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LIBERTAD Y ARTE: ROCK Y CENSURA EN LA SOCIEDAD NORTEAMERICANA PERMISO PARA LIBERTADES LA POLÍTICA POSMODERNA: ¿UN RESURGIR IDENTITARIO? número 3, Primavera-verano 2019 OMAR RAYA LEÓN ERICK KAMMERATH GUADALUPE MEZA

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LIBERTAD Y ARTE: ROCK Y CENSURA EN LA SOCIEDAD NORTEAMERICANA

PERMISO PARA LIBERTADES

LA POLÍTICA POSMODERNA: ¿UN RESURGIR IDENTITARIO?

número 3, Primavera-verano 2019

OMAR RAYA LEÓN

ERICK KAMMERATH

GUADALUPE MEZA

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CONTENIDO04. Libertad y arte: Rock y cen-sura en la sociedad norteameri-cana Omar Raya León. 08. Libertad y seguridad: el límite al autoritarismo es la dig-nidad humanaÁngel Rodríguez.

14. Permiso para libertadesGuadalupe Meza.

16. Educación para una socie-dad libreCarlos Abdiel Resendiz Vargas.

18. Ricardo Medina

20. La política posmoderna: ¿un resurgir identitario?Erick Kammerath

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EditorPepe Torra, [email protected]: @pepetorra

Colaboran en éste número:Omar Raya León, [email protected]

Ángel Rodríguez, [email protected]

Guadalupe Meza,[email protected]

Carlos Abdiel Resendiz Vargas,[email protected]

Erick Kammerath,[email protected]

Plantillawww.designfreebies.org

Fotografía en PortadaRichard Mortelhttps://www.flickr.com/people/43714545@N06

El 2019 ha sido un año complicado para quienes defienden las ideas de la libertad, no solo son cada vez mayores los retos que tenemos por delante, sino que también hemos sufrido la partida de grandes amigos e incansables defensores de la libertad. El año

comenzó con la noticia del fallecimiento de Carolina Bolívar, quien fundara el Instituto Cultural Ludwig von Mises que, en palabras de Armando Regil en la despedida que le dedicó a Carolina en el periódico El Economista, “Fue un faro que guio a varias generaciones por el sendero de la libertad“. Posteriormente, en febrero, tuvimos que darle el adiós a otro maes-tro y amigo, Ricardo Medina, un gran comunicador que desde la prensa y las redes sociales utilizó su ingenio e inteligencia para defender las ideas de la libertad.

En mayo, nos despedimos de la Dra. Elena Labastida quien fue una importante pieza en la defensa de las ideas de la libertad desde la Universidad Anáhuac donde fue profesora y ayudó a formar una multitud de estudiantes en temas de economía así como de ética y liderazgo.

Estos tres personajes y otros muchos ayudaron a abrir el camino a nuevas generaciones de liberales y libertarios, quienes habremos de honrar su memoria continuando con la lucha por la libertad.

En éste número publicamos, a manera de homenaje, el extraordi-nario discurso que Ricardo Medina leyó durante la presentación del libro La Inteligencia del Dinero de Alberto Mingardi, evento organizado por Caminos de la Libertad el cual pueden ver en video en su totalidad en nuestro canal de YouTube.

Tenemos también, por primera vez, la participación de una finalista de la categoría Narrativa y Poesía del Concurso Caminos de la Libertad para Jóvenes, Guadalupe Meza, quien le comparte a nuestros lectores su obra “Permiso para libertades” donde expresa, de una manera excepcional, ideas importantes sobre la libertad utilizando el lenguaje de la poesía.

Finalmente este número contamos, entre otros, con la pluma de Erick Kammerath, ganador del tercer lugar en la categoría Ensayo de nuestro concurso para jóvenes, que escribe sobre los lazos entre la posmodernidad y la izquierda y la forma en como estos le ha dado un nuevo aire a la polí-tica identitaria que, sin duda, es uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el mundo el día de hoy.

Pepe Torra

EDITORIAL

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Heavy metal is the law that keeps us united and freeA law that shatters earth and hell

Heavy metal can’t be beaten by any dynastyWe’re all wizards fighting with our spell

—Kai Hansen, Michael Weikath*

La precondición más importante para la creación artística es la libertad. La libertad de los artistas no sólo ha sido amenazada bajo el ideal de la República de Platón donde los poetas no tienen cabida, ni en un campo de concentración nazi exclusivo para intelectuales y artistas como Theresiendstaadt. Entre 1984 y 1985, los lobbies políticos norteamericanos presionaron para censurar la música popular

que consideraron obscena. En este ensayo se pretende entender cómo es que la libertad y el arte son mutuamente necesarios, así como el rol del Parents Music Resource Center (PMRC) en una sociedad abierta como la estadounidense. Cuando se presentó el caso, se pusieron sobre

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la mesa temas sobre el rol del gobierno en el etiquetado de obras musicales, si era per-tinente intervenir sobre contratos privados, o bien, limitar la autonomía de las cadenas emisoras de radio y televisión.

Cuando pensamos en ‘libertad de expresión’, suponemos que uno tiene el derecho de decir lo que quiera donde quiera. Cuando nos enfrentamos al pro-blema del vivir juntos, más allá de las robinsonadas del voluntarismo ingenuo, nos encontramos frente al problema de que en los hechos no podemos decir lo que queramos donde se nos plazca. Así, como nota Murray Rothbard, la libertad de expresión sólo puede entenderse como una cesión de derechos de propiedad a través de un contrato que permite a periodistas, cineastas, pintores, escritores, caricaturistas y músicos promocionar sus obras en medios como revistas, compañías cinematográficas o musicales, salas de museo, editoriales o periódicos. Que estos últimos estén en manos privadas supone que los propietarios pueden incluir (y eventualmente excluir) a quien puede publicar o no. No debe escan-dalizar el hecho de que bajo este orden haya quien no pueda emitir sus obras u opi-niones, pues la sociedad siempre se orienta bajo criterios de inclusión y exclusión: toda vez que se incluye algo, se excluye todo lo demás, y viceversa.

Sin embargo, cuando estamos frente a un sólo propietario de medios de comu-nicación, como puede ser el gobierno, la lógica inclusión/exclusión no se orienta ya hacia ver qué obras le pueden interesar al consumidor de arte, sino hacia qué obras son favorables al régimen. Puede darse el caso en que, pese a que los medios de comu-nicación son privados, el gobierno es capaz de decidir sobre su autonomía, y los crite-rios de selección no son ya si los consumido-res estarían dispuestos a pagar por una obra artística, sino que se ven obligados a decidir en función de la voluntad de los políticos de turno. Sabemos que estos criterios se han utilizado para acallar a personajes tan distintos y tan incómodos para sus gobier-nos, como Osip Mandelstam, el Marqués

de Sade o Theodor Kramer. Otro intento de censura ocurrió en la segunda mitad del siglo XX, no en un régimen revolucionario, sino en medio de la administración Reagan en Estados Unidos.

Mientras que Václav Havel refiere que en la Checoslovaquia comunista el rock importado era una vía de expresión que per-mitía resistir y rebelarse ante el régimen, en los Estados Unidos se buscaban los medios para censurar la música que a las esposas de senadores como Al Gore les parecía ofensi-va. Cuando en 1985 personalidades como Tipper Gore, Susan Baker, Pam Howar o Sally Nevious, organizadas en torno al recién creado PMRC, anunciaban una lista de quince canciones obscenas por su conte-nido sexual, ocultista, apologista del alcohol o las drogas, o violento, no estaban exhor-tando a exiliar, perseguir, torturar o asesinar a quien produjera expresiones artísticas que no le agradaran al gobierno. Los objetivos del grupo eran más bien modestos: se pre-tendía etiquetar los discos ex ante para que los padres de familia estuvieran al tanto del contenido de la música que escuchaban sus hijos. Quienes aún hoy consumimos música vía CD o incluso en plataformas de streaming, estamos familiarizados con la advertencia Parental Advisory: Explicit Content. La industria musical en parte perdió la batalla ante la censura, aunque es preciso rescatar un par de reflexiones sobre este acontecimiento.

