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Introducción El 19 y el 20 de diciembre de 2001 se produjo en la Ciudad de Buenos Aires una intensa movilización popu- lar que provocó la renuncia del gobierno de la Alianza, encabezado por el presidente Fernando de la Rúa. Los saqueos a supermercados y los cacerolazos se suma- ron a los innumerables cortes de rutas, que se venían realizando en todo el país desde 1996. La magnitud de la protesta ha colocado en primer plano la reflexión sobre quiénes eran los actores, dónde se realizaban las de- mandas, las razones por las que se efectuaban los re- clamos de los sectores populares y cuáles eran las raí- ces históricas del fenómeno. En este libro intentamos poner la protesta social en perspectiva histórica y res- ponder parcialmente a algunos de los interrogantes plan- teados. Para hacerlo, hemos privilegiado los conflictos que se articularon desde comienzos del siglo XX alrede- dor del mundo del trabajo, aunque incorporando otros actores sociales cuando han significado un cambio sus- tantivo en el tono de la protesta. La formas recientes de la beligerancia operaron como disparadores para buscar cómo se fueron articu- lando los reclamos en el pasado. Pero no nos rige la idea de que las acciones de las personas se justifiquen a la luz de la evolución posterior, sino la de que en cada mo- mento histórico se combinan y entrelazan factores es- tructurales, el rol del Estado, las prácticas políticas, so- ciales, culturales e ideológicas así como la experiencia de las personas, entendida esta última como un proceso de aprendizaje que vincula el mundo del trabajo con la

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Introducción

El 19 y el 20 de diciembre de 2001 se produjo en laCiudad de Buenos Aires una intensa movilización popu-lar que provocó la renuncia del gobierno de la Alianza,encabezado por el presidente Fernando de la Rúa. Lossaqueos a supermercados y los cacerolazos se suma-ron a los innumerables cortes de rutas, que se veníanrealizando en todo el país desde 1996. La magnitud de laprotesta ha colocado en primer plano la reflexión sobrequiénes eran los actores, dónde se realizaban las de-mandas, las razones por las que se efectuaban los re-clamos de los sectores populares y cuáles eran las raí-ces históricas del fenómeno. En este libro intentamosponer la protesta social en perspectiva histórica y res-ponder parcialmente a algunos de los interrogantes plan-teados. Para hacerlo, hemos privilegiado los conflictosque se articularon desde comienzos del siglo XX alrede-dor del mundo del trabajo, aunque incorporando otrosactores sociales cuando han significado un cambio sus-tantivo en el tono de la protesta.

La formas recientes de la beligerancia operaroncomo disparadores para buscar cómo se fueron articu-lando los reclamos en el pasado. Pero no nos rige la ideade que las acciones de las personas se justifiquen a laluz de la evolución posterior, sino la de que en cada mo-mento histórico se combinan y entrelazan factores es-tructurales, el rol del Estado, las prácticas políticas, so-ciales, culturales e ideológicas así como la experienciade las personas, entendida esta última como un procesode aprendizaje que vincula el mundo del trabajo con la

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vida cotidiana. Como resultado de esos entrecruzamientosse van dibujando actores sociales y políticos, repertoriosde confrontación (huelgas, boicots, sabotajes, manifes-taciones, reuniones), espacios de sociabilidad (sindica-tos, círculos culturales, clubes, asociaciones), ritos (con-memoración del 1ro de Mayo, el recuerdo de «los márti-res») y símbolos (banderas, consignas, cánticos) queconfiguran la protesta social.

También se van delineando los conflictos produci-dos en las ciudades y en el campo, en donde la pobla-ción trabajadora experimentó la explotación y la opre-sión capitalista bajo formas diferentes: el despotismo dela clase dominante, la distancia entre trabajadores yempresarios, la parcialidad de la ley, la represión poli-cial, la disciplina laboral, las largas jornadas y las malascondiciones de trabajo, y la discriminación política. Todoesto ha provocado frecuentes conflictos y agitaciones queadoptaron formas variadas de acuerdo con los diferentescontextos históricos y con la compleja relación con elEstado. Así, es cierto que hubo coyunturas en que laconflictividad social pasaba a un segundo plano o perma-necía larvada debajo de la superficie, ya sea por la esta-bilidad económica, la paz social o el equilibrio político;cada uno de estos términos se combinó de manera di-versa para canalizar las demandas populares y amorti-guar la conflictividad social. Sin embargo, la historia ar-gentina del siglo XX no transcurrió sin conflictos. Al con-trario, está jalonada por ellos, y desde la propia confor-mación como país capitalista, la protesta de los nuevosactores sociales emergió con intensidad preocupando alas élites gobernantes, que debieron apelar a concesio-nes de tipo político y social para neutralizar la intensidadde la protesta social. La imagen que se desprende de lahistoria argentina del siglo XX es la de una sociedad endonde se combinaron períodos en los que predominaba

el consenso y la paz con otros en los que la protestasocial ocupaba un lugar preponderante; como ocurrió conlas luchas de los trabajadores durante la primera décadade ese siglo, las huelgas en la coyuntura 1917-1921 y amediados de los años treinta, la irrupción del peronismouna década más tarde, la alta conflictividad social y polí-tica de vastos sectores de la sociedad durante casi todoel período comprendido entre 1955 y 1976, y la reacciónpopular, desde mediados de los años noventa, frente alos resultados de la aplicación de las recetas neoliberales.

En el actual territorio de la Argentina se produjeronprotestas sociales de diverso tipo y por múltiples moti-vos, que pueden rastrearse varios siglos atrás, llegandoa reconocerlas en el protagonismo de las poblacionesindígenas que se levantaban contra los conquistadores yen defensa de sus comunidades. Rebeliones y actos deresistencia jalonan la historia argentina hasta el presen-te y, sin duda, pueden ser incorporados a un libro másextenso que dé cuenta de la complejidad de las deman-das y la heterogeneidad de los protagonistas. Como par-te de esa historia, durante el siglo XIX la resistencia altrabajo disciplinado, al ingreso a la milicia así como a losmalos tratos de dueños y capataces en las estanciasconformaron el cuadro conflictivo de las áreas rurales.Pero fueron las transformaciones de la sociedad argenti-na consolidadas desde fines del siglo XIX las que dieronorigen a conflictos que perdurarían durante el siglo XX.

En efecto, a partir de la consolidación del Estadonacional, la economía capitalista y la constitución de laclase trabajadora con intereses diferenciados de intere-ses de los patrones y el Estado, se fueron diseñandorepertorios de confrontación que se convirtieron en el ros-tro visible de la protesta social durante buena parte delsiglo XX. Manifestaciones, boicots, huelgas y sabotajes

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se perfilaron como los medios de lucha más apropiados,aunque no todos tuvieron igual impacto para impulsar loscambios que se reclamaban. Cuando la protesta tras-cendió las cuestiones reivindicativas de carácter econó-mico para explotar sentimientos de solidaridad de clase,alcanzó un grado de profundidad mayor. De todos losrepertorios, la huelga permaneció como forma predomi-nante de lucha y de negociación colectiva hasta casi unsiglo más tarde, cuando a partir de la implementación depolíticas económicas neoliberales, se modificó el rol delEstado, se desindustrializó el país y se produjo una in-tensa desproletarización. Desde ese momento, la huel-ga perdió parte de su eficacia y su lugar fue ocupado porlos cortes de calles y de rutas nacionales y provinciales.

Durante buena parte del siglo XX, las huelgas defi-nieron un espacio para el conflicto -el de las fábricas ysus alrededores- y delinearon una cultura obrera centra-da en torno al lugar de trabajo. En cambio, las huelgasgenerales extendían la protesta al ámbito de la ciudad,convirtiendo las calles y plazas en el escenario de laconfrontación. Huelgas parciales y huelgas generales asícomo manifestaciones callejeras fueron colocando el boi-cot y el sabotaje en un lugar secundario. Las fábricas ytalleres diseminados en las ciudades resultaron escena-rios propicios para las huelgas, pero las protestas po-dían extenderse a las calles adyacentes que, a veces,se convertían en verdaderos campos de batalla.

Las manifestaciones, en cambio, ocupaban el es-pacio público cercano a los íconos del poder: las plazaspúblicas. Era en esos espacios donde los trabajadoresse mostraban a los otros (gobernantes, prensa, públicoen general) y demostraban sus peticiones. Las plazasalbergaron cientos de actos, en particular los realizadoscada 1ro de Mayo como parte de los rituales obreros.

Las plazas Lorea, Miserere (Once de septiembre) y Con-greso en la ciudad de Buenos Aires fueron algunas delas preferidas para manifestar, reclamar y exigir diversosderechos. En el interior del país también se fueron mar-cando espacios cargados de simbolismo, y se puedeafirmar que en cada ciudad hubo una o más plazas paraexpresar las demandas. Pero el espacio privilegiado deexpresión política y social y con mayor carga simbólicafue la Plaza de Mayo, frente a la sede de las autoridadesde la Nación. No es nuestro interés historiar los usos y elsimbolismo de la Plaza de Mayo, sino sólo destacar surelación con la protesta. Alli, desde 1945, cuando se con-gregaron los trabajadores que apoyaban a Perón, hastael día de hoy, se fueron consolidando rituales de reivindi-cación política, social y de derechos humanos. No envano el principal movimiento de derechos humanos sur-gido en el país se denomina «Madres de Plaza de Mayo».

Las huelgas eran a veces acompañadas por un altogrado de violencia que se extendía al vecindario o a lasadyacencias donde se concentraba una manifestación.Así sucedió en las huelgas generales de las primerasdécadas del siglo XX, aunque la confrontación adquiriómayor territorialidad en torno a 1969, cuando seinvolucraron en el conflicto vecinos, estudiantes, emplea-dos, artistas e intelectuales. La incorporación de estossectores ampliando el arco de la protesta modificó el clá-sico modelo de movilizaciones estrictamente obreras, ycomenzaron a ser designadas por los estudiosos con elnombre de «movimientos sociales».

Cuando las protestas adquirían un carácter violentose debía generalmente a la escasa disposición de losgrupos dominantes a reconocer los derechos de los obre-ros, quienes debían recurrir a medidas de fuerza parasatisfacer, así fuese parcialmente, sus demandas. Ade-

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más, a lo largo de la historia se pusieron escasos límitesa la violencia del ejército y la policía que intervinieron enno pocas ocasiones a favor de los empresarios. Con elaumento de la represión luego del golpe militar que en1955 derrocó al presidente Perón, se fue consolidandouna cultura de la rebelión que privilegió el uso de la vio-lencia como arma política. Sabotajes, tomas de fábricasy rehenes conformaron la «resistencia» al régimen mili-tar; y de esta forma los trabajadores no sólo reclamabanpor sus reivindicaciones especificas sino también, y demanera inédita, por el retorno de su líder al poder. Sólouna década más tarde aparecieron las prácticas violen-tas de la guerrilla urbana, que, aunque no formaban partede la protesta obrera, se entrometieron en ella amena-zando o secuestrando empresarios y directivos con elfin, a veces, de obtener mejoras para los trabajadores.

Con la entronización de la dictadura militar, la vio-lencia desde arriba no sólo se adueñó de los lugares detrabajo sino que derramó su manto de desaparición, tor-tura y muerte sobre un amplio conjunto de la sociedad.La acción represiva del Estado modificó profundamenteel tono de la protesta, pues quienes se movilizaron (tra-bajadores, vecinos, jóvenes, artistas y mujeres) lo hicie-ron en buena medida y de manera novedosa, alrededorde los derechos humanos y en defensa de la vida.

Las formas de protesta se volvieron multiformes, ya la caída del régimen dictatorial, las profundas transfor-maciones de la vida económica, política, social y culturalbajo los efectos del neoliberalismo consolidaron unamultiplicidad de caminos para efectuar los reclamos asícomo una diversidad de protagonistas y de demandas.En un plano, los modos adoptados por la beligeranciasocial fueron los mismos de siempre, y los trabajadoresocupa dos siguieron utilizando las huelgas como herra-

mienta tradicional aunque hubiese perdido su efectividad.En otro nivel, se configuraron modos emergentes de pro-testas, hasta que los cortes de rutas aparecieron comouna herramienta eficiente para obtener respuestas a lasdemandas que la desocupación o la falta de inversión en«bienestar» habían provocado, y que las facciones políti-cas extendían y profundizaban.

La geografía de la protesta también fue cambiandoa lo largo de todo el siglo xx. Al comienzo, las huelgas ymanifestaciones se concentraban en la Ciudad de Bue-nos Aires, principalmente, y en menor medida en ciuda-des como Rosario o Bahía Blanca. Durante la décadadel treinta y particularmente en los años peronistas, losconflictos se desparramaron por todo el país, pero el co-razón siguió latiendo en la ciudad de Buenos Aires y susalrededores. Desde los años sesenta se produjo unamarcada regionalización de los conflictos, que convirtióa provincias como Córdoba, Neuquén, Río Negro, Misio-nes o Tucumán en epicentros de la protesta social. Alfinalizar el siglo xx, la cartografía conflictiva se organizóen las zonas más distantes del centro político, desde laPatagonia hasta Salta y Jujuy, aunque el bloqueo de lasrutas se extendió con rapidez hasta la propia ciudad deBuenos Aires. En un complejo proceso, las protestassintonizaron la música del apoliticismo, se integraron den-tro de complicadas maquinarias políticas clientelares y,al mismo tiempo, las enfrentaron generando demandasde transparencia en la distribución de los recursos y enlas decisiones que se tomaban. Además, los medios decomunicación jugaron un papel importante en la difusiónde los conflictos, los reclamos y las denuncias.

El presente libro se basa en un presupuesto fuerteque organiza el relato: desde fines del siglo XIX se fueconformando una sociedad sobre la base del trabajo pro-

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ductivo y una clase social, los trabajadores, que luchópermanentemente para que patrones y gobiernos los in-terpelara como interlocutores legítimos. A lo largo del si-glo xx, en un complejo proceso, se fueron afianzando lasherramientas de lucha que permitían amortiguar la ex-plotación, y los trabajadores hicieron valer sus deman-das avanzando hacia la obtención de la ciudadanía so-cial. La opresión económica pero también política a laque fueron sometidos los trabajadores y el conjunto delos sectores populares durante las diversas dictadurasmilitares en los años cincuenta y sesenta favoreció laparticipación de otros actores sociales que se aliaron ala clase obrera, y convirtieron la protesta social en unfenómeno más heterogéneo.

Sin embargo, desde el comienzo de la dictaduraencabezada por el general Jorge Rafael Videla en 1976,con la aplicación sistemática de las políticas neoliberales,comenzó un proceso de desestructuración de la socie-dad del trabajo que alcanzó su punto culminante durantela década menemista. La transformación de la economíafue de tal magnitud que el desempleo y el empleo oca-sional se han convertido en elementos estructurales quemodificaron de manera notable tanto la sociedad comosus comportamientos. Como lógica consecuencia, lasviejas formas de organización y de protesta de los tra-bajadores, si bien no han desaparecido, perdieron vigen-cia y peso. Los sindicatos son numéricamente débiles;su capacidad de movilización, de presión y poder econó-mico ha disminuido y buena parte de su acción ha que-dado concentrada en los gremios de servicios, afectadospor la racionalización estatal.

Por su parte, la multiplicidad de grupos y partidosde izquierda no han logrado, desde el advenimiento de la

democracia en 1983, encauzar a los trabajadores forma-les, como había ocurrido a comienzos del siglo XX y, enparte, en la década de 1960. La transformación de unasociedad centrada en el trabajo, en donde las demandascentrales eran el aumento salarial o las mejoras en lascondiciones de trabajo, en otra vinculada al desempleo yel empleo ocasional, asociada a la reivindicación de traba-jo y de subsidios de desempleo, ha repercutido tambiénen la composición de los actores involucrados y en lasformas de protesta. Las huelgas persisten y coexistencon los nuevos repertorios, pero han perdido el lugar cen-tral que ocuparon durante casi un siglo, y hoy los obre-ros se aferran a los puestos de trabajo y ya no son losprotagonistas centrales de la protesta. Ese lugar es ocupa-do por los excluidos del modelo (desocupados,cartoneros, beneficiarios de planes sociales estatales,vagabundos y mendigos), quienes dan forma a un nuevocuadro de protestas, organizaciones y reclamos en don-de los repertorios de confrontación privilegiados son lospiquetes y cortes de rutas, pero también las tomas y losataques a edificios públicos y propiedades de miembrosprominentes del poder político.

Para poder mostrar las transformaciones en la pro-testa social hemos privilegiado en la organización de loscapítulos los cambios en la estructura económica (seaen el agro o en la industria) y las transformaciones tantode la población y del mercado laboral como de las ca-racterísticas de las condiciones de trabajo y su impactosobre las condiciones de vida. Las formas de organiza-ción tanto en los sindicatos como en los barrios y lascorrientes políticas e ideológicas que contribuyeron amodelar las protestas también forman parte de este cua-dro. Del mismo modo, se consideraron los cambios pro-vocados en el nivel de lo político, pues afectaron las opor-tunidades, las formas y el curso de la protesta social. La

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acción de los partidos políticos podía tanto empujar lasdemandas como desviarlas de su curso; hubo maticesen los modos de interpelación y en las reacciones frentea la protesta de los sectores populares que diferenciarona conservadores, radicales, peronistas y otras fuerzaspolíticas. Los vínculos de los reclamos con la política sebasaron en una compleja trama de relaciones que dieronforma a la experiencia del clientelismo, que, por otra par-te fue modificando sus mecanismos y sus redes paraintercambiar promesas por votos, sobre todo a partir delfin de los gobiernos dictatoriales de origen militar. Tam-bién las transformaciones del Estado ejercieron su in-fluencia en las modalidades de la protesta, pues no eralo mismo una actitud prescindente e indiferente a los pro-blemas sociales que otra más comprometida e inter-vencionista, claro que entre una y otra se desplegó unaamplia gama de matices.

En el libro se dibujan las protestas que se convirtie-ron en centrales a lo largo del siglo XX y se coloca a lostrabajadores como actores principales, aunque rodeadosde un coro amplio de personajes secundarios que, a ve-ces, podían llegar a ocupar el centro de la escena. Peroel panorama real de la protesta es mucho más amplio, yqueda al margen de estas páginas un conjunto heterogé-neo de actores y motivaciones. Permanecen en la som-bra los diversos levantamientos de las poblaciones indí-genas en el norte santafecino y en el Chaco, que, duran-te los años 1903, 1905 y 1924, se alzaron en armas paradefender un mundo que veían como irremediablementeperdido así como los reclamos más recientes de los gru-pos indígenas en defensa de sus tierras y del medioambiente. También faltan las resistencias campesinasdel norte, entre otras. porque aún son poco conocidas.

En el primer capítulo se explica la consolidación dela economía capitalista y la articulación de una sociedaddel trabajo donde los productores, como resultado de lasexperiencias compartidas, protestaron, se organizaron ydieron forma a una cultura del trabajo internacionalista,acorde con los influjos ideológicos del anarquismo y delsocialismo. Esa cultura del trabajo reclamó mediante elarma de la huelga, parcial o general, activa o de brazoscaídos, el derecho a una vida mejor así como a organi-zarse y protestar. En el segundo capitulo se muestra laconsolidación de la huelga como repertorio de confronta-ción y la activa participación del Estado en la regulaciónde la misma. Al mismo tiempo se examina el surgimien-to y el desarrollo del comunismo en el seno del movi-miento obrero y la emergencia del peronismo, que seconvirtió en la identidad política y social dominante delos sectores populares. En el tercer capitulo se abordanlos cambios en los repertorios de confrontación a la luzde las crisis políticas, con sus ciclos de inestabilidadpolítica y alternancia entre gobiernos civiles y militares;el impacto de la represión y la vinculación de los trabaja-dores con otros sectores sociales como los estudiantes;y el papel de la guerrilla. En el último capítulo se desta-can los cambios en los repertorios de confrontación du-rante la dictadura y en la democracia.

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1.Huelgas, boicotsy confrontación social

1880-1930

Las protestas populares no fueron desconocidas enla Argentina a lo largo de su historia y durante todo elsiglo XIX hubo numerosos y sobrados ejemplos de ellas.Pero a partir de las dos últimas décadas de ese siglocambió la naturaleza del conflicto: su carácter centralera social y sus protagonistas, los trabajadores y el no-vel movimiento obrero que comenzaba a gestarse. El cos-tado más visible de ese proceso no sólo eran las huel-gas, los boicots y la organización gremial, sino tambiénlas manifestaciones ideológicas que lo contenían. Si biendurante este período factores como el ascenso social ola dificultad para constituir una identidad de clase amor-tiguaron el impacto de la protesta, no hay dudas sobre elalto nivel de conflictividad tanto en la primera década delsiglo XX como durante la coyuntura de la inmediata pos-guerra.

Desde mediados del siglo XIX, la Argentina se trans-formó de tal modo que se convirtió en un país capitalistacuya base económica se fundaba en la producción debienes primarios para la exportación a los países euro-peos. Si bien la extensión de la economía capitalista yde las relaciones salariales afectó diversas zonas delterritorio nacional, el corazón de esas transformacionesfue la región pampeana y metropolitana, que hacia 1914concentraba cerca de 74% de la población del país. Apartir de allí se conformó un mercado de trabajo caracte-rizado por una demanda excedente de trabajadores debi-

do a la escasez de mano de obra nativa.Esta carencia fue cubierta en buena medida por la

llegada de miles de trabajadores extranjeros provenien-tes de diversas regiones de Europa, mayoritariamentede Italia y España, pero también de Francia, Alemania,Rusia, Polonia, Turquía, Grecia o el Líbano. Además dela apertura llevada adelante por las autoridades naciona-les y las facilidades otorgadas a los inmigrantes, estemovimiento de población fue posible también por otrosfactores: la aceleración de las comunicaciones maríti-mas y la baja de los precios del transporte mundial, lascrisis cíclicas de las economías mediterráneas y, en menormedida aunque de modo significativo para la articulaciónde la protesta, por los conflictos políticos y sociales queempujaron a miles de individuos perseguidos políticamen-te a buscar nuevos horizontes en países como el nues-tro. La población inmigrante, mayoritariamente adulta ymasculina, que se sumó a la mano de obra nativa modi-ficó de manera sustancial el número disponible de bra-zos tanto para las tareas rurales como para las urbanas.Así, la población económicamente activa saltó de 923mil personas en 1869 a 3.360 mil en 1914.

En el campo, especialmente en las áreas del litoralpampeano y fuera de las áreas tradicionales, los trabaja-dores se ocuparon del cuidado de los ganados ovino yvacuno, de la siembra y la cosecha de diversos cereales(trigo, maíz, lino, sorgo) y del mantenimiento de la in-fraestructura necesaria para cada una de estas activida-des; en Mendoza, del cultivo y la recolección de la vid;en Tucumán, de la caña de azúcar; en la Patagonia, dela cría del ganado ovino y también fueron centenares quie-nes se conchabaron en los quebrachales del Norte o enlos yerbatales de Misiones.

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Las ciudades crecieron notablemente y la pobla-ción urbana, que en 1869 representaba el 33% de la po-blación, se elevó en 1914 al 58%. Allí se conformó unamplio, peculiar y heterogéneo mundo de trabajadores,compuesto por una minoría de artesanos y obreros es-pecializados y por una inmensa mayoría de peones ytrabajadores no especializados provenientes en gran me-dida de áreas rurales.

Sólo una proporción menor de ellos estaba ocupa-da en una industria que crecía lentamente al amparo decierto proteccionismo y de la sustitución de algunos pro-ductos importados. El sector industrial más destacado yque empleaba más trabajadores era el de la alimenta-ción (carne, bebidas, harinas, dulces, galletitas). Su de-sarrollo fue relativo antes de la Primera Guerra Mundial,momento a partir del cual logró un importante crecimien-to, especialmente gracias a la expansión de los grandesfrigoríficos instalados en Avellaneda, Berisso, Zárate yRosario. Una significativa cantidad de mano de obra erautilizada en la actividad textil, que también creció nota-blemente desde 1914; en la precaria y extendida indus-tria del vestido, que alimentaba de manera incesante eltrabajo femenino a domicilio; en algunas grandes fábri-cas (fósforos, tabaco) o en centenares de establecimien-tos medianos y pequeños de carácter artesanal(aserraderos, curtidurías, panaderías, carpinterías,ebanisterías, talabarterías, tonelerías, sombrererías,marmolerías, herrerías, talleres mecánicos).

A partir de la Primera Guerra Mundial y, más preci-samente, en la década de 1920, la industria se compleji-zó y comenzaron a desarrollarse de manera relativa losrubros de petróleo, automotores, teléfonos, cemento, elec-tricidad, metalurgia y maquinarias que ocuparían una sig-nificativa cantidad de individuos. Por su parte, miles de

obreros (pintores, yeseros, albañiles, peones) trabajabanen la construcción privada y pública (grandes obras deinfraestructura), y si bien su peso variaba de acuerdo conla fluctuante demanda, siempre significaron un alto por-centaje de la población económicamente activa. Perodurante este período, uno de los núcleos más importan-tes del mundo del trabajo urbano se concentró en el sec-tor servicios: miles eran los conductores de carros y ca-rruajes, portuarios, marineros, foguistas, ferroviarios,tranviarios y municipales, a quienes se sumaban unamultitud de empleados de comercio, que desempeñabansus tareas en centenares de negocios medios y peque-ños así como en las grandes tiendas. Esta composicióndel mundo laboral otorgaba una connotación particular ala clase trabajadora argentina, bastante diferente de losmundos obreros de los países europeos fuertemente in-dustrializados, como Inglaterra o Alemania, y más pare-cida a la de ciudades orientadas a satisfacer la demandade servicios.

Las condiciones de trabajo fueron, desde el comienzode este proceso, una de las preocupaciones centralesde los trabajadores y la causa de gran parte de la protes-ta social. Así, los accidentes de trabajo, el hacinamien-to, el empleo y la explotación de menores, las largasjornadas laborales, los bajos salarios, la desigualdad deltrabajo femenino con relación al masculino, la disciplinalaboral (reglamentos, capataces), el trabajo nocturno, laregularidad o la eventualidad del empleo y las propiasformas de contratación de la mano de obra eran todascuestiones que motivaron la protesta reiterada de los tra-bajadores, con el objetivo de mejorar sus condiciones detrabajo y su calidad de vida.

Por supuesto, esas condiciones variaban notable-mente de acuerdo con los diferentes rubros ocupaciona-les y la magnitud de las empresas. No significaba lo mis-

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mo el trabajo en los frigoríficos, que eran grandes unida-des de producción de capital extranjero con una comple-ja organización del trabajo, cuyas condiciones laboralesse modificaban de sección en sección y en donde sesuperponían múltiples instancias de control, que el tra-bajo en empresas en las cuales muchas veces primabanactitudes paternalistas o donde patrones y obreros com-partían lazos étnicos pues pertenecían a un mismo«paese» o pueblo y se habían vinculado mediante cade-nas de llamada. Tampoco pueden asimilarse las condi-ciones de trabajo propias de las grandes fábricas conaquellas prevalecientes en la multitud de pequeños talle-res existentes en el país, en donde la relación patrón-empleado era más directa y personal y sobre los que lamirada de los inspectores laborales estatales rara vez sedetenía. Así como también eran disímiles las condicio-nes en las diversas empresas de transporte, caracteriza-das por cierta regularidad en el empleo, de los propios delos estibadores y los trabajadores de la construcción paraquienes el trabajo se regía por la eventualidad o laestacionalidad. De la seguridad otorgada por un empleoregular a la incertidumbre del trabajo ocasional que afec-taba a millares de peones había un trecho muy amplio.Esa distancia determinó grados diferentes de asociacióny agremiación así como estilos contrapuestos de protes-ta, bien expresados por las actítudes pacíficas y mode-radas de los maquinistas ferroviarios (una verdadera aris-tocracia obrera), en un extremo, y los estibadores por-tuarios, tumultuarios y simpatizantes del anarquismo, enel otro.

Por su parte, también eran significativas lasdisparidades en las formas de percepción del salario(mensual, semanal, diario), el monto del mismo -inclusoen similares trabajos- así como las variaciones que su-frían de acuerdo con los cambios en la oferta y la deman-

da de mano de obra. En aquellos momentos en que laoferta de brazos escaseaba los salarios aumentaban paraatraer a los trabajadores, pero cuando abundaban los bra-zos disponibles, ocurría lo inverso, y la paga podía dismi-nuir. Las fluctuaciones de la moneda y las crisis econó-micas también incidían sobre el nivel de los salarios y sucapacidad adquisitiva, y en muchas oportunidades afec-taron el ritmo de las actividades económicas.

Otro elemento a tomar en cuenta en las condicio-nes laborales estaba constituido por las característicasregionales, que variaban notablemente de un lugar a otrodel país. En términos generales, eran relativamente me-jores en las áreas urbanas que en las rurales, ya fuerapor el mayor grado de organización gremial existente enlas urbes o por la mejor visibilidad otorgada por la ciudad,donde cualquier conflicto podía ser rápidamente perci-bido por la sociedad, por las autoridades o por la prensay puesto en evidencia. Aunque de similar gravedad, cau-só mucho más impacto en la opinión pública la SemanaTrágica porteña, en 1919, que la huelga y la salvaje e im-pune represión a los peones rurales en la lejana Patago-nia pocos años después.

Los conflictos desencadenados por los trabajado-res y sus organizaciones en Buenos Aires durante la pri-mera década del siglo XX no se limitaban sólo al abando-no del trabajo como señal de protesta, sino también a laocupación del espacio público por parte de los trabajado-res a través de actos y mítines en la vía pública. Es indu-dable que estas acciones eran efectivas, llamaban la aten-ción y preocupaban a los políticos y al gobierno, ponien-do en evidencia las falencias de la organización del tra-bajo así como la ausencia de regulación estatal. Preci-samente, la protesta condujo al Estado hacia el caminode la construcción de políticas sociales. Y en las áreas

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urbanas también se concentraban aquellos sectores la-borales y gremios más poderosos, como los portuarios olos marineros y foguistas, que, al ocupar un lugar claveen la economía agroexportadora, poseían mayor capaci-dad de presión y negociación que otros sectores. Duran-te la primera década del siglo XX, cada vez que hacíanhuelga los obreros del puerto o, una década después,cuando lo hacían los marineros y foguistas, las autorida-des se veían obligadas a considerar los reclamos gre-miales ya negociar (o ciertamente reprimir), frente a laposibilidad de la detención de un bien vital para el paíscomo las exportaciones de carnes y cereales.

Dentro del mundo del trabajo rural, las condicioneslaborales también variaban de manera notable. Aunquemalas en la próspera pampa húmeda, eran francamentepeores en aquellas regiones aisladas, en donde los secto-res patronales imponían su voluntad de manera arbitra-ria, como en los quebrachales del Chaco y el norte deSanta Fe o en los yerbatales misioneros, donde el traba-jo libre era poco menos que inexistente. En la pampahúmeda, los miles de trabajadores rurales eran peonesasalariados que se empleaban de manera estacional,principalmente en la época de la cosecha de los diversosproductos agrícolas o en la de la esquila del ganado ovi-no. Sus reclamos se vinculaban a las largas y extenuantesjornadas de trabajo, a los bajos y cambiantes salarios, alos malos tratos, a las inclemencias del tiempo, al pesode los fardos y bolsas en la estiba o a la demanda dealimentos y alojamiento digno. Debido a las característi-cas estacionales de este trabajo el peón rural se conver-tía en trabajador itinerante («golondrina») y, una vezfinalizadalas tareas estacionales, retornaba a su provin-cia o país natal podía marchar a las ciudades y alternarlos trabajos rurales con los urbanos. Obviamente, estaimpronta itinerante de los trabajadores rurales significó

una marcada limitación para la organización gremial, yese escaso nivel de sindicalización les restó fuerza ycohesión, atentando contra la posibilidad de obtenermejoras; sin embargo, tenían la absoluta libertad de mo-verse libremente, de entrar o salir del empleo cuando que-rían.

