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¡ulio 1967

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#numero uno

Latitud Surrevista de literatura

poesía prosa

3 a m'odo de presentación

18 samuel beckett poemas 38-39

7 maría Inéssilva vila conspirador en general

director responsable: miguel padilla

redactores: cristina perí rossienrique fierroalberto mediza

5 alheño mediza poemas

13 ruben kanalestein cuentos

•.6l

22 helena plaza nobría poltergeist

26 selva márquez poemas• toda correspondencia, deberá dirigirse a: 26 de marzo 3325 bisap. 2 - m·ontevideo - uruguay.

no se devuelven originales. .

PRECIOS: Uruguay, $ 70.00 - Exterior, U$S 1.00.

29 miguel padilla f,ofodrama reconstruido

31 cristina perí rossi federicoo las muecas

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. ,.Intr

"Vend7án otros horribles trabajadores, ycomenzarán por los horizontes en queotros han caído".

RIMBAUD

lJban ya como doce o trece veces que nos reu­níamos en el apartamento, mirábamos el mismo re­trato de Casal, la serie de fotografías de Ortiz Sa­ralegui de pie, sentado, de perfil de espaldas salu­Ciando, conversando con Juan Ramón, con juanacon Neruda, mirábamos por el gran ventanal l~calle Massini, el poco tránsito; Teresa Vázquez :nosapremiaba ("Hay que decidirse", decía, a la mediahora de haber logrado reunirnos, teléfono, teléfo­no~ teléfono mediante), cuando ya, desesperada,vela que la conversación de Fierro se iba deriva­ba hacia la misma ve.ntana, y desde alÍí, quiénsabe adonde, y que Padilla miraba el reloj, porque,otra vez, se le hacía tarde. A veces conseguíamosque Fierro llegara solamente dos horas tarde, oque, al fin, leyera el décimonoveno manifi€sto ela­borado por el Sr. Director. Otras veces, sólo podíapade;er~e el verano, la agitación, o la angustiaeconomlca: Yo tIlO tenía dinero para comprarle elrollo a la cámara fotográfica con la que, natural­mente, tomaría las fotografías que usaría en milibro, Enrique no tenía ni para el ómnibus, ni parala nafta de la motoneta (Padilla no cuenta porquees bancario. Acá, todos los días, se hacía lugar au~a larga serie de imprecaciones, por parte deFIerro y mía, que en el fondo no eran más que unlargo llanto a destiempo por haber preferido, du­rante la delirante adolescencia, las letras a los nú­meros, una desvencijada tarima del liceo a la ofi­cina, la literatura (¿?) a la especulación). "Yo nopuedo firmar esto" -decía, al final Fierro, moles­to p?~ el calor, por la ausencia de dinero, por elmanifIesto que no salia, por el qUe había sido re­dactado, por el liceo, por los números, por la gue­rra del Viet-Nam.

Teresa Vázquez rezongaba: "Así no se puede ha­cer nada. Yo dele y dele copiar manuscritos, y us­tedes, todavía revisando el principio". "A mí loque me importa es la guerra del Viet-Nam", dijo,una vez más, Fierro. "A mí también" dije yo. Pa­dilla coincidió. Y entonces, ¿el problema de lasgeneraciones? ¿Y la literatura "nueva"? ¿y la poe­sía apocalíptica? ¿Y la cinética? ¿Y la influenciade la nueva novela? ¿Y la literatura urbana? "Yoestaría de acuerdo, por ejemplo, en dedicar un nú­mero entero al Viet-Nam" (Fierro). ¡Luz! ¡Acción!¡Cámara! ¿Existe la nueva literatura? ¿Quiénes so­mos? ¿A quiénes representamos? ¿Quiénes nos ,co­nocen? ¿Cuáinto importamos? La melancolía me ve­nía de viejas lecturas y de algunos versos mal me­morizados, pero ya sabía por qué ("vos que sos laprosista de la revista") no podía decir nada en unmanifiesto, que no, fuera parcialmente falso, encu­bridor, forzado, fantasmal y deliberado: hasta esinútil admitir qué inútil es la lengua escrita, laerudición, la toma de conciencia, la poesía cinéti­.ca, cU8Jndo nos detenemos a mirar una fotografíacualquiera de quienes no son como nosotros, vivenotras muertes, se van despellejando por los días ydesaparecen por grupos, a racimos, sin conocer eldulce nombre de Laura o de Petrarca. Sin conocer,~ucho' menos, 10 que nosotros hacemos, uno a uno,mtentando trepar sobre los otros; muriéndonos detontas muertes tndividuales.

Así, simplemente, descubríase la mayor coinci­dencia, la clave urdidora, el eslabón que nos reu­11ía: delante de algunos acontecimientos, de dolorestan prolongados, la mera enunciación de otra cosael asomo de otra realidad debe callar, hundirse e~el pudor. Un pudor que nos borre, que no nos per­mita siquiera la inmodestia de hablar en favor deldolor.

Vale, pues, la cita de Rimbaud para un puebloentero que horriblemente la ejecuta día a día, ypara nosotros que la transcribimos, seguros tam­bién de que otros enardecidos o pálidos jinetesvendrán a sustituirnos a su hora, y a empezar, so­bre nosotros, entre nosotros, después de nosotros;ellos quizás sepan entonces qué es la literatura,cuál su importancia, su función, si debe o no sersocial, si mero juego o fantasía diletante, o basti­mento.

c. P. R.

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I rt ..I

hermoso fuego de bestias sed

Hermoso juego de bestias, la indiferencia.

país

Sed todo devorahombre perdido formas gestos

risa de los hábitos con1unessecándome la piel

comiéndome los huesos

otro país memoriani frontera

tierra sólo verde reseca escondíansueños debajo de la mesa

gargantas

Si tus huesos son tan tibios corno[la piel

Que hoy acancIO,.L me pasaré todo el invierno

trepándome por ellos.Subiré h,asta tus senos y les diré:

Amo tus piernas. Por las noches tu lengua me[rodea

y mis ojos sólo cuentanpara entrar en tu cuerpo y devorarlo.

despertar«Ah mis hermosos frutos,

vuestros jugos salvajes son la sal de la[tierra".

palabras infestadasun humo gris muertes lentasseguras

sobre la noche y por debajo de los días.mundo

tiempo

~m(wfidad primariamateria

andando

Ciudad dolor tristeza en blancoárbol esqueleto de pie sobre los días calleresignación círculo ardiente derrumbe del

[amorcarnicería pozos de sangre llanto y venci-

[mientotúnel desesperanza sudor puertas ventanasmuros impenetrables cristal ojo partidohombre desorbitado espanto gritogarfio de la razón máquina espermaesclavo domador ángel dormidopadre hijo mujer hermano amantecarne conjugación tierra y espaciolátigo vengador 111Uerte distanciasonámbulo cadáver hambre vida

las ciudades crecíanedificios

madre vientre manos febrilescabezas rotas

golpesde no sé qué miseria

ni destinolos amos paraísos sobre un trozo de pan

sudor gusanospaís

otro país memoriani frontera

homb1'e perdido formas gestosrisa de los hábitos comunes

vidanunca llegada en hora

Alher:l:o Mediza (Cardona, 1942) es. entre los escrifores jóvenes, uno de los que han realizado unamás amplia y fecunda labor cuHural, Crítico y autor teatral, vinculado a la dirección de páginas litera­rias. adapfador de piezas teatrales, poeta: a traJVés de todas estas actividades se percibe una de las ca~

racferís:l:icas de su obra: el deseo de una comunica ,ión amplia y fecunda con el público.Sin embargo, ha publicado un solo libro de poesía: Descomposición y Ofras Señales. 196'7.Damos aquí algunas muestras de su poesía. no con afán tasafivo, sino tratando de mostrar algunos

de les caminos por los que el poeta continúa la bús~ueda d.e 'un lenguaje a la vez variado y personaLcapaz de expresar la compleja realidad en que vivimos.

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contrapunto maria

ilin ;s sil,-

rla

Concurrí a la cita provista de· mis armas más efectivas contra la previsible timidez que me so­brecogía, era esperable, a los pocos pasos dados sobre el pavimento nuevo de Carrasco, a las primerasinhalaciones de un aire tanto más lento, tanto más calmo, tanto más puro. Quiero decir con esto que mearmé de mi cámara fotográfica y de un amenazador block con su lápiz mecánico correspondiente. Al fi­nal de la entrevista, -inusitadamente~, debo confesar que la cámara sólo había registrado la doble hi­lera de álamos que acompañan la entrada del visitan te a la casa de María Inés, y el block, el block estabavacío: la conversación con ella había sido tan natural, tan agradable, tan fluida, que el lápiz, mudo, flotóen el aire siguiendo las hipérboles del humo azul d 3 los cigarrillos fumados con nerviosismo por mí, conelegancia reposada por María Inés. La cordialidad había nacido espontáneamente, pariente de algunas afi­nidades indisimulables descubiertas en la co,nversación que se desarrolló como una corriente, con su rit­mo y su color. De mis lecturas, había surgido una escritora vuelta con morosidad, con afán, a un mundomelancólico, flotante entre las penetrantes observaciones psicológicas y las incursiones a un país de fan-­tasía, a un mapa de imaginarias geografías. ("Felicidad y otras tristezas", Arca, 1963.) De esta primera en.trevista, recogí la impresión de un ser humano abierw al exterior, que enfrenta la actividad de escribircomo una tarea paralela a las demás de viviente, sin especular con su posible trascendencia, sin atribuirleuna jerarquía espe.cial en la suma de, oficios terrestres: sospecho que un gusto semejante por lo vivo, portodo lo que alienta, le corre por el cuerpo cuidado, e :1cerrado entre lineas que mantienen una estricta re­la,ción, le inunda también una sensibilidad atenta, despierta a casi todas las cosas. Es, a una altura de lavida, -de la madurez intelectual- en que sus dotes para la narración corta se han encauzado hacia laobra de gran aliento, de disciplina sostenida, -la novela-, una buena escritora. Ella misma piensa y sien­te que los ritmos de la prosa corta, los mundos sinópticos, del cuento han dejado paso al universo profun­do y diverso de la novela De su primer inta.l1to en el género, -inacabado aún-, ofrecemos este fragmen­to. Implica un cambio apreciable en el estilo y en la concepción; ingresa el humor, desaparecen los maticeslíricos, los personajes adquieren solidez, profundidad. Hay un enjuiciamiento de una épo,ca y de un modode vida evocados con ironía, ¿.con nostalgia? El lector juzgará las nuevas aproximaciones a la incógni.ta de existir. C. P. R.

:L\Jaría,el país blanco en que vivimos,

tardes, noches,días que se estiraban como culebras,

meses como lagartos, añoscomo feroces animales,

ya no existe.Ha desaparecido

en los terremotos del tiemposepultado bajo los escombros de nuestra Ínti­

[ma ciudad;no pudo resistir al incendio.

Vinieron los bomberosC0l1 sus largas mangas,

llenaron de agua las habitaciones,voltearon puertas, inundaron espejos

donde estaba tu rostro conservado.Todo fue devorado

y consumido:las llamas volaron demasiado bajo.

Nada quedóde nuestro territorio,

talvéz,vastas planicies

donde la mano del hombre ya no sirve.Oh María, mi muy María,

no olvides tus brújulas y mapaspara este viaje de memorias.

No olvides tus delirios,no olvides tu corazón

si has de volveral país blanco,al país tibio,álpaís imposible

que juntos recorrimos un día.

Ciudad desmanteladade soles y palomas,

tus sólidos gusanosrozan los altos campanarios

y aspiran en los huesossoledades plomizas.

y todo comenzó-:Montevideo Abril 54-,

una mañana de cabanos tristes,de sirenas urgentes, de llantos

y letrinas conjugadosen el verbo esencial de la ternura.

