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ust 13 Compilación de leyendas Leyendas Mexicanas Auris

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Varias leyendas mexicanas.

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ust

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Compilación de leyendas Leyendas Mexicanas

Auris

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La casa del trueno

(Leyenda Totonaca - México)

Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior

los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la

lluvia y de las aguas de los ríos.

Eran tiempos lejanos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas,

conocidas hoy como Totonacas, que poblaron el lugar que después llamaron Totonacan.

Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y sembrar

las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos tiempos y

gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos

cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran

28 y veintiocho días componen el ciclo lunar.

Esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos

de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo.

Y poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los

animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.

Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas

noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se

desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres. Y

cuanto más arrastraban los cueros mayor era el ruido que producían los torrentes y cuanto

más se golpeaba el

gran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más relámpagos

significaba mayor número de flechas incendiarias.

Pasaron los siglos...

Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo

consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones.

Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de México) y

tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo

como si fueran los seres más

felices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil

penurias en las aguas borrascosas de un mar en convulsión habían

por fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de

caza, agua y clima hermoso.

Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos

mismos se dijeron totonacas.

Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes

con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo una gran cultura y se fueron a

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la cueva a producir truenos,

relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amendrentarlos.

Llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dio cuenta de que

esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna

de los truenos.

No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y

dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se

perdieron para siempre.

Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el

desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios y

los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría hacerse contra esas

fuerzas que hoy llamamos sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y

pleitesía,

adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de

escapar de un monstruoso desastre.

Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios

del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín,

que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al

Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene este

monumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando es

menester fertilizar las sementeras.

Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o

templo de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los

truenos y las lluvias torrenciales.

Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno,

adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros,

cuando el mundo parecía comenzar a existir.

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La leyenda del maíz

Cuentan que antes de la llegada de Quetzalcóatl, los aztecas sólo comían raíces y

animales que cazaban.

No tenían maíz, pues este cereal tan alimenticio para ellos, estaba escondido detrás de

las montañas.

Los antiguos dioses intentaron separar las montañas con su colosal fuerza pero no lo

lograron.

Los aztecas fueron a plantearle este problema a Quetzalcóatl.

-Yo se los traeré- les respondió el dios.

Quetzalcóatl, el poderoso dios, no se esforzó en vano en separar las montañas con su

fuerza, sino que empleó su astucia.

Se transformó en una hormiga negra y acompañado de una hormiga roja, marchó a las

montañas.

El camino estuvo lleno de dificultades, pero Quetzalcóatl las superó, pensando solamente

en su pueblo y sus necesidades de alimentación. Hizo grandes esfuerzos y no se dio por

vencido ante el cansancio y las dificultades.

Quetzalcóatl llegó hasta donde estaba el maíz, y como estaba trasformado en hormiga,

tomó un grano maduro entre sus mandíbulas y emprendió el regreso. Al llegar entregó el

prometido grano de maíz a los hambrientos indígenas.

Los aztecas plantaron la semilla. Obtuvieron así el maíz que desde entonces sembraron y

cosecharon.

El preciado grano, aumentó sus riquezas, y se volvieron más fuertes, construyeron

ciudades, palacios, templos...Y desde entonces vivieron felices.

Y a partir de ese momento, los aztecas veneraron al generoso Quetzalcóatl, el dios amigo

de los hombres, el dios que les trajo el maíz.

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Leyenda de los Temblores

Por estas tierras se cuenta que, hace mucho tiempo, hubo una serpiente de colores,

brillante y larga.

Era de cascabel y para avanzar arrastraba su cuerpo como una víbora cualquiera. Pero

tenía algo que la hacía distinta a las demás: una cola de manantial, una cola de agua

transparente.

Sssh sssh... la serpiente avanzaba. Sssh sssh... la serpiente de colores recorría la tierra. Sssh

sssh... la serpiente parecía un arcoiris juguetón, cuando sonaba su cola de maraca. Sssh

sssh...

Dicen los abuelos que donde quiera que pasaba dejaba algún bien, alguna alegría sobre

la tierra.

Sssh sssh... ahí iba por montes y llanos, mojando todo lo que hallaba a su paso. Sssh sssh...

ahí iba por montes y llanos, dándoles de beber a los plantíos, a los árboles y a las flores

silvestres. Sssh sssh... ahí iba por el mundo, mojando todo, regando todo, dándole de

beber a todo lo que encontraba a su paso.

Hubo un día en el que los hombres pelearon por primera vez. Y la serpiente desapareció.

Entonces hubo sequía en la tierra.

Hubo otro día en el que los hombres dejaron de pelear. Y la serpiente volvió a aparecer.