En cambio, en los quebrachales del norte del país oen los yerbales misioneros, aislados de las miradas in-discretas, el lugar de trabajo actuaba como una prisión,puesto que al no cobrar sus salarios en dinero y percibiren cambio vales, además de hallarse obligados a consu-mir en los almacenes de las compañías empleadoras,los trabajadores se encontraban endeudados permanen-temente y tenían escasa posibilidad de escapar a esasituación. Allí, las condiciones de trabajo impuestas porlas empresas eran infrahumanas y casi esclavas, comofue señalado por los propios observadores del gobierno,y prácticamente no existían posibilidades de organiza-ción y protesta. Las empresas gozaban de absoluta im-punidad, pues contaban con la complicidad de las auto-ridades locales. Cuando, en 1920, el activista de la Fe-deración Obrera Marítima Eusebio Magnasco comenzóa organizar a los trabajadores de los yerbales, fue dete-nido y condenado a cumplir una larga condena por deli-tos que no había cometido.

Si bien es cierto que las condiciones laborales fue-ron más graves durante los primeros años del procesode crecimiento y tendieron a mejorar a medida que seiban conformando y fortaleciendo las organizaciones sin-dicales obreras o se implementaban algunas leyes deprotección laboral y seguridad social, también es ciertoque, hasta bien entrado el siglo XX, las malas condicio-nes laborales y la desprotección perduraron, especial-mente en las áreas rurales.

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No obstante la diversidad y la heterogeneidad labo-ral señaladas, sumadas a las diferentes experiencias ytradiciones que arrastraban los trabajadores venidos des-de distintos lugares del mundo y con bagajes culturalesdisímiles, todos ellos compartían un elemento en común:la explotación. El peón patagónico, el obrajero santiague-ño, el zafrero tucumano, el yerbatero misionero, los tra-bajadores rurales del área agrícola ganadera o los milesde obreros urbanos compartían la experiencia de la ex-plotación a que eran sometidos por los sectores patrona-les y empresariales, a menudo apoyados por las fuerzaspoliciales. La explotación incentivó, aunque de maneradiferente en calidad y en cantidad, la protesta popularpor mejores condiciones laborales, salarios dignos, em-pleo regular y por el derecho a agremiarse ya conformarsus instituciones. Sin embargo, la explotación no fue unrasgo suficiente para dotar al conjunto de los trabajado-res de una identidad de clase, pues la organización gre-mial no había arraigado en extensas zonas del país, loque dificultaba la conformación de un colectivo con in-tereses comunes.

Aun cuando las instituciones obreras, bajo la formatanto de sociedades mutuales como gremiales, comenza-ron a gestarse y a expresar sus demandas en las déca-das de 1870 y 1880, fue a partir de 1890, luego de lacrisis económica y social desatada en ese año, cuandolas sociedades de resistencia cobraron fuerza, impulsa-das por anarquistas y socialistas, a quienes se agrega-rían más tarde sindicalistas revolucionarios (1905) y co-munistas (1918). Estas tendencias dotaron a los trabaja-dores y a sus instituciones representativas de un claroperfil ideológico y político que apuntaba a la defensa desus intereses y al reconocimiento de la identidad de cla-se. Sociedades de resistencia, entidades de socorromutuo, grupos politicos, círculos culturales, diarios y

periódicos, literatura, escuelas, bibliotecas, ritos y sím-bolos fueron todos elementos constitutivos y deautorrepresentación de la clase trabajadora que se esta-ba forjando.

En efecto, en tomo de 1880 apareció un sinnúmerode sociedades de resistencia en las que se nucleabantrabajadores de un mismo oficio: pintores, panaderos, al-bañiles, calafateadores, toneleros, picapedreros,aserradores, curtidores, yeseros, carpinteros, ebanistas,confiteros y otros. El objetivo central de esas socieda-des era la defensa de sus intereses reclamando mejorasen las condiciones de trabajo, en los salarios y en lacalidad de vida de sus representados. Algunos de ellos,especialmente aquellos que ocupaban un lugar privile-giado en la estructura económica agroexportadora (con-ductores de carros, portuarios, marineros y foguistas, fe-rroviarios), tuvieron un peso notable y se destacaron so-bre el resto por su mayor capacidad de presión. Y estoera claramente percibido por las organizaciones gremia-les; así, la Federación obrera Regional Argentina (FORA)en 1905 recomendaba a sus sociedades adheridas» quede declarar la huelga [ ...] se pongan de acuerdo con losconductores de carros para llevar a buen fin el movimien-to, por ser el carro uno de los medios de lucha más efi-caz».

Con todo, la tasa de sindicalización, que no repre-senta necesariamente el nivel de protesta, durante lastres primeras décadas del siglo XX fue baja, aunque debetenerse en cuenta que la afiliación era absolutamente vo-luntaria por parte de los trabajadores, quienes debían apor-tar los fondos necesarios para sostener sus locales y laprensa partidaria. Este rasgo marca una diferencia fun-damental con el gremialismo posterior a 1943. Al con-vertirse en obligatoria la afiliación sindical, con aportesmixtos de patrones y trabajadores, obviamente la tasa

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de sindicalización alcanzó niveles muy altos, hecho quepodía significar mejoras en sus condiciones de trabajo yde vida pero no implicaba necesariamente mayor combati-vidad o compromiso de parte de los obreros.

Al comenzar el siglo XX se conformaron las prime-ras federaciones, al principio por oficios y luego por in-dustria, con el objetivo de agrupar a los diversos gremios,que, hasta entonces, actuaban de manera dispersa y nocoordinada. Esas federaciones tuvieron suerte dispar yse caracterizaron por una profunda división ideológica ypolítica, aunque generalmente proclamaban su indepen-dencia de cualquier corriente, que, no sin dificultades,mantuvieron hasta la llegada del peronismo. Al comien-zo, la disputa estuvo marcada por el enfrentamiento en-tre anarquistas y socialistas; si bien juntos conformaron,en 1901, la Federación Obrera Argentina (FOA), pocodespués, los socialistas la abandonaron y crearon laUnión Gremial de Trabajadores (UGT). La FOA se convir-tió en 1904 en FORA, que un año después declaró laadhesión a los principios del anarco comunismo, con locual condicionó la posibilidad de incorporar gremios querespondieran a otras tendencias ideológicas. En 1905,de una división del socialismo surgió un nuevo actor polí-tico e ideológico del movimiento obrero que disputaría suorientación: el sindicalismo revolucionario. Cuatro añosmás tarde, organizó la Confederación Obrera de la Repú-blica Argentina (CORA) e intentó, sin éxito, fusionarsecon la FORA, con el objetivo poco disimulado de despla-zar al anarquismo y controlar el movimiento obrero. Re-cién en 1915 el sindicalismo logró su propósito, al obte-ner la mayoría durante el IX Congreso de la FORA, momen-to en que el anarquismo había comenzado ya su declivey se abroquelaba en la FORA del V Congreso.

Con el arribo de Hipólito Yrigoyen al gobierno en1916 se generó una nueva relación entre el Estado y elmovimiento obrero orientado por el sindicalismo, carac-terizada por la predisposición al diálogo de las partes;sin embargo, no debe olvidarse que la conflictividad obre-ra hacia finales de la década de 1910 fue una de las másaltas de la historia argentina. En 1922, el sindicalismorevolucionario, incapaz de contener los conflictos con otrastendencias en el seno de la FORA del IX Congreso, creóla Unión Sindical Argentina (USA), pero, al incluir en susestatutos la prohibición de intervención de los partidospolíticos y proclamar la consigna de «todo el poder a lossindicatos», encontró una fuerte oposición en aquellosgremios orientados por los comunistas, como la Federa-ción Gráfica Bonaerense y la Federación Obrera Local.En1926, tras constantes conflictos, los gremios comunis-tas se marcharon de la USA que ahora quedaba en ma-nos del sindicalismo revolucionario, inaugurando un pe-riodo de clara debilidad del movimiento obrero organiza-do.

La constitución, desde 1880, de un espectro políti-co compuesto por el Partido Socialista, creado en 1896,el movimiento anarquista, las organizaciones sindicalis-tas o, desde 1918,los diversos grupos comunistas nosólo apuntó a orientar políticamente a los trabajadoressino a dotarlos de una ideología claramente definida entorno a la transformación de la sociedad y, en algunoscasos, a la autoconciencia y la lucha de clases. Si biencada uno de estos sectores políticos compartía el sujetode interpelación (los trabajadores), sustentaban postu-ras diferentes sobre los caminos para transformar la so-ciedad argentina.

Así como los socialistas se inclinaron por motori-zar una propuesta de lucha no violenta, gradual y paula-tina, en la cual los trabajadores extranjeros debían con-

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vertirse en ciudadanos argentinos para integrarse al sis-tema político y transformarlo gradualmente desde aden-tro, obteniendo, por ejemplo, una legislación laboral protec-tora; los anarquistas se opusieron al sistema electoral,al parlamentarismo, y fueron partidarios de un trastroca-miento radical y violento del sistema capitalista, prego-nando la destrucción del Estado, aunque no aceptabanla lucha de clases pues violentaba el principío de la liber-tad y la soberanía individual. Con estas convicciones, losanarquistas se adaptaron bien a la sociedad cosmopoli-ta de comienzos del siglo xx y lideraron la protesta deunos sectores populares poco preocupados por las elec-ciones, e incluso trascendieron el conflicto obrero al en-cabezar uno de los escasos movimientos de nuestra his-toria vinculados al consumo: la huelga de inquilinos. Enefecto, en 1907 se produjo, durante dos meses, tanto enBuenos Aires como en Rosario, una singular protesta delos habitantes de los conventillos, que exigían una rebajaen el precio de los alquileres y mejoras en las condicio-nes de habitabilidad. Más de 200 mil inquilinos, alenta-dos fervientemente por los activistas libertarios, mientrasde resto de los agrupamientos políticos sólo atinaba alapoyo discursivo, dejaron de pagar los alquileres y reali-zaron varias movilizaciones compuestas por miles depersonas, especialmente mujeres y niños, por diversascalles de la ciudad, lo que causó un fuerte impacto en elresto de la población.

Por su parte, los sindicalistas revolucionarios plan-teaban que la base de la organización y la acción era elsindicato. Como los anarquistas, rechazaban la políticaparlamentaria aunque, a diferencia de aquéllos, no veíanproblemas en negociar con el gobierno si ello favorecíaenúltima instancia a las organizaciones sindicales. Si lossocialistas abogaban por el gradualismo, los anarquistas

por la destrucción violenta del sistema y los sindicalistasrevolucionarios por el fortalecimiento del gremio, los di-versos grupos comunistas -conformados a partir del es-tallido de la Revolución Soviética y producto de despren-dimientos del socialismo o del anarquismo, que en 1920confluirían en la formación del Partido Comunista-, aun-que variaron sus tácticas en numerosas oportu-nidadesy sufrieron los vaivenes de la política externa de la UniónSoviética, plantearon la lucha de clases y la for-maciónde un partido de clase como objetivo básico.

Fueron estos agrupamientos políticos, a partir de laconvicción y la perseverancia de sus militantes, quienescrearon una cultura de izquierda y dotaron al conjunto delos trabajadores de sus ritos, símbolos y formas de orga-nización y manifestación. Cientos de activistas ypropagandistas recorrían una y otra vez el país con elobjeto de crear sociedades gremiales y centros cultura-les allí donde no existían; decenas de periódicos gremia-les e ideológicos informaban sobre diversos aspectos delmundo del trabajo y ponían en locución la cuestión obre-ra. Círculos culturales, centros de estudios y una ampliared asociativa se complementaban con la prensa y, aun-que con dificultades, intentaban construir una cultura al-ternativa a partir de la organización de conferencias, es-cuelas, bibliotecas y actos recreativos de diversa índole.Allí, los trabajadores creaban sus espacios de sociabili-dad: efectuaban representaciones teatrales,bailaban,cantaban, se educaban, entonaban sus himnos, desple-gaban sus símbolos

Pero, sin dudas, la construcción simbólica y ritualmás significativa fue la celebración del 1° de Mayo, fechatrascendental del calendario de la izquierda y motivo dela protesta obrera con mayor grado de conciencia. Aun-que con diferencias interpretativas, todas las tendencias

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obreras adoptaron esta fecha como propia desde el mis-mo momento en que la Internacional Socialista reunidaen el Congreso de París la declaró, en 1889, como lacelebración de la clase obrera en homenaje a los lideresobreros ajusticiados en Chicago dos años antes. Esteacto se constituyó en una instancia propia de la claseobrera argentina y en una manifestación deliberada queponía en evidencia el costado voluntario de la construc-ción de la clase obrera. Era un espacio de conquistaritual y simbólica, un lugar de cohesión de los interesesobreros, pues allí se representaban todas las aspiracio-nes y reivindicaciones de los trabajadores, fueran políti-cas, ideológicas, culturales o sociales.

Claro que las corrientes ideológicas asignaban dife-rentes sentidos al Iro de Mayo. Para el socialismo setrataba de una jornada festiva en la que los trabajadoresse manifestaban pacíficamente y reclamaban sus mejo-ras. El anarquismo, en cambio, demostró siempre unaprofunda aversión hacia esa concepción, pues la fechano podía tener un carácter festivo porque desviaba la ver-dadera significación de la protesta, considerada una jor-nada de luto y dolor por los centenares de trabajadoresencarcelados, muertos y heridos por la «explotación ca-pitalista».

Desde comienzos del siglo XX, esta manifestacióntrascendió el espacio cerrado para proyectarse en la geo-grafía abierta de la ciudad. Todos los años, las agrupa-ciones obreras realizaban movilizaciones callejeras endonde los diferentes gremios, federaciones y organiza-ciones políticas se nucleaban con sus pancartas, ban-deras y símbolos identificatorios en las plazas Lorea,Mazzim, Constitución o Miserere (Once) convertidas enlugares paradigmáticos de concentración. Desde allí serecorrían calles y avenidas, mostrándose a los otros comoun actor social que centralizaba en ese acto todos sus

reclamos, tanto las reivindicaciones de carácter econó-mico (mayores salarios, descanso dominical, jornada deocho horas, leyes protectoras) como las políticas (dero-gación de las leyes represivas, libertades, derecho deasociación gremial y política).

Esas manifestaciones reflejaban el grado de organi-zación y lucha del movimiento obrero; a veces fueronimponentes y en ocasiones carecieron de significación.Pero nunca pasaron desapercibidas para las autorida-des, que siempre las controlaban desde cerca y, en nu-merosas oportunidades, reprimieron con dureza a los tra-bajadores, como ocurrió en 1904 y, especialmente, en1909, cuando la represión policial provocó la muerte devarios manifestantes. La respuesta de las organizacio-nes obreras fue inmediata: declararon la huelga generalpor tiempo indeterminado y llevaron adelante una de lasprotestas solidarias más significativas del periodo, he-cho conocido como la Semana Roja. Las demandas in-cluían el esclarecimiento sobre los responsables de larepresión y su castigo así como la abolición del Códigode Penalidades porteño. La huelga duró una semana,tuvo su epicentro en la ciudad de Buenos Aires y se ex-tendió hacia Rosario y a varias ciudades del interior de laprovincia de Buenos Aires. La capital quedó paralizadapor el cese casi total de actividades. Miles de trabajado-res adhirieron espontáneamente y organizaron piquetespara impedir que los sectores patronales utilizaran rom-pehuelgas. La policía volvió a reprimir a los manifestan-tes en el sepelio de las víctimas del 1° de Mayo, lo queprovocó nuevas muertes e incrementó la indignación delos trabajadores. Finalmente, el gobierno decidió nego-ciar con el Comité de Huelga y cedió ante algunos de losreclamos: se abolió el Código de Penalidades, se liberóa los detenidos durante esa semana y se reabrieron loslocales y periódicos obreros. Si bien algunos sectores

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estaban insatisfechos por no haber logrado el castigo alos responsables, otros vivieron el desenlace como untriunfo.

Tanto la celebración del 1°de Mayo como las caracte-rísticas de las instituciones obreras formaban parte deuna cultura de izquierda internacionalista acorde con elfuerte cosmopolitismo de la clase obrera argentina deentonces, pero también vinculada a la convicción de quela transformación de la sociedad era un hecho en el quedebía estar involucrado el conjunto de los trabajadoresdel mundo. Por eso, por un fuerte espíritu de solidaridadde clase y de convicciones políticas, fue frecuente la rela-ción con instituciones de otras latitudes así como quelas federaciones se solidarizaran con causas lejanas, nosólo a partir de declaraciones sino también de medidasconcretas, como la huelga general realizada en 1909 porla FORA en protesta por el fusilamiento del educador cata-lán Francisco Ferrer en España o la formidable campañaen los años veinte para anular las condenas a muerteque el gobierno norteamericano había impuesto a losobreros Nicola Sacco y Bartolomé Vanzetti. En efecto,en el transcurso de cuarenta días, entre el 15 de julio y el23 de agosto de 1927, se realizaron cuatro huelgas ge-nerales y varios mítines públicos en las plazas Congresoy Once, que lograron el raro fenómeno de unir a comunis-tas, anarquistas, socialistas y sindicalistas detrás de lainfructuosa defensa de Sacco y Vanzetti.

Las manifestaciones de carácter internacionalistay de solidaridad de clase fueron, sin duda, importantes,pero sólo significaron un segmento cuantitativamentepequeño de la protesta y movilizaron escasamente alconjunto de los trabajadores. La gran mayoría de los con-flictos estuvo vinculada a los reclamos estrictamente gre-miales. Fue en las grandes ciudades como Buenos Ai-res y Rosario, que en el lapso de medio siglo habían

modificado de manera radical su población original, o endecenas de ciudades intermedias de la región pampeana-como Junín, Zárate, Campana, Pergamino, Berisso, Ba-hía Blanca, Mar del Plata, La Plata- así como también envarias localidades del interior -Córdoba, Tucumán, SantaFe en donde se hicieron visibles las primeras protestasde trabajadores. A partir de los años ochenta y por variasdécadas, tales protestas se convirtieron en manifestacio-nes inherentes al mundo del trabajo en la Argentina yfueron las expresiones del descontento e insatisfacciónde los trabajadores frente a las condiciones de trabajo(salarios, accidentes, hacinamiento), de vida (vivienda ysalud), la represión y por el derecho de agremiación.

Junto a esas expresiones, y del mismo modo quehabía ocurrido en numerosos países europeos, los traba-jadores locales, guiados por activistas libertarios y so-cialistas, conformaron sus primeras instituciones deautodefensa y de lucha (sociedades mutuales, gremia-les, culturales y de prensa). Paralelamente, las organi-zaciones obreras manifestaron de diversas formas sudescontento y sus reclamos a través de una serie derepertorios de confrontación novedosos para el país, perocon una larga tradición bien consolidada en el viejo con-tinente desde fines del siglo XVIII y comienzos del XIX:huelgas, boicots, sabotajes y manifestaciones calleje-ras. Todas estas formas de protesta sirvieron para ejer-cer su presión sobre los empresarios y las autoridadesdel Estado tanto para mejorar sus condiciones laboralescomo para exigir el derecho a la organización.

De todas las formas de protesta mencionadas,lahuelga fue la herramienta de lucha más utilizada por lostrabajadores y sus organizaciones y se convirtió en lacaracterística saliente de la protesta popular durante todoel siglo XX, aunque en las últimas dos décadas su pesoha declinado sensiblemente a causa de la notable

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desestructuración y reconversión del aparato productivo.Las hubo parciales y generales, reivindicativas y solida-rias, pacíficas y violentas, de carácter meramentereivindicativo y políticas. De algún modo se fue definien-do una forma de exteriorizar la protesta que tendría per-durabilidad. La huelga se iniciaba con la presentación deun petitorio en el que se expresaban claramente las de-mandas; si la respuesta era negativa, los trabajadoresabandonaban las tareas. Si bien en numerosas ocasio-nes los conflictos se desarrollaron de manera pacífica,en otras, el rechazo de los reclamos inducía a los traba-jadores a apostarse en los al rededores de las fábricas ya conformar piquetes de huelga para impedir la entradade quienes no adherían a la medida de fuerza o, en elcaso de que los hubiera, atacar a los rompehuelgas con-tratados por las empresas. Al mismo tiempo, la policíaintensificaba la vigilancia; en no pocas ocasiones impe-día la reunión de los manifestantes y muchas veces laconfrontación terminaba con una vio lenta represión.

Junto a la huelga, los gremios, especialmente aque-llos orientados por anarquistas, recurrieron frecuentemen-te al boicot, que implicaba el llamamiento de la pobla-ción a no consumir los productos de la empresa en con-flicto. El boicot no se utilizó en el sentido de los movi-mientos de consumo, sino como una herramienta de lu-cha que reforzaba las demandas y complementaba lahuelga. Esta táctica fue adoptada como medio de luchadurante el primer congreso de la FOA en 1901, y esemismo año se aplicó por primera vez por los obreros dela fábrica de cigarrillos La Popular, en protesta por el mal-trato patronal. Durante las dos primeras décadas del si-glo XX, las organizaciones obreras lo usaron con frecuen-cia en numerosas empresas con las que manteníanenfrentamientos de carácter gremial. Así, cervecerías,panaderías, confiterías, dulcerías, fábricas de cigarrillos

y de fósforos, entre otras, se vieron perjudicadas por laaplicación del boicot obrero. La falta de datos al respectono ayuda a determinar el éxito o el fracaso de esta medi-da de lucha. Aunque hay indicios en las memorias em-presariales que permiten suponer que a veces los gre-mios lograron imponer sus demandas, parecería que enla mayoría de los casos pasaron inadvertidos para la po-blación. Por otra parte, esta medida sufrió bastante des-prestigio, pues en algunas oportunidades la utilizaron al-gunos gremialistas para extorsionar a las empresas conel objeto de obtener dinero para sus organizaciones ypor otros inescrupulosos para obtener beneficios perso-nales. El boicot fue condenado por el Partido Socialistaen su congreso de 1919, que recomendó el control yreglamentación de su aplicación y la propia FORA anar-quista decidió en su X Congreso en 1928 abolirlo comoarma de lucha debido a su manipulación ya los inconve-nientes creados alas organizaciones gremiales.

Con las huelgas hay menos dudas en cuanto a susresultados. Existen cifras de número de huelgas, de huel-guistas, de jornadas perdidas, de acuerdos y de conve-nios firmados. y también están las estadísticas y memo-rias oficiales, los boletines empresariales o los informesde prensa para confirmar la mayor o menor importancia yla magnitud de los conflictos.

En la Argentina se produjeron numerosas huelgasparciales y generales, notoriamente menos en el campoque en las áreas urbanas. En el espacio rural bonaeren-se pampeano las diversas organizaciones gremiales,impulsadas por anarquistas y sindicalistas, intentaronorganizar a los trabajadores rurales, lo cual hicieron conrelativo éxito debido tanto al carácter estacional del em-pleo rural, que hacia muy dificultoso construir sindicatosy mantener las redes de solidaridad, como a la diversi-

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dad de labores y los intereses entrecruzados que podíanmanifestar los peones, los carreros y los propioschacareros. En efecto, cuando estos últimos protesta-ron en 1912 por el alto precio de los arrendamientos, nose aliaron con los peones quienes, a su vez, cuando pro-tagonizaron sus conflictos se vieron enfrentados a loschacareros.

Las protestas rurales fueron escasas durante la pri-mera década del siglo XX y recién en el conflictivo ciclode 1917 -1921 se produjeron algunas luchas importantesque se focalizaron en zonas y oficios determinados. Peo-nes de máquinas trilladoras, estibadores y carreros reali-zaron huelgas en el norte fluvial bonaerense (Baradero,San Pedro); peones y braceros, en el sur de la provincia(Tres Arroyos); peones, braceros, estibadores y carreros,en el este y sur de Córdoba y en el sur de Santa Fe. Lasprotestas se realizaban generalmente en el momento dela cosecha presentando pliegos de condiciones con lasreivindicaciones (aumentos salariales, duración de la jor-nada, condiciones de trabajo, reconocimiento de susorganizaciones). Los reclamos se dirigían principalmen-te a empresarios de transporte y maquinarias agrícolas,a cerealistas y, en menor medida, a los chacareros. Alcomienzo de la década de 1920, estas protestas tendie-ron a decaer y a ceder ante las presiones patronales ygubernamentales.

Por su parte, en 1912, los chacareros arrendatariosprotagonizaron un importante conflicto en las zonasmaiceras del este de Córdoba, norte de Buenos Aires ysur de Santa Fe. La protesta, conocida como el Grito deAlcorta, tuvo su causa profunda en la caída del precio delmaíz, que llevó a los chacareros a exigir a los estancie-ros ya las compañías colonizadoras arrendamientos másbajos y contratos más largos. A comienzos de ese añose conformó la Sociedad Cosmopolita de Agricultores y,

poco después, una asamblea de 2 mil agricultores reuni-dos en Alcorta declaró el paro de actividades ( cese deroturaciones y siembra) por tiempo indeterminado. Antela negativa de los grandes propietarios, la protesta seextendió rápidamente a las zonas mencionadas y, unosmeses después, debido a la necesidad de unir esfuer-zos, los diversos comités de lucha y sociedades dechacareros se constituyeron en la Federación AgrariaArgentina.

Aunque de dimensiones y características diferen-tes, también se enmarcan en el conflicto rural las protes-tas obreras realizadas en el norte chaqueño y en laPatagonia. En el primer caso se trata de los conflictosprotagonizados entre 1919 y 1921 por los trabajadoresvinculados a la Forestal Argentina, empresa poseedorade cerca de 2 millones de hectáreas de tierra destinadasa la explotación de madera y tanino. Allí, como se haexpresado, las condiciones de trabajo eran particularmen-te duras para los miles de obrajeros-hacheros y peonesde playa procedentes de Corrientes, Santa Fe, Chaco,Santiago del Estero y Paraguay. La formación de la Fe-deración Obrera del Tanino y de otros centros obrerosactivó la protesta que comenzó con la presentación depliegos de condiciones que denunciaban los magros sa-larios, las largas jornadas laborales, el encarecimientode los productos alimenticios, la desocupación y la faltade libertad. Huelgas, manifestaciones y sabotajes ca-racterizaron la protesta, que finalmente fue neutralizadapor la presión de las empresas y la fuerte represíón ejer-cida por la gendarmería.

En la Patagonia, la característica dominante era elalto grado de concentración de la tierra y la explotaciónextensiva del ganado ovino en las grandes estancias dise-minadas por el amplio territorio patagónico. Se explota-ba la lana y la carne para la exportación y se faenaba en

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los frigoríficos costeros. La mano de obra (peones, tra-bajadores de frigorífico, empleados de comercio) prove-nía de Chile, de diversas provincias y también de Euro-pa. Las labores rurales eran de carácter estacional y seconcentraban en la primavera, cuando se realizaba la es-quila y, en el verano, con la marcación y la selección deanimales. Durante el resto del año sólo se necesitabangrupos de peones para cuidar las majadas. Las condi-ciones de vida y de trabajo eran pésimas: precarias vi-viendas, escasa alimentación, salarios bajos, uso de va-les, malos tratos. Esta situación empeoró durante la Pri-mera Guerra Mundial, debido al descenso de los preciosinternacionales de la lana y de la demanda. Los estan-cieros recurrieron a la reducción de costos, contratandomenos peones y bajando los salarios, con lo que genera-ron un profundo malestar.

La protesta irrumpió en la primavera de 1920 comouna extensión del conflicto mantenido por carreros ymarítimos y por la propaganda de la Sociedad Obrera deOficios Varios de Río Gallegos, adherida ala FORA del IXCongreso, que organizó a los peones. Presentación depetitorios, huelgas parciales, actos violentos de represa-lia y la intervención del ejército caracterizaron la protestadurante un largo año en el que no se obtuvieron resulta-dos positivos para los trabajadores. En la primavera de1921 estalló finalmente la huelga general, apoyada poranarquistas y sindicalistas, que paralizó el trabajo en todala región y contó con una activa participación de sus ac-tores, que, en ocasiones, recurrieron a la violencia (ocu-pación de estancias) ante la arbitrariedad patronal y gu-bernamental. En efecto, los llamamientos de la Socie-dad Rural y de la Liga de Comercio a la represión, favore-cidos por la ambigüedad del gobierno de Yrigoyen, gene-raron la participación del ejército así como de las guar-

dias blancas de la Liga Patriótica. De esta forma sedesencadenó una inédita represión, que apeló a la apli-cación de la ley marcial y a fusilamientos sumarios, loque provocó la derrota de la protesta y centenares devíctimas enterradas en fosas comunes.

En las áreas urbanas, hasta 1901 se llevaron a caboúnicamente huelgas de carácter parcial, principalmenteen el transporte (ferrocarril, carreros), la manufactura, laconstrucción y el puerto. A partir de ese año hicieronirrupción las huelgas generales que hasta 1930 fuerondieciocho. Nueve de ellas se realizaron entre 1901 y 1910,impulsadas por los anarquistas, y en menor medida, porlos socialistas. Las huelgas generales fueron masivasen 1902, 1907 y 1909, y tuvieron distinto grado de adhe-sión en los casos restantes. En las dos décadas si-guientes, las huelgas fueron convocadas por las diversascentrales en las que se dividía el movimiento obrero (FORAdel V y del IX Congreso, COA, USA), aunque fueron losanarquistas quienes las impulsaron con mayor convic-ción. Prácticamente todos los paros generales realiza-dos entre 1910 y 1930 fueron parciales y limitados alámbito de la ciudad de Buenos Aires. La noción de soli-daridad de clase fue clave para articular la protesta quese exteriorizaba con las huelgas generales. A ella se su-maba la visión internacionalista, la idea de que la huelgaera un acto colectivo de carácter universal cuyo objetivoera hacer visible el poder de los trabajadores. La clave dela acción colectiva era la denuncia de las acciones repre-sivas de los sectores dominantes; así, la represión poli-cial en una manifestación, el encarcelamiento y la muer-te de militantes obreros, la aplicación del estado de sitiou otras leyes represivas eran todos elementos que ac-cionaban la solidaridad obrera.

En 1901, el motivo de las huelgas generales fue laprotesta por la muerte de un obrero en la refinerìa de

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azúcar de la ciudad de Rosario y en 1921, el asesinatode varios obreros a manos de la Liga Patriótica. En 1909,la causa fué la represión de la manifestación anarquistadel 1º de Mayo; ese mismo año se produjo otra, de esca-sa magnitud, en repudio de al fusilamiento de FranciscoFerrer en España. En 1927 se realizaron cuatro huelgasgenerales de alcance parcial en solidaridad con Sacco yVanzetti. En 1902, el motivo de la protesta general fue lasolidaridad con los trabajadores portuarios, en 1907, conlos obreros en huelga en el puerto de Ingeniero White yen 1919, con los trabajadores de la empresa metalúrgicaVasena. En 1905, el motivo fue la aplicación del estadode sitio (recurso constitucional que permitía la represiónpreventiva cuando el Estado establecía que se podìa pro-ducir una conmoción pública); en 1908 y 1910, las huel-gas generales se realizaron en oposición a la aplicaciónde la Ley de Residencia sancionada en 1902, que permi-tía la expulsión de los extranjeros «indeseables». En 1923se convocó a una huelga general de protesta contra elasesinato en la cárcel del anarquísta alemán KurtWilkens, detenido por haber asesinado al coronel Varela,jefe de las fuerzas del ejército que habían reprimido a lospeones patagónicos. En 1924, el paro general decretadopor la USA tuvo motivos absolutamente diferentes: setrató del desacuerdo de las organizaciones obreras conla sanción del proyecto de ley de jubilaciones, que impli-caba, a su criterio, «un principio de pertubación en elseno de la clase trabajadora». La USA se oponía al des-cuento de los salarios obreros para garantizar la forma-ción de una caja previsional pues suponía que eso depri-miría al salario.