("Y el amor que es tan viejo como el odio,y el odio

que es tan viejo como el alma").Hubo de ser la noche

redoble de semáforos-ombligo que desangra las tristezas del mun­

[do-oCY el alma que es tan vieja como el hombre,

12 asesinos detrás de una palabra").Habrían de encontrarlo en un rincónabriéndose la frente con sus manos

-los buitres que giran en órbitas vacías,cadáver de un reloj-o

Sus aullidos,se treparon al cielo

para que Dios guiñara, ... el ojo grande de la nluerte.

('Y el hombre que es tan viejo como el mun-[do").

Dejó su corazón sin darse cuenta,detrás de las columnas

y el humo de las fábricas.('Y el mundo que es tan viejo como Dios").

No se pudo evitarque enh'eabriera los labios y dijera:

("Oh tiempo,caracol encendido de palabras

que vives en el aire,si alguna vez me miras y descubres,

no le digas a nadieque la naturaleza

tiene crueles venganzas.

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sino después. Vm"dad es que la noticia lo ha­bía ilusionado; aquello era la piedra del es­cándalo, podía ser el comienzo de' una nuevaépica. Hasta llegó, a limpiar .sus armas {' aaprontar un maletm con su ajuar de belIge­rante. El poncho que blandierw en la revolu­ción de 1904 quedó sobre la cama y fueronmuchas las noches que se tapó con él sin des­vestirse; aún acostado el general estaba enpie de guerra.

Esperaba un llamado, no sabía de quién, delos unos o de los otros, pero no vino.

Después de unos días de tensión, Salto fuecayendo en la calma. Aquello era más de loque Martín Saavedra podía soportar y en unamanecer de abril abandonó la casa y el pue­blo, emponchado y armado hast~ los dientes,un susto para la gente del vagón que se pre­guntaba de dónde había salido, hasta que setranquilizaron con los ronquidos creyenclo quedormía, cuando en realidad cabalgaba haciael sur, sobre un caballo blanco, pues jamáscampaña libertadora alguna se ha emprendi­do en ferrocarril.

El general estaba decidido: Tena no lo ne­cesitaba, los desterrados, sí. Con las palabrasdel himno, sus voces interiores amenazabansin cesar: "tiranos, temblad", luientras él avan­zaba impertérrito sobre :rvlontevicleo, aunque,c1aro, su verdadera meta era la Isla de Floresy el rescate de prisioneros.

Llegado a la capital acampé> en las afuerasy se dispuso a dormir al sereno, no sin antesdeclarar oficialmente sitiada aquella plaza.

A la mañana siguiente se le hizo el des­pertar como un buen sueño, porque no bienincorporado avizoró al emisario que se acer­caba, tan vencido, que ya de lejos venía anun­ciando la rendición del déspota. Traía algo ala rastra el personero y era de todo ver queno l?odía ser otra cosa que' la llave de la ciu­dad, de la cual, sin lugar a dudas, le haría en­trega. Preparóse, dominador, para la ceremo­nia. Pero a su vez el mensajero, al verlo, sedetuvo y levantó 10 que venía pesándole. Yasí quedó: con la guadaña destellando al pri­mer sol y tan fiero como la muerte, aunque notanto como el propio general, que seguí,a per~

trechado y de tan mal talante que el pobre

(fragmento de novela)

e ns

Bernarda, que en los últimos quince añoshabía leudado hasta llegar al doble de su ta­maño, como toda buena masa sometida al in­flujo de un elemento inalterable' (no hay me­jor levadura que un pensamiento estático; deahí la facilidad para el engorde que goza todoconservador declarado o en potencia) abrió lapuerta del escritorio y quedó clavada en susitio sin atinar a nada como no fuera seguirmirando lo que sus ojos se negaban a creer.No era animal el que gateaba sino su propioy septuagenario hermano, haciendo de la al­fombra colorada un campo de batalla ocupa­do por las huestes más aplomadas que jamásse viera, porque de soldados de plomo se tra­taba y por ende, tranquilos ante el peligro;que no era otro que el de derretirse, en casode que al general le diera por jugar con fuego.

-A sacarse los ponchos que en el otro mun­do no hace frío! -dijo el guerrero agachado,sintiéndose un jinete del Apocalipsis, tal vezlos cuatro jinetes del Apocalipsis.

A manotazo limpio hizo avanzar la caballe­ría sobre los tiernos infantes que puso en reti­rada con la punta del ciclópeo sable.

Así empezaba, cada día, la heroica recon­quista de entrecasa; porque, aunque nadie 10sabí~, su may~r ambición era recuperarle a lapat~la las MISIones; y los madrugones, la gim­naSIa e:r: ropas menores y las largas marchaspor la VIa del ferrocarril no eran capricho sinoconcienzudo entrenamiento para que la opor­tun.idad ~o 10 en,contrara malparado, con lasarti?uJaclOnes mas duras que engranaje sinaceItar.

También se había preocupado por manteneren actividad su espíritu castrense, nutriéndosede las sabias enseñanzas de la historia, otean­do en los horizontes más antiguos las banderi­llas del poder, que a tal punto le sabían a glo­ria que no le dejaban ver lo que habían'las­timado.. ~odía gemir la bestia ,abajo todo lo-que qUIsIera; el general seguina cantando lal\1al'seI1esa durante sus abluciones matinales.

De la misma manera había entonado la can­ción marcial camino del destierro muchosaños antes, en el treinta y' tres. '

El golpe de Estado le había hecho el efec­to de un bofetón; no. en el primer momento,

.8

ir d r n n r Ipaisano, asegurando su defensa con la diestra,se persignó de apuro con la izquierda y fueretrocediendo a campo abierto y después giróy huyó, chaplinescamente, hasta perderse enlontananza.

Vuelto a la soledad, el sitiador, resolvió quelo acertado era seguir a la espera de noticiasy si bien no las tuvo del enemigo, le fueronllegando de su estómago; y cada vez más acu­ciantes, pues el hambre no exime a los valien­tes; visto lo cual, cayó en la cuenta de que ennada resentiría' su empresa, salir en busca desustento, ya habrían de dar con él en cualquierparte.

Empezó a andar y como estaba debilitadopor falta de alimento, por más que se trataradel patrio y querido suelo, caminó a disgusto,añorando en la flora exuberancias tropicalesy envidiando a alguna que otra vaca suburba­na que pastaba a sus anchas, masticando gra­milla.

Recién con el despunte de las primeras ca­lles renaci6 la esperanza. Apenas se habíainternado en una, cuando ya estaba tropezan­do con el almacén de sus susph'os; pero comollevára sus dineros muy trabados en cinturónpegado a las costillas, tuvo que conversar aldependiente' pidiéndole extravagancias que loobligaran a volverse y buscar y rebuscar enlos estantes, mientras él, con cuidado, bajabadel mostrador un queso hasta el suelo y loponía a rodar hacia la calle.o ~Qué fue eso? -.-preguntó el almaceneroalertando por la rotación.

-Ratas! -vociferó Martín-. Qué clase dealmacén es este!- y se ingenió de inmediatopara dejar sus compras en veremos y ganar lapuerta todavía furioso, justo a tiempo paraver al muchachito que le robaba el queso. De­más está decir que lo corrió y que dándolealcance, con brusquedad recuperó su almuer­zo.

A todo esto, advirtiendo que el almacenerose le venía encima dando gritos, puso pies enpolvorosa y doblando la esquina aprovechó elalivio para esconderse en. una casa en demoli­ción, silenciando el jadeo.

Apenas tranquilizado,. tomó el queso de bo­la con ambas manos, como si fuera a adivinarel .porvenir, y acometió contra él sin hacerleasco a la cáscara, cómodamente entronizadosobre el más reconocible escombro de una vie­ja letrina.

Una vez saciada el hambre y. después dehacerse una siestita, procedió a rebuscarse,entre las ropas, el dinero para' el tranvía.

Ya anochecía cuando llegó al hotelucho, enla zona portuaria. Allí se instaló y allí pasó,

sin duda, las horas más largas de su vida, por­que la prudencia le impedía salir de día yantes de animársele a la oscuridad, espiabaprimero por la ventana de su cuarto y despuésdesde el zaguán.

Su primer salida fue tranquila. Demasiadotranquila. No había nadie por las calles yesolo hizo sospechar de que estaban puestos enaviso de su llegada y dispersados para indu­cirlo al engaño de que todo estaba en calma.

La segunda noche, en cambio, hubo de an­dar hacinédole escaramuzas a las sombrasque se le pegaban y volvían a alejarse y ~van­

zaban de nuevo; por momentos le parecio quequerían someterlo a un disimulado cacheo,que él se apresuraba a esquivar.

Oyó murmullos, creyó advertir que lo lla­maban con fingido afecto.

Cuando ya estaba por llegar de vv.eIta alhotel y a la luz vaga de un farol, le salió alcruce una muchacha.

-Vamos, viejito?-Déjeme pasar, caraja! -se enojó el gene-

ral, continuando su camino.Lo que más lo indignaba era pensar que lo

habían tomado por estúpido; que por un mo­mento se les hubiera pasado por la cabeza queél iba a caer en una trampa tan burda. No senecesitaba ser muy sagaz para darse cuentaque "esa" también era de la policía secreta.«Sirenas a mí!", "Sirenas a este viejo lince!",pensó, y se durmió orgulloso de sí mismo.

Al otro día, sin embargo, empezaron a ata­carlo ciertas dudas sobre su conducta de lavíspera. Descontaba que había actuado astu­tamente al no aceptar la viperina invitación,pero comprobaba con tristeza que de algunamanera se había apartado de los caminos dela grandeza, que exigen ser recorridos hastael final.

Esa noche salió decidido a todo. Tomó unacalle diferente, que no había recorrido hastaentonces. Montevideo se ofrecía cambiado,desde sus épocas de 'la Academia. Era unaciudad desconocida, o tal vez, simplementela había borrado de su memoria. Nunca sepermitió simpatizar demasiado con la capital;era salteño de pura cepa.

Pasó frente a algunos bares y sintió que 10vigilaban desde adentro, que toda esa gentemetida en los infectos retretes hacían comoque seguían en 10 suyo sin sacarle el ojo deencima.

De pronto se encontró en el puerto. Tresdías había tardado en encontrarlo a pesar deestar tan cerca, pero hubiera sido imprudenteandar preguntando; por otra parte, siemprese había tenido fe en materia de orientación.

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Caminó un rato por el muelle, costeando losgrandes barcos,1 entre las grúas que se levan­taban como los brazos de las horcas.

Fue esa misma fecha -su tercer día deconspirador indepel1diente- cuando pudo ne­gociar su viaje. Ya a punto de abandonar elpuerto, encontró al hombre y luego de expo­ner con ardor sus libertadoras intenciones, yprevio pago, ahí nomás quedó cerrado el ne­gocio y sellado su destino.

Agradecido el general con aquel valienteque así se empeñaba en acompañarlo en sutelneridad, se sintió obligado a presentarse.

-Mi nombre es Martín Saavedra Saavedra.De los Saavedra, de Salto.

-Yo; Juan Pérez. Fijesé!!!-Entonces, para mañana?-Ya es hoy: cuando salga el sol.- Puedo llegarme al hotel?-Duerma un ,rato, si quiere. Todavía no son

las dos.Las calles estaban más oscuras. Sólo los ca­

fetines aparecían encendidos como pequeñosescenarios de teatro.

-No querés entrar, morocho?Iba a seguir de largo, pero se volvió. La mu­

jer se re(:ostaba contra la hoja cenada de lapuerta; la otra estaba entornada y dejabapasar la' luz de adentro sobre la gran cabezarubia. No tenía alternativa. "Por la patria",pensó, y enn'ó al corredor largo y descascara­do. Las botas de campaña se le pegaban con­tra las baldosas que manaban agua. No podíaseparar los ojos del enorme globo empolvado,hecho de bucles y algún rizo en la nuca. Lacabeza de :María Antonieta, su mismo perfu­me.

-Ponéte cómodo -dijo eIIa con voz ronca,mientras empezaba a desvestirse.

