lecturas indignación serie fÉlix d uq e y rebeldía

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© Félix Duque y Luciana Cadahia, 2013 © De los textos, sus autores, 2013 © Abada Editores, s.l., 2013 Calle del Gobernador, 18 28014 Madrid tel.: 914 296 882 Fax: 914 297 507 www.abadaeditores.com diseño Sabática producción Guadalupe Gisbert isbn 978-84-15289-xx-x ibic aaaaaaa depósito legal M-xxxxx-2013 preimpresión Escarola Leczinska impresión GRÁFICAS VARONA, S.A. Indignación y rebeldía crítIca de un tIempo crítIco FÉLIX DUQUE Y LUCIANA CADAHIA (EDS.) LECTURAS Serie Filosofía Director FÉLIX DUQUE Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excep- ción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Este volumen se enmarca en el Proyecto de Investigación Pensar Europa: Democracia y Hegemonía en la era tecnológica (FFI 2009-10097) OJO corregir

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© Félix Duque y Luciana Cadahia, 2013

© De los textos, sus autores, 2013

© Abada Editores, s.l., 2013Calle del Gobernador, 1828014 Madridtel.: 914 296 882Fax: 914 297 507www.abadaeditores.com

diseño Sabática

producción Guadalupe Gisbert

isbn 978-84-15289-xx-x

ibic aaaaaaa

depósito legal M-xxxxx-2013

preimpresión Escarola Leczinska

impresión GRÁFICAS VARONA, S.A.

Indignacióny rebeldía

crítIca de un tIempo crítIco

FÉLIX DUQUE Y LUCIANA CADAHIA(EDS.)

LECTURASSerie Filosofía

Director FÉLIX DUQUE

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformaciónde esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excep-ción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Este volumen se enmarca en el Proyecto de Investigación Pensar Europa:Democracia y Hegemonía en la era tecnológica (FFI 2009-10097)

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244 LUIS ENRIQUE ALONSO

Conclusión

Las ambivalencias y contradicciones de un movimiento como el15-M se ha visibilizado casi inmediatamente, su contrainstitu-cionalismo y comunitarismo sitúan su discurso en un primiti-vismo político muy difícil de reciclar en propuestas institucio-nales capaces de universalizarse o de sostener un Estado debienestar posible. Pero, por este nuevo ciclo de protesta se hamostrado especialmente vital en lo que se refiere a la idea derecuperar lo social y sus razones por encima del descarnadorealismo y del fatalismo financiero dominante hasta la asfixia.De cómo este comunitarismo existencial, y reactivo a una lógicade radical disciplinamiento económico de las clases medias encrisis, evoluciona y se difunde sobre todo entre los jóvenesdependerá el futuro del conflicto social a corto y medio plazo.Bloqueado, atacado, estancado y fragmentado el conflictolaboral fordista –correlato de la propia fragmentación, preca-rización y desestructuración de los sujetos laborales clásicos delindustrialismo– los nuevos movimientos sociales que se cons-truyen a partir de argumentos éticos y cívicos. Estas nuevasacciones que se basan en la movilización cognitiva y existencial(jugando en la dimensión más comunicativa y relacional de losocial, por ello la importancia de los medios y las redes) y quese oponen a la mercantilización y financiarización del mundo,tienen mucho papel por jugar en un inmediato futuro.

LA CARA OCULTA DEL PUEBLO

Ernesto Castro Córdoba

I

En el campo de la grand theory, la comprensión del populismo haestado asociada, como no podía ser de otro modo, con el nom-bre de Ernesto Laclau. Por razones obvias, este teórico posmar-xista nacido en Argentina y naturalizado en Gran Bretaña hadedicado buena parte de su carrera académica en solitario a lainvestigación del fenómeno. El estilo ascético de sus publicacio-nes no puede ocultar —aunque quizás sublime— la inquietudespecífica de su nacionalidad de origen. Sus indagaciones sobreel término no solo se acomodan, con todo, a la realidad cam-biante de América Latina, sino también a la tendencia filosóficadel momento, promulgada desde los salones parisinos. Lasvoces de Althusser, Gramsci y Lacan han resonado —por eseorden— en sus escritos. Dependiendo de la década en cuestión,la interpelación ideológica, la hegemonía política o la conden-sación psicoanalítica han sido cruciales para analizar el popu-lismo. No obstante, bajo estos adoquines teóricos, la arenapolítica —y no otra cosa— ha determinado el signo ideológico desus valoraciones. Pesimista en los ‘70, indiferente en los ‘80,

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1 Erneso Laclau: «Argentina — Imperialist Strategy and the May Crisis», en NewLeft Review, I/62, Julio-Agosto, 1970, pp. 11-12.

2 Ibid., p. 4.

246 ERNESTO CASTRO CÓRDOBA

optimista en los ‘90, su posición ante el populismo realmenteexistente ha variado hasta el límite de la incongruencia.

