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249 LIMPIANDO Y SEMBRANDO LA TIERRA LUCHA DE CAMPESINOS NAHUAS EN LA HUASTECA 1 Rafael Nava Vite 2 La Huasteca ha sido escenario de diversas movilizaciones en la lucha por la tierra. Esta situación se debe, en gran parte, al hecho de que la revolución mexicana no produjo grandes cambios en la tenencia de la tierra (Rello 1986: 82) y tampoco la reforma agraria afectó las grandes extensiones de tierra en manos de las haciendas. A esto se debe su existencia hasta finales de los años sesenta. En el periodo de la década de los setenta, en la Huasteca se desarrolló un movimiento campesino que en su lucha por la tierra no dejó los cercos de alambrado en el lugar que estaban. La construcción de la carretera México- TuxpanTampico que la puso en contacto con los principales centros comerciales del país, contribuyó considerablemente al desarrollo de la ganadería, sobre todo porque permitió que el ganado saliera con facilidad para su venta. Durante este período hubo un crecimiento acelerado de la ganadería, lo que trajo como consecuencia que los ganaderos presionaran a las comunidades a fin de obtener más tierras, pues el negocio del ganado sólo podía desarrollarse si se contaba con grandes extensiones. De esta manera, durante este periodo, el problema de tenencia de la tierra se colocó en el primer plano de la lucha en el campo. El movimiento campesino que surge de manera espontánea y desarticulada en distintas zonas de la región Huasteca, para principios de los años ochenta adquiere fuerza y se transforma en organizaciones bien estructuradas y con propuestas definidas. En su lucha, los campesinos indígenas logran conquistar más de 25,000 hectáreas de tierras que estaban en manos de los caciques de la región. En la lucha participaron más de 80,000 1 NAVA, Vite Rafael (2015), Limpiando y sembrando la tierra: Lucha de campesinos nahuas en la Huastecaen Catharine Good Eshelman y Dominique Raby (Edit), Múltiples formas de ser nahuas. Miradas antropológicas hacia representaciones, conceptos y prácticas, México, El Colegio de México, pp. 249-267. 2 Profesor en la Universidad Veracruzana Intercultural. Doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (2012), es nahua originario de la Huasteca hidalguense.

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249

LIMPIANDO Y SEMBRANDO LA TIERRA

LUCHA DE CAMPESINOS NAHUAS EN LA HUASTECA1

Rafael Nava Vite2

La Huasteca ha sido escenario de diversas movilizaciones en la lucha por la

tierra. Esta situación se debe, en gran parte, al hecho de que la revolución

mexicana no produjo grandes cambios en la tenencia de la tierra (Rello 1986:

82) y tampoco la reforma agraria afectó las grandes extensiones de tierra en

manos de las haciendas. A esto se debe su existencia hasta finales de los años

sesenta.

En el periodo de la década de los setenta, en la Huasteca se desarrolló

un movimiento campesino que en su lucha por la tierra no dejó los cercos de

alambrado en el lugar que estaban. La construcción de la carretera México-

Tuxpan–Tampico que la puso en contacto con los principales centros

comerciales del país, contribuyó considerablemente al desarrollo de la

ganadería, sobre todo porque permitió que el ganado saliera con facilidad para

su venta. Durante este período hubo un crecimiento acelerado de la ganadería,

lo que trajo como consecuencia que los ganaderos presionaran a las

comunidades a fin de obtener más tierras, pues el negocio del ganado sólo

podía desarrollarse si se contaba con grandes extensiones. De esta manera,

durante este periodo, el problema de tenencia de la tierra se colocó en el

primer plano de la lucha en el campo.

El movimiento campesino que surge de manera espontánea y

desarticulada en distintas zonas de la región Huasteca, para principios de los

años ochenta adquiere fuerza y se transforma en organizaciones bien

estructuradas y con propuestas definidas. En su lucha, los campesinos

indígenas logran conquistar más de 25,000 hectáreas de tierras que estaban

en manos de los caciques de la región. En la lucha participaron más de 80,000

1 NAVA, Vite Rafael (2015), “Limpiando y sembrando la tierra: Lucha de campesinos nahuas en la

Huasteca” en Catharine Good Eshelman y Dominique Raby (Edit), Múltiples formas de ser nahuas.

Miradas antropológicas hacia representaciones, conceptos y prácticas, México, El Colegio de México,

pp. 249-267. 2 Profesor en la Universidad Veracruzana Intercultural. Doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela

Nacional de Antropología e Historia (2012), es nahua originario de la Huasteca hidalguense.

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campesinos inconformes que vivían en graves condiciones de pobreza (Nava

2002: 5).

