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  • Alexandre Dumas corona su triloga con una autntica obra maestra en laque por primera vez presenta al hombre de la mscara de hierro.

    Han pasado diez aos desde el momento en que se cerraba Veinte aosdespus, y Dumas nos presenta los das finales del cardenal Mazarino,siendo ya DArtagnan capitn de mosqueteros. El objetivo del ya no tanjoven mosquetero, junto con sus fieles compaeros, es llevar a Carlos II arecuperar el trono que su difunto padre perdi. Sin embargo, sus caminos sehan bifurcado: Porthos intenta por todos los medios a su alcance ascenderen la escala social francesa; Athos pugna por evitar la incipiente relacin desu hijo Ral con la bella Louise de La Vallire (quien a su vez ha quedadoprendada del joven rey Luis XIV), y Aramis, cabeza visible de los jesuitas,ha descubierto un asombroso secreto: la existencia de un hermano ocultodel joven monarca.Sin embargo, hay cosas que parecen no cambiar pese al paso de los aos:la corte de Carlos II no es tan distinta de la de Luis XIV: las aventuraspasionales, los secretos de alcoba, los celos, las envidias, las tramas msprfidas corretean por los pasillos de palacio a la velocidad del viento. Aunas, los mosqueteros ponen a prueba su valor, su ingenio y su desparpajo enotro tipo de aventuras, y ceden el paso en los escarceos galantes a lageneracin que representa Ral. Tampoco el ardor, la pasin y el profundosentido de la amistad se han visto alterados lo ms mnimo por eltranscurso de los aos.

  • Alexandre DumasEl vizconde de Bragelonne

    Las novelas de DArtagnan - 3

  • Tomo 1

    El vizconde de Bragelonne

  • E

    Captulo I

    La carta

    n el mes de mayo del ao 1660, a las nueve de la maana, cuando el sol yabastante alto empezaba a secar el roco en el antiguo castillo de Blois, una

    cabalgata compuesta de tres hombres y tres pajes entr por l puente de laciudad, sin causar ms efecto que un movimiento de manos a la cabeza parasaludar, y otro de lenguas para expresar esta idea en francs correcto.

    Aqu est Monsieur, que vuelve de la caza.Y a esto se redujo todo.Sin embargo, mientras los caballos suban por la spera cuesta que desde el

    ro conduce al castillo varios hombres del pueblo se acercaron al ltimo caballo,que llevaba pendientes del arzn de la silla diversas aves cogidas del pico.

    A su vista, los curiosos manifestaron con ruda franqueza, su desdn por taninsignificante caza, y despus de perorar sobre las desventajas de la caza devolatera, volvieron a sus tareas. Solamente uno de estos, curioso, obeso ymofletudo, adolescente y de buen humor, pregunt por qu Monsieur, que podadivertirse tanto, gracias a sus pinges rentas, conformbase con tan mseropasatiempo.

    No sabes le dijeron que la principal diversin de Monsieur esaburrirse?

    El alegre joven se encogi de hombros, como diciendo: Entonces, msquiero ser Juann que prncipe .

    Y volvieron a su trabajo.Mientras tanto, prosegua, Monsieur su marcha, con aire tan melanclico, y

    tan majestuoso a la vez, que, ciertamente, hubiera causado la admiracin de losque le vieran, si le viera alguien; mas los habitantes de Blois no perdonaban a

  • Monsieur que hubiera elegido esta ciudad tan alegre para fastidiarse a sus anchas,y siempre que vean al augusto aburrido, esquivaban su vista, o metan la cabezaen el interior de sus aposentos, como, para substraerse a la influencia de su largoy plido rostro, de sus ojos adormecidos y de su lnguido cuerpo. De modo, queel digno prncipe estaba casi seguro de encontrar desiertas las calles por dondepasaba.

    Esto era una irreverencia muy censurable por parte de los habitantes de Blois,porque Monsieur era, despus del rey, y aun tal vez antes del rey, el ms altoseor del reino. En efecto, Dios, que haba concedido a Luis XIV, reinante a lasazn, la ventura de ser hijo de Luis XIII haba otorgado a Monsieur el honor deser hijo de Enrique IV. No era, por tanto, o al menos no deba ser motivo sino deorgullo, para, la ciudad de Blois, esta preferencia dada por Gastn de Orlans,que tena su corte en el antiguo castillo de los Estados.

    Pero estaba escrito, en el destino de este gran prncipe, no excitar ms quemedianamente, en todas partes donde se hallaba, la atencin y la admiracin delpueblo: Monsieur haba tomado el partido de acostumbrarse a ello.

    Quiz esto era lo que le daba su aspecto de tranquilo aburrimiento. Monsieurhaba estado muy ocupado en su vida. Imposible es hacer cortar la cabeza a unadocena de sus mejores amigos, sin que esto haga algn ruido, y como desde eladvenimiento de Mazarino no se haba cortado la cabeza a nadie; Monsieur notena qu hacer y se fastidiaba.

    Era, pues, muy melanclica la vida del pobre prncipe; despus de su caceramatutina en las orillas del Beuvron, o en los bosques de Cheverny, Monsieurpasaba el Loira, iba desayunarse a Chambord, con apetito o sin l, y la ciudad deBlois no volva a hablar hasta la cacera prxima de su soberano, seor y dueo.

    Esto era el aburrimiento extramuros; en cuanto al fastidio interior, daremosuna ligera idea de l al lector, si quiere seguir con nosotros la cabalgata y subirhasta el suntuoso prtico del castillo de los Estados.

    Monsieur montaba un caballo de poca alzada, enjaezado con ancha silla deterciopelo rojo de Flandes y estribos en forma de borcegues; el jubn deMonsieur, hecho de terciopelo carmes, y la capa, que era del mismo color,confundanse con el jaez del caballo; y solamente por este conjunto roj izo erapor lo que poda conocerse al prncipe entre sus dos compaeros, vestidos uno decolor violeta y otro de verde. El de la izquierda era el escudero; el de la derecha,el montero mayor.

    Uno de los pajes llevaba dos gerifaltes sobre una percha y el otro unacorneta, en la que soplaba con flojedad a veinte pasos del castillo. Todo lo querodeaba a este prncipe perezoso haca con pureza lo que l hubiera hecho delmismo modo.

    A esta seal, ocho guardias que paseaban al sol en el patio, corrieron a tomarsus alabardas, y Monsieur hizo su entrada en el castillo.

  • Cuando desapareci, a travs de las profundidades del prtico, algunospilluelos que haban subido al castillo detrs de la cabalgata, mostrndosemutuamente las aves cazadas; se dispersaron, comentando lo que acababan dever; luego que desaparecieron, la calle, la plaza y el patio quedaron desiertos.

    Monsieur se ape del caballo sin pronunciar palabra; pas a su habitacin,donde le mud de vestido su ayuda de cmara, y como Madame no hubiesetodava enviado a tomar las rdenes para el desayuno. Monsieur se tendi sobreuna poltrona, y se durmi de tan buena gana como si hubieran sido las once de lanoche.

    Los ocho guardias, que comprendieron estaba terminado su servicio por elresto del da, se acostaron al sol sobre sus bancos de piedra, los palafrenerosdesaparecieron con sus caballos en las cuadras, y a excepcin de algunospjaros, que se picoteaban unos a otros con chillidos agudos en la espesura de lasalheles, hubirase dicho que todos dorman en el castillo del mismo modo queMonsieur.

    De pronto, en medio de este silencio tan dulce, reson una risotada nerviosaque hizo abrir un ojo a algunos de los alabarderos que hacan la siesta.

    Esta carcajada sala de la ventana del castillo, visitada en aquel instante por elsol, que la conglobaba en uno de esos grandes ngulos que dibujaban mirando almedioda, sobre los patios, los perfiles de las chimeneas.

    El balconcillo de hierro cincelado, que sobresala ms all de esta ventana,estaba adornado con un tiesto de flores rojas, otro de primaveras, y un rosal,cuyo follaje, de un verde encantador, estaba salpicado de capullos rojos,precursores de rosas.

    En la habitacin a que daba luz esta ventana, distinguase una mesa cuadrada,revestida de antigua tapicera con muchas flores de Haarlem; sobre esta mesahaba una redomita de piedra, en la cual estaban sumergidos algunas lirios; y, acada extremo de dicha mesa, una joven.

    La actitud de estas dos jvenes era particular; se las hubiera tomado par dospensionistas escapadas del convento. Una de ellas, con los codos apoy ados en lamesa y una pluma en la mano, trazaba caracteres sobre una hoja de papel deHolanda; la otra, arrodillada sobre una silla, lo que le permita adelantar la cabezay el busto por encima del espaldar hasta la mitad de la mesa, miraba a sucompaera cmo vacilaba al escribir. De aqu provenan los gritos y las risas, unode las cuales, ms ruidosa que las otras, haba espantado a los pjaros quesaltaban en los aleles y turbado el sueo de los guardias de Monsieur.

    La que iba apoyada sobre la silla, la ms ruidosa, la ms risuea; era unalinda muchacha de diecinueve a veinte aos, morena, de cabellos negros y ojosencantadores, que ardan bajo unas cejas vigorosamente trazadas, con unosdientes que resplandecan como perlas entre labios de coral.

    Todos sus movimientos parecan el resultado de un gesto; su vida no era vivir,

  • sino saltar.La otra, la que escriba, miraba a su bulliciosa compaera con ojos azules y

    lmpidos como el cielo de aquel da. Sus cabellos, de un rubio ceniciento,peinados con delicado gusto, caan en trenzas sedosas sobre sus nacaradasmejillas; posaba sobre el papel una mano delicada, pero cuya delgadezdenunciaba su juventud. A cada, risotada de su amiga, alzaba como despechadasus blancos hombros, de una forma potica y suave, mas a los cuales faltaba esaelegancia de vigor y de modelo que tambin se deseaba ver en sus brazos ymanos.

    Montalais! Montalais! exclam por fin con voz dulce y cariosa comoun cntico. Res demasiado fuerte, como un hombre, y no solamente osnotarn los seores guardias, sino que tampoco oiris la campanilla de Madame,cuando llame.

    La joven, llamada Montalais, no ces de rer ni de gesticular por estaamonestacin, y contest:

    No decs lo que pensis, querida Luisa; sabis que los seores guardias,como vos los llamis; empiezan ahora su sueo, y que ni un can losdespertara; sabis tambin que la campanilla, de Madame se oye desde elpuente de Blois, y que, por consiguiente, la oir cuando mi obligacin me llame asu cuarto. Lo que os molesta, hija ma, es que yo me ra cuando escribs; lo quetemis es que la seora de Saint-Rmy, vuestra madre, suba aqu, como hace aveces cuando remos estrepitosamente; que nos sorprenda, y que vea esa enormehoja de papel, en la cual, despus de un cuarto de hora, no habis trazado msque estas palabras: Caballero Ral. Tenis razn, amada Luisa, porque despusde esas palabras, caballero Ral, se pueden poner tantas otras, tan significativas ytan incendiarias, que la seora de Saint-Rmy, vuestra madre, tendra derechopara arrojar fuego y llamas. Eh! No es esto? Hablad!

    Y Montalais, aument sus risas y provocaciones turbulentas.La joven rubia se enfureci de repente; desgarr el papel en que estaban

    escritas las palabras Caballero Ral con hermosa letra, y, arrugndolo entre susnerviosos dedos lo arroj por la ventana.

    Hola, hola! dijo la seorita de Montalais. Cmo se enoja nuestrocorderito, nuestro nio Jess, nuestra paloma! No tengis miedo, Luisa; laseora de Saint-Rmy no vendr, y si viniera, y a sabis que tengo el odo muyfino. Adems, qu cosa ms natural que escribir a un antiguo amigo que data dedoce aos, sobre todo, cuando se empieza la carta con las palabras CaballeroRal?

