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    La lectura comn

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    Luis Alberto Crespo

    Fundacin EditorialEl perroy la rana, 2009

    Centro Simn Bolvar

    Torre Norte, piso 21, El Silencio,

    Caracas - Venezuela, 1010.

    Telfonos: 0212-7688300 / 0212-7688399

    :

    [email protected]

    [email protected]

    [email protected]

    :

    http://www.elperroylarana.gob.ve

    http://www.ministeriodelacultura.gob.ve

    E :

    Jhonn Aranguren

    Yesenia Galindo

    Jenaro Rueda

    Alejandro Silva

    Damaris Tovar

    Arlette Valenotti

    Hecho el Depsito de Ley

    lf 40220093705031

    ISBN 978-980-14-0888-8

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    La lectura comn

    Luis Alberto Crespo

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    Serie Clsicos

    Obras claves de la tradicin del pensamiento humano, abarcando

    la filosofa occidental, oriental y nuestramericana.

    Serie Crtica emergente

    extos y ejercicios reflexivos que se gestan en nuestra

    contemporaneidad. Abarca todos aquellos ensayos tericos del

    pensamiento actual.

    Serie Gneros

    Una tribuna abierta para el debate, la reflexin, la historia y laexpresin de la cuestin femenina, el feminismo y la diversidad

    sexual.

    SerieAforemas

    Entre el aforismo filosfico y lo potico, el objeto literario y el

    objeto reflexivo son construidos desde un espacio alterno.

    La crtica literaria, el ensayo potico y los discursos hbridosencuentran un lugar para su expresin.

    Serie Teorema

    La reflexin sobre el universo, el mundo, lo material, lo

    inanimado, estar dispuesta ante la mirada del pblico lector.

    El discurso matemtico, el fsico, el biolgico, el qumico y dems

    visiones de las ciencias materiales, concurrirn en esta serie paramostrar sus tendencias.

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    Aviso al desocupado lector

    La escritura que sigue la ms de ella ha sido menos escrita que

    hablada. Fue dicha lo es an cada martes, durante el programa radialLa

    lectura de Venezuela, de la Fundacin Casa Nacional de las Letras Andrs Bello

    en la Radio Nacional de Venezuela, gracias al desvelo y cuidado del profesor yescritor Edgar Colmenares del Valle, amigo y cmplice del amor que sentimos

    por el imaginario sensible del pas, su literatura, su msica, su cultura toda.

    Hllanse en estas pginas, entonces, la confesin sentimental que des-

    pierta entre nosotros la lectura del libro y la msica de nuestros invencioneros,

    en una palabra las voces del silencio, que as llamara Andr Malraux al arte,

    entendido como delicia del ojo y el odo.

    La crnica, en desmedro de la crtica, ha sido privilegiada en esta escri-tura. rtase de ofrendas y a ratos de meditaciones: quiere ser eso, sentimiento

    de fervor por la asaz variada riqueza esttica que aviva el espritu de nuestros

    escritores y artistas. rtase, adems, de ruta verbal por el vasto libro verde y

    rumoroso del pas al que leyndolo nos lee y al que recrendolo nos imagina.

    Que sea una lectura comn anima nuestra voluntad de ofrecerlo a todos

    los venezolanos.

    El autor

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    Saber y ser en Antonio Trujillo

    Escasos son los poetas que han encontrado desde sus iniciosuna escritura definitiva e inalterable. Antonio rujillo goza de eseprivilegio. As lo prueba el orden que ha dispuesto para su anto-loga, la cual comienza con su obra primigenia,De cuando vivanlos pjarosy concluye conBallesta, su ttulo ms reciente y de la

    cual ha cedido algunos poemas. Pocos como l han sabido ver yescuchar al ser de la niebla en el rbol y en el pjaro, en la llama delrnica y en el agua. Entendi que el alma es blanca y es nmada,que tras su paso por nuestra mirada oculta devuelve la aparienciahabitual de lo visible o lo que as nos engaa en nuestra brevetardanza terrestre. Para lograrlo, el poeta elige un decir callado yexacto, preciso en su elocuente brevedad, a modo de murmullo y

    casi inadvertido entre pausas y silencios, a la espera de hablarle aun dios antiguo, pantesta, a ras de la espiga y en lo alto del trino.En su comportamiento de contemplativo cuida de no interferir

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    en esa labor de la niebla cada vez que transcurre y espiritualiza elventalle, su flor y su silbo, la vida toda. En voz baja nombra lo queve y escucha convertido en memoria, en devenir, y transcribe lo

    que de humano acaece en el aire abrumado, como si la tachadurablanca que anula las formas confirmara que hay un trasmundoque nos espera, otro lugar, otro verdor, otro canto.