Uno de los puntos centrales de esta investigación, que fue desarrollado

más ampliamente en mi tesis de doctorado (Nava 2012), consiste en mostrar

que el éxito de las luchas campesinas indígenas nahuas no obedece

únicamente a las políticas agrarias promovidas por las instituciones federales y

estatales. Si bien es cierto que influyeron parcialmente en la tramitación o

legalización de las tierras, la lucha logró tener éxito debido a que los pueblos

contaron con una fuerte organización comunitaria preexistente que se sustentó

en los sistemas de cargos, las formas de organización del trabajo y fueron

movilizados gracias a la ayuda mutua y la vida ceremonial. Asimismo, este

trabajo tiene el propósito de dar a conocer cómo las comunidades nahuas de la

Huasteca han logrado sobrevivir de manera creativa a la explotación salvaje y a

la opresión ominosa que sufrieron por varias décadas.

A diferencia de otros trabajos relacionados con los movimientos

campesinos de la Huasteca, que hacen más hincapié en las fuerzas políticas

nacionales y que tratan de explicar su lucha indígena por medio de las

coyunturas externas y una ideología predominante procedente del exterior,

tales como las cambiantes condiciones económicas, políticas nacionales y la

acción de los partidos políticos, aquí explico el desarrollo del movimiento

campesino a partir de la experiencia que han vivido los propios actores de la

lucha social y brindo mayor atención a la cultura local que se hace evidente

mediante la ayuda mutua o “mano vuelta”, las formas de organización social y

las prácticas rituales.

Para comprender de mejor manera las dinámicas comunitarias y las

especificidades del movimiento campesino, me he apoyado fundamentalmente

en la investigación etnográfica. Asimismo, ha sido necesario analizar la lucha a

través de un enfoque antropológico e histórico (Good 2004; Broda 1995, 2001).

Dicho sea de paso, el hecho de partir de este criterio metodológico me ha

permitido identificar que, en la Huasteca, a pesar de la influencia de la colonia

se conservan formas de organización tradicionales, ya que en varias de las

fiestas que ahí se organizan, es posible identificar elementos que datan de la

época prehispánica. Lo anterior significa que en esta región ha habido una

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continuidad histórica y una reproducción de la cultura local, donde los nahuas

han desempeñado un papel sobresaliente como protagonistas de su propia

historia.

LA OPRESIÓN QUE EJERCIERON LAS HACIENDAS Y GANADEROS EN LOS

CAMPESINOS: UNA MEMORIA HISTÓRICA VIVA

En líneas anteriores se ha mencionado que, en la Huasteca, la revolución

mexicana no generó cambios trascendentes y significativos para sus

habitantes, relacionados con las grandes extensiones de tierra en manos de las

haciendas, así como tampoco la reforma agraria que encabezó el presidente

Lázaro Cárdenas. A esto se debe la pervivencia de las haciendas hasta finales

de los años sesenta.

Los dueños de las haciendas, en su afán de obtener más ganancias, por

muchas décadas ejercieron un control casi total en las tierras de la región

Huasteca; además, siempre procuraron sacar el mejor provecho de la fuerza de

trabajo de los peones, lo que los capataces conseguían, para que les labraran

sus tierras o realizaran trabajos pesados en las moliendas.

Cristóbal, campesino de la localidad de El Aguacate, Huautla, Hidalgo,

más conocido como Tlaitobal (“el tío Cristóbal”), comentó al respecto:

Antes no era así como ora... en el tiempo de las haciendas no era así. En esos tiempos

nos levantábamos temprano para ir a trabajar a la hacienda. A veces acarreábamos

agua en guajes desde el manantial donde está el árbol de sabino, hasta acá, para que

el tekojtli tomara agua fresca; nos hacíamos casi tres horas de camino de ida y vuelta.

En otras ocasiones íbamos a arrear las bestias en donde molían la caña,

acarreábamos leña para el horno del trapiche… siempre había mucho trabajo en esos

lugares donde molían la caña. Ellos casi siempre nos ocupaban dos o tres días a la

semana y no te podías escapar, porque si después te encontraban, seguramente que

ya no lo podrías contar. Cuando ya habíamos cumplido con los trabajos de la hacienda,

ya podíamos regresarnos a nuestras casas para limpiar nuestras pequeñas milpitas, en

donde teníamos sembrado nuestro maicito. Cuando cosechábamos, una parte se nos

quedaba a nosotros y la otra se la dábamos al tekojtli (Nava 1996: 122).

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Los hacendados y después los ganaderos de la región Huasteca,

lograron tener dominio pleno de las mejores tierras, sobre todo de aquellas que

contaban con suficiente agua para el ganado y que estuvieran ubicadas en las

llanuras, de esta manera obligaron a los indígenas a vivir como peones de los

grandes hacendados y a sobrevivir en la miseria. Los hacendados, en su deseo

de poseer más tierras a costa de los indígenas, usaron diferentes estrategias

para despojarlos, dejándoles para sembrar sólo aquellas donde el crecimiento

del maíz y el frijol se dificulta por los suelos erosionados y tepetatosos.

El ganado invadió los terrenos de las comunidades, lo que obligó a los

habitantes de las rancherías a vender sus parcelas a precios irrisorios y a

emplearse como peones subordinados de las haciendas y, en la mayoría de los

casos, a arrendar las tierras de las que fueron despojados, a cambio de que las

desmontaran y las regresaran convertidas en pastizales, listas para que el

ganado pudiera pastar.