    Est bien, no le escribir dijo la joven.Ah! Ya est Montalais bien castigada! exclam, sin dejar de rer, la

    morenita burlona. Vamos, vamos, otro pliego de papel, y concluiremos prontonuestra correspondencia. Bien! Ahora s que suena la campanilla! Tanto peor!

  • Madame pasar la maana sin su primera camarista.En efecto, la campanilla; anunciaba que Madame haba concluido su tocado

    y esperaba a Monsieur, que le daba la mano en el saln para pasar al comedor.Hecha esta formalidad con grande ceremonia, los dos esposos almorzaban y

    se separaban hasta la hora de comer, fijada invariablemente a las dos de la tarde.El sonido de la campanilla hizo abrir en la repostera, a la izquierda del patio,

    una puerta por la cual desfilaron dos maestresalas, seguidos de ocho marmitonescon una parihuela cargada de manjares cubierta con tapaderas de plata.

    Uno de estos maestresalas, el que pareca el primero en ttulo, toc en silenciocon su varita a uno de los guardias que roncaba sobre un banco, y llev su bondadal extremo de poner en manos de aquel hombre, muerto de sueo, la alabardaque estaba arrimada a la pared y a su lado; despus de lo cual, el soldado, sinpreguntar una palabra, escolt hacia el comedor la comida de Monsieur,precedida de un paje y los dos maestresalas.

    Por todas partes por donde pasaba la comida de Monsieur, precedida de unpaje y los dos maestresalas.

    Por todas partes por donde pasaba la comida, los guardias acompabanlacon sus armas.

    La seorita de Montalais y su amiga haban seguido con la vista, desde suventana, el pormenor de este ceremonial, al cual, sin embargo, deban estarhabituadas, pero miraban con cierta curiosidad para asegurarse de que no seranmolestadas. As es que, cuando pasaron marmitones, guardias, pajes ymaestresalas, volvieron a su mesa, y el sol que antes ilumin un instante susrostros encantadores, ahora slo alumbraba los lirios, las primaveras y el rosal.

    Bah! dijo Montalais, ocupando su asiento.Madame almorzar bien sin m.Oh! Seris castigada; Montalais contest la otra joven sentndose muy

    despacio.Castigada? Ah! S, es decir, privada del paseo. Eso es lo que y o deseo,

    ser castigada! Salir en el gran coche colgada a una portezuela; volver a laizquierda, torcer a la derecha por caminos cubiertos de surcos, por donde seadelanta una legua en dos horas, y despus, volver derecho por el ala del castillodonde est la ventana de Mara de Mdicis, para que Madame diga comoacostumbra: Quin crey era que por ese sitio se salv la reina Mara!Cuarenta y siete pies de altura! La madre de dos prncipes y de tresPrincesas! . Si esto es una diversin, Luisa, deseo ser castigada todos los das,sobre todo si mi castigo consiste en quedarme con vos y escribir cartas taninteresantes como las que escribimos.

    Montalais! Montalais! Hay deberes que es menester cumplir.De esto podis hablar muy cmodamente, querida, vos, a quien dejan

    libre. Vos sois la nica que recoge todas las ventajas, sin tener ninguna obligacin;

  • vos, que sois ms dama de honor de Madame que yo misma, porque pone derechazo en vos todos sus afectos; de modo que entris en esta triste casa, comolos pjaros en este patio, respirando el aire, jugueteando con las flores ypicoteando los granos sin tener que hacer el menor servicio, ni sufrir el menoraburrimiento. Y sois vos quien me habla de deberes! En verdad, bella perezosa,cules son vuestros deberes sino escribir a ese hermoso Ral? Y como no leescribs, resulta; segn creo, que tambin vos abandonis un poco vuestrasobligaciones.

    Luisa asumi grave aspecto, apoy la barba en una mano, y, con aireingenuo:

    Echadme en cara mi bienestar! exclam. Vos tenis un porvenir; soisde la Corte, y si el rey se casa llamar a su lado a Monsieur. Veris esplndidasfiestas, y tambin al rey, que, segn dicen, es tan hermoso!

    Y, adems, ver a Ral, que est al lado del prncipe repuso conmalignidad Montalais.

    Pobre Ral! dijo Luisa suspirando.ste es el momento de escribirle, querida ma: vamos, volvamos a

    comenzar ese famoso Caballero Ral que estaba al principio del papeldesgarrado.

    Entonces le entreg la pluma, y, con una deliciosa sonrisa, dio valor a sumano, que traz vivamente las palabras indicadas.

    Y ahora? dijo Luisa.Ahora, escribid lo que pensis respondi Montalais.Estis cierta de que yo pienso algo?En alguno pensis.Eso creis, Montalais?Luisa, Luisa, vuestros ojos azules son profundos como el mar que vi en

    Boulogne el ao pasado. No, me engao, el mar es prfido; vuestros ojos sonprofundos como el azul que vemos all arriba, sobre nuestras cabezas.

    Pues bien, una vez que tan claro leis en mis ojos, decidme lo que pienso.En primer lugar, no pensis en el caballero Ral, sino en mi querido Ral.Oh!No os ruboricis por tan poca cosa. Mi querido Ral, decimos, me rogis

    que os escriba a Pars; donde os retiene el servicio del prncipe. Como es precisoque os aburris ah para buscar distracciones con el recuerdo de unaprovinciana

    Luisa se levant de repente.No, Montalais replic sonrindose, no; no pienso ni una palabra de todo

    eso. Mirad, esto es lo que pienso.Tom atrevidamente la pluma, y traz con pulso firme las palabras siguientes:

  • Habra sido muy desgraciada, si vuestras obstinadas instancias para lograrde mi un recuerdo, hubiesen sido menos vivas. Todo me habla aqu denuestros primeros aos, tan dulce como rpidamente transcurridos, quenunca reemplazarn otros su encanto en mi corazn.

    Montalais, que minaba correr la pluma y que lea, mientras que su amiga ibaescribiendo, la interrumpi palmoteando:

    Sea enhorabuena! dijo. Aqu s que hay sinceridad, corazn, estilo;demostrad a esos parisienses, querida ma, que Blois es la ciudad donde mejor sehabla.

    Sabe que Blois ha sido para m el cielo.Eso es lo que yo quera decir, y que hablis como un ngel.Termino, Montalais.Y la joven continu en efecto:Decs que pensis en m caballero Ral; os doy las gracias; mas esto no

    puede sorprenderme, pues s muy bien cuntas veces han latido juntos nuestroscorazones.

    Oh! exclam Montalais. Tened cuidado, corderita ma, mirad quehay lobos all.

    Iba a contestar Luisa cuando reson el galope de un caballo bajo el prticodel castillo.

    Qu sucede? dijo Montalais acercndose a la ventana. Un hermosocaballero, a fe!

    Oh Ral! murmur Luisa, que haba hecho el mismo movimiento quesu amiga, y que, ponindose plida, cay palpitante cerca de la carta sinterminar.

    ste s que es un amante listo! exclam Montalais. Y que llega atiempo.

    Retiraos, os lo ruego murmur Luisa.Bah! Si no me conoce! Permitidme saber lo que le trae aqu.

  • T

    Captulo II

    El mensajero

    ena razn la seorita de Montalais: el caballero mereca llamar la atencin.Joven, de unos veinticuatro aos y de hermosa estatura, llevaba con

    delgada, gracia el traje militar de la poca. Sus largas botas encerraban un pieque no hubiera desdeado la seorita de Montalais, si se hubiese transformado enhombre. Con una de sus manos, delicadas y nerviosas, detuvo su caballo enmedio del patio, y con la otra alz el sombrero de largas plumas que sombreabansu fisonoma, grave y sincera a la vez.

    Al ruido del caballo despertaron los guardias y pusironse en pie. El jovendej que uno de ellos se aproximara hasta el arzn de la silla, e inclinndosehacia l dijo con voz clara, que fue oda perfectamente desde la ventana en quese recataban ambas jvenes:

    Un mensaje para Su Alteza Real.Ah! Ah! exclam el guardia. Oficial, un mensajero! Pero este

    excelente soldado saba muy bien que no parecera ningn oficial, porque elnico que poda aparecer permaneca en lo ltimo del castillo, en una habitacinpequea que daba a los jardines.

    As es que se apresur a aadir:Caballero, el oficial est de ronda; pero en su ausencia debe avisarse al

    seor de Saint-Rmy, mayordomo del Palacio.El seor de Saint-Rmy! repiti el caballero ruborizndose.Le conocis?Oh! S Os ruego le avisis al punto, para que mi visita sea anunciada lo

    ms pronto posible a Su Alteza.Parece que el asunto es urgente dijo el guardia como si hablase consigo

  • mismo, pero en realidad con la esperanza de obtener una contestacin.El mensajero hizo un signo afirmativo de cabeza.Entonces aadi el guardia, y o mismo voy a buscar al may ordomo de

    Palacio.El joven, entretanto, ech pie a tierra, y mientras los otros soldados advertan

    todos los movimientos del caballo del mensajero, el guardia volvi atrs diciendo:Dispensad, caballero, mas decidme vuestro nombre, si gustis.Vizconde de Bragelonne, de parte de Su Alteza el seor prncipe de Cond.El soldado hizo un reverente saludo, y, como si el nombre del vencedor de

    Rocroy y de Lens le hubiese dado alas, subi ligero la calera para penetrar en lasantecmaras.

    No haba tenido tiempo siquiera el seor de Bragelonne de atar su caballo alos barrotes de hierro de la escalinata, cuando lleg desalentado el seor de Saint-Rmy, sosteniendo su abultado vientre con una de sus manos, mientras que con laotra henda el aire, como un pescador las olas con su remo.

    Ah, seor vizconde; vos en Blois! murmur. Esto es una maravilla!Buenos das, caballero Ral, buenos das!

    Mil respetos, seor de Saint-Rmy.La seora de La Vallire, quiero decir que la seora de Saint-Rmy va a

    tener un gran placer en veros. Pero venid, Su Alteza Real est almorzando.Hemos de interrumpirle? Es grave el asunto?

    S y no, seor de Saint-Rmy. Con todo, un momento de tardanza podraproducir alguna desazn a Su Alteza Real.

    Si es as, quebrantemos la consigna, seor vizconde. Venid; Monsieur esthoy de un humor delicioso. Adems, nos daris noticias, no es cierto?

    Grandes, seor de Saint-Rmy.Y buenas; presumo?ptimas!Pues entonces, venid pronto, muy pronto exclam el buen hombre que

    se arreglaba caminando.Ral siguile, sombrero en mano; algo asustado del ruido solemne que hacan

    las espuelas sobre el tillado de las inmensas salas.En el momento de desaparecer en el interior del palacio, volvi a orse en la

    ventana del patio un cuchicheo animado que demostraba la emocin de lasjvenes; pronto debieron tomar alguna resolucin, porque una de las dos cabezasdesapareci: la del pelo negro; la otra permaneci detrs del balcn oculta entrelas flores y mirando con atencin, por los recortes de las ramas la escalinata porla que el seor de Bragelonne hizo su entrada en el palacio.

    Mientras tanto prosegua su camino el objeto de tanta curiosidad, siguiendo lashuellas del mayordomo de Palacio. El rumor de pasos acelerados, el olor devinos y viandas, y el ruido de cristales y de vaj illa le dieron a entender que

  • llegaba al fin de su carrera.Pajes, criados y ofciales, reunidos en la sala que preceda al comedor,

    acogieron al recin llegado con la proverbial cortesa de este pas; algunosconocan a Ral, y casi todos saban que llegaba de Pars. Podra decirse que suentrada suspendi por un instante el servicio.

