los anillos de saturno · la protección cabalística del núme-ro siete nunca llegó. es probable...

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104 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO 12 de agosto de 1955: Muere en la ciudad de Zürich el escritor alemán Thomas Mann, que había obtenido el Premio Nobel en 1929. Hace más de veinte años que abandonó Ale- mania, veintidós para ser exactos. Su país había caído bajo la influencia del nazismo y él no toleró la supresión de las libertades individuales. La gente, sin embargo, cele- braba que un gobierno autoritario supri- miera cualquier instancia de decisión o con- vivencia so pretexto del bien de una nación imaginaria. ¿Cómo podrían vivir así?, ¿no se daban cuenta del suicidio colectivo que encerraba su júbilo? El tiempo le había dado la razón, la cultura, o mejor, la incultura de los nazis estranguló a Alemania y el país —un país al fin y al cabo—, finalizada la lo- cura bélica, se debatía en el fango de la eco- nomía capitalista, la división territorial y el desánimo nacional. Thomas Mann creyó que con la derrota de Hitler surgía un nuevo signo de esperanza, que todavía podía con- fiar en el triunfo de la libertad, y decidió na- cionalizarse ciudadano norteamericano. Pero la América de Roosevelt también había tocado a su fin y un viento fascistoide em- pezaba a envolver el ánimo de los Estados Unidos. Qué le quedaba si no volver al viejo continente, a Suiza, si era posible, ese pe- queño país en cuyos Alpes había ubicado el hospital al que Hans Castorp se traslada- ba buscando una Europa moribunda. Re- cuerda la novela, la que muchos piensan que es su mejor novela, La montaña mági - ca, que como él mismo dijo alguna vez, se desarrolla en otro tiempo, en el pasado, antaño, en el mundo anterior a la Gran Gue- rra, con cuyo estallido comenzaron muchas cosas que, en el fondo, todavía no han de- jado de comenzar. ¿Qué quiso decir con esas frases? Él per- tenecía a ese mundo de antaño, ahí nacieron sus Buddenbrook, de ahí provenía el po- bre Tonio Kröger, el fiel alter ego de su ju- ventud. Quizá no del todo consciente, pero como le sucedió en muchas ocasiones, la literatura le había permitido entre ver la ver- dad: su mundo había muerto para que otro no cesara de comenzar. Tendría que recono- cer que no se había percatado que en ese principio, en ese principio sin fin del tiem- po, el mal jugaría un papel preponderante. No era sólo la cultura o la incultura nazi, era algo más profundo, más tenebroso y enrai- zado, que se podía descubrir en cualquier manifestación de la falsa modernidad en que había vivido los últimos años. Algo que, como se decía en la antigüedad, vivía domi- nado por los anillos de Saturno. Cuando tuvo un atisbo de ello escribió su Doktor Faustus : Adrian Leverkühn, su protagonista, nacía al arte atrapado sin remedio por el mal. Los anillos de Saturno A cincuenta años de la muerte de Thomas Mann Sealtiel Alatriste

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Page 1: Los anillos de Saturno · La protección cabalística del núme-ro siete nunca llegó. Es probable que no lo supiera, pero su número haya sido el ocho, el de sus ochenta años, el

104 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

12 de agosto de 1955: Muere en la ciudad de Zürich el escritor alemán

Thomas Mann, que había obtenido el Premio Nobel en 1929.

Hace más de veinte años que abandonó Ale-mania, veintidós para ser exactos. Su paíshabía caído bajo la influencia del nazismoy él no toleró la supresión de las libertadesindividuales. La gente, sin embargo, cele-braba que un gobierno autoritario supri-miera cualquier instancia de decisión o con-v i vencia so pretexto del bien de una naciónimaginaria. ¿Cómo podrían vivir así?, ¿nose daban cuenta del suicidio colectivo queencerraba su júbilo? El tiempo le había dadola razón, la cultura, o mejor, la incultura delos nazis estranguló a Alemania y el país—un país al fin y al cabo—, finalizada la lo-cura bélica, se debatía en el fango de la eco-nomía capitalista, la división territorial yel desánimo nacional. Thomas Mann cre y óque con la derrota de Hitler surgía un nuevosigno de esperanza, que todavía podía con-fiar en el triunfo de la libertad, y decidió na-cionalizarse ciudadano nort e a m e r i c a n o.Pe ro la América de Ro o s e velt también habíatocado a su fin y un viento fascistoide em-pezaba a envolver el ánimo de los EstadosUnidos. Qué le quedaba si no vo l ver al viejocontinente, a Suiza, si era posible, ese pe-queño país en cuyos Alpes había ubicadoel hospital al que Hans Castorp se traslada-ba buscando una Europa moribunda. Re-cuerda la novela, la que muchos piensanque es su mejor novela, La montaña mági -ca, que como él mismo dijo alguna vez,

se desarrolla en otro tiempo, en el pasado,antaño, en el mundo anterior a la Gran Gu e-rra, con cuyo estallido comenzaron muchascosas que, en el fondo, todavía no han de-jado de comenzar.