Lucas Hernández, campesino de El Aguacate, Huautla, Hidalgo, señaló

que:

Don Manuel Medécigo tenía un vaquero que de veras era muy carajo; este señor se

llamaba Baldomero Castelán. Primero vivió abajo de la casa de Florencio y después se

pasó a vivir al potrero del rico. Recuerdo que este hombre no quería que los de El

Aguacate bajaran a pescar, pues pensaba que el arroyo y el río eran de su patrón.

Decía: “Cuidado y se atreven a pescar en el río, porque entonces sí les va a ir mal”.

Nadie podía pescar en el río, ni sacar leña ni cortar un árbol.

De veras que esos carajos siempre hicieron de las suyas, nada respetaban, no había

autoridad para ellos… siempre trataron de conseguir las mejores tierras, sobre todo

donde hubiera buenos manantiales o donde bajaran los arroyos o ríos…pos

necesitaban agua para el ganado (marzo, 1994).

Los abusos y la violencia que ejercían los hacendados y luego los

ganaderos de la región contra los campesinos era el pan de cada día. Ranulfo

Hernández, de la comunidad de El Mirador, Ixhuatlán de Madero, Veracruz,

comentó esta situación tan lamentable que vivían los campesinos de las

comunidades Ixhuatlán y Tlachichilco:

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En los años de René Monroy hubo mucho control; para empezar, en aquellos tiempos

no había carreteras, la gente bajaba de Tlachichilco y ellos tenían que pasar por los

terrenos donde dominaban los caciques… varios comerciantes fueron asesinados y

enterrados en cualquier parte del terreno, los metían hasta en los hoyos de un árbol,

así nomás, eran pistoleros que mataban y robaban, inclusive entraban a violar

muchachas… si le gustaba una muchacha, pues se la llevaban y se abusaba de los

compas… a veces hasta los formaba y los empezaba a cuartear…había muchas

injusticias (abril, 2011).

En la Huasteca, los campesinos indígenas no sólo han luchado por sus

tierras, sino también por su dignidad, acabando con creencias e ideas falsas

que extensamente habían difundido los caciques, como la de que los indios de

cotón, huarache y calzón de manta no podían entrar a las ciudades de Pachuca

o Xalapa y mucho menos a la ciudad de México para realizar algún trámite, ya

que en estas ciudades encarcelaban a las personas que llegaban vestidas así.

Los hacendados y caciques siempre difundieron entre los indígenas la idea de

que ellos eran “hombres de razón” y estos últimos eran los de “sin razón”,

haciéndoles creer que eran incapaces de valerse por sí mismos y de

comprender el mundo que les rodeaba.

Las autoridades municipales y los funcionarios de algunas instituciones

que operaban en la región eran controlados por los hacendados y caciques.

Mediante éstos, que servían como agentes, nombraban y quitaban autoridades

de las comunidades que no fueran de su agrado. Así, los jueces auxiliares de

las rancherías y los presidentes de bienes comunales fueron sometidos a

causa de los intereses mezquinos de los caciques (Ávila 1990: 16).

En varias comunidades de la región, los ganaderos se hacían

compadres de gente indígena, bautizando los hijos de éstos. De esta manera

aseguraban que los compadres se encargaran de contratar peones en la

comunidad para que desyerbaran sus potreros, contribuyeran en el cuidado del

ganado y mantuvieran informado a sus compadres de algunas problemáticas

que pudieran afectar sus intereses (Nava 2002: 49). En muchas de las

ocasiones, los ganaderos influyeron mucho en las elecciones de las

autoridades ejidales, tales como comisariados, jueces auxiliares y topiles, entre

otras. Algunas de éstas contribuyeron para que las prácticas culturales

comunitarias, como el sintokistli (siembra del maíz) y el elotlamanilistli (la

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ofrenda al elote) mermaran debido a que la mayoría de los campesinos no

contaba con tierras para sembrar maíz. Por otra parte, hacían amistades con

gente de las comunidades por medio del aguardiente, estos lazos de “amistad”

permitieron a los ganaderos ejercer cierto control político en las comunidades.

Acerca de estas estrategias de control, Tlaitobal comentó:

Esos años fueron muy difíciles. Los hacendados y los ganaderos siempre hacían lo

que ellos querían. Si algún tekiuaj, autoridad que era nombrada por la ranchería, no les

caía bien, no duraba mucho tiempo; lueguito lo quitaban y ponían a alguien cercano a

ellos, para que hiciera lo que ellos mandaran, y si el tekiuaj era apoyado por la gente

para que no renunciara a su cargo, lo amenazaban para que dejara su responsabilidad

de tekiuaj, o de plano lo mandaban a matar... Estas cosas ocurrían muy seguido en

diferentes comunidades de la región. Los ricos por dondequiera tenían amigos y

compadres. Éstos, por quedar bien con ellos, siempre les informaban de las cosas que

pasaban en las rancherías. Nadie podía hablar de un asunto que afectara a los ricos,

porque, si uno lo hacía, al día siguiente ya lo esperaban en el camino para que uno se

callara; a veces hasta amenazaban a la familia para que uno no dijera nada” (Nava

1996: 123).