    El hecho es, que un paje que echaba de beber a Su Alteza, al or las espuelasen la cmara vecina, se volvi como un nio, sin notar que continuaba vertiendo,no en el vaso del prncipe, sino en los manteles.

    Madame, que no estaba preocupada como su glorioso marido, not ladistraccin del paje.

    Muy bien! dijo ella.Muy bien! repiti Monsieur.El seor de Saint-Rmy, que asomaba la cabeza por la puerta, aprovech el

    momento.Por qu molestarme? dijo Gastn acercndose el enorme trozo de uno

    de los ms enormes salmones que hay an remontado el Loira para dejarse pescarentre Paimbuf y Saint-Nazaire.

    Es que viene un mensajero de Pars. Oh! Pero despus del almuerzo demonseor tenemos tiempo.

    De Pars? exclamo el prncipe dejando caer su tenedor. Y departe de quin viene ese mensajero?

    De parte del prncipe apresurse a decir el mayordomo.Sabemos ya que as era como se llamaba al prncipe de Cond.Un mensajero del prncipe? dijo Gastn con inquietud que no se ocult a

    ninguno de los presentes, y que en consecuencia redobl la general curiosidad.Monsieur se crey quiz trasladado a los tiempos de aquellas bienaventuradas

    conspiraciones, en las cuales produca inquietud el ruido de las puertas, en quetoda epstola poda contener un secreto de Estado, y todo mensaje servir a unaintriga sombra y complicada: Tal vez tambin el gran nombre del prncipe sedesplegaba bajo las bvedas de Blois con las proporciones de un fantasma.

    Monseor ech atrs su asiento.Digo al mensajero que espere? pregunt, el seor de Saint-Rmy.Una mirada de Madame anim a Gastn, que replic:No, al contrario, hacedle entrar al instante. A propsito, quin es l?Un caballero de este pas; el seor vizconde de Bragelonne.Ah! Muy, bien! Que entre, Saint-Rmy.Y cuando hubo dicho estas palabras, con su acostumbrada gravedad,

    Monsieur mir de tal manera a la gente de su servicio, que todos, servidores,oficiales y escuderos, dejaron la servilleta y el cuchillo, e hicieron hacia lasegunda cmara una retirada tan rpida como desordenada.

    Este pequeo ejrcito abrise en dos filas cundo Ral de Bragelonne,

  • precedido del seor de Saint-Rmy, entr en el comedor.El breve momento de soledad que haba proporcionado esta retirada, permiti

    a Monsieur tomar un aspecto diplomtico. No se movi de su postura, y esper aque el may ordomo colocara al mensajero frente a l. Ral se detuvo a la mitadde la mesa, de modo que se encontrase entre Monsieur y Madame. Desde stesitio hizo un saludo muy reverente para Monsieur; otro muy elegante paraMadame, y esper a que Monsieur le dirigiese la palabra.

    El prncipe, por su parte, esperaba a que las puertas estuviesen bien cerradas;no quera volver la cabeza para asegurarse de ello, lo cual no hubiera sidooportuno; pero escuchaba con toda su alma el ruido de la cerradura, que leprometa, por lo menos, una apariencia de secreto.

    Cuando estuvo cerrada la puerta, Monsieur levant los ojos, mir al vizcondede Bragelonne y le dijo:

    Segn parece llegis de Pars, caballero.En este instante, monseor.Cmo se encuentra el rey ?Su Majestad goza de perfecta salud.Y mi cuada?Su Majestad, la reina madre, sigue padeciendo del pecho. No obstante,

    hace un mes que est mejor.Me han dicho que vens de parte del prncipe? Seguramente, se engaan.No, monseor. El seor prncipe me ha encargado que ponga en manos de

    Vuestra Alteza, esta carta, y espere la contestacin.Ral se haba conmovido algo con esta acogida fra y meticulosa; su voz

    haba descendido insensiblemente hasta el diapasn de la del prncipe, de modoque ambos hablaban casi en voz baja. El prncipe olvid que l era la causa deeste misterio y tuvo miedo.

    Recibi con ojos extraviados la epstola del prncipe de Cond, rompi elsobre como si hubiera abierto un paquete sospechoso, y para que nadie pudiesenotar el efecto de su rostro se volvi de espaldas.

    Madame sigui con una ansiedad casi igual a la del prncipe todos losmovimientos de su augusto esposo.

    Ral, impasible y algo desembarazado por la preocupacin de sus huspedes,mir desde su puesto por la ventana, abierta ante l, el jardn y las estatuas que loadornaban.

    Ah! exclam de pronto Monsieur con una sonrisa radiante. He aquuna sorpresa agradable y una deliciosa carta del prncipe de Cond. Tomad,seora.

    La mesa era bastante ancha para, que el brazo del prncipe pudiese alcanzarla mano de la princesa: Ral se apresur a ser su intermediario, y lo hizo contanta gracia que admir a la princesa, valiendo un cumplimiento adulador al

  • vizconde.Sin duda sabris el contenido de esta carta pregunt Gastn a Ral.S, monseor; el prncipe me dio primero verbalmente el mensaje, mas

    despus reflexion S.A. y tom la pluma.Es una hermosa letra repuso Madame, pero y o no puedo leer.Queris leer a Madame, seor de Bragelonne? dijo el duque.S, leed, os lo suplico, caballero.Ral comenz la lectura, a la cual prest Monsieur toda atencin.La carta estaba escrita en estos trminos:

    Monseor: El rey marcha hacia la frontera, y ya sabis que est paracelebrarse el matrimonio de S.M. El rey me ha hecho el honor denombrarme su mariscal aposentador para este viaje, y como yo s cuanintensa ser la alegra que tendr. S.M. en pasar un da en Blois, me atrevoa pedir a V.A.R. permiso para sealar con mi lpiz el castillo que habita.Pero si lo imprevisto de esta demanda pudiera causar alguna molesta aV.A.R., os suplico me lo digis por el mensajero que os envo, que es ungentilhombre de mi casa, el seor vizconde de Bragelonne. Mi itinerarioest pendiente de la decisin de V.A.R., y en vez de seguir por Bloisindicar a Vendome o Romorantin. Me atrevo a esperar que V.A.R.acoger mi peticin como una prueba de mi consideracin sin lmites y demi deseo de serle grato.

    Nada tan honroso para nosotros contest Madame, que haba consultadoms de una vez durante la lectura las miradas de su esposo. El rey aqu! exclam quiz algo ms alto de lo necesario para que el secreto permanecieseguardado.

    Caballero dijo a su vez Su Alteza, tomando la palabra, daris lasgracias al prncipe de Cond, y le manifestaris todo mi reconocimiento por elplacer que me proporciona.

    Ral se inclin.Qu da llega Su Majestad? prosigui el prncipe.Segn todas las probabilidades, esta noche.Pues entonces, cmo se sabra mi respuesta, en caso de ser negativa?Yo tena el encargo de volver apresuradamente a Beaugency para dar la

    contraorden al correo, quien volviendo tambin atrs la dara al prncipe.Conque Su Majestad est en Orlans?Ms cerca, monseor; Su Majestad debe haber llegado a Meung en este

    momento.Le acompaa la Corte?Si, monseor.

  • A propsito: me olvidaba pediros noticias del seor cardenal.Su Eminencia parece gozar de buena salud.Sin duda, le acompaarn sus sobrinas.No, Monsieur; Su Eminencia ha mandado a las seoritas Mancini marchar

    a Bourges; seguirn por la orilla izquierda del Loira, mientras la Corte viene porla derecha.

    Cmo! La seorita Mara Mancini abandona de ese modo la Corte? pregunt Monsieur, cuya reserva empezaba a debilitarse.

    Sin duda contest discretamente Ral.Una sonrisa fugitiva, vestigio imperceptible de su antiguo talento de ruidosas

    intrigas, ilumino las mejillas del prncipe.Gracias; seor de Bragelonne dijo entonces Monsieur; quiz no queris

    dar al prncipe la comisin, que deseara encargaros, y es que su mensajero meha sido muy agradable; pero y o mismo se lo dir.

    Ral inclinse para par las gracias a Monsieur por el honor que le hacia.Monsieur hizo una sea a Madame, que dio un golpe en el timbre que haba a

    su derecha.Al instante entr el seor de Saint-Rmy, y la cmara se llen de gente.Seores dijo el prncipe, Su Majestad me hace el honor de venir a pasar

    un da en Blois; cuento con que el rey, mi sobrino, no tendr que arrepentirse delhonor que me hace.

    Viva el rey ! exclamaran con entusiasmo frentico todos los oficiales deservicio, y el seor de Saint-Rmy antes que nadie.

    Gastn baj la cabeza tristemente; toda su vida haba tenido que or, o msbien, que sufrir ese grito de viva el rey ! que pasaba por encima de l. Ya hacaalgn tiempo que no lo escuchaba, haban descansado sus odos, y ahora unamonarqua ms joven, ms viva y ms brillante, surga delante de l como unanueva y dolorosa provocacin.

    Madame conoci los sufrimientos de aquel corazn tmido y sombro, y selevant de la mesa; Monsieur la imit maquinalmente; y todos los servidores, conrumor de colmena, rodearon a Ral para hacerle preguntas.

    Madame observ este movimiento y llam al seor de Saint-Rmy.Esta no es hora de charlas, sino de trabajar dijo con acento de ama de

    gobierno que se enoja.El seor de Saint-Rmy se apresur a romper el crculo formado por los

    oficiales que rodeaban a Ral, de suerte que ste pudo salir a la antecmara.Que se cuide a ese caballero repuso Madame dirigindose al seor, de

    Saint-Rmy.El buen hombre corri al instante detrs de Ral.Madame nos ruega que refresquis aqu dijo; adems, hay para vos

    otro alojamiento en el castillo.

  • Gracias, seor de Saint-Rmy contest Bragelonne; y a sabis cuntotardo en ir a ofrecer mis deberes al seor conde, mi padre.

    Es verdad, caballero Ral; os suplico que, a la vez, le presentis misrespetos.

    Ral se despidi del caballero y continu su camino.Al pasar por el porche llevando de la brida su caballo, una vocecita llamle

    desde el fondo de una avenido obscura.Caballero Ral! dijo la voz.El joven volvise, sorprendido, y vio una muchacha morena que apoyando

    un dedo en sus labios le tenda la mamo.Esta joven le era desconocida.

  • R

    Captulo III

    La entrevista

    al se adelant hacia la joven que lo llamaba, y le dijo:Y el caballo, seora?

    Y eso os apura! Salid; en el primer patio hay un cobertizo; atad en lvuestro caballo y venid al instante.

    Obedezco; seora.Ral no tard en hacer lo que le haban mandado, y al volver vio en la

    obscuridad a su misteriosa conductora, que le aguardaba en los primerospeldaos de una escalera de caracol.

    Sois bastante valiente para seguirme, seor caballero errante? preguntla joven rindose de la duda que haba manifestado Ral. ste respondisiguiendo la obscura escalera. As subieron tres pisos, l detrs de ella, y tocandocon sus manos una ropa de seda que rozaba por las paredes de la escalera. Cadavez que Ral daba un paso en falso, su conductora le dedicaba un chut! severo yle tenda una mano suave y perfumada.

    Se subira as hasta la torre del castillo, sin curarse del cansancio en falso,su conductora le sugiri dijo Ral.

    Lo cual significa, caballero, que estis muy fatigado y muy inquieto; perotranquilizaos, ya hemos llegado.

    La joven empuj una puerta, y al instante, sin transicin alguna, llense de untorrente de luz la escalera.

    La joven; marchaba, l la segua; ella entr en una cmara, Ral tambin.Al momento oy dar un grito se volvi a dos pasos, con las manos juntas y los

    ojos cerrados; a aquella hermosa joven rubia, de ojos azules y de blancoshombros, que al conocerle le haba llamado Ral.

