los cuadernos de la cordura. homenaje a martín cerda

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  • 7/25/2019 Los Cuadernos de La Cordura. Homenaje a Martn Cerda

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    Los cuadernos de la cordura

    Homenaje a Martn Cerda

    Guillermo Sucre

    Ha habido alguien en nuestra lenguaque haya manejado, con fluidez y cohe-rencia, las ideas e imagenes del ensayis-mo moderno, desde Montaigne y Baconhasta nuestros das? Claro que lo ha ha-bido, y son muchos, aun con singular

    inteligencia. Dudo, sin embargo, que ha-yan sobrepasado la intima pasin conque las manej Martfn Cerda, esa capa-cidad de reflexin sobre la reflexin conque el convirti al ensayo en una suer-te de liberacin o de catarsis personal,en busca de la colectiva. Si el ensayista,como deca Picn - Salas, es aquel que

    previene al hombre de las oscuras vuel-tas del laberinto de la vida y de la histo-ria y lo ayuda a dar con la salida, sinduda que Martn Cerda fue un ensayistacabal, y hasta por excelenda. Sin poder

    aludir directamente a la realidad de supas, gran parte de lo que escribi fuecomo una metafora de los anos mas dra-mticos de la reciente historia chilena.No habr que agradecrselo algn da,en el futuro?

    Como se ve, hablo en pasado. MartnCerda muri el 12 de agosto de este aode 1991 en Santiago de Chile. Su obra

    publicada es poco conocida fuera de supas y, aunque pueda parecemos, ade-ms, un tanto discontinua, fragmentariao breve, creo que su muerte es una gran

    perdida para el pensamiento y la litera-tura del mundo hispnico. Mucho msgrande cuando intuimos que esa muer-te fue como una consecuencia de su pa-sin creadora, o cuando sabemos todolo que ella tronch, o dej en suspenso.

    Martn Cerda estaba prximo a cum-plir los 60 aos o apenas los haba so-brepasado. En 1990, gracias a una becade la Fundacin Andes, pareca haberencontrado tiempo y cierto desahogomaterial para dedicarse a escribir. Se ins-tal6 en Punta Arenas -la ciudad ms

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    austral del mundo?- y auspiciado porla Universidad de Magallanes empez adar conferencias (de Kafka a Kunde-ra, se titulaba una), a organizar semi-narios y talleres de creacin literaria;siempre fue un espritu activo y gene-

    roso y tuvo el don de estimular a losjvenes. Pero su tarea central era la determinar tres libros muy avanzados o yaen marcha: Montaigne y el Nuevo Mun-do, Los viajeros del Austro y una

    breve historia del ensayo a travs de diezautores de nuestro siglo. Se haba lleva-do consigo centenares de libros, sus mi-nuciosas fichas, sus cuadernos de notasy sus manuscritos. De golpe, todo esevalioso y paciente material ardi y sevolvi cenizas: la casa de huspedes quele haba asignado la universidad para

    vivir, se incendi por completo un dade agosto -iqu simetras inexorables!Yo estaba en Santiago. De lo contrarioquiza no te estara escribiendo. Estoy sa-liendo de la violenta depresin que me

    produjo la perdida de varios anos de tra-bajo, me deca luego en una carta deoctubre. Por mas que se mostraba conrenovados animos y aun con capacidadde rehacer lo ya escrito (sobre todo elMontaigne), la depresin lo fue traba-

    jando. En diciembre sufri un infarto y,pocos meses despus, en marzo del pre-

    sente ano, mientras era sometido a unaoperacin, un derrame cerebral lo dejcasi paralixado y se inici su viaje haciala sombra. En el momento de morir es-taba recluido en un hogar de enfermosneurolgicos. Si no muri en una ma-yor indigenda fue por el afecto de losseres que lo amaron y la solidaridad demuchos escritores chilenos. Hasta hu-

    bo que realizar funciones de cine en subeneficio para socorrerlo!

    Pero muri con la pasin de su ofi-cio. Poco antes de ser operado, intent

    Nmero 182 Enero de 1992

    escribir el borrador de una carta para m(Cher Guillaume, empezaba, como ersu costumbre decirme) y apenas logrpasar de algunos prrafos. Su mano sequed en este ltimo: Originales quemados, libros perdidos, la vida amenazada desde fuera y desde dentro. Sloquisiera un poco de tiempo para justifi

    car esa sombra que es, despues de todo, la escritura, o sus ruinas. Ningunqueja, ninguna palabra fuera de tono: loque esperaba era un poco de tiempopara cumplir con su oficio de escritorAdmirable, sin patetismos.

