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Cultura 2 LA NUEVA ESPAÑA Jueves, 11 de septiembre de 2014 Cultura 3 LA NUEVA ESPAÑA Jueves, 11 de septiembre de 2014 Un escritor, un perro y una camioneta Los viajes de Steinbeck por Estados Unidos ALFONSO LÓPEZ ALFONSO En 1960 John Steinbeck (1908-1968) era un veterano escritor a punto de alcan- zar el confortable olvido que proporciona el Premio Nobel (se lo concedieron en 1962). Hacía un cuarto de siglo que en obras como Tortilla Flat, De ratones y hombres o Las uvas de la ira había descri- to como nadie la Gran Depresión y los efectos devastadores que tuvo sobre una amplia capa de la sociedad estadouniden- se, pero para entonces tenía algunos pro- blemas de salud y puede que se sintiera viejo y cansado. Le había perdido el pulso a la realidad, esa presencia sobre la que al- zó una obra poderosa y que para 1960 es- taba en el camino, con Jack Kerouac y compañía. Una nueva generación había irrumpido haciendo el mayor estruendo posible, como suelen hacer los jóvenes, y contaba más o menos las cosas de siem- pre con un aire propio e inconfundible. Quizá todo aquello afectó a Steinbeck, que decidió coger a su perro Charley, adaptar una camioneta como vivienda y salir a la carretera. Hay quien dice que to- do lo que cuenta en este libro tiene mu- cho de impostura, pues era imposible realizar la ruta por él trazada en el tiempo que afirma y parece que una parte im- portante del viaje la hizo en compañía de su mujer, parando en hoteles de lujo y no durmiendo con su perro al borde del ca- mino. ¿Le resta esto encanto al libro? Qui- zá únicamente para los viajeros que deci- dan realizar esa misma ruta, pero para el resto de los lectores, y sobre todo para aquellos que no habitamos el universo Estados Unidos, el atractivo sigue intacto. Y el acierto de muchas observaciones también: “Las montañas de las cosas que tiramos son mucho mayores que las co- sas que usamos. En esto, por lo menos, podemos ver la salvaje e insensata exube- rancia de nuestra producción, de la que los desperdicios parecen ser el índice”. Además, nadie puede acusarle de ha- ber jugado sucio. A lo largo del libro hay suficientes advertencias al lector: “Creo que hay demasiadas realidades. Lo que yo escribo aquí es verdad hasta que pase por esa ruta otro y reordene el mundo a su manera”. En Chicago se encuentra con su mujer y duerme en un hotel. Pasa por Sauk Centre, en Minnesota, la ciudad natal de Sinclair Lewis, a quien recuerda y de quien dice que en tiempos sus conveci- nos quisieron despellejarle por la ima- gen que había dado del lugar en Calle Mayor: “El único escritor bueno es el es- critor muerto”. Fargo, en Dakota del Norte, donde charla con un viejo cómico errante que en su espectáculo homenajea a Shakespeare y a John Gielgud. Montana, el Parque Na- cional de Yellowstown, las Montañas Ro- cosas, la evocación de su Salinas natal, en California. También están las conversa- ciones imaginadas con Charley y los pro- blemas prostáticos de éste, pero lo más sorprendente del libro son las descripcio- nes de Texas, territorio al que estaba uni- do por lazos familiares, y el impacto del Sur con el problema racial en una escuela de Nueva Orleans, donde unas enfervore- cidas madres blancas vociferaban a la en- trada contra los niños negros que se ha- bían matriculado por primera vez. Viajes con Charley en busca de Estados Unidos JOHN STEINBECK Nórdica, Madrid, 2014 Traducción de José Manuel Álvarez Flórez 285 páginas Londres después de medianoche AUGUSTO CRUZ Ed. Seix Barrael, 2014 362 páginas Una de miedo Londres después de medianoche, de Augusto Cruz, una floja copia de los clásicos FRANCISCO GARCÍA PÉREZ London After Midnight (literalmen- te Londres después de medianoche, aunque en España se tituló La casa del horror) fue una película muda y de vampiros, mansiones