En los hechos, que el PMRC triunfa-ra supuso que los discos ‘ofensivos’ fueran etiquetados bajo órdenes de la Recording Industry Association of America (RIAA), y que posteriormente la famosa leyenda fuera impresa junto a la carátula del libro a fin de ahorrar costos. Cadenas como Wal-Mart, Sears, o JC Penney se rehusaron a vender álbumes de rock tras el anuncio de la prime-ra lista del PMRC, luego dejaron de vender álbumes etiquetados, y aun hoy hay cadenas que venden álbumes etiquetados, aunque la condición es que las palabras altisonantes estén debidamente censuradas. Asimismo, entre los consumidores jóvenes, la etiqueta hizo más atractivos aquellos álbumes que de

pronto sufrían de censura. Sin embargo, es destacable que, en el largo plazo, los artis-tas han sabido incorporar estos elementos al funcionamiento de sus actividades. La etiqueta ha convivido con la industria musi-cal durante décadas y hoy puede parecer extraño que se tilde como censura, cuando los trabajos etiquetados son sumamente accesibles gracias a internet.

Otras peticiones del PMRC incluían limitar a través del gobierno la emisión tele-visiva de clips musicales obscenos, la emi-sión radiofónica, o que las compañías musi-cales rescindieran los contratos de aquellos músicos que mostraran un comportamiento ‘inadecuado’. Todas ellas fueron recha-zadas. Mientras que en el fondo todas las propuestas del PMRC suponen violaciones directas al derecho de libre expresión en tanto que suponen que un agente externo, el gobierno, intervenga sobre un contrato entre particulares, el único triunfo de la organización fue el etiquetado. En el proce-so deliberativo, John Denver, Frank Zappa y Dee Snider aceptaron discutir ante los legis-ladores el proyecto de ley que promovía el PMRC. En tanto que en la sociedad moder-na es una adquisición evolutiva el hecho de que los gobiernos tengan la facultad de intervenir sobre esferas privadas de la vida en casos específicos, los artistas apelaron a la Constitución a fin de señalar que su libertad de expresión sería coartada en caso de que la propuesta fuera aprobada.

La defensa de Zappa, Denver y Snider debe quedar como recordatorio de la defensa de una sociedad abierta: una vez que el aparato de gobierno erige un órga-no encargado de censurar las expresiones que a alguien no le gustan, se avanza en la vía de la servidumbre. Los músicos de rock norteamericanos estaban defendiendo aquel derecho que Platón negaría a los poetas en su república ideal: el de la crea-ción artística, que sólo es posible cuando el artista tiene derecho a sí mismo, a su mente, a crear lo que ha imaginado, y a vender e intercambiar en el mercado sus productos. Más allá de la libertad de expresión, en las discusiones saltó a la vista otro rasgo propio

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de la comunicación humana: la alta improbabilidad de un fenómeno que es altamente probable.

Es decir, como señala Niklas Luhmann, la comunicación encarna la dificultad de que el otro entienda lo que se desea comu-nicar, que el mensaje sea recibido por alguien, y que el mensaje logre alcanzar consenso (aunque la expectativa es que la comunicación sea entendida). Tanto Denver como Snider alegaron que en sus obras no había cosa tal como apología a las drogas o sadomasoquismo, sino una oda a la vida, o en su defecto, una canción sobre la angustia de pasar por el quirófano (ver Rocky Mountain High de John Denver y Under the Blade por Twisted Sister). Este fenómeno supone asumir que no hay cosa tal como una explicación objetiva de las obras de arte. Para Snider, la belleza de la poesía, literatura y música reside en que brinda a la audiencia la posibilidad de proyectar sus expe-riencias y sueños en palabras. De este modo, el arte siempre está sujeto a interpretación toda vez que quien lo experimenta no puede acceder a los pensamientos del artista. Como señaló Snider a Tipper Gore: si ella estaba buscando sadomasoquismo en una canción sobre cirugías, era probable que lo encontrara. En este sentido, promover la censura con base en una apreciación subjetiva y arbitraria como cualquier otra, no es sino irrisorio.

La otra crítica que hicieron los tres músicos residió en la inse-parable relación entre libertad y responsabilidad. El gobierno no tendría por qué ocuparse en establecer un comité de censura para alejar a los menores de edad de la influencia de ciertas letras musi-

cales. Como arguyó Snider: lo que los hijos ven, leen o escuchan es de entera responsabilidad de los padres de familia, pues nadie más sería capaz de seleccionar lo que es adecuado. Señaló que esta tarea es irrevocable, y si algún sentido tuviera la labor del PMRC, sería ofrecer una guía en la educación, mas no suplantarla. Denver, por su parte, señaló que la música no guarda relación con la decisión de cometer suicidio (como se había acusado a Judas Priest por Better By You, Better Than Me), pues un asunto de esa índole tiene que ver con otros factores de origen social. De hecho, acusar a un sólo factor de ser el causante del suicidio o de cualquier decisión ajena no es sino la mayor idiocia de la lógica causa/efecto: esta atribución siempre la establece el observador.

La última crítica a resaltar vino de la mano de Frank Zappa, que no tenía ya que ver con la libertad de creación y la responsabili-dad de quien escucha, sino con los costos administrativos de llevar a cabo las medidas propuestas. Zappa alegaba que no era comparable tener una agencia dedicada a calificar películas que una encargada de calificar una cuantiosa cantidad de obras. De igual forma, señaló que los criterios de selección para la censura no aplicaban igual para el country que para el rock, donde ambos géneros refieren al sexo, a sustancias y a la blasfemia. En los hechos, lo que Zappa recriminaba era la criminalización de la música dirigida hacia la juventud, así como la falta de seriedad en los criterios de selección, que nuevamente, por la naturaleza del arte, siempre son arbitrarios y subjetivos. Por otra parte, en una carta dirigida a Ronald Reagan,

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Zappa recriminó que, si el gobierno real-mente tenía intenciones de quitar el peso de la administración sobre los ciudadanos, debería considerar los altos costos de erigir una burocracia encargada de revisar y cen-surar la expresión artística, donde el ciuda-dano no sólo tendría que costearla, sino que el aparato de gobierno sería prácticamente omnipresente.

Las propuestas del PMRC, pese a que no suponen los mismos obstáculos a la libertad que enfrentan los artistas bajo regímenes totalitarios, dejan al desnudo las posibilidades de aniquilar las libertades civiles allí donde se toman como derechos ganados de una vez y para siempre. Si algo cabe reivindicar de aquella pugna es el coraje por defender la libertad, la res-ponsabilidad y los derechos de propiedad que mostraron los artistas ante el Senado. Pensemos nuevamente en los jóvenes de la generación de Havel que aprendieron a resistir las dictaduras gracias al sonido del rock n’ roll, pues no sólo la libertad posibi-lita el arte, sino que también el arte puede abrir camino a la libertad.

