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LA FUERZA DE LA GACELA En la selva de Congolandia todos los animales, grandes y pequeños vivían en paz. La serpiente, por jugar, se enroscaba en la gorda pata del elefante. El hipopótamo tomaba sol panza arriba soltando unos bostezos que hacían temblar la tierra. Los osos bailaban al son de una música que sólo ellos oían. La jirafa llevaba sobre su lomo, trotando, a los hijos del leopardo. Tenían un rey, León I, muy viejo. Y, como casi todos los viejos, sabio. No se enfadaba ni cuando su hijo Leoncín se negaba a tomar clase de rugidos porque decía que era aburridísimo. El joven león, en vez de rugir, se ponía a imitar el grito de Tarzán que andaba por ahí de rama en rama con sus monos detrás. Pero un día se acabó la tranquilidad. Un tigre venido de lejanas tierras estaba sembrando el terror entre los súbditos de León I.

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LA FUERZA DE LA GACELA

En la selva de Congolandiatodos los animales,grandes y pequeñosvivían en paz.La serpiente, por jugar,se enroscabaen la gorda patadel elefante.El hipopótamo tomaba solpanza arribasoltando unos bostezosque hacían temblar la tierra.

Los osos bailabanal son de una músicaque sólo ellos oían.La jirafallevaba sobre su lomo,trotando,a los hijos del leopardo.

Tenían un rey,León I,muy viejo.Y, como casi todos los viejos,sabio.No se enfadabani cuando su hijo Leoncínse negabaa tomar clase de rugidosporque decíaque era aburridísimo.

El joven león,en vez de rugir,se ponía a imitarel grito de Tarzánque andaba por ahíde rama en ramacon sus monos detrás.

Pero un díase acabó la tranquilidad.Un tigrevenido de lejanas tierrasestaba sembrando el terrorentre los súbditos de León I.

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No dejaba cebra,jabalí o conejocon vida.De ese modo,los demás animales carnívorosde la selvase quedaban sin comer.Los cachorrosya no podían salirde sus casaspara jugar y correra sus anchas,por miedo a que los cazara.A una hija del elefanteestuvo a puntode echarle la garra encima

y la pobre se llevó tal sustoque se quedó muda.A partir de ese momentono pudo barritarni poco ni mucho.

(Esta cosa tan rara, barritar,es lo que hacen los elefantespara expresarse,siempre y cuandono se hayan quedado mudoscomo la desdichada elefantita.)

Flacospor la falta de alimentos,demacradospor las noches sin dormir,nerviosospor el perpetuo miedo,los animales no encontrabanremedio a sus males.

Para buscarlo,León I los reunió a todosen un claro que habíafrente a su cueva-palacio.Se retorcía los bigotes y,por sorprendente que pareciera,pues era muy cuidadosode su aspecto,llevaba la corona caídasobre una oreja.

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-Mis amados súbditos-dijo con voz algo trémulaa causa del hambrey el disgusto-:los he convocadopara que entre todostratemos de solucionarla grave situaciónque estamos padeciendo.

-¡Muy bien!-gritaron los animales,entusiasmados.

-No podemos seguirsoportando la presenciade ese tigre extranjeroque vacía nuestra despensa,nos impide dormir tranquilosy nos convierteen un pueblo temeroso.-¡Y deja mudosa nuestros hijos!-se lamentó el elefante,mientras su hijaasentía con la cabeza.

El reyles dirigió una mirada compasivay continuó:-¡Nuestra dignidadnos obliga a hacerle frentedejando atrás el miedo!-¡Muy bien dicho!-corearon de nuevo.-Siempre hemos sidoamantes de la paz.Si alguna veznos comimos un explorador,fue en épocas de necesidad.

Pero ya no es posible la pazcon un enemigoque nos acosa por todas partes.¡Hay que acabar con él!

-¡Bravo!

-¡Todos con nuestro rey!

-¡Viva León I!

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El monarca sonrió satisfechoy preguntó:-¿Quién se ofrecepara llevar a cabo esa misión?Hubo un largo silencio.

