ley de divorcio, ¿para qué?

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Ley de divorcio, ¿para qué Fecha: Domingo 01 de Junio de 2003 Pais: Chile Ciudad: Concepción Autor: Mons. Antonio Moreno Casamitjana El proyecto de Ley sobre Matrimonio Civil está a punto de ser discutido en el Senado, lo que sería el último trámite para su aprobación. Lo que hace única la situación chilena en este asunto es la participación de legisladores católicos que no sólo se han mostrado de acuerdo con una ley que introduzca el divorcio vincular, sino que la han promovido muy activamente. No han visto incompatibilidad entre su declarada condición de católicos y su intervención a favor de una ley que los Obispos, unánime y reiteradamente, coincidentes con declaraciones también reiteradas del más alto Magisterio, han denunciado como contraria a la moral cristiana y natural, y al bien de la sociedad. Esto último es claro, si se consideran los estudios hechos en países en los que el divorcio entró en la legislación hace ya bastante tiempo. De dichos estudios resulta claro que la cantidad de divorcios aumenta notablemente al existir una ley que lo admite. La pobreza aumenta en los divorciados, incidiendo especialmente en la mujer y los niños. Aumentan los niños nacidos fuera del matrimonio, también con consecuencias económicas graves. Las compensaciones económicas al cónyuge en situación más débil (generalmente la mujer) se cumple mal, porque al divorciado, que por lo general contrae un nuevo vínculo civil, no le resulta fácil mantener dos casas, y la justicia difícilmente puede urgir con eficacia el cumplimiento de esa obligación, por más que la ley la establezca. Por último los hijos de matrimonios divorciados manifiestan tasas mayores de problemas sicológicos, bajo rendimiento escolar que se extiende a la educación superior, deserción escolar, drogadicción, criminalidad. Un estudio sobre la materia concluye que "toda la investigación moderna sobre conducta desviada ha descubierto que el factor de riesgo más importante es la ausencia de autoridad y control parental, mucho más que el conflicto conyugal o la disciplina abusiva ("violencia doméstica")". (Informe de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile a la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado). Estos datos confirman lo que la simple observación de la realidad permite reconocer, y destituyen de valor los argumentos que se esgrimen para introducir el divorcio en la legislación. Sin embargo se sigue adelante por convicciones que son de otro orden. Se da como razón para tener una ley de divorcio, la urgencia de favorecer la familia, dando la oportunidad de construir una nueva familia a quien ha fracasado en la primera, permitiéndole un nuevo matrimonio. Y esto, cada vez que el propio matrimonio "fracase", como se dice. Pero la realidad es que la aprobación del divorcio destruye la familia en la sociedad. Es verdad que la familia ya está muy deteriorada. Lo que habría que hacer entonces, sí se considera seriamente que es un bien para la sociedad, sería apoyarla por todos los medios al alcance: la educación (en primer lugar), subsidios económicos, soluciones laborales y habitacionales, creando un ambiente favorable al matrimonio y a la familia. (Por ejemplo, como se ha logrado formar una conciencia ecológica). Pero se hace todo lo contrario. Es cierto que la mera exclusión del divorcio no basta para defender y promover la familia, pero la existencia legal del divorcio le da el golpe de gracia. En los países que lo tienen, la consecuencia ha sido el desinterés de los jóvenes por casarse. Simplemente conviven. Situación que no favorece la natalidad ni, en consecuencia, la formación de una familia. La verdad es que lo que se busca es la superación de lo que despectivamente se llama "familia tradicional" (es decir, la familia propiamente tal) porque es el bastión que defiende a la sociedad del individualismo, como ya lo veía Chesterton

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Page 1: Ley de divorcio, ¿para qué?

Ley de divorcio, ¿para qué

Fecha: Domingo 01 de Junio de 2003Pais: ChileCiudad: ConcepciónAutor: Mons. Antonio Moreno Casamitjana

El proyecto de Ley sobre Matrimonio Civil está a punto de ser discutido en el Senado, lo que sería el último trámite para su aprobación. Lo que hace única la situación chilena en este asunto es la participación de legisladores católicos que no sólo se han mostrado de acuerdo con una ley que introduzca el divorcio vincular, sino que la han promovido muy activamente. No han visto incompatibilidad entre su declarada condición de católicos y su intervención a favor de una ley que los Obispos, unánime y reiteradamente, coincidentes con declaraciones también reiteradas del más alto Magisterio, han denunciado como contraria a la moral cristiana y natural, y al bien de la sociedad.