y mucho miedo, que dirigió Tod Browning en 1927, con el célebre actor Lon Chaney caracteri- zado como policía y espectro. El film se ha dado por perdido a raíz de un in- cendio en los años 60 del XX. Pero una breve consulta a internet muestra la infatigable, obsesiva, fanática búsque- da de la cinta por parte de coleccionis- tas, pues se dice que hubo proyeccio- nes posteriores a su presunta destruc- ción, que los espectadores que la veían dejaban esta vida de inmediato, que, en fin, se trató y trata de un asunto go- loso para los amantes del cine, del más allá, de los aparecidos, del terror, del cómic, del misterio. Y no otra cosa de- bió de pensar Augusto Cruz (México, 1971) al emprender esta novela que sin duda gustará a los fetichistas del cine, a los frikis dados al «fandom» (la afi- ción a los fenómenos raros) y también a los «hooveristas» fascinados por la historia del FBI y de su, cuando menos, peculiar Director. Por el contrario, me temo que desagradará al amante de las novelas trabadas, tensas y bien es- critas. Y me temo que me cuento en ese grupo. Al investigador Mc Kenzie lo contrata Forrest Ackerman, coleccionista y espe- rantista, para que encuentre una copia o la copia de la película más buscada de la historia. De modo que investigación al canto. Nada que objetar hasta aquí, muy al contrario. Pero ya mosquea lo suyo que haya nada menos que tres páginas de agradecimientos al final del libro, con nombres y nombres propios de personas a las que Augusto Cruz agradece los ser- vicios y la información prestados. Parece que el volumen se tratase de una especie de tesis doctoral novelada, tal es la acu- mulación de datos, de subhistorias me- tidas a potente calzador, de ausencia de tensión en favor de la suma, del aluvión informativo. Un trabajo que, a veces, no llegué a saber muy bien si versaba sobre la búsqueda y resolución de un enigma o sobre Hoover (véanse los capítulos de «Mi lago Ness personal») o sobre una es- capada al México profundo. ¿Novela ne- gra? Sí o quizá, pero escrita con todos los peores tópicos de la misma en su escue- la norteamericana. Han pasado muchas novelas y mucho cine y muchas series de televisión desde Chandler y Hammett para que aún se escriba así (pág. 186): «Vamos a hablar derecho, señor Me Ken- zie, ¿cuánto vale su olvido?, preguntó con seriedad, como quien no desea per- der más tiempo, ni mover más piezas que las necesarias para conseguir su ob- jetivo. Guardé silencio. Sacó un talonario de su cajón, y desprendió un cheque. Lo llenó con rapidez, y lo plantó de un manotazo en el escritorio frente a mí, de tal forma que pudiera leer la canti- dad. Contenía suficientes ceros a la de- recha del uno para marear si se les con- taba con detenimiento. Una corriente de aire deslizó el cheque hasta dejarlo cerca del borde del escritorio, a punto de caer. Ninguno de los dos hizo nada por tratar de evitarlo. No me rendiré fácilmente, le advertí. Suspiró, como quien desea poner fin a una molesta negociación. Le daré dos regalos: ese cheque y la posibilidad de estar vivo para cobrarlo. ¿Me está amenazando?, le reviré. Tres pueden mantener un se- creto si dos están muertos». No es un «homenaje» a los clásicos: es una floja copia. En definitiva, tendrá su público, el ya dicho, pero no puedo apartar de mi mente el párrafo final de la nove- la: «La vida es una madeja que los ne- cios desenredan solo para descubrir que al final no hay nada que no hu- biésemos visto al principio». Cam- bien ustedes «vida» por «novela» y di- cho queda todo. Ilustración de la portada del libro de Augusto Cruz. ¿Novela negra? Sí o quizá, pero escrita con todos los peores tópicos de la misma en su escuela norteamericana Vencedores y vencidos El día que vendrá es una historia con madera de best seller, pero desborda los límites del formato RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN