los apuntes de mirella maldiciente
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SÁTIRA DE LA TONTERÍA HUMANA EN SU VERSIÓN PROFESORAL(O LA CRUZ QUE HAN DE LLEVAR LOS PROFESORES AUTÉNTICOS EN UNOS INSTITUTOS DE SECUNDARIA DONDE LA RAZÓN Y LA PROFESIONALIDAD BRILLAN POR SU AUSENCIA)TRANSCRIPT
LOS APUNTES DE MIRELLA MALDICIENTE
Los apuntes de Mirella maldiciente
Ángeles García-Fresneda
Ana Sánchez Martín
AUTORAS
Ángeles García-Fresneda nacida en 1956 en Castril, Granada, es
profesora de Lengua y Literatura y autora de La Fórmula (ed. Miguel Sánchez,
2009) y Acentuación. Dictados (ed. Carena 1998 y 2010)
Ana Sánchez Martín nació en Almuñécar, Granada, en 1984 y es profesora
de Historia.
SINOPSIS
Los apuntes de Mirella maldiciente es una mezcla sarcástica del “libro de
viajes” y de la novela “de aprendizaje”: Ana Mirella —una joven profesora de
Historia destinada al mismo instituto de secundaria donde cursó sus estudios—
emprende unos viajes, con la intención de pensar, relajarse y divertirse, en las
vacaciones estivales tras su primer curso de docencia.
El conflicto entre su entusiasmo por enseñar y el desinterés de sus
compañeros— que es compartido y aprovechado por una equipo directivo de
corte caciquil—; la dependencia emocional de su desequilibrada familia y de las
extemporáneas profesoras del Departamento de Lengua; sus ilusiones con el
Argentino, su follamigo; las marchas con Oé en su absurdo recorrido por el
Norte: su rabiosa desorientación existencial, en definitiva, conforman aquí
una sátira menipea de algunos aspectos de nuestra sociedad actual.
EPÍGRAFE
Et esto fiz segund la manera que fazen los físicos, que quando quieren fazer alguna
melizina que aproveche al fígado, por razón que naturalmente el fígado se paga de las
cosas dulçes, mezclan con aquella melezina que quieren melezinar el fígado açúcar o miel
o alguna cosa dulçe; et por el pagamiento que el fígado a de la cosa dulçe, en tirándola
para sí, lieva con ella la melezina quel’ a de aprovechar
(Don Juan Manuel: Prólogo del Libro del Conde Lucanor et de Patronio)
DEDICATORIA
A los que sufren la tribulación de ser estudiantes en Andalucía.
ADVERTENCIA
Los hechos y personajes de esta novela son producto de la imaginación;
cualquier semejanza con la realidad es fruto de una mera coincidencia.
Índice:
PRÓLOGO
PARTE I
SIMPOSIO EN CUENCA
PARTE II
INTERLUDIO EN MUREX
PARTE III
VIAJANDO SOLA
—TOLEDO
—LA RIOJA Y SANTANDER
PARTE IV
INTERLUDIO EN MUREX
PARTE V
VIAJANDO CON OÉ, MI MEJOR AMIGA
—SALAMANCA
—LEÓN
—GIJÓN
—VITORIA
—SANTURCE
—BURGOS
—ARANDA DE DUERO
PARTE VI
REGRESO LUCTUOSO A ANDALUCÍA
EPÍLOGO
PRÓLOGO
Hace un par de años, cuando preparaba oposiciones, vi, de
madrugada, una película en la televisión, El viaje de Adriana creo que se
titulaba, donde la protagonista —una joven delgada, muy inteligente y
algo desequilibrada— recorría varias ciudades europeas en un coche
rojo. Iba pensando y venga a pensar, escribiendo una especie de dietario
sobre lo que veía entre la bruma y de lo que pensaba para comprenderse
a sí misma y comprender al mundo; en la película pasaban más cosas —
de encuentro amoroso y eso—, pero lo que a mí se me quedó grabado en
la memoria fue la imagen de la joven pensando (yo soy de un pueblo
costero mediterráneo donde, como es sabido, no se tiene mucha
costumbre de pensar), escribiendo y pensando ante las fachadas de los
monumentos góticos, escribiendo y pensando pensamientos hondos en
los puentes sobre ríos caudalosos.
Hundida en la miseria de mi vida, me prometí que iba a luchar por
poder hacer algún día lo mismo que la joven protagonista…
Los apuntes que a continuación voy a elaborar están basados en las
notas que yo misma fui tomando en los primeros viajes de mi vida. Pido
disculpas de antemano por la ordinariez de mi escritura, pues yo es la
primera vez que escribo algo así; y soy una persona que no lee nunca,
que carece de sentimientos y de paladar; además, tengo la fea costumbre
de hablar a gritos (en Primaria siempre ganaba yo los concursos de
chillar del día de Andalucía) y de no concluir las frases sino con
onomatopeyas o con gestos desaforados para acompañar el uso de la
palabra malsonante ocasional, por no hablar del escaso dominio de
vocabulario y la impropiedad en la terminología. Y, la verdad, cuando se
habla así, por mucho que te esmeres (y me voy a esmerar hasta echar los
restos), se tiene que notar también cuando escribes; y quién sabe si
también cuando piensas tus propios pensamientos o los pensamientos
pensados por otros.
PARTE I
SIMPOSIO EN CUENCA
El viernes, uno de julio de 2011, emprendí un viaje por España que
programé para que durara —excepto un par de paradas cortas en mi casa, que
es la de mis padres, en Murex— lo que mis vacaciones de flamante profesora
de instituto: hasta el uno de septiembre. Era la primera vez que tenía
vacaciones propiamente dichas, con dinero para viajar. A mí, viajar es que me
encanta; todo lo contrario que a mis padres, que creen que viajar es una
tontería, una manera de malgastar el dinero y de exponerte a tener un
accidente y volver al pueblo con las pies por delante. Pero yo, como juzgué
que, a partir de ese momento, iba a hacer lo que me diera la gana, pues decidí
que viajaría durante todo el verano, aunque pasé varias noches sin pegar ojo
porque, quieras o no, los padres nos trasmiten sus aprensiones.
Salí quemada del claustro final, donde Anselmo Reinoso de la Cosa se
renombró a sí mismo cargo directivo, esta vez director —como no podía ser de
otra manera, pues desde hace cuarenta años se fatiga, se pulveriza,
destruyendo lo construido en los interregnos entre él y él—, tras presenciar el
politiqueo pelotero de mis antiguos profesores (hoy compañeros. Aquí tuve un
momento muy risa, quiero decir, cuando llegué al instituto en septiembre del
2010 y algunos profesores, que van de dioses o dando coba a la Junta y a los
sindicatos —no en vano están donde están con un coeficiente intelectual de
cero veinticinco, que de bien nacido es ser agradecido—, te miran como
sabiendo que tú sabes lo rematadamente malos que son en sus clases, o que
se duermen mientras tú traduces en la pizarra, o que raramente se les dispara
el mecanismo del pensamiento reflexivo). Tras el éxito del nombramiento
(<<Ja, ja, ya os tengo en el bote otra vez>>), nos fuimos de cervezas
costeadas por no se sabe quién, posiblemente por Abderramán I a través del
gremio de hosteleros murexinos que le deben favores al emir (favores,
favorcitos, qué harta estoy del puñetero favor), nerviosísimo y agradecido todo
el cuerpo docente, a acabar con la poca laringe que nos hubiera quedado tras
nueve meses de forzar la voz en situaciones de ruido extremo.
El claustro fue la gota que colmó el vaso de un curso donde casi todos
mis ideales didácticos habían sido despreciados de la manera más cruel, no
solo por el sistema educativo (es un decir), sino por la falta de ideales
didácticos de mis compañeros, cuya colaboración era imprescindible en mis
ensoñaciones místicas en torno a la instrucción como única fuente de felicidad
para el ser humano y único medio para la regeneración municipal, autonómica
y nacional.
Sobre las tumbas fenicias socavadas por el árbol de los dioses, los gatos
se lavaban el ojete.
De todas formas, como las compañeras del departamento de Lengua y
Literatura no me caen mal (de entre sus filas debieron de salir los tres votos en
blanco y el único no que acompañó al mío en contra de A. Reinoso), me apunté
con ellas a un Simposio sobre la mujer en la literatura española. Mi primer
Simposio. En Cuenca. Y aunque no fuera de mi asignatura, Historia, me
proporcionaría puntos para el trienio y me permitiría perder de vista a mi padre
y no pensar en el Argentino, mi –quiero creer— más que follamigo, que se
había marchado todo el mes a su país. Estas de Lengua viajan siempre en un
Mercedes Clase-A con su exposición Rosas y Cardos. La literatura espejo de la
botánica en la parte de atrás: Manuela Sánchez Rey y Dora están
obsesionadas con la divulgación del sincretismo histórico entre literatura y
pintura cuando tratan el tema de la flora.
Salimos de Murex muy temprano. Yo viajaba en otro coche con Conchi,
Toñi y Carmen, que son unas risas, sobre todo Carmen Prados, que fue
hablando a gritos desde el cruce de Motril hasta las primeras curvas de
Despeñaperros de su tiroides: por lo visto es la responsable de los kilos que le
sobran. El viaje resultó salvaje, sobre todo por la desorientación que tenían
todas, la conductora que se alteraba, la copiloto a cada instante decidía bajarse
del coche y preguntarle al primero que fuera; así, se bajó en Manzanares en
mitad del mercadillo, se bajó en una gasolinera, no se bajó en la siguiente
porque desde el coche llamó a un hombre para preguntarle (el hombre era
ciego, pues olfateaba y miraba para todos lados, excepto para ella). Y tanto
mareo para nada, porque las indicaciones —una vez cotejadas con un taco de
fotocopias de itinerarios de Internet que llevaban— nunca la convencían, o es
que realmente nunca se enteraba de las mismas porque tampoco encontraba
las gafas de cerca; y por no hablar de Conchi Callejas, que estaba
continuamente en contacto con su marido por teléfono y este no paraba de
decirle que fuésemos por Ocaña; pero nada es útil cuando estás decidido a no
hacer caso a las indicaciones de nadie y seguir a tu puto rollo, es entonces
cuando me pregunto para qué perdíamos el tiempo bajándonos del coche y
hablando por teléfono con Diego, el marido de Conchi, cuando lo que
realmente hacíamos era seguir la dirección que se nos ocurría, tío, típico de los
españoles: preguntar por preguntar para acabar haciendo lo que nos sale de
las narices.
No se equivocaron al encontrar un bar donde nutrirse, habíamos
quedado allí con las de la exposición Rosas y Cardos una hora antes. Le
habían dejado una nota y nuestra descripción física al camarero: nos
esperaban a las dos para comer <<cerca de Cuenca>> (Toñi venga a comerse
la cabeza con que si cerca era un adverbio o el nombre de un restaurante), que
con el GPS programado por el hijo de Manuela Sánchez Rey pegado en el
salpicadero no podían usar los móviles, ni improvisar paradas ni nada de nada
(jamás había visto yo cosa igual).Yo sí me pasé medio viaje conectada al móvil,
porque mi tita me dio un susto de muy señor mío al decirme que la asistenta no
localizaba a mi madre y no sabía nada de ella y, como suele pasar en mi vida
familiar, todo era un puto caos: mi padre en el campo de papayas sin cobertura,
mi hermano en paradero desconocido con el camión, mi hermana de viaje en el
extranjero con otro camión, yo por Castilla-La Mancha y nadie cercano con
llave de la casa; en esta situación no tuve más remedio que llamar una y otra
vez a mi papi chulo con el que no me hablaba hacía meses….Alterné cuarenta
llamadas a su móvil y al fijo de casa, sudando un ataque de ansiedad que me
dejó la boca como un zapato y una infección en las encías de cojones, hasta
que por fin oí la voz temblorosa de mi madre: <<Estoy bien pero muy
nerviosa...>>. Esas palabras pusieron fin a media hora de desesperación en la
que no paré de pensar que a mi madre no podía pasarle nada porque, si no,
me iba a arrepentir toda la vida, ya que continuamente está diciéndome <<Me
voy a morir y no me crees>> y temía que pasara lo del cuento del lobo. No
obstante, pienso que este suceso, que precisamente ocurrió el único día en
que no estaba cerca de ella desde que me concibió, es un aviso para que le
preste más atención.
Por fin, a las tres de la tarde, después de unas vueltas por Cuenca (casi
nos despeñamos echando marcha atrás), encontramos un parking cerca de
nuestros apartamentos –contratados por Manuela Sánchez Rey por Internet.
Tenían una ubicación parecida a los refugios de la cabra montés y buitre
leonado— donde dejar los coches y fuimos a almorzar a un bar cercano. Pedí
un vaso grande de agua caliente y desleí un sobre de sopa sabor puerro con
patatas de la dieta proteínica que me había aconsejado el médico de cabecera;
mis compañeras no paraban de hacerme preguntas sobre la dieta, mientras se
relajaban de los avatares del viaje zampándose toda la carta, bendiciendo la
crisis que había despejado tanto las autovías (gracias a eso habíamos hecho
un viaje de manual) y choteándose de Elvira Lindo, la de Manolito Gafotas.
Al terminar de almorzar escalamos hasta los apartamentos, a descansar
mientras esperábamos contactar con el Decano; cuando por fin lo
conseguimos, quedamos en el parking y fue alucinante su aparición por unas
pintas frenéticas que traía el colega que no veas, supusimos que por causa de
todo el estrés acumulado con la organización del Simposio, el fin de curso, los
cambios traumáticos de gobiernos autonómico y municipal y los rumores de
desaparición no ya de su Facultad de Humanidades, sino de la UCLM en
bloque; con su Suzuki Vitara trepamos hasta el Museo de las Ciencias y,
después de unos pocos mareos, consiguió decirnos en qué sala teníamos que
colocar la exposición y prometió mandarnos unos becarios para ayudarnos
(todavía los estamos esperando, a los hijoputas). Estuvimos toda la tarde
colocando la exposición, fijando cinta y golpeando los paneles, como
verdaderas bestias, para que se quedaran bien sujetos a la pared, por el pavor
que teníamos a encontrárnoslos en el suelo al día siguiente, después de la
tarde de trabajo que nos estábamos pegando.
Colocado el último panel, nos llama el Decano para que fuéramos de
cervezas con él. Llegamos a un bar a los pies de la catedral donde estaba el
amigo con los súper guay de la FASPE y algún que otro pelota y, tras una
cerveza rápida, corriendo, apetecen subir a la puerta del Museo de las Ciencias
a escuchar un concierto de violín (una pasada lo bien que me sentía, sentada
en un escalón, la música deliciosa, liberando las mollas que me salen entre el
mini shorts y el top, con toda la luna sobre las fachadas históricas y el hule que
anuncia nuestra exposición Rosas y Cardos. La literatura espejo de la botánica.
Hago un par de fotos); bueno, pues no estuvimos allí ni cinco minutos cuando
ya el grupito de intelectuales se había cansado y querían ir a tomarse otra
cerveza, por no decir de mis compañeras, a las que ya les picaba el hambre;
mientras, el Decano, enganchado al móvil, no paraba de hablar con unos y con
otros, mientras nos conminaba, desde lo más alto de un precipicio, a gozar la
belleza nocturna de Cuenca. Yo apretaba los ojos para no ver, pues me
deprimen lo más grande las panorámicas.
A las ocho de la mañana ya estábamos levantadas, yo fui la primera en
ducharme, me tragué el contenido de un tetrabrik y ocho pastillas de vitaminas
de la dieta metiendo prisa, porque no me gusta llegar tarde, y menos a mi
primer simposio (quién me iba a decir a mí el año pasado, cuando daba el
último repaso a los temas de oposiciones, que iba a estar en mi primer
simposio). Toñi y Carmen se adelantaron a un bar de la plaza de la Catedral,
para ir pidiendo, y las otras dos —alojadas en el apartamento de la planta
superior, adonde se trepaba por una escalera de madera del siglo X—
desayunaron allí, en plan sano, puesto que Manuela Sánchez Rey se trajo de
su casa la leche de soja y los cereales, todo biológico. Pues bien, a pesar de
llegar a la cafetería unos veinte minutos después que nuestras compañeras
(Dora se demoró leyendo un rato a Javier Marías. Menudo ladrillo. La colega se
troncha con la obsesión del escritor por el profesor Francisco Rico y por el
editor Herralde. Se troncha y se reconcilia con la existencia, dice), todavía no
las habían atendido, así que estaban que echaban leche; pero lo mejor fue
cuando pidieron la cuenta y por poco entra Carmen Prados en parada
cardiorrespiratoria al ver el precio, joder, yo pensé que le iba a dar un chungo,
vaya manera de empezar el día.
(De verdad que no es normal: venga a dar la vara con los tres euros con
ochenta de la tostada, una tía que tiene modelazos a docenas y más de
sesenta pares de zapatos carísimos que, cuando me daba clase, estábamos
todos los alumnos pendientes de sus zapatos mientras ella echaba el resto en
la pizarra con el antecedente del relativo (esto del relativo es la hostia porque,
si lo entiendes el primer día, luego te esperan cuatro años —que ya se dice
pronto— soportándolo a diario, para nada, porque el alumno español medio
jamás lo va a entender; aunque se tirara diez años, qué digo, aunque se tirara
cuarenta años con el relativo y su antecedente de los cojones, lo iba a
entender). Las puretas de Lengua siempre van monísimas vestidas, la verdad;
y es chocante porque el profesorado de este país es el peor vestido, y el que
se ducha menos veces por semana, y el que tiene los dientes más inmundos:
todo es síntoma de lo poco que gozan enseñando, que entran a los institutos
como si entraran a un horno crematorio).
Tras la subida de cuestas, llegamos a la sede del Simposio antes que
nadie, y las de Lengua aprovecharon para cambiar impresiones, mezclándolo
todo: el paisaje y la arquitectura conquense, el complemento de régimen
verbal, la pintura de William Turner, la mierda de sistema educativo que
tenemos y la tostá de Carmen; mientras, yo me puse la primera de la cola para
hacer acopio del material con que Anaya nos obsequiaba para hacerse
publicidad.
Se procedió a la apertura del Simposio, pero no por el nuevo alcalde del
PSOE, al que suponíamos demasiado liado con el cambio de gobierno –estaría
contando los millones de deuda que la alcaldía del PP le dejaba, en justa
correspondencia a la que PSOE dejaba a PP en la Junta de Comunidades (a
ver si nos intervienen desde la UE de una puñetera vez)— como para asistir a
un simposio un sábado por la mañana, más aun con la temible organización del
Decano; así que fue la concejala de Educación y Universidades la que dio
comienzo al Simposio con unas acertadísimas palabras de Bertolt Brecht, cuyo
nombre me trae al recuerdo los textos que leíamos de él con el profesor Barrios
en Historia Moderna Universal. Los tengo en casa, los repasaré para ver si
encuentro una explicación a las caras de complacencia con que toda la sala de
puretas recibió la cita.
Yo me entretuve haciendo un barrido rápido de la fila de becarios pelotas
que ocupaban la primera fila, por si me gustaba alguno para desfogar, aunque
yo en verano –en esto como en otras cosas voy al revés de todo el mundo— no
tengo ganas de machaque, estoy como aplatanada después del invierno y la
primavera, que son estaciones que me dejan exhausta (en pleno ataque de fin
de curso, Conchi me invitó al SPA –mi primer SPA, que me encantó–y en la
sauna me entretuve contando con cuántos me he acostado a lo largo de mi
triste existencia. El número dejó deslumbrada a Conchi); por lo demás, los
becarios eran feos pa lobo, y demasiado jóvenes: yo los prefiero casi puretas,
de treinta y dos años o así están bien; de hecho, el Argentino tiene más, treinta
y siete, creo.
La primera conferencia fue de la profesora Doña Carmen Iglesias, que
hizo una síntesis de la mujer en la sociedad del S.XVIII muy clara y ordenada,
me gustó tanto que hasta me he comprado un libro de ella, mi primer libro de
ensayo (unos días después, cuando volví a Murex, se lo enseñé a Oconcello,
mi jefa de departamento, y me comentó que esta señora no es muy buena, que
es trepa, que ella misma, Oconcello, había estado a punto de ser solicitada en
Zarzuela para tutelar al príncipe Felipe. Lo flipo, esto hubiera hecho las delicias
de los republicanos). La verdad es que hubo conferenciantes muy buenos,
unos profesores de Universidad con un coco a la hora de estructurar sus
parlamentos y analizar la realidad histórica y artística de las mujeres hasta
nuestros días, unos cocos, tío, que yo hubiera estado de acuerdo con todos, si
no hubiera sido por los comentarios (metalectura) que Dora iba haciendo junto
a mi oreja y las pegas que les encontraba a la mitad, porque ella despedaza
cualquier razonamiento con presupuestos del materialismo histórico y el
anarquismo utópico (o algo así, la colega tiene tela); cuando los
conferenciantes eran regulares, malos o rematadamente malos, cuando
usaban su tiempo para publicitar su libro o para cargarse el mito de Isabel
Freyre y buscarle una amante nueva a Garcilaso por las Islas Azores, no decía
nada, apenas un farfulleo interjectivo de vez en cuando, y miraba a las demás
amigas del departamento de Lengua, que ponían caras imperturbables y que
rezaban para que, en el turno de preguntas, se las tragara la tierra.
Una tal Pilar Santamaría disertó sobre las nuevas tecnologías,
comunicación muy interesante aunque me dejó de piedra, porque según su
estudio, ya mismo serán los agentes de software los que nos entreguen la
información, de acuerdo con nuestro perfil y preferencias. Es fantástico. Me
encanta. Supondrá un gran ahorro de tiempo, digan lo que digan las
compañeras de Lengua, que se pusieron como fieras, venga a comerse la
cabeza con no sé qué de la manipulación ideológica, de los mercados y demás,
qué harta me tienen. Y por no hablar de la manía que le tienen al uso del
ordenador y pizarra electrónica en el aula. Ellas están siempre –hasta los
puentes y fines de semana— corrigiendo minuciosamente los ejercicios y
exámenes, a mano con rotulador rojo punta fina, que es una risa porque los
alumnos no les hacen puto caso, ni en la ortografía ni en nada, y ellas —como
son las más puretas del instituto— dicen que también es por culpa de los otros
profesores, que no colaboramos bajando la nota por ortografía (íbamos a
aprobar a muchos, no te jode), y yo me troncho porque no se han dado cuenta
de que si no corregimos las tildes es porque nosotros tampoco sabemos
emplearlas, que están en extinción como el lince ibérico, porque yo saqué el
número uno en las oposiciones y paso de tildes. El tribunal de mis oposiciones
en bloque tenía cara de no haber puesto bien una tilde en su vida y,
posiblemente, de haber hecho mayores barbaridades en su vida académica
(eran todos sevillanos y cordobeses).
Se aceleraba el ritmo. Todos los días, a las tres menos diez, se iniciaba
el descanso y nos aconsejaban que comiéramos y a las cuatro visitáramos el
Museo de Arte Abstracto o al Arqueológico y me preguntaba yo que cuándo
descansaríamos, sin que mis compañeras se percatasen de lo apretado del
horario. Salían corriendo hacia las Tinajas a comer, con una loca precipitación
de cambio de gafas y papeles tirados por el suelo, cada una con su ejemplar de
El País (que estas sin comprar cada día su propio periódico El País —para leer
los aborrecibles artículos de opinión— no pueden pasar), discutiendo sobre
Doña Sancha de León o sobre el desacierto de la RAE al hurtarles el acento
diacrítico de los pronombres demostrativos a los profesores de Secundaria
(qué obsesas, la falta que hará la puta tilde, observo para mí, mientras me
apresuro dando trompicones cuesta abajo, encima de mis tacones con
plataforma, la falda por encima de las ingles) y aunque se pidieran espaguetis,
ensaladas, estofados, jamón, cecinas de caza, piernas de cordero al horno,
vinos de los mejores o pedazos de tarta, nunca caí en la tentación; es más, no
estaba pasando hambre y allí estaba, tranquilamente, bebiéndome mi botella
de agua para llegar al apartamento rocoso y prepararme uno de esos sobres
de la dieta proteínica que tanto recelo les despierta (no saben que yo he
sopesado todas las posibilidades y tengo claro lo que hago, más de lo que
nadie se pueda imaginar. Y Conchi Callejas está completamente equivocada
cuando dice que lo hago para el Argentino, ¡y una leche!, lo primero es mi salud
y si después de los dieciséis kilos que perdí en Chichas House ya no perdía ni
un gramo en seis meses, caminando catorce kilómetros al día y con el régimen,
pues tengo que hacer lo que me diga el médico de cabecera, aunque no sea
santo de la devoción de Manuela Sánchez Rey porque no le acertó con su
afonía, que confundió con chifladura y pólipo nasal. Y al Argen le dije, cuando
estábamos de machaque la noche de la despedida, que <<en cuanto llegue a
mi peso ideal, que son cincuenta y siete kilos, nos vamos a dar una cena
nosotros dos en el mejor restaurante de Murex, pago yo>> y él aceptó, aunque
supongo que no se cree que lo vaya a lograr).
Tras un panel de expertos sobre mujer y literatura de la Edad Media al
Barroco, que excitó la locuacidad erudita de Carmen y a las demás nos secó
los sesos, nos fuimos corriendo a la posada de San José a tomarnos algo,
aunque con el infortunio de Toñi de engancharse el dedo meñique de un pie en
la pata de un arcón medieval y caer de culo sobre el jarrón, menos mal que no
se rompió porque, si no, yo ya me hubiera tronchado de la risa. Pero lo peor del
día fue la actividad complementaria: después de hablar con el Decano por
teléfono y prometernos que era una excursión por llano, nos decidimos a ir y
para qué contar, todo desniveles y precipicios, parecido a lo de la noche
anterior buscando el bar donde cenar pero en plan intensivo: nos suben a uno
de los puntos más altos de la ciudad y allí la coordinadora de la actividad (que
venía de su casa, con la lengua fresca) empieza a hablar largo y tendido sobre
la orografía del lugar, rapidísimo pero en un tono muy bajo (una mezcla
extraña, desquiciante, para el oído andaluz oriental); en aquellos momentos me
acordaba de mi jefa de departamento, Oconcello, y sus parlamentos, que son
monosílabos comparado con la profesora coordinadora, que no paraba de
andar, explicar y, de vez en cuando, recitar a Eliseo Feijoo; y la colega que no
esperaba a nadie, ella a su puñetera bola, qué bestia, solo era digna de
seguirla otra acróbata como ella, Manuela Sánchez Rey, a la que todo le
parece poco, con sus chirucas calzadas desde el amanecer, que se fue sola a
incursionar por la ribera del Huécar; pero Carmen Prados y yo estábamos
hasta las narices, después de dos horas caminando sin parar y con la cabeza a
punto de explotar, así que nos quedamos en un bar en las cercanías de la
Catedral y llamamos a Dedo Chungo, que estaba en el apartamento
convaleciendo, porque no podíamos dejarla sin cenar: eso ya hubiera sido la
hecatombe.
Cómo llegó a ser el día de intenso, tío, que después de tomarse unas
cervezas con una ración de queso, y agua en mi caso por mi rigurosa dieta,
nos fuimos al apartamento y en media hora ya estábamos dormidas como
ángeles.
El domingo, tres de julio, empezó un nuevo día en el que Dora y yo
fuimos a desayunar a la plaza de la Catedral, con el acierto de elegir la misma
cafetería del día anterior (a mí me daba igual, porque para un botellín de agua
que me iba a tomar…y Dora ni se acordaba; subía pendiente arriba pisando
huevos, venga a darme la vara con que ya hasta Javier Marías presenta
síntomas de empezar a ser prostituido por la editorial Alfaguara —como el
hermano de Holden Caulfiel por Hollywood—: que qué cacho letra, que qué
sintaxis más simple con abandono de paréntesis digresivo, que qué escenitas
pornográficas en la última novela; en fin, que qué empacho de coyundas
explícitas –obligado el autor por el editor marrano y avariento que está dando
sus últimos estertores— en la contemporánea literatura hispánica, <<yo pago
veinte euros para que me hagan reconsiderar mis certidumbres>>, me confesó,
como si yo le hubiera preguntado algo).
Carmen Prados llegó con Toñi, lo primero que nos dijo fue que si no
había otra cafetería donde desayunar y empieza otra vez con lo de los precios,
hasta tal punto que decidió no desayunar. Improvisamos Dora y yo tomarnos la
mañana libre y nos fuimos al Museo de las Ciencias, donde comprobamos que
el sincretismo histórico de la botánica con la literatura y el arte (o como sea) les
importa un pijo a la gente (Dora me da una explicación convincente: la bajada
de niveles en la Secundaria ha producido una masa de españoles analfabetos
funcionales y una desaparición de las denostadas élites —<<las élites son las
únicas que deberían salir en la televisión, para que sirvan de modelo a las
masas necias>>— así que no queda público para los museos, ni lectores para
Proust ni para Góngora o Quevedo, no quedan tres que distingan mozárabe de
morisco o de mudéjar, ni el Neoclasicismo del Rococó. España es un erial de
jóvenes chispados como conejas con padres enganchados a Telecinco y a
Dale al Play. Menudo desatino la sustitución de cultura por subcultura, de
literatura por literatura de masas. <<A mí la Junta de Andalucía debería
rematarme, o rematarlos a ellos, por incompatibilidad de caracteres>>).
Yo siempre escucho a Dora y a las demás de Lengua porque creo que
me pueden enseñar, pero no dejo de pensar también que son unas risas.
En el museo nos estuvimos divirtiendo con la diferencia de pesos entre
los planetas, la destrucción de la naturaleza castellano-manchega en diferentes
imágenes y la fauna y vegetación típicas de la zona, destacando los fresnos,
el azor y todos aquellos animales que imaginamos que a nuestro amiguito el
profesor de ciclos Roque Jaleas le gustaría cazar para comérselos al ajillo;
además nos montamos en máquinas para generar energía limpia —aquí quedé
trabada con la minifalda y el tanga en un hierro y unos conserjes viejunos me
desengancharon (los había a docenas, a cientos los había, conserjes
uniformados allí de pie, aburridos esperando que alguien se enganchara en las
máquinas)— y vimos las naves espaciales; en definitiva, experimentamos por
todo el museo, e hicimos unas fotos artísticas para que rabie el catedrático de
Artes Aprovechadas –que es un fotógrafo muy, muy malo—, uno de los
mayores favoritos del absolutista A. Reinoso, por el que comete favoritismos
del tipo <<Satisfago tu desiderata: hágase que este año seas tú profesor de
cuarto B, para que puedas favorecer a mi sobrino, Manolín, y a Flojo Elborde
hijo de un papá atento, laborioso, muy influyente en el mundo gastronómico>>,
<<Je ne peux pas manger d´oeuf>> responde este herético stanislawski que lo
acompaña cada día en sus orgías fumatorias en su despacho, subidos en lo
alto de un mueble y con las muelas postizas enganchados en la claraboya.
Dicen las malas lenguas de APIA que, a veces, se les une también el inspector
de zona.
Después del Museo de las Ciencias visitamos, para que el profesor
Bueno no nos matara, el desierto Museo de Arte Abstracto que se encuentra en
una de las increíbles casas colgadas, no podré olvidar las obras dedicadas a
Unamuno, porque son de lo más sugerente, ni las indescriptibles obras del
horroroso Tàpies que detesto, y más incluso después de la arenga con que me
obsequió Dora: la colega dale que te pego con la ideología dominante y su
producto histórico subliminal llamado arte (<<Toda la violencia, la tristeza de la
España de mi adolescencia marrón oscuro están en este cuadro>>no paraba
de decir), ¡joder!, que sí, que lo entiendo, que estos artistas tuvieron su razón
de ser, pero no me extraña que, viendo ciertas obras, muchos piensen que un
pedo enlatado es arte porque desde luego que tienen un trago; este museo
tiene su sucesión cronológica en el Museo de Arte Contemporáneo, que se
encuentra en la fundación Antonio Pérez, donde hay todo de tonterías
(<<magnífica crítica simbólica de la puerilidad de nuestro tiempo>> según Dora
que hacía fotos sin parar), pero ninguna tan graciosa como la del perro en la
jaula de conejos que le enviamos por sms al profesor de ciclos Roque Jaleas
que, como es un elemental, no entendió nada. Y es que los profesores de
ciclos están más cerca del pueblo ignorante que de nosotros, los intelectuales.
Pero lo mejor de la mañana fue la conferencia de un hombre que me
enamoró (ningún hombre me había enamorado tanto desde los tiempos del
profesor de Griego, hoy compañero Quirón de Griego del instituto), el excelente
profesor Don Jaime Olmedo, director del Diccionario Biográfico Español, sobre
la mujer en la historia de España; me enamoró por el contorno de sus manos,
por su mirada, por todo lo que sabe y cómo lo explica y sobre todo por el
comedimiento de sus respuestas ante cualquier duda respecto al diccionario,
más aún con la polémica que gira en torno al mismo; no había visto yo mejor
hombre que este, es un verdadero cerebro pensante, que además de dar una
conferencia magnífica, creo que se marchó contento de ver el apoyo que la
mayoría de la sala le dio. Toñi estuvo en éxtasis, venga a susurrar que <<Este
hombre tiene un punto, me gustaría consolarlo en privado de la depresión que
tiene por los ataques al Diccionario>> y Dora –a la que le traía sin cuidado la
conferencia, porque detesta el género biográfico— se pasó todo el rato
diciéndome que mirara a la zona de las feministas del PSOE: estaban
furibundas, sobre todo dos ponentes pelotas (sevillanas o cordobesas, no
recuerdo) que nos habían estado atormentando durante hora y media con la
enumeración de todas las referencias femeninas que hay en la prensa
andaluza del siglo XX, qué cosa, soltaban las listas de miles de tías y ya está,
sin exponer ninguna tesis ni nada. Era para reventar.
