hombres de este
tiempo, la verdad pura y sincera de Dios, de tal forma que todos la
entiendan con claridad y la sigan con agrado (3).
Obedientes a la voluntad de Cristo (…) dirigimos todos
nuestros pensamientos sobre la grey que se nos ha confiado, para
renovarnos de tal manera, que aparezca a todo el mundo la faz
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amable de Jesucristo, que luce en nuestros corazones para
resplandor de la claridad de Dios (2 Cor 4,6) (5).
(Nuestra) unión con Cristo, está tan lejos de separarnos
de las obligaciones y trabajos temporales que, por el contrario, la
fe, la esperanza y la caridad de Cristo nos impulsan a servir a
nuestros hermanos en conformidad con el ejemplo del divino
Maestro, que no vino a ser servido sino a servir (Mt 20,28)(7).
En el decurso de nuestro trabajo, hemos de tener en
cuenta todo lo que a la dignidad del hombre se refiere, todo lo que
contribuye a una verdadera fraternidad de los pueblos, La caridad
de Cristo nos apremia (2 Cor 5,14) (…) (10).
1. Primeras palabras
¿Por qué y para qué están ustedes aquí?
Pienso que para mostrar una Iglesia joven, desde la
identidad de los jóvenes.
Creo que para traducir a Cristo en sus vidas, y ver que la
traducción fue correcta.
Imagino que para testimoniar quién es Cristo y qué sentido
tiene ser cristiano.
Un breve texto iluminará lo antes dicho. Es de una alocución de
Juan Pablo II a los jóvenes, hecha, en Denver (USA). Dice así:
Jesucristo es la vida verdadera que da esperanza y
sentido a nuestra existencia humana. Abre nuestra mente y nuestro
corazón a la bondad y a la belleza del mundo que nos circunda, a la
solidaridad y a la amistad con los seres humanos hermanos
nuestros; a la comunión íntima con Dios, en un amor que supera
todos los límites de tiempo y espacio, hasta llegar a la felicidad
eterna e indestructible.
Bondad,
Belleza,
Amistad,
Solidaridad,
Comunión íntima con Dios…
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Son realidades hondamente enraizadas en el alma de ustedes, aun
cuando muchas veces se borronea y diluye, perdamos la buena
memoria y la dejemos en el olvido.
2. Afianzar la propia identidad
El mismo Juan Pablo II, el 27 de Agosto de 1997, hablando a los
jóvenes en París, pronunciaba palabras que pudieran sonar como
una “expresión de deseos”, pero que hoy yo querría que fueran
realidad y verdad en cada uno de ustedes.
El espectáculo que ofrecieron los jóvenes, fue la
confirmación elocuente de la verdad (=de la cruz y el amor). Y esto,
a pesar de la diversidad de lenguas y color de la piel: los chicos y
chicas de los cinco continentes, se dieron la mano, se
intercambiaron saludos y sonrisas, oraron y cantaron juntos. Se
veía claramente que todos se sentían como en su propia casa, como
miembros de una única y gran familia. A un mundo marcado por las
divisiones de todo tipo, dominado por la indiferencia recíproca,
expuesto a la angustia de la alienación global, los jóvenes lanzaron
desde París un mensaje: la fe en Jesucristo crucificado y resucitado
puede fundar una fraternidad nueva, en la que todos nos aceptamos
mutuamente, porque nos amamos.
Esta aceptación no es una táctica ni una estrategia, ni un pacto de
“no-agresión”, sino que tiene al amor como su causa.
El amor y la amistad son connaturales en el creyente, por lo menos,
en el deseo.
Una vez leí algo (no recuerdo de quién…) que decía así:
“Allí no había extraños: sólo amigos que todavía no se
conocen”.
O sea que, si se conocieran, podrían amarse y ser amigos…
“El otro”, deja de ser otro, cuando lo busco y lo encuentro. Recién
entonces comenzamos a vivir el “nosotros”, barriendo con el “yo” y
el “vos”; se impone “lo nuestro”, sobre “lo mío” y “lo tuyo”.
