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Romeo Grompone Los acelerados cambios políticos en el Perú de estos días

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Romeo Grompone

Los acelerados cambios políticos en el Perúde estos días

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LA SEGUNDA VUELTA ELECTORAL en las elecciones presidencialesperuanas de 2006 llevó a la disputa por el poder a dos candi-datos de orientación populista:1 Alan García y Ollanta Humala.El populismo del primero se relaciona con las primeras expre-siones de esta tendencia en América Latina, mientras que eldel segundo tiene que ver, más bien, con cambios recientes enlas sociedades latinoamericanas, en especial en las andinas.Estas elecciones nos dejan tres resultados importantes: el triun-fo de Alan García sobre Humala con un margen menor al pre-visto; la derrota de la derecha política, no considerada en lasinterpretaciones de mayor influencia a principios de 2006; y lapráctica desaparición, por lo menos en esta etapa, de una iz-quierda democrática.

Paradójicamente, Alan García tiene un privilegio que notuvieron ni Haya de la Torre, salvo en sus últimos años devida, ni el APRA como partido, durante su larga y densa his-toria: contar con la aceptación de sus enconados opositores,con la paradoja o la ironía de que García sigue siendo mirado

1 El autor ha escrito recientemente un libro y diversos artículos sobre la coyunturapolítica. Ha tratado de evitar repetir argumentos anteriores, pero ocasionalmentetiene que recurrir a ellos.

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con un descrédito y desconfianza que trabajosamente hubierapodido superar el líder histórico de su organización. AlanGarcía obtiene la presidencia con aliados inesperados tanto en1985 como en 2006. La primera vez lo apoyan con la idea deque el país tiene que afrontar un cambio inevitable; y la se-gunda, bajo el signo del temor al otro candidato y la expectati-va de que haya cambiado en su orientación y en su estilo.

En 1985, Alan García llega al gobierno a causa del fracasodel segundo gobierno de Belaunde y de los temores que des-pertaba el posible ascenso de una izquierda política que pro-gresivamente se iba adaptando al juego democrático y quecomenzaba a aparecer como un contendor a tener en cuenta.Por su parte, la derecha política aparecía desgastada como al-ternativa. Ante el fracaso de Acción Popular, el Partido Popu-lar Cristiano no podía funcionar como pieza de recambio, nosolo por sus compromisos con la gestión del gobierno salien-te, aislado socialmente, sino porque su radio de incidencia seencontraba afincado casi exclusivamente en los votos limeños.Por aquel entonces, las elites empresariales, a la vez que se-guían prácticas mercantilistas buscando obtener ventajas deposiciones privilegiadas en su influencia con el Estado, toda-vía entendían que este podía ser promotor del desarrollo. Si aello agregamos como elemento decisivo una consistente con-vocatoria social, se explica que el triunfo de Alan García tuvie-ra un amplio apoyo del electorado e hiciera incluso que el en-tonces candidato de la izquierda, Alfonso Barrantes, desistierade comprometerse en una segunda vuelta electoral, al no te-ner perspectivas reales de competir por el poder.

Más de veinte años después, Alan García es elegido en se-gunda vuelta con parte del apoyo de los grupos de orienta-ción conservadora, particularmente de sus élites. Para ello tuvoque ocurrir la derrota de la candidata de Unidad Nacional,que hasta tres semanas previas a las elecciones de primera

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vuelta aparecía como inesperada. Lourdes Flores Nano reali-zó un persistente esfuerzo por acercarse al conjunto de la po-blación y por entender que, por lo menos en la promoción depolíticas sociales y de empleo, correspondía desarrollar unalínea más preocupada por los problemas de inclusión que loque había supuesto su prédica tradicional. Por cierto, estasideas y esta voluntad no estuvieron acompañadas de un equi-po técnico y de asesores que siguieran su propuesta, de la queprobablemente no estaban convencidos. Ello hacía que, aun-que Flores tuviera una amplia cobertura mediática, recorrierael país, visitara mercados y zonas rurales, y estuviera rodeadade seguidores en algunas ocasiones, diera una impresión deaislamiento y soledad.

Alan García gana esta vez, y mucho más que en 1985, porla aceptación de lo inevitabilidad del cambio. Su triunfo se dapor un escaso margen y con una adhesión, en muchos casos,probablemente menos entusiasta que la que tuviera sucontendor. Parte del electorado temían la emergencia de lo quese consideraba un movimiento imprevisible, desestabilizadory eventualmente radical, que se asociaba a las nuevas organi-zaciones de la izquierda tumultuosa, contestataria e influyen-te que representaban Hugo Chávez en Venezuela y Evo Mo-rales en Bolivia. Ellos aparecían como propiciadores de unasituación de desborde, de probables enfrentamientos socialesy de una radical transformación en las líneas matrices de lapolítica económica, que contrastaba con las opciones más mo-deradas que asumían, por ejemplo, el gobierno de Lula da Sil-va en Brasil y de Ricardo Lagos y luego Michelle Bachelet enChile. Probablemente, para los grupos conservadores queda-ba como una aspiración que no podía cumplirse la emergen-cia de un liderazgo decidido de derecha como el Álvaro Uribeen Colombia.

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Aparecer como el menor de los males decidió el tempranoapoyo que se dio a Sánchez Cerro en perjuicio de Haya de laTorre en 1931 (Contreras y Cueto 2000). Ahora se elige a Garcíacon renuencia, a pesar de las señales de sus presuntos aprendi-zajes y de su empeñosa proyección como político más maduro,ajustado a los cambios y exigencias de la llamada globalización,en su peculiar manera de entenderla. De todas maneras, si no-sotros tuviéramos que ordenar la situación política que esta-mos viviendo actualmente en el Perú y que se expresó en estaselecciones —evaluando el peso partido por partido, haciendoluego cálculos de correlaciones de fuerza y formulando, en fun-ción de ello, previsiones de resultados tal como a veces se acos-tumbra a hacerlo—, entenderíamos muy poco de lo que estáocurriendo en el país. Basta ver la votación que ha obtenidoOllanta Humala y que lo sitúa como el único partido nacionalcon representación en todos los departamentos (salvo en Ma-dre de Dios, donde se elige un solo congresista), y las ampliasmayorías obtenidas en Puno, Huancavelica, Ayacucho y Apurí-mac, y, en general, en la sierra central y sur, y en Arequipa, asícomo en la región amazónica, para entender que, junto conuna división que corresponde explicar en términos políticos—no renunciamos a realizar esta tarea también—, existe tam-bién un profundo corte social.

Si bien existen varias explicaciones para lo ocurrido, estehecho se da, y basta para entenderlo con una simple miradaen el mapa, por una marcada distancia entre las personas ygrupos que se ubican en distintos niveles de integración en lapolítica y el mercado, y aquellos que se encuentran margina-dos de estos sistemas. Puede señalarse que es un rasgo secularde nuestra historia lo que explica todo y nada a la vez. Lo cier-to es que en los últimos años existe una extendida preocupa-ción por la calidad de la democracia —expresada no solo porintelectuales y políticos de distintas orientaciones, y recogida

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por organismos internacionales—, en la que se ha insistido enel tema de la pobreza, la exclusión social y la desafección porla política. Algunos la expresan por sus preocupaciones degarantizar la gobernabilidad; otros, atendiendo a razones deequidad. En el gobierno de Toledo, era esperable que dichapreocupación se manifestara, porque la inercia del crecimien-to económico hacía que la población, que sentía que vivía endemocracia, encontrara que había llegado el momento de ha-cer sentir sus demandas. En las zonas que se encontraban afec-tadas por la fuerte discriminación señalada, ella coexiste conun malestar difuso, que no encuentra canales institucionalespara expresarse, y con ocasionales pero también intransigen-tes y a veces violentas manifestaciones de protesta.

Este artículo se propone examinar los diferentes estilos po-pulistas de Alan García y Ollanta Humala, y sus respectivasorganizaciones; los persistentes problemas de gobernabilidadque vive el país, y el clima de incertidumbre económica, polí-tica y social que atraviesa tanto el Perú como el conjunto de laregión andina. Acudirán como argumentos para interpretar lasituación presente lo que ha ejecutado y dejado pendiente elgobierno de Toledo en sus rasgos fundamentales, la falta decapacidad hegemónica de los distintos grupos conservadores,la decadencia de la izquierda democrática y el probable esce-nario que se abrirá en los años venideros. Finalmente, se seña-larán las dificultades que afronta la afirmación institucionalde la democracia.

La vigencia del populismo en distintas vertientes

La segunda vuelta electoral, como ya se ha señalado, fue dis-putada finalmente por dos candidatos que representan diferen-tes variantes del populismo: Alan García del APRA, que tratóde integrar a grupos relativamente organizados de la sociedad;

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y Ollanta Humana de Unión por el Perú, que se dirigió, sobretodo, a sectores que se encontraban excluidos del sistema po-lítico y económico. Aquí trataremos de explicar las diferenciasentre uno y otro. Con ese fin, me permitiré introducir cuatropárrafos que no son exactamente una digresión sobre el temay que, al deslizarse un tanto a la filosofía política, el lector puedeobviar, si prefiere, para retomar la comparación planteada entérminos más sociológicos y políticos.

Como se ha señalado, la operación populista desplaza loselementos antagónicos que se enfrentan al orden establecido,dejando de lado las demandas de organizaciones que puedenafectar incluso a la élite que dirige el movimiento y que consi-gue, finalmente, establecer un principio de unidad al fetichizaral Estado y mitologizar a un jefe o conductor (De Ípola yPortantiero 1994). Este proceso construye un sujeto, el pueblo,que actúa como referente al definir una identidad política apartir de una diferencia entre «nosotros» y «ellos», que pue-den ser la «oligarquía», los «ricos» u otro país.

Un reciente trabajo de Laclau (2005) plantea una aproxi-mación sobre el tema influida por la lingüística, el psicoanáli-sis y la filosofía, y que no vamos a exponer sino en lo estricta-mente indispensable para situarnos en la actual coyuntura delpaís. Este autor entiende que la lógica política se relaciona conla institución de lo social y que el populismo es una de lasestrategias relevantes para establecerla. Retoma la idea de quela lengua es un sistema cerrado en el que se van estableciendo,de manera relacional, distintos significados. Desde su perspec-tiva, pensar en aquello que es exterior al sistema resulta siendo,en consecuencia, un acto de expulsión de algo que «la totalidadexpele por sí misma» y que se constituye para que esa mismatotalidad pueda pensarse. Desde este movimiento, todos losotros términos que no tienen esa situación excepcional apare-cen como equivalentes. Asume entonces la representación de

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algo que es inconmensurable —rechaza la comparación— yque produce un cierre en el sistema Se sabe que este cierre esprecario y hasta cuestionado, pero de otra manera no puedepensarse en identidades y significados que son ineludibles detomar en cuenta. Estas identidades y significados son inesta-bles, y esta condición, además, no resuelve la tensión entre lasdiferencias y las equivalencias, que no terminan de articularse.

