lenguaje, belleza y verdad en cicerón y san agustín

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Teología y Vida Pontificia Universidad Católica de Chile [email protected] ISSN (Versión impresa): 0049-3449 ISSN (Versión en línea): 0717-6295 CHILE 2002 Andrés Covarrubias C. LENGUAJE, BELLEZA Y VERDAD EN CICERÓN Y SAN AGUSTÍN: LAS ENCRUCIJADAS DE LA PERSUASIÓN Teología y Vida, año/vol. 43, número 003 Pontificia Universidad Católica de Chile Santiago, Chile pp. 187-195

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Filosofía

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  • Teologa y Vida Pontificia Universidad Catlica de [email protected] ISSN (Versin impresa): 0049-3449ISSN (Versin en lnea): 0717-6295CHILE

    2002 Andrs Covarrubias C.

    LENGUAJE, BELLEZA Y VERDAD EN CICERN Y SAN AGUSTN: LAS ENCRUCIJADAS DE LA PERSUASIN

    Teologa y Vida, ao/vol. 43, nmero 003 Pontificia Universidad Catlica de Chile

    Santiago, Chile pp. 187-195

  • LENGUAJE, BELLEZA Y VERDAD EN CICERN Y SAN AGUSTN 187Teologa y Vida, Vol. XLIII (2002), pp. 187-195

    Andrs Covarrubias C.Profesor de la Facultad de FilosofaPontificia Universidad Catlica de Chile

    Lenguaje, belleza y verdad en Cicern y San Agustn:las encrucijadas de la persuasin*

    (*) Este artculo forma parte del proyecto FONDEDOC 2001 (P.U.C.Ch.), Introduccin a la retricaclsica. Fue presentado para su discusin en el VI Seminario de Estudios Patrsticos, Facultadesde Teologa y de Filosofa, P. Universidad Catlica de Chile, en septiembre de 2001.

    (1) Cfr. La reconciliacin de San Agustn con la retrica en De doctrina christiana, Diadokh,Revista de Estudios de Filosofa Platnica y Cristiana, Santiago-Buenos Aires, vol. 1, n 1-2,1998, pp. 83-94.

    (2) Cfr. para este aspecto, A. Covarrubias: El itinerario filosfico de San Agustn a la luz de LasConfesiones, Seminarios de Filosofa, Instituto de Filosofa, P. Universidad Catlica de Chile,vol. especial, 1993, pp. 163-178.

    I. INTRODUCCIN

    En un trabajo anterior me refer a las exigencias que impone San Agustn en elDe doctrina christiana para conseguir una transformacin radical de la oratoria luegode haber despreciado durante mucho tiempo este arte por parecerle engaoso demodo que la retrica sirva efectivamente para los fines que el orador eclesisticopretende alcanzar (1). Ahora me propongo analizar la manera como el Obispo deHipona supera el marco fundamentalmente relativista y legalista de la oratoria deCicern, para edificar un lugar en el que el lenguaje persuasivo, la belleza y la verdadconfluyan en un punto central desde donde sea posible superar el relativismo radical,en cuanto este ltimo es, en gran medida, una consecuencia de la confusin que surgerespecto al problemtico lmite que intentamos trazar, a veces con bastante dificultad,entre la relatividad o la relacin segn un principio verdadero, por una parte, y unrelativismo a ultranza sin referencia a un fundamento ltimo, por otra.

    Como es bien sabido, el anlisis del lenguaje y sus lmites constituy unapreocupacin constante en el pensamiento de San Agustn. En efecto, el mayorobstculo para el filsofo de Tagaste estriba en encontrar un lenguaje que permitareferirnos de algn modo a la trascendencia, pero sin menoscabarla. Esto implica, enprimer trmino, superar la mera palabrera propia de una retrica sin contenido, y,en segundo lugar, buscar una visin de totalidad que d un sentido y un fundamentoadecuado a los estrechos parmetros impuestos por la finitud y la temporalidad (2).

