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Los cuentos de miedo de La Escuela del Mar SOLO ES UN SUEñO

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Los cuentos de miedo deLa Escuela del Mar

SOLO ES UN SUEñO

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SOLO ES UN SUEñO

Un cuento de José Manuel Ferro

Ilustraciones de Isabel Ferro

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Hola, soy Albert y estos son mis amigos en esta historia de borrachos

Hola, yo soy Alex Hola, soy Xavi

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SOLO ES UN SUEñO

Aquella piscina era un sueño. “¡Lujo asiático!”, dijo mi padre. Quería decirque era una pasada. Alex, Xavi y yo no hacíamos más que salir y volver aentrar en el agua, venga tirarnos de pies y de cabeza, con riesgo derompernos el cerebro. Y eso que el agua estaba helada como un polo dehielo recién sacado del congelador.

La piscina estaba en la parte de atrás de una casa rural cerca de SantSadurní d'Anoia, en el Penedés. Más allá de la piscina sólo se veían viñas ymás viñas hasta el infnito.

Estábamos en el país del champán, que aquí lo llaman cava. Aunque a losborrachos como mi padre, mi madre y sus amigos les da lo mismo cómo sellame, se lo beben igual. A mí el cava no me gusta. Bueno, no me gustaba.Ahora me gusta el Perdiu, que es bueníiisimo. Pero muy peligroso.

Os contaré por qué. El primer día de estar en la casa rural, como llegamos casi a la hora decomer, nos lo pasamos en la piscina. Pero, al otro día, los mayores dijeron deir a visitar unas cavas, que son unas bodegas donde hacen el cava. - Son como unas cuevas –nos explicó mi padre.

- Pues yo me llevaré mi linterna –dijo Alex.

¡Había traído una linterna, el tio! Xavi y yo le miramos con los ojosachinados, llenos de envidia.

Y fuimos a las del cava Perdiu, que decían que eran muy grandes y muyantiguas. En la entrada de las cavas nos esperaba un guía vestido con untraje azul marino y corbata. Era calvo, muy simpático y con cara de buenapersona.

Lo primero que me sorprendió fue que las cavas estaban bajo tierra. Losegundo, que eran enormes. Había no uno, ni dos, ni tres, sino cuatro,¡cuatro sótanos!. En el primer sótano estaban las máquinas que ponían lostapones de corcho en las botellas. Y en los otros tres, botellas y másbotellas donde maduraba el cava, que quiere decir que le van saliendo las

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burbujas. Nosotros cogimos un ascensor para bajar al cuarto sótano yempezar la visita.

Ya sabéis lo que os tengo dicho de los sótanos: ¡No bajéis! Me fui al fondodel ascensor, donde mis amigos estaban haciendo el burro, como siempre, yse lo dije. Pero se estaban chinchando como dos niños pequeños y no mehicieron ningún caso. Bueno, sí, se volvieron los dos a la vez y me dijeron“¡Cagón!”.

Vale, vale.

El cuarto sótano estaba súperoscuro. Sólo había unas pocas bombillascolgando del techo, que daban una luz muy fojita. Se ve que al cava le gustala oscuridad. ¡Igual que a los monstruos, los zombis y todos esos, pensé yo,no sé por qué! Para recorrer las cavas había dos pequeños trenes. La locomotora era unaespecie de tractor pequeño, y los vagones eran como minicoches sin techo,con cuatro asientos cada uno. Xavi murmuró: “¡Nos han traído a loscaballitos, como si fuéramos de P3!”. Sí, sí... El guía nos hizo montar en unode los trenes, lo puso en marcha y nos condujo a súpervelocidad por lospasillos de las cavas. Era íncreìble cómo aquel trenecito, que arrastraba unmontón de coches, corría entre las flas de estanterías llenas de botellas decava sin romper ni una. ¡Y cómo tomaba las curvas, rozándolas casi, sin queninguno de los vagones chocara con ellas! ¡Yujuuuu! Alex, Xavi y yo, y ¡cómo no!, también mi padre, levantábamos losbrazos como si estuviéramos en una montaña rusa del Port Aventura.¡Vivaaaa!