Pasando al plano político, existen demandas a las que lla-ma democráticas, que bien se satisfacen o bien permanecenaisladas, y que se mueven dentro del sistema y se encuadranen la estricta lógica de las diferencias. Las otras demandas,que denomina populares, no consiguen resolverse, se van aso-ciando unas a otras y se las asume como equivalentes. Estasconstituyen una «frontera interna antagónica» entre los gru-pos que las plantean y que se construyen como el pueblo, yaquellos a quienes se considera como detentadores del poder.Hay entonces, en el discurso, una imagen de algo exterior quese resiste a su institucionalización Estas reivindicaciones sevan articulando de manera contingente y su contenido es vagoy fluctuante por el juego político establecido y no por una fallaen el conocimiento. Situándonos abruptamente en nuestra rea-lidad, puede entenderse en otro plano, y junto a razones quetienen que ver con oportunidades políticas sujetas a cálculo,que estas características se encuentran presentes en los men-sajes aparentemente contradictorios que el APRA envía comoseñales a distintos grupos, inmerso como está en este juego deequivalencias, así como en las imprecisas apelaciones deOllanta Humala al nacionalismo.

El planteamiento de Laclau parece contener tres delibera-das limitaciones. Si bien es cierta la idea de una frontera, no sedetiene a considerar, como señala (2006), que se apoyaen una pseudoconcreción del enemigo externo. Laclau despla-za, sin cuestionarlos, los antagonismos inherentes a la política

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y a la sociedad en favor de otro antagonismo: el pueblo y sus«enemigos externos», que no tienen que ver con los gruposestratégicos que ejercen el poder. Ocurre así una suerte de«transustanciación» de significados flotantes, arbitrarios y con-tingentes, que escapan a cualquier determinación o, si se quie-re, a un principio de explicación e inteligibilidad que contri-buya a que la acción política se apoye en una crítica fundadadel estado de cosas existente. La otra limitación es que elpopulismo no es el único modo en que se expresa un excesode antagonismo. Difícilmente puedan considerarse como po-pulistas, por ejemplo, los movimientos estudiantiles de 1968 oaquellos por los derechos humanos contra la segregación ra-cial en los Estados Unidos, que desbordaron el orden con unademanda particular y no como parte de una cadena. Final-mente, la última es que no parece comprender que la demo-cracia y las demandas democráticas tienen, a su vez, sus pro-pias lógicas de equivalencia y de diferencias, que se relacionancon su carácter agonista (de conflictos como parte de su cons-titución). Este, como señala Mouffe, se distancia tanto de losextremos de la pura lucha, de la pura confrontación, comodel espacio de una competencia que finalmente regula einstitucionaliza la ley.

El populismo histórico del APRA

Los frecuentes cambios de orientación en la historia del APRAse apoyan en la idea de que aquel que ejerce el liderazgo de laorganización es, además, el más calificado para hacer un dis-curso reconocido y que sirva de guía. Además, los textos ela-borados por Haya de la Torre, primero, y por Alan García,después, obran, dejando de lado la consideración de su perti-nencia teórica, como un criterio de legitimación ante sus segui-dores. El líder, entonces, permite soldar una cohesión interna

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constituida por una subcultura relativamente cerrada que elnuevo ingresante debe tratar de entender en sus enunciacio-nes expresas y en sus códigos implícitos. Esta unidad coexistecon la idea de que se está proyectando un mensaje para el con-junto de la sociedad, al oponerse a ese «exterior» impuesto alque hicimos referencia y que en la primera vuelta electoral delas elecciones de 2006 fueron «los ricos» y los que pugnabandesordenadamente por el cambio. Aunque se trata de una es-trategia política muy pensada, este mensaje es algo más queuna simple ubicación en el centro político.

Entendido así el proceso, no hay espacio para una compe-tencia intelectual dentro del partido, y eso libera la líder deinterlocutores que puedan situarse a su mismo nivel dentrode su organización. Si bien, al menos durante el primer go-bierno de Alan García, la carencia de cuadros preparados afectóseveramente su gestión, más allá de las objeciones que pue-dan hacerse a su política económica, veladamente se le sigueinvocando como el caudillo letrado, al que se reserva las pala-bras definitivas, en una actitud propia de la mayoría de lospopulismos históricos de América Latina. Basta pensar en elperonismo argentino o en el Movimiento Nacionalista Revo-lucionario de Bolivia, cuando ese partido abandona su impul-so orientado al cambio radical pocos años después de 1952 yse estructura alrededor de quien es reconocido expresamentecomo el jefe que ramifica su autoridad en diferentes coman-dos (Lavaud 1998). En estas características radica tanto la for-taleza como las dificultades del APRA para seguir una orien-tación socialdemócrata más convencional y modernizadora.Es como si el partido y Alan García quisieran apartarse de lalógica que hasta el presente siguieron y una fuerza centrípetales impidiera salir de ella.

Como señalan bien De Ípola y Portantiero (1994) no exis-ten populismos laicos. Hay elementos de fe que apuntan a una

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religiosidad popular. Recordemos que en el acto final de sucampaña, antes de comenzar su discurso, Alan García se de-tiene en un calculado gesto asumiendo una actitud de oraciónque se conjuga luego con la invocación conjunta a la provi-dencia divina y a las persecuciones que tuvieron que afrontarlos apristas en su densa historia. Este énfasis se encuentra aso-ciado cercanamente a un catolicismo conservador y hastapreconciliar, y contrasta con la fe invocada por Haya de laTorre, influida por corrientes filosóficas como el espiritualismoy rica en metáforas y alusiones bíblicas.

Otra característica del discurso de Alan García y del APRAcomo organización, que también comparte rasgos con lospopulismos históricos latinoamericanos, es la idea de que seha establecido o se busca establecer un pacto entre obreros,empleados, clases medias y algunos grupos de empresarios.Los campesinos y otros grupos excluidos no forman parte deeste acuerdo, y ello se traduce, aun hoy, en dificultades políti-cas de convocatoria. Este pacto se va redefiniendo en una re-tórica reivindicación de justicia social, en la que el conductorobra, unas veces, como el encargado de dar los lineamientosy, otras, tan solo como árbitro. Estas características lo apartandel universo relativamente previsible del Estado de Bienestar,por lo menos en su período histórico de mayor vigencia. Seseñala con acierto, y en la misma línea, que el liderazgo popu-lista mantiene vigente la exigencia de una cláusula central decontenido político que obliga al conductor a preservar unacontinuidad del grupo constituido que se coloca bajo su pro-tección, así como la imagen de que se está cuidando por eldestino personal de cada uno de sus integrantes (Hermet 2001).

Atendiendo a esta consideración, quizás no sea desatina-do presumir que la reivindicación de Alan García en relacióncon el cumplimiento de la ley de las ocho horas no manifesta-ba únicamente una preocupación por el raleado número de

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trabajadores estables y sus débiles organizaciones sindicales,sino que actuaba como un signo de identidad, al invocar a lospropios militantes del APRA. En otras palabras, se trataba deuna manera de reconocerse. En el fondo, aludía a una socie-dad estructurada en clases sociales con límites relativamenteprecisos, en la que el partido puede dar una imagen de conti-nuidad de su propia historia frente a los abruptos cambios delos últimos años.

Los rasgos populistas en Humala

El concepto de pueblo tiene una doble acepción: la de plebs,que se refiere a los menos privilegiados; y la de populus, quealude al conjunto de los ciudadanos. Esta distinción nos per-mite comprender las diferencias entre el populismo de AlanGarcía, de antigua raigambre, y el de Ollanta Humala, surgi-do en un período reciente. El primero, y con él su partido, ima-gina el populus como idea para pensar en una comunidad polí-tica, aunque presienta o sepa que en el Perú no existe; elsegundo, por su parte, parece conocer a aquellos por quienesdice hablar, la plebs. De este modo, Humana se proclama comovocero de los excluidos.

Rancière, cuyas ideas recogemos de (2001), señala,probablemente con exageración, que el conflicto político ocu-rre en el campo de una tensión entre un cuerpo social estruc-turado (los integrados, que en verdad son pocos en nuestrasociedad) y aquellos que no tienen ningún lugar reconocido,identificable, en el orden social jerárquico, es decir, «la partede ninguna parte» que pugna por hacerse escuchar en ciertosmomentos históricos. En este intento, estos últimos realizanun acto político que desestabiliza un orden que se daba pornatural y restablecen un principio de universalidad que no ter-mina de completarse si el derecho de los postergados no se

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reconoce y escucha. Este modo de hacer política puede tener,como veremos más adelante, elementos propios de democra-tización como de autoritarismo.

Si bien el autor de estas líneas no esta familiarizado con elrazonamiento psicoanalítico y duda de su eficacia para expli-car los procesos sociales y políticos que se tratan aquí, creecongruente un razonamiento de Laclau que evoca a Freud paraentender la posición de Humala. Este en su Psicología de lasmasas habla de una antigua «vanidad narcisista del yo» que seresiste a integrarse al «yo ideal», definido como una suma deidentificaciones imaginarias en las que el sujeto es visto porlos otros. Desde esta perspectiva, no siempre la imagen de jefetiene el sentido fuerte que posee en los populismos históricos.En este sentido, Humala es un primus inter pares, alguien quetiene rasgos compartidos con sus seguidores, que imaginanhaber atravesado experiencias y vivencias similares. Esta con-dición se asocia a su fortaleza y explicará los probables deses-timientos futuros, ya que, puesta la relación en esos términos,Humala es acompañado pero también sometido a prueba. Poresta razón, resulta aventurado sacar conclusiones sobre la suer-te de su movimiento. Este podría convertirse en una efectivaoposición, probablemente más social que política, como tor-narse irrelevante, quizás desplazado por otros grupos y otroslíderes.