    Asumir esta investigacin, en lo esencial, desde la perspectiva de la argumen-tacin (ratiocinatio), pues desde esta ltima es posible aquilatar con mayor preci-

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    sin la diferencia entre las posiciones de Cicern y San Agustn, en lo que respectaa la relacin que pueda ser establecida entre lenguaje y persuasin, apariencia yverdad. La pregunta que nos gua es la siguiente: en qu consiste la belleza yverdad ltimas del lenguaje?

    II. LENGUAJE, ARGUMENTO Y VERDAD EN CICERN

    Cicern (106-43 a. C.) comienza el libro I del De inventione afirmando que lasabidura debe acompaar siempre a la elocuencia. Esto en vistas a la creacin deuna sociedad fundada en el bien comn y no en la fuerza fsica. Un buen ejemplo deesta ntima vinculacin entre sabidura y oratoria se ha dado en los mejores hombresde entre los romanos: Catn, Lelio, Africano y los Gracos. As, pues, se ha deestudiar oratoria para que los charlatanes no ocupen el lugar que debera estar reser-vado solo para los buenos ciudadanos. Se desprende de todo esto el hecho de que laretrica constituye una parte fundamental de la poltica, aunque asumiendo en estoCicern sigue la tradicin aristotlica y no la de Gorgias, para el que la retricaabarca sin lmites todos los campos de la realidad que este arte se refiere exclusiva-mente a los gneros deliberativo o poltico, epidctico (o elogiativo y desacreditati-vo) y judicial.

    Ahora bien, aunque Cicern establezca tal declaracin de intenciones en estatemprana obra, la que escribi cerca de los veinte aos, sin embargo, y paralela-mente, defender la tesis de que la inventio segn nuestro autor, la parte msimportante de la oratoria es el descubrimiento de los argumentos verdaderos oaparentemente verdaderos que convierten un caso argumentativo en un caso proba-ble. Esta apariencia de la verdad o verosimilitud, en efecto, es aceptada debido alcarcter eminentemente judicial de la retrica ciceroniana (3). Esto, entre otras co-sas, implica la utilizacin de ciertas estrategias como la simulacin y la ocultacin(4), que distan de estar entre los objetivos de la oratoria, desde el punto de vistaasumido por San Agustn.

    Lo que apoya, segn Cicern, al argumento retrico y sus proposiciones, sonlos atributos de personas o de acciones. Pero generalmente nos movemos dentro de

    (3) Agradezco las observaciones del Profesor Francisco Fortuny, de la Universidad de Barcelona, enlo que respecta a las dificultades de entender la tica ciceroniana como una tica eminentementejurdica y, por ende, relativista. Sin embargo, me parece consistente la argumentacin de ManfredFuhrmann en Cicern y la retrica: la moral de abogado de Cicern y su evaluacin en los siglosXIX y XX, Anuario Filosfico, U. de Navarra, vol. XXXIV/2, 2001, pp. 347-367, donde analizala influencia determinante que tuvo en Cicern la solucin aristotlica de una retrica moralmenteneutra de la probabilidad, opuesta a las posiciones relativistas de algunos sofistas y a las estrictasexigencias platnicas. De aqu que el abogado y orador Cicern, llevara en ocasiones al extremolas tergiversaciones de los hechos y el engao para defender su causa, asumiendo como lmitesolo la plausibilidad, sin un compromiso tico (cfr. p.e. los informes Pro Cluentio Habito y ProMilone). En este sentido, Cicern, desde una perspectiva eminentemente judicial, se consideren el derecho de conceder parcialidad a las partes y sus defensores, con la condicin de que losjueces no cediesen ni lo ms mnimo en lo que consideraban verdadero (p. 366). Ahora bien, lajurisprudencia actual, a pesar de asumir en lo esencial la tica de abogado ciceroniana, se velimitada por la obligacin a la verdad y la prohibicin del encubrimiento punible (cfr. p. 367).

    (4) Cfr. De inv. I, 20 ss.