Como Lina, la hermana de un amigo de Dora, estaba por allí y además
es amiga de Conchi y también miembra del PSOE, no sé cómo, acabaron
todas juntas bebiendo tintos de verano y comiendo queso: mis compañeras de
Lengua, las sociatas y una pareja católica practicante de Izquierda Unida que
no habían asistido a esta conferencia tan maravillosa por coherencia. No había
visto yo una cosa igual: no sé cómo se puede valorar la biografía de nadie en el
Diccionario ni en ninguna otra parte sin leerla. Me quedo con la opinión de mi
amado profesor Olmedo: que debemos dejar hacer a los especialistas sus
biografías en base a sus investigaciones. Después echamos un rato de siesta,
aunque yo realmente dediqué ese breve tiempo a almorzar uno de mis sobres,
pues ya evitaba hacerlo delante de mis compañeras, porque cuando uno está a
dieta y pone todo su empeño, lo que menos soporta es que le den la vara
continuamente sobre si esa dieta es o no de fiar.
A las cinco asistimos a un segundo panel de expertos sobre la mujer y la
literatura del Romanticismo al siglo XXI pero, al igual que el Decano, llegamos
tarde, aunque él no carecía de motivos porque tenía que organizarlo todo, dijo
que la exposición se quedaría en Cuenca hasta mediados de julio (chachi, así
vuelvo yo en el sitio de la exposición, en la parte de atrás del Mercedes Clase-
A, con el GPS). Nuestro retraso se debió a que nos habíamos permitido el lujo
de visitar la maravillosa catedral gótica de Cuenca, aunque muchas de sus
vidrieras sean nuevas. Toñi nos ilustró con una lección de arquitectura
fantástica porque, aunque sea de Lengua, sabe un huevo de arquitectura; pero
Conchi y Manuela Sánchez Rey venga a hablar de los remordimientos que
tienen por no haber traído a esta catedral a sus hijos de pequeños
(concretamente a sus segundones, a los que creen no haber hecho tanto caso
como a los primogénitos), que parece mentira haberlos paseado por la muralla
china, por todas las catedrales europeas —y la de León y Burgos—, y no por
ésta tan hermosa, que ahora con más de veinte años no hay quien los meta en
una catedral (ja, ja, menuda risa, sabe Dios dónde se meten). Yo les tuve que
comentar —para que dejaran de flagelarse— que mis padres jamás me habían
llevado a ningún sitio (esos sí que han hecho fechorías, venga a hacerme
limpiar la cocina y trabajar en el chirimoyo y venga a decirme que <<ver una
catedral gótica es una de las mayores tonterías que existen>>…), que era la
primera catedral gótica que veía, con veintiséis años que tengo ya. La vida es
horrorosamente injusta, una mierda es lo que es la puñetera vida cuando oyes
estas cosas de los retoños mimados por sus papis chulos.
Ellas se reían y se compraban unos helados gran tamaño para
comérselos cuesta arriba; no obstante, llegamos en el momento preciso para
escuchar a la magnífica Pilar Alsina hablar sobre Emilia Pardo Bazán de un
modo tan claro que despertó en mí todo el interés hacia esta autora, que
apenas me suena de nada, y que sin duda empezaré a leer en breve; Conchi
Callejas –haciéndose cruces del producto de la LOGSE que soy— me ofreció
sus obras completas, subrayadas y anotadas por ella misma, y las otras de
Lengua igual. Alsina estuvo sin duda a la altura del maravilloso Olmedo. El
contraste con las dos conferencias siguientes fue dramático: una joven de
cuarenta años, en edad de trepar en la Universidad de Murcia (me recuerda a
Gran Jefa de Estudios Adjunta de mi instituto por su radiante optimismo, será
que no tienen ojos en la cara o que pertenecen a alguna secta), que reverencia
a la académica Ana María Matute, después de leernos cuentos lacrimógenos
de la misma y aconsejarnos cuáles de ellos leer en clase como si fuéramos
gilipollas que no supiéramos qué recomendar, terminó proponiéndonos que
debatiéramos sobre la visión que se tiene de Ana María Matute (me ha
recordado a la profesora monolingüe L. Argenta que nos obligaba a realizar
traducciones para ella hacer acopio de información para sus propias obras,
tremendas caras duras, siempre buscando quien les haga su trabajo; pues que
se jodan, que las únicas preguntas interesantes, como no podía ser de otra
manera, fueron destinadas a la experta del panel, la profesora Alsina). La
sangre corrió cuando Carmen Prados, aconsejada por Dora con las peores
intenciones, le preguntó a Alsina si ella creía que después de Pardo Bazán
había producido España <<alguna otra escritora>>.
A las furibundas y furibundos los ojos se les salían de las órbitas (¿y
Almudena Grandes?, ¿y Maruja Torres?, ¿y Sentimientos García, premio
Elementos con Mis tres chichis embetunados?). Pilar empezó venga a divagar
con su verbo educado, venga a hacerse la tonta…hasta que entró Toñi en
escena, centrando el tema: <<Desde mi insumiso punto de vista>> —dijo
relamiéndose de gusto— <<no tenemos otra escritora que se pueda comparar
con Doña Emilia; es más, si exceptuamos alguna novela suelta de Carmen
Martín Gaite y Nada de Laforet no hay – infaustamente— ninguna mujer por
cuya obra global o suelta se la pueda llamar escritora en el sentido exacto de la
palabra, como ser humano que tiene un mundo propio, una visión certera sobre
el tiempo que le ha tocado vivir y una posición original ante los problemas
nacionales, junto con una profunda formación intelectual>>. Aquí se armó la de
Dios, y eso que la mayoría del profesorado estaba de acuerdo al cien por cien
con Toñi, ¡madre mía, cómo son esta gente de Lengua y Literatura! Los
colegas lo viven. La verdad es que estaba aprendiendo un montón de ellos,
como aquello del <<desierto literario>> que es España, donde también los
actuales escritores varones son, salvo tres excepciones, una calamidad y unos
pedorros (en mi vocabulario; ellos decían <<fútiles>>, <<onanistas>>,
<<acomodaticios>> y palabras así por el estilo).
Después del largo día de conferencias, fuimos a la Posada de San José,
donde se empaparon bien de gin tonics y se atiborraron con kilos de
cacahuetes y gominolas. Allí estuvimos hasta tarde, hablando de lo hijoputas
que son los políticos y ellas choteándose de Elvira Lindo, que bien sabía
debajo de qué cuadro se ponía, que si se le cayó el cuadro en la cabeza y se
quedó así o asado, que si el encabalgamiento suave, que si el
encabalgamiento abrupto o algo por el estilo (me tenían hasta las narices, que
qué me importa a mí esta tía que ni sé apenas quién es, todo porque este año
ha caído un artículo chorras de ella en la Selectividad de Andalucía: <<Para
esto nos matamos dando la literatura del siglo XX, perverso grupo Prisa>>,
repitieron unas cincuenta veces, qué cosa más cansina). Yo creí que les iba a
dar un chungo de tanto despotricar y reír, y a mí de oírlas y de beber agua.
Estaba para detonar, así que fui al servicio y me tiré al camarero. Y como
cuando volví seguían con lo mismo, volví al servicio y me tiré al camarero otra
vez.
De camino a los apartamentos, Conchi y Carmen improvisaron ante una
fachada medieval una recitación —haciendo momios con las bocas y caras—
del Arcipreste de Hita en castellano medieval, de la monja Doña Garoza, que
me dejó de piedra, y se compraron algo para cenar en una tienda para guiris:
tres barras de pan, unas latas de pimientos rojos y de atún, queso, salchichón y
chorizo, kilos de fruta y unas botellas de vino; como se me escapó un <<Joder
con la perimenopausia, espero que no me dé a mí por comer y se vayan los
resultados de la dieta a tomar por culo>>, se pusieron profes agresivas, en plan
orientadora <<hay-que-educar-a–la-niña-en-valores>>: que ese era un
comentario machista, que parecía mentira con lo que ellas habían luchado en
la Transición para que nosotras seamos libres y mira cómo se lo agradecemos:
todo el día chispadas como conejas follando en los botellones, sin conciencia
social ni nada; una generación de pavas que encima <<os casáis por la Iglesia
con cualquier tonto y os reproducís y os esclavizáis de la mierda de rollo
consumista de sociedad capitalista sin salida>>. Me comí un sobre de pastel de
chocolate que estaba delicioso y que me permitía seguir con mi dieta en toda
regla, sin el menor esfuerzo, y más con el convencimiento de que es algo
necesario para mi salud. Tras la cena, nos fuimos pronto a la cama, aunque en
mi caso es un decir porque, desde que mi madre se cae de la cama, estoy
acostumbrada a dormir en el sofá del salón con la tele puesta, enfrente de la
puerta de su dormitorio, y ya no puedo evitarlo, aunque tendré que acabar con
este hábito tarde o temprano.
La clausura del Simposio fue chulísima: un montón de personas
extraordinarias como Magdalena Velasco y Carmen Vilar, que montaban toda
la movida generosamente, sin cobrar ni nada; hasta el Decano estuvo muy
bien, aunque iba vestido con la camisa por fuera, llegó tarde y le sonó el móvil
en la mesa presidencial (es un risón). El mejor de todos: José Manuel Blecua,
el director de la RAE, que nos contó de cuando él fue profe de instituto – a él y
al increíble erudito José Antonio Pascual se los notaba orgullosos de haber
ganado las difíciles oposiciones que había antiguamente a catedrático de
instituto— y de los proyectos de la Institución. Yo (que vivo entre gente sin
cerebro ninguno) estaba pasándolo genial: qué hombres más sabios y más
encantadores; la verdad es que si Blecua y Pascual salieran más por la tele, el
país no estaría como está, en esto le doy la razón a Dora.
Inmediatamente, siguiéndoles los pasos a Manuela Sánchez Rey y a la
coordinadora de la excursión, agarrándonos a los matojos, fuimos bajando a la
velocidad de la luz hacia el Júcar, mientras escuchábamos al profesor Troscas
de la UCLM desahogándose sobre la desorganización que había en las
instituciones desde el cambio de partidos en los gobiernos autonómico y
municipal (a ver si nos intervienen, hostias).
La comida fue deliciosa, evidentemente me refiero al lugar, a las
personas que estábamos allí, porque yo de comer nada: una barrita de
alcachofa y dos aguas, aunque he de reconocer que había platos que tenían un
aspecto apetitoso –que se lo digan a mis compañeras que no se privaron de
nada—, el Decano (incondicional de la gracia andaluza) nos pidió que nos
sentáramos a su lado, y así lo hicimos para conversar con él, con las súper
guay de la FASPE y sobre todo con Blecua, a ver si con las alegrías del vino y
el encanto que nos caracteriza nos contaba intimidades de la RAE, como si
piensan restituir las tildes en los pronombres demostrativos, si están quemados
con el abandono del análisis sintáctico en la Secundaria (considerado elitista
junto a las lenguas clásicas y las matemáticas por las autoridades destructivas)
o si Muñoz Molina y Javier Marías están a matar porque este último le envidia
al de Úbeda el matrimonio perfecto con Elvira Lindo (lo que les importará a
ellas, como saquen el tema me tiro al río); aunque como la coordinadora de
excursiones se empeñó en que le hiciéramos un sitio, pues no pudimos decir ni
pío, venga a dar la vara con la orografía de Cuenca, dos horas con la orografía,
Carmen Prados estaba para darle algo y Toñi le susurraba <<Déjala, es que la
gente está muy sola>>. Un momento muy risa fue cuando con toda nuestra
cara le dijimos a Blecua que queríamos hacernos una foto con él, que era la
servidumbre de la fama, y aceptó placenteramente, qué encanto de hombre,
qué gracioso cuando dijo <<Sois de Graná>>.
Pues después de este agradable almuerzo, y con la cámara con la foto con
Blecua bien guardada en una mochila, gateamos las cuestas que desde las
orillas del Júcar nos llevaban al apartamento, donde se me ocurrió la idea de
escribir un artículo para los periódicos de Murex, con la foto con Blecua en
grande, para fastidiar a los del instituto de al lado, el IES Cuatro Puertas,
especialmente a Vetiver Centellas, su director, que es un risón y un entusiasta
del Cuatro Puertas (ya podía aprender Anselmo y entusiasmarse por algo que
no sea su propio espectro).
A última hora de la tarde salimos a comprar algunos recuerdos –de
comer— y no se me va a ir de la memoria la tiendecita dichosa donde entramos
porque jamás he visto a alguien más plasta, más pesada, más coñazo que la
jodida dependienta, era peor que la máquina de la verdad o el juego de tu vida,
nos hizo todas las preguntas tontas que se puedan imaginar, solo para
vendernos unos puñeteros quesos y un par de botellas de vino (y Toñi venga a
decirme que me callara, que la gente está muy sola), juro que estuve a punto
de mandarla a la mierda y, por si fuera poco, va y nos da una tarjeta para
contactar con ella por Internet, una roña de tarjeta que no sirve ni para
quemarla en la hoguera de San Juan como hacen los alumnos, de Algeciras a
Estambul, con nuestros apuntes; pero no puedo dar más detalles porque
mientras lo recuerdo me crispo de una manera que nadie se puede imaginar; y
Manuela Sánchez Rey allí riéndole las gracias, dándole coba con las añadas, la
uva tempranilla o la cromañón, si las cabrasss de su queso comen hierba sin
pesticidas o comen pollasss con tristófanos, es que hay cosas que no puedo
aguantar, me superan.
Llamamos al Decano para despedirnos de él y, como no podía ser de otro
modo, saltó el buzón de voz diciendo que estaba a punto de reventar de
mensajes. A ver si el nuevo gobierno le pone un becario, madre mía, qué
hombre.
Así, el martes, cinco de julio, a las tres de la tarde, ya estábamos en Murex,
después de un viaje perfecto, con Manuela Sánchez Rey concentrada en el
paisaje (en mi vida había visto yo a nadie tan interesado en el paisaje como
estas de Lengua. Yo es que paso de acuarelas mentales; pero si vas con ellas,
tienes que mirar porque, si no, se cabrean), que le traía a la memoria alguna
cita del Quijote (allí, venga a reír recordando al Caballero que hacía méritos
para que su Dulcinea lo amara con todo el culo al aire, cabeza abajo haciendo
el pino…anda que el Argentino hace eso por mí) y Dora, tranquila, conduciendo
y poniendo música de cuando estuvo enamorada de su exmarido el bienio
1979-1981 del siglo pasado, el Rabo de nube de Silvio Rodríguez, Mikel Laboa
y gente así, que supongo que se habrán muerto ya de viejos. De todas
maneras, me hicieron escuchar una canción de Paco Ibáñez, Palabras para
Julia, que me gustó un montón:
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido…
Me explicaron que era un poema escrito por José Agustín Goytisolo para su
hija, y que a mí ni me sonaba –<<lástima con lo inteligente que eres>>— por
culpa del pésimo sistema educativo, que mezcla a los que quieren estudiar con
los que no quieren –porque odian la letra impresa o porque son ajos porros de
nacimiento (¿tú te crees?, ¿cómo es posible una auténtica coordinación entre
departamentos con gente tan racista?)—, y así, con todos revueltos, ni se
puede dar programa ni nada. El poema me dejó planchada: es lo que hubiera
esperado oír de mi padre el día en que, tirada en el suelo de mi habitación,
llorando, le dije que no podía más, que me quería morir y que me sentía sola y
tenía miedo.
PARTE II
INTERLUDIO EN MUREX
A las tres y diez me volví a encontrar con mi realidad. Se acabó la vida
racional. Fue abrir la puerta y saludar a mi madre, cuando no había pasado un
minuto, y dio comienzo a su tortura particular, y eso que intenté distraerla
enseñándole la noticia sobre el Simposio del Diario de Cuenca, en la que salía
yo en una foto, y dándole los jabones artesanales y la miel que le traía, pero no
hubo modo alguno; primero va y me cuenta cómo mi padre ha decidido repartir
la herencia en cuatro partes, una para cada hijo y otra para quienes la cuiden,
al minuto ya el reparto dice que es una parte para cada hijo y otra para mi tita
<<que lo mismo se entiende con tu padre>>, y después se pasó criticando
media tarde a mi padre porque no la cuida bien. Vamos, que no me dijo nada
que yo desconociera hasta el momento, pero siempre me jode ver cómo mi
madre no asume (¿puede ella asumir, en su estado?) que ha arruinado su vida
porque se casó con alguien que no tiene nada que ver con ella y que sólo es
capaz de vivir para la galería —eso es lo único que le importa al pobre—. Así
que, después de la retahíla de mi madre, decidí que iba a descansar un poco al
terminar de deshacer el equipaje.
(Empiezo a sudar un medio ataque de angustia). Pero a las ocho y media de
la tarde abre la puerta del salón mi madre, llorosa, y me dice que han mandado
en el Centro de Salud a mi padre al hospital de Motril por un dolor que tiene en
el pecho y, lo que son las cosas, me da pena de él, realmente porque sé que
es lo más miedoso que existe, jamás ha ido conmigo al médico —ni siquiera
cuando tuve un intento de suicidio y estuve hospitalizada— y siempre he tenido
yo que acompañarlo y, bueno, decido ir a por mi coche y llevarlo. Yo viajo sola
sin ningún temor con mi coche, pero al conducir al lado de alguien que sé que
critica cómo conduzco me pone tan nerviosa que no puedo ni sacar el coche
del parking (realmente creo que la opinión que tiene mi padre de mí me
bloquea en muchos sentidos, por eso estos meses en los que no nos hemos
hablado me he sentido más libre que nunca, haciendo lo que me ha dado la
gana, aunque no he dejado de sentirme una infeliz, una liberada mega
desgraciada). El trayecto hacia Motril es muy tenso, no podía ser de otra
manera, no me apetece hablar con él, además iba pensando que iría el lila
acojonado, porque siempre me ha censurado la conducción, ya que desde
siempre he odiado conducir —más aún a partir de un accidente que tuve donde
casi pierdo una oreja y un ojo—, y él, como se cree perfecto conduciendo, pues
siempre a darme la vara; no he visto nadie más pesado en este sentido que él.
Al llegar a Motril, enseguida lo atienden para hacerle una serie de pruebas y
la situación es bastante incómoda porque, aunque entro con él en la consulta y
estoy pendiente en todo momento, siento que estoy allí haciendo la labor que
mi madre realizaría si pudiera, pero no lo hago como hija porque no lo quiero
como antes, no tiene nada que ver con el padre que yo de pequeña adoraba, el
que me decía cariñosamente <<mi rubilla>>—, ya no queda nada de aquello,
solo siento cierto aborrecimiento, aunque suene muy fuerte; no puedo olvidar
sus desprecios, el considerar siempre que yo soy inferior a mis hermanos, y
mucho menos puedo perdonarle el que ni siquiera me haya felicitado por las
oposiciones (como si fuera tan fácil sacar un nueve con nueve –con el tema
Metodología y técnicas del trabajo geográfico, siendo yo historiadora— y tener
plaza una vez los hijoputas de los interinos se suman sus puntazos); así que
ante esta situación he aguantado hasta las doce de la noche (echar el sobre de
las once y treinta por la boca de un botellín de Lanjarón ha sido penoso, la
mitad de los polvos proteínicos se han caído al suelo), cuando la doctora ha
diagnosticado, y le ha dicho lo que yo constantemente les repito en casa: que
deben mirarse el colesterol y cuidarse porque tienen edad para ello. Estoy
servida, tengo a mis padres que son como dos niños pequeños, a los que
siempre he tenido y tengo que cuidar y, a veces, esta responsabilidad me
sobrepasa.
Y el regreso a Murex desde el principio ha sido tenso. Después de meterme
él el coche en el parking porque yo me he quedado bloqueada frente a una
farola, hemos estado hablando de su salud y de que debe cuidarse y procurar
no sufrir ansiedad por la enfermedad de mi madre y, al llegar a casa, hemos
continuado con la conversación sobre mi madre y se lo he dejado bien claro:
que no quiero nada de su herencia porque para mí el dinero no es lo más
importante en mi vida, pero también le he dejado claro que estoy del lado de mi
madre y siempre lo voy a estar, con la total convicción de que ella dice
disparates por los problemas cognitivos que le está provocando la enfermedad
y ya somos mayores sus hijos, hermanas y marido para asumir esta realidad y
no tomarnos las cosas que dice en serio, porque no nos cuesta ningún trabajo
decirle a todo que sí, y le he puesto el ejemplo de mí misma: a mí
continuamente me repite, día tras día, que mi padre no me quiere y que hace
todo lo posible por dejarme sin herencia y que él apoya sólo a mis hermanos, y
yo no le hago caso y he seguido viviendo en casa (mi padre me importa un
bledo), entonces es cuando le canto las cuarenta a voces: <<¿Por qué mis
hermanos se ofenden con los disparates de mi madre?, ¿no será una excusa
para no tener que ir en verano a cuidarla, cuando no la ven al año ni tres
días?>>; es que lo de mis hermanos clama al cielo, y lo típico: van un día
veinte minutos, le hacen un poco la pelota a su papi chulo, le sacan el dinero
para la última multa —porque conducen con el culo— y se largan. Y a mi
madre que la cuide Ana Mirella (que para eso está en el mundo), pero qué
conciencia tienen. En fin, todo esto se lo dejo clarísimo a mi padre y, al menos,
tiene la decencia de reconocerme que yo soy la que más miro por mi madre.
Por fin tiene en cuenta algo positivo de mi persona.
La mañana del miércoles la pasé en el instituto con Dora (que se marchaba
al día siguiente, a encerrarse en su cortijo de Castril porque no puede sufrir la
jarana de las masas alienadas de vacaciones en la playa, <<para esto tanta
lucha, tanta sangre derramada por el mundo obrero>>), preparando el artículo
para el Costa Digital de Murex, para darle envidia a Vetiver Centellas del IES
Cuatro Puertas. Un momento risas lo tuvimos cuando fuimos a comprobar que
uno de Matemáticas seguía allí, semienterrado en el humus y follaje bajo un
árbol como Aureliano Buendía, paladeándose a sí mismo desde el día que
salieron los resultados de Selectividad y sus alumnos no bajaron del
sobresaliente, ea: como si no supiéramos que les ponen a todos diez porque se
han quedado sin alumnos y van a tener que cerrar la Facultad, menuda risa de
país; también vislumbramos a A. Reinoso y a su ejemplar secretaria
conspirando contra el sentido común con el inspector de zona en la biblioteca,
y a Gran Jefe de Estudios Nocturno con parte de su personal más
complaciente durmiendo la mona de la semana anterior cuando la cena de la
anterior directora, Ángela Lamata, colgados de las ramas de un eucalipto con
los pies o con la uña del dedo meñique que se la dejan crecer medio metro
(creo que para metérsela en los ojos a los alumnos que osen asistir a clase).
Por su parte, el profesor de Música tocaba Schubert mientras leía a Ildefonso
Falcones. <<Fallarás muchas garças, non fallarás un uevo…>> recitó irritada
Dora y, al pasar con el coche junto a la garita del conserje Miguel, que hablaba
con Paco Mesa, Mingo Revulgo de Francés, la maravillosa Mamen de Ciencias
y la cabeza de Paco de Dibujo, sacó la barra de labios rojo sangre y se retocó
mientras les cantaba y les tiraba besos para despedirse <<Son buenas gentes
que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo
la tierra>>.
Luego fuimos con una alumna de Bachillerato de la Herradura a prepararle
un regalo a Quirón, el profesor de Griego —que ya casi no tiene alumnos de
su materia elitista y da lo que sobra—: una foto de tres alumnos de primero de
ESO que detesta porque lo han traído frito todo el curso (nos cagábamos de la
risa), y una foto de dos alumnas que lo adoran —la de la Herradura y yo
misma—, que siempre lo recordarán con entusiasmo, porque a mí este hombre
me parece un genio políglota, un excelente profesor y un sufrido intelectual (por
eso está relegado a las tareas más inmundas, como sacar los ratones que se
caen en los inodoros para echárselos a los gatos que se lavan sus ojetes sobre
las tumbas fenicias). Por él me alegro de haber vuelto como profesora al
instituto, porque él me ayudó tanto en Bachillerato, fue la persona a la que
soltarle toda la mierda de mi familia y de los profesores que nos torturaban a
los alumnos con su ineptitud y desorganización, y al que contar mis
ansiedades, ocasionadas por Pili, la Orientadora, y el innombrable de
Educación Física –prototipo de simpleza mental extrema y de vulgaridad, con
sus juegos malabares y sus nenas de cuarto de la ESO luciendo el muslamen
en la fiesta de fin de curso ante el deleite de padres/madres, profesores e
inspector de zona (no darles por hacer concursos de cálculo mental, de sintaxis
o algo que no haga que se nos caiga la cara de vergüenza a los pocos
espectadores que aún utilizamos la cabeza para pensar)— al cual fustigo casi
tanto como a Zambudio y Román y, encima, va y me toca —cuando regreso
como profe— hacer la guardia con ellos, es que es cierto eso de que Dios
castiga y no a palos. La cara de Quirón cuando vea el regalito…, pensará que
es la cara y la cruz de la enseñanza y dirá su famosa coletilla << ¡Oh, Dios
mío!!!>>.
Nos tomamos un agua con el ardiente matrimonio de APIA y les contamos
que el de Música leía a Ildefonso Falcones, y va Rodrigo de Francés y monta
en cólera y empieza a echar espumarajos y a aullar que claro, que ya hasta
Teté de Filosofía lee asquerosidades, libruchos que están bien para los
profesores de ciclos y de gimnasia, pero que nosotros, joder, <<nosotros
deberíamos leer sólo a Joyce y a Kierkegaard>>. Yo me trochaba de ver a
Rodrigo de estas maneras, echando leche, y de oír cómo decía
kiegkegoooggg, kiegkegoooggg que era una risa.
(Empiezo a sudar un amago de ataque de angustia). Voy por la tarde con mi
tía y mis primas pequeñas a Berja, a ver a la mayor que vive allí hace cuatro
años, desde que se casó. Yo todavía no había ido porque la verdad es que,
aunque nos llevamos solo quince meses, nunca me ha caído muy bien porque
es una persona presumida, despilfarradora y pesetera a un tiempo: se casó con
su marido porque tenía invernaderos y se creía que estaba forrado y no veas la
sorpresita, así que ni fui a su boda, ni al bautizo, vamos que he pasado de ella
siempre. Ella tiene veintisiete años, tiene una niña de dos que más mala no
puede ser: aprovecha cualquier momento para arañarte la cara (vaya
educación que le están dando, en este país para todo piden estar alfabetizado,
menos para ser político o padre), y resulta que su marido tiene un hijo de ocho
años con otra y, cuando le toca el niño, es mi prima quien lo tiene que cuidar
porque él se va al invernadero a trabajar y pasa del niño; por otro lado, como
tiene que pasarle una manutención y a mi prima le gustan mucho los lujos,
pues se ve la señora trabajando en un invernadero de su cuñado por la
mañana y trabajando en el cine por la noche, además viviendo en una casa
adosada al lado de la autovía, en un pueblo horroroso y dice que me envidia,
que yo no sé la suerte que tengo y, con toda la desfachatez del mundo, le he
dicho que yo tengo lo que me he ganado y ella tiene lo que se ha buscado; yo
alucino con la gente de ahora, es que no tienen en cuenta las marchas que se
han dado mientras yo pasaba las noches y los días estudiando, como si el ser
profesora fuera el resultado de una rifa, es simplemente por lo que yo he
luchado, no te jode.
Mi familia es que tiene un trago, su madre tuvo cáncer de mama hace varios
años y se ha puesto a dieta y ya ha perdido diecinueve kilos, pues yo
animándola y ellas criticando la dieta que estoy haciendo yo y les he dicho
claramente que esa es una inversión que he de valorar solamente yo. Bueno, lo
mejor de todo es el problema que tienen con mi prima menor, la chavalota tiene
catorce años, está en segundo de ESO y le han quedado siete asignaturas y el
año anterior le quedaron cinco —le di clases y consiguió recuperar tres, pero yo
este año me niego a darle clase, ni loca— pero si eso fuera lo único tendría
pase, lo peor es que pesa casi cien kilos, es alucinante cómo está, pero a ella
le importa un rábano y eso que ya ha perdido un riñón por culpa del sobrepeso
que tiene y, por más que le dice el médico, la niña que no hace caso; a esto
hay que añadir lo que todos pensamos: que la niña realmente es adicta a los
videojuegos; vamos, es algo que todos percibimos pero que por ignorancia mi
familia no se atreve a asumir, a ver si esta situación no era para que su madre,
que es viuda de dos maridos, tomara ya medidas, porque aunque no se quiera
asumir la realidad, la castaña la tienes ahí: la niña no habla ni una palabra y
odia a la humanidad en bloque.
Pues a continuación de esta conversación a ochenta decibelios con mi tía,
en el habitáculo automovilístico, más la advertencia que le hice respecto a que
a mi madre hay que hacerle caso hasta cierto punto (nadie sabe lo que me rallo
teniendo que decir, que reconocer también ante mí misma, cuál es el estado de
mi madre) y la conversación con mi prima, que anteriormente he comentado,
por si faltara poco, fui de cervezas —en mi caso de aguas— y, ¡joder!, otra vez
Quisca con su Javi, que le había pillado la clave de la universidad y no había
aprobado de las tres asignaturas que le dijo más que una, si es que la va a
enterrar y se va a derretir el dinero y la empresa de autobuses y las granjas de
avestruz, y todo; así que mejor que empiece ella a gastar y disfrutar haciendo
lo que le venga en gana y punto; la verdad es que –cuando se le nubló la
cabeza con dos o tres claras— me hizo caso y se compró, para disfrutarlas con
el marido, con Samuel Bueno, lo primero que le salió al paso: un juego de
alfombras color berenjena en una tienda carísima de la calle Real, mientras
íbamos al Mercadona a recoger a las de Lengua que estaban comprando para
darse un homenaje en casa de Toñi.
A Quisca tener un hijo que estudia poco –por no decir nada— la humaniza,
la salva de tener que competir con el resto del profesorado y personal no
docente murexino del instituto, que en esta cuestión (y en todas las cuestiones)
son muy aborrecibles: siempre preguntan por los hijos a los demás cuando
saben que les va fatal en los estudios o que están para suicidarse de jodidos, y
lo más risa es que los padres satisfechos –que están hasta las narices de que
nadie pregunte por sus nenes a los que les va de fábula— en cuanto pueden lo
sueltan en la cafetería, para que Penélope (jefa de prensa del director) lo
divulgue: <<¿Qué, nadie me pregunta por mis gemelas? Pues están ganando
tres mil ciento doce euros con sesenta céntimos netos, cada una, al mes; se las
rifan en todos los trabajos buenos>>. Es lo único que les importa: lo que ganan
sus hijos, y al país, a la educación y a la coordinación entre departamentos que
les den por saco. Yo me ligo las trompas.
Lo que sí me sorprendió fue un comentario de Manuela Sánchez Rey,
respecto a un hombre que ha hecho la misma dieta que yo y ha adelgazado en
poco tiempo bastante; fue algo positivo al respecto de una dieta que yo sé que
Manuela Sánchez Rey no ve con buenos ojos, sobre todo por el doctor que me
la controla, que le confundió la afonía con nervios y pólipo nasal. Pero con lo
que me quedo de ese día es con la foto que le regalé a Gabriela, mi profesora
de Historia, de las dos en la cena de jubilación de la anterior directora; ha sido
un pequeño detalle de una discípula a su maestra a la cual adora
profundamente, tanto como a Quirón y más que a Olmedo. Lamentablemente
no hemos coincidido como compañeras; no obstante, la quiero y desearía ser
familia de ella, pues lo mejor que hay en mí se lo debo a ella.
El jueves, siete de julio, fui a ver a mi querido médico de cabecera y –ja,
ja— había perdido tres kilos trescientos gramos en ocho días. Este hombre es
una mega risa, se pasó, se pasó con sus comentarios, le dio por hablar de los
hombres, todo a partir de decirme que mi pareja se iba a poner muy contenta al
ver los resultados de la dieta y yo, con toda mi cara dura, le dije que yo pasaba
de los hombres, que no había en Murex ningún hombre inteligente a mi altura,
es decir, ninguno que a mí me pudiera enseñar algo y me pudiera sorprender
intelectualmente y que para estar con un perdido incapaz de extraer una
deducción de dos premisas, pues estaba con un lokaina inmigrante argentino,
porque a la gente de Murex ya la conocía y eran unos membrillos, unos tontos
del higo que habían estado mil años votando a Benacepas y a A. Reinoso (dos
listos del interior que bajaron al mar a comer cocos y a proyectar); la cara del
doctor era un poema, yo creo que era la primera vez que se quedaba este
hombre sin nada que decir; pero bueno, al minuto reaccionó y tras una serie de
divagaciones sin sentido llegó a la conclusión de que yo tenía razón y que
estaba mejor sola –ja, ja— , habló toda la consulta de hombres y de la dieta,
prácticamente nada. Vaya tío, está más loco que una cabra, si lo hubiera visto
Manuela Sánchez Rey, ja, ja, ja…
Tuve que volver al instituto para fotocopiar los exámenes de un alumno de
segundo de ESO, cuyo padre había puesto una reclamación. El padre venga a
berrear que su hijo tiene TDH y no lo hemos apoyado a lo largo del curso, qué
apoyo quiere que le dé a un alumno que de quince exámenes ha suspendido
todos y tiene de media un uno con dos, es que soy tan, tan, tan mala que lo he
suspendido, vaya desatino de padre, de tal palo tal astilla. Bueno, le di las
fotocopias a mi ídolo A.Reinoso que me echó un par de guiños cuando le conté
a Quisca lo que había adelgazado. Si a este le va la marcha de las enemigas
opositoras. Lo odio. Y eso que cuando yo tenía siete años y mi madre enfermó
(no sé si yo era consciente de la enfermedad, pero lo que sí recuerdo es que
mis padres me echaron de su cama), como éramos vecinos, pues cuando me
veía sola, sentada en la escalera a las cuatro de la tarde, todavía sin comer ni
nada, me decía que entrara a jugar con sus hijos y me hacían un bocadillo. Lo
odio. En estos pensamientos enervantes iba yo por la plaza de la Panocha,
cuando me llama el amigo y me dice que hay que replantearse lo del suspenso
del niño. Ya está con sus tejemanejes. Me va a dar algo, yo fusilaba a medio
mundo.