Desde conceptos más afines a la sociología y a la cienciapolítica ocurre, entonces, una representación por identifica-ción. En otro trabajo, Laclau (s. a.) afirma que los grupos mar-ginales necesitan de un discurso que los ayude a afirmar suidentidad y negociarla. Ello sucede, generalmente, a través dela presentación de un conjunto de demandas dispersas. Ade-más de esta instancia horizontal, el representante o el líderotorga, a estos grupos, la posibilidad de una articulación sim-bólica, es decir, los constituye o les da el impulso final para

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afirmarlos como sujetos políticos. Saliendo ya de este campode referencia, interpreto que, de esta manera, el representanteo líder reconoce a los otros y es reconocido, y el marco institu-cional de esta representación no tiene que pasar por la consti-tución de un partido en los términos tradicionales en los queacostumbramos a definirlo.

Desde otra vertiente de pensamiento, Pitkin (1985), en unlibro clásico sobre representación, recoge la idea de Rice acer-ca de que «los votantes tienden a seleccionar para el desempe-ño de cargos públicos a hombres de su misma “especie” auncuando la similitud en especie pueda estar basada en el “iden-tificación” que hace el votante de sí mismo con los atributosintelectuales, económicos y sociales del que ostenta el cargopúblico». Desde mi perspectiva, esta correspondencia entre elvotante y el representante o líder responde tanto a considera-ciones basadas en una relación cuidadosamente pensada comoal hecho de participar las dos partes en un mismo malestarrespecto al orden vigente. Humala parece recoger bien estosdos aspectos entre quienes son sus seguidores.

Como todo populismo emergente, la prédica de Humalaimagina un nuevo comienzo, un acto fundacional. La convo-catoria a una asamblea constituyente —cuya legalidad resultacuestionable— respondía, probablemente, a la intención deobtener una base sólida de poder que cambiara la correlaciónde fuerzas existente, en caso de que obtuviera el triunfo ensegunda vuelta sin una mayoría absoluta. Asimismo, obrabacomo un rechazo no solo a la clase política sino a la propiainstitucionalidad existente.

En efecto, Humala aspiraba a establecer un poder consti-tuyente, uno que, como ha señalado Negri (1994), se concibecomo un acto imperativo de la nación desde un nuevo princi-pio que altera la jerarquía de poderes. De este modo, se buscabaestablecer un tiempo político acelerado y de transformaciones;

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expansivo y libre en sus determinaciones; resistente, en prin-cipio, a la inercia del derecho establecido; y con la fuerza sufi-ciente como para alterar el movimiento histórico que hastaentonces parecía previsible. No es, por cierto, una iniciativaque pertenezca solamente a Humala. Parecidas exigencias hanplanteado, en estos años, el partido dirigido por Evo Moralesen Bolivia y el movimiento indígena en Ecuador.

En el planteo más sociológico y político, Humala corres-ponde, como ha sido señalado por Panizza (2005) para otrosprocesos contemporáneo, a una sociedad que redefine radi-calmente sus límites, circunstancia en la que tienen decisivainfluencia las identidades en transición y en la que se dislocanlas demandas particularistas de trabajadores, campesinos, po-bladores, desempleados.

Alguna relación tiene que existir entre esta condición y eldiscurso de Humala, que alude incesantemente a su trayecto-ria de vida, y en el que son frecuentes sus pausas o interrup-ciones como si la palabra apropiada tardara en llegar o no seencontrara. No puede menos que notarse el contraste con lafluidez en la oratoria de otros líderes populistas (Alan García,Juan Domingo Perón o Carlos Andrés Pérez, por ejemplo). Loque no le resta eficacia a su prédica, sino que la hace más ade-cuada para el objetivo de conseguir que aquellos a quienesdirige su mensaje lo apoyen y logren una identificación en elrechazo a los «políticos tradicionales», en un nacionalismo queno consigue explicarse de modo coherente y en la idea de lafundación de un orden nuevo.

La cuestionada gobernabilidad

El escenario que se presenta en el país en la disputa electoralde 2006 me parece que escapa a los diagnósticos más bien op-timistas de economistas, politólogos y sociólogos. Más allá de

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las consideraciones que se hacen respecto al hecho de que du-rante los cinco años de gestión del gobierno de Toledo huboun crecimiento económico sostenido, el país enfrenta, más agu-damente que otros países de América Latina y con rasgos ca-racterísticos de los países andinos, dos problemas de difícilresolución. Uno de ellos se relaciona con la gobernabilidadpolítica democrática; y el otro, con la percepción de un agota-miento de las propuestas orientadas a la reforma del mercado,por lo menos en el sentido de que ellas pudieran asegurar unaredistribución eficaz y un apoyo extendido de la población.

Cuando hablamos de gobernabilidad la entendemos en elsentido de quienes sostienen que se sustenta en cuatro carac-terísticas fundamentales: el fortalecimiento y la capacidad deliderazgo del Estado; la existencia de partidos políticos repre-sentativos, que cuentan con adhesiones de distinto grado deintensidad entre los ciudadanos; la autonomía y capacidad deinfluencia de los actores sociales; y la vigencia y expectativade fortalecimiento de las instituciones democráticas (Garretóny otros 2003). No es aventurado señalar que poco se ha avan-zado a ese respecto, en años cruciales para pasar de la transi-ción a la consolidación de la democracia.

Fortalecimiento y capacidad de liderazgo del Estado

En lo que se refiere al Estado, además de no haberse empren-dido una reforma de su trama institucional en un momentoen que existían perspectivas favorables para hacerlo —y queprobablemente no se repetirán en los años venideros—, exis-te una falta de penetración en el conjunto del territorio delpaís, a diferencia de lo que ocurrió en un gobierno con rasgosautoritarios como el de Fujimori. A pesar de haberse llevadoadelante una reforma descentralista (más allá o, quizás, tam-bién por la improvisaciones con que se realizó este proceso)

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en las sociedades locales, y especialmente en aquellas más ale-jadas, se hace sentir la ausencia de los sectores del Estado, espe-cialmente de algunos ministerios que están dirigidos a resolverproblemas clave de la población, como los de Agricultura, Sa-lud y Educación. Siguen vigentes las críticas a la administra-ción de justicia. No tienen una adecuada cobertura nacionallos mecanismos de control del gasto. Se ha desatado, en diver-sas ocasiones, competencias y enfrentamientos entre presiden-tes regionales, alcaldes provinciales y alcaldes distritales. Aello se agrega la ausencia de canales de comunicación e infor-mación fluidos. La consecuencia, alentada además por el in-evitable y necesario crecimiento de las demandas de grupospostergados en un proceso de cambio democrático, es que sehan precipitado situaciones de conflicto que el gobierno hasido incapaz de resolver, recurriendo, en cambio, a ineficacesmecanismos improvisados.

Pero no solo los organismos mencionados actuaron con in-eficacia y, a veces, con desidia, y, en todos los casos, con incom-prensión, sino que la Defensoría del Pueblo realizaba un esfuerzoaislado en la defensa de derechos de la ciudadanía y en su in-tento de darle un marco racional a los conflictos. Este esfuerzono encontraba respaldo ni resonancia en la red de otras insti-tuciones del gobierno, mientras que otras corporaciones queno tenían que ver directamente con el Estado, como la Iglesia,ejercieron poderes tutelares o arbitraje, en buena medida porreclamos de la población. Evidentemente, este hecho expresa-ba las falencias de nuestra institucionalidad democrática.

En todo caso, las demandas de los ciudadanos en los terri-torios más pobres se vinculaban, esta vez, también con recla-mos de políticas sociales universalistas y ya no solo con aque-llas estrictamente centradas en la atención de situaciones depobreza y de pobreza extrema. A este proceso se agregaba,como cambio decisivo, el surgimiento de organizaciones que

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impugnaban políticas centrales para el Estado, en sus ejes fun-damentales de gestión: la minería y las políticas de erradica-ción de la coca. Asimismo, se debe señalar, en otro plano, laexacerbación de conflictos locales que oponían autoridadescontra autoridades o autoridades contra la población o el go-bierno central.

Existencia de partidos políticos representativos

Respecto a la existencia de partidos políticos representativos,lo cierto es que —por lo menos desde 1989 y, desde mi puntode vista, aun antes— no contamos con un sistema de partidosreconocido, aceptado y seguido por la población. Si bien elAPRA parece contar con una estructura estable, jerarquías bienestablecidas y una red de intermediarios con capacidad detransmitir su orientación y convencer, atendiendo determina-das demandas, a vastos sectores de la población, se trata deuna organización que tiene una influencia desigual en el con-junto del país y dificultades —por lo demás históricas— paraconvencer con su prédica y sus políticas a las poblaciones queviven en la sierra central y sur del país. De hecho, parecenexistir, en relación con estas últimas, dificultades para elabo-rar una política de desarrollo que afronte sus severos proble-mas de pobreza y que sea viable en el corto plazo. Hay querecordar que estas poblaciones vivieron en las zonas que fue-ron azotadas por la guerra civil interna que vivió el país, en laque no solo fueron pasivos espectadores, sino también, algu-nas veces, activos participantes como demuestra el informede la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

Más allá del APRA, solo tenemos partidos aluvionales comoel que dirigiera Toledo, que contaba, por lo demás, con un apo-yo electoral provisorio, es decir, el de aquellos que entendíanque era el ocasional líder de la transición democrática y que

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iban mucho más allá de los linderos de su precaria organiza-ción, sin siquiera tomarla en cuenta. A ello se agrega una dere-cha que no logra cuajar en una propuesta de alianza estable,ya que, después del fracaso electoral, la coalición Unidad Na-cional rápidamente se desperdigó y las tres opciones que lointegraban se separaron: por un lado, el Partido Popular Cris-tiano, que estaba atravesado, a su vez, por diferencias inter-nas; y, por el otro, Renovación Nacional y Solidaridad Nacio-nal, que nunca llegaron a confiar el uno en el otro.

A su vez, y porque hasta allí llegaban sus fuerzas, la iz-quierda se ha limitado a participar —muchas veces en segun-do plano— en las olas de movilización que atraviesan esteperíodo y no consigue, por razones que explicaremos después,generar adhesiones consolidadas. Por otro lado, una posiciónde centro como la que quiso impulsar Paniagua afrontaba se-veras dificultades para plasmarse como una opción en unambiente donde, como hemos visto, había algunos escenariosde polarización social y una marcada distancia entre Lima ylas provincias, que alentaba otras iniciativas políticas. La ra-zón de su fracaso fueron, en parte, las carencias que presenta-ba como candidato y, en parte, el fuego cruzado que se estabadando desde los extremos del espectro político. Quizás unacampaña más atinada hubiera alcanzado mejores resultados,pero lo cierto es que no había partidos con amplia convocato-ria siguiendo al postulante.