Para acabar la visita nos invitaron a una copa de cava en el segundosótano. A los niños nada, claro. Entonces yo dije: “¡Papá, papá, déjameprobar!”. Mi padre miró a mi madre, que estaba charlando con las otrasmadres, y me dejó beber un sorbito disimuladamente. Primero me diorepelús, pero luego… ¡Qué bueno, tú! ¡Y con burbujas, que te hacíancosquillas en la garganta!

Creo que el cava tuvo la culpa de lo que pasó después. Y Xavi, comosiempre.

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Íbamos los últimos y estábamos a punto de subir por la escalera al primersótano, y de allí a la salida de las cavas, cuando a Xavi no se le ocurre otracosa que esconderse entre unas botellas y darnos un susto. ¡Es muy difícilpara un niño resistir este estímulo! Casi tanto como pasar por delante de unpuesto de helados en verano, y no gemir y lloriquear para que nos comprenuno. Enseguida Alex y yo empezamos a escondernos también.

- ¡Tú eres tonto, chaval! –le gritó Alex a Xavi. - Te he dicho y la paras tú.

- ¡Callaos los dos! –dije-. Nos hemos perdido. Sí. Jugando, jugando nos habíamos ido metiendo entre las hileras deestanterías del cava y ahora no sabíamos ni dónde estaba la gente ni lasalida. Nos quedamos más callados que si estuviéramos viendo una peli demiedo. Y la nuestra, en la que íbamos a ser los protagonistas, no habíahecho más que empezar.

Nos pusimos a caminar por un corredor largo, tan largo que no se veía elfnal. A los lados, alineadas en sus agujeros como soldados en formación,había miles y miles de botellas de cava, negras y llenas de polvo. Con lapoca luz, y como estábamos solos y extraviados en aquel laberinto, las cavasnos parecían más oscuras y tenebrosas a cada paso. Alex sacó su linterna delbolsillo y la encendió, pero ni así. Caminábamos más juntos que siestuviéramos atados con una cuerda, más pegados que las patas de una sillaplegable pegadas con superglú. Todo estaba envuelto en un profundosilencio.

- ¡Conque estabais aquí! ¡El grito que dimos debió de oírse hasta en Japón! Era el guía, menos mal. ¿Menos mal? Ahora que me fjaba mejor, el guíaaquel tenía un aspecto de lo más siniestro.

- Venid niños, que os llevaré con vuestros papás. ¡Un momento!, pensé. ¿No le había dicho algo así el lobo a las cabritillas?¿O era a los tres cerditos? ¿La bruja a Hansel y Gretel? ¡Ya me estaba liando! Llegamos al ascensor, entramos, y el guía picó al menos cuatro.

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- Oiga, señor –dijo Xavi, que no puede callarse cuando ve una injusticia-.Llévenos al cero, por favor. El hombre, que estaba frente a la puerta del ascensor dándonos la espalda,se volvió y dijo: - ¡Calla, niño! Toda su calva estaba llena de gotitas de sudor. Sonreía. ¿Por qué sonreíaaquel tío? Sus labios se separaron lentamente y, aterrados, pudimos ver susdientes amarillos y sucios. Y digo aterrados no porque fuera un marrano, no,que vaya si lo era. Si no porque los de las esquinas ¡eran puntiagudos comolos del Conde Drácula! ¡Era un vampiro! Por suerte, en aquel momento seabrió la puerta del ascensor y salimos los tres disparados, Xavi por debajode las piernas del tío y Alex y yo cada uno por un lado. - ¡Papáaa! ¡Mamáaa! –gritábamos.

Corrimos hasta que nos quedamos sin oxígeno en los pulmones, doblamosel fnal de una hilera de estanterías y nos escondimos detrás. Estábamosintentando jadear sin hacer ruido, cosa que es bastante difícil, cuando Alexpreguntó: - ¿Los… vam…? - ¿Los vam? –dijo Xavi, sin dejar que terminara de hablar. - Los vampi…ros… ¿Son como…los murci…? - ¿Cómo los murcianos? –volvió Xavi a las andadas. Estaba a punto de soltarle una torta a mi amigo cuando Alex consiguióterminar al fn su pregunta: - ¿…cómo los… murciélagos? - Se parecen mucho –contesté, porque lo había visto en un documental deanimales. Y enseguida pregunté, alarmado-: ¿Por qué lo…? Alex no contestó, sino que levantó la cabeza y señaló el techo negro de lascavas. Allí, colgando boca abajo, estaba el guía. Un hilillo de saliva estaba apunto de caer de su boca sobre nuestras cabezas. ¡Qué miedo! ¡Y qué asco!