Les hice una tortilla a mis padres, recogí la cocina y me fui a la playa
nudista, donde empecé a leer el ensayo de mi recién admirada Carmen Iglesias
No siempre lo peor es cierto, concretamente leí el largo prólogo en el que la
autora justifica el tema como un intento de dar una visión más objetiva de la
historia de España, contextualizando nuestros problemas con los
acontecimientos que tenían lugar al mismo tiempo en el resto de Europa
Occidental y, la verdad, que me pareció que el libro iba a estar bien. Decidí
adoptar la misma visión que tiene Carmen Iglesias para explicar a mis alumnos
nuestra historia, eso desde luego que lo pienso hacer. No obstante, estuve
poco tiempo en la playa porque decidí sacar a mi madre de paseo: la llevé al
Centro Comercial de Vélez Málaga y ella encantada, allí estuvimos hasta que
empezó a oscurecer, la llevé a todas las tiendas y todo lo que quiso se lo
compré como regalo de cumpleaños y, aunque hubo un momento en que se
bloqueó y apenas podía andar, resistió cuatro horas paseando por un centro
comercial conmigo, y eso que no está acostumbrada porque apenas anda,
aunque la pobre iba diciendo que le iban a salir agujetas; pero bueno, yo volví
muy satisfecha porque sabía que se lo había pasado muy bien a mi lado.
El día siguiente también se lo dediqué a ella, era su cumpleaños y por la
tarde la llevé a casa de mi madrina, la única persona, según mi madre, que le
hace caso; así que se lo ha pasado de escándalo porque realmente son
grandes amigas y eso que son comadres por casualidad ya que, en un
principio, iba a ser una prima de mi madre con la cual se lleva once meses y se
habían criado juntas; pero, como mi madre se casó embarazada, sus tíos no
quisieron que su hija fuera la madrina de bodas ni la de los niños, entonces mi
madre eligió a los que hoy son mis padrinos, que por aquel entonces eran
vecinos en el campo de mis abuelos maternos; pero la elección fue acertada
porque, aunque mi padrino es un poco raro, mi madrina es una mujer tan fuerte
que sorprende: ha tenido seis hijos, dos de ellos nacieron albinos y al poco
tiempo murieron, quedándose con tres hijas y un hijo. Ella sufrió una
enfermedad desconocida durante más de diez años, por causa de la cual había
días que la tenían atada a una mecedora para que no se hiciera nada malo, se
curó de repente y es algo que ha dejado de pasta de boniato a todos, yo nunca
he escuchado nada semejante. Por si fuera poco, se suicidó su hijo por motivos
matrimoniales, su hija igual, y atropellaron mortalmente a su nieta mayor,
cuando salía de trabajar del Currusco y ella y la madre de la chica la esperaban
en el coche. La vida no la ha tratado bien pero sigue luchando, estoy muy
orgullosa de ella.
El resto de la tarde me entretuve paseando a mi madre, la invité a un
helado y la devolví a casa para ir a hacerme la maldita depilación. En cuanto
acabe la dieta, voy a optar ya por la depilación láser porque estoy cansada de
pelos; los pelos son lo peor después de Reinoso y su protector, el inspector de
zona.
Preparé el equipaje y, sobre todo, el paquetón de sobres para la dieta que
tenía que llevarme para los quince días de vacaciones que iba a pasar. Jo, qué
contenta estaba con mi dieta, notaba cómo iba perdiendo volumen y apenas
me estaba costando esfuerzo; aunque eso me preocupaba, porque soy una
especie de masoquista que pone más esfuerzo en aquello que más le cuesta,
así que esperaba no desanimarme en los días de vacaciones. Lo peor de la
mañana fue tener que planchar porque es algo que siempre se me resiste, no
se me da bien y, aunque evito comprarme ropa que se arrugue, eso es
inevitable porque ciertas prendas se arrugan como higos, más aun cuando mi
madre tiene la costumbre de recogérmela y dejármela tirada en cualquier sitio;
al final, después de dos horas de plancha, en las que solo conseguí medio
planchar diez prendas, lo dejé porque también tenía que limpiar a mis padres la
casa, al menos los cuartos de baño y el salón.
Roque Jaleas me llamó para avisarme que iban a salir los destinos
provisionales y, tío, al final me quedé con una impresión rara de él, porque para
mí era como un sucedáneo del padre –por su edad y talante protector—, un
amigo tranquilo con el que había pasado todo el curso caminando hasta La
Herradura, contándole todo y, en el último mes, venga a dar la vara con sus
críticas al Argentino, y es que a este hombre se le vino todo encima: el
embargo de la casa de campo —con los perros dentro, que los tuvo que sacar
de noche por una chimenea, metidos en cestas— por Hacienda, por no pagar
una multa de cuando lo pillaron cazando muflones en el parque de Cazorla, el
que la mujer lo atosiga con la educación de la hija, el que Rosa de Dibujo le
dijera que es el playboy del Instituto … pues todo ello lo ha tenido últimamente
chispado como una coneja y, para colmo, aunque estuvo conmigo en la playa
nudista el día antes de la jubilación de Ángela Lamata, la noche de la cena nos
dejaron tiradas a Dora y a mí en el Barranco de En Medio, con las ranas en
celo hasta las corvas, él y su colega William Paperasse (que tiene pavor a
perder sus privilegios de marqués si el director lo ve con nosotras, pero le
encanta vernos: así es el talante sumiso y disimulado de este instituto
farsante), y su despedida en el claustro fue <<Aquí te quedas, adiós>> y, la
verdad, que no lo entendí porque creo que me merecía algo más, para mí él es
como amigo, un gran amigo; pero para otra cosa, un nonagenario chocho.
Quedé con Oconcello, mi jefa de Departamento, y me recogió en mi casa a
las seis treinta y cinco: me quedé sorprendida por su puntualidad
desacostumbrada. No he visto mujer mayor más guapa, con un modelazo
Pedro del Hierro. Ya venía rabiando con cosas que hacer, tuvimos que ir a los
apartamentos que tiene en la playa de Cristo a hablar con la limpiadora,
menudo lío tiene esta mujer con el alquiler de los apartamentos y el montón de
llaves que lleva; íbamos a Nerja, pero no pasamos de La Herradura. El tema de
conversación: su famoso encontronazo con Quisca, por sus palabras en la
cena de jubilación de Ángela Lamata, la anterior directora, que nadie sabe qué
palabras fueron (en este instituto, como llevan conviviendo todos treinta años,
hay una densa constelación de interrelaciones anormales, cambiantes,
basadas en los celos y la animadversión. Como para coordinarse los
departamentos, aquí como tengas vocación te suicidas). Después del claustro,
Quisca le dijo que no la podía ni ver y van y se encuentran, esa misma tarde,
en el Alcampo y Oconcello comenzó a hablar con ella y, pues, Quisca reventó:
le dijo que le tiene envidia y que todos los cargos que ha tenido es porque ella
se los ha dado y que todo lo que quiere es tener cargos y Oconcello le
respondió diciendo que ella en todo caso hubiera querido ser diputada o
senadora, no directora de instituto, ja, ja, yo me parto —¡Oconcello en el
Senado! ¡Vuelve loca a la oposición! Yo nada más de imaginármela en un
debate sobre el estado de la nación me parto—. Al menos reconoció que su
hermana –<<que es catedrática de la universidad de Pontevedra>>— también
le dice que le tiene celos a Quisca y ella insistió que no, pero que es cierto que
su amistad está deteriorada desde hace tiempo y no va a humillarse más, que
se había dado cuenta de que ella ha perdonado y Quisca, no; y dijo que la
<<había sufrido>> porque durante el tiempo en que Quisca fue directora –
quinquenio de1989 a 1994— ella no pudo hablar libremente en los claustros;
aunque ahora tampoco puede expresarse, y va y me pone de ejemplo el día en
que el Jefe de Estudios (que la Junta traslade como más cerca a Huelva) dijo,
respecto al Proyecto Educativo, que yo había hecho unas aportaciones lógicas
y dice que se tenían que haber dicho cuáles eran y debatirlas a fondo, que la
gente va a los claustros y está deseando irse (ella llega una hora tarde).
También dijo varias veces que está en la tercera edad, sobre todo cuando
aparcó el coche, empezó en el maletero a cambiar de bolso y va la notas y
pierde la llave del coche, media hora estuvimos buscándola. Dimos una larga
caminata repitiéndome una y otra vez lo de Quisca y nos tomamos algo en Los
Fenicios donde, mientras criticaba a Quisca, alababa a mi persona y me
contaba cómo se encontró en el Mercado a A. Reinoso y Pacífico, con su mujer
Zoco, y le soltó que soy una persona muy válida para tener un carguito y yo
explicándole que no quiero un cargo y ella que sí, que sí, que soy válida y que
si me opongo al Jefe de Estudios tengo que querer un cargo, pero qué
estructura mental tiene esta mujer, también me quejo de Zapatero y no quiero
ser presidenta del Gobierno. En fin, la mujer reconoció que el paseo conmigo le
había sido útil para desahogarse; oh Dios mío, menos mal que me lo ha dicho,
dos horas largando, pero yo le tengo cariño, la veo que tiene un coco y que ha
leído lo más grande, aunque se le va la olla hablando por los sufrimientos de su
vida. Le he regalado la foto en la que sale con Dora y conmigo y se ha puesto
más contenta que unas castañuelas, pienso que la hace muy feliz el ver que la
queremos y le hacemos caso. Ha sacado la cámara para que nos hiciéramos
fotos en la playa y me ha hecho poner más poses que una modelo, sin darme
la vara ni nada por la minifalda satánica y los tacones, como hace en el instituto
que siempre me dice que <<Es mejor sugerir que enseñar>> o <<tienes
revolucionado al gallinero>> y cosas así, y yo que hago las fotos al tun tun, ja…
ja, y este fue mi paseo con ella por La Herradura en su cochecito híbrido
ja…ja.
Al dejarme Oconcello en casa, fui a Velilla a darle a Carmen Prados el
periódico de Cuenca en el que salimos, ja ja, a ver si Vetiver Centellas ve la
foto de Conchi Callejas con Blecua, ahora que Conchi va a ser su compañera
porque le han dado la plaza en el otro instituto, el Cuatro Puertas (a mí no me
cambian, ja, ja, estarán contentos los membrillos del equipo directivo), y
después nos hemos tomado algo en un bar en la avenida Europa y, por lo visto,
se han equivocado con la cuenta y le han cobrado de más a Carmen, así que
ha ido a quejarse cagándose en el sistema educativo que produce camareros
que no saben ni sumar.
Y el domingo estuve organizando las medicinas de mi madre para estos
quince días y metiendo el equipaje en el coche, es decir, lo dejé todo listo y me
dediqué a descansar mirando la tele, que lo necesitaba; aunque fue un día un
poco raro, porque tenía algunas palpitaciones y como un mal presentimiento,
yo creo que sentía miedo pues era la primera vez que iba a viajar sola
llevándome mi coche.
PARTE III
VIAJANDO SOLA
TOLEDO
El lunes, once de julio, salí a las ocho de la mañana de Murex. Iba a
emprender mi primer viaje sola en mi coche y, la verdad, que la sensación fue
muy buena, pese a mis temores del día anterior. Entré triunfalmente en Toledo
sin perderme —menuda seguridad que te da el viajar solo a tu bola— y aunque
no paré en ningún momento, sí había calculado las horas para tomarme mi
barrita de limón de la dieta, porque la dieta para mi es sagrada, es una
inversión en la que voy a poner todo mi esfuerzo. (Es curioso cómo el conducir
—algo que jamás me ha gustado— cada vez me gusta más, quizás ya no me
atormenta la voz de mi padre y hermanos diciéndome que soy una inútil
conduciendo. Conchi me dice siempre que la actitud castrante de mi familia le
recuerda al de un animal suyo, creo que una gata, que les corta los bigotes a
las crías para que no se le escapen por el olivar; una vez me he liberado de ello
me gusta conducir y viajar con mi coche, que aunque es algo material me hace
sentirme libre, porque es lo único que tengo que es mío, y el que no lo entienda
que se joda). Pasé todo el viaje repasando cómo había cambiado mi vida en el
último año, pensando cómo hace once meses y siete días estaba en Sevilla
examinándome de oposiciones, de la parte B: programación y unidad didáctica,
y ahora emprendía unas merecidas vacaciones después de mi primer año de
docencia, reviviendo cada uno de los minutos del instituto: lo bueno: enseñar,
me encanta enseñar y lo malo: que los apestosos residuos improductivos del
sistema educativo, que no saben lo que es ni siquiera el Proyecto Curricular de
Centro, sean los que quieran estar mangoneando en la Delegación, en la Junta
Directiva, en los sindicatos y sitios así. Me sentí orgullosa porque todo lo había
conseguido yo con mi esfuerzo, sin deber nada a los putos sindicatos y a sus
gandules afiliados de coeficiente intelectual cero veinticinco.
Según lo previsto, a las doce y media llegué al Hotel Abaceria, ubicado en
un monte a las afueras de Toledo, rodeado de árboles, con su piscina y unas
maravillosas vistas de la ciudad de Toledo, un lugar adecuado para descansar
y, sobre todo, para desconectar. Apenas había abierto la maleta, me llamaron
mis padres para preguntarme si unas bolsas, que había en la que fue la
habitación de mi hermano, tenían la ropa que iba a darle a la asistenta para su
hija; pero la verdad es que creo que era una excusa de papi chulo para
llamarme y saber si había llegado bien, porque no confía en que sea capaz de
viajar sola y no veas lo que me fastidia que el notas no sepa, a estas alturas de
mi vida, de todo lo que soy capaz. Es increíble cómo las personas que te han
criado no te conocen, joder no lo entiendo. Pero bueno, siendo fiel a lo que las
vacaciones han de ser, me pasé toda la tarde descansando y pensando
pensamientos sencillos, un rato en la cama y el resto de la tarde en la piscina
tomando el sol mientras leía el primer capítulo de la obra de Carmen Iglesias,
que trata de la visión de España desde fuera, es decir, por el resto de países
de Europa Occidental. Y mientras me bañaba, tuve un subidón y no paraba de
recordar todas las cosas que conozco de la Historia de España y que debo
enseñar a mis alumnos, me encantaba el no desconectar en este sentido
porque sabía —y sé— que tengo vocación incondicional para la enseñanza y
para mí eso es muy importante, es maravilloso dedicar tu vida a algo que te
divierte, que te fascina y que continuamente te permite seguir aprendiendo, es
genial. Pero al final hasta me puse triste y todo pues creo que la mayoría de
mis compañeros si no se quieren coordinar es porque les importa un pepino la
enseñanza; a veces creo que me ven como una mosca cojonera porque me
paso el día protestando por lo mal que funciona todo. Me detestan, esa es la
verdad, no me pueden ni ver en pintura.
Probé por primera vez unas galletas de la dieta con sabor a frutos rojos y
eran un horror, pero me las tenía que comer en esos días para pasar pronto el
suplicio; pero bueno, eso también me motivaba porque adelgazar ya sabía yo
que no podía ser un camino de rosas; no obstante, la bebida sabor a sandia
estaba bastante bien. Después de aquellos días en Cuenca, me gustó la serie
Los misterios de Laura y, tras ver un capítulo, me dormí plácidamente en una
cama comodísima. (Espero acostumbrarme algún día a dormir en la cama y
dejar de una vez el sofá, pues mi madre ahora tiene una cama con barandilla).
El martes me desperté temprano y, después de tomarme todas mis
vitaminas y mi sobre, llamé un taxi para que me recogiera en el hotel y me
llevara al Alcázar de Toledo, ese inmenso edificio ubicado en lo alto de Toledo,
que es lo primero que ves al llegar a la ciudad; en la actualidad alberga el
Museo del Ejército. Estuve visitándolo desde las diez hasta la una y media,
viendo los uniformes y armas de todas las épocas, a la vez que pensaba cómo
conocer la historia de España te ayuda a comprender las exposiciones de los
museos y sintiendo satisfacción al leer algo y decir <<Yo esto lo sé>>, es
cuando más orgullosa me sentía de mis estudios universitarios y de luchar
porque mis alumnos conozcan las líneas básicas de la historia de nuestro país,
que aunque es el pasado, creo que es útil para el presente. No sé por qué en
aquellos días no paraba de sentir la vocación de profesora que tengo.
El resto del día lo dediqué a ver la famosa Catedral de Toledo, la Sinagoga
del Tránsito y el Museo del Greco, para que no me matase el querido Samuel
Bueno, y todos estos edificios me han gustado; pero, sobre todo, me ha
deslumbrado ver el cuadro del Greco El entierro del Conde de Orgaz en la
Iglesia de Santo Tomé porque es prodigioso, al igual que sus apostolados y
demás obras pictóricas, pero este cuadro y El Expolio que está en la Catedral
son magníficos, además he tenido una gran satisfacción al recordar algunas
características de este pintor que sólo estudié con Jacinta Robles hace ocho
años en el instituto, porque por más rara y más maléfica que sea esta profesora
–explica el origen de las especies en los atlantes, niega la batalla de Lepanto
(anda que funciona bien la inspección didáctica en Andalucía, para cagarse) y
siempre va vestida de verde primavera combinado con lila, amarillo y rojo, pero
los leotardos y los zapatos y los guantes y todo, que parece Juan I el
Cazador—, es una experta conocedora del Arte y lo explica muy bien (si te
pones a escarbar, casi siempre hay alguna justificación para la existencia de
los seres humanos); es lo único que conozco de Historia del Arte, porque como
yo soy de Historia Contemporánea, pues nunca he dado nada de arte en la
UGR, así que –como dicen mis compañeras de Lengua y Literatura—, si no
fuera por los extranjeros, tendríamos que abrir todo de bares en los museos de
este país de ignorantes, <<de repugnantes corredores de toros, lanzadores de
tomates o de pringue de motor>> —en sus palabras de ellas— o también <<de
pedazos de carne con ojos que todo el día gritan por las calles para celebrar
sus ridículos eventos o idolatrar a sus santurrones y a sus patéticas
vírgenes>>, yo lo flipo, hasta de las Fallas valencianas hablan pestes, cuando
es sabido que son fiestas donde se pasa genial…y Toñi va y me dice
<<Cuidado, Mirella, con eso de que las cosas son como son y no de otra
manera: con lo inteligente que eres, ya va siendo hora de que abandones el
lastre simplificador de la LOGSE y te pongas a reflexionar: del fracaso de las
reformas ilustradas del siglo XVIII proviene esta España de la economía del
disparate folklórico. A ver si nos intervienen de una vez, aquí urge un José
Bonaparte >> y yo: <<Sobre todo en Andalucía: como no nos intervengan
pronto acabamos comiéndonos los santos>> ¡Uf!…y anda que me llaman estas
de Lengua, creo que pasan de mí.
Al día siguiente, igual: otro taxi para ir a la plaza Zocodover y a todo el
centro lleno de japoneses. Empecé por el Museo de la Santa Cruz que,
exceptuando su claustro, no tiene nada que se le pierda, después vi la
Sinagoga de la Virgen Blanca; pero sin duda lo más impresionante fue el
Monasterio de San Juan de los Reyes, otra enorme obra monumental con un
maravilloso claustro, y la Iglesia de los Jesuitas, increíble por su maravilloso
retablo y su grandiosidad y porque te permite subir a las torres, desde donde se
tiene una maravillosa vista de la ciudad de Toledo.
Las primeras horas de la tarde las aproveché para comprar algún recuerdo
de la ciudad y, como no, también me probé alguna ropa porque ello
psicológicamente es igual de importante que el pesarse, no hay nada más
motivador que el comprobar cómo cada vez tienes menos volumen y la ropa te
queda mejor: iba yo contentísima, más aun cuando no estaba pasando hambre.
Unas chicas francesas me preguntaron por el Museo del Greco y, como no
tenía nada mejor que hacer, me enrollé un poco con ellas y empecé a hablarles
del Greco en francés, pero un francés muy risas, lleno de palabras cultísimas o
medio en desuso (yo a Rodrigo lo traía frito cuando me daba clase y siempre
me ponía diez) y las chavalas —–que eran un pedazo de tonto que no veas—
no se enteraban de nada y, al final, pues las acompañé hasta la puerta del
museo y ellas me daban las gracias y me miraban raro, menudo fenómeno que
estoy hecha.
Cansada de mi visita cultural y mis compras, regresé al hotel, me puse mi
bikini nuevo, el que me compré con Roque Jaleas en el Corte Inglés cuando se
llevó a su hija a lo pretty woman y le compró todo lo que la niña quiso; si la
mujer lo hubiera visto en aquel momento hubiera confirmado sus sospechas de
que la culpa de que la niña ni apruebe ni haga nada la tiene el padre, que la
consiente; joder, si se gastó unos cuatrocientos euros (anda que mi papi chulo
hace eso conmigo). Cuando yo tenía su edad no tenía nada que ponerme,
estaba gorda para reventar, llena de granos por la amenorrea y con un novio
que me maltrataba; la vida era tan, tan horrible, que el único consuelo era
pasarme las tardes y las noches tumbada en la cama estudiando. El estudio ha
sido para mí una alternativa al suicidio. Es curioso que nunca me diera por leer;
quizá porque mi madre –que ya estaba muy enferma— se pasaba el día
leyendo novelas de amor de Corín Tellado y no me hacía ningún caso… ¡qué
rabia les tenía yo a las novelitas! En realidad yo soy una persona más de
ciencias que de letras, lo que pasa es que el profesor último que tuve de
Matemáticas no sabía mantener el orden en la clase y aquello era un
desconcierto tan grande con todos los alumnos levantados, clavándose agujas
en los culos, gritando y tirándose cosas a la cabeza, que se me hincharon las
narices y fui a secretaría y me cambié a Latín (luego resultó arameo) y Griego
que también exigen cabezas científicas.
En la piscina, tranquilamente, seguí leyendo el capítulo del libro de Carmen
Iglesias sobre la visión de España desde fuera, referido a cómo la veían los
historiadores de los diferentes países de la Europa Occidental: Italia, Francia,
Inglaterra, etc. durante la Edad Moderna y, vamos, no he descubierto nada
nuevo porque yo tengo clarísimo que la visión es siempre subjetiva, es decir,
depende de cómo sean tus relaciones en ese momento, cómo se va a hablar
bien de España por parte de Francia en la época de las luchas entre Carlos V y
Francisco I; por parte de Italia a la vez que se producía el famoso saqueo de
Roma por Carlos V; por parte de Inglaterra en la época de la Armada
Invencible…, es decir, no es que todo fuera negativo, sino que se habla desde
su perspectiva; es como yo…cómo voy a hablar del Jefe de Estudios de diurno
bien, cuando me ha humillado una tras otra –los dos somos los más jóvenes y
con los puretas no se atreve, a humillarlos, porque le cantan las cuarenta— y
se ha ensañado conmigo y con mis ilusiones didácticas, él, feo pa lobo que se
cree predilecto de la vida y no es más que el esclavo de gleba de A.Reinoso de
la Cosa que ha decidido hacer del instituto su senado particular donde
descansar del ininterrumpido descanso de su vida durante cuarenta años, pues
todo es como se mire y se viva. En estos momentos es cuando la lectura me
está atrayendo más porque, aunque de momento no me enseñe grandes
cosas, me ayuda a recordar (<<recordar>> dice Dora que es lo más importante
porque lo dijo antes Machado) y es una lectura muy amena, más aun cuando
recuerdo la conferencia de su autora. Así que, después de una tranquila tarde
de piscina y pensamiento inductivo, me fui a acostarme con la piel y el orzuelo
ardiendo, no sin dejar de evocar al Argentino.
El jueves, nada más bajarme del taxi, fui a la primera farmacia que
encontré a pesarme, porque lo necesitaba, y ya pesaba sesenta y cinco kilos y
lo mínimo que he pesado en los últimos años ha sido setenta y dos; y cuando
más, ochenta y cinco, que ni reglas tenía de tanta grasa en los ovarios, mis
ovarios estaban ahogados literalmente por la grasa, y eso que no comía nunca
porque no tengo paladar y porque no me gusta nada de lo que se come; así
que iba por buen camino. Después me senté en unas escaleras y me tomé mis
vitaminas y mi galleta de dieta, y vaya cara de unos albañiles que estaban
sentados por allí, me miraban raro porque yo, un trozo de galleta y un sorbo de
agua, un trozo de galleta y un sorbo de agua, ja, ja, a ellos les parecería raro,
pero no saben que una dieta bien vale un esfuerzo… jajá. Después visité las
termas romanas, el Museo Visigodo y un convento en el que está enterrado el
Greco, porque como bien me explicó una monja muy agradable, él mismo lo
pidió. Como era mi último día en la ciudad decidí pasear por sus calles, por los
puentes del río Tajo, es decir, dedicar el resto de la mañana a observarlo todo y
me subí en el trenecito ese tan risa de los turistas que te lleva por el exterior
de la ciudad enseñándote los edificios más característicos, y en ese momento
entendí las palabras de la canción esa que dice << A las puertas de Toledo, le
tengo celos>> porque ésta es una ciudad monumental sede de tres culturas:
musulmana, judía y cristiana, con puertas de entrada por todos lados, aunque
la verdad es que lo que más he visitado ha sido sus partes cristiana y judía,
quedándome sólo por visitar el Museo Varela —que es un archivo de la
nobleza— y una exposición de los Instrumentos de Tortura, pues bastante tuve
con el Museo del Ejército.
La tarde la pasé en la tumbona de la piscina, leyendo un nuevo capítulo de la
obra de Carmen Iglesias (me visualizo a mí misma, como me aconsejó Conchi
Callejas, <<idealízate leyendo, Mirella…>>) que trataba sobre el concepto de
monarquía, y en el que especialmente hablaba de Felipe II y dos cosas me
llamaron la atención: la primera, que a Felipe II le gustaba tratar todos los
asuntos de los reinos por escrito y que se pasaba los días con la
correspondencia, es decir, huía de las conversaciones en persona; y la
segunda, que se rodeaba no de grandes nobles, ni personas ilustres, sino que
se rodeaba de personas que estuvieran capacitadas para ocupar los diferentes
cargos, independientemente de cuál fuera su categoría social, y relacioné esto
con A. Reinoso, que se evade de la realidad fumando en la claraboya de su
despacho (los directores andaluces no soportan la visión de un alumno ni en
fotografía) y se rodea de cebollinos; le voy a tener que leer el capítulo, que creo
que él sí va a ser digno de una leyenda negra como Felipe II, contento estará
cuando haya visto que tendrá que soportarme un año más en el instituto,
aunque lo mismo lo motiva porque yo creo que le va la marcha, y como al fin y
al cabo es un político frustrado que, al igual que al alcalde Benacepas, lo han
expulsado de un puñado de partidos, le gusta tener una oposición como yo y
como Rodrigo de Francés y Marga de Física, el ardiente matrimonio de APIA —
que están siempre meando en una aliaga o en flores de algodón, a días
alternos— que lo van a fustigar con sus invectivas.
Quisca me llamó para hablarme de su Javi –que sólo hace dormir y pinchar
música— y de Oconcello: su estado de ánimo era desastroso; pero por lo
menos va aprendiendo: se ha ido a Almusalud, a darse masajes cervicales y
aromaterapia. Chachi.
Cuando estaba casi dormida, me llamó Oconcello para hablarme con tirria
de Quisca y para decirme lo feliz que la hace que me quede en el instituto, que
si quiero los segundos de Bachillerato, me los dejan todos. Yo le prometo
seguir siendo su valido un año más. Chachi.
LA RIOJA
El viernes, quince de julio, a las ocho de la mañana, salí de Toledo rumbo a
la ciudad de Logroño y el viaje transcurrió con normalidad, excepto un
pequeño error que me llevó a entrar en el centro de Madrid; pero en diez
minutos logré salir y solo hice una parada en un pueblo de Burgos, para echar
gasoil y comerme una de mis galletas de la dieta, pero esta vez de flor de
naranja cuyo sabor es mucho mejor que el de las galletas de frutos rojos; en la
gasolinera tuve un momento risas porque salió el puretilla de la gasolinera
inmediatamente, a echarme él el gasoil, y los camioneros esperándolo para
pagar, desesperados, y él me cobró a mí primero y me ofreció de todo: chicles,
parasol, compresas, libros de Pérez Reverte y de Posteguillo, ja, ja… pero no
en plan pesado como la psicópata de Cuenca (yo es que jamás la olvidaré),
sino en plan pueblerino soltero entusiasmado con las minifaldas satánicas y los
escotes, ja, ja… pero pasé de él y continué mi viaje por carreteras nacionales
en obras y con baches, no viendo viñedos en filas interminables por no
rallarme, pero por fin a las dos de la tarde llegué a la ciudad de Logroño y me
entretuve en un Centro Comercial mientras daban las tres de la tarde y ya
podía entrar en el Hotel NH de Logroño, que me resultó fabuloso, situado en
las afueras junto a un inmenso parque verde donde pasear y con aparcamiento
en toda la calle, un hotel muy confortable en todos los sentidos, me encantó.
Además el centro está a quince minutos andando. Almorcé otra de las
deliciosas galletitas de la dieta y tras descansar un rato me fui dando un paseo
al casco histórico. Logroño me pareció una ciudad pequeña con unas calles
estrechas en el centro y con unas casas que parecían en ruinas, incluso con
iglesias medio derrumbadas, ¡uf!, qué risa, me recordaba el inhabitado casco
histórico de Cuenca, no sé dónde habrá ido a parar el dinero que la UE nos ha
dado para restaurar en los últimos decenios, a ver si nos intervienen de una
vez; aunque hubiera poco que visitar —si exceptuabas la Catedral y alguna que
otra iglesia— a diferencia de Toledo, la entrada a cualquier lugar era gratuita.
Mientras paseaba por calles estrechas y llegaba a ver el Ebro, aproveché
para llamar a Luisa Beltrán, que vive en Valgañón, y con la que quedé para el
próximo domingo. También hablé con María José, que estaba muy inquieta por
eso de tener que irse al otro instituto, al del enemigo Vetiver Centellas, cuando
en el nuestro le va genial, porque como es la única excelente chica de
Matemáticas y les ríe las gracias a Reinoso y a todos los viejunos de su
departamento, pues la tienen en un pedestal. Y con Dora, que tenía un atracón
de gramática histórica en su coco y me dio la vara con que estaba disfrutando
de su locus amoenus de mampostería (un cortijo viejo), a solas con su
biblioteca y que <<a la porra quien diga que me evado de la realidad. Me evado
de lo que quiero y la única realidad que empieza a interesarme es la que está
en mi biblioteca de dos mil libros leídos dos o tres veces, que aquí no entra ni
uno más: me condeno hasta la muerte a leer mis dos mil libros, aunque casi
que con Shakespeare (gran ladrillo, seguro) me basta y sobra a estas alturas
de la vida… >> (¿tú te crees?), que ni siquiera bajaba al pueblo, Castril, donde
el recuerdo del hijo adoptivo, José Saramago —tan buena persona como
escritor, que ya es decir— se había desmontado como un bienintencionado
tablado endeble con los nuevos colores del ayuntamiento variopinto (todo esto
de la adopción de Saramago por el pueblo de su esposa había sido sueño y
sombra y nada porque quizá Saramago no le importaba a nadie un pimiento en
el pueblo y, posiblemente, viceversa —¿hay alguna forma de apreciar a un
escritor que no sea leyendo su obra?, ¿alguien había leído al hijo adoptivo
Saramago en este pueblo que tiene los maestros con el coeficiente intelectual
más infame de Andalucía? Ni a Saramago ni ha nadie, porque aquí nadie lee ni
un único puto libro jamás—). Y, ahora, los castrileños, chispados como conejas
del vinazo de la incultura y el aburrimiento, se realizan sacándose los ojos con
la peor malafollá (los unos a los otros, no a sí mismos): <<Castril es el símbolo
de la España de la tontería>>, dijo Dora. Y luego nos reímos un rato hablando
pestes de A. Reinoso y de su subordinado Gran Jefe de Estudios de Nocturno,
de cómo un día que entraron, tarde, todos juntos a un claustro (con gafas
negras como de ciego), los nocturnos y los diurnos afectos a la botella (de vino
cuando comen), los fumadores que encendían y apagaban compulsivamente
sus encendedores, ansiosos de que acabara la insufrible reunión para irse a la
puerta a fumar, los guardaron precipitadamente en los bolsillos por miedo a
provocar una deflagración. Así que cualquiera sacaba el tema urgente de la
coordinación necesaria entre departamentos en un sitio donde la gente está de
estas maneras.
Pues bueno, después de dar una vuelta por las principales calles,
mirándolo todo y entretenida con tan interesantes coloquios telefónicos,
regresé al hotel; porque la verdad es que eso de conducir me cansaba
demasiado. Hablé con mis padres como estaba haciendo todos los días y me
dijeron que iban de paseo, lo cual me alegró porque creo que mi conversación
con papi chulo fue útil y ha hecho que él entienda que tenemos que
esforzarnos con mi madre y entretenerla más, dentro de nuestras posibilidades;
así que me fui a dormir con la tranquilidad de que todo estaba mejorando.
El sábado volví a madrugar como es habitual en mí, aunque estaba
aguantando en la cama las ocho horas de rigor y eso ya era importante porque
nunca suelo dormir más de seis horas, pero bueno, ahora lo estaba
consiguiendo acostándome antes, porque me es impensable estar una mañana
en la cama después de las ocho, por eso vi el telediario y me tomé uno de mis
batidos de pomelo y las ocho pastillas como desayuno y, después, fui
caminando por las calles de Logroño hasta llegar al centro observando a sus
gentes, la mayoría de ellos altos, delgados, las mujeres esbeltas con largas
melenas y muy bien vestidas, una gente muy educada que no habla a voces,
exceptuando algún que otro viejo verde que cuando pasabas no dejaban de
silbarte, cuidado con los lilas; me senté en un banco en la Plaza del
Ayuntamiento para tomarme uno de mis sobres y, aunque logré taparme las
ingles con la falda, los ancianos venga a silbarme y decirme cosas, me
recordaban a nuestros docentes caracoles favoritos con las conserjes y las
maestras de apoyo buenorras, es que no hay nada peor. Por lo demás
aproveché para ver las plazas del centro con sus estatuas, destacando la de
Espartero, vi el cubo de Revellín que es un ejemplo de fortificación defensiva y
paseé por las orillas del Ebro tranquilamente, pensando minucias. Como es
costumbre en mis viajes (Cuenca y Toledo primordialmente) dediqué parte de
mi tiempo a comprar algún que otro detalle para mis padres y me regalé
también una pequeña muñeca, que se llama Risa, porque es como si fuera una
mini yo, ja…ja, ya que todos dicen que soy una risa… ja, ja.