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3. Fanatismo, no; convicciones, sí…
El fanático no puede admitir que otro pueda pensar diferente de él.
Siempre quiere imponer; jamás se le ocurrirá proponer… (y Jesús
nunca impone; siempre propone…).
El que tiene convicciones, puede comprender que otros también las
tengan, y acepta este hecho sin críticas amargas y sin agresiones.
El Papa Benedicto XVI, el 1º de Abril de 2007, dirigiéndose a los
jóvenes en la Plaza de San Pedro, en Roma, les decía:
Queridos jóvenes y amigos: ¡cuán importante es hoy
no dejarse llevar simplemente de un lado a otro en la vida; no
contentarse con lo que todos piensan, dicen y hacen. (Debemos)
escrutar a Dios y buscar a Dios; no dejar que el interrogante de Dios
se disuelva en nuestra alma; el deseo de lo que es más grande, el
deseo de conocer al Señor (…).
Pero una condición muy concreta para ir hacia Dios, es ésta: ‘Sólo
el hombre de manos inocentes y puro corazón’ puede llegar a Dios.
Manos inocentes son las que no se usan para actos de violencia. Son
manos que no se ensucian con el soborno y la corrupción.
Corazón puro. ¿Cuándo lo es? Cuando no finge y no se mancha con
la mentira y la hipocresía; un corazón transparente como el agua de
un manantial, porque no tiene doblez. Es puro un corazón cuyo
amor es verdadero, y no sólo pasión momentánea.
Manos inocentes y corazón puro. Si caminamos con Jesús, subimos
y encontramos las purificaciones que nos llevan a la altura a la que
el hombre está destinado: la amistad con Dios mismo.
Esta es nuestra vocación: vivir y dar vida… Ser feliz y hacer felices a
otros…
4. El Espíritu Santo y la conversión de nuestras vidas.
Así hablaba el Papa Benedicto a los jóvenes reunidos en la Plaza de
San Pedro, el 13 de Marzo de 2008:
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‘Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre
ustedes, y serán mis testigos’, repitiendo lo que nos dicen Hch 1,8
Esto lo decía el Papa en el contexto de una exhortación a cambiar
nuestras vidas, convirtiéndolas al Señor.
Añadía:
Para favorecer el encuentro con Jesús, ustedes se
disponen a abrir el corazón a Dios, confesando sus pecados y
recibiendo el perdón y la paz. Así se deja espacio para la presencia
en nosotros del Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima
Trinidad, que es el ‘alma’ y la ‘respiración vital’ de la vida cristiana:
el Espíritu nos capacita para ir madurando una comprensión de
Jesús cada vez más profunda y gozosa y, al mismo tiempo, hacer
una aplicación eficaz del Evangelio (Cf Mensaje para la XXIIIª
Jornada mundial de la juventud, 2007).
Y aquí, el Papa Benedicto alertaba sobre “la pérdida del alma”. Si
esto ocurriera, nos moriríamos, pues un cuerpo inanimado no tiene
vida. Esto, que es imposible en el orden físico, nos suele ocurrir en
lo que toca a la vida del Espíritu en nosotros: ¡perdemos el alma!
¡Nos des-animamos! O -peor aún- la vendemos.
Podríamos vivir sin ella pero dejaríamos de ser hombres, y no se
puede ser creyente sin ser hombre o mujer.
No podemos ver al Espíritu, pero no todo lo que no vemos o no
palpamos significa que no exista. ¿Ven ustedes el aire que está
aquí? ¿Lo pueden agarrar? No tiene olor ni color, pero…, si aquí no
hubiera aire, nos moriríamos todos asfixiados.
Y así continúa el Papa actual:
No se puede ver ni demostrar (si el Espíritu) penetra
o no penetra en la persona, (porque no cambia las situaciones
exteriores de la vida, sino las interiores)
Estas palabras, podrían valer para todo el mundo, pero el Santo
Padre las dirige a los jóvenes, sabiendo que uno de los frutos del
Espíritu es la alegría.
