los cristales rotos

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Por Ramón Cordero G. ¡Crash! ! Sonó el estruendo de los cristales que caían al piso. A esa hora de la tarde la calle estaba particularmente silenciosa, y todos los vecinos pudieron escuchar la cascada de fragmentos. Luego, casi de inmediato, oyeron el eco de los niños que corrían para ocultarse. Esta escena se repetía con frecuencia en la calle Salto del Sapo. Eran tantos los niños que ahí vivían y tanta la pasión por el futbol callejero, que nunca faltaba un balón desviado que hiciera gol en alguna ventana. Lo malo es que exactamente a la mitad de la calle se encontraba la casa de doña Guillermina, y por lo general sus ventanas eran las que perdían los partidos. Doña Guillermina era el terror del barrio. Nadie sabía si su mal carácter era de nacimiento, o si se le había agriado con el paso del tiempo y a fuerza de cambiar cristales. Pasar distraído frente a su casa era un descuido imperdonable, pues un jalón de orejas o un pescozón era lo menos que se podía esperar. Si por casualidad caía una pelota, un papalote o cualquier otro juguete en su patio, el desenlace ya era conocido: tijera en mano saldría a la puerta de su casa y, sin quitarle de encima la vista al propietario, destrozaría lenta y cuidadosamente el objeto extraviado. Todos pensaban que doña Guillermina era malvada, y por lo general le pagaban con la misma moneda. Curioso círculo vicioso en el que la desconsideración y la falta de respeto de los vecinos alimentaba el mal humor de la señora. Volviendo a esa desafortunada tarde, en efecto, la ventana fusilada había sido de la casa de doña Guillermina. 1

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Un caso de Ramón Cordero G. Útil en Formación Cívica y Ética para promover la reflexión, la indagación y el diálogo

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Page 1: Los Cristales Rotos

Por Ramón Cordero G.

¡Crash! ! Sonó el estruendo de los cristales que caían al piso. A esa hora de la tarde la calle estaba particularmente silenciosa, y todos los vecinos pudieron escuchar la cascada de fragmentos. Luego, casi de inmediato, oyeron el eco de los niños que corrían para ocultarse.

Esta escena se repetía con frecuencia en la calle Salto del Sapo. Eran tantos los niños que ahí vivían y tanta la pasión por el futbol callejero, que nunca faltaba un balón desviado que hiciera gol en alguna ventana. Lo malo es que exactamente a la mitad de la calle se encontraba la casa de doña Guillermina, y por lo general sus ventanas eran las que perdían los partidos.

Doña Guillermina era el terror del barrio. Nadie sabía si su mal carácter era de nacimiento, o si se le había agriado con el paso del tiempo y a fuerza de cambiar cristales. Pasar distraído frente a su casa era un descuido imperdonable, pues un jalón de orejas o un pescozón era lo menos que se podía esperar. Si por casualidad caía una pelota, un papalote o cualquier otro juguete en su patio, el desenlace ya era conocido: tijera en mano saldría a la puerta de su casa y, sin quitarle de encima la vista al propietario, destrozaría lenta y cuidadosamente el objeto extraviado.

Todos pensaban que doña Guillermina era malvada, y por lo general le pagaban con la misma moneda. Curioso círculo vicioso en el que la desconsideración y la falta de respeto de los vecinos alimentaba el mal humor de la señora. Volviendo a esa desafortunada tarde, en efecto, la ventana fusilada había sido de la casa de doña Guillermina.

Casualmente ese día participaba Víctor por prime4ra ocasión en un partido. Siendo de los más pequeños, por lo general le tocaba ser espectador: pero esa vez, en que varios de los jugadores tenían exceso de tarea, Víctor hacía su debut. Aunque justo es decirlo más que jugar había perseguido la pelota. Con muchas ganas, eso sí; pero con poca fortuna, ya que los contrincantes le llevaban cuando menos tres años de edad, y los compañeros no le pasaban la pelota. Por decirlo así, le tocaba jugar no de delantero, defensa o portero; sino de "estorbo" para los rivales. Víctor no había tocado ni una sola vez el balón cuando sucedió el accidente. En una fracción de segundo se escucharon el golpe, el tin tin de los cristales, el grito de doña Guillermina: -¡Méndigos chamacos, les va a ir como en feria!- y la estampida de los jugadores.

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A lo mejor Víctor no era muy bueno dominando el balón, pero resultó excelente para eso de correr a esconderse: tantas tardes de mirar jugar a los otros le habían alertado los sentidos para emprender el vuelo en el momento justo. Corrió como un bólido directo a su casa; y cuando cerraba la puerta lo más silenciosamente posible, se topó cara a cara con su padre. Nada bueno deparaba la escena en la que el imponente padre le impedía el paso con sus 1.80 metros de altura, casi 100 kilogramos de peso, brazos en jarras y el ceño fruncido

Rompieron un cristal jugando; ¿verdad, Víctor?-Fue sin querer, papá.-De doña Guillermina, ¿no es cierto?-Sí, de doña Guillermina.-¿Tú estabas jugando?-Sí, pero ni siquiera pude tocar la pelota... Fue Ricardo al que se le escapó el tiro.-¿Y se puede saber qué haces aquí? -Interrogó el papá.- ... (Silencio de Víctor).-Aquí no admito cobardes. Si estabas jugando tienes una responsabilidad.-Pero papá... Ya sabes cómo es doña Guillermina.-No me importa cómo es doña Guillermina, me importa cómo eres tú.-Pero yo no fui...