Sus primeras reflexiones sobre el término, en el contextode la nueva izquierda británica, se remontan a comienzos delos años ‘70, con la publicación de un artículo suyo en la NewLeft Review sobre la junta militar argentina, donde analiza la cri-sis atravesada por el régimen del general Onganía desde la pri-mavera de 1969, con motivo del levantamiento popular espon-táneo acontecido en las ciudades Córdoba y Rosario. Mejorconocido como el Cordobazo, este Mayo argentino no soloreprodujo, sino también profundizó en los elementos de suprecedente francés, orientando hacia un camino netamenteinsurreccional el peculiar solapamiento que tuvo lugar enton-ces entre radicalismo estudiantil y sindicalismo revolucionario,una confluencia de intereses hasta el momento inédita enArgentina —en 1955, socialistas, comunistas y radicales secun-daron el putsch contra Perón—, y cuyo epítome fue la resistenciade la multitud en las calles durante la jornada del 29 de mayo,en una efímera y violenta comuna cordobesa. Según Laclau,esta combustión espontánea de la ciudadanía —encendida pordeclaraciones contra la dictadura de los mercados impuesta porel FMI— solo resulta comprensible como una respuesta contralas políticas económicas liberales, cuyo manual de reformaspara estimular la actividad comercial fue aplicado por el minis-tro de economía Krieger Vasena, quien derribó los arancelesproteccionistas, devaluó el peso en un 40 por 100, congeló lossalarios entre 1966 y 1968, denegando a los sindicatos el dere-cho a la negociación colectiva. En este contexto, la privatiza-ción de los servicios universitarios —seguida por un manifes-tante asesinado, como de costumbre, por la policía— solo fue lachispa que propició el incendio, suscitando una alianza entrela burguesía estudiantil politizada y los trabajadores de cuelloazul, juntos en las barricadas contra los militares. La resisten-cia armada ciudadana habría consolidado, de este modo, una

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década de convergencia entre las clases subalternas, quieneshabrían finalmente comprendido el significado histórico delperonismo, cuyo mensaje económico sostiene «la necesidad deun crecimiento industrial autónomo basado en la expropiaciónde la riqueza de la oligarquía, en lugar de la orientación tradi-cional de la economía argentina hacia la exportación agrí-cola»1. Así, el Cordobazo recuperaría el espíritu de los desca-misados del 17 de octubre contra el bloque oligárquicodominante, cuya estrategia política, desde la formación deUnión Democrática, consistiría en «dejar el Estado en manosde partidos formalmente anti-oligárquicos, a quienes puedanconfiar la defensa de sus intereses agrarios más amplios»2.

Leído en retrospectiva, se impone la lucidez de este artículo,cuyo análisis sintético, pertinente y certero no está exento deobjeciones, a pesar de todo. Para empezar, la descripción delcampo político argentino en términos dicotómicos, como uncombate mitológico entre el liberalismo de los oligarcas y elperonismo de los subalternos, presupone una coherencia ideo-lógica y una continuidad temporal de ambas facciones duranteun extenso periodo. Ahora bien, la información recogida enartículo contradice esta hipótesis por completo. De hecho, ladecadencia del imperialismo británico, desde el desenlace de laII GM, no solo sugiere una modificación de la estrategia dedominación imperialista, sino también una modificación de lafunción que desempeña la economía argentina, hasta entoncesorientada hacia la exportación de materias primas, dentro de ladivisión internacional de la producción. Si la segunda mitad delsiglo «se caracteriza por las inversiones norteamericanas a granescala en el sector industrial, que se ha vuelto predominante en

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3 Ibid., p. 6.4 M. Cavarozzi, Autoritarismo y democracia, 1955-1983, Buenos Aires, CEDEAL,

1983, p. 100.5 L. Bethell (ed.), Historia de la Argentina, Barcelona, Crítica, 2001, pp. 269-270.

6 G. Germani, «Democracia representativa y clases populares», en O. Ianni(comp.), Populismo y contradicciones de clase en Latinoamérica, México, Era, 1973, p. 12.

248 ERNESTO CASTRO CÓRDOBA

la economía como un todo», ¿podemos seguir hablando toda-vía de la oligarquía rural dominante y las exportaciones del sec-tor primario?3. En 1964, Onganía sostiene ante los militares deWest Point que las fuerzas armadas son «el brazo armado de laConstitución»; dos años después, con la complicidad de losperonistas, disuelve el régimen constitucional y depone elgobierno radical, cuyos principios económicos son la distribu-ción de la renta y el intervencionismo de estado; la dictadurapretoriana posterior, lejos de respetar las formalidades demo-cráticas, lejos de favorecer las exportaciones agrícolas, desman-tela el antiguo sistema de partidos y contempla un nuevoimpuesto sobre la tierra4. ¿Dónde quedaron las políticas agrariasy liberales? Durante tres años, agricultores y ganaderos no obtu-vieron ningún beneficio con la devaluación monetaria, porquelos elevados impuestos sobre las exportaciones incidieron, deforma directa, sobre los precios relativos de sus productos. Si elcierre de la década arrojaba un balance económico favorable —afinales de 1969, un incremento del PIB del 8’9 por 100; enmayo, una tasa anual de inflación de 7 por 100; en abril, unareserva de 694 millones de dólares— el incremento exponencialde las inversiones en el sector secundario tuvo toda la culpa5.Mientras tanto, bajo las grandes cifras industriales, la desigualdistribución de la riqueza reforzaba el descontento social, gene-rando las condiciones de posibilidad del Cordobazo, toda unainsurrección popular urbanita, que identificó a las compañíasmultinacionales como su adversario. Frente a la insurrecciónplebeya en las ciudades del interior, no se encontraba entoncesel maquillaje constitucional del liberalismo agrario, sino lametralla coercitiva del capitalismo industrial sin rostro humano.

12. LA CARA OCULTA DEL PUEBLO 249

Entre octubre de 1945 y mayo de 1969, en lugar de coalicionesirreconciliables, agendas políticas antagónicas y programas eco-nómicos incompatibles, encontramos una realidad cambiante,cuya complejidad empírica está estudiada en el artículo, aunqueno se extraigan las conclusiones pertinentes.

