liceo hidalgo
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CAPITULO V
Liceo Hidalgo
Sánchez, José. Academias y sociedades literarias de México,
University of north California, 1961, 81-84pp.
En las últimas agonías de la Academia de San Juan de Letrán, la mayor
parte de sus socios dejaron de asistir a sus reuniones, pues no todos
seguían el pensil ameno de las musas, mientras que otros se dedicaban
con mayor ardor a otras carreras más lucrativas. Siguió, pues, un
periodo de silencio al gran impulso literario de San Letrán, pero e 15 de
septiembre de 1849, con motivo de las fiestas patrias, unos jóvenes
literatos, todavía no conocidos en las letras, emprendieron el mismo
camino que sus antecesores y sin más recurso que la inspiración
fundaron el Liceo Hidalgo. Zorrilla tiene razón al asegurarnos que “de
la academia de San Juan de Letrán nació más tarde el Liceo Hidalgo”.
Es natural que algunos de los miembros del Liceo lo fueran a la vez de
la Academia de Letrán.
Sobre la fecha de fundación del Liceo Hidalgo hay opiniones
divergentes; aun los propios socios de tiempos de la fundación están en
desacuerdo, pues escriben en años posteriores y su memoria no
siempre es muy segura. José T. de Cuellar dice que “en 1851 se fundaba
el Liceo Hidalgo”, fecha en que concuerdan Francisco Pimentel, quien
declara que a la “Academia de Letrán sucedió,, en 1840, El Ateneo…
Después, en 1851, se estableció el Liceo Hidalgo”; y Olavarria y Ferrari,
al decir “La Falange del Estadio y el Liceo Hidalgo en 1850 y 1851,
tienen por órgano La Ilustración Mexicana”. Es cierto que Olavarría no
dice que estas son fechas de fundación, pero La Falange se fundó en
1850 en Guadalajara y hemos de suponer que se refería en ambos casos
a fechas de establecimiento. Antonio García Cubas, sin embargo, dice
que el Liceo Hidalgo existía en 1850. Pero lo curioso de todo esto es
que para celebrar el primer aniversario de la sociedad hubo el 15 de
septiembre de 1850 una función literaria en el Salón de Actos del
Colegio de Minas de la capital, como expresamente lo consigna uno de
los presidentes del Liceo, el escritor Marcos Arróniz en su Manual del
viajero en México. Al hablar de los escritores de aquella época declara
Arróniz que “trabajan con n asiduidad y constancia que los honra, y el
15 de septiembre de 1850, en celebridad del primer aniversario de su
instalación, ofrecen una función literaria”. El año de la fundación del
Liceo, 1849, vuelve a ser confirmado por José Galindo quien el primero
de enero de 1851 leyó un Elogio de Sócrates en el Liceo Hidalgo, y
empezó así el conferenciante: “Hace algunos meses, que al celebrar
este liceo el primer aniversario de su instalación, dedicó un elogio
histórico al héroe cuyo nombre lleva”. El referido primer aniversario
fue ocasión de verdadera solemnidad, pues asistió el presidente de la
República, aunque no fue esta la primera vez que el primer magistrado
de la nación asistiera a acto de este carácter; como ya hemos visto, ya
en 1844 había tomado parte en la inauguración del Ateneo Mexicano.
En la primera reunión se nombró junta directiva, con presidente,
secretario, tesorero y bibliotecario. En las sesiones, que tenían lugar los
días festivos, se levantan actas de la sesión. En algunas épocas del
Liceo las sesiones eran semanales. La pequeña biblioteca en sus
principios fue acumulación de obras compradas con dádivas de los
miembros administradores, o regalos de los mismos. Para sufragar los
gastos, los socios pagaban una pequeña cuota mensual.
El Liceo Hidalgo tuvo tres épocas distintas. La primera abarca
escasamente los tres primeros años de su existencia, con gran actividad
en 1851. No se oye casi nada del Liceo hasta 1873 cuando Ignacio
Altamirano toma la presidencia y revive el moribundo centro,
constituyendo ésta su segunda época, y por cierto la de mayor bullicio y
esplendor literario. La tercera época comienza 1884 y dura hasta su
muerte, que es algo indefinida, pero que tal vez acaeciera allá por 184.
Precisemos esta última fecha probable. La juventud literaria del 11 de
diciembre de 1887 relata que “desde que Pimentel dejó la presidencia
del Liceo Hidalgo comenzó a decaer esta sociedad, que hoy no existe
más que de nombre”. Y el 11 de febreo de 1894, Luis González
Obregón, hablando de Altamirano dice en El Renacimiento que el autor
del Zarco “días y años consecutivos presidió el Liceo que ahora se
enorgullece con su nombre”. De modo que parece que todavía existía el
Liceo en 1894, pero no hemos podido encontrar datos que o
corroboren.