El se quedó donde estaba; no iba a desar­marse ahora!

De pronto algo cruzó el aire; la cabezaanlarilla cayó 8.0bre la cama. La guillotina!,pensó mirando la peluca. Se volvió hacia ladecapitada: era un hombre innegablementeun hombre, porque estaba desnudo.

-En seguida estoy -dijo el traidor y ocultósu oprobio detrás de un biombo.

Aprovechando la ocasión que se le brinda­ba Martín se acercó a la silla donde el otrohabía dejado el disfraz y tranquilizado por elruido del agua que salía del biombo lo revisótodo intrépidamente, hasta los rellenos delcorpiño que eran de algodón en rama; y antesde que fuera demasiado tarde se escurrió delcuarto robándose la cartera que aún no pu­diera inspeccionar y salió a la calle en menosde lo que canta un gallo, que siempre es más

de lo que tarda un general cuando se da a lafuga.

Durante todo el camino de regreso lo preo­cupó la misma interrogante: ¿por qué aquelasesino a sueldo tenía que matar desnudo?Ritos fanáticos -terminó contestándose, depuro racionalista.

La cartera fue una desilusión. Sólo conte­nía dinero, dos billetes, un depilatorio y lafotografía de un levantador de pesas recorta­da de un diario. Nada que pudiera usarsecontra el gobierno. Ni siquiera el dinero, se­guro jornal de las infamias. Sus pTincipios leimpedían gastarlo aún en favor de causa tannoble como la suya. Por lo cual, antes de em­barcarse, se lo entregó a Juan Pérez recomen­dándole que no bien estuviera de regreso, seocupara de devolverlo. La dirección se la dioexacta, porque buen cuidado había tenido deanotarla, pero el nombre no pudo decirlo por­que no lo sabía. Por más señas le recomendóque buscara una mujer que en realidad erahombre, que con eso bastaba; aunque lo cier­to era que era al revés y el otro debía sospe­charlo.

-Fijesé! -fue todo el comentario de JuanPérez y se guardó el dinero. Pocos minutosmás tarde se habían hecho a la mar.

«Quién lo iba a pensar de semejante hom­bre"! -se decía el lanchero para sus ac1enh'osmirando de reojo a su bragado acompañante.

:Martín Saavedra, libertador al fin, se negóa sentarse; desafió las primeras embestidaselel Plata todo de pie, sostenid~ por la gran­deza del momento.

Como la situación pedía a gritos que izarauna bandera y no tenía, desplegó una camisaque la primera oleada de verdad dejó a n1ediaasta y a él, sentado.

Tan pálido estaba cuando desembarcó-empujado por Juan Pérez nluy urgido ahorapor regresar- que los guardias seguramente10 confundieron con un fantasma y se abstu­vieron de hacerle frente. LO· miraron y empe­zaron a alejarse, haciendo que charlaban yfumaban, despreocupadamente. Tuvo que co­rrer tres ellos dando voces y bamboleándosecon el mareo de tierra que le había dado,llegándose a sentir tan mal que se vio forzadoa actos de: arrojo que no enn-aban en sus pla­nes, por no ser precisamente de los más enal­tecedores. Semejante exorcismo involuntariopuso al general fuera de sí, por lo menos enparte, y le dobló el resto en dos, la cabezacolgando, sobre la incipiente barriga, abisma­d? en la, contemplación de sus propios demo­mas. ASl se mantuvo un rato, disin1ulando elalivio porque había oído el paso de los guar..

dias que ahora sí, venían cercándolo, presun­tamente envalentonados por un percance máspropio de hombre que de aparecido.

-No disparen, cipayos, estoy de espaldas...-gimió 11mtín que, por cabizbajo, estabaquebrado.

-Se está haciendo el loco -dijo alguien.La expresión lo sublevó e intentó incorpo­

rarse, pero un lanzazo de dolor lo dejó atas­cado, a medio enderezar.

-Ay! -gritó-o Muerto soy y me matan atraición!- y en una especie de zambullida diocon su cuerpo en tierra, las manos en la riño­nada ...

Muy pronto, la solicitud de los soldados quelo ayudaron a levantarse, lo convenció de queesa vez, por 10 menos, el ataque venía de supropio lumbago; pero por más desensober­becido que estuviera, no bien pudo parar ro­deo a sus huesos rechazó todo comendimientoy cerrando los ojos, con los brazos extendidos,dio un paso atrás y se aprestó para el marti­rio.

-Dónde están las cadenas? -preguntó.Los soldados, que no eran más que dos, se

echaron a reir a grandes carcajadas.-De qué circo te sacaron?-Shh. .. no será un espía que ...-Dónde viste espías con reuma?-Pobre cachivache!Jamás había previsto el general que su cru­

zada provocara aquel jolgorio. Pero las perso­nalidades fuertes nunca se descolocan.

-Rían nomás, cancerberos! Ni hoy ni nun-ca podrán reir de haberme visto temblar!

-Qué hacemos? ...Los documentos: tiene?-Les advierto: sólo acepto la compañía de

mis iguales.-y quiénes son tus iguales? La isla del Mo­

no queda para el otro lado.-Los insurrectos! Esos son mis iguales!-Tiene los papeles en orden y no está re-

querido. Qué hacemos con él, Figueroa?-Yo me entrego!-Tengo una idea; Mario debe estar toda-

se nos quede en la isla. Todavía nos va a me­ter en un lío.

-y si le Viendo los ojos?vía. Pero cuidado que no se vaya a escapar y

-Fusilamiento? -se alarmó el prisionero.Le taparon los ojos con una bufanda.Avanzó como un sentenciado a muerte, con

la respiración de su guía soplándole sobre elcostado de la cara.

De pronto, el silencio fue quebrado por ungemido.

-Deiálo en paz -dijo el de adelante- esun infeliz!

-No le hice nada! Está doblado de nuevo,es el lumbago.

-Haga un esfuerzo, viejito, ya estamos lle-gando.

-El maletín! -se lamentó entreparándoseMartÍn-. Dejé el maletín!

Su acompañante 10 tranquilizó: -Lo tengoyo. Tome.

-A dónde me llevan? Dígame si es el final?Sí, debe ser ... Un cura, caraja! -y volvió apararse hecho un mártir encapuchado el trapoescocés de la bufanda.

-Un paseíto, nomás. Así conoce la isla -ylo empujaron vivamente.

- :Mercenarios!-Ahora salte. Vamos! Salte!El general ton1ó impulso, dio un paso en el

aire y cayó sentado; sintió que se resbalabasobre algo frío y escurridizo y que estaba me­tido dentro de un olor que volteaba.

-Esto si que no se lo regalo -dijo el solda­do y le arrancó la bufanda rudamente.

Estaba acostado encima del pescado, enotra buceta igual a la anterior. Los' otros doshablaban con el pab'ón en la orilla.

Se levantó h'abajosamente y buscó en vanoun lugar más limpio, trató de hacerse un sitiocon las manos, ahuecando un lugar, pero lasgrandes corvinas lo llenaron de nuevo como sifueran agua. Quedó de pie, sin decir palabray así siguió, hundido hasta las rodillas en elblanco frío, mientras desamarraban entre lasburlas de los guardias que no tenían miras deparar. Entonces, sin inmutarse, el general hi­zo la venia y no deshizo el saludo hasta que sealejaron. Las dos figuras quedaron paralizadascorrespondiendo al signo mágico. Parecíandos soldaditos de plomo. Habían caído unoscuantos sobre la alfombra colorada:

Bernarda se hizo a un lado para esquivar ladescarga del cañón improvisado por su her­mano con fósforos y papel de chocolate.

Martín se había mantenido en posición has­ta que la isla de Flores se perdió de vista. Pro­bablemente hubiera seguido así para siempre,pues hacer la venia era su mejor manera deacomodarse en el mundo, si las olas que em­pezaban a tironear no lo hubieran obligado aagarrarse con ambas manos; no es nada fácilmantener equilibrio a reglamento.

Y aún más venido a menos' llegó a estar elgeneral, cuando pescado y pescador, a im­pulso de una ola, se le cayeron encima, tanmojados que casi lo ahogan con la espumaque traían y que siguió de largo con maletín ytodo.

Con 10 puesto quedó el general, sin ropa derecambio, calado hasta los huesos y oliendo a

11~. I

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Usted puede verlo por las ta,rdes caminar -él diría habitar. o quizás. :t:rashumar- la franja de pa­vimen:t:o que bordea el césped del Parque. o andar por el sendero de piedras que se interna hasta las ha.macas.

Probablemente Ud. ya haya hablado con él. o él lo haya hecho con Ud.• amparados o acosados -d.e­pende de la avidez de cada uno- por el gran anonimato que se exliende como la piel de un enorme ani­mal marino sobre cualquier habi:t:ante de es:t:os con:t:inentes subdesarrollad.os. Este anonimaio absoluto.locubre. lo pro:t:ege. durante sus diarias exploraciones del universo. circunscripto por ahora al perímetro grisde Montevideo. pero él reconoce en esa facultad de explorar en silencio, a cu'bierto de la curiosidad. unacircunstancia favorable. un recurso para poetizar. un pazéntesis desde el cual protegerse. para mirar. paraobservar y desdoblarse en poeta y en mirón.

Lo importante de todos modos es que, aún sabiendo su nombre. apreciando todo lo que ha leido-la erudición. según él. puede llegar a constituirse en la mejor defensa contra los. escasos 1.59 de estatu­:ra. una forma de compensadión. y. -esto lo agrego yo---, la más elaborada de las agresiones--. uno no po­dría adivinar en él a un esexUor. y acaso él tampoco sepa identificarse en esa palabra pomposa ("La hu­mildad. esa forma de la soberbia"). El tampoco sabía que era escritor, una noche, cuando 10 encontré enel hall de El Galpón. con su entrada en la mano y un amigo al costado, dispuesto a ver "Sopa de pollo".Conversando (es hablante de amor y de vocación; los sonidos le proporcionan un placer ad;icional al gustC1de razonar y de comunicarse: el de armonizar. el de componer música) surgieron algunas cosas com'Q.nes:además de la retórica, del placer de contar y de inventar. de armar las frases con dedicación y esmero•.fue la alusión a ciedas "hojas" suyas. mantenidas en el desorden y el descuido babitules en qu.en con­sidera escribir como una forma. una sola. entre todas las posibles, de ser Dios; unas hojas suyas dondese fijó la música. por así decir. buscándose a sí misma y a él. . .

Mis cinco años de estudio en una academia de piano con una larga profesora que había aprendidosu cuello y la languidez de sus ojos y manos en algunas reproducciones de Modigliani. aparecidas en laspáginas centrales de "Para Tí". (academia de la cual, tenaces y convencidos, salimos. un jugador de fú!bol. una candidata a Miss Uruguay. varios bancarios y esta narradora), me permi:tieronreconocer en esashojas abandonadas a mis manos con ese desapego que suelen tener los mejores amantes ~os que aban':'donan siempre a las mujeres y nunca al amor-, 8. 1IU1 buen músico: las páginas sonaban Como suele ha­cerlo la poesía. cuando se alarga de margen ti margen, Y algunos presuntos entendidos la discuten, por­que suponen que la prosa tiene diferente ritmo que la poesía. El sabe que la poesía es Siempre. verso o­prosa, y que las düerencias son minicas. ("La prosa debe ser siempre enjuiciadora. además de poesía."}

Creo que escribe uí. oyendo músicas interiores. y que para él las palabras son. ante todo. me...lodía. "Los cuentos ya no deben contar más nada. A lo sumo. mínimas secuencias, esbozos de acciones. fr~g­mentos de gestos. La sugestión debe venir de la atmósfera. de los tonos. del ambiente: ése debe ser -elasunto. Dejar que la música de los sonidos corra. que ella diga lo que los cansados contenidos están har"tos de repeilir:' Esta teoría -que en él no es tal, sin::> ejercicio- surge sola de sus páginas.