Por eso nos pide (¡les pide!):
Comuniquen esta alegría que proviene de recibir los
dones del Espíritu Santo, dando en sus vidas testimonio de los
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frutos del Espíritu: ‘Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí’ (Gál 5,22-23).
Recuerden siempre que ustedes son ‘templo del Espíritu’. Dejen que
habite en ustedes y sigan con docilidad sus indicaciones, para
contribuir a la edificación de la Iglesia y descubrir cuál es la
vocación a la que el Señor los llama (…) Sean generosos, tratando
de ser cristianos coherentes (…) Abran sinceramente sus corazones
a Jesús, el Señor, para darle un ‘sí’ incondicional.
Es importante una de las acciones del Espíritu Santo, citadas por el
Papa Benedicto:
Descubrir cuál es la vocación a la que el Señor los
llama.
Yo querría agregar que la “vocación fundamental” -como lo afirmé
líneas atrás-, es a ser felices y hacer felices a otros; a vivir y dar
vida. Para esto hace falta la ayuda de Dios, pues -las más de las
veces- es tarea compleja y difícil.
Yo no les pido desconfiar, salvo de dos cosas:
De las voces que les dicen que todo es fácil y que
todo irá sobre rieles.
Y de los aduladores, de quienes les digan que son lo
mejor, les echen incienso, afirmen lo que sus oídos
quieren escuchar y, sobre todo, que son
incomprendidos “por la sociedad”, “por el mundo de
los adultos”, “por los que nos han legado esta basura
sobre la que vegetamos”.
Ustedes no son ni mejores ni peores que los niños, o sus iguales, o
los adultos o los viejos. Siempre les digo a los jóvenes con quienes
trato: -No soy mejor que ustedes… ¡sólo más viejo! He tenido más
tiempo para hacer mejores y peores cosas que ustedes…
Ante este hecho se impone una mirada compasiva que tienda un
manto sanador y una dosis de ternura sobre un mundo con
demasiadas lágrimas.
Juan Pablo II les hablaba a ustedes, diciendo:
Transfórmense también ustedes en redentores de
los jóvenes del
mundo.
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Pero, -condición previa para redimir- es reconocer que
necesitamos tal redención y tomar conciencia de que nosotros
hemos sido amados y redimidos. Nadie puede salvar a otro si no
tiene la certeza de que él ha sido también salvado.
Muchas veces nos quejamos de que hay pocos sacerdotes, y esto
es cierto. Pero tendríamos que agregar que hay pocos cristianos
que se formen para comunicar la buena Noticia de la salvación y,
al mismo tiempo, dar testimonio, con sus vidas, del amor con que
Dios los ha amado.
Y continúa el Papa Juan Pablo así:
Queridos jóvenes: la Iglesia necesita auténticos
testigos para la nueva evangelización, hombres y mujeres cuya
vida haya sido transformada por el encuentro con Jesús; hombres
y mujeres capaces de comunicar esta experiencia a los demás. La
Iglesia necesita santos. Todos estamos llamados a la santidad, y
sólo los santos pueden renovar la humanidad. En este camino de
heroísmo evangélico nos han precedido muchos, y es a su
intercesión a la que los exhorto a recurrir.
5. El Espíritu Santo nos da fuerzas para ser testigos de
Cristo
Esto vale para cada uno de ustedes, hoy.
El Papa Benedicto, en una Vigilia de oración con los jóvenes,
realizada en la Catedral de Notre Dâme (París), el 12 de Setiembre
de 2008, hablaba así:
El Espíritu nos pone en contacto íntimo con
Dios, en quien se encuentra la fuente de toda riqueza humana.
Todos buscamos amar y ser amados. Tenemos que volver a Dios
para hacerlo. El Espíritu -que es Amor- puede abrir sus corazones
para recibir el don del amor auténtico. Todos ustedes buscan la
verdad y quieren vivir de ella. Cristo es esta verdad. Él es el camino,
verdad y vida. Seguir a Cristo significa realmente ‘remar mar
adentro’ (…) Confíen en el Espíritu para descubrir a Cristo. Él es el
alma de nuestra esperanza y el manantial de la genuina alegría.