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    lo probable y no de lo necesario, donde la probabilidad es aquello que ocurre usual-mente o que se encuentra en las creencias comunes de las personas, o tambin, es loque encierra en s mismo una semejanza con tales cualidades (cfr. De inv. I, 45).Mas an, toda argumentacin debe ser realizada por analoga o por entimema. Laprimera, parte de hechos aceptados hacia la aprobacin precisamente en virtud delprincipio analgico de una proposicin dudosa. El entimema, en cambio, es unaforma argumentativa que extrae una conclusin probable a partir de los hechosconsiderados. Todava ms, la expresin argumento significa en Cicern una afir-macin sobre cualquier asunto probable o cierto, pero tambin puede significar eladorno o embellecimiento de una afirmacin acerca de algo (De inv. I, 65 ss.). Esas como en Topica 8, Cicern define el tpico como el lugar en el que residen losargumentos y, adems, define un argumento como todo aquello que convierte encreble un asunto dudoso (5).

    Por ltimo, la peroratio o conclusin est ntimamente asociada con el hacersurgir sentimientos en el auditorio: animadversin respecto al rival, aceptacin afec-tiva de nuestro discurso. Una vez alcanzada la emocin que queremos de parte deljurado, no debemos alargarnos en el discurso, sino calcular bien, porque, como diceCicern, nada hay que se seque ms rpido que las lgrimas.

    Por otra parte, la oratoria debe utilizar al mximo la conjetura y, en estesentido, la investigacin de los hbitos, emociones, intereses, propsitos, logros,acciones pasadas y discursos, constituyen un excelente material para producir sos-pechas conjeturales (De inv. II, 30). Incluso los rumores, tanto para el que acusacomo para el que defiende, constituyen elementos importantes para producir la am-plificacin oratoria. Esta postura de Cicern rebasa el debate judicial, para proponerun estilo semejante de argumentacin, que influye en la retrica deliberativa o pol-tica, la que versa sobre lo honorable, entendido esto ltimo como algo compuestopor sabidura, justicia, valor y moderacin. Sin embargo, estas virtudes continandependiendo de la estrategia persuasiva dispuesta y acomodada por el discurso y,por lo tanto, siempre quedan sujetas a los dictmenes de la conveniencia, la que, enfin, depende de cada caso a resolver.

    En el dilogo De oratore, Cicern matiza y pule las ideas que un tanto tosca-mente haba barruntado en el De inventione, sobre todo las que hacen relacin conlas emociones y el lugar que ocupan en el proceso de persuasin. Es importantedestacar aqu que Cicern recurre a Craso como portador de sus propios puntos devista sobre la materia (oratoria), a saber, que la retrica es un modo de vida en smisma y que el orador es una mezcla cultural de filsofo, abogado y poltico (6).En opinin de Craso, el perfecto orador mantiene su dignidad, pero tambin debepreservar la del Estado (De or. I, 34) (7). Escvola, renuente a asignar un papel tan

    (5) Itaque licet definire locum esse argumenti sedem, argumentum autem rationem, quae rei dubiaefaciat fidem.

    (6) Cfr. Donovan J. Ochs, Teora retrica de Cicern, en Sinopsis histrica de la retrica clsica,Ed. James J. Murphy, Gredos, Madrid, 1989, p. 156. En De oratore III, 130 s., Craso afirma queno le preocupa que usemos la etiqueta de filsofo o de orador, con tal de que el personaje encuestin presente un asunto importante de una manera elocuente.

    (7) Sic enim statuo, perfecti oratoris moderatione et sapientia non solum ipsius dignitatem, sed etprivatorum plurimorum et universae rei publicae salutem maxime contineri.

