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PREGÓN DE LAS FIESTAS Leticia Dolera Saló de Cent, 21 de septiembre de 2018 Ajuntament de Barcelona

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Page 1: Leticia Dolera Saló de Cent, 21 de septiembre de 2018 ... · El año pasado la filósofa y pregonera Marina Garcés nos lanzó desde este mismo atril la siguiente pregunta: de todo

PREGÓN DE LAS FIESTAS Leticia Dolera

Saló de Cent, 21 de septiembre de 2018Ajuntament de Barcelona

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PREGÓN DE LAS FIESTAS DE LA MERCÈ 2018

Leticia Dolera

Saló de Cent, 21 de septiembre de 2018Ajuntament de Barcelona

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UNA CIUDAD DONDE NOS MIREMOS DE VERDAD

El año pasado la filósofa y pregonera Marina Garcés nos lanzó desde este mismo atril la siguiente pregunta: de todo lo que vivimos, ¿qué es lo que realmente nos importa? La pregunta la lanzaba de manera individual, pero también colectiva, a ese colectivo que, sin querer o queriendo, formamos la ciudadanía de Barcelona. La pre-gunta me removió. Como lo hacen siempre las preguntas de vida. Tras varias respuestas poéticas dibujadas en mi cabeza, otras tantas de postureo y alguna que otra muy reivindicativa pero quizás menos honesta, he llegado a la conclusión de que lo que me importa es se-guir mirando a los ojos a la gente. Y no hablo de mirar en el sentido literal, hablo de pararnos, aunque sea un momento, a apreciar la humanidad de quien tenemos enfrente.

Que una noche cualquiera, paseando por las cuadrículas de L’Eixample, los laberintos del Raval, las calles de Sant Andreu, Sarrià, Sants o la Trini, podamos mirarnos y encontrarnos. Creo que las fiestas mayores de las ciudades y barrios son una buena excusa para hacerlo.

Podemos aprovechar las Fiestas de la Mercè para salir a la calle a reencontrarnos con nuestras vecinas, vecinos, amigas, familiares o con gente desconocida de nuestra ciudad.

Es más, voy a parar de leer para miraros.

Ahora sí, hola a todas las que estáis aquí, en el Salón de Ciento del Ayuntamiento y a quienes estáis en la plaza de Sant Jaume. Hola a quienes estáis viendo la retransmisión de este evento por la tele en vuestra casa, en la casa de una amiga o en la tele de una prisión.

A quienes lo escucháis por la radio en la cocina, en la oficina o en el taxi, a quienes lo veáis en directo o en diferido desde la pantalla de un teléfono móvil, o a quienes leeréis los caracteres que sean en los tuits que alguien decida teclear o en los fragmentos que la prensa decida reseñar.

Hola a quienes escucháis este pregón con curiosidad y también a quienes lo hacéis con el morbo de encontrar un buen zasca o alguna contradicción. Escoged con libertad cómo hacerlo.

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Hola también a quienes no escucharéis este pregón porque estáis peleando por llegar a fin de mes, o a mitad de mes o a un puerto donde poder atracar con vida. Ojalá lo encontréis, en Barcelona tenemos uno que os espera con los brazos abiertos.

Me dispongo a encadenar palabras, una tras otra, intentando evo-car algo elocuente o emocionante.

No es baladí esto de las palabras, dicen que se las lleva el viento, pero últimamente parece que también te pueden llevar a otro sitio y no uno al que se entre por voluntad propia. Las palabras importan. Su significado importa e importa, sin duda, su libre expresión. Esa que hay que defender. Tanto la propia, ejerciéndola, como la de quienes no piensan como tú.

Hay palabras codiciadas, palabras temidas y palabras manipuladas.

Por ejemplo. Si yo digo: ciudad, Mercè, Barcelona. ¿En qué pensáis? ¿Y si digo: libertad, Mediterráneo, democracia, violencia? Seguro que pensáis en cosas distintas partiendo de las mismas palabras.

Yo si digo Barcelona, pienso en VIDA

Pienso en mi madre dejándome a las siete de la mañana en el cole para ir a trabajar. En las tardes en Rosselló con mis primos hacién-dome de canguros. En el Mercado de Santa Llúcia en Navidad, en las horas de vóley en la Vall d’Hebron, en los gritos de euforia en el Tibidabo, en mi fascinación por el Laberint d’Horta, en la boda de mi prima, en el día que nació mi sobrino, en las charlas con mi abuela Carmen en el sofá. En el Clot, donde nací y me crie con mi madre y mi tía. En Sants, donde pasé mi adolescencia y me di mi primer beso de portal. En el Poble-sec, donde viví parte de mi etapa adulta, incluyendo la vida en pareja, mi primer pregón y rodar el primer plano de mi carrera como directora. Por cierto, gracias de nuevo Manel y Maria por vuestra generosidad al de-jarme rodar en vuestra pescadería. Es lo que tiene el barrio, que te acompañas, te ayudas, haces red. Por eso hay que cuidarlos y protegerlos, son los corazones de Barcelona y ahora sufren a cau-sa de la gentrificación. Y por eso estoy ilusionada con la posible aprobación de una ley en nuestra ciudad que hará que se destine el 30 % de nueva construcción o de nuevas rehabilitaciones a vivienda protegida de alquiler.