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    La tarea del testigo,la tarea de Rubi Guerra

    Yo quisiera estar entre vacas tinieblas, exclamaba un hom-bre alcanzado por los relmpagos del insomnio; un hombre enblanco y negro, como todos los seres cabizbajos, que tuvo por pasuna biblioteca escrita en latn y griego, entre el olor a azahar deArabia y a sahumerio marino que la ventana tapiada sustraa dela resolana de Cariaco. Yo fui a su osario, puesto sobre una colina.

    All le casi su nombre, borrado por el moho y el escarapelado qui-cio que pisa lo que alguna vez fue su cuerpo.

    Antes de decidirse por la muerte afanndose con el veronal,estuvo cierto que sera nombrado mucho despus del gomecismo,mucho ms tarde, ms all de 1945. Y no minti: hoy, Jos Anto-nio Ramos Sucre transita por la loa de los crticos, frecuenta edi-ciones y traducciones y es inevitable cotejarlo con Borges o con lo

    borgeano.De pronto, hace unos meses cuando ms, Rubi Guerra, uno

    de los escritores con mayor relieve en nuestra narrativa, concluy

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    una breve novela en la que el gran cumans es personaje mal dis-frazado. itlase La tarea del testigo, editado por El Perro y laRana, del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y ganadora

    del Concurso de Novela Corta Rufino Blanco Fombona. ratade un falso Ramos Sucre, me advierte en la cariosa rbrica queha estampado en la dedicatoria. Slo que su desdicha lo denuncia,su calvario y las cartas apcrifas que dirige, mientras cae nievesobre Europa, al querido Alberto de su alta estima desde lossanatorios de Hamburgo, Merano y Gnova, como aquella dondese duele y se culpa del abandono de Cruz Salmern Acosta, devo-

    rado por la lepra en la tierra crispada de Araya y apenas escondidotras el nombre de Alejandro.

    Es de noche siempre en esta novela, an si amanece, comola mirada sin sueo del poeta de Torre de timn,Las formas delfuegoy Cielo de esmalte, a quien Rubi Guerra le atribuye dones denarrador sin distraerse en demostrarlo, ni en consignar pruebas,como tampoco en advertirnos cundo ocurre la intrusin del des-

    varo y la alucinacin o menos si la vida retoma su certidumbre.La estructura novelstica no hace caso de la tramoya de los planosnarrativos: a la prosa epistolar del desesperado, Guerra acerca lasuya propia, la de la ficcin, por lo que ambas, en cierto modo,se confunden y se atribuyen una misma semejanza en la irreali-dad: la alterada biografa del personaje le sirve de pretexto paralibrarse de verificaciones y holgar as de los recursos del gnero,

    mas sin descuidar la entonacin testimonial, la accin de graciasadmirativa hacia el prisionero de la noche interminable.

    Un Ramos Sucre novelado nos propone esta novela (a la queacompaan algunas narraciones como prueba de destreza y deversatilidad temtica), cuyo habitante del semisueo y la pesadi-lla es partcipe cierto y fingido de una aventura propia de la lite-ratura gtica, pero siempre igual a s mismo, trajeado de Cnsul

    y de hospital, la mirada sin prpados de quien nunca duermey espera lograrlo en el suicidio. Hasta su casa una casa real ymetafrica nos conduce Rubi Guerra en las pginas finales:

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    Por el ojo de la letraLa lectura comn

    Me sorprendo de cmo se ha encogido tu cuerpo, desaparece enlas sbanas en un gesto de infinita discrecin () abres unavez ms los ojos y me miras con serenidad, con extraeza, tal vez

    con afecto, como desde el otro extremo de un puente muy largo.Aos antes, Ramos Sucre haba vivido ese preludio. SuPreludio:Yo quisiera estar entre vacas tinieblas, porque el mundo lastimacruelmente mis sentidos y la vida me aflige, impertinente amadaque me cuenta amarguras.

    La nieve, los lobos y la muerte del brazo de la belleza blancade la amada dantesca entre el paisaje simblico y la colina ardida

    del antiguo cumans cubren la escritura del poema, esa tarea delpoeta, del testigo.