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    importante a la elocuencia, sostiene que fueron los consejos sabios y no el arteoratoria quienes crearon el orden de las comunidades, y se pregunta: no son lareligin y la ley ms importantes? (ibid. I, 40). Ms an, Escvola afirma que lapretendida superioridad dialctica de la oratoria no es ms que un engao (ibid.).Sin embargo, lo que nos interesa ahora es la respuesta de Craso: la objecin deEscvola es la de los filsofos griegos, como Platn, y agrega que est en desacuer-do con ellos como est en desacuerdo con Platn, por ser el impulsor de tal idea (Deor. I, 49) (8). Incluso, segn Craso, para suscitar ciertas emociones, el orador tieneque ser un conocedor de la filosofa natural, cosa que supera con creces la meracharlatanera. Se necesita, pues, de un profundo conocimiento de la naturaleza hu-mana, lo que es terreno propio de la filosofa. Tanto Escvola como Antonio, que esabogado, acusan a Craso de proponer un ideal inalcanzable, ni siquiera remotamenterozado por el mismo Craso.

    Sobre todo, en Craso hay un fuerte intento por aproximar al filsofo y alabogado. En efecto, dice que tanto uno como el otro se ocupan de las obligacio-nes, las recompensas, las sanciones, el control de las emociones, la propiedad, etc.Antonio, en cambio, separa ambas figuras y la del poltico respecto de la delorador, definiendo a este ltimo como aquel que usa un lenguaje agradable yargumentos convincentes en las situaciones judiciales y deliberativas. Tambinquerra agrega Antonio que fuese instruido en el empleo de la voz y de laactuacin, y que tuviese un cierto encanto personal (De or. I, 213). Recomienda,adems, recurrir a los especialistas para resolver los asuntos complejos. El oradores, para Antonio, en fin, un hombre que puede hablar de modo tal que logrepersuadir a los oyentes (ibid. I, 260).

    En el libro II del De oratore, Antonio expone, y ya no en vistas a la refutacinde Craso, su punto de vista, y circunscribe la oratoria al gnero epidctico, pues paraensalzar o vituperar a alguien no se requiere de grandes conocimientos. La oratoria,segn Antonio, tiene el defecto de no poder cambiar la mente de los individuos. Esas como l exige para el orador, sobre todo, la capacidad de imitar modelos exce-lentes, tambin en el mbito de lo moral (De or. II, 90 ss.). Dice Antonio que losromanos rara vez han confiado en los filsofos, y si un orador muestra sus conoci-mientos filosficos, su credibilidad e influencia quedan disminuidas (ibid. II, 156s.). Aconseja, asimismo, vincular estrechamente una prueba a una emocin, ya quela mayora de las decisiones se fundamentan en una emocin. Desde el punto devista de Antonio, pues, la clave de la persuasin est cifrada en el uso adecuado delas apariencias y en la capacidad para mover al auditorio (ibid. II, 337).

    Cicern en Brutus (46 a.C.) defiende la idea de que es el auditorio, en definiti-va, el que aporta la prueba ltima de la vala de un orador, de su xito (ibid. 184),aunque la gente comn se conmueva al escuchar a un orador sin saber por qu seconmueve. El crtico, que es versado en el arte retrico, por el contrario, sabe porqu es influenciado el oyente, y conoce las cinco partes de este arte: invencin,disposicin, pronunciacin, estilo y actuacin.

    (8) Este es, a mi entender, el planteamiento de Platn en el Gorgias, donde el filsofo propone unadescalificacin radical de la retrica, ms que el punto de vista del Fedro, dilogo en el quedefiende una oratoria filosfica al servicio de la verdad.

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    Este punto es, a mi juicio, uno de los ms relevantes cuando comparamos lasposiciones de Cicern y San Agustn respecto de la oratoria. En efecto, para elObispo de Hipona el auditorio no es determinante, y las partes fundamentales de laoratoria son la invencin y la exposicin, separndose del aparato teatral que Cice-rn consideraba necesario, vistas las cosas desde una perspectiva judicial. Adems,a pesar de que para Cicern la elocuencia ha hecho ms por la civilizacin que lamilicia, segn l, sin embargo, no debe aquilatarse la oratoria por su utilidad. SanAgustn, por el contrario, se detiene precisamente en su calidad de medio til, frentea lo que debe ser valorado por s mismo, que es nicamente el mensaje de lasEscrituras (9). Las fuentes de Cicern, obviamente, se agotan con el estudio de laoratoria y de la dialctica (10), aspectos que constituyen solo un simple instrumentopara el filsofo de Tagaste.