Para los ortodoxos. brevemente. la ficha de Ruben Kanalenstein:Uruguayo. 22 años. Cursa filosofía en el Instituto de Profesores ArUgas. Para dirigirse a éL bús.;.

quelo' al costado de los niños o caminando. -musicándose-, por alguna calle. Elle ~radecerá que Ua.efectivamente e~sia. -C. P. Ro .

pescado, lo que motivó que entrara a Monte­video como un malhechor y no en carro triun­fal como tenía pensado.

Días más tarde, pasada la nledia noche, lle­gaba a su casa en Salto procurando no ser vis­to en tan lamentable estado, pero no bienhabía traspuesto la cancel cuando ya el avisode su regreso golpeaba con escándalo las fra­ternas narices. El general volvía escamado depies a cabeza y saturando el aire con sus au­ras de fruto de mar.

-Por qué no avisaste que venías? -repro­chó Emestina.

Bernarda se mantenía a distancia. Lo miróde arriba a abajo y dijo:

-Voy a prepararte el baño.-Te hubiéramos esperando -insistió Emes-

tina, siempre formal cuando no debía serlo.-Imposible avisar. No me dieron tregua.-Te persiguieron?-De Montevideo salí solo -empezó a con-

tar el general como si entrara en trance- peroa .medida que me internaba, corría por esoscampos la noticia de mis propósitos; se mefueron sumando los paisanos que preferíanabandonarlo todo a someterse al yuao de la ti-

~ , d branla -canaspeo-. De to os los puntos delterritorio fueron llegando las familias buscan­do nuestra protección y haciendo la marcha

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aún más penosa. Venían a caballo o en carre­tas, bajo la lluvia, soportando las mayores pri­vaciones y la~ acechanzas de un enemigo im­placable. Ahora han acampado allí, sobre lacosta, unos al amparo de las lomas, otros bajolos árboles y todos a la inclemencia del tiem­po, pero con tanta conformidad y gusto quecausa admiración y son ejemplo. .. Quedarona la espera de la oportunidad y cuando lleguela hora me darán aviso.

-y tú, viniste a pie? -le preguntó Benlardaque había aparecido con un toaIlón de bañobajo el brazo. Tampoco Ernestina daba mues­tras de mayor alarma. El siguió explicando:

-Me hicieron sitio en una carreta, enb'e ta­chos y baúles y hasta llegué alguna vez a des­cansar, claro que sin cerrar los ojos.

A pesar de la marcada reminiscencia histó­rica, el relato del general conmovió, al correrde boca en boca, los mismos cimientos de lah'anquilidad ciudadana.

Ciento veintidós años después del Exodo-Olientales al Salto volad- el Oficio de Arti­gas a la Junta del Paraguay resucitaba concarácter de noticia y hacía que no pocos sesintieran en el centro de una gran amenaza."Las acechanzas de un enemigo implaca­ble ... ".

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I S e r s u nt

Pablo gusta de valios colores: del rojo, delverde, del blanco, del azuL Este es el motivode su desdicha: si elige uno ofende a sus otrasinclinaciones, los otros colores chistan. No sa­be con qué color de bolígrafo escribir, quécorbata usar, qué partido político tomar. Seagrava su situación por el hecho de que t?dotiene. color: las circunstancias, los pensanuen­tos, los sentimientos. Siempre se enfrenta asituaciones verdaderamente trágicas: tenerque eleGir entre varios colores de los que tie­ne la c~rteza que todos son valiosos; decisiónque será más trágica o ilTeparable de aquellasotras en que se trata de discriminar entre loscolores horribles.

Un día, estaba de vacaciones, se puso apensar que cada color imponía un estilo devida y lo irnponía de tal modo que nos exigía'participar de él. Si él gustaba de varios colo­res debería conceder su vida a varios estilos ycomo entre esos colores hay incompatibilidad,su vida se volvería contradictoria. Terminaríapor ser muchos en lugar de uno. Estaría hechojirones o pronto a estarlo. Porque el rojo leimponía la violencia, el entusiasmo, ~a emo­ción y el blanco un silencio henchido de sig­nificaciones; en cambio, el verde, la templan­za, y el azul, ese azul que le gustaba, la am­plitud que también está descrita por la líneahOlizontal, azul que se oponía a 10 que en elblanco hay de vertical, de religioso.

Ese día de ocio empezó a vacilar acerca desí mismo, a convertirse en su propio problema,ese día perdió el candor.. Tiene un misterio el,tiempo libre: puede detenernos, inmovilizar­nos si 10 consumimos en pensar en lugar decantar. (Hay que tener mucho cuidado con lasjornadas sin trabajo).

Quiso comunicar su conflicto, al que llegóa considerar universal, origen de todas las va­.cHaciones centrales con que está hecha laesencia hunlana. Porque la esencia del hom­'bre está hecha de vacilaciones. Pablo no en­'contró más que apretones de manos, algunasrisas, exclamaciones de pesar, felicitacionesde intelectuales, encontró todo menos res­puestas, soluciones. Quedó triste, no porqueesperase demasiado de las soluciones o res­puestas, bien sabía él que no cancelan nada,

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pero al menos indican y p~r lo mismo hacenolvidar por un tiempo la Imagen aterradoradel círculo.

Decidió visitar a un especialista. Un profe-sor de óptica, un célebre ,f~sico, para enc?,ntraral fin una respuesta. El fISICO l~ I:espondlO. quelos colores S011 ondas y de dIstmta longItud;se trataba para resolver una situación dramá­tica de medir. ¿Qué color tiene más longitudde onda? Porque para el físico la vida era uncálculo, todo era "conmutativo", idéntico enesencia. Pablo empezó a pensar -mejor, aimaginar, después <;le h~ber rensado mucho- yagónicamente, la IntehgencIa es desplazadapor la imaginación.

Imaginaba un mundo de ondas, fluctuante,movedizo, insustancial. Se empezó a 111a1'ea1'como si 10 rodease una nada y se dijo: estoyindisponible. Se enfermó, comprobó una vezmás que la enfermedad es una decisión. Aban·donó al físico, no le hizo más caso a la cien­cia porque es demasiado abstracta como pararesolver un problema concreto.

Quiso olvidarse de su problema y se dijo:<.lebo hacerme amigo de alguien que no tengani remotamente mi problema. Y surgió unaidea luminosa en su cerebro (luego se arre­pentiría porque se trataba de una idea cere·bral): ser amigo de un ciego. Siempre hay unciego en cada barrio, no le fue difícil encon­trarlo. El ciego cultivaba la sonoridad de laspalabras, las gustaba por su ritmo, 1nodula·ción, movimiento. Y disfrutaba cuando alguienle decía al oído o cuando se decía en voz alta:«5 1 d" "Ab' "«T 1 t' ,. U d'a aman ra , eJorro, e epa la. n la

el ciego le confesó que las palabras bellas par­ticipan de distinto tipo de belleza, entre ellasinconciliables, que este hecho tan banal divi­día su alma. Pablo comprendió que todos loshombres que vibran tienen conciencias dividi­das. Pablo no volvió a visitar al ciego.

Entretanto, las vacaciones terminaron.No tuvo. tanto tiempo para ('cavilosidacles";

TIlejor dicho, no tuvo ningún tiempo. El pro­blema de los colores había desaparecido, sóloquedaba un recuerdo de él en las abundantesláglimas que encontraba cada mnanecer aldespertarse.

Un rostro rnulticolor que me habla de vi­drios y telarañas, de una vez que se suicidó enlas heladas de agosto porque encontraba gra­vedad y de sus aventuras imaginarias: de lavez que fue viajero, que payaso, del día quese disfrazó de mercader. Y no me atrevo apreguntarle por la bola apagada de cristal enque vi su rostro muerto ni por el vacío de lamirada que me da y me niega. Quisiera recor­darle cuando me dijo su nombre y yo imaginéun nombre que era el alepb, todos los nom­bres y además una piedra triangular. Tampo­co me atrevo a recordarle a mi hermano, elque cuenta sus victorias, ni' alguien que espe­ro, que es de carne, ni a leerle el mensaje deun. niño que en un pueblo fantasma recorreplazas en busca de historias azules o lo que eslo mismo un lenguaje nuevo con que gozardel absoluto de las miradas blancas, un pue­blo fantasma donde los muros hablan unalengua dulce y antigua.

Entre bromas -ignorándonos- le he conta­do mi historia: un continuo desencanto, dospalabras que' me quitaban la dicha y el pocode mentira y de piedad que explicaban mismanos estériles. Le confesé que estaba pobla­do de fantasmas nacidos en un atardecer deporcelana. Y creyó que era él que en mí esta­ba, creyó ~pobre artista- que era él el conte-nido de n1i alma. ' ,

Le pregunto sobre libros que se encuentranen el mar pero él me habla de su barca livia­na y yo sonrío, excusándome con una sonrisafalsa, sabiendo que la desgracia pudo ser ma­yor.

Cuando me habla de sus juegos o de 10 queescrihe siento que me dice «He encontradotie1Taentremishojas escritas, tierra entre misdedos, entre mis esperanzas y mis nostalgiaspero no era tierra del mundo, del mundo noera, sino de un crepúsculo de la fantasía" y yole reto: «el olor de los payasos es como el olorde los muertos. El olor de los mercaderes escomo el olor de los muertos". Y él me dice:«tú no entiendes". Provincias de un adiós, can­sancio o descenso, mil veces fueron~ Triunfosde adioses, porque la esperanza misma. temeel mañana.

Cuando los hombres piensan mucho se

vuelven arbitrarios como el mundo. Él lo espero no porque piense mucho, sino porqueconoce el montaje de los sueños.

Quizás la atención -la no dispersión- lopueda ayudar. Pero la atención nos cita enotros lugares que los que él frecuenta. Es cu­rioso que los lugares sean tan significativos,quizás más que los más de los hombres. Estambién curioso que yo lo conozca, que hayafrecuentado su casa, que me haya familiari­zado con sus muebles que lo protegen comomadres y que sin embargo siga siendo el mis­mo, nada más que el roedor de unas pocas sig­nificaciones· vividas.

En cambio Juan (quizás Juan Pablo) es unhombre común: amo de su sombra. No sueñacomo nosotros con rodear la luna de imágenesrotas ni con beber a Dios en copas transpa­rentes; le basta trabajar y reposar. Reposa enlas caricias, en el rodear el cuerpo de su mu­jer con sus caprichos inconfesables, en el besoque le da a su hija (que no es un beso sinouna bendición: en ese Inomento no es padre,es sacerdote). Reposa en la intimidad, intimi­dad que lo acompaña a su trabajo, cuando seencuentra con los otros y asiste. En cambiocuando reposa no está presente sino que seolvida, se anula para nacer de lluevo. La inti­midad es su muerte y su nacimiento cada día.

Juan gusta de la música como nosotros, pe­ro es distinto, le trae los rulos y las trenzas desu hija, el color del mundo ese día. Juan gus­ta también de su trabajo, pero es distinto: a éllo justifica.

A diferencia de nosotros, se vuelve lágrima,a veces serpentina, a veces la madera resis­tente de un tejado o el viento destructor ende­

,moniado, alguna vei un pájaro y una vez unniño.

Quisiéramos imprimirnos, marcar el mundo.Es nuestra fantasía de omnipotencia. El mun­do, nada en él lleva' un nombre propio. Mar­caremos un banco, deiaremos una huella enla playa, pero nada más. Esto. nos diferenciade Juan, una pretensión que hace nacer pre"guntas incandescentes.

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rafi

Se llama Abcd. Se me dirá, no es un nom­bre sino una abreviatura. Es que todos losnombres que usamos son más bien abreviatu­ras de palabras que hemos olvidado y las co­sas que manejamos son abreviaturas de reali­dares encantadas.