Aquella ciudad me gustaba, tenía un alto nivel de vida, la percibía como
una ciudad limpia, con gente sana y educada, que no gritan cuando hablan, un
lugar para vivir bien; me encantó pasarme el día vagando, respirando el aire del
norte tan sano —aunque he de reconocer que tuve que comprar un jersey
porque el tiempo comenzó a nublarse—, así que no muy tarde me fui al hotel
a descansar, porque para eso son las vacaciones y pasé una tarde tranquila
viendo la tele. Volví a hablar con mis padres y otra vez estaban de paseo (mi
madre en su sillita, la pobre), lo cual me alegra muchísimo, esa es la actitud.
También le di señales de vida a mi Argentino, mandándole un mensaje para
comunicarle que estoy de vacaciones y aunque me eche de menos tiene que
aguantar mi ausencia, además le deseé suerte para el partido de fútbol de la
selección de su país, porque él es muy futbolero…ja, ja, je, je. Cada vez estoy
más convencida que somos algo más que follamigos, quizá me quiera algo,
según va pasando el tiempo y se olvida del cabreo que pilló cuando tuve una
noche de machaque con su mejor amigo para vengarme cuando volvió con su
novia (menudo verraco, su mejor amigo).
Me acosté prontísimo porque estaba cansada, no sabía por qué pero
últimamente a primera hora de la noche me encontraba muy fatigada, en fin…
El domingo me di el lujo de quedarme en la cama un poco más, incluso
desayuné mis vitaminas y un sobre y me volví a la cama desde donde veía la
mañana nublada y lluviosa que se había presentado, busqué en Internet mi
recientemente canción favorita de Palabras para Julia, que ya casi me sabía de
memoria.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti, pensando en ti
como ahora pienso…
Y pensaba en mi trabajo, en mis padres y en la alegría con la que llegas al
instituto los días que llueve. A mí me gustan estos días bastante y decidí que
iba a dedicar el día a pensar en lo que quiero y eso hice, salí a pasear por el
verde Parque de San Miguel y aunque no me vino a la cabeza qué era lo que
exactamente quería hacer, sí me sentí bien con lo que había conseguido hasta
el momento; joder que estaba orgullosa, quién me lo iba a decir cuando hace
apenas unos años tenía una fuerte depresión. Pensé mucho en ello, no
entendía, ni entiendo, cómo mi mente llegó a fallarme y cometer el error de
desear mi propia muerte, no sé cómo explicarlo, es muy difícil, me arrepiento
mucho de aquello y, aunque no es un tabú, sí lamento el que ese hecho se
haya dado en mi vida, significa reconocer que en un momento fui una cobarde;
pero me sentía tan sola y tenía tanto miedo, un miedo que tal vez, en parte, hoy
aún conserve, pero…
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor…
No sé si José Agustín Goytisolo pensaba también en mí cuando escribió el
poema, si pensaba que Julia también iba a ser yo. Y todos los que, como yo,
tienen un padre lila perdido.
Luisa Beltrán, a la que conocí este invierno porque tiene un apartamento y
amigos en Murex, me parece una delicia de persona; desde que se jubilaron
viajan mucho ella y mi queridísima Gabriela, a la que adoro tanto porque me
hizo ver el camino de la Historia, que finalmente seguí y que constituye lo mejor
que tengo (y eso que la mayoría de los profesores de la universidad eran
mediocres o vagos). Me encantó pasear con Luisa por las calles de Logroño, y
escuchar sus reflexiones sobre la ciudad, recorrimos las calles típicas donde la
gente se reúne para tomar sus vinos y sus tapas o, mejor dicho, pinchos como
dicen por el norte; aquí tienes que levantarte a pedir, porque como esperes a
que te sirvan en la mesa la llevas clara. El ambiente de esta ciudad me pareció
fantástico, tanto de día como de noche, siempre con gente alegre recorriendo
las calles, sentados en los bares de calle Portales o calle Laurel, la calle más
famosa de bares. Luisa se marchó pronto porque no quería que le anocheciera
en la carretera, además quedamos en vernos el próximo viernes para visitar
unos pueblos y quedarme en su casa el fin de semana. En definitiva, fue un día
muy fructífero en todos los sentidos y las vacaciones me estaban siendo súper
útiles para conocerme mejor y descansar, sobre todo para descansar
psicológicamente de mi familia, de la terrible presión que me han supuesto
desde que tengo memoria las pésimas relaciones entre todos nosotros,
siempre con malos rollos, siempre haciendo y deshaciendo bandos para hablar
pestes los unos de los otros, de manera que hoy hablas con fulanos pestes de
zutanos y a los quince días hablas barbaridades de zutanos con fulanos. Es
que no nos podemos ni ver. Nos aborrecemos.
Pero, bueno, no todo podía ser bueno, como cada día llamé a casa y
resulta que mi padre volvía a estar mal con su dolor en el pecho y resistiéndose
a ir al médico, ¡uf!, esta es la historia de siempre, acaso nunca podré estar
tranquila.
El dieciocho de julio, por la mañana, antes de irme de Logroño, lo primero
que hice al salir del hotel fue pesarme, porque lo necesitaba para ver que el
esfuerzo estaba mereciendo la pena, y ya pesé apenas sesenta y cuatro kilos y
me motivé muchísimo; desayuné uno de mis sobres de sabor cacao y, después
de recoger mi equipaje, abandoné el fabuloso hotel NH de Logroño y me subí
al coche rumbo a Santander; pero, como se me ocurrió atajar por una carretera
nacional con más curvas imposible, tardé en llegar más de lo previsto; aunque,
finalmente, opté por irme por la autovía del Cantábrico que llega hasta Bilbao y
me gustó pasar por esa ciudad que para mí tiene un significado especial por
ser la ciudad del Athletic, mi equipo. A mí el Atletic me recuerda a cuando era
pequeña y veíamos en familia los partidos de los sábados y yo, con el espíritu
de contradicción que me caracterizaba, decía que era del Athletic. Puede
decirse que de los cinco años –que volvimos de Francia a Murex— a los siete,
que es cuando enfermó mi madre, fueron buenos tiempos porque mis padres
no estaban todo el día trabajando en el campo, en los invernaderos de Bias,
comuna que pertenece a Villeneuve-Sur-Lot, en Francia, donde yo siempre
estaba sola en una nave con techo de cinc con mis hermanos, que nunca
dejaban de hacerme rabiar: <<Nos vamos a comprar droga>>, me decían, y yo
salía corriendo, llorando a lágrima viva, hasta donde estaban mis padres
trabajando en las flores, para decírselo y, entonces, incomprensiblemente para
mí, saltaban desde un ciruelo mis hermanos y todos se tronchaban de la risa,
menudos hijoputas, todos.
LA RIOJA Y SANTANDER
A las tres de la tarde llegué a la maravillosa ciudad de Santander, harta de
conducir y con prisa porque me tocaba comer, aparqué en el primer parking
que vi y allí mismo me comí una galletita de la dieta con sabor naranja y fui una
afortunada porque el hotel estaba cerca, y eso que solo iba siguiendo mi
intuición desde la calle Luisa II hasta el Ayuntamiento y rumbo a la Plaza
Numancia donde, en un callejón horroroso —de los que les gustan a las de
Lengua—, se encontraba el hotel, que no era precisamente una maravilla; pero
bueno, después de descansar un poco decidí salir a andar por la ciudad:
paseé por la zona comercial, constatando cómo esta ciudad es mucho más
barata que Logroño y Toledo, vi a sus gentes, todos tan delgados, altos y
tantos chicos atractivos… (ja, ja, tentaciones), también observé atentamente el
Mar Cantábrico, y entonces recordé cómo, en los exámenes de primero de la
ESO, les pregunté las vertientes españolas y la mayoría de los alumnos
olvidaban el Cantábrico, y algunos contestaron —ignoro por qué, pues sus
disparates suelen tener su lógica interna— que Río de Janeiro pertenece a la
Cuenca Mediterránea: pero bueno, como la enseñanza cada vez está peor, ya
mismo tendré que darlo por válido, será algo así como una Adaptación
Curricular Generalizada, de esas de las que tanto sabe teóricamente Pili, la
Orientadora, aunque la señora no tiene ni zorra idea de adaptaciones, por ello
siempre dice que nos da libertad (de cátedra será), que las hagamos nosotros
como juzguemos oportuno, para así ella no tener que mojarse, ja, ja, menuda
risa; pero María José Muñoz —que es fanática de la enseñanza— le dio el
año, estaba todo el día haciéndole preguntas y no veas las discusiones que
tenían los martes cuando nos reuníamos las tutoras de segundo de ESO, era
una discusión tras otra y, cuando no, hablando de cómo plancharse el pelo y
hacer mermelada de mandarina, hasta que me harté y les dije que se reunieran
las dos solas. También es casualidad que en el instituto nunca sean tutores de
los pequeños de la ESO los hombres, ni uno, ni los estándares ni los gays, que
son casi la mitad.
En una librería céntrica de la ciudad, firmaba sus libros Federico Moccia y
había largas filas de chicas adolescentes, esperando a que la librería abriera
sus puertas. Me recordó a mi alumna de segundo de ESO que ganó lo de la
Coca-Moño, el concurso de relatos, y que es muy aficionada a la lectura y, en
muchas ocasiones, es tan inteligente como vaga. Carmen Prados, que se
ocupaba del asunto, pues es la jefa del Departamento de Lengua, me contó
cómo llevó a la niña y a su madre en su coche a la Diputación, a recoger el
premio, y que en el aperitivo les dijo a los directivos de la popular bebida lo que
pensaba de su concurso: que era una gran mierda para hacerse propaganda y
crear adictos a la cola; dijo que no pudo reprimirse al ver el ambiente que había
en el salón del chiringuito de diseño que se han construido los de la Diputación
para estar a gusto rascándose los huevos: lascivas niñas uniformadas de los
colegios de monjas y una multitud de majaderos lectores de María Dueñas que
no veas.
Pronto me fui al hotel a descansar. Llamé a mis padres y mi papi chulo,
todo angustiado –incluso hablando bajo—, me contó que tenía un resfriado
muy fuerte y que le dolía mucho el pecho y que lo mismo para cuando
regresara se habría muerto. Joder, ya estaba con las exageraciones, me
cabreé porque nunca ha sido capaz de ir al médico si no voy yo con él, tiene
narices la cosa (pero creo que ahora, en estos momentos, es cuando
realmente aprecian que, muy a su pesar, me siguen necesitando); en fin, con el
carácter que tengo me enfadé y le chillé que debía ir al médico por urgencias
no fuera a ser una neumonía o una angina de pecho. Además, hablé con mi
Argentino –ja, ja—; después de llamarlo dos veces y no contestarme,
rápidamente me devolvió la llamada, porque sabe que a mí como no me
conteste dos llamadas ya no lo llamo en semanas, ja, ja, y le estuve contando
lo de la dieta y que me estaba cuidando, pensando constantemente, y estaba
en plan formal, ja, je, ja, y como siempre el lokaina pues no me creyó y dijo:
<<No vas a cambiar nunca, sos una parlanchina y una degenerada>> (cómo se
pasa, dice eso, pero eso es lo que le gusta de mí: que llevo las riendas en la
vida y en la cama, donde lo pongo como loco, que lo veo apenas y no le doy
problemas y en el fondo le va la marcha igual que a mí, ja ja); pero con todo se
me olvidó decirle lo del periódico, que salía yo en El Día de Cuenca, van a
tener razón las puretas de Lengua que dicen que me estoy quedando atrapada
porque soy una víctima del sistema hormonal. Qué cruz las hormonas. Las
hormonas, si exceptuamos a Anselmo Reinoso y al inspector, son lo peor.
Toda la noche del martes estuvo lloviendo, el día estaba nublado y de vez
en cuando caía un chubasco, así que lo primero que hice después de haber
desayunado uno de mis maravillosos sobres de sabor a sandía, fue ir a una
tienda en la que me compré un abrigo muy guapo por solo doce euros, un
chollo porque antes había costado cincuenta y nueve con noventa, qué risón.
Paseando por las calles, en un día típico otoñal, llegué a la Catedral y entré en
la capilla que tiene en un lateral, que es digna para pitufos porque es de escasa
altura y, de pronto, escuché un ruido, miré para atrás y…aparecieron María
José Muñoz y su marido, ja, ja. Pasé el día con ellos. Tras un breve recorrido
por la catedral de Santander y por el claustro que tiene a su entrada, nos
subimos en el bus turístico, para evitar que nos cayeran todos los chubascos
encima; esta pareja es una risa, los tres íbamos con los auriculares
informativos puestos, María José con un folio tomando apuntes, su marido con
su súper móvil mega guay buscando en Google continuamente información de
todo, principalmente se entretenía buscando información de la casa de Botín,
que tenía especial interés en saber cuál era, pero no pudo descubrir su
ubicación. El autobús nos llevó por el Paseo de Pereda, por el Puerto Chico, el
Planetario, las playas del Sardinero, la Península de la Magdalena, el campo
de Golf, el parque de Mataleñas, etc. Como no paraba de llover, decidimos
volver a hacer el recorrido y parar en la entrada de la Península de la
Magdalena, que es una maravillosa península que se puede visitar, en la que
hay un enorme parque tan verde y limpio que fascina, además hay un pequeño
zoo con animales marinos —en realidad unas horrorosas focas, tan horrorosas
que me recordaron las argucias verbales de la secretaria cordobesa de
Anselmo y se me infló el orzuelo—, ja, ja, y tiene unas carabelas de exposición
y allí estuvimos venga a hacernos fotos y, qué risa, iban los dos en chándal,
pero bueno, María José conjuntada, pero él es que no tiene arreglo, además
son unos ñoñas, pero se reprimen porque saben que yo critico a los osos
amorosos, ja, ja.
Después de haber visto el Palacio de la Magdalena, un palacio que la
ciudad de Santander hizo para que el rey Alfonso XIII veraneara y actualmente
es la sede de la Universidad Menéndez Pelayo, el marido se obsesionó con el
móvil buscando dónde poder almorzar, finalmente almorzamos en un barecillo
cerca del Gran Casino de la ciudad, pero vamos que no era un bar
extraordinario ni mucho menos y bueno, por hacerle caso a la parejita, me salté
la dieta y me comí un pequeño bocadillo de lomo ibérico, y no veas qué
remordimientos, pero bueno tampoco es para tanto saltártela una vez en veinte
días, pero como soy tan perfeccionista creo que no me sentó ni bien; ellos
pidieron una ración de gambas, otra de salmón y otra de almejas y no sé cómo
el marido no reventó, cómo le entra tanto con lo bajo que es, y además no
paraba de hablar de los platos de marisco que se iba a comer en Galicia,
cuidado con el zampabollos, si Toñi estuviera aquí hubiera tenido un buen
ejemplar de los que llama <<homo anxiueructus >>, que son —básicamente—
los profesores del nocturno y los de ciclos formativos, todos comedores
compulsivos por causa del fastidio que tienen, pues sólo trabajan o nada o tres
meses al año y la administración los obliga a ir al centro nueve meses (para
guardar las apariencias ante el contribuyente), a leer los periódicos y tomar
café, y están de los nervios, los pobres. Y encima, cuando se les hinchan las
narices van a sus sindicatos y estos (que también están herniados) denuncian
a la Junta por responsabilidad civil en sus paranoias y ulceraciones
estomacales. Aquí el que no pruebe a sacarse una indemnización o una
jubilación anticipada es que es tonto del higo (y anda que la UE se da prisa en
intervenirnos).
María José estuvo contándome las noticias que tenía del directivo Reinoso,
que le había comunicado que iban a pedir otro profesor de matemáticas y que
había muchos errores en los destinos provisionales (el muy asqueroso pensará
que el principal error será que yo me quede, aunque en el fondo pienso que le
va la marcha con las adversarias, menudas vidas insustanciales que tienen
todos, para esto mejor tirarse al mar atado a una piedra de molino) y yo
diciéndole a María José que claro, que ella se tiene que quedar, que no la
pueden dejar escapar porque como hace todo lo que ellos quieren y tiene al
gallinero contento… La cara de maridito era una risa, je, je, no sé cómo me
soportan. Así, nos tomamos una infusión cada uno y el chico, en menos de
veinte minutos, se comió dos helados, y yo lo chinchaba y le decía <<Tú come,
hombre, que todavía estás en edad de crecimiento>> (es que tengo mala
follá…), ja, ja, cuidado con el risón que está hecho. Estuvimos paseando por el
Sardinero el marido y yo, porque María José no quería mancharse de arena, le
dije a él que me hiciera una foto y me decía <<Más para atrás>> para que me
mojara, pero no ha colado porque yo no me fío del risón ese, después
anduvimos por el Parque de Mataleñas tranquilamente, entre chubasco y
chaparrón, pero lo peor era el viento que hacía, y menos mal que finalmente no
fertilizó el terreno maridito; aunque, realmente, es un hombre tecnologías
porque se pasa el día enganchado al móvil, es como su segundo cerebro
desde el que controla su semillero con cuatro cámaras y sus teledirigidos,
vamos es un puntazo. Después de nuestro largo paseo, en el que yo creí haber
perdido lo engordado con el bocadillo, porque vaya caminata, nos subimos a
un bus urbano y fuimos al Planetario, pero sorpresa, estaba cerrado, así que
nos despedimos porque ellos iban en dirección a los lagos de Covadonga.
Realmente –a pesar de la diferencia de estatura— hacen buena pareja, pero
no dejan de chocarme, desde luego: creo que el marido está enamorado del
cuerpo de ella, y ella de la inteligencia de él o algo así.
Me acuesto con desazón: mi padre, que como está lila, pues no ha ido al
médico; pero que yo paso ya de llamarle la atención porque me agota, es como
tratar con un niño pequeño. A la mañana siguiente me desperté temprano, pero
más cansada de lo habitual porque pasé una mala noche, me comenzó un
dolor en el oído y tuve unas pesadillas horrorosas; pero bueno, seguí mi rutina
de todos los días: darme una ducha, ver el telediario y desayunar uno de mis
maravillosos sobres de dieta.
Al salir del hotel me fui a visitar las céntricas calles de Santander, la zona
comercial, la zona de restauración, sus paseos marítimos y a dar el paseo
marítimo por el Cantábrico en un barco turístico y fue maravilloso ver la
Península de la Magdalena desde el barco, los acantilados, la pequeña isla, las
playas, fue maravilloso el viaje aunque como es habitual no acompañó el
tiempo; pero lo peor fue unos jóvenes empalagosos de atrás que no paraban
de hacerse fotos y hacerse carantoñas, qué cosa más cansina, Dios, y no
paraban. El fantástico viaje terminó al mediodía así que me senté en un banco
a almorzar uno de mis sobres y después hice turismo por un centro comercial
porque estaba el día nublado, así que no podía ir a la playa y el Planetario y
Museo Marítimo por la tarde están cerrados, así que en el centro compré ropa
interior de dos tallas menos y, rápido, regresé al hotel porque cada vez el dolor
de oído era más intenso y me sentía muy, muy cansada y me estaba
empezando a preocupar.
Al llegar al hotel merendé, me tumbé un rato, respondí algunos correos y le
envié un mensaje al Argen para que viera lo del periódico con la foto con
Blecua, ja, ja, le puse <<Mira esta dirección y mira si reconoces a alguien>>, ja
ja. Mientras veía un rato la tele, recibí dos llamadas curiosas: me llamó Javi
desde Ibiza pidiéndome perdón por no hacerme caso en todo este tiempo, pero
le respondí que no se preocupara, que yo ya sé que nuestra amistad descansa
en verano y, de madrugada, me llamó un chico que conocí y del que no sabía
nada desde hacía más de un año y la verdad, qué cosa más absurda de
llamada. Me desvelé y puse la tele.
El jueves, veintiuno de julio, decidí que tenía que hacer un esfuerzo y salir a
aprovechar la ciudad de Santander, que iba a ser mi último día en la ciudad.
Aunque nuevamente fue un día pasado por agua, en una ciudad que se
preparaba para dar comienzo a su semana grande, por ello estaban todas las
plazas plagadas de cabañas de madera, donde los distintos bares ofrecerán
pinchos, y te tomabas un helado y te regalaban entradas para conciertos, y
comprabas unas gafas y lo mismo. Lo primero que hice al salir del hotel fue
pesarme y, bueno, había alcanzado los sesenta y cuatro kilos, así que no iba
mal la cosa; después pasé toda la mañana por las calles observando la
limpieza de la ciudad, el paisaje otoñal que me empezaba a rallar (un otoño
intentaron operar a mi madre, pero tuvieron que cerrarle el orificio que le
habían practicado en el cráneo sin implantarle los electrodos); las gentes con
sus paraguas y mujeres de tiendas con sus perros quietos esperándolas en la
puerta y me llamó mucho la atención: jo, qué educados son los perros de
Santander ¿no?, ja, ja, muchos de ellos entran con sus dueñas en las tiendas y
no se acercan a la ropa ni nada, qué cosa. Es ejemplo de que muchos
animales son más educados que los hombres, por lo menos más que los
murexinos y sus perros, venga a echar gargajos y zurullos respectivamente.
Después de hablar con mis padres y contarles que me sentía bastante mal
y bastante cansada, que estaba para reventar de mala, opté por acostarme y
dormir.
Salí de la ciudad de Santander después de mi delicioso desayuno —porque
los sobres de café crappé me encantan— rumbo a Haro, antes de que me
pillaran todos los preparativos para el inicio de la Semana Grande de
Santander. Llegué a mi destino por una horrorosa carretera de montaña, con
una niebla que no te permitía ir a más de veinte kilómetros y es que vaya
tiempo que estaba haciendo esa semana. Con la puntualidad que la
caracteriza, llegó Luisa Beltrán a la Plaza de la Paz donde está el ayuntamiento
de la ciudad, en obras (qué novedad, joder, estaremos en crisis pero tenemos
obras hasta en la sopa); fuimos a ver la enorme iglesia de la ciudad, que por
cierto estaba cerrada, y después tomamos una infusión en un hotel que antes
era una prisión y también fue un convento agustino, un hotel fabuloso, qué
tranquilidad, tan maravilloso como el Palacio Santa Paula, que les gusta a las
regalonas de Lengua (siempre entran a los servicios o a tomar un café. En
cuanto pasan por un cinco estrellas les entran ganas de ir al servicio; no había
visto yo cosa igual antes de salir con ellas por Granada; incluso van al Corte
Inglés y se echan cremas y perfumes de los probadores más caros, y se dan
masajes en los sillones vibratorios de muestra, son unas risas porque mientras
hacen estas tonterías no paran de hablar, de aplicar los principios del
pensamiento crítico al consumismo feroz de nuestros días que, dicen, ha
hundido la cultura europea en un pozo de mierda) Qué risas, qué risones que
son, sobre todo cuando se les une Reyes, que está como extraviada
tropezando con las puertas y me cae superlativo.
Después nos fuimos a visitar Labastida, un pueblo alavés con su típico
ayuntamiento sin banderas por no tener que poner la española (yo en esto soy
partidaria de que les demos la independencia al País Vasco y, por supuesto, a
Cataluña, a ver si los vagos espabilaban. Si yo pudiera también me
independizaba, no hay nada mejor que la independencia), recorrimos sus calles
y Luisa me iba explicando detalladamente las construcciones de la zona, pero
no pudimos ver la Iglesia porque continuamente aparecían a nuestro alrededor
dos hombres de dudosas pintas y a Luisa le daba un poco de miedo, así que
decidimos irnos a otro pueblo, Laguardia, que tiene unos mil quinientos
habitantes cuya vida se desarrolla dentro de una muralla que protege a la
ciudad; consta de cinco puertas de acceso, tiene dos iglesias que parecen
catedrales, pero la más singular es la de Santa María de los Reyes con un
pórtico espectacular, perfectamente conservado porque se construyó en el
S.XVII una entrada que protegiera este pórtico que era en su origen la puerta
de entrada de esta Iglesia del S.XIV, me dejó impresionada, la verdad. Luego
caminamos por las calles de esta ciudad tan guay, en la que no se permite la
circulación de vehículos, porque unas doscientas veinticuatro viviendas tienen
unas bodegas en el subsuelo de las calles por las que la gente camina. Tomé
agua en un bar, donde Luisa Beltrán almorzó y yo esperé a llegar al coche para
tomarme un sobre de sabor huevos fritos, con un dolor de oído cada vez más
fuerte.
Desde Laguardia nos dirigimos al pueblo riojano de El Ciego donde me
mostró el Hotel del Marqués de Riscal, famoso porque ha sido creado y
diseñado por Frank O. Gehry, creador del Guggenheim de Bilbao, aunque a mí
no me gustó porque el arte actual no me llama tanto la atención; bueno, nos
dejaron entrar en el hotel a tomarnos algo (ja, si nos vieran las de Lengua…) y
la cafetería deja mucho que desear, vaya decoración, la encuentras más bonita
en el Ikea, seguro; lo mejor fue que por un café y una infusión nos clavaron
ocho euros, yo me reía pensando en la cara que hubiera puesto Carmen
Prados. Aproveché y le compré unas botellas de vino rosado al Argentino –
ja, ja, je, je—, espero que le gusten, aunque la verdad es que ni siquiera sé si
le gusta el vino porque sólo nos acostamos, sin comer ni beber ni nada (sólo un
día salimos juntos por la calle, para coger el coche: fuimos al fútbol a la
Herradura). Después, nos dirigimos a un pueblo que Gabriela le pidió a Luisa
que me enseñara, pero no me podía concentrar más que en el dolor de oído,
no podía más y eso que el pueblo era pequeño pero fantástico, con un bonito
castillo y un paseo tan verde. Nos tomamos una infusión en un típico bar de
hombres —allí todos viendo el Tour de Francia, animando a Contador hasta
que lo adelantó un francés y todos se fueron del bar—: en España solo
entusiasman los deportes en los que ganamos, qué falsedad, o te gusta o no te
gusta; te tiene que interesar el deporte, no exclusivamente el deportista y sus
triunfos, esto es como si en vez de la materia te agradara el profesor, aunque
bueno se pueden dar las dos cosas: no gustarte la materia ni el calamidad que
la imparte.
Fuimos al Centro de Salud de Santo Domingo de la Calzada, y nada más
llegar me atendieron, qué bien, no había nadie en la sala de espera, igual que
en Motril, eh. Una doctora me miró los oídos, la garganta y el ganglio del cuello,
siendo su diagnóstico mononucleosis o enfermedad del beso y la verdad es
que me asusté, porque me dijo que podía tener mal el hígado y que debía ir lo
más pronto posible a mi médico de cabecera, porque ella lo único que podía
hacer era mandarme analgésicos para el dolor. Al salir de la consulta le dije a
Luisa que al día siguiente regresaba a Murex antes de encontrarme peor; dicho
lo cual, nos fuimos a Valgañón, donde me presentó a sus hermanos y, aunque
me encontraba muy cansada, quise dar un paseo por el pueblo antes de irnos
a la maravillosa casa de Luisa a descansar. Como me encontraba mal y tenía
mucho frío, Luisa encendió la chimenea de la biblioteca y me abrió allí mismo
una camita supletoria. A la luz del fuego, veía los libros que cubrían todas las
paredes hasta el techo, ¿quizá yo no he encontrado ese libro que me enseñe
tanto, que me haga ver que en la lectura hay un mundo por descubrir que
puede ser importante para mí y mi formación intelectual? Esto es algo que me
planteo muy a menudo, cuando veo en mi estantería La Fórmula, el libro de
Carmen Iglesias a medio leer, algunos que me han dejado alumnos y padres y
el libro de F. Savater El valor de elegir, que siempre lo empiezo y siempre lo
dejo en la misma página. He de reconocer que veo mi desinterés por la lectura
como un defecto y me pasa sobre todo cuando escucho hablar de sus lecturas,
en nuestras cervezas de los jueves, a las de Lengua, Samuel Bueno y Quisca y
Quirón; de hecho, como les había gustado mucho a ellos, busqué en internet El
hombre enfundado de Chejov, sobre un profesor de Griego, me lo leí –es un
cuento de pocas páginas—, y me encantó, vamos, que me dejó de piedra
porque el protagonista es idéntico a Quirón, espero que no se suicide también,
aunque razones no le faltan.
El sábado, 23 de julio, desayunamos juntas, ella su café y sus tostadas, y yo
mi sobre de chocolate caliente que tanto me gusta, además estuvimos
comentando la noticia del múltiple asesinato ocurrido en Oslo, un país que se
creía uno de los más seguros del mundo, para que vean que los ataques son
difíciles de evitar en cualquier parte del mundo (estamos vivos de milagro),
sobre todo si la policía hace la vista gorda ante determinados fenómenos; a mí
–que no tengo muchos sentimientos—, paradójicamente, estos sucesos me
afectan bastante (pero me gustan, me intereso por los sucesos) al contrario
que a Luisa Beltrán que dice que ya está curada de espantosl, que así es la
vida orgánica. También hablamos de política y, cómo no, le he contado la
decepción que tengo de algunos aspectos de la enseñanza, del politiqueo que
hay (A. Reinoso, A. Reinoso for President, Reinoso forever, forever, forever…
ja ja, el instituto es eso precisamente, un teatro politiquero: Anselmo Reinoso
es todos —desde Suárez a Rajoy pasando por Zapatero— por su capacidad de
grosero acomodo para sobrevivir en el sistema educativo sin dar clase—; el
vicedirector (la falta que hará el puto cargo), Antonio Cruces, cubre el periodo
que va del sumo sacerdote Caifás a Esperanza Aguirre –<<Cristo Crucificado,
líbrame de la tiza, consérvame el carguito, que soy un marqués de los ciclos
formativos pero quiero más, más y más. Quiero cargos. Para mandar sobre los
que son más inteligentes que yo, que tengo un reflejo mental inconsciente de
que no sirvo para nada que me está matando. Quiero cargos. Quiero carne.
Quiero tomates>>— y Grandes Jefes de Estudios (turnos diurno y nocturno) no
tienen comparación posible en la historia política europea. Sí, posiblemente, en
la africana caníbal).
Luisa se ríe de lo que le refiero y, aunque nos llevamos cuarenta y tres
años, estamos de acuerdo en que cada nuevo gobierno central, autonómico, de
la diputación provincial, municipal, sindical, AMPAS, AAVV y Protectoras de
Animales implantan su sistema educativo, sus reformas, sus normas, sus
disparatadas sugerencias con la evidente intención de justificar su existencia
fullera, crear necios y pillar votos de los padres. Y ahí están siempre las juntas
directivas, ofreciéndose para poner en práctica los desatinos. Lo único que
realmente les importa es vivir sin dar golpe y figurar. No hay nada peor,
después de un político en activo, que un aspirante a político; no hay nada más
inmundo después de un político costero que un aspirante a político costero, o
sea, un director de instituto y un inspector de zona costeros, tremendos caras
duras que llevan sus hijitos a la enseñanza privada mientras amañan las bases
para que cuadren las estadísticas de la pública, y encima —cuando cogen un
ciego— se cagan en el sistema educativo que ellos mismos sostienen y del que
se benefician.
La verdad es que estuve muy bien con Luisa Beltrán, me trató como una
reina, y me dio pena no poderme quedar por lo mucho que hubiera visto y ella
me hubiera enseñando, pero la verdad es que con toda la pena del mundo
tenía que regresar porque mi salud no me permitía quedarme. Pues bien, salí a
las diez de la mañana y después de una carretera de montaña, estilo La Cabra,
conseguí salir a una carretera nacional que en poco tiempo me llevó a Burgos y
de Burgos dirección a Madrid, donde paré en una salida a tomarme una galleta
de la dieta y llamar a mis padres; ya eran las dos y media de la tarde y
empezaba a estar cansada. Después, dirección Ocaña, Toledo, Jaén y justo
volví a parar al pasar Despeñaperros; aproveché para echar gasoil y descansar
un poco, porque ya estaba bastante agotada, pero me recuperé con un sobre
de pomelo; vuelta al coche y a las siete y media llegué a Murex, tras nueve
largas horas de viaje.
PARTE IV
INTERLUDIO EN MUREX
Nada más llegar a casa, mi madre me dio dos besos; mi papi chulo, saludos
sin besos, porque la verdad es que, aunque nos hablamos, nuestra relación no
es como era en mi infancia. Seguidamente me tiré de cabeza en el sofá porque
no me podía mover –ni siquiera tuve fuerzas para sacar la maleta del coche— y
después de escuchar cómo mis padres no paraban de hablar de la nueva
asistenta salerosa <<que canta saetas, que es un primor, que es maravillosa,
etc.>> —¡que me tenían ya hasta las narices porque no se daban cuenta de
que estaba agotada y solo quería descansar!—, cuando por fin se fueron a
cenar a su sala, pude tomarme otro sobre de la dieta, acostarme y dormir. Por
casualidad me desperté a las dos de la mañana, encendí el televisor y en La
Noria daba comienzo un debate sobre la dieta Ducan, que es prácticamente la
dieta de proteínas que estoy siguiendo yo, y la verdad es que me gustó el
debate porque las conclusiones fueron: es la dieta que más pronto te hace
adelgazar, hay que tener cuidado con el efecto rebote, tiene que estar
controlada por un médico en todo momento, es la dieta que mejor te deja los
músculos y la piel; como inconveniente, que es muy cara. A mí eso me da
igual (como vivo con mis padres y soy muy agarrada, tengo once mil euros, ja,
ja, ja), yo lo veo como una inversión con resultados evidentes. Luego miré un
rato Intereconomía y pensé que quizá yo prefiera al PP porque siempre he
pensado que su política es más ahorrativa que la del PSOE; además, estoy
harta de PSOE, ¡joder!: antes de que yo naciera ya estaban mandando en
Andalucía y ya pusieron a A. Reinoso de la Cosa de alto cargo de la Diputación
(allí se extenuó por el bien público), antes de darle el finiquito por pactar contra
Benacepas (que entonces apoyaba al PSOE en el pueblo de al lado) en el caso
Alquejenque Juice for Me.
