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Los caminos por los que Dios nos ora. AUGUSTO GUERRA La oración es un encuentro de Dios con el hombre en un momento determinado de la historia. En este encuentro inter- personal es Dios quien tiene la primera palabra, la iniciativa y el peso del diálogo clarificador, amoroso e invitante. Por eso la oración es ante todo dejarse hablar por Dios, estar a la escucha del Dios que nos habla, aguantar su palabra, blanda o dura, firme. No es que Dios no quiera de.iarnos meter baza. En un diálogo entre Dios y el hombre también éste tiene su palabra (aunque el diálogo pudiese salvarse en el silencio acogedor). Es que sería fatal que nosotros no le de.iásemos meter baza a Dios, que le marcásemos las cartas, le preparásemos una emboscada o una encerrona. Ante la posibilidad de que todo esto pueda su- ceder -probablemente suceda muchas veces- hemos de tomar unas medidas que sean humanamente mínimas y oracionalmente máximas. Lo principal en la oración -repitámoslo- es dejarse ha- blar por Dios. Pero en seguida viene la pregunta, justamente interesada: ¿cómo y dónde habla Dios? ¿Cuáles son los cami- nos por los que Dios nos ora, por los que se encuentra con ese hombre al que invita a un diálogo gratuito, en el que quiere estar y hablar con él? Aquí vamos a referirnos a cuatro caminos de encuentro: Jesús de Nazaret, revelación bíblica, comunidad cristiana, signos de los tiempos. Por aquí se hace Dios presente. De aquí sale la palabra de Dios al hombre. A estos mensajes tiene que aplicar el oído el orante. Como puede verse todos ellos son mediaciones, 10 cual im· REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 43 (1984), 471-498.

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Page 1: Los caminos por los que Dios nos ora.472 AUGUSTO GUERRA plica un postergamiento claro del encuentro directo, de la pa labra inmediata, del tú a tú sin testigos de ningún género

Los caminos por los que Dios nos ora.

AUGUSTO GUERRA

La oración es un encuentro de Dios con el hombre en un momento determinado de la historia. En este encuentro inter­personal es Dios quien tiene la primera palabra, la iniciativa y el peso del diálogo clarificador, amoroso e invitante. Por eso la oración es ante todo dejarse hablar por Dios, estar a la escucha del Dios que nos habla, aguantar su palabra, blanda o dura, firme. No es que Dios no quiera de.iarnos meter baza. En un diálogo entre Dios y el hombre también éste tiene su palabra (aunque el diálogo pudiese salvarse en el silencio acogedor). Es que sería fatal que nosotros no le de.iásemos meter baza a Dios, que le marcásemos las cartas, le preparásemos una emboscada o una encerrona. Ante la posibilidad de que todo esto pueda su­ceder -probablemente suceda muchas veces- hemos de tomar unas medidas que sean humanamente mínimas y oracionalmente máximas.

Lo principal en la oración -repitámoslo- es dejarse ha­blar por Dios. Pero en seguida viene la pregunta, justamente interesada: ¿cómo y dónde habla Dios? ¿Cuáles son los cami­nos por los que Dios nos ora, por los que se encuentra con ese hombre al que invita a un diálogo gratuito, en el que quiere estar y hablar con él? Aquí vamos a referirnos a cuatro caminos de encuentro: Jesús de Nazaret, revelación bíblica, comunidad cristiana, signos de los tiempos. Por aquí se hace Dios presente. De aquí sale la palabra de Dios al hombre. A estos mensajes tiene que aplicar el oído el orante.

Como puede verse todos ellos son mediaciones, 10 cual im·

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 43 (1984), 471-498.

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plica un postergamiento claro del encuentro directo, de la pa­labra inmediata, del tú a tú sin testigos de ningún género. Exac­tamente. Implica esto. Como veremos en seguida, a Dios nadie puede cerrarle caminos, pero él puede abrírselos y se los ha abierto.

Caminos y sorpresas. Hablar de caminos por donde Dios nos ora es hablar de trazados ya hechos, conocidos y pisados. Hablar de sorpresas es prescindir de esquemas y controles. La sorpresa rompe los programas, deshace y anula, prefiere la li­bertad y la novedad insospechada. La sorpresa denuncia las ata­duras de lo conocido y trillado. Los caminos llevan la imagen de una civilización técnica, pensada alrededor de una mesa.

Cuando hablamos de caminos por los que Dios nos ora que­remos tener inicialmente un recuerdo para la sorpl'esa de Dios. Porque Dios es efectivamente sorprendente. La sorpresa incluso forma parte de la trascendencia de Dios: Dios es trascendente porque, entre otras cosas, no se atiene a nuestros módulos hu­manos, los desconcierta y sobrepasa. La historia está llena de estas sorpresas de Dios: Jonás huye y ahí le espera la prueba terminante de Dios; Pablo va a perseguir a los cristianos y se convierte al cl'Ístianismo, porque Dios le espera en aquel «ca­mino» del que él se cree dueño y señor.

La oración tiene que estar abierta a la sorpresa. Una sor­presa no puede ser rechazada por el hecho de que no quepa en los esquemas de los hombres. Sería ponerle puertas al campo. El orante no debe acorazarse contra la sorpresa ni psicológica­mente (por el miedo a la novedad), ni teológicamente (conside­rando falso 10 que no entra en sus criterios de fe), ni estructu­ralmente (trazando las reglas de juego y hasta sus resultados). Es más que probable que el catolicismo se haya distinguido por una cierta rigidez de caminos y estructuras, quedando menos abierto a las imprevisiones del Espíritu, en contra de 10 que ha sucedido con otras confesiones cristianas 1. Es un dato de la his­toria que no debe ser olvidado, y que debe tenerse en cuenta cuando se afrontan los problemas de la oración.

Si nosotros no tratamos aquí de la sorpresa no es precisamen­te por querer ignorarla, sino porque no puede ser sistematizada.

1 H. MÜHLEN, El Espíritu Santo en la Iglesia, Salamanca, Secretariado Trinitario, 1974, p. 325. El autor añade: «posiblemente esta diferencia es muy poco reconocida» (detur venia traductioni).

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Siempre, no obstante, deberá estar a la base de cualquier intento humano por describir los caminos de Dios. Queremos limitarnos a los caminos ya trazados, pero insistiendo curiosamente en que también en esos caminos trillados caben las sorpresas y noveda­des. Los caminos no son siempre nuevos porque su existencia sea desconocida. Pueden serlo también, porque desconocemos la hondura y profundidad de los mismos. De Jesús diría san Juan de la Cruz: «hay mucho que flhondal' en Cristo» 2, Y quien piense que ya no le cabe novedad y sorpresa alguna por los caminos enunciados es probable que ello signifique que nunca los conoció y transitó.

I. JESÚS, CAMINO ORACIONAL

Para el cristiano Jesús sigue siendo ~y 10 será siempre­una referencia imprescindible. También en la oración. No hay oración cristiana si allí no está Cristo.

Hemos hablado antes de la oración de Jesús como paso primero y principal para evangelizar la oración. La oración de Jesús es un reclamo que habla al cristiano de la necesidad de la oración, de sus cualidades y del sentido profundo de la mis­ma. Pero no es precisamente a esa faceta o dimensión a la que ahora queremos referirnos. Jesús es no sólo modelo de oración, sino que es también presencia en toda oración. El cristiano no sólo debe oral' como Jesús oró. Tiene, además, que oral' teniendo a Jesús como contenido de su oración, o teniendo la persona de Jesús en el centro de su oración. De hecho, la oración cristiana no se hace sobre' virtudes, sino sobre Jesús. Y la razón es muy sencilla: la última palabra que Dios pueda decirnos sobre cual­quiera de las virtudes nos la dirá en la persona de su Hijo; ahí es donde esa virtud se ha encarnado con la mayor profundidad y sentido.

Vamos a procmar sistematizar un poco esa presencia de J e­sús en la oración del cristiano. Esto nos llevará a un cierto esquematismo, pero quizá logremos con ello aclarar algunos as­pectos que puedan ser interesantes y que en una consideración

2 Cántico espiritual, calle. 37, 4.

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más libre y espontánea podrían quedar fuera, con la consiguien­te pérdida.

1. Sorprendente tentación

No queda más remedio que comenzar por aquÍ. La historia de la espiritualidad, y más concreta y explícitamente la historia de la oración, testimonia una tentación que no deja de sorpren­der. Es tan curiosa y llamativa que los influenciados por esta ten­tación han tenido que acudir a una evasiva muy socorrida, pero poco convincente. Han dicho: no existe tal tentación, se trata de un malentendido, no es objetiva. Parece, no obstante, que la ten­tación ha existido realmente. Es más, parece ser lIna tentación frecuente, casi podríamos decir normal; lo que aumenta aún más la sorpresa de quien lo piensa en frío.