II

Durante la década siguiente, Laclau desarrollará una teoríageneral del populismo, aplicando las fórmulas teóricas de Alt-husser sobre la textura del peronismo y del fascismo. El resul-tado, de nuevo, tiene sus luces y sus sombras. El capítulo«Hacia una teoría del populismo», setenta páginas de puromúsculo intelectual, ofrece la mejor versión del marxismooccidental, cuando sus virtudes teóricas, puestas a trabajarsobre la materia empírica, abandonan el tovpo~ oujrano;~ de lapedantería filosófica. Solo superado por La crisis de las dictaduras,donde Poulantzas corrige su concepción del fascismo,tomando como referencia la realidad política española, portu-guesa y griega del momento, este descenso a la realidad políticaargentina, brasileña y mexicana constituye el non plus ultra de la«revolución althusseriana» —tan parnasiana ella.

A la hora de revisar la bibliografía sobre la cuestión, antesde proceder con su propuesta, Laclau certifica la existencia deun consenso teórico infundado entre los expertos precedentes.«Para comprender la conducta política de las clases popularesen América Latina —en palabras de Gino Germani— es precisorecordar, primero, un rasgo de los países subdesarrollados: lasimultaneidad de lo ‘no contemporáneo’»6. Resumiendo

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7 P. Norris, Derecha radical, Madrid, Akal, 2011.

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mucho, la teoría asegura que se producen anacronismos, sola-pamientos y asincronías durante el periodo de transición entrela comunidad agraria tradicional y la sociedad industrialmoderna. En este contexto, el populismo encarna el para-digma del desfase histórico. Su objetivo, la integración políticade algunas capas marginales; su método, un programa econó-mico de ideología difusamente reformista; su estrategia, mani-festaciones multitudinarias presionando desde abajo. Comono, el 17 de octubre es el ejemplo preferido de los teóricos delpopulismo como un epifenómeno político de las sociedades endesarrollo: campesinos proletarizados del interior que fuerzanla liberación de un coronel filo-fascista mediante una concen-tración espontánea en las calles, y además deciden por mayoríalas elecciones en favor del desarrollismo industrial proteccio-nista, contra la liberalización económica propugnada porcomunistas, socialistas y radicales. Los acontecimientos de1945 en Argentina reconcilian, de este modo, el retorno de loreprimido y la prospección del porvenir. Mediante la promo-ción de una sociedad integrada, según este consenso domi-nante, el populismo promovería su propia superación; laindustrialización del aparato productivo encarnaría su puntode llegada; el ingreso definitivo en la Modernidad extinguiríalas pasiones y disuelve a los caudillos. Sin embargo, la actuali-dad del populismo en las democracias occidentales, articuladoen organizaciones y en partidos fundamentalistas, desmienteeste presunto point of no return. Por este motivo, la respuesta deLaclau a estas concepciones teleológicas sigue siendo válida,porque subraya la posibilidad del eterno retorno populista,con independencia del proceso de modernización atravesadopor la sociedad en cuestión. Los jóvenes de extrema derechaeuropeos, simpatizantes del Partido Popular Suizo, delnoruego Partido del Progreso o de los Verdaderos Finlandeses,que obtuvieron porcentajes respectivos en las pasadas eleccio-nes del 29, el 22 y el 19 por 100 de los votos, deberían suscri-

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bir las afirmaciones del posmarxista argentino, cuando sostieneque el carácter —aparentemente fundamentalista— de ciertascorrientes arcaizantes en sus fórmulas, refractarias a la menta-lidad moderna ilustrada, podría expresar de hecho lo contrariodel tradicionalismo; a saber, la negativa a aceptar la legalidadcapitalista como propia7.

Ahora bien, ¿qué elementos comparten la Voluntad delPueblo rusa de 1879, la Hora del Pueblo argentina de 1970 y elFrente Nacional francés de 2002? Su núcleo duro en común,según la teoría althusseriana, estriba en la estructura de susinterpelaciones ideológicas, siendo éstas actos lingüísticos performati-vos que determinan la subjetividad del individuo —o del colec-tivo, en su defecto—, imponiendo cierta posición social y pro-yectando cierta identidad política. Este posicionamiento de lamayoría, por contraposición con el entorno y sus agentes, pro-voca la fragmentación del entramado social, quebrando el sus-tento de la hegemonía realmente existente. Durante periodosde estabilidad, la formación política dominante asegura sinproblemas la consolidación de sus instituciones —así como lafidelidad de la multitud— gracias a la aplicación mecánica delos esquemas de integración convencionales, cuya funciónconsiste en neutralizar la disidencia, bien mediante la incor-poración, bien mediante la marginación. Por el contrario,durante un periodo de crisis, la diferencia deviene en contra-dicción. El excedente no incorporado por el sistema contem-pla lealtades independientes; los marcadores automáticos de laidentidad colectiva desaparecen del horizonte ideológico;comienza una transformación potencialmente destituyente delpanorama político. La formación emergente puede consolidarentonces el sistema heredado, aceptando sin reticencias el tras-paso generacional de poderes, o bien puede profundizar en

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8 K. Marx, «Manifiesto del Consejo General de la Asociación de los Trabajado-res sobre la guerra civil en Francia en 1971», en AA.VV, La comuna de Paris,Madrid, Akal, 2010, p. 34.

9 L. Vallenilla, Cesarismo democrático, Caracas, Monte Ávila, 1990.10 E. Laclau, Política e ideología en la teoría marxista, México, siglo XXI, 1978, pp. 131,

203, 132.