La autonomía y capacidad de influenciade los actores sociales

El tercer requisito de la gobernabilidad se relaciona con la vi-gencia de una sociedad civil con organizaciones sociales conso-lidadas y con actores autónomos. Incluso antes de que se apli-caran las políticas neoliberales, aunque el proceso se agudizó

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con su vigencia, entraron en acelerada decadencia los gremiosde obreros, de campesinos y de empleados. Por otro lado, lasélites en las sociedades locales se mostraban particularmentedébiles y no se creó un grupo de reemplazo ante su ausencia.Este hecho explica, en parte, tanto la volatilidad política exis-tente como la debilidad en lo relativo a presentación de pro-puestas alternativas. Las políticas de ajuste estructural, al mar-gen de la discusión de si ellas eran inevitables de asumir endeterminado período, afectaron redes de seguridad y contac-to que hubiesen sido capaces de promover la vigencia de aso-ciaciones más inclusivas y agrupar organizaciones de distintaprocedencia. Finalmente, y como veremos más adelante, enlos grupos empresariales empieza a cobrar creciente influen-cia una élite vinculada a sectores de inversionistas extranje-ros, que tienen una lectura poco informada del país y que semueven en un círculo muy reducido de inversionistas y deasesores vinculados a ellos. Dichos grupos, a diferencia de loque ocurriera con Fujimori, no tienen una mayor resonanciacuando tratan de imponer sus directivas en la sociedad y, oca-sionalmente, de persuadir.

La vigencia y expectativa de fortalecimientode las instituciones democráticas

En lo que respecta a la consolidación democrática se percibeun rechazo del Poder Judicial, que viene de tiempo atrás. Aesto se agrega el desprestigio del Congreso, cuyos integrantesson percibidos no como representantes de la población, sinocomo grupos de privilegiados que no mantienen vínculos esta-bles con quienes fueran sus electores. Los ciudadanos imagi-nan y, a veces, saben que los parlamentarios se desentiendende sus problemas y ejercen prácticas prebendarias. Si a elloagregamos la ya mencionada falta de algunos de los antiguos

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partidos de integración social, es razonable tanto que surjanmovimientos que reclaman orden e inclusión social como quela candidatura de Ollanta Humala tenga vigencia, tema queluego analizaremos con mayor detalle.

La incertidumbre económica, política y social

Junto con este problema de gobernabilidad que tiene que afron-tar el gobierno aprista, y en particular Alan García, se está vi-viendo en el conjunto de América Latina, por razones justifi-cadas o no, una sensación de agotamiento de las políticaseconómicas que se aplicaron desde fines de los ochenta y, enalgunos países, durante la década del noventa e, incluso, enaños recientes. Estas se caracterizaban por la defensa de la vi-gencia de una dirección que privilegiaba el mercado, un pre-sunto sinceramiento de la economía y agresivos programas deprivatización. A diferencia de 1985, García no podrá resolverahora este problema por lo menos en los primeros años, comoocurriera en aquel entonces merced de su avasallante liderazgopersonal.

Ante esta crisis del modelo vigente, tampoco es practicableun retorno a una orientación centrada únicamente en el Estado,que promueva nuestros debilitados mercados internos y se baseen la sustitución de importaciones y en una economía de signoindustrial que gane progresivamente competitividad. Fraca-sados este modelo y el anterior, una creciente corriente de opi-nión considera que no se consiguen localizar ahora vías defi-nidas con niveles razonables de precisión acerca de lo quepuede hacerse, y este dilema y estas dudas las enfrentará tan-to Alan García como el conjunto de gobernantes de la región.

Lo cierto es que las relativamente recientes recomendacio-nes, formalizadas en el llamado Consenso de Washington yrelacionadas con la liberalización de las tasas de interés y de

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cambio, con los intentos de aumentar la eficacia productiva,con políticas monetarias restringidas y con medidas destina-das a atraer el capital extranjero, que muchas veces tenía ca-rácter especulativo, han llevado a una creciente concentraciónde riqueza, a una disminución muy poco significativa de losniveles de pobreza y a una generalizada percepción de márge-nes de desigualdad que se consideran como intolerables. Elloconduce nuevamente a cambios de orientación en los gobier-nos en el conjunto de América Latina y a una situación difícilpara el que asumirá en el Perú, aun cuando pueda contar a sufavor el aumento de las exportaciones y el crecimiento de lasreservas disponibles.

En otro plano, se tiene que definir, según la concepciónque se tenga, las distintas tareas que le corresponde cumplir alEstado como regulador y promotor. La renuencia por más deuna década a realizar tareas de planificación, más allá de laorientación que se le quiera dar a ella, impide definir un hori-zonte de cambios basado en un consenso, por lo menos poralgunas fuerzas significativas en el largo plazo, y eso suponeconsiderables espacios de improvisación.

El Acuerdo Nacional que impulsara Toledo, más allá de lobien fundamentado o no de las medidas sugeridas, no pareceexpresar una idea compartida acerca de la dirección que debeseguir el país, tanto por su escasa vigencia social como por larenuencia de los propios sectores que participaron en estasconversaciones y negociaciones a asumirlo cabalmente. Entodo caso, Alan García está obligado a dar señales claras alos sectores conservadores, y tiene que hacerlo al mismo tiem-po que, en el conjunto de la región, se están cuestionando laspolíticas de privatizaciones, sobre todo en relación con losbeneficios que supuestamente aportarían al desarrollo eco-nómico y a las ventajas que obtendría el conjunto de la pobla-ción. De hecho, lo que ocurre, más bien, es que estas políticas

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provocan resistencias, tanto por el nuevo rentismo y los casosde corrupción que han generado como por la sensación de in-satisfacción en relación con el costo de los servicios y sus mo-dalidades de aplicación.

Estamos en un momento político en el cual, como nuncaantes, las alternativas son más fáciles de proponer que de apli-car. De hecho, sabemos que se necesita promover políticas deempleo o, en lo inmediato, reducir la pobreza, porque ella estáafectando ya no solo la calidad de la democracia sino a la de-mocracia misma; otorgar incentivos ya no solo a la pequeñaempresa sino a los campesinos, que se encuentran en condi-ciones más desventajosas en términos de competencia econó-mica; y, en general, aplicar medidas redistributivas eficaces.Sin embargo, y en el discurso que se preconiza, se trata más deprescripciones acerca de lo que debe hacerse que de un marcode decisiones concreto y tangible de lo que efectivamente sepuede aplicar.

La agenda también plantea una compleja discusión, conposiciones que pueden polarizarse, entre quienes promuevenla afirmación de bloques regionales y una promoción de al-gunos niveles de mercado interno para establecer, posterior-mente, compromisos mediante tratados de libre comercio, yquienes entienden que estos últimos convenios deben apli-carse de inmediato. Unos y otros entienden que cualquierade estas opciones tiene costos, y la magnitud de los mismos,que puede variar según las distintas corrientes de opinión,puede motivar enconada resistencia entre quienes se sientenmás afectados.

A estas incertidumbres se agrega que, si bien se entiendeque en el plano cultural se debe dar una apertura a la diversi-dad que existe en el país, la sociedad tiende a confinarse en pe-queños grupos desconfiados unos de otros, y eso ha aumentadolas protestas sociales. Por su parte, los partidos han perdido

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sus capacidades de representación; y los movimientos socia-les, poco articulados entre sí y sin capacidad o voluntad paraarticularse, enfrentan dificultades para establecer una nego-ciación política o directamente la rechazan

La gobernabilidad, por un lado, y las difíciles disyuntivaseconómicas que presenta el momento actual, por el otro, sonproblemas para los que no basta solamente una política realis-ta y pragmática sino una capacidad de proyectarse con unaalternativa. Ambas son las dificultades que el nuevo gobiernotendrá que afrontar en los años venideros, asediado por secto-res conservadores desconfiados y por grupos radicales.

Los rastros del gobierno de Toledo

En un trabajo anterior, en el que analizaba la gestión de Ale-jandro Toledo, señalé que este tuvo que afrontar los legadosprincipales que le dejó el fujimorismo en su orientación y enlo que quedaba de su vigencia social. Quizás es el turno dehacer lo mismo respecto a la futura presidencia de Alan Garcíaen relación con las ventajas y los costos que le deja el gobiernosaliente.

Grupos vinculados a los empresarios y a los medios, quefueron, en algunos momentos, acres críticos de la conducciónde Toledo, concuerdan ahora en señalar que el país ha logra-do, en estos años, una estabilidad macroeconómica significa-tiva y un crecimiento sostenido, y que eso debiera llevar alescalón de desarrollo siguiente: no renunciar a esta orienta-ción y, al mismo tiempo, plantearse políticas redistributivas.En buena parte, estos presuntos logros se atribuyen a que elPresidente separó —como ha ocurrido frecuentemente conmuchos gobernantes de similar orientación— el plano econó-mico del político, y dejó que las tares económicas fueran asu-midas por expertos externos a su entorno. De este modo, los

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que manejaban la economía del país estaban desligados, pordecirlo así, de las presiones tanto de la población como delpropio partido en el que supuestamente el Presidente ejercíasu liderazgo.

Creo reconocer, en la gestión anterior, una relativa apertu-ra a dos tipos distintos de élite, que finalmente definieron ni-veles considerables de confluencia entre ellas.

Un primer grupo estaba vinculado a los organismos inter-nacionales o a aquellos convencidos de las políticas que estosimpulsaban. Este grupo se fue progresivamente distanciandode Fujimori, con un punto de inflexión importante en 1997,cuando el entonces gobernante decide su segunda reelección.En perspectiva, el rechazo de estas élites no era por una dis-crepancia con los rasgos autoritarios que caracterizaban al ré-gimen, sino por el hecho de que la búsqueda de un nuevo triun-fo electoral llevaba, al entonces gobernante, a tomar decisionesque, a criterio de sus técnicos, desordenaban el modelo y lohacían proclive a medidas populistas desde su punto de vista.Les preocupaba más la inconsecuencia que suponía desarro-llar una orientación clientelista en gran escala que el retornoal Estado de derecho, si bien cabe reconocer que progresiva-mente fueron afirmando lo que hasta ese momento eran susendebles convicciones democráticas.