    Nunca podremos decir que un hombre le dio ms a la vida que lo que sta ldio a l, y estoy seguro que Martin estara de acuerdo conmigo. Pero s sientoque el destino fue demasiado cruel conl. Slo que el destino no es cruel; esdestino y nada ms. Tambien siento qu

    l lo concibi as y lo acept como talEn otras palabras, creo que tuvo un es

    pedal sentido de lo trgico y, sobre toden sus ltimos ensayos, percibo que fueso lo que quiso expresar con mas intensidad. En uno de ellos, titulado La partoscura y escrito a raz de la muerte dRoger Caillois, lo dijo con toda claridadMe permito citar estos dos largos pasajes

    No fue un azar que Caillois estuviese, como todo ensayista, siempre acarado afuturo. El hombre actual vive entre las es

    combros de algunas certezas que, al ir vacindose de afectiva certidumbre, sl

    pueden prolongar las ideologas modernas y, con ellas, la desesperaci6n que hprovocado su fracaso. Frente al hombrdesesperado -o sea, el hombre que nada espera 0, si se quiere, que espera la nada, Caillois propuso, en cambio, volvea redimir moralmente al ser humano, e

    decir, a responsabilizarlo de su tarea civilizadora y hominizadora.[...]Hacealgunomeses, al prologar la excelente biografde Maria Luisa Bombal, de Agata Gligo

    sugeri que el argumento trgico se habposiblemente arraigado en nosotros. Cad

    vez que la muerte se apodera oscuramentde nuestra vida colectiva y personal, pryectando el horror de su certeza hasta enuestros sueos, arrastra infaltablementa esa verdad trgica que Sfocles deslizen Edipo Rey: Tebas perece en los innu

    merables hijos suyos que al suelo ha arrojado la muerte

    Asumir lo tragico de la condicin humana: sta es, para mi, una de las lec

    Vue1t

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    Homenaje a M art n Cerda

    ciones del ensayismo de Martn Cerda,No es poca cosa en un gnero que se haido conviniendo entre nosotros en exe-gesis exquisitas y en una suerte de nuevomanierismo. Tampoco deja de ser comoun alerta en la historia de hoy cuandosalimos de la sombra totalitaria y, sinembargo, an no sabemos encontrar lalucidez de la mesura, o no parecemos

    alarmarnos, como l mismo lo deca,por la iniquidad que subsiste en el mun-do y por la general indiferencia ante ella.

    Quiz, por eso, en sus ensayos no diocabida a la lamentacin historicista, o aesa-eterna quejumbre presa siempre deeuforia mgica en que parece somos tanduchos los latinoamericanos (aunque noslo nosotros); mucho menos al estilorebuscado o de vieiRe tante con quehoy el llamado postmodern tiende aplagar toda escritura. No, al contrario,los ensayos de Martfn Cerda sorprendeny aun purifican por su trazo firme; son

    tambin un canto viril a f ul l egrezzu, ysi con frecuencia habla en ellos el sufri-miento, lo hace con esa vocacin detemplanza y de esclarecimiento de laque slo es capaz el sufrimiento mismo.

    He dicho al comienzo que la obra pu-blicada de Martn Cerda fue breve. Hastadonde conozco, slo public dos librosno muy extensos. La pal abra quebra-da, de 1982, es, como su subtitulo lo ad-vierte, un ensayo sobre el ensayo. Atravs de textos muy concisos, aun frag-mentarios y aparentemente discontinuospero de una prodigiosa diversidad, el

    autor logra dar una visin viva -y vi-vida- del genero. No tanto de sus nor-mas, como de sus experiencias, de sualma y sus formas. Dentro de sus prop-sitos, no conozco nada igual en nuestraLiteratura, en la que solemos apegarnosdemasiado a la letra y se nos escapa suespritu, 0 derivamos en el mazacote(tambien patritico) o en el orden ruti-nario de los manuales y los panoramas.Todo este libro esta regido por un sen-timiento muy profundo del autor, queaflora ya en la frase de Elena Croce quelo preside como epgrafe: La ensays-

    tica es desde ahora no tanto un generoliterario como un eufemismo para indi-car uno de los territorios donde hoy seva refugiando la literatura.Escritorio, de 1987, fue su ltima pu-

    blicacin. Un hombre que ejerci el pe-riodismo literario - con el que se gancasi siempre la vida- resuelve reunirfragmentos y aun retazos de distintas

    Vuelta

    pocas; los yuxtapone y ordena, aadeotras reflexiones y ensayos completos(como el consagrado a Roger Caillois, de1985). El resultado fue un nuevo discu-rrir, que apunta al pasado y al presente,y que logra una veracidad de la que ca-recen los discursos vaciados en moldesimperturbables e impermutables. Hay eneste libro algo teatral: al mostrar su

    montaje al lector, va desplegando comouna escenificacin de tiempos y de tra-mas, los diversos rostros de un autorque sin embargo se oculta, dando siem-

    pre, eso s, la cara. La dedicatoria deEscritorio -por que dejar de mencio-narlo?- reza as: A Julieta y GuillermoSucre, entraables compaeros de unaconversacin siempre inconclusa, en cu-ya casa caraquea he encontrado en ca-da ocasin la vi& inteligente y, a la vez,la inteligencia de la vida.