    III. LENGUAJE, RETRICA Y VERDAD: LA SUPERACIN DE LA AMPU-LOSIDAD Y LA APARIENCIA EN FAVOR DE LA SENCILLEZ DE LAVERDAD ORATOR VS. DE DOCTRINA CHRISTIANA (11)

    Cicern publica el Orator bajo la forma narrativa de una carta a Bruto, expo-nindole las caractersticas del perfecto orador. San Agustn, en el libro IV del Dedoctrina christiana, hace algo semejante, pero atendiendo a caractersticas diferen-tes de las aducidas por Cicern. Desarrollar la posicin de este ltimo, comparn-dola con la de San Agustn, en los tres planos que enmarcan los officia oratoris, asaber: ensear (docere), deleitar (delectare) y, en fin, mover o modificar el nimo delos oyentes (flectere).

    1. El docere agustiniano, ms all de la prueba persuasiva en Cicern

    Con respecto a la enseanza que debe recibir el orador, Cicern sostiene que lafilosofa constituye un componente esencial en lo que hace relacin con la educa-cin que debe ser impartida al rtor ideal, en vistas a perfeccionar la capacidad deexponer con mayor calidad sus argumentos. As lo demuestran las trayectorias dePericles y Demstenes. A la inversa, tambin la retrica es necesaria para adornarlas materias tomadas de la filosofa. La juntura de ambas disciplinas permite, en

    (9) Philip E. Satterthwaite en The Latin Church Fathers, Handbook of Classical Rhetoric in theHellenistic Period, Ed. S. E. Porter, Leiden, Brill, 1997, cap. 22, p. 676, afirma: The work mostcited by the Latin Fathers is the Bible, of which they all show an extensive knowledge. Biblicalexegesis, in an innovation of classical rhetorical procedure, is now an acceptable form ofargument.

    (10) Dice Cicern que en Atenas estudi filosofa con Antoco y retrica bajo la enseanza deDemetrio. Sus compaeros de viaje eran los ms excelentes oradores del Asia Menor, pero luegofue a Rodas para estudiar con Moln. Este se encarg de reprimir sus excesos, de tal manera que,al volver a Roma, se perciba a s mismo un orador diferente (Brutus, 315 ss.).

    (11) Los tres primeros libros de esta obra, que tratan sobre el modus inveniendi, fueron escritos apartir del ao 397 d. C., dejando inconcluso el III hasta 15, 35. A cinco aos de su muerte, en el426, Agustn termin el De doct. christ. III y redact por completo el libro IV, sobre el modusproferendi (cfr. Retract. II, 31, 1).

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    efecto, la existencia de oradores realmente elocuentes (Orator, 15). El verdaderoorador debe estar familiarizado, por lo dicho ms arriba, con los tpoi de la argu-mentacin y los lugares del razonamiento (ibid. 44) (12), los que en el Orator, 113,circunscribe a la ciencia de la dialctica (13), tal como fueron enseados por Aris-tteles y Crisipo. En Partitiones oratoriae (46 a. C.), Cicern insiste en el hecho deque, dentro del campo de la invencin, y puesto que el orador tiene como finpersuadir al auditorio, el rtor debera extraer sus argumentos de los tpoi y, una vezencontrados, organizar adecuadamente los argumentos (cfr. 5-10). Pero no solo de-ber entender de dialctica, sino que tambin sabr tratar los conceptos filosficosde religin, deber, placer, etc., ya que el orador elocuente encuentra situacionesdonde desarrollar estos temas (De or. 118 ss.). Adems, debe conocer muy perfecta-mente el derecho civil y la historia. Pero, en definitiva, y a pesar de los contenidos,el ornato es lo que enmarca la esencia de la oratoria, aspecto que, por lo dems, esarduamente criticado por San Agustn.

    En fin, en los Topica (44 a. C.) Cicern sostiene la conveniencia de fusionar,bajo una metodologa comn, la invencin filosfica (tal como la desarrollara Aris-tteles) y la invencin retrica (14).