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Si digo Barcelona, también pienso en TEATRO.

Fue en Barcelona donde decidí ser actriz, y la primera vez que fui al teatro fue aquí. Recuerdo salir de la sala sintiendo que entre esas cuatro paredes llenas de gente, la imaginación y la vida eran posibles. También recuerdo vibrar con Laia Marull, Emma Vilarasau o Vicky Peña y querer parecerme a ellas.

Algo parecido sentía en mis visitas casi regulares al cine. Al Co-media, Verdi, Renoir o Palau Balañá. Y a los desaparecidos Cine Vergara, Astoria, Urgel, Cinema Cataluña, Rex, el Palacio del Ci-nema, Renoir Les Corts, el Alexandra, el Novedades, el Nàpols, el Casablanca o el último en cerrar, el cine Aribau Club. Pienso en esos lugares hoy tapiados o reconvertidos en tiendas de multi-nacionales y me invade la nostalgia. Estoy a favor de las nuevas ventanas culturales, por supuesto, pero también siento que con el cierre de cada cine o teatro perdemos un lugar más en el que poder encontrarnos en comunidad, donde compartir nuestra cul-tura. Afortunadamente en Barcelona hay iniciativas de gente que ama el cine que mantienen vivas algunas salas. Hablo de la Sala Phenomena, del cine en formato de cooperativa Zumzeig Cinema o del videoclub Video Instan, reconvertido ahora en cafetería y sala de proyecciones gracias al micromecenazgo. Os animo a visitarlos y asomaros a películas que se alejan del circuito mayoritario y que nos abren la mirada. Es, además, una forma de apoyar la diversi-dad cultural, que tan ligada está a la diversidad de pensamiento.

Si digo Barcelona pienso en MANIFESTACIÓN CIUDADANA.

Aquí fui por primera vez a una manifestación, fue contra el maltrato animal. Fíjate, años después Barcelona es antitaurina. Ahora nos falta empatizar también con los animales que sufren en los corre-bous. La tortura no es cultura, venga de donde venga.

Aquí viví también ese momento que tanto nos hizo despertar, el 15M y las manifestaciones contra los recortes. Gente de distinta ideología exigiendo junta justicia social al Govern. También recuer-do a mi madre diciéndome: “Leti –bueno, dijo ‘Leticia’, así es como me llama cuando se pone seria–, ten cuidado, cuando la policía diga que hay que desalojar, tú vete”. Eso me enfadó: “Mamá, soy mayor para decidir cuándo debo irme”. A los pocos días, Angelo

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Cilia perdía la visión en un ojo por el impacto de una pelota de goma disparada por un mosso en una de las manifestaciones. No sería el único: siete personas fueron víctimas en Barcelona de algo así. La última, Roger Espanyol, el 1 de octubre de hace casi un año (cuando ya estaba prohibido su uso en Cataluña). Esta vez fue un policía nacional. Las pelotas de goma hacen daño, vengan de la policía que vengan. Pero volviendo al caso de Angelo Cilia, un teatro de Barcelona recogió esa porción de vida y política en El rey tuerto y nos hizo pensar en el poder de la gente cuando se junta, se mira y se habla, y lo que me parece más valiente y que refleja la complejidad de lo humano, también nos hizo comprender y humanizar al personaje que había disparado la pelota. Viendo esa obra de teatro convertida luego en película recordé cómo el miedo puede ser igual de humano que traicionero.

Y os sonará raro, pero los cines y los teatros también me producen un poco de miedo. Porque, al igual que la filosofía, la literatura o cualquier expresión artística, me sitúan ante preguntas o conflictos que, o bien no me había planteado o bien no quería hacerlo, pre-cisamente por miedo.

Como dice Juan Mayorga, “deberíamos hacer un teatro tal que de él huyesen los cobardes, un teatro tal que cuando un cobarde viese un teatro se alejara de él porque allí podría esperarle algún peligro”. El arte ha de ser peligroso para quien lo hace y para quien lo completa, que es el espectador.