Abcd es loco y se ocupa en vender apodicti­ciclades, ingenuas en la playa. En primaveravende 'Oe1 todo es mayor que la parte"; en in­vierno, en cambio, cuando está muy triste "eltodo no es mayor que la parte". Su público,comerciantes indiferentes que lo aplauden porcompromiso.

Abcd tuvo una vez la oportunidad de aban~

donar las apodieticidades ingenuas: una vezque encontró una gaviota muerta en la playa,de plumaje muy blanco .. Era algo nuevo paraé1. La tomó, sus manos sintieron algo muy dis-

tinto a lo que sentían usualmente al tomaruna hoja del papel o el seno de una prostituta.Recorrió un muelle que se hunde en el mary la arrojó. Las alas en el mar simulaban unadiós. Olvidó todas sus frases. Recorrió denuevo el muelle para volver, el muelle eraahora una cabellera de sueños. Tomó un óm­nibus, lo dej6 en 10 de una mujer que habíasido su amante, con la que no pudo comuni­carse a través de las frases. La tomó entre susbrazos y permanecieron en silencio compar­tiendo el adiós de la gaviota muerta de plu­maje blanco.

Perder las palabras no lo exaltó, tampocofue un sentimiento depresivo: ni presencia delabsoluto ni presencia de la nada. Simplementetodas las palabras lo abandonaron.

el totem

s uel e ett

En mi pasado hay un totem que conshuícon mis manos, junto al río. El roso'O que di­bujé es el rostro que encontré pocos minutosantes en una piedra de cuarzo y hace cienaños en el lomo de un pez espada. No es unrostro desconocido, es el rostro de alguien demis dieciséis años, cuando 10 mejor de loirreal era habitable. Junto al totem un fuego,junto al fuego claveles del aire. Junto a mí,un hombre de los lugares contándome su vidallena de antiguas historias de tordos, avispasde San Jorge, tarántulas y gallinetas del agua,

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de pico verde y ojos rojos. Su historia es unahistoria contemporánea a mí y a los más anti­guias relatos. Su voz parecía perderse en la se­renidad del río. Su vida era de otro río, igual­m~nte se;eno. Ese día comprendí que valíamas un no que el mar.

Todo. lo que viví ese domingo de primaveraes senCIllo. No podía ser escrito de otro modoque con sencillez.

Cuando me asfixia la imagen, reencuentrolas cosas en el totem.

De Samuel BeckeU son ampliamente conocidas sus obras :teatrales: Final de parUda, Días felices,.Acto sin palabras, La última cinta magnética y, sobre todo, Esperando a Godot. También son conocidas,aunque menos, sus novelas Molloy, Malona muere, L'innomable, Nouvelles et textes pour den. y o:tras. aun.que no todas están traducidas.

Esciitor irlandés. na.cido en Dublín en 1905, Smuel Beckett, es curiosamente un escritor bilingüe,que escribe sus obras en inglés o francés, y que realiza sus propias irad,ucciones.' Pero más curioso aúnresulta el aparente silencio que rodea su obra como poeta. Basta para comprobarlo pensar que los poemasque aquí presentamos fueron publicados por Les Temps Modernes en 1946, para notar la demora con quellegan al conocimiento del público de habla hispana.

Hasta el momento, los poemas de Samuel Beckett, se conocían en forma fragmentaria publicados.en distintas páginas literarias y en alguna . revista de literatura. La razón es muy simple: el poeta mane­ja un lenguaje muy complejo donde no faltan términos de difícil interpretación, capaces de :terminarcon la paciencia de cualquier traductor. Excusándonos por cualquier posible error que el lector encuen­ire, damos, por primera vez, y a pesar de los riesgos, una versión integral de los poemas 38-39 de esteirlandés claramente singular.

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p m s 38 11IIII 39 au bloc cave a l'oeil qui écoutede lointains coups de ciseaux argentins

IV

al oído hundido alojo que escuchalejanos golpes de tijeras argentinas

lV

1

elles viennentautres et pareillesavec chacune c'est autre et c'est pareilavec chacune 1'asence d'amour est autreavec chacune l'absence d'amour est pareille

II

a elle l'acte calmeles pores savants le sexe bon enfantl'attente pas trop lente les regrets pas trop

[longs l'absenceau service de la présenceles quelques haillons d'azur dans la tete les

[poíntsenfin mol'ts du coeurtoute la tardive gl'ace d'une pluie cessantau tonlber d'une nuitd'aout

a elle videluí pUl'd'amour

lIT

etre la sans machoires sans dentsou s'en va le plaísír de perdreavec celuí a peine inférieurde gagneret Roscelin et on attendadvel'be oh petit cadeauvide vide· sinon des loques de chansonmon pere m'a donné un mariou en faisant la fleurqu'elle mouilletant qu'elle voudra jusqu'a l'élégiedes sabots ferrés encore loin des Hallesou l'eau de la canaille pestant dans les tuyauxou plus ríen I

qu'elle 1110uilIe puisque c'est ainsiparfasse tout le superfluet vienne 'a la bouche idiote a la main forn1icante

18

1

ellas vienenotras y parecidascon cada una es distinto y parecidocon cada una la ausencia de amor es otracon cada una la ausencia de amor es

[parecida

11

de ella el acto calmolos poros sabios el sexo bonachónla espera no demasiado lenta los pesares no

[demasiado largos la ausenciaal servicio de la presenciaalgunos harapos de azul en la cabeza los pun.

[tos en fin muertos del corazóntoda la tardía gracia de una lluvia cesandoal caer de una nochede agosto

a ella vacíaél purode amor

lIT

estar allá sin quijadas sin dientesdonde se va el placer de perdercon aquel apenas inferiorde ganary Roscelin y uno esperaadverbio oh pequeño regalovacío vacío si no unos jirones de canciónmi padre me ha dado un maridoo haciendo la florque ella mojecuanto quiera hasta la elegíaunos cascos aún lejos de las Halleso el agua de la canalla echando pestes en los

[cañoso nada másque ella moje puesto que es asíacabe todo lo superfluoy vengaa la boca idiota a la mano fonnicante

ascensión

a travers la mince c1oisonce jour 011 un enfantprodigue a sa fac90nrentra dans sa famillej'entends la voixelle est émue elle commentela coupe du monde de footballtoujours trop jeune

en meme temps par la fenetre ouvertepar les airs tout courtsourdementla houle des fideles

son sang gic1a avec abondancesur les draps sur les pois de senteur sur son

[mecde ses doigts dégoutants il ferma les paupieressur les grands yeux verts étonnés

elle rode légeresur rna tombe d'air

v

entre la scene et moila vitrevide sauf elle

ventre aterresanglée dans ses boyaux noirsantennes affolées ailes liéespatte crouchues bouche sU9ant a videsabrant l'azur s'écrasant conh'a !'invisiblesous mon pauce impuisant ella fait chavirerla mer et le ciel serein

VI

musique de' l'indifférencecoeur temps air feu sabledu silence ébou1ement d'amourscouvre leurs voix et queje ne m'entende plusme'taire

ascension

a través del delgadO' tabiqueese día en que un niñopródigo a su maneravolvió a su familiaoigo la vozestá emocionada comentala copa del mundo de fútbol,siempre demasiado joven

al mismo tiempo por la ventana abiertapor los aires todo corresordamentela marejada de los fieles

su sangre salpicó con abundancia~obre las sábanas sobre las alverjillas sobre su

[matóncon sus dedos, repugnantes él cerró los pár­

[padossobre los grandes ojos verdes sorprendidos

ella ronda livianasobre mi tumba de aire

v

la mosca

entre la escena y yoel vidriovacío salvo ella!

vientre a tierraceñida en sus tripas negrasantenas enloquecidas alas atadaspatas ganchudas boca succionando al vacíosableando el azul aplastándose contra lo

[invisiblebajo mi pulgar impotente hace zozobrarel mar y el cielo sereno

VI

música de la indiferenciacorazón tiempo aire fuego arenadel silencio derrumbe de amorescubre sus voces. y queyo no me escuche máscallarme

19

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VII

VID

Tengo un esh'emecimiento, soy yo quien me[reencuentro

es con otros ojos que ahora mirola arena, los charcos de agua bajo la lloviznauna niñita arrastrando tras ella un aro,una pareja, quién sabe enamorados, la mano

[en la mano,las gradas vacías, las altas casas, el cieloque nos ilumina demasiado tarde.Me vuelvo estoy asombradode encontrar allá su triste rostro.

yo nos veo entrar del lado de la calle de las[Arenas,

dudar, mirar en el aire, luego pesadamentevenir hacia nosotros a través de la arena

[oscurade más en más feos, tan feos como los otrospero' mudos. Un pequeño perro verdeentra corriendo del lado de la calle Monge,ella se detiene lo sigue con los ojos,él atraviesa la arena, desaparecedetrás del pedestal del sabio Gabriel de

[Nlortillet.Ella se vuelve, yo he partido, trepo sololos escalones rústicos, toco con mi mano

[izquierdala rampa rústica, es de honnig6n. Ella duda,hace un paso hacia la salida de la calle

[Monge, luego me sigue.

J'ai un hisson, e'est moi qui me rejoins,E'est avec d'autres yeux que maintenant je

[regardele sable, les fIaques d'eau sous la bruine,une petite filIe traínant derriere elle un

[cerceauun couple, qui sait des amoureux, la main

[dans la main,les gradins vides, les hautes maisons, le cielqui vous éclaire trap tardoJe me retoume, je suis étonnéde trouver la son triste visage.

je nous vois entrer du coté de la Rue des[Arenes,

hésiter, regarder en rair, puis pesammentvenir vers nous a travers le sable sombrede plus en plus laids, aussi laids que les aUh'es,mais muets. Un petit chien vertentre,en "courant du coté de la Rue Monge,elle s arrete, elle le suit des yeux,il traverse l'arene, il disparaitderriere le socle du savant Gabriel de Mor­

[tillet.Elle se retourne, je suis parti,' je gravis seu}les marches rustiques, je touche de ma main

[gauchela rampe rustique, elle est en béton. Elle

[hésite,fait un pas vers la sortie de la Rue Monge,

[puis me suit.

Vil

vrn

como si fuera ayer el nlamutel dinoterio los primeros besoslos períodos glaciares no aportando nada

[nuevoel gran calor del siglo XX de su erasobre Lisboa humeante Kant fríamente

[inclinadosoñar en generaciones de robIes y olvidar a

[su padresus ojos si llevaba bigotesi era gentil de qué muri6uno por ello no es menos comido sin apetitoen el mal tiempo y en el peorencerrado en su casa encerrado en casa de

[ellos

así en vanoen el buen tiempo y en el maloencerrado en su casa encerrado en casa de

[ellos

bebe solocome arde fornica revienta solo como delantelos ausentes están muertos los presentes

[apestansaca tus ojos dalas vuelta sobre las cañasse impacientan ellos o los perezososno vale la pena está el vientoy el estado de vigilia

ríen de[neuf

la grande chaleur du treizieme de leur XX éresur Lisbonne fumante Kant froidement penchérever en générations de chenes et oublier son

[pereses yeux s'il portait la moustaches'il était gentil de quoi il est mort011, n'en est pas moins mangé sans appétitpar le mauvais temps et par le pireenfermé chez soi enfermé chez eux

ainsi a-t-on beaupar le beau temps et par ·le mauvaisenfermé chez soi enfermé chez eux:comme si c'était d'hier se rappeler le

[mammouthle dinthérium les premiers baisersles périodes glaciaires n'apportant

bois seulbouffe brule fornique creve seul comme

[devantles absents sont morts les présents puentsors tes yeux détourne-les sur les roseauxse taquinent-ils ou les alspas la peine il y a le ventet rétat de veille

IXIX

encare le dernier refIuxle galet mortle demi-tour puis le pasvers les vieilles lumif~res

aún el último reflujoel guijarro muertola media vuelta después el pasohacia las viejas luces

x X

rue de Vaugirard

a mi-hauteurje me débraye et béant de candeurexpose la plaque aux lumif~res et aux ombrespuis repars fortifiéd'un négatif irrécusable

calle de Vaugirard

a media alturayo me desconecto i abierto de candorexpongo la placa a las luces y a, las sombrasluego parto de nuevo fortificadopor un negativo irrecusable

xn XII

aremes de Lutece

De la ou nous sommes assis plus haut que les! [gradins

arenas de Lutecia

De allá donde nosotros estamos sentados másI [alto que las gradas

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It r ¡st

~elena .Plaza No!>lía, uruguaya, nacida en Montevid.eo. es conocida como dibujante a :través demuchas ¡lustraCIones realIzad.as para los programas y filmografías de Cine Club. Hizo crítica cinematográ­fica ex: e~ diario Tribun~ ha colaborado enviando distintas notas al semanario Marcha (desde Río cuando.en:tr~vls:to ~ Pereyra Dos Santos. desde Perú al hacer un reportaje a la poeta Raquel Jodorowski), y haescnto vanos cuentos uno de los cuales es éste que aquí pubLicamos. "Pol:i:ergeis:t". el nombre d.e un duen·de travieso de la mitología alemana.