    San Agustn intenta ir ms all de Cicern, al ensear una doctrina no veros-mil sino verdadera. Pero, sin duda, y a pesar de no contravenir el sueo de SanJernimo, el que le advierte a este ltimo Ciceronianus es, non Christianus (Ep.22, 30, 4), asume muchos de los aspectos capitales de la concepcin oratoria deCicern, pero modificando sustancialmente la procedencia y la certeza de los tpoidesde los cuales se ha de investigar. Ya no se trata de convicciones popularesrecogidas de aqu y all, sino de la doctrina de las Sagradas Escrituras, con lo cual laoratoria asume una perspectiva hermenutica nunca antes desarrollada en la historia.

    2. Delectare: la belleza del lenguaje

    Segn Cicern existen dos clases de oradores, los que hablan en trminossencillos e instructivos y aquellos otros que usan la exuberancia, la locuacidad y lascadencias rtmicas para mover a sus oyentes. Cicern se inclina por estos ltimos(15). Aqu, es decir, en el mbito del estilo, ya encontramos una diferencia esencialcon respecto a San Agustn: este prefiere a todas luces el estilo sencillo, aunque conpinceladas del medio y del sublime, para la predicacin de las Escrituras.

    Esto se vincula al hecho de que el objeto a tratar no es la persuasin de unauditorio, sino la mejor entrega que se pueda ofrecer de la verdadera doctrina cris-tiana, objetivo primordial del orador eclesistico. Cicern, en cambio, dice que elperfecto orador ha de usar el estilo sencillo para probar su caso, el medio o templa-

    (12) Noverit igitur hic quidem orator, quem summum esse volumus, argumentorum et rationum locos.(13) Tambin debera conocer, dice Cicern, la naturaleza de las palabras tanto aisladas como en

    construccin, los mtodos para determinar la verdad o la falsedad de las cosas, las maneras deresolver la ambigedad, el modo de definir lo que una cosa es y las relaciones que hay entreespecie y gnero (Orator 115).

    (14) Cfr. J. J. Murphy (ed.): op. cit., p. 206.(15) Ibid. p. 193.

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    do para encantar a los oyentes, y, en fin, el sublime o elevado para doblegar alauditorio (De or. 70 ss.). Los dos primeros estilos mencionados tienen la funcin depreparar a los oyentes, asumiendo el ltimo, es decir el sublime, la mayor importan-cia (ibid. 85).

    San Agustn, como hemos dicho, defiende el estilo sencillo por la simple razn deque es el que ms se acomoda a las Escrituras, las que son modelo, a la vez, de sabiduray recta elocuencia. De modo que aunque las cosas se entiendan, deleiten y muevanmenos, sin embargo, se ha de preferir decir siempre las verdaderas y justas (cfr. De doct.christ. IV, 14, 30). Qu significa esto en la prctica? Que la autntica vocacin de laoratoria es la verdad y que solo en esta reside la belleza. Cicern, en cambio, y puesto enla encrucijada entre verdad y conveniencia, sacrifica a la primera en pos del lenguajepersuasivo y, exclusivamente en este ltimo, hace habitar la belleza.

    3. Flectere: la influencia en los oyentes

    Pensando en los auditores, Cicern coloca, en el caso de la presentacin retri-ca, a la actuacin (i.e. tono de voz, gesto, semblante) y la elocucin (i.e. uso dellenguaje) en un nivel equivalente, pues la elocuencia es imposible sin un total domi-nio de la actuacin (De or. 55) (16), cuando se busca despertar o apaciguar lasemociones del auditorio (17). Ahora bien, para Cicern la mayor importancia en loque hace relacin con los oyentes es el estilo, sea rtmico o peridico. Por qu?Porque lo que gua esta parte de la oratoria es la utilidad y, desde este punto devista, pensamiento y diccin deben organizarse por parte del orador de un modoflexible, para suscitar un adecuado placer en el oyente.

