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Los toltecas Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur de México como «mujeres y hom- bres de conocimiento». Los antropólogos han definido a los toltecas como una nación o una raza, pero de hecho, eran científicos y artistas que formaron una sociedad para estudiar y con- servar el conocimiento espiritual y las prácti- cas de sus antepasados. Formaron una comu- nidad de maestros (naguales) y estudiantes en Teotihuacán, la ciudad de las pirámides en las afueras de Ciudad de México, conocida como el lugar en el que «el hombre se convierte en Dios». A lo largo de los milenios los naguales se vie- ron forzados a esconder su sabiduría ancestral y a mantener su existencia en secreto. La conquis-

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Los toltecas

Hace miles de años los toltecas eran conocidosen todo el sur de México como «mujeres y hom-bres de conocimiento». Los antropólogos handefinido a los toltecas como una nación o unaraza, pero de hecho, eran científicos y artistasque formaron una sociedad para estudiar y con-servar el conocimiento espiritual y las prácti-cas de sus antepasados. Formaron una comu-nidad de maestros (naguales) y estudiantes enTeotihuacán, la ciudad de las pirámides en lasafueras de Ciudad de México, conocida como ellugar en el que «el hombre se convierte en Dios».A lo largo de los milenios los naguales se vie-

ron forzados a esconder su sabiduría ancestral ya mantener su existencia en secreto. La conquis-

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ta europea, unida a un agresivo mal uso delpoder personal por parte de algunos aprendices,hizo necesario proteger el conocimiento deaquellos que no estaban preparados para utili-zarlo con buen juicio o que hubieran podidousarlo mal intencionadamente para obtener unbeneficio personal.Por fortuna, el conocimiento esotérico tolte-

ca fue conservado y transmitido de una genera-ción a otra por distintos linajes de naguales. Aun-que permaneció oculto en el secreto durantecientos de años, las antiguas profecías vaticina-ban que llegaría el momento en el que seríanecesario devolver la sabiduría a la gente. Ahora,el doctor Miguel Ruiz, un nagual del linaje de losGuerreros del Águila, ha sido guiado para divul-gar las poderosas enseñanzas de los toltecas.El conocimiento tolteca surge de la misma uni-

dad esencial de la verdad de la que parten todas lastradiciones esotéricas sagradas del mundo. Aunqueno es una religión, respeta a todos los maestrosespirituales que han enseñado en la tierra, y si bienabarca el espíritu, resulta más preciso describirlocomo una manera de vivir que se distingue por sufácil acceso a la felicidad y el amor.

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INTRODUCCIÓN

Espejo Humeante

Hace tres mil años había un ser humano, igual quetú y que yo, que vivía cerca de una ciudad rodeadade montañas. Este ser humano estudiaba para con-vertirse en un chamán, para aprender el conoci-miento de sus ancestros, pero no estaba totalmen-te de acuerdo con todo lo que aprendía. En sucorazón sentía que debía de haber algo más.Un día, mientras dormía en una cueva, soñó

que veía su propio cuerpo durmiendo. Salió dela cueva a una noche de luna llena. El cielo esta-ba despejado y vio una infinidad de estrellas.Entonces, algo sucedió en su interior que trans-formó su vida para siempre. Se miró las manos,sintió su cuerpo y oyó su propia voz que decía:«Estoy hecho de luz; estoy hecho de estrellas».

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Miró al cielo de nuevo y se dio cuenta de queno son las estrellas las que crean la luz, sinoque es la luz la que crea las estrellas. «Todo estáhecho de luz –dijo–, y el espacio de en medio noestá vacío.» Y supo que todo lo que existe es unser viviente, y que la luz es la mensajera de lavida, porque está viva y contiene toda la infor-mación.Entonces se dio cuenta de que, aunque esta-

ba hecho de estrellas, él no era esas estrellas.«Estoy en medio de las estrellas», pensó. Así quellamó a las estrellas el tonal y a la luz que habíaentre las estrellas el nagual, y supo que lo que cre-aba la armonía y el espacio entre ambos es laVida o Intento. Sin Vida, el tonal y el nagual noexistirían. La Vida es la fuerza de lo absoluto, losupremo, la Creadora de todas las cosas.Esto es lo que descubrió: Todo lo que existe

es una manifestación del ser viviente al que lla-mamos Dios. Todas las cosas son Dios. Y llegóa la conclusión de que la percepción humana essólo luz que percibe luz. También se dio cuentade que la materia es un espejo –todo es un espe-jo que refleja luz y crea imágenes de esa luz–, yel mundo de la ilusión, el Sueño, es tan sólo como