Es muy curiosa la selección que inevitable­mente hace el recuerdo. Hasta hoy no habíapodido aún relacionar con' muy precisa cohe­rencia decenas de circunstancias que señala·ron siempre esta suerte de caos, -pareceríauna burla decir don-, que trae aparejada mipresencia.

Empecé a ejercer conscientemente ese po­der recién cuando perdí mi adolescencia. Co­mo ya lo he dicho, nunca fui precoz. A losdieciocho años cursaba todavía secundaria.Tal vez el desnivel de edades, sumado al he­cho de que aún siendo mujer fui siempre lamás audaz del grupo, hicieran que ejercieseuna' especie de liderato tácitamente reconoci­do por todos. Decidí una tarde, contando conel apoyo en pleno de la clase, ignorar queexistía un profesor, de biología y disponemosa robar naranjas de la quinta de mis tíos ubi­cada dos cuadras más allá del cementerio.

De regreso nos cruzamos con un entierro.El· cortejo, de unas cincuenta personas más o

ba a casa con los zapatos mojados por la llu­via, y levantó una nube de polvo que cayódespués sobre mis ojos. Luché por largo ratocon mi pañuelo y mis lágrimas. Cuando logréabrir los ojos nuevamente, el hombrecito ha­bía llegado al campanario. Parecía una cruzque iba avanzando para ubicarse en lo alto.Saltó hacia adentro y con la vara golpeó re­petidas veces la campana mientras la muche­dumbre gIitaba y aplaudía. Al iniciar el des­censo lo miré fijamente, sin parpadear. Soltóuna de las manos que sostenían la vara, comaen alarde de algo que no alcancé a compren­der. (eSe cae", -pensé rápidamente-o Cerrélos ojos y un grito único de la muchedumbreme hizo abrirlos otra vez. El hombrecito caíavelozmente hacia nosotros aferrado con susmanos al alambre. No alcanzó siquiera a rozarla plataforma. Cayó a mis pies y por las pal­mas y dedos desgarrados asomaban sus hue­sos. Subió hasta mi nariz un olor como decarne quemada. Después sólo recuerdo la pre­sión de una mano sobre mi frente cada vezque vomitaba junto al árbol.

Tenía yo seis años y me había .asomado,-recuerdo nítidamente-, a la puerta de unacasa que no era la de mis padres, tal vez lade mi abuelo, no sabría precisarlo, cuandopasó a lni lado una apretada fila de hombresvestidos todos de blanco, creo, o quizás elrecuerdo se aficiona a ese tono.

El primero de ellos golpeaba briosamente elbombo; los demás sostenían estandartes conenormes letreros que desde ·luego no supedescifrar. No he sido precoz, puedo afirmarlo.Recién cuando cumplí tres años logré juntardos sílabas para finalmente articular «mamá".

1'1e acerqué en seguida a ellos para colocar­me detrás de un perro pequeñito y sin colaque cerraba el desfile. Era rengo y una delas patas traseras se apoyaba en la tierra jus­to con el batir del bombo. La otra permanecíaen el aire. Me distraje cuidando el ritmo desu trote, tanto que no podría explicar cómo nipor dónde llegamos a una plaza para mí des­conocida. Dos días apenas que me alojaba enel pueblo con mis padres, y mis exploracionesabarcaban un radio de tres manzanas a losumo.

Me ubiqué jlmto a los músicos. Como laplaza estaba llena y no podía observar mucho,levanté la cabeza y descubrí entúnces quedesde el calnpanario de la iglesia bajaba ungrueso alambre hacia nosotros. Onduló suave­mente y debí bajar mis ojos repetidas veces.El sol brillaba de trecho en trecho y no podíaresistir la fuerza de su luz. A nuestro· ladoapareció un hombrecito rubio de camisilla ypantalones blancos sosteniendo entre las ma­nos una larguísima vara.

Subió por la columna de alambrado hastallegar a una plataforma pequeña. Movió enseguida sus pies como cuando mi padre llega-

Ignoro la razón para que, justa.mente ahora, empiece a distender.se, sin esfuerzo alguno de mi parte.la empecinada red que había ocul·tado durante años, casi tantos co·mo los de mi propia vida. el naci­miento de aquello que gravitósiempre. inexorable. aún sobre mismás insignificanies experiencias.

líplaI

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lnenos, caminaha afanoso detrás del carro fú­nebre. Fingiendo respeto bajamos con hipo­cresía los ojos mientras saboreábamos restosde las naranjas robadas. Nos dimos vuelta pa­ra observar los esfuerzos de la gente tratandode mantener, pese a la empinada cuesta, elmismo ritmo del carruaje. Bajé los párpados yme concentré en los ejes. Un alarido único yla gente tirándose a los costados del caminomientras el cajón se abría paso y bajaba dan­do brincos. Antes de alcanzar mis pies se de­tuvo. "Lo hice", -grité sin que nadie com­prendiera el motivo.

Entramos a la clase siguiente riendo a car­cajadas. Los reproches gritados por el profe­sor de matemáticas no lograron atenuar el re­cuerdo de la despavorida fuga del cortejo.

Como soy algo miope y por simple coque­tería me resisto a usar lentes acostumbrocuando decido ir al teatro, rese;ar asientos e~la primera fila de platea. Mi miopía ha teni­do consecuencias irreparables, si bien es cier­to para mí esperadas, no así para los otros.En el estreno de un clásico español, cuando alfin~liz~r el primer acto un? de los personaje~se Inclinaba para reverenClaIr a su señor, des­cubrí con regocijo que una porción de su pe­lo se desplazaba fugazmente .hacia un costa­do. Cerré los ojos y los abrí luego de sentirun ligerísimo chasquido: la peluca del primeractor reposaba sobre mi mano extendidamientras la infamante calvicie desataba entrelos espectadores una infernal carcajada.

En el intervalo me deslicé hasta los cama­rines. Un médico oficioso trataba vanamentede calmar al infeliz actor mientras buscaba elinyectable. A la salida, cada espectador reco­gía el importe de su entrada. Sólo el pudor,nada más que el pudor, impidió que yo tam­bién lo hiciera.

Circunstancias menores se iban sumando a~ario a las de verdadero peso. No obstante,nmguna de ellas alcanzaba a inquietarme.Era para mí absolutamente normal que en­trando auna conferencia ya iniciada el diser­tante empezase a tartajear hasta volverse afá­sico. Me retiraba entonces y al atravesar lapuerta de salida sentía que aquella pobre vozcobraba vida nuevamente. En el hall princi­pal de. la empr~sa en que trabajé tantos años,un 'odIado relOj del IBM registraba día a día

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las horas de mi forzoso encierro. Si yo mar­caba distraídamente mi tarjeta nada extrañosolía ocurrir. Empero, una o dos veces al mesmiraba con fijeza al aparato y el mecanismose detenía de inmediato. Se fue tragando así,por mi exclusiva causa, muchos d61ares.

Admito haber reído con orgullo cuandoapoyaba mi índice sobre conmutadores de pa­sillos y los dejaba totalmente a oscuras. Laduración de las frecuencias de mi risa crecía,comúnmente, en razón directa a la cantidadde pisos que dejaba sin luz. Recuerdo un per­sistente malestar de est6mago que desconcer­t6 a mi médico. Nunca lleg6 a saber que eldía anterior había operado en una flamanteconstIucci6n de diecinueve pisos.

Si alguna vez un gato negro llegaba a cm­zárseme en la calle, detenía en seguida su pa­so, arqueaba el lomo y ,con la pelambre eri­zada desaparecía por la esquina más próximaluego de ejecutar una serie de desarticuladoscorcovas.

Nunca hablé a nadie de estas cosas. Soypor naturaleza sociable y r,educinne a la so­ledad por el simple hecho de una confesiónme parecía por demás insensato. La inteli­gencia no es mi fuerte, -ya lo he dicho-; lasensatez en cambio muy pocas veces meabandona. Un carnaval, no obstante, sufrí poruna noche su abandono. Un personaje humo­rístico, de galera y desmesurada nariz, ocupa­ba en ese entonces varios centímetros de unpopular rotativo. Pensé que colocándome susropas podría pasear pública e impunementeaquello.

A media noche la arteria principal por laque se cumplía el desfile estaba totalmente aoscuras, y mi nariz y yo, en medio de unaenorme masa humana que emitía airados gritos de mayores y atiplados chillidos de niñi­tos. Amén de los ruidosos cabezudos que gol­peaban sin tregua sus acartonadas esferas.

La piedad también alguna vez me asalta.Vivíamos en un hermoso barrio de casas conjardines y contratamos, igual que los demás.vecinos, al sereno del barrio. Sentí desde micama~ la primera noche que vigiló mi casa,el rUldo de su bastón rozando las rejas unaa una. A:. las once pasaba por primera vez. Alas dos regresaba.

Preparaba en ese entonces mi examen dedentaria y acostumbraba a descansar luego dela cena. Al escuchar el ruido que producíae~ bastón ~e dirigía hacia el living a estu­dIar. El sonIdo que arrancaba desde las rejas

era para mí tan familiar como podían ser. lospasos de mi madre trayendo a mi cuarto eldesayuno. Decidí una noche observarlo. Na­da conocía de él salvo sus ruidos. Me levantéa las once menos cinco y subí a la pequeñatorre hexagonal. Le reconocí por el bastóncuando cruzaba la Calle rumbo a casa, cubier­to por un larguísimo pilot que alguna vez sinduda habría sido blanco. Levantó alegremen­te su bastón y lo deslizó por las rejas. Cuandomi concentración llegó al máximo noté que elbrazo se había detenido entre dos rejas. Supeal día siguiente que no podría retomar su em­pleo.

El rcmordimiento tampoco es uno de misfuertes. Sin embargo, me he reprochado infi-

nitas veces haber subido aquella noche hastala torre.

Ahora sí me encuentro definitivamente so­la. El sol pica muy fuerte sobre mÍ. Tambiénsobre los restos de la escotilla del yate. Hacetres días que aquel pequeño idiota abrió elbalón de gas con una mano, al tiempo quesostenía en la otra las luces de bengala queyo misma había encendido a espaldas de sumadre. Mi piel huele a quemado. Huele comolas manos de aquel hombre que se deslizó has­ta mí desde lo alto de la iglesia. Aunque aho­1'Q. sólo ocupa mi est6mago la creciente di­mensión de la nada.

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s I r

rueda

Esta ceremonia peh"ificadacansa, en verdad. Ya cansasu monocorde llanto, su pagadallorera de lloronascon taxi interminable,su exilio sin recuerdos, sin maná, con ternerassacrifi~adas y sin arasy con bestias sun1isas ...

¡Ah! ¡Cómo cansa!Alguna vez,alguna vez en el trapecio, al aire,alguien también de Ley y número, sacudesu número, y la Leyque voltean como frutos minados,demasiado maduros, fofos, de asco.Alguien suelta en el aire su epitafioy grita. Cae gritando su relámpago.