La primera época del Liceo Hidalgo la constituyen José María
Lacunza, Félix Escalante, José María Lafragua, Manuel Orozco y Berra,
Florencio del Castillo, gran patriota y novelista romántico: Francisco
Granados Maldonado, presidente del Liceo, quien en mayo de 1851
dedicó a dicho centro un estudio publicado en La Ilustración, llamado
“Observaciones sobre el género que pertenece la literatura sentimental,
particularmente la poesía”. Francisco González Bocanegra, dramaturgo,
autor de Vasco Núñez de Balboa, y presidente de la sociedad; Vicente
Segura y Sebastián Segura (hermanos). Admitidos el 13 de junio de
1851 con dispensa de los requisitos de reglamento. Don Sebastián dio
un discurso el 20 del mismo mes. Epitacio J. de los Ríos, quien el 23 de
enero de 1851 escribe una poesía “A mis respetables consocios del
Liceo Hidalgo”. Francisco Zarco, presidente, quien el 1 de junio
también pronunció un discurso titulado El objeto de la literatura, con
motivo de asumir la presidencia del Liceo. Marcos Arróniz, bajo cuya
presidencia se aprobó en la reunión del 13 de julio de 1851 un dictamen
de los señores Lafragua, Teodosio Lares, y Escalante, fijando el orden
que para lo sucesivo, beberían examinarse las composiciones poéticas
de lo socios. Pedro Dejarano, quien leyó en la reunión del 20 de julio del
mismo año La libertad en sus relaciones con la época. El 8 de enero de
1856, Altamirano pronunció un discurso en la velada en honor de
Gorostiza.
En la segunda época, más florida y fecunda, el Liceo Hidalgo era
el centro literario más renombrado y de mayor influencia de aquellos
tiempos y acogía bajo su órbita las mentalidades más preclaras de la
capital. Allí se iniciaban jóvenes literatos, y allí se debatían los más
arduos problemas estéticos. En esta segunda etapa el Liceo empezó
otro intento para reanimar el espíritu de asociación literaria de la
capital, escasamente logrado en la primera época.
La década de 1870 al 80, sobre todo los años 1872 y 73, son de una
actividad literaria asombrosa. En mayo de 1872 era el Liceo la
corporación más nombrada de la capital y a la sazón la presidía don
Ignacio Ramírez. Don Francisco Pimentel ya había entrado en su seno
en marzo del mismo año. El ingreso de Pimentel en esta sociedad
revistió una importancia trascendental en el desenvolvimiento
intelectual de México. En abril de 1874, cuando el Liceo celebró una
velada en honor de Zarco, era don Francisco su presidente.
Francisco Pimentel e Ignacio Ramírez eran los gallitos del Liceo.
Por ideologías eran opuestos; como hombres eran amigos. Sus
divergentes puntos de vista nunca dieron lugar a crear dos bandos
militantes, pues el Liceo tenía por fin hacer de los diversos grupos
literarios una agrupación que siguiera las aspiraciones del arte y las
leyes de la estética. De ahí que todos los miembros del Liceo estaban
unidos en una vocación artística sin rivalidades, ni literarias ni
personales. El Nigromante, escritor de conocimientos profundos y
universales, discutía con Pimentel sobre alta estética, pero la integridad
del contrario su honor y su dignidad jamás se atacaba. Al terminar la
sesión los dos maestros se dan la mano como si nada hubiera pasado.
Esto ocurrió en 1872, cuando Ramírez leyó un importante discurso
sobre la poesía erótica de los griegos, la que fue impugnada por don
Francisco Pimentel.
En la sesión celebrada el 13 de enero de 1873 se puso a discusión
un soneto de Juan A. Mateos, titulado A la muerte de Sócrates en que
participaron los señores Ramírez, Altamirano, Félix Romero, Pimentel y
el propio autor Mateos. A las once de la noche la discusión no había
terminad, a pesar de haberse abierto la sesión a las ocho y media, y el
tema quedó pendiente para la próxima sesión. Reanudóse, pues, la
discusión del soneto en la velada del 20 de enero, con un ataque por
parte de Pimentel y defendido por Altamirano, Riva Palacio, Mateos y
Ramírez. Según el cronista del Siglo XIX:
La discusión no pudo ser más luminosa, mas animada, ni más erudita; allí campeó la originalidad de las ideas con la fuerza y el lujo de las apreciaciones históricas; los combatientes blandieron los aceros hasta romper la coraza al enemigo común y dejarlo jadeante en el palenque.
Hubo aplausos, sonrisas, rumores y todo cuanto acompaña una justa regla, donde antes que el juicio de Dios, se buscaba el juicio de la historia.
La reunión siguiente (27 de enero) fue destinada a obsequiar a los
periodistas de La Habana que visitaban a México en aquel entonces.
Fue numerosa la concurrencia de socios y de miembros de la prensa
mexicana, la cual se asoció al Liceo para agasajar en tal ocasión a los
escritores de Cuba. Presidida la sesión por el Sr. Altamirano, Félix
Romero leyó un elocuente discurso en que hizo un cumplido elogio del
famoso Conde de Villamediana. El señor Diego Bancomo leyó un soneto
a Isabel la Católica. Mateos también leyó tres sonetos, uno a Garcilaso,
otro a Villamediana y el tercero a Cervantes; Gerardo Silva leyó un
elogio a Fray Bartolomé de las Casas, y Joaquín Téllez un cuento
titulado Don Juan de la viñas.
Después de la lectura de estas composiciones, tods muy
aplaudidas, se propuso un tema de discusión, y el ministro de España
sugirió las obras de Santa Teresa de Jesús y Sor Juana Inés de la Cruz.
Empezó entonces una de las más bellas e interesantes discusiones que
hasta entonces había tenido el Liceo. Terminada esta discusión, el
señor Altamirano propuso que los poetas españoles (cubanos) y los
mexicanos escribieran una serie de romances sobre el General Prim,
con motivo de los buenos resultados que el general español había
llevado a cabo para mejor fraternidad entre España y México. Dichos
romances deberían constituir una especie de Romancero a imitación del
Romancero del Cid. Para iniciar dichos romances Altmirano leyó un
bello romance que había escrito aquella misma mañana…