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- Uuaaaaaaaaah.

Después de correr como locos por no sé cuántos pasillos, llegamos dondeestaban aparcados los trenecitos y pillamos uno. - ¡Yo lo llevo! - ¡No, yo! - ¡Lo llevo yo, que lo he encendido yo! –exclamé. Y salimos pitando. Enseguida, detrás nuestro se escuchó el ruido del motor del otro trenponiéndose en marcha: ¡el guía-vampiro venía pisándonos los talones! Comenzó una persecución frenética por los pasillos de las cavas. A vecesel tren de aquel ser de pesadilla nos seguía justo detrás; otras veces loveíamos por entre las estanterías, corriendo a nuestro lado por un corredorparalelo. Cuando giraba para alcanzarnos nosotros girábamos también. Y asípoco a poco, sin que nos diéramos cuenta, nos fue empujando haciacorredores cada vez más estrechos y oscuros de lo que parecían ser lasviejas cavas.

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- ¡Cada vez está más cerca! –chilló Xavi. - ¡Déjame el volante, déjame el volante! –gritaba Alex, que se creía uncorredor de fórmula uno.

Cogió el volante y, efectivamente, empezamos a alejarnos del vampiro.Tomamos una curva a velocidad de vértigo y salimos a un pasillo más ancho,con el techo curvo como un túnel del metro. Nuestro perseguidor aceleró,se puso a nuestro lado, y de repente dio un salto de tigre y cayó sobre unode los últimos vagones de nuestro tren.

- ¡Aaaaaaah! –chillamos los tres a la vez.

Y mientras aquel monstruo malvado brincaba de asiento en asiento,aproximándose cada vez más, Xavi y yo tratábamos de desenganchar lalocomotora de los vagones.

Y al fn… ¡Cataplum, plim, plum! Alex chocó contra un muro de botellas. Ycientos de ellas cayeron sobre nosotros.

Me levanté medio atontado. Alex estaba echado sobre el volante, con lacabeza llena de sangre. Xavi se había caído a un lado del tren y sólo podíaverle la cara, porque todo su cuerpo estaba sepultado bajo una pila debotellas de cava. Del guía ni rastro. ¡Ojalá estuviera debajo de la montañade botellas también!

Empecé a caminar en medio de las sombras. Tenía que pedir ayuda. Sóloyo podía salvar a mis amigos. De repente oí a lo lejos, a mis espaldas, unacarcajada cruel que me cubitó la sangre en las venas. ¡Horror! ¡Aquel ser depesadilla había sobrevivido al choque, y venía sin duda tras de mí! - ¡Socorrooooo!

Corrí, corrí, corrí… Corrí todo lo que pude. Por suerte conseguí llegar a unhueco que ascendía hasta el primer sótano. Era un pozo muy antiguo pordonde con una cremallera como la de una bici, pero más grande claro, y unarueda de hierro que tiraba de ella, subían y bajaban las botellas de cavadentro de unos grandes cestos. En el suelo, a mi lado, había una caja convarias palancas y dos botones: uno rojo y uno verde. Apreté el botón verde,como hacen los buenos en las pelis.

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¡Ñiiiiiic! Con un chirrido que me puso los pelos de punta, la maquinaria sepuso en marcha. Desde el piso superior empezó a bajar un cesto, al queseguían otros. Perfecto. Fui a meterme en él, ¡pero estaba ocupado! Xavi mesonreía desde su interior con los ojos cerrados, sus brazos y sus piernascolgando en posturas imposibles. Parecía muerto. Comencé a llorar.

En el siguiente cesto bajó Alex. Toda su cara estaba roja de sangre, lo quehacía aún más impresionante su sonrisa llena de dientes muy blancos.También tenía los ojos cerrados. También parecía difunto.