La tentación consiste en que llega un momento en el proceso oracional donde la humanidad de Jesús les parece a los Ol'antes un estorbo. Así de claro. Según esta tentación, en la oración debe comenzarse por las realidades corpóreas -entre las que se encuentra la humanidad de J esús-, pero el proceso de perfec­cionamiento lleva a desligarse progresivamente de esas formas corpóreas o materiales hasta llegar a engolfarse en la divinidad de Dios. En este proceso, y lógicamente, llega un momento en que es necesario prescindir incluso de la humanidad de Cristo, porque se ve afectada por esa corporeidad y materialidad que impide la entrada total en la divinidad.

Teresa de Jesús ha dado cumplida exposición de esta marea oracional 3. Ella misma sufrió en su propia carne esta tentación, y, por un tiempo, cayó en ella (V 22,3). Se sentía, además, tan a gusto en ese engolfamiento divino que, efectivamente, llegó a creer que la humanidad de Jesús le impedía una oración más alta, sabrosa y real (V 22,3). Es algo que no se perdonaría mm­ca. Afortunadamente la experiencia, su bien formada cabeza, y quizá también su afectividad, le hicieron abandonar tamaño error. Su doctrina, madura y estabilizada, sería muy clara: «a mí no me harán confesar que es buen camino» (6 M 7,5).

Aquí no vamos a d~tenernos a refutar y desechar esta ten-

3 Cfr. S. CASTRO, Cristología teresiana, Madrid, EDE, 1978. Como se sabe, TERESA estudia el tema expresamente en Vida 22 y 6 Moradas 7. De este último capítulo escribe S. CASTRO: «desde él debe contemplarse toda la cristología teresiana» (P. 110).

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tación, aun conscientes de que las tendencias interioristas orien­tales del presente están originalmente inclinadas a prescindir de la humanidad de Cristo. Sólo queremos insistir en la afirmación teresiana: «a mí no me harán confesar que es buen camino». Es más, por ahí se pierde el verdadero camino. La humanidad de Cristo debe estar presente en cualquiera de las etapas de la vida de oración, y precisamente como camino por donde Dios nos ora.

2. También aquí mediador

Por encima de cualquier otro título Jesús es mediador entre Dios y los hombres. Y es mediador precisamente en cuanto hom­bre: «el hombre Cristo Jesús» (1 Tim 2,5).

Esto implica, por una parte, que Jesús no es el destinatario final de nuestra oración. Es, sencillamente, el mediador de nues­tra oración. No carece de importancia este hecho. También aquÍ la historia de la espiritualidad es testigo de movimientos fluc­tuantes, que no han desaparecido. La liturgia -que es verda­dera escuela de oración también personal- prohibía hasta el siglo IV dirigir las oraciones a Cristo. Debían ser dirigidas al Padre por Cristo en el Espíritu Santo. Una reacción antia1'1'iana se saltó esta normativa, por pensar que así divinizaba más a Cristo y dejaba sin argumentos al movimiento arriano. Pero también con ello se perdió la conciencia de la humanidad de Cristo, de cuanto en ella se funda y de la cercanía de Jesús. y con ello la espiritualidad perdía realismo y humanidad 4. Por otros caminos quizá renace esta misma tendencia, que puede te­ner repercusiones en la oración cristiana. Se dice: «la cristología actual pone su acento sobre Jesús como modelo u hombre ejem­plar, siendo su resu1'1'ección una confirmación divina del valor de su vida y de su muerte. En esta tendencia cristológica la re­lación del creyente con Cristo viviente no está subrayada y por ello la contemplación cambia de naturaleza. Vive del recuerdo del Jesús histórico que vivió en el pasado, en vez de dialogal' con el Señor actual que viviendo ahora se comunica con nos­otros».

Sin insistir en precisiones escolásticas, conviene de nuevo re-

4 A. GUERllA, Una interpretaci6n crlstol6gica de la espiritualidad, Madrid, 1971.

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saltar que Jesús no es el destinatario final de nuestra oraClOn. Lo es el Padre. Jesús es el mediador de esa oración. El mediador no se desinteresa ni desaparece de la escena. Está en ella con su propio caráctr. El mediador es precisamente el que acompaña y conduce, el que traduce, transmite y presenta. No se pierde relación alguna con Jesús resucitado por el hecho de que se acentúe el recuerdo vivo del Jesús histórico. La oración es siem­pre anamnésica, tiene un componente histórico imprescindible e ineludible precisamente como fundamento del futuro. Ciertamen­te la cristología actual ha redescubierto la historia de Jesús, su presencia terrena y su compromiso histórico. Como veremos des­pués, aquí puede radical' y radica un valor revelador del Padre al hombre concreto de cada tiempo que resulta insustituible para la oración que quiere ser escucha al Padre que le habla en Cris­to. El resucitado no pide el olvido de la historia terrena, como tampoco ésta exige el olvido de aquél. Lo que sí piden ambas es que no haya reduccionismos esenciales. La fe pascual sí pide «unidad indisoluble entre trascendencia e historia» 5. Y ésta no se pierde por la fe en Cristo mediador.

3. Mediación descendente

La mediación tiene una doble dimensión: ascendente y des­cendente. Por una parte, nosotros alabamos e invocamos al Pa­dre por medio de J esucl'Ísto. Por otra parte, el Padre nos habla y dialoga con nosotros a través de Cristo.

El acento que hemos puesto conscientemente en la oración como un dejarse hablar por Dios, como diálogo en el que Dios tiene la primera y principal palabra, nos hace hablar de Jesús sobre todo como mediador descendente. Y si el olvido de la me­diación ascendente fue catastrófica para la historia de la piedad cristiana 6, tan negativa podría resultar que nosotros no suplera­mas hacer presente esa mediación descendente en la oración personal.

Hay que reconocer que la tradición, quizá sobre todo la tra-

5 K. RAilNER, Ober die Spiritualitiit des Osterglaubens, en Geist Imd Leben, 47 (1974), 91. La importancia de afirmación tan sencílla radica en que parece que la historia no acaba de asimilar el equilibrio entre la oración al Jesús histórico y al Jesús glorificado, dividiéndose así en dos mitades, cualquiera de las cuales puede ser perniciosa (pp. 89-91).

6 A. GUERRA, Una interp/'etaci6n cristol6gica de la espiritualidad, o. c., pp. 22-26.

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dición litúrgica, ha insistido bastante más en la mediación a~:, cendente. Es una prueba del predominio que tiene en la consi­deración y estima de la Iglesia el sacerdocio de Jesús sobre su profetismo, el sacramento sobre la palabra. Y aunque se haya hecho algo por superar estos predominios tan llamativos -y qui­zá se haya hecho mucho-, no parece se haya logrado todavía el equilibrio necesario.

4. Cristo, «hamo revelatus»

Dios habla al hombre, le dice sin remilgos cuál es su ca­mino (como realidad y como llamada), le pronuncia su que­rer, exigencia, amor, compañia y perdón. Y se lo pronuncía en la persona de Jesús. Incluso se 10 escribe para que 110 se le olvide tan rápida y fatídicamente, y para que pueda volver sobre ese diseño con la frecuencia que sea capaz de aguantar. y se lo escribe en J est¡s. Jesús se convierte así en el libro re­velado o el libro vivo 7, en quien puede el hombre encontrar toda la revelación del Padre, en su palabra no sólo última y definitiva, sino total 8 y específica o distintiva 9. Y como toda la revelación tiene una dimensión antropológica esencial lO

,

puede claramente hablarse de Cristo como hombre revelado: «en él [Cristo] Dios ya lo es todo en todas las cosas (cf. 1 COl' 15,28), y él es el centro entre Dios y la creación. El hombre que Dios quiso y que constituye radicalmente su imagen y semejanza (Gn 1,26) no está tanto en el primer hombre sur­gido del mundo animal, sino en el hombre escatológico que irrumpió hacia el interior de Dios al final de todo el proceso evolutivo-creacional. Cristo encarnado y resucitado presenta las características del hombre definitivo. El hombre que estaba la­tente a lo largo del proceso ascensional, en él se hizo patente: él· es el homo l'evelatus. Y por eso es el futuro ya anticipado en

7 TERESA DE JESÚS Uama a Jesús «libro vivo» (V 26, 6). Libro es uno de los titulas que los espirituales han encontrado para Jesús en la Escritul'a (cfr, J. FALCONI, Cartillas para la oraci6n, Madrid, Rialp, 1961, pp, 43-44).