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ciertas contradicciones, forzando la creación de una realidadalternativa. En esta suerte de encrucijada histórica, siempreaparece el maldito término medio; esto es, la reforma econó-mica parcial, la cínica ideología del posibilismo. En los últimos200 años, el bonapartismo primero y el populismo después,constituyen paradigmas históricos de esta solución de compro-miso. Tanto en el 1951 francés como en el 1945 argentino, lacentralización de poderes sobre el ejecutivo y la consulta ple-biscitaria de la población fueron —según el análisis marxiano—«la única forma de gobierno posible» entre el descrédito de laburguesía y la emergencia del proletariado8. Entre el libera-lismo constitucional y la revolución plebeya, entre el capita-lismo imperialista y el socialismo bolchevique, hayamos enambos casos el camino intermedio del cesarismo democrático—por utilizar la expresión acuñada a comienzos del siglo XXpor Laureano Vallenilla, el ideólogo positivista que justificó,recurriendo para ello a los avances científicos recientes, lanecesidad histórica y la pertinencia políticas de las repúblicaspretorianas en América Latina, encabezadas por caudillosmilitares liberales, recelosos de las antiguas camarillas yencumbrados por el sentimiento popular9.

¿El populismo se resume entonces en dirigentes autorita-rios con actitudes paternalistas hacia el populacho? En estepunto, la valoración del argentino no solo es ambigua, sinotambién mudable. Sobre el potencial transformador del popu-lismo, el lector descubrirá una posición distinta, dependiendodel capítulo que consulte. En un centenar de páginas se amon-tonan todas las variantes del espectro ideológico, desde el posi-

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bilismo conservador hasta el movimiento revolucionario,pasando por el reformismo progresista. Ello demuestra la difi-cultad que entraña convertir una vaporosa descalificación ide-ológica en un concepto político articulado. En un momentode Política e ideología, contra las declaraciones optimistas que des-tacan el revulsivo popular, descubrimos que —para nuestra sor-presa— el populismo es una variante refinada del clientelismo,cuyos partidos «van siendo progresivamente cooptados por elsistema», cuyo objetivo consiste en «la neutralización políticade la posible oposición de nuevos grupos sociales», cuya estra-tegia se resume en la satisfacción de «demandas popularesindividualizadas». Mientras tanto, en «Hacia una teoría delpopulismo» se reconoce la existencia de una variante reaccio-naria —el populismo de las clases dominantes— altamenterepresiva para las aspiraciones de discontinuidad, «porqueintenta una experiencia más peligrosa que un régimen parla-mentario corriente: mientras que el segundo neutraliza simple-mente el potencial revolucionario de las interpelaciones popu-lares, el primero trata de desarrollar dicho antagonismo,manteniéndolo dentro de ciertos límites». En «Fascismo eideología», para terminar, será el jacobinismo quien encarneel momento de transición rupturista, quien vehicule las aspira-ciones insatisfechas contra la formación dominante, quienarticule con coherencia una sustancia popular que «ya no sepresenta con demandas aisladas, ni como una alternativa orga-nizada dentro del sistema, sino como una alternativa política al sis-tema mismo»10.

Esta tremenda volatilidad de las manifestaciones popularesdepende —en principio— de la indefinición constitutiva delpueblo. Esta última expresión no debe leerse, por cierto, en el

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sentido de la filosofía política moderna. En este contexto, norefiere a la comunidad de ciudadanos que suscriben el con-trato social. Evoca, por el contrario, las condiciones de posi-bilidad de toda confrontación en el interior de la sociedadcivil. Los elementos de dominación, las posibilidades de dis-continuidad, las estructuras de la hegemonía, todo ellodepende del pueblo. Entendido como un recipiente hueco,impone ciertas condiciones de emergencia, ciertos principiosde articulación y ciertos parámetros de confrontación entredistintas formaciones políticas; pero eso es todo. La gesticula-ción populista no conforma una ideología concreta, tan solo elformato de toda oposición, el procedimiento de toda victoria,el mecanismo de toda aglutinación. Desde los fascistas hasta losnaródniki, desde la aristocracia hasta el proletariado, el reves-timiento formal plebeyo se adapta a multitud de propuestasclasistas concretas. Dada la plasticidad constitutiva del fenó-meno, no tiene sentido cartografiar las aspiraciones subalter-nas insatisfechas, en búsqueda de intuiciones espontáneas deemancipación. La única confrontación interesante se encuen-tra en la instrumentalización partidista de la participación ple-beya. En la lucha por la hegemonía, las formaciones políticasirreconciliables deberían, según esta advertencia, esforzarse enpretender que sus reclamaciones particulares representan, enrealidad, los intereses de la mayoría silenciosa. A fin de cuen-tas, la formación política dominante gobierna, como resultaevidente, con la complicidad implícita o con la fidelidad explí-cita de los dominados. Éstos deben tomar conciencia de susituación dentro del entramado de relaciones sociales parareclamar una distribución diferente de los recursos tanto inte-lectuales como materiales. No obstante, este despertar solopuede acontecer desde fuera.

Sin embargo, para desgracia de la volatilidad declarada, dela indefinición constitutiva y de absorción incompleta, el pue-blo no es un colador prêt-à-porter para la resolución de deman-