Las organizaciones que convocaban a las huelgasgenerales tenían posturas diferentes ante este medio delucha, pues no era aceptado sin debate en el seno de lasfederaciones gremiales. Los más intransigentes y quie-

nes privilegiaban la huelga general como acción de luchaeran los anarquistas nucleados en la FORA, pues pen-saban que contribuiría al advenimiento de la revoluciónsocial. Para ellos, la huelga general era un momento deinflexión en el combate contra el sistema capitalista yencarnaba bien el espíritu de urgencia revolucionaría. Noera interpretada como una herramienta para obtener me-joras generales para los trabajadores sino como un armarevolucionaria para transformar radicalmente la sociedad.Los socialistas y la UGT no consideraban la huelga ge-neral como un mecanismo de transformación radical; encambio, eran partidarios de una acción gradual y organi-zada y frecuentemente rechazaron la posibilidad de con-vocar a la huelga general. No se trataba de una cuestiónde principios, sino que debía servir a los fines de los tra-bajadores; por eso sólo apelaban a ella cuando las condi-ciones eran favorables y las circunstancias lo requerían(por ejemplo, en ocasiones excepcionales como la apli-cación del estado de sitio y la supresión de garantíasconstitucionales) .En algunas oportunidades, como en1907 y 1909, se vieron obligados a confluir con losanarquistas pero estableciendo claros límites a la pro-longación temporal de la medida. Los sindicalistas creíany usaban la huelga general pero en un sentido diferenteal del anarquismo: la entendían como un arma para ex-tender y exteriorizar la protesta obrera y también comouna táctica encaminada a presionar a empresarios y go-bierno. Se trataba de utilizar la huelga general para obte-ner las reivindicaciones reclamadas por los trabajadores.

Al margen de las huelgas generales y de los resul-tados obtenidos, el movimiento huelguístico y de protes-ta en la Argentina se vinculaba centralmente a las condi-ciones de trabajo, a la cuestión salarial, al crecimientodel gremialismo ya diferentes aspectos críticos de lascoyunturas socioeconómicas. Hubo dos momentos en

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los que la protesta adquirió connotaciones importantes yque se destacaron claramente del resto. El primero com-prende el período entre los años 1902 y 1907, en el quese realizaron más de 1.300 huelgas, las más importan-tes protagonizadas por portuarios, carreros, cocheros yferroviarios. Estas huelgas se originaron en causas diver-sas, algunas fueron de carácter solidario pero la mayoríase relacionó con la demanda de aumentos salariales; elresto exigía la jornada de ocho horas, el descanso domi-nical, la libertad de los presos obreros, el derecho deasociación o la oposición a la ley de Residencia, a losdespidos, a la aplicación de multas, al maltrato patronal,al trabajo a destajo, al trucksystem (sistema de vales).

Si bien con matices, las huelgas y la protesta obre-ra en términos generales así como sus manifestacionesideológicas, fueron percibidas como una amenaza con-tra el orden social y político por parte de la elite gober-nante. En un primer momento, reaccionó con la repre-sión policial y la instrumentación de medidas destinadasa combatir al anarquismo, como la sanción de la Ley deResidencia y la aplicación del estado de sitio. Sin aban-donar estas políticas, lentamente comenzaron aarticularse respuestas que buscaban integrar a los tra-bajadores a mecanismos institucionales, entre los quedebería agregarse la sanción del sufragio obligatorio ysecreto masculino en 1912. Esos mecanismos busca-ban regular las acciones colectivas de los trabajadores ymarcar ciertos límites al poder de los empresarios. Asíse sancionaron las primeras leyes de carácter laboral y,en 1907, se creó el Departamento Nacional del Trabajo,destinado a investigar las causas de los conflictos asícomo a regularlos. Estas medidas eran sólo leves palia-tivos puesto que, además de insuficientes, sólo teníanvigencia limitada en la ciudad de Buenos Aires y en los

territorios nacionales, mientras el resto del país, y enespecial las áreas rurales, quedaba fuera de su alcance.Más allá de estas restricciones, las primeras políticassociales fueron en buena medida una respuesta a la pro-testa obrera. El segundo periodo de auge de la protestacomprende los años 1917 a 1921; sin duda, el de mayorconflictividad en toda esta etapa. Si bien abarcó diversaszonas del territorio del país, la mayor parte se desarrollóen Buenos Aires. La protesta obrera de estos años seenmarcó en una coyuntura particular relacionada con laPrimera Guerra Mundial, que derivó en la existencia desaldos migratorios negativos desde 1913. Este hechoacabó con la oferta excedente de mano de obra y fortale-ció las demandas gremiales. Por otro lado, en algunosmomentos de la coyuntura se produjo un deterioro delsalario que incrementaron los reclamos. Esto se dio enun contexto en el que la experiencia organizativa acumu-lada desde fines del siglo XIX y el impacto de la Revolu-ción Bolchevique de 1917 estimularon el clima ideológi-co de cuestionamiento a los sectores patronales, espe-cialmente debido al fuerte activismo de clase de éstos através de organizaciones como la Asociación Nacionaldel Trabajo, la Sociedad Rural o la Bolsa de Comercio,que intervenían activa y agresivamente en los conflictos,ya fuese presionando al gobierno para que reprimiera alos trabajadores en conflicto u organizando activamentea los rompehuelgas para vencer la resistencia obrera.

Durante ese lustro se produjeron 965 huelgas queinvolucraron a 851.831 huelguistas, lo que significó unapérdida de más de 11 millones de jornadas de trabajo.Estos conflictos se produjeron en sectores clave, ferro-viarios, marineros y foguistas, que tenían la virtud de para-lizar el tráfico agroexportador; y también en sectores co-mo los frigoríficos y los empleados y los obreros munici-

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pales, no menos importantes por su peso económico ypor sus implicaciones políticas. En 1917 fueron a la huel-ga los marineros y foguistas nucleados en la poderosaFederación Obrera Marítima (FOM), en demanda de au-mentos de salarios, aplicación de la jornada de ocho ho-ras y mejoras en las condiciones de embarque (higiene yalimentación). Los ferroviarios, bajo la conducción de LaFraternidad, que agrupaba a los conductores de locomo-toras, y la Federación Obrera Ferroviaria (FOF), presen-taron un pliego de condiciones con diversos reclamos.Los municipales lo hicieron en demanda de aumentossalariales y los obreros frigoríficos reivindicando cuestio-nes salariales y de condiciones de trabajo.

De una u otra forma, estos conflictos duraron variosaños e hicieron emerger diversas cuestiones: en primerlugar, el fortalecimiento de las organizaciones gremialescomo la FOM, la FOF, La Fraternidad o los obreros yempleados municipales, las cuales, más allá del signoideológico (sindicalista o socialista) que ostentara suconducción, estaban en condiciones de negociar tantocon empresarios como con el Estado. El gran problemadel mundo gremial seguía radicando en la persistenciade la división ideológico-política y tanto anarquistas comocomunistas, sindicalistas y socialistas privilegiaban susdiferencias a sus posibles puntos en común. Esta ten-dencia a la dispersión del movimiento obrero significó unimpedimento para encarar acciones comunes. En segun-do término es de destacar el nuevo rol desempeñado porel Estado. Si bien el gobierno de Yrigoyen no profundizódemasiado la legislación social iniciada por los conser-vadores, introdujo un cambio importante en la forma deconducir los conflictos. El presidente impulsaba la in-tervención del Departamento Nacional del Trabajo oparticipaba como mediador personalmente. De esta

forma,obligó en varias ocasiones a los empresarios aceder ante las presiones sindicales; esto ocurrió con lashuelgas marítimas y en algunas ferroviarias. Sin embar-go, cuando no podia resolver los conflictos debido a laintransigencia patronal persistía en actitudes represivashacia los trabajadores, como ocurrió con las huelgasmunicipales, en los frigoríficos, en algunas ferroviarias oen la ya mencionada huelga de los peones patagónicos.Por último, es importante señalar la fuerte intoleranciade las organizaciones patronales, que actuaban comoverdaderas entidades de clase ante las reclamacionesobreras y la acción del gobierno. En cada gremio en lu-cha creían percibir las avanzadas del maximalismo y encada oportunidad en que el gobierno decidía laudar demanera favorable a los reclamos gremiales, las entida-des empresarias lo rechazaban tajantemente y lo acusa-ban de estar en connivencia con los sindicatos.

Fue en este clima de turbulencia social -agravadopor un contexto internacional en el que la RevoluciónSoviética y los estallidos en Alemania y Hungría en mar-caban una coyuntura revolucionaria-, de contradiccionesmilitantes, de ambigüedades gubernamentales y de te-mores e intolerancia patronales en donde estalló el con-flicto conocido como la Semana Trágica que, quizás, fuela protesta obrera más importante hasta el Cordobazo en1969.

En enero de 1919, mientras se desarrollaba unahuelga en demanda de aumento de salarios y reducciónde la jornada laboral en los talleres metalúrgicos Vasena,se produjo un incidente entre huelguistas y rompehuel-gas, que finalizó con una represión policial que provocóvarios muertos. Inmediatamente, la FORA del V Congre-so (anarquista) llamó a la huelga general para el día 9 de

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enero, a la que se incorporó de manera ambigua la FORAdel IX Congreso (sindicalista). Durante todo el dia se pro-dujeron incidentes entre piquetes de huelguistas y lapolicía, hasta que esta última reprimió el cortejo fúnebrede las víctimas obreras anteriores, provocando nuevasmuertes entre los manifestantes. El impacto de los acon-tecimientos fue notable y se agravó con la ola de rumo-res injustificados lanzados por los sectores de la dere-cha conservadora sobre un inminente «complot ma-ximalista». El ejército intervino de manera unilateral y elgobierno primero intentó hallar una salida negociada paraluego optar por la represión no sólo estatal sino tambiénparaestatal, en tanto que alentó ala acción a grupos deciviles a los que dejó actuar libremente. Estos grupossaquearon locales obreros, golpearon a manifestantes yatacaron el barrio judío del Once. Por su parte, el movi-miento obrero manifestó durante el conflicto posturas di-ferentes. Mientras los anarquistas vinculados a la FORAdel V Congreso intentaban sin éxito empujar el conflictohacia un movimiento insurreccional, los sindicalistas dela FORA del IX Congreso trataban, como habían hechosiempre, de evitar actos de violencia y encausar la nego-ciación con los empresarios y el Estado. Los socialis-tas, por su parte, usaban la tribuna parlamentaria paradenunciar la represión e intentaban también encaminarel enfrentamiento por canales pacíficos así como impul-sar una legislación laboral que evitara este tipo de estalli-dos.

De hecho, el impacto del movimiento huelguísticoacaecido entre 1917 y 1921 así como los sucesos de laSemana Trágica empujaron al gobierno a profundizar supolítica laboral. En principio, amplió las atribuciones delDepartamento Nacional de Trabajo al otorgarle funcionesde arbitraje y de policía laboral más definidas. Por otro

lado, envió diversas iniciativas laborales al Congreso: amediados de 1919 presentó varios proyectos referidos acontratos colectivos de trabajo, conciliación y arbitrajede conflictos y asociaciones profesionales. Dos años mástarde, el Poder Ejecutivo envió a las Cámaras un proyec-to de Código de Trabajo que profundizaba el rol reguladordel Estado y, si bien se asemejaba bastante al de 1904,se diferenciaba de aquel sustancialmente en que ate-nuaba notablemente los aspectos represivos al consa-grar el derecho de huelga y legalizar la sindicalización.

Finalmente, estos proyectos no fueron tratados enel Parlamento, poco interesado en reformas sociales, yla ausencia de conflictos graves durante el gobierno deMarcelo T. de Alvear (1922-1928) contribuyó a su olvido.Este descenso de la conflictividad social se vinculaba,principalmente, a una coyuntura económica favorable,caracterizada por el incremento sostenido de las expor-taciones y cierto descenso del costo de vida así como elconsecuente aumento del salario real, que mejoró relati-vamente los niveles de vida de los trabajadores. El resul-tado de esta situación, sumado a los constantesenfrentamientos entre las diversas tendencias obreras,repercutió en el movimiento huelguístico de reclamossalariales y mejores condiciones de trabajo, que des-cendió notablemente. Se mantuvo, en cambio, la intensi-dad de las protestas de carácter solidario aunque limita-das casi al mundo de la militancia obrera.

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2. Crisis e industrialización:el nuevo marco de la protesta,

1930-1955

La crisis económica, la profundización del procesode industrialización y la mayor intervención estatal con-tribuyeron a modelar la protesta social en un periodomarcado por el cuestionamiento a la democracia liberaly la consolidación de diversos proyectos políticos nacio-nalistas. La crisis de 1929 colocó el problema de la des-ocupación como un tema crucial, al menos en los prime-ros años de la década del treinta, y la consolidación deltrabajo fabril afianzó los repertorios de confrontación aso-ciados con el mundo del trabajo, como las huelgas. Elmayor peso social y político de los trabajadores, paraleloa la fuerte participación del Estado, contribuyó a unamayor integración de las clases asalariadas en el planosocial y político.

La fe en el progreso que la economía agroexportado-ra parecía sostener comenzó a ser cuestionada desde elestallido de la Primera Guerra Mundial, y algunos secto-res empezaron a plantear la necesidad de diversificar laeconomía e impulsar y profundizar el proceso de indus-trialización. La prédica a favor de la industria pudo ins-talarse porque la Primera Guerra Mundial creó dificulta-des para el abastecimiento de algunos bienes necesa-rios tanto para otras industrias como para el consumo y,además, porque ya era innegable el desarrollo de fábri-cas y talleres que abastecían el mercado interno.

Al mismo tiempo, muchas compañías que hastaese momento habían introducido los bienes terminadoscomenzaron a instalarse en el país, y cuando estalló lacrisis económica de 1929, que afectó tan duramente alos países del mundo occidental, se produjo unaprofundización del proceso de sustitución de importacio-nes. Nuevas fábricas se sumaron a las existentes y al-gunas de ellas se transformaron, ampliaron y reorganiza-ron para poder satisfacer los requerimientos de la de-manda. La industria textil creció notablemente, del mis-mo modo que la explotación petrolera y el sector de laconstrucción, que, a la vez, dio un importante impulso ala industria del cemento. Las firmas norteamericanas quehabían desembarcado en el país en la década previa con-solidaron su presencia en el panorama industrial local yse destacaron en los rubros metalúrgico y de maquina-rias (Remington Ran, Otis Elevator), automotor (Chrysler,General Motors), de artículos eléctricos (StandardElectric, General Electric, RCA Victor, IBM) y en la in-dustria farmacéutica y de tocador (Colgate, Parke Davis,Palmolive).

Las nuevas compañías y las empresas que seampliaban y renovaban se localizaron en la zona periféricade la ciudad de Buenos Aires conformando un primer cin-turón industrial, hacia donde se trasladaban los trabaja-dores. A su vez, las mejoras en los servicios de transpor-te urbano posibilitaron una mayor separación entre lasáreas de radicación de industrias y las viviendas de lasfamilias obreras. El crecimiento de la industria del cemen-to y las características de su explotación favorecieron laconstitución de lo que se ha denominado «sistema de fá-brica con villa obrera» en algunos lugares como Olavarría(provincia de Buenos Aires) o Frías (provincia de San-tiago del Estero). Del mismo modo, la explotación dehidrocarburos se realizó sobre la base de la unión del

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yacimiento petrolífero y el campamento, como sucedióen las zonas de Comodoro Rivadavia y Caleta Olivia, enlas provincias de Chubut y Santa Cruz.

El crecimiento de las actividades industriales favore-ció también la ampliación de las oportunidades laboralesy la relativa consolidación de los trabajadores de talleresy fábricas. Al mismo tiempo, el trabajo y las relacionescon los patrones variaron en algunas empresas, pues latransformación de las compañías implicó la introducciónde maquinarías y de formas de organización del trabajoque modificaban las relaciones más cercanas y perso-nales existentes en los pequeños talleres. Las mejorasen las instalaciones y en los métodos de elaboracióntuvieron consecuencias en la experiencia de trabajo, yaque se íntrodujeron métodos modernos de control de laefíciencia y el esfuerzo del trabajador. Como consecuen-cia de todos estos cambios, el obrero moderno adquirióperfiles más definidos, mientras que la figura del trabaja-dor que alternaba su trabajo con labores rurales o comocuentapropista fue perdiendo intensidad.

También en el campo se produjeron algunoscambíos. La agricultura, que desde fines del siglo XIX sehabía expandido con el cultivo de trigo, maíz, lino, avena,cebada y centeno, comenzó a retroceder durante la dé-cada del treinta. Todos los cultivos fueron afectados, es-pecialmente el de maíz. La disminución del área sem-brada fue acompañada por el aumento de las tierras des-tinadas a la ganadería, aunque es cierto que la coyuntu-ra de la Segunda Guerra Mundial amortiguó la tendenciaa tal reducción. La transferencia de tierras de una activi-dad a otra gravitó sobre la estructura ocupacional, puesla ganadería demandaba menos trabajadores que laagrícultura. Así, disminuyó el número de arrendatarios yse incrementó la desocupación de los peones rurales.

El desenvolvimiento de la economía fue bastantecomplejo y contradictorio, sobre todo cuando se desen-cadenó la crisis económica de 1929. La caída de losprecios agropecuarios afectó tanto a la agricultura comoa la ganadería. Mientras el aumento de los derechos deimportación favoreció a las industrias que transformabanlas materias primas producidas en el país (alimenticias,textiles), la desvalorización de la moneda perjudicó a lasque debían importar materias primas (metalúrgicas).

Inicialmente, los desajustes provocados por la cri-sis transformaron radicalmente los niveles de ocupación,que, según información oficial, afectó a 334 mil personasen 1932. El 44% de los desocupados eran trabajadoresagrícolas y jornaleros sin especificación de tareas y el37%, obreros industriales y del transporte. Más de la mi-tad de los desocupados estaban en la Capital Federal yen la provincia de Buenos Aires, y el resto en las de San-ta Fe, Córdoba y Entre Ríos. Sin embargo, el fenómenofue semejante a ñun movimiento sísmico, pues se sintiótambién en las tradicionales provincias expulsoras demano de obra, como las del Noroeste, las que incremen-taban la oferta de brazos con los peones golondrinas. Ladesocupación se convirtió en un dato que acompañó bue-na parte del periodo y lo diferenció notablemente de laetapa previa; aunque también es cierto que la recupe-ración económica comenzada en 1933 ayudó a mejorarlos niveles de empleo, sobre todo con la creciente activi-dad industrial.

Por diversas razones disminuyó la inmigracióntransocéanica, se acentuó la inmigración de los paíseslimítrofes (Bolivia, Paraguay) y se aceleró la migracióninterna. La disminución de la cantidad de inmigrantes yla llegada constante al litoral de trabajadores provenien-tes de las otras provincias argentinas modificaron tam-

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bién el perfil sociocultural de la mano de obra ocupadaen las diversas actividades. La industria de las grandesciudades, en particular Buenos Aires, atrajo a miles depersonas, que abandonaban las provincias y se radica-ban en las zonas adyacentes al puerto de Buenos Airesy en la periferia de esa ciudad. Ese crecimiento de lapoblación no estuvo relacionado con una adecuada ofer-ta de vivienda y se conformaron las «villas miserias», ba-rrios de viviendas sumamente precarias, donde en mu-chas oportunidades se recreaban las formas de vida exis-tentes en los lugares de origen de sus residentes.

La disminución constante de inmigrantes provocóla paulatina nacionalización de la mano de obra y la pérdi-da de cosmopolitismo de la clase obrera. Este procesono sólo fue provocado por el cambio en la relación extran-jeros/nativos, sino también por la creación de un espaciopara la recepción y difusión de las prácticas discursivasdel nacionalismo y por una mayor difusión de los conte-nidos relacionados con una corriente que podríamos de-nominar nativista.

En el plano político, la situación sufrió también pro-fundas mutaciones. El golpe militar del 6 de septiembrede 1930 puso fin ala experiencia democrática de los go-biernos radicales. Desde el gobierno de Uriburu, y prác-ticamente durante toda la década, los sindicatos orienta-dos por anarquistas y comunistas fueron perseguidos yempujados a la clandestinidad; sus líderes fueron encar-celados, torturados y obligados a exiliarse, y los extran-jeros considerados peligrosos por el régimen fueron de-portados. Se aplicaron sistemáticamente la ley marcialy el estado de sitio y se creó la Sección Especial de laPolicía, con el objetivo de «extirpar» el comunismo y per-seguir a los activistas de izquierda. La vida sindical delperiodo se desenvolvió entre la represión lisa y llana y

una mayor intervención gubernamental en las relacioneslaborales, pues desde algunas instituciones estatales sereconoció que los sindicatos podían tener un lugar su-bordinado en el proceso político.

En cuanto a las condiciones de trabajo, durante ladécada de 1930 persistieron los viejos problemas rela-cionados con la jornada laboral, los salarios y las condi-ciones de salubridad e higiene, aunque comenzaron apercibirse ciertos cambios. En algunas actividades -laindustria de la carne, por ejemplo-, las largas jornadasde trabajo, propias de períodos expansivos de la produc-ción, se convirtieron en jornadas inestables, en las queun día podía trabajarse 14 horas y en otro apenas 5 o 6horas. La inestabilidad de la jornada laboral estuvo en labase de las demandas para establecer la llamada garan-tía horaria. Con este mecanismo se buscaba establecertambién un salario que garantizara la subsistencia deltrabajador y su familia. Al mismo tiempo, y como la si-tuación de los trabajadores no era uniforme, comenzarona visualizarse los signos de los beneficios obtenidos poralgunas capas del mundo obrero. Los trabajadores másorganizados, como los ferroviarios, podían mostrar suslogros en materia de bienestar. Servicios de salud,proveedurías y áreas de descanso eran el producto de sumayor poder de negociación tanto por su importancia parael desenvolvimiento económico como por el grado de or-ganización que tenían.

De modo que la mayor organización de los trabaja-dores redundó no sólo en la consolidación de algunosgremios con poder como La Fraternidad (maquinistasferroviarios), sino también en la puesta en práctica deprogramas de asistencia social que buscaban fomentarsociedades de ayuda mutua, cooperativas y la instala-ción de consultorios médicos, odontológicos y legales

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para los afiliados. En algunos gremios se puso énfasisen la creación de escuelas técnicas y en la práctica dedeportes. Sin embargo, no todos los sindicatos teníanlos medios para organizar programas sociales, pues ca-recían de recursos. Debe considerarse que la afiliación alos sindicatos y el aporte de dinero no eran aún obligato-rios, razón por la cual muchas veces los gremios no po-dían concretar esas aspiraciones. En algunos casos, elaporte de los gobiernos municipales fue importante enesta materia, como sucedió con los trabajadores munici-pales de la ciudad de Buenos Aires, cuyo gobierno pro-veyó los elementos indispensables para levantar un cen-tro recreativo. Al promediar la década del treinta, algunosgremios también inauguraron centros de vacaciones enlas sierras de Córdoba.

Pero no sólo los trabajadores demandaron y reali-zaron aquellas relacionadas con su bienestar y el de susfamilias, las empresas también comenzaron a desarro-llar políticas, aunque limitadas, en ese sentido. Las com-pañías que constituían una unidad entre la fábrica y lavilla obrera construyeron viviendas y áreas de recreaciónpara sus empleados. Las grandes empresas como Grafa(textil), Swift y Armour (frigoríficos) y Ducilo (fibras sintéti-cas) crearon clubes sociales y deportivos que se suma-ron a los ya organizados por algunos sindicatos. Sinembargo, la inmensa mayoría de las fábricas y los talle-res carecían de estas áreas sociales.

Lo mismo sucedía en el interior del país. En algu-nas regiones, como en los obrajes de Santiago del Este-ro, norte de Santa Fe y Chaco o en los yerbales misione-ros, persistían las peores condiciones de vida y de traba-jo. La labor en los obrajes, algodonales, yerbales, inge-nios y canteras se caracterizaba por las jornadasextenuantes y la mala alimentación. Los trabajadoresestaban a merced de conchabadores y capataces que

abusaban de ellos en extremo, y eran expoliados por elendeudamiento que significaba el pago de sus salarioscon vales y la obligación de comprar mercaderías en lasproveedurías patronales aprecios abusivos. Como se hasostenído en el capítulo anterior, el pago de salarios conmercaderías era un sistema clave de la explotación capi-talista en estas zonas y se practicaba en los lugaresdonde el poder del patrón no estaba bajo la mirada aten-ta de las organizaciones gremiales y contaba con la com-placencia de las autoridades locales y nacionales. Inclu-so, se practicaba a pesar de los esfuerzos realizadospor algunos funcionarios del Departamento Nacional delTrabajo o de la acción de denuncia permanente de losdiputados socialistas en la Cámara de Diputados.

En estas regiones, la protesta colectiva fue casiinexistente y en numerosas oportunidades, quedaba enlos marcos de la resistencia individual ante los abusoscometidos, pues, la mayoría de las veces, ante el menorasomo de cuestionamiento de las malas condiciones devida y de trabajo, los asalariados eran despedidos y susfamilias desalojadas de los ranchos miserables. El po-der y la arbitrariedad de las empresas era posible porquelos intereses de las autoridades confluían con los de lascompañías y convertían las nociones de justicia, igual-dad y libertad en conceptos vacíos de sus componentesmás elementales.

Como se ha visto, la expansión de la industria hizomás visible la figura del trabajador industrial, hecho quetuvo consecuencias importantes en la organización yconsolidación de los gremios por industria y que condu-jo a la conformación de la Confederación General del Tra-bajo ( CGT) en 1930. Su creación puede interpretarsecomo el logro de la constitución de una organizaciónunificada que podía cohesionar la lucha sindical paraobtener los derechos económicos y sociales de los tra-

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bajadores. En la conformación de la CGT confluyeron launión Sindical Argentina, de tendencia sindicalista, y laConfederación Obrera Argentina, predominantemente so-cialista. La iniciativa de la unidad le correspondió a laFederación Obrera Poligráfica Argentina, que propuso lacreación de una central unificadora «para contrarrestar laofensiva del capitalismo». Sólo la FORA anarquista fuetotalmente refractaria a la unidad sindical.

Se ha señalado también que, durante las primerasdécadas del siglo XX, esas confederaciones gremialesno lograron agrupar la totalidad de los sindicatos exis-tentes y compitieron entre sí para afiliar a los trabajado-res, De algún modo, la militancia gastaba su tiempo, susenergías y sus recursos en combatirse mutuamente. Lasrazones de esa competencia eran políticas, pues habíadiferencias sobre las formas de combatir la explotación,de vincularse con los partidos políticos y con el Estado.Pese a las divergencias, todas las ideologías relaciona-das con el mundo obrero imaginaban necesaria la unidadpara combatir al capital, pero en la prácticas, las disi-dencias implicaban la existencia de múltiples identida-des políticas. En 1930 se logró esa unidad, aunque nose amortiguaron las disputas ideológicas -incluso laspersonales- entre sindicalistas, anarquistas, socialistasy comunistas. Como resultado de las disidencias se pro-dujeron nuevas divisiones en 1935 y 1943. Recién duran-te los gobiernos de Perón la CGT lograria mantener launidad, aunque a costa de perder la autonomía de susmiembros hasta convertirse en la ejecutora de las políti-cas gubernamentales en el movimiento sindical.

Aunque las organizaciones gremiales de la CGTplanteaban la necesidad de la unidad sindical, lo ciertoes que recelaban entre sí, ya fuese porque las conside-raban anarquistas o porque apoyaban a sectores críticos

u opositores dentro de la organización sindical opuesta.El proyecto de unidad determinaba el principio de inde-pendencia de los sindicatos de todos los partidos políti-cos y agrupaciones ideológicas, y establecía límites alos obreros con responsabilidades en la organización gre-mial para ocupar los cargos políticos a nivel nacional oprovincial. El proceso de unificación se concretó el 27 deseptiembre de 1930 luego del derrocamiento del presi-dente Yrigoyen y cuando comenzaban a sentirse las con-secuencias de la crisis económica.

La unificación se realizó con la hegemonía de lossectores sindicalistas y el predominio de la Unión Ferro-viaria; por eso pronto estallaron las tensiones entre so-cialistas y sindicalistas. Además en 1935, los comunis-tas, que habían ido consolidando su presencia en dife-rentes actividades industriales, abandonaron la tácticade «lucha de clase contra clase» y entraron en la CGTsocialista. Ese mismo año se produjo una importantecrisis en la Confederación, que barrió los deseos de uni-dad y agudizó la competencia entre sindicalistas y so-cialistas.

El gremio ferroviario estuvo en el foco de la tormen-ta debido a la actitud de la Unión Ferroviaria y de LaFraternidad ante la critica situación del sector. A raíz dela crisis económica de 1929, se había producido una im-portante declinación del tráfico en los ferrocarriles y, enconsecuencia, de las ganancias. Por esa situación, lasempresas querían despedir a seis mil trabajadores. Paraevitarlo, los dirigentes gremiales aceptaron la distribu-ción de las tareas entre el personal existente, la reduc-ción de la jornada laboral y descuentos en los sueldospara pagar al personal que se consideraba sobrante. Lasdecisiones se aceptaron a regañadientes y afectaron lacredibilidad de los sindicalistas, que hasta entonces ha-

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bían sido hegemónicos. La situación fue aprovechada porsocialistas y comunistas, que realizaron una activa cam-paña contra los dirigentes sindicales ferroviarios.

El conflicto ferroviario desencadenó la división de laorganización gremial y de allí surgieron la CGT Catamar-ca, con hegemonía sindicalista y la CGT Independencia,orientada por socialistas. La primera dependía de la Fe-deración Obrera Marítima y de la Federación de Obrerosy Empleados Telefónicos. La CGT socialista incluía sin-dicatos como la Unión Ferroviaria, La Fraternidad, la Fe-deración de Empleados de Comercio, la Unión Tranviariosy la Unión Obreros Municipales. Si la convivencia entresocialistas y sindicalistas fue complicada, no lo fue me-nos entre socialistas y comunistas. Aunque al inicio loscomunistas moderaron sus consignas y enfatizaron lanecesidad de la unidad, las brechas se abrieron cuandolos nazis invadieron la URSS durante la Segunda GuerraMundial. Los conflictos internacionales operaban tanto afavor de la acción conjunta de socialistas y comunistascomo de las discrepancias.

La Guerra Civil española y la campaña antifascistaofrecieron un amplio espacio para las coincidencias y eltrabajo conjunto en contra de la «opresión imperialista».La denuncia del imperialismo fue clave en la táctica delPartido Comunista y motivó varios roces con las postu-ras del socialismo. Pero cuando el ejército alemán inva-dió la URSS en 1941, los comunistas entendieron quese había modificado el carácter de la guerra, por la queabandonaron el lenguaje de denuncia del imperialismo ypromovieron la defensa de las democracias amenazadaspor el nazismo, entre las que incluían a la Unión Soviéti-ca. Esta postura parecía acortar las diferencias entrecomunistas y socialistas, pero perduraban otras razo-nes para mantener la discordia entre ellos. Las críticas

de los comunistas a la dirección cegetista sobre el «neu-tralismo político» y su diálogo con el gobierno eran unpunto de fricción importante. Las discusiones entre unosy otros se mantuvieron hasta que se produjo una nuevaseparación en 1943.