Familiarizados con las ficciones de guerra, lo estamos menos con las novelas inspiradas en las experiencias posterio- res a la debacle. Pero narrar la tragedia no es menos decisivo que asomarse a sus consecuencias. Si en el desarrollo de las contiendas anida un heroísmo y una crueldad que exigen ser escrutados, en la reconstrucción de las ruinas también hay lugar para las grandes preguntas de la li- teratura. Quizá por eso El día que vendrá es un título adecuado para reflexionar sobre las circunstancias en que puede re- vivir una esperanza, una tierra, una ética. Concebida con los mimbres habitua- les del best seller (circularidad; persona- jes diseñados al milímetro; diálogos ora- culares; romance y muerte; escenas cine- matográficas), Rhidian Brook logra mu- cho más que una lectura de playa o de va- caciones al contar, con estupendo pulso narrativo, la aventura de dos familias, in- glesa y alemana, vencedores y vencidos, durante la Ocupación. En un Hamburgo devastado por la guerra, un coronel del Ejército inglés recibe, junto a sus galones y su responsabilidad, una casa junto al Elba. En ella viven un arquitecto alemán y su hija adolescente, cuya esposa y ma- dre ha desaparecido durante la tormen- ta de fuego a la que la ciudad fue someti- da por los bombardeos aliados. La fami- lia ocupante también tiene un drama a sus espaldas, la muerte de su hijo menor a consecuencia de un ataque enemigo, y otro país que reconstruir: su propio cora- zón. En este doble marco de dolor y ver- güenza, de sentimientos de ira y vengan- za, mientras se cuenta con detalle el dra- ma de un pueblo que oscila entre su re- nacimiento moral y el horror que su his- toria reciente inspira, Brook se sirve de una controvertida decisión de su perso- naje principal para mostrar en toda su re- levancia los debates morales del mo- mento. Cuando el oficial inglés, contravi- niendo las órdenes de no confraterniza- ción, invita al dueño de la mansión ale- mana a que se quede a vivir en su antigua casa junto a sus nuevos moradores, de- sencadena una catarata de afectos y de- safectos que permiten una precisa y por momentos emotiva recreación de un momento devastador. Brook confiesa haberse inspirado en un episodio real, las experiencias de su abuelo tras la guerra, para retratar el mar- co de acontecimientos en que la acción transcurre, la desnazificación y los prole- gómenos a la partición de Alemania. Su logro es haber dado voz a la dignidad, tanto a la de quienes lo perdieron todo como a la de quienes, por circunstancias históricas, detentaron el poder de san- cionar o de perdonar. Esa dignidad tor- tuosa y a menudo paradójica, que ali- menta lo que seguimos llamando huma- nidad, es expuesta en El día que vendrá como una luz mediante la que guiarse aun en los peores momentos. Así, y sin que sirva de precedente, el final de esta historia puede no ser sólo feliz, sino que merece también ser justo. O al menos, como lectores en el tiempo de la narra- ción, ya que no como actores en el tiem- po de la historia, eso es lo que experi- mentamos al concluir este notable libro. El día que vendrá RIDHIAN BROOK Lumen, 2014 La Brújula. POR EUGENIO FUENTES Lente de humor para la hipocresía victoriana La vida de George Meredith (1828-1909) se extiende apenas algunos años más que el reinado de Victoria (1837-1901), así que para 1877, cuando publicó este lar- go relato, ya se sabía de memoria todos los entresijos de una sociedad, la victoriana, sinónimo de hipocresía cla- sista. Fustigador humorístico tanto de la sumisión feme- nina como de las redichas redomas de vacío conocidas como “gentlemen”, Meredith es alabado hasta el extremo por Wilde, quien sólo le encuentra igual en Balzac. La or- dalía de Ricardo Feverel, Evan Harrington, Diana de las encrucijadas, El egoísta, La carrera de Beauchamp o El matrimonio asombroso figuran entre las novelas que dieron celebridad a una carrera en la que también hubo espacio para la poesía. Bienvenidos a la peculiar convi- vencia entre un general retirado y una excéntrica lady en la campiña inglesa. Sólo lamentarán que El general Op- le y Lady Camper se extinga en la página 101. Por fortu- na, ahí arranca un posfacio de Virginia Woolf. El general Ople y Lady Camper GEORGE MEREDITH Posfacio de Virginia Woolf Traducción de Pepa Linares Ardicia 120 páginas. 