Todo esto podrían parecer lindas palabras que un anciano sacerdote
-el Papa actual- dirige a los jóvenes. Pero sepan que el Papa
también tuvo 18 y 20 y 24 años, y su palabra es parecida a la que él
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recibió de sus maestros, en otras circunstancias, cuando lo
enfrentaban con la Palabra de Dios y sus exigencias.
Esta Palabra tiene sus reglas de juego: necesita de ustedes, como
Dios necesita de los hombres y como la semilla necesita de la tierra
y la sangre, del oxígeno que la purifica.
Sin las voces de los hombres, Dios queda mudo, y sin el testimonio
de ustedes, no hay “pastoral juvenil” que dé frutos.
Ustedes están en la edad de la generosidad. Es
urgente hablar de Dios al entorno en el que se mueven: familia,
amigos, compañeros de estudio y trabajo, compañeros de ocio. No
tengan miedo, sino la valentía de vivir el Evangelio, y la audacia de
proclamarlo (…) Lleven la Buena Nueva a los jóvenes de su edad y
también a los otros. Ellos conocen la turbulencia en la afectividad,
la preocupación y la incertidumbre respecto al trabajo y a los
estudios. Afrontan sufrimientos y tienen experiencia de alegrías
únicas. Den testimonio de Dios porque -en cuanto jóvenes- forman
parte plenamente de la comunidad cristiana por el bautismo y la
común confesión de fe. La Iglesia confía en ustedes.
El Papa no ejerce el rastrero ministerio de la demagogia y, si confía
en ustedes, es porque sabe lo que Dios puede hacer en un corazón
que se abre a los dones de lo alto. Es Dios quien hace maravillas ‘en
nosotros’. “Llevamos un tesoro en vasos de barro” (cf 2 Cor 4,7): el
tesoro es Dios y son sus dones; el barro y su pobreza somos
nosotros.
El Espíritu Santo, del cual el Papa habla,
abre a la inteligencia humana nuevos horizontes
que la superan y le hacen comprender que la única sabiduría
verdadera reside en la grandeza de Cristo.
Para lograr esto, hay que reconocer la propia pequeñez. Y continúa:
La cruz ‘simboliza la sabiduría de Dios’ (Cf 1 Cor
1,25). Ésta (la cruz), pone en peligro la seguridad humana, pero
manifiesta la gracia de Dios y la confianza en la salvación.
6. Sydney-2008
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El encuentro del Papa Benedicto con los jóvenes, en Julio de 2008
fue, sin lugar a dudas, un momento de gracia y esperanza, y un
signo visible del paso del Espíritu en la vida de la Iglesia en esas
tierras. La buena semilla no dejará de producir buenos frutos.
El Papa anunció este encuentro (6/7) como “un
nuevo Pentecostés”.
Tiene la certeza de que “los jóvenes, reunidos en
Sydney como en un cenáculo, invocarán al Espíritu
Santo para que inunde los corazones de luz interior,
de amor a Dios y a los hermanos, y de valiente
iniciativa para introducir el mensaje eterno de Jesús
en la diversidad de lenguas y culturas”.
Tema de estos días:
“Recibirán la fuerza del
Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán mis
testigos” (Hch 1,8).
El 13 de Agosto, nos decía:
Estoy firmemente convencido
de que los jóvenes están llamados a ser instrumentos de esta
renovación, comunicando a sus hermanos la alegría que han
experimentado al seguir a Cristo, y compartiendo con los demás
el amor que Jesús infundió en sus corazones, para que también
ellos queden llenos de esperanza y gratitud por todos los bienes
que han recibido de Dios.
Necesidad de la esperanza:
Muchos jóvenes hoy no tienen
esperanza. Se quedan perplejos ante los interrogantes que se les
presentan de manera cada vez más apremiante; ante un mundo que
los confunde y, con frecuencia, no saben bien a dónde tienen que
dirigirse para encontrar respuestas (…)
Si alguna vez supieron cuál era el rumbo cierto, ahora lo han
perdido o está borroneado, impidiéndoles seguirlo con claridad.