La CGT N° I se declaraba políticamente prescin-dente y estaba encabezada por Luis Domenech, quenucleaba a los gremios ferroviarios, tranviarios y cervece-ros. La CGT N° 2 era liderada por el socialista FranciscoPérez Leirós y apoyada por los gremios de la construc-ción, los gráficos, los empleados de comercio, los meta-lúrgicos y La Fraternidad. Las divisiones, enfrentamientosy luchas en el seno de la CGT hicieron que al producirseel golpe de Estado de 1943 estuviera dividida y debilita-da, situación que favoreció la intervención del nuevo se-cretario de Trabajo, coronel Juan Domingo Perón, en lascuestiones laborales y sindicales.

En términos generales se puede señalar que la or-ganización sindical durante el período 1930-1945 creció,aunque no de manera espectacular. El grado de sindica-lización variaba según las ramas de actividad y la regióndel país. Había gremios que ya se habían afianzado comoorganizaciones obreras, como por ejemplo, La Fraterni-dad, que agrupaba a más del 90% de los maquinistas yfogoneros y la Unión Ferrovíaria, que representaba al 80%de los trabajadores. La afiliación era menor en otros ca-sos, como en las industrias metalúrgica y gráfica o enlos numerosos ramos vinculados con la construcción. Laafiliación a un gremio era voluntaria, lo mismo que losaportes para el sostenimiento de la institución. Incluso lamayoría de los dirigentes gremiales cumplía sus funcio-nes sin recibir ningún tipo de remuneración -aunque escierto que gremios poderosos como el de los ferroviariosasignaron a sus funcionarios una renta equivalente a la

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que tenían cuando ejercían su oficio-. Estos rasgos afec-taban claramente la acción de los dirigentes gremiales,que debían esforzarse para evitar divisiones y el descon-tento de las bases. Además, aunque se iba verificandoun proceso de burocratización, eran infrecuentes los ca-sos de corrupción de los dirigentes sindicales.

Todas las transformaciones analizadas influyeronen las formas que adquirieron la protesta social y la movi-lización de los trabajadores. Las luchas llevadas acabodurante la década del treinta pueden dividirse en dos eta-pas claramente diferenciadas. La primera, de 1930 a 1934,se distinguió por la tendencia decreciente a la mo-vilización, acorde con las dificultades planteadas por lacrisis económica y la visibilidad de la protesta de los de-socupados. No obstante, en 1932 se produjeron huelgasimportantes entre los trabajadores petroleros de Como-doro Rivadavia y en los frigoríficos de Buenos Aires. Elsegundo período se extendió desde mediados de la dé-cada, cuando, al reactivarse la economía, se promoviótambién la ocupación, lo que robusteció la capacidad denegociación del sindicalismo. En esta etapa, numero-sos conflictos se resolvieron a través de la negociación,hecho visible en el número de huelgas ganadas y transi-gidas. La mayor institucionalización del conflicto fue po-sible también porque los trabajadores contaron con unaorganización más proclive al diálogo. La CGT asumió alcomienzo la función de coordinar la política de sus miem-bros, pero, a medida que se fue consolidando su relacióncon el Estado, en particular durante el peronismo, fueasumiendo una función mediadora entre las demandasde los sindicatos que la integraban y el Estado, hastaconvertirse en la ejecutora de las políticas de gobierno.

También es importante destacar que el estallido dela crisis de 1929 no repercutió en todos los sectores dela actividad económica por igual. Favoreció aquellas acti-vidades relacionadas con la sustitución de importacio-nes y afectó de manera significativa las industrias tradi-cionales de exportación, como la de la carne. El impactode la crisis se hizo sentir en los primeros años sobretodo porque la desocupación fue su resultado más visi-ble. Protestas de desocupados fueron frecuentes en lazona aledaña al puerto de Buenos Aires y en la provinciade Buenos Aires se conformó una coordinadora de des-ocupados. La desocupación impulsó la organización de«ollas populares» con el doble sentido de ayudar a miti-gar el hambre y de protestar por la falta de trabajo. Laolla popular congregaba al trabajador y su familia, peroeran las mujeres las encargadas de preparar los alimen-tos.

Sin embargo, la desocupación como motor de laprotesta social fue desapareciendo a medida que el fantas-ma de la crisis se alejaba, y el mundo del trabajo siguiósiendo el foco desde donde surgían las razones para ali-mentar huelgas y manifestaciones, que siguieron desa-rrollándose a lo largo de la década del treinta y la delcuarenta. La consolidación del proceso de sustituciónde importaciones convirtió a la manufactura en la activi-dad principal en el desarrollo de las huelgas, seguida porel transporte y la construcción. Las causas de las huel-gas eran similares a las del período anterior: mejorescondiciones de trabajo y salarios adecuados, pero tam-bién cobraron fuerzas las demandas por estabilidad la-boral, en particular en aquellas actividades económicasque habían sido afectadas por la crisis económica.

Aunque se produjeron numerosos paros parciales,las huelgas generales no tuvieron la virulencia del pasa-

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do, en comparación con el período anterior. De todos mo-dos, el panorama de la protesta organizada en fábricas ytalleres fue más complejo, pues a la paralización de lastareas se sumaron los paros parciales y el trabajo a des-gano o a reglamento. La noción de trabajo al reglamentoestaba asociada fundamentalmente a la extensión de losconvenios colectivos de trabajo en algunas ramas indus-triales que establecían las pautas y modalidades de tra-bajo. El proceso de negociación colectiva que involucró atrabajadores, empresarios y Estado fue el resultado dela intensidad y la difusión alcanzada por la movilización ypor los conflictos laborales que acompañaron lareactivación del ciclo económico experimentado desde1935.

Así, las protestas en el mundo del trabajo, que alinicio de la década del treinta parecían estar adormeci-das, comenzaron a activarse paulatinamente, hasta al-canzar un carácter de confrontación violenta en la huelgageneral solidaria con el gremio de la construcción en 1936.La huelga general del 7 y el 8 de enero fue declarada porel Comité de Defensa y Solidaridad con los obreros de laconstrucción y apoyada por la CGT Independencia, mien-tras que la CGT Catamarca se mantuvo al margen. Ade-más, algunos gremios adhirieron agregando sus propiosobjetivos para la huelga. Por ejemplo, la Federación deLíneas de Colectivos protestó por la persecución oficial alos colectivos y contra los monopolios del transporte, yel Sindicato Único de Obreros de la Madera reclamó lalibertad de todos los presos sociales.

Los trabajadores de la construcción se encontra-ban en huelga desde el mes de octubre de 1935, en de-manda de aumento de salarios, el reconocimiento delsindicato, la abolición del trabajo a destajo, el descansodominical, la jornada de cuatro horas los sábados y por

la responsabilidad patronal en los accidentes de trabajo.La huelga general solidaria se declaró para el día 7 deenero de 1936 y fue reforzada con la realización de asam-bleas en distintos lugares de la ciudad de Buenos Airesy con un acto en la Plaza Once. La protesta se extendióa los barrios más alejados del centro, como Villa Devoto,Villa del Parque, Villa Crespo, Caballito y Chacarita.

Asambleas, piquetes, ataques a diferentes mediosde transporte (trenes, colectivos, tranvías), en particulara los tranvías de la empresa Anglo, y movilizacionesbarriales fueron las formas que adquirió la protesta. Se-gún el diario La Prensa del 8 de enero de 1936, se habíanmovilizado «muchachos, mujeres, chicos y hombres»,que se reunían en las esquinas y participaban en losataques a los medios de transporte. Los reclamos de lostrabajadores, las mujeres, los jóvenes y la movilizaciónde los vecinos tuvo una rápida respuesta en la interven-ción de la policía, que detuvo a varios dirigentes, cerróalgunos locales gremiales, y prohibió las asambleas ylos actos públicos. Como en el gremio de la construc-ción se había conformado una importante corriente gre-mial comunista, intervino también la Sección Especialde la policía y se detuvo a varios militantes de esa ten-dencia ideológica, además algunos civiles atacaron a losmanifestantes, tal como sucedió durante los aconteci-mientos ocurridos en la Semana Trágica de 1919. Lahuelga general de enero de 1936 se mantuvo durante dosdías, aunque el paro continuó en el gremio de la cons-trucción, que obtuvo algunas de las demandas luego decasi cien días de inactividad. Sin embargo el triunfo másclaro de la movilización gremial fue la conformación de laFederación Obrera Nacional de la Construcción, que rom-pió con la atomización del gremio.

En cuanto a otras formas de protesta, como mani-festaciones y mitines, se mantuvieron a la largo de toda

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la década del treinta, en particular aquellos que se organi-zaban los 1ro de Mayo. Aunque en 1925 la fecha habíasi-do declarada feriado nacional, no era reconocida ni porlos empresarios ni por los gobiernos conservadores, porlo que los obreros podian ser despedidos y las manifes-taciones prohibidas. Para evitar las persecuciones, lasconmemoraciones se realizaron en algunas ocasionesen locales cerrados (Casa Suiza, Salón Verdi), tal comoocurrió en 1932 y en 1935, cuando la CGT organizó sen-dos actos para reclamar la creación de un seguro nacio-nal a la desocupación, la vejez y la invalidez, la reduc-ción de la jornada de trabajo, el establecimiento de comi-siones mixtas para la fijación de los salarios, el cumpli-miento de la legislación del trabajo y vacaciones pagas.

La oposición a la guerra al fascismo y el reclamo demejoras en las condiciones de vida y de trabajo convoca-ron la participación de la CGT y de los partidos Socialis-ta, Comunista, la Unión Cívica Radical y el Partido De-mócrata Progresista en el acto organizado el 1° de Mayode 1936. Las columnas marcharon desde Plaza Oncehasta el Congreso por la avenida Rivadavia. Como en otrasmanifestaciones, se llevaban carteles, banderas ypancartas alusivas y se entonaban diversos cánticos. Si-guiendo la tradición inaugurada a comienzos del sigloxx, año tras año, socialistas, sindicalistas y comunis-tas, asi como las debilitadas huestes anarquistas, reali-zaron numerosos actos que competían entre si.

También se realizaban demostraciones callejeras yreuniones improvisadas en fábricas y en barrios comouna forma de reivindicar el derecho de reunión, que ha-bia sido cercenado durante los gobiernos de Uriburu, Justo,Ortiz y Castillo, caracterizados por la constante perse-cución a los opositores.

En cuanto a los trabajadores rurales es bastante

complicado un análisis de los conflictos que se produje-ron en diversas regiones del pais, sobre todo porque seconoce poco y sigue siendo notable la ausencia de in-vestigaciones sobre el tema. En la etapa previa y durantela década del treinta en los pueblos del litoral pampeanose organizaron Sindicatos de Oficios Varios (SOV) quenucleaban a un conjunto heterogéneo de trabajadores,incluso los peones rurales. También se produjeron huel-gas vinculadas con la agricultura protagonizadas por lostrabajadores portuarios de los pequeños puertos del lito-ral o por los estibadores; reclamaron por las condicionesde trabajo en las empresas cerealeras, tanto en la pro-vincia de Buenos Aires como en Córdoba, Entre Ríos ySanta Fe. En esta última, los jornaleros desocupadosprotestaron hacia 1939 reclamando el derecho a la sub-sistencia del trabajador y su familia, y lograron la inter-vención del Departamento Nacional del Trabajo.

La mediación de un resorte del Estado como el De-partamento Nacional del Trabajo es un claro indicio de lamayor institucionalización del conflicto laboral, visible,por otra parte, en el incremento de las huelgas transigi-das, que favorecían la obtención de las demandas porparte de los trabajadores. Sin embargo, el cambio en elnivel de intervención estatal en los conflictos laboralesse produjo entre 1943 y 1946, cuando desde la Secreta-ría de Trabajo y Previsión, el entonces coronel Perón rea-lizó una clara política de cooptación de trabajadores ygremios, así como de confrontación abierta con las organi-zaciones comunistas y socialistas en el seno del movi-miento obrero.

El golpe militar de 1943 encontró a los trabajadoresdivididos y sin una representación en el nivel nacional. Elsindicalismo tenía un desarrollo desigual en el país perono era una fuerza menor si se lo compara con otros mo-

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vimientos obreros de América Latina, incluso con algu-nos de Europa. Los gremios del transporte y de los ser-vicios como ferrocarriles, puertos, comercio y gráficosestaban en manos de socialistas y sindicalistas. Los co-munistas, en cambio, lograron organizar algunos gremiosindustriales, y desde 1942 compartieron el liderazgo delmovimiento sindical. Sin embargo, la tarea de los comu-nistas no era fácil porque debían enfrentarse a la perma-nente hostilidad de los empresarios y del Estado.

La llegada de Perón al Departamento Nacional delTrabajo produjo un cambio en la política represiva del go-bierno militar, pues partía de la premisa de que los tra-bajadores no debían estar sometidos a la voluntad de losempresarios y que la intransigencia patronal podía llevara rebeliones que alterarían el orden social. Para él, laintervención estatal podía encauzar cualquier proceso queamenazara con la confrontación entre las clases. El cam-bio clave estuvo dado por el interés de Perón en tomarcontacto con los dirigentes sindicales de los principalesgremios y revisar los reclamos obreros.

El respaldo del Estado a través de la entonces Se-cretaria de Trabajo y Previsión fue clave para aumentar lasindicalización de los trabajadores y para promover lanegociación colectiva, que otorgó mayor legitimidad a lasorganizaciones obreras. En el camino, los dirigentes so-cialistas y comunistas habían sido encarcelados o sim-plemente barridos de los gremios por nuevos militantesobreros más proclives al nuevo gobierno, ya fuese por-que se produjo un drenaje de militantes hacia el peronismoo debido a la adhesión de las masas al nuevo proyectopolítico.

Los dirigentes sindicales aprovecharon las nuevasorientaciones del gobierno e inicialmente trataron demantener cierta independencia, pero al ver sus realiza-

ciones amenazadas, sobre todo cuando el caudillo fueobligado a renunciar y detenido, abandonaron su posturay se involucraron más con la figura de Perón. Fue enton-ces cuando se movilizaron dando forma a una de lasmanifestaciones más importantes de la historia argenti-na contemporánea, el 17 de octubre de 1945. El resulta-do fue el rescate de Perón de la cárcel, sureacomodamiento en el seno de las Fuerzas Armadas yla reapertura del juego politico con vistas a la realizaciónde nuevas elecciones presidenciales. El 17 de octubrefue al mismo tiempo una gran movilización de masas yuna huelga general con d objetivo de liberar a Perón. Lamanifestación fue tanto espontánea como organizada,pues muchos trabajadores abandonaron sus lugares detrabajo y otros fueron movilizados por las organizacionesgremiales. En algunas localidades, los manifestantes seexpresaron destruyendo símbolos que se asociaban conel poder: la Universidad de La Plata; los diarios El Día enLa Plata, La Prensa en Buenos Aires y La Capital deRosario; el Jockey Club, de La Plata.

Una vez que Perón obtuvo su libertad, se abrió uncomplejo proceso que culminó con el triunfo electoral dela alianza que lo llevó a la primera presidencia de la Na-ción. Sin embargo, la nueva situación no aplacó la movi-lización de los trabajadores, que se volcaron a las orga-nizaciones gremiales. La afiliación sindical creció de ma-nera inusitada, entre otras razones porque el gobiernoapoyó ese proceso. También aumentó la participaciónen actividades sindicales; por ejemplo, en reuniones dediverso tipo, sobre todo en los dos primeros años del ré-gimen peronista, cuando los trabajadores pensaban quesus intereses estaban amenazados. Luego, gradualmentefueron disminuyendo los niveles de participación.

Además, las autoridades estatales otorgaron elmonopolio de la representación a quienes apoyaban la

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politica de Perón. El resultado indiscutible fue una fuerteintervención y supervisión oficial de la vida interna de lasorganizaciones sindicales, lo que se sumó a la cen-tralización de los sindicatos por ramas de actividad conindependencia de la calificación profesional. La cen-tralización sindical favoreció el peso de los dirigentes na-cionales sobre los locales, pues tenían la capacidad parafirmar los convenios, declarar una huelga o levantarla, ytambién porque controlaban los recursos económicos delas organizaciones al recibir los aportes y las cuotas sin-dicales. El único espacio de intervención gremial queequilibraba las fuerzas internas de la organización sindi-cal eran las comisiones internas de fábrica, que, en elmarco de la movilización obrera, se multiplicaron en lasempresas de todo el territorio nacional.

Un elemento clave del nuevo panorama sindical fue-ron el aumento del control de la CGT sobre los sindica-tos y la política de intervención tanto de las autoridadessindicales nacionales como del propio gobierno, sobretodo cuando un gremio se negaba a poner fin aun conflic-to. Así, numerosos sindicatos fueron intervenidos. Porejemplo, en 1946 y en 1952, se intervino la Unión ObreraMetalúrgica; en 1946, al sindicato del calzado; en 1946,1947 y 1950, la Unión Obrera de la Construcción(UOCRA); en 1947 y 1950, a los telefónicos; en 1950 y1953, el gremio de la carne; en 1949 y 1955, la FOTIA yen 1951 la Unión Ferroviaria, por mencionar sólo algu-nos casos.

La intensa movilización de los trabajadores que abrióel apoyo brindado por el Estado implicó una tensión per-manente entre las demandas de los trabajadores, los in-tereses de los líderes sindicales y las iniciativas del go-bierno. Los paros y las huelgas se multiplicaron entre1946 y 1950 tanto en el cinturón industrial del Gran Bue-nos Aires como en las ciudades y los pueblos del in-

terior. La geografía de las huelgas fue amplia, así comodiverso el perfil de los trabajadores que las protagoniza-ban. En 1946, los trabajadores de la carne reclamaronmejoras salariales y el reconocimiento del convenio de1944, así como también los obreros de la construcción -de Córdoba y Rosario. En 1947 entraron en huelga lostrabajadores metalúrgicos, los textiles y de la construc-ción, y en 1948, los bancarios. A esto habría que agregarlas huelgas de los trabajadores de las empresas petrole-ras patagónicas de 1947 y 1948 y las de los ingeniosazucareros tucumanos en 1948.

También se destaca la huelga de los trabajadoresferroviarios de 1950, porque permite percibir las dificulta-des para articular el nacionalismo económico del gobier-no y los intereses obreros. El gobierno había nacionali-zado los ferrocarriles cuando tenían un cuadro financierocomplicado y se encontraron con un sistema ferroviarioobsoleto, tecnológicamente atrasado y en un estado la-mentable de conservación. El Estado no podía hacer frentea la modernización del servicio y mantener los sueldosde los trabajadores; por eso, las tensiones alrededor delsalario estallaron en noviembre de 1950, cuando los peo-nes, guardabarreras y guardatrenes del Ferrocarril Gene-ral Roca iniciaron un paro demandando un incrementosalarial. La huelga se extendió a las otras líneas ferrovia-rias y el gobierno, que inicialmente acordó un aumentode los jornales, dio marcha atrás a la decisión y encarce-ló y despidió a los huelguistas. En enero de 1951 seinició una nueva huelga de todos los gremios ferroviariospara presionar a los interventores a desistir de la políticarepresiva y por la libertad de los dirigentes presos. Lahuelga fue declarada ilegal y los trabajadores moviliza-dos por el Ejército. Alrededor de dos mil obreros fuerondetenidos y trescientos de ellos quedaron encarceladoscuando la huelga finalizó.

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Para 1951, el gobierno había establecido su controlsobre el movimiento obrero con la destrucción de los sin-dicatos opositores. Sin embargo, permanecian algunosmotivos para protestar: la inflación y los problemas econó-micos de 1951-1952 afectaron los salarios de los traba-jadores, y la Federación de Trabajadores de Luz y Fuer-za convocó a un congreso para analizar el costo de vidaen 1953. El gobierno evaluó peligrosa la iniciativa gremialy Perón denunció el objetivo de los trabajadores como uncomplot para desacreditar al gobierno. La CGT, ya subor-dinada al Estado, se mantuvo insensible a la convocato-ria de Luz y Fuerza.

Como señala Louise Doyon, es difícil reconstruir el:panorama de la protesta durante el peronismo, sobre todoa partir de 1954, cuando la censura gubernamental impi-dió la cobertura periodística y las estadísticas oficia-leslimitaron la información. Sin embargo se puede decir quela protesta, aun bajo el control del gobierno, de la CGT yde las organizaciones que se subordinaron discipli-nadamente a Perón, recurrió a diversos repertorios deconfrontación. El trabajo a reglamento fue el medio delucha elegido para protestar en la industria petrolera pri-vada, en el transporte de colectivos, en las industriasmetalúrgicas, textiles, del calzado, del vidrio, del cauchoy del cemento. Los paros y las huelgas de brazos caídosse produjeron en el sector de seguros, la industria lác-tea, los servicios de hospitales, el puerto de Buenos Ai-res y la industria metalúrgica. En cuanto a las huelgasgenerales, salvo la masiva manifestación del 17 y el 18de octubre de 1945, no hubo expresiones de ese tipocomo en el pasado pues ahora se realizaban dentro delos marcos movilizadores del gobierno.

Un elemento clave para el desarrollo de las huelgasfue todo el proceso de negociación colectiva, pues mu-chas de ellas estallaban cuando se llegaba a un punto

muerto en la negociación. Además, las huelgas másexitosas eran aquellas que estaban relacionadas conmejoras salariales y era más difícil obtener el apoyo delgobierno en aquellas vinculadas con el control de las con-diciones de trabajo.

Por otra parte, los empresarios no se mantuvieroninactivos ante la constante presión de los trabajadores yreclamaron mayor productividad. El gremialismo empre-sario demandó el aumento de los rendimientos laboralespor medio de incentivos, la restricción de los márgenesde ausentismo -incluso los justificados- y la flexibilizacióndel régimen de indemnizaciones por despido así comodel preaviso. Los debates sobre estas cuestiones entreempresarios, dirigentes gremiales y el Estado ocuparonun lugar central durante el Congreso de la Productividadreunido en 1954.

La protesta social de los trabajadores del campo esaún menos conocida que la de los trabajadores indus-triales urbanos, aunque, desde que se estableció en 1944el Estatuto del Peón, no fueron pocos los conflictos en-tre peones y arrendatarios principalmente. El Estatutoprotegía a los trabajadores permanentes más que a losestacionales, pues determinaba la necesidad de un suel-do mínimo, asistencia médica y farmacéutica, vacacio-nes pagas e indemnización por despido y regulaba lascondiciones en que debían ser alojados los trabajadoresy la cobertura de alimentación.

La aplicación del régimen legal generó dificultadesa las familias chacareras, sobre todo a las más pobres,que intensificaron la utilización de la mano de obra fami-liar. Como consecuencia, aumentó la desocupación y lamigración hacia las ciudades. La desprotección de lostrabajadores permanentes fue clara, pues los sindicatosrurales ponían su acento en la situación de los trabajado-res transitorios. Los sindicatos rurales controlaban las

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bolsas de trabajo que se habían creado para distribuir laslabores, en particular durante la época de la cosecha, yorganizaban los turnos de trabajo. Numerosos decretosfijaron salarios mínimos y condiciones de trabajo para larecolección, el desgrane y el transporte de maíz y gira-sol.

Los trabajadores del campo, como los obreros indus-triales, sentían el respaldo de los funcionarios estatalesy exigieron el cumplimiento de la legislación. Además,en algunas ocasiones se asaltaron las chacras y se des-trozaron las máquinas cosechadoras, tal como ocurrióen la localidad de Casilda, en la provincia de Santa Fe.Los problemas laborales del agro reunieron al conjuntode las entidades patronales. La Federación Agraria Argenti-na, la Sociedad Rural Argentina, la Confederación de En-tidades Productoras de Leche y las Confederaciones Ru-rales Argentinas más la Federación de Asociaciones deProductores de la Industria Forestal y el Centro de Aco-piadores de Granos enviaron un memorial al Presidentede la Nación para explicar los problemas existentes enla producción agraria.

La geografía de los conflictos rurales no se limitó ala región litoral. En mayo de 1946 los arrendatarios de lapuna jujeña marcharon hacia la Capital Federal para exi-gir los títulos de propiedad de las tierras que ocupaban,reclamando el derecho a la tierra. El «Malón de la Paz»,como se lo llamó, recorrió los más de dos mil kilómetrosque separan a Jujuy de Buenos Aires con la esperanzade que el nuevo presidente diera curso a sus reiteradasdemandas. Cuando llegaron a Buenos Aires fueron salu-dados por Perón desde los balcones de la Casa Rosaday trasladados al viejo Hotel de Inmigrantes, donde per-manecieron hasta que fueron devueltos hacia su provin-cia sin haber obtenido sus demandas.

Durante el peronismo se produjo una intensa movi-lización de las clases populares que no siempre vieronsatisfechas sus expectativas. Esa movilización tuvo dife-rentes formas: manifestaciones y marchas crecieron ennúmero, aunque a veces se las hiciera bajo el amparogubernamental, y aumentaron las huelgas en todas susformas: las que abarcaban a todo un gremio, a una fábri-ca o a una sección. Incluso las protestas seincrementaron, a pesar de la opinión de los dirigentesgremiales y políticos asociados con Perón.

Durante los años peronistas también cambió el rolde las organizaciones gremiales y sus vínculos con elEstado, y se transformaron los rituales de los trabajado-res. Entre estos últimos, el más conocido fue la celebra-ción del1' de Mayo. Como se ha señalado, esta fecha fueinstituida como rito obrero internacional en 1890. Su esta-blecimiento fue el resultado de un acto político delibe-rado y la manifiesta intención de crear una clase -la cla-se obrera- a través de la pedagogía de la fiesta. En partefue una creación desde arriba, de las corrientes más organi-zadas de los trabajadores en términos políticos. Con lacelebración se instauró una tradición con símbolos, esló-ganes y diversos recursos que se sumaron a la preocu-pación de hacer visible la multitud, como señal ostensi-ble del consenso al que habían llegado los trabajadores.

Como se ha señalado, las corrientes ideológicasobreristas asignaban diferentes sentidos al rito obrero del1ro de Mayo, y frente a las tradiciones anarquistas, so-cialistas y comunistas, el peronismo produjo tanto unaruptura como un cambio de sentido de los rituales obre-ros. Dicha jornada se convirtió en un combate por el es-pacio simbólico y fue cambiando hasta adquirir un tonoapoteótico en las celebraciones oficiales. El1 ° de Mayode 1946 fue el primero que presidió Perón. El acto princi-pal fue convocado por la CGT, los sindicatos autónomos,

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y contó con el apoyo del Partido Laborista, que se habíaconvertido en el partido que había dado sustento a lamovilización política que terminó con el triunfo electoralde febrero de 1946. La columna de manifestantes fueencabezada por Juan Domingo Perón, María Eva Duarte,el coronel Mercante y el secretario de Trabajo yPrevisión.Por primera vez en cincuenta y cinco años dehistoria de la celebración del 1° de Mayo, las autorida-des nacionales encabezaron la marcha junto a los traba-jadores. Por primera vez también Perón asoció la fechacon el emergente movimiento peronista.

El l° de Mayo de 1946 se inició un proceso de apro-piación de los símbolos y significados asociados al Díade los Trabajadores y a las ideologías que en el pasadohabían pugnado por orientarlos. En principio, fue asocia-do a la victoria obtenida por el pueblo el 17 de octubre de1945, cuando los trabajadores se movilizaron para libe-rar a Perón de la cárcel en la que había sido confinadopor sus compañeros de armas. La CGT enfatizó que setrataba de un «día de sana alegría y verdadero descansodel músculo». El l° de Mayo fue considerado un día defiesta porque, como resultado del triunfo del peronismolos trabajadores podían encarnar el sentimiento nacio-nal. Además, la presencia de Perón implicaba una clararuptura con el pasado en el que los gobiernos oligárqui-cos reprimían a los trabajadores y provocaban violentosenfrentamientos

Este ayer enunciado con palabras se convirtió enimágenes en 1949, cuando se publicó el folleto 1° deMayo ayer y hoy. El “ayer” estaba marcado por los “ex-cesos, torpes y abusivos”. que alimentaba el «odio quese convertía en sangre humilde cada 1° de mayo». El«ayer» estaba marcado por «crespones, cuando los ca-pitalistas contribuían a la división de las masas popula-

res e inclusive ‘fabricaban’ victimas, con sádico regocijode los agitadores importados, y los trabajadores no en-contraban respuesta a sus justas demandas en los go-biernos ni en los parlamentos». En contraposición, laArgentina del «hoy» era la de la «Patria redimida» y poreso «el 1° de Mayo no es ya la fecha propicia al dolor y ladesgracia, sino a la alegría. La Fiesta del Trabajo, reali-zada jubilosamente por quienes trabajan en la edifica-ción de la Patria». Ya en 1947, el 1° de Mayo fue tomadopor la prensa peronista -La Época, El Líder; El Laborista-en su carácter de fiesta nacional. También comenzó aenfatizarse que dicha jornada tendría otro sentido, puesserviría como muestra de homenaje y gratitud hacia Perónquien había llevado felicidad al pueblo.

La prensa también exaltaba esa imagen de ruptura.Por ejemplo, en el diario Democracia del 2 de mayo de1949 se expresaba que «La celebración del Día de losTrabajadores, que no hace muchos años se limitaba arencorosas expresiones de rebeldía y a tumultuosas ma-nifestaciones callejeras presididas por la bandera roja,es ahora un acontecimiento que congrega al país enteroen un mismo impulso de júbilo y de gratitud».

No sólo el 1° de Mayo adquirió un nuevo significadocon el peronismo; las huelgas generales desaparecieroncomo forma de confrontación con los patrones y el Esta-do y las manifestaciones de trabajadores respondieronal gobierno. Las marginales protestas que no apoyabanal régimen eran rápidamente acalladas. Sin embargo, lasclases populares estaban movilizadas y presionaban paramodificar las condiciones de trabajo, obtener mejorassalariales, reconocimiento de sus organizaciones y legi-timidad para intervenir en la resolución de los problemaslaborales. Esa movilización fue siempre conflictiva parael gobierno y para las organizaciones sindicales, que

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necesitaban la presencia activa de los trabajadores paraalcanzar las metas de gobierno y mantenerse en el po-der.

En el periodo 1946-1955, el movimiento obrero ganóuna importante influencia en la vida económica y políticadel país, sobre todo porque fue respaldado por el Estadoy el gobierno peronista. Pero este proceso dejó tambiénsus consecuencias. Por un lado, facilitó la supervisiónde las organizaciones obreras por parte de los poderespúblicos y, por otro, los sindicatos fueron perdiendo suautonomía para presionar sobre el gobierno y se vio limi-tado su margen de maniobra. Ya desde los momentostempranos de la presencia de Perón en el gobierno mili-tar, y luego durante su primera presidencia constitucio-nal, los gremios hacían propaganda y movilizaban a susafiliados a favor de la causa peronista pero en los añoscincuenta se íntegra ron completamente a ese movimientopolítico.Todo esto se dio dentro de una intensa moviliza-ción de los trabajadores y una agítacíón social que nosiempre se encuadró dentro de las ideas del gobiernosobre productividad y conciliación de clases. Incluso hubodirigentes que mantuvieron la idea de que el sindicatodebía ser una fuerza independiente y orgánica a favor delcambio, pero la mayoría de los líderes gremiales y de lostrabajadores se vincularon más estrechamente con Perón.Los «leales», como se los denominaba, fueron ganandoterreno. Esa lealtad se expresaba como adhesión formaly de apoyo al régimen, y activamente con el proselitismodesplegado en apoyo al Segundo Plan Quinquenal delgobierno, a las metas de productividad, a la reforma de laConstitución o a la reelección de Perón.

