libro circo de m. r. esteban

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Libro de cuentos de M. R. Esteban

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CIRCO-cuentos-

M. R. Esteban2010

editores salvajes 70 n 1437

0221 4515665altos de sanlorenzo . la plata

editor responsable Hilario von Inffernis

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www.revistaforhtedon.blogspot.com

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Está autorizado el uso parcial o alterado de cada trabajo para la creación de obras derivadas siempre que estas condiciones de licencia se mantengan para la obra resultante.

I – CIRCO ………………………………......................……………… 4

II – EL EQUILIBRISTA ………..........................……………………. 5

III – LUCHA ………………………......................…………………. 6

IIII – EL ANILLO AFORTUNADO ................................................. 7

V – MAGIA .................................................................................. 8

VI – COMO UNA CALESITA EN LA NOCHE .................................. 10

LA VIEJA ..................................................................................... 11

VII – PUEBLO ................................................................................... 12

í n d i c e

CIRCO- M. R. ESTEBAN - 4

I- Circo

¡¡Señoras y señores!! ¡¡Pasen y vean!!¡Pasen y vean!¡El espectáculo más impresionante jamás visto en este mundo! Tenga cuidado señor, tenga cuidado señora... pase y vea al hombre más triste de la historia. ¡Vea el espectáculo más grandioso e impresionante del mundo!¡Vea el es-pectáculo que lo dejará con al boca abierta! Aquí lo verán, ¡éste es el ser más triste sobre la faz de la inmensa tierra!. Él ha sido educado en los más solitarios y húmedos cautiverios, ha sido alimentado con las más infames amistades, es un ser hecho de amargura y desazón.¡Pasen y vean al hombre más triste del mundo. Pase señor. Pase señora. ¡¡Pero advertimos!! Pase, pero ¡absténgase! si usted es impresionable, este show no es para usted; este show puede herirlo en sus más honda sensibilidad, ¡no es aconsejable para conciencias débiles!. Señora no traiga su alegre niñito. (Desde aquí avisamos que el circo no se hace responsable de la conducta de ningu-na de nuestras fieras, con estas bestias no hay seguridad ni para nosotros que estamos entrena-dos para soportar sus bestiales llantos. Desde luego, aunque no está de más decirlo, no intente tener uno en sus casas felices pues estos animales son traicioneros como su enfermedad). ¡Pasen señoras y vean señores! Vean el gran espectáculo de éste, el circo más mundialmente famoso de todos. Pase, Usted podrá intentar hacer reír a nuestro hombre. Pase, cuéntele sus negocios pu-silánimes, y véalo llorar y suspirar. Véalo alimentarse de cigarrillos y café. Entren señores no se pierdan el número central, no dejen de ver cuando este animal, el hombre más triste del mundo le escriba a su amada que lo engaña. Vea al cornudo triste, llorar desconsoladamente sobre el retrato de su mujer. Véalo inspirarse y hacer poesía. Pase señora y dése el gusto de darle la noticia de la muerte de su madre, y ríase de su reacción desesperada. Gástese de risa leyendo y burlándose de sus poemas. Pase señora, ríase de su poesía y enférmelo con sus encantos. ¡¡Aquí está el circo mundial presentando para ustedes, público elegido y privilegiado, el show horrible del hombre más triste sobre la superficie del mundo!!

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II- El equilibrista

El redoble del tambor se intensifica. La oscuridad es total pero la negrura no se sufre porque un cilindro de luz sube hacia el cielo de la carpa inmensa como una panza por dentro mostrando el canal de nacimiento. Los ojos del público se desorbitan como sus bocas, todo apunta hacia el insecto aquél que se bambolea sobre la cuerda floja. Es una figurita brillante con una larga vara entre las manos que vibra a cada paso. Camina temblando. El repiqueteo del redoblante parece quererlo empujar, mientras cada corazón golpea como un puño furioso, machucando cada pecho por dentro. Una niñita oculta sus ojitos con sus manos, ha decidió no mirar. Allá arriba el mu-ñequito vacila, y se oye un leve murmullo de temor. El equilibrista queda con un pie en el aire, flotando, quieto mientras sus lentejuelas hacen rebotar la luz como si fueran espejos diminutos y fugaces. En su cara tiene una mueca escéptica como si hubiese cometido una traición. “Debe-ría caerme y reventar contra el piso” se dice murmurando. A un metro de la plataforma suelta la vara. Allí, abajo, alguien da un grito ahogado, el resto del público no respira. El equilibrista oye el latigazo de la vara al chocar con el suelo, y el llanto de una mujer. Luego con tres pasos mínimos llega a la plataforma, junto al mástil central de la carpa, y en ese mismo momento explota el estruendo del aplauso que dura un largo, largo rato mientras el equilibrista saluda, y sacude el brillo de sus ropas. Desde abajo parece tener una sonrisa.