*”Heavy Metal (is the law)” del disco Walls of Jericho de la banda Helloween año 1985, letra y música de HANSEN, Kai y WEIKATH, Michael

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El conflicto de Hobbes referente a la posibilidad de un equilibrio entre la libertad y la seguridad es un debate que sigue vigente en nuestros días. Hobbes declara que cuando los ciudadanos entregan su libertad individual

lo hacen al costo de exigir seguridad al Estado. Aún la visión más minimalista del Estado, que es la liberal, entiende que la obligación primaria del mismo es la seguridad y su garantía, y con ello el desa-rrollo de los mecanismos y capacidades suficientes para cumplir su objetivo. En una sociedad democrática, ¿hay que ceder libertad para lograr más seguridad? ¿A más seguridad, menos libertad? ¿Hasta dónde podemos exigir nuestra privacidad? ¿Se puede tener total seguridad siendo completamente libres? ¿Se puede ser totalmente libre sin tener seguridad? ¿Si se limita la libertad, hay más seguridad?

LA RELACIÓN YO/OTRO

La existencia del ser humano ha estado determinada en cierto grado, a lo largo del tiempo, por una relación yo/otro. Esto es, el ser humano llegó a percatarse de que no es parte del universo, sino que es un Yo individual, diferenciado de los otros, y observa la existencia de un entorno. La existencia de otros vuelve individual su existencia, y por tanto imprescindible, en tanto la pluralidad y la diferencia vuelven únicos y distintos a cada uno de los que componen dicho entorno, la realidad social.

Esta distinción yo/otro establece entonces ciertas particulari-dades: la existencia de un espacio privado y de un espacio público, o el espacio del “yo” y el espacio de los “otros” en relación con el “yo”. Ello nos lleva a la siguiente consideración: el ser humano es privado por naturaleza, en tanto se reconoce como unidad del “yo”, pero es público por necesidad, en tanto requiere de su interacción con los demás para poder sobrevivir.

Esta distinción yo/otro, público/privado, uno/todos, es lo que da origen a las diferencias que deseo establecer en esta parte, donde plantearé cómo la relación del individuo con la sociedad es conflictiva, sin entrar en sentidos jurídicos, pero lo es desde la misma necesidad del individuo de formar parte de una colectividad. Utilizaré los argumentos de Thomas Hobbes y Baruch Spinoza para tratar de explicarme.

SOBRE EL PACTO SOCIAL Y LA LIBRE OPINIÓN

Para Hobbes, la libertad es la “ausencia de impedimentos externos, impedimentos que con frecuencia reducen parte del poder que un hombre tiene de hacer lo que quiere; pero no pueden impe-dirle que use el poder que le resta, de acuerdo con lo que su juicio y razón le dicten”1 ; esto es, que el individuo posee, de inicio, la capa-cidad y la posibilidad de hacer lo que quiere, sin mayor restricción que la que por su condición de individuo no pueda superar.

Pensemos entonces en que el individuo no puede superar una condición de indefensión ante los fenómenos naturales, o ante un individuo de condición física superior. Ello lo llevaría a buscar a otro individuo en la misma condición de indefensión, ya que tendrían un interés en común: la procuración de su defensa.

El argumento anterior es suficiente para garantizar la exis-tencia de una colectividad, la cual buscará la defensa y con ello la seguridad de la existencia misma, de la vida, y, por consiguiente, el mantenimiento de la paz entre distintos individuos, e inclusive hasta distintas colectividades. Esta colectividad, para mantener la prevalencia de sus objetivos en el interior de la misma, requiere de una figura o mecanismo que tenga las características necesarias para imponerse de forma tal que no entre en conflicto con su misión (la defensa de la vida).

LIBERTAD Y SEGURIDAD: EL LÍMITE AL AUTORITARISMO ES LA DIGNIDAD HUMANA

ÁNGEL RODRÍGUEZ AQUINO

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Dicha figura, llamada autoridad, emana de un pacto, de un mutuo acuerdo, el cual le provee de la legitimidad de facto suficiente para imponerse, en principio, sin necesidad de la fuerza; y de ser necesario su uso, que sea el único ente en la colectividad con la facultad de hacerlo. Esta última con-dición implica entonces una cesión parcial de la libertad, en tanto que la defensa de la vida por parte de la autoridad es un derecho transferido. Esto, desde luego, implica un consentimiento, lo que elimina la confronta-ción entre quieres transfieren ese derecho, y quienes, por convención, pueden ejercerlo.

Este principio de autoridad implica entonces la existencia de dos componentes en esta relación: los autores y los actores, según la tipología que establece Hobbes. Para él, los autores son aquellos asociados que, buscando la seguridad y la paz, crean el pacto y establecen sus condiciones, en tanto que los actores son aquellos repre-sentantes que deben ejecutar lo establecido en el pacto para conseguir los objetivos del mismo.

Esta última característica, sumada a la autoridad como derecho transferido, faculta a los actores a obligar a los autores, en su calidad de asociados y componentes de la sociedad, a cumplir con los mandatos

y necesidades para mantener la paz y la seguridad por los medios posibles que sean necesarios. Esto implica, de manera prácti-ca, que los actores pueden volverse autores, en tanto pueden crear los mandatos (o dicho de otra forma, las leyes) que garanticen lo que buscan, es decir, nuevos pactos cuya legitimidad proviene de la autoridad que poseen quienes los elaboran.

Ante lo anterior, pareciera que Hobbes supone que el pacto es un factor externo que limita al individuo, en caso de que éste sea nocivo para la sociedad. De ser así, también implica una limitación a la libertad de todos los asociados. ¿Qué garantiza entonces que los actores origina-les, vueltos autores, no aprovechen esa debi-lidad adquirida para explotar a los autores originales?

Baruch Spinoza da un cimiento sóli-do a la posibilidad anterior al proponer que el poder político de una autoridad corrom-pe, porque amplía la libertad de quién lo ejerce más allá de la que naturalmente poseía y que, al desconocerla, puede llevarlo a su destrucción. El poder, entendido como lo que quiera o sea capaz de hacer, guiado por la pasión o la razón, se manifiesta en el pacto social que se suscribe con Hobbes, en tanto es un gobierno guiado por la razón,

ya que fue necesario decidir entre lo que en principio es un mal menor (la cesión parcial de la libertad) y un mal mayor (la ausencia de seguridad y paz).

Spinoza aclara que con el pacto se renuncia a actuar, más no se renuncia a pensar: “si nadie, pues, puede abdicar el libre derecho que tiene de juzgar por sí mismo, si cada cual, por un derecho impres-criptible de la naturaleza, es dueño de sus pensamientos…”2 Por ello establece dos tipos de gobierno, que entenderíamos como acción efectiva de la autoridad: los gobier-nos violentos, en tanto que rechacen o limiten el libre pensamiento; y los gobiernos moderados, siendo éstos los que respetan la libertad de opinión.

La opinión es válida en tanto los individuos consideran que lo es por ser pro-ducto de su pensamiento. Si múltiples pen-samientos convergen y coinciden, la opinión se vuelve pública, en tanto, como dijimos al principio, es una relación del yo con el otro. Esta opinión pública se vuelve entonces un mecanismo de legitimación del gobernante, pues nuevamente se parte del principio de reconocimiento de la autoridad.

Si lo anterior es cierto, los autores originales del pacto, en su calidad de gober-nados, pueden expresarse en contra de

Fotografía: Tomaz Silva

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algún movimiento o mandato impuesto por el gobernante, en tanto consideren que es opuesto a sus intereses. Esta oposición a la acción de la autoridad implica su posterior falta de legitimidad y, con ello, un desconocimiento de la misma. ¿Esto no se opondría al objetivo original del pacto? Es decir, ¿la rebelión de los gobernados no sería una rebelión contra sí mismos, en tanto son los autores originales del pacto del que emana la autoridad?

LA DIALÉCTICA AMO/ESCLAVO EN EL RECONOCIMIENTO ESTATAL.