    La conversacin inconclusa, la obrainconclusa: este fue uno de los signos

    de Martn Cerda. En el prlogo de Es-critorio dice: Este librito sibilino, pri-mero de una serie de cuatro.. . . Nunca,claro, aunque tena a mano los escritos,

    pudo cerrar la serie. No le falt constan-cia ni disciplina, pero, aparte de los lmi-tes que le impuso la vida 0 las urgenciasen que se movi, fue un ser que se re-

    parti en demasiados proyectos. Le im-portaba su vocacin, no la gloria o laposteridad. Fue un trotamundos y underrochador impenitente de sus propiosdones. A los prdigos, sin embargo, leses dada una ltima gracia. Y me pregun-

    to si de los innumerables artculos de-rramados en la prensa (fue un periodistaliterario de rara estirpe) no lograra salirun nuevo libro. 0 si an no ser posi-ble rehacer su Montaigne y el NuevoMundo, o sus ensayos sobre Barthesy la escritura burguesa, o sobre los es-critores suicidas, ese tema que tanto loapasion, en especial la experiencia deDrieu La Rochelle (no escribi l mis-mo como una suerte de suicida poster-gado?). Tiene la palabra la mujer que lobes6 antes de morir, su compaera An-gelina Silva. Tenemos la palabra todos

    los que fuimos sus amigos. Pero incon-clusa o no, la obra de Martn Cerda man-tiene su presencia: los dos libros que

    public quiz se vuelvan, con el tiempo,joyas de nuestra literatura ensaystica.Ojal que una editorial no burocratizadavuelva a editarlos, para una mayor difu-sin en todos nuestros pases.

    An quiero mencionar dos libros (o

    Nmero 182 Enero de 1992

    apenas cuadernos) que se publicaronquiz como un reconocimiento de suautor o traductor a la nobleza de MartnCerda. Me refiero a las versiones de Jor-ge Luis Borges: Cien dst i cos del vi aj eroquerubni co, de Angel Silesius (bilin-ge), y Breve ant ol oga anglosajona,ambos en colaboracin con Mara Koda-ma. Fueron las ediciones prncipes? No

    lo s. Martn las public, en una de sustantas y fugaces empresas, como EditorGerente de Ediciones La Ciudad, cuan-do Borges visit Chile en 1978. Conser-vo la tarjeta impresa (con su R.S.V.P.) deinvitacin al coloquio que se celebraracon Borges, el cual, por razones extra-as (tensiones blicas entre la Argenti-na y Chile?), no lleg a realizarse. Martnme anotaba a mano los nombres de losescritores que, ademas de Cl, iban a par-ticipar: Jorge Edwards, Enrique Lafour-cade, Jose Miguel Ibaez, EdmundoConcha, Alfonso Caldern.

    Para empresas como sta -pienso-fue por lo que Martin Cerda decidi re-gresar a Santiago en 1977 desde la en-tonces opulenta y ostentosa Caracas,cuando ya tampoco encontr muchosentido en seguir trabajando en la direc-cin literaria de Montevila, despusde mi renuncia a esa editorial. iVolvera su pas en medio de la frrea tiranaque lo gobernaba? S, prefiri el riesgocon tal de servir a la cultura chilena yde hacer posible una utopia de fratemi-dad y de redencin espiritual.

    Apenas muy parcialmente, he habla-

    do de Martn Cerda, de su vida y su obra.Pero no he hablado de nuestra amistad.Fue intima y entraable. No quiero (ono puedo?) hablar de ella en sus inciden-cias y detalles ms personales (que qui-z no lo sean). Slo alcanzo a aadir quefuimos en Caracas, durante dos largastemporadas, compaeros de empresastambin inconclusas, pero que, juntocon Pierre de Place, quien ahora vive enPars, hicimos una de esas ya raras amis-tades en las que nada entra que no seael afecto, la confianza y la utopa de laamistad misma. Si todo fue inconcluso

    en nuestros proyectos: revistas, colec-ciones de libros, editoriales, no lo fuela amistad. Ella fue, es y seguir siendo,ms alla de la muerte, fuente de inago-table allegrezza para la memoria. 0

    Los Cabos, Nov. 15, 1991

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