15 euros Un desasosiego que sólo disipa la muerte El esqueleto que recibe al lector a las puertas de Dis- culpe que no me levante juega, mientras exhala un hu- mo que ya no puede dañarle, el papel de anfitrión que ba- liza la entrada a una veintena larga de funerales imagina- dos por autores latinoamericanos cuyo único punto de contacto es que todos, aclaran los editores, están vivos. Más que nada para que no puedan jugar con ventaja. Porque Disculpe que no me levante muestra las múlti- ples caras de ese lapso de espacio-tiempo presidido por un muerto pero que pertenece en exclusiva a los vivos. Los vivos son, en efecto, los protagonistas de un acto en honor de alguien que ya no está y que, por tanto, ignora tanto el acto como a quienes suponen honrarle. Un vo- lumen colectivo, en fin, que aborda de casi todos los mo- dos imaginables un trance que puede llegar a ser diver- tido pero que siempre, siempre, es portador de un desa- sosiego que sólo desaparece, tal vez, con la muerte. Disculpe que no me levante VARIOS AUTORES Demipage 398 páginas 19 euros Disección enriquecida de “True Detective” Por supuesto, no es necesario haberse visto la prime- ra temporada de True Detective para disfrutar este volu- men con el que Errata Naturae refuerza su sólida cade- na de series para ser leídas. Pero, sin duda, el conocimien- to previo amplía el provecho. El volumen se inicia con una entrevista a Nic Pizzolatto, creador de la serie, segui- da de una reflexión de Iván de los Ríos sobre los elemen- tos filosóficos que la vertebran y de una pieza en la que el periodista Ethan Brown relata cómo investigó la caza del asesino que sustenta True Detective. Vienen a continua- ción otras lecturas: piezas de autores que se citan en una obra tan metaficcional (Bierce, Chambers, Nietzsche). Piezas de autores que no se citan pero que impregnan el ambiente (Lovecraft, Schopenhauer, Hammett) y, por último, piezas que han influido en Pizzolatto y que, a ve- ces, hasta estaban inéditas en castellano (Ligotti, Ba- rron, Bolaño). No hará falta apostillar –ya se habrán da- do cuenta– que tienen a su alcance un volumen magno. True Detective Antología de lecturas no obligatorias IVÁN DE LOS RÍOS / RUBÉN HERNÁNDEZ (COORD.) Errata Naturae 392 páginas 19,90 euros De señores, de lacayos y de independencias El gran Ramón J(osé). Sender (1901-1982) publicó, ya muy avanzada su vida, esta lograda novela sobre el rebel- de inca Túpac Amaru, que comparte gloria con otras obras suyas tenidas por mayores, como la Crónica del Al- ba, el Réquiem por un campesino español, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre o su inicial Imán que, pe- se a su bisoñez, tan cabal cuenta dio de la carnicería ma- rroquí. Tiene aquí Sender, a la altura de 1971, toda la sa- biduría precisa para entender las andanzas del caudillo cuyo cuerpo no pudo ser descuartizado por los consabi- dos cuatro caballos. Y también para plasmarlas en ese es- tilo cuya mayor virtud es, como él mismo diría de otros, que no se nota. De cómo un noble indígena, formado en escuela jesuítica para caciques, cometió el error de rebe- larse contra la nobleza española y luego contra el Monar- ca, sin entender que la independencia es juego para que los lacayos sucedan con estruendo a sus señores. Túpac Amaru RAMÓN J. SENDER Epílogo de Lorenzo Silva Navona 180 páginas 12 euros LECTURAS