A ver, peligroso en términos poéticos y de revolución interior. Peli-groso porque te desafía a pensar distinto, y eso asusta. Te pone en la piel de otra persona, y al hacerlo ves el mundo desde ese otro lugar. Así cada historia es un puente de empatía entre protagonista y espectadora. Por eso es tan necesaria la cultura y son tan necesa-rias las historias, que nos contemos y que sean voces diversas las que lo hagan, para vernos, reflejarnos, cuestionarnos, compren-dernos. Pensándolo bien, supongo que algún día una valiente hará una peli sobre “el procés”. A mí no me miréis, yo de momento solo dirijo comedias. Quizás a través de una ficción lograríamos empatizar y comprender a todas las partes, y digo todas porque son más de dos.

Sabemos de sobra que el asunto es complejo, que no hay blancos ni negros, más bien claroscuros. Y me gustaría compartir que yo,

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como muchas ciudadanas de Barcelona, ando angustiada con este tema. Por el supuesto callejón sin salida en el que estamos y porque hay políticos y representantes de asociaciones culturales que llevan meses en la cárcel o fuera del país para no entrar en ella, sin haber sido declarados culpables de nada y como consecuencia de algu-nas decisiones judiciales que, como ciudadana que intenta mante-nerse informada desde distintos prismas, me cuesta comprender.

Creo que no se puede imponer un concepto de nación a quienes no la sienten como tal y, a la vez, no me parece del todo sano que el concepto de nación esté por encima de todo o sea un motor en nuestras vidas. También tengo claro que existe buena gente en todos los puntos de vista y en todos los partidos políticos y que lograremos entendernos para convivir. Para ello, podemos usar y revisar las herramientas que nos da la política, para hacerlo de la manera más democrática posible. No generando conflictos donde lo que hay sencillamente es diversidad de opinión, no como si esto fuera un juego de rol donde debe haber vencedores y vencidos, no judicializando un proceso político, sino haciendo política. Y pienso que la política la haremos no solo hablando entre nosotras, sino so-bre todo escuchándonos, a quien piensa como nosotras y a quien no. Y, sinceramente, creo que escuchamos mejor mirándonos a los ojos que mirando a una bandera. La que sea.

Si digo Barcelona pienso en ACOGER.

Es un motivo de orgullo que en Barcelona tuvieran lugar la manifes-tación más grande de Europa a favor de la acogida de personas que huyen de la guerra o la violencia.

¿Cómo no vamos a acoger si muchas de las que estamos aquí somos hijas, nietas o bisnietas de personas que Barcelona acogió después de la guerra? ¿Si muchas somos hijas, nietas o bisnietas de personas que se marcharon a Alemania, Inglaterra o América para buscar un futuro mejor? Y aunque no fuéramos fruto de la emigra-ción… ¿cómo no vamos a acoger si en realidad nacer en Barcelo-na, Cádiz, Damasco o Ciudad Juárez es fruto de la casualidad? ¿Quién decide que un ser humano es ilegal en uno u otro lugar? ¿A partir de esta línea eres legal, si cruzas esta concertina eres ile-gal? ¿Quién construye esas fronteras políticas? ¿Quién y por qué? No tiene ningún sentido. No es justo. Nos deshumaniza aceptarlo.

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Si digo Barcelona también pienso en ALCALDESA, con A.

Me emociona estar aquí leyendo el pregón, pero me ilusiona espe-cialmente hacerlo teniendo a una alcaldesa. Aunque me gustaría que no fuera la primera de nuestra ciudad, que lo es. Es fuerte, ¿verdad? Con lo moderna y cosmopolita que es Barcelona, pues hasta hace unos tres años no habíamos tenido nunca una alcal-desa. Ojalá terminemos con la época de las pioneras, la primera mujer que esto o la primera mujer que lo otro. Ojalá ese techo de cristal que rompéis las mujeres de la política cuando os presentáis a cargos importantes, pienso en Ada Colau, Inés Arrimadas, Marta Rovira o Anna Gabriel, no haya que romperlo más, que una vez roto, todas puedan pasar sin tener que volver a picar a golpe de martillo, sino solo a golpe de talento.

Si digo Barcelona también pienso en MANADA.

Una manada que lleva varios 8 de marzo saliendo junta a reclamar una sociedad más justa e igualitaria. Por eso nos animo a todas y a todos a que sigamos siendo manada en estas Fiestas de la Mercè, una manada de las buenas, una manada que se cuida y se respeta, que no agrede y que tampoco calla ante una agresión machista, racista, homófoba o tránsfoba, una manada que celebra, ríe y baila junta. Que no se nos olvide esto: la manada somos nosotras.