8 Las palabras de SAN JUAN DE LA CRUZ a este respecto son particularmeute fuertes: «si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra".» (2 S 22, 5).

9 H. KÜNG, en Ser cristiano, cuando habla de Jesús lo titula «lo distintivo» (P. 143 ss). 10 A. MARRANZINI (ed,), Dimensione antropologlca della teologia, Milano, Ancora, 1971.

Evidentemente no es el lugar adecuado para entablar una discusión sobre las relaciones entre teología y antropología. Por eso, utilizamos una expresión que es aceptada por todos.

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el presente, el final que se manifiesta en el medio y a lo largo del camino. De este modo asume un carácter determinante de incentivador, integrador, orientado!' y punto-imán de atracción para quienes aún se encuentran en la difícil y lenta ascensión hacia Dios» 11.

Esta bella expresión de la mediación descendente de Jesús en lenguaje evolutivo puede ser contrastada con el lenguaje ex­periencia1 de Teresa de Jesús cuando habla de Cristo como libro vivo, en una de las páginas más interesantes desde este punto de vista. Merece la pena ser leída y meditada como algo a lo que el orante deberá atender y atenerse. Como sucede con frecuen­cia, Teresa encontró esta solución en un momento en que se creía perdida por haber tenido que abandonar mediaciones se­cundarias muy queridas para ella y que la habían ayudado po­derosamente, los libros de oración escritos en romance. Escribe la Santa: «cuando se quitaron muchos libros de romance que no se leyesen 12, yo sentí mucho, porque algunos me daba re­creación leerlos, me dijo el Señor: 'no tengas pena, que yo te daré libro vivo'. Yo no podía entender por qué se me había dicho esto, porque aún no tenía visiones; después desde a bien pocos días 10 entendí muy bien, porque he tenido tanto en qué pensar y recogerme en 10 que veía presente y ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy poco o casi ninguna necesidad he tenido de libros 13. Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verda­des. ¡Bendito sea tal libro, que deja imprimido 10 que se ha de leer y hacer de manera que no se puede olvidar! » (V 26,6).

Antes nos preguntábamos: ¿cómo sé yo que es El quien me habla? Aquí tenemos la primera respuesta: él ha escrito un li­bro que no retractará, ha pronunciado una palabra que no des­mentirá y de la que no renegará. Ese libro y esa palabra es Jesús, amén de Dios (Apoc 1,5; 3,14).

11 L. BOFF, Jesucristo el liberador, Santander, Sal Terrae, 1980, p. 248. 12 Hace alusión SANTA TERESA al Indice de libros prohibidos, publicado en 1559. 13 Lo dice TERESA, que era lectora empedernida, y que, en materia de oración, nece­

sitó mucho de los libros. Hasta Uegar a escribir: «en todos estos [dieciocho afias], si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro» (V 4, 9).

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5. Cristo leído en el Espíritu

A la altura de esta exposición es necesario deshacer un mal­entendido. Entender la oración como diálogo con el Padre cen­tTado en la persona de Cristo puede parecer puro naturalismo y moralismo. Puede parecer que el orante se acerca a Cristo para percibir cómo era y con la fuerza de su propia voluntad copiar esos rasgos para acabar siendo otro Cristo.

Evidentemente no es así. Y no es así porque esa percepción o conocimiento de J es(¡s no se obtiene con ponerse delante de él como si fuera un libro cualquiera. Con sólo esto se puede obtener una referencia elemental, siempre valiosa, pero superfi­cial y puede que unilateral. El cristiano sabe que: «nadie puede decir Jesús es Señor si no es en el Espíritu Santo» (1 COl' 12,3). Evangélicamente es claro que es el Espíritu quien recuerda lo que Jesús ha dicho y quien lleva a la verdad completa (1n 16,13). Dicho con palabras de un cierto universalismo moderno: «el hombre sigue al espíritu, hasta que encuentre a Cristo. Los cris­tianos creemos que Cristo se encuentra en la plenitud del espí­ritu» 14. «Unicamente Cristo atesora todo su sentido absoluto, y a través de su Espíritu es como nos 10 revela interiormente» 15,

Siempre es el Espíritu el que permite reconocer y transitar como caminos de Dios aquellos caminos que pudieran quedarse en caminos de hombres sin más 16.

6. Aprendar a leer en Cristo

Ahora sí, ahora podemos acercarnos sin miedo a Jesús, a leer en él la palabra del Padre, sabiendo que tal cosa va a ser posible sólo si estamos iluminados, alumbrados por el Espíritu. El Espíritu tiene la referencia fundamental y directa, insustitui­ble, pero no dispensa al hombre de abrir ese libro y deletrear en él.

Un libro cerrado no enseña a los hombres, se convierte en un adorno sin sentido. ¿No será esto mismo Cristo para los m'antes? ¿No 10 tendrán delante sin lograr abrirlo y entenderlo, sin que realmente pueda ser confesado como libro vivo, reve-

14 F. KiiNIG, Abrirse al Esplritu, Madrid, Narcea, 1977, p. 10. 15 Y. RAGUIN, Oral' la propia vida, Madrid, Narcea, 1984, p. 30. 16 Cfr. cuanto dijimos antes sobre el origen de la oraci6n.

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lador y comunicador? Lo importante no es tener un libro en el que se encierran los tesoros de la sabiduría y la ciencia de bios. Lo importante es que ese libro se convierta en ciencia y sabiduría del hombre y para el hombre.

El cristiano tiene la idea de que ya conoce suficientemente ese libro, que lo ha leído muchas veces, que no le va a descu­brir nada nuevo, que todo lo tiene archisabido. Esta idea parece que no pasa de ser una ingenuidad 17, De ahí que se le invite a aprender a deletrear «¿quién es Jesús?» 18 Es cierto que el libro vivo que es Jesús ofrece muchas posibilidades y su riqueza y misterio lleva a un pluralismo a veces exacerbado, hasta el pun­to de que «cada cual ofrece su propia imagen de Cristo» 19. Ello complica la lectura en Jesús; pero 110 por difícil y expuesto pue­de abandonarse esta lectura, que nos introduce en la única ver­dad. También aquí hay que arriesgar algo, incluso mucho a fin de poder hallar un poco de esa verdad que nos hará libres.

7. ¿Cómo aprender a leer en Cristo?

Aunque esto roza el campo de la pedagogía concreta, diga­mos unas palabras, más bien generales. Quizá cada tiempo tiene sus propios medios, unos medios más concordes, o al menos más actualizados. Desde luego, la oración no ha olvidado este aprender a leer en Cristo. Es más, la oración sab~ que esto es 10 primero y más importante en su proceso oracional concreto. Cuando en el siglo XVII se escribieron Cartillas para la oración, las primeras palabras de esas Cartillas eran precisamente éstas: «que por ser Cristo libro en que está escrita nuestra vida eter­na, por eso se enseña aquí el modo cómo se ha de leer en él, por lo menos deletrearle para tener oración» 20. Esta preocupa­ción ya es importante.

Bajando a los medios concretos, podríamos enumerar éstos:

17 «Pero ¿c6mo y por qué pueden ser -no hay más remedio que decirlo- tan in­genuos que den por supuesto tal conocimiento?» (H. KÜNG, Ser cristiano, Madrid, Cris­tiandad, 1977, p. 155).

18 «Nuevamente hemos de aprender a deletrear la pregunta: ¿quién es Jesús? Todo lo demás distrae. El es nuestra medida» (E. KXSEMANN, citado por H. KONG, Ser cris­tiano, o. e., p. 218).

19 H. KÜNG, Ser cristiano, o. C., p. 157. Es una observací6n que se hace con frecuen­cia y que navega entre el pluralismo y el desconcierto. El pluralismo es esencial a la cristología; el desconcierto ante figuras tan dispares es algo que cuesta aceptar y com­prender.

20 J. FALCONI, Cartillas para la 01'aci611, Madrid, Rialp, 1961, p. 43. Esta cartilla se escribiría hacia 1628.

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Estar a la escucha. El mismo Jesús es Maestro para quien desea aprender. Es un paso, y un acto reflejo de conciencia, que debe ser asimilado con fe. Teresa de Jesús diría: «el señor en­seña a quien se quiere dar a ser enseñado de él en la oración» (CV 6,3). Es la actitud de quien quiere realmente aprender la que facilita las cosas: «juntas cabe vuestro Maestro muy deter­minadas a deprender 10 que os enseña» (CE 43,4). Hay que aficionarse a aprender (CE 45,1). Quizás aquí no abundan tanto los aficionados como en otros campos. No cabe duda de que la afición introduce en la comprensión, la hace agradable y de­seable.