Esto último es claro, si se consideran los estudios hechos en países en los que el divorcio entró en la legislación hace ya bastante tiempo. De dichos estudios resulta claro que la cantidad de divorcios aumenta notablemente al existir una ley que lo admite. La pobreza aumenta en los divorciados, incidiendo especialmente en la mujer y los niños. Aumentan los niños nacidos fuera del matrimonio, también con consecuencias económicas graves. Las compensaciones económicas al cónyuge en situación más débil (generalmente la mujer) se cumple mal, porque al divorciado, que por lo general contrae un nuevo vínculo civil, no le resulta fácil mantener dos casas, y la justicia difícilmente puede urgir con eficacia el cumplimiento de esa obligación, por más que la ley la establezca. Por último los hijos de matrimonios divorciados manifiestan tasas mayores de problemas sicológicos, bajo rendimiento escolar que se extiende a la educación superior, deserción escolar, drogadicción, criminalidad.

Un estudio sobre la materia concluye que "toda la investigación moderna sobre conducta desviada ha descubierto que el factor de riesgo más importante es la ausencia de autoridad y control parental, mucho más que el conflicto conyugal o la disciplina abusiva ("violencia doméstica")". (Informe de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile a la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado).

Estos datos confirman lo que la simple observación de la realidad permite reconocer, y destituyen de valor los argumentos que se esgrimen para introducir el divorcio en la legislación. Sin embargo se sigue adelante por convicciones que son de otro orden.

Se da como razón para tener una ley de divorcio, la urgencia de favorecer la familia, dando la oportunidad de construir una nueva familia a quien ha fracasado en la primera, permitiéndole un nuevo matrimonio. Y esto, cada vez que el propio matrimonio "fracase", como se dice. Pero la realidad es que la aprobación del divorcio destruye la familia en la sociedad.

Es verdad que la familia ya está muy deteriorada. Lo que habría que hacer entonces, sí se considera seriamente que es un bien para la sociedad, sería apoyarla por todos los medios al alcance: la educación (en primer lugar), subsidios económicos, soluciones laborales y habitacionales, creando un ambiente favorable al matrimonio y a la familia. (Por ejemplo, como se ha logrado formar una conciencia ecológica). Pero se hace todo lo contrario. Es cierto que la mera exclusión del divorcio no basta para defender y promover la familia, pero la existencia legal del divorcio le da el golpe de gracia. En los países que lo tienen, la consecuencia ha sido el desinterés de los jóvenes por casarse. Simplemente conviven. Situación que no favorece la natalidad ni, en consecuencia, la formación de una familia.

La verdad es que lo que se busca es la superación de lo que despectivamente se llama "familia tradicional" (es decir, la familia propiamente tal) porque es el bastión que defiende a la sociedad del individualismo, como ya lo veía Chesterton

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a comienzos del siglo pasado. La aprobación de la ley de divorcio es el signo más claro de que una sociedad opta por una cultura en la que prevalezca la libertad entendida como rechazo de cualquier compromiso que, por razones superiores, obligue moralmente de por vida; en la que ya no tiene cabida la idea de que entregar la vida por otro u otros es la expresión de la más auténtica nobleza. (Nótese la incapacidad que muestran hoy ciertos "artistas" de comprender el gesto de Prat). Hoy se proclama como valor supremo de vida la "autenticidad", pero entendida como la reivindicación del derecho a mostrarse "como se es", con todas las debilidades, defectos y hasta aberraciones que fácilmente aparecen en una naturaleza tan mal inclinada como la nuestra, sin ninguna idea de que se debe y se puede hacer algo por cambiar esa manera de ser. De que educar es formar en las virtudes, como ya lo habían entendido los grandes griegos.

Es, simplemente, un cambio cultural profundo lo que se busca. Se dijo con toda claridad en España y se ha dicho también aquí. Se persigue un cambio en los valores de esta sociedad que es descalificada como "tradicional" y con otros epítetos, pero que, con las imperfecciones de toda realización humana, son los valores sobre los que se funda una sociedad cristiana. El divorcio es la viga maestra de esa transformación, como está bien probado. En él se apoyan las demás "conquistas": despenalización del aborto, igualdad de "género", matrimonio de homosexuales, derecho al hijo con cualquier método de fecundación, eutanasia, producción de embriones para usos terapéuticos, clonación humana, etc. Y ya sabemos que no son fantasías.

Puede ser que algún legislador católico piense, ingenuamente de buena fe, que el divorcio sería un bien para la sociedad chilena (que nos colocaría en la "modernidad") y que una ley que admite el divorcio por decisión unilateral va a poder ser aplicada con "suma estrictez" (lo que, aunque así fuera, no la haría moral). Hay quienes piensan que un legislador católico no tiene derecho a proponer (lo que no significa imponer) los principios éticos que se fundan en la ley natural y que son asumidos en la moral evangélica. Pero sí el cristiano que asume esa alta responsabilidad política no hace sino apoyar lo que una mayoría pide, ¿cuál es su aporte específico a la sociedad ¿Para que sirve, como político "cristiano". La respuesta la da Jesús con toda claridad: "para nada" (Mt. 5,13).

Como dice una reciente "Nota doctrinal" emanada de la Congregación para la Doctrina de la Fe, acerca de estas materias: es una cuestión de coherencia del católico con su fe.

� Antonio Moreno CasmitjanaArzobispo de la Ssma. Concepción