Alejandro Toledo mismo, en sus inicios, era un experto desegunda línea dentro de esa orientación. Debe recordarse que,al principio de su campaña, entendía que debía continuar laslíneas matrices de la orientación preconizada por Fujimori, ysolo el bloqueo que realizara este último gobernante respectoa sus intentos de competir electoralmente en condiciones de-mocráticas lo llevó a buscar un apoyo social que pasaba porenfatizar la defensa del Estado de derecho. Estaba obligadotambién a hacerlo porque la base de su apoyo la fueron consti-tuyendo tanto grupos comprometidos con la democracia como

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lo que quedaba de organizaciones sociales representativas ode personas que habían tenido trayectoria en ellas El apoyo aToledo era el recurso del que se disponía como una estrategiaválida para recuperar las libertades y garantías perdidas.

El segundo grupo al que recurrirá Toledo estaba confor-mado, fundamentalmente, por aquellos que fueron protago-nistas decisivos, incluso más que los partidos —aislados y, aúnmás, desprestigiados—, en el impulso hacia la transición de-mocrática. Estas élites procedían de las organizaciones no gu-bernamentales, de los grupos de derechos humanos y de lasinstituciones especializadas en vigilancia de procesos electo-rales, que manejaban con eficacia redes internacionales. Si hastaentonces no habían tenido incidencia social significativa en elpaís, en esta etapa adquirieron un singular protagonismo.

Estas dos élites, cuyos miembros funcionaban como aseso-res del gobierno, coexistían con el precario partido de gobier-no y, en general, aparecían como más confiables que este. Elloexplica tanto los ataques que recibieran de parte de Perú Posi-ble como la propia desconfianza del Presidente, que temía quesurgieran, dentro de aquellos a quien él mismo había designa-do en cargos de responsabilidad, nuevos competidores o queincluso estuviera propiciando indirectamente el surgimientode partidos políticos emergentes. Este hecho demostraba tan-to su desconfianza como su equivocada lectura acerca de loscambios que se estaban gestando en el país.

Alan García tiene que afrontar, también, los problemas quedeja pendiente el gobierno de Toledo. En la sociedad, sus no-torias dificultades en el manejo de conflictos, tanto en relacióncon los gremios como con el nuevo carácter que tomarán losmovimientos sociales, mucho más dispersos pero tambiénmucho más confrontacionales. Esta incapacidad en la gestiónse debe, en alguna medida, a la falta de información acerca delo que ocurría en el país; a la carencia de cuadros intermedios

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en su propio partido, con capacidad de reclutar adherentes yde negociar con sus contendores; a su irrelevancia en los espa-cios locales, donde se desarrollaban dinámicas difíciles de en-tender; y a la permanente tensión en su gobierno entre un en-torno de asesores que ocupaban posiciones de poder conposturas intransigentes y otros más proclives a la concertación.En todo caso, puede señalarse que la frágil gobernabilidad quedeja el gobierno de Toledo se explica, más que por la habili-dad de conducción desde el Ejecutivo, por la precariedad enorganización y recursos de sus adversarios.

Alan García tendrá que afrontar, además, la emergenciade movimientos con reivindicaciones que trascienden la merademanda social. En un primer momento, Toledo logró unaidentificación primaria acudiendo a alusiones étnicas, que ensu caso no tenía raíces políticas y culturales profundas, a dife-rencia de lo que ahora está sucediendo en Bolivia, al margendel juicio que se tenga de la gestión de Evo Morales. Este tipode comportamiento se hizo sentir también en Ecuador a tra-vés del movimiento indígena, en el primer año de la gestióndel depuesto gobierno de Lucio Gutiérrez. La tendencia, so-bre todo por la vigencia que ha tenido el movimiento de OllantaHumala y lo que está ocurriendo en la región, es que este dis-curso étnico alcanzará mayor vigencia y radicalizará sus plan-teamientos. En esta medida, Alan García tendrá que afrontar-lo de un modo creativo y más allá de lo que ha sido la prédicatradicional del APRA sobre el tema.

El nuevo gobierno tiene que afrontar, igualmente, el des-prestigio de la clase política, que en alguna medida, pero noexclusivamente, es responsabilidad de un partido que carecíade proyecto y de intermediarios, Perú Posible. Sus improvisa-dos congresistas y funcionarios, que comprendieron rápida-mente las escasas probabilidades de ser reelegidos, desarro-llaron conductas de corto plazo, con las que buscaban la ventaja

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personal o del pequeño grupo que los apoyaba, y trataban deocupar cargos en el aparato del Estado, a todos los niveles delescalafón. Esta conducta incidió, además, en el funcionamien-to de instituciones particularmente sensibles para la población,como las que se relacionan con los programas destinados apolíticas sociales hacia los más pobres.

Algunas interpretaciones vigentes en ciencia política, plan-teado el problema en términos de la evaluación de costos ybeneficios, quizás entendieran como inevitable este compor-tamiento oportunista no solo en los integrantes de Perú Posi-ble sino en el conjunto de los representantes, ya que sus már-genes de maniobra eran muy limitados. Desde otro plano, yen parte también como efecto de arrastre de lo que lograrainculcar Fujimori en la población, estos políticos se percibie-ron como personas que medraban con sus cargos y a las que seotorgaban privilegios en sueldos y en viajes en detrimento dela atención de los problemas de aquellos que los habían elegi-do, y todo ello, al margen de la relativa incidencia que puedatener esta manera de actuar en la evaluación de los indicadoreseconómicos y, en general, en el balance de una gestión.

Alan García debe afrontar, además, las oportunidades per-didas por Alejandro Toledo para emprender una reforma delEstado. Este presidente tenía una oportunidad privilegiadapara promover cambios en algunas instituciones estratégi-cas. En efecto, cuando llega al poder, encuentra a un ejércitoaislado y desprestigiado; a un poder judicial desacreditado; auna sociedad en la que se había generalizado la idea de queeran inevitables los cambios; y a sectores que, como los men-cionadas, eran incapaces, por su situación, de ejercer resisten-cia para oponerse a los cambios. Sin embargo, cediendo a pre-siones que existieron pero que eran menos significativas queen períodos anteriores, fue incapaz de imponer una reformaen las fuerzas armadas, en el sector justicia o en el Ministerio

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del Interior. Al mismo tiempo, desmantela progresivamenteel sistema anticorrupción, proceso en el que el caso suscitadopor Almeyda es un punto de inflexión que termina convir-tiéndose en un obstáculo para la consolidación democrática.Si bien cabe reconocer que estos aspectos, no parecen suscitaruna especial preocupación en el APRA.

Alan García puede asegurar la independencia del BancoCentral de Reserva en sus políticas de control y entender quealgunos ministerios clave en el desarrollo económico tienenque ser encomendados a personas de fuera de su entorno par-tidario. Sin embargo, lo expuesto acerca de las disyuntivas enque se encuentra América Latina y el Perú hace imposible quepueda separar lo económico de lo político y entender que loprimero funcione como guiado por un piloto automático queasegure una buena conducción.

Las dificultades de Alan Garcíapara formar un equipo de gobierno

Ante la sensación de agotamiento de las propuestas que pre-dominaron en la región en la década anterior, García proba-blemente tratará de promover cambios y asegurar estabilidad.Dadas sus características personales, es difícil que se resigne atener, en estos objetivos, un protagonismo de segunda línea.No obstante, el problema que afronta es la carencia de cua-dros intelectuales y técnicos en su propio partido. Este proble-ma parecía que ya lo había advertido desde el inicio mismo desu campaña electoral, cuando lanzó su candidatura y trató dellevar adelante un frente social como señal de apertura econó-mica, política y cultural de su organización. Sin embargo, esteintento, ya desde aquel entonces, se mostró fallido.

Además, García afrontará dificultades respecto a contar con laadhesión de los dos grupos de elites que, de una u otra manera,

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ayudaron a que la gestión de Toledo pudiera culminar, no sinhaber atravesado antes por numerosas dificultades y períodosde aguda incertidumbre.

Por una parte, los grupos tecnocráticos, vinculados a polí-ticas centradas casi exclusivamente en el estilo de reformasorientadas al mercado y la atracción de la inversión extranje-ra, afrontan el inconveniente de que cuentan con el rechazo dela mayoría de la población y, especialmente, de los grupos másdispuestos a organizarse y protestar. Difícilmente, este con-junto de asesores y probables ministros aceptará una orienta-ción que no sea la suya. Se muestran, sino fundamentalistas,poco flexibles respecto a lo que aparecen como sus inconmo-vibles convicciones.

Por otro lado, las élites promotoras, entre otras fuerzas, delproceso de transición democrática, débiles en su base desustentación, tienen un serio inconveniente. Si bien pueden sermás proclives a desarrollar orientaciones dirigidas al cambio,se concentran, en muchos casos, en el tema de la vigencia de losderechos humanos, y eso hace que, además de tener presentelos problemas que existen en esa área desde el primer gobiernode Alan García, se resistan a tener como vicepresidente alvicealmirante retirado Luis Giampetri, quien tiene una decidi-da orientación de menosprecio de estos problemas y de recha-zo a las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Re-conciliación. De hecho, ha intentado responder a acusacionesfundamentadas de impunidad, entendiendo que las violacio-nes registradas en el período de la guerra no ocurrieron o, porlo menos, son las secuelas inevitables de un conflicto violento.

Alianzas y dilemas

Alan García dirigirá un gobierno que no dispondrá de ese pe-ríodo de gracia o de tregua social que se otorga con frecuencia

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a los presidentes en los primeros meses de su gestión. Por elcontrario, tiene que tomar medidas enérgicas que demuestrensu voluntad de promover cambios. En esa línea, es probableque delinee políticas y realice gestos de acercamiento respectoa los departamentos más pobres del país, aquellos en los queOllanta Humala contó con mayor apoyo electoral. En ese in-tento, Alan García puede ser acosado por dos frentes: por ellado conservador, el conformado por aquellos que lo acusende retorno a medidas de orientación populista, que suponendespilfarro de recursos; y, por el lado de los movimientos so-ciales contestatarios, aquellos que consideran que sus deman-das no se cumplen y que sus necesidades son impostergables.

¿Con qué aliados cuenta García para desplegar una inicia-tiva de cambio? Quizás algunos partidos menores como Res-tauración Nacional o el Frente de Centro. En todo caso, pare-ciera que lo más aconsejable es definir políticas de alianza temapor tema. Un acuerdo con la derecha lo llevaría a un aisla-miento respecto a parte de la población, especialmente en laszonas de la sierra y parte de la región amazónica. Por otro lado,el acercamiento con el movimiento humalista es más que im-probable y, además, generaría, en la difícil probabilidad deestablecerse, el temor de que se está promoviendo una políticaque llevará a un desborde social incontrolable. Finalmente,acuerdos parciales con el fujimorismo conduciría a que se sus-tenten acusaciones, acaso bien fundamentadas, de que se es-taría fomentando situaciones de impunidad.

