“¡lo que me hace este nene...!”

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  • 8/18/2019 “¡Lo Que Me Hace Este Nene...!”

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    Psicología | Jueves, 27 de agosto de 2015

    Para escuchar a los chicos

    “¡Lo que me hace este nene...!”

    “Muchas de las cosas que nuestros hijos manifiestan, que de ellos nos enojan, nos

    preocupan o nos gustan, nos dan información acerca de nosotros”, advierte la autora;

    explica cuándo y por qué “lo que un niño manifiesta es la demanda invertida de la

    madre” y señala, en todo esto, el lugar del padre.

    Por Fernanda Trezza *

    Los chicos hablan mucho más de lo que habitualmente uno escucha ocomprende; todo el t iempo están diciendo cosas, tanto con palabrascomo con acciones; también con sus juegos, con historias que inventan,con los temas que de pronto los atraen. Si uno realmente está atento ytiene cierto entrenamiento de escucha puede darse cuenta de losensibles que son a lo que reciben de su entorno –aunque uno pienseque no entienden–, y de cómo lo que les sucede está íntimamentevinculado con la interacción con su círculo más cercano, en general sumamá y su papá y la trama vincular que se teje entre los tres.

    Pensemos que un bebé cuando nace es un ser inmaduro, muydependiente, que necesita de sus padres para sobrevivir y, a diferencia

    de los cachorros animales, va a necesitarlos por mucho tiempo. Por estemotivo un niño necesita agradar a sus cuidadores, asegurarse su amor, ser algo para ellos. Durante mucho tiempolos niños van construyendo su identidad tomando como soporte a las personas más cercanas y las cosas que aéstas les agradan. El deseo surge estructuralmente como identificación al deseo del otro, en parte porque, si se eslo que el otro desea, entonces uno se asegura en cierta forma el amor del otro (por ejemplo, mamá o papá valoranla creatividad, el orden, la inteligencia, los logros, la rebeldía...).

    Tener que agradar al otro para que éste me quiera, me cuide, me asista, es un mecanismo constitutivo delpsiquismo humano, que se supone uno tendría que poder soltar a medida que crece. El trabajo será entoncessepararse del deseo del otro o en todo caso hacerlo propio, pero separarse del otro. Son dos fases constitutivas,lógicas y necesarias: alienación primero, luego separación.

    Hay una situación muy frecuente para muchas madres y es la sensación, o a veces la evidencia, de que algunas

    cosas los chicos sólo “se las hacen” a ellas, o de que, aunque no sea una dinámica exclusiva del vínculo con lamadre, se potencia sobre todo en el vínculo con ella, o se presenta una gran dificultad para manejar una situacióndeterminada, produciéndose una especie de pegoteo, una dinámica viciada de la cual no se sabe cómo salir, cómocortar. Hay ejemplos bien comunes, como que la madre sienta que no puede hacer nada cuando está con loschicos porque ellos la demandan todo el tiempo: es algo que realmente puede ocurrir, pero en ciertos casospareciera que no puede frenarse y la madre queda devorada, atrapada por los niños. La madre puede sentir que lehacen caprichos especialmente a ella, que cuando están con ella de pronto dejen de hacer cosas que en el jardínhacen sin asistencia o que harían si ella no estuviese, como ir al baño solos y limpiarse.

    Como siempre, habrá que ver cada situación en particular y el momento puntual del que se trata: podría pasarsencillamente que en algún momento un nene quiera un poco de mimos, busque la asistencia de su mamá en tantopresencia amorosa que lo cuida, lo acompaña, no porque él no pueda sino porque quiere hacer algo con su mamá.

    Cuando un chico pide algo (también vale para los grandes), por ejemplo agua a la noche, la demanda, más quereferirse a una necesidad como sería la sed, es una demanda de amor, de saber si el otro está ahí para uno. Lapregunta que me interesa plantear es si una madre tendría que estar respondiendo siempre a esa demanda y quéconsecuencias tendría esto. Si seguimos la lógica de la que hablamos antes, para que haya separación hay quedejar de responder a todas las demandas: un chico tiene que saber que sus padres van a estar, sobre todo enciertos momentos tiene que saber que puede contar con ellos, pero no siempre, no toda madre todo el tiempo.

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    ¿Qué pide mamá?