Cristología. Hay que hacer 10 posible por imponerse en el estudio de Jesús. Según las posibilidades de cada uno, y sin fáciles escapatorias, hay que insistir en estudiar y profundizar en una cristología no reductiva, sea de la derecha o de la iz­quierda 21. Una buena cristología puede y debe ser una puerta excelente para aprender a llegar a Cristo. Hay páginas excelen­tes -y otras muchas positivas- que revelan, dentro de lo po­sible, quién es Jesús de Nazal'et. Quitar importancia a este medio «con amparo de humildad» es cerrarse a los caminos que Dios utiliza normalmente. Además, significa romper con la tradición en la que con frecuencia nos amparamos. La tradición orante no despreció el estudio de Jesús; utilizó los medios que estaban a su alcance 22. Hoy nos envidiarían, ante tantas posibilidades. Caben pocas dudas de que estarían hambrientos de lectura pro­funda, reveladora de aspectos menos conocidos y de posibi­lidades no sospechadas. ¿No es eso revelársenos Dios Padre en Jesús? ¿O es que deseamos que nos 10 diga al oído y sin abril' los ojos? Da la impresión de que tantos «enamorados» de Jesús

21 Sobre ambos extremismos, cfr. J. M. GoNZÁLEZ Rurz, Leonardo Bo": un intento de cristología latinoamericana, en Jesucristo en la historia y en la fe, Salamanca, SIgue· me, 1977, p. 173.

22 Citamos, como en otras ocasiones, sólo el caso de TERESA, orante no discutida. Sin apenas medios, se interesa por esta formaci6n cristol6gica en cuanto puede a través de la lectura de la Vita Christi, de Ludolfo de SAJONIA. «Su libro, bíblico y místico, con la llueva orientaci6n litúrgica que le ha sobreañadido el traductor español, servirá a la Santa una buena iniciaci6n cristoI6gica» (T. ALvAR1'.Z, Jesucristo en la experiencia de Santa Teresa, en Nonte Carmelo, 88 (1980), 339). Y no olvidará de recomendarlo a sus monjas, «apuntando sin duda a la formaci6n ( ... ) cristológica» (lb.). Y hablando del pro· blema cristol6gico fundamental (= la huma!1Ídad de Cristo en la oración), la Santa hará referencia a <<algunos libroS}> (V 22, 1). No nos illteresa una labor de investigaci6n. Sí nos interesa el dato del estudio cristol6gico de la Santa, dentro de los límites de su tiempo.

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no están dispuestos a trabajar un poco por «ganárselo» (hasta donde esto es posible). No mendiguemos lo que tenemos en las manos 23.

Proceso meditativo y contemplativo. Con este bagaje de deseos y aprendizaje, y una vez tomada conciencia de la «com­pañía» de Jesús, se puede penetrar en un pasaje de su vida tra­tando de tomar conciencia de estas cuatro dimensiones: qué hace el Señor, por qué, quién, con qué amor (V 13,22). Todo ello iluminará el sentido de la vida en uno o muchos aspectos par­ticulares, o en su conjunto, y será el principio de una contem­plación cristológica, que se expresa en espontaneidad (V 12,2) 24.

Lo dicho vale literalmente -hablemos así- cuando J es(¡s es elegido directa e indirectamente como blanco u objetivo de meditación. Pero sirve también para cuando Jesús aparece no así, sino como última referencia que ilumina todo el camino oracional recorrido con otro blanco distinto. Sabemos que siem­pre la palabra definitiva es la persona de Jesús, y que, por 10 tanto, en un momento u otro de la oración, Jesús se presenta al orante.

n. LA BIBLIA, CAMINO DE ORACIÓN

Otro camino, y camino real, por donde Dios nos ora es la Sagrada Escritura. Al hablar aquí de ella no queremos pregun­tarnos cómo ora el hombre bíblico, ni qué es 10 que la Biblia nos dice acerca de la oración. Esos aspectos, tan interesantes, quedan aquí fuera de nuestra perspectiva. Nos interesa ahora únicamente considerar la Biblia como camino por donde Dios ora al hombre, habla al hombre, entra en contacto con el hom­bre. La Biblia es camino por donde nosotros podemos escuchar, en el silencio del corazón, una palabra objetiva de Dios, vence·

23 No intentamos dar fichas de cristologías actuales. Baste s610 decir que existen muy buenas a distintos niveles, más o menos científicas. Habrá que hacet lo posible por evitar dos extremos: presumir de leer la cristología más científica -que probablemente no setá entendida o bien comprendida- y rechazar como inútil el estudio serlo y comprometido de la cristología al propio alcance y progresivamente más completa.

24 Al hablar de la pedagogía oracional exponemos el proceso oracional, y ahí concre­tamente podrá ver el lector la relaci6n meditaci6n-contemplaci6n. De momento basta con enunciar los elementos generales más importantes.

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dora de nuestra propia subjetividad, que pugna por convertirse en palabra de Dios sin que realmente venga de él. Muchas ve­ces habrá pugna entre una palabra salida del inconsciente hu­mano y una palabra salida de los libros revelados en los que se transmite el mensaje de Dios a la humanidad. Y no será pe­queña batalla ni fácil victoria.

1. Una constante no suficientemente valorada

El valor oracional de la Biblia no es algo que hayamos des­cubierto los cristianos de nuestros días. Es una constante en la historia de la oración, aunque con matices particulares en cadR tiempo. Y es quizá 10 primero que hemos de tener en cuenta. La unión con la tradición viva de la Iglesia es garantía de auten­ticidad cristiana. Veamos algunos pasos, o encarnaciones, segu i·· dos a 10 largo de la historia, encarnaciones que detectan y mani­fiestan hasta qué punto la Biblia ha sido considerada como libro de oración y referencia del orante.

La Lectio divina es un modo de acercarse oracionalmente a la Biblia, que ha tenido una presencia particularmente intensa a lo largo de toda la historia. Rezar la palabra 25 es toda una for­ma de acercarse a la palabra de Dios con el deseo sincero de estar a la escucha, rumiando su contenido. Esta palabra era amada hasta el extremo en la soledad personal. La Lectio divina ha sido quizá la muestra más honda y amada de ponerse a la escucha de la palabra de Dios para ser palabra configurante de la existencia humana. Ahí era verdaderamente Dios quien tenía la iniciativa y el poder decisivo en la vida del hombre. Por en­cima del entendimiento científico de la palabra, ésta se convertía en mensaje de salvación para el hombre, en palabra dialogante que se recibe como iluminación y sentido de la existencia del lector, del cristiano. No se duda de la palabra; se atiende a su sentido. Se la escucha como respuesta suave o cruda, pero como respuesta. Es una respuesta que adivina la pregunta, una pre­gunta que no es formulada con anterioridad, porque en defini­tiva también aquí la tiene Dios 26.

25 E. BIANCHI, Pregare la parola, Torino, Gribaudi, 1974. Título idéntico, con otra formulaci6n, sería: M. ANDROVANDI, Pregare la Bibbia, Bologna, Ediz. Dehoniane, 1980.

2. Uno de los últimos libros sobre la Lectio divina, y adecuado para nuestro prop6.

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Teresa de Jesús, cuya presencia en temas de oración es ga­rantía de acierto, escribió una página poco valorada y de esfor­zada defensa de la presencia de la Biblia en la oración, en unos tiempos en que no era fácil hacerlo. Diría a sus monjas, en un contexto polémico y oracional: «siempre yo he sido aficionada y me han recogido más las palabras de los Evangelios que se salieron por aquella sacratísima boca así como las decía, que libros muy bien concertados» (CE 35,4). y no lo decía persona que odiase los libros; 10 deCÍa una persona orante, que, por serlo, había sentido mucho que tales libros fuesen prohibidos en una redada inquisitorial. Lo cual aumenta el valor concedido al poder de «recogimiento» (con lo que implica en santa Te­resa) de la palabra de Dios. Y cuanto dice la Santa sobre el Padrenuestro -oración bíblica al fin y al cabo- merece la pena ser esculpido en la afición de todo orante: «si no estuviese ya nuestra flaqueza tan flaca y nuestra devoción tan tibia, no era menester otro concierto de oraciones» (CE 35,4). Indudable­mente no son palabras para ser olvidadas por un orante. Otras muchas oraciones espontáneas, traídas y llevadas, que parecen despertar orantes debajo de las piedras y maravillar ilusos, di­fícilmente conseguirán de la historia orante un elogio como éste.