12. LA CARA OCULTA DEL PUEBLO 255

das exógenas —tampoco un embalaje del progreso social o unatabula rasa de la lucha de clases. Las clases subalternas tienen suagenda política independiente, no siempre permeable a lasapropiaciones partidistas desde fuera. Construida desde abajo,la memoria colectiva solo reconoce la autoridad de ciertas tra-diciones culturales, solo responde a ciertos protocolos de orga-nización política. El imaginario popular, en resumen, no seencuentra en estado vegetativo. Laclau bautiza como ‘democrá-tica’ esta identidad política colectiva. Una expresión equívocapero acertada: equívoca porque sugiere un compromiso ahistó-rico con la democracia, cuando ésta ha gozado mucho tiempode mala fama, también entre los subalternos; acertada porque laconfrontación entre dominantes y dominados ha propiciadotodas las conquistas asociadas con ella. Mitos como la subyuga-ción monárquica normanda, el parlamentarismo anglosajónolvidado o los derechos inalienables del free-born englishman, tanimportantes en la democratización del sistema monárquicobritánico —inicialmente autárquico, posteriormente constitu-cional y actualmente parlamentario—, validan esta identifica-ción entre inclusión democrática y resistencia subalterna. Porotro lado, la correlación de fuerzas numéricas entre dominan-tes y dominados no solo justifica la pertinencia de este com-promiso histórico, sino que termina asociando muchasdemandas paralelas a la causa democrática, como demuestra laincorporación —entre sus apretadas filas— del movimientosufragista durante el siglo XIX o del proceso descolonizadordurante el XX. En este punto, sobre la historia de los sistemasdemocráticos, Laclau desmantela el concepto de «democracialiberal burguesa», valorando en su justa medida los regímenesconstitucionales parlamentarios. También desarma la estrategiarevolucionaria antidemocrática, recordando los errores comu-nistas durante el Tercer Periodo (1928-1935), cuando loscomunistas sostuvieron con la socialdemocracia gobernanteuna oposición bastante improductiva para la izquierda. «Sos-

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11 Ibid., pp. 159, 121-122. 12 Ibid., pp. 194, 199, 229.

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tener la necesidad de un frente democrático y afirmar almismo tiempo el carácter burgués de las banderas democráticassólo puede conducir a una desviación de derechas», sostiene elargentino. «Por el contrario, en nuestra concepción, la exten-sión real del ejercicio de la democracia y la producción desujetos populares crecientemente hegemónicos constituyen dosaspectos del mismo proceso. El avance hacia la democracia reales una larga marcha que solo será completada con la elimina-ción de la explotación de clase»11. En resumen, la democraciasiempre será algo más que libertades negativas y derechos forma-les. Pero nunca nada menos que eso.

Con todo, Laclau no parece haber aprendido de los erro-res de la III Internacional. La mentalidad clase contra clase perma-nece todavía en su pensamiento. Basta con revisar sus afirma-ciones para descubrir el punto de incoherencia. La riquezaempírica no concuerda con el abstracto formalismo; la plura-lidad de fenómenos desborda los canales de la teoría; los movi-mientos populistas no responden ante la interpelación ideoló-gica de Althusser. Si el populismo «comienza en el punto enque los elementos popular-democráticos se presentan comoopción antagónica frente a la ideología del bloque domi-nante», si las aspiraciones democráticas «representan la cris-talización ideológica de la resistencia frente a la opresión engeneral», si las tradiciones plebeyas conforman «un marcoestructural de referencia más estable», ¿cómo puede decirseentonces que «no hay un discurso popular-democrático comotal» y que «la ideología democrática sólo existe articuladacomo momento abstracto de un discurso de clase»? Más ade-lante, nuestro autor vuelve a reconocer que el pueblo «nologra ser totalmente absorbido por ningún discurso de clase» yque «el campo ideológico presenta siempre una cierta apertura

12. LA CARA OCULTA DEL PUEBLO 257

y su estructuración no es nunca completa», pero no infiere lasconclusiones pertinentes12. De nuevo, prefiere ignorar las nor-mas más elementales de la lógica, antes de abandonar la dog-mática cantinela althusseriana.

Este desfase ente los flamantes axiomas de la teoría y laenredada evidencia empírica termina pasando factura en elanálisis del populismo como ocurrencia histórica concreta.Así, el estudio del peronismo —ejemplo privilegiado de inves-tigación— se sostiene sobre un conjunto de premisas un tantoarbitrarias, cuya congruencia con la realidad histórica no com-pone una verdadera explicación; más bien expresa una coinci-dencia por analogía. Todas las características imputadas sobreel movimiento encuentran alguna suerte de contraejemplo. Laabundancia de pruebas refutatorias demuestra la elevada plas-ticidad del movimiento en comparación con los rígidos esque-mas interpretativos. Según estos esquemas, el peronismo con-ciliaría —entre otras cosas— el industrialismo proteccionista y elnacionalismo antieuropeísta. Sin embargo, el programa elec-toral de 1973 contradice estas atribuciones por completo: enpolítica interior, un incremento de las inversiones en el sectorprimario, conforme a la situación económica internacional,marcada por una demanda insatisfecha de materias primas; enpolítica exterior, una promoción de la unificación continental,siguiendo el modelo de integración europea, como reacciónante la hegemonía yanqui. Sea como fuere, Laclau remacha coninsistencia la radicalidad del peronismo, sus «contenidos ideo-lógicos antiliberales» y su «política anti statu quo». De estemodo, termina elaborando un retrato coherente del movi-miento, a costa de ignorar muchas declaraciones del fundador.Las entrevistas y conferencias referidas corresponden —quéduda cabe— con las hostilidades de 1946: basta con recordar la

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13 Citado en E. de Ipola: Ideología y discurso populista, México, Plaza & Janés, 1987,p. 145. 14 Ibid., p. 109.

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amenaza liberal de un desembarco de los aliados en BuenosAires o la dicotomía de los lemas de campaña («Branden oPerón» & «Tamborini o Hitler») para reconstruir el paisajede discordia. Ahora bien, este ambiente de hostilidades noconcuerda con las promesas de reconciliación suscitadas por elperonismo en los ’70. El 8 de noviembre de 1973, Perón pro-nuncia la conferencia de su investidura presidencial, recal-cando su compromiso con un gobierno de excepción, subra-yando el proyecto de una unión nacional, fomentando lainversión de capitales extranjeros en el país, ofreciendo —enresumen— una mano amiga a la oposición. «Por el bien de mipatria, quisiera que mis enemigos se convenciesen de que miactitud no sólo es humana, sino que es conservadora, en lanoble acepción del vocablo»13. ¿Dónde se encuentra aquí laideología antiliberal y la política antagonista?