    Lo que un niño demanda o manifiesta muchas veces es la demanda invertida de la madre: a un nivel muyinconsciente, la madre le demanda algo a ese niño: que ocupe cierto lugar, cierta función en su sistema, en susfantasmas; por ejemplo, ser el que le da problemas, ser el que la necesita o el que no puede sin ella, ser sufrustración, ser lo que no la deja ocuparse de sus cosas, ser su orgullo, el que hace lo que ella no puede hacer. Detodas las evidencias clínicas que dan cuenta de esta especie de reversibilidad entre el afuera y el adentro, me sirvode la de una madre que pasó casi toda una entrevista contando cómo uno de sus hijos le daba problemas y ellatenía que estarle encima todo el tiempo para que hiciera las cosas porque si no él no las hacía, hasta que en un

    momento el inconsciente hizo su fugaz pero contundente aparición a través de un equívoco, un fallido, y dijo:“Necesito que me necesite”. Ya no había más que decir, al menos en cuanto a seguir ahondando en la lista decosas que ese chico hacía para mantener a su mamá ahí. Mientras la mamá necesite que él la necesite –sea parano ocuparse de ella misma, sea para darle sentido a su vida, para no tener que encontrarse con su pareja,etcétera– va a ser difícil mover algo en el chico. Detectar esto, este ida y vuelta, esta reversibilidad en la dinámicavincular me parece fundamental para entender que, cuando en un niño hay algo problemático, sintomático, por locual en algunos casos se consulta con un psicólogo, será necesario tocar en otros puntos del sistema familiar, nosólo trabajar con el niño, para que, en el mejor de los casos, se disuelva, se transforme la dinámica en juego, y elchico ya no tenga que cargar con eso.

    Jacques Lacan (“Dos notas sobre el niño”, en Intervenciones y textos 2, Ed. Manantial) decía que un niño es elsíntoma de la pareja parental o el objeto de los fantasmas maternos. Tomando la primera de las posibilidades, un

    hijo representa, saca a la luz algo del vínculo entre la madre y el padre; algo de la particularidad de ese vínculo, delos lugares que cada uno ocupa, de aquello que “no anda” entre ellos (también de la relación de sus padres con suspropios padres, síntomas o patrones familiares que pasan de una a otra generación, etcétera). En el segundocaso, lo que expresa o encarna el niño es la fantasmática de la madre, sus propios fantasmas, pero a mi entenderesto nos remitirá al padre y su posición en tanto es éste el que allí operaría un límite. Los niños son los quecomúnmente con sus manifestaciones sacan a la luz algo que necesita esclarecerse, que está en cortocircuito, queno fluye armónicamente y genera malestar. Cuando un niño sintomatiza algo –cuando algo se vuelve un problemapara él, o para sus padres–, hay una oportunidad de detectar un desequilibrio y transformar, evolucionar. Aquelloque a veces no queremos o no podemos ver, el chico lo hace visible y hay entonces una oportunidad de trabajarcon esto. A veces, sólo cuando esto pasa pueden abrirse camino ciertas preguntas que uno antes no se hacía. Enverdad cualquier problema tiene un trasfondo de oportunidad; si se enfrenta el problema, algo nuevo se abre.

    ¿Está papá?

    Más allá de la modernización de los roles femeninos y masculinos y de que lo materno y lo paterno son funcionessimbólicas, además de personas reales de carne y hueso, el lugar que un hijo ocupa para la madre y para el padresuele ser distinto. Esta diferencia tiene que ver con diferentes cosas. Podríamos mencionar el hecho real de habervivido la madre la experiencia de dar a luz un cuerpo de su propio cuerpo que luego se separó, lo cual tiene suefecto desde lo real y también a nivel imaginario, pero no alcanza: el lugar del hijo está muy vinculado también conel registro simbólico. A su vez, la constitución de lo femenino y lo masculino implica un entramado real, simbólico eimaginario que determinará que un niño en general no ocupe el mismo lugar para la madre que para el padre y quea su vez él mismo tenga diferentes experiencias en estos vínculos.

    Hay una experiencia casi arquetípica y es que frente a lo materno hay cierto anhelo y a la vez temor de serreintegrado, de fusionarse. Hay allí en juego un fantasma muy común, el de quedar atrapado en las fauces

    maternas, y es allí donde la entrada del padre –de la función paterna– se manda a llamar. Lacan metaforiza eldeseo de una madre sobre su hijo con el ejemplo de la mamá cocodrilo, que se mete a sus hijos dentro de la bocapara poder transportarlos pero el riesgo es que algo pase y llegue a tragárselos, y dice que la función paterna es lade ser el palo que trabe la boca para que no pueda cerrarse (El seminario, Libro 17: El reverso del psicoanálisis).Esto no quiere decir que las madres sean una suerte de monstruos que quieren devorarse a sus hijos y los padreslos redentores. Lo aclaro porque es común que pueda hacerse esta interpretación a simple lectura, sobre todoporque la “culpa materna” puede contribuir a esto, a creerse una mala madre. El feminismo ha leído estasteorizaciones (tal vez más aún las freudianas del Edipo) como patriarcales, como desacreditadoras de la madre,como una intención del patriarcado de arrebatar al hijo de la madre y cubrir ese vínculo de culpa: creo que, aunquepodamos discutir si el texto de Lacan responde a un discurso patriarcal, toca muy sensiblemente un punto nodal,estructural del ser humano y de ese vínculo tan particular que es el de una madre y su hijo. Es muy fuerte el lugarde la madre, porque es de algún modo el lugar del paraíso perdido, de un primer momento mítico de plenitud queluego ya nunca volverá a repetirse. Podríamos especificar que ni siquiera es la madre ese “objeto” mítico, pero ellaestá llamada a ese lugar del primer gran Otro de los cuidados, del amor, también de la agresión.