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Cultura 2 LA NUEVA ESPAÑA Jueves, 11 de septiembre de 2014 Cultura3LA NUEVA ESPAÑA

Jueves, 11 de septiembre de 2014

Un escritor, un perro y una camionetaLos viajes de Steinbeck por Estados Unidos

ALFONSO LÓPEZ ALFONSO

En 1960 John Steinbeck (1908-1968) era un veterano escritor a punto de alcan-zar el confortable olvido que proporciona el Premio Nobel (se lo concedieron en 1962). Hacía un cuarto de siglo que en obras como Tortilla Flat, De ratones y hombres o Las uvas de la ira había descri-to como nadie la Gran Depresión y los efectos devastadores que tuvo sobre una amplia capa de la sociedad estadouniden-se, pero para entonces tenía algunos pro-blemas de salud y puede que se sintiera viejo y cansado. Le había perdido el pulso a la realidad, esa presencia sobre la que al-zó una obra poderosa y que para 1960 es-taba en el camino, con Jack Kerouac y compañía. Una nueva generación había irrumpido haciendo el mayor estruendo posible, como suelen hacer los jóvenes, y contaba más o menos las cosas de siem-pre con un aire propio e inconfundible.

Quizá todo aquello afectó a Steinbeck, que decidió coger a su perro Charley, adaptar una camioneta como vivienda y salir a la carretera. Hay quien dice que to-do lo que cuenta en este libro tiene mu-cho de impostura, pues era imposible realizar la ruta por él trazada en el tiempo que afirma y parece que una parte im-portante del viaje la hizo en compañía de su mujer, parando en hoteles de lujo y no durmiendo con su perro al borde del ca-mino. ¿Le resta esto encanto al libro? Qui-zá únicamente para los viajeros que deci-dan realizar esa misma ruta, pero para el resto de los lectores, y sobre todo para aquellos que no habitamos el universo Estados Unidos, el atractivo sigue intacto. Y el acierto de muchas observaciones también: “Las montañas de las cosas que tiramos son mucho mayores que las co-

sas que usamos. En esto, por lo menos, podemos ver la salvaje e insensata exube-rancia de nuestra producción, de la que los desperdicios parecen ser el índice”.

Además, nadie puede acusarle de ha-ber jugado sucio. A lo largo del libro hay suficientes advertencias al lector: “Creo que hay demasiadas realidades. Lo que yo escribo aquí es verdad hasta que pase por esa ruta otro y reordene el mundo a su manera”.

En Chicago se encuentra con su mujer y duerme en un hotel. Pasa por Sauk Centre, en Minnesota, la ciudad natal de Sinclair Lewis, a quien recuerda y de quien dice que en tiempos sus conveci-nos quisieron despellejarle por la ima-gen que había dado del lugar en Calle Mayor: “El único escritor bueno es el es-critor muerto”.

Fargo, en Dakota del Norte, donde charla con un viejo cómico errante que en su espectáculo homenajea a Shakespeare y a John Gielgud. Montana, el Parque Na-cional de Yellowstown, las Montañas Ro-cosas, la evocación de su Salinas natal, en California. También están las conversa-ciones imaginadas con Charley y los pro-blemas prostáticos de éste, pero lo más sorprendente del libro son las descripcio-nes de Texas, territorio al que estaba uni-do por lazos familiares, y el impacto del Sur con el problema racial en una escuela de Nueva Orleans, donde unas enfervore-cidas madres blancas vociferaban a la en-trada contra los niños negros que se ha-bían matriculado por primera vez.