Por eso, con el permiso de la alcaldesa quisiera compartir la lectura de este pregón con una mujer que forma parte de esa manada, una vecina de Barcelona, del barri de Gràcia, amante de la buena sobremesa y amiga generosa. Carmen Juárez forma parte de la asociación de mujeres migrantes que luchan por los derechos de las mujeres migradas y trabajadoras del hogar y los cuidados en Barcelona. Gracias a ella me he asomado a mi cuidad desde otro lugar.

Carmen…

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Buenas tardes,

Quiero empezar agradeciendo a Leticia que me haya invitado a participar en la lectura del pregón de la Mercè de este año. No ha sido una decisión fácil, aceptar esta propuesta. Todo (la resonancia, este salón, vosotros...), honestamente, impone. Pero a medida que lo comentábamos, las dos coincidíamos que esta era una buena oportunidad para dar visibilidad, y con voz propia, a colectivos de los cuales casi nunca se habla. Gracias, Leticia, por tu sensibilidad y generosidad.

Escuchábamos antes que las palabras importan, y eso me ha hecho pensar qué palabras evocan mi Barcelona.

Ante todo, cuando digo Barcelona, pienso en refugio. Mi niñez en Honduras no fue fácil. Con diez años vi cómo mataban a mi padre delante de mí. Todavía recuerdo el sonido de los disparos. Después sufrimos la terrible impunidad que se vive en aquel país. La policía le dijo a mi madre: “Señora, póngase a trabajar, que tiene cinco hijos.” Necesitaba salir de aquel país, de aquella violencia que me ahogaba, de tanta injusticia, empezar de nuevo. Barcelona me salvó la vida.

Como tantas personas que huimos de las violencias y que encontra-mos en Barcelona nuestro puerto seguro, aquí he conseguido la paz que necesitaba para encontrarme a mí misma y desarrollarme como persona. Pero no todo han sido momentos felices en este camino.

Poco después de llegar, con 19 años, la falta de oportunidades a la cual nos aboca, a muchas personas, una ley de extranjería injusta y racista, me forzó a trabajar como cuidadora interna. Seis años de soledad durante los cuales estuve encerrada 24 horas cuidando de Francisca, una mujer mayor que sufría demencia. Solo dispo-nía de nueve horas libres durante toda la semana. Recuerdo las Fiestas de La Mercè, ver el festival pirotécnico desde el terrado y envidiar a la gente que podía disfrutarlo.

Aunque no lo parezca, trabajar en esas condiciones no es un hecho aislado, sino que es la realidad de muchas mujeres en la Barcelona del 2018. La nuestra es una sociedad que está envejeciendo, y su cuidado recae demasiado a menudo sobre los hombros de mujeres migradas que trabajan en condiciones de explotación. Mujeres que cuidan la vida de los demás a cambio de tener que olvidar la

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suya propia. Por eso, cuando digo Barcelona, también pienso en algo cerrado. Y en incomprensión, aislamiento, miedo... Pienso en Teresa, Belinda, Lilian y tantas otras compañeras, trabajadoras del hogar y el cuidado, que viven esta realidad y que hoy no pueden estar aquí.

Ellas forman parte de la Barcelona invisibilizada, pero también de una Barcelona feminista y rebelde que se organiza y lucha desde los márgenes para que nuestra voz sea escuchada. La del 15-M y la de la “manada” feminista, que nos explicaba Leticia. Y también la de la masiva manifestación antiesclavista en la Rambla en 1872, hace casi 150 años. Gente sencilla y trabajadora que hacía frente con pocos recursos a intereses poderosos, pero con la convicción de que estaban en el lado correcto de la historia. Como ha pasado en tantas y tantas movilizaciones que nos han precedido en nuestra ciudad.

Son estas luchas las que nos hacen creer en una Barcelona de ciu-dadanos y ciudadanas, de hombres y mujeres iguales en derechos y deberes. Una Barcelona que reconoce como vecinos y vecinas de pleno derecho a todas las personas que viven allí, independien-temente de sus orígenes y situaciones administrativas.

Cuando sueño en la Barcelona que quiero, pienso en ciudadanía. En una Barcelona plural de identidades y de maneras de entender el mundo que deja de hablar de la diversidad que nos ha llegado para asumir, de una vez por todas, la diversidad que ya somos y trasladarla plenamente a todos los ámbitos: a las artes, a las escuelas, a las universidades, a los medios de comunicación, a la política...

Que disfrutéis de una Mercè intercultural, llena de colores y de mo-mentos mágicos. Una Mercè comprometida, feminista y libre de agresiones sexistas. ¡Muy feliz fiesta mayor a todo el mundo!

Carmen Juares Palma

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© del texto, Leticia DoleraCartell de la Mercè 2018: Sònia Pulido

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