La multitud. secreta' se hincha, espera,palmas arriba, boca abierta ... ¡Tiembla!

pausa

¡Oh! Tarde inagotable, que mis ojos te lavanmi boca te sonríe, ¡oh! ¡tarde inagotablelHoy estás renaciendo, hoy mis recuerdos

[cavanen tu enh"aña maduraprometeica figurade la entraña inmutable.

Selvd Márquez, nació en Montevideo. 'Publicó "Viejo reloJ" de cuco" "Dos" y "El 11 ' '"e ') b bt . .. ,g8 o que guapoe:"18, o ras que o UVIeron el PremIO MInisterio Instrucción Pública en los respectivos concursos Ha

escnto cuatro novelas, Cllún inéditas: "Mañana es domingo" "Gente de ma's al1a'" "Los e " "L' t'st' 11 d" Si'" • , aray y a lae a am~ o. u cuen~, Una. fl~r en las dunas" fue seleccionado en un concurso de la revista "MundoUr~gua~? .. ~,f:ro cuento, El dcumon de la casa López", obtuvo el primer puesto en un concurso de larevIsta Asu •. Recogemos aquí poemas inéditos escritos en 1950.

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Las palabras con claves se despiertan,pasan de mano en mano:"¡-En el muro del sur falta una piedra!Hay una enorme brecha!"

La multitud se pasa la esperanza:

"¡-En el muro del sur hay una grietapor donde al fin penetrarán las aguas"!Lo dijo el hombre del trapecio. El hombreque cayó de lo alto!"

Las palabras ruedan, se desmenuzan,se hacen papel quemado:-En el muro del sur habrá algún tajo ...una leve hendidura. " .algún rasguño .. "nada ...

nada ... Nada.La multitud secreta se desmayacon UIl¡ laJ:go bostezo de su herida.Sigue la ceremonia de galones,reverencias de piedra,oraciones calcadas.

¡Ah! (Mirad que ya cansa! .Mirad que están las uñas afiladasy los clientes de hambre se hacen lobos!¡Mirad que cansa!¡Cansa!

Tú) yo, bailes del año treintasimples sumandos de una cuentaen el aire sin valor aceptadoempero, ¡qué riqueza, qué caudal sin mercadoposible, qué alegría,pequeño amor en broma, la ternurase van sumando y suman con el díatan viejo, sin harturasumando estány la danza, tralarán .. " tralarán...

También estaban el bandoneón y el tangopuede ser "Gacho gris", mejor el otroinaprehensible potrocuyo golpe de cascos se me acerca y se alejaen esta tarde viejaen donde son la misma cosa vuelo y fango.

Estoy contigo,tarde, música, amigo,todo una sola cosa con "El Choclo"tI"alarán. .. tralarán ...de pronto la maxixa"Tristezas de caboclo"tralarán .. "¡ay! Qué tarde tan linda con tu mano en mi

. [mano,qué linda primavera en agosto y pamperoen un patio soleado y en un luengo aguacero(qué importa, ya qué importa el otoño, el

I [veranotodo es la misma suma, recuerdo y esperanzatarde, amigo, tralarán. .. y la danza ...

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El amigo lejanoti:ne una sola mano que es mi mano,oJos en la victroIadonde nace la olaen que bailamos, lluevedesde la misma tarde que se muevecon un radiante sol, ¡ay! si es febreroe? inv~emo, qué importa, ya, qué importaSI la VIda es tan larga y es tan corta!

¿Qué hago con aquellos gestos rígidosy con mis manos afiebradas?¿Dónde entierro el cadáver de mi espantoy la raya de luz de una ventanaque se entreabrió en la! oscuratarde sin esperanza?

¡Cuántas cosas inútiles nos llenanel corazón de espinas yde espadasI

•I I ¡II

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Miguel Padilla, nació en Montevideo en el año 1'943. Estudiante de Ciencias Económicas, ha pu­blicado sus poemas en liLa Mañana", "Marcha" y "EI Popular". Un libro ordena su obra poética: "En elparaíso '1!' después", editado por "Alfa" en 1965. Prepara para su publicación un volumen de cuentos: "Ladevastación y la resaca", en tanto espera la aparición de "Sobre el filo de los días", libro de poemas es'.erito en el año 1965.

soledades

La tarde soledosabaila en el aire un baile a compás del reloj.La tarde lisa baila.El ángel, aquel ángel verde clarolimón ya madurandoagrio de moralinaduerme en cambio. De brucesduerme.Los anteojos de mamá espulgan un diario

[viejo.Con un ronquido, un perropone sus vísceras al arre.Setiembre ... ¡Qué bostezo!¡Qué musiquita ,en dulce conservada y en

" [tarrocon tapa de hojalata sellada y con mem.breteI¡Ay!¡Y no! ¡Y no!¡Gano mi pan, no mi dejarme estarI

He de mover el aire, que estancado se llenade extrañas bestezuelas dañinas.Hay que aventar semillas: las de los almoha-

de las· siestas, [don~s

las '?e las amapolas, que se las lleve el. vientohaCIa la mar amarga, estéril, dura.jHay que quitar· los rieles para el tren de

[hojalataque nos lleva en redondo .. dpor paIsajes e

[estampasIj Ceguen10s el aljibe donde la cueva, el

1 ~~~e tesoro de piedras preciosas y de sueñoscon ecos temblorosos nos llaman!Nom,e muevo. Ni un ojo muevo. Nada.11.ama es un alto muro, pequeñito y lejano.OIgO. sus lentas manos...Esta tarde es un guante lujoso que me guardo.

resurrecciones

¿Para. qué quiero ahorael "por qué" de una áspera y dura?

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Entierro a una mujer todos los díasy resucita siempre, pálida,retrato desvaído,silencio entre cadenas,cintas lacias ...jResurrección inútil!¡Postura siempre igual del mismo drama!

otra más

Otra vez hemos vistola ciudad adornada con herrajes y plumasuna noche cualquiera con esencia inmutableotra vez hemos visto.

No vimos más que plumas, hojarasca tendidaabalorios, .papeles.No vimos ni la llama subiendo hasta los cielosni las sierpes debajo, la raíz del andamio.

Las hierbas de una plaza nos tendieron su. [vida

pomadas, de uniforme, nos tendieron su gritoc?n. un temblor que apenassmtieron los nudillosde nuestras· viejas manos de caminos secretoscon lúbricas palomas atadas con cadenas.Las hierbas y las llamas nos tendieron su gritootra noche de paso, perfectamente lisa.

Y las puertas cerradas que gruñen y ame-I [nazan

s?lo, una luz apenas en alguna ventana,lImon que Se ha quedado prendido entre las

[ramas;y el silbido comiendo el pan de su bolsillo'y el viento que ha pasado por entre Ías

[batallasy ahora dobla una hojacon dulzura 'infinita.<?tra noche,. cualqUierasm que miremos.nadaescuc~ndo tan sólo el plañir de las charcasy nada más que el sordotam-tam de nuestras venas.

f t ramr construído

foto 1.

un so¡dado sudvi4ñamitagolpea a un campesino

no la piedad el desoído· volcarde las piernas la unión desasidade las manos no la voz la palabraencubriendo l~ mirada ni el llantodespegado del' cabello sí la muerte

abotonadarestallando el golpe estrujado

de una manola tierra abortadasólo huecosí el abatido trepidar de los árboles

todo tu cuerpoavasallado sostenido en el temblar

asesinode 0'1."1'0 brazo

fot,o 2.

el soldado disparasobre el campesino

abrirá tu boca quizásla metralla o no un pájarotemporalposado en el arroz quemadode tus dientes

medirán tus manos el espaciode otro cuerpo o nosóloel espacio el pesode tu tiempo tus piernasse cubrirán de cal o quizás'de pasto no habrás de tu pasosino el recuerdo simplemomentáneo impracticable y de tu alientoel gustoimprecando boca abajo

abierto o destrozadoel largo de tus años olvidarálas manos el tenso movimientode los labiosy su distanciaen el quebrar del pasto incorporadoal caer probable de tu cuerpo te serádevuelta así desdeel vientre de tu madresaldrá tu glito desde tu cuerpo niñopartirá tu muertedesde tu hijo ancianovolará tu frente

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foto 3.

el soldado sudvienamifa se ale¡a,queda el cuerpo del campesino asesinado(soldado)

sonálnbula de tí la nochequiebra el azadón quemadode tus huesos la tercacertidumbre, de tu muertey media su luna incorporadaal cuencodes~lado,de tus ojos siembrala pIel ojerosa de 10 extraño

devuelta tu materiaa su origenputrefacto al roer de la carnedevastada de la sanarereseca inconciliable b

manc11a ferozse, disgrega se incorporamIentras la tierradesorden cuñacava la tumbade undcvorante cielo

(campesino)

perteneces al vientre de la muertees tu voz la bocasupurante de una llagay tu ojoel precio partido de tu tiempo

es tu rostro la' sombrade5:quiciada de una balay tu manoel cerco occiso' de tu lengua

es tu piel la huellainfame de un denuestoy tu oídoel golpe exacto del silencio

es tu pie tu boca tu miradala sierpe incandescente'que devOl'a su espaldala vértebra indecisaque cuestiona Su díael ademán taimadoque levanta su carga

la estéril semejanza a tu madrea tu raza a tu hombría

perteneces al vientre de la muertey te vomita

•rl •tln p..

rl r •SSI

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Cristina Peri Rossi, nació en Montevideo el 12 ae noviembre de 1941. Surgió ¿ las letras nacionac

les luego de publicar un ensayo -"Ritmo en los poemas de amor de Idea Vilariñli"-, en ~a a:¡vista "AquíPoesía", Posteriormente publicó un tomo de relatos, "Vivie.ndo", edliorial Alfa, en el año 1963. Más farde.en el apartado número uno de la Revista "Siete poetas hispanoamericanos". publicó un extenso relato "Lesamores", y luego el cuento "La derrota de los pájaros", en La Revista de los Viernes d~ "El Popular". Elcuento que aquí publicamos pertenece a la serie que bajo el título "Simulacros", la editodal Latitud Sur,publicará ep;te año.

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federic

tado la desaparición de aquellos hundimien_tos y protuberancias que solían presentar lascabezas de la gente, de los mozos de café,por ejemplo, y que se parecían tanto a los crá­teres de la luna". Ella removió el azúcar delpocillo y suavemente, muy suavemente, mecontestó: "'Querido Federico, observa bien: aúnexisten narices". Yo protesté un poco, no muyvic:orosamentc,' porque detesto la violencia, ytr<.~'té de que comprendiera su ClTor: ¿con quéobjeto habrían de persistir las narices, en unmomento en que nada era olfateable, debidoa la ausencia total de perfumes? Carol insis­tió: podía advertir aún alguna nar.iz en el uni­verso, respingada y carente de profundidad,cuyo uso aún no se explicaba.

Esta discusión me afectó más de .lo quepodía esperarse. Volvimos a casa tomados delbrazo, silenciosos, mirándonos a los ojos, ysin quererlo, arronamos, al caminar, a un pe­queño gato que se arrastraba por el suelo.El animalito lanzó un tímido gemido, instan­táneo, corto, semejante al sonido de las asti­nas de los <.lrboles al ser descuajados, y queclóululando en el suelo, con el espinazo que­brado. Yo me detuve, interesado, al igual queCarol, y nos dedicamos a observar sus vuel­tas. El "animalito, perdido el duro tronco y lasl'amas que habían sostenido durante un tiem­po imprevisible su existencia de lúmpenes yde azoteas, de techos duros estudiados en susgeometrías, como una veleta sacud.icIa por es­tremecimientos volcánicos o eléctricas descar­gas, como un náufrago adherido por una solamano a la girante circunferencia' de una rue­da, daba vueltas circulares sobre el suelo deflores y de 110jas marchitas donde ::lrboles os­curos Se· habían desataviado.