El domingo me lo pasé todo el día acostada en el sofá, levantándome
únicamente para tomarme los sobres y leer en Internet sobre la enfermedad
vírica que tengo –estaba bastante acojonada, la verdad—; todo fue dormir y ver
televisión; quizás lo mejor del día fue que me llamó el gaucho lokaina para ver
cómo estaba y, bueno, consiguió que me riera un poco con sus piques, venga a
decirme que soy hipocondriaca, que no me puedo morir a los veintisiete porque
no soy un mito, ja, ja; pero la verdad es que su llamada me alegró un montón
(si en el fondo vamos a ser algo más que follamigos; quizá nos queramos, ja,
ja; pero de una manera un tanto rara. De hecho, una vez, fui a su casa, muerta
de miedo, porque el ginecólogo creía que tenía cáncer, y me estuvo
consolando y ni siquiera hicimos nada ese día, sólo me escuchaba y eso). Esa
tarde, tuve un momento muy, pero que muy risas cuando mi padre hablaba con
el feo de su perro en la terraza y se comunicaba e interactuaba con sus
colorines, mientras les limpiaba las jaulas, y al muy lilas se le escapó el colorín
predilecto, uno muy vivaracho al que llamaba Gabriel —<<¿cómo está mi Gabi
Gabriel, chibeli.. chibeli.. boli.boli.tia.tia.chio, ¿cómo estás, prenda mía?,
chibeli…boli…>>—. Me llamó Luisa para ver cómo estaba y le conté la
preocupación que tenía por el diagnóstico y que en mi casa no me hacían
ningún caso; pero bueno, el día pasó rápidamente y descansé muchísimo,
contando las horas que faltaban para que me viera el médico.
Así que, a las nueve de la mañana, me di una ducha y rápidamente cogí
todo lo necesario y me fui a la clínica San Rodrigo, llegué quince minutos antes
de la cita, pero es que necesitaba saber de una vez lo que tenía. Me preguntó
la recepcionista a voces que cómo estaba, y le respondí también a voces que
la dieta genial, pero por lo demás bastante mal y que necesitaba que me viera
el doctor más como médico que como dietista. Pues no había esperado ni
cinco minutos en la sala de espera, cuando la chica volvió a por mí para
pesarme —ya pesaba sesenta y tres kilos— e inmediatamente me atendió el
médico de cabecera. Me dijo que ya sabía que me dolía el oído, pero que
íbamos a empezar con el tema de la dieta; me echó un vistazo a los acúmulos
de grasa de la barriga y me dejó claro que había ido al mejor médico de oído,
que él investigó mucho al respecto pero que si hubiera seguido lo hubieran
metido en la cárcel (cuidado con el sonsolillo este), me preguntó que cómo me
había ido; mientras hablaba, consultaba en el ordenador y va y me dice que he
perdido seis kilos setecientos gramos, pero que no lo estaré haciendo bien del
todo porque él esperaba más de mí (cuidado con el lila este, pero qué se cree,
yo rabiando y el dándome el coñazo con lo que esperaba de mí, esto es para
alucinar). Después le conté que estaba estreñida y venga otra vez con que no
lo estaba haciendo bien, que no bebía el agua suficiente (pero él qué sabrá, me
daba un coraje que dudara de cómo lo hacía… más aun cuando estaba
rabiando con el puto dolor de oído), hasta que me cansé y le dije que: <<En
veinticinco días, casi siete kilos creo que no está nada mal>>, y me dice: <<Es
que estando de vacaciones se adelgaza menos que estando en casa>>, qué te
parece, este hombre es el colmo.
Después de su peculiar análisis de la dieta, me pidió que recogiera mis
cosas y me llevó a otra habitación donde me pidió que me sentara en una silla
y me dijo que iba a observar algo que es muy sencillo y que pocos médicos
hacen: mirar la nariz.
(Empiezo a sudar un amago de ataque de angustia) Va me mira la nariz y
me encuentra un pólipo y dice que es como una pera, rápidamente llama a
Teresa, la recepcionista, saca su móvil del bolsillo, que según él es lo mejor
que hay porque la cámara tiene doce megapíxeles y tal (qué loco), y la
muchacha diciéndole <<Doctor qué quiere ahora>>, y le dice que se coloque
con el móvil, que quiere sacar una foto del pólipo para colgarlo en Internet en
un trabajo suyo de investigación (yo, con los nervios, es que ya me retorcía del
dolor); bueno, concluye que por ese pólipo —que todo el mundo suele tener
pero que su mujer no tiene—, es por lo que me duele el oído y que tengo que
cuidar la tos, la voz; <<todo el aparato respiratorio está relacionado por
conductos internos, es como un sistema de tuberías>> me explica
detalladamente, mediante un dibujo que ha hecho en un papel y enseñándome
un calendario que tiene con imágenes de la nariz y tal, y no paraba de hablar
con terminología científica y repetía <<contigo se puede hablar porque eres
una chica con estudios superiores>>. Dice: <<Ahora lo que hay que investigar
es el ganglio>>, me mira la garganta y me informa que tengo pus y que el
diagnóstico claramente es una fuerte amigdalitis. Una vez resuelta la duda, me
pregunta cuál era el diagnóstico que me habían dado en La Rioja y le digo lo de
la enfermedad del beso, me explica que sin la aparición de pus en la garganta,
era una apreciación lógica. Me escribe el diagnóstico en un papel y me receta
Augmentine Plus, Nolotil y Lacteol; al respecto de este último, dice que cree
que no entra en el seguro, pero que si no entra le guarde la receta para él, que
así se ahorra un dinero y empieza a hablar del porcentaje que se saca: un
treinta, un cuarenta por ciento… ya no me enteraba de nada porque tenía el
cerebro al borde del colapso, qué doctor más loco; al final me acompañó hasta
la puerta y me dijo que no me daba dos besos porque me olía el aliento por la
pus. (Se creerá que me va a dar una depre porque el feo loco no me dé dos
besos, vaya risa).
Naturalmente, tras salir de la consulta fui a la farmacia a por los
medicamentos —más contenta que unas castañuelas, porque la verdad que el
diagnóstico era menos preocupante—, después me marché a casa, desayuné,
me tomé la medicación y llamé —para troncharme de la risa— a Manuela
Sánchez Rey, porque aunque el doctor me parece un poco chiflado, también es
un genio, ja, ja. Si se lo conté a mis padres y se morían de la risa. Bueno, al
llegar a casa, conocí a la suplente de la asistenta de mi madre, esa que era tan
parlanchina y cantaora según me habían contado, Pilar. Llegó: << Mirella, qué
placer conocerte>>, me da dos besos, un fuerte abrazo, <<no me puedo creer
lo que has cambiado físicamente, he estado viendo fotos tuyas…>>, je…je,
hablaba como si me conociera de toda la vida: es una risa. Y José Agustín
Goytisolo:
Hija mía es mejor vivir con la alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego. Para mí estos versos son reflejo de mi filosofía de que la vida es para vivirla
y todo tiene que ser risas y, aunque nadie me entienda —especialmente el
Argentino—, lo tomo todo a risa porque no hace mucho tiempo, joder, lloré
tanto…, así que oí otra vez el poema porque, aunque mi padre no me ha dicho
estas palabras, yo he sido capaz de afrontar una lucha por tener la vida que
quiero tener y estoy orgullosa de ello: así que a vivirla y a reírla –ja, ja—, todo
debe ser una risa y, cuando no lo sea, a luchar porque lo sea. La vida es una
risa y un risón. Ja, ja.
Me pasé todo el santo día adormilada porque la verdad es que, aunque a
primeras horas de la tarde ya sentía mejoría, seguía encontrándome bastante
cansada; aproveché para hablar con Luisa y contarle el diagnóstico porque la
pobre estaba preocupada y por la noche, antes de acostarme, llamé a mi
Argentino para contarle también el diagnóstico y decirle que ya estaba bastante
mejor y evidentemente se alegró muchísimo, ¡cuidado con el sonsolillo!, le dije
que ya estaba mejor, <<búscame un hueco en tu agenda y ya quedamos>>, ja,
ja, y me dice: <<Pues mañana o el miércoles>>, ja ,ja, ¡cuidado con el
desesperado!, así que quedamos al día siguiente a las diez, para celebrar el
santo.
El martes, veintiséis de julio, me desperté temprano, como nueva, como
hacía días que no me levantaba, con tal energía que estuve limpiando la casa
entera, le puse el desayuno a mi madre y, por supuesto, le felicité el santo y la
pobre me dijo que, cuando pudiera andar mejor y se encontrara con fuerzas,
me haría un regalo. Después llegó la cariñosísima Pilar, la bañó, y estuvo
hablando conmigo del trato maquinal que mi padre suele darle a mi madre y la
sacó en su silla de ruedas a pasear. Mientras tanto, terminé de limpiar, me di
una ducha, me tomé mi sobre de media mañana y fui a la esteticista a
depilarme y, bueno, fue un rato más entretenido que doloroso porque la
chavala al verme se quedó alucinada y empezó a hacerme preguntas sobre la
dieta, sobre mi viaje y me contó los deseos que tenía de hacer un viaje pero sin
su novio (es que tiene tela, está con un chico que intentó dejar, pero que
continuamente está allí en la Estética Vanessa, sentado, vigilando todo lo que
hace, no sé cómo esta chica puede aguantarlo, la culpa debe de ser de los
dichosos sentimientos, menuda monserga los sentimientos. Yo huyo de los
sentimientos como de la peor peste que existe, y de los paisajes igual).
Al terminar fui al Ayuntamiento, porque me llamó una prima de mi madre
que es de Izquierda Unida y me dijo que le habían puesto una oficina al partido
en el Ayuntamiento y que le hiciera una visita. La oficina es el premio por pactar
con PSOE, PA y PP para librarnos a los murexinos de Benacepas (que
habiendo sido expulsado de todos estos partidos —entre otras lindezas por
insinuar que bajo la apariencia gallinácea de la socialista Luperia Martínez se
escondía una zorra—, fundó el suyo propio: Concordancia Sexitana). Estaban
la prima y otro chaval —ambos de treinta y pocos— discutiendo en el tono
habitual de este pueblo el siguiente tema: tenían puesta en la oficina una
bandera de la República en la pared, de un tamaño considerable, y los había
llamado el coordinador, Fermín Corrientes de León, para decirles que alguien
se había quejado a la Alcaldesa, que ellos tomaran una decisión al respecto; y
estas eran las posturas: mi prima decía que era mejor cerrar la puerta de la
oficina para que no se viera el pedazo de bandera o poner una más pequeña, y
el otro chico decía que ni hablar, que la dejaban como estaba, vaya risa; me
recordaba el tema del crucifijo en el instituto: la bibliotecaria Reliquia del Fascio
lo colgaba por la mañana y por la tarde lo descolgaba un trotskista del nocturno
(era la única actividad que ambos desempeñaban dentro del enigmático
sistema educativo andaluz).
Pero lo más risa fue que me llamara A. Reinoso, que va y me dice con su
voz de expulsado del PZOE (qué gran pérdida) y demás partidos del espectro
(qué irremediable ruina): <<Hola Ana Mirella, zoy tu amigo Anzelmo, era para
felicitarte el día>>; y yo, que me relamía de gusto, diciéndole: <<Estarás
contento con que me quede otro año contigo>> y él <<claro que zí>>, cuidado
con el pelota, ja, ja, le dije: <<En el fondo te quiero, al que no quiero es a tu
Jefe de Estudios>> y él <<ya, ya…>>; en fin, me desea que disfrute las
vacaciones y tal, vaya pelota, teme mi oposición y, sobre todo, tiembla ante
Dora, Rodrigo y Marga (matrimonio de APIA que están siempre frenéticos de
ideas, nervios y movimientos) por cuyos lúcidos cocos cree el capullo que estoy
siendo abducida. Los de Izquierda Unida, que escuchaban la conversación, me
pidieron el número del amiguito para contar con su ayuda en la caseta del
partido en el recinto ferial (no les vendrían mal los ciento cuarenta votos que
Reinoso obtuvo cuando fundó su propio partido, el COCOMICO, o sea,
Convergencia Conmigo Mismo Convocatoria por Andalucía) y me solicitaron mi
colaboración (lo que me faltaba: pasar la feria en una cocina asando panceta
con A. Reinoso. No, hijos, no: yo ya estoy acostumbrada a otros niveles).
También me felicitaron Javi y su madre, Quisca (aunque tengamos ideas
políticas contrarias, tengo que reconocer que es buena y cariñosa, por no
hablar de todo lo que lee), que se iba con Samuel Bueno a Madrid a ver la
exposición de un tal Antonio López, o Muñoz, no me acuerdo bien. Lo mejor de
todo es que mi padre no me felicitó, pero realmente, me importa un bledo. Lo
más bonito: estaba sentada en el salón de casa y llega mi madre y me dice:
<<En tu cama tienes tu regalo>>, y bajo el envoltorio de una joyería en el que
ponía <<TE LO MERECES>>, encuentro una preciosa cadena con la inicial de
mi nombre; me encantó el regalo porque mi madre sabía que tenía muchas
ganas de comprarme eso, le doy un abrazo con todo el cariño del mundo,
porque la pobre ha recorrido todas las joyerías del pueblo. Es un secreto entre
nosotras, ni papi chulo ni mis hermanos se tienen que enterar, menudos son
estos: me odian porque soy funcionaria y eso que, cuando la mujer de mi
hermano se mató, yo crie a su hija, mi sobrina hipersensible. Y es que mi
familia tiene tela, ya desde pequeños somos muy chinchosos: mi hermano se
tiró mamando hasta los tres años y, cuando nací yo, el muy tonto se cagaba
encima por los celos que le dieron –ja, ja, a joderse: yo ahí mamando y tú a
mirar— y mi madre lo amenazaba con picarle los huesos, por marrano; y él iba
al campo donde mi madre estaba trabajando en las habichuelas, a decirle
<<Mamá, pícame los huesos que me he cagado encima>>, tú te crees el
pedazo de tonto, así que ha sido siempre el ojito derecho de mi madre.
La tarde la pasé con ella, la llevé a pasear, le compré una radio que es lo
que más deseaba y estuve con mis padres en el bar de mi vecina tomándonos
algo, bueno, en mi caso un botellín de agua, ja, ja. Después fui a casa y me
puse el mini vestido negro que me compré para la fiesta de fin de curso –con
un cinturón porque me quedaba ancho— y me encaminé a ver a mi Argentino.
Antes de llegar a su casa me llamó mi querida Gabriela para felicitarme, pero la
encontré muy triste y le dije que tiene que ponerse manos a la obra en un
proyecto que me dijo: escribir un libro de historia de España, nadie se puede
imaginar cómo era de buena dando sus clases y todo lo que nos enseñó. Me
hizo muchísima ilusión que me llamara porque la adoro.
Las asquerosas de Lengua no me han llamado para felicitarme.
(Empiezo a sudar con el recuerdo). He llegado al piso de mi Argen, je, ja, y
ha sido tocarle en el portero del portal y ya iba que me tronchaba de la risa, ja,
ja, je, je; pero, bueno, como siempre, he tenido que esperar un poco a que me
abriera, porque él sale directamente de su casa para abrirme la puerta del
portal —no sé si es costumbre argentina pero siempre lo hace—. Lo primero
que me ha dicho es <<Ya estás con tus risas>> y lo he cogido de la mano y le
he dicho <<Vamos para el piso —ja, ja,— que me da la risa>>, y me sentía
nerviosa y el notas allí apagando el ordenador, buscando no se qué cosa en su
habitación y yo diciéndole <<Que soy tu visita y me tienes que prestar
atención>>, ja, ja, y ya estuve contándole cosas, sobre todo que me había
planteado cambiar de vida: no dar voces cuando hablo, leer a los clásicos, salir
menos, estar más centrada en mi salud, en mi trabajo y mis pensamientos… y
el notas que se ríe, que no me toma en serio y me da un coraje…, total que me
senté encima suya y le dije: <<Mira lo que me ha regalado mi madre>>, y él
<<Qué bonito y tal>>, y ya me harté y le dije que si no me iba a felicitar ni me
iba a decir nada del peso y por fin me felicitó y me dijo << algo más delgada
estás porque te tengo encima y puedo con vos>>, ¡tú te crees el sonsolillo
este!, y después le di un beso por el mensaje que me envió antes de irse de
viaje y ya, pues eso, me ladeó el tanga con el dedo, y del sofá a la cama y, al
final, pues hasta nos hartamos de reír.
Pero yo no sé lo que me pasa con él, que me pica continuamente. Ese día
se levantó y se hizo un sándwich y me dijo que si quería y yo que no y me dice
<<Si te insisto, cedes>> y me he enfadado –pero, qué se cree, ¿que no tengo
voluntad o qué?—; y mientras él cenaba veíamos la tele, pero total, como soy
una parlanchina, me dijo que dejara de hablar y me sentó mal y después, en la
cama, venga a picarlo porque él estuvo detrás de una prima mía que es un
pedazo de tonto que no veas —la que suspendió las oposiciones con un cero y
algo en el examen—, y me dice: << Pues algo le vería, lo mismo quien sepa de
nosotros piensa eso de vos>> y, joder, me levanté de la cama y le dije<<Pues
aquí te vas a quedar, inútil>> y él <<Bueno, si te vas es porque quieres>>.
Finalmente me quedé, ya se suavizó y me dijo que me había traído un regalo y
tal, pero hablamos poco y cada uno en nuestro lado de la cama, a dormir –no
sé si esto es una risa o es una mierda—, a mí no hay quien me entienda.
Por la mañana me desperté temprano pero, como estaba en casa ajena,
tuve que esperar a que le sonara el despertador al Argentino, porque no veas
la mala leche con la que se levanta; pero, bueno, es un risón, porque a cada
diez minutos le suena, lo apaga y sigue durmiendo (menuda mierda de vida
que debe de llevar este para no querer levantarse), pero a la quinta va la
vencida, jajá, y como me reí cuando por fin se levantó, al sonar mi despertador
dijo << Ahora no te ríes tanto>> y ya verás si me seguía riendo: ¡si llevaba dos
horas despierta! Esperé a que se duchara, le di su regalo: dos botellas de vino
rosado del marqués de Riscal, que le encantaron, y él me regaló un portafotos
muy bonito de artesanía argentina y, como le dije que mi mejor amiga me
regaló lo mismo para mi cumpleaños, pues se picó (ya no sé qué decirle), pero
bueno, me llevó a casa y se fue a trabajar a la emisora, a Radio Nerja.
Nada más llegar a casa, me tomé mi delicioso sobre de chocolate caliente y
no sé por qué, pero no me sentía bien (es que mi relación con el Argentino es
de lo más rara), pero bueno. Me puse mi poema:
La vida es bella, tú verás como a pesar de los pesares tendrás amor, tendrás amigos. Por lo demás no hay elección y este mundo tal como es será todo tu patrimonio. Siempre que escucho esta estrofa, tengo clarísimo que hay que seguir
viviendo, luchando dentro de la sociedad que te ha tocado vivir y que debo
divertirme, pero sintiéndome bien yo, y que tengo que luchar por sonreír y no
llorar siempre que no sea necesario.
Al poco vino Pilar e, inmediatamente, me preguntó por cómo me había ido el
santo y yo <<Pues muy bien>> y ella todo el rato preguntándome y tocándose
el cuello hasta que, por fin, me di cuenta de que lo que quería preguntarme era
por lo que me había parecido el regalo de mi madre y ya le dije que
maravilloso. Me fui con ellas a pasear, mientras escuchaba cómo Pilar me
hablaba de cuánto añora su vida en Madrid, por la cantidad de cosas que hay
allí; me ha contado que tiene tres hijos en exclusividad, de dieciocho, nueve y
seis años, cada uno de su propio padre, y que el mayor no quiso estudiar y lo
tiene trabajando en un gimnasio por poco dinero, pero que ella tiene claro que
los adolescentes no pueden estar sin hacer nada. Mientras hablaba yo
recordaba las discusiones de las de Lengua sobre el asunto de los hijos <<que
los tengan los pakistaníes>> o <<si los tienes no puedes ser feminista, ni
revolucionaria ni nada: el poder aprovecha el instinto para hacer de una mujer
una pava clueca>> y Manuela Sánchez Rey no estaba de acuerdo y se
cabreaba tanto que se rompió un puente del colmillo, por no mandar a la
mierda a las otras, menuda risa que yo pensé que me tronchaba. También
hablé con la madre de una alumna de mi tutoría que sabía que me iba a quedar
en el instituto porque lo había mirado en la página de la Consejería de
Educación y que estaban contentísimos todos los padres, yo alucino.
Pronto regresé a casa para tomar mi sobre de media mañana y entre sueño
y sueño almorcé y merendé, porque lo cierto es que estaba súper cansada y
necesitaba desconectar; pero a las siete de la tarde decidí que iba a salir a dar
una vuelta, porque estaba harta de estar en casa y estuve viendo a una mujer
–vecina de mi tita— que, el pasado invierno, había venido conmigo a Motril al
ginecólogo y que, por narices, entró en la consulta conmigo y encima se picó
porque quería que la invitara a algo, y le dije: <<Tengo prisa por regresar a
Murex y también me podías invitar tú, encima que te he hecho el favor de
traerte al ginecólogo>>, pues se cabreó aquel día y aún le dura el cabreo, yo
flipo, vaya gilipollas; pues se acabó el tema, a partir de ahora: hola y adiós, ya
sabes, tía, game over. Así que después de ver lo desagradecida y picajosa que
es la gente, regresé a casa, cené tranquilamente y vi la televisión hasta que
mis ojos se cerraron. La vida es una castaña.
A las once y treinta de la mañana siguiente salieron los destinos definitivos:
aquí me quedaba, al igual que la mayoría de mis compañeros en expectativa
de destino, excepto Roque Jaleas (este se jubila en expectativa, menudo país
expectante), al cual llamé para decirle que se iba a Málaga y no le sentó bien,
si se creía que estaba bromeando (no hay quien entienda a este hombre). Al
darle la noticia a mi madre, estaba Pilar y empezó a darme abrazos como si la
noticia la hiciera muy feliz. Pasé el resto de la mañana en casa descansando
porque realmente estaba agotada, con lo de la garganta, pero por la tarde
decidí ir un rato a la playa, allí estuve leyendo otro de los capítulos del ensayo
de Carmen Iglesias sobre la visión orientalizante que nos ha dado la
historiografía por creer que estamos más cerca del mundo oriental que del
occidental; pues bien, de repente, aparecieron tres alumnos de primero de
ESO, de los que tanto adoramos Quirón y yo, me dejaron allí sus cosas y se
fueron a bañarse haciendo el asno; esto era ya para pegarse un tiro: como si
yo fuera su madre, como si fuera poco tener que aguantarlos durante nueve
meses, joder, pues en cuanto volvieron me fui, para ver alumnos pues casi que
prefiere una estar en casa, no te jode. Por lo demás, el día no dio más de sí,
hablé con María José Muñoz que estaba contentísima con quedarse otro año
en el instituto (sacándoles las castañas del fuego a todos los viejunos) y
después de cenar y ver un rato la televisión, nuevamente a dormir. Creo que no
había dormido más en mi vida.
El viernes salí a pasear con mi madre y Pilar, la asistenta, ese era su último
día de suplencia y la pobre estaba bastante triste porque es muy cariñosa,
además muy cumplidora: ni siquiera quiso que la invitáramos a algo porque no
le parecía apropiado ya que estaba trabajando, después las dejé para ir al
mercadillo y mi ídolo A. Reinoso me llamó para darme la enhorabuena porque
me quedaba en el Instituto, ja, ja, más pelota no puede ser el colega: venga a
comentarme que iba a intentar darme la tutoría de un tercero (cacique es aquel
que a todos contenta y satisface, para todos tiene una sonrisa, un carguito, un
conejito bajo la poltrona) y a informarme de las horas que han asignado a mi
departamento, además me dijo que fuera a la feria a tomarme algo en la caseta
de IU, que él iba a estar, y le contesté que no podía, que me iba de vacaciones
con mi mejor amiga, ja, ja, y me dijo que <<A disfrutar del mes de agosto para
que regreses con buena energía>>, este tío es un formulario; es una de las
cosas que más me joden de la gente, que te digan frases así; cuando yo
soñaba con ser profesora me creía que iba a escuchar otra clase de frases en
la sala de profesores, de las que se piensan por uno mismo antes de decirlas y
son sorprendentes y están llenas de contenido metafísico; pero menudo
desengaño, todo tontunas, no oigo más que tontunas (y eso que yo, con la
familia que tengo, creí que estaba curada de espantos). Pocos sitios habrá tan
desagradables y tan frívolos en el mundo como la sala de profesores de los
institutos de Andalucía (<<ay, Mari Pepa, qué calzones de los chinos más
monos traes: me encantan, me flipan, me magnetizan>>).
Por si fuera poco, por la tarde, quedé con mi jefa Oconcello (que ha llegado
a oídos de mi papi chulo que habla maravillas de mí con un pescadero, ja, ja,
ja…que se entere el muy necio, a ver si empieza a conocerme un poco, que
este solo tiene ojos para su hijita mayor. Por cierto que la vi cruzar, a mi
hermana, por un paso de cebra y no di crédito a mis ojos: se ha puesto como
una foca, vaya cacho culo ella y mi sobrina, ja). Llegué puntual, me dio dos
besos llamándome <<condeduque>>, es una risa, y como aún no estaba
preparada, aprovechó para presentarme a su hijo, que vaya pedazo de tío, que
según Oconcello solo salió de la habitación porque le dijo que yo era una chica
muy guapa. Me ofreció un helado, pero con todo el dolor de mi corazón lo
rechacé porque la dieta es lo primero, ella se comió uno voraz y
desesperadamente: estaba bastante enfadada, porque su hijo se había comido
el helado que ella había comprado para sus amiguitas. Se manchó comiéndose
el helado y bajamos a la cochera donde tiene una cajonera con todos sus
niquis. Tenía la cochera con todos los muebles de una hija (es que el año
pasado, Oconcello y sus tres hijas se separaron a la vez de sus cuatro maridos,
cada una del suyo), la ropa del chico encima de la lavadora y sus vestidos
Adolfo Domínguez por allí, qué barbaridad; a todo esto, le habían regalado a su
hijo un perro y no veas el coñazo de perro: lo muerde todo, y la pobre
Oconcello amargada; por cierto, me enseñó algunas pinturas de ella
destacándome sus cualidades artísticas (la verdad es que tiene gran
sensibilidad pintando).
Después fuimos al Cabrabajío, donde nos tomamos un agua y una cerveza,
y me estuvo dando consejos de los hombres (que me dé algún beso con el que
me guste y eso, pero sin llegar <<a más>> hasta que esté segura. Yo flipaba
de una manera que nadie se puede imaginar), contándome sus historias de un
novio gallego que tuvo, que tenía un prado, y cómo conoció a su marido y le
ofreció un caballo, ja, ja, y también me contó que estaba harta de que su
hermana —<<que es catedrática de la universidad de Pontevedra>>— le
reproche continuamente que no se tenía que haber casado y que ella cuidó
sola a sus padres; alega Oconcello que bastante tenía ella con sus cinco hijos
para ocuparse también de los padres, además estaba harta de los líos con los
pisos, que no la dejaban descansar ni un minuto. Fue una tarde en la que no
me escuchó ni una palabra y no paró de charlar como hace siempre (pero me
cae muy bien porque, aunque sea una mujer con su problemática, es muy culta
y no es convencional como las mujeres de Murex y la mayoría de mis
compañeras del IES, bastante previsibles y chilindrinas), y como había comido
mucho y además estaba enfadada porque tenían la música muy alta y decía
que así no podíamos hablar tranquilamente, me pidió que diéramos un paseo
por los alrededores del Playa Calentica y me estuvo explicando el montón de
horas que trabajaba en el instituto los primeros años (ella tiene ya cuarenta y
cuatro años de servicios, pero no piensa jubilarse hasta que pueda hablar o se
quede ciega) y cómo ella paseaba en invierno por allí, cuando todavía el
alcalde Benacepas no había cortado los centenarios algarrobos cuajados de
saurios autóctonos. La verdad es que fue una charla muy agradable, aunque
no se le pasó recordar la discusión con Quisca, y el último suceso de su
ajetreada vida: que le dieron un porrazo en el coche híbrido en la rotonda del
Hercofrut; pero no hubo manera de que me enterase de cómo fue el incidente,
si fue su culpa o no.
Al llegar a casa, tuve que ir con mi padre a un velatorio: había fallecido el
primo de mi abuelo. Era una risa: allí un mogollón de gente hablando a grito
pelado, como si fuera aquello una fiesta, y el muerto solo en su dormitorio con
la caja tapada; vamos, que estaban deseando que se muriera el viejo desde
diciembre y allí estaban, ni disimulaban ni nada. No se ve una cosa igual, había
allí de todo: familia de mi madre, padres de alumnos, Antonio de Física en
bañador, etc. y no veas el coñazo que me dio la gente diciéndome que estoy de
delgada como una muñequita y que ya tengo edad para buscarme un pariente,
que tienen ganas de ir de boda, pero tú te crees la gente capulla qué les
interesará; pues entre la dieta, los hombres y el instituto me han dejado para
reventar, que puto coñazo, joder. Así que, como estaba desesperada, he
llamado para quedar a Conchi Callejas y me ha dicho que estaba en Manresa,
con Diego, visitando unas fabricas antiguas de hilaturas para un estudio que
están haciendo de arqueología industrial (la falta que hará semejante estudio),
le he contado cómo me encontraba de mal y me ha aconsejado que no haga
caso de nadie, que yo a lo mío: que ya va siendo hora de que <<me destete y
me desclase>>, y que si no puedo sola, destetarme y desclasarme, que tendré
que buscar ayuda, que vaya a la psicóloga de la calle Real que es donde va
todo el pueblo. Qué mierda, qué gran mierda.
A la mañana siguiente, tras tomarme un sobre sabor nabo, no tuve más
remedio que ir al dichoso entierro y lo flipaba, porque por la noche nadie lloraba
y por la mañana mi prima del cero en oposiciones, una lloriquera; es tonta
hasta para hacer teatro, joder, tengo un empacho de tontos que no veas y
luego pues la misma historia de siempre: padres de alumnos, familia, etc.
Saludo a los padres de una alumna (que son arquitectos) y mi padre allí
preguntando de qué nos conocemos y presumiendo de ser mi padre, esto es el
colmo. Cuando empezó el funeral, me quedé en la puerta con uno de mis
primos y menudo cachondeo contándome que la noche anterior vino de Madrid
mi tito, el hermano menor de mi padre, que no se sabe cómo, un buen día,
pasó de ser un degenerado que trabajaba en El Pucherillo a tener, hoy en día,
tres restaurantes en Sevilla. El colega es un notas: viene al pueblo y pasa de
avisar a mi familia porque se ríe de ellos, dice que no sabemos comer
mariscadas de quinientos euros, es un risa, así que cuando viene solo llama a
mi primo, el yerno de Casa Parra, que es al único que considera a su altura,
cuidado con el repugnante; pues nada más llegar, lo llamó para que fuera al
Playa Calentica a llevarle una botella de ron y otra de whisky, ja, ja, mi primo
contando que se ha traído a una cuñada para que le cuide a las dos niñas, ya
que su mujer y su suegra están de crucero, tú te crees; las niñas durmiendo y
ellos en el hotelazo con un ciego que pillaron que alucinas, allí bebiendo y
fumando porros, mi primo dice que era para ver a mi tío, que es un tapón y
pesa más de ciento veinte kilos, chispado como una coneja y venga a bailar
salsa en la terraza, ya me imagino la risa. Por lo menos el entierro ha pasado
rápido choteándonos del tonto de mi tito.
Por la tarde fui a Algarrobo a ver a María José, porque había quedado con
ella, ya que era su cumpleaños, y estuvimos en su piso tan tranquilas,
hablando de A. Reinoso, que a ella también la llamó y le estuvo dando la
enhorabuena por su trabajo excelente como profe de matemáticas, tú te crees
lo pelota que es, seguro que solo nos ha llamado a las mujeres (en su
imaginación cree el andaluz medio que tener carguito te da acceso al huerto
florido, hay que ser subnormales), y esta ingenua tan contenta porque sabe
que ha pedido otro profesor de Matemáticas a la Delegación para que ella se
quede, aunque entre eso y fastidiar a las de Lengua (huerto viperino con unas
lenguas de a metro), no sé yo cuáles serán los motivos ocultos, pero que no
me fío ni un pelo de este caracol. También hemos hablado de las vacaciones, y
del Argentino, la inocente de María José cree que estoy enamorada del tonto
ese, pero no tiene ni idea, la verdad es que cuando quiero desfogar ahí lo
tengo y poco más, ja, ja, mi amor, mi rabo, mi mindrolo rioplatense, ja, ja. A las
nueve llegó el marido de trabajar en el mega semillero y estuvo criticando
nuestra profesión porque trabajamos poco, y la mujer súper picada y yo muerta
de risa; me dijeron que fuéramos a cenar por ahí pero les dije que no podía
porque me iba a Granada de fiesta, ja ,ja. Así que eso hice: fui de fiesta a la
Mae West de Granada con mi mejor amiga, Oé, y todo fue una risa, bailando
hasta las cinco de la mañana, llamando la atención como siempre,
haciéndonos hueco y riéndonos de todos los tíos, porque había mucho feo pa
lobo y unos tíos muy altos, ja, ja. Yo me bebí dos Coca-Colas light y una botella
de agua y los tíos diciéndome que se notaba que yo era la que conducía, ja, ja,
pero bueno nos portamos bien y nos fuimos a las cinco a dormir.
Total, <<el día cuatro nos vamos de vacaciones a Castilla-León y, como allí
no nos conoce nadie, vamos a hacer de todo>>.
El domingo, último día de julio, nos despertamos a la una y llevé a Oé a su
pueblo, Villanueva del Arzobispo, allí estuve un rato charlando con sus padres
que me aprecian un montón —les gustaría que Oé, que tiene veintiún años y
siempre se está cambiando de ciclos formativos de primer grado, tomara
ejemplo de mí y sentara la cabeza haciéndose funcionaria. Es una cosa que
me revienta, que todos los padres me valoren menos mi papi chulo— y siempre
tenemos conversaciones muy entretenidas; me ofrecieron de todo, pero dije
que no me podía saltar la dieta; lo más interesante fue que me enseñaron un
folleto con todas las deudas que ha dejado el joven alcalde socialista que hasta
el momento estaba en el pueblo, la madre ha dicho veinte veces que el alcalde
ha hecho <<ricias>>, ja, ja, es una palabra muy usada por esta familia. Ellos
saben que yo, desde que tengo derecho al voto, voto al PP (en este sentido sé
que soy un sangrante desengaño barroco para mis profesoras, hoy
compañeras de Lengua –que lo mismo votan blanco, Equo y, en sus tiempos,
puede que hasta a Herri Batasuna— y un caso perdido para mis padres y mi
hermana que siempre votan al PSOE por las enormes ventajas que les ha
proporcionado: PER, pensión no contributiva y pensión de viuda. Por su lado,
mi hermano ha sido siempre de derechas, sobre todo cuando Aznar decidió
quitar el servicio militar obligatorio y se libró de hacerlo. El pensamiento político
que hay en esta familia en un asco; el pensamiento políticos de los andaluces
es un excremento y una inmundicia porque se concibe con el estómago y con
el ojo del culo.