Muchos libros de meditación que se escribieron en tiempos de la oración metódica, ¿qué eran, sino comentarios de páginas bíblicas? Y estaban dedicadas a los Ol'antes. El hecho de que varios de esos comentarios fueran malos o poco valiosos no dis­minuye la valoración que sus autores hacían de la Biblia. Ellos partían de la idea de que era esa palabra de Dios la que tenía que ser escuchada por el orante, y en su intención lo que pre­tendían era ayudar al orante a escucharla, aunque 10 hiciesen de tal manera que llegaran a encubrir esa misma palabra de Dios en el largo y farragoso comentario que añadían o con que la presentaban, Sí es cierto que los orante s quedaron más prenda­dos de los coinentarios humanos que de la misma palabra de Dios. Es cierto que los comentarios no fueron pedagógicos, es decir, no lograron llevar a la Biblia; quizá incluso distanciaron de ella y se convirtieron en centro, Pero la intención, y el fondo que se vislumbraba por encima de pobres realizaciones, era la

sito, es el de G.-M. OURY, Cherche,' Dieu dons so Parole: La Lectio divina, Cambray­les-Tours, Edit. L.C.D., 1982.

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necesidad de estar en contacto con la palabra de Dios y a ella acercar el oído.

Iionhoeffer, que era un orante de tomo y lomo, desnatura­lizado por quienes en momentos difíciles para la oración no lo­graron penetrar en su entraña de cristiano, nos acercó así a la valoración de la Biblia como libro de oración: «si queremos orar con certeza y alegría, el fundamento más auténtico de nues­tra ol'ación tiene que ser la palabra bíblica. Ahí es donde apren­demos que Jesucristo, la palabra de Dios, nos enseña a orar, y que las palabras que vienen de Dios S011 los peldaños para as­cender hasta él» 27. Palabras dignas de U11 mártir de la fe cris­tiana.

El Concilio Vaticano JI, despertador de tantos valores dor­midos, 110S dejaría esta expresión lapidada de convicción honda y sentida: «los libros del Antiguo Testamento encierran tesoros de oración» (DV 15). Para un orante estas palabras significan la canonización de la Biblia como libro de oración. Incluso el Antiguo Testamento, que pudiera haber quedado en el ánimo de muchos como palabra no sólo superada por la novedad del Nuevo Testamento, sino también como inútil. Para un orante la palabra del Antiguo Testamento no es inútil.

Nuestros dias han visto nacer o renacer el gusto por esa pa­labra que se convierte en invitación y llamada de Dios. La Lec­tia divina vuelve a tener sus admiradores, los medios audiovi­suales la presentan con nuevo ropaje, los orantes se inspiran libremente en sus cantos más hermosos 28 y los comentaristas coinciden en que una de las características de la renovación oracional actual -o del movimiento oracional, cualquiera que sea el calificativo que merezca- es precisamente su dimensión bíblica: «un pdmer aspecto en esta oración es el hambre sin­cera de la Palabra de Dios. En otros tiempos buscábamos otros libros y recitábamos fórmulas hechas. Ahora nos llega más pro­fundamente la Palabra de Dios: recibida en la pobreza, rumia­da en el silencio, realizada en secreto en la alegría de la dis­ponibilidad. La Palabra de Dios es acogida adentro, 'con la

27 Creer y vivir, Salamanca, S{gueme, 1974, p. 136. 28 Escribimos sobre estas nuevas posibilidades en «¿Hacia d6nde va la oraci6n?», en

Revista de Espiritualidad, 34 (1975), 256·257. Este tipo de literatuta no ha decaído. Al contrario, aumenta por momentos; hasta el punto de utilizar en los títulos la termino­logia oracional con evidente abuso. Para comprar libros de esta naturaleza, hay que co. nocerlos antes directamente.

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alegría que da el Espíritu Santo' (I Tes 1,6), aún antes de ser convertida en acción» 29. La relación directa Orante-Palabra de Dios ha ganado la partida a la relación indirecta que en otros tiempos ha dominado: Orante-Palabra de Dios-a través de los autores espirituales.

Una historia tan permanente, aunque haya contado con rea­lizaciones no siempre dignas, debe significar algo para el hom­bre, cualquiera que sea la pedagogía a utilizar.

2. Razones de una constante

Los mismos autores aquí citados, como representativos de una constante, han dejado entrever 10 que pueden ser las razo­nes fundamentales que hacen de la Escritura centro de la oración cristiana. Esquemáticamente podemos encerrarlas en lo que sigue:

La Biblia, palabra de Dios. El cristiano no duda de que la Biblia es palabra de Dios. El orante, tampoco, precisamente porque su oración nace y crece en el ámbito de la fe. Cualquie­ra que sea la noción que se hace de la Palabra de Dios, él cree en esa palabra por encima de cualquier otra palabra humana. Con ello da un paso importante para saberse liberado de la pma sub.ietividad que tiene lugar en la proyección personal y relega a segundo término (aunque nunca los desprecia) los co­mentarios humanos.

El orante sincero descubre sus temores en el peligro que tie­ne de proyectar sus propios sentimientos sacándolos al exterior y convirtiéndolos en palabra de Dios. Es uno de sus grandes temores; y con razón. Ante la auténtica palabra de Dios, él puede lícitamente afirmar un cierto descanso. Puede decirle al Señor: tal vez yo me equivoque, pero estoy escuchando tu palabra; con ella y en ella vivo y expreso los sentimientos de una naturaleza que, dejada a sí misma, no sé por dónde iría. Esa palabra es la que dirige la marcha de una oración que a veces debe ser empujada, a veces corregida, a veces canonizada y a veces condenada. Mientras no me cierre a escuchar una pa­labra por el hecho de que pueda poner en cuarentena algo que smja de mi interior, puedo lícitamente seguir adelante con la

29 E. PIRONIO, Comunidades orantes, en Vida religiosa, 44 (1978), 172.

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certeza humana de escuchar tu voz y responder a ella. No es pequeña razón de valoración oracional.

La Biblia, escuela de oración. Oral' con la Biblia tiene otra gran ventaja, que será comprendida mejor cuando hablemos de la pedagogía. La Biblia nos enseña a orar. Bellamente Jo expresó de nuevo Bonhoeffer en un texto sacado de la experiencia diaria y doméstica: «el niño aprende a hablar porque su padre habla con él; aprende el lenguaje del padre. Nosotros aprendemos a hablar con Dios porque él nos ha hablado y nos habla. En el lenguaje del Padre celestial aprenden sus hijos a hablar con Dios. Repitiendo las palabras de Dios, aprendemos a oral'» 30.

El diálogo oracional es como un diálogo entre hombres: por señas uno se cansa de hablar, y sin conocer la misma lengua no pueden expresarse exactamente los propios quereres y deseos, ni se pueden escuchar los quereres y deseos del interlocutor. Hacerse incluso a los téI'minos con que los verdade1'Os orantes se sintie1'On hablados por Dios es garantía de objetividad.

3. Cómo oral' con la Biblia

No todo está dicho con lo que precede. Haber descubierto, o confesar, que la Biblia es libro de oración es como leer la noticia de que se ha descubierto una mina de carbón: el invier­no continúa siendo frío y los hombres pasando ese mismo frío. Queda no sé si lo más impoI'tante, pero ciertamente sí lo im­prescindible, la explotación de la mina. Lo cual 110 es fácil.

y es quizá lo pl'imero que el orante debe continuar creyen­do: que la oración sigue siendo difícil y compleja. Buscar la objetividad en la oración, es decir, hacer 10 posible para que sea realmente Dios quien nos hable no supone facilitar la ta­rea, sino quizá todo 10 contrario. El hombI'e se escapa pOI' sen­deros inve1'Osímiles; y el orante no escapa a esta libertad de hacerlo. Quien desee, pues, mar con la Biblia con cieI'tas garan­tías, prepárese a la tarea, no crea en esas relaciones facilonas y meramente casuales que ven milagros por todas partes, juegue poco a «darse textos», a 10 que salga abriendo al azar la Biblia,

30 Creer y vivir, o. C., p. 136.

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etcétera. Todo eso suena no a sencillez, sino a improvisación e ingenuidad.