Viajes con Charley en busca de Estados Unidos JOHN STEINBECK Nórdica, Madrid, 2014 Traducción de José Manuel Álvarez Flórez 285 páginas

Londres después de medianoche AUGUSTO CRUZ Ed. Seix Barrael, 2014 362 páginas

Una de miedoLondres después de medianoche, de Augusto Cruz, una floja copia de los clásicos

FRANCISCO GARCÍA PÉREZ

London After Midnight (literalmen-te Londres después de medianoche, aunque en España se tituló La casa del horror) fue una película muda y de vampiros, mansiones y mucho miedo, que dirigió Tod Browning en 1927, con el célebre actor Lon Chaney caracteri-zado como policía y espectro. El film se ha dado por perdido a raíz de un in-cendio en los años 60 del XX. Pero una breve consulta a internet muestra la infatigable, obsesiva, fanática búsque-da de la cinta por parte de coleccionis-tas, pues se dice que hubo proyeccio-nes posteriores a su presunta destruc-ción, que los espectadores que la veían dejaban esta vida de inmediato, que, en fin, se trató y trata de un asunto go-loso para los amantes del cine, del más allá, de los aparecidos, del terror, del cómic, del misterio. Y no otra cosa de-bió de pensar Augusto Cruz (México, 1971) al emprender esta novela que sin duda gustará a los fetichistas del cine, a los frikis dados al «fandom» (la afi-ción a los fenómenos raros) y también a los «hooveristas» fascinados por la historia del FBI y de su, cuando menos, peculiar Director. Por el contrario, me temo que desagradará al amante de las novelas trabadas, tensas y bien es-

critas. Y me temo que me cuento en ese grupo.

Al investigador Mc Kenzie lo contrata Forrest Ackerman, coleccionista y espe-rantista, para que encuentre una copia o la copia de la película más buscada de la historia. De modo que investigación al canto. Nada que objetar hasta aquí, muy al contrario. Pero ya mosquea lo suyo que haya nada menos que tres páginas de agradecimientos al final del libro, con nombres y nombres propios de personas a las que Augusto Cruz agradece los ser-vicios y la información prestados. Parece que el volumen se tratase de una especie de tesis doctoral novelada, tal es la acu-mulación de datos, de subhistorias me-tidas a potente calzador, de ausencia de tensión en favor de la suma, del aluvión informativo. Un trabajo que, a veces, no llegué a saber muy bien si versaba sobre la búsqueda y resolución de un enigma o sobre Hoover (véanse los capítulos de «Mi lago Ness personal») o sobre una es-capada al México profundo. ¿Novela ne-gra? Sí o quizá, pero escrita con todos los peores tópicos de la misma en su escue-la norteamericana. Han pasado muchas novelas y mucho cine y muchas series de televisión desde Chandler y Hammett para que aún se escriba así (pág. 186): «Vamos a hablar derecho, señor Me Ken-zie, ¿cuánto vale su olvido?, preguntó con seriedad, como quien no desea per-der más tiempo, ni mover más piezas que las necesarias para conseguir su ob-jetivo. Guardé silencio. Sacó un talonario

de su cajón, y desprendió un cheque. Lo llenó con rapidez, y lo plantó de un manotazo en el escritorio frente a mí, de tal forma que pudiera leer la canti-dad. Contenía suficientes ceros a la de-recha del uno para marear si se les con-taba con detenimiento. Una corriente de aire deslizó el cheque hasta dejarlo cerca del borde del escritorio, a punto de caer. Ninguno de los dos hizo nada por tratar de evitarlo. No me rendiré fácilmente, le advertí. Suspiró, como quien desea poner fin a una molesta negociación. Le daré dos regalos: ese cheque y la posibilidad de estar vivo para cobrarlo. ¿Me está amenazando?, le reviré. Tres pueden mantener un se-creto si dos están muertos». No es un «homenaje» a los clásicos: es una floja copia.

En definitiva, tendrá su público, el ya dicho, pero no puedo apartar de mi mente el párrafo final de la nove-la: «La vida es una madeja que los ne-cios desenredan solo para descubrir que al final no hay nada que no hu-biésemos visto al principio». Cam-bien ustedes «vida» por «novela» y di-cho queda todo.

Ilustración de la portada del libro de Augusto Cruz.