A las cinco de la tarde llegué a mi casa y, como no estaba acostumbrada a
trasnochar, me quedé todo el día adormilada en el sofá y viendo televisión.
Y el lunes me desperté temprano, desayuné uno de mis deliciosos sobres y
fui a sacar dinero. Joder, cuánta gente había por el maldito turismo, aquí no se
puede vivir, estaba la Caixa Torrent llena, diez personas esperando en el cajero
y un hombre quejándose de que en Murex —excepto hacer colas en Caixa
Torrent— no hay actividades interesantes que hacer, qué me va a decir a mí
que yo no sepa: el mes de vacaciones del bibliotecario municipal es mortal para
la cultura de este pueblo, porque él es el único que sabe leer comprendiendo lo
que lee, sin él esto es un erial pues en el Ayuntamiento son casi todos
analfabetos, Murex es el pueblo más inculto de Andalucía o quizá de España,
no hay en Europa un pueblo más bruto e iletrado que Murex.
Como en media hora seguía habiendo diez personas delante de mí en el
cajero –por lo visto se había comido la apetitosa tarjeta de un abuelo y esto era
motivo de gran interés intelectual—, entré a la oficina y, hostias, por lo menos
había seiscientos en la cola, menuda barahúnda de niños persiguiéndose a
puntapiés y de empleados por allí, hablando a voces de sus cosas, metiéndose
mano o yéndose a desayunar. Así que, como tenía prisa, me fui a un cajero de
Bankinder´s Bola a sacar dinero, aunque fuera con comisión abusiva, y a pagar
el recibo del Ibi de mis padres en Caja Bomba, donde estuve un par de horas
en la cola y, cuando llegué, me escupe una pagada de su posición prepotente
que <<Los recibos, los martes de ocho a diez>>; luego entré en Caja
Campestre, en Banasta Puerros y en PutoBanco con idéntica limitación a los
martes, de ocho a diez, para pagar recibos.
Echando leche, me reuní en el Centro de Salud con mi madre y la asistenta
—que se escaquea a cada instante para ir al servicio, para fumar o para
ensuciar porque toma laxantes a kilos, qué pocas ganas de trabajar tiene—;
pasados unos quince minutos de la cita, el doctor nos atendió y le dijo a mi
madre lo que todos estamos hartos de decirle: que se tiene que resignar a la
evolución de la enfermedad y que no tiene más remedio que recurrir a nuestra
ayuda. Sé que son unas palabras duras: no hay ninguna novedad respecto a la
enfermedad del Parkinson y ella ya las ha probado todas, así que no tiene más
remedio que concienciarse para poder llevar su vida del mejor modo. En fin,
qué problema, porque ella no se resigna y se cae al suelo, a veces lleva la
cabeza llena de chichones, debe de tener los huesos durísimos porque con los
porrazos que se pega... Regresamos a casa y como estaba hecha polvo me
acosté un rato.
(Empiezo a sudar un ataque de angustia). Sobre las tres de la tarde me
pregunta mi padre que si no voy a la playa y le digo que cómo voy a ir, con el
viento que hace, y que vamos a Motril al médico y me pregunta que si él
también, tú te crees. Se ducha, coge las pruebas que le han hecho en el Centro
de Salud y nos vamos en mi coche a Motril, parece que ahora se fía más de mi
conducción, debe de pensar que si me voy de vacaciones con el coche y no he
vuelto con los pies por delante, no debo de conducir tan mal. Llegamos a la
consulta privada del doctor Salamandrina, doy el nombre de mi padre y en la
sala de espera me pregunta que por qué he dado su nombre si el médico es
para mí, me he quedado de piedra, no hay manera de que mis padres se
enteren de nada (dice Toñi que eso pasa en todos estos pueblos, por la
endogamia secular y por el ruido ambiente), cómo puede pensar que el
cardiólogo era para mí si llevábamos sus pruebas, yo alucino de una manera
que nadie se puede imaginar. Después de esperar una media hora, nos atiende
el doctor, un hombre muy serio que le hace todo tipo de preguntas: si fuma, si
bebe, edad, operaciones, alergias, etc. A continuación coge las pruebas y le
hace otras, le pide que se vuelva a sentar, empieza a observar los resultados
de las pruebas, a escribir en el ordenador, se pasa veinte minutos sin decir
nada (yo súper nerviosa); pero nos mira y nos da un papel con el tratamiento
escrito y una serie de recomendaciones, todo ello explicado detalladamente —
¡es un médico maravilloso!—; pero lo más risas es que le ha dicho que todo se
debe a la edad, al colesterol y que tiene que cuidarse más, debe beber dos
litros de agua al día y dejar los hidratos de carbono y la cerveza, pues el dolor
es porque tiene muchos gases.
La cara de mi padre era un drama, e iba en el coche diciendo que cómo va
a dejar la cerveza y el pan, que no puede pasar sin pan y sin cerveza, tú te
crees. Llega a casa y lo único que le dice a mi madre es lo del pan y la cerveza,
lo único que le preocupa, qué cabeza, son peor que los niños chicos, creen que
a su edad pueden seguir comiendo de todo: dos veces a la semana, se ponen
ciegos de pasteles. No se enteran de que hay que comer lo que se debe, no lo
que se quiere.
Después de haber pasado el día con mis padres, de un médico a otro, me
relajé viendo la tele, merendando y cenando mis sobres y después de Los
Misterios de Laura me acosté. Pero mi madre me dio una noche que no veas,
despertándome a cada rato; bueno, pues en cuanto llegó la asistenta, se puso
a llorarle porque el médico le dijo a mi padre lo del pan y la cerveza, yo flipo
con esta mujer: el único trauma que tiene es el pensar que, si mi padre no
come pan, ella tampoco; está siempre diciendo que se va a morir pero no para
de pensar en la comida, qué obsesión. Y qué vacío, y qué fuga de ideas, pues
en semejante ambiente no hay manera de concentrarse en nada intelectual,
hasta echo de menos las paranoias de las de Lengua con Elvira Lindo.
Estuve toda la mañana limpiando mi habitación y a las tres —menos mal,
porque ya me iba quedando sin recursos intelectuales— subí a Granada para
ver a Dora, que iba de camino a Barcelona, y ya estuvimos hablando pestes del
Equipo Directivo del instituto: que son unos chupatintas sin conciencia del
noble papel de la educación para un país, que —excepto el joven esclavo
Elisandro— son unos gandules patológicos, que tienen un jamón colgado en el
despacho para sobornar a todo dios (<<Jamón corrupto>>). Paseamos
tranquilamente por Granada, mientras nos choteábamos del matrimonio tan
falso al que se tienen que resignar nuestros compañeros porque no encuentran
nada mejor (<<te amo tanto consorte>>), de la simplicidad corrupta y
vocinglera de los pueblos costeros mediterráneos, de lo necias que son las
ciudades y los pueblos del interior andaluz. España entera de charanga y
pandereta, que si Machado resucitara se caía muerto en el acto.
Me llevó al Alcázar Genil y a la Ermita de San Sebastián (para que viera
dónde Boabdil entregó las llaves a Fernando el Católico, anda que no sabe
esta de la historia medieval de Granada) y le conté los años que pasé en
Francia de pequeña, viviendo en unas cocheras junto a unos invernaderos de
rosas y crisantemos, y el regreso a Murex, porque mi hermana se quedó
embarazada en vacaciones (como mi madre veinte años antes: es el destino de
las tontas) y se casó aquí y mi madre le criaba a la niña, y le conté cómo nos
vestían igual, y las barraqueras que me daban porque yo odiaba a la niña y no
quería ir vestida como ella. Luego, sentadas en una tapia de las desiertas
obras del metro, le hablé de cuando los niños se burlaban en la escuela de mí
porque tenía gafas, era picajosa, gorda y a mi madre le temblaban las manos
(me rodeaban chillando, moviendo sus propias manos como lo hacía mi
madre), de la relación tan rara que mantengo con el Argentino, que me dijo el
año pasado que lo iba a intentar otra vez con su novia, que ya no podríamos
vernos (él es totalmente fiel, eso sí) y yo, pues perfecto; pero que no se
arreglaron las cosas entre ellos y por eso, al mes, nos liamos otra vez.
Me invitó a una infusión de hierbaluisa en su casa y, después, nos reímos
para reventar pues, cuando ya nos estábamos despidiendo en el pasillo, me
pidió que orinara en un barreño que había en el baño, y que lo lanzara por la
ventana de su dormitorio (sin el barreño), que los miles de majaderos ebrios
que había en las terrazas de la Placeta del Visir, gritando paridas bajo sus
ventanas las veinticuatro horas, le impedían leer, escribir, pensar y descansar.
La Europa más borracha y más bruta está repantigada en las mesas de los
bares de la placeta del Visir de Granada, los erasmus más vagos y depravados
intelectual y sexualmente vienen a Granada a ponerse ciegos de alcohol y
tapas de pringue para que Dora no pueda pensar y <<yo sin pensar no puedo
vivir, tengo ese feo vicio>>. Y cuando yo intentaba orinar en el barreño, muerta
de la risa, va y me dice <<Mirella, si tienes ganas de cagar, no te reprimas>> y
yo es que ya me revolcaba de la risa.
Al llegar a Murex hablé por teléfono con el Argentino, porque olvidé en su
mesilla de noche mi reloj y me dijo que me pasara en un momento, aunque él
tenía que ir a casa de sus padres; así que, veloz y algo alterada, me puse algo
negro con escote gigante (el Argentino, es verme así, con mis pechos egregios
apretados con algo negro, y ya lo tengo a punto), fui a su casa y estaba
hablando con alguien por teléfono y me pasé veinte minutos esperándolo y,
después, me pidió disculpas tres o cuatro veces; pero ya me harté, y le
contesté yo que no eran necesarias, ja, ja; y lo de siempre: me puso el reloj y
caímos en la tentación: un polvo rápido y cada uno a casa de sus padres.
Vamos, una risa.
Un hombre solo, una mujer así tomados, de uno en uno son como polvo, no son nada… PARTE V
VIAJANDO CON OÉ, MI MEJOR AMIGA
SALAMANCA
El miércoles, tres de agosto, me desperté pronto para preparar el equipaje y
el coche, y la tarde la pasé tumbada en el sofá con la tele puesta, pues me
esperaba un viaje largo. Al día siguiente, a las ocho de la mañana, salí de
Murex y, a las diez, de Villanueva del Arzobispo, donde recogí a Oé, mi mejor
amiga. Emprendíamos tan contentas unas vacaciones en las que esperábamos
hacer máximas locuras, ja,ja,ja.
El viaje fue largo y, no veas, con mi colega que es como claustrofóbica y no
paraba de dar suspiros. Pero bueno, como no tiene ni idea de la geografía
española, por lo menos iba cantando y no decía nada y, exceptuando un
pequeño despiste que tuvimos al pasar por Madrid, que nos hizo desviarnos
más de la cuenta y pasar por la nacional que va a Segovia y a Ávila —una
nacional en la que no había ni una sola gasolinera y Oé que tenía ganas de
orinar, eso fue una risa—, por fin a las cuatro de la tarde, llegamos al hotel
Recoletos Coco en las afueras de Salamanca y, lo típico, subimos las
maletas, almorzamos —ella unos pastelitos que le había echado su madre y
yo uno de mis deliciosos sobres—. Después, bajamos a la piscina del hotel
donde nos bañamos y estuvimos tomando durante una hora el sol, allí,
riéndonos del socorrista porque era un cardo, ja, ja, y había unos niños
franceses chillando, ¡uf!, así que pronto nos subimos a la habitación, nos
cambiamos y salimos de compras, al Corte Inglés, donde nos conseguimos
unos vestidos súper chulos en las rebajas, de estos para salir por la noche y
dejar a los tíos de piedra. También aproveché la ocasión para comprar el
regalo de cumpleaños de mi más que follamigo, el Argentino, le compré una
colonia Calvin Klein y un jersey Tommy Hilfiger nada menos, para vengarme de
una vez que me dijo <<Sos una pija>>, una pija, porque me compré un reloj de
veinte euros; ¡ja!, ¿soy una pija?: pues un regalo pijo para él, ya veríamos la
cara que iba a poner… Estuvimos haciéndonos fotos porque a mi amiga le
encanta, pero no hacérnoslas con monumentos, sino con lo primero que ve:
con una bombona de butano, en una papelera, con el toro de la Cruz Roja, ja,
ja, con todo lo que le parece una risa. Al volver al hotel nos duchamos,
cenamos —ella un bocadillo de fiambre que le había echado su madre y yo uno
de mis sobres calientes—, llamé a mis padres y, aunque nos llamaron dos
amigos míos de Salamanca, decidimos que esa noche era mejor un relax
después del largo viaje para, a la noche siguiente, poder salir y darlo todo, ja,
ja, así que nos hartamos de mirar la tele hasta que ya se nos caían los ojos y
nos quedamos dormidas.
La mañana del viernes nos despertamos a las diez, desayunamos —ella un
zumo y unos pastelitos de los que le había echado su madre y yo un sobre
sabor pera— y nos fuimos otra vez de compras al centro, que estaba a unos
quince minutos andando y, lo normal, recorrimos todas las tiendas de las calles
principales —Calle Toro y Calle Zamora— y encontramos alguna que otra
cosa: un vestido, una falda, un pantalón, un bote de laca. Fue una mañana
dedicada por completo a ir de tiendas, porque a mi amiga lo de los
monumentos no le va; vamos, que le enseñé la Plaza Mayor y no le llamó la
atención para nada, también porque iba concentrada en los escaparates.
A las dos, volvimos al hotel y tomamos algo: ella un bocadillo de fiambre con
un zumo y yo una de mis galletas, estuvimos viendo la televisión y pasando la
tarde tumbadas, descansando, porque la verdad es que el día estaba nublado y
hacia viento, así que ni siquiera nos apeteció bajar a la piscina. Tras una larga
siesta de Oé, la convencí para dar una vuelta por el casco histórico de la
ciudad y vimos el exterior de la Iglesia de San Esteban, de la Catedral y de la
casa de las Conchas sin el más mínimo interés de mi amiga, que de lo único
que se preocupaba era de echarse fotos donde fuera, qué risa; así que a las
nueve ya estábamos duchándonos y cenando en el hotel. Llamé a mis padres.
Nos pusimos de gala para salir de fiesta y arrasar con todo, ja, ja, y así ocurrió.
Primero, fuimos a ver a uno de mis amigos de Salamanca con el que tuve
un rollo en su día (pero ahora paso de él) y, joder, casi no nos reconoció, no
nos dio ni dos besos y cuando le preguntamos por el otro amigo nos respondió
que no sabía indicarnos dónde trabajaba, cómo se pasó el colega; así que le
dije que nos íbamos a ver al otro y dice: <<Bueno, pues luego voy para allí>> (y
eso que decía que no sabía dónde era, vaya capullo, además al minuto me
manda un mensaje, <<estáis preciosas, luego os veo>>, alucino con los tíos, lo
celosos que son). Después de unas cuantas vueltas, llegamos a la zona de
pubs donde trabaja Miguel de portero y, ja, ja, no nos reconoció hasta que
empecé a reírme y le dio una enorme alegría de vernos y, no veas, empezó a
enseñarnos todos los pubs que llevaba y, en cada uno de ellos, nos invitaba a
chupitos de pacharán y a calimochos y vaya ciego que pillamos. Máxima
locura: vestidas con unos vestidos de escándalo y súper maquilladas, en esos
pubs de adolescentes rockeros, ja, ja, eso fue una risa, nosotras bailando,
dándolo todo, llamando la atención de todo el mundo. Bueno, estando en uno
de los pubs, el Tebeo, llegó Pedro, el rollo pasado, nos regaló una rosa a cada
una y como vio que pasábamos de él se largó pronto, después fuimos a un pub
heavy donde se nos pegó un notas que estaba empeñado con que nos
fuéramos con él, porque decía que no pegábamos en ese pub y, de repente,
intervino Miguel :<<Eh, no es de fiar el colega>> y de pronto me dijo Miguel
<<Perdona>> y me dio un pico, ja,ji, y que <<es lo que quería hacer desde que
te conocí>>; pero me pidió perdón porque, según él, lo hizo para quitarnos al
moscón de encima, y la verdad es que no lo tomé a mal porque él siempre me
ha respetado.
Después de librarnos del notas, nos fuimos a otro pub, al Torero, que era
una risa porque ponían Rafaela Carrá, Julio Iglesias… y mi amiga allí, a voces,
diciéndole al DJ que se pasaba con la música tan fea, ja, ja. También se nos
pegaron unos notas que nos invitaron a unas copas de champán, así que
íbamos chispadas como conejas; nos llevaron a una discoteca —cuyo nombre
somos incapaces de recordar— donde todo fue una risa, pasamos toda la
noche bailando encima de la tarima con unos y con otros y estábamos ya
asfixiadas y, no sabemos cómo, conocimos a dos chicos con los que
acabamos en un piso cada una con uno, ja, ja —es que no veas lo locas que
estamos— y bueno, a las diez de la mañana, yo me largué porque me daba la
risa de liarme, a la luz del día, con alguien más joven —era para ver la cara y el
cuerpo con que se quedó el chaval— y, como mi amiga estaba de machaque
con el otro, pues me largué al hotel y ella se presentó allí a las once, muerta de
la risa diciendo que los habíamos dejado marcados de chupetones a los dos
notas y que decían <<Joder, joder, cuando nos vean nuestros padres…>>, tú
te crees con los niñatos, vaya risa que estamos hechas, así que por fin a las
once y treinta, después de un baño, nos acostamos.
Estuvimos durmiendo el ciego hasta las cinco de la tarde, nos levantamos,
nos tomamos algo —ella un zumo y un bocata de chorizo y yo un sobre— y,
con la horrible resaca que teníamos, nos bajamos a la piscina y estuvimos todo
el tiempo tiradas en las tumbonas; ni siquiera nos bañamos porque no nos
podíamos mover, y a Oé, de tanto folli-folli, decía<<Jesús del Pincho, cómo me
duele el cheque>> —vaya fenómenos que estamos hechas, ja, ja—, al menos
nos hemos hecho veinte fotos para recordar el resacón. A las siete fuimos a
tomarnos un café y aprovechamos para comprar agua y embutidos. Al llegar al
hotel llamé a mis padres, cenamos lo de siempre, bocadillo y sobre, y nos
estuvimos unas dos horas arreglándonos porque Oé, que estudia un curso de
estética, me hizo la pedicura, me depiló, vamos que me hizo todo lo que yo
detesto hacer, ja, ja. Nos pusimos nuestros vestidos del Corte Inglés y, a las
doce, nos dispusimos a salir de fiesta; nos miraba todo el mundo porque son
vestidos demasiado cortos, tan cortos que yo me lo tengo que poner con un
mini pantalón. Miguel, cuando me vio, me dijo que se había asustado de pensar
que no llevaba pantalón, ja, ja, cómo se pasa; pues nos tomamos un par de
chupitos con él y, para evitar que nos asfixiara a chupitos como la noche
anterior, nos fuimos a otra zona de pubs donde dos hombretones nos
agarraron y no nos dejaban pasar, y no veas el mal rato hasta que
conseguimos librarnos de ellos. Entramos al Capitolium, porque es un pub
donde pagas una copa y te invitan a otra, aunque yo me bebí dos Coca- Colas
light. Pues no sé si era nuestra vestimenta, nuestro acento o nuestra manera
de bailar, pero todo el mundo nos miraba y estábamos ya hasta las narices,
aunque la verdad es que nos reíamos de ver tanto buitre carroñero, pues en
todos los lugares del pub en los que nos poníamos se nos pegaban ochenta
moscones, tenemos un imán de tontos, vaya noche teniendo que estar
rechazando a unos y a otros, vaya manera de ligar que tienen algunos, esto es
una risa. A las cinco, decidimos irnos del pub e ir a despedirnos de Miguel,
porque teníamos que marcharnos por la mañana a León y yo necesitaba
descansar para poder conducir; así que esa noche también lo pasamos genial,
pero acabamos hartas de tanto lila. Es que los hombres no entienden cuando
pasas de ellos, joder.
LEÓN
Sobre las doce de la mañana, abandonamos el hotel de Salamanca rumbo a
la ciudad de León, el viaje no fue pesado porque ambas ciudades están
relativamente cerca, a pesar de haber ido por una carretera nacional; lo peor
fue encontrar el dichoso hotel, sin exagerar: tardamos una hora en encontrarlo,
yo tenía ya una irritación que no veas y mi amiga no decía ni mu. Al llegar al
hotel Ciudad de León, que está a las afueras, subimos el equipaje, almorzamos
sobre y bocadillo de embutido y nos dormimos una larga siesta porque hacía
mucho viento y no teníamos ganas de bajar a la piscina. A las siete de la tarde,
nos decidimos a ir al centro de la ciudad, aparcamos al lado de la catedral y
estuvimos viendo su exterior y paseando por las calles de León y nos hicimos
un montón de fotos junto a las papeleras y las señales de tráfico. También
entramos en un bar, donde Oé cenó un sándwich y yo me tomé una infusión.
Cuando nos dirigíamos al coche, justo al pasar por la catedral, doblamos la
esquina y… nos encontramos a Toñi y Carmen Prados, de Lengua y Literatura,
y fue una risa, me dio mucha alegría de verlas y voy y les presento a mi amiga
todo contenta; la risa ha sido Toñi, que dice pasmada << ¡Mi antigua alumna!>>
con una cara…, vamos que entre ellas ni se han saludado; mientras, Carmen
me decía que estoy estupenda por lo de la dieta y me contaba los lugares en
los que habían estado y la <<noche tan instructiva y placentera con unos
exnovios de Jaén –muertos de asco en sus matrimonios pequeñoburgueses
(¿qué será eso?)—, en unas suites del Parador de Santa Catalina leyendo a
Don Sem Tob de Carrión>> (tú te crees), y Toñi venga a decir <<Déjalas que
se vayan>> y << ¡vamos, vamos!>>, yo pensaba que estaría muerta de hambre
o que no podía ni ver a mi colega. Nos despedimos, y Oé iba que se
tronchaba, porque decía que le daba guerra en un instituto de Granada, donde
ella se matriculó en unos ciclos de animación Sociocultural, y Toñi era allí la
Jefa de Estudios, que pasaba de ella. Pues bien, al llegar al hotel cenamos,
llamé a mis padres —que siguen infantilizados— y pasamos el resto de la
noche viendo la televisión. Me sentía mal porque no dejaba de pensar en la
cara de Toñi cuando reconoció a Oé, mi mejor amiga o quizá mi única amiga, y
por primera vez la miré con otros ojos –como si el haberme convertido yo en
profesora me estuviera volviendo una tía rara—. Oé es demasiado guapa y
demasiado inconsciente; en su casa viven de dos pensiones, apenas sabe
hacer nada y jamás habla de ella misma.
Por la mañana, fuimos a un bar donde Oé tomó un café y una tostada y no
paraba de quejarse porque la mantequilla estaba congelada, una risa, pero al
menos el desayuno fue barato. Después visitamos la catedral y menuda risa
para explicarle a mi mejor amiga qué es una catedral gótica, no tiene ni zorra
idea, y le explicaba algún detalle pero ella pasaba y le hacía fotos a las cosas
más tontas que se pueda uno imaginar, al menos le gustó bastante el rosetón,
decía <<¡Jesús del Pincho!, qué cosa más chula>>, ja, ja. Lo de visitar
monumentos no es lo suyo, así que fuimos de compras, sobre todo a tiendas
de zapatos, porque si algo la fascina son las sandalias y se probó todas las que
había en León, luego no le duran ni un mes porque se las compra de plástico.
Después de la intensa mañana de compras, estuvimos haciéndonos fotos en la
muralla, en la casa Botines —que fue diseñada por Gaudí—, en el exterior de
la Iglesia de San Isidoro que, como todo en este país, estaba en obras, pero
qué coraje, no pudimos entrar por dos minutos y teníamos que esperar dos
horas para el próximo turno, así que decidimos volver al hotel porque Oé no
espera dos horas para ver un monumento ni loca; ahora bien, desde que le dije
cuatro cosas del Gótico, todos los elementos le parecen góticos: arcos de
herradura, columna salomónica etc., menuda risa.
En el hotel almorzamos —un sobre de sabor tortilla y un bocata de
mortadela— y descansamos un rato; después, en la piscina, no nos bañamos,
pues mi mejor amiga no paraba de protestar porque era obligatorio el uso de
gorro, y ella decía que pasaba de dar el cante; así que estuvimos tomando el
sol hasta las ocho de la tarde, y nos subimos a la habitación a cambiarnos para
salir un rato. Estuvimos en un bar de un sevillano, que era una risa, con
adornos de toreo y música flamenca, donde nos tomamos algo: un bocadillo
ella y yo una infusión de manzanilla sin azúcar, como siempre, y de bolsa (las
infusiones puedo tomarlas con esa condición: que sean de bolsa). Como hacía
fresco y no se veía ambiente en ningún bar, ni en ningún pub, decidimos irnos
al hotel y descansar porque a la mañana siguiente teníamos que viajar
nuevamente, pero estuvimos hasta muy tarde viendo la tele, y voy y le digo a
Oé: << Pensar estamos pensando poco, pero lo que es viendo la tele…>>y ella
se quedó callada, pero al rato dijo: << ¿Y en qué vamos a pensar?>>
GIJÓN
El martes, nueve de agosto, nos levantamos a las diez, porque en aquel
hotel se escuchaba mucho el ruido del resto de habitaciones y, tras la ducha y
el desayuno, nos fuimos para Gijón donde llegamos a las dos de la tarde,
después de haber pasado por el Puerto de Pajares —que me recordaba a
nuestra carretera de La Cabra por la cantidad de curvas (dónde diablos habrán
metido los políticos las subvenciones europeas, a ver si nos intervienen ya)—,
y fue tan difícil encontrar el hotel Arbeyal como el hotel Cortes de León, en esta
ocasión debido a que estaba en una calle secundaria no muy fácil de hallar ni
de acceder; pero bueno, a las tres de la tarde conseguimos encontrarlo. Al
subir a la habitación, tomamos un sobre y un bocadillo de embutido y, después
de haber reposado una horilla o así, fuimos a la cercana Playa del Arbeyal,
con una arena muy fina, donde estuvimos tomando el sol y descansando del
viaje, aunque yo estuve media tarde observando a la gente, sobre todo me
llamó la atención cómo los gitanos aquí hablan más fino, ja, ja. Bueno, cuando
muerta de calor, decido bañarme en el Cantábrico, me doy cuenta de por qué
llaman a esta zona la Costa Verde, joder, ¡la cantidad de algas verdes que
había!, vamos, que no metía yo allí la cabeza ni loca, pero aquí estaban
acostumbrados porque había muchísima gente en el agua, sobre todo niños,
porque es de estas playas con arena en la que haces pie a bastante distancia.
Así que nos bañamos poco pero, como no podía ser de otra manera, nos
hicimos muchas fotos, ja, ja. A las siete abandonamos la playa y nos fuimos
para ir a buscar un Mercadona, pues quería comprarme un reafirmante de
senos porque en los míos ya se empezaban a percibir los efectos de la dieta,
qué mierda; así que, tras andar para reventar, cogimos unos autobuses que
nos dejaron en la quinta leche, cerca de un Mercadona, donde yo compré
productos de cosmética y Oé embutido y pan para comer.
Ya en el hotel, hice la llamada a mis padres, cenamos —un bocadillo y un
sobre— y nos preparamos para salir a dar un paseo por el puerto marítimo, y
nos llevamos la agradable sorpresa de que Gijón estaba en su semana grande
y había conciertos gratis en la playa. Asistimos al de un grupo colombiano y lo
pasamos genial, bailando, allí rodeadas de un montón de gente, después
paseamos por el puerto marítimo haciéndonos fotos y llegamos a la zona de
pubs, donde convencí a mi amiga para entrar en uno —el Habana—, y es
curioso, porque no tenía ella ganas de fiesta y esto es rarísimo. Aquel pub para
nosotras fue como una mini Mae —la discoteca a la que vamos siempre en
Granada–, así que todo fue una risa, nos tomamos una cerveza y una Coca-
Cola light y estuvimos bailando a nuestra bola, dándoles a unos y a otros
porque estábamos como sardinas en lata, sin dejar de fijarnos en lo guapos
que eran los hombres en aquella ciudad, ja, ja, Oé decía que se quedaba con
la fiesta de Salamanca y con los tíos de Gijón; pero pronto cogimos un taxi al
hotel, porque ya eran las dos de la mañana y teníamos que despertarnos
temprano, y nosotras mismas nos tememos, porque rápidamente nos liamos y
mi amiga con solo una cerveza ya estaba empezando a asfixiarse. Fue llegar al
hotel y acostarnos a dormir.
VITORIA, SANTURCE
El miércoles me desperté a las nueve y media, desayuné mi sobre con mis
vitaminas y fui en autobús al centro de Gijón para enviarle por MRW el regalo al
Argentino, la sorpresa que se iba a llevar el lokaino, ja, ja. En un centro
comercial me compré unos pantalones largos, por si el tiempo no acompañara
en los próximos días, ya que se me han quedado casi todos grandes. A las dos
horas, vuelta al hotel donde mi amiga ya estaba preparada para abandonarlo
con destino a Santurce. Fuimos por la Autovía del Cantábrico, con la risa de
ver cómo ella no tiene ni zorra idea de Geografía: nunca sabe a qué comunidad
pertenece la ciudad en la que estamos; vamos, que ni zorra idea tiene, no
había visto yo una cosa igual, creo que sabía que estábamos en el norte de
España porque continuamente se lo decía. Yo iba también pensando en el
profesor de Dibujo del instituto, que es un verdadero coco, y que siempre va
con gafas negras empañadas, protectores auditivos y otros recubrimientos para
aislarse de la decadencia del ser humano y del sistema educativo y, en las
reuniones de evaluación —como la mayoría del profesorado habla sin ton ni
son, se inventa las notas o las infla, vaya a ser que alguien le pida cuentas de
su incompetencia—, pues se reconcentra y se recita un poema muy risas
(<<Son mapas orográficos tu cuerpo…>>) donde salen todos los accidentes
geográficos que existen. Así se aplaca. Y es que si tienes vocación de profesor,
te pegas un tiro en Murex y en Andalucía entera.
El hotel NH Palacio de Oriol está en el límite de la localidad vizcaína de
Santurtzi y es un edificio precioso, la verdad es que los hoteles NH me
encantan y aquel era un lujo, sin duda una buena elección; así que, después de
dejar el equipaje y almorzar –un sobre caliente de sopa de verduras y un
bocadillo de embutido—, nos pusimos nuestros bikinis y salimos del hotel para
ir a una playa que veíamos desde la ventana de nuestra habitación. Jo, nada
más salir del hotel, estábamos en una nueva localidad: Portugalete; bajamos
por un parque y nos subimos en el famoso Puente Colgante de Bilbao, que
atraviesa la ría del Nervión y lleva a pasajeros y vehículos, por solo treinta
céntimos, de Portugalete a Getxo; así que, en cinco minutos, estuvimos en tres
localidades vizcaínas diferentes. En la playa el Arenal de Getxo, pasamos la
tarde tomando el sol tumbadas sobre la fina arena y aquí sí que nos bañamos,
aunque fue una risa porque Oé veía unos peces muy grandes —que yo no
veía— y empezó a chillar diciendo: <<¡Pedazo de boquerones!>> y yo es que
me tronchaba de la risa. Después de dos largas horas en la playa, paseamos
por la localidad de Getxo, compré agua porque, no veas, últimamente me bebía
más de cuatro litros al día, desde que el médico de cabecera me dijo que no
estaba adelgazando lo que debía porque bebía poca agua, estaba con el tema
como obsesionada. También nos paseamos por Portugalete y después fuimos
al hotel donde hablé con mis padres, cenamos y vimos una serie de Telecinco
a la que me había enganchado, aunque por suerte solo tenía nueve capítulos.
Al terminar la serie, sobre la una de la mañana, salimos del hotel porque mi
mejor amiga quería pasear por un parque cercano que le había llamado por la
tarde la atención; fue la leche: venga a hacernos fotos con unos grafitis súper
risas y en un parque en el que no había nadie y yo, continuamente, asustaba a
Oé, ja, ja, y pegaba unos chillidos…, vaya risa; así que, después de un
reportaje de fotos en el parque y un breve paseo, volvimos al hotel porque no
había nadie en la calle y la verdad es que eran casi las tres de la mañana y
daba un poco de susto.
El día siguiente, nada más levantarnos, fuimos a una farmacia a pesarnos
y, bueno, yo ya pesaba menos de sesenta y uno y mi amiga cincuenta y ocho
kilos, después regresamos al parque de la noche anterior, porque la calidad de
las fotos de día es mejor, y quería Oé volver a hacerse algunas más; así que la
misma historia: fotos con grafitis y en el parque —en cualquier césped o
escalera—, yo pensaba <<Esto es de lokainas>>, vaya risa. Desayunamos un
sobre y una napolitana y, después de recoger el equipaje, abandonamos el
hotel a las doce de la mañana destino a Vitoria.
Tras una hora por una carretera nacional, pronto llegamos a la ciudad de
Vitoria y, enseguida, encontramos el Sercotel Boulevar en el que teníamos
reservada una suite que disponía de su habitación, cuarto de baño, cocina y
salón, era como un pequeño apartamento; nos encantó, además estaba justo al
lado de un centro comercial en el que compramos zapatos y Oé compró unas
pizzas, ya que en el hotel se podía cocinar.