Hegel parte de la idea de que la dialéctica de la consciencia refiere que la existencia de la propia consciencia depende del reco-nocimiento de la misma. Pero para que exista dicho reconocimiento debe existir una confrontación. Para el hombre, la distinción con los animales (el hecho de superar la necesidad exclusiva de la vida, hacia la necesidad de la libertad pero sin acotar la vida) hace que la con-frontación de las consciencias los lleve a una conclusión inevitable: una de las consciencias cederá parte de su libertad con el objetivo de mantener la vida. Esa dependencia a la vida a costa de la libertad lo volverá esclavo de la vida, a la vez que esclavo del amo. Pero el amo se volverá esclavo de ese esclavo, si lo podemos llamar así, en tanto el reconocimiento de su consciencia depende del único reconocimiento que le hace el esclavo. Esta relación es inevitable y necesaria.Dice Hegel que

… deviene para el señor su ser reconocido por medio de otra con-ciencia; pues ésta se pone en ellos como algo no esencial, de una

parte de la transformación de la cosa y, de otra parte, en la depen-dencia con respecto a una determinada existencia; en ninguno de

los dos momentos puede dicha otra conciencia señorear el ser y llegar a la negación absoluta. Se da, pues, aquí, el momento de

reconocimiento en que la otra conciencia se supera como ser para sí, haciendo ella misma de este modo lo que la primera hace en

contra de ella.3

Desde esta perspectiva, el momento en que el señor queda reconocido por el siervo, depende totalmente de dicho reconoci-miento, en tanto la relación de suyo es complementaria y la negación de uno implica la negación del otro. En ese sentido, es entendible también que la acción de imposición de existencia de uno hacia el otro cambie constantemente, transite entre las dos partes, sin que ello implique una necesaria liberación del siervo o un debilitamiento del dominio del señor.

Trasladado a la relación entre el Estado y el individuo, el Estado no existe sin el reconocimiento del individuo, pero a la vez el individuo no tiene personalidad jurídica sin el reconocimiento del Estado. Al contraer el pacto social, el individuo cede parte de su libertad con el objetivo de establecer un vínculo de seguridad con el Estado que garantice su vida. Pero al mismo tiempo, el Estado depende del reconocimiento que le hagan los individuos que lo conforman.

LA OPINIÓN PÚBLICA COMO AUTORIDAD MORAL.

El establecimiento del pacto social configurado como un Estado de Derecho implica el reconocimiento de una igualdad jurí-dica entre todos los individuos que lo conforman. En los tiempos de Hobbes y Spinoza dicha igualdad no existía, ya que los gobiernos monárquicos asumían una igualdad por estamentos. Sin embargo, podemos retomar sus argumentos, pues tienen una característica de suyo válida: representan los momentos fundacionales del pacto social y la expresión de la opinión pública como contrapeso de las decisiones del gobernante en un marco de reconocimiento mutuo.

La aceptabilidad de una medida o práctica de gobierno se define cada vez más en el banquillo de juicios de la opinión pública y cada vez menos en la esfera de las acciones de la autoridad. Aunque existan mecanismos legales que determinan la validez de una acción, y con ello el respeto de los derechos fundamentales establecidos en la Constitución, es decir, el respeto a los acuerdos establecidos en el pacto social, es la opinión pública la que acepta o rechaza dichas acciones de defensa, o ataque, de las libertades individuales.

Aunque en principio y de suyo la opinión pública no posee una estructuración defensiva y argumentativa lo bastante compleja o elaborada, sí posee una constante fundamental que es de igual manera una característica original de la propia opinión que expresa Spinoza: la defensa de una moral social que parte de la libertad del sujeto de manifestar sus pensamientos y que, conjuntados, represen-ta los intereses generales de cierto grupo de sujetos. Mientras más grande sea esta colectividad, anota Spinoza, más influyente será su papel como defensor de la moral social.

La opinión pública entonces no interviene en nombre del inte-rés general o en la defensa del Estado; sin embargo, ello no niega el hecho de que la culpabilidad que surge como resultado de los juicios de valor de la opinión representa un principio de integración ya no constitucional, sino moral. Es decir, la existencia de un pacto alterno, paralelo, al pacto original, en tanto los individuos consideren que éste es insuficiente, o ha sido vulnerado, o, siguiendo los términos de Hobbes, ha sido transformado de tal forma por los actores que los autores originales se ven desplazados y sujetos a una nueva dinámica de reconocimiento estatal.

LA LIBERTAD POSITIVA Y LA LIBERTAD NEGATIVA.

Es necesario entender, también, que la idea de la libertad contrapuesta a la seguridad, en un régimen democrático, no niega en absoluto la existencia de una u otra, pues son complementarios; sin embargo, debemos reconocer que ello implica una especie de gradualidad en la libertad y su ejercicio.

Esta idea de la gradualidad no es tan antigua como la idea del pacto social o la opinión pública; está atada a una concepción democrática moderna, consecuente con la consolidación del Estado

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como facilitador de las condiciones óptimas para el desarrollo del individuo sin caer en el tutelaje, una concepción plenamente liberal.

En este sentido, Isaiah Berlin, filósofo del siglo XX, plantea dos tipos de libertad (la libertad positiva y la libertad negativa) que no son excluyentes; al contrario, son complementarios pero no indisociables. El reconocimiento de ambas es fundamental para proseguir el debate sobre la cesión de libertad a cambio de la exigencia de seguridad.

La libertad negativa, dice Berlin:

Es, simplemente, el ámbito en que un hombre puede actuar sin ser obstaculi-zado por otros. Yo no soy libre en la medi-

da en que otros me impiden hacer lo que yo podría hacer si no me lo impidieran; y si, a consecuencia de lo que me hagan

otros hombres, este ámbito de mi actividad se contrae hasta un cierto límite mínimo,

puede decirse que estoy coaccionado o, quizá, oprimido.4

Así, la libertad positiva:

Se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio dueño. Quiero

que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores,

sean éstas del tipo que sean. Quiero ser el instrumento de mí mismo y no de los actos

de voluntad de otros hombres. Quiero ser sujeto, no objeto, ser movido por razones

y por propósitos, ser consciente que son míos, y no por causas que me afectan, por

así decirlo, desde fuera. Quiero ser alguien, no nadie; quiero actuar, decidir, no que

decidan por mí; dirigirme a mí mismo y no ser movido por la naturaleza exterior o por

otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de representar un papel humano; es decir, concebir fines y

medios propios y realizarlos. 5

Esta concepción de la libertad arroja luz sobre la problemática de lo público y lo privado; si intentamos simplificar ambas propuestas podríamos decir que la libertad negativa es aquella que se identifica más

a la concepción hobbesiana, mientras que la libertad positiva remite inmediatamente a la libre opinión formulada por Spinoza. Hasta qué punto ambas son fundamentales para generar una nueva dinámica social y de relación entre el Estado y el individuo conlleva al mismo tiempo la discusión en torno a la capacidad del individuo de rela-cionarse con otros individuos para formar una colectividad.

Hasta dónde el individuo está dis-puesto a ceder en favor de un interés supe-rior, hasta qué punto está dispuesto a limitar su libertad negativa siempre que no se limi-te su libertad positiva. La elaboración de acuerdos y pactos parten finalmente de una justificación elemental pero trascendente: la existencia del pacto está determinada por la utilidad del mismo. Si el pacto ya no es útil, o comienza a invadir aspectos particulares de la vida de quienes signaron el acuerdo de forma tal que los trastoca y perturba, el pacto deja de existir.

Más allá del acuerdo tácito en la ley, más allá del convenio pragmático entre individuos, la existencia del acuerdo como producto racional involucra nuevamente el análisis y la decisión entre un mal menor y un mal mayor. Las “relaciones de justicia posibles” a las que alguna vez se refirió Montesquieu, previas al establecimiento de la ley, implican necesariamente el recono-cimiento de una igualdad de origen entre todos los individuos. Aunque la crítica a esta igualdad radica el hecho de que nece-sariamente habrá una confrontación entre particulares por el derecho de hacer valer sus deseos, y que la sociedad misma elimina esta posibilidad de guerra ante una eviden-te debilidad individual frente al colectivo; es de reconocer también que la guerra, la amenaza a la seguridad puede no existir dentro del mismo Estado, sino que proviene del exterior.