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    Al otro lado de la ventanay dentro de nosotros

    Hlame callecita, no me dejes morir, lea a un lado de la reja,en no importa qu celda del Retn de Catia, horas antes de que elpromiscuo antro sucumbiera a la dinamita y en donde sufrierancastigo los culpables del disparo y el pual, o moran de la misma

    muerte de la que fueran sus cmplices. Ignoraba quin haba habi-tado la estrecha y maloliente zanja de cemento y hierro. Observque al otro lado de los barrotes, all, a lo lejos, se perda una calle,entre rboles, automviles, motos y alguno que otro viandante. Elprisionero acaso quiso imaginar una fuga insensata: la evasin porcausa de ensueo o de experiencia del enterrado vivo. Si la pena demuerte no ha sido nunca aprobada por nuestras leyes, otra, usada y

    abusada con holgura, goza de cotidiana aprobacin en esos depsi-tos humanos a los que una insoportable irona judicial y una eufe-mstica hipocresa motejan con el apelativo de retn.

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    odava repito el clamor annimo que leyera en letra dearaa aquella maana de mi visita a los crculos del Dante. Hastaentonces, la semblanza de un condenado no soportaba ms apa-

    riencia que la de su ocultamiento bajo la franela o el antifaz de lasangre sobre el suelo de la calle ni otra biografa que no fuera lade su desafuero con la bala y la punza.

    Del otro, del hombre enjaulado en s mismo, cadalso y ver-dugo a la vez, la apurada crnica de papel e imagen de pantallaslo conceda la noticia de su procedencia de barriada o de sub-suelo urbano. A qu distraer al lector y al telespectador, vidos

    de asistir a una lectura de folletn y de mirar una serie policial,con la tarjeta de bautismo de sus ratos de animal manso, caminoa la escuela entre las espinas del hambre o en procura de un oficiocon paga de forzado y de nuevo la vuelta al rancho, al presidio dela pobreca, a la ventana, ese mirador al abismo social?

    Lejos me hallaba de suponer que la Fundacin Casa Nacionalde las Letras Andrs Bello me regresara a aquella celda y aquel

    clamor de la mano de Victoria Ardito, de Raquel Molina y de suadmirable equipo de talleristas quienes me convidaron a empren-der la redencin del sentimiento que encarcela al condenado judi-cial en las jaulas de nuestros penales por ganas de liberarlo delcrudo castigo que lo confina a medrar en la rutina de ser nadie,sin derecho a mirar cara a cara a su error en la confesin escrita, adescubrirse sensible al pensamiento y a la fantasa, a leer el poema

    y el relato como alimento interior o como tabla de salvacin.estigo presencial de tal diligencia reivindicadora son los

    talleres del programa Literatura en Espacios no Convencionalesy prueba visible del Sistema Nacional de alleres sobre el que sesustenta toda la programacin de la Casa Nacional de las LetrasAndrs Bello y da nombre a cada uno de sus retos.

    De esos espacios sin duda poco convencionales es la lectura

    deAl otro lado de laventana, editado por el selloAnauco de lacasa bellista. En cada una de sus pginas omos las voces de lostapiados de esas crceles morales en cuyo encierro no hay jams

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    promesa de reja abierta. El castigo que los tiene bajo llave es menosinsoportable que aquel del que son sus carceleros, ellos mismos alecharle cerrojo a su ya de por s amordazada dignidad.

    No ms leyera la suma de estos suspiros, estas quejas y estosgritos, Elio Gmez Grillo, refractario a nuestra brbara polticacarcelaria y a quien Venezuela dbele su empeada lucha porhumanizarla, expres su contentamiento en varios artculoscedidos a la prensa a propsito de la edicin de marras y al desveloque mueve a Victoria Ardito, Raquel Molina y su tenaz equipo defacilitadores en su tarea de incorporar a los castigados por la ley a

    la vida literaria, a la llamada literatura carcelaria. El sentimientodel sabio jurista y hombre de letras no puede menos que avivarnuestro agradecimiento y robustecer nuestra determinacin deleer a Venezuela enteramente, animando la escritura y la lecturaen la que nos miremos, no slo a travs de su habitual esplendor,sino asimismo a travs de la penumbra, donde esplende, sin que amenudo lo advirtamos, el oro de los lastimados.