Muchas seguridades en las que podrían apoyarse, ya no están más
(familia, futuro, trabajo, afectos…).
Debemos preguntarnos qué necesitan los jóvenes y qué
necesitamos todos:
“(Que) el Espíritu nos oriente hacia Jesucristo : (Si quieres
permanecer joven, busca a Cristo)” (San Agustín). Este mismo
santo afirmó que “Dios es el más joven de todos”, porque es
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fecundo, porque su Palabra es fresca y, sobre todo, porque Dios,
siempre presente, también es un amplio futuro…, como todo joven.
Frutos del Espíritu
- Recordarnos lo que Jesucristo nos dijo,
implantando su palabra en los corazones (Cf
Jn 14,26)
- Conducirnos al conocimiento de toda verdad
(Cf Id 16,13), en una relación de intimidad
conyugal.
A la luz de eso debemos interpretar las palabras del Papa y la
respuesta de los jóvenes.
Les señala que el don del Espíritu Santo puede vencer a los males de
hoy, que son
:: la indiferencia
:: el cansancio espiritual
:: el conformismo con la situación que
vivimos
:: la superficialidad
:: la apatía
:: la cerrazón
Y el Papa les formula esta pregunta:
¿Están viviendo su vida de modo que deje espacio al
Espíritu, en un mundo que quiere olvidar a Dios o incluso rechazarlo,
en nombre de un falso concepto de libertad?
Tener la audacia de ser santos
Hoy, los jóvenes se encuentran ante una
variedad desconcertante de opciones de vida, de manera que a veces
les resulta arduo saber cómo encauzar mejor su idealismo y su
energía. Es el Espíritu quien da la sabiduría para discernir el sendero
y el valor para recorrerlo. Él corona nuestros pobres esfuerzos con
sus dones divinos, como el viento que, al hinchar las velas, hace
avanzar la barca mucho más de lo que los remeros logran con la
fatiga de su remar. Así, el Espíritu hace posible que los hombres y
mujeres de cada lugar y de cada generación, lleguen a ser santos
(17/7).
Nuestros esfuerzos son pocos, frágiles, pobres…
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Esta constatación -por lo demás, evidente- puede ayudarnos a
descubrir la necesidad que tenemos del Espíritu, que es “Viento y
Fuego”, empuje y fervor. Además, es luz que me permite ver, allí
donde mis ojos de carne sólo caminan a tientas y en la oscuridad.
Pero, puede ser doloroso aceptar este estado de cosas: Que soy
pobre… Que no puedo… Que en más de una ocasión, mis mejores
intenciones fracasan… Que no encuentro ayuda en un ámbito social
hostil… Que cada vez es más costoso y hay que pagar un altísimo
precio, por ser competitivo en mis opciones laborales.
Sin el Espíritu, todo esto puede ser dramático y patético. Con el
Espíritu, es una tarea ardua, sin lugar a dudas larga, pero posible.
Cicatrices a curar
No sólo el entorno natural sino también el
social -el hábitat que nos creamos nosotros mismos- tiene sus
cicatrices y sus heridas, que indican que algo no está en su sitio.
También en nuestra vida personal y en nuestras comunidades,
podemos encontrar hostilidades a veces peligrosas: un veneno que
amenaza corroer lo que es bueno, modificar lo que somos y desviar
la finalidad en la que hemos sido creados (alcohol, droga, violencia,
degradación…)
Estas son heridas reales, heridas que hacen nacer el miedo en
muchos corazones, aun en los más fuertes.