§§§§§

El Estado de Derecho, en tanto garante de las libertades individuales, entra en conflicto con la razón de Estado, en tanto ésta requiera en ocasiones de accio-nes violatorias de los derechos individuales

en favor de una causa superior, que es la permanencia del mismo Estado y, con ello, la seguridad de los individuos en sociedad. Si bien la democracia busca garantizar un régimen de libertades y espacios de libertad, en la mayor medida posible, a los individuos, al mismo tiempo debe establecer reglas o mecanismos específicos que den certidumbre a los miembros de la sociedad en todas sus relaciones (ya sea con otros individuos o con el Estado mismo) y que garanticen su seguridad.

El conflicto es permanente desde el diseño mismo del régimen y del modelo de dominación. La cesión de libertad implica un descontento, un rechazo, que se compen-sa con una satisfacción de seguridad adqui-rida. En determinadas circunstancias, los ciudadanos pueden aceptar sacrificios a su libertad si se les asegura una transparencia efectiva para entender el por qué. Debemos entender que la libertad no es única, ni homogénea: la libertad de circulación no es la misma que la libertad de un juicio justo. La forma en que los actores, convertidos en autoridad, busquen mantener la seguridad y reducir la vulnerabilidad de los individuos, deberá reconocer la percepción de los ciu-dadanos, manifestada en la opinión pública y no sobredimensionar las amenazas reales y efectivas que pudieran existir. Desde esta perspectiva existe el riesgo de caer en el miedo, el temor a las amenazas, que esto mismo, como decía Maquiavelo, se vuelva un mecanismo de domino del gobernante para con los gobernados.

En este sentido, la cooperación y la integración son los valores fundamentales del individuo y de las sociedades para man-tenerse vivas frente a las amenazas, en tanto la discusión entre seguridad y libertad no es una discusión de leyes, sino una discusión de principios y de valores. Una característica de suyo importante y que mencioné arriba sobre la opinión pública es el hecho de que representa una autoridad moral en tanto aprueba o desaprueba la defensa de sus libertades. Con ello también entendemos que la existencia de esta opinión permite, en dado caso de que exista una ausencia de leyes o control gubernamental, un míni-mo de orden partiendo de los principios

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autoimpuestos por la sociedad.La justificación de la razón de Estado

y los mecanismos para hacerla valer recaen entonces en las autoridades, aquellos acto-res originales. En ningún momento pueden dar por hecho que el resto de la sociedad asumirá como justas y válidas, y acatará sin objeción, las normas y los mandatos que establezcan para mantener la gobernabili-dad, el orden y la paz. El reconocimiento dialéctico de la existencia del Estado, y su materialización en el gobierno, implica también la participación activa de los aso-ciados en tanto que son igualmente reco-nocidos. En la relación Estado-individuo prevalecen entonces la constante vigilancia de ambas partes y el compromiso moral, más que jurídico, de la relación misma. La legitimidad de las autoridades se encuentra condicionada al establecimiento de meca-nismos morales y judiciales que garanticen la integridad física y los derechos indivi-duales.

El reconocimiento de las libertades positivas y negativas de los individuos es un primer paso para su posterior conside-ración en las acciones de gobierno. No se debe asumir que, en un momento de ame-naza para la seguridad, el Estado tenga la facultad absoluta de suspender las garantías individuales o colectivas, pues ello implica un enorme riesgo para la democracia. Se puede permitir la cesión de la libertad en favor de la seguridad siempre que los meca-nismos no violen o ignoren las libertades mínimas, la libertad positiva. El individuo debe de tener en todo momento la posibili-dad de expresarse en contra de las medidas, sea con una opinión elaborada o con una opinión mínima, en tanto es resultado de su pensamiento, de su capacidad deliberativa.

No se puede entronizar a la seguridad como un valor absolutamente superior por encima de otros como la paz o la felicidad; va de la mano con ellos y se manifiesta como un complemento de los mismos. El exceso de seguridad lleva, en el terreno político, a una disputa entre aquellos que acepten las medidas de la autoridad y aquellos que se oponen. Esta disputa, como cualquier conflicto, puede terminar llevan-do a la inseguridad.

Esta paradoja valorativa encuentra, nuevamente, y desde mi perspectiva, su solución en la participación activa de la sociedad y los individuos que la conforman, en tanto mantengan el entendimiento de que la cesión parcial de la libertad como mecanismo de supervivencia implica una reciprocidad por parte del Estado, que debe ser vigilada cuidadosamente para evitar abusos. Me parece acertada entonces la frase famosa de Benjamin Franklin, refe-rente a que “aquellos que ceden la libertad esencial a cambio de una pequeña seguri-dad transitoria no merecen ni libertad ni seguridad”.

1 HOBBES, 1980, p. 106.2 SPINOZA, 1990, p. 3163 HEGEL, 1966, p. 118.4 BERLIN, Isaiah. 1958 p. 65 Ibídem. p. 15

-HOBBES, Thomas, Leviatán, 1980, Fondo de cultura económica,

-SPINOZA, Baruch, Un tratado breve, 1990, Alianza editorial

-HEGEL. G.W.F, Fenomenología del espíritu, 1966, Fondo de cultura económica

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El principio fue la palabra: un hombre al que llamaron librecon nuestras manos

se crearon sus manospero fue lobo, y devoró a otros hombres.

Después vino el acto,lo dejaron libre, verdaderamente libre.

No era más que un cuerpo,a sus anchas estirado, un paseante más,medio despierto,medio dormido.

Y con nuestras culpas, los miedos, los sueños,le construimos un alma.

Fue entonces la libertadcomo figura, como ensueño,alada, inalcanzable.

Sus alas son ahora de papel,triángulos que se doblan con el aire,que se incendian con el fuego.

PERMISO PARA LIBERTADES

GUADALUPE MEZA

Y yo escribo, para mantenerlas firmes, para jugar al pájaro,por decir que vuelo.

Queda, idea firme,seis sílabas ansiadas, ansiosas de ser en alguien.

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Muchas veces me ha tocado que, cuando se pre-sentan argumentos a favor de las libertades de las personas, aquellas que están prohibidas por el Estado (por ejemplo: la despenalización de las

drogas, la autodefensa o la libertad educativa para padres y escue-las), la gente suele responder que “la gente no está lista”, que “hace falta educar a las personas”. Sin embargo, tal afirmación pasa de largo el hecho que el Estado, entendido como el monopolio de la fuerza, es también el monopolio de la educación. Esto implica que es el Estado el que obliga a cumplir cierto grado de escolaridad a toda la juventud y a las escuelas a cumplir un plan curricular de forma homogénea a todos por igual. Con lo anterior no estoy diciendo que esté en contra de las escuelas o de que se eduquen a todos los niños, sino que pensar que el sector educativo es neutro de valores e inten-ciones de quienes lo manejan, puede ser un poco ingenuo.

Hay que recordar que vivimos en una democracia, lo que implica que aquellos intereses que tienen los Estados en cada región respecto a cómo se educa coercitivamente a los ciudadanos es que todo lo relacionado a la educación (contenido, forma de evaluar, pedagogía, presupuesto) cambia periódicamente por los valores, las intenciones o los caprichos que tenga el gobierno en turno.