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un humo que nos impide ver lo que realmentesomos. «Lo que realmente somos es puro amor,pura luz», dijo.Este descubrimiento cambió su vida. Una vez

supo lo que en verdad era, miró a su alrededor yvio a otros seres humanos y al resto de la natura-leza, y le asombró lo que vio. Se vio a sí mismoen todas las cosas: en cada ser humano, en cadaanimal, en cada árbol, en el agua, en la lluvia, enlas nubes, en la tierra... Y vio que la Vida mez-claba el tonal y el nagual de distintas maneraspara crear millones de manifestaciones de Vida.En esos instantes lo comprendió todo. Se

sentía entusiasmado y su corazón rebosaba paz.Estaba impaciente por revelar a su gente lo quehabía descubierto. Pero no había palabras paraexplicarlo. Intentó describirlo a los demás, perono lo entendían. Vieron que había cambiado,que algo muy bello irradiaba de sus ojos y desu voz. Comprobaron que ya no emitía juiciossobre nada ni nadie. Ya no se parecía a nadie.Él los comprendía muy bien a todos, pero a

él nadie lo comprendía. Creyeron que era unaencarnación de Dios; al oírlo, él sonrió y dijo:«Es cierto. Soy Dios. Pero vosotros también lo

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sois. Todos somos iguales. Somos imágenes deluz. Somos Dios». Pero la gente seguía sin en-tenderlo.Había descubierto que era un espejo para los

demás, un espejo en el que podía verse a símismo. «Cada uno es un espejo», dijo. Se veíaen todos, pero nadie se veía a sí mismo en él.Y comprendió que todos soñaban pero sin tenerconciencia de ello, sin saber lo que realmenteeran. No podían verse a ellos mismos en él por-que había un muro de niebla o humo entre losespejos. Y ese muro de niebla estaba construi-do por la interpretación de las imágenes de luz:el Sueño de los seres humanos.Entonces supo que pronto olvidaría todo lo

que había aprendido. Quería acordarse de todaslas visiones que había tenido, así que decidió lla-marse a sí mismo Espejo Humeante para recor-dar siempre que la materia es un espejo y que elhumo que hay en medio es lo que nos impidesaber qué somos. Y dijo: «Soy Espejo Humean-te porque me veo en todos vosotros, pero no nosreconocemos mutuamente por el humo que hayentre nosotros. Ese humo es el Sueño, y el espejoeres tú, el soñador».

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Es fácil vivir con los ojos cerrados,interpretando mal todo lo que se ve...

JOHN LENNON

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La domesticacióny el sueño del planeta

Lo que ves y escuchas ahora mismo no es másque un sueño. En este mismo momento estássoñando. Sueñas con el cerebro despierto.Soñar es la función principal de la mente, y

la mente sueña veinticuatro horas al día. Sueñacuando el cerebro está despierto y también cuan-do está dormido. La diferencia estriba en que,cuando el cerebro está despierto, hay un marcomaterial que nos hace percibir las cosas de unaforma lineal. Cuando dormimos no tenemos esemarco, y el sueño tiende a cambiar constante-mente.Los seres humanos soñamos todo el tiempo.

Antes de que naciésemos, aquellos que nos pre-

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cedieron crearon un enorme sueño externo quellamaremos el sueño de la sociedad o el sueño delplaneta. El sueño del planeta es el sueño colectivohecho de miles de millones de sueños máspequeños, de sueños personales que, unidos,crean un sueño de una familia, un sueño de unacomunidad, un sueño de una ciudad, un sueñode un país, y finalmente, un sueño de toda lahumanidad. El sueño del planeta incluye todaslas reglas de la sociedad, sus creencias, sus leyes,sus religiones, sus diferentes culturas y manerasde ser, sus gobiernos, sus escuelas, sus aconteci-mientos sociales y sus celebraciones.Nacemos con la capacidad de aprender a

soñar, y los seres humanos que nos preceden nosenseñan a soñar de la forma en que lo hace lasociedad. El sueño externo tiene tantas reglasque, cuando nace un niño, captamos su atenciónpara introducir estas reglas en su mente. Elsueño externo utiliza a mamá y papá, la escuelay la religión para enseñarnos a soñar.La atención es la capacidad que tenemos de

discernir y centrarnos en aquello que queremospercibir. Percibimos millones de cosas simultá-neamente, pero utilizamos nuestra atención para