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III - Lucha

La lucha comenzó cuando pude detener sus brazos que me habían comenzado a golpear, y ter-minó cuando lo maté. Mi mano cerrada. Mi mano hecha puño se separó de mí, para dar el golpe mortal. El golpe mortal que sonó en su cabeza como un tambor, y tronó en su pecho como un cielo negro. De todas maneras, lentamente los azotes siguieron y la jaula quiso comernos. Sus dientes agudos y sucios rechinaban y rasgaban nuestra piel. Fuimos quedando sin armadura y sin cuerpo. Mi lengua cayó muerta y cercenada, primero se movió un momento y luego quedó inmóvil. Luchamos en aquél rincón lejano, sin mundo. Luchamos, lastimados, con fuerza que era cansancio de especie, era la potencia de la derrota. Luchamos, luego nos morimos.

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IIII - El anillo afortunado

Este es un anillo que me cuida de todas las desdichas, que protege contra toda desgracia, que salva de cada enfermedad y cada daño... claro hoy me ven triste, cansado, viejo y enfermo, po-bre y rotoso pero es que el conjuro utilizado para encantar esta joya y el metal (hecho de una aleación rarísima) son de una calidad menor ya que hay una cierta cantidad (incalculable) de palabras y de gestos que su poseedor no debe realizar para evitar caer en el infortunio.

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V - Magia

El ocaso tras las casas de piedra detrás del castillo muere cerrándose hacia la noche, mientras una brisa cálida llega del mar. Luego de un leve rezo de cara al atardecer, Mateo Dorken entra en su casa. Camina a oscuras, tantea apenas, abre un libro grueso, sus tapas son de cuero y oro, enciende una vela negra en medio de una estrella. Aquí y allá se ven los brillos de muchas bo-tellas, papeles con fórmulas y frases, piedras, más allá hay crucifijos. De pie el mago comienza su oración de purificación diaria con su voz suave. Al terminar oye tímidos golpes en su puerta. Abre, es una mujer que se cubre en las sombras. “La esperaba” dice Mateo. Ella apenas mira atrás y entra decidida. Él la invita a sentarse al lado de la vela. Permanecen casi juntos, él con un manto oscuro y con sus pelos desaliñados, su barba larga y deforme parece ordenada tras la mirada alucinada y brillosa. Ella descubre su cabeza, mientras su rostro blan-co y fino irradia frescura y perfumes, mientras su mirada triste se pierde en el suelo. Ella va de luto y cada tanto suspira. “Ayer me he contactado, con gran esfuerzo, con su marido, parece furioso, tanto que me ha debilitado... no le aconsejaría ningún trato con él... es extraño, el comercio con su alma me ha resultado muy difícil... se siente irritado...” dice Mateo tocándose la frente amplia. “Lo sabía todo maestro, es que hay algo que no le he dicho” dice la mujer. “Lo sospeché, aunque no pueda indagar las almas” dijo el mago. “Todo esto fue una estratagema para poder acercarme a usted” dice ella y casi llora. Suspira sin mirarlo. “Yo lo admiro” dice sin mirarlo. “Quisiera ser como usted. Quisiera iniciarme” dice ella. “Pero Julia, estas artes son peligrosas y usted lo sabe, a mi me cuida el duque, porque me debe un favor, pero usted es una dama respetable” dice el mago. “Es cierto, pero mi ser todo pide este saber, anhelo esa realidad, ese saber, esa visión de lo otro, todo lo que usted manipula” dice Julia con entusiasmo. “Por qué? A usted no le falta nada. No debería ambicionar nada” dice el mago. “No Mateo. Usted no entiende... mi búsqueda es por el cansancio, la fatiga que me da la corte y esa manada de personas hipócritas que comen un caldo que los que más pueden les dan. Yo ya me he alimentado de esos caldos, esos platos ya me llenaron, y ya no quiero ser comida por estúpida. Esto, esos libros, aquellos líquidos, pueden darme una libertad, unas alas que hoy no tengo” dice ella. “Usted me pone en un aprieto. Mi maestro me enseñó a no desdeñar a los interesados, pero a usted le debo recordar los peligros en los que vivirá” “Ya lo sé, ya lo sé... bajo mi lecho guardo un cofre con un libro pequeño que contiene setenta conjuros de los que se reunieron en la montaña negra, pero sé que necesito un maestro para ser iniciada” dice ella. Mateo el mago, se queda pensando. La mira a los ojos. Ella sonríe sintiendo su triunfo, sus pupilas parecen dilatarse, su piel pulcra y suave parece refulgir bajo la luz tenue. Sus ojos ne-gros confunden al maestro que se pone de pie y camina. De aquí para allá. Ella, como en una súplica lo mira caminar. Se enfrentan. Él parece un gigante bíblico, perdido en pensamientos y ojeras, ella una niña algo traviesa sin temor del aspecto de demonio de aquél ser, por eso quizás le aprieta las manos entre las suyas. Las grandes manos frías del mago sienten los dedos cálidos femeninos, siente un leve calorcito como de ceniza caliente, como de perfume o sangre de sacri-ficio reciente. Mateo siente le corazón galopando asustado y se suelta. “Está bien, seré su maestro” dice “pero empezaremos mañana. Hoy estoy agotado” “No” dice ella “empezaremos hoy, con algo que no nadie me enseñó, todavía” y sus ojos negros brillan como el vino mientras acerca su cuerpo al del perturbado hombre. “Pero su marido,... yo estoy débil. Debo respetar un período de abstinencia y ayuno” dice Mateo mientras intenta retroceder. “Mi marido me vio y fue enamorado y obligado a solicitarme casamiento, luego tuvo que morir