Asimismo, el análisis del fascismo incurre en distorsionessimilares. Una vez más, un enfoque histórico parcial y un rigoranalítico excesivo terminan arruinando una propuesta inicialbastante sugerente. Para empezar, el argentino formula unabatería de objeciones contra las indagaciones precedentes quese pueden acomodar sin problemas a su propia hipótesis detrabajo. Así, comienza observando algunos defectos de lasexplicaciones psicosociales, que interpretan el fascismo comouna perturbación moral transitoria, para terminar recu-rriendo a la dichosa interpelación ideológica, cuyos rudimen-tos científicos provienen en último término del psicoanálisis —el mismo que permite parlotear del fetichismo masoquista delas masas y cosas similares. Sin embargo, el esfuerzo del argen-tino por contrastar el instrumental analítico, por comprenderla concatenación estructural de los sucesos, supera con mucho

12. LA CARA OCULTA DEL PUEBLO 259

los ensayos de sus predecesores —incluido Poulantzas, cuyo Fas-cismo e ideología estudia la decadencia de la República de Weimarmediante paralelismos peregrinos entre ideologías y clasessociales (v.gr.: proletariado = marxismo-leninismo, burguesía= liberalismo, etcétera). Contra este impreciso esquema analí-tico, Laclau verbaliza una observación rimbombante —enefecto— pero también devastadora: «la adjudicación de unapertenencia de clase a los elementos de las ideologías concretasresponde a un procedimiento puramente arbitrario que, comoveremos, no solo no construye teóricamente su objeto, sinoque, por el contrario, supone su conocimiento empírico y operataxonómicamente sobre este conocimiento»14. Para desgraciadel argentino, esta misma réplica —solo que invertida— sepuede exponer contra su examen. La concepción populista delfascismo incurre en la estafa filosófica por excelencia, que con-siste en imaginar desde el palacio cristalino de la teoría lossujetos colectivos que intervienen en la historia, recurriendopara ello a expresiones rocambolescas, ciertamente epatantes,pero sin ninguna correlación con los grupos sociales que —eneste caso— convivieron durante el periodo de entreguerras.Ante nuestros ojos se sucede, para nuestra estupefacción, unaretahíla de aberraciones sociológicas, tales como la «pequeñaburguesía jacobinizada» —un vocablo formidable que sintetizalo mejor de cada casa: por un lado, el improperio preferidodel marxismo panfletario; por otro lado, una corriente políticasacada de contexto; en resumen, una coartada perfecta parasuspender la investigación. Con esta elegancia, el argentinoreproduce los prejuicios convencionales sobre la composiciónclasista del fascismo, empaquetando bajo el mismo embalajepequeño-burgués a los pequeños comerciantes y a los trabaja-dores móviles, reduciendo el ascenso de la extrema derecha en

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15 S. Payne, El fascismo, Madrid, Alianza, 2001, p. 69.16 Laclau, Política e ideología en la teoría marxista, pp. 147, 158.

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Europa a un subproducto de los errores tácticos de la claseobrera, ignorando la elevada fragmentación ideológica de losgrupos sociales durante el periodo de entreguerras (hasta 1934,dos tercios de las SA provenían de la clase trabajadora15),tomándose el derecho de interpelar —en último término— a lasformaciones políticas del momento, para instruirlas sobre susdeberes y sus destinos, montando un aburrido sermón sobreestrategia revolucionaria, todo ello desde la cátedra retrospec-tiva de la Historia. Cuando Laclau proclama que el proleta-riado «hubiera debido presentarse como la fuerza que condu-ciría las luchas históricas del pueblo alemán a su conclusión y alsocialismo como su consumación […] y hubiera debido hacerun llamamiento a todos los sectores populares que condensaraen símbolos ideológicos comunes nacionalismo, socialismo ydemocracia», quizás ignora el contenido del Programa de Erfurt,conforme a cuyos principios el Partido Socialdemócrata con-tribuyó a encauzar la trayectoria de Alemania, refrendandopatrióticamente los presupuestos militares en 1914, formandoamplias coaliciones democráticas desde 1918. Frente a este«reduccionismo clasista», frente a este «extremismo corpora-tivista», frente a este «indicalismo economicista», la alterna-tiva no parece demasiado halagüeña. «La socialdemocraciacontemporánea ha superado —según el encomio del argen-tino— la mentalidad de grupo de presión del viejo socialismomediante su transformación en un partido burgués como losotros»16. Entonces, ¿de esto hablamos cuando hablamos deizquierda?

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III

La publicación de La razón populista marca un final de partida.Entre 1977 y 2004, ¿qué cosas han cambiado? En primerlugar, se ha producido un desplazamiento de los referentesintelectuales. La impronta indiscutible del galomarxismo hasido sustituida por un conjunto de analogías formales devariada procedencia académica. Todas las disciplinas utilizadasdurante la exposición, desde el psicoanálisis hasta los estudiosde retórica, concurren —mediante exégesis compatibles— a lamejor comprensión del fenómeno. De este modo, la interpe-lación ideológica pasa el testigo a la condensación, a la equiva-lencia y a la sinécdoque, con resultados muy productivos. Sos-tenidas en paralelo, estas aproximaciones conforman, entérminos relativos, una descripción mucho más detallada —tanto de la génesis como de la estructura— del populismo. Bajolos tecnicismos y los diagramas, sin embargo, el armazón ana-lítico original permanece inalterado. Si las demandas insatis-fechas se articulan mediante cadenas equivalenciales omediante cadenas diferenciales; si las identidades subalternasse condensan en significantes flotantes o en significantesvacíos; si los movimientos populares se confrontan con oposi-ciones dialécticas o con exterioridades constitutivas; si las for-maciones hegemónicas se enseñorean de la universalidad efec-tiva o de la mítica totalidad ausente: todas estas minuciasterminológicas componen una carnaza de primer orden paralas disputaciones escolásticas de nuestro tiempo, por supuesto.Que la apasionada confrontación entre charlacanes tiene suinterés, ello puede mostrarse mediante un repaso de los inte-rrogantes principales y de las respuestas ofrecidas —en cadaocasión— por el argentino. Por ejemplo, ¿cuánto de vacío —preguntaba Butler— está el lugar vacío? Solución: «La vacui-dad, en lo que al lugar se refiere, no significa simplementevacío en su sentido literal; por el contrario, hay vacuidad por-

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17 E. Laclau, La razón populista, México, FCE, 2005, p. 214.