    En el caso del discurso deliberativo, Cicern separa las estrategias del orador,dependiendo del grado de preparacin del auditorio: cuando uno se dirige a unaaudiencia poco instruida y carente de formacin cultural, lo mejor es alegar utilidad;cuando uno se dirige a una audiencia culta, lo mejor es aducir verdadero mrito.Esto se basa en que los seres humanos estn, en general, ms inclinados a evitar elmal que a hacer el bien (cfr. Part. orat. 85 ss.) (18).

    Para San Agustn, no basta con conmover el nimo de los oyentes. Vencersignifica que tal nimo cambie en virtud de las cosas buenas y justas (De doct.christ. IV, 13, 29). As, pues, y situndose en el polo opuesto con respecto aCicern, el Obispo de Hipona entiende que el orator debe hablar solo cosas justas,santas y buenas, adems de tratar materias grandes, aunque no consiga el asenti-miento de los auditores (ibid. IV, 17, 34). Esto ltimo, es decir, la indiferencia oel rechazo de los oyentes, es totalmente inaceptable desde el punto de vista de laoratoria propugnada por Cicern, puesto que para este autor vencer significa con-vencer, sin concesiones.

    (16) Est enim actio quasi corporis quaedam eloquentia, cum constet e voce atque motu.(17) El carcter del hombre, dice Cicern, logra frecuentemente el favor del jurado, pero favorece mucho

    ms a la oratoria todo aquello que fomenta el despertar de las emociones (cfr. De or. 120 s.).(18) () hominum esse duo genera, alterum indoctum et agreste, quod anteferat semper utilitatem

    honestati, alterum humanum et politum, quod rebus omnibus dignitatem anteponat.

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    IV. CONCLUSIN

    Forbes I. Hill ha escrito, al finalizar un estudio sobre la retrica de Aristleles,lo siguiente: Cicern y Quintiliano son moralistas los dos, pero ni ellos ni susseguidores desarrollaron un sistema de valores como soporte de los argumentos(retricos) que recomiendan. Por ello, al sostener la idea de neutralidad moral de laretrica, resultan, de hecho, ms consecuentes que Aristteles (19). Dejando delado la problemtica comparacin establecida aqu con la teora retrica de Aristte-les, en lo que concierne al compromiso moral, es posible plantear que San Agustn,en el De doctrina christiana, ha seguido una va radicalmente distinta de la neutrali-dad moral de Cicern en lo que respecta a la oratoria, lo que distancia al Obispo deHipona de las posiciones de este ltimo.

    Esta diferencia se extiende tambin al papel que la religin ha de ocupar en estecontexto: mientras que para Cicern la religin constituye un aspecto relacionado conciertas opiniones comunes que el orador debe manejar para lograr una mejor persua-sin, en San Agustn, en cambio, la religin, expresada en las Sagradas Escrituras,fundamenta objetivamente la verdad de aquello que se ha de argumentar, y a esteobjetivo capital sirve el arte de la retrica. A mi juicio, A. Mandouze ha calificadoacertadamente el De doctrina christiana de San Agustn como el De oratore cristiano,precisamente haciendo referencia a la obra de Cicern como fuente inspiradora, peroatendiendo a la vez a la aportacin novedosa de San Agustn, que la trasciende desdeel punto de vista del compromiso moral exigido al orador (20).

    As, pues, lenguaje, belleza y verdad constituyen una unidad indisoluble y fontalpara San Agustn. En Cicern, por el contrario, esta vinculacin es dbil, al optar porla mera verosimilitud y orientar la oratoria, casi por completo, a la persuasin delauditorio bajo un modelo de corte judicial. En San Agustn la verdad, y ms an, laverdad revelada, aquella en la que reside la autntica sabidura, da sentido y lmites ala retrica que es de suyo neutral para defender la verdad o abusar de los oyentesmediante la falsedad (in medio posita, dice San Agustn en De doct. christ. IV, 2, 3),adquiriendo as, en el Obispo de Hipona, un lugar secundario la persuasin efectivadel auditorio a toda costa, pues el modelo retrico, en este caso, est delineado por elparadigma bblico de la conviccin absoluta acerca de donde reside la verdad. EnCicern, la mera verosimilitud es tanto punto de partida como punto de llegada,porque la oratoria se define por el auditorio y lo que a este ltimo le parece verosmil,siguiendo el curso muchas veces sinuoso de sus inestables creencias.