Por esta razón no podemos esperar que los gobiernos nos eduquen, con esta afirmación no digo que dejemos de ir o llevar a los hijos a las escuelas del Estado, pues los contenidos son impuestos también a las escuelas privadas, además de que ya estamos pagando por la educación pública vía tributos. La educación estatal ya existe, la pagamos y debemos sacarle el máximo provecho que se pueda. Lo que quiero decir es que, si queremos educar para tener sociedades libres, no lo podemos esperar del Estado, ya que puede estar o no en sus intereses y a menudo se muestra que los gobiernos suelen usar la educación para legitimar su régimen, sus valores, su ética o “educación cívica”. Por lo que la responsabilidad de educar para llegar a sociedades más libres recae en la sociedad civil, en nosotros.

EDUCACIÓN PARA UNA SOCIEDAD LIBRE

CARLOS ABDIEL RESÉNDIZ VARGAS

Con lo anterior, algunos podrán preguntarse: ¿cómo pode-mos educar para una sociedad libre si no tenemos una escuela o un instituto? Una solución fácil y cómoda sería simplemente compartir contenido ya generado por instituciones dedicadas a ello, ya que generalmente lo ven personas que concuerdan con estas ideas. Me refiero al material producido, por ejemplo, por Caminos por la Libertad, la Universidad Francisco Marroquín, el Instituto Juan de Mariana o el Instituto Mises, entre otros. Estas instituciones ofrecen algunos materiales accesibles a un público amplio, así como también al público especializado.

Sin embargo, aquí quiero resaltar otro modo más comprome-tido con la causa: el activismo educativo. Este puede darse en aulas o fuera de ellas. Un ejemplo de esto es Students for Liberty, donde voluntariamente educamos en nuestra región y difundimos ideas de libertad en lugares donde son desconocidas o vistas con desprecio. Por lo que si estas interesado en educar y difundir ideas de libertad, recomiendo acercarse y cooperar con cualquiera que se dedique a esta noble labor. De igual forma, hagas esto o simplemente difundas y argumentes individualmente con tus conocidos, familiares o tus redes sociales, aquí te van algunas recomendaciones que me han sido útiles y han causado que uno que otro escéptico a la libertad, comunista, estatista o como le gusten llamar, dude de sus ideas y hasta llegue a ser liberal o libertario. Cabe resaltar que son recomendaciones para el momento del diálogo y la discusión:

RECOMENDACIONES PARA LA DIFUSIÓN DE LAS IDEAS DE LA LIBERTAD

La primera recomendación y más obvia es no discutir sobre temas que desconocemos, no podemos intuir o deducir las respuestas de temas ajenos. Decía Ayn Rand que, si vas a defender el capitalis-mo mal, es mejor no defenderlo. Además, debemos establecer con claridad cuál es el objetivo de la discusión e identificar la idea que causa conflicto al otro con el fin de no desviarse del tema. Cabe recordar que discutimos por estar en desacuerdo con algún punto. A

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veces, las mismas palabras pueden significar cosas diferentes, no sólo en contextos cotidianos, sino también en teorías sociales, las cuales están a menudo en discusión, por lo que hay que estar dispuestos a dejarse convencer, es decir comprender qué piensa el otro, aceptar sus premisas, lo cual no implica que dejaremos nuestra postura. Por esto también debemos definir todos los términos problemáticos, de ser necesario, iniciar una nueva discusión sobre esos términos para establecer nuevas definiciones. Esto puede ocurrir cada que surjan nuevos términos problemáticos. Además, la hipótesis, la tesis, la afirmación o el axioma que defendamos o del cual partimos debe quedar explícito a los participantes. La hipótesis debe estar en forma afirmativa siempre que sea posible. Este tipo de discusión tendría un orden: escuchar el argumento, preguntar, conceder la respuesta y, por último, refutar. La idea clave es conocer por qué nuestro interlocutor sostiene esas ideas, entenderlas, y a partir de lo que el otro sabe, llegar a las conclusiones que desconocía. En este sentido,

también es útil contextualizar cómo es o sería su vida con mayor o menor libertad, aunque todo dependerá del tema o términos que causan la discusión.

En conclusión, si quieren educar dentro de su campo laboral, de activistas, o en su círculo de conocidos para tener sociedades más libres, ya sea con ayuda de instituciones o no, sus discusiones no deben ser peleas vacías y sin propósito. En las discusiones ambas partes deben aprender, comprenderse y, eventualmente, lograr un cambio.

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El pasado 6 de febrero falleció Ricardo Medina, periodista eco-nómico de fino humor y enorme inteligencia. Fue director de El Economista y director de información de TV Azteca. También director de comunicación de Banxico y un gran amigo de la causa de la libertad. A continuación publicamos su intervención en la pre-sentación del libro “La inteligencia del dinero” de Alberto Mingardi, un organizado por Caminos de la Libertad en noviembre de 2018.

TEXTO DE RICARDO MEDINA (Q.E.P.D) LEÍDO EN LA PRE-SENTACIÓN DEL LIBRO LA INTELIGENCIA DEL DINERO DE ALBERTO MINGARDI

Este libro es una fascinante provocación. Provocar es la acción que busca causar una reacción: estimular, irri-tar, alegrar, enojar…Y eso es lo que hace el libro de Mingardi, que es un espléndido alegato a favor de la

superioridad de eso que llamamos libre mercado (querido, odiado, vituperado, condenado, alabado, lo que ustedes gusten o mandan), pero que con abrumadora frecuencia ni siquiera sabemos lo que es.

Por eso, y esta es una de las virtudes del libro, Mingardi empie-za por irle quitando hojas a la alcachofa, por así decirlo, lo que sig-nifica ir desmontando los prejuicios, tabúes, mitos y francas mentiras que pululan acerca del libre mercado. Y lo hace con los más variados ejemplos accesibles a cualquier lector medianamente informado de las novedades del mundo moderno, y con las más diversas analogías,

Así, veremos, entre otras cosas, que el mercado NO es una fotografía, ni siquiera una película con una trama fácil de seguir, tampoco es un conjunto de señores de sombrero de copa y puro que conspiran en contra de la humanidad y de los más necesitados, se asemeja el mercado (y el símil que propone Mingardi me parece muy afortunado) más a un caleidoscopio que cambia en cada momento y que a cada cual le ofrece imágenes distintas y difícilmente legibles). El mercado tampoco es un ente dotado de voluntad e inteligencia propias. Más aún, a pesar de la famosa metáfora de Adam Smith de la “mano invisible” (que, por cierto, se menciona una sola vez en “La riqueza de las naciones”, exactamente en el noveno párrafo del

segundo capítulo del libro cuarto del tratado), sería un error imagi-narlo con articulaciones o con cinco dedos con funciones diferencia-das…No es así, aunque de vez en cuando, el mercado nos deje sentir una bofetada, generalmente en defensa propia, por ejemplo cuando un gobierno cancela, de la noche a la mañana, caprichosamente y con pretextos absurdos la más importante obra de infraestructura en curso en un país…Pero aún en esos raros casos (tan raros y devasta-dores que no debieran ocurrir en realidad) en los que el mercado o los mercados reaccionan al unísono en la misma dirección – digamos con pánico, como sucedió en los mercados financieros con la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008-, no se trata de una conspiración tramada por muchos o pocos, no, cada cual hizo, por su cuenta y riesgo, lo que le dictó su interés, y sí todos corrieron en la misma dirección, si todos salieron huyendo del peligro, no es porque se hayan puesto de acuerdo, sino porque el responsable de mantener las reglas del juego y hacerlas respetar decidió, de súbito, darle un puntapié al tablero o llevarse el balón para su casa sólo para mostrar que él y sólo él manda…

En fin…El mercado es un proceso continuo, cambiante, no persigue

un fin predeterminado, y aunque es el resultado de la interacción de miles, decenas de miles, acaso millones de voluntades NO hay forma de conocer todas esas variables simultáneamente y despejar el resul-tado de esa kilométrica ecuación imaginaria…

Mingardi recurre varias veces, a lo largo del libro, a otra ima-gen fascinante para describir al mercado. En lo personal es mi favo-rita y confieso que me apropiaré de ella: El mercado es un texto con-tinuo, incesante, que debemos descifrar en cada momento lo mejor que cada cual pueda hacerlo; con la información que disponga, con el bagaje de su experiencia, mediante la imitación de lo que hacen los otros (“¿a dónde va Vicente?, a dónde va la gente”), de acuerdo con sus deseos, necesidades, condiciones, recursos…

¿El mercado es azaroso, entonces? Sin duda.¿Es incierto? Desde luego.¿En el mercado hay quienes pueden más y quienes pueden

menos? Sí.