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    Amazona,toda hoja como el infinito

    Del sur, del gran rumor y de todo el silencio; de la tierra anti-gua; de la primera vez del Orinoco y del venezolano originario esla lectura de esta publicacin del Parlamento Amaznico Venezo-lano. Eddy Gmez Abreu, diputado a la Asamblea Nacional y pre-

    sidente del Parlamento, la hace posible. Acaba de nacer su cuartaentrega con las primeras lluvias de mayo. Acompaan a su direc-tor el poeta Luis Ernesto Gmez, Fanny Arjona, Tairo Sosa, ams de los asamblestas Julio Garca Jarpa, Noel Pocaterra, voz yalma de los pueblos wayu; Jess Ernesto Graterol, Adel El Zaba-yar, Hctor Agero, Los roconis, Ricardo Capella, Edgildo Palauy Henry Jos Hernndez. Destacan entre sus colaboradores el

    poeta Gustavo Pereira, el antroplogo y humanista Esteban Emi-lio Mosonyi y el acadmico y cineasta arek Suki Faras.

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    La nota editorial explica la vida deAmazona.El Amazonas,no slo es el ro ms largo del mundo advierte, sino que esel nico que tiene un Parlamento Internacional y un ratado de

    Cooperacin entre los pases que conforman su cuenca hidro-grfica. He aqu pues lo que la justifica y la hace necesaria y deurgente lectura. Lo reafirma Gustavo Pereira a vuelta de pginacuando observa que es tiempo de probar que no debera ser letrahueca: la legitimacin que nuestra Constitucin acuerda a lospueblos indgenas de Venezuela al reconocerles sus derechosciviles y culturales arrebatados desde hace cinco siglos. Preciso

    es observa el poeta Pereira restituir las antiguas dignida-des de esos pueblos; y piensa en unos versos de Vicente Arreaza,Katkus, el malhadado poeta pemn cuya muerte enluta a sugente de la Gran Sabana y a Venezuela entera. Dicen as:

    Que permanezcan mis dioses en el misterioantes de caer en el verbo de los engaadores

    lderes polticos: Ah polticos que habisperdido la discrecin del sabio!Que continen mis dioses en el frescorde antiguas aguas atomizadasQue permanezcan amparados por las burbujasde los torrentes del Kukenn

    Que continen libres mis dioses,atrapados en los laberintos insondablesms all de los fundamentalismosQue permanezcan mis dioses en las oquedades del Roraima,antes que las religiones los conviertan

    en fuego, acero y muerte.

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    Fernando Bez denuncia el asesinato de la memoria de Am-rica Latina. Bez sabe por qu lo hace. l ha testificado en librosque circulan por el mundo sobre la destruccin de la memoria

    escrita de Babilonia bajo el fuego de los misiles norteamericanos.Con igual patetismo acusa a los saqueadores de tumbas incas y losladrones de cdices y de estelas mayas.

    De despojos est llena la Amazona, agrega Fanny Arjona,pero nunca como la del Orinoco, cuyos saqueos fueron permiti-dos por nuestros pasados gobiernos, culpables de comisin y deomisin del desierto en que mueren incontables hectreas arra-

    sadas por la minera, con la misma saa con que fueron asoladaslas culturas de sus habitantes bajo la accin etnocida de las misio-nes internacionales como la New ribus del Instituto de Verano ydel Departamento de Estado.

    arek Suki leeLas venas abiertas de Amrica Latinadel escri-tor y periodista uruguayo Eduardo Galeano para glosar un textode bachillerato norteamericano, dado a conocer en la revista

    Question, en el que se identifica a nuestra Amazona como terri-torio internacional y asegura que ha sido tomado en custodia porlos EE.UU.

    El antroplogo Ronny Velsquez prosigue su denuncia sobreel saco de que ha sido vctima la Amazona e invita a fortalecersu defensa, y Carlos Ramos Garca denuncia el bajo promedio devida de nuestros pueblos indgenas, el azote que reciben de los

    paramilitares colombianos y el despojo de sus tierras ancestralescuya mano alevosa asuela El Manapiare.

    El dossiercede la palabra a Liborio Guarulla, gobernador delestado Amazonas, a Germn Zambrano, director estatal ambien-tal de la regin, a Edson Acero, director general del GabineteRegional del Ministerio del Poder Popular para la Cultura y aNirma Guarulla, presidenta del Consejo Legislativo. Sus voces se

    oyeron durante el Parlamento Amaznico Venezolano realizadoen el estado Amazonas en el mes de agosto de 2008.