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retener en el primer plano de nuestra mente loque nos interesa. Los adultos que nos rodeabancaptaron nuestra atención y, por medio de larepetición, introdujeron información en nuestramente. Así es como aprendimos todo lo quesabemos.Utilizando nuestra atención aprendimos una

realidad completa, un sueño completo. Aprendi-mos cómo comportarnos en sociedad: qué creery qué no creer; qué es aceptable y qué no lo es;qué es bueno y qué es malo; qué es bello y quées feo; qué es correcto y qué es incorrecto. Yaestaba todo allí: todo el conocimiento, todos losconceptos y todas las reglas sobre la manera decomportarse en el mundo.Cuando íbamos al colegio, nos sentábamos en

una silla pequeña y prestábamos atención a lo queel maestro nos enseñaba. Cuando íbamos a la igle-sia, prestábamos atención a lo que el sacerdote o elpastor nos decía. La misma dinámica funcionabacon mamá y papá, y con nuestros hermanos y her-manas. Todos intentaban captar nuestra atención.También aprendimos a captar la atención de otrosseres humanos y desarrollamos una necesidad deatención que siempre acaba siendo muy competiti-

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va. Los niños compiten por la atención de suspadres, sus profesores, sus amigos: «¡Mírame!¡Mira lo que hago! ¡Eh, que estoy aquí!». La nece-sidad de atención se vuelve muy fuerte y continúaen la edad adulta.El sueño externo capta nuestra atención y

nos enseña qué creer, empezando por la lenguaque hablamos. El lenguaje es el código que utili-zamos los seres humanos para comprendernos ycomunicarnos. Cada letra, cada palabra de cadalengua, es un acuerdo. Llamamos a esto unapágina de un libro; la palabra página es un acuer-do que comprendemos. Una vez entendemos elcódigo, nuestra atención queda atrapada y laenergía se transfiere de una persona a otra.Tú no escogiste tu lengua, ni tu religión ni

tus valores morales: ya estaban ahí antes de quenacieras. Nunca tuvimos la oportunidad de ele-gir qué creer y qué no creer. Nunca escogimosni el más insignificante de estos acuerdos. Nisiquiera elegimos nuestro propio nombre.De niños no tuvimos la oportunidad de esco-

ger nuestras creencias, pero estuvimos de acuerdocon la información que otros seres humanos nostransmitieron del sueño del planeta. La única

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forma de almacenar información es por acuerdo.El sueño externo capta nuestra atención, perosi no estamos de acuerdo, no almacenaremosesa información. Tan pronto como estamos deacuerdo con algo, nos lo creemos, y a eso lo llama-mos «fe». Tener fe es creer incondicionalmente.Así es como aprendimos cuando éramos

niños. Los niños creen todo lo que dicen losadultos. Estábamos de acuerdo con ellos, y nues-tra fe era tan fuerte, que el sistema de creenciasque se nos había transmitido controlaba total-mente el sueño de nuestra vida. No escogimosestas creencias, y aunque quizá nos rebelamoscontra ellas, no éramos lo bastante fuertes paraque nuestra rebelión triunfase. El resultadoes que nos rendimos a las creencias mediantenuestro acuerdo.Llamo a este proceso «la domesticación de los

seres humanos». A través de esta domesticaciónaprendemos a vivir y a soñar. En la domesticaciónhumana, la información del sueño externo setransfiere al sueño interno y crea todo nuestrosistema de creencias. En primer lugar, al niño sele enseña el nombre de las cosas: mamá, papá,leche, botella... Día a día, en casa, en la escuela, en

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la iglesia y desde la televisión, nos dicen cómohemos de vivir, qué tipo de comportamiento esaceptable. El sueño externo nos enseña cómo serseres humanos. Tenemos todo un concepto de loque es una «mujer» y de lo que es un «hombre».Y también aprendemos a juzgar: Nos juzgamos anosotros mismos, juzgamos a otras personas, juz-gamos a nuestros vecinos...Domesticamos a los niños de la misma

manera en que domesticamos a un perro, ungato o cualquier otro animal. Para enseñar aun perro, lo castigamos y lo recompensamos.Adiestramos a nuestros niños, a quienes tantoqueremos, de la misma forma en que adiestra-mos a cualquier animal doméstico: con un siste-ma de premios y castigos. Nos decían: «Eres unniño bueno», o: «Eres una niña buena», cuandohacíamos lo que mamá y papá querían que hicié-ramos. Cuando no lo hacíamos, éramos «unaniña mala» o «un niño malo».Cuando no acatábamos las reglas, nos casti-

gaban; cuando las cumplíamos, nos premiaban.Nos castigaban y nos premiaban muchas veces aldía. Pronto empezamos a tener miedo de sercastigados y también de no recibir la recompen-