¿ Qué quiso decir con esas frases? Él per-tenecía a ese mundo de a n t a ñ o, ahí naciero nsus Bu d d e n b ro o k, de ahí provenía el po-b re Tonio Kröger, el fiel alter ego de su j u-ventud. Quizá no del todo consciente, perocomo le sucedió en muchas ocasiones, laliteratura le había permitido entre ver la ve r-dad: su mundo había muerto para que otrono cesara de comenzar. Tendría que re c o n o-cer que no se había percatado que en eseprincipio, en ese principio sin fin del tiem-

po, el mal jugaría un papel pre p o n d e r a n t e .No era sólo la cultura o la incultura nazi, eraalgo más profundo, más tenebroso y enrai-zado, que se podía descubrir en cualquiermanifestación de la falsa modernidad enque había vivido los últimos años. Algo que,como se decía en la antigüedad, vivía domi-nado por los anillos de Saturno. Cuandotuvo un atisbo de ello escribió su DoktorFa u s t u s: Adrian Leve rkühn, su pro t a g o n i s t a ,nacía al arte atrapado sin remedio por el mal.

Los anillos de SaturnoA cincuenta años de la muerte de Thomas Mann

Sealtiel Alatriste

Page 2: Los anillos de Saturno · La protección cabalística del núme-ro siete nunca llegó. Es probable que no lo supiera, pero su número haya sido el ocho, el de sus ochenta años, el

OBITUARIOS A DESTIEMPO

El renacer musical que buscaba era unamuerte sin fin. Eso fue lo que había vatici-nado cuando redactó las intenciones que seocultaban en La montaña mágica: todo loque estaba destinado a comenzar comen-zaba moribundo, el nuevo nacimiento, elsiglo XX sería una prolongada muerte queno era muerte, una vida que no era vida, elbarroco en todo su esplendor, como la ar-quitectura de Halle, la ciudad en que trans-curre la vida de Leverkühn.

Ahora, después de tantos años de exilio,la vida de Thomas Mann está tocando a sufin. Hace unos pocos días se encontraba enla localidad holandesa de No o rdwijk cuan-do, debido a un intenso dolor en la piernai z q u i e rda, tuvo que ser trasladado en camillaa un avión y llevado de emergencia a Zürich.El final había empezado con una tro m b o s i s,pero a él le hicieron creer que era una sim-ple flebitis. No atendió demasiado al diag-nóstico, sabía que había algo más dañinodentro de él, se lo decía su cuerpo, nuncaantes había sentido algo semejante. Tienecerca de ochenta años y hace una décadaque lo espera. Hubiera querido morir a lossetenta tal como lo recomendaba el salmonoventa: “Los días de nuestra edad son se-tenta años”. Estaba seguro de que iba a irsecomo Goethe, sentado en una butaca, perohabía sobrevivido a pesar de que tenía re-dactado su testamento. A los setenta y sietede nueva cuenta creyó que había llegado elfinal, y la víspera de su cumpleaños clausurósus Diarios, con la orden de que, a pesar deque esos papeles no tenían valor literario al-guno, no se leyeran hasta veinte años des-pués de su muerte. Pero la vida de nuevacuenta le escamoteaba el final: él, que ha-bía hecho de su existencia una obra de art e ,no podía saber cuándo iba a morir. Dos añosantes había escrito:

Wagner escribió su obra final casi a lossetenta, Parsifal, y murió poco después. Yoescribí aproximadamente hacia la mismaedad la obra de mis últimas consecuencias,Fausto, obra final en todos los sentidos, ysin embargo he continuado viviendo.

Nada había sucedido hasta ent o n c e s ,p e ro a pesar de la insignificancia de l aflebitis, ahora sabe que no habrá más, que s ilo que antes era un anhelo, una intuición

tal vez, se había conve rtido en una re a l i d a díntima en los huesos, esos huesos que algu-n a vez Hans Castorp vio en una radiogra-fía para intuir su muerte.