3. La radicalizaciónde la protesta, 1955-1976

Los años transcurridos desde el primero al últimoderrocamiento del peronismo muestran aspectos de con-tinuidad en el proceso de crecimiento y modernizaciónde la economía, aunque se vio cruzado por una infinidadde conflictos sociales y de los propios vaivenes deriva-dos de la inestabilidad política, que repercutían directa-mente en el rumbo de la economía. La protesta social delos trabaja dores se generalizó y complejizó debido a losconflictos internos del peronismo, a la regionalización deéstos y a la incorporación de nuevos actores sociales,como los estudiantes universitarios. Pero también seampliaron los repertorios de confrontación: a las huelgasy las movilizaciones callejeras ya tradicionales se agre-garon formas de protesta menos utilizadas, como lasocupaciones fabriles, el trabajo a desgano, las marchasde hambre y métodos de acción directa como el sabota-je y el atentado, e incluso la toma de rehenes. El altogrado de violencia presente en la protesta se vinculabacentralmente a la ilegitimidad política y al sesgo represi-vo de la mayoría de los regímenes políticos existentesdurante esos años.

La reconfiguración del mundo del trabajo se relacio-na directamente con los cambios en la actividad produc-tiva (agro e industria) y en el sector terciario. Al margende las crisis cíclicas o de las diversas políticas que ca-racterizaron el período y de los resultados obtenidos,

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puede decirse que, en materia económica, predomina-ron las ideas desarrollistas basadas en privilegiar el desa-rrollo industrial básico (acero, celulosa, maquinarias) conaportes del capital extranjero y el impulso a las econo-mías regionales.

En ese contexto, a pesar de la modernización tecno-lógica de la actividad agropecuaria y de la diversificaciónde cultivos, el sector rural continuó su estancamiento yse acentuó la disminución argentina en el comercio mun-dial de productos agrícolas. Sólo hacia el final del perio-do (1970-1976) se produjo una recuperación coyuntural,como consecuencia de la mayor demanda internacionaly de los mejores precios, que permitieron el aumento delas exportaciones tradicionales y de los cultivos indus-triales, lo que redundó en mayores saldos de la balanzacomercial.

La industria, en cambio, vivió una etapa de creci-miento relativo debido a varios factores: en primer lugar,al proceso de transformación y redimensionarniento delas empresas, que implicó tanto la racionalización de lasformas de producción como la concentración en grandesplantas; en segundo término, al ensanchamiento del mer-cado interno, y, por último, al impulso de las exportacio-nes industriales alentado por el apoyo estatal y por eltrato preferencial obtenido en el comercio regional. Comoconsecuencia se produjo un importante desarrollo de lasindustrias química, siderúrgica y automotriz enmarcadoen un proceso de descentralización geográfica que con-dujo al crecimiento de regiones como Córdoba y SantaFe (automotores), Patagonia (aluminio, gas, petróleo),San Nicolás y Villa Constitución (siderurgia). La contra-cara de este fenómeno fue la decadencia de otros secto-res de la industria vinculados a la alimentación ( espe-cialmente azúcar y carnes), la industria textil y, en parte,

electrodomésticos, que por tamaño, malas condicionestécnicas, falta de equipamiento o vetustez quedaron fue-ra de competencia o sobrevivieron mal.

En el caso tucumano es interesante señalar que ladebacle de la industria azucarera fue una consecuenciadirecta de las políticas eficientistas del gobierno de On-ganía. Éste había puesto énfasis en la transformación dela provincia {operativo Tucumán) con el objeto de ra-cionalizar la industria del azúcar; se trataba de apoyarsólo a los sectores más eficientes y diversificar la indus-tria. El fracaso de esta política determinó el cierre de 11de los 27 ingenios, lo que aumentó el desempleo demanera notable e impulsó una masiva emigración de lapoblación afectada hacia las zonas urbanas de mayordesarrollo.

Estas transformaciones incidieron directamente so-bre la composición de la fuerza de trabajo, que fue dis-minuyendo su proporción de extranjeros debido, en bue-na medida, al freno del flujo inmigratorio. En efecto, elporcentaje de extranjeros en la población total del paísdescendió al 13,5% en 1960 y al 9,5% en 1970. Por otrolado, también se produjo un cambio en el interior de lapoblación extranjera, en tanto que la mayoría provenía delos países limítrofes {Paraguay, Chile, Bolivia). La caídade la inmigración, mayoritariamente masculina, derivó enun incremento del 20 al 23% del componente femeninoen la fuerza de trabajo entre 1947 y 1969. También au-mentó la urbanización de la fuerza laboral, mientras seagudizaba el despoblamiento de las áreas rurales, cuyoejemplo más dramático fue Tucumán, que expulsó al 20%de su población. De esta manera se acentuaban las des-igualdades regionales. El desarrollo industrial y el au-mento de la tecnificación agrícola contribuyeron de ma-nera significativa a profundizar ese proceso. La pobla-ción rural, que en 1947 representaba el 37,5% del total

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de habitantes, descendió al 26% en 1960 y al 21 % diezaños más tarde. Así, el establecimiento de nuevas in-dustrias transformó en parte el mapa urbano, incidiendoen el notable crecimiento de ciudades como Rosario oCórdoba y sobredimensionando áreas como el Gran Bue-nos Aires, en donde se radicaban de manera masiva lacorrientes migratorias procedentes de países limítrofes ydel interior (Tucumán, Santiago del Estero, Entre Ríos,Corrientes o el Chaco) . Un fenómeno similar, aunque demenor magnitud, se produjo en el Comahue y enComodoro Rivadavia, por el auge del petróleo, y en elAlto Valle del Río Negro, por el «boom» frutícola.

Con respecto a la clase obrera asalariada se perci-ben ciertos cambios en relación con la etapa peronista.Si bien su volumen se mantuvo estable, su peso relativoen la estructura social retrocedió, pues se manifestó unestancamiento en el empleo industrial como consecuen-cia de la concentración, que produjo un mayor volumende producción con menos obreros. Como contrapartida,aumentó el número de trabajadores en la construcciónmerced al impulso de las obras públicas. También huboun incremento del empleo urbano, que redundó en uncrecimiento de los sectores medios asalariados, menosen el sector servicios y en el comercio y más en el em-pleo administrativo industrial, que requería un mayor ni-vel educativo profesional y técnico. También aumentósignificativamente el cuentapropismo (comerciantes, elec-tricistas, plomeros, mecánicos, tintoreros, peluqueros,albañiles, pintores, etc.), que si bien se convirtió en bue-na medida en un bolsón de trabajo improductivo fue unavía de ascenso social para sectores de la clase obrera.

Aunque ya se había configurado en el periodo ante-rior, el mundo del trabajo se transformó y complejizó.

Entre los obreros industriales ahora adquirían ma-yor importancia los trabajadores de las industrias siderúrgi-ca, de máquinas y herramientas, de las automotrices,del petróleo y sus derivados. Ese peso les confería unlugar clave a la hora de la protesta y la negociación, ysus sindicatos alcanzaron un poder político inédito entiempos pasados. En cambio, perdieron relevancia cier-tos grupos de trabajadores vinculados a la industria textilo a la alimentación, cuyos mejores ejemplos lo constitu-yen la decadencia inexorable de la industrias frigorífica yazucarera. Los trabajadores de la construcción, siempreen situación más precaria, constituyeron un sector nu-méricamente importante debido a la notable cantidad deobras públicas encaradas en esos años: el túnel subfluvialque unia Santa Fe y Paraná, la obra hidroeléctrica Cho-cón-Cerros Colorados en Neuquén o los cientos de kiló-metros de carreteras pavimentadas. En el sector servi-cios, las transformaciones también fueron significativasaunque las características del empleo tendían a acercar-lo más a los sectores medios que a la clase obrera. Sibien es cierto que se consolidó un área obrera en empre-sas como Gas del Estado, Agua y Energía o en los ser-vicios eléctricos, también lo es que, proporcionalmente,eran superiores en número los empleados administrati-vos y el sentido de pertenencia a la clase obrera era biendistinto en unos y otros. Por otra parte, los trabajadoresportuarios no tenían la importancia de medio siglo atrás,los ferrocarriles profundizaban su decadencia y comen-zaban a expulsar trabajadores; los tranvías desaparecíancon rapidez y eran reemplazados por los colectivos, cuyacapacidad de empleo no sólo era menor sino que se nu-tria parcialmente de los mismos propietarios detransporte.En sentido contrario, siguió incrementándoseel número de empleados tanto en el área comercial comoadministrativa (sumados estatales y privados), engrosa-

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do también por miles de maestros y profesores. Los nu-merosos sindicatos que agrupaban a empleados de co-mercio o a diversos tipos de trabajadores estatales secontaban entre los que reunían mayor cantidad de afilia-dos.

Las condiciones de trabajo empeoraron al anularsealgunas conquistas obtenidas durante el gobiernoperonista. Especialmente se modificó la situación inter-na en las empresas, en tanto se acentuó el control sobrelos obreros, se otorgó cierta impunidad a la patronal paraexpulsar a los activistas gremiales y se intensificaron losritmos de trabajo en busca de mejorar la productividad. Apesar de la escalada represiva, se mantuvieron conquis-tas fundamentales como la jornada de ocho horas, elaguinaldo y las vacaciones pagas, y, pasados los añosinmediatos al golpe de 1955, muchos sectores ampara-dos en la fuerte capacidad negociadora de sus sindica-tos lograron mejo ras sustanciales en las prestacionesde salud o en la infraestructura vinculada al esparcimien-to y el ocio (hoteles y recreos en diversos centros deveraneo) que no habían conocido en épocas delperonismo. Por supuesto, las condiciones laborales ylos problemas que preocupaban a los trabajadores conti-nuaban siendo dispares y era enorme la distancia entre,por ejemplo, los obreros urbanos empleados en ramasen crecimiento (metalurgia, automotores, siderurgia) ylos trabajadores de la industria azucarera en Tucumán ode los obreros empleados en la construcción de grandesobras. Mientras los primeros concentraban sus esfuer-zos en discutir sobre las categorias laborales y los rit-mos de producción, en mejorar su calidad de vida o lalibertad de movimiento de sus representantes, los otrosse movilizaban en torno a reivindicaciones básicas, comoevitar el cierre de las fuentes de trabajo, lograr el recono-

cimiento de sus delegados gremiales, disminuir la largajornada laboral u obtener alimentación y vivienda dignas.

Menos disparidad existía en torno al salario, puesésta fue una preocupación común del conjunto de lostrabajadores que marcaría en buena medida el ritmo dela protesta obrera. Hasta la presidencia de Arturo Illia,los salarios tuvieron un comportamiento inestable perocon clara tendencia a la baja, especialmente durante elgobierno de Aramburu ya partir de la gestión económicade Álvaro Alsogaray en 1959. Hacia fines de 1962, elporcentual del salario en el PB1 había caído de un 47% aun 38%. Luego del mejoramiento producido entre 1963 y1966, volvió a descender notablemente durante el régi-men del general Onganía. Este proceso desembocó enun fuerte deterioro de los asalariados, agravado por laespiral inflacionaria y el desempleo, que serían causalesimportantes de las protestas de fines de los años sesen-ta. Durante el gobierno peronista inaugurado en 1973,los salarios se recuperaron relativamente mientras duróel pacto social implementado por el ministro de Econo-mía José Gelbard. Su plan se basó en el congela mientode precios y la suspensión de las convenciones colecti-vas durante dos años después de otorgar, al comienzode su gestión, un aumento generalizado del 20% en lossalarios. Pero, en 1974, ciertos desajustes internos y lacrisis internacional del petróleo desestructuraron la eco-nomía y marcaron el derrumbe de dicho plan. La inflaciónse desbocó rápidamente y, con ella, los precios y sala-rios cayeron en una espiral imparable que llevó a los tra-bajadores a presionar constantemente por aumentossalariales para equilibrar su constante deterioro.

La protesta vinculada al mundo del trabajo se complejizó notablemente en tanto recorrió caminos escasamente transitados anteriormente. En primer lugar, porque, en

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buena medida, su destino estuvo ligado a los avataresdel peronismo tanto por su intención de recuperar el po-der como por las luchas internas que, una vez atenuadala Resistencia, lo desgarrarían hasta la debacle produci-da en 1976; en segundo término porque, como conse-cuencia de las políticas de desarrollo regional adoptadasen esos años, las grandes protestas y la conflictividadsocial se desplazaron hacia el interior del país y, por pri-mera vez, Buenos Aires no fue el eje de las mismas; porúltimo, porque los trabajadores establecieron alianzas conotros sectores sociales como los estudiantesuniversitaríos y su acción adquirió en este periodo, de lamano de organizaciones de izquierda peronista y noperonista, grados de radicalización política e ideológicainéditos. Nunca antes, ni aun durante el liderazgo anar-quista a comienzos del siglo XX, la protesta obrera semanifestó tan politizada y, si se quiere, radicalizada.

Cuando en 1955 los gobiernos surgidos del golpemilitar de ese año decidieron marginar y prohibir la parti-cipación política del partido peronista cerrando los cana-les de expresión legal, la protesta se vehiculizó en buenamedida y de manera forzada hacia prácticasextraparlamentarias y de acción directa. Todo este perio-do, al menos hasta 1973, se caracterizó por la frustra-ción política de vastos sectores de la población y parti-cularmente de la clase obrera. Además, este proceso sedesarrolló en un contexto internacional que ayudó a mag-nificar y radicalizar esa frustración. En efecto, si la prohi-bición del peronismo contribuyó a agudizar el malestarpopular, otros factores externos le dieron un sustento ideo-lógico: la Revolución Cubana en 1959, los diversos movi-mientos de líberación nacional, la protesta de la juventudnorteamericana contra la guerra de Vietnam, la derrotade los Estados Unidos en dicha guerra, la irrupción ge-neralizada de sectores juveniles, la liberación femenina,

la revolución sexual», el movimiento del Mayo Francésen 1968. Todos éstos fueron elementos que motivaron lapercepción generalizada de un clima de cambios e inci-dieron directamente en la radicalización de vastos secto-res de la juventud de clase media, que incentivaron laacción colectiva, la movilización, las prácticas violentasy el descreimiento de lo que entonces se denominabadespectivamente «democracia burguesa».

Una democracia burguesa que fue denostada, si nopor todos, por amplios sectores de la sociedad. Al princi-pio por el derrocamiento de Perón y la marginación elec-toral del peronismo, que convertía a la democraciaimplementada por la «revolución libertadora» en un simu-lacro débil. Luego, la desilusión provocada por el gobier-no de Frondizi, tanto a peronistas como a sectores me-dios progresistas, profundizó el descreimiento en el sis-tema, que alcanzó su punto culminante a partír del golpedel general Onganía y del fuerte autoritarismoimplementado desde 1966. A partir de ese momento con-fluyeron el malestar económico y el político, así como elimpacto de los movimientos internacionales, y, cada vezmás, los sectores radicalizados tuvieron la ilusión de queel cambio revolucionario de la sociedad era posible y quela clase obrera seria uno de sus protagonistas.

A fines de 1955, la prohibición de la participaciónpolítica del peronismo alcanzó también a sus organiza-ciones gremiales. En noviembre de ese año, después dela convocatoria aun paro general, se intervino la CGT ytambién a buena parte de los sindicatos más importan-tes. De esta manera quedaron fuera de circulación unagran cantidad de viejos dirigentes sindicales peronistas,acusados por los sectores más duros de inoperancia fren-te al avasalla miento de sus instituciones. Pero el gobier-no no sólo apuntó a la dirigencia gremial, sino que tam-

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bién avanzó sobre un punto muy sensible de la organiza-ción sindical representado por las comisiones internasde fábrica, verdadera fuente de poder de los trabajadoresy uno de los nudos de la represión a la clase obreraperonista. Mediante el decreto 2.739 se autorizaba a lossectores patronales a eliminar «los obstáculos a la pro-ductividad», lo que implicaba suprimir el margen de con-trol que tenían las comisiones internas sobre los proce-sos de producción. Esta acción era fundamental parafacilitar la implementación de métodos de racionalizacióny eficiencia que la industria venia reclamando desde ha-cía tiempo; el mismo Perón había reconocido este pro-blema al efectuarse el Congreso de la Productividad en1954. Para complementar esta medida se reglamentó elderecho de huelga, se derogó la Ley de AsociacionesProfesionales y, consecuentemente, se avanzó sobre lasconquistas obreras y se congelaron los salarios.

No obstante, esta represión violenta y generalizadasobre el movimiento obrero y los sectores populares noobtuvo los resultados esperados en cuanto adesperonizarlos y, en realidad, no hizo más que reforzary radicalizar la identidad peronista de buena parte de lostrabajadores, cuyos objetivos combinaban reivindicacio-nes de tipo económico (recuperación salarial y de anti-guas condiciones de trabajo) , solidarias (libertad a loscompañeros detenidos y perseguidos, recuperación delas prácticas gremiales, devolución de las institucionessindicales) y políticas ( el retorno de Perón y la legaliza-ción de su partido).

Cerrados los canales de expresión y participaciónnormal y en reclamo de la restitución de sus institucio-nes, los trabajadores iniciaron un inédito proceso de pro-testa espontánea que se conocería como la Resisten-cia. Sin embargo, es importante destacar que este pro-ceso excedió el marco del mundo del trabajo y que abar-

có amplios sectores de la sociedad que recurrieron fre-cuentemente al terrorismo y al sabotaje, atentando con-tra depósitos de grano, de combustibles, plantas de elec-tricidad o el transporte público. En el mundo laboral, estanueva y peculiar forma de lucha se centraba en la resis-tencia al régimen en los mismos lugares de trabajo y sebasaba en la formación de comités clandestinos. Sustácticas eran diversas, abarcaban desde el sabotaje (co-locación de bombas, rotura de elementos vitales de laindustria o el transporte) o las huelgas salvajes hasta eltrabajo a desgano. En marzo de 1956, la protesta sehizo más formal al crearse el Comando Sindical Peronista,cuyo objetivo era organizar a las bases para participar enlas elecciones de delegados gremiales con el fin de for-mar las nuevas comisiones internas de fábricas. Cuandose realizaron los comicios, a fines de ese año, en lamayoría de los casos triunfaron jóvenes dirigentesperonistas fogueados en la Resistencia, que reemplaza-ron a los viejos sindicalistas de la época de Perón. Estosnuevos dirigentes orientarían las luchas llevadas adelan-te en 1957 y 1958.

A la dificultosa reconstitución de los sindicatos, seagregaron los esfuerzos para articularlos en algún tipode entidad federativa. A comienzos de 1957, impulsadopor los comunistas, un grupo de gremios peronistas y noperonistas se nucleó en la Comisión CoordinadoraIntersindical con el objeto de unificar diversas tendenciassindicales, aunque pronto los peronistas desplazaron alos comunistas de la dirección. En julio de ese año reali-zaron una huelga general apoyada por más de dos millo-nes de trabajadores, y luego de su activa participaciónen varios conflictos, se disolvió en septiembre de 1957ante la convocatoria aun congreso normalizador de laCGT.

Allí, ante la falta de acuerdo entre los gremios

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peronistas y no peronistas, se constituyeron dosnucleamientos relativamente importantes. Por un lado,los sindicatos no peronistas -entre los que se destaca-ban los empleados de comercio, los bancarios, el perso-nal civil de la nación o los municipales- conformaron los32 Gremios Democráticos, que más tarde se convertiríaen Movimiento de Obreros Unificados (MOU), mientrasque los representantes de los sindicatos peronistas (me-talúrgicos, textiles, del vestido, petroleros) seautodenominaron 62 Organizaciones.

La llegada al poder del doctor Arturo Frondizi en1958 modificaría la relación entre el gobierno y el movi-miento obrero organizado, que se legalizó y recuperó partedel poder perdido, y llevó adelante una importante canti-dad de huelgas de tipo reivindicativo, especialmente endemanda de aumentos salariales. El nuevo gobiernoreimplantó la vigencia de la Ley de Asociaciones Profe-sionales y el derecho de huelga. Además, anuló el de-creto 9.270, que garantizaba la representación de las mi-norías en las direcciones sindicales, privilegiando la cen-tralización de los sindicatos tal como funcionaban duran-te el régimen peronista. Esta política, que contó con elapoyo de Perón, favoreció a las dirigencias gremiales clá-sicas y neutralizó y debilitó la Resistencia y la posturade los sectores más duros y de la izquierda, quienes pordiferentes motivos buscaban democratizar el funciona-miento de los sindicatos. No obstante, a pesar del des-plazamiento del sector resistente del peronismo, éstospersistieron en alternativas intransigentes y terminaronvolcando su apoyo a acciones de carácter violento, comolos primeros focos de la guerrilla rural en el norte delpaís. La tregua entre el gobierno de Frondizi y el movi-miento obrero duró sólo ocho meses, y el conflicto socialvolvió a agudizarse. En enero de 1959, el Presidente fir-mó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que

lo obligaba a modificar la política de precios y salarios,así como a racionalizar el gasto público y que, entre otrascondiciones, preveía la privatización del frigorífico Lisandrode la Torre. En respuesta al plan de estabilización, queafectaba centralmente salarios y puestos de trabajo, seinstrumentó una fuerte protesta que provocó innumera-bles huelgas en las que participaron un millón y mediode trabajadores. Entre ellas se destacaron dos conflic-tos; uno de ellos fue el que mantuvieron los trabajadorespetroleros en contra de los contratos firmados por el Pre-sidente con empresas extranjeras. Es interesante des-tacar que esta huelga fue orientada por comunistas yradicales, mientras que los dirigentes peronistas no laapoyaron en función de los acuerdos de su partido conFrondizi. Cuando esta alianza se rompió, los líderesperonistas se incorporaron a la protesta. El otro conflictodestacado fue la huelga del frigorífico Lisandro de la To-rre, en donde los obreros ocuparon la planta, ubicada enel barrio porteño de Mataderos, para evitar suprivatización. Luego de varios días de resistencia fuerondesalojados violentamente por el ejército que, de esamanera, se involucraba en la represión de la protesta socialcon la autorización del poder político. El saldo fue duropara los obreros: decenas de heridos, centenares dedetenidos y cinco mil obreros cesanteados. Al día si-guiente, casi espontáneamente y rebasando a sus diri-gentes, miles de trabajadores fueron a la huelga generalen solidaridad con los obreros cesanteados. La repre-sión desbarató rápidamente la protesta y, si bien algu-nos sectores del movimiento obrero pretendían continuarel conflicto, las 62 Organizaciones, argumentando la pers-pectiva de un nuevo golpe militar, levantaron el paro ge-neral, y el conflicto finalizó con la derrota de los trabaja-dores.

Pero el resultado más preocupante que arrojó la ola

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de protesta fue la aplicación, desde marzo de 1960, delPlan Conintes (Conmoción Interna del Estado) por partedel gobierno, ciertamente por la presión del ejército perotambién por propia voluntad. Esta política implicó unadura represión (estado de sitio, encarcelamiento, perse-cución de activistas) tanto contra la dirigencia peronistacomo de izquierda. Sin duda, la represión, en el marcode una coyuntura fuertemente recesiva, debilitó el podernegociador de los dirigentes sindicales y afectó notable-mente la capacidad de movilización y de protesta delmovimiento obrero, que entró en un ciclo defensivo y dedesmovilización.

En estas circunstancias, el MOU desapareció, mien-tras las 62 Organizaciones manifestaban dos posturasbien diferenciadas: una, mayoritaria, era pragmática ynegociadora; la otra, minoritaria, era partidaria de con-frontar con el gobierno de Frondizi. Al predominar la pri-mera se reforzó la centralización y la burocratizacíón dela dirigencia sindical peronista; desapareció, en buenamedida, la democracia interna y la dirigencia se alejó desus bases, sobre las que estableció un férreo control.Esta sería la característica central de gran parte delgremialismo peronista durante las últimas décadas delsiglo XX e imprimiría su sello a un segmento de la protes-ta de este periodo. Fue en ese momento cuando el sindi-calismo se convirtió en un fuerte factor de poder hacia elinterior del movimiento justicialista, eclipsando al ala po-lítica y desafiando incluso el liderazgo del propio Perón.Ya en 1962 ese sector había impuesto sus candidatosen las elecciones para renovar legisladores y gobernado-res. La figura que encarnó mejor esta línea gremial fue eldirígente metalúrgico Augusto T. Vandor, y aquello quese ha denominado «vandorismo» representaba palmaria-mente al poder sindical, que, como tal, dialogaba

corporativamente de manera directa con otros factoresde poder como el gobierno, la cúpula eclesiástica, elempresariado o los militares. Por un tiempo, este sectorejerció un fuerte control sobre sus organizaciones; noobstante, grupos radicalizados, por entonces minorita-rios, provenientes muchos de la Resistencia y otros dela izquierda, ejercieron una constante y pertinaz denun-cia contra el vandorismo por considerar que sus dirigen-tes se habían corrompido moral y políticamente, habíantraicionado el espíritu combativo del peronismo y buro-cratizado las instituciones del movimiento obrero, aleján-dose de sus bases.

Ahora bien, el poder del sindicalismo vandorista sebasaba en dos cuestiones centrales. Por un lado, cuan-do el gobierno de Frondizi le concedió la personería aunsolo sindicato por rama, les otorgó el control sobre todaslas actividades; por otro, este sector poseía el manejo delas finanzas de los servicios sociales ofertados por losdiversos sindicatos. El control de los fondosmultimiIlonarios reforzaba de manera notable el poder dela dirigencia, puesto que la oferta de una amplia gama deservicios sociales les permitía llevar adelante una políti-ca clientelística de vastos alcances y neutralizar a lasgeneralmente débiles oposiciones internas. Débiles por-que su actividad era permanentemente hostilizada con lafuerza por la burocracia y porque, gracias al sistema elec-toral vigente, las listas ganadoras se quedaban con to-dos los cargos impidiendo la representación de lasminorias. Un sistema perverso que frenaba cualquier atis-bo de oposición, pero que ataba a la burocracia a la ne-gociación permanente con los gobiernos, pues si éstosmodificaban la política de las personerías o decidían in-tervenir los fondos le causaban un daño sustancial a ladirigencia sindical.

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Cuando se reconstruyó la CGT en 1963, las 62 Or-ganizaciones, hegemonizadas por el vandorismo, domi-naron claramente la escena frente a la débil oposición deunos escasos y pequeños gremios comunistas. El restode los sindicatos no peronistas, antes nucleados en los32 Gremios, aunque manifestaba una postura indepen-diente, de hecho dialogaba y acordaba frecuentementecon las 62 Organizaciones. Ésta cedió a aquéllos la mi-tad de los puestos en el nuevo Comité Central de la CGT,pero se guardaron para sí los puestos clave e impusieronal secretario general.

Reconstruida y fortalecida, la CGT asumió una acti-va oposición a la política económica del gobierno provi-sional del doctor José Maria Guido. En mayo de 1963lanzó un plan de lucha consistente en la realización demarchas, ocupaciones fabriles, cabildos abiertos, asícomo también actos eminentemente políticos, como lacelebración del 17 de octubre como Día de la Lealtad o elrecordatorio de la muerte de Eva Perón. La segunda fasedel plan de lucha se llevó adelante hacia mediados delaño siguiente, en el marco de una coyuntura económicamás favorable, durante el gobierno del doctor Arturo Illia.El apoyo de la clase obrera al plan fue indudable, puesse produjeron más de diez mil ocupaciones fabriles y semovilizaron alrededor de cuatro millones de trabajado-res. Ante la presión, el gobierno realizó numerosas con-cesiones, como la sanción de la Ley de Salario MínimoVital y Móvil. No obstante los buenos resultados obteni-dos, el sindicalismo peronista alentado por Vandor resol-vió redoblar la oposición al gobierno radical, que teníauna debilidad de origen al haber sido superado en laselecciones presidenciales por el voto en blanco, hechoque cuestionaba sin duda su legitimidad y minaba supoder; en marzo de 1966, frente al fuerte acoso gremial,el gobierno de Illia promulgó un decreto mediante el cualreformaba la Ley de Asociaciones Profesionales, en un

claro intento por limitar el poder sindical, en tanto preten-día democratizar el sistema y recortar el control de losfondos. Desde ese momento, la dirigencia sindicalperonista profundizó su hostilidad al gobierno atacándolosistemáticamente, y cuando se produjo el golpe de Es-tado del general Onganía, le manifestó su apoyo de ma-nera poco disimulada.

Pero el nuevo régimen militar se sentía suficiente-mente fuerte para imponer sus proyectos y no estabadispuesto a negociar con el poder sindical, pues intenta-ba evitar este tipo de presiones. No sólo prohibió la acti-vidad política, también estableció un rígido control de pre-cios y suspendió las negociaciones colectivas, lo queafectó indudablemente la capacidad negociadora de lossindicatos. La CGT, obligada por la situación, en marzode 1967 convocó aun paro general para repudiar la politicaeconómica del ministro Krieger Vasena. En respuesta,el gobierno endureció aún más su postura, interviniendoy suspendiendo la personería de varios gremios impor-tantes. Ante estas circunstancias, un grupo de sindica-tos decidió sin tapujos colaborar abiertamente con elrégimen.Este sector recibió el nombre de«participacionismo» -más adelante, Nueva Corriente deOpinión-, y sus exponentes más importantes eran JuanJosé Taccone (Luz y Fuerza) y Rogelio Coria (Unión Obre-ra de la Construcción). El vandorismo, que había cifradoexpectativas en la dictadura militar, manifestó su puntodébil, pues quedó atrapado entre dos incómodas opcio-nes: por un lado, existía la posibilidad de endurecerse,pero a riesgo de que el gobierno le cortara el manejo delos fondos; por otro, se enfrentaba al posible alejamientoy la radicalización de las bases por su inacción frente auna política económica que afectaba notablemente a lostrabajadores. Optó finalmente por una táctica intermediay ambigua.

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Al realizarse el congreso normalizador de la CGTen 1968, el vandorismo y las 62 Organizaciones se en-contraron con un amplio segmento de gremios en francoestado de descontento con la vieja dirección por su inca-pacidad para enfrentar la política de Onganía. Esa insa-tisfacción generalizada se manifestó en la derrota delcandidato vandorista. En efecto, el dirigente de la Fede-ración Gráfica Bonaerense, Raimundo Ongaro, fue elegi-do secretario general de la CGT. El vandorismo, en mino-ría pero controlando los síndicatos más ímportantes, seretiró del congreso y abandonó la CGT. En adelante co-existirían dos confederaciones: la CGT de los Argentinos(CGTA), dirigida por Ongaro, y la CGT Azopardo, enca-bezada por los vandoristas.

La CGTA estaba conformada por una gama de gre-mios disímiles políticamente, muchos de los cuales, alpoco tiempo, la abandonaron para sumarse a la CGT dela calle Azopardo o para mantenerse al margen de ladisputa. Ongaro le impuso a la CGTA una impronta deprotesta orientada en dos direcciones. En primer lugar,ejerció una dura crítica y oposición al verticalismo y laburocratización implementados por el vandorismo o elparticipacionismo; por otra parte, desarrolló una oposi-ción mucho más frontal a la dictadura, radicalizando laprotesta obrera. Además, promovió nuevas formas demovilización y de protesta que, en su aspecto más nove-doso, incluían la alianza de los trabajadores con secto-res no tradicionales, como el movimiento estudiantil olos curas radicalizados tercermundistas.

Los estudiantes universitarios ya venian manifes-tando un profundo malestar desde que el régimen deOngania habia intervenido la universidad en 1966, duran-te la Noche de los Bastones Largos, coartando la libreexpresión de las ideas e imponiendo una política autori-

taria en los claustros. Dos meses después del golpe,varias agrupaciones estudiantiles de la Universidad deCórdoba decretaron un paro con movilización en el quese produjeron disturbios que incluyeron la toma del ba-rrio Clínicas por parte de los estudiantes, apoyados porlos vecinos. El 7 de septiembre de 1966, SantiagoPampillón, estudiante de ingeniería y subdelegado de laplanta automotriz IKA, fue asesinado por la policía y laCGT Córdoba decretó un paro de repudio de una hora porturno. De esta manera comenzaba a sellarse, al menosen Córdoba, la unidad de las protestas obrera y estu-diantil en tanto ambos sectores se hallaban notoriamen-te perjudicados por el gobierno militar.