¿Cómo proceder, entonces, para hacer de la Biblia ese libro de Ol'ación que constituye una estupenda mediación entre Dios y el hombre y encarna al mismo Dios en el diálogo con el oran­te? Por ejemplo, puede procederse así:

Ponerse en actitud de creyente y escuchar desde ella. La cultura no debe matar la fe, sino que debe apoyarla y alimen­tarla. Por eso, el orante debe saber que es un creyente, que está a la escucha no de un documento contrastable en el tiempo, sino de una palabra que tiene el poder y destino de remover todo su ser, de iluminar incluso lo que nos aparece iluminado, oscureciendo lo que nosotros creemos que es luz poco menos que indeficiente. La palabra de Dios no se ha dado para cul­tma de los hombres, sino para salvación: salvación también temporal, claro. La palabra de Dios debe ser escuchada con el mismo espíritu con que ha sido escrita y transmitida. No puede ser escuchada la palabra del Espíritu sin Espíritu. Es un len­guaje de Espíritu, que no puede ser interpretado con sólo un diccionario y una gramática.

Partir del sentido literal de la Escritura. Al abril' la Biblia para orar se puede caer en una doble tentación: la tentación de la cultura -de ella hemos hablado- y la tentación de la ingenuidad, llamada con frecuencia espontaneidad y libertad.

Si queremos que Dios nos hable hemos de procurar llegar a 10 que Dios ha querido realmente decir. No hacerlo, no esfor­zarse por hacerlo significaría utilizar (y hasta manipular, aunque fuese inconscientemente) la Biblia como puro ocasionalismo para seguir nuestros caprichos, teñidos ahora de color de Dios. Y esto sería sumamente grave. No se puede a la primera dar como pa­labra de Dios aquello que a uno se le ocurre por el hecho de tener abierta la Biblia.

Dar con ese sentido literal de la Escritura no es sencillo. La Palabra de Dios se nos ha transmitido en una cultura con­creta, en una literatura particular, en una historia que no es la nuestra, con unos géneros literarios que no siempre son los mismos. Lo que tiene de cierto decir y repetir que hay núcleos fundamentales de la Biblia que pueden ser percibidos sin nece­sidad de una cultura bíblica particular no debe invitar al mí-

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nimo esfuerzo (o a prescindir del esfuerzo) por acercarse a la Palabra de Dios con un bagaje mejor que permita escuchar y percibir más esa palabra de Dios.

Una prueba relativamente clara (digamos humanamente cla­ra) del interés que mostramos por la verdadera Palabra de Dios radicará en los pasos que demos dentro de las posibilidades de nuestro tiempo para aprovecharnos de ellos. Argumental' que otros no los necesitan, ni estudian tanto como nosotros parece que tendríamos que estudiar, es olvidar -o incluso desconocer­los pasos que esos «otros», a quienes parece nos referimos, die­ron en sus respectivos tiempos para lograr lo que entonces era lograble. Es de suponer, fundadamente, que en nuestro tiempo ellos no habrían participado de la incuria que domina con fre­cuencia a los Ol'antes bajo capa de humildad, sencillez y otros trastornos de la verdad evangélica.

El realismo más elemental aconseja la compañía de algún libro especialmente apto para este acercamiento oracional, Un libro que debería tener dos características concretas: asegurar un mínimo conocimieno del texto u oración en cuestión para que el orante entre en su ambiente natural, y, por otra parte, que no sea exhaustivo, de manera que mate la creatividad y es­pontaneidad del orante. Conjugar ambos elementos nos parece fundamental, y quizá no sea fácil. Pero afortunadamente exis­ten ayudas de este tipo, sumamente positivas 31.

Conjugar la oración sálmica con la oración profética e his­tórica. Aludíamos antes al hecho significativo de que en la Escritura ningún libro está cerrado a la oración. Los israelitas han hecho oración incluso cuando escribían -y cuando ha­cían- historia. Y esto hay que tenerlo en cuenta, porque de­nota un realismo oracional del que estamos muy necesitados.

Quizá con excesiva frecuencia se ha sobrevalorado el libro de los salmos como libro de oración. Sin duda alguna, este libro puede ser considerado como libro de oración por antonomasia. Pero no hay que olvidar el carácter concreto que domina en él:

31 El mejor libro que conozco en este sentido es el de A. GONZÁLEZ NÚÑEz, La ora­ción de la Biblia para el hombre de hoy, Madrid, Marova, etc., 1977. Son también muy valiosos, y puede decirse que en esta Hnea de oración bíblica, los escritos que acom­pañan y recrean la interiorización y participación de la oraci6n de la Liturgia de las Horas. En concreto, deben citarse los libros de A. APARICIO, Los salmos, oración de la comunidad, Madrid, ITVR, 1981; IDEM, Habla, Señor, Madrid, ITVR, 1983. Con un buen índice pueden ararse muchas páginas de la Escritura guiados por estos buenos pedagogos.

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es el libro del enamoramiento de Dios con su pueblo, manifes­tado de una u otra forma. De ahí que la oración sea en él in­tensa e íntima, profunda y sincera; pero precisamente por ese carácter no es difícil captar que falta ahí alguna dimensión ora­cional que pudiera ser importante, y que sobre todo hoy se siente más necesaria que nunca: su carácter político y social. Es una dimensión que podremos enconh'ar más fácil y llamati­vamente en las oraciones de los profetas -dramáticas con fre­cuencia-, que están metidos con el Pueblo. Los profetas sien­ten la necesidad de escuchar la palabra de Dios, se atreven a rebelarse contra ese mismo Dios, le buscan escapatorias por don­de creen que Dios puede quedar convencido; y terminan acce­diendo a su seducción como reclamo al que nadie puede es­capar sinceramente 32. En una historia concreta, luchada paso a paso, con enemigos reales, que vencen y son vencidos, que cautivan y capturan, que son vencidos y destrozados, ahí es donde el orante sentirá ioda la trama de la vida, haciendo de la oración la mesa de la estrategia de Dios en la historia, sin salirse uno y otro por la tangente.

Lograr el equilibrio entre oración sálmica -más íntima, más de tú a t(l, más necesaria en ocasiones- y la oración profética e histórica -más concreta y real, más metida en el mundo­será una de las tareas de quien utiliza la Biblia como libro de oración. Pocas ocasiones tan propicias para lograr la síntesis de una vida que puede inclinarse irremisiblemente hacia uno de los lados y caer al suelo o al vacío sin remedio posible para su futuro.

Sentido cristo lógico de la Escritura. Si en la Escritura no se termina viendo a Cristo es que algo fundamental ha fallado; puedo cerrar el libro y prescindir de su mensaje. Como cristia­no, no me vale. Nosotros no podemos vivir en el Antiguo Tes­tamento, y 10 que era antes de la venida de Cristo un preanuncio o un paso importante, pero difícil, tiene que convertirse en rea­lidad y en perfeccionamieno. Jesús no ha venido a destruir, pero sí a dar cumplimiento.

Es positivo haber redescubierto muchos aspectos del Anti­guo Testamento, que parecen arrancados a los días del siglo xx. Hay que continuar redescubriéndolos progresivamente. Pero no

32 Jr 20,7-18, donde puede verse la lucha del profeta con su vocaci6n, la seducci6n de Dios y el fuego devorador de la palabra en el interior de Jeremías.

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se tratará de una palabra decisiva si esos descubrimientos no pueden pasar la criba del Jesús histórico, el Jesús salvador. Hay esfuerzos dignos de mejor remate. Cuando de un libro se puede decir: parece como si no existiese en la revelación el Nuevo Testamento, entonces es que estamos ante algo sólo comenzado, que busca la luz huyendo de la claridad 33.

Para el orante debe ser claro que su oración se hace en J e­sús, que éste es la última palabra, la palabra definitiva que Dios Padre ha pronunciado. Bonhoeffer, hablando del libro de los Salmos, escribiría: «debemos hablar con Dios, y él sólo nos es", cuchará, no en el lenguaje falso de nuestro corazón, sino en el lenguaje claro y puro con que él nos ha hablado en Jesucris­to» 34. Acudir a Jesucristo no es facilitar las cosas. Ya vimos que no era fácil dar con el Jesús más o menos auténtico. Es un intento de objetivizarlas y, por lo tanto, cristianizadas 35.

III. LA COMUNIDAD, CAMINO DE ORACIÓN

Es hasta cierto punto comprensible que continuemos nues­tras pequeñas batallas en torno al contencioso «oral' juntos y orar solos» 36. Es hasta cierto punto comprensible, y sobre todo es una realidad. Y como realidad que es, hay que afrontarla. Pero hay que superar la animosidad que haga de cualquiera de las dos formas algo denigrante. Por principio el cristiano tiene que oral' solo y en comunidad.