Aunque parecía imposible, las cejas del papá de Víctor se juntaron todavía un poco más, mientras el enojo hacía que le temblara ligeramente el bigote. El niño había logrado saltar de la olla, pero para caer en la lumbre. Enfrentar a su padre parecía mucho peor.

-Mira, Víctor: en este mismo instante vas a la casa de doña Guillermina, te disculpas y le ofreces reparar el daño.-¿Y los demás, papá?-No me importan los demás. Yo te educo a ti.-Pero no es justo... -protestó Víctor.-¿Lo tengo que repetir? -preguntó el papá y con eso dio por terminada la discusión.

¿Has enfrentado la furia de un huracán devastador? ¿Has intentado detener una manada de elefantes enfurecidos? ¿Te ha tocado contener el avance de la lava de un volcán en erupción? Bueno, pues Víctor habría preferido hacer cualquiera de las cosas anteriores después de enfrentar a doña Guillermina.

Acostumbrada a la desaparición de los culpables y sin oportunidad de descargar el coraje acumulado, de repente tenía ahí a un culpable. Un chivo expiatorio para el gran desquite. Víctor no recuerda si fueron dos o tres horas de regaños y reclamos, pero finalmente quedaron de acuerdo: el niño pagaría con sus ahorros la reparación de la ventana.

El papá estaba orgulloso, doña Guillermina más tranquila y Víctor... Víctor se sentía desolado porque había perdido hasta el último centavo, y entre su padre y la señora lo habían puesto como lazo de cochino.

Por supuesto que los partidos de futbol continuaron como antes; sin embargo, comenzó a generarse una constante poco conveniente para Víctor. Cada vez que moría un cristal en aras de la gloria futbolera, él resultaba el pagano. Todos corrían y Víctor, recordando a su padre, se quedaba y aguantaba; primero el reclamo del propietario y luego las dificultades técnicas de la compostura. Con el ritmo de juego de la temporada, no había domingo ni ahorro que alcanzara para mandar poner tantos cristales, así que Víctor terminó por aprender a colocarlos, y así al menos se evitaba una parte del gasto.

El colmo fue cuando el niño tuvo que comenzar a pagar hasta cuando no jugaba. Doña Guillermina y otros vecinos ya conocían el caminito para ir a hacer el reclamo casi por cualquier daño. Los demás jugadores escapaban con la confianza de que Víctor siempre daba la cara. Y para acabarla de amolar, el papá cada día estaba más molesto con la capacidad "destructiva" de su hijo, sin siquiera estar dispuesto a escuchar las explicaciones del frustrado jugador. La norma de su padre era inflexible: ¡Hay que tener valor civil y responsabilidad

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Aparentemente, el problema de la calle Salto del Sapo había sido solucionado; pero sólo en apariencia:

- Doña Guillermina seguía teniendo un humor de los mil demonios. Cada vez que tenía oportunidad regañaba al niño o niña que se pusiera a su alcance. Y su saña para ponchar balones y romper juguetes seguía intacta.

- Los vecinos, y particularmente los menores de edad, continuaban detestando a doña Guillermina. De cuando en cuando le hacían maldades por el solo gusto de verla hacer sus berrinches.

- Los daños a cristales y fachadas continuaron, con la única diferencia de que ahora había un "culpable oficial" y bastante cómodo además.

- Y por último, Víctor comenzaba a desconfiar muy seriamente de cosas como el valor civil, la responsabilidad, el respeto y la reparación del daño.

En verdad es un asunto que amerita seguir dándole más vueltas en la cabeza. Por ejemplo: ¿Qué hacer con doña Guillermina? Tenía razón en estar resentida, pero... ¿eso justificaba su actitud para con los demás? Tal vez sólo se estaba defendiendo de los otros. ¿Tú qué opinas?

¿Te parece justo que el resto de los niños escapen? Se puede entender el miedo que le tenían a doña Guillermina; pero, ¿acaso el mal humor de la señora o el miedo de encararla son motivos suficientes para no enfrentar la responsabilidad? Puede ser que sí, pero puede ser que no. ¿Qué crees tú?

¿Qué crees que pasaba por la cabeza de los otros papás? Aparentemente no tenían nada que ver, pero no actuar o no intervenir es una forma de estar dentro del problema.

Desde luego que es conveniente que los papás enseñen cualidades como la responsabilidad, la honestidad, el valor, la consideración, etcétera. Pero, ¿dónde está el límite? ¿Te parece correcta la actuación del padre de Víctor? ¿Qué le cambiarías o qué le sugerirías?

Y lo más importante de todo este asunto: si estuvieras en el lugar de Víctor, ¿qué opinión tendrías de toda la situación?

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