    Por otro lado, y si bien distinguimos lo materno de lo femenino, en la madre esto se articula, y lo femenino tienerelación con lo ilimitado, lo infinito, lo sin borde (esto puede localizarse en el goce femenino pero también en otrascuestiones). Es por esto que un hijo puede aparecer como el depositario de ese exceso, y es aquí donde es

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    necesario intervenir. Hay mucho para decir sobre esto, pero me interesa resaltar la intensidad, incluso arquetípica,del vínculo con la madre, y la necesidad de que, para que un niño pueda constituirse con su propia subjetividad,algo haga de límite, de corte en ese vínculo. La función paterna es la de ser un límite al exceso: límite a la madre ytambién al hijo; una intervención para que el niño pueda constituirse como sujeto, separado; para que puedasoltarse de la madre –no solo físicamente sino en el plano que no se ve: que deje de ocupar cierto lugar– y salir dela endogamia al mundo externo. Y aquí es donde suele aparecer la dificultad. En ocasiones esto se debe a ladificultad del hombre para enfrentarse a la mujer, para frenarla, por su propio fantasma en relación con lo ilimitadofemenino (que puede verse en ciertas formas populares: “la bruja”, “la loca”, “la insaciable”, “la histérica”) y tambiénpor su propia dificultad de corte con la propia madre (haber formado una nueva familia con una mujer no implica

    necesariamente un corte bien resuelto con la madre; lo mismo para las mujeres). A veces tiene que ver con ciertacomodidad, en el sentido de que puede ser más sencillo que la mujer se encargue de los hijos mientras él se ocupade otras cosas, y en oportunidades la intervención del padre puede ser bajo la forma del enojo, la explosión, entrara poner un “límite” cuando la dinámica del niño y la madre ya está muy viciada, gritando, pegando, castigando,dando generalmente por resultado, en lugar de un límite, un exceso, más exceso. Esto (además de dar cuenta dela dificultad del hombre para operar allí, de su propia impotencia al respecto, por eso la agresión), en lugar deseparar, suele reenviar al niño a la madre; el padre no funciona como puente al exterior sino que, al ser tanatemorizante, empuja al chico a los brazos maternos.

    Quiero aclarar que la función paterna, por ser una función, puede estar presente aunque el padre no lo esté,cumpliéndola otra persona, incluso la madre, si algo le permite esta regulación. De todos modos la presencia o nodel padre real tendrá sus consecuencias, y en este caso me ha interesado referirme a los padres que sí están y a

    la importancia de su intervención en este pasaje.

    De algún modo los vínculos que sostenemos son espejos en los cuales podemos ver y trabajar cuestiones quetienen que ver con nosotros mismos. Esto pasa también con los hijos; muchas de las cosas que ellos manifiestan,que de ellos nos enojan, nos preocupan o nos gustan nos dan información acerca de nosotros, acerca de lo queellos ven de nosotros, de cómo somos con ellos y también de algunas cosas más profundas. La diferencia en eltrabajo con un adulto (con los adolescentes se está en un punto intermedio, como es característico de laadolescencia) es que aunque los adultos también se presentan con problemáticas y fantasmáticas vinculadas conotros significativos que no han podido soltar, transformar, cuando uno es adulto ya es hora de hacerse responsablede su goce, y, si uno está enroscado en ciertos circuitos (siempre los mismos, pueden variar en apariencia pero elcontenido suele ser el mismo), no tiene sentido responsabilizar a los padres o a otros por lo que en algún momentohicieron. Se trata de elaborar ciertas marcas y hacer algo distinto con eso, y esa decisión depende ahora de unomismo. Pero, cuando se trata de un niño, es muy difícil que cambien algunas cosas en él si los otros elementos del

    sistema no se transforman. Es verdad que a veces algunas cosas no pueden cambiarse y en todo caso el trabajocon el chico puede ayudarlo a elaborar del mejor modo posible una situación que le toca vivir, pero si las partes en juego toman lo que sucede como una oportunidad de ver qué está pasando y transformar algo, el trabajo puede sermuy enriquecedor y los niños podrán seguir jugando.

    * Psicóloga.

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