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sa, es decir, la atención de nuestros padres o deotras personas como hermanos, profesores yamigos. Con el tiempo desarrollamos la necesi-dad de captar la atención de los demás para con-seguir nuestra recompensa.Cuando recibíamos el premio nos sentía-

mos bien, y por ello, continuamos haciendo loque los demás querían que hiciéramos. Debi-do a ese miedo a ser castigados y a no recibirla recompensa, empezamos a fingir que éra-mos lo que no éramos, con el único fin decomplacer a los demás, de ser lo bastante bue-nos para otras personas. Empezamos a actuarpara intentar complacer a mamá y a papá, alos profesores y a la iglesia. Fingimos ser loque no éramos porque nos daba miedo quenos rechazaran. El miedo a ser rechazados seconvirtió en el miedo a no ser lo bastante bue-nos. Al final, acabamos siendo alguien que noéramos. Nos convertimos en una copia de lascreencias de mamá, las creencias de papá,las creencias de la sociedad y las creenciasde la religión.En el proceso de domesticación, perdimos

todas nuestras tendencias naturales. Y cuando

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fuimos lo bastante mayores para que nuestramente lo comprendiera, aprendimos a decir queno. El adulto decía: «No hagas esto y no hagaslo otro». Nosotros nos rebelábamos y respon-díamos: «¡No!». Nos rebelábamos para defendernuestra libertad. Queríamos ser nosotros mis-mos, pero éramos muy pequeños y los adultoseran grandes y fuertes. Después de cierto tiem-po, empezamos a sentir miedo porque sabíamosque cada vez que hiciéramos algo incorrecto reci-biríamos un castigo.La domesticación es tan poderosa que, en un

determinado momento de nuestra vida, ya nonecesitamos que nadie nos domestique. Nonecesitamos que mamá o papá, la escuela o laiglesia nos domestiquen. Estamos tan bienentrenados que somos nuestro propio domador.Somos un animal autodomesticado. Ahora nosdomesticamos a nosotros mismos según el siste-ma de creencias que nos transmitieron y utili-zando el mismo sistema de castigo y recompen-sa. Nos castigamos a nosotros mismos cuandono seguimos las reglas de nuestro sistema de cre-encias; nos premiamos cuando somos «un niñobueno» o «una niña buena».

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Nuestro sistema de creencias es como elLibro de la Ley que gobierna nuestra mente. Noes cuestionable; cualquier cosa que esté en eseLibro de la Ley es nuestra verdad. Basamostodos nuestros juicios en él, aun cuando vayanen contra de nuestra propia naturaleza interior.Durante el proceso de domesticación, se progra-maron en nuestra mente incluso leyes mora-les como los Diez Mandamientos. Uno a uno,todos esos acuerdos forman el Libro de la Ley ydirigen nuestro sueño.Hay algo en nuestra mente que lo juzga todo

y a todos, incluso el clima, el perro, el gato...Todo. El Juez interior utiliza lo que está ennuestro Libro de la Ley para juzgar todo lo quehacemos y dejamos de hacer, todo lo que pensa-mos y no pensamos, todo lo que sentimos y nosentimos. Cada vez que hacemos algo que vacontra el Libro de la Ley, el Juez dice que somosculpables, que necesitamos un castigo, que debe-mos sentirnos avergonzados. Esto ocurre muchasveces al día, día tras día, durante todos los añosde nuestra vida.Hay otra parte en nosotros que recibe los jui-

cios, y a esa parte la llamamos «la Víctima». La

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Víctima carga con la culpa, el reproche y la ver-güenza. Es esa parte nuestra que dice: «¡Pobrede mí! No soy suficientemente bueno, ni inteli-gente ni atractivo, y no merezco ser amado.¡Pobre de mí!». El gran Juez lo reconoce y dice:«Sí, no vales lo suficiente». Y todo esto se fun-damenta en un sistema de creencias en el quejamás escogimos creer. Y el sistema es tan fuerteque, incluso años después de haber entrado encontacto con nuevos conceptos y de intentartomar nuestras propias decisiones, nos damoscuenta de que esas creencias todavía controlannuestra vida.Cualquier cosa que vaya contra el Libro de la