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sin tocarme. Todo, todo gracias a mis tesoros, y a mis pequeños conjuros. A usted Mateo, siem-pre lo he mirado, pero sólo en la debilidad podía conquistar su corazón. Por eso aquí me tiene... yo enamorada de usted y usted enamorado de mí. Béseme y comience mañana su abstinencia”.

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VI -

Como una calesita en la noche

No hay unidad más cierta que mi cuerpo

No hay nada a mi alrededor. Estoy solo. Solo pienso. Ni siquiera hay movimiento a mi alrede-dor. Esto no es un lugar, no es nada. Estoy solo, con mi pedazo de ser hombre. Sólo puedo hablar de mí y encarcelarme envileciéndome. Sólo puedo ser objeto y preso de mis palabras. Los demás no me importan. ¡Qué se pudran! Nada sé de ellos, que están afuera de mí, que son externos a mí piel como todas las coses o mis palabras. Ellos son mis objetos. Mis temores. Estoy atorado de soledad. Aislado. Ni un mundo, ni nada a mi lado, nada. Pero no me importa porque esa nada es afuera de mí y yo soy el mundo sólo para mí. Solo. No hay nada a mi alrededor.

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La vieja

Soy vieja, muy vieja, ahora reposo, enferma, aunque nadie lo sabe. Ya no quiero vivir mi vida. Antes los niños se adelantaban hasta mí sin miedo, las cosas que yo atesoraba eran su diver-sión y dicha de vacaciones. Yo era portadora de su felicidad y de lo que hablaban durante largos ratos. Ahora estoy vacía, en mí hay ahora paja podrida, y aire, y conmigo hay un hombre triste y atormentado. A veces lo miro dormir mientras sueña pesadillas que no me puede contar. Lo veo triste durante el día... a veces me abro y dejo entrar el aire fresco del mundo joven de la mañana, y luego pasa el dueño del circo que al verme grita “Che! ¡¡Que alguien cierre esa jaula de mierda!!”. Y hasta que me cierran, el viento frío mueve la leve paja del piso en mi interior.

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VII - Pueblo

Allí fui juzgado a despecho de mi inocencia, y sufrí sentencias bajo los ojos de las estrellas. Inaugurado en las piezas del amor inhóspito, comencé a pensar, y una savia en mis rigideces fatigó mis entrañas. Mientras, mi pueblo perdurando en su arena seca se recostaba sobre el campo como una madre. Él mismo parecía la calma, pero yo todavía no descubría que el hombre anida infamias en su carne. Más allá de las desdichas, y lejísimo de mis versos, anhelo en cada sueño ese pueblo, y 12 de Octubre late en mis noches y en mis pesadillas. Muchas veces creo que él también me sueña, y que mi imagen corre por sus galpones, o vibra en una bicicleta roja por la estación, que una de mis lastimaduras llora entre fierros, que con la laguna nos miramos fiero, despectivamente.