¿Novela negra? Sí o quizá, pero escrita con todos los peores tópicos de la misma en su escuela norteamericana

Vencedores y vencidosEl día que vendrá es una historia con madera de best seller, pero desborda los límites del formato

RICARDO MENÉNDEZ SALMÓN

Familiarizados con las ficciones de guerra, lo estamos menos con las novelas inspiradas en las experiencias posterio-res a la debacle. Pero narrar la tragedia no es menos decisivo que asomarse a sus consecuencias. Si en el desarrollo de las contiendas anida un heroísmo y una crueldad que exigen ser escrutados, en la reconstrucción de las ruinas también hay lugar para las grandes preguntas de la li-teratura. Quizá por eso El día que vendrá es un título adecuado para reflexionar sobre las circunstancias en que puede re-vivir una esperanza, una tierra, una ética.

Concebida con los mimbres habitua-les del best seller (circularidad; persona-jes diseñados al milímetro; diálogos ora-culares; romance y muerte; escenas cine-matográficas), Rhidian Brook logra mu-cho más que una lectura de playa o de va-caciones al contar, con estupendo pulso narrativo, la aventura de dos familias, in-glesa y alemana, vencedores y vencidos, durante la Ocupación. En un Hamburgo devastado por la guerra, un coronel del Ejército inglés recibe, junto a sus galones y su responsabilidad, una casa junto al Elba. En ella viven un arquitecto alemán y su hija adolescente, cuya esposa y ma-dre ha desaparecido durante la tormen-ta de fuego a la que la ciudad fue someti-da por los bombardeos aliados. La fami-lia ocupante también tiene un drama a sus espaldas, la muerte de su hijo menor a consecuencia de un ataque enemigo, y otro país que reconstruir: su propio cora-zón.

En este doble marco de dolor y ver-güenza, de sentimientos de ira y vengan-za, mientras se cuenta con detalle el dra-ma de un pueblo que oscila entre su re-

nacimiento moral y el horror que su his-toria reciente inspira, Brook se sirve de una controvertida decisión de su perso-naje principal para mostrar en toda su re-levancia los debates morales del mo-mento. Cuando el oficial inglés, contravi-niendo las órdenes de no confraterniza-ción, invita al dueño de la mansión ale-mana a que se quede a vivir en su antigua casa junto a sus nuevos moradores, de-sencadena una catarata de afectos y de-safectos que permiten una precisa y por momentos emotiva recreación de un momento devastador.

Brook confiesa haberse inspirado en un episodio real, las experiencias de su abuelo tras la guerra, para retratar el mar-co de acontecimientos en que la acción transcurre, la desnazificación y los prole-gómenos a la partición de Alemania. Su logro es haber dado voz a la dignidad, tanto a la de quienes lo perdieron todo como a la de quienes, por circunstancias históricas, detentaron el poder de san-cionar o de perdonar. Esa dignidad tor-tuosa y a menudo paradójica, que ali-menta lo que seguimos llamando huma-nidad, es expuesta en El día que vendrá como una luz mediante la que guiarse aun en los peores momentos. Así, y sin que sirva de precedente, el final de esta historia puede no ser sólo feliz, sino que merece también ser justo. O al menos, como lectores en el tiempo de la narra-ción, ya que no como actores en el tiem-po de la historia, eso es lo que experi-mentamos al concluir este notable libro.

El día que vendrá RIDHIAN BROOK Lumen, 2014

La Brújula. POR EUGENIO FUENTES

Lente de humor para la hipocresía victoriana

La vida de George Meredith (1828-1909) se extiende apenas algunos años más que el reinado de Victoria (1837-1901), así que para 1877, cuando publicó este lar-go relato, ya se sabía de memoria todos los entresijos de una sociedad, la victoriana, sinónimo de hipocresía cla-sista. Fustigador humorístico tanto de la sumisión feme-nina como de las redichas redomas de vacío conocidas como “gentlemen”, Meredith es alabado hasta el extremo por Wilde, quien sólo le encuentra igual en Balzac. La or-dalía de Ricardo Feverel, Evan Harrington, Diana de las encrucijadas, El egoísta, La carrera de Beauchamp o El matrimonio asombroso figuran entre las novelas que dieron celebridad a una carrera en la que también hubo espacio para la poesía. Bienvenidos a la peculiar convi-vencia entre un general retirado y una excéntrica lady en la campiña inglesa. Sólo lamentarán que El general Op-le y Lady Camper se extinga en la página 101. Por fortu-na, ahí arranca un posfacio de Virginia Woolf.