18 Para aclarar esta objeción, podemos consultar el último panfleto publicado porÁlvaro García Linera —vicepresidente de Bolivia y posmarxista avanzado— cuyotítulo —Las tensiones creativas de la revolución. La quinta fase del Proceso de Cambio— prometeuna historia abreviada del proceso constituyente boliviano y su gobierno demovimientos sociales, todo un modelo de populismo izquierdista bien enten-dido, según Laclau. Ahora bien, si abrimos estas páginas, sobre la gestión de lasdemandas democráticas, ¿qué encontramos? «No existe una propuesta alter-nativa al de la plurinacionalidad descolonizadora que consolida una única naciónestatal en la que conviven múltiples naciones culturales y pueblos». Este compromisocon el reconocimiento democrático de las diferencias, ¿no confronta los axio-

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que ella apunta a la plenitud ausente. Vacuidad y plenitud son,de hecho, sinónimos [sic]»17. Sea como fuere, estas divergen-cias bizantinas no modifican —como decimos— la propuesta deinvestigación empírica principal. El populismo continúasiendo un proceso para la aglutinación de mayorías sociales,que sintetiza aspiraciones insatisfechas y las proyecta sobre unaformación política emergente, encabezada por un líder caris-mático, quien promete defender el interés general contra losenemigos de la mayoría.

Además, los compromisos filosóficos con el psicoanálisislacaniano conducen a una extrapolación indebida de los estu-dios concretos, a una generalización fraudulenta de las preten-siones explicativas, a una ontologización infumable delesquema propuesto. Dicho en castellano, Laclau sugiere que suanálisis comprende todo. Estos delirios de grandeza, ¿qué tipode teorías presuponen? En primer lugar, una teoría diferencial dellenguaje, que sostiene que el contenido semántico de un tér-mino singular no depende de la expresión lingüística, el indi-viduo denotado y la relación entre ambos; el significado, por elcontrario, consiste en las diferencias existentes dentro del pro-pio lenguaje, sin ninguna referencia a la «realidad externa».En segundo lugar, una teoría agónica de la sociedad que (i) proyectaeste esquema lingüístico sobre la estructura profunda delmundo social; (ii) considera que la sociedad funcionamediante la conversión de diferencias en hostilidades, y vice-versa. En tercer lugar, una teoría normativa de lo político que (a) noestablece ninguna distinción entre lo político y lo social; (b)favorece las hostilidades sociopolíticas que versan sobre la pro-pia estructura de las diferencias. Según estas premisas, sólo elpopulismo es político, porque sólo él simplifica la multiplici-dad de diferencias realmente existentes en una hostilidad

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declarada, sólo él cuestiona la estructura completa de las dife-rencias económicas y sociopolíticas, sólo él —en resumidascuentas— involucra una definición alternativa del mundo socialllamado ‘pueblo’. Frente a la autenticidad incontrovertible delpopulismo nos encontramos con la aburrida administracióninstitucional, entendida como «sedimento social» o «muertepolítica», en cuanto satisface las demandas singulares medianteprocedimientos estandarizados de distribución, en cuantoconforma un cuerpo de funcionarios especializados y deslindala política de la sociedad civil, en cuanto reconoce la legitimi-dad de las esferas no politizadas, en cuanto desmantela la posi-bilidad del antagonismo y burocratiza los conflictos hasta elinfinito.

Así pues, la teoría del populismo se presenta como unainvestigación fundamental sobre las invariantes estructurales ylas condiciones de posibilidad de la política tout court. Sinembargo, los criterios estipulados para la contrastación empí-rica de esta hipótesis de trabajo resultan tan laxos que, por lopronto, incluyen declaraciones manifiestamente instituciona-listas y excluyen programas explícitamente populistas. En pri-mer lugar, la excesiva importancia concedida sobre el antago-nismo como mecanismo de articulación política no permitecomprender la gestión de las «contradicciones en el seno delpueblo» dentro de una formación populista victoriosa18. En

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mas del populismo? «No se tiene otra opción de democratización superior delEstado —continua Linera— que no sea el reconocimiento de múltiples formasplurales de democracia (directa, representativa, comunitaria) y de desconcen-tración territorial del poder a través de las autonomías.» (Ibid., p. 10.)