Recuerda entonces un detalle nimio dela novela con la que quiso cerrar su vida. So-bre un piano alquilado Adrian Leverkühnha colgado un cuadrado de cuatro columnasy cuatro líneas, que tiene un número dife-rente en cada casilla. Era el cuadrado mágicoque aparece sobre la cabeza del misteriosoángel de la Melancolía I de Durero. ¿Puedetodavía evocar el momento en que escribióese fragmento? Cómo va a olvidarlo, apenasse le ocurrió la escena hizo que el narradordijera que

la magia —o la curiosidad (de ese cuadra-do)— reside en el hecho de que, súmenseesas cifras como se quiera, de arriba a aba-

jo, de derecha a izquierda o diagonalmen-te, se obtiene el mismo total de treinta yc u a t ro.

No lo aclaró, pero esa cifra a su vez suma-ba siete, el número cabalístico que él ima-ginaba que conectaba subterráneamentetoda su vida. Sus dos grandes novelas, parano ir más lejos, pues si del número siete pen-día el destino de su Doktor Fa u s t u s, señalabaal propio tiempo los siete días de una semanaque (había declarado en sus intenciones) noserían suficientes para escribir la historiade Hans Castorp, los siete meses que tam-poco le alcanzarían para terminarla, los sieteaños incluso que, ¡Dios mío!, tampoco se-r í a n suficientes para abarcar el mundo deLa montaña mágica. El siete daba razónde los setenta años de nuestra edad, era elsiete veces siete de sus setenta y siete años,

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Albrecht Dürer, Melancolía I (detalle), 1514

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una cábala contra el eterno dominio de losanillos de Saturno.

Alguien lo habría notado, pero al igualque en el grabado de Du re ro, aquel cuadra-do aritmético quería convertirse en un ta-lismán, en un objeto mágico que pro t e g i e r aa su héroe del poder maléfico de la melan-colía. Era una invocación de Júpiter. Aun-que Thomas Mann sospechaba que todosesos antídotos eran un débil expediente

frente al destino real de la persona melan-cólica —como Adrian Leve rkühn, como élmismo— pues ésta se entrega, abnegada eincondicional, a la voluntad del Mago Ne-gro, que de esta manera se convierte en laprincipal y casi única opción para el inte-lectual, el sabio, el artista. “Sa t u r n o”, piensa.Saturno y la melancolía que han dominadoal mundo desde que dejó Alemania hacemás de veinte años. Su Doktor Fa u s t u s h a b í a

sido una larga lucha contra los poderes deSaturno. También el largo y minucioso re-lato de la vida de Hans Castorp tuvo la in-tención de derrotar su maligna influencia.Saturno nos condena a morir y a renacer,siempre a morir y renacer de entre las ceni-zas del mal, dicen los viejos cabalistas comoFicino o Ramón Llull, y el hombre está iner-me frente a su poder. El tiempo que no cesade comenzar. Se tiene la tentación de invo c arla protección de Júpiter, de trastocar la leyde los planetas, pero los anillos de Saturnoacaban envolviéndonos con su arte melan-cólica. Él ha luchado contra su poder contodas sus fuerzas, a eso podrían reducirsesus intentos literarios, creó personajes quese creyeron a salvo de su influencia, VonAschenbag entre ellos, quien quiso redi-mirse al contemplar la belleza del jovenTadzio en La muerte en Ve n e c i a. ¿Habrá sidoen vano? Puede ser que no, piensa con unasonrisa de esperanza (su hija Erika dijo acer-ca de ese gesto que “Adoptó su cara de mú-s i c a”). Él, como Du re ro, ha dejado una nue-va doctrina de los temperamentos, y en susn ovelas los lectores pueden ver que los ani-llos de Saturno no siempre son un yugo paralos hombres, y que tal vez el cuadrado mági-c o sobre el piano de Adrian Leverkühn, eltalismán aritmético-literario, sirva para algo.

Como si jugara con su intuición, lamuerte se anunció desde la mañana del 12de agosto. Ante la incredulidad de los mé-dicos que creían haber triunfado sobre latrombosis, Thomas Mann sufrió un re-pentino colapso para el cual la medicina desu tiempo carecía de explicación. Durantetodo el día luchó sin cuartel, pero final-mente, a las ocho de la noche sobrevino eld e c e s o. La protección cabalística del núme-ro siete nunca llegó. Es probable que no losupiera, pero su número haya sido el ocho,el de sus ochenta años, el que cifra en suforma al infinito, el triunfo ve rd a d e ro sobreSaturno y la melancolía.

...aquel cuadrado aritmético quería convertirse en un talismán, en un objeto mágico que protegiera

a su héroe del poder maléfico de la melancolía.

Albrecht Dürer, Melancolía I, 1514