Ley hará que sintamos una extraña sensación enel plexo solar, una sensación que se llama miedo.Incumplir las reglas del Libro de la Ley abrenuestras heridas emocionales, y reaccionamoscreando veneno emocional. Dado que todo loque está en el Libro de la Ley tiene que ser ver-dad, cualquier cosa que ponga en tela de juiciolo que creemos nos hace sentir inseguros. Aun-que el Libro de la Ley esté equivocado, hace quenos sintamos seguros.Por este motivo, necesitamos una gran valen-

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tía para desafiar nuestras propias creencias; por-que, aunque sepamos que no las escogimos, tam-bién es cierto que las aceptamos. El acuerdo estan fuerte, que incluso cuando sabemos que elconcepto es erróneo, sentimos la culpa, el repro-che y la vergüenza que aparecen cuando actua-mos en contra de esas reglas.De la misma forma que el gobierno tiene un

Código de Leyes que dirige el sueño de la socie-dad, nuestro sistema de creencias es el Libro dela Ley que gobierna nuestro sueño personal.Todas estas leyes existen en nuestra mente, cree-mos en ellas, y nuestro Juez interior lo basa todoen ellas. El Juez decreta y la Víctima sufre laculpa y el castigo. Pero ¿quién dice que estesueño sea justo? La verdadera justicia consiste enpagar sólo una vez por cada error. Lo que es ver-daderamente injusto es pagar varias veces por elmismo error.¿Cuántas veces pagamos por un mismo

error? La respuesta es: miles de veces. El serhumano es el único animal sobre la tierra quepaga miles de veces por el mismo error. Losdemás animales pagan sólo una vez por cadaerror. Pero nosotros no. Tenemos una gran

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memoria. Cometemos una equivocación, nosjuzgamos a nosotros mismos, nos declaramosculpables y nos castigamos. Si fuese una cuestiónde justicia, con eso bastaría; no necesitamosrepetirlo. Pero cada vez que lo recordamos, nosjuzgamos de nuevo, volvemos a considerarnosculpables y nos volvemos a castigar, una y otravez, y otra, y otra más. Si estamos casados, tam-bién nuestra mujer o nuestro marido nos recuer-da el error, y así volvemos a juzgarnos de nuevo,nos castigamos otra vez y nos volvemos a sentirculpables. ¿Acaso es esto justo?¿Cuántas veces hacemos que nuestra pareja,

nuestros hijos o nuestros padres paguen por elmismo error? Cada vez que recordamos el error,los culpamos de nuevo y les enviamos todo elveneno emocional que sentimos frente a la injus-ticia, hacemos que vuelvan a pagar por ello. ¿Esoes justicia? El Juez de la mente está equivocadoporque el sistema de creencias, el Libro de laLey, es erróneo. Todo el sueño se fundamentaen una ley falsa. El 95 por ciento de las creenciasque hemos almacenado en nuestra mente no sonmás que mentiras, y si sufrimos es porque cree-mos en todas ellas.

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En el sueño del planeta, a los seres humanosles resulta normal sufrir, vivir con miedo y creardramas emocionales. El sueño externo no es unsueño placentero; es un sueño lleno de violencia,de miedo, de guerra, de injusticia. El sueño per-sonal de los seres humanos varía, pero en con-junto es una pesadilla. Si observamos la sociedadhumana, comprobamos que es un lugar en elque resulta muy difícil vivir, porque está gober-nado por el miedo. En el mundo entero, vemossufrimiento, cólera, venganza, adicciones, violen-cia en las calles y una tremenda injusticia. Estoexiste en diferentes niveles en los distintos paísesdel mundo, pero el miedo controla el sueñoexterno.Si comparamos el sueño de la sociedad humana

con la descripción del infierno que las distintas reli-giones de todo el mundo han divulgado, descubri-mos que son exactamente iguales. Las religionesdicen que el infierno es un lugar de castigo, demiedo, de dolor y de sufrimiento, un lugar dondeel fuego te quema. Cada vez que sentimos emocio-nes como la cólera, los celos, la envidia o el odio,experimentamos un fuego que arde en nuestrointerior. Vivimos en el sueño del infierno.

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