  • La vio y advirti tanto amor y tanta felicidad en la expresin de sus ojos, quese dej caer en medio de la sala murmurando el nombre de Luisa.

    Ah! Montalais! Montalais! exclam sta suspirando. Es un granpecado engaar de este modo.

    Yo! Yo os he engaado?S, me dij isteis que ibais a adquirir noticias, y hacis subir aqu al caballero.Eso era preciso. De otro modo, cmo haba de recibir la carta que le

    escribais?Y seal con el dedo la carta que an estaba sobre la mesa. Ral se adelant

    para cogerla; pero Luisa, ms rpida, aunque con una vacilacin fsica muynotable, alarg la mano para detenerle. Ral encontr aquella mano tibiatemblorosa, la estrech entre las suyas y la aproxim respetuosamente a suslabios, que deposit en ella ms bien un soplo que un beso.

    Entretanto la seorita de Montalais haba tomado la carta; y despus dehaberla doblado con cuidado en tres dobleces como hacen las mujeres; la deslizen su pecho.

    No tengis miedo Luisa dijo; este caballero no vendr a cogerla deaqu, pues el difunto monarca Luis XIII no coga los billetes en el cors de laseorita de Hautefort.

    Ral se ruboriz al ver la sonrisa de las dos jvenes, y no not que la mano deLuisa permaneca an entre las suyas.

    Bueno! dijo Montalais. Ya me habis perdonado, Luisa, por haberostrado al seor, y vos caballero, me debis amar por haberme seguido, para ver aesta seorita. Ahora, pues, que la paz est hecha, charlaremos como antiguosamigos. Presentadme, Luisa, al seor de Bragelonne.

    Seor vizconde dijo Luisa con su graciosa sonrisa, tengo el honor depresentaros a la seorita Aura de Montalais, dama de honor de Su Alteza RealMadame, y adems mi mejor amiga.

    Ral salud ceremoniosamente.Y a m, Luisa pregunt ste, no me presentis tambin a esta

    seorita?Oh! Ella os conoce! Lo conoce todo!Estas palabras hicieron rer a Montalais y suspirar de dicha a Ral, que las

    haba interpretado de este modo: ella conoce todo nuestro amor.Ya estn hechos los cumplimientos, seor vizconde dijo Montalais,

    sentaos aqu y decidnos muy pronto la noticia que nos trais corriendo de esemodo.

    Eso y a no es un secreto, seorita; el rey, al ir a Poitiers, se detiene en Bloisa fin de ver a Su Alteza Real.

    El rey aqu! exclam Montalais palmoteando. Vamos a ver a laCorte! Concebs eso, Luisa? La verdadera corte de Pars! Oh Dios santo! Pero

  • cundo ser eso, caballero?Tal vez hoy, seorita; pero de seguro maana.Montalais hizo un ademn de despecho.No hay tiempo para prevenirse, ni para prepararse un traje! Vamos a

    parecernos a los retratos del tiempo de Enrique IV! Ah; seor, qu mala nuevahabis trado!

    Seoritas, siempre estis hermosas.S, siempre estaremos hermosas, porque la naturaleza nos ha criado

    pasaderas; mas estaremos en ridculo, porque la moda nos habr olvidado. Ah,ridculas! A m me han de ver ridcula?

    Quines? dijo cndidamente Luisa.Quines? Qu singular sois, querida! Es una pregunta la que me

    hacis? Han de ver, quiere decir todo el mundo, quiere decir los cortesanos, losseores, el rey.

    Perdonad, mi buena amiga, pero como todo el mundo est acostumbradoaqu a vernos tales como somos

    No lo niego, mas esto va a cambiar, y nosotras estaremos en ridculo, aunpara Blois; porque junto a nosotras van a verse las modas de Pars, y al instantese echar de ver que estamos a la moda de Blois Esto desespera!

    Tranquilizaos, seorita.Ah! Basta! Corriente, tanto peor para los que no me encuentren a su gusto

    dijo filosficamente Montalais.Esos sern muy descontentadizos respondi Ral, fiel a su sistema de

    galantera.Gracias, seor vizconde. Decamos que el rey viene a Blois?Con toda la Corte.Y vendrn las seoritas Mancini?No, ciertamente.Como dicen que el rey no puede estar sin la seorita MaraPues ser menester que se conforme. As lo quiere el seor cardenal, y ha

    desterrado a sus sobrinas a Bourges.Hipcrita!Silencio! murmur Luisa poniendo un dedo sobre sus rosados labios.Bah! Nadie puede orme. Digo que el viejo Mazarino es un hipcrita, que

    trata de hacer a su sobrina reina de Francia.No, seorita, por el contrario; el seor cardenal hace casar a su Majestad

    con la infanta Mara Teresa.Montalais mir de frente a Ral, y le dijo:Y lo creis vosotros, los parisienses? Somos ms poderosos que vosotros en

    Blois.Seorita, si el rey sale de Poitiers y parte para Espaa, y si se firman los

  • artculos del contrato de matrimonio entre don Luis de Haro y Su Eminencia,bien comprenderis que stos no son, y a juegos de nio.

    Ya! Pero creo que el rey es el rey.Sin duda, seorita, pero el cardenal es el cardenal.No es un hombre el rey? No ama a Mara Mancini?La idolatra.Pues bien, se casar con ella; tendremos guerra con Espaa; Mazarino,

    gastar algunos millones que tiene guardados; nuestros caballeros harnheroicidades peleando contra los fieros castellanos; muchos volvern coronadosde laureles, y nosotras los coronaremos de mirto. As concibo yo la poltica.

    Sois una loca, Montalais repuso Luisa, y cada exageracin os atraecomo la luz a las mariposas.

    Luisa, sois de tal manera razonable, que no amaris nunca.Oh! dijo Luisa. Comprended, Montalais! La reina madre desea

    casar a su hijo con la infanta: queris que el rey desobedezca a su madre? Esdigno de un corazn real, como el suyo, dar malos ejemplos? Cuando los padresprohben el amor, hay que renunciar a l.

    Y Luisa respir; Ral baj los ojos; Montalais se ech a rer.Yo no tengo padres dijo de pronto.Sin duda, tendris noticias de la salud del seor conde de la Fre dijo

    Luisa despus de ese suspiro, que tantos dolores haba manifestado en suelocuente expansin.

    No seorita contest Ral, an no he hecho visita a mi padre, pues ibaa su casa cuando la seorita de Montalais tuvo a bien detenerme; espero que elseor conde est bueno; no habris odo decir nada en contrario, es cierto?

    Nada, caballero, nada, gracias a Dios!Rein aqu un silencio, durante el cual dos almas preocupadas por la misma

    idea se comprendieron perfectamente, aun si la asistencia de una sola, mirada.Ay! Dios, mo! Alguien sube exclam de pronto Montalais.Quin ser? dijo Luisa levantndose muy sobresaltada.Seoritas, yo estorbo mucho, y sin duda he sido muy imprudente

    observ Ral.Es un andar pesado dijo Luisa.Ay! Si es slo el seor Malicorne replic Montalais, no nos movamos.Luisa y Ral mirronse para preguntarse quin era ese seor Malicorne.No os sobresaltis prosigui Montalais, no es celoso.Pero, seorita murmur Ral.Comprendo Pues bien, es tan discreto como yo.Dios santo! exclam Luisa, que haba puesto el odo en la puerta

    entreabierta. Son los pasos de mi madre!La seora de Saint-Rmy ! Dnde me ocult? dijo Ral, asindose al

  • vestido de Montalais, que pareca haber perdido la cabeza.S dijo sta, s, oigo, cruj ir los chapines. Es vuestra excelente

    madre! Seor vizconde, es bien lamentable que la ventana de sobre unempedrado y est a cincuenta pies de altura.

    Ral mir abajo con ojos extraviados, y Luisa le cogi de un brazo y ledetuvo.

    Ah! Soy una loca! dijo Montalais. No est aqu el armario de trajesde ceremonia? Verdaderamente, parece hecho para esto.

    Ya era tiempo; la seora de Saint-Rmy suba ms aprisa que de costumbre,y lleg en el momento mismo en que Montalais, como en las escenas desorpresa, cerraba el armario apoyando su cuerpo en la puerta.

    Ay ! exclam la seora de Saint-Rmy . Vos aqu, Luisa?S, seora respondi sta, ms plida que si hubiese sido convicta de un

    crimen.Bueno! Bueno!Sentaos, seora dijo Montalais ofreciendo el silln a la de Saint-Rmy, y

    colocndole de suerte que diese la espalda al armario.Gracias, seorita Aura, gracias venid pronto hija ma, vamos.Dnde deseis que vaya, seora?Dnde? A la habitacin, es preciso preparar vuestro tocado.Cmo? dijo Montalais simulando sorpresa; pues tema que Luisa

    cometiese alguna indiscrecin.Conque no sabis las noticias? pregunt la seora de Saint-Rmy.Qu noticias, seora? Queris que dos jvenes sepan algo desde este

    palomar?Qu! No habis visto a nadie?Seora, hablis de un modo misterioso y nos hacis quemar a fuego lento!

    exclamo Montalais; que espantada de ver a Luisa cada vez ms plida, nosaba a qu santo encomendarse.

    Pero acentu en su compaera una mirada elocuente, una de esas miradasque daran inteligencia a un muro. Luisa sealaba a su amiga el sombrero deRal que permaneca sobre la mesa.

    Adelantse Montalais, y cogindole con la mano izquierda, lo pas detrs des a la derecha y lo ocult sin dejar de hablar.

    Pues bien dijo la seora de Saint-Rmy , acaba de llegar un correo quenos anuncia la prxima llegada del rey. Conque, seoritas, se trata de estarhermosas.

    Pronto! Pronto! exclam Montalais, seguid a vuestra seora madre,Luisa, y dejadme arreglar mi traje de ceremonia.

    Luisa levantse, su madre la tom de la mano y la condujo hacia la escalera.Venid dijo.

  • Y aadi en voz baja:Cuando yo os mando que no subis al cuarto de Montalais, por qu no

    obedecis?Seora, es mi amiga. Adems, acababa de venir.No ha hecho ocultar a nadie delante de vos?Seora!Os digo que he visto un sombrero de hombre; el de ese perilln.Seora! exclam Luisa.De ese haragn de Malicorne! Una doncella frecuentar de ese modo

    ah!Y sus voces perdironse en las profundidades de la escalera.Montalais no haba perdido ni palabra de este dilogo, que el eco le enviaba

    como un embudo. Encogase de hombros, y viendo a Ral fuera de su escondite,que tambin haba escuchado.

    Pobre Montalais! dijo Vctima de la amistad! Pobre Malicorne!Vctima del amor! Detvose mirando el aspecto tragicmico de Ral, queestaba asombrado de haber sorprendido en un da tantos secretos.

    Oh! Seorita dijo cmo podr pagar tantas bondades?Algn da ajustaremos cuentas repuso; por el momento; salid pronto,

    seor de Bragelonne, porque la seora de Saint-Rmy no es muy indulgente yalguna indiscrecin por su parte podra traer aqu una visita domiciliaria enojosapara todos. Adis!

    Pero Luisa Cmo saber?Andad! Andad!El rey Luis XI supo muy bien lo que haca cuando invent el correo.Ah! exclam Ral.Y no estoy yo aqu que valgo por todos, los correos del reino? Pronto! A

    caballo, y que si la seora de Saint-Rmy sube a echarme un sermn de moral,que ya no os encuentre aqu!

    Todo se lo dir a mi padre; no es verdad? murmur Ral.Los reir! Ah, vizconde! Ya se ve que vens de la Corte; sois miedoso

    como el rey. Vay a! Aqu, en Blois, nos pasamos muy bien sin el consentimientode pap. Preguntdselo a Malicorne!