También se había radicalizado e incorporado a laprotesta popular un sector de la iglesia católica latinoa-mericana influido por el obispo brasileño Helder Cámaraque, en 1967, confluyó en el Movimiento de Sacerdotespara el Tercer Mundo (MSTM). Un año más tarde, cercade trescientos sacerdotes se reunieron en Córdoba yconformaron formalmente el movimiento en la Argentina.Al comienzo, principalmente en Córdoba y Tucumán, yluego en casi todo el país llevaron adelante una intensaactividad en barrios obreros y marginales, que incluía suparticipación en marchas de hambre y huelgas, solidari-zándose de esa manera con la protesta de los trabajado-res en conflicto.

No debe olvidarse que, acompañando ( o como con-secuencia de) este proceso, se acentuó la radicalizaciónpolítica y se produjeron profundas transformaciones tan-to en el peronismo como en la izquierda. La fuerte y cons-tante represión de los gobiernos militares a las manifes-taciones opositoras y la proscripción política consolida-ron la idea de que la violencia, ya fuera de masas ofoquista, era el único método valedero. Por un lado, se

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conformaron aquellos grupos políticos que adherían aluso de la violencia de masas, como por ejemplo el Parti-do Comunista Revolucionario (PCR), partidario de la in-serción popular, surgido de una escisión del Partido Co-munista (PC), o el partido maoísta Vanguardia Comunis-ta (VC), desprendimiento del Socialismo de Vanguardiae impulsor de la Guerra Popular Prolongada. Por otrolado, los grupos guerrilleros Fuerzas Armadas de Libera-ción (FAL), proveniente de la izquierda, Fuerzas Arma-das Peronistas (FAP), cuyo origen eran algunos núcleossupervivientes de la Resistencia y el Ejército Revolucio-nario del Pueblo (ERP) creado en 1969 como consecuen-cia de la formación, un año antes, del Partido Revolucio-nario de los Trabajadores «El Combatiente», bajo la di-rección de Mario Roberto Santucho. Poco después seagregarían las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)y Montoneros, que serian las organizaciones guerrillerasmás importantes a la luz de la notable peronización delos sectores juveniles de izquierda. En 1969, el malestarobrero profundizó la protesta de tal manera que se con-vertiría en rebelión popular. Ya el año anterior, la provinciade Tucumán se había transformado en uno de los cen-tros de la protesta nacional a partir de las importantesmovilizaciones de los trabajadores azucareros. La inquie-tud de los trabajadores era una consecuencia directa dela racionalización encarada por el gobierno de Onganía,que desembocó en el cierre de once ingenios y el despi-do y la desocupación de miles de obreros. Ante el decli-ve de la Federación Obrera de Trabajadores de la Indus-tria Azucarera (FOTIA), dividida entre vandoristas y orto-doxos, y la propia fragmentación de la acción obrera,dirigentes de base apoyados por los sacerdotes del MSTMse pusieron a la cabeza de la protesta obrera que adqui-rió amplia difusión y visibilidad. Contribuyó a ello el apo-

yo activo de un importante grupo de artistas plásticos devanguardia a través de la muestra Tucumán arde. En elmes de marzo de 1969, los trabajadores azucareros rea-lizaron una larga marcha desde el ingenio Bella Vistahasta la ciudad de San Miguel de Tucumán. ‘

Por su parte, en el norte de Santa Fe (VillaGuillermina, Villa Ocampo ), sin alcanzar la envergadurade la protesta tucumana pero contribuyendo a profundi-zarla, también se realizaron varias marchas de hambrepara exigir la preservación de las fuentes de trabajo, enespecial en los talleres ferroviarios, que habían comen-zado a cerrarse a partir de la racionalización ferroviariaencara da por el gobierno de Frondizi.

Pero donde la protesta alcanzó su mayor dimen-sión fue en la ciudad de Córdoba. La agudización delclima de descontento en la década de 1960 se debía, almargen del repudio al autoritarismo del gobierno militar,a una conjunción de factores locales. En principio, a lalarga lista de reclamos del movimiento obrero se agregóel incumplimiento por parte del gobierno nacional de lapuesta en marcha de las convenciones colectivas de tra-bajo; la supresión del «sábado inglés», por el cual losobreros trabajaban cuatro horas los sábados y cobrabanocho, y la confirmación de la vigencia de las «quitaszonales», que permitía a los trabajadores de Buenos Ai-res cobrar más que sus pares cordobeses. Sin duda, lasumatoria de todos estos elementos generalizaron el cli-ma de malestar en el mundo del trabajo cordobés.

El otro factor que incidió en la explosión de la pro-testa se vinculó a la peculiaridad del sindicalismo en esaprovincia. Por un lado, porque los trabajadores de algu-nas importantes plantas de las industrias automotriz (Fiat)y petroquímica estaban organizados como sindicatos defábrica, y esa independencia de las direcciones sindica-

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les nacionales, contra lo que esperaban el gobierno y lasempresas, radicalizaron notablemente a los trabajado-res. Por otro lado, las regionales locales mantenían cier-ta independencia política con respecto a las centralesnacionales, situación que les permitía tomar decisionesy maniobrar sin preocuparse por la postura de las cúpu-las. Los casos más importantes en este sentido, aunquecon diverso grado de autonomía y líneas políticas dife-rentes, los constituían el Sindicato de Mecánicos y Afi-nes del Transporte Automotor (SMATA), dirigido por Elpidio Torres, que agrupaba a los trabajadores de algunasimportantes plantas automotrices (lKA, Grandes Moto-res Perkins ), y el gremio de Luz y Fuerza, orientado porAgustín Tosco. Éstos y otros sindicatos más pequeñosequilibraban en la CGT local las posturas que respondíana la conducción nacional (vandorismo, 62 Organizacio-nes). Ante el clima de malestar generalizado, la CGTlocal lanzó la Declaración Córdoba llamando a confor-mar un amplio frente civil en oposición al régimen. Y enrealidad, las condiciones para conformar ese frente esta-ban dadas. El movimiento estudiantil se hallaba amplia-mente movilizado, no sólo en Córdoba sino en otras pro-vincias. En Corrientes, mientras los universitarios recla-maban por el cierre del comedor estudiantil, fue asesina-do por la policía el estudiante Juan José Cabral. Inmedia-tamente se organizó una manifestación de repudio en laciudad de Rosario, en la que cayeron asesinados por larepresión otros dos estudiantes. La CGT rosarina res-pondió con un paro general el 23 de mayo y la jornadaderivó en una amplia manifestación de repudio que hasido conocida como el «Primer Rosariazo». La moviliza-ción estudiantil en oposición a la represión y en solidari-dad con los estudiantes correntinos y rosarinos se ex-

tendió a Córdoba, donde, el 26 de mayo, abandonaronlas aulas y ocuparon el barrio Clínicas, donde levantaronbarricadas y enfrentaron a la policía, que realizó un grannúmero de detenciones, incluyendo la de RaimundoOngaro. Frente a la presión de la protesta, la CGT cordo-besa decretó un paro de cuarenta y ocho horas a partirdel 29 de mayo, mientras que las dos centrales naciona-les (la de Azopardo, y la de los Argentinos) llamaron aunparo nacional de veinticuatro horas para el 30 de mayo.

El 29 por la mañana, los trabajadores de las gran-des plantas fabriles (Fiat, IKA-Renault, ILASA, Perkins,Thompson Ramco, Transax y otras) y del sector públicoabandonaron el trabajo y marcharon en manifestacióndesde el barrio obrero de Santa Isabel. La columna obre-ra creció de manera incesante con la incorporación devecinos y estudiantes. Cuando la policía reprimió violen-tamente y mató a un delegado de lKA, la protesta seconvirtió en la gran revuelta popular espontánea denomi-nada Cordobazo. La rebelión, en la que participaron vas-tos sectores de la sociedad cordobesa, rebasó tanto a laautoridad policial como a la dirigencia sindical en su con-junto y, en algún momento del día, pareció controlar laciudad. Por la noche, la mayoría de los trabajadores re-tornaron a sus domicilios mientras los estudiantes man-tenían la resistencia ocupando varios barrios y algunossectores de la izquierda creían vislumbrar una insurrec-ción popular. Al día siguiente, a pesar de que se mante-nían algunos focos aislados, la protesta había finalizadoy los resultados eran elocuentes por su importancia: másde diez muertos según la versión oficial, cerca de cienheridos, varios centenares de detenidos, entre los quese contaban importantes dirigentes como Agustín Tos-co, y cuantiosos daños a la propiedad de las empresas,

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sobre todo extranjeras. Pero más importante que esosdatos fue el impacto político causado por el Cordobazo,que se convirtió en un verdadero punto de inflexión en laescena política argentina. En principio, motorizó un ciclode protestas en las que, como venia sucediendo, el mo-vimiento obrero, aunque continuaba siendo el protago-nista principal, no estuvo solo sino que fue acompañadopor estudiantes, sacerdotes, intelectuales y artistas. Enesta protesta, además de la clásica oposición a la dicta-dura ya los sectores patronales, se destacaron comorasgos novedosos tanto el rechazo a la burocracia sindi-cal como el importante pero disímil grado de radicalizaciónideológica. Por otro lado, la protesta cordobesa produjouna hecatombe política, en tanto radicalizó a ampliossectores de la juventud que aparecían dispuestos a bo-rrar el pasado y construir una sociedad nueva y que en-grosaron las filas de la organizaciones de izquierdainsurreccionales o guerrilleras. El impacto político se re-lacionaba también con la capacidad de un movimientopopular de estas características para contribuir a provo-car la crisis y el derrumbe de un gobierno; no sólo cayóel gobernador cordobés Caballero sino, un año más tar-de, el general Onganía y también su sucesor, el generalLevingston, incapaces todos de resolver las causas de laconvulsión social desde un régimen autoritario. La fuerzade este movimiento residió en que canalizó la acumula-ción de diversos factores de agravio e injusticia de am-plios sectores de la sociedad durante quince años, entrelos que la proscripción política del peronismo no fue untema menor. La brecha entre la sociedad civil y el siste-ma de poder se amplió de tal manera que hicieron eclo-sión en un momento de debilidad del régimen autoritarioy de radicalización de un importante segmento de la po-blación.

No obstante, hay que resaltar que uno de los lími-tes de este movimiento en el plano del mundo del trabajofue su escasa ascendencia sobre el movimiento obrerode Buenos Aires, en donde el sindicalismo clásico man-tuvo su influencia, o al menos la capacidad de enfriar loscon flictos, a pesar de la política combativa de una CGTAcuyos límites estaban demarcados por la escasa enver-gadura de los gremios adheridos.

El peso del Cordobazo en la clase trabajadora y enel ciclo de protestas posterior se centró en Córdoba y enciertos bolsones del interior como Tucumán, Rosario,Neuquén o las provincias del litoral. En Córdoba, des-pués del estallido de mayo de 1969, se gestó un sindica-lismo combativo que estaba constituido por una impor-tante y variada gama de sindicatos que iban desde aque-llos liderados por peronistas combativos (Unión TranviariosAutomotores) hasta gremios como Luz y Fuerza, orien-tados por independientes de izquierda como Agustín Tos-co. Pero, a la vez, a la izquierda de aquellos se articulóuna corriente sindical clasista con características pecu-liares y diferenciadoras de las tradicionales formas dehacer gremialismo. Este movimiento estaba liderado porlos sindicatos de la empresa Fiat: Sindicato de Trabaja-dores Concord (SITRAC) y Sindicato de TrabajadoresMaterfer (SITRAM), cuyas direcciones se habían renova-do a comienzos de 1970. La nueva conducción, elegidadirectamente por las bases, cambió radicalmente las tác-ticas de acción gremial y materializó una ofensiva cons-tante contra la empresa para obtener mejores condicio-nes de trabajo y mayores salarios.

En principio, el clasismo se manifestaba profunda-mente antiburocrático y basaba su política sindical en lademocracia interna y en la participación masiva y directade los trabajadores. Indudablemente, la no pertenencia a

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federaciones de carácter provincial o nacional facilitabaesa prédica, aunque en un mediano plazo también lo haríamás vulnerable a la ofensiva empresarial ya la acciónrepresiva. En segundo lugar, esta corriente adhería ideo-lógicamente al clasismo obrero, una definición que pos-tulaba la unidad de la clase obrera y la defensa de susintereses, radicalmente opuestos al de los empresarios,así como la lucha contra el capitalismo y la imposiciónde una sociedad socialista. En este sentido, el sindicatopretendía ser un verdadero concientizador de los obre-ros. Por último, reformularon la acción gremial. Ademásde las huelgas y las ocupaciones fabriles, recurrieron arepertorios de confrontación menos formales, como laacción directa (toma de rehenes, sabotajes) o la alianzacon organizaciones vecinales, parroquiales y políticas;así como a diversas formas de difusión de sus reclamosque acercaban métodos formales, como la apelación alos medios de comunicación, o informales, como la asis-tencia a asambleas universitarias o las huelgas de ham-bre, cuyo contenido simbólico era indudable. Precisa-mente, al realizarse en un barrio obrero de Córdoba unahuelga de hambre para exigir la reincorporación de obre-ros despedidos en la navidad de 1970, recibieron la ad-hesión de los grupos armados FAL, ERP y Montoneros,en una muestra elocuente del grado de radicalizaciónque había asumido un vértice de la protesta social en laArgentina. Este hecho también evidenció el interés delos grupos armados por extender su influencia al mundodel trabajo. En enero de 1971, el conflicto se intensificó:primero fueron ocupadas las plantas de Fiat con toma derehenes debido al despido de varios delegados; luego sele reclamó a la empresa el equiparamiento de los conve-nios salariales con los del SMATA. A pesar del laudofavorable del Ministerio de Trabajo, la empresa descono-

ció el reclamo, por lo que la CGT cordobesa decretó unparo general el día 12 de marzo. Ante esa decisión, elgobernador Uriburu declaró, refiriéndose a la vanguardiaobrera, que cortaría la cabeza de la «víbora venenosa».Frente al paro se establecieron fuertes diferencias tácti-cas entre los sindicatos combativos (incluido Luz y Fuer-za) y el SITRAC-SITRAM. Mientras los primeros decidie-ron la toma de plantas y luego efectuar una concentra-ción, los segundos tomaron las calles de la ciudad; enlos incidentes producidos por la represión policial murióun trabajador. El 14 de marzo, durante su entierro, seprodujo una gran protesta, que, a diferencia del Cordobazo,estuvo integrada centralmente por trabajadores, y quederivó en graves enfrentamientos con la policía y la des-trucción de numerosos bienes de empresas privadas yestatales. La falta de acuerdo entre el SITRAC-SITRAMy el resto del movimiento obrero cordobés facilitó la rápi-da y efectiva represión, que dio por finalizado el Viborazo,como se denominó irónicamente a la protesta. No obs-tante sus limites, el conflicto acabó con el gobernadorUriburu, y pocos días después, renunció el presidenteLevingston. Entre los bolsones de protesta en el interiorno cordobés habria que recalcar, en primer lugar, lareactivación, casi simultánea al Cordobazo, de la protes-ta en Tucumán. Fueron sus promotores los trabajadoresdespedidos de los ingenios azucareros y el movimientoestudiantil. En mayo de 1969, los despedidos del inge-nio Bella Vista realizaron una marcha que, si bien recla-maba la reapertura de los ingenios, era a la vez una claramanifestación contra la dictadura. La movilización termi-nó ocupando el centro de San Miguel de Tucumán, conel activo apoyo de los curas tercermundistas y, funda-mentalmente, de los estudiantes, quienes, ante la clarasituación de decadencia y fragmentación de la FOTIA,tomaron la dirección del movimiento.

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Por su parte, en Rosario, los despidos de variostrabajadores en algunos talleres ferroviarios motivaron lareacción de los obreros, que, ante la inflexibilidad de ungobierno decidido a aplicar la justicia militar, extendieronel conflicto a diversas regionales de la provincia y delpais. La CGT local declaró un paro activo de treinta yocho horas en solidaridad con los obreros ferroviarios apartir del 16 de septiembre de 1969. Ese dia, miles detrabajadores marcharon por el centro Y los barrios obre-ros de la ciudad Y fueron duramente reprimidos por lapolicía y la gendarmería nacional. La movilización, cono-cida como el Segundo Rosariazo, alcanzó un alto gradode violencia, Y fueron destruidas por los manifestantesdecenas de propiedades vinculadas a empresas e insti-tuciones represivas.

Otro conflicto importante fue protagonizado por lostrabajadores de la construcción de la monumental obraEl Chocón-Cerros Colorados, en la provincia de Neuquén.Entre marzo de 1969 Y mediados de 1970, centenaresde trabajadores se organizaron desde la base y al mar-gen de la UOCRA y realizaron numerosas huelgas por elreconocimiento de sus delegados, aumentos de salarios,mejoras en las condiciones de vivienda y de trabajo -especialmente de seguridad, ya que varios obreros ha-bían fallecido debido a la alta peligrosidad de los traba-jos-. El apoyo del obispo de Neuquén, Jaime de Nevares,cercano a los sacerdotes del MSTM, ayudó a otorgarlevisibilidad a la protesta.

Por último, conviene mencionar la formación y lasluchas, en 1971 y 1972, de las Ligas Agrarias en lasprovincias de Corrientes, Entre Ríos, Formosa y Chaco.Si bien éste no fue un conflicto obrero sino de pequeñosy medianos productores rurales, se enmarcó claramente

en el clima de radicalización de la protesta social en esteperiodo y contó con el apoyo de sectores del catolicismotercermundista y de la juventud peronista. Las Ligas cre-cieron por diversos motivos: en primer lugar, porque die-ron cabida a una protesta que la Federación Agraria noestaba conteniendo debido a sus alianzas con el gobier-no y los grupos monopólicos; por otro lado, porque inclu-yeron en su seno distintos sectores con una amplia di-versidad de problemas, como los productores de algo-dón de Chaco y Formosa, afectados por la caída de losprecios y la reducción de subsidios, los productores deté y yerba mate de Misiones y los de tabaco de Corrien-tes, los primeros perjudicados por la desregulación delmercado y los segundos por la concentración industrialy el desplazamiento de los productores.

Ahora bien, una circunstancia de carácter políticomodificó en parte el sendero y el carácter de la protestasocial, aunque no dejó de acentuarse la radicalización yla violencia política. En marzo de 1971 asumió la presi-dencia el general Alejandro A. Lanusse, quien ante elfracaso de los postulados del golpe militar de 1966 deci-dió buscar una salida política con el objeto de destrabarla conflictiva situación del país. Convocó a un Gran Acuer-do Nacional ( GAN), reactivó la actividad partidaria y fijóun cronograma electoral. Buena parte del sindicalismose vio obligado a reformular sus estrategias en términospoíticos. Los sectores del gremialismo peronista comba-tivo se lanzaron a la lucha interna para ganar espacio enel seno del peronismo frente a la burocracia sindical. Toscoproponía un frente de fuerzas progresistas y el sectormás radícalízado del movimiento obrero, el SITRAC-SITRAM, se hallaba entrampado en un purismo obreroque lo aislaría del resto de los trabajadores. A fines de

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1971 se produjo la intervención militar de la fábrica Fiat yse retiró la personería gremial del SITRAC-SITRAM, quefue adjudicada a la Unión Obrera Metalúrgica. De estamanera, el gremialismo clasista recibió un duro golpe.Una de las consecuencias de esta derrota derivó en latrágica acción foquista del ERP, el cual, reemplazando laacción de las bases, secuestró en 1972 al director gene-ral de Fíat Concord con el. objeto de reincorporar a lostrabajadores despedidos durante la disolución del SITRAC

En este contexto crecerían las opciones más vio-lentas, puesto que las organizaciones más radicalizadasno creían ni estaban de acuerdo con la salí da electoral.La profundización de la alternativa violenta fue alimenta-da no sólo por el convencimiento de sus protagonistassino también por otros hechos. En principio, por una es-calada represiva que no se moderó ni siquiera ante lasalida política y qué llenaba de presos políticos las cár-celes. En este sentido, la muestra más dramática fue elfusilamiento de dieciséis guerrilleros detenidos en Trelewque habían intentado fugarse del penal de Rawson. Porotra parte, no debe olvidarse que Perón alentó el desarro-llo de las formaciones especiales y la táctica guerrilleracomo parte de una estrategia que denominaba «guerraintegral» y que apuntaba, por un lado, a debilitar a losmilitares y recuperar el poder político y, por otro, a con-solidar su liderazgo en el interior del peronismo. En efec-to, para equilibrar el poder adquirido por la dirigencia sin-dical vandorista, Perón abrió los espacios internos a laJuventud Peronista (JP), vinculada a Montoneros, al con-vertirla en la cuarta rama del Movimiento Justicialista.

La derivación de esta política, que era una manifes-tación más del importante protagonismo juvenil en esteperiodo, fue el crecimiento explosivo y, si se quiere, fu-gaz de la JP, convertida entonces en centro de la protes-

ta popular. Desde su primer acto en noviembre de 1972hasta la ruptura con Perón dieciocho meses después, laJP canalizó en buena medida los reclamos popularesalrededor del retorno de Perón al poder y el triunfo deljusticialismo en las elecciones, que relegó a la izquierdano peronista a un lugar mucho más modesto. La JP cen-traba su acción en dos enemigos: el poder militar y laburocracia sindical, y para ello se valía de la movilizaciónpopular y del apoyo a la acción armada de Montoneros.De acuerdo con el carácter movimientista y populista delperonismo, la JP extendió con éxito su radio de acciónen varios frentes como los barrios, las villas de emergen-cia, los estudiantes o las fábricas, aunque en estas últi-mas su influencia era menor debido a que la burocraciasindical no dejaba de tener una fuerte presencia. Estasformas de acción derivaron en la creación de un frentepopular que se convirtió en un verdadero movimiento demasas, denominado la Tendencia Revolucionaria. Esta-ba conformado por la JP, la Juventud Trabajadora Peronista(JTP), la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), laJuventud Universitaria Peronista (JUP), la Agrupación Evitade la rama femenina y el Movimiento de InquilinosPeronistas.

En un contexto en el cual la sociedad manifestabafuertes expectativas de cambio, la JP desempeñó un rolcentral en el resonante triunfo peronista de las eleccio-nes del 11 de marzo de 1973, así como en la moviliza-ción de festejo y en la realizada el día de la asunción delpresidente Cámpora. El 25 de mayo, cientos de miles depersonas coreaban consignas a favor de la revolución ylas organizaciones guerrilleras, que no habían abando-nado la lucha armada, y denostaban a los militares ya laburocracia sindical. Ciertamente, la movilización popularexcederia el nuevo proceso de institucionalización, queno podía satisfacer las exigencias de cambios radicales.

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Durante el corto gobierno de Cámpora (cuarenta y sietedías) se produjo un estallido cuasi insurreccional, en tan-to rebasó en parte a los dirigentes, que derivó en unairrefrenable oleada de tomas y ocupaciones de institu-ciones de lo más diversas: fábricas, universidades, cole-gios, hospitales, comunas, medios de comunicación,entes estatales. El gobierno, tironeado por diversos sec-tores, fue incapaz de resolver este problema y cayó el 12de julio presionado por el propio Perón. El líder habíaretornado al país el 20 de junio e ignoró una imponentemanifestación de bienvenida, y de fuerza, preparada porla JP a la que asistieron cerca de dos millones de perso-nas. y desde es momento, se dedicó a resolver laimplementación del pacto social. Para ello tenia que des-articular a los sectores más contestatarios del Movimiento,y comenzó la embestida contra la JP y los Montoneros,cuyo momento de inflexión se produjo en el acto del 1°de mayo de 1974 en la Plaza de Mayo. En esa oportuni-dad los atacó duramente y se produjo una ruptura dehecho. Esa embestida no reconoció limites en sus mé-todos, e incluyó las acciones parapoliciales de la Triple Aque poco. después creó López Rega, uno de los allega-dos más cercanos al caudillo. Para neutralizar a la Ju-ventud y al gremialismo combativo y clasista, Perónreformuló su relación con el sindicalismo tradicional quedesde el asesinato de Vandor había decidido acatar sustácticas. A partir de su regreso, Perón se apoyó activa-mente en la CGT y las 62 Organizaciones, orientadaspor los dirigentes metalúrgicos José I. Rucci y LorenzoMiguel. En enero de 1974 creó el instrumento legal ade-cuado a través de la sanción de una ley que otorgaba elmonopolio a los grandes sindicatos frente a las estructu-ras locales o descentralizadas.

Sin embargo, ni la reconstitución del poder sindicalni el pacto social lograron aplacar la conflictividad obrera,

que presionaba en busca de una recomposición salarialmayor a la otorgada y que se manifestaba en innumera-bles huelgas y tomas de fábrica. Esa presión condujo ala Gran Paritaria de marzo de 1974, por la cual se acordóun aumento salarial del 13%. Sin embargo, ese incre-mento se neutralizó rápidamente en tanto los empresa-rios y comerciantes lo trasladaron a los precios. A partirde ese momento, y afectado también por la crisis inter-nacional del petróleo y por la propia crisis degobernabilidad que sucedió a la muerte de Perón, el pac-to social se derrumbó, y con él, el modelo peronista. Laeconomía y la política ingresaron en un sendero de abso-luta inestabilidad.

Apoyada en la siniestra figura de López Rega, lapresidenta Isabel Perón derechizó absolutamente lasacciones de gobierno e impuso la censura a la actividadartística, periodística e intelectual; la persecución y larepresión paraestatal a través del incremento de la activi-dad de la Triple A, que asesinó a varios centenares depersonas; y también la represión directa a los diversosconflictos, como las huelgas del polo siderúrgico de laseccional Villa Constitución de la Unión Obrera Metalúr-gica, que contó con la complicidad de la dirección nacio-nal del gremio.

Por otro lado, Isabel Perón, al privilegiar su alianzacon López Rega e implementar el plan económiconeoliberal de Celestino Rodrigo, que desembocó en unproceso hiperinflacionario, se enfrentó con el sindicalis-mo.

Precisamente, los sindicalistas aprovecharon la im-popularidad de aquéllos y, luego de convocar al movi-miento obrero a una marcha y un paro general en juniode 1975, los obligaron a renunciar y recuperaron, por pocotiempo, su gravitación política. Entre la caótica situación

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económica, la crisis de gobernabilidad y la profundizaciónde la represión, la protesta social quedó acorralada ycasi sin posibilidad de expresarse. A ello contribuyerontambién ciertas tácticas adoptadas por la izquierda gue-rrillera, tanto peronista como no peronista. Si bien escierto que la represión implementada por el gobierno y lapropia derecha del peronismo dificultaban notablementelas acciones de las organizaciones políticas, gremialesy estudiantiles que actuaban en la superficie, la absolutamilitarización del ERP y de los Montoneros que privile-giaban la lógica de la guerra, contribuyó a hacer másdifícil esa actividad. ¿Cuál podia ser el destino, sino latortura y la muerte, de los militantes del Movimiento Sin-dical de Bases, que respondía al ERP, o de los miem-bros de la Juventud Trabajadora Peronista, vinculados aMontoneros, que actuaban a cara descubierta? El predo-minio de la lógica militar terminaba por anular la acciónde masas y por herir gravemente a las formas de protes-ta que se habían desarrollado durante casi un siglo. Porsupuesto, ninguna de estas razones puede avalar el gol-pe militar encabezado por el general Videla ni, menosaún, la monstruosa política de exterminio y violación delos más elementales derechos humanos llevada adelan-te por las tres ramas de las Fuerzas Armadas encarama-das en el gobierno con la complicidad de ciertos secto-res de la sociedad civil.

4. Dictadura y democracia:los cambios en la protesta

popular, 1976-2001

En 1976 se produjo en la Argentina un nuevo golpemilitar que generó cambios profundos en la economía, lasociedad y la cultura, que modificó las formas de la pro-testa social e instauró un gobierno dictatorial sin antece-dentes en cuanto a la magnitud de la violación de losderechos humanos. La protesta obrera estuvo marcadapor una política represiva que diezmó las organizacionesde base y eliminó a los trabajadores más combativos. Laextensión del autoritarismo a todos los niveles de la so-ciedad civil ayudó a que algunos sectores de la pobla-ción buscaran nuevos canales de participación democrá-tica y expresión política, por lo que la protesta socialexcedió el mundo del trabajo e involucró a familiares delos detenidos y desaparecidos, vecinos, amas de casa,jóvenes y artistas. Con el advenimiento de los nuevosgobiernos democráticos a partir de 1983, resurgieron losrepertorios de confrontación tradicionales. Pero en losnoventa, luego de más de una década de transformacio-nes bajo el signo del neoliberalismo y de las enormesdificultades de los partidos políticos para responder a lasdemandas de la sociedad, se incorporaron a la protestasocial una amplia gama de actores y recursos que seexpresaron con nuevos repertorios de confrontación.

Dictadura y democracia constituyen dos polosantitéticos que encuentran un punto de confluencia en el

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contexto neoconservador que las atravesó. Tanto desdeInglaterra, con el liderazgo de Margareth Thatcher, comodesde los Estados Unidos, con Ronald Reagan, se di-fundieron ideas y prácticas sociales que generaron unvasto consenso en torno del dominio de los mercados.Este proceso permitió la especulación financiera, quefacilitó ganancias rápidas a los capitales «impacientes»y destruyó las bases del Estado de Bienestar. Entre losaños setenta y noventa, los sindicatos perdieron partede su poder político, mientras que las grandes empresaseliminaron puestos de trabajo y usaron todo su poderpara obtener mayores ganancias, y los gobiernos, enparticular los de los llamados países «emergentes», fue-ron cada vez más dependientes de las decisiones de losorganismos fínancieros internacionales y más benévoloscon los dueños de los capitales. Además, la caída de laUnión Soviética afianzó el proceso de globalización puestoen movimiento por el imperialismo moderno y se barrie-ron las posibilidades de poner límites a la arrogancia delas políticas neoliberales de los Estados Unidos.

En la Argentina se realizaron numerosos experimen-tos acordes con ese clima de ideas global, aunque laopresión diferenció claramente a los gobiernos militaresde los civiles que les sucedieron. La dictadura militar ins-talada el 24 de marzo de 1976 cometió un verdadero ge-nocidio e instaló la palabra desaparecidos como símbolode la represión brutal que llevaron a cabo las FuerzasArmadas. Desaparecieron miles de activistas y dirigen-tes sindicales, estudiantiles, políticos, intelectuales, pe-riodistas, religiosos y artistas, así como familiares de lasvíctimas.

La represión fue fundamental para implementar lapolítica económica y social del gobierno. Buscó destruirla tradición de intervención estatal que se había forjado a

lo largo del siglo XX e impulsar un mercado de capitalesa corto plazo y la movilidad sin trabas de las divisas. Lasprimeras medidas del equipo económico encabezado porJosé Alfredo Martínez de Hoz suprimieron las negocia-ciones colectivas y prohibieron las huelgas. Poco tiempodespués se realizó una reforma financiera mediante lacual se liberalizaron las tasas de interés al mismo tiem-po que el Estado garantizaba títulos y depósitos a pla-zos fijos. El predominio de la especulación financiera seextendió a toda la población, que vivió al ritmo de la«tablita», tal el nombre con el que se designaba la pautacambiaria, o de la «bicicleta», con el objetivo de acumu-lar «plata dulce», de acuerdo al lenguaje de la época.También se generó una marcada concentración econó-mica de empresarios o grupos familiares nacionales -como Bulgheroni, Macri, Fortabat y Pérez Companc, ode multinacionales como Bunge y Born y Techint-. Elcrecimiento de estas empresas se produjo a partir de lasconcesiones de obras y prestaciones de servicios al Estado, y los empresarios hicieron fortunas impresionantescon inversión y riesgo mínimos de su parte. Paralela-mente, se eliminó en forma progresiva la protección a laproducción local. La reducción de los aranceles y la aper-tura de la importación a bienes de todo tipo afectaron lasindustrias protegidas por el Estado, que ahora no podíancompetir con los precios de la producción industrial ex-tranjera.