La ubicación de Alan García en el centro político le dio ven-tajas electorales decisivas, pero, en la situación que está vi-viendo el país, no necesariamente le conseguirá réditos en elcaso de que se trate del cumplimiento de la ejecución de laspolíticas que se proponga emprender. Además, afronta laimpostergable necesidad de que se planteen metas precisasy comprensibles en términos de ingreso, empleo y políticas

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sociales. Ello puede permitirle hacer su gobierno previsible yle otorgaría, en este sentido, una línea de acción a sus cuadrosintermedios. Asimismo, permitiría, de alguna manera, un se-guimiento de la sociedad en relación con que los compromi-sos contraídos efectivamente se cumplan, y eso puede ser qui-zás un factor de contención y de estabilidad política.

Esta compleja situación se da en el marco de las próximaselecciones regionales, provinciales y distritales, en noviembrede 2006. Alan García tiene que demostrar la suficiente capaci-dad de manejo para no dar la imagen de un gobierno asediado,por un lado, por el movimiento humalista; y, por el otro, porUnidad Nacional. Asimismo, necesita conseguir bases de apo-yo a nivel local que eviten una posible situación de aislamien-to. Quizás, la utilización y distribución de fondos y partidas através del Fondo de Compensación Municipal (FONCOMUN),así como la progresiva transferencia de competencias que seencuentra prevista en el proceso de descentralización, le otor-guen al Presidente la capacidad de negociar, pero probable-mente en un marco de gobiernos locales que responden a dis-tintas orientaciones políticas y exigencias, tanto procedentesde partidos como de movimientos independientes.

La discutida vigencia de Ollanta Humala

¿Puede considerarse a Ollanta Humala como a un outsider enotro plano? Si nos atenemos a una definición rígida, cierta-mente tiene la calidad de tal, ya que es un candidato que in-gresa por fuera del sistema político establecido. Sin embargo,cabe preguntarse por lo ya expuesto en este artículo ¿de quésistema político establecido estamos hablando? Más allá deesta primera aproximación, quizás demasiado elemental, locierto es que tanto Ollanta Humala como su movimiento hanadquirido una visibilidad política en el Perú por lo menos desde

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el levantamiento de Locumba en 2000. Esta visibilidad ya seencontraba vigente desde aquel entonces, cualquiera sea la in-terpretación que se le otorgue a dicho acontecimiento (una ma-niobra que denota un acercamiento siniestro a Montesinos o,como creen algunos, un episodio de insurrección democrática).

Por otra parte, la constante prédica de su hermano AntauroHumala hizo que la figura de su hermano tuviera un prota-gonismo sostenido y, a partir de la toma de la comisaría deAndahuaylas y sus consecuencias posteriores, a fines de 2004y comienzos de 2005, lo hizo, además, relevante en lo que po-dían concebir vastos sectores de la población como una pro-puesta política a la que adherirse o rechazar. En todo caso,aun cuando se le reconozca a Ollanta Humala la calidad deoutsider, hay dos hechos que le otorgan rasgos diferenciales enrelación con lo que en su oportunidad fueran, en el Perú, Ri-cardo Belmont y Alberto Fujimori; o, en Brasil, Fernando Co-lor de Mello.

En primer lugar, su visibilidad forma parte de episodiosque se han repetido en la historia reciente de América Latina.Se trata de levantamientos de oficiales de menor graduaciónque se oponen a quienes en ese momento están ejerciendo lapresidencia, intentando o bien un golpe de Estado o la renun-cia del mandatario. Eso ocurrió con Hugo Chávez en Vene-zuela y con Lucio Gutiérrez en Ecuador, y ambos constituye-ron, posteriormente, movimientos propios que lograron eltriunfo electoral.

En segundo lugar, está el hecho de que Ollanta Humala for-ma parte de una corriente contestataria, ligada a sectores de es-casa organización en la población, con rasgos populistas, rei-vindicaciones contra la clase política nacional y denuncias contrael capital extranjero o, por lo menos, una postura crítica en rela-ción con una supuesta permisividad de anteriores gobiernoscon respecto a este. De hecho, sus planteamientos consiguen

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tener una resonancia que consiguió el explícito apoyo de sucandidatura por parte de Hugo Chávez en Venezuela y de EvoMorales en Bolivia.

La soledad del outsider, enfrentado a otros candidatos ysolo contando con una vertiginosa adhesión de ciudadanos queno encuentran otra opción disponible más adecuada, no se aplicaestrictamente al caso de Ollanta Humala. Su doctrina naciona-lista tiene una vaga impronta ideológica, tributaria de ciertosrasgos del pensamiento de izquierda, del populismo y de unadoctrina relativamente elaborada acerca de cómo debe consti-tuirse el ejército, en el que existen oficiales y soldados con dife-rentes niveles educativos y procedencia étnica. Al margen delo inconsistente que pueda sonar este discurso, consigue darlea su postulación un rasgo característico e innovador respectoa otras opciones que se le presentan al electorado.

La deliberadamente vaga apelación nacionalista

Resulta una tarea que se pierde en su propio esfuerzo buscaridentificar los rasgos precisos que caracterizan el nacionalis-mo invocado. En todo caso, para quienes se sienten excluidosdel sistema político, obra como una afirmación de identidadque se vuelve invasora cuando sucede que las personas o losgrupos sociales no consiguen establecer definiciones precisasacerca de su condición en el plano del trabajo, de la educación,de la familia, signadas por los bruscos cambios en sus biogra-fías personales, que no consiguen sitio en otros discursos másintegradores como, por ejemplo, el de clase social.

Esta afirmación nacionalista otorga seguridades que enotros espacios le son negadas, por más precarios que resultenlos argumentos invocados para un observador que no compar-te esos supuestos y bases de sustentación. Este nacionalismo,además, es una manera de concebir una comunidad política

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cuando la gente no se siente reconocida como ciudadana, comotitulares de derechos y obligaciones.

El avance de la democracia, por más contratiempos queella haya tenido, ha creado una conciencia en esta dirección yha exacerbado un sentimiento crítico respecto al orden exis-tente. Es el caso de buena parte de las poblaciones de zonasrurales, de centros poblados alejados o de la periferia de lasciudades, que sienten que se encuentran en una situación deinferioridad relegados a una segunda condición, que denotauna subordinación impuesta por el estado de cosas que hanestablecido unas élites crecientemente cuestionadas.

En efecto, el avance de las nociones de ciudadanía en nues-tras sociedades no es una línea de progreso lineal, valga laredundancia, y sostenible, sino que también puede fomentarun sentimiento crítico. Como contrapartida, los que se sientenexcluidos pueden excluir a los otros también, por lo que, enlas condiciones actuales, la afirmación de un sentimiento depertenencia tiene también rasgos de negación que OllantaHumala confusamente interpreta.

Una vasta red de operadores políticos

Por otro lado, y a diferencia de la mayoría de los outsidersque han existido en América Latina, Humala tenía previa-mente construida una red social de intermediarios prestos aactuar y que fueron capaces de llegar con su mensaje a zonasdonde no tenían capacidad de incidir los partidos políticos.Ello ocurrió especialmente con los reservistas, consideradospor parte de la población como «hijos del pueblo» como en sutiempo también lo fueron los seguidores de Sendero Lumi-noso. En este caso, los reservistas fueron reclutados a «laleva», por la violencia, y vivieron una experiencia que cam-bió en parte sus referentes de vida, sus conocimientos del país,

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sus criterios de evaluación y, consecuentemente, sus compor-tamientos políticos.

Además, este hecho ocurre porque, de manera decisiva, haincidido la experiencia de haber vivido situaciones extremas ydifíciles de tolerar, que van desde la guerra interna hasta elenfrentamiento con Ecuador. Se sienten no reconocidos en sucalidad de vencedores en ambos enfrentamientos, ni compen-sados suficientemente por el sacrificio que entienden han em-prendido en causas que, finalmente, beneficiaban a los demásy de las cuales ellos no conseguían ningún reconocimiento niventajas tangibles. Además, como señala Ramón Pajuelo, hansido protagonistas de procesos de movilización social restrin-gida. Se prepararon para ser, con frecuencia, carpinteros, cho-feres, pintores, mecánicos o agentes de seguridad, y se encuen-tran, otra vez, con dificultades para adaptarse a los ritmos yrutinas de sus lugares de procedencia y en condiciones des-ventajosas si les toca enfrentar mercados laborales más exi-gentes y restringidos.

Tienen entonces dos razones para sentirse discriminados.En primer lugar, son campesinos pobres que ahora disponende nuevos elementos de juicio para entender cual es su situa-ción, comparándola con un horizonte de oportunidades másvasto y a la vez más complejo de abordar. En segundo lugar,han vivido en el ejército y, quizás de manera muy rígida, elejercicio de lo que es la jerarquía y las diferencias entre perso-nas de distinta condición, marcadas con inusitada fuerza y maldisimuladas en una idea de camaradería de hombres en ar-mas. En todo caso, tienen la capacidad de hablar en sus pro-pios términos con las comunidades y centros poblados de don-de proceden y, eventualmente, de hacer valer su posición.

No debemos olvidar que el ejército es una corporación quese ha caracterizado por preconizar un nacionalismo, por lo ge-neral, intransigente y no siempre articulado coherentemente

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en un discurso integrador, y que para hacerlo ha apelado arecursos pasionales y a una vocación de sacrificio y de heroici-dad que, muchas veces, tiene el contenido implícito de quequienes los asumen son distintos a los demás, que existen ba-rreras que los separan de los otros, al haber tomado una op-ción más comprometida y demandante que aquellos que des-empeñan otras ocupaciones. Sentirse postergados les da lasensación de que poseen capacidades que no son utilizadas niaceptadas, y deseos de incidir en la situación del país introdu-ciendo una perspectiva de cambio.

En la misma línea de razonamiento, y esta vez refiriéndosea los oficiales y no a los reservistas, se ha señalado la presenciade una generación, entre ellas la de Ollanta Humala, que, atra-vesando las experiencias del conflicto interno, interiorizó losproblemas que afectaban a las comunidades locales y desarro-llaron vínculos con ellas. Desde esta posición se señala: «Enmuchos lugares donde los municipios, colegios, postas médi-cas y oficinas públicas no funcionaron por los estragos de laguerra, la única presencia del Estado eran las bases militares.La única autoridad a la que podía recurrir la población eranéstos oficiales; una autoridad temida pero que al mismo tiempoconstituía la única esperanza de orden y protección» (Panfichi2006). Ello probablemente explique la alta votación obtenida porel candidato nacionalista en zonas de guerra, aun cuando pu-diera haber sido partícipe de episodios de violación de los de-rechos humanos.