    Y al pronunciar estas palabras, la joven puso a Ral en la puerta empujndolepor los hombros; ste se desliz a lo largo del porche, mont a caballo, y parti atodo escape como si llevara detrs a los ocho guardias de Monsieur.

  • R

    Captulo IV

    Padre e hijo

    al continu, sin detenerse, el camino de Blois a la casa en que viva el Condede la Fre.El lector nos dispensar una retratada descripcin. Ya en otros tiempos hemos

    penetrado all juntos y la conoce.Slo que, desde la ltima vez que la cogimos, los muros se han obscurecido

    algo por razn de la intemperie; los rboles han crecido, y algunos que antesextendan apenas sus flexibles ramas por entre las desigualdades del suelo,acopados ahora y espesos, extienden su ramaje arenado de vegetacin;ofreciendo al viajero flores y frutos.

    Ral distingui desde lejos el caballete del tejado; las dos torrecillas desde lasque se divisaba su casa solariega, y vio tambin entre los olmos su palomar, a lospichones que revoloteaban alrededor del cono de ladrillos, como los recuerdosalrededor de un alma tranquila.

    Cundo se acerc ms, oy l ruido de las garruchas que rechinaban bajo elpeso de los macizos cubos; y le pareci tambin or el melanclico gemido delagua que vuelve a caer en el pozo, ruido triste, montono, solemne; que hiere elodo del nio y del poeta, soadores; que los ingleses llaman splash, los poetasrabes gasgachau, y que nosotros los franceses, que bien quisiramos ser poetas,no podemos traducir ms que con una perfrasis: le bruit de leau tombant chesleau.

    Haca ms de un ao que no iba Ral a ver a su padre. Todo ese tiempo lohaba pasado al lado del prncipe de Cond.

    Este gran seor, despus de las antiguas parcialidades del tiempo de laFronda, se haba reconciliado con la Corte de una manera franca y solemne:

  • Mientras haba durado la divisin entre el rey y el prncipe, ste; pues se aficional de Bragelonne, le haba ofrecido cuantas ventajas pueden seducir a un jovenen el principio de su carrera porque siguiese su partida.

    El conde de la Fre, siempre fiel a sus principios de realismo, explicados unda bajo las bvedas de San Dionisio, habase negando siempre en nombre de suhijo a todos los ofrecimientos. Hizo ms en lugar de seguir al Cond en surebelin, sigui al de Turena, combatiendo incesantemente por el rey igualmentecuando Turena parece construido del agua cayendo en el agua.

    Pareci abandonar la causa real, le abandon tambin para ponerse de partedel de Cond, como antes lo hiciera del de Turena. Result de esta lnea deconducta, que Ral, tan joven como era, tena inscritas ms de diez victorias ensu hoja de servicios, y ninguna derrota de que tuviera que sonrojarse suconciencia.

    As, pues; Ral, segn lo haba querido su padre; sirvi constantemente lafortuna de Luis XIV, no obstante todas las oscilaciones endmicas y casiinevitables en tiempos tan azarosos.

    El de Cond, vuelto a la gracia real, us del privilegio de amnista, pidiendoentre otras cosas la vuelta de Ral a su servicio. El conde de La Fre, quecomprendi el estado de las cosas con su talento perspicaz, se lo mandinmediatamente.

    Un ao haba transcurrido despus, de esta ausencia del padre y el hijo;algunas cartas haban dulcificado en parte los rigores de la ausencia. Ya hemosobservado que Ral, dejaba en Louis otro amor que el filial y afectuoso entrepadres e hijos.

    Mas hemos de hacerle justicia; a no haber sido por la casualidad y la seoritade Montalais, dos demonios tentadores, Ral hubiese partido sin detenerse a ver asu padre, as que ejecut el mensaje; aun cuando llevase en el corazn el amanterecuerdo de su querida Luisa.

    La primera parte del camino iba preocupado con el recuerdo de la entrevistaque acababa de tener con su amada; la segunda, con el pensamiento del amigoamado a quien tardaba en abrazar.

    Encontr abierta la puerta del jardn Y se meti por ella con su caballo,atropellando las filas y cuadros, y atrayendo sobre s la ira de un viejo, vestidocon capotillo de color violeta y gorro viejo de terciopelo en la cabeza.

    El buen viejo estaba escardando una calle de rosales enanos y margaritas, yno poda tolerar que se destruyese con el casco de un caballo el piso de sus callesde arena cernida.

    Aventur el principio de un juramento contra el recin llegado; perovolviendo ste la cabeza, la escena cambi en un momento. Apenas le huboconocido, cuando incorporndose ech a correr en direccin de la casa, dandogritos, que eran en l el paroxismo de una alegra salvaje.

  • Ral lleg hasta las cuadras, dio su caballo a un lacay o joven, y subi lasescaleras con una alegra que hubiera regocijado el corazn de su padre.

    Atraves la antecmara, el corredor y el saln sin encontrar a nadie; porltimo, habiendo allegado a la puerta del gabinete del conde de Fre, llamimpaciente a su padre, y sin escuchar apenas la voz grave de ste, que le contestal punto que entrase, se hall dentro de la habitacin.

    El conde permaneca sentado junto a una mesa cubierta de libros y papeles:Su continente era siempre el de un noble y bien portado caballero, pero, eltiempo haba dado a su nobleza y hermosura un carcter ms imponente ydistinguido: frente sin arrugas, blanca cabellera, ojos vivos bajo un cerco decejas perfecto, bigote fino y apenas encanecido, marcando unos labios delgadosque no parecan haber sentido la contraccin de las pasiones; cuerpo derecho ydelgado, mano descarnada: tal era el caballero cuy as nobles hazaas habanmerecido el aplauso de mil personas ilustres, bajo el nombre de Athos. Cuandolleg Ral ocupbase en corregir las pginas de un cuaderno manuscrito, todo lredactado de su puo y lenta.

    Ral se lanz en brazos de su padre con tanta precipitacin, que el conde notuvo ni tiempo ni fuerza suficientes para dominar la emocin que le embargaba.

    Vos aqu, vos aqu, Ral! exclam. Es posible?Oh padre mo! Cunto me alegra de volveros ver!No me contestis, vizconde? Habis obtenido licencia para venir a Blois,

    ha ocurrido en Pars alguna desgracia?A Dios gracias, seor respondi Ral, serenndose, no ha ocurrido

    nada malo; el rey se casa, como tuve el honor de anunciarles en mi ltima carta,y marcha a Espaa. Su Majestad pasar por Blois.

    Para ver a Monsieur?S, seor conde. El prncipe me ha mandado delante para que la venida del

    rey no le cogiese de improviso, o ms bien deseando parecerle agradable.Habis visitado a Monsieur? pregunt vivamente el conde.He tenido ese honor.En el castillo?S, padre mo contest Ral bajando los ojos, porque sin duda haba

    sentido en la interrogacin del conde algn otro sentido que una simplecuriosidad.

    En verdad que tengo el honor de cumplimentar por ello.Ral inclinse en seal de agradecimiento.No habis visto en Blois otra persona?Seor, he visto, a Su Alteza Real Madame.Est bien. No es de Madame de quien y o hablo.Ral ruborizse como un nio y no contest una sola palabra.No me entendis, seor vizconde? insisti el conde con indulgente

  • severidad.Os entiendo perfectamente, seor; y si preparo una respuesta, no es que

    trate de disculparme con una mentira.Bien, s que no acostumbris a mentir: Por eso me admiro de que tardis

    en darme una respuesta categrica: s o no.No, puedo contestaros sino; comprendindoos bien; y si os he entendido

    bien, vais a recibir de mal talante mis primeras palabras. Sin duda os desagrada,seor conde, que haya visto.

    A la seorita de La Vallire; no es as?Bien s que es de ella de quien queris hablar, seor conde dijo Ral con

    indecible dulzura.Y yo os pregunto si la habis visto.Seor, ignoraba cuando entr en el castillo que se hallaba en l la seorita

    de La Vallire; pero cuando me volva, despus de concluir mi encargo, lacasualidad nos ha puesto en presencia uno del otro: He tenido el honor deofrecerle mis respetos.

    Y cmo se llama la casualidad que os hay a reunido a la seorita de LaVallire?

    La seorita de Montalais.Quin es esa seorita de Montalais?Una joven que no conoca, y a quien nunca haba visto, la camarista de

    Madame.Seor vizconde, no continuar mi interrogatorio, del cual me hago cargo

    por haber durado demasiado. Os tena recomendado que huy eseis lo posible a laseorita de La Vallire y que no la vieseis sin mi permiso. Bien s que me habisdicho la verdad y que habis dado ni un solo paso para acercaros a ella! Lacasualidad sola me ha engaado, y yo no tengo de qu reconveniros. Mecontentar, por tanto, con lo que y a os he dicho acerca de esa seorita. Dios estestigo, rige que nada tengo que decir de ella; pero no entra en mis designios quefrecuentis su casa. Os ruego otra vez, mi querido Ral, que lo tengis entendido.

    A estas: palabras, se hubiera dicho, que se turbaban los ojos lmpidos y purosde Ral.

    Ahora, amigo mo prosigui el conde con su dulce sonrisa y su vozhabitual, hablemos de otra cosa. Volvis quiz a vuestra obligacin?

    No, seor, nada tengo que hacer sino permanecer hoy a vuestro lado.Felizmente, no me ha impuesto el prncipe ms deber que ste, que tan deacuerdo est con mi deseo.

    Est bien el rey ?Perfectamente.Y el prncipe?Como siempre, seor.

  • El conde se olvidaba de Mazarino, siguiendo su antigua costumbre.Bien, Ral, y a que hoy me pertenecis, tambin, por mi, parte os dedicar

    todo el da. Abrazadme otra vez, otra vez estis en vuestra casa, vizcondeAh! Aqu est nuestro vicio Grimaud! Venid, Grimaud, el seor vizconde deseaabrazaros tambin.

    El anciano no se lo hizo repetir; y corri con los brazos abiertos. Ral leahorr la mitad del camino.

    Queris, Ral, que vayamos ahora al jardn? Os ensear el nuevoalojamiento que he mandado preparar para vos cuando vengis con licencia; ymientras miramos los plantos de este invierno y dos caballos de regalo que hecambiado, me daris noticias de nuestros amigos de Pars.

    El conde cerr su manuscrito; tom el brazo del joven y pas con l al jardn.Grimaud mir tristemente salir a Ral, cuy a cabeza casi tocaba al marco de

    la puerta, y acariciando su blanca barba dej caer esta profunda palabra: Crecido! .

  • E

    Captulo V

    Cropoli, Cropole y un notable pintor desconocido

    n tanto que el conde de la Fre visita con Ral los nuevos edificios que habamandado construir, y los caballos que haba cambiado, el lector me permitir

    que volvamos de nuevo a la ciudad de Blois y que asistamos a la no comnactividad que la agitaba.

    En las hosteras, principalmente, era donde ms se hacan sentir lasconsecuencias de la noticia llevada por Ral.

    En efecto, el rey y la Corte en Blois, es decir, cien caballeros, y otros tantoscriados, dnde se metera toda esa gente? Dnde se alojaran todos loscaballeros de los contornos, que quiz llegaran en dos o tres horas, tan prontocomo la noticia se fuese ensanchando, a la manera de esas circunferenciasconcntricas qu causa la cada de una piedra lanzada en las aguas de un lagotranquilo?

    Blois, tan apacible como lo hemos visto por la maana, como el lago mstranquilo del mundo, se llena de repente de tumulto y de temor a la noticia de laregia llegada.