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¿En el mercado hay quienes saben más y quienes saben menos? También.

Entonces, llegamos a la gran pregunta que no tiene una res-puesta sencilla: ¿El mercado libre es justo?

La respuesta es “Sí, un mercado cuanto más libres son sus par-ticipantes para intercambiar, sin restricciones, es el método más justo que podemos imaginar tratándose de intercambios en los que cada cual busca satisfacer su interés, sus deseos, o sus necesidades” (y esta última salvedad la hago porque también existe la gratuidad, esto es: intercambios no interesados, como las donaciones gratuitas que no son motivadas por el interés material, por la avidez o por la necesi-dad, que obviamente no son intercambios de mercado).

Mingardi va desbaratando con gracia y con cierto sistema peculiar todas esas objeciones contra el mercado libre que desde hace años pululan en medios de comunicación, en universidades, en discursos políticos y hasta, inopinadamente, en sermones de algunos clérigos que de pronto parecen más interesados en arreglar la econo-mía mundial que en salvar las almas…

Para no cansar más al auditorio, mencionaré sólo dos asuntos, de entre muchísimos, que a mí en lo particular me han encantado en este libro. Y que encuentro que hoy día, aquí en México, en las particulares circunstancias que vive nuestro país, me parecen muy importantes.

Primero, lo que en México llamamos “estado de derecho” en una traducción deficiente, tal vez, del “Rule of law” inglés. Esto es: las reglas del juego necesarias para que haya mercados libres. El respeto a la propiedad y el cumplimiento cabal de los contratos. Sin eso, no somos libres.

Al respecto me permitiré leerles parte de las páginas 83 y 84 del libro:

“Bruno Leoni sugería la distinción entre la certeza del derecho a corto plazo y la misma certeza a largo plazo. Es esta última la realmente necesaria a un orden basado en la libertad”.

(…)“Leoni sugería volver a una idea de certeza del dere-

cho que se remonta a los romanos, que consiste en que el derecho no debe estar sujeto a cambios imprevistos o imprevisibles. Además, el derecho nunca debería estar subordinado a la voluntad o poder absoluto de cualquier asamblea legislativa o de cualquier persona, comprendi-dos los senadores u otros magistrados del Estado”

Y más adelante, en la misma página 84, una cita imperdible del filósofo británico Michael Oakeshott:

“Nuestra experiencia nos ha revelado una forma de gobierno capaz de hacer un uso muy sobrio del poder y que, en consecuencia, es particularmente idónea para preservar la libertad: se llama rule of law. Si la actividad de nuestro gobierno consistiera en intromi-siones continuas o esporádicas en la vida u organización de nuestra sociedad, intervenciones hechas por el trámite de arbitrarias medidas

coercitivas, nunca podríamos considerarnos libres…”Que cada cual saque sus conclusiones.Un segundo y último punto a comentar: me llamó especial-

mente la atención el quinto capítulo del libro, no sólo porque se refiere a un asunto que me interesa sobremanera, que es la política monetaria que ejercen los bancos centrales y sus consecuencias, sino porque, al igual que en el caso del estado de derecho o “rule of law”, es otro de los flancos en los cuales en México enfrentaremos grandes riesgos en el futuro inmediato.

En efecto, como señala Mingardi, un banco central puede trastornar de forma perversa los mercados distorsionando la gramá-tica (la sintaxis, específicamente) del texto del mercado financiero, a través de una política de dinero fácil o laxo. Un buen valladar para evitar esto es la autonomía del Banco Central, que en México ha funcionado estupendamente desde 1994 que el Banco de México es plenamente autónomo y se ha reflejado en una inflación consisten-temente a la baja.

Es preciso entender, en el caso de México, hoy y ahora, que la autonomía del Banco Central consiste en que tiene estrictamente prohibido financiar al gobierno, darle crédito. No hay excepciones en la ley, aunque si podría haber formas perversas de eludir esa pro-hibición por parte del gobierno. No me extenderé en el asunto, pero hay que recordar que ni la mejor política monetaria puede contener a un Estado que gasta irresponsablemente…y que incurre en déficits fiscales continuos y crecientes. Usando con vigor los instrumentos monetarios a su alcance, es decir: la tasa de interés de referencia, que como Mingardi señala muy acertadamente es el precio del tiempo, un banco central puede disciplinar el gasto del gobierno, encareciendo su deuda y desincentivando la propensión al déficit, pero para que ello ocurra (y el banco central sea un efectivo valladar contra esa dominancia o preponderancia fiscal) es preciso que la sociedad apoye con fuerza la autonomía del Banco y la independencia de los miem-bros de su Junta de Gobierno, de lo contrario, y otras experiencias lamentables en otros países, como Argentina, nos lo muestran, el gobierno acabará avasallando la autonomía del Banco Central.

Al igual que en el caso del estado de derecho, donde debemos fortalecer la independencia del Poder Judicial y específicamente de la Suprema Corte y de sus magistrados, también en el ámbito de la autonomía del Banco Central nos estamos jugando, todos, nuestras libertades.

Muchas gracias.

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Fotografía: Raphaël Thiémard

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Fotografía: Raphaël Thiémard

Conforme hemos abandonado la modernidad para adentrarnos en la posmodernidad, los cambios socioculturales han incrementado su velocidad vertiginosamente. En efecto, si la modernidad,

desde un punto de vista crítico, ha sido resumida por Alain de Benoist como la “ideología del progreso”, significando con esto que la misma se encuentra “construida sobre la devaluación radical del pasado en nombre de una visión optimista del futuro que se supone representa una ruptura radical con lo que le había precedido”; la posmodernidad, por su parte, realza esta lógica, para derivar en la radicalizada exigencia “deconstructiva” que parece invadir todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida de forma casi permanente.

Así como la modernidad es asociada con la democracia liberal, el individualismo y el capitalismo, también ha sido relacio-nada, atinadamente, con el comunismo (producto de una confianza extrema en el poder de la Razón), el atomismo y el igualitarismo. De esto último se desprende que autores como el mencionado De Benoist denuncien a la modernidad como la causa del ascenso de “la ideología de lo mismo”. Ocurre, en este sentido, que desligar los efectos sociales y políticos “indeseados” (por así decirlo, ubicándo-nos desde una perspectiva liberal y/o conservadora) que conlleva la apología de principios modernos tales como la igualdad ante la ley, no es tarea sencilla. La proclama de igualdad, en otras palabras, puede acarrear “efectos secundarios” determinados que, lejos de mantenerse a raya bajo la aludida igualdad frente a la ley, han desvirtuado la búsqueda de igualdad mediante ésta, dejando como efecto los nefastos regímenes socialistas y sus millones de muertos conocidos por todos. Del mismo modo, por mencionar otro ejem-plo bajo esta misma línea argumentativa, podemos otorgar prepon-derancia a la Razón moderna como fuente indiscutida de progreso científico y material (como ocurriera en los siglos XVII y XVIII), pero no podemos, como contrapartida, impedir que de ésta misma mentalidad de exaltación respecto de la capacidad del raciocinio humano brote, nuevamente, el germen de la ideología socialista.