Además de estas formas de dominación, instrumentaron otras como las

ejercidas por sacerdotes y jueces municipales que, en complicidad con los

caciques, usaron sus puestos para desinformar y engañar a los indígenas.

Todo esto iba en detrimento de la ya escasa economía del campesino y

contribuía a la desarticulación de las comunidades; sin embargo, a pesar de

esta situación, las comunidades no se desintegraron. Las distintas formas de

control hicieron que los hacendados y caciques bloquearan por todos lados

algún trámite agrario que los indígenas quisieran hacer. De esta forma, los

habitantes de las rancherías fueron aprendiendo que cualquier trámite o asunto

tratado en las cabeceras municipales era caso perdido (Ávila 1990: 16).

En el periodo de gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se

distribuyeron algunas tierras de las haciendas para las comunidades indígenas.

Por otra parte, aunque de manera mínima, hubo un reconocimiento de los

documentos que manifestaban que las comunidades eran las que tenían el

derecho legal de posesión de tierras acaparadas por las haciendas. Lo anterior

generó que algunas comunidades beneficiadas por el reparto agrario

terminaran con la dependencia que tenían con las haciendas. Sin embargo, la

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gran mayoría de los campesinos que no obtuvieron beneficios sustanciales de

esta reforma agraria, inició la tramitación legal de sus tierras que las

autoridades regionales y estatales de los siguientes periodos de gobierno

atendieron con muchas trabas. A decir verdad, en los siguientes años muchas

comunidades iban y venían por la telaraña burocrática que nunca les dio

respuesta a sus peticiones de recuperación de sus tierras.

Quince años después del período de gobierno cardenista se

manifestaron diversas luchas campesinas con el firme propósito de no seguir

pagando el impuesto de maíz a las haciendas. Asimismo, empezaron a surgir

protestas en contra de la imposición de autoridades en las comunidades por

parte de los presidentes municipales aliados o manipulados por los

hacendados. Según Agustín Ávila, en este periodo de los años cincuenta, los

barrios empezaron a separarse de las cabeceras municipales con la finalidad

de elegir jueces propios y romper con la práctica común de las haciendas y los

caciques, que consistía en imponerlos con la ayuda de las autoridades

municipales. Esta lucha fue muy corta, pues los grupos hegemónicos de la

región persiguieron sin tregua a las nuevas autoridades nombradas por las

comunidades. Todo nuevo nombramiento en las comunidades estaba expuesto

a la persecución por parte de los que controlaban las tierras (Ávila 1990: 18).

Este periodo de persecución hacia las autoridades indígenas lo describió

Tlaitobal de la siguiente manera:

Esos tiempos eran de miedo, a veces uno temblaba delante de estas gentes de mucho

dinero…no era extraño ver a un hombre con calzón de manta y camisa de manta

flotando ya sin vida en un río o caído a balazos en algún cañaveral, o en algún crucero

o tal vez entre los matorrales. Los hombres de dinero no se tentaban el corazón para

mandar golpear o matar a una nueva autoridad elegida por la comunidad. Debido a su

ambición de tener más de lo que tenían, no les importaba despojar a los indígenas de

sus tierritas; no les importaba dejar a las familias huérfanas de padre…Las

emboscadas, los desaparecidos, los encarcelados y los perseguidos no eran un asunto

de cuento, era algo que sucedía a cada rato en nuestras rancherías (febrero, 1994).

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A finales de los años cincuenta, en la Huasteca empezó a conformarse

una burguesía agraria con la descendencia de los hacendados que, además de

acaparar las mejores tierras, controlaba casi en su totalidad al poder político y

económico de la región, que incluía las presidencias municipales, las

diputaciones, los ministerios públicos, la comisión agraria mixta, la procuraduría

agraria, entre otros. Con el apoyo del ejecutivo federal y sus fuerzas armadas,

las haciendas fueron desplazadas por los nuevos caciques que tenían sed por

acaparar la tierra.

Para la década de los años setenta, los campesinos, cansados de vivir

en la miseria, de trabajar jornales de sol a sol y desgastados por el trajinar para

realizar todo trámite legal para intentar recuperar sus tierras, decidieron

lanzarse en una lucha agraria que de manera organizada los llevó a

conseguirlo.

DESCONTENTO CAMPESINO Y ESTALLIDO DE LA LUCHA POR LA TIERRA

En esa misma década, la Huasteca fue escenario de un gran estallido social

que llamó la atención a los aparatos de Estado de dominación, sobre todo

porque en su deseo de modernizar una región que ancestralmente había caído

en el olvido, sus proyectos de innovación chocaban con las estructuras de

producción, tenencia de la tierra y del poder que imperaba en la región.