Parece bastante claro que las personas más «serias» conti­núan potenciando y prefiriendo la oración a solas, porque pien­san que es el lugar donde se juega la verdadera experiencia de la oración 37. Hay una secreta convicción en favor de su par­ticular carácter evangélico, que no puede ser disimulado.

A lo largo de la historia del pensamiento religioso quizás haya sido primero una situación de personalidad corporativa.

33 Es el grave reproche que algunos han hecho al libro de J. P. MIRANDA, Marx y la Biblia, Crítica a la filosofía de la opresi6n, Salamanca, Sígueme, 1972,

34 Crecer y vivir, o, e" p. 136. 35 Ver un ejemplo concreto de cristianización en una oración bíblica en P. GRELOT,

Príere bibUque, en Cbristl/s (París), 29 (1982), 332-337, 36 Y. RAGUIN, Orar la propia vida, Madrid, Narcea, 1984, pp, 45-48. 37 lb, El mismo RAHNER, aun reconociendo que lo nuevo de la época posmoderna es

lo grupal, alarga las excelencias e irrenunciabilidades de la oraci6n secreta e individual con no disimulada emoción (Ober den geistesgeschichtlicben Orf der ignatiaIJischen Exe/'­zitien heufe, en Geist und Leben, 47 [1974], 448-449),

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Pero incluso en ese caso parece que lo importante no era el espíritu corporativo, sino la falta de personalismo. Es decir, se potenciaba el grupo, porque la persona no había madurado sufi­cientemente como para poder responder de sí misma. El cris­tianismo habría potenciado fuertemente el personalismo, con la responsabilidad que implica. «Esto significa que la oración no se podrá realizar ya a modo de inmersión pasiva en la vivencia del conjunto; cada orante está llamado a elaborar su propio camino de escucha de Dios y de respuesta, como ha mostrado de manera ejemplar san Agustín» 38.

Esta predilección por la oración solitaria goza del apoyo de la tradición 39. No parece que esto pueda ser discutido. Y cuenta también con un nuevo despertar a la soledad en nuestros días. Si valoramos la objetividad de las tendencias tal como se mani­fiestan no parece que podamos olvidar esta constatación: «el hombre de hoy experimenta cierto gusto por la soledad y rei­vindica su derecho a ella» 40. Siente gusto, porque siente nece­sidad, una necesidad profunda. Hay un exceso de ruido y logo­cracia 41 que hace anhelar de vez en cuando -o temporadas largas, y con frecuencia como auténtico sistema permanente de vida- la fuerza del silencio. No es la oración la que menos prueba puede prestar a este dato sociológico. El desierto en la ciudad 42, ciertas formas de anacoretismo y monacato 43, etc., son la referencia obligada y más clara.

Sin embargo, tampoco pueden ser olvidadas estas dos obser­vaciones: primera, que 10 característico 44 de nuestra época pos­moderna es la dimensión social 45, 10 cual deberá tener también sus repercusiones en la oración (d. pe 3); segunda, que tam­poco puede negarse un fuerte despertar a la oración comuni-

38 X. PrKAZA, 25 temas de oraci611, Madrid, ITVR, 1982, p. 266. 39 También aquí puede ser representada por SANTA TERESA. Escribirá en Camino de

Perfecci611: «ya sabéis que enseña este maestro celestial sea a solas, que así lo hacía El siempre que oraba (no por su necesidad, sino por nuestro enseñamiento»> (CE 40, 3. Lo mismo en CV 24, 4. En el C6dice de Toledo, TERESA escribió «muchas veces» en lugar de «siempre». Es lo correcto. Pero el «siempre» delata el ambiente que se respi­raba en su tiempo, que era voz de la tradición.

40 A. LOUF, El Espíritu ora eJl l/osotros, Madrid, Narcea, 1979, p. 88. 41 Incluso, con frecuencia, en la misma vida espiritual, no s610 en el mtmdo: «la

misma vida espiritual se ha ido haciendo poco a poco a esta logocrada» (R. DUVAL, Di .. e, lire, écouter, en La Vie Spiritue/le, 129 (1975), 324.

42 Véase capítulo primero, notas 51 y 54. 43 lb., nota. 44 Hay que distinguir entre característico y más importante. Normalmente lo caracte­

rístico es importante, pero no tiene por qué ser lo más importante. 45 K. RAllNER, Ober den geistesgeschichtlichen Ort ... , 1. c., pp. 447-448.

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taria O compartida. Es suficiente con citar este testimonio del cardenal Pironio a la hora de examinar las características de la oración actual: «otro aspecto de esta oración nueva es la nece­sidad de compartir esta experiencia con los otros. Es decir, la necesidad de orar juntos, comunicándonos las riquezas del Es­píritu» 46.

Repetimos que para nosotros «la dimensión individual y la dimensión social continúan siendo para el hombre propiedades trascendentales relacionadas entre sí» 47, y que ambas deben en­ca1'l1at'se en formas diversas y complementadas de oración, la privada y la comunitaria. Nos toca decir una palabra sobre esta última, y precisamente en cuanto es un camino -no el único, ya puede verse por otros enumerados- por donde Dios nos ora.

1. Escuchar a los demás

Salir de uno mismo se hace imprescindible para no endme­cerse en el propio ver y sentir. Aquél para quien no cuentan los demás es que está muy seguro de sí mismo. Y hay segurida­des incapaces de recibir algo más cuando todos hemos de con­fesar nuestras deficiencias y, pOl' 10 tanto, nuestra necesidad de más luz, más verdad.

La mediación de la comunidad ha sido redescubierta como importante. Se tiene la certeza de que Dios habla a través de la comunidad: «donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt 18,20). Y concretamente a través de la oración de la comunidad. Si buena parte de la re­velación está contenida en oraciones de los justos, ¿por qué no ha de continuar encerrándose en la oración de la comunidad? Este es el fundamento de la oración compartida.

A este valor objetivo responde la actitud del orante, que debe estar atento a esa palabra salida de la boca de sus media­dores más cercanos o más lejanos, pero mediadores concretos y contemporáneos. Por ambigua que pudiera resultar esa pala­bra, el orante no tiene derecho a prescindir de ella, sino a exa­minarla y discernirla.

46 E. PIRONIO, Comunidades orantes, en Vida religiosa, 44 (1978), 172. No considero como oración compartida el Diálogo bíblico (o círculos bíblicos de estudio) y la Revi· sión de vida. Las finalidades son totalmente distintas. Otros, no obstante, no opinan así (cfr., por ejemplo, O. STEGGINK, Dialog t/lld Cebel, en Carmeltls, 22 [1975], 52·82).

47 K. RAHNER, Ober den geistesgeschichtlichen 01'1 ... , 1. c., p. 448.

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2. Las riquezas del Espíritu

Esto es lo que se intenta comunicar y escuchar. Sin orgullo, pero sin miedo a llamarlo así. Sólo quien admite la fuerte pre­sencia del Espíritu en un grupo reunido en el nombre de Jesús es capaz de creer que ahí se hablan cosas de Espritu. Sólo el que se obstina en no ver más que hombres cuando anda de por medio la fe puede negar sistemáticamente que ahí pueda surgir una palabra importante de Dios.

¿Qué riquezas aporta el Espíritu a través de la comunidad orante? Esto es lo que no puede encerrarse en los límites de la palabra y del análisis, porque también aquí el Espíritu es libre y sorprendente. Nadie va a ponerle puertas a su moverse raudo. Sin embargo, sí pueden señalarse algunos de los focos de interés en los que suele estar este Espíritu y a los que suele aportar luz particular la oración comunitaria o compartida, con­virtiéndose en auténtico camino de Dios para el orante que sepa estar a la escucha. Por ejemplo, éstos:

Conocinüento propio. ¿Por qué ha de llevarnos el Espíritu al conocimiento propio sólo en nuestro propio interior, donde se pueden levantar tantos instintos y tendencias que nos trai­cionan? ¿No podría escoger ese mismo Espíritu un camino más delicado y efectivo, aunque indirecto, como es la oración de una comunidad con la que se comparte la presencia invocada del Espíritu?