Un episodio gravitante en la vida política del país, y pocoestudiado aún por la Comisión de la Verdad y Reconcilia-ción, son las funciones de ordenamiento, gobierno y soluciónde conflictos que desempeñaron los comandos político-mili-tares, más allá del cumplimiento de tareas de combate y even-tualmente de represión; así como la vigencia del discurso

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de Sendero Luminoso, sus posturas presuntamente revolu-cionarias y la imposición de un criterio de orden alternati-vo al existente.

Un discurso hostil a la diversidad

Los dirigentes sociales que siguieron al Partido Nacionalista ylos seguidores más cercanos y comprometidos tienden a desa-rrollar un discurso autorrefencial con arbitrarias definicionesde los otros, a quienes les atribuyen su condición de posterga-ción y de olvido, argumentando razones que entienden plena-mente justificadas. En este sentido, la frecuencia con queOllanta Humala habla en tercera persona de sí mismo proba-blemente no se relacione con un protagonismo mesiánico, sinocon un recurso (que no termina de definirse del todo) de asu-mir la representación de este vasto agrupamiento social.

Ollanta Humala y su movimiento tienen también una rela-ción ambigua con la diversidad. La afirman, por un lado, comouno de los rasgos que caracteriza a nuestra sociedad; pero, porotro, la recogen como un elemento que tiende a exacerbar lapolarización social, desconociendo finalmente esa misma di-versidad al negarle reconocimiento no solo a quienes se iden-tifican como sus adversarios, particularmente las llamadas cla-ses políticas tradicionales, sino a quienes no acompañan suproyecto político de cambio. Hay que insistir, entonces, en elhecho de que el Partido Nacionalista combina autoritarismo einclusión, elementos que constituyen rasgos característicos debuena parte de los movimientos sociales que se hicieron sentirentre 2001 y 2006, y que expresan un extendido malestar de lamayoría de la población en las zonas andinas y amazónicas.

En ese sentido, Ollanta Humala apareció como un intér-prete adecuado para lo que estaban buscando estos grupos y

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no únicamente, como ocurriera en su oportunidad con Fujimorien 1990, como un sustento para un rechazo al establishmentpolítico y los riesgos que podía eventualmente traer una polí-tica económica que percibían como contraria a sus intereses.En todo caso, en el momento de su elección, Ollanta Humalaconsiguió que buena parte de los ciudadanos que votaron porél sintieran que estaban tomando no una simple opción cir-cunstancial sino una comprometida, a la que proclamaban suadhesión entusiasta, con un elevado nivel de expectativa acer-ca de las transformaciones que podía traer para el país la nue-va organización nacionalista.

El de Ollanta Humala no es un liderazgo consolidado, yno únicamente porque, como es previsible, se registren deser-ciones de sus improvisados congresistas. Su posibilidad devigencia se juega en la capacidad de liderar a un desarticuladomovimiento social, dándole unidad de propósitos y fortaleza.No se sabe si se propone hacerlo y si está en condiciones delograrlo. En todo caso, las fuerzas sociales que apoyaron a estegrupo seguirán gravitando de modo decisivo, ya sea unidas,recurriendo a diversos caudillos y dirigentes, o desarticuladase intransigentes.

La falta de voluntad de hegemoníade los grupos conservadores

Habíamos señalado al comienzo de este trabajo que una de lascaracterísticas más relevantes de la situación política y socialperuana es el triunfo de dos populistas, cuyos rasgos diferen-ciales hemos tratado de caracterizar. Corresponde aludir aho-ra a la derrota de la derecha y la práctica desaparición de laizquierda política.

La derecha trató, como se ha señalado también, de atendera problemas de inclusión y de redistribución, si bien marcada

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—en los términos de sus discursos, en las palabras que enfa-tizaba, en sus estilos de comunicación— por una distancia di-fícil de salvar respecto a aquellos votantes, sobre todo de lasprovincias más alejadas, cuyas adhesiones procuraba conquis-tar. Por otra parte, había una suerte de retaguardia en su cam-paña política, caracterizada por la presencia de técnicos queutilizaban un discurso arrogante y desatendían considerar losproblemas de pobreza, con una actitud poco abierta al plura-lismo y la discusión. Inequívocamente, ellos iban a ser los cua-dros que integrarían sus ministerios y los funcionarios de con-fianza del gobierno de obtener el triunfo.

Un rasgo secular en la historia del Perú se está haciendosentir con particular fuerza en los últimos años. Este se rela-ciona con la falta de capacidad hegemónica por parte de elites.Por hegemonía entendemos, como señalaran Antonio Gramsciy Raymond Williams, «un campo dialogístico ambiguamentedefinido que es compartido por las elites y los subordinados,en el que una dinámica de lucha por el poder, caracterizadapor constantes acuerdos y disputas, y por procesos de domi-nación e insubordinación produce consensos que, por másprecario [sic] y sujeto a cuestionamiento, es crucial [sic] en tér-minos políticos» (De la Cadena 2004).

En esta etapa, los grupos de poder se muestran incapacesde generar consensos que sean compartidos por grupossustantivos de los sectores dominados, cosa que si logró hacerFujimori en la década del noventa. Este proceso ocurre, enbuena parte, por la falta de intelectuales en las filas conserva-doras que conozcan en profundidad la situación del país o lesinterese emprender esa tarea.

En todo caso, daría la impresión que tienen vagas nocio-nes de un supuesto Perú emergente, que no va más allá delas lecturas de los textos de Hernando de Soto, en sus versio-nes más elementales: la necesidad de asegurar la titulación y

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extender la propiedad; la importancia de la puesta en valor delos activos de los pobres y los perjuicios que causan a la econo-mía los grupos organizados, que imponen privilegios indebi-dos provocando sobrecostos laborales; los cambios en la ciu-dad de Lima y en las provincias; y poco más. La interpretaciónsocial es un problema desatendido.

Hasta aquí parece llegar el nivel de su discurso acercadel Perú de estos días, y es probable que no se hayan pre-ocupado siquiera de conocer en profundidad las razonesde fondo que originaron la violencia política en las décadasdel ochenta y el noventa. Sin una base de conocimiento pre-vio de la realidad a la cual se enfrentan, es muy improbableque puedan desarrollar políticas adecuadas para garantizaradhesiones en una competencia electoral, por más provisoriasque ellas sean. Curiosamente, también son, como OllantaHumala, autorreferenciados.

Por otro lado, estos grupos no se han preocupado por reali-zar a fondo una reforma de Estado. A pesar de que en aparien-cia están desarrollando sus prácticas en un nuevo contexto po-lítico, parte de ellos persisten en su tradicional estilo rentista deacercarse al gobierno, aun cuando utilizan el manto de una ideo-logía presuntamente neoliberal y abierta al mercado.

Finalmente, la CONFIEP ha tenido pronunciamientos decrítica a las conclusiones de la Comisión de la Verdad y laReconciliación; se ha mostrado indiferente a los temas de de-rechos humanos y, en otro plano, a los efectos ambientalesde algunas de sus industrias y explotaciones; y ha manifesta-do la necesidad de detener el funcionamiento del sistemaanticorrupción, entendiendo que había que tratar de superarel pasado, olvidando los hechos, para proyectarse así a unindeterminado futuro con estabilidad y crecimiento econó-mico. Un grupo dominante más lúcido seguramente hubieratenido un discurso más inclusivo en lo social, más pluralista

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en sus prácticas democráticas, más abierto a la discusión deideas.

Por distintas razones, los medios de comunicación y losperiodistas, y esta vez en un plano más coyuntural, han teni-do también rasgos elitistas que se expresaban en la pertinaznegación de la competencia racional del adversario: en estecaso, tanto Ollanta Humala y sus seguidores como aquellosque tuvieron una posición opuesta a lo que consideraban lasprioridades económicas del país y los lineamientos políticos aseguir.

Se creó entonces la paradójica situación de que OllantaHumala gana por haber sido sobreexpuesto a través de las críti-cas de estos medios y, a su vez, por retacearle, estos mismosmedios, la perspectiva de hacerse escuchar, lo que probable-mente, manejado con habilidad, hubiera despojado a Humalade su cultivada imagen de víctima y habría conseguido, quizá,disminuir parte de la convocatoria que consiguiera su candida-tura. Al acorralarlo, paradójicamente lo protegieron. En estesentido, desempeñaron un papel fundamental, en la campaña,los rumores y el intercambio de informaciones entre los gru-pos más pobres, a través de la comunicación personal o delcontenido de la programación de algunas emisoras locales.

La desaparición política de la izquierda

Hemos señalado también que lo que ha mostrado 2006 es lapráctica desaparición, en cuanto a un efectivo respaldo electo-ral, de lo que es la izquierda política democrática. No es pro-pósito de este artículo detallar las razones que explican estaacelerada decadencia. En todo caso, no puede menos que se-ñalarse que los integrantes de estos grupos —como de otrasorganizaciones de centro izquierda que presentaban su pro-puesta al electorado—, si bien no abandonaron una tradición

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radical de crítica al sistema político, económico y social, y fue-ron sensibles al tema de las exclusiones, en buena medida ladejaron de lado por asumir temas de menor relevancia para losgrupos sociales que anteriormente los apoyaban, como, por ejem-plo, los relativos a la participación y a la descentralización.

Desde esta orientación, no pudieron definirse con claridaden relación con los distintos estilos de gobiernos de izquierdaque han cobrado una reciente vigencia en América Latina:desde el más confrontacional, representado ahora por los go-biernos de Bolivia y Venezuela, con algunos rasgos que carac-terizan la situación ecuatoriana, hasta uno de un discurso másordenado y orientado también al cambio en Brasil y Uruguay;en menor medida, en Argentina; y, con sus particularidades,en Chile, especialmente con las propuestas que tiene la presi-dencia de Michelle Bachelet.

No estaban claras las definiciones en este sentido, y a ellose agregaba una notoria falta de renovación generacional que,inadvertidamente para sus dirigentes, los hacía ser vistos comoparte de esa clase política tradicional que tan severamente ve-nía siendo cuestionada desde hacía más de una década. Hubotambién deserciones en sus filas, de aquellos que formabanparte de sus grupos de élite, que disponían de algunas redessociales relativamente significativas. Parte de sus técnicos ca-lificados asumieron opciones más moderadas, algunas vecespor legítimas convicciones y otras por sentido de oportunidadpara afirmar sus carreras personales. Algunas veces tambiénlo hicieron porque entendieron que se encontraban en un es-calón superior a lo que fue su etapa de participación en elmovimiento social.