Mientras yo miraba la tele sin verla —el pensamiento se me iba
constantemente al Argentino que ya habría recibido mi regalo— mi amiga
dormía; a las seis de la tarde salí a visitar la ciudad porque ella quería seguir
durmiendo y a mí eso de pasar un día en una ciudad y no visitarla no me gusta,
así que pedí un mapa en recepción y en quince minutos llegué al centro y,
como en todas las ciudades, la Catedral estaba en obras; pero es que,
además, había unas calles abandonadas que daban miedo incluso a las seis
de la tarde. Vi los principales edificios civiles y religiosos de la ciudad de Vitoria,
paseé por sus calles y plazas principales y me gustó mucho el ambiente que vi
porque había gente por todos sitios; aproveché la ocasión y les compré a mis
padres una baraja española, que es algo típico de la ciudad de Vitoria, por eso
aparece su nombre en el As de Oros.
A las ocho y media volví al hotel, pero antes de llegar me llama el Argentino
y aquí tuve un momento muy, pero que muy risas: venga a decirme que estoy
loca y que me he pasado con el regalo, pero que le ha gustado mucho y lo ha
sorprendido, pero que me he pasado con el regalo y que podía haber esperado
a verlo y tal, que cómo me he pasado. Así que al final, en el fondo, estuve a
punto de cabrearme porque, joder: le hago un buen regalo y se lo envío por
MRW, para darle una sorpresa… pues que se limite a disfrutarlo y no a
buscarle una explicación, vaya mierda, es que tuve la sensación de que me
estaba pidiendo una explicación; pero le he dejado claro que es un gran amigo
para mí y que lo único que pretendía era sorprenderlo. Y… ¡digo si lo he
conseguido!, ese estaba alucinando. Así que, después de una hora hablando
con él, contándole que ese día necesitaba comer algo, masticar, porque tenía
un retraso y tenía una ansiedad con la que no podía, además de mareos, nada
más colgar, le dije a Oé que se arreglase, que nos íbamos a dar una vuelta y a
cenar, a la calle a saltarme la dieta.
Al salir del hotel, mientras íbamos hacia el centro, nos llamaba mucho la
atención que, en una de las calles principales, solo veíamos a inmigrantes
latinos. Cenamos en un bar de la Plaza de España, donde se veían algunas
pancartas con las palabras ETA NO; en este bar, nos tomamos unos
calimochos y nos comimos unos pinchos de tortilla manchada, tan buenos que
nos pedimos un bocadillo de tortilla manchada, qué cosa más deliciosa,
pensamos que es tortilla de patatas pero hecha con aceite de chorizo, estaba
riquísima y más aun cuando se tiene el hambre que tenía yo. Joder, pero vaya
dolor de mandíbulas que me daba masticar. Mientras cenábamos, nos
escuchaban hablar unos viejos que estaban con sus parientas en la mesa de al
lado sin nada que decirse, como es lógico, y empezaron a preguntarnos por el
sabor del calimocho y nos preguntaron que qué hacíamos en Vitoria, de dónde
veníamos y menuda risa: ellos eran tres parejas de Murcia que estaban medio
borrachos y no paraban de decirnos que uno de ellos era amigo del presidente
del Granada Club de Fútbol y que nos podían enchufar para ver los partidos,
cuidado con los borrachuzos, al menos nos hartamos de reír con ellos.
Después de cenar, vagamos por las calles de Vitoria, nos hicimos unas
fotos en el monumento dedicado a la batalla de Vitoria de la Guerra de la
Independencia y pronto regresamos al hotel. Me pasé la noche hablando del
Argentino con Oé, que piensa que este lo mismo se cree que el regalo es señal
de que estoy enamorada de él o algo así; la verdad es que yo tengo miedo de
que él haya deducido tal cosa, porque creo que no es cierto; pero, bueno: lo
hecho, hecho está y no merece la pena arrepentirse. No me podía dormir,
venga a darle vueltas al asunto de que el Argentino crea que estoy enamorada
de él.
BURGOS
La mañana del viernes, doce de agosto, por fin, me explotó el organismo,
menos mal porque estaba para reventar, y después de desayunar —un sobre
de la dieta y Oé media pizza—, a las doce de la mañana, abandonamos el
hotel Sercotel destino a la ciudad de Burgos donde llegamos a las dos y,
fácilmente, encontramos el hotel Abba debido a su proximidad a la Catedral.
Nada más llegar comimos y estuvimos descansando. A las cinco fuimos a
pasear por la ciudad y lo primero que vimos fue la grandísima Catedral —esta
sí es gótica, ja, ja—; pero no pudimos visitarla porque la ciudad estaba invadida
por los JMJ, las dichosas juventudes católicas, así que nos sentamos en un bar
a tomarnos un café y una infusión y recorrimos el centro de Burgos,
escuchando continuamente los cánticos católicos, qué horror. En la oficina de
Turismo, no paraban de indicarnos en el mapa dónde estaban las iglesias,
hasta que me harté y le pregunté, al feo pa lobo meapilas, por la zona de
marcha, ja, ja.
Yo siempre he tenido simpatías por el PP más que por el PSOE, porque me
gusta más una política conservadora que una política tan social como la del
PSOE, que en ocasiones pienso que beneficia a vagos y a gente que no se lo
merece como, por ejemplo, el pago de operaciones de cambio de sexo en
Andalucía o los tres mil euros que daban por nacimiento, cuando la Tierra está
a punto de explotar de gente (yo en esto soy ecologista y creo que es mejor
traerse niños del Tercer Mundo y aquí hacer vasectomías a troche y moche).
No obstante, tengo mis contradicciones como, por ejemplo, mi rechazo a la
religión católica —lo más risa es que no sé por qué— y también soy
republicana, por lo que todo el mundo ha pensado siempre que soy de
izquierdas y hoy en día muchos lo siguen pensando. A mí me gusta mucho la
política, de hecho el hijo de Anselmo Reinoso me decía que yo tenía que
estudiar Ciencias Políticas porque lo discutía todo (lo que él no sabía es que
iba a convertirme en la oposición de su papi chulo en el instituto, en lo que se
quedan los grandes ideales. Mejor no tener ninguno o morirse joven).
Después de un largo paseo por la ciudad, fuimos al hotel, llamé a mis
padres y al Argentino —para felicitarle el cumpleaños, ja—, y no paraba de
agradecerme el regalo, je. Nos duchamos y vestimos para ir a cenar porque
necesitaba masticar –sería el ciclo que me tenía loca—; entramos a un bar en
una de las calles más típicas de la ciudad y nos comimos un bocadillo de
pechuga de pollo delicioso, con sus patatas y todo, mientras le decía a Oé
<<Me merezco un homenaje, que pasarse el verano a dieta tiene mérito>>.
Después visitamos cuatro o cinco pubs de la ciudad, pero era muy risa: en el
primero solo había jovencillos y dos babosos tirándonos los trastos
continuamente (para darse tono decían que eran concejales, ja, ja: menudo
mérito, para eso quieren los carguitos —<<María Santísima, dame un carguito
que quiero entrar al huerto a comerrr tomatesss Cherokeee…>>— y nosotras
bailando a nuestra bola, y no sabemos por qué la gente no paraba de mirarnos
y, en el resto de pubs, la música era muy rollo y no había ambiente; así que
decidimos, a las dos de la mañana, irnos a descansar después de una breve
sesión de fotos junto a unos contenedores de vidrio para reciclar, ja ,ja.
El sábado fuimos a ver el castillo de Burgos que, la verdad, es que es un
punto y no veas las caras de Oé diciendo que para qué visitábamos eso tan
risa; pero bueno, al menos ella hizo su típica sesión de fotos. Después de
visitar el castillo y el mirador, paseamos por la ciudad y aprovechamos para
comprar agua y embutidos en un supermercado. A las dos, regresamos al hotel
donde almorzamos un sobre y un bocadillo y pasamos la tarde descansando,
mientras veíamos la tele; luego, bajamos a la piscina cubierta y estuvimos
nadando un rato, en la sauna y en las tumbonas, y decidimos cenar en el
hotel un sobre y un bocadillo y no salir a ninguna parte porque, aunque no
hacíamos gran cosa, estábamos súper cansadas y Oé se desvelaba mucho
por las noches y no dormía bien; así que … <<A descansar, que mañana
vamos de festival>>.
En la oscuridad y el silencio, me puse a susurrarme las palabras que José
Agustín Goytisolo escribió para Julia y para mí (Ana Mirella) y a pensar que, es
verdad, que después de la depresión, me dediqué a vivir con la alegría de los
hombres y que, desde entonces, me cuesta muchísimo llorar y no lo he
hecho salvo excepciones, como con mis problemas ginecológicos y con el
fallecimiento de mi abuelo (al que cuidé tanto tiempo, por eso –y por la
enfermedad de mi madre— tenía que ir y venir cada día de la Facultad en
Granada hasta el pueblo, en el autobús, que si saqué notazas es porque tengo
un coco, tío, y porque me mataba a estudiar en las estaciones de autobuses y
en las salas de espera de los hospitales). Por otro lado, me sentía, como bien
dice el poema, perdida o sola. Yo no tuve adolescencia por culpa de mis
padres, por culpa de los tíos que ni se enteraban que yo existía –los muy
asquerosos— porque estaba gorda de ochenta y cinco kilos, con la cara
empedrada de granos por la amenorrea y gafas culovaso (hasta que mi padre
se empeñó y me operé). Cómo me hubiera gustado que alguien me hubiera
entendido.
ARANDA DE DUERO
Después del desayuno y un largo baño, abandonamos el hotel a media
mañana rumbo a Aranda del Duero, donde llegamos en poco más de una hora,
aunque nuevamente nos costó encontrar el hotel y me cabreé un poco porque,
ya que solo conducía yo, Oé podía estar atenta a las indicaciones, joder. Veinte
minutos dando vueltas estuvimos hasta llegar al hotel Los Rastrojos, un hotel
rural en las afueras del pueblo, rodeado por la naturaleza, pero nos encantó:
eran habitaciones continuas en una especie de cabaña y estaba incluido el
desayuno, así que teníamos en la habitación un plato de frutas, leche, zumo,
café, infusiones, croissant e incluso un bizcocho recién hecho. Después de
almorzarnos un sobre y un bocadillo, me puse a ver la tele y fue entonces
cuando mi amiga encendió el móvil y escuchó en el buzón de voz un mensaje
de su madre, comunicándole el fallecimiento de su abuela paterna, y nos
quedamos de piedra porque, cuando iniciamos las vacaciones, al que habían
ingresado en el hospital era a su abuelo paterno; pero bueno, le había tocado a
su abuela a los setenta y cinco años, le dio un infarto y, aunque Oé no se
hablaba con sus abuelos desde hacía doce años, decidimos ir al entierro por
respeto a su padre y para que no la pusieran verde en el pueblo, la gente se
pasa mucho con estas cosas.
Como teníamos pagadas las entradas al Festival Sonorama, después de
merendar el bizcocho y unas infusiones, llamamos un taxi para que nos llevara
al recinto del Festival, donde llegamos a las siete de la tarde, y estuvo genial
porque los diferentes grupos tocaban durante media hora en uno y otro
escenario y la música estaba muy bien; la verdad es que nos bebimos unos
calimochos y nos compramos unas camisetas del festival y nos lo pasamos
genial, además conocimos a unos chicos muy risas de Zamora, Toro y
Segovia. Uno era bajito y no paraba de bailar, pero de una manera muy risa, y
nos decía que las andaluzas no sabemos ni de subjuntivos ni de perífrasis
verbales, así que yo alucinaba. Otro se fumaba sus porrillos y se reía de su
amigo, así que Oé aprovechó para fumarse un porrillo con él —ella a los porros
los llama chucherías— y el otro era más serio y estaba continuamente
enganchado al móvil, para conocer cómo iba el partido de fútbol entre Real
Madrid-Barcelona. Así que lo pasamos de miedo y querían que nos fuéramos
con ellos de fiesta y se libraron, porque teníamos que viajar, porque si no, bien
que les íbamos a haber apagado el fuego a estos bomberos tan risas. Después
de comernos un bocata, escuchamos el principio del concierto de Amaral y,
con todo el dolor del mundo —porque este es mi grupo favorito—, cogimos un
taxi para que nos llevase al hotel y había que ver al taxista, cómo nos tiraba los
tejos, deseando echar un rato de folli-folli (es para lo único que tienen la
cabeza los españoles, para pensar en el machaque), era un risón. Recogimos
las cosas y nos subimos al coche a las dos de la mañana, rumbo a Villanueva
del Arzobispo, al funeral de la abuela, poniendo fin —de manera trágica e
inesperada— a nuestras vacaciones.
PARTE VI
REGRESO LUCTUOSO A ANDALUCÍA
El día de la Virgen, a las ocho y media, tras seis largas horas de viaje,
llegamos a Villanueva del Arzobispo y lo primero que dijo Oé fue: <<Ahí estará
la vieja>>, porque en la entrada del pueblo está el Tanatorio; al llegar a su
casa, su madre nos estaba esperando para ir a la Iglesia, la mujer no había ido
al duelo por temor a sus cuñadas, ya que estaban peleados desde hacía doce
años. Apresuradamente, nos vestimos –unos mini vestidos negros del Zara
que tenemos iguales, con las gafas de sol, porque teníamos los ojos como
tomates—, mi amiga hasta se maquilló y nos fuimos a la Iglesia, en cuyas
puertas los músicos tocaban a los difuntos, pues eran las fiestas del pueblo;
entramos y algunas mujeres se acercaron a darle el pésame a la madre,
mientras mi colega no paraba de suspirar porque no llegaba la difunta —
<<Jesús del Pincho, que hartura tengo ya...>>, mascullaba —y yo estaba que
me caía de sueño. Menos mal que la misa fue súper breve porque, al estar de
fiestas, dijeron que la repetirían el miércoles o algo así; la verdad es que
apenas me enteraba, porque me moría de sueño y daba cabezadas: la mujer
que había sentada a mi lado se pegaba cada susto que no veas. Bueno, al
terminar, lo típico, todo el mundo dando el pésame —si fue una mujer a
dármelo a mí, tú te crees— y la madre de Oé hablando con unos y con otros, y,
cuando se fueron al cementerio, nosotras nos fuimos a su casa con su madre,
que no paraba de decir a la gente que nos llevaba a casa porque Oé estaba
muy afectada, pues tenía <<mucho apego a la abuela>>; pero, al quedarnos
solas, iba venga a repetir lo mala que había sido la vieja. Yo no tenía ganas de
cuentos y me fui a dormir.
A las ocho de la tarde me levanté, me duché y, después de charlar un rato
con los padres de mi mejor amiga y su abuela materna, que no paraba de
decirle a mi amiga —cuidado con el pedazo de tonto— que por qué no quería
que su madre le echara embutidos y pan Bimbo para estos días. Ya verás, tú te
crees, que si se viene Oé a mi casa no le hace falta traer comida, que come en
mi casa, solo faltaría. Cerca de las once de la noche llegamos a Murex, nos
colocamos nuestros fascinantes vestidos del Corte Inglés, ja, ja, y nos fuimos
de fiesta. Estuvimos en el bar de mi vecina y fue muy risa porque Oé lo ha
flipado con mis vecinos: le pedimos al marido unos vinos de verano y chilla que
él no entiende de mezclas, vaya camarero, la hija ayudándole a la madre en la
cocina y de repente sale con un bocadillo que alguien había pedido y menudo
espanto, con un moco colgando y con una ropa que era un susto, se le veía
todo el sujetador, peor que un espantapájaros y tiene treinta años, su marido
ayudando a servir las mesas con un pavo que alucinas y los niños tirando
petardos, dando botes por el bar, el pequeño pegándole puñetazos a la
máquina tragaperras; así que nosotras, mientras nos tronchábamos de la risa,
nos hartamos de vinos de verano.
Después nos dirigimos a la feria, a asfixiarnos, a la caseta de Izquierda
Unida, donde tomamos un vinito y mi prima me informó de que A. Reinoso
había trabajado en la feria de día y que se portó muy bien (llevaba a siete
sobrinos suyos con el carnet calentito: <<Somos tan, tan comunistas que hasta
los ojos los ponemos en el saco común de ojos, en el ojotorio>>), iba con su
favorito, el catedrático de Artes Aprovechadas (<<Je ne peux pas manger
d´oeuf>>), gran colaborador con el partido por motivos trovadorescos. Al salir
de la caseta, me encontré a cuatro alumnos de segundo de Bachillerato de
ciencias y casi me comen, no paraban de hablar de lo que iban a estudiar en la
Universidad y yo, que ya estaba asfixiada, les dije <<Chicos estoy de fiesta, así
que suerte y ya nos veremos>> Pero me empecé a medio rallar, porque los
dejé allí, repeinados, con sus deportivas y sus ilusiones de estreno: son
maravillosos, la reserva de la escasa materia gris de Murex, y aquí no hay
futuro más que para los recomendados y los sinvergüenzas y como me los
corrompan, juro que voy a electrocutar a los responsables.
Luego vimos a Javi y me dio mucha alegría, y Oé iba diciendo que cómo
ese gran DJ no estaba esa noche de gira internacional, qué risa; el chaval
estaba con un mosqueo sublime porque Quisca a él le recorta el dinero y ella –
menuda madre, joder— venga a comprarse Beatos de Liébana por internet, y
se iba a ir con su papi chulo, Samuel Bueno, a Japón, a hacer un curso de algo
de flores. También me encontré a un notas —que quiere tema conmigo— y dijo
que le había preguntado a mi hermano por mí y me había puesto verde; así
que —como iba tomadita—, cuando me encontré a mi hermano con un amigo,
le pegué unas voces al amigo: <<Le dices a mi hermano que no hable de mí
porque lo mando a la mierda>>.
Pasamos media noche en los bajos; en uno de ellos me encontré con otra
alumna de segundo de Bachillerato y casi me come, me dijo que me van a
echar de menos en la Universidad y que se van a acordar de mí y le he dicho
que yo también pero que me perdonara, <<que estaba ya lista de papeles>>;
mientras tanto, Oé se había dado cuenta de que le sangraba el pulgar del pie y
nos salimos del Jaime y era para ver la que lio colocándose pañuelos en el
pulgar, mientras no paraba de decir <<Si me llego a dar cuenta de quién me ha
pisado, le pego dos hostias; tú te crees, que ahora se me va a caer la uña, pero
tú te crees, la gente se pasa, se pasa>>, qué risa, dijo eso por lo menos veinte
veces, sin exagerar, y como veía que me reía, me decía <<pero no te rías, no
te rías, joder>>, ja, ja.
Para colmo, vino a saludarme el dueño del Jaime que flipó al ver la que tenía
Oé montada con el dedo y yo diciéndole a este que cómo se pasa al no tener
un botiquín en el pub, estamos hechas unas risas. Lo más risa fue que nos
encontramos a un chaval con el que me lie en marzo (un rabo coyuntural) y del
que paso siempre que lo veo, porque me enteré que era un fichaje, pero esa
noche lo saludé y, como nunca lo hago, pues empezó a invitarnos a copas y
no paraba de decirme <<Dale dinero a tu amiga y tú y yo nos vamos>>, y yo
me tronchaba y le decía que no, que esa noche era de fiesta; así que el notas
estuvo toda la noche aguantando nuestras tonterías, fuimos al Karaoke y no
nos dejaron cantar porque ya iban a cerrar y nos fuimos a una discoteca que
habían abierto para el verano, el Faraón. Total locura: liamos una bailando que
la gente lo flipaba con nosotras, para colmo fui al servicio y el notas aquel que
me contó que mi hermano me ponía verde va y me suelta un beso, de repente,
y me salí fuera a echar un rato con él, porque si se hubiera dado cuenta el otro
notas, con el que estábamos, la lía, que está medio lila.
Al salir de la discoteca, fuimos a desayunar al bar de mis vecinos y, camino
a mi casa, a toda la persona mayor que nos tropezábamos le pedíamos que
nos hiciera una foto y alucinaban, porque teníamos un pedo tremendo y, de
repente, nos entraron ganas de napolitanas de crema y entramos en un
Covirán y la gente al vernos alucinaba. Para colmo, el notas aquel que estuvo
toda la noche con nosotras, me dijo que él ya sabía de lo que iba pues, por lo
visto, estaba súper cabreado porque bailé con un colega en la discoteca y yo
me reía lo más grande, le di unos besos (al mindrolo coyuntural) y nos fuimos a
dormir.
El martes dieciséis de agosto, después de la fiesta de máxima locura y de
acostarnos a las once de la mañana, nos despertamos a las cuatro de la tarde
y decidimos irnos a la playa, donde nadamos un poco y nos tiramos a las
toallas con dos botellas de agua, porque teníamos una resaca horrorosa,
mientras nos reíamos del notas de la noche anterior, al que llamamos Luisma
—por el tonto que sale en una serie— y realmente se llama Dani, ¡uf! A las
ocho de la tarde, tras un café y una ducha, nos arreglamos para salir a
tomarnos algo. Al llegar al bar de mi vecina, todo eran risas y nos preguntaban
que cómo seguíamos vivas, ja, ja, cómo se pasan, si nosotras somos unas
fiesteras totales; pero, después de cenar allí, y tomarnos una Coca-Cola en el
Pub Lo Colorado, nos fuimos a mi casa y estuvimos viendo la película La Milla
Verde.
Oé se quedó hasta las seis de la mañana viendo la tele. Al levantarse, a las
cuatro, se comió media pizza de jamón y queso con un zumo de melocotón y
estuvimos viendo la televisión. Fuimos a la playa hasta las ocho, tomamos un
café en el Soho; y, en casa, nos arreglamos para ir a ver el fútbol con mi padre
al bar de mi vecina, y volvió a ser una risa, allí tenía la mujer a toda la tropa de
vagos: el marido, el hijo, la hija, el yerno, la nuera y un camarero que es un risa
y mi sobrina hipersensible (con esta no me hablo; vale que –un poco
aconsejada por las de Lengua, la verdad— sea transigente con mi padre, pero
con mis hermanos y sus hijos, no). Todos los del bar iban con el Real Madrid,
excepto mi padre y yo. Nosotros aplaudíamos cuando metía gol tanto uno
como otro, pero al final ganó el Barça gracias a los goles de Messi y las caras
eran un poema. Así que, después de haberme bebido tres litros de agua y Oé
unos vinillos, nos fuimos al Pub Lo Colorado a tomarnos algo, porque
habíamos quedado con el camarero para ir a La Herradura; pero al final tenía
que doblar turno y nos fuimos nosotras solas, al Pub La Cochera, a ver a uno
de los camareros con el que se lio mi amiga en Navidad y le arañó toda la
espalda; así que allí estuvimos, riéndonos y recordando aquello de los
arañazos, mientras nos picaban todos los jodidos mosquitos que había en el
pub, joder, no volvemos a ir.
A las tres y media regresamos a Murex, esperamos a que Nacho, el
camarero del Pub Lo Colorado, cerrara y llevara a su casa a la camarera y nos
fuimos a un karaoke que habían abierto nuevo en San Cristóbal, que estaba
bastante bien: tenía un piano y sombreros para que la gente se los pudiera
poner, allí conocimos a unos chicos de Burgos que alucinaban con nuestros
cantes y con el hecho de que Oé se supiera la letra de todas las canciones (yo
creo que tiene toda su memoria colapsada con la música), también conocimos
a dos juventudes católicas, bueno, unos chicos a los que llamamos así porque
parecen los típicos santurrones; tenían el libro con las canciones del karaoke y
no lo soltaban, así que, con todo el morro del mundo, se lo quitamos. Como
solo cantábamos nosotras, yo creo que el dueño del karaoke decidió cerrar
antes de tiempo y nos fuimos a un banco del paseo de San Cristóbal, porque
mi amiga se quería fumar una chuche, y les pasó unas caladas a los chicos y,
no veas, el hambre que les entró, así que todos se fueron a su casa a comer y
nosotras para casa de mis padres cuando ya eran las seis y media de la
mañana. Pero, en el semáforo de la carretera, nos encontramos a un notas que
me había invitado a unas copas en el mes de abril, cuando estábamos
cantando ya medio afónicas en el Karaoke, y fue y me dijo que yo no me iba a
mi casa y, bueno, pues se presentó el polvo de la noche porque estaba
necesitada y vaya mierda, toda la noche aguantando a tal gilipollas para que
luego resultara un medio polvo, pero bueno, en otra ocasión que lo vi lo
perdoné lo malo que era, y lo volvimos a intentar y esta vez pues fue peor:
tiene una falta de control muy grande por el alcohol y las drogas, pero tú te
crees el medio polvo que no tiene ni treinta años… pues esa madrugada, que
saca la cabeza –con un cacho cresta tiesa que lleva— por la ventanilla y es
tan, tan tonto que va y dice que quiere revancha porque el Athletic (yo) va
ganando dos a cero al Real Madrid (él) y que nos fuéramos con él a un piso de
Velilla <<que os voy a hocicar a las dos>> y ponía boca de hocicar, ja, ja, y
sacaba y metía la lengua como loco. Y yo le dije, a este tonto follarín, que ya no
juego en segunda división. Y nos fuimos tronchándonos de risa.
Cuando nos levantamos, a las tres de la tarde, almorzamos un sobre y una
pizza y estuvimos tumbadas viendo la tele hasta que, a las seis, nos llamó
Nacho para que fuéramos con él a la Playa del Tesorillo; pasamos allí toda la
tarde, bañándonos y tirándonos arena unos a los otros, sobre todo Nacho y Oé;
después tomamos un refresco en el Uha, donde había un concierto de
flamenco, pero empezó a llover un poco y decidimos ir de tapas al Matiu,
aunque al final nos comimos unos bocatas de pollo. Nacho y Oé, como habían
bebido cerveza, tenían ganas de seguir la noche y, con las pintas que
llevábamos de venir de la playa y con arena en todos sitios, nos tomamos algo
en Análisis Sintáctico donde el listo del camarero, al recoger el toldo, me echó
todo el agua encima; continuamos en el Pub Arena donde tuve la grandísima
fortuna de encontrarme a mi hermano chulo con su amigo llavero y mi sobrina
hiperestésica y se sentaron al lado para enterarse de todo, ja, ja, pero la
llevaban clara. Yo creo que estaban interesados en saber si Nacho está
conmigo o con mi amiga, no saben, los gilones, que nosotras pasamos de
Nacho, yo paso de él, ya le tengo dicho veinte veces que mientras no esté
necesitada –pero que muy necesitada— no voy a tener nada con él, así que ya
verás. A las dos de la mañana, después de que por culpa del viento me cayera
encima la sombrilla del pub, por fin, conseguí convencer a los dos de que ya
era hora de descansar; así que llevé a Nacho a su casa y el risa va y me sopla
un beso, ja, ja, se pasa.
El viernes se suponía que íbamos a ir al mercadillo, pero mi colega quería
seguir durmiendo, así que yo estuve viendo la televisión y ella se despertó a las
cuatro de la tarde (mi padre dice que somos unas lechuzas). Después de
almorzar un sobre y media pizza con su correspondiente zumo de melocotón,
fuimos a la playa, a tomar café al bar de mi vecina, al Mercadona a por más
reafirmante de senos y, por la noche, nos arreglamos y salimos de fiesta otra
vez. Nos pasamos media noche tomándonos mojitos en el Pub Lo Colorado,
hasta las cuatro de la mañana; después fuimos a los bajos y, en la puerta del
Karaoke, nos encontramos con un amigo mío, que tiene unos cuarenta y seis
años, ja, ja, un antiguo alumno de Oconcello, que nos presentó a su sobrino de
Madrid y a un amigo, pero el viejuno se marchó cabreado porque no me quise
ir con él, tú te crees: se puso a decirme que había soñado que hoy pasaba la
noche conmigo y yo le dije: <<Errrorrrr>>; me lo pidió de rodillas que me fuera
con él, yo lo flipaba. Finalmente, él se largó y su sobrino y el amigo se
quedaron con nosotras; fuimos al Torero y los chavales alucinaban porque a
este pub yo creo que solo van hombres, estábamos Oé, dos tías más y yo, y
allí todos los tíos pegados como moscas y los madrileños nos decían <<Vaya
acosadores que hay en este antro>>, ellos intentando quitárnoslos de encima,
ja, ja.
Conocimos a unos sevillanos un tanto lokainas, pero bueno, estuvimos
bailando con ellos y, a todo esto, apareció Nacho el del Pub Lo Colorado y se
puso celoso y empezó a invitar a Oé a chupitos y a mí no, venga a decir que
siguiera bailando con mis amiguitos, cuidado con el feo pa lobo, cómo se pasa.
Así que, después, estuvimos en otro pub bailando con los sevillanos y los
madrileños y, al cerrar el pub, nos sentamos en el paseo donde Nacho se
enfadó con mi mejor amiga y yo le dije a ella <<Te pasas con el pobre
Nacho>>. Al final, acabamos con los sevillanos y Nacho, desayunando en el
bar de mi vecina y jugando al futbolín en el Pub Lo Colorado, todo ideado por
Nacho para evitar que nos liásemos con los sevillanos (lo que él no sabía es
que nosotras pasábamos de ellos). Nacho se inventó que Oé le había dicho
que se fuera, que nos dejara, después decía que se lo había dicho
<<supuestamente>> y tuvimos una discusión súper fuerte, vamos que nos hizo
discutir a Oé y a mí —que jamás habíamos discutido— y, para colmo, al llegar
a casa, en el móvil, tenía dos mensajes suyos: que quería pasar la noche
conmigo, que estoy preciosa… y, de repente, me llega otro mensaje
poniéndome : <<Miau>>, tú te crees el gilipollas, con treinta y dos años los
mensajes tan imbéciles…, así que le respondí diciéndole que está lila, joder,
nos hace discutir y después se chotea de nosotras con un mensaje absurdo, la
venganza será terrible.
El veinte de agosto nos despertamos a las tres de la tarde súper cansadas,
así que después de almorzar media pizza ella y yo un sobre, nos tumbamos en
los sofás de mi casa y estuvimos toda la tarde tiradas allí, solo salimos para ir a
tomar un café al Soho. Por la noche, tras la cena, salimos de juerga con los
madrileños de la noche anterior, que querían que hiciéramos botellón; así que,
en medio del paseo, estuvimos haciendo botellón, aunque yo no bebí nada
porque ese día me estaba tomando la dieta en serio, ya que últimamente me la
saltaba mucho; allí estuvimos con ellos hasta las cuatro de la mañana,
pasándolo genial, porque son súper simpáticos, tienen veintiséis años y solo
quieren ser nuestros colegas, vamos que no quieren machaque ni nada, ja, ja;
además habían comprado unas cartas por si nos aburríamos, tú te crees.
A las cuatro de la mañana, los bajos ya estaban cerrados y en el resto de
pubs teníamos que pagar pelas, así que decidimos ir al Karaoke de San
Cristino, para que los chicos lo conocieran, y allí pasamos la noche cantando
Extremoduro, Estopa, Miguel Ríos… hasta las seis de la mañana, qué risa, yo
súper fresca después de beber agua toda la noche y ellos todo el rato diciendo
que estaban asfis y lilas, porque les habíamos contagiado el decir esas
coletillas, y yo explicándoles que no es lo mismo estar asfi que lila, ja, ja. Luego
fuimos a bailar al Versátil hasta las siete, cuando Oé decidió que fuéramos a la
playa de mañaneo y acabó todo como el rosario de la aurora: cogen los notas y
se meten en el agua para bañar a Oé sin darse cuenta de que llevaban sus
apreciados móviles htc —que habían estado con ellos toda la noche súper
enganchados— en los bolsillos, así que salieron rápidamente del agua e
intentaron resucitarlos. Estaban desesperados y mi amiga se tronchaba de la
risa y venga a decirles: <<Eso os pasa por valientes>>; pero lo más risa de la
mañana fue en la farmacia de guardia, donde fuimos a pedir agua destilada
para quitarle la sal a los móviles y la farmacéutica lo alucinaba y el chaval le
decía que no era broma, <<que necesito eso para el móvil>>, y nosotros allí
muertos de risa, después fuimos a desayunar al bar de mis vecinos y le
pedimos un vaso ancho para meter los móviles en agua destilada y todo el que
estaba allí desayunando alucinaba y los madrileños no paraban de decir que la
noche les había costado seiscientos euros, ja, ja, ja. Todavía el domingo, cuya
tarde la pasamos tumbadas en el sofá, estuvimos riéndonos de lo ocurrido con
los madrileños. Por la noche salimos un rato, pero enseguida volvimos a casa
porque yo tenía médico a la mañana siguiente y estaba agotada de tanta
juerga.
Ya pesaba sesenta kilos y mis medidas eran 88-82-94, así que había
perdido de todo —y eso que el doctor decía que no podía perder cintura porque
no tengo—; me felicitó y me dijo que ahora pasaría a la fase dos-A de la dieta
proteínica, en la que se puede sustituir una comida por carne o pescado a la
plancha, yo me callé que me la había saltado unos cuantos días y le pedí que
me mirase la garganta y el oído, porque me dolían y, sin mirarme ni nada,
nuevamente me explicó lo de las alergias con una maqueta de la nariz y me
imprimió un papel con todos los remedios, dejándome bien claro que debo
tenerlo por si él algún día se muere, joder, está como una cabra, además me
firmó un montón de recetas para que las utilizara en alguno de esos esprays de
hierbas y agua marina; además, para hacerle gasto a ADESLAS, me mandó un
análisis y, al darme la siguiente cita, me dijo que no debo suspender a los
alumnos, que ya es normal que no conozcan los continentes, porque ahora
<<son Carrefour>>, tú te crees los comentarios tan locos que hace. Pues bien,
aprovechando que estaba en ayunas, fui a hacerme el análisis y el analista me
preguntó que yo qué es lo que tengo, ja, ja, me troncho.
Al llegar a casa, desayuné y estuve limpiando hasta que, a las cuatro de la
tarde, se levantó mi amiga y almorzamos carne y ensalada de lechuga las dos.