    Los criados de Palacio, bajo la inspeccin de los oficiales, iban a la ciudad enbusca de provisiones, y diez correos a caballo galopaban hacia las reservas deChambord a fin de traer la caza, a las pesqueras del Beuvron por el pescado, y alos huertos de Cheverny por las Priores y por las frutas.

    Sacbanse del guardamuebles las valiosas tapiceras y las araas con susgrandes cadenas doradas; un ejrcito de pobres barra los patios y lavaba lospavimentos de piedra, al paso que sus mujeres destruan los prados del Loirarecogiendo sus capas de verdura y sus flores.

    La ciudad toda; para no permanecer extraa a este gran lo, haca su toilette

  • con gran azacaneo de escobas, cepillos y agua.Los arroyos de la ciudad alta, hinchados con estos incesantes lavatorios, se

    convertan en ros en la parte baja de la ciudad, y preciso es decir que hasta elfangoso empedrado se adiamantaba a los ray os benficos del sol.

    Por ltimo, se preparaban msicas, las gavetas se vaciaban, los mercaderesacaparaban cintas y lazos de espadas, y las tenderas hacan provisin de pan,carne y especias. Hasta un buen nmero de vecinos, cuyas casas se hallabanprovistas como para sostener un sitio no teniendo y a de qu ocuparse, se ponansus trajes de fiesta y se dirigan a la puerta de la ciudad para ser dos primeros enanunciar o ver el squito. Saban muy bien que el monarca no llegara hasta lanoche; y tal vez, hasta el da siguiente, pero qu es esperar, sino una especie delocura? Y la locura, qu es sino exceso de esperanza?

    En la ciudad baja y a unos cien pasos del castillo de Los Estados, en ciertacalle bastante hermosa que se llamaba entonces calle Vieja, y que, en efecto,deba ser muy vieja, alzbase un respetable edificio de poca elevacin y decaballete puntiagudo, provisto de tres ventanas que daban a la calle en el primerpiso, de dos en el segundo, y de una pequea claraboya en el tercero.

    Haba una tradicin, segn la cual, esta casa fue habitada, en tiempo deEnrique III, por un consejero de los Estados, que la reina Catalina haba ido,segn unos a visitar, segn otros, a estrangular. Despus de muerto el consejeropor estrangulacin o naturalmente, pues esto no hace al caso, la casa fue vendida,luego abandonada, y por ltimo, aislada de las otras casas de la calle. Slo amediados del reinado de Luis XIII, cierto italiano llamado Crpoli, escapado delas cocinas del mariscal de Ancre, haba ido a establecerse en esta casa. En ellafund una pequea hostera, donde se servan unos macarrones de tal modorefinados, que la gente iba a comer a ella de muchas leguas a la redonda.

    Lo ilustre de esta casa proceda de que la reina Mara de Mdicis, prisioneraen el castillo de los Estados, haba mandado a buscarlos una vez.

    Y eso aconteci, precisamente, el mismo da en que escap por la famosaventana. El plato de macarrones haba quedado sobre la mesa, desfloradosolamente por la boca real.

    Este doble favor, de una estrangulacin y de un plato de macarrones, habasugerido al pobre Crpoli la idea de nombrar a su hostera con un ttulo pomposo.

    Mas su cualidad de italiano no era una recomendacin en aquellos tiempos; supoca fortuna, cuidadosamente guardada, no quera ponerse demasiado enevidencia.

    Cuando se vio prximo a morir, lo cual aconteci en 1643, despus de lamuerte del Rey Luis XIII, llam a su hijo, joven marmitn de las ms bellasesperanzas, y con las lgrimas en los ojos le rog que guardase bien el secreto delos macarrones, que afrancesase su nombre, que se casase con una francesa, y,en fin, que cuando el horizonte poltico se desembarazase de las nubes que le

  • cubran, se hiciese fraguar por el herrero vecino una magnfica muestra, en lacual un famoso pintor, que l indic, dibujara dos retratos de reina, con estaley enda: LOS MDICIS.

    El bueno de Crpoli, despus de tales recomendaciones, slo tuvo fuerza paraindicar a su joven sucesor una chimenea, en cuy a campana haba escondido milluises de diez francos, y expir.

    Crpoli hijo, que era hombre de energa, soport esta prdida con resignaciny el lucro sin insolencia. Primero comenz por acostumbrar al pblico a hacerpronunciar tan imperceptiblemente la i final de su nombre, que, ay udndole lageneral complacencia, no se llam sino Cropole, nombre puramente francs.

    Enseguida, casse con una francesita de quien se haba enamorado, y acuyos padres arranc una dote razonable, mostrndoles lo que haba en lachimenea.

    Terminados estos dos negocios, ocupse en buscar al pintor que deba pintar lamuestra, al cual encontr bien pronto.

    Era ste un viejo italiano, mulo de los Rafael y de los Correggio, pero mulodesdichado. Deca l que era de la escuela veneciana, sin duda porque legustaban mucho los colorines: Sus obras, de las cuales jams vendi una;lastimaban la vista a cien pasos y disgustaban tanto a los vecinos, que concluypor no hacer nada.

    Siempre se alababa de haber pintado una sala de bao, para la seoramarscala de Ancre, y se quejaba de que la tal sala se hubiese quemado cuandoel desastre del mariscal.

    Crpoli, en su calidad de compatriota, era indulgente para con Pittrino.Este era el nombre del artista. Tal vez haba visto las famosas pinturas de la

    sala de bao. Siempre tuvo tal deferencia al famoso Pittrino, que, finalmente, selo llev a su casa.

    Reconocido Pittrino y alimentado de macarrones, aprendi a propagar lareputacin de este manjar nacional; y y a en tiempo de su fundador habaprestado, por medio de su lengua infatigable, grandes servicios a la casa Crpoli.

    Cuando iba envejeciendo se uni al hijo como al padre, y poco a poco seconvirti en una especie de vigilante de una casa donde su probidad, su sobriedadreconocida, su castidad proverbial y otras mil virtudes que juzgamos intilenumerar aqu, le dieron plaza, eterna en el hogar con derecho de inspeccinsobre los criados.

    Por otra parte, l era quien probaba los macarrones para conservar el gustopuro de la antigua tradicin, y preciso es decir que no perdonaba ni un grano depimienta de ms, ni un tomo de queso de menos. Su gozo fue inmenso el da enque, llamado a compartir el secreto de Crpoli, hijo, fue encargado de pintar lamuestra famosa.

    Se le vio revolver con entusiasmo en una antigua caja, donde hall unos

  • pinceles un tanto rodos por los ratones, pero todava servibles, colores casidesecados en sus vej igas, aceite de linaza en una botella, Y en paleta que en otrotiempo haba pertenecido a Bronzino, dios de la pintura, segn deca en suentusiasmo siempre juvenil el artista ultramontano.

    Pittrino estaba preocupado con la alegra de una rehabilitacin. Hizo lo quehaba hecho Rafael; cambi de escuela y pint a la manera de Albano dos diosasms bien que dos reinas. Estas ilustres damas estaban de tal manera graciosas enla muestra, ofrecan a las sorprendidas miradas tal conjunto de blanco y rosa,resultado admirable del cambio de escuela de Pittrino, y afectaban posiciones desirenas tan anacrenticas, fue el regidor primero, cuando fue admitido a ver estaobra maestra en la sala de Cropole, confes inmediatamente que aquellas damaseran demasiado hermosas y estaban dotadas de un encanto harto incitante parafigurar como ensea a la vista de los transentes.

    Su Alteza Real Monsieur dijo que viene muchas veces a la ciudad, noquedara muy contento al ver a su ilustre madre tan ligera de ropa y os enviara aun calabozo, porque este glorioso prncipe no es muy tierno de corazn quedigamos. Borrad, pues, ambas sirenas o la leyenda, sin lo cual os prohbo laexhibicin de la muestra. Esto est en vuestro inters, maese Cropole, y tambinen el vuestro, seor Pittrino.

    Esto no tena ms contestacin que dar las gracias al regidor por su atencin,y as lo hizo Cropole. Pero Pittrino qued mudo y decado.

    Conoca muy bien lo que iba a pasar.Apenas haba salido el regidor, cuando Cropole se cruz de brazos. Veamos,

    maestro dijo, qu hacemos?Vamos a quitar la leyenda contest con tristeza Pittrino. Aqu tengo un

    negro de marfil excelente; es cosa que se hace en una hora y reemplazaremos alos Mdicis con las Ninfas o las Sirenas, como mejor os plazca.

    Nada de eso repuso Cropole; as no se cumplira la voluntad de mi padre.Vuestro padre se refera a las figuras dijo Pittrino.Se refera a la ley enda replic Cropole.La prueba de que se refera a las figuras es que mand que fuesen

    parecidas, como lo son en efecto repuso Pittrino.S, pero si no lo hubieran sido, nadie las reconocera sin la leyenda.Hoy mismo, que esas personas clebres vanse borrando de la memoria de los

    habitantes de Blois, quin conocera a Catalina y a Mara, sin estas palabras:LOS MDICIS?

    Pero, seor, y mis figuras? pregunt Pittrino desesperado, porque sentaque Cropole tena razn. Yo no quiero perder el fruto de mi trabajo.

    Tampoco y o deseo ir a la crcel.Borremos los Mdicis dijo Pittrino suplicante.No replic Cropole. Se me ocurre una idea sublime. Aparecern

  • vuestra pintura y mi ley enda Mdicis no quiere significar mdico en italiana?S, en plural.Iris, pues, a mandar al herrero que haga otra plancha para muestra;

    pintaris en ella seis mdicos y pondris debajo: LOS MDICIS lo quehace un juego de palabras muy agradable.

    Seis mdicos! Imposible! Y la composicin? exclam Pittrino. Eso osasusta?

    Pues as ha de ser, lo quiero, es preciso, mis macarrones lo exigen.Esta razn no tena rplica, y Pittrino obedeci.Compuso la muestra de los seis mdicos con la ley enda, que el regidor

    aplaudi.La muestra tuvo un gran xito. Lo que prueba que el pueblo nunca es muy

    artista, segn deca Pittrino.Cropole, para indemnizar a su pintor de cmara, colg en su alcoba las ninfas

    de la muestra desechada, lo cual haca ruborizar a su mujer cuando las miraba aldesnudarse por las noches.

    As fue cmo la casa de que hablamos tuvo su muestra, y cmo hubo en Bloisuna hostera de este nombre; teniendo por propietario a maese Cropole, y porpintor de cmara al maestro Pittrino.

  • F

    Captulo VI

    El desconocido

    undada y recomendada de esta suerte por la muestra; la hostera de maeseCropole, marchaba prsperamente.No era una gran fortuna lo que se propona Cropole, pero confiaba con

    fundamento duplicar los mil luises de oro que le dej su padre, sacar otros tantosde la venta de la casa, y vivir holgado e independiente como cualquier vecino dela ciudad.

    Cropole era muy aficionado al lucro, y acogi con mucha alegra la noticiade la llegada de Luis XIV.

    l, su esposa, Pittrino y dos marmitones, echaron mano a todos los habitantesdel palomar, del corral y de las conejeras, de suerte que en los patios de lahostera de los Mdicis se oan tantos gritos y cacareos, como nunca se oyeron enotro tiempo en Roma.

    Por lo pronto slo haba un viajero en casa de Cropole.Era ste un hombre que no tena treinta aos, alto, hermoso y austero, o ms

    bien melanclico en todos sus gestos y miradas.Vesta traje de terciopelo negro con guarniciones de azabache, y un cuello,

    blanco y sencillo, como el de los ms severos puritanos, haca resaltar el colormate y delicado de su garganta juvenil; un bigote que apenas cubra su labiomovible y desdeoso.

    Hablaba a las personas mirndolas de frente y sin afectacin, pero tambinsin timidez, de manera que el brillo de sus ojos azules se haca de tal manerainsoportable; que ms de una mirada se bajaba ante la suya, como sucede a laespada ms dbil en singular combate.