Mientras los cestos con mis amigos dentro volvían a elevarse, arrastradospor la cadena en movimiento, llegó el siguiente cesto. ¡Estaba vacío! Montéde un salto y empecé a subir por el pozo. Recordé una peli del Oeste quehabía visto una vez con mi padre, que le gustan mucho las del Oeste. Setitulaba: “Solo ante el peligro”. “Me habéis dejado solo, amigos”, pensé.“Sois unos traidores”.

Mi cesto alcanzó el tercer sótano. Miré en todas direcciones: no se veía anadie, sólo pasillos y más pasillos que se perdían en la distancia, y botellas,miles de botellas. Llegué al segundo sótano. Ya estaba cerca. Un poco más yestaría salvado.

Entonces fue cuando se me ocurrió: ¿quién había puesto a mis amigos enlos cestos? ¿Cómo no me había dado cuenta antes? A mitad de camino delprimer sótano y de la salida no pude aguantar más y miré hacia arriba. Y allíestaba, asomado al pozo de los cestos, con su cara sonriente. ¡Aquelvampiro siempre sonreía! ¡Allí sonreía todo el mundo! ¡Pues yo no le veía lagracia!

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Mientras la cremallera tiraba de mi cesto y me acercaba a élirremediablemente, el monstruo se puso a reir:

- ¡Ja, ja , ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!

- ¡Noooooooooooo!

¡Y entonces me acordé de la linterna de Alex! ¡Era mi última esperanza!Frente a mí pasó el cesto de Xavi, que volvía a bajar hacia las profundidadesde las cavas. Me levanté y me preparé. Miré hacia arriba: ya llegaba el cestoque traía a Alex. Mi mirada se cruzó un instante con la del vampiro. Elmonstruo sacó la lengua y se relamió. ¡Horror! ¡Salté como un mono yaterricé encima de mi amigo! ¡El cesto se tambaleó peligrosamente!¡Ñiiiiiiic! Agarré rápidamente la linterna y salté otra vez, al revés que antes,y caí en uno de los cestos vacíos que subían hacia la salida. ¡Ñiiic! ¡Ñic-ñic! Me acercaba. ¡Ñioc! Dos metros. ¡Ñiic! ¡Un metro! Elvampiro se inclinó hacia delante, abrió los brazos para recibirme y la bocapara morderme. ¡Ayayay! Y entonces, encendí la linterna y le enfoqué la luzen todos los ojos. ¡A los vampiros no les gusta la luz! ¡Toma ya! Se tapó losojos, tropezó y cayó al pozo.

- ¡Uarrrrrrggggg!

Llegué arriba, me lancé fuera del cesto y me quedé tumbado en el suelo. Elcorazón me iba a mil por hora. Del fondo del pozo subió un estruendo degolpes y botellas rotas: ¡Patapum, pam, patapam! ¡Clanc, clanc! ¡Ah! ¡Quésonido tan delicioso!

Pero no había tiempo que perder. Aún tenía que salvar a mis amigos. ¡Ñic,ñic! Ya llegaba el primero. Apreté el botón rojo que había en un poste allado del pozo y saqué a rastras a Xavi del cesto. Piqué el botón verde y lacadena se puso en marcha otra vez. ¡Ñioc! El siguiente cesto. Paré lamáquina, cogí a Alex como pude y lo saqué también. ¿Eran imaginacionesmías o se reía más que antes? Y de repente escuché un aleteo. ¡Y un murciélago grande, más negro queel carbón de Reyes, salió volando del pozo! ¡Oh, no! ¡Oh no!¡Nooooooooooooooooooo! - ¡Albert! ¡Albert!

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¡Era mi madre! ¡Estaba salvado! - ¡Albert! ¡Albert! Me levanté. ¡Estaba en mi cama, en mi cuarto, en mi casa! Mi mamá meabrazaba y me decía: “Albert, Albert, sólo es un sueño”. - ¿Lo he soñado todo? Y entonces volví la cabeza hacia un lado y vi, sobre mi mesilla de noche, lalinterna. Comencé a temblar. ¿Y si no había sido un sueño? - En cuanto llegues al cole, se la devuelves a Alex, ¿vale? Nunca más volveré a probar el cava. Lo juro.

FIN

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