Los principales factores del descontento de los campesinos y el estallido

de la lucha social, tenía sus causas en:

La indefinición de la tenencia de la tierra, imprecisión de límites, faltas de título de

propiedad (de lo que tradicionalmente se han aprovechado los terratenientes para

ensanchar sus propiedades), venta de parcelas ejidales, resoluciones no ejecutadas,

áreas invadidas, explosión demográfica, explosión excesiva de la mano de obra

campesina, discriminación y maltrato y condiciones miserables de la población

indígena, que es la mayoría de la región (Montoya 1996: 228).

Los campesinos, cansados de intentar obtener la solución de sus

problemas agrarios por la vía legal, de depositar su confianza en líderes

corruptos que obstaculizaban la gestoría legal de las tierras y fastidiados de

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pertenecer a una Confederación Nacional Campesina (CNC) que nunca tuvo la

capacidad para resolver sus problemas, empezaron a presionar a las

autoridades ocupando las tierras que legalmente les pertenecían e iniciaron

una lucha que poco a poco fue generalizándose en toda la región. En 1973

estalló la primera lucha por la tierra; en 1974 se consumaron 5 tomas de tierra,

23 en 1975, 52 en el año de 1976, 29 en enero de 1977; para finales de enero

de 1977 se habían realizado 127 tomas de tierra. El problema se agudizó ese

año pues fue cuando se produjeron 365 tomas de tierra (Montoya 1996: 229).

En los potreros y en las rancherías se escuchaba decir a la gente: “No

hay otro camino que seguir, o recuperamos nuestras tierras o nos morimos de

hambre con nuestros hijos”. En efecto, la situación era tan crítica que los

campesinos ya no estaban dispuestos a tolerar las atrocidades y el

acaparamiento de las tierras por parte de los caciques y terratenientes rapaces.

A partir de entonces, en distintas comunidades de la región empezaron a surgir

luchas aisladas que, con el paso del tiempo se transformaron en una verdadera

guerra campesina.

Acerca de estos distintos frentes de lucha existen cientos de anécdotas

que sólo los actores de las luchas sociales pueden describir con detalle por

medio de sus formas particulares de hacer y de reconstruir la historia.

Un caso que me parece importante destacar es la lucha que llevaron a

cabo los pobladores de la comunidad de Heberto Castillo, cuyo nombre fue

asignado en honor al gran luchador social originario de Ixhuatlán de Madero,

Veracruz. Dicha comunidad no es muy grande y se ubica a unos diez

kilómetros de la cabecera municipal de ese lugar. La mayor parte de su

población es hablante de la lengua náhuatl y se caracteriza por el impulso que

le han dado a la cultura local, tal como el respeto por “el costumbre”

relacionado con el cultivo del maíz.

Algunos habitantes de Heberto Castillo comentan que sus padres y

abuelos iniciaron la petición de tierras desde 1947, cuando se organizaron para

que se les dotaran parcelas de buena calidad para sembrar. Ya estaban muy

cansados de vivir en la miseria, de no contar con tierras fértiles, pues cuando

mucho tenían pedazos en laderas donde difícilmente podían obtener buenas

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cosechas, además de que se dificultaba sacar los productos por la carencia de

caminos y veredas.

Los campesinos recuerdan que desde los años cuarenta se unieron tres

comunidades: El Mirador, Cantollano y Plan de Encinal, con el firme propósito

de solicitar tierras para sus siembras. Ellos sabían que las grandes extensiones

de tierras que llegaban hasta la cabecera municipal de Ixhuatlán de Madero,

Veracruz, pertenecían a un solo dueño, Don Eulalio. Gracias a su insistencia

ante las autoridades agrarias por el reparto de las tierras, se otorgaron algunas

partes, si bien muy pequeñas, de ese gran terreno, pero quedaron las mejores

tierras al centro, por donde baja serpenteando el río Vinazco. Estas tierras

fértiles fueron acaparadas ilegalmente por diferentes propietarios que, con el

paso del tiempo, heredaron a sus familiares.

En la medida que las comunidades crecieron en población, las escasas

tierras que tenían ya no eran suficientes para sostener a las familias, por esta

razón, los campesinos nuevamente iniciaron la solicitud de más parcelas para

sus comunidades. Ante esta necesidad tan sentida, solicitaron algunos apoyos

a las autoridades agrarias y a las centrales campesinas; sin embargo, éstas

nunca pudieron resolver los problemas sobre la tenencia de la tierra. Arnulfo

Hernández señaló:

No vimos claro el apoyo de las autoridades del gobierno, siempre nos decían que iban

a atender nuestras solicitudes pero no hacían nada; además, los partidos de derecha y

las centrales del gobierno como la CNC, CCI y el Frente Cardenista, eran controlados

por los propios partidos de derecha, eran manipulados…todos los documentos que se

enviaban a través de los comités particulares, llegaban en las manos de los hijos de

caciques, los de la procuraduría agraria, por esa razón no nos resolvían nuestra

demanda de tierras…fue muy difícil, pero así fue…ellos controlaban casi todo tipo de

trámite (abril, 2011).