Una consecuencia de la política económica fue ladisminución notable del nivel de actividad de los secto-res automotor, metalúrgico, siderúrgico y textil, y el achi-camiento de los niveles de producción de otros, con lasensible reducción del personal ocupado y el cierre denumerosas fábricas. A pesar de las dificultades plantea-das en la producción, el desempleo no aumentó dema-siado, probablemente por el crecimiento del

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cuentapropismo; sin embargo, las cifras globales escon-den la caída de la ocupación industrial y las diferentessituaciones regionales. La disminución del empleo indus-trial fue leve e ininterrumpida entre 1976 y 1980: descen-dió del 35 al 30% de la población económicamente acti-va. Pero al final del gobierno militar, el porcentaje de des-ocupados rondaba el 8%, el cual afectaba tanto a lasciudades del litoral como a las del interior del país, yaumentó la cantidad de personas que entraría al escena-rio de la protesta demandando alimentación básica y tra-bajo.

Achicar el rol del Estado en la economía fue unaconsigna clave. Afectó diversos servicios y preparó elcamino para el proceso de privatización posterior, al ge-neralizarse la idea, que en parte era cierta, sobre la inefi-cacia de la presencia estatal en áreas de servicios comoteléfonos, gas, aguas corrientes, correos, líneas aéreas,ferrocarriles. En el caso de los ferrocarriles, la supresiónde los servicios de trenes no sólo modificó el carácter dela red ferroviaria y el poder de las organizaciones gre-miales ferroviarias, también comenzó un lento procesode aislamiento de las localidades más alejadas, dondelos criterios de rentabilidad y eficiencia utilizados por lasautoridades eran inadecuados para el mantenimiento delas comunicaciones. Se cerraron más de 800 estacio-nes ferroviarias, se clausuraron alrededor de 4.500 kiló-metros de vías férreas y los servicios disminuyeron casiel 40 por ciento.

Las medidas económicas, políticas y sociales pro-dujeron cambios importantes en el mundo del trabajo.En la clase obrera disminuyeron los asalariados y seincrementó el número de trabajadores autónomos, espe-cialmente electricistas, mecánicos, peluqueros, taxistas,albañiles, pintores, plomeros y peones. El achicamiento

de la clase obrera tuvo como contraparte el crecimientode los sectores medios, integrados por un porcentajeimportante de trabajadores autónomos y comerciantesminoristas. Durante el gobierno dictatorial se produjo unnotable descenso del salario real, que en 1978 apenascubría el 57% de la canasta familiar. Además, la suspen-sión de los derechos laborales y de las negociacionessalariales, así como de los aumentos automáticos, leotorgaba al Estado un poder ilimitado para decidirunilateralmente los aumentos de salarios de acuerdo conel nivel de productividad. Además, debe agregarse que,como los reajustes se fijaban porcentualmente, los sala-rios menores eran los más castigados, Y, dentro de estafranja, fueron más afectados los estatales que los priva-dos.

El menor poder adquisitivo del salario se vio agrava-do por el deterioro del sistema previsional debido a lapaulatina extensión del trabajo en negro o por la elimina-ción de la contribución empresaria al financiamiento delsistema. El gobierno militar sacó a las obras socialesdel control de los sindicatos, disminuyó el gasto social ycomenzó a transferir el área de salud al sector privado.De modo que era cada vez más difícil recibir atenciónmédica en los hospitales o contar con una jubilación opensión que permitiera vivir sin zozobras.

Todas las medidas afectaban directamente a lostrabajadores ya sus familias, y las reacciones se produ-jeron en varios frentes. Como el gobierno militar se pro-puso modificar el rol de la clase obrera y de sus repre-sentaciones, se atacó no sólo a los sectores máscombativos del movimiento obrero sino también a la viejaestructura sindical que se había consolidado desde 1945.También se desarticuló la estructura nacional centraliza-da del movimiento obrero, que, por otra parte, había sido

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cuestionada en la década anterior por sus propias ba-ses.

Para desestructurar la acción gremial, el gobiernosancionó leyes represivas que apuntaban a prohibir lasactividades gremiales (ley 21.356), suspender el dere-cho de huelga (ley 21.261), eliminar el fuero sindical es-pecial (Ley 21.263) , reimplantar la ley de residencia (Ley21.259) y garantizar la seguridad industrial con penas ysanciones para quienes realizaran medidas de fuerza (Ley21.400). Paralelamente, se derogaron otras leyes derivadas de las demandas y protestas de los trabajadores,como el Estatuto del Docente (Ley 21.278), y se produjola eliminación de varias cláusulas de las convencionescolectivas de trabajo (Ley 21.476) y se produjo la anula-ción de una parte importante de las disposiciones decontratos de trabajo (Ley 21.297). El broche de oro deestas medidas fue la sanción de la ley 22.105 de Asocia-ción Gremial de Trabajadores, que apuntaba a reducir yneutralizar el poder sindical a través de la eliminación dela CGT, permitiendo la libre afiliación y prohibiendo losgrandes sindicatos por ramas. A la vez, se transfirieronlas obras sociales sindicales al Estado y, de esta mane-ra, se privó a los gremios del uso de los aportes de lostrabajadores. Esta cuestión tenia una doble implicación:le restaba poder económico a las organizaciones gre-miales y desarticulaba el sistema de obras sociales entanto red de unidad y solidaridad entre los trabajadores.Durante este periodo, se buscaba destruir el tipo de or-ganización sindical afianzado durante la segunda mitaddel siglo XX y, en buena medida, los gremios tuvieron queresistir las disposiciones implementadas por el régimen.El gobierno militar clausuró la vida política y sindical, yarremetió contra ella interviniendo la CGT y los sindica-tos más importantes, como la Unión Obrera Metalúrgica(UOM), el Sindicato de Mecánicos (SMATA), los telefóni-

cos (FOETRA), la Asociación Obrera Textil (AOT), el Sin-dicato Único de Petroleros del Estado (SUPE), por men-cionar sólo algunos. Las Fuerzas Armadas fueron impla-cables en la persecución de los dirigentes gremiales, in-cluso con quienes en el pasado habían mantenido flui-das comunicaciones con los gobiernos de facto. Su polí-tica era lograr la subordinación de los sindicatos o, si nolo lograban, ilegalizarlos, para lo que contaban con laactiva participación de organismos estatales como elMinisterio de Trabajo.

El tema de la productividad fue importante para elgobierno y los empresarios. Como se ha visto en el capí-tulo anterior, la cuestión era de larga data y no habíapodido ser resuelta luego del golpe de 1955. Las Fuer-zas Armadas, de acuerdo con las demandas de los em-presa rios, querían «restablecer el clima de autoridad»en las empresas, pues consideraban la lucha reivindicativaen los lugares de trabajo como una especie de guerrillaindustrial -incluso hablaban del «accionar clandestino dealgunas comisiones internas»-. Por ello, los planes dedisciplinamiento y control incluyeron el envío de tropas ocomandos parapoliciales a los lugares de conflicto. Fuefrecuente la detención y/o desaparición de activistas ydelegados en las mismas plantas fabriles, como ocurrióen las empresas Yelmo, Mercedes Benz y Ford en Bue-nos Aires, en las seccionales de SEGBA, en los inge-nios azucareros de Tucumán o en Acindar (Villa Consti-tución), donde se profundizó la represión iniciada duran-te el gobierno de Isabel Perón. En algunas empresasllegaron a desaparecer casi todos los miembros de lascomisiones internas.

Al mismo tiempo, la represión empresarial fue nota-ble, pues muchos directivos colaboraron activamente conla represión denunciando a los activistas y delegados desus plantas o ajustando internamente los mecanismos

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de contención. La magnitud de la represión produjo unanotoria desmovilización general de los trabajadores entre1976 y 1981, aunque la resistencia fue importante enalgunas fábricas y empresas de servicios.

Los trabajadores organizados siguieron utilizandolos repertorios de confrontación que habían empleado taneficazmente en décadas anteriores, pero evitaron losenfrentamientos abiertos y directos, pues eran muy vul-nerables ante la represión. Por eso utilizaron a menudola huelga de brazos caídos y el trabajo a desgano o areglamento, usado en el pasado cercano y que ahorapasó a llamarse «trabajo a tristeza» debido a las dificul-tades impuestas por la insuficiencia del salario, el cerce-namiento de los convenios y los despidos. Esta herra-mienta servía además para evitar la represión. Ante lapresencia patronal o militar, los obreros comenzaban atrabajar lentamente; cuando se retiraba la presenciaamenazante, volvían a la posición inicial. En ocasiones,este procedimiento se repetía varias veces al día. Enoctubre de 1976, el gremio Luz y Fuerza, compuesto portrabajadores de las empresas eléctricas privadas y esta-tales, recurrió a esa medida para protestar contra el des-pido de trabajadores al aplicarse la Ley de Prescindibilidad,por el incumplimiento del convenio colectívo de trabajo ypor la rebaja salarial. Durante los meses sucesivos, lostrabajadores protestaron trabajando a desgano o «contristeza» y realizando apagones que afectaron todo elterritorio nacional. En respuesta, el gobierno detuvo, des-pidió, secuestró e hizo desaparecer a numerososactívistas. El más importante de ellos fue el dirigenteOscar Smith, quien desapareció en 1977. A partir de esemomento, la protesta de los trabajadores comenzó adeclinar.

Durante 1977, los reclamos y las manifestacionesfueron escasos, aun cuando se registraron algunos con-

flictos en diversos lugares del país. Durante los años si-guientes, la protesta se intensificó y se expresó de diver-sas formas: trabajo a desgano, presentación de petitorios,estado de alerta o huelgas sorpresivas que se caracteri-zaban por su limitada duración para evitar la intervenciónde las Fuerzas Armadas o policiales. Es imposible deta-llar cada uno de esos conflictos: se produjeron en todo elterritorio e involucraron a trabajadores de cuello blanco(bancarios, judiciales) obreros de fábricas importantesdel Gran Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Villa Consti-tución; trabajadores ferroviarios de Tafí Viejo y de los in-genios en Tucumán. Los asalariados ferroviarios, meta-lúrgicos y mecánicos estuvieron al frente de numerosasluchas. En 1981,la agitación en el campo laboral comen-zó a generar inquietud al régimen militar, y hasta la CGTse animó a declarar un paro general el 22 de julio de1981. Aunque el acatamiento fue dispar, se hizo sentiren los establecimientos industriales del Gran BuenosAires, en tanto que, en el interior del país, el ausentismofue del 50 al 60%. Ese mismo año, el obispado de Quilmesorganizó una «Marcha de Hambre» bajo la consigna «Pany trabajo». El 7 de noviembre, una nueva marcha, organi-zada por la CGT y algunos partidos políticos, se dirigió ala iglesia de San Cayetano en demanda de «paz, pan ytrabajo». San Cayetano era (y es) motivo de devociónpopular entre quienes buscan trabajo y la convocatoriade la CGT reunió a unas 50 mil personas que de esemodo expresaban su insatisfacción, coreaban consignascontrarias al régimen militar y reclamaban por los des-aparecidos. El miedo comenzaba a neutralizarse y laprotesta empezaba a tener mayor visibilidad. La CGT,liderada por Saúl Ubaldini, convocó siete paros genera-les durante la dictadura. En los primeros demandó la ple-na vigencia de la Ley de convenciones colectivas de tra-bajo, mejores salarios y el fin de la desocupación. Re-

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cién cuando aparecieron grietas en el poder dictatorialse repudió la política económica del gobierno, aunqueninguna huelga fue convocada en defensa de las liberta-des elementales cercenadas. Los paros realizados en1979 y 1981 tuvieron adhesión parcial, pero el del 30 demarzo de 1982 fue acompañado por una movilización ala Plaza de Mayo con el objetivo de demostrar el descon-tento de los sectores populares. Ese día, la Plaza y losalrededores estaban tomados por la policía, con todo elarsenal represivo de carros de asalto, camiones hidrantes,policías a caballo y helicópteros. Los manifestantes fue-ron reprimidos y se detuvo a varios cientos de personas.La escena se repitió en Mendoza, Rosario, Tucumán yCórdoba. Dos días después comenzó la Guerra deMalvinas, y el escenario de la represión se transformó enotro, con manifestantes que exteriorizaban su apoyo alintento de recuperar las islas; esta vez no hubo castigopolicial. A partir de la derrota militar en Malvinas se abrióuna crisis política en el régimen militar que lo llevaría asu caída. En ese contexto, los paros generales por me-joras salariales y en repudio al gobierno realizados enseptiembre y diciembre de 1982 y en marzo y octubre de1983 tuvieron mayor repercusión.

El conjunto de la resistencia obrera a la dictadurapuede dividirse en dos momentos. Inicialmente tuvo uncarácter defensivo. Para comprender este rasgo es pre-ciso tener en cuenta que los militares entendían como«subversivo» todo tipo de confrontación social y queinstauraron una política destinada a «extirpar» todo in-tento de «disociación social». Los reclamos obreros serealizaban en un clima de amenazas y presiones que fueclaramente expresado por un obrero cuando decía que«uno estaba trabajando y tenia un soldado con un fusilal lado». La magnitud de la represión en el campo laboralsólo pudo realizarse con el apoyo decidido de los empre-

sarios, que contribuyeron a la depuración del movimientoobrero de todos los elementos que pudieran obstaculizarlos planes para disciplinar y subordinar a la clase obrera.

La cúpula sindical sólo en muy pocos casos tuvouna actitud claramente opositora. Buscó, como en el pa-sado, acercarse a los militares para recuperar el terrenoperdido y, al mismo tiempo, intentar la unidad de los diri-gentes, pues había varias fracciones en disputa. Esaunidad tenía el claro objetivo de reconstituir las alianzaspolíticas que les restituyeran un lugar preponderante enlas estructuras de poder, sobre todo porque las divisio-nes in ternas enfrentaban a colaboracionistas y nocolaboracionistas, a los 25, la CNT y los 20, a la CGTBrasil y a la CGT Azopardo. Pero la organización y decentralización de las luchas obreras fueron más el resul-tado de los impulsos dados por las desmembradas co-misiones internas, cuerpos de delegados y asambleasde fábrica que por el papel jugado por las cúpulas sindi-cales. Avanzaban o retrocedían en el proceso de recom-posición y unidad presionados por las circunstanciaspolíticas externas y sólo en contadas oportunidades de-nunciaron la violación sistemática de los derechos ele-mentales.

Como contracara de la actitud de buena parte de ladirigencia sindical, la resistencia a la dictadura tuvo unactor clave en el movimiento de derechos humanos que,aunque no era nuevo —la Liga Argentina por los Dere-chos del Hombre, por ejemplo, fue fundada en 1937, im-pulsada por el Partido Comunista—, adquiere una nuevadimensión con la conformación de asociaciones por parte de los familiares de los afectados por la represión. Familiares de Detenidos y Desaparecidos por RazonesPolíticas, Madres de Plaza de Mayo, Abuelas de PlazaMayo se constituyeron entre 1976 y 1977. La resistencia

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era una clara actitud defensiva y reactiva que se basabaen la defensa de un vínculo primario: el de la familia comobase de la solidaridad y la acción colectiva. Marchas ymovilizaciones fueron las formas de protesta cuyo objeti-vo era la denuncia de las violaciones de los derechoshumanos, y la consigna «aparición con vida» fue el ele-mento aglutinante de un movimiento heterogéneo, ya quea los familiares se fueron sumando otros actores. El 30de abril de 1977 comenzaron las marchas semanales delas Madres de Plaza de Mayo. Una de ellas, Marta, sos-tenía varios años después: «Como todas las madres hevenido a manifestar por la vida de mi hijo. Hoy veo másallá. No quiero que otra madre, en este país u otro, tengaque vivir los años que yo vengo viviendo. Más allá de micaso personal, es el principio mismo del uso sistemáticode la represión y el terrorismo de Estado como métodode gobierno lo que quiero denunciar y combatir». Estaprotesta se dio en el espacio simbólico de la Plaza deMayo, donde a partir de 1981 comenzó a organizarse la«marcha de la resistencia» que dura veinticuatro horas ycuya consigna varía cada año. La Asociación Abuelas dePlaza de Mayo se creó en noviembre de 1977 con elobjeto de reclamar por sus nietos y nietas nacidos encautiverio o apropiados-adoptados con información falsasobre sus orígenes. En el mismo año del golpe militar,padres, hermanos y cónyuges de detenidos-desapareci-dos y de presos políticos «legales» constituyeron la or-ganización Familiares de Detenidos y Desaparecidos porRazones Politicas. Madres y abuelas expresaron su pro-testa alrededor de la Pirámide de Mayo, saliendo del hogara la plaza, del espacio privado al público. Se movilizarona partir del papel que jugaban desde hacía décadas comoguardianas y responsables del hogar; pero como desa-fiaron la política dictatorial destinada a privatizar las con-

secuencias de la represión y pudieron vencer el aisla-miento provocado por el miedo, el terror o la pasividad,politizaron las demandas de respeto por la vida y el dere-cho de padres y familiares por conocer el destino de lasvíctimas.

Durante la dictadura, la movilización de las mujeresno sólo fue importante en el plano de los derechos huma-nos sino también en territorios aún poco conocidos. Elcuidado de la vida, como en las movilizaciones por losdesaparecidos, fue la base de las actividades contra elservicio militar obligatorio, cuestionando un eje importan-te de la organización militar y de la socialización de losjóvenes que se había impuesto en 1902. Las organiza-ciones feministas se lanzaron a una importante actividadpública para lograr la patria potestad compartida. Tam-bién aparecieron las primeras protestas de amas de casa,organizadas a nivel barrial y vecinal, contra el alza delcosto de vida. En este sentido, una de las primeras reac-ciones ocurrió en la ciudad de Rosario en 1982 cuandomujeres golpeando cacerolas y otros utensilios domésti-cos protestaron contra la carestía de la vida y la políticaeconómica del gobierno. Eran «actos relámpagos» quecomenzaban en la esquina de un barrio y, cuando llega-ba la policía, se dispersaban y se reunían en otra esqui-na. Ese mismo año, un grupo de amas de casa de SanMartín, en la provincia de Buenos Aires, decidió suspen-der sus compras los jueves. El movimiento se extendió aotros partídos del Gran Buenos Aires y a ciudades comoLa Plata, Córdoba y Rosario.

El deterioro de las condiciones y de la calidad devida alimentó las protestas en los barrios, que no erannuevas; como se ha visto, también hay una historia deluchas y demandas en los centros urbanos para mejorarla infraestructura barrial. Allí, la sociedad de fomento erala organización clave en la sociedad barrial, pues se en-

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cargaba de organizar la auto ayuda y la presión sobre elEstado. El acceso a una vivienda digna fue un problemaque se convirtió en estructural a lo largo de la segundamitad del siglo XX y la falta de políticas adecuadas resul-tó el rasgo distintivo. Como ya se ha señalado, el creci-miento de la población en las grandes ciudades y el dé-ficit de viviendas dio origen, desde la década de 1930, alas villas miserias, con sus malas condiciones de vidadebido a la ausencia de agua corriente, desagüescloacales, infraestructura educativa u hospitalaria. Paralas autoridades militares, las villas eran espectáculosindeseables, y buscaron erradicarlas con el traslado desus habitantes al cordón del Gran Buenos Aires.

Aunque es cierto que las necesidadeshabitacionales de la población se resolvieron histórica-mente en el mercado inmobiliario, también lo es que lasinvasiones de terrenos, muchas veces producto de ac-ciones individuales y familiares, cristalizaron en accio-nes colectivas que dieron forma a las «tomas de tierras»producidas en el cordón suburbano de Buenos Aires. Porejemplo, en 1981, se produjo un proceso de invasión detierras en Villa Sola no, en donde se conformó una comi-sión vecinal que organizó y dirigió el resto de la ocupa-ción, protagonizada por cerca de 20 mil personas, en sumayoría desocupados. Las ocupaciones eran ilegales,pero para los actores movilizados, el impulso proveníadel sentimiento compartido de la legitimidad de los recla-mos, ya que se consideraban sujetos de derechos queel régimen violaba sistemáticamente.

Esta protesta territorializada tuvo otra expresión enlos llamados «vecinazos». En 1982, una movilizaciónpopular se opuso al cobro de una cuota adicional de im-puestos municipales. «Impuestos sí, aumentos no» fuela consigna de quienes invocaban la falta de razonabilidadde las subas impositivas, pues las carencias urbanas

así como las prestaciones sociales eran notables. Laprotesta barrial y vecinal fue inicialmente un murmulloque se dejó oír en el cordón suburbano; pero cuando elmovimiento, creció se produjo una masiva rebelión en lalocalidad de Lanús («Lanusazo») que convocó a milesde manifestantes.

La desocupación y los magros salarios produjeronotro movimiento en los barrios de la zona sur del GranBuenos Aires: las «ollas populares». A principios de 1982se organizaron grupos de vecinos, nucleados alrededorde las parroquias zonales para distribuir alimentos entrelas personas más necesitadas. La organización de lasollas populares, además de mitigar el hambre, generabaun sentimiento de solidaridad barrial que alimentaba otroscomo los de pertenencia.

A pesar de la represión, las expresiones de des-contento podían ocupar carriles distintos de los de la tra-dicional protesta obrera. Como se ha visto, durante ladécada del sesenta fue tomando forma una cultura de larebelión juvenil que podía expresarse a través del movi-miento estudiantil o de los partidos políticos; pero para ladictadura, el mero hecho de ser joven era peligroso; porlo que cerró todos los canales de participación con re-presión. La protesta juvenil encontró entonces una vía deexpresión a través de la música, especialmente a partirde la Guerra de Malvinas. El rock nacional con su vitali-dad y debilidad convocó a miles de personas jóvenes, enalgunos casos hasta 60 mil, que se reconocían comoparte de una identidad común y expresaban su oposi-ción al régimen. También los trabajadores de la culturatenían motivos para expresar su descontento. Ademásde las desapariciones y el exilio al que fueron empujadosactores, actrices, escritores y periodistas, las prohibi-ciones, censuras y listas negras eran moneda corriente.Una de las expresiones de resistencia más notable fue

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la organización del ci clo Teatro Abierto, un festival tea-tral que se realizó por primera vez en 1981 en el que sepresentaban obras cu yos temas centrales se relaciona-ban con la violación de los derechos humanos y la faltade libertades. La res puesta del público fue espectacular,sobre todo entre los sectores medios y juveniles, y elfenómeno se repitió al año siguiente.

El fin de la dictadura militar y el triunfo del radicalis-mo encabezado por Raúl Alfonsín en 1983 abrieron nue-vas expectativas en el conjunto de la población. El adve-nimiento de un nuevo gobierno democrático encarnabaun importante desafío tanto para los dirigentes en gene-ral como para el conjunto de la sociedad. En principio setrataba de encontrar una salida para las victimas de larepresión y de generar un nuevo acuerdo en la sociedadcivil y en el campo político alrededor del mantenimientode las instituciones democráticas. En segundo lugar, eranecesario hallar el camino para el establecimiento de unademocracia con bases más equitativas en los planos eco-nómico, social y cultural. Finalmente, debían colocarselos cimientos para el crecimiento de la economía.

Aunque había enormes expectativas, el terreno es-taba minado. La herencia del pasado represivo había de-jado huellas profundas y los militares no estaban dis-puestos a aceptar la condena social. Además, una partede la sociedad tenía dificultades para reconocer las res-ponsabilidades propias en ese cruento proceso. Duranteel primer gobierno civil de la transición democrática sesucedieron las asonadas militares que fueron minando laconfianza en el poder del presidente constitucional paralimitar los intentos desestabilizadores. Como si ello fue-ra poco, una parte de la oposición encarnada en elperonismo realizó un juego peligroso al dialogar con al-gunos grupos de las Fuerzas Armadas, que sólo tuvo fin

cuando en la presidencia de Menem se desarticuló elpoder de los militares golpistas a los que se llamaba‘carapintadas”.

En el plano económico, el gobierno radical debióafrontar dificultades relacionadas con el estancamiento,la inflación y los vencimientos de la deuda externa. Alprincipio, el gobierno procuró mejorar los salarios de lostra bajadores y, mediante el otorgamiento de créditos aun sector del empresariado, buscó reactivar el mercadoin terno y poner en movimiento el aparato productivo. Estapolítica inicial fracasó rápidamente y llegó a su fin cuan-do en 1984, se implementó una nueva devaluación de lamoneda. La situación general se agravó y el Plan Australfue otro intento de recuperar cierto equilibrio interno me-diante el congelamiento de los precios básicos de la eco-nomía, el tipo de cambio, las tarifas y los salarios.

La política de ingresos fue el eje de la acciónantiinflacionaria, que con el tiempo se reveló insuficientey desembocó en el proceso hiperinflacionario. Éste re-percutió de manera catastrófica sobre precios y salarios,y provocó la escasez de artículos de primera necesidad.En el medio se había producido el fracaso de los planeseco nómicos denominados «Austral» y «Primavera». Porotra parte, la aplicación de las recetas del FMI para re-solver los problemas fracasaron una y otra vez, agravan-do las tensiones sociales y políticas.

Más allá de los matices que diferenciaban a losdiversos planes económicos, en el largo plazo, la políticaeco nómica se fue revelando en parte como una continui-dad a la inaugurada por los militares, y la llegada al go-bierno de Carlos Saúl Menem en 1989, independiente-mente de las promesas de «salariazo» y «revolución pro-ductiva», cerró el circulo iniciado por el ministro Martínez

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de Hoz en 1976. Se completó el proceso dedesindustrialización en términos globales y dedesinversión del sector, se pro dujo una importante fugade capitales al exterior y los niveles de desocupaciónllegaron a cifras impensables cien años atrás. Acompa-ñando estas tendencias, se generó un fuerte y constantedebilitamiento del Estado y de los sectores medios yobreros.

En consecuencia, la protesta social se adecuó aestas circunstancias mostrando diversos tonos y mati-ces a lo largo de los sucesivos gobiernos democráticos.Al comienzo, el triunfo del doctor Raúl Alfonsín abrió nue-vas expectativas en torno a la reparación de las desigual-dades y las injusticias o sobre la instauración de la vidademocrática.

Ese anhelo democrático se extendió a diversos ám-bitos como el gremial, renovando las antiguas aspiracio-nes de los militantes de base de desplazar a las viejascúpulas sindicales y de elegir libre y limpiamente nuevasautoridades dentro de las asociaciones gremiales. Loscomicios internos produjeron la lenta normalización de lavida sindical, ocluida durante la dictadura, y la confronta-ción electoral fue mayor que en el pasado. Entre 1984 y1985, muchas fracciones opositoras llegaron a la con-ducción de sus gremios, como, por ejemplo, la Asocia-ción de Tra bajadores del Estado (ATE), el Sindicato Grá-fico Argentino, la Unión Ferroviaria o el Sindicato de Obre-ros y Empleados del Azúcar del Ingenio Ledesma. Hastala UOM, bajo la férrea conducción de Lorenzo Miguel,perdió varias seccionales como Villa Constitución, lideradapor Alberto Piccinini, o Quilmes, orientada por FranciscoGutiérrez.

Sin embargo, el camino a recorrer por los trabajadores no era tan claro. En principio, porque los gremiosdebían compaginar la nueva experiencia al calor de una

transición democrática dificultosa. Luego, porque el go-bierno radical entró en conflicto con los gremiosperonistas, ya que buscaba instaurar una mayor demo-cracia sindical y limitar el poder de los jerarcas gremia-les y la acción corporativa. Los recelos eran mutuos; elgobierno intentó desarticular el poder de los dirigentessindicales y ellos respondieron con varias huelgas gene-rales. Aun que los conflictos y comportamientos gremia-les estuvieron marcados por la pulseada entre el gobier-no radical y la oposición sindical peronista, debe desta-carse que el restablecimiento de la democracia política yla plena vigencia del derecho constitucional de huelgadiferenciaban claramente este momento del existentedurante la dictadura. La CGT, encabezada por SaúlUbaldini, declaró varios paros nacionales, muchos deellos con movilizaciones. Pero estas huelgas eran utili-zadas más como herramientas de negociación políticaque como arma para mejorar los derechos laborales olas condiciones y las fuentes de trabajo. Al quedar insa-tisfechas las aspiraciones de los trabajadores, comenzóa disminuir el nivel de adhesión a las medidas de fuerza.

El gremialismo convocó trece huelgas generales du-rante el período alfonsinista: una en 1984, dos en 1985,cuatro en 1986, tres en 1987 y tres en 1988. El objetivodeclarado por la CGT era la oposición a la política econó-mica gubernamental con el argumento de que el gobier-no estaba subordinado a los dictados del FMI. Los con-flictos laborales en los primeros años del gobierno radi-cal adoptaron las formas más variadas: paros parciales ototales, por actividad o por empresa; huelgas de hambre;publicación de solicitadas; quites de colaboración; ollaspopulares. El Ministerio de Trabajo tuvo escasa interven-ción en la resolución de los conflictos y esta actitud pres-cindente dejó librada a los sectores patronales y obrerosla decisión de tomar las medidas que consideraran

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adecua das para el logro de sus objetivos. Recién con ellargo conflicto en la empresa Terrabusi el gobierno dispu-so aplicar la conciliación obligatoria. Fueron los repre-sentantes de la Unión Industrial Argentina quienes pre-sentaron una solicitud de mayor celeridad en la interven-ción gubernamental, pues querían limitar el uso al dere-cho de huelga y evitar la propagación de las protestas.

El estado permanente de huelga y movilización dañóal gobierno de Alfonsín, pese a que el movimiento obreroestaba dividido en diferentes fracciones como elintegracionismo del Grupo de los 1 5, las 62 Organiza-ciones y los combativos. Por otra parte, la CGT, en suclásica actitud corporativa, estableció alianzasantigubernamentales públicas y secretas, implícitas yexplícitas, con la Iglesia, los estudiantes, los grupos deizquierda y el propio Partido Justicialista, lo que acentuóla debilidad del gobierno. Recién en 1989, cuando el can-didato peronista Carlos Menem se convirtió en presiden-te de la Nación, se moderó la movilización sindical. Eldato más claro de es te cambio de actitud de los dirigen-tes sindicales surge de la comparación del número deconflictos producidos antes y después del gobierno radi-cal. En 1983, se protagonizaron 316 conflictos laborales,en 1986 ascendieron a 725 y llegaron en 1988 a 949;desde ese año comenzaron a declinar, reduciéndose demanera notable a partir de 1992, cuando sólo se contabi-lizaron 281 conflictos, has ta llegar a 165 en 1998. Porotra parte, las protestas laborales crecieron al ritmo de lainflación y comenzaron a disminuir durante la estabilidadeconómica asociada con la convertibilidad.

La construcción de la institucionalidad democráticaa partir del gobierno de Raúl Alfonsín estuvo acompaña-da por la confrontación de diversos actores que otorga-

ban sentidos diferentes a sus prácticas. La apertura de-mocrática recreó un espacio apto para una variedad deactuaciones públicas y colectivas, y se retomaron expe-riencias previas. También se revitalizaron las asociacio-nes de la sociedad civil en los barrios y las localidadesque habían estado a la vanguardia de los reclamos con-tra los impuestos y de las protestas vecinales de 1982.