En otro plano, existen un conjunto de autoridades, sobre todoen los ámbitos provincial y distrital, que en su trayectoria polí-tica tienen un pasado de izquierda, que se ubica a fines de ladécada del setenta y durante el ochenta, y que abandonaron

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sus filas, en parte por el desorden, la división y el fracciona-miento que atravesó lo que entonces era la coalición de Iz-quierda Unida, situación que le restó credibilidad a todas susorganizaciones y cuyas consecuencias se mantienen hasta elmomento presente. En los casos extremos, hubo también quie-nes pasaron a hacer política en el fujimorismo y sirvieron (so-bre todo en las últimas etapas de este régimen) como operado-res políticos, tratando de ganar voluntades por medio de lacapitalización de su experiencia organizativa.

No debe olvidarse, además, que el discurso humalista, conel énfasis populista ya anotado, tomaba alguna de sus bande-ras. Por ejemplo, el rechazo al Tratado de Libre Comercio conlos Estados Unidos y una política de nacionalizaciones queponía determinados límites a la intervención del capital ex-tranjero. El Partido Nacionalista parecía vincularse más decerca al nuevo clima que se estaba gestando en la zona andinapor la influencia de Hugo Chávez, por los nuevos movimien-tos sociales en la región, por la llegada al poder de Evo Mora-les y por las continuas insurgencias en el Ecuador.

En todo caso, un eventual gobierno de Ollanta Humala o unaoposición dirigida por él planteaba demasiadas interrogantesdifíciles de resolver y hasta caminos sin salida en lo que serelaciona con el compromiso de este respecto al mantenimien-to del régimen democrático, el respeto a los derechos huma-nos, el temor de una generalizada extensión de prácticasviolentistas e, incluso, la probabilidad de eventuales conce-siones a quienes habían sido sus adversarios como ocurrieracon Lucio Gutiérrez en Ecuador

La influencia del fujimorismo

Así como hemos visto que las candidaturas que han obtenidomayor apoyo en los ciudadanos son las de signo populista y

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las que han sido derrotadas, las opciones conservadoras y, demodo mucho más severo, la izquierda política democrática, elfujimorismo pudo establecer una suerte de cabecera de playaen el Congreso (y, probablemente, en el futuro, en la socie-dad), y eso hace que su vigencia para los años futuros no seencuentre absolutamente descartada.

En perspectiva, Fujimori no había perdido vigencia electo-ral en las elecciones de 2000, aun cuando en parte dicha vigen-cia se explique por las presiones previas a los comicios en losmedios de comunicación y en los organismos electorales, ypor el hostigamiento a los opositores. Lo cierto es que estuvo apunto de obtener un triunfo en primera vuelta sobre la candi-datura de Toledo. Aunque era un gobierno corrupto, dichacorrupción consistió, fundamentalmente, en compras irregu-lares de armamento; en negociaciones irregulares en los pro-cesos de privatización y en las concesiones de explotación; enbeneficios indebidos para algunos ministros como Calmet oBoloña; y ya, en los últimos años, en el chantaje y la compra delos medios de comunicación o en el uso de información confi-dencial privilegiada para obtener ventajas personales, y en latarea de vigilar y acosar a los adversarios, en un marco de cre-ciente influencia del poder de Vladimiro Montesinos.

Si bien las razones que esgrimen los defensores de Fujimorino son consistentes, lo cierto es que tanto ellos como parte desu electorado han tratado con relativo éxito de marcar distan-cias entre quien fuera el gobernante de la década de los no-venta y su principal asesor, y ello ha convencido a quienestodavía siguen añorando al gobierno anterior. En todo caso,las prácticas irregulares de Toledo, salvo contadas excepcio-nes, se desarrollaron, sobre todo, en un sistema de prebendasy clientelismo en el conjunto de la administración pública, yen algunos contratos con el Estado, y si bien eso estuvo muy

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lejos de revestir las características de lo que fue el régimenanterior, resultan particularmente visibles en la experienciacotidiana de una parte de la población.

Por otro lado, las regiones de la selva y de la sierra centro-sur son aquellas en las que tiene vigencia abrumadoramenteHumala y, en menor medida, Fujimori. Esto último quizás sedeba a que se asocia a Fujimori, otra vez, con la derrota militarde Sendero, con el reconocimiento que algunos sectores hacende los comandos político-militares, con un sentimiento de pos-tergación que han experimentado de modo muy agudo en losaños recientes y, finalmente, con el relativo éxito de algunosprogramas sociales.

Debemos recordar que el liderazgo de Fujimori tuvo comouno de sus rasgos característicos una sostenida penetracióndel Estado, de sus instituciones y de la propia figura presiden-cial en las zonas más alejadas del país. Sus técnicos, por lomenos en las primeras etapas no necesariamente en todos loscasos, fueron operadores políticos del gobierno y se hicieronpresentes realizando largos recorridos en localidades alejadas,mientras que Fujimori, por su parte, visitaba lugares a dondeantes no había concurrido ningún presidente. Además, habíauna congruencia entre lo que se ofrecía (una pequeña obra deirrigación, proyectos de infraestructura y saneamiento) y sucumplimiento posterior. Daba entonces una sensación de co-herencia y responsabilidad, aun cuando las medidas tomadasno cambiaran sustantivamente la situación de los pobladores.

Debe señalarse que, al margen de que probablemente laasignación de fondos a provincias y distritos iba en direccióncontraria a una adecuada gestión descentralista, con el Fondode Compensación Municipal (FONCOMUN) los distritos dis-pusieron de mayores recursos que los que tenían en anterioresgobiernos, y eso produjo cambios que parte de la población

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reconoce en las sociedades locales, especialmente en los ba-rrios populares y en los centros poblados y comunidades. Fi-nalmente, a diferencia de otros grupos políticos (notoriamen-te, los casos de Unidad Nacional y de Unión por el Perú-PartidoNacionalista Peruano), los fujimoristas cuentan con una ban-cada coherente, en la que es muy improbable que ocurran pro-cesos de transfugismo.

Las incertidumbres de la presente situación

Las perspectivas que se avizoran dan la impresión de que loque caracterizará el período, por lo menos en sus primeras eta-pas, será la disputa entre lo que puede ser una agresiva inicia-tiva política por parte de Alan García, propia de su estilo deconducción, y la capacidad de Ollanta Humala de constituirseen un líder que conduzca la oposición política. En esta línea,resulta aventurado formular previsiones.

No llama la atención que en el caso de Ollanta Humala, apocos meses de constituir su movimiento, ya se hagan sentirprocesos de transfugismo o de deserción de sus filas. Ello sedebe, por un lado, al reclutamiento improvisado de su perso-nal político y, por el otro, a la inestable alianza entre el PartidoNacionalista y Unión por el Perú, que Humala utilizara paraobtener su habilitación legal. Por ello, sus perspectivas tienenrelación, en buena parte, con la afirmación de su liderazgo per-sonal en esta etapa y con direcciones que sean claras e inequí-vocas para ajustarse a la voluntad y a las demandas del electo-rado que lo siguió y que reclama, a su vez, orden y cambio.

En este sentido, las elecciones municipales de noviembrede 2006 constituyen un desafío en que se juega, en parte, lasuerte de este líder que, a pesar del respaldo obtenido, seencuentra lejos de haberse afirmado en su condición de tal.

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Debe demostrar que es capaz de definir candidatos a loscomicios municipales que, a la vez que sean de su confianzapersonal, tengan lazos con las regiones, provincias y distritos, yle permitan repetir, aunque sea parcialmente, los éxitos obte-nidos en las elecciones de la primera y la segunda vuelta elec-toral de 2006.

Todo indica que durante el próximo período existirán con-flictos en los ámbitos de la producción de minerales y delcultivo de coca, y exacerbadas disputas locales. Hasta ahora,estos espacios se han caracterizado por su afianzamiento te-rritorial, su dispersión y su incapacidad de comunicarse unoscon otros, y, en ellos, no se ha conseguido articular un movi-miento de impugnación que trascienda lo que ocurre en de-terminadas coyunturas críticas. No se puede responder aho-ra si Ollanta Humala podrá aglutinar —bajo su intervencióndirecta y una red de intermediarios— a la mayoría de los gru-pos sociales de estos espacios, proclives a reivindicaciones—maximalistas en su contenido pero de corta duración en eltiempo— e incapaces de crear un escenario social alternativo.

Cabe dudar, sin embargo, de la capacidad de endose conque Humala pueda beneficiar a los eventuales dirigentes queapoye. Salvo en el caso del APRA —y, en mucha menor me-dida, en el del fujimorismo y en el de Unidad Nacional—, lahistoria reciente del país demuestra que estas posibilidadesde delegación son escasas en un cuadro de dispersión social,en el que se tiende a personalizar opciones. Probablemente,Ollanta Humala enfrente problemas que no esté en condicio-nes de resolver y se moverá entre la polarización y lairrelevancia, entre una perspectiva de vigencia que lo lleve adirigir una vasta oposición en el Congreso, en las calles, en lascomunidades, y un progresivo debilitamiento y desapariciónpolítica.

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En una primera aproximación, Alan García se muestra conuna mayor capacidad de entender lo que está ocurriendo en elpaís, así como las características de los movimientos de protestay las razones que explican la desconfianza y la desafección ciu-dadana En todo caso, las políticas redistributivas que puedetomar, así como aquellas tendientes a una integración al mer-cado internacional o a un relativo fortalecimiento del merca-do interno, pueden ser resistidas por diversas orientacionespolíticas y diferentes actores sociales. Por ello, puede antici-parse, probablemente, el continuo sucederse de episodios deconsensos precarios que coexisten con eventuales protestas quedesemboquen en represiones o enfrentamientos.

Contamos con una endeble democracia y con una extendi-da desconfianza de los ciudadanos respecto a sus instituciones.Esta percepción se relaciona con fallas en el sistema, que hanido apareciendo una y otra vez en esta descripción. Quizás pue-da pensarse todavía en una laboriosa construcción del Estadode derecho como tarea que debe proseguirse para superar losobstáculos encontrados. En el proceso, se encontrará una so-ciedad discriminadora en lo social y racial, que se mostrara,una vez más, en la coyuntura electoral de 2006. En estas con-diciones siguen puestas en cuestión las bases para construiruna comunidad política y un espacio público democrático.

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