19 Ibid., pp. 107, 108, 105. 20 Ibid., p. 194.

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segundo lugar, la oposición entre movilización popular ygerencia burocrática no resiste una contrastación empíricamedianamente seria. Los ejemplos ofrecidos por el argentinodesmantelan, de hecho, su propia intuición preliminar. Antesde nada, recordemos que el institucionalismo pretende satisfa-cer todos los intereses de la comunidad política, mientras queel populismo discrimina un conjunto de intereses dotados deuna legitimidad preferencial. Así pues, en el primer discurso«todas las diferencias son consideradas igualmente válidasdentro de una totalidad más amplia», mientras que el segundo«una frontera de exclusión divide la sociedad en dos campos».Apliquemos ahora este esquema general sobre el caso empíricodel neoliberalismo, que en Reino Unido primero «se presentacomo una panacea para lograr una sociedad sin fisuras», luegocomienza «a denunciar a los parásitos de la seguridad social» yculmina «con uno de los discursos de división social más agre-sivos de la historia británica contemporánea»19. El resultadode esta confrontación es bastante desolador, todo hay quedecirlo: la campaña electoral del partido conservador —y supolémico «Labour Isn’t Working»— reproduciría el consenso ins-titucional; el gobierno de Margaret Thatcher —y su anodino«There Is No Alternative»— supondría una ruptura populista, encambio. Según este principio, ¿qué hay más populista que lasociedad de dos tercios? En este punto, el problema no es laabundancia de contraejemplos, sino la ausencia o la irrelevan-cia de los mismos. A fin de cuentas, en cuanto aceptamos elesquema ontológico propuesto, la distinción intuitiva entrepopulismo y tecnocracia desaparece, porque sociedad, política

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y populismo se convierten por definición en sinónimos. Ahorabien, ¿cómo explicar el fenómeno de la despolitización? «Notodo es político —responde Laclau— porque tenemos muchasformas sociales sedimentadas que han desdibujado las huellasde su institución política originaria»20. La fragilidad de esteargumento ad hoc revela —en último término— la puerta traseradel tinglado político-ontológico-psicoanalítico que tenemosentre manos.

En las últimas páginas de su libro, Laclau se cuelga lamedalla de honor a la sobriedad intelectual, porque ha discri-minado con cuidado entre cuestiones descriptivas y cuestionesnormativas, según él, porque ha resistido la tentación de con-fundir la vigorizante ocupación del análisis político y la pusilá-nime ociosidad de la moralina. Sin embargo, la distinciónentre despolitización institucional y autenticidad populistapresupone —como hemos visto— una discriminación norma-tiva de los mecanismos legítimos de hacer política. Conforme aun conjunto de prejuicios bastante extendidos, Laclau consi-dera intrínsecamente valiosa la discontinuidad, la emergencia yla oposición; por el contrario, contempla la burocracia y lanegociación por encima del hombro; solo atribuye el conceptode lo político, en consecuencia, a la confrontación irreductibleentre identidades antagónicas. Ahora bien, desde una perspec-tiva política, la asignación óptima de los recursos, en orden asatisfacer las demandas de una comunidad, quizás sea la tareamás elemental de todas. De hecho, la aglutinación de mayoríassociales puede definirse como la correcta localización de pro-mesas entre los miembros de una formación política emer-gente. Sin embargo, mediante antítesis facilonas y contrastesbrutales, que no hacen demasiada justicia con la inteligencia ocon los hechos, esta caracterización reduccionista de la política

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1 Cfr. F. Ruda, Hegel’s Rabble: An investigation into Hegel’s Philosophy of Right, London-NewYork, Continuum, 2011.

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garantiza que la autoridad infalible de la ontología se encuen-tre —en todo momento— de su parte. El pueblo contra la ins-titución, lo político contra lo policial, y otras tantas disyuncio-nes excluyentes, celebran la dignidad de la movilización,despejan la ambigüedad de la política, evidencian con claridadla distinción entre buenos y malos de la película. A golpe devade retro systemae, estos discursos reconfortantes confirmannuestros prejuicios sobre la vanidad del mundo. Con todo, noofrecen un instrumental para analizar la situación.

LÓGICA DE LA INDIGNACIÓN SOCIAL

Valerio Rocco Lozano

En un reciente libro titulado Hegel’s Rabble: An investigation intoHegel’s Philosophy of Right, Frank Ruda afronta de manera sistemá-tica lo que considera el único problema para el que Hegel noencuentra una solución, esto es, el estatuto lógico, político ymoral del Pöbel, lo que podría traducirse como pueblo llano opopulacho1. En su análisis inspirado por autores como AlainBadiou o Slavoj Zizek, que de hecho se ha encargado del pró-logo del volumen, Ruda se esfuerza por establecer una fuertecontinuidad entre el concepto de Pöbel y el del proletariado,acentuando los rasgos pre-marxistas de obras como la Filosofía delderecho. Por otra parte, en términos caros a Badiou, identifica alPöbel hegeliano con lo «inexistente» (esto es, lo que no es visi-ble ni cuenta para nada) en el marco del mundo burguésmoderno, cuya sociedad está dominada por caprichosos y caó-ticos movimientos de capitales.

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ÍNDICE

Introducción 5Felix Duque y Luciana Cadahia

I. DIaléctIca De la DIgnIDaD y la InDIgnacIó n

Indignación, dignidad e indiferencia 11Remo Bodei

Domine, (non) sum dignus. Dominio, dignidade indignación en los comienzos del siglo XXI 21

Jorge Pérez de Tudela

Indignación 33

Chantal Maillard

Signos de vida particularen la era de la reproductibilidad técnica: economía,

políticas de la vida y desafíos al concepto de «dignidad» 57Vittoria Borsò

Esta noche será diferente: primavera en Madrid 83David Sánchez Usanos

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II. utopía y operatIvIDaD De la InDIgnacIó n

Otro modo de utopía o elogio de la movilización 99

Félix Duque

Del recorte indignoen la época de la impotencia política 127

Fernando Castro

Hacia una nueva condición desempleada 165Gonzalo Velasco

Otra forma de institucionalidad:el vínculo especulativo entre derecho y violencia 193

Luciana Cadahia

III. ló gIcas De la protesta socIal

El malestar de la democracia 217Carlo Galli

Cambios en la estructura socialy nuevos ciclos de protestas 235

Enrique Alonso

Populismo Ilustrado 245Ernesto Castro

Lógica de la indignación social 267Valerio Rocco