La vida personal no se ve sustentada en una sólida vida familiar. No
se encuentra una razón fundante en por qué estudio, si una vez
recibido tendré un trabajo digno y, si lo obtengo, si no estará
suspendido con alfileres, ante las tácticas y políticas en las que el
mundo del capital favorece, no una sana competividad que estimule,
sino el enfrentamiento en el que queda vivo el más fuerte y el que
se somete a regímenes injustos que concluyen en cansancio y
descontento. Esto, aparte de las palabras citadas del Papa en el
último paréntesis: alcohol, droga, violencia, degradación…
El hombre ha provocado estas heridas, muchas de ellas de extrema
gravedad, gravedad que, en soledad, somos incapaces de sanar. Por
ello debe recurrir al que sí lo puede…
Y añade el Papa Benedicto:
La vida no es una simple sucesión de hechos y
experiencias, por útiles que pudieran ser muchos de ellos. Es una
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búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza (…) Cristo ofrece
mucho más: ofrece todo (…) Hemos sido adoptados como hijos e
hijas del Padre, y hemos sido incorporados a Cristo, convirtiéndonos
en morada del Espíritu Santo: ¡somos nueva cultura, nueva creación
(y esto tenemos que recordarlo) en casa, en la escuela, en la
Universidad, en los lugares de trabajo y de diversión (Idem)?
Los santos Padres decían que “Cristo es el rostro humano de Dios”.
¿No tendríamos que decir lo mismo de cada uno de nosotros? ¿No
tendríamos que ser el rostro joven de Dios, tal como lo refleja la
humanidad de Jesús?
Y continúa el Papa, dirigiéndose a los jóvenes congregados en
Sydney:
¿Sabemos reconocer que la dignidad intacta de
toda persona se apoya en la identidad más profunda, como imagen
del Creador, y que -por tanto-, los derechos humanos son
universales, basados en la ley natural, y no algo que dependa de un
simple compromiso?
Nuestro corazón y nuestra mente anhelan una visión de la vida
donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se
construya la unidad, donde la libertad encuentre su sentido en la
verdad, y donde se halle la identidad en una comunión respetuosa.
Esto es obra del Espíritu Santo (Ibid)
Amor, compartir, unidad, libertad, comunión con los otros…
Esto parecería estar muy lejano, en la mayor parte tanto de jóvenes
y viejos, ante los rencores y odios, la desunión interior, las
opresiones de diverso orden y calibre, la ausencia -a veces total-
de comunión… ¡y hasta de comunicación!
¿Qué hacer? No buscar el remedio allí donde jamás se lo
encontrará. Buscarlo allí donde se encuentra y donde el mismo Dios
prometió que estaría y no nos podrá faltar.
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Mi intención en estas breves reflexiones, no ha sido otra sino
brindar al mundo de los jóvenes algunas líneas orientadoras
provenientes de dos Papas. Estas orientaciones no excluyen otras,
sino que provienen “desde otro ángulo” y, por lo tanto, me dan
“otra visión”. Son sólo luces que permiten caminar, pero que deben
ser completadas y acrecentadas por las luces personales de cada
uno de los jóvenes.
Ni los ancianos, ni los adultos ni los jóvenes pueden “arreglar el
mundo”, pero sí pueden -si lo intentan y se unen con inteligencia
en esta apasionante tarea…- arreglar un centímetro cuadrado de
nuestros pequeños mundos personales y de nuestros pequeños
mundos comunitarios, intentando “arreglar” una superficie cada
vez mayor. En esta labor -como en todo sano proceso pedagógico-
se va siempre “de lo menos a lo más”, de lo más simple a lo más
complejo, sabiendo que el que no puede lo más, puede lo menos…
Pero una vez leí algo que me desconcertó y que -en una primera
lectura rápida- pensé que era un error: “El que no puede lo menos,
puede lo más”. Y esto es verdad porque, a veces, a las pequeñas
cosas, a ésas que decimos que no tienen importancia ni valen la
pena, les dedicamos poco tiempo y poco esfuerzo, mientras que las
cosas grandes nos exigen entrega, trabajo, ingenio, tiempo,
paciencia y perseverancia…. ¡y se los otorgamos!
Pero…, dejemos esto y, por lo menos, intentemos lograr pequeñas
cosas en nuestras pequeñas vidas y pequeños ámbitos en las que
transcurren.
Fray Héctor Muñoz o.p. - Convento Sto. Domingo - Salta 2107 –
5500 Mendoza
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