Cada uno miraba a su vecinocomo si la cosa no fuera con él.Nadie parecía decidirse.

-¡Estoy esperando!-dijo el rey,echándose la coronasobre la otra orejaen un gesto de irritación.

Su hijo Leoncín pensó que,siendo el heredero del tronodebía dar ejemplo.Y se adelantó.

-¡No se puede negarque eres de mi misma sangre!-exclamó el monarca,satisfecho-.¿Y qué piensas hacercuando te encuentrescon el enemigo?Porque lo que es rugir,lo haces fatal.-Aunque soy joven,tengo fuertes garrasy afilados colmillos.Sabré usarlos, padre.Entonces la serpiente,el leopardo y el elefantetambién dieronun paso al frente.No iban a permitirque Leoncín fuerael único capazde demostrar valoren un momento tan crítico.

-¡Ajá…! Veo que todavíapuedo estar orgullosode mi pueblo-dijo el rey-.

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Seguro que entre los cuatroconseguirándevolvernos la tranquilidad.Vayan ahora mismoy que tengan suerte.Los bravos guerrerosse marcharonentre aplausosy gritos de entusiasmo.

Pero los que se quedaronpasaron horasde gran inquietud.¿Qué les sucederíaa sus cuatro amigos?

¿Traerían la piel del intrusocomo trofeo?

¿O seríanvíctimas de su crueldad?

¿Podrían, al fin,vivir tan felices como antes?

Tuvieron la respuestaal día siguiente,cuando los aguerridos viajerosse presentaron ante León Iy los demás habitantesde la selva.

Por desgracia, su aspectono era nada victorioso.Venían cabizbajosy con señalesde haber sido derrotadosen la contienda.Uno junto a otroguardaban silencioesperandoque alguno se atrevieraa ser el primeroen relatar lo ocurrido.

-¡Que es para hoy!-tronó el monarcade muy mal genio.

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El leopardo,con una pata enyesadase decidió a hablar.

-Majestad…,ese tigre extranjeroes la fiera más terribleque he conocido.

Cuando yo estaba al acechopara atacarlo,me descubrióy se lanzó sobre mísin darme tiempo siquieraa decir:

¡Viva África!

Y ya lo ven…,me dejó esta pataen tales condicionesque no sé si tendré que andarcon muletasel resto de mi vida.

-A mí –contó el elefante-me dio un zarpazo tan ferozen la trompaque no puedotomar mis alimentosmás que con cuchara.

¡Qué humillaciónpara un animal de mi raza!-Yo no tuve mejor suerte-dijo la serpiente-.Quise utilizar la astucia,como tengo por costumbre,y esperéa que el tigre estuviera dormidopara clavarlemis colmillos envenenados.Pero el muy traidorestaba despierto.¡Y bien despierto!Tanto que,cuando me tuvo cerca,se abalanzó sobre míllevándose la mitad de mi piel.-Y diciendo estoTiritó de frío-.

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¡No sécómo voy a pasar el inviernoasí, casi desnuda!

Leoncín,por ser el hijo del rey,se sentía más avergonzadoque sus compañeros.Pero no le quedó más salidaque confesar la verdad.-¿Se acuerdande la hermosa borlaque adornaba la punta de mi rabo?Pues bien,el enemigo me lo cercenóde un solo bocadoy ahora no parezconi siquiera un león.Se dio la vueltapara que todospudieran comprobarlo.En efecto,el rabo de Leoncín eracomo el de un gato casero.Nunca había vistoal rey tan furioso.

-¡Son un montón de imbéciles!-exclamó-,¡Si yo no fuera tan viejo,les enseñaríaa luchar como es debido!

En las filas de atrássonó una voz débil y dulce.-Tal vez yo…-¿Eh? ¿Quién eres?¡Habla más fuerte,

que no se te oye!-Digo que tal vezyo pueda conseguirque el tigre nos deje tranquilos.Todos giraron la cabezapara ver quién hablaba.Era la gacela,el animal más indefensode la selva.El único que no tieneni garras, ni veneno,ni arma algunacon que defenderse o atacar.