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    Remarca el gobernador la importancia que reviste para laregin la entrada de Venezuela al Mercosur; a su vez Zambranoalerta sobre la necesidad de reforzar la vigilancia y la cooperacin

    entre las naciones amaznicas; Acero resalta la diversidad cultu-ral de Amazonas y Nirma Guarulla anuncia que han sido aproba-das cinco leyes primordiales para el estado, entre ellas la de Patri-monio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indgenas y la deBecas y Ayuda Estudiantil.

    Los sindicatos aducen que el transporte pblico por los ros ylos caminos de Amazonas, es un problema heredado de la Cuarta

    Repblica, pero Pedro Rondn anuncia que ha sido inaugurada lared de transporte fluvial Amazonas Adentro.

    Edgildo Palau es vicepresidente de la Comisin de PueblosIndgenas de la Asamblea Nacional y miembro del ParlamentoAmaznico. La revista le pregunta y se pregunta cmo afrontar eldesarrollo de la regin que es la cuna del ro de los ros. Palau res-ponde que es un desafo, pues la solucin no ha de ser la minera,

    menos la tala de los bosques, ni la agroindustria. Debemos teneruna gran inventiva seala y aprovechar todo el conocimientode los pueblos indgenas. El desafo se torna tenaz frente al abusode los mineros, los hachadores de florestas y los contrabandistasde combustible que hacen ilusorio el transporte fluvial masivo ycasi imposible el areo. El diputado refiere que hay quien ha pen-sado en la construccin de un ferrocarril entre San Fernando de

    Atabapo y Maroa y de emprender luego la navegacin hasta RoNegro, all, en lo ms lejos que ms nunca galleguiano.

    Cuando ya casi concluye su lectura, Amazonase convierteen un viaje por dentro de su selvtico corazn en el que partici-pan su director Eddy Gmez Abreu, el coronel Osmer Martnezde la Guardia Nacional y el general Ascanio ovar, coordinadordel plan estratgico para la defensa, desarrollo y consolidacin

    del sur; Richard Camico, alcalde del municipio Ro Negro, JessManosalva, alcalde del municipio Alto Orinoco y Juan Level, sha-mn de los yekuana de Watamo.

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    El periodismo indgena es analizado por Diana Cariboni.Esteban Emilio Mosonyi disiente respecto al proyecto Katu-

    gua. No es seala patrimonial ni representa la resistencia

    indgena, el proyecto de Fundapatrimonio y de la Alcalda Liber-tador caraquea de crear un parque urbano con dicho nombre enhomenaje a la resistencia indgena. En pgina vecina, el periodistaHumberto Mrquez inquiere entonces por su destino.

    Juan Carlos Daz Guerrero narra el Primer Encuentro por laAmazona Venezolana y desde Brasil Gilberto Mrquez, miem-bro del partido socialista de los trabajadores, sostiene que en

    Amazonas el imperialismo cuestiona la soberana brasilea y loprueba.

    Dos o tres pginas finales bastaron a Adel El Zabayar, dipu-tado a la Asamblea Nacional por el estado Bolvar y miembro dela Comisin de Energa y Minas del Parlamento Amaznico, paraconvencer a los incrdulos que el golpe ms duro que puede dr-sele a la anarqua minera son sus palabras es dejar el control

    absoluto de la industria en manos del estado.Para mejor conocer la cultura de nuestros pueblos indgenas,

    Amazonaofrece la separata Floresta Amaznica en la que laantroploga Marie Claude Mattei-Mller da noticia sobre lasituacin de las lenguas indgenas de tan vasta y olvidada regin.Cremosle a la Unesco cuando informa que los pases amaznicoscuentan con ms de 400 lenguas aborgenes. De ellas sobreviven

    en Venezuela 36, algunas en peligro de silenciarse para siempre.Una de las angustias que recorren las pginas de la revista es

    esa amenaza que pesa sobre nuestra diversidad lingstica y cul-tural, la misma que se cierne sobre la fauna, la flora y la de susabiertas entraas.

    Amazonano es una revista, es un clamor por salvar a Vene-zuela y la tierra que ella pisa y transfigura.

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    La poesa y su repblica

    Un vasto y nerudiano poema que Al Lameda escribiera paradivulgar su pasin venezolana ha prestado su ttulo homnimoy el mismo propsito amoroso a esta antologa editada recien-temente por Pdvsa. Ha sido diligencia de Luis Alberto Anguloy de Luis Ernesto Gmez, poetas ambos de continuo nombra-