Ante estas actitudes de las autoridades agrarias y al saber que en otras

zonas de la Huasteca veracruzana y la hidalguense, los campesinos estaban

organizados de manera independiente de las instituciones oficiales, decidieron

acercarse a ellos para conocer su experiencia de lucha y así iniciaron sus

primeros encuentros organizativos con el Frente Democrático Oriental de

México “Emiliano Zapata” (FDOMEZ).

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Dos aspectos que distinguen a la comunidad son su unidad para

enfrentar los problemas y la ayuda mutua “mano vuelta” para realizar el tekitl

(trabajo) en el campo. Diego Hernández García, agente municipal de la

comunidad, comentó que si bien es cierto que la recuperación del predio

Tetzacual que estaba en manos del cacique René Monroy fue el 5 de abril de

1994, la localidad se fundó cuatro años después, el 20 de mayo de 1998, y se

ubicó en el predio de Tetzacual, con aproximadamente 40 familias que la

conformaron. Al respecto, Ranulfo Hernández comentó que:

Algunas familias que conformaron la comunidad de Heberto, venían originalmente de

Zolontla; sin embargo, por el problema de amenaza que habían tenido por parte del

cacique y sus pistoleros, se tuvieron que salir de Zolontla para buscar apoyo en

Cantollano. Estos compañeros que vivieron un tiempo en Cantollano, son los que

también pasaron a vivir en Heberto Castillo (abril, 2011).

En un primer momento todos se quedaron en una galera que

anteriormente era parte de la hacienda donde vivía el vaquero. Según Ranulfo:

En la galera de Heberto, allí se dormía la gente, allí descansaban, uno tenía que tener

cuidado con las víboras, porque en tiempos de calor las víboras salen…y por eso había

que tener cuidado. La gente estaba muy al tanto, hacíamos vigilancia día y noche, pero

como siempre hemos luchado juntos, se hacían comisiones para la vigilancia. Hasta

hoy se sigue conservando este tipo de vigilancia, esto también ha ayudado a no caer

tan fácil en manos del propio gobierno o de los pistoleros (abril, 2011).

Después se trazaron los solares, calles, se levantaron casas y al mismo

tiempo se tuvieron que realizar guardias a fin de no exponer a los pobladores

de estas tierras que estaban en lucha por un espacio donde vivir. El trabajo en

común (komuntekitl) fue clave en la construcción de la comunidad de Heberto

Castillo. Diego nos comentó:

Ax tihpiyayah tlali kampa titokaseh, yeka timotemachihkeh tikixwitekiseh ni tlali, wan

yeka namah nikani tiitztokeh, namah onka tlen tlakuaseh tokonewah… (mayo, 2011)

[No teníamos tierra donde sembrar, por eso decidimos limpiar estas tierras, y por eso

hoy estamos aquí, hoy nuestros hijos tienen para comer…]

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La comunidad de Heberto Castillo aun conserva una práctica ancestral

de la distribución de sus cosechas, el trabajo en común es un aspecto que los

caracteriza. Diego continuó diciendo: “Nikani nochi titekitih wan kemah tipixkah,

nochi nopa sintli parejo timoxelowah”, (Aquí todos trabajamos y cuando

cosechamos, todo el maíz nos distribuimos parejo). Al igual que en Heberto

Castillo, la mayoría de las comunidades nahuas luchó por recuperar las tierras

que les habían arrebatado a sus padres y abuelos, en donde el komuntekitl y la

ayuda mutua fueron aspectos clave para limpiar y sembrar las tierras.

“JALAMOS PAREJO Y LUCHANDO JUNTOS RECUPERAMOS NUESTRAS TIERRAS”:

VISIÓN DE LOS ACTORES LOCALES

Los elementos externos, tales como la crisis económica, las políticas

gubernamentales y las ideologías predominantes respecto a la necesidad de un

cambio del sistema de gobierno, propiciaron que los indígenas nahuas tomaran

conciencia de su condición social y exigieran la tierra de la que sus padres y

abuelos habían sido despojados por los ganaderos y caciques regionales. Sin

embargo, la fuerza del movimiento que dio éxito a la lucha fueron los lazos

comunitarios, tales como la ayuda mutua, que no sólo se dio en las

comunidades, sino que se fortaleció entre las diferentes comunidades de la

región. Al respecto, Lucas, de la comunidad de El Aguacate, nos comentó que:

En esta lucha no estábamos solos, cuando sabíamos que algo estaba por

suceder...como algo malo, luego bajan los de Vinazco, los de Tamoyon Segundo y los

de Chiliteco, nunca luchamos solitos, siempre estuvimos unidos y a veces a nosotros

nos tocaba ir a hacer guardia en otras comunidades. Las personas que les tocaba

comisión para apoyar a otras comunidades les teníamos que apoyar con la limpia de su

milpa, para que la hierba no matara al mateado, en esta lucha todos teníamos que jalar

parejo y aquí uno no se podía quejar, todos parejitos y cuando limpiamos el terreno que

tenía el rico, cada quien en su surco hasta salir al alambrado (marzo, 1994).