La resolución de los problemas cotidianos fue claveen las movilizaciones que ocurrieron en el tramo final delúltimo gobierno dictatorial y se renovaron durante losgobiernos democráticos. Uno de esos problemas estabaconstituido por las dificultades para acceder a una vivien-da, lo que motivó la ocupación de terrenos fiscales talcomo ocurrió en marzo de 1986, cuando unas cuatro-cientas personas provenientes de Gregorio de Laferrere,González Catán e Isidro Casanova se apropiaron en ple-na noche de terrenos ubicados en el Partido de La Ma-tanza. La formación del asentamiento estuvo rodeada detensiones y amenazas, pero el barrio, que previamentehabía sido diagramado por el Servicio de Paz y Justicia(SERPAJ), se organizó con la elección de delegados queconformaron la comisión barrial.

Las ocupaciones de tierras y la conformación deasentamientos precarios muestra claramente cómo unaacción colectiva da lugar a nuevos conflictos, al ritmo delos cuales se configuran nuevas identidades y sereconfiguran las existentes. La formación de los barriosgeneraba tensiones entre los “vecinos” que se oponían alos “villeros” o, mejor aún, entre los que tenían, aunquefuese poco, y los que nada poseían. Expresiones de esastensiones son, por un lado, las palabras de un ocupanteque señalaba“No queremos nada regalado, vamos a po-ner nuestro sudor y tratar de pagar el terreno que vamos

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a habitar. No queremos una villa sino un barrio digno” y,por otro, las acciones de algunos vecinos que se movili-zaban organizados en patrullas, portando armas de fue-go y bombas molotov y dispuestos a prevenir las accio-nes de los sin techo. Además, las ocupaciones genera-ban el apoyo de las fuerzas políticas locales, sobre todolas opositoras al gobierno de turno, con el objetivo deobtener algún rédito político; al mismo tiempo, los go-biernos locales buscaban afianzar las bases clientelaresotorgando o facilitando la legalidad de las acciones. Comosi fuera poco, las acciones colectivas de este tiporeavivaban la discusión sobre la legitimidad de las ocu-paciones en el marco del Estado de Derecho.

La trama de la protesta social durante los sucesi-vos gobiernos democráticos fue transformándose cadavez más y convirtiéndose en absolutamente diversa yheterogénea. Algunas manifestaciones conflictivas, comolos saqueos, cruzaron los períodos gubernamentales deRaúl Alfonsín, Carlos S. Menem y Fernando de la Rúa.En cambio, los cortes de rutas y los movimientos contralos excesos policiales y el “gatillo fácil” se concentraronen la gestión de los dos últimos gobernantes. Por otraparte, los medios de comunicación masivos, más alládel manejo informativo, jugaron un papel importante paraotorgar les visibilidad a las protestas, y hasta generaronfenómenos mediáticos alrededor de algunas de ellas.

En efecto, el largo conflicto protagonizado por losdocentes de todo el país, expresado a través de huelgasy marchas, alcanzó su punto más alto de exposiciónpública con la instalación de la Carpa Blanca frente alCongreso Nacional en abril de 1997, durante el gobiernode Menem. Allí, junto a los docentes que ayunaban endefensa de la educación pública y por el establecimientode un Fondo de Financiamiento Educativo, se produjo un

incesante desfile de artistas, políticos e intelectuales yse realizaron varios programas radiales y televisivos. Apesar del apoyo recibido, recién el 30 de noviembre de1999, la Cámara de Díputados aprobó el Fondo de Incen-tivo Docente dentro del Presupuesto Nacional, y el 27 dediciembre, luego de más de mil días de ayuno, la CarpaBlanca fue levantada. El acceso al gobierno de la alianzaUCR-Frepaso abrió nuevas expectativas y operó comoun bálsamo cuyo beneficio se esfumó rápidamente.

Otra de las protestas surgidas durante los gobier-nos democráticos fueron los saqueos. En su realizaciónse combinaron tanto las necesidades de la poblacióncomo el impulso a la acción colectiva de las redesclientelares que alimentaban a los partidos políticos tra-dicionales como el peronista. El primer saqueo protago-nizado por quienes habían perdido sus empleos y la pro-tección del Estado se produjo cuando finalizaba el man-dato presidencial de Alfonsín. Los más pobres y los des-ocupados fueron quienes, en mayo de 1989, asaltaronlos comercios en diversas localidades del país. Desdeentonces, la palabra saqueo comenzó a designar unacompleja y amplia trama de actividades que abarcabandesde la toma de alimentos consumidos en el mismolugar de los acontecimientos o transportados a las vi-viendas de los saqueadores, hasta la construcción debarricadas, el ape dreo de negocios, el incendio de algu-nos comercios, las marchas y los choques callejerosentre saqueadores y policías.

En 1989, la geografía de los saqueos fue amplia:abarcó el Gran Buenos Aires (Quilmes, General Sarmien-to, Moreno, San Miguel y Tres de Febrero), Rosario, laciudad de Córdoba y Las Heras, en Mendoza. La magni-tud y la extensión de los acontecimientos hicieron quelas autoridades votaran rápidamente el estado de sitio yque se reprimiera estas manifestaciones, lo que dejó un

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saldo de catorce muertos, un centenar de heridos y de-cenas de detenidos; paralelamente, se repartieron tone-ladas de alimentos.

Aunque la toma de alimentos se produjo en diferen-tes localidades y provincias, sus consecuencias afecta-ron más al Poder Ejecutivo nacional que a los gobiernosprovinciales. De modo que, en el contexto de los saqueosy la hiperinflación el presidente Alfonsín renunció y entre-gó el mando anticipadamente, como consecuencia de lafuerte presión de los factores del poder económico y dela oposición política, que empujaban la acción de los sec-tores populares.

Los saqueos fueron seguidos por una mayor orga-nización, con la realización de ollas populares y la aper-tura de comedores barriales por parte de los vecinos.Esas organizaciones se vincularon con la Iglesia Católi-ca, a través de la organización Cáritas, y con los parti-dos políticos como el peronismo, el radicalismo y diver-sas agrupaciones de izquierda. Las ollas populares sereprodujeron, organizadas por entidades gremiales comola UOCRA de Neuquén, que convocó a sus afiliados arealizar una frente a la Casa de Gobierno.

En el plano de las condiciones de trabajo, el datomás importante fue la aparición de la precarización labo-ral. En términos generales, las condiciones de trabajocomenzaron a modificarse durante el gobierno deAlfonsín, pero fue en el transcurso de la gestión menemistacuando se afianzó la política de inestabilidad yprecarización del empleo. El objetivo fracasado de priva-tizar las empresas del Estado en la segunda mitad delos años ochenta se logró durante el gobierno peronista,así como también la modificación de la legislación enmateria de con tratos laborales. Para realizar cada unade las medidas gu bernamentales se necesitaba el com-

promiso de la CGT de no realizar medidas de fuerza y elbeneplácito de los dirigentes de los gremios afectados.

Menem aplicó decididamente las recetas del libera-lismo económico y, aunque tardó en dominar la inflacióny hasta tuvo un pico hiperinflacionario a fines de 1990, elrumbo de la economía se modificó con la in corporaciónal gabinete del economista Domingo Cavallo. Bajo su rí-gida conducción se liberaron los precios, se abrió casipor completo la importación, se eliminó la promoción in-dustrial y el Estado resignó su intervención en la regula-ción del mercado financiero. Se produjo también una drás-tica reducción de los gastos gubernamentales, la ventade las empresas estatales, la paralización de las obraspúblicas y el recorte presupuestario de áreas sensiblescomo las de salud y educación. También se cambió lamoneda, se estableció la paridad del peso con el dólar(convertibilidad) y el gobierno se comprometió a no emitirmoneda sin respaldo. En el terreno laboral, se flexibilizaronlos contratos de trabajo, se reglamentó de manera res-trictiva el derecho de huelga y se redujo la capacidad denegociación de las organizaciones sindicales.

Las medidas del gobierno del doctor Menem colo-caban a los líderes sindicales en una encrucijada quedelimitó las respuestas de las organizaciones gremia-les. Algunos dirigentes gremiales fueron más proclives aescuchar las demandas de sus bases y mantuvieron latáctica de golpear para negociar, aunque esa política fueneutralizada por el gobierno. Otros jefes sindicales setransformaron en los sostenedores de las políticas delgobierno, ganando a cambio ciertos beneficios pero de-jando huérfanos a sus representados. En este últimocaso, los gremialistas fueron los ejecutores de los pla-nes de ajustes, como sucedió con uno de los gremios de

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empleados estatales, la Unión del Personal Civil de laNación (UPCN), donde Andrés Rodríguez se convirtió enel portavoz del menemismo.

Para otros líderes gremiales, los planes guberna-mentales ponían en juego sus propios intereses econó-micos, y aspiraban a participar en los negocios resultan-tes de las privatizaciones. Los dirigentes de la UniónFerroviaria tenían interés en la licitación de algunos ra-males ferroviarios y el petrolero Diego Ibáñez fue integra-do al directorio de la empresa estatal Yacimientos Petro-líferos Fiscales (YPF) luego de acordar la privatizaciónde la compañía estatal y la reducción de los puestos detrabajo. Estos sindicalistas se transformaron en admi-nistradores y empresarios, y sus gremios, en empresas,con la con formación de compañías aseguradoras, ban-cos sindicales para inversiones, farmacias, compañíasde turismo. Al finalizar el siglo XX, aparecían como lacontracara de los sindicatos combativos de principios deese siglo, que luchaban por mejorar las condiciones detrabajo y de vida de los asalariados.

Frente al sindicalismo «empresarial» estaban aque-llos que no aceptaban la subordinación al proyecto deMenem y que buscaban mantener las bases de la soli-daridad gremial y la defensa de sus intereses aun en uncontexto adverso por la amenaza del despido y la contra-tación temporaria. La Central de Trabajadores Argenti-nos (CTA) se organizó como alternativa a la CGT, quevolvió a dividirse con la aparición del Movimiento de Tra-baja dores Argentinos (CGT). El movimiento sindical, enparticular la CTA, tuvo un papel importante en lareactivación de la protesta social y hasta se pensó en laformación de un Partido de los Trabajadores en un con-texto en el que los partidos políticos tradicionales mos-traban su debilidad para consolidar un proceso democrá-

tico que incluyera a los sectores populares. Esos líderesgremiales debían remontar, además, el desprestigio enel que había caído la mayoría de la dirigencia sindical,puesto que, frente a la opinión pública, no se diferencia-ban sus comportamientos.

Las medidas económicas y sociales del gobiernode Menem y las políticas de los gremios arrinconaron alos trabajadores en una actitud defensiva, pues debíandetener la ola de despidos y suspensiones y proteger lasfuentes de trabajo. En la experiencia de los obreros, lahuelga era la herramienta de protesta conocida; sabíancómo organizarla y hacerla efectiva. La paralización delas actividades era una herramienta clave que se conso-lidó con lo largo del siglo XX, aunque los sectores demayor actividad huelguística fueron cambiando con lastransformaciones en la estructura económica o de acuerdocon la coyuntura política. En efecto, el debilitamiento dela industria convirtió a algunos gremios de servicios enlos protagonistas de la lucha social. Poco quedaba de lafortaleza que en el pasado habían tenido los gremios detrabajadores ferroviarios, metalúrgicos, telefónicos, por-tuarios, o de la alimentación. Y aunque siguieron protes-tando y reclamando mayores salarios, mejores condicio-nes laborales y la defensa de las fuentes de trabajo, elnúmero de huelgas que realizaron fue notoriamente infe-rior si se lo compara con las llevadas adelante en el sec-tor servicios.

Las estadísticas de las huelgas, aun con las dificul-tades para elaborar los registros, muestran que, desdela gestión de Alfonsín hasta la de Menem, el mayor nú-mero se produjo entre los docentes, los empleados de laadministración pública, los municipales, los trabajado-res de la salud, los bancarios y los conductores de co-

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lectivos. Junto a las huelgas, los trabajadores declara-ban el estado de alerta y realizaban asambleas,movilizaciones y hasta ocupaciones de las empresas paraevitar su cierre, que, en algunos casos, implicaban tam-bién la puesta en marcha y producción de las fábricas.En cuanto a las medidas de fuerza, se pueden contabili-zar algunas de di versa envergadura en empresas impor-tantes como Ford, Mercedes Benz, Volkswagen,Terrabusi, Rigolleau, So-misa y Lozadur, y en las fábri-cas de caramelos MU-MU, de cocinas Arthur Martin,cerámica Río Negro y en el frigorífico Pampero.

Los conflictos por reclamos salariales y contra losdespidos abarcaban un vasto arco de actividades y delugares, que se extendían por Buenos Aires, Neuquén,Río Negro y Rosario. La Capital Federal y el Gran Bue-nos Aires tuvieron el mayor número de huelgas y huel-guistas como consecuencia lógica de la concentraciónde trabajadores existente en la región, les siguieron, enorden decreciente, las provincias de Córdoba, Santa Fe,Tucumán y Salta. También fue importante el porcentajede huelgas de los empleados públicos en La Rioja, San-tiago del Estero, Formosa y Neuquén.

Precisamente, fueron los empleados públicos quie-nes protagonizaron acciones colectivas que culminaronde manera violenta. Las dos situaciones más llamativasfue ron las protestas en Santiago del Estero y Jujuy. En1993, empleados estatales y municipales, maestras pri-marias y docentes secundarios, jubilados y estudiantesreclamaron el pago de salarios, jubilaciones y pensionesque les adeudaban y protestaron por la aplicación depolíticas de ajuste y contra la corrupción gubernamentalen Santiago del Estero. La protesta terminó con el incen-dio y el saqueo de la Casa de Gobierno, la Legislaturaprovincial y las viviendas de políticos y funcionarios loca-les. En la provincia de Jujuy se sucedieron protestas de

los trabajado res estatales y municipales afectados porlas reducciones en la coparticipación de impuestos paralas provincias y por la transferencia del sistema educati-vo. Una de las más importantes de estas manifestacio-nes se produjo en 1997. El derrumbe de las finanzaspúblicas provocó pro fundas crisis que se convirtieron encrónicas, y en algunos casos, como el jujeño, implicó elconflicto permanente y la inestabilidad política, que setradujo en la caída de cinco gobernadores.

La movilización de los trabajadores organizados nose mantuvo durante todo el gobierno de Menem debido alos límites impuestos por las direcciones gremiales y porel propio proceso de atomización de los conflictos y dedebilitamiento de los trabajadores ocupados con contra-taciones temporarias. Para examinar las mutaciones pro-ducidas en el decenio que va de 1993 al 19 y el 20 dediciembre de 2001, cuando la desobediencia civil y laprotesta de amplios sectores de la población fueron de-cisivas en el derrocamiento del presidente Fernando dela Rúa, es necesario establecer los nexos entre la crisissocial y la crisis política de los partidos tradicionales quese separaron de la sociedad, aprovecharon las estructu-ras clientelares en beneficio propio y realizaron pactos yacuerdos por fuera de los mecanismos institucionalesdel Estado. Además, es preciso prestar atención al des-empleo masivo, como consecuencia de las medidas eco-nómicas del denominado “Plan Cavallo”. La tasa de des-ocupación abierta urbana trepó al 13,8% en 1999, pero lasuma de trabajadores desocupados y subocupados haoscilado, desde fines de 1994, en torno al 30% en elámbito nacional, con bolsones donde los niveles se ele-van al 40%, en zonas como Florencio Varela y La Matan-za, en la provincia de Buenos Aires.

El desconocimiento de los convenios colectivos, elin cremento de los ritmos de trabajo y de la productividad

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obrera, las privatizaciones, la elevación de la edadjubilatoria, la rebaja de las indemnizaciones, el alarga-miento de la jornada laboral y la caída salarial fueron uncóctel explosivo que estalló en las manos de los gober-nantes cuando la población protestó de diferentes for-mas. Y allí emergieron otros repertorios de confrontación,vincula dos al fenómeno de la desocupación en un con-texto de fragmentación de los actores sociales y de mul-tiplicación de las demandas sectoriales por la continuaaplicación local de políticas neoliberales: los cortes derutas y el movimiento piquetero.

La ejecución de los planes privatizadores afectó se-riamente las economías provinciales. En el caso deNeuquén, la privatización de la empresa estatal YPF, ubicada en el área de Cutral Có-Plaza Huincul, llevó a la emer-gencia de protestas en forma de puebladas y cortes derutas. Cuando entre el 20 y el 26 de junio de 1996 seprodujo el corte de la ruta 22, quienes ejercieron la cus-todia de las barricadas recibieron el nombre de“piqueteros”. Aunque inicialmente se diferenciaban piqueteros, fogoneros y zanjeros, pronto fueronhomogeneizados bajo la común designación de“piqueteros”, los que ocuparon la escena de la protestabajo el reclamo de trabajo y la denuncia de la corrupcióny la falta de honestidad de los políticos locales. Desdeentonces, en forma creciente, la interrupción del tránsitoen rutas y calles urbanas se transformó en la principalforma de protesta, pero también realizaron otras accio-nes, como la ocupación de iglesias católicas (la Cate-dral de Mar del Plata, por ejemplo) y sedes gubernamen-tales en el ámbito municipal.

En un efecto dominó, los cortes de rutas se exten-dieron como reguero de pólvora por Chubut, Córdoba, RíoNegro, Tucumán, Neuquén y Salta. La interrupción deltránsito de vehículos no requiere, para ser eficaz, de la

presencia masiva como en las manifestaciones. Un re-ducido grupo de personas puede convertir el tránsito ur-bano en un caos o alterar la circulación en una ruta o uncamino. Además, los medios de comunicación ayudan aotorgarles visibilidad a las protestas, aun sin proponérse-lo. Visibilidad y efectividad fueron claves en la extensióndel piquete como factor de presión y forma de lucha.

En el período que se extiende entre el primer cortey los actuales, la experiencia del piquete enseñó cuáleseran las mejores condiciones y oportunidades para lo-grar resultados efectivos, y se consolidaron diferentesorganizaciones que les dieron rostros diversos eidentificables. También se fueron configurando ritualesalrededor de los cortes de rutas: un grupo levanta lasbarricadas, se encienden neumáticos, los jóvenes cu-bren sus rostros y se colocan las banderas identificatoriasde los diversos grupos políticos. El rito permite visualizary definir un nuevo escenario para los conflictos, pues yano se localizan en las fábricas y en sus adyacencias,como en el pasado, sino en regiones alejadas del centropolítico de Buenos Aires, en uno y otro extremo del país,de Cutral Có, en Neuquén, a General Mosconi, en Salta.En las protestas participan familias enteras: las mujeresorganizan las ollas populares, los niños y jóvenes ali-mentan el fuego de las barricadas, y en el lugar se reali-zan asambleas para escuchar la opinión de los partici-pantes y votar las decisiones. Tanto en los piquetes comoen los saqueos, la presencia de las mujeres es alta; secalcula que ronda el 60%. Algunas de ellas fueronmanzaneras (la organización asistencial conducida porHilda de Duhalde en la provincia de Buenos Aires) quecuando experimentaron los límites del asistencialismose volcaron de manera independien te a esta forma delucha.

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Las estadísticas publicadas en diferentes diarios yrevistas muestran la magnitud de la protesta: en 1997 serealizaron 140 cortes de ruta; 51, en 1998 y 252, en 1999.La profundización de la crisis económica y posiblementetambién la conciencia sobre la imposibilidad de modifi-car la política económica y social impulsaron el notableincremento de las interrupciones de tránsito; así, los 514cortes del año 2000 pasaron a 1.282 en 2001 y 2.334 en2002. Entre 2001 y 2002, casi todas las provincias tuvie-ron una ruta o un camino cortado, y en todo el periodo1997-2002 sumaron 4.674. La situación era explosivatanto en el interior como en Buenos Aires porque no ha-bía paliativos suficientes para la pobreza. En general, laayuda llegaba tarde a los necesitados y a veces ni si-quiera llegaba debido a la consolidación de una maqui-naria de corrupción. El crecimiento del movimiento pi-quetero durante los años 2001 y 2002 preocupó al go-bierno nacional, que planteó en diferentes oportunidadesla necesidad de terminar con los cortes de calles y delos accesos a la Ciudad de Buenos Aires. Cuando el 26de junio de 2002 se realizaron nuevos cortes, se reprimióduramente, sobre todo en el puente Pueyrredón, dondemuchos manifestantes fueron detenidos y perseguidos.Dos de ellos fueron asesinados por la policía en la esta-ción de trenes de Avellaneda, lo que agudizó aun más lacrisis social y política.

A lo largo de la segunda mitad de la década del noventa se conformaron comisiones de desocupados endiferentes lugares y comenzó a plantearse la unidad deacción. Los “piqueteros” demandaban alimentos y Pla-nes Trabajar1» pero pronto ampliaron sus reclamos al es-table cimiento de subsidios de desocupación, al mante-nimiento de los servicios de luz y de gas a los desocupa-

dos y jubilados y a la eximición del pago de los impues-tos. Incluso comenzó a discutirse sobre la necesidad dereclamar planes de empleo, ya que el trabajo permitía la(re)inclusión social de las clases más desposeídas. El 6de septiembre de 1996 por primera vez el “movimientopique tero” marchó hacia la Plaza de Mayo. “La marchacontra el hambre, la desocupación y la represión” con-gregó varios miles de personas y se hizo plenamentevisible. Durante los años siguientes, las protestaspiqueteras de desocupados se reprodujeron en casi todoel país, desde Jujuy a Santa Cruz. El incremento de loscortes de rutas como medio de lucha alarmó a las auto-ridades, que recurrieron unas veces a la represión y otrasa la negociación, en particular cuando los manifestantesestaban dispuestos a dialogar.

La extensión de la protesta favoreció el surgimientoy la organización de comisiones de desocupados, asam-bleas populares y organizaciones no gubernamentales;incluso el cuadro del movimiento piquetero se hizo cadavez más complejo. Las organizaciones de bases se mul-tiplica ron: la Federación de Tierra y Vivienda, la Corrien-te Clasista y Combativa (CCC), el Movimiento de Traba-jadores Desocupados Teresa Rodríguez (MTR), la Coor-dinadora Aníbal Verón, el Polo Obrero (PO) y el Movi-miento Independiente de Jubilados y Pensionados (MIJP),surgido como una organización de jubilados en oposi-ción a la destrucción del sistema previsional. Los des-ocupados se han organizado, debaten sobre los objeti-vos, las características y las formas de organización, yalgunas agrupaciones han organizado comedores, me-renderos, hornos de pan y huertas.

Si la protesta de los desocupados ocupó la esce-na, ello no significó que se abandonaran las demandasde otros actores. Los organismos de derechos huma-nos, no sin conflictos internos, continuaron efectuando1Los Planes Trabajar son subsidios para desocupados de 120

a 160 pesos a cambio de unas horas diarias de tareas comunitarias.

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sus reclamos, aunque debieron adecuarse a las nuevassituaciones. La novedad en este plano la aportaron losjóvenes nucleados en la agrupación HIJOS, que se cons-tituyó en un movimiento social para exigir justicia que searticula en torno a los “escraches”, es decir, la denunciade la impunidad y la visibilidad de los genocidas paraevitar que se mantengan en el anonimato. Los “escraches”son una herramienta política, una forma de movilizacióny de participación que incluye casi siempre la presenciade una murga y de grupos de teatro. Como ocurriera conlos “piquetes”, pronto fueron usados por otros actoressociales, lo que configuró una forma nueva de accióncolectiva.

La llegada al gobierno de la alianza UCR-FREPASOa fines de 1999 abrió un breve paréntesis esperanzador,con su promesa de modificar los rasgos más cuestiona-dos del “modelo” menemista: personalismo, pactos se-cretos, corrupción, falta de control. Sin embargo, una vezen el gobierno, la distancia entre las promesas y la reali-dad fue el detonante para que las voces de protesta, al-gunas afónicas y cansadas de no ser escuchadas, sehicieran oír nuevamente.

Al poco tiempo, todo parecía conducir a un callejónsin salida, pues a la recesión económica —que llevabamás de tres años—, la continua caída del PBI y laprofundización del endeudamiento externo se sumabanlas políticas de ajuste permanente, que, como en unaespiral, sólo acentuaban la recesión, la disminución dela recaudación y el déficit fiscal. Domingo Cavallo, el mi-nistro de Economía del gobierno de la Alianza, que tam-bién había acompañado a Menem, lanzó un programa de“déficit cero”, que incluyó una baja de salarios y pensio-nes del 13%, mientras se seguían pagando los interesesde la deuda pública y se acentuaba la fuga de las reser-

vas y los depósitos del sistema bancario. Con el objetivode poner fin a la salida de dinero y como una forma desalvar al sector financiero privado y público de la banca-rrota, el 3 de diciembre de 2001, el gobierno bloqueó losdepósitos y salarios existentes en los bancos.

Toda la situación contenía los componentes paraun cóctel explosivo. Los niveles de pobreza crecieron demanera alarmante, los sectores de la clase media vieronseria mente dañada su capacidad de consumo así comodeterioradas las expectativas que había alimentado undólar barato. Los gobiernos nacional y provinciales corta-ron la correa que mantenía la ilusión del salario y la pro-visión de alimentos; así fueron interrumpidos los come-dores escolares, la asistencia social en todas sus for-mas (subsidios de desempleos y reparto de alimentos) yel pago de salarios, que en algunas provincias llevabameses de atrasos. Las cifras de desocupación según elInstituto Nacional de Estadística y Censos acusaban quecasi el 35% de la población económicamente activa te-nía serios problemas de empleo, crecía el número de losdesocupados y la cantidad de personas que estaban pordebajo de la línea de indigencia. Así se profundizaron losnuevos contrastes: mientras familias enterasdeambulaban por la ciudad buscando alimento, el cam-po duplicaba la producción agrícola y triplicaba las ex-portaciones de ese origen; en tanto los más pobres care-cían cada vez más de vivienda, seguridad y educaciónlos más ricos se concentraban en barrios privados y ce-rrados donde esperaban encontrar refugio y seguridad.

No sólo la crisis económica y social era grave, tam-bién lo era la crisis política. La alianza política de la UCRy el FREPASO se resquebrajaba con la renuncia del vi-cepresidente y el ingreso de Cavallo al gabinete. Eljusticialismo, por otra parte, se rearmó después de laderrota electoral y triunfó en las elecciones para renovar

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las cámaras legislativas, pero se produjo un importantecrecimiento de la abstención electoral y de los votos enblanco e impugnados. La política se alejaba cada vezmás de las expectativas y los deseos de una poblaciónque, por otra parte, no había colocado límites adecuadosa las decisiones toma das por los gobernantes.

Durante diciembre de 2001 se multiplicaron las protestas. El día 12, la CGT liderada por Hugo Moyano con-vocó a una manifestación frente al Congreso de la quetambién participaron agrupaciones de izquierda, bajo laconsigna “Huelga general hasta que se vayan”. La Aso-ciación de Trabajadores del Estado llamó a un paro deveinticuatro horas, y junto a la CTA, convocaron una mar-cha a Plaza de Mayo, reclamando que se fueran los je-fes de los gobiernos nacional y provinciales. El clima dedesobediencia civil era evidente en las continuas mani-festaciones, los cortes de calles y de rutas, los apagones,los cacerolazos y los bocinazos.

La CGT convocó para el 13 de diciembre a un nuevoparo general, el séptimo contra el gobierno de De la Rúa,que, esta vez, contó con una importante adhesión. Aun-que no había sido declarado como paro activo, se reali-zaron movilizaciones en las ciudades de Córdoba, Rosa-rio, Mar del Plata, Neuquén, San Juan, Tucumán,Mendoza y General Roca, y en algunas de ellas se pro-dujeron violentos enfrentamientos entre policías y mani-festantes.

En tanto, a veces con sospechosa ausencia de au-toridades, se produjeron saqueos a grandes supermer-cados (Carrefour, Makro, Norte, Disco, Auchán) en variasprovincias del país. Pero no fueron los únicos afectadospor la ola de saqueos y amenazas. Numerosos grupossaquea ron también otros supermercados de menor en-

vergadura y hasta pequeños comercios barriales, muchosde ellos propiedad de habitantes chinos y coreanos. Elescenario fue amplio y se produjeron acciones de estetipo en las provincias de Buenos Aires (Moreno, San Mi-guel, San Isidro, San Martín, José C. Paz, José LeónSuárez, Ciudadela), Entre Ríos (Concepción del Uruguay),Mendoza (Guaymallén y Godoy Cruz), Santa Fe (Rosa-rio, Empalme Graneros) y en barrios de la Ciudad deBuenos Aires como Constitución y Villa Lugano. Es difí-cil resumir en unas breves líneas el número de saqueosy la magnitud de las personas involucradas en ellos, in-cluso diferenciar los que fueron saqueos propiamente di-chos de las demandas de alimentos y los que fueronespontáneos de aquellos inducidos. La consideración deestos últimos es importante en cualquier análisis, por-que el engaño al que fueron sometidos los manifestantes(entrega de alimentos en malas condiciones, demorasen el cumplimiento de las demandas, incumplimiento dela palabra dada) alimentó la insatisfacción, el resentimien-to y la ira de algunos de ellos.

Los saqueos o simplemente la demanda de alimen-tos ocurrieron en las provincias gobernadas tanto por laalianza UCR-Frepaso como por el peronismo, pero lasacciones colectivas transcurrieron entre la espontanei-dad y la presión de diferentes punteros políticos que bus-caban debilitar así a sus opositores. Sin embargo, hayun elemento común que cruzó los comportamientos po-pulares de esos días: la impaciencia, la rabia y la deci-sión de protestar.

El 19 y el 20 de diciembre de 2001 estallaron todoslos componentes del largo y continuo estado de poster-gación de la población y de las arbitrariedades; y cuandoel gobierno declaró el estado de sitio, las clases medias,cuyos ahorros fueron confiscados por los bancos priva

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dos y públicos, salieron a la calle y marcharon a la Plazade Mayo golpeando cacerolas.

Desde entonces, los “cacerolazos” se repitieroncotidianamente, y el rostro de la protesta incluyó aahorristas y deudores, bancarios y no bancarios. La “re-belión de las cacerolas” desembocó en las asambleaspopulares de grupos de vecinos que se reunían para de-liberar en plazas y esquinas de la ciudad de Buenos Ai-res así como en algunas del interior país. Losasambleístas cuestionaban todo: los poderes Ejecutivo,Legislativo y Judicial, las formas de la representaciónpolítica y, en algunos casos, hasta el comportamientoque los ciudadanos habían te nido hasta ese momento.Las asambleas se organizaron sobre la base del territo-rio barrial y rápidamente se reunieron bajo un organismocoordinador, la Asamblea Interbarrial. Con la excepciónde una treintena de asambleas en Santa Fe y una dece-na en Córdoba, el fenómeno estuvo esencialmente limi-tado a Buenos Aires, en donde se multiplicaron comohongos: durante el año 2002 funcionaron 112 en la Capi-tal Federal y 105 en localidades de la provincia de Bue-nos Aires, aunque actualmente, sólo un año después, esvisible su decadencia.

Las asambleas barriales se sumaron a saqueos,cacerolazos, cortes de rutas y escraches para configu-rar un cuadro heterogéneo de formas, actores y deman-das. En estas protestas convergieron todas las expe-riencias acumuladas durante las últimas décadas: convi-ven los elementos residuales de la lucha obrera y losnuevos repertorios de acción colectiva que resultan delcomplejo cuadro de los cambios estructurales, de lasacciones gubernamentales y de las prácticas socialesde sus protagonistas. De esa inmensa telaraña cobra

fuerza la idea de que la gente común está utilizando nue-vas herramientas para reclamar por sus intereses. Lasprofundas transformaciones parecen anunciar que, posi-blemente, estemos asistiendo a la conformación de unnuevo entramado social.

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