La comunicación de los demás, a través de su propia ora­ción, ayuda a ese conocimiento, que en ese momento se está haciendo vida de los restantes participantes. Y la razón es sen­cilla: cada uno es más sensible a la presencia del Espíritu en unas dimensiones concretas de la vida cristiana; quizá -segu­ramente- por carisma, que no deja de ser una presencia del Espíritu. Cuando escuchamos de verdad -y esto es la oración: escucha- los demás nos descubren ignorancias y posibilidades propias en las que nosotros no habíamos caído; ni siquiera se nos habían ocurrido, ya que nuestra sensibilidad era más limi­tada en ese campo concreto. El que ora solo, normalmente hace su oración siempre sobre los mismos contenidos, trata de ver en Cristo siempre lo mismo. No logra romper el cerco de su propia costumbre y se quedará perdido y casi sonámbulo en unos espacios muy pequeños. Es cierto que puede penetrar más

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en esos aspectos (a veces se llega a no ver eso en lo que se está siempre), pero le quedan unas iúmensas extensiones sin explo­rar. No sabe 10 que se está perdiendo. Es la oración de los otros, probablemente más sensibles a lo que él es insensible, quien poco a poco le irá abriendo a ese mundo interior y ex­terior para él desconocido. Los demás son verdadera revelación ante la que el orante pide silencio para contemplar límites y posibilidades.

Conocimiento de los demás. Con frecuencia, sólo en la ora­ción solemos vencer ciertas resistencias y bloqueos, manifestán­donos como somos. Esto no 10 sospechará quien no tenga cierta experiencia de oración compartida. Esta forma de oración, que en principio tiene su gran rémora psicológica en la vergüenza y el miedo, se convierte, cuando esa vergüenza y reparo han sido superados, en la imagen menos borrosa de los hombres. Es el camino adecuado para que nos conozcan los demás. Con ello hemos facilitado la vida que juzga toda verdadera oración, la convivencia con aquellos con quienes se ora. Si ni siquiera con éstos somos capaces de convivir, es que nuestra oración va por libre, como palabra que no convoca a vivir y hacer la comu­nidad del Reino de Dios.

3. Para oral' comunitariamente

Por todas partes hay esquemas preparados para una velada de oración comunitaria 48. Son esquemas que han nacido de una praxis experimentada y que tienen, por lo tanto, visos de acier­to. Detenernos aquí no sería oportuno. Ni hay espacio para ello. Sólo dos observaciones:

¿Lectura o no lectura? Generalmente se lee algo, que es posteriormente interiorizado y sobre lo que se comparte. Es evidente que una lectura centra la oración; pero no lo es me­nos que la limita profundamente. Es como si al orante se le obligase a atenerse a unos elementos en los que el Espíritu que­dase aprisionado, y se viese obligado a cabalgar en un caballo concreto. En comunidades relativamente ricas creo que es pre-

48 Véase en J. M. CORDOBÉS, Oraci611 compartida. UII aspecto o/'Ociollal redescubierto, en COllfer, 30 (1981), 140-141. Otro esquema, muy parecido (porque creo que 10 son casi todos), M. lCETA, Hogares en 0l'Oci6n. 25 esquemas de oraci6n familiar, Madrid, Edicio­nes SM, 1979, pp. 15-22.

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ferible que no exista lectura previa, sino que cada uno parta de su experiencia interior o exterior.

Conceder tiempo a la escucha. Oración es ante todo -hay que repetirlo continuamente- dejarse hablar por Dios. Tam­bién dejarse hablar por Dios a través de la comunidad en ora­ción. Con frecuencia en las oraciones comunitarias domina la palabra, no el silencio. Cierto que la palabra de uno es escucha -oportunidad de escucha- para otro. Pero incluso externa­mente deberían potenciarse largos momentos de silencio después de la oración de cada uno.

IV. Los SIGNOS DE LOS TIEMPOS, CAMINOS DE ORACIÓN

Jesús llama la atención de sus contemporáneos sobre la ne­cesidad de escuchar los signos de los tiempos (Lc 12,54-57). Los signos, de cualquier tipo que sean, han sido siempre camino revelador. Los hombres han leído en ellos algo que estaba ocul­to, pero que era real. A veces era benéfico, a veces peligroso; siempre fue positivo conocer el bien y el mal, uno para seguirlo y otro para evitarlo. Signo puede ser cualquier cosa: «cuando veis levantarse una nube por el poniente, al instante decís: va a llover. Y así es» (Lc 12,54). «Cuando sentís soplar el viento sur, decís: va a hacer calor. Y así sucede» (Lc 12,55). Los judíos del tiempo de Jesús no cerraron los ojos a algunos sig­nos. Leyeron en la naturaleza el aviso meteorológico.

La naturaleza es creatura de Dios. Pero no es la única. Hay otros signos. Y a veces esos signos no son percibidos. A veces los hombres se cierran a percibir unos signos, porque no creen que pueda aparecer algo nuevo. Creen que todo está dicho y todo está hecho. Lo que sucede de nuevo es del demonio. Aquí encontró Jesús una grave dificultad en su diálogo. Los judíos se aferraban a Moisés y los profetas, y no querían saber más. Jesús no podía dialogar sobre otra base. Yeso significaba o dejar las cosas como estaban o romper el diálogo 49. Al fin, rompió el diálogo, porque una parte se negó a dialogal'. Y las consecuencias fueron fatales.

49 En este sentido se expresa L. BOFF, en un texto fuerte. Cfr. Jesucristo el liberador, Santander, Sal Terrae, 1980, p. 106.

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1, Signos de nuestro tiempo

«Nada hay nuevo bajo el sol» (Edo 1,10), Quizá sea cierto, Pero 10 es también que los hombres son distintos, Y los signos afectan al hombre, y es éste el llamado a percibirlos, En este sentido los signos son nuevos, porque son signos de tiempos y en tiempos distintos,

Signos de nuestro tiempo son los gozos, esperanzas, tristezas y angustias presentes (GS 1). Gozos hubo siempre; y también esperanzas; y tristezas y angustias, Volvemos a repetir que en este sentido no son novedades, Son novedades en cuanto afec­tan a personas y tiempos diversos, con las características que esos hombres yesos tiempos han sabido imprimir a los mismos, Los avances de la ciencia y de la técnica, los conflictos y con­trastes sociales, la guerra y la paz, los cambios socioeconómicos han existido siempre. Pero nunca han sido los mismos, En este sentido nada es nuevo, pero todo puede ser distinto,

2, El signo como palabra

Hay cristianos que se turban cuando oyen hablar de los sig­nos de los tiempos como palabras, como palabra de Dios. Tienen razón, aunque estén equivocados. Los signos de los tiempos no son palabra, son clamor. Hay clamores, o signos, que llegan a Dios, y ahí debe escucharlos el cristiano. Clama, por ejemplo, la sangre de Abel (Gén 4,10). Clama el jornal defraudado (Sant 5,4). Claman lós hombres. ¿Se ha acabado ya la sangre que cla­ma? ¿Se han acabado los fraudes? ¿Es que ya no claman los hombres? Son clamores oídos por Dios y vistos por Dios: «he visto la aflicción de mi pueblo ... y he oído los clamores ... , pues conozco sus angustias» (Ex 3,7).

No somos los hombres quienes nos inventamos el clamor de los signos. Es Dios quien 10 dice y los hombres inspirados quienes 10 han percibido y transmitido.

3. El Dios de la oración

Volvemos a algo que ya conocemos: Dios y oraClOn son correlativos 50. ¿Qué oración puede llevar y vivir el orante cuyo

50 Volvemos sobre esta frase de J. SOBRINO, La oración de Jesús y del cristiano, Bo­gotá, Edic. Paulinas, 19812, p. 35, Al aplicar el principio al mismo Jesús, el principio se convierte en una afirmación de suprema importancia.

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Dios no oye los clamores de la historia? Y hay también que repetir que esos clamores no se los saca de la manga la técnica moderna, capaz de rescatar todas las voces del espacio, sino que son unos clamores que, con sus matices propios, han existido siempre. Desde los primeros momentos en que Dios se abrió a los hombres ya les hizo saber que él no es un leño; que oye y ve.

4. Signos y oración

Hay que estar a la escucha. Esto ya lo sabemos, porque esto es oración. Cuando los signos de los tiempos no se oyen en la oración, ¿qué oración puede ser ésa? ¿Es mucho sospechar que en esos casos no estamos atentos a la música de Dios, al eco de Dios? ¿Queremos criterios adecuados para discernir la ver­dadera oración? Pues aquí tenemos uno.

5. Jesús, el signo

Sin comparaciones puede decirse que Jesús es el repetidor. Jesús es la antena. Los clamores, mejor, los signos hechos cla­mor encuentran en Dios la emisión en frecuencia adecuada. Esta frecuencia es Jesús. «Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio» (GS 4), es decir, de Jesús. La Iglesia como co­munidad tiene este deber. El cristiano como particular lo tiene también. Escrutar es penetrar; de cualquier modo que sea (des­pués veremos cómo el orante penetra o medita). Para el cristia­no cualquier penetración, como cualquier clamor, pasa en defi­nitiva por Jesús.