Así las cosas, nuestra escueta referencia al fenómeno de la modernidad no busca más que demarcar el nexo fundamental

LA POLÍTICA POSMODERNA: ¿UN RESURGIR IDENTITARIO?

existente entre las concepciones de aquel mundo moderno y el actual posmoderno. Es decir, para ponerlo en palabras de Zygmunt Bauman: el paso de “la fase «sólida» de la modernidad a la «fluida»”. En virtud de esto último, si bien es cierto que determinados pensadores han suge-rido que la modernidad y la posmodernidad son antagónicas, dado que, de analizarlas epistemológicamente, la posmodernidad también ha sido llamada “antimodernidad” toda vez que ha sido reducida al imperio de la Razón, mientras que la posmodernidad al de la antira-zón, esto representa solo un enfoque sucinto, por lo general excluyente de numerosos corolarios políticos, algunos de los cuales hemos men-cionado ut supra.

Aclarado esto, entonces, podemos aseverar que el movimiento en el cual nos encontramos inmersos, ya sea que lo llamemos posmo-dernidad, “modernidad líquida” o “hipermodernidad”, ha venido a superar a la modernidad en la medida en que ha sabido trastocar de raíz las viejas cosmovisiones para, lejos de instalar nuevas categorías fijas, dejarnos flotando en un universo de indefiniciones. Lo inestable, lo efímero, lo volátil, lo intrascendente o lo frágil son solo algunas de las cualidades con las que suelen describirse los tiempos que corren. Así, en definitiva, también la política ha debido adaptarse al contexto descripto de cultura carpe diem.

Ahora bien, si se trata de capitalizar políticamente los tiempos posmodernos, debemos sincerarnos: la izquierda ha sido preponde-rante. La reinvención del marxismo, en lo que implicó el paso de su faceta clásica a lo que conocemos como marxismo cultural, significó, precisamente, una implícita aceptación de la derrota de las propias ideas en el terreno económico, confirmada años más tarde con la caída del Muro de Berlín. Pero, si bien existió como dijimos, por un lado, una admisión del fracaso de dichas ideas, por el otro surgió la necesidad de un cambio de táctica: frente a la imposibilidad de negar la evidente realidad, hubo que relativizarla. Así, tanto el dato empírico como el rigor de las estadísticas fueron sustituidos por un relativismo epistemológico fundado en las percepciones y sensaciones personales que podemos sintetizar en la recurrente expresión “cada quién tiene su verdad”, ofrecida como solución luego de ciertos intercambios o discusiones en los que no exista una postura unánime.

Puesto que, a pesar de lo enunciado hasta aquí, no es objeto de

ERICK KAMMERATH

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este breve artículo profundizar en lo lazos existentes entre las ideas izquierdistas y la posmodernidad, simplemente nos limitaremos a destacar la “utilización” que existió, por parte de la intelectualidad posmarxista, del contexto en el que la posmodernidad nos sumer-gió. A este respecto, si bien el estratégico reemplazo en las ideas de la doctrina marxista -esto es, el de la “estructura” (económica) por el de la “superestructura” (cultural)- comenzó varias décadas antes con las nociones de pensadores de la talla de Antonio Gramsci, no fue sino hasta el siglo pasado en donde se dejó atestiguar su auge, siendo el Mayo Francés la máxima expresión política de los orígenes posmodernos.

Frente a este panorama, la referida utilización política de los tiempos que corren supone, necesariamente, tal y como lo ha comprendido el posmarxismo, la búsqueda de nuevos sujetos para la revolución. Pero estos sujetos (en plural), ya nada tienen que ver, como arguye el filósofo Slavoj Zizek, con el viejo y clásico proletaria-do, es decir, con la antigua concepción marxista del sujeto revolucio-nario. Para expresarlo mejor: según Zizek, las características propias del proletario de antaño (su pertenencia a la parte más pobre de la sociedad, a la más poblada, la creación de riqueza en beneficio de otros, etc.) aunque todavía existen, ya no se encuentran reunidas en “un solo sujeto”. De ahí que, para éste, “el mismo concepto de proletariado se convierte en una “categoría cambiante”. Con esto, lo que Zizek expone es la necesidad de buscar lo que él mismo deno-mina como “posibles posiciones proletarias”, que no estarán en otro lado más que en los (múltiples y diversos) “agentes de cambio” que reemplazarán a la vieja clase obrera.

Habiendo llegado este punto, parece necesario recopilar: el escenario posmoderno, cambiante e inestable como es, ha generado sujetos excluidos e inseguros. Sujetos que, desde un punto de vista fundamentalmente psicológico (a diferencia de antaño, ya no se mide su condición en términos estrictamente materiales) se hallan, aunque sea de a momentos, en “posiciones proletarias”. Así, bajo el instrumento adecuado, y un correcto aprovechamiento político, estos sujetos resultarían idóneos como potenciales revolucionarios. ¿Pero cual es, en conclusión, el referido instrumento político? Tal y como lo señalamos en nuestro título, estamos haciendo alusión a la identidad.

La identidad es, en resumidas cuentas, y a modo de conclu-sión, la herramienta a la cual la nueva izquierda ha recurrido para articular sus renovados movimientos alborotadores. Esta transfor-madora manera de hacer política, insistimos, a todas luces identi-taria, bajo la que los individuos son reducidos a simples engranajes funcionales a las causas del progresismo más radical, al formar parte de colectivos basados mayoritariamente en el género, la raza o la religión, entre otros sustitutos de la clase social, ha generado a la postre, como lo demuestran los principales países de América Latina (con las políticas de género) o de Europa (con el multiculturalismo) el indefectible agrandamiento del Estado. Siendo esto así, y sin más pretensiones que la de exponer una reflexión apenas introductoria, es que nos incumbe, mediante nuestro exiguo artículo, poder adver-

tir respecto de los peligros que las modernas formas de colectivismo representan, como asedio a los derechos más fundamentales del indi-viduo, y, por lo tanto, a las libertades más elementales del hombre.

REFERENCIAS:De Benoist, Alain. Nosotros y los otros. Problemática de la identidad. Torredembarra (Tarragona), Ediciones Fides, 2015.Bauman Zygmunt. Identidad. Buenos Aires, Editorial Losada, 2010.Zizek Slavoj. Pedir lo imposible. Madrid, Ediciones Akal, 2014.

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L a Libertad es uno de los bienes más importantes con los que contamos los seres humanos. Tiene sin duda una enorme - utilidad práctica. A mayor libertad, mayor seguridad y prosperidad. La capacidad de tomar

decisiones permite a los individuos probar nuevos caminos y buscar constantemente una mejoría. Por esta razón las naciones que tienen mayor desarrollo y bienestar son también las que gozan de mayor Libertad.

La Libertad, sin embargo, es mucho más que un simple factor para promover la convivencia o la prosperidad. Sin Libertad no hay dignidad. Donde no hay Libertad viven esclavos.

Hemos llegado al extremo de que los enemigos de la Libertad usan a la Libertad como excusa para negar la libertad.

La Libertad está hoy en riesgo. Cada vez son más intensos los esfuerzos por limitarla. Los políticos que la defienden en las tribunas, en la vida diaria la restringen, deciden por los ciudadanos cuáles libertades son adecuadas y cuáles no, creen saber en qué aspectos podemos ser mayores de edad y ejercer el libre albedrío.

Caminos de la Libertad es una invitación, una provocación a ser libres, a reflexionar, a atrevernos a aportar, a discutir y a proponer.

Ricardo B. Salinas Pliego

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