Se acabó la sequía, volvió a florecer todo. Del corazón de la tierra salieron frutos y del

corazón de los hombres brotaron cantos.

Pero todavía hubo otro día en el que los hombres armaron una discusión grande, que

terminó en pelea. Esa pelea duró años y años. Fue entonces cuando la serpiente

desapareció para siempre.

Cuenta la leyenda que no desapareció, sino que se fue a vivir al fondo de la tierra y que

ahí sigue. Pero, de vez en cuando, sale y se asoma. Al mover su cuerpo sacude la tierra,

abre grietas y asoma la cabeza. Como ve que los hombres siguen en su pelea, sssh... ella

se va. Sssh sssh... ella regresa al fondo de la tierra. Sssh sssh... ella hace temblar... ella

desaparece.

La Vainilla

Cuentan que Xanath, hija de nobles totonacas, célebre por su belleza, vivía en un palacio

cercano al centro ceremonial de Tajín, sede de su pueblo.

Cierto día en que la joven acudió a depositar una ofrenda sobre el plato colocado en el

abdomen de Chac-Mool ("Mensajero Divino"), encontró casualmente a Tzarahuín

(jilguero), un alegre doncel al que le agradaba silbar, y surgió entre ambos amor a

primera vista.

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Sin embargo, el romance mostró dificultades para prosperar, porque Tzarahuin era pobre

y vivía en una choza humilde rodeada de tierra fértil en que abundaban las anonas, las

piñas y las calabazas. A pesar de la diferencia de clases, los enamorados se reunían casi a

diario, de manera fugaz, cuando el mancebo llevaba al mercado la cosecha de sus

siembras, y en poco tiempo una sincera pasión se apoderó de sus corazones.

Una tarde en que Xanath pasó junto al templo sagrado de los nichos, la sorprendió la

mirada penetrante del dios gordo, que se caracterizaba por su vientre abultado, la frente

rapada y su triple penacho; y desde entonces el señor de la felicidad se dedicó a

cortejarla. La doncella logró esquivarlo en un principio, mas el astuto dios encontró la

forma de revelarle sus sentimientos y, al ser rechazado, su alegría habitual se tornó en

cólera y amenazó a la joven con desatar la furia de Tajín, si no accedía a sus reclamos

amorosos.

La advertencia hizo temblar de miedo a Xanath, pero no traicionó a Tzarahuín.

El astuto dios gordo resolvió entonces ganarse la confianza del padre de la joven para

que influyera en el ánimo de Xanath. Lo invitó a su palacio, le reveló secretos divinos y

cuando manifestó interés por la linda muchacha, recibió completo apoyo para casarse

con ella.

Xanath hubo de soportar un mayor acoso del testarudo dios y su padre la obligó a

aceptar una nueva cita, que resultaría fatal, pues luego de haber dado otra negativa al

señor de la felicidad, éste, irritado, lanzó un conjuro sobre la doncella y la transformó en

una planta débil de flores blancas y exquisito aroma: la vainilla.

Y si bien el dios creyó vengarse, lo cierto es que mientras de él existen sólo vagos

recuerdos, en cambio, tenemos muy presente en nuestros días a la planta orquidácea

cuya esencia es muy apreciada en la cocina y la pastelería de muchas partes del mundo.

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El Mole Poblano

Cuenta la leyenda, que en una ocasión Juan de Palafox, Virrey de la Nueva España y

Arzobispo de Puebla, visitó su diócesis, un convento poblano le ofreció un banquete, para

el cual los cocineros de la comunidad religiosa se esmeraron especialmente.

El cocinero principal era fray Pascual, que ese día corría por toda la cocina dando

órdenes ante la inminencia de la importante visita. Se dice que fray Pascual estaba

particularmente nervioso, y que comenzó a reprender a sus ayudantes, en vista del

desorden que imperaba en la cocina.

El mismo fray Pascual comenzó a amontonar en una charola todos los ingredientes para

guardarlos en la despensa, y era tal su prisa, que fue a tropezar exactamente frente a la

cazuela, donde unos suculentos guajolotes estaban ya casi en su punto.

Allí fueron a parar los chiles, trozos de chocolate y las más variadas especias, echando a

perder la comida que debía ofrecerse al Virrey.

Fue tanta la angustia de fray Pascual, que éste comenzó a orar con toda su fe,

justamente cuando le avisaban que los comensales estaban sentados a la mesa.

Un rato más tarde, él mismo no pudo creer cuando todo el mundo elogió el accidentado

platillo.

Incluso hoy, en los pequeños pueblos, las amas de casa apuradas invocan la ayuda del

fraile con el siguiente verso: "San Pascual Bailón, atiza mi fogón".