Giró alm 'lmos instantes ("¿me escuchas?") yvino a tener por la boca un vómito de gajosy de ;etoños, de pétalos y de esperma, desombna espuma cruzada de trozos de pesca­do (fntografía porvenir de los que serían nues­tros huéspedes) y murió sin saber 10 que nos~otros hacíamos.

, Quise juntarlo y llevármelo a casa (elnperotú recordaste los troncos mojados sobre losque creció un liquen con aspecto de ceniza yla certidumbre de vástagos que habríamos de

:::

Todo comenzó con el abandono de CaroI,mi lnujer. No digo que no nos amáramos, sinotodo 10 contrario. No podíamos vivir el unosin el otro. En el tTabajo aún, yo pensabasiempre en ella, y esa circunstancia me impe­día hablar con los demás, puesto que cual­quier conversación que yo pudiera sostenerme apartaba de mis pensamientos relaciona­dos con ella, y yo no podía soportar esa in­tenupción.

EI1~1, en su ofi'::ina, también pensaba en mí,10 cual no le impedía maquillarse, ir al toca­dor, intercambiar el rouge con SllS amigas yhablar con ellas de cosas intrascendentes, esascosas que suelen decirse entre mujeres, Perosiempre pensaba en mí, y yo sabía que hastasus mínimos movimientos, o acaso aquellosgestos de apariencia insignificante estabanpreparados y dedicados para mí, que la ama­ba. Volvíamos a casa presurosos, ansiandovenl0s, como le sucede a la gente que sequiere, y ya en nuestro hogar, descansába­mos, olvidados del resto del mundo, porqueel mundo no existía, ni podía existir para nos­otros. Sucedía a veces que nos olvidábamosde comer o de dormir, por estar juntos, o quelos objetos desaparecían de nuestro lado, parano ser recuperados más, puesto que tampoconecesitábamos de los objetos para vivir. Estoquizás la preocupara algo, puesto que a ve­ces extrailaba un poco sus peines, las mediasde nylon que desaparecían, o los vasos decristal regalados para la boda que ya no esta­ban ni en el comedor ni en la cocina,

Al principio (quiero decir durante los doso tres primeros mlos de nuestro matrimonio)a veces yo consentía en salir, no muy lejos,l1asta un cine o un café próximos, pero ya enellos nos aburrímTIos, fuera. porque la pelícu­la nos interesara menos que nuestras propiaspersonas, fuera porque en el café los rostrosajenos eran como vacías macetas, como yer­mos cen1entelios, despl'ovistos de rasgos.

La primera vez que observé que a mi alre­dedor no existían l"ostros, (quiero decir 10 quetradicionalmente entendíamos por rostros),Carol discutió conmigo. Yo me apené, puesera nuestra primera discusión en dos años dematrimonio. Dije simplemente: «Carol, he no-

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las mu e sabortar), pero tú te opusiste des~e tu cristal

'1 lo alto del estrato lnayor del aIre.e. No pensamos que esto pudiera incidir ennuestro destino: estabas acostu~brada a p~­sal' en la ventana, a mi lado, mIentras los ,~ll­

~os luchaban entre sí derrumbando los paja-n . . d" (t' d 'ros de sus techos, y sus In IClOS, u eClas"retazos") colgaban de las pared~s de .las ca­lles estampando su lacre sangumeo Junto apedazos de pluma azul descompuestos y a lacarne aniquilada.

Si acaso a alguien recordabas (si a~aso al­o·uien tenía acceso a nuestros pensamIentos o~ los zapatos perdidos, al lar&o de n~estroscuerpos estremecidos como gUItarras, Yo tebusco en mis recuerdos de agua y de Pom-

eya, en mis recuerdo~ de sangI:e, en las es­t'l.ciones donde floreCIeron cadaveres comoniños fermentados, yo te busco en el hombr~qne cayó -entre seda y traje gris, la cara di­suelta por el aire descompuesto y por la s~~­

etre y yo lloré sobre él, poca cosa, la fraglh-b ' d . t ")dad de su paso delante e mI ven ana era,naturalmente) el recuerdo de ~u madre desapa­recida detrás de la geografIa os?ura de unpaís similar a una Iuano y sus huespedes. Deeso aún podíamos hablar. Preguntarnos porejemplo: ¿persistirá el olor a br~a que. des­prendían sus muslos arcaicos extr~ldo al Jadeodesietual del placer? ¿continuara que~ando

hoja~ secas durante el otoñ.o, en el aIre ne­blinoso, cerca del Prado, evitando el resplan­dor sombrío de los autos, larga como un huso,sosteniendo con hilos multico.lores su pollerallena de humo, mirando haCIa el costado lafrondosidad del Prado desde 81:S lentes con­veretentes entrelazados como mIembros tem-

b

blorosos? d' b" l'd' t ma rePero despues tam len o VI e a u ~

sus papeles y hojas s~cas ~cumulad~s con tenacidad y persistenCIa baJO los cOId.on~s, sumanera ele incinerarlos (como con¡ lUJuna), laescalera de hierro llena de intern:inables b~l­

dosas neO'r8S y sus dibujos de celulas mahg-h .. que senas acechando el zapato pesaroso

atreviera a deslizar su estertor sobre ellas.Entonces me quedé en silencio.El silencio l1'1e subió a la cara com<:. una

nube negra. Creo que fue luego que remn:osacerca de las lnuecas. Sucede que ya nhqUIseir más a los cafés a beber té ca? lec e, ca;mer el pedazo de torta con flutIl~as que tú

l' 1 'd ··el·a refneterada aelegías para m1 en a VI 11 ,. , .. b , ,

clescubrir un día que la mesa se. ~rgll1~ sobreel . . a('\lOn solo sos-su altura sin ]'30 .eos, SIn respIre: ~. ,

. b que nunca ce-tenida por el ojo que mIra a y . "día en Su fijeza.· «Te confundes, Feder;co ,

di .. t ·"Hay un esqueleto subterraneo-me1]1s e.

que mantiene enhiesta la mesa y las cosas,igual que nuestras manos, y todo puede sos­tenerse cómodamente sobre los suspiros y l~s

muecas ajenas. Ven, ya está, ven a sen~arte

ahon;, y observa cómo estalla en el esp.eJo.lasonrisá amarilla que te doy". Yo no q:r1se I~­sistir porque soy pacífico, pero cualqu~er nu­rada bastaba para comprender que nmgunaexploración sería suficiente pa~a demostrarque el mundo existía P?r algo .mas que por lafluorescencia azul y rOJa que mundaba desdeel cielo toda la snperficie abarcable J:0r !osojos y por las manos, de cuya presenCIa so}on'os habíamos percatado ella y yo. Ademas,no estaba convencido acerca de las muecas.

Cm'ol descubría muecas en todas partes, entanto que yo sólo advertía vacíos, grand,es'.:~"ntm11os huecos, o mejor, lle-r:0s 1de vaclO.Así, cuando alguien se me aproxlmac~, ~o ad­vertía primeramente una forrna geomeh'lCa dec~lor azul, de color rojo o de color ve:de, yel resto que avanzaba era un aire perSIstenteprovisto de un olor febril o de nn olor :eco.Esto no podía producüme mayor extnmeza,dado que con las demás cosas del mur;do su­cedían fenómenos semejantes. Los arboleshabían abandonado sus antiguas estructur~s

para convertirse en deshabitadas muletas ~l"n

portador ni recipiente, que colgaban. del aneal suelo como los miembros exterIores dehombres desnudos, y las ramas, descol~ad~s,

yacían por el suelo como pequeñas aguJé1~ m­móviles~ Las mujeres, a su vez, se aprOXIma­ban a uno como si se tratara d~ enormes am­pollas provistas de un líquido hcuescente cu­va s01a visión producía náuseas, y su c011tac~o,

~ra previsible,-haría crecer costras y escorplO~nes en la piel, hasta acabar en la muerte por

asfixia. «E 1 d' elAsí elije a Carol una tarde: n e la e

hoy me he topado con cinco ampollas. PO.l"un momento tuve miedo de perder el equl~

librio -yo iba por el lado azul de !a c~­

11e. evitando el reflejo de la fluorescencI~~o]a

qu~ azotaba el aire y las casas, descend18l1dopor los árboles y los balcones, y una d~. ~as

ampollas avanzaba sobre la ace~'a, .sacu Ie11=dose de aquí para allá como un hCOI - y pe~

, el" líquido asqueroso se desprendenase que ., E t adel envase y me contaminana. ~ 'onces, p -ra evitar el contacto, me apresure por la cal­z~ada golpeé un cubo rojo que av~nz~ba,. ~~d · '1 e' y me refuetié tras un relOj electnco .,scu P b b . d

Carol que fumaba una pequeña nzna e"1 1atada con filamentos vegetales a su pa­aIefOde seda, me acarició la .cab~za, Y,respon­~ió: "Mi Federico, ten ,paCIencIa. D~as ven­drán ele espumas peh'ohferas donde Insertar-

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nos, gobernando el duro oficio de las'sustan­cias transitivas". Esta frase me tranquilizóalgo, de modo que fui a trabajar como todoslos días.

En general, ya lo he dicho, no converSo mu­cho. Los cubos y las ampollas me atelTorizan,con sus emanaciones de gases nocivos y pega­josos; sólo Carol parece conservar una estruc·tUIa similar a la mía yeso nos ha vuelto cadadía más unidos. Sin embargo, hace dos tardes,al volver a casa, la encontré vacía. No me re­fiero a los muebles, puesto que Carol y yohen10s ido prescindiendo de ellos, al conside­rarlos superfluos; tampoco a los cuadros, queya no representaban nada, ni los libros, cuyosentido se había vuelto ininteligible. Era Ca·rol 111isma que se había ido. En su lugar (esdecir, en el borde de la ventana desde el cualsolía esperarme, o esperar el final del día, losestertores de la luz, donde escuchaba el ulu­lar de los charcos de agua o contemplaba lasredondas formaciones de barro (excrecionesde la atmósfera azul y roja), del mismo ladodonde ella se apoyaba, (es decir, sobre el mar-

ca verde que hacía de bastón), encontré unacarta, escrita con letra prolija y medida, don­de Carol, mi Carol (claveles, sandalias, depo­sitarios de tristeza, las mariposas tiesas deljardín, azuhnarino, mi pequeña Anastasia,lVfelibea, los plátanos de los senos, la exten­sión de las manos, las tijeras donde Carol cor­taba en tiras idénticas, deshilacllaba mi espe.mnza emperadora) me informaba cuidadosa ydetalladamente su partida: "Te quedan en elaire algunos pañuelos secos e irá cayenelo so­bre ti, sobre la estructura de tu piel, sobre tusojos escrutadores, una fluorescencia azul yroja, una cotidiana emanación ele gases co­rrompidos, donde te irás sumergiendo, dondeirás desapareciendo, perdiendo fOlma, aspec­to, desolación, constancia, abstinencia; y unaresignación devastadora, devoradora de todaslas ansiedades caerá sobre ti, sobre tu piel,sobre tus ojos, 1lasta el final".

He roto el papel, sacudido el polvo de laventana e intentado mover los labios. En estaoperación he tenido' algún éxito: creo que heformado lUla "0<' perfecta.

Im,preso en forma cooperativa en los talleresgráficOS de la Comunidad del Sur, Canelones 1484,Montevideo, en el mes de Julio de 1967.Edición amparada en el Art. 79 de la ley N.O 13.349

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latitud surrevista de literatura

agradece:

• a las instituciones teatrales EL GALPON, TE,ATRO MODERNO,TEATRO CIRCULAR.

• y a los señores: Mario Morgan, Luis Campodónico y Walter Reyno,por su colaboradón invalorable para posibilitar la aparición deeste número.

latitud surrevista de literatura

publicará próximamente:

* anto~ogía de iu~es laforgue

* ~u¡cio (j bertold brecht

'* cuentos de 1. s. gargn!

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portada: ondivero