Decidimos ir de compras al Centro Comercial el Ingenio (anda que si me vieran
las de Lengua dirían algo parecido a <<Solo le faltaba a tu vida una visita a ese
sitio repugnante>>), donde no había nada del otro mundo; no obstante, me
compré unas chanclas y un vestido negro y echamos una bonoloto semanal
porque mi amiga está obsesionada con el azar y esas cosas —incluso le gusta
ver el Horóscopo a las dos de la mañana, ese de Esperanza Gracia—, no se ve
una cosa igual. Al volver a casa nos duchamos y fuimos a tomarnos unos vinos
al bar de mi vecina; después, en el Jaime, nos encontramos a los madrileños
con los que fuimos al Pub Lo Colorado a reírnos de Nacho, y Oé no paraba de
maullar —por lo del mensaje de MIAU— y Nacho con un cabreo que flipas:
también estaba por allí el repartidor de pizzas que no paraba de piropearme a
pesar de estar allí con una chavala, así que fue una risa porque Nacho estaba
que ardía de vernos allí con los dos madrileños. A las cuatro nos fuimos para
casa y, como ya era habitual, los madrileños nos acompañaron, vaya tíos
maravillosos. Creo que es una de las pocas veces que hemos estado con tíos
que no querían enrollarse con nosotras, que nos aprecian por lo que somos, y
eso es genial.
El martes, veintitrés de agosto, nos levantamos a las cuatro de la tarde y,
después de almorzar pizza y sobre sabor barbacoa, nos pasamos toda la tarde
tumbadas en el sofá, riéndonos de lo ocurrido con los madrileños por el tuenti y
descansando, porque cada día estamos más cansadas, pero no dejamos
nunca de salir; así que, nuevamente, nos duchamos y fuimos al atronador bar
de mi vecina a tomarnos algo y, después de un par de vinillos, nos fuimos al
Pub Lo Colorado a llevar la toalla de Nacho porque sabíamos que ese día
libraba y no estaría allí y, menuda la risa con Kevin, el dueño: Oé le dijo que
queríamos asfixiarnos y que nos pusiera un buen vino, así que nos puso una
botella de vino para súper asfixiarnos, porque él aunque está casado quiere
enrollarse con Oé. La gente se iba y nosotras permanecíamos allí en la barra
cada vez más ciegas; ya por último, acabamos hablando con el padre de una
de mis alumnas de primero de ESO que flipaba con nosotras y nos invitó a
unas copas, así que es fácil imaginar cómo terminamos: tan borrachas que
incluso le ayudamos a Kevin a desmontar la terraza, ja, ja, era una risa, el
padre de la alumna se reía, porque nosotras llevábamos toda la noche diciendo
que no le ayudábamos, pero al final le ayudamos, es que somos tan, tan
formales, ja, ja. Después Kevin no paraba de hacernos cosquillas y darnos
pellizcos y, en un momento de la noche, le metió la lengua en la boca a mi
mejor amiga y esta le pegó un bocado que no veas, ja, ja.
Pero finalmente nos fuimos las dos solas para los bajos. Tiradas en un
banco las hijas adolescentes de unos profesores del instituto echaban las
papas del pedo que tenían tan malo, ja…ja, tanto leerles cuentos antes de
dormir para acabar todos igual: esto me reconcilia con la justicia divina. En la
puerta del Karaoke, nos encontramos a los madrileños con tito Hugo —el
cuarentón que quería machaque el pasado viernes conmigo—, y era para ver la
movida: estaba la guardia civil y los médicos de urgencias, porque le habían
metido una paliza a un chaval por ajuste de cuentas, e incluso a tito Hugo le
habían puesto una pistola en la cabeza; así que tito Hugo se marchó y los
madrileños se quedaron con nosotras. Fuimos a bailarla al Versátil y allí explotó
una discusión con Nacho porque, por la tarde, me había enviado un mensaje
para que le llevara su toalla al Pub Lo Colorado, ese día que él libraba y no
saldría de su casa; pero el notas estaba allí en el pub, así que todo era para
vernos y, como los dos estábamos bastante tomados, acabamos como el
rosario de la aurora porque él me amenazó con denunciarme porque, según él,
una profesora no puede emborracharse y (juro por Dios) que se me bajó el
ciego y pillé un rebote que alucinas, vamos que le hubiera abofeteado la cara al
imbécil, que lo único que le jodía era que nunca quiero liarme con él, vaya corte
de rollo; mientras, Oé no paraba de dar botes bailando y llamándome y ya, con
el cabreo, pues acabé discutiendo con ella, porque ya estaba muy cabreada y
estaba por allí mi hermano y todo, así que un show; pero bueno, la conclusión
es que debo beber con moderación y no relacionarme con gilipollas. Los
madrileños, al vernos discutir, uno se llevó a Oé y el otro se vino conmigo y,
como estábamos asfixiados, nos perdimos. Yo llegué a casa con uno de los
madrileños y mi mejor amiga, dos horas después, acompañada del otro, así
que en realidad no fue una buena noche.
Cuando me desperté la tarde del miércoles, fui a MRW a por los productos
de la dieta. Al llegar a casa, mi amiga se despertó y le pedí disculpas porque la
noche anterior me había pasado con ella. No se lo expliqué, pero es que estoy
harta de que la gente me juzgue, yo sé que no está bien pasarse de copas,
pero soy joven y de vez en cuando lo necesito para no pegarme un tiro y una
cosa es mi profesión y otra mi vida privada, joder, no soy perfecta; bueno, ojalá
tuviera a alguien que entendiera lo que quiero decir. Estuvimos toda la tarde en
mi casa viendo la televisión, mientras Oé se quejaba continuamente de todas
las marcas que le habían dejado los pellizcos de Kevin. Por la noche, vimos la
serie Punta Escarlata, a la que estaba totalmente enganchada pero, por suerte,
solo tenía nueve capítulos, mientras cenábamos una pizza, que habíamos
pedido a domicilio y que, por cierto, nos la trajo el repartidor que me tira los
trastos y el feo pa lobo aprovechó para pedirme mi número de teléfono.
Después de ver la serie salimos a dar una vuelta, nos tomamos un refresco en
el Pipote y rápidamente volvimos a casa porque Oé vio a un exrollo suyo –al
que también arañó la espalda y el pandero— y no sabía dónde meterse,
además al día siguiente queríamos ir a ver a Roque Jaleas a Almería.
A las diez de la mañana del jueves, desayuné uno de mis deliciosos sobres
y fui a recoger los resultados de los análisis: volvía a tener anemia, sabe Dios
si no tendré algo malo porque he mirado en internet y puede ser síntoma de
leucemia. Luego, desperté a Oé y nos fuimos a San José, en Níjar, a visitar a
mi querido Roque Jaleas, mi sucedáneo de papaíto. Llegamos a las dos y
media y Roque estaba esperándonos en una rotonda a la entrada del pueblo
y… ¡la cara que puso al ver mi cuerpo y mi cara!, se quedó de piedra y no
paraba de decirme que no había quien me reconociera, ja ja. Nos fuimos a
almorzar a una pizzería en la que su mujer y su hija habían reservado una
mesa. Qué risa, la niña súper contenta de verme porque cuando estuvo en
Murex se lo pasó genial conmigo y la mujer, Rosa, un encanto; me senté entre
Roque y la mujer, pero porque ella quiso, y Oé se sentó junto a Marta. Las tres
chicas almorzamos una pizza —adiós dieta—, mientras que la pareja
compartieron un pescado y varias jarras de cerveza, no paraban de beber
cerveza, y mi mejor amiga a la par, después pidieron unos postres: tiramisú,
tarta de chocolate y la verdad es que yo tenía el estómago para reventar, así
que cogí la cuchara y le fui dando tiramisú a Roque, menos mal que a la mujer
le daba igual, pero la situación era un poco risa. Después de los postres, se
arrearon tres chupitos de grapa, una especie de orujo o algo así, y mi amiga
diciendo que ella también quería, vaya risa.
Con el estómago lleno, nos fuimos a la playa de los Genoveses, que está a
veinte minutos del apartamento, andando por una montaña con el soletazo,
pero mereció la pena porque la playa era estupenda, maravillosa por la
tranquilidad, por la arena y porque no tiene profundidad, además el agua
estaba muy calentita, Oé y yo estábamos locas de contentas, pero lo más risa
es que cuando me quedé en bikini Roque exclamó: <<¡Mirella, que te has
quedado sin, sin…!>> y no se atrevía a decir la palabra y la mujer puso caras;
para colmo, va y nos dice a su mujer y a mí que nos quitemos la parte de
arriba, que nosotras somos de hacer top less y eso hicimos, yo creo que
estuvimos en el agua dos horas seguidas pero es que se estaba en la gloria;
mientras tanto, Roque no paraba de hacernos fotos a las tres, aunque a Rosa
no le hacía mucha gracia lo de las fotos, no sé si porque se ve mayor o gorda;
aunque es una mujer que lee muchísimo, no creo que se fije en tonterías.
A las ocho y media regresamos al apartamento y empezamos a ducharnos,
y por poco nos da un chungo esperando a Oé y a Marta, pero lo más risa fue
que a la niña le apeteció ponerse un vestido blanco que era largo, pero lo
quería corto: le dio un tijeretazo que alucinas, iba la niña que era una risa y
terminó discutiendo con su padre, diciéndole que no iba como una putingui,
pero vaya risa cómo iba. Rosa venga a suspirar todo el camino de ver cómo iba
la hija vestida, así que nada más llegar al restaurante, salió un momento y le
compró otro vestido, ja, ja. Cenamos en un restaurante italiano, otra vez pasta
por hacerle el gusto a Marta, que aunque es celiaca no se cuida y come por
dos, pese a las continuas regañinas de sus padres y ellos no paraban de beber
cerveza y tomarse sus chupitos de grapa. Después de la suculenta cena, nos
tomamos un helado y, tras un breve paseo por el puerto, Roque y su mujer se
fueron para el apartamento y nos dejaron solas, porque Marta quería que se
fueran y, a partir de ese momento, empezó a darlo todo, era para verla: nos
llevó a un pub donde se pidió un cóctel con ron, un mojito, cuatro chupitos y
tres cervezas, que se bebió con pajita para que le subiera más, y se fumó todo
el paquete de tabaco de Oé; vamos, que pilló una asfixiaera que era para verla,
los bailes que se daba, y cómo iba continuamente a pedirle canciones al DJ,
cómo se pondría la notas para sorprendernos a Oé y a mí, yo tenía un
mosqueo… y Marta venga a decir <<Vamos a asfixiarnos>>, pero es que yo
me sentía como su hermana mayor, joder, cómo se pasa. También me llamó
esa noche el repartidor de pizzas, y se me declaró diciéndome que me dio un
beso, el quince de agosto, porque era lo que quería hacer desde hace mucho
tiempo y me dijo que le encanto, que soy muy atractiva; vamos un poema.
Por fin a las cuatro de la mañana, después de bailar una música muy risa,
las convencí para irnos, ya que le había prometido a Roque que a las tres nos
íbamos a acostar; pues fue salir del pub y llamar Roque a su hija y le dijo que,
si no iba en diez minutos, le metía una hostia. Bueno, nadie sabe el camino que
me dieron hasta llegar al apartamento, cantando a voces todas las canciones y
buscando algún rollo que meterle a su padre y algo para quitarse el olor a
tabaco —Oé le echó medio bote de vaselina, después de restregarle hierba por
las manos y los dientes (están flipadas), la niña iba con los tacones que se
caía; menos mal que al llegar al apartamento, Roque y la mujer estaban
acostados, así que nos tiramos en las tumbonas de la terraza y las dos
asfixiadas empezaron a mirar las estrellas y a buscar los planetas, los signos
del horóscopo, vamos una risa total, Oé no entiende de geografía, pero que de
conocimientos astronómicos también está servida. Cuando Marta se quedó
dormida y empezó a roncar, me fui a la habitación a dormir; pero al rato me
despertaron las dos al llegar a la habitación y no parar de hablar, además se
habían dejado la puerta del apartamento abierta.
A las diez de la mañana Roque llamó a su hija al móvil para que se
levantara, porque los dos se volvían a su ciudad, a Baza, ya que la niña tenía
clases de recuperación y los oí pelearse. A la una, nos despertó Rosa y nos
fuimos con ella a la playa de la Caletilla, cerca de un restaurante, en el que
habían hecho una reserva, y como es ya costumbre, me achicharré con el sol,
me puse como una gamba en el poco rato que estuvimos en otra playa
maravillosa por su arena, su poca profundidad y la claridad y limpieza de sus
aguas. En el restaurante Casa Sebastián almorzamos calamares, boquerones
y patatas de la tierra, todo delicioso, todo ello acompañado de las cervezas y
los chupitos que se tomaron Rosa y Oé; esta estaba un poco aburrida por la
conversación con la mujer de Roque sobre su hija y los estudios y sobre los
libros que había leído durante el verano y las cosas de nuestros institutos; yo le
conté de lo que va mi cacique favorito y ella decía que los directores son todos
adeptos, que es sintomático que en Andalucía no haya ni uno con el carné —
pongamos por caso— del PP ( maldita sea, yo esto no lo sabía y me cogí un
rebote que no veas, hasta me salió otro orzuelo como una nuez). Es una mujer
estupenda, maravillosa, realmente no sé qué hace con Roque, ja, ja, que
incluso él lo ve y, el día antes, le dijo a su mujer que tenía que haberse casado
con un hombre culto y clásico, como los de Latín y Griego, ja, ja. Yo creo que
son solo amigos y padres de la niña Marta, sin folli-folli ni nada. Por lo que
vengo observando la institución del matrimonio está acabada, menudo
desengaño de vida, porque yo siempre he tenido ilusión por casarme.
Al terminar de almorzar, Rosa se fue para el apartamento, pero nosotras
preferimos quedarnos en la playa, donde pasamos casi toda la tarde
durmiendo, después de bañarnos, y cachondeándonos de la marcha que le
entró en el cuerpo a la hija de Roque y se nos pasó la hora, así que llegamos
tarde al apartamento y la mujer estaba preocupada, además le habíamos dicho
de ir a la feria de Almería, pero finalmente nos arrepentimos y, después de
cenar otra vez en una pizzería, en la que había un montón de niños que le
dieron la cena a Rosa, que no paraba de quejarse —llegó a decirle a un
camarero que echara de allí a los niños y mi amiga me dijo cuando Rosa fue al
servicio <<Se pasa Rosa con tanta queja; yo, cuando tenga mis niños, los
pienso llevar a las pizzerías, y si una tía cardo se queja, pues le doy una
hostia>> ja, ja. La pobre Rosa se tomó dos o tres chupitos seguidos, después
de comerse la pizza con varias cervezas y, además, estaba histérica porque se
había dejado el tabaco en el apartamento y estaba desesperada. Al menos,
esta vez, me dejó que fuera yo quien invitara, así que tras un helado y un
tranquilo paseo por el puerto, nos fuimos a descansar al apartamento y allí
estuvimos tumbadas en la terraza charlando las tres de Marta, de la labor de
los padres y cosas así que dan vértigo. Rosa se acostó y mi mejor amiga y yo
nos quedamos un rato más hablando de las vacaciones y de los hombres,
hasta las dos de la mañana; aunque mantuvimos poco el sueño, porque el
notas del Pizzas me envió a las tres de la mañana un mensaje al móvil que nos
despertó, <<Ana Mirella, eres preciosa>>, cómo se pasa, ja, ja.
El sábado, veintisiete de agosto, tras el desayuno con Rosa, salimos de San
José destino a Murex, dispuestas a pegarnos nuestra última fiesta de las
vacaciones. Llegamos a mi casa a la una y media, pedimos una pizza y
pasamos toda la tarde descansando para darnos una buena fiesta esa noche,
aunque yo tuve que ir con mi padre al velatorio de una chavala de treinta y dos
años que se había muerto de cáncer de pulmón. A las once, después de
ducharnos y arreglarnos, fuimos al bar de mis vecinos a tomarnos unos vinillos,
donde mi primo y el camarero no paraban de agobiarnos y para colmo apareció
el de las pizzas con una moto y Oé empeñada en que se la dejara, aunque ella
sabe <<conducir pero no circular>>, vamos que se choca con todo lo que pilla.
Después nos fuimos al Pub Lo Colorado a tomarnos unos mojitos con el
Pizzas —al que nosotras llamamos el Bicis porque siempre va en bicicleta—,
pero me empecé a rallar, quizás porque tocaron mi punto débil y el alcohol me
afecta demasiado: el Pizzas empezó a hablar de la muerte de su padre, de lo
solo que se siente, de que no tiene nadie que le dé cariño y venga a decirme
que cómo voy a estar sin Oé, ¡uf!, vamos que identificaba mi situación con la
suya y me rallé; además, el chaval no paraba de darme besos y me agobié, no
sé, no me sentía bien, no sé cómo explicarlo, y mi amiga estuvo hablando de lo
importante que es la familia; vamos, que me estaban jodiendo bien hablando
de lo que yo carezco. Por su parte, Oé se metía en la cocina del Pub Lo
Colorado a liarse con Kevin, el dueño, y Nacho, el Miau, los pilló y fue una risa;
por si fuera poco, llegó el padre de la alumna de las otras noches y nos dijo que
somos unas tías de puta madre, las mejores, todo ha sido muy risa. Finalmente
yo me fui con el Pizzas a los bajos —Oé se quedó en el Pub Lo Colorado
liándose con Kevin— y estuve bailando con unos y con otros y pasé del Pizzas
y, después de un ciego terrible, un amigo de mi primo me llevó a casa. Así que
una noche para olvidar: es que siempre que hablamos de familia estando de
juerga, pillo un ciego para olvidar, pero hasta aquí hemos llegado.
La mañana del domingo, me despertaron las voces de mi padre, porque en
el entierro de la chica de treinta y dos años, se había enterado de la borrachera
que pillé por la noche —la gente no tendrá otra cosa de la que hablar—; pero
no hizo falta que mi padre me regañara para saber que me había pasado. La
cosa no tenía remedio y, la verdad es que me sentaron fatal las cosas que me
dijo mi padre, porque me recriminó unas catorce veces el hecho de
emborracharme siendo profesora –él que ni siquiera me felicitó por las
oposiciones, el lila, con el nueve con nueve que saqué y eso que era un tema
de geografía— y, joder, estaba ya muy cansada de tener que estar dando
explicaciones y de que parezca que soy una vergüenza. Qué cansancio, no
puedo más.
Cuando mis padres se fueron al campo, desperté a Oé que, por lo visto,
llegó a mi casa a las once de la mañana súper ciega y no veas –cuando se
despertó— la que tenía encima: no paraba de decir <<Jesús del Pincho, que
me he tirado al Kevin, que es un risa, un tío tan grande con un mindrolo tan
chico>>, pero tú te crees, me dijo eso ochenta veces; además se estuvo
cachondeando, porque el notas nos había dicho que tenía una casa con una
piscina y lo que tiene es una piscinilla de plástico, llena de agua verdosa, así
que no veas el cachondeo. Después de una larga conversación recordando
nuestras vacaciones y algunas ricias nuestras –como cuando nos tiramos una
vez a los guardias de tráfico, tras soplar y dar negativo— y de almorzar una
pizza, fui a llevarla a Villanueva del Arzobispo y allí la dejé, en la piscina
municipal, bebiendo cervezas; y la colega acabó de fiesta en la Discoteca Mae
West de Granada con un amigo suyo, mientras yo pasaba el tiempo durmiendo
en el sofá de mi casa, evitando por todos los medios el pensamiento reflexivo
para no tirarme por la ventana.
Toda la mañana siguiente la pasé bajo la colcha, sin poder moverme del
sofá, porque anímicamente no me sentía bien, estaba muy cansada de los
comentarios de mi padre y de los continuos lloriqueos de mi madre, me sentía
sola y colapsada por dentro, además de débil y muy fastidiada.
Por la tarde me levanté y empecé la limpieza general de la casa: limpié el
dormitorio pequeño y el cuarto de baño grande. Por la noche hablé tres
palabras con el Argentino y quedamos para el día siguiente –hacía una semana
que nos lo habíamos encontrado Oé y yo en el Mercadona y se quedo
alucinado al verme tan delgada y dijo que era raro verme a mí de día, se
pasa—, lo noté como si estuviera amargado.
Me desperté a las seis de la mañana y empecé a quitar cosas del comedor y
la cocina porque a las nueve venía el pintor. <<Mi madre se arrastra por las
paredes y está todo pringando>> recuerdo que le dije en Cuenca a Toñi de
Lengua, y ella << ¿Cómo que se arrastra?, ¿se arrastra como Gregorio Samsa
por las paredes?>> y yo le expliqué que se apoya, porque continuamente se
está cayendo, y no le quise preguntar por ese señor para que no me dijera
<<eres producto de la LOGSE>>. Estuve limpiando hasta las ocho y media de
la tarde, sin ayuda de nadie, y llamé al Argentino porque se lo había prometido
y, aunque estaba muy cansada y exasperada, quedamos a las once en su
casa.
Mejor que me hubiera quedado descansando: hice lo que él continuamente
me pide: hablar poco y actuar más; pues no llevaba ni dos minutos en su casa
cuando ya estábamos liados y, la verdad, es que nos volvimos locos de placer
el uno al otro, fue uno de los mejores polvos; pero todo se jodió porque él, que
siempre pone la tele apenas hemos terminado, pues ese día le dio por hablar y
me jodió la conversación, porque me dijo que estaba intentando sentar cabeza
con una de Salobreña, que no es tan joven como yo, aunque en la cama no
vaya a ser como es conmigo (y ni se ha liado con ella —¿amo a Laura pero
esperaré hasta el matrimonio?—. Lo fliparía, me troncharía de la risa, si no me
jodiera tanto como me jode) y yo no entiendo ese convencionalismo, ni la
comparación, y lo típico de gilipollas: <<Que te deseo lo mejor, que vas a
acabar casada…>> y me sentó como el culo todo, vamos que le dije que me
diera un abrazo y que se callase, joder qué gran mierda; no me importa que, si
empieza una relación, lo nuestro termine —aunque sinceramente siempre he
pensado que pondría yo fin antes que él—, lo que me jode son las maneras,
me siento juzgada por él y sus buenos deseos para mí son como si me
estuviera consolando del abandono, tengo la amarga sensación de que no me
conoce y cree que solo soy buena para el sexo y lo voy a mandar a la mierda,
Game Over. Así que no quise hablar más con él, nos pusimos a ver el partido
de su equipo, el Estudiantes de la Plata, que jugaba a las dos de la mañana
contra el Arsenal la copa de Sudamérica, pero yo estaba cabreada y cansada y
a las tres me fui a dormir y ya no hablamos más en toda la noche.
El último día de agosto, a las diez de la mañana y con un calor terrible, el
Argentino me llevó a casa y, en el coche, me preguntó por mi careto y le dije
que tenía un fuerte dolor de oído y que estaba cabreada con él. Nada más
llegar a casa me acosté, pero no pasaron ni veinte minutos cuando me levanté
y discutí con mi madre porque estaba registrando los muebles y desordenando
todo lo que yo había limpiado el día anterior. No puedo más. Lloré. Creí que me
moría de tanto llorar.
Me tomé un ansiolítico y me levanté a las tres, porque a las cuatro tenía
que ir a Motril a pasarle la revisión a mi coche, que ya tenía quince mil
kilómetros; mientras, estuve de compras y hablando con Quisca, que estaba
preocupada por los exámenes de Javi. Hacía un bochorno insoportable. Al
regresar a casa, me tumbé y estuve descansando porque me sentía muy débil,
con un fuerte dolor de oído y espantosas migrañas; así que, después de ver la
serie Punta Escarlata, me dormí. Pero me desperté, desesperada, cien veces:
mi madre se pasó toda la noche llorando y repitiendo <<Me estoy muriendo, me
estoy muriendo y no me hacéis caso>> y ya no lo resisto, estoy al borde de la
locura. Lloré durante dos horas seguidas.
Ha llegado el uno de septiembre. Me levanto temprano. Está lloviendo y
caen rayos sobre el mar. Mis padres duermen. Toda la casa huele a las frutas
que trajeron del campo: bananas y los primeros mangos y guayabas. Me doy
un baño, desayuno sobre sabor huevo duro con una infusión de manzanilla y
salgo en mi coche, oyendo Palabras para Julia; pero lo que en el poema son
las palabras de un padre, en mi vida son las palabras de mi mente y, en este
sentido, quizás me he convertido en una persona más fuerte de lo que nunca
pude imaginar:
Pero yo cuando te hablo a ti cuando te escribo estas palabras pienso también en otra gente. Tu destino está en los demás tu futuro es tu propia vida tu dignidad es la de todos
Estoy un poco cansada de todo, pero bueno, creo que voy a optar por
refugiarme en lo que mejor sé hacer: estudiar y aprender y enseñar; de
momento terminaré de limpiar la casa y voy a preparar mi dossier de Historia
de España —como las de Lengua, que tienen sus propios dossiers, porque los
libros de texto dicen que son <<sablazos>> y <<engañabobos>>, que cuantos
menos estorbos haya entre el cerebro del niño y un cuaderno repleto de su
propia escritura, mejor (y ellas venga a darle al rotulador rojo, añado yo)— y
mis clases de geografía de tercero de ESO, porque quiero ser una profesora
magnífica, de las que instruyen con rigor, con autoridad pero sin pasarse; mi
mayor deseo es hacer de los alumnos personas dignas, y eso sé que depende
de mí; además, voy a acabar el libro de Carmen Iglesias y la dichosa dieta —
porque ya solo me quedan por perder dos kilos— y a cuidarme. Y el día que
logre mi objetivo y el del médico de la clínica San Rodrigo: pesar cincuenta y
siete, llamaré al Argentino y lo invitaré a cenar en el mejor restaurante de
Murex, como nos habíamos prometido.
Llego al instituto, pues había quedado con Oconcello a las once —aunque
no ha llegado hasta las doce menos cuarto, y he tenido tiempo de
descomponerme al presenciar cómo el profesor Serranías se terminaba de
fotocopiar, en color, un volumen de historia del arte, para su hermana que es
un ceporro de cuidado (lástima de toner del instituto, lástima de luz del instituto,
lástima de papel del instituto: la conserje miraba los miles de fotocopias con un
careto que no veas, pero se tiene que joder porque Antonio Cruces la detesta y
desautoriza, pues nunca lo votó cuando se presentaba para gobernante
costero). Si algún día se pega fuego a la Biblioteca de Andalucía, no será un
problema pues varios profesores la tienen integra en su casa, en fotocopias
encuadernadas a costa del instituto—. Íbamos a hacer los exámenes de
recuperación; menuda risa cuando Oconcello les daba como pista a los niños
de trece años <<Un hombre con muchas orejas>> para que se acordaran de
Arias Navarro, y los alumnos haciendo el examen y ella que no paraba de
hablarme de Morrel que, con la uña interminable, <<parece un soldado libio>>,
que se la deja para pinchar las ruedas de los coches que aparcan debajo de su
higuera, debajo de su laurel, debajo de su pino piñonero... Lo más risa es que
le ha dicho al profesor de Religión, Romero Errante, que le tiene que ayudar en
un estudio sobre el medio ambiente en la Biblia, que es para contradecir la
tesis de Saramago, y el de Religión que no se enteraba de lo que le estaba
diciendo. Joder, yo me troncho con esta mujer, es genial.
También, en el tiempo de espera, he tenido ocasión de saludar A. Reinoso
de la Cosa, que se reunía con su ejemplar de secretaria (modelo del feminismo
cordobés más incoherente y sórdido) y su Consejo de Ancianos, para fijar los
criterios de reparto de asignaturas, carguitos y cursos, de acuerdo con los
novedosos postulados de la Psicopedagogía Andaluza del Compadrazgo. El
esclavo Jefe de Estudios diurno —poniendo en práctica la ocurrencia de algún
político necesitado de justificar sus emolumentos— ha repartido un saco de
latas de refresco vacías a unos de segundo de ESO, que estaban en un banco
comiendo pipas y jugando a la brisca, para que hicieran una escultura de
Griñán en el patio. Como el ruido de los artistas se ha sumado al que salía de
unos lavabos donde estaban jugando a arrancar el alicatado de las paredes,
del laboratorio (llamado así por la baldosa que lo pone) donde se examinan los
suspensos en Química con Felipe Zúñiga (Antiguo Régimen), ha salido la
cabeza de Felipe Zúñiga echando leche y gritos pelados por la ametralladora
de su boca. En fin, que entre unas cosas y otras he salido con un cabreo para
reventar del instituto; por eso —en el bar Enfrentemisa—, me he tomado cuatro
o cinco Coca-Colas y, nada, seguía para darme un chungo; así que me he
tirado de cabeza en el sofá y he mandado a la mierda al feo del perro de mi
papi chulo.
Los gatos, sobre las tumbas fenicias minadas por el árbol del cielo, se
lavaban los ojetes con sus lenguas rosadas.
Luego me ha llamado Dora de Lengua y Literatura, que acababa de llegar
de su retiro de mampostería y estaba comiendo con sus maravillosas amigas,
lectoras apasionadas de <<Louis Althusser y de lo mejor de la intelectualidad
extranjera>> (menudos plomos que leerán estas; vamos, como para pegarse
un tiro), Almudena Rojo y Gracia, la amante secreta de Vetibert Centellas,
planificando algo para la celebración de un libro de poemas del genial T. H.
Molina. Quedo con ella para el atardecer.
Sentadas en la terraza de un bar, nos hemos tomado un ron motrileño
mientras nos choteábamos de una obra abandonada que había al lado, donde
le he contado que en agosto se había ahorcado el concejal de Urbanismo de
Benacepas pero, gracias a Dios, se rompió la cuerda y cayó sobre la base de la
grúa llena de hierba (<<Guardemos un minuto de silencio>>, ha dicho Dora,
<<por todas las grúas y por todas las espiochas y por todas las ilusiones del
mundo: no somos nada>>). Le he contado lo jodida que estoy por lo del
Argentino, por la enfermedad de mi madre…y ella me ha dicho que quizá mi
madre no tenga ajustada la medicación (<<que los médicos están todos
estudiando alemán>>), que tenemos que exigir el mejor tratamiento para que
ella no sufra y nosotros podamos estar tranquilos. A Dora, el Argentino le
parece un argentino, y un vulgar machista inadecuado para mí, ella cree que yo
no debo desperdiciar mi <<asombrosa inteligencia>> pensando ni un minuto en
semejante majadero, aunque comprende que estoy en edad de ser tiranizada
por el instinto de reproducción (<<amor floral>>); por otro lado, cree, que hay
que casarse, para que no te quede regomeyo y para darse cuenta de la clase
de institución que es el matrimonio —<<lugar de reproducción de los valores
del capitalismo: el obsceno individualismo feroz, la avaricia, la hipocresía y el
acomodo>>— para, pasados los años de fogosidad selvático, divorciarse.
Joder, cómo se pasa.
Le he confesado que, aunque he dedicado tiempo a pensar en lo que
quiero, no me ha venido a la cabeza qué es lo que exactamente quiero hacer,
que si sabe ella cuál es el camino, y mi compañera Dora, del departamento de
Lengua y Literatura, ha mirado hacia la grúa y, después, hacia el mar rosa y
dorado y me ha respondido con las palabras del gato risón a Alicia, en Alicia en
el país de las maravillas: <<Eso depende de adonde quieras llegar>>, ¿tú te
crees?
EPÍLOGO
Tras la conversación con Dora, me fui a mi casa, cené, recogí la cocina
y la ropa que había tirado mi madre por el suelo, saqué las notas que
había tomado durante el verano y me puse a redactar estos apuntes.
Cuatro días con sus respectivas noches me llevó el asunto, porque yo
soy una persona como obsesiva si tengo algo que hacer. Cuando puse el
punto y final, justifiqué el texto, lo guardé en una carpeta especial que
titulé Mis chifladas vacaciones del 2011, apagué el ordenador y —como
estaba amaneciendo— me fui a andar.
Subí a la cumbre del cerro más alto que hay en Murex. Desde allí miré
al desgraciado pueblo: el bestial amontonamiento de edificios feos pa
lobo y los cuatro o cinco peñones asegurados con hierros y tela metálica
que han sobrevivido al estropicio y me puse a pensar en los peligros que
acarrea el aflujo de dinero entre gente sin educación y sin cultura, y en la
concentración tan grande de aspirantes a cacique que hay aquí: los
muxerinos sueñan con ser caciques como en otros sitios se sueña con
ser empresario, ser Mozart, ser Einstein o santa Rita de Casia, de ahí su
democrática admiración por este tipo de personaje (<<Santísima Virgen
de la Antigua, que me salga algún hijo cacique>>).
Me empecé a rallar de una manera que nadie se puede imaginar, con
estos pensamientos de cacique y, también, porque se veía el mar y la
playa desierta (no hay nada peor que los paisajes para rallarse) y pensé
en mis padres que no la han pisado jamás, porque ellos son del campo y
yo creo que ni siquiera tienen bañador, ¿tú te crees?, viven a doscientos
metros de la playa y no saben nadar ni tienen bañador. Lloré.
La noche siguiente, abrí la carpeta y leí mi propio escrito de un tirón. Y
fue muy raro, pues estuve hasta las cuatro de la mañana enganchada (yo,
Ana Mirella, que no leo nunca así me aspen), alucinando conmigo misma:
joder, joder… ¡¡¡esta soy yo???
Luego estuvo tres días zumbándome una conversación que les oí a las
de Lengua en Cuenca, sobre lenguaje y pensamiento, sobre cuál es
primero o si son simultáneos. Claro que una lengua es algo más que un
medio para comunicarse, ¿cómo sería yo, mi identidad más íntima, en
otra lengua, en otra situación familiar, en otra cultura, en un instituto
donde no se castigara con el desprecio la seriedad y las ganas de
trabajar? Doy en pensar que quizá yo no sea maldiciente por naturaleza,
aunque tenga propensión.
A la mañana siguiente me duché, desayuné tostada integral con un
yogurt y una infusión y fui a pesarme: cincuenta y siete kilos con
cuarenta gramos. Objetivo prácticamente cumplido, ahora a mantenerse.
El Argentino no se va a enterar de que peso cincuenta y siete kilos, ni
ahora ni nunca, porque no se lo voy a decir, porque no voy a llamarlo.
Luego, tras mucho darle vueltas al coco, subí a Granada, a la Delegación.
Hoy catorce de septiembre me ha llegado la respuesta a mi demanda
de auxilio en la Delegación de Educación: me conceden una permuta para
un curso con una profesora del Lycée Déodat de Séverac, en Toulouse.
Tengo mi coche preparado.
Me voy de Murex. Si Bonaparte no viene a mí, yo me voy pa Bonaparte.
Me voy de Murex. Adiós Murex, caracol carnívoro. Game Over.