    A partir de los aspectos mencionados, es posible diferenciar entre ensearcon certeza o solo probar de un modo verosmil. La enseanza cierta, en efecto, sehace cargo de la relatividad, iluminndola y acogindola mediante la luz inamovi-ble de la verdad. La prueba meramente verosmil, que siempre presenta una diver-sidad de grados en aquellas cosas humanas sujetas a la opinin y la creencia,termina por conducir, llevada al extremo, al relativismo con respecto a la verdad,

    (19) Cfr. J. J. Murphy (ed.): op. cit., p. 111.(20) Cfr. Saint Augustin ou le rhteur canonis, Bulletin de lAssociation G. Bud, serie 4, n 2,

    1955, pp. 37-41.

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    (21) Cfr. P. E. Satterthwaite, cap. cit., p. 692: Augustine seems to differ from classical rhetoricaltreatises in two aspects: his downplaying of eloquence (in particular, rhetorical rules) in favour oftruth; and his esteem for the Bible (and Christian writings) as literary models.

    toda vez que no puede encontrar un slido soporte en la verdad trascendente, queirrumpe como fundamento incuestionable cuando es considerada desde la pticade la revelacin (21).

    En fin, la distancia que va de la relatividad al relativismo radical, es la que vadesde una serie o gradacin sin un trmino ltimo al cual referirse, y que sirve comomedida de la serie, por una parte, y una serie aparentemente plausible que no ofreceun criterio estable para la gradacin de la misma, por otra. En la relatividad semuestra la autntica condicin humana. En el relativismo, en cambio, se filtra elsofisma que afecta todo el horizonte vital, como lo experiment el mismo Agustnantes de su conversin de intentar fundamentar un orden prescindiendo de unautntico y slido principio regulador, el que es exigido, sin embargo, por estemismo orden que se pretende establecer.

    RESUMEN

    En este artculo me propongo mostrar las profundas diferencias entre Cicern y SanAgustn, desde el punto de vista de sus respectivas visiones del arte retrico. Mientras que,para el primero, la oratoria se ampara en el horizonte de las meras probabilidades, teniendocomo fin la persuasin del auditorio, para el Obispo de Hipona, en cambio, el referente ltimoest marcado por el hallazgo de la verdad, a partir de las Sagradas Escrituras. En efecto,Cicern construye una teora retrica compatible con la argumentacin que debe dominar unbuen abogado, sin las limitaciones de la obligacin a la verdad y la prohibicin del encubrimien-to punible, mientras que San Agustn, en el De doctrina christiana, busca el establecimiento deuna retrica consecuente con las aspiraciones de un autntico orador eclesistico. Debido a ladiferencia de objetivos propuestos por cada uno de estos filsofos, mientras Cicern se aproxi-ma cada vez ms a una posicin relativista, San Agustn, aceptando la relatividad, busca, sinembargo, una prctica oratoria compatible con la expresin ms pura y fidedigna de la verdad.

    ABSTRACT

    In this article, I attempt to show the profound differences between Cicero and SaintAugustine concerning the rhetorical art. According to Cicero the oratory makes sense in thecontext of mere probabilities and aims at convincing the audience. Saint Augustine, on thecontrary, thinks the scope of the oratory is given by finding truth in the Holy Scriptures. Indeed,Cicero states his theory as compatible with the arguments which a good lawyer should have, nomatter they do not follow truth or hide what is against law. In De doctrina christiana, SaintAugustine prefers to state a rhetoric coherent to the aspirations of the authentic ecclesiasticalorator. So, it is due to their different theories that Cicero approaches to a relativism, but SaintAugustine, though he accepts relativity, seeks an oratory practice compatible to the purestexpression of truth.