Para tomar las tierras, las comunidades no actuaron aisladamente o

separadas de las demás; al contrario, siempre se mantuvieron unidas y

organizadas, pues estaban conscientes de que se enfrentaban a los poderosos

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de la región y que en cualquier momento sus pistoleros, sus guardias blancas,

o incluso el ejército, podían llegar sorpresivamente.

Las comunidades tomaron medidas de precaución y seguridad. Se

organizaron comisiones de vigilancia y de autodefensa que se mantenían

alertas mientras los campesinos desyerbaban los potreros. Fue entonces

cuando se retomó la costumbre, ya casi olvidada, de tocar los cuernos y las

campanas para dar aviso a la población en caso de redada; el estallido

estruendoso de los cohetes de vara larga sirvió para anunciar algún suceso

importante en la comunidad.

Las avanzadas campesinas estaban a la orden de sus autoridades

comunitarias, se hallaban en las entradas principales de los poblados y por los

caminos espaciosos, para la seguridad de sus habitantes. Herminio, campesino

indígena originario de El Aguacate, así lo recordó:

Nunca pensé que todas las rancherías fuéramos a unirnos para tomar las tierras,

pero... al fin, con el apoyo de cuatro comunidades, logramos tomarlas. Antes de que le

entráramos a agarrar esas tierras, primero recibimos una invitación de la ranchería de

Tamoyón Segundo, pos ellos habían decidido tomar las tierras que estaban en manos

de don Desiderio Castillo. Después de cuatro días de trabajo con ellos, les dijimos que

ahora a ellos les correspondía apoyarnos en nuestra lucha. Llegado el día fijado, todos,

sin que nadie se quedara en casa, fuimos con nuestros machetes y azadones a limpiar

esas tierras… (mayo, 1994).

Con el estallido de este movimiento, las comunidades indígenas

empezaron a cobrar autonomía, los jueces y comisariados ejidales, que eran

impuestos por los caciques, fueron sustituidos y sancionados; los agentes de

los caciques ya no podían entrar a las comunidades con lujo de prepotencia,

como acostumbraban hacerlo.

Mientras se desarrollaba la lucha campesina, en varias comunidades

donde se celebraban encuentros campesinos o asambleas comunitarias, se

acompañaba de música ritual, danzas agrícolas y cantos en lengua náhuatl. “El

costumbre”, elotlamanilistli, el sintokistli, entre otros ritos agrícolas,

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Figura 1. Mujeres de Cacahuatengo descansan después de un duro trabajo en el ritual de

Chikomexochitl (fotografía de Rafael Nava Vite).

desempeñaron un papel importante para fortalecer la identidad de los

campesinos nahuas. Con el impulso de estas actividades recuperaron parte de

sus raíces culturales y evidenciaron las formas contrastantes en que actuaban

sus opresores. María Concepción, de la comunidad de El Aguacate, Huautla,

Hgo., más conocida como Piltonana Concha (abuelita Concha), comenta:

Sufrimos mucho pa’ que nuestros hijos sembraran las tierras que están cerca del rio,

pero nos pusimos contentas cuando esas tierritas empezaron a jilotear, de veras que se

dio bonito, las matitas eran gruesas y grandes, sentimos gusto ver cómo jiloteaba el

matiadito en toda la parte que da al rio de esas tierritas. En la primera cosecha hicimos

fiesta de elotlamanilistli y todos comimos elotes y xamiles. En Tamoyón Segunto desde

aquellos tiempos se hace una fiesta grande para recordar cómo fue que se limpiaron y

sembraron esas tierritas y es que nosotros seguimos el costumbre que cuando

preparamos nuestras semillitas pa’ la siembra, primero pedimos permiso a la tierra y

cuando pixcamos el maíz, damos agracias a la tierra y a Chikomexochitl, asina hemos

hecho siempre, asina nos enseñaron nuestros abuelos (mayo, 1994) (figura 1).

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Figura 2. Músicos en un ritual de Chikomexochitl (fotografía de Rafael Nava Vite).

En la localidad de Tamoyón Segundo del municipio de Huautla, en

memoria de su lucha por la tierra, año con año durante el mes de septiembre

realizan el ritual Chikomexochitl (siete flores del maíz), donde toda la

comunidad participa con gran cantidad de elotes para ofrendar y para recibir a

sus invitados, que proceden de diferentes comunidades aledañas. para

presenciar el ritual a Chikomexochitl. En este ritual, los campesinos de

Tamoyón Segundo proyectan toda una manera de pensar, fuertemente

cimentada en las condiciones materiales de existencia para conciliar su trabajo

con las fuerzas que animan la naturaleza (figura 2).