    En aquel tiempo en que los hombres criados todos iguales por Dios; se

  • dividan, gracias a las preocupaciones, en dos castas distintas, el noble y elpechero, como se dividen verdaderamente las dos razas negra y blanca, en aqueltiempo, decimos, el hombre cuyo retrato vamos a bosquejar, no poda pasar sinopor caballero, y de la mejor raza. Bastaba para esto ver sus afiladas y blancasmanos, cuyos msculos y venas transparentbanse bajo la piel al menormovimiento, y cuy as, falanges enrojecan a la menor crispacin.

    Aquel caballero lleg solo a la casa de Cropole. Se haba apoderado, sinvacilar y aun sin reflexionar, del departamento ms importante que el posaderohabale indicado, con propsito de rapacidad muy humilde segn unos, y muyloable segn otros; si admiten que Cropole fue fisonomista y conoca a la gente aprimera vista.

    Este departamento era el que formaba toda la fachada de la vieja casa: ungran saln iluminado por dos ventanas en el primer piso, un cuartito y otroencima.

    Apenas toc el caballero la comida que le sirvieron en su cuarto; slo habadicho dos palabras a su husped para prevenirle de que llegara un viejo llamadoParry, y para encargarle que lo dejasen subir.

    Despus guard un silencio tan profundo, que casi se ofendi Cropole, puesgustaba mucho de las gentes de buena compaa.

    En fin; el caballero se haba levantado muy temprano el da que comienzaesta historia, y asomado a la ventana de su saln, apoyado en el alfizar, mirabatristemente a entrambos lados de la calle, acechando sin duda la llegada delviajero de que haba hablado a su husped.

    De este modo vio pasar el escaso acompaamiento de Monsieur cuandovolva de caza, y saboreaba, despus nuevamente la profunda tranquilidad de laciudad, absorto como permaneca en sus meditaciones. De pronto, la multitud depobres que iban a los prados, los correos que salan, las personas que fregaban elsuelo, los proveedores de la casa real, los habladores mancebos de las tiendas, loscarretones en movimiento, y los pajes que estaban de servicio, todo este tumultoy baranda, le sorprendieron sin duda, pero sin que perdiera nada de la majestadimpasible y suprema que da al guila y al len esa mirada suprema, ydespreciativa en medio de los gritos y algazara de los cazadores o de los curiosos.

    Luego, los alaridos de las vctimas degolladas en el corral, los pasosapresurados de la seora Cropole en la escalera de madera, tan estrecho ysonora, y los saltos que al andar daba Pittrino, que haba estado fumando a lapuerta con la flema de un holands, todo esto produjo en el viajero un principiode sorpresa y agitacin.

    Al tiempo que se levantaba, a fin de informarse, se abri la puerta de la sala.El desconocido crey que sin duda le conducan el viajero que impaciente

    esperaba, y dio con precipitacin tres pasos hacia la puerta que se abra. Pero enlugar de la cara que esperaba ver, fue maese Cropole quien apareci, y en pos

  • de l, en la penumbra de la escalera, el semblante bastante gracioso, pero trivialpor la curiosidad, de la seora Cropole, que ech una mirada furtiva al hermosocaballero y desapareci.

    Cropole se adelant alegre, con el gorro en la mano; y ms bien encorvadoque inclinado.

    El desconocido le interrog con un gesto sin decir una palabra.Caballero dijo Cropole, vena a preguntar cmo deber llamar a

    vuestra seora, si seor conde o seor marqusDecid caballero y hablad al momento respondi el desconocido con

    acento altanero que no admita ni discusin ni rplica.Vena, pues, a enterarme de cmo habis pasado la noche, y si el caballero

    tiene intencin de conservar este aposento.Caballero, es que ha sucedido un incidente con el cual no habamos

    contado.Cul?S.M. Luis XIV entra hoy en nuestra ciudad y descansar en ella un da, o

    quiz dos.Una viva sorpresa apareci en el rostro del desconocido.El rey de Francia viene a Blois!Est en camino, caballero. Entonces, razn de ms para que yo me quede

    dijo el desconocido.Muy bien, seor, mas os quedis con toda la habitacin? No os

    comprendo. Por qu he de tener, hoy menos que ayer? Porque, seor, vuestraseora me permitir decirle que no deb, cundo ayer escogisteis estahabitacin, fijar un precio cualquiera que hubiese hecho creer a vuestra seoraque yo prejuzgaba sus recursos, al paso que hoya.

    El desconocido se ruboriz, pues al instante le ocurri la idea de quesospechaban que fuera pobre y que le insultaban por ello.

    Al paso que hoy repuso framente prejuzgis?Caballero, soy hombre honrado, gracias a Dios, y posadero, y con todo y

    como aparezco, hay en mi sangre noble. Mi padre era servidor y oficial deldifunto seor mariscal de Ancre, que en gloria est!

    Yo no os contradigo sobre este particular; slo deseo saber, y saber pronto,qu se reducen vuestras preguntas.

    Sois demasiado razonable, caballero, para conocer que la ciudad espequea, que la Corte va a invadirla, que las casas se llenarn de gente, y que,por consiguiente, los alquileres van a adquirir un valor considerable.

    El desconocido se ruboriz otra vez.Poned las condiciones djole.Lo hago con escrpulo, caballero, porque busco una ganancia honesta, y

    porque deseo hacer mi negocio sin ser descorts ni grosero con nadie Y como

  • el aposento que ocupis es grande y estis soloEso es cuenta ma.Oh! Verdaderamente; y o no despido al caballero!La sangre fluy a las venas del desconocido; y lanz sobre el pobre Cropole,

    descendiente de un oficial del seor mariscal de Ancre, una mirada que lehubiera hecho entrar bajo la campana de la famosa chimenea, si Cropole nohubiera estado clavado en su sitio por tratarse de sus intereses.

    Deseis que me vay a? dijo. Explicaos, pero pronto seor.Seor, no me habis comprendido; esto que hago es muy delicado, pero y o

    me expres mal, o quiz como sois extranjero, lo cual reconozco en el acentoEn efecto, el desconocido hablaba con esa dificultad que es el principal carcterde la acentuacin inglesa, aun entre los hombres de esta nacin que hablan mscorrectamente el francs.

    Como sois extranjero, repito, quiz seis vos quien no penetre todo elsentido de mi razonamiento. Yo pretendo que el caballero podra dejar una o dosde las tres piezas que ocupa, lo cual disminuira bastante el alquiler ytranquilizara mi conciencia, pues es duro aumentar extraordinariamente elprecio de las habitaciones, cuando se tiene el honor de evaluarlas en un precioequitativo.

    Cunto es el alquiler desde ayer?Seor, un luis con la manutencin y el cuidado del caballo.Est bien. Y el de hoy ?Ah! He ah la dificultad! Hoy es el da de la llegada del rey, si la Corte

    viene a dormir aqu se cuenta el da de alquiler. Resulta, que tres cuartos a dosluises cada uno; son seis luises. Dos luises, caballero, no son nada; pero seis luisesson mucho.

    El desconocido; de rojo que se le haba visto, convirtise en plido, y sac convalor heroico; una bolsa bordada de armas que ocult cuidadosamente en elhueco de la mano. La tal bolsa era tan flaca, tan floja; tan hueca, que no escap alos ojos de Cropole.

    El desconocido vaci la bolsa en su mano; slo contena dos luises dobles, quecomponan seis; como el hostelero le pidi.

    Sin embargo, eran siete los que Cropole haba exigido; y mir al desconocidocomo para decirle: No ms?

    Falta un luis, no es eso, seor posadero?S, seor, msEl desconocido meti la mano en el bolsillo de su gabn y sac una cartera

    pequea, una llave de oro y algunas monedas de plata.Con estas monedas compuso el total de un luis.Gracias, caballero dijo Cropole. Ahora me resta saber si pensis

    habitar todava maana este departamento, en cuyo caso os lo conservar; mas si

  • el caballero no piensa en eso lo prometer a las gentes de Su Majestad que van avenir.

    Eso es razonable dijo el desconocido despus de un largo silencio; perocomo y a no tengo ms dinero, segn habis podido ver, como, a pesar de eso,deseo conservar este departamento, es necesario que vendis este diamante en laciudad, o que lo guardis en prenda.

    Cropole examin tanto tiempo el diamante que el desconocido se apresur adecir:

    Prefiero que lo vendis, porque vale trescientos doblones. Un judo, vivealgn judo en Blois? os dar por l doscientos, ciento cincuenta tal vez; tomad loque os diere, aunque no os ofrezca ms que el precio de vuestro alquiler. Corred!

    Oh! Caballero exclam Cropole avergonzado de la inferioridad que leechaba en cara el desconocido, por ese abandono tan noble y tan desinteresado,y tambin por su inalterable paciencia a tantas mezquindades y sospechas.

    Ah! caballero, me parece que no se robar en Blois, como vos pareciscreer, y valiendo el diamante lo que decs

    El desconocido lanz nuevamente a Cropole una de sus miradas.Yo no entiendo de eso, compaero, creedme exclam ste.Pero los joyeros s entienden; preguntadles dijo el desconocido.Ahora, creo que nuestras cuentas estn terminadas, no es verdad?S, seor, y tengo un gran sentimiento porque temo haberos ofendido.De ninguna manera replic el desconocido con la majestad de quien

    todo lo puede.Ha de haber parecido llevar ms de lo equitativo a un noble viajero

    Poneos en el caso, seor, de la necesidad.No hablemos ms de eso, os digo, y hacedme el favor de dejarme solo.Cropole inclinse profundamente y sali con aire extraviado, que anunciaba

    en l un corazn excelente y un verdadero remordimiento.El desconocido fue a cerrar la puerta, y mir cuando estuvo solo el fondo de

    la bolsa de donde haba tomado un saquito de seda donde estaba el diamante, sunico recurso.

    Tambin interrog el vaco de sus bolsillos, mir los papeles de su cartera, yse persuadi de la absoluta desnudez en que iba a encontrarse.

    Entonces levant los ojos al cielo con un movimiento sublime de calma y dedesesperacin, enjug con sus manos alguna gota de sudor que humedeca sunoble frente, y descans sobre la tierra aquella mirada, llena un momento antesde majestad divina.

    La tempestad acababa de pasar lejos de s; quiz haba orado en el fondo desu alma.

    Volvi a acercarse y a tomar su sitio en la ventana, y all permaneciinmvil, muerto, hasta el momento en que, comenzando el cielo a obscurecerse,

  • brillaron las primeras antorchas, dando la seal de la iluminacin a todas lasventanas y balcones.

  • M

    Captulo VII

    Parry

    ientras el desconocido miraba con inters estas luces y prestaba atencin atales movimientos, maese Cropole entr en su habitacin con dos criados que

    prepararon la mesa.El extranjero no prest a ninguno de ellos la menor atencin. Entonces

    Cropole, aproximndose a su husped, le desliz al odo estos palabras con el msprofundo respeto:

    Caballero, el diamante ha sido apreciado.Ah! murmur el viajero. Y en cunto?Seor, el joyero de Su Alteza Real da por l doscientos ochenta doblones de

    oro.Los tenis?He credo que deba tomarlos, caballero; no obstante, he puesto por

    condiciones de venta que si querais conservar vuestro diamante hasta quetuvieseis fondos el diamante os sera devuelto.

    Nada de eso. Os he dicho que lo vendis.Entonces, he obedecido, o algo menos, puesto que sin haberlo vendido

    definitivamente he tomado el dinero.Cobraos repuso el desconocido.Lo har, caballero, ya que lo exigs tan imperiosamente.Una melanclica sonrisa pleg los labios del caballero.Poned el dinero sobre ese cofre dijo volviendo la espalda al mismo

    tiempo que le indicaba el mueble con un ademn.Cropole coloc en l un saco bastante repleto, de cuyo contenido sac el

    precio de su alquiler.