El general Ople y Lady Camper GEORGE MEREDITH Posfacio de Virginia Woolf Traducción de Pepa Linares

Ardicia 120 páginas. 15 euros

Un desasosiego que sólo disipa la muerte

El esqueleto que recibe al lector a las puertas de Dis-culpe que no me levante juega, mientras exhala un hu-mo que ya no puede dañarle, el papel de anfitrión que ba-liza la entrada a una veintena larga de funerales imagina-dos por autores latinoamericanos cuyo único punto de contacto es que todos, aclaran los editores, están vivos. Más que nada para que no puedan jugar con ventaja. Porque Disculpe que no me levante muestra las múlti-ples caras de ese lapso de espacio-tiempo presidido por un muerto pero que pertenece en exclusiva a los vivos. Los vivos son, en efecto, los protagonistas de un acto en honor de alguien que ya no está y que, por tanto, ignora tanto el acto como a quienes suponen honrarle. Un vo-lumen colectivo, en fin, que aborda de casi todos los mo-dos imaginables un trance que puede llegar a ser diver-tido pero que siempre, siempre, es portador de un desa-sosiego que sólo desaparece, tal vez, con la muerte.

Disculpe que no me levante VARIOS AUTORES Demipage 398 páginas 19 euros

Disección enriquecida de “True Detective”

Por supuesto, no es necesario haberse visto la prime-ra temporada de True Detective para disfrutar este volu-men con el que Errata Naturae refuerza su sólida cade-na de series para ser leídas. Pero, sin duda, el conocimien-to previo amplía el provecho. El volumen se inicia con una entrevista a Nic Pizzolatto, creador de la serie, segui-da de una reflexión de Iván de los Ríos sobre los elemen-tos filosóficos que la vertebran y de una pieza en la que el periodista Ethan Brown relata cómo investigó la caza del asesino que sustenta True Detective. Vienen a continua-ción otras lecturas: piezas de autores que se citan en una obra tan metaficcional (Bierce, Chambers, Nietzsche). Piezas de autores que no se citan pero que impregnan el ambiente (Lovecraft, Schopenhauer, Hammett) y, por último, piezas que han influido en Pizzolatto y que, a ve-ces, hasta estaban inéditas en castellano (Ligotti, Ba-rron, Bolaño). No hará falta apostillar –ya se habrán da-do cuenta– que tienen a su alcance un volumen magno.

True Detective Antología de lecturas no obligatorias

IVÁN DE LOS RÍOS / RUBÉN HERNÁNDEZ (COORD.) Errata Naturae 392 páginas 19,90 euros

De señores, de lacayos y de independencias

El gran Ramón J(osé). Sender (1901-1982) publicó, ya muy avanzada su vida, esta lograda novela sobre el rebel-de inca Túpac Amaru, que comparte gloria con otras obras suyas tenidas por mayores, como la Crónica del Al-ba, el Réquiem por un campesino español, La aventura equinoccial de Lope de Aguirre o su inicial Imán que, pe-se a su bisoñez, tan cabal cuenta dio de la carnicería ma-rroquí. Tiene aquí Sender, a la altura de 1971, toda la sa-biduría precisa para entender las andanzas del caudillo cuyo cuerpo no pudo ser descuartizado por los consabi-dos cuatro caballos. Y también para plasmarlas en ese es-tilo cuya mayor virtud es, como él mismo diría de otros, que no se nota. De cómo un noble indígena, formado en escuela jesuítica para caciques, cometió el error de rebe-larse contra la nobleza española y luego contra el Monar-ca, sin entender que la independencia es juego para que los lacayos sucedan con estruendo a sus señores.

Túpac Amaru RAMÓN J. SENDER Epílogo de Lorenzo Silva

Navona 180 páginas 12 euros

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