Con este ritual se agradece a la tierra, que para los nahuas significa más

que la proveedora de toda clase de alimentos que necesitamos para nuestra

existencia. Totlaltipak, que significa “nuestra tierra”, es el lugar donde vivimos y

en donde timoyolpakilismaka (damos alegría a nuestros corazones). Se

concibe a la tierra como una madre que alimenta y cuida a sus hijos para que

crezcan y sean fuertes y cuando sean grandes cuiden de ésta, para que

produzca sin tener mayores dificultades. Esta manera de concebir la tierra hace

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Figura 3. Nahuas trabajando en la fiesta del elotlamanilistli (ofrenda del elote) (fotografía de

Rafael Nava Vite).

que los nahuas y otras culturas se sientan agradecidos por las semillas y los

frutos que las milpas producen. En un gesto de agradecimiento, las familias y

las comunidades se organizan para realizar ofrendas antes y después de haber

obtenido sus cosechas (figura 3).

La milpa, o como se dice en náhuatl, tomila (nuestra milpa) es el espacio

donde a partir del tekitl (trabajo) comienza la vida que alimenta a los nahuas;

en este lugar, las semillas mowitzmalotiah (germinan), koponih tlaltipak (brotan

de la tierra), kawanih (crecen) y dan sus primeros frutos o semillas (Nava

2008).

Con este ritual que llevan a cabo, muestran una continuidad cultural

milenaria basada en el cultivo del maíz. Los habitantes de Tamoyón Segundo

han guardado celosamente los saberes ancestrales que en un tiempo

recibieron como herencia de parte de los perseguidos, es decir, sus ancestros

nahuas.

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CONCLUSIONES

En la Huasteca, los campesinos nahuas, cansados de recibir salarios de

miseria en jornadas de sol a sol, decidieron recuperar las tierras de las que

habían sido despojados sus abuelos. Para esto, tuvieron que organizarse entre

varias comunidades para limpiar los grandes potreros que estaban en poder de

los ganaderos de la región; después esperaron los primeros aguaceros para

realizar la siembra de maíz.

Es importante mencionar que los primeros brotes del movimiento

campesino surgieron de manera dispersa, ya que las condiciones de opresión y

explotación que padecían los trabajadores del campo eran complejas y no se

expresaban de las mismas forma y magnitud en las distintas zonas de la región

Huasteca. Sin embargo, a medida que algunas comunidades fueron tomando la

iniciativa de recuperar las tierras que habían perdido, otras se les unieron

solidariamente a pesar de la fuerte represión que eran víctimas por parte de los

agentes caciquiles más temidos de la región, de esta manera, la lucha

campesina adquirió un carácter regional. Como ya se mencionó, la tierra fue la

demanda principal que fortaleció la unidad campesina para conformar un frente

común de lucha ante sus enemigos de clase. Los campesinos, cansados de

dar tantas vueltas en la maraña burocrática para solicitar legalmente la

ampliación de sus ejidos a través de la CNC y al darse cuentan de que dicha

organización había sido incapaz de resolver sus demandas, no tuvieron otro

camino que recuperarlas por medio de una lucha sin cuartel.

En mi propósito de comprender de mejor manera las dinámicas

comunitarias y el surgimiento y el desarrollo del movimiento campesino en la

Huasteca, fue de suma importancia estudiar la lucha campesina desde un

enfoque antropológico e histórico, toda vez que considero que la antropología y

la historia no pueden seguir como enfoques o disciplinas separadas, ya que el

análisis de las comunidades indígenas mesoamericanas exige que se les

aborde de una manera integral. Esto ha implicado unir la dimensión sincrónica

con la diacrónica y no aislar las partes del proceso social comunitario.

En el desarrollo de esta investigación me fueron de gran utilidad los

trabajos realizados por Catharine Good. Ella señala que las “formas

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particulares de entender la historia y transmitirla dentro de un grupo, pueden

llamarse historias propias” (Good y Alonso 2007: 9), mismas que inciden en el

desenlace de los acontecimientos actuales y futuros cuando los pueblos actúan

de acuerdo a ellas y su presencia facilita la transmisión de una cultura

diferenciada que contribuye a la construcción de una identidad propia que

funciona como campo de defensa para las culturas locales y la diversidad.

En México se han desarrollado varios movimientos campesinos que han

luchado por la tierra; sin embargo, pocos han logrado lo que se han planteado.

En este capítulo se ha explicado el éxito de la lucha campesina a partir de la

experiencia que han vivido los propios actores y se ha dado mayor importancia

a la cultura local y formas de organización comunitaria y/o regional, mismas

que dieron fuerza a la lucha de los pueblos. Sin restarle importancia a factores

externos como los cambios económicos y políticos nacionales, aquí sugiero

que el éxito de la lucha campesina en la Huasteca, en gran parte se debió a la

reproducción de las formas de organización ancestrales de las comunidades,

tales como el trabajo en común o (komontekitl), la ayuda mutua y la vida ritual

como medios para expresar las cosmovisiones y transmitir la memoria histórica

de las comunidades nahuas.

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