  • Ahora, caballero dijo, no me daris el disgusto de no cenar Yahabis rehusado la comida, lo cual es ultrajante para la casa de Los Mdicis. Yaveis, la cena est servida, y aun me atrevo a aadir que tiene buena cara y buensabor.

    El desconocido pidi un vaso de vino; cort un pedazo de pan, y no, se separde la ventana ni para comer ni para beber.

    Al poco rato oy se un estrepitoso ruido de timbales y trompetas; los gritos quese alzaban a lo lejos y un confuso rumor aturdi la parte alta de la ciudad; elprimer ruido distinto que hiri los odos del extranjero, fue el andar de loscaballos que se aproximaban.

    El rey ! exclam Cropole, que se alej de su husped y de sus ideas dedelicadeza para satisfacer su curiosidad. Con Cropole tropezaron y confundieronen la escalera la seora Cropole, Pittrino, los ayudantes y los marmitones.

    El squito avanzaba lentamente, iluminado por centenares de antorchas, yadesde la calle, ya desde las ventanas.

    Despus de una compaa de mosqueteros y de un cuerpo compacto decaballeros, vena la litera del cardenal Mazarino, arrastrada como una carrozapor cuatro caballos negros.

    Detrs de ella marchaban los pajes y las gentes del cardenal.A continuacin iba la carroza de la reina madre, con sus damas de honor a las

    portezuelas y sus caballeros montados a los lados.El rey apareca detrs, montado en un admirable caballo de raza sajona de

    largas crines.El joven prncipe mostraba, saludando a algunas ventanas, de donde salan las

    ms vivas aclamaciones, su noble y gracioso rostro iluminado por las antorchasde sus pajes.

    A los lados del rey, pero dos pasos ms atrs, el prncipe de Cond, el seorDangeau y otros veinte cortesanos, seguidos de sus gentes y bagajes cerraban lamarcha verdaderamente triunfal.

    Esta pompa era de ordenanza militar.Tan slo algunos viejos cortesanos llevaban el vestido de viaje; todos los

    dems vestan el traje de guerra. Muchos de ellos se vean con el alzacuello ycoleto, como en la poca de Enrique IV y de Luis XIII.

    Cuando el rey pas por delante del desconocido, que se haba inclinado sobreel alfizar para ver mejor, y que haba ocultado la cara al apoyarse sobre losbrazos, sinti hincharse y desbordar su corazn de amargos celos.

    Embriagbale el ruido de las trompetas, las aclamaciones popularesensordecanle, y por un momento dej abandonada su razn en medio de aqueltorrente de luces; de tumulto y de brillantes imgenes.

    l es rey ! exclam con tal acento de desesperacin y de angustia, quedebi llegar a los pies del trono de Dios.

  • Y, antes de que volviera de su sueo sombro, se desvanecieron todo aquelruido y todo aquel esplendor. Slo quedaron algunas voces discordes y roncas quegritaban de vez en cuando. Viva el rey ! .

    Tambin quedaron las seis luminarias que tenan los habitantes de la hosteraLos Mdicis, es decir: dos por Cropole, dos por Pittrino y una por cada marmitn.

    Cropole no cesaba de repetir:No hay duda que es el rey, y que se parece a su difunto padre, en lo

    hermoso! deca Pittrino.Y que tiene un aspecto orgulloso! aada la seora Cropole, ya en

    promiscuidad de comentarios con los vecinos y vecinas.Cropole alimentaba estos propsitos con sus observaciones personales, sin

    notar que un anciano a pie, pero que arrastraba de la brida a un caballito irlands,trataba de penetrar por el grupo de mujeres Y de hombres que estabanestacionados ante su casa.

    Pero en este momento oyse en la ventana la voz del extranjero:Buscad el modo, seor posadero, de que se pueda entrar en vuestra casa.Entonces se volvi Cropole, distingui al anciano y le hizo abrir paso.Cerrse la ventana.Pittrino mostr el camino al recin venido, que entr sin pronunciar una

    palabra.El extranjero le esperaba en el descanso de la escalera, abri sus brazos al

    viejo y le llev a una silla; pero ste se resisti.Oh! No, no, milord! dijo; sentarme en vuestra presencia! Jams!Parry dijo el caballero, os lo suplico vos que vens de Inglaterra de

    tan lejos!Ah! No es a vuestra edad cuando deben sufrirse fatigas semejantes a las de

    mi servicio. ReposadAnte todo, milord, tengo que daros una respuesta.Parry por Dios, no me digas nada porque si la noticia hubiese sido

    buena; no comenzaras tu frase de ese modo. Das un rodeo, y eso quiere decir,que la noticia es mala.

    Milord replic el viejo, no os alarmis tan pronto.Pienso que no se ha perdido todo. Lo que se necesita es voluntad y

    perseverancia, y especialmente resignacin.Parry contest el joven, aqu he venido solo, atravesando mil peligros;

    crees en mi, voluntad? He meditado este viaje por espacio de diez aos, a pesarde todos los consejos y de todos los obstculos: crees en mi perseverancia? Estamisma noche he vendido el diamante, el diamante de mi padre, porque y a notena con qu pagar mi cuarto; y me iba a echar el posadero.

    Parry hizo un gesto de disgusto, al cual respondi el joven con un apretn demanos y una sonrisa.

  • Todava tengo doscientos setenta y cuatro doblones, y me considero rico;y o no me apuro, Parry, crees en mi resignacin?

    El viejo levant al cielo sus temblorosas manos.Veamos dijo el extranjero, no me ocultes nada. Qu ha pasado?Mi relacin ser corta; pero en nombre del cielo, no temblis as!Es de impaciencia, Parry ; veamos: qu te ha dicho el general?Primero, el general no quiso recibirme.Te tom por espa?S, milord; pero yo le escrib una carta.Y bien?l la ley , y me recibi, milord.Aquella carta explicaba a fondo mi posicin y mis puntos de vista?Oh, s! dijo Parry, con una triste sonrisa. Mostraba sus pensamientos

    fielmente.Bueno entonces, Parry.Entonces el general me envi una carta por medio de un ayudante de

    campo, informndome de que si al da siguiente me encontrase dentro de lacircunscripcin de su mando, me habra detenido.

    Detenido! murmur el joven. Qu! Detenerte, mi ms fiel siervo?S, milord.A pesar de que se haba firmado con el nombre Parry ?En todas mis cartas, mi seor; y el ay udante de campo me haba conocido

    en St. James y en Whitehall tambin agreg el viejo con un suspiro.El joven se inclin hacia delante, pensativo y triste.Ay, eso es lo que hizo ante su pueblo dijo, tratando de engaarse con la

    esperanza. Pero, en privado, entre t y l, qu hizo? Responde!Ay! Mi seor, l me envi cuatro caballeros, los cuales me entregaron el

    caballo con el que me ha visto regresar. Estos caballero me condujeron, con granprisa, al pequeo puerto de Tenby, me tiraron, ms que embarcarme, en unpequeo barco de pesca a punto de zarpar hacia Bretaa, y aqu estoy.

    Oh! suspir el joven, apretando convulsivamente su cuello con la mano,y con un sollozo. Parry, es eso todo? Es eso todo?

    S, mi seor; eso es todo.Despus de esta breve respuesta se produjo un largo intervalo de silencio, slo

    roto por el convulsivo golpeteo del taln del joven contra el suelo.El viejo trat de cambiar la conversacin, que estaba conduciendo a

    pensamientos demasiado siniestros.Mi seor dijo, cul es el significado de todo el ruido que me precedi?

    Por qu esas personas estaban gritando Vive le Roi!? A qu rey se refieren? Y,para qu son todas esas luces?

    Ah, Parry respondi el joven irnicamente, no sabes que est el rey

  • de Francia visitando a su buena ciudad de Blois? Todas esas trompetas son suyas,todas aquellas viviendas doradas son suy as, todos esos caballeros portandoespadas son suyos. Su madre le precede en un magnfico carro conincrustaciones de plata y oro. Feliz madre! Su ministro amontona millones y loconduce a una novia rica. Toda esa gente se alegra; ellos aman a su rey, lesaludan con sus aclamaciones y gritan Vive le Roi! Vive le Roi!

    Bien, bien, mi seor dijo Parry, ms incmodo con el cambio deconversacin que su interlocutor.

    T sabes reanud el desconocido que mi madre y mi hermana,mientras todo esto est pasando en honor del rey de Francia, no tienen dinero nipan; t sabes que y o mismo ser pobre y degradado en una quincena, cuandotoda Europa conozca lo que me has dicho. Parry, no hay ejemplos de hombresde mi condicin que deberan

    Mi seor, en el nombre del CieloTienes razn, Parry ; soy un cobarde, y si no hago nada por m mismo,

    qu har Dios? No, no; tengo dos brazos, Parry, y tengo una espada. Al deciresto, golpe golpe violentamente su brazo con la mano y tom su espada, quecolgaba en la pared.

    Qu va a hacer, mi seor?Que qu voy a hacer, Parry? Lo que cada uno en mi familia hace: mi

    madre vive de la caridad pblica, mi hermana pide para mi madre, y en algunaparte tengo tambin hermanos que mendigan para s. Yo, el primognito, voy ahacer lo que todos ellos, voy a pedir limosna!

    Y diciendo estas palabras; que interrumpi bruscamente con risa nerviosa yterrible, el joven se ci la espada, tom su sombrero, hzose atar a la espalda unmanto negro que le haba servido durante el viaje, y estrechando las manos delviejo que le miraba con ansiedad:

    Mi buen Parry dijo, haz que te preparen fuego, bebe, come, duerme,s dichoso, seamos muy felices, mi fiel y nico amigo. Somos ricos comorey es!

    Dio una puada al saco de los doblones, que cay pesadamente por tierra, ypsose a rer de aquella manera triste que tanto haba asombrado a Parry ; ymientras que toda la casa gritaba; cantaba y se preparaba para recibir e instalar alos viajeros precedidos por sus lacayos, se desliz a la calle, donde el viejo, desdela ventana, le perdi de vista al cabo de un breve instante.

  • Y

    Captulo VIII

    Cmo era Su Majestad Luis XIV a los veintids aos

    a hemos visto, por la descripcin hecha, que la entrada de Luis XIV en laciudad de Blois fue ruidosa y brillante. De modo que la joven majestad

    pareci muy satisfecha.Al llegar bajo el porche del castillo de los Estados, hall el rey rodeado de sus

    guardias y de sus caballeros a Su Alteza Real el duque, Gastn de Orlans, cuyafisonoma, de suyo bastante majestuosa, haba tomado, de la solemnecircunstancia en que se encontraba, nuevo lustre y nueva dignidad.

    Por su parte, Madame, adornada con sus grandes vestidos de ceremonia,esperaba en un balcn interior la entrada de su sobrino. Todas las ventanas delantiguo castillo, tan solitario y tan triste en los das ordinarios, estabanresplandecientes de damas y de antorchas.

    Al ruido de los tambores, de las trompetas y de los vivas, franque el jovenmonarca el umbral de este castillo, donde Enrique III, setenta y dos aos antes,haba llamado en su auxilio al asesinato y la traicin, para, sostener en su cabezay en sus manos una corona que ya se estacaba de su frente para caer en otrafamilia.

    Todos los ojos, despus de haber admirado al joven monarca, tan hermoso ytan noble, buscaban a ese otro rey de Francia, ms rey en otro tiempo que elprimero, y tan viejo, tan plido y encorvado, que llamaban el cardenal Mazarino.

    Luis estaba dotado entonces de todos esos dones natu