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Sus palabras recibieroncarcajadas y frases burlonas.-¿Lo vas a matar?-O quizá se muera de miedoal verte.-¿Te comerás su cadáver?Ella contestó con mucha calma:-Ya sabenque soy vegetariana.

-A ver…, a ver…-dijo el rey, intrigado-.¿Qué puede hacer una gacelaque no hayan conseguidolos animalesmás fuertes y poderosos?-No lo sé todavía;pero voy a probar.Sin apresurar el pasoy sin importarle las burlasque seguía oyendo a sus espaldas,la gacela se alejó.

León I, temiendo lo peor,se puso de pie.-A ustedes-dijo, dirigiéndosea los cuatroque habían vuelto derrotados-,el tigre los puso en retirada,pero, al menor,salvaron sus vidas.A ella, en cambio,se la tragará de un bocado.Todos los que se reíanmomentos antesse quedaron serios,con expresión preocupada.

Aunque pensaranque era una insensata,tenían cariño a la gacelay no queríanque le pasara nada malo.-¡Corran tras ella!¡Deténganla!-ordenó el rey.Pero la madredel elefante herido,que era más vieja aún

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que León Iy por eso más sabia,dijocon su voz de bajo profundo:-Yo la dejaría…-¿No ves que nosotrosno pudimos con el tigre?-protestó Leoncín.Ella contestócon tono de reproche:-No seas pretencioso.

Eso no quiere decirque la gacela tampoco pueda.-¡Pero estáen peligro de muerte!-exclamó el leopardo.

El rey,poniéndose derecha la corona,decidió:-La seguiremosa prudente distancia.Y cuando sea necesario,intervendremos para defenderla.Deslizándose entre la espesurasilenciosamente,sin abrir la bocay hasta conteniendola respiración,fueron tras la gacela.

Ella, sin darse cuenta de nada,AnduvoHasta que divisó al tigretumbadoa la sombra de un árbol.Los demásse quedaron agazapadosdetrás de unos altos matorrales.El tigre abrió un ojo perezoso,pero no se sobresaltólo más mínimoni se puso en guardia.

¿Cómo iba a asustarsede una gacela?Ella continuó avanzandohasta llegar a su ladoy le dijo:-Nos tienes muy disgustados.

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El tigre se incorporósin dar crédito a lo que oía.

-No se puede andar por el mundodando mordiscosy arrancando pieles-continuó la gacela-.¿Te parece bonito?Leoncín, en su escondite,Susurró:-¡Ahora! ¡Ahora se la come!Pero se equivocaba.

El tigre bajó la cabezay dijo:-No creas que me gustavivir así.Estoy solo.Unos cazadoresmataron mi familia,allá, tras las montañas.Yo no les quería hacer mal,pero tenía hambre…Tus compañeros me atacarony me defendí.La gacela parpadeó, pensativa,y sus larguísimas pestañasabanicaron el aire.

-¿Y si te dejamosvivir con nosotros,te portarás bien?Los animalesque estaban al acechoesperaban impacientesla respuesta;pero él,azotando la tierra con el rabo,parecía dudar.

Entoncesla gacela se le acercó másy le dijo algo al oído.

El tigre la miró a los ojos,se puso de piey echó a andar tras ellacomo si nuncahubiera roto un plato.

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León y sus acompañantesse pegaron una carrerapara no ser descubiertosy llegar primero al lugardonde vivían.

Allí los encontró la gacelay les contóla conversaciónque había tenido con el tigrey que ellos ya conocían.-¿Y sólo asíconseguiste amansarlo?

-preguntó el rey,intrigado por saberqué había dicho la gacelaal oído del tigre.-Bueno, le dije algo más…Le dije…, le dije…La gacela trataba de recordar.-¡Ah, sí! Le dije…“Por favor”.Las dos palabrasque a nadiese le había ocurrido usar,corrieron de boca en bocacomo una fórmula mágica.Hasta la elefantitaque se había quedado mudadel sustolas pronunciódespués de barritar a gustoy tan fuerteque de la palmera más cercanacayó una lluvia de cocos.

La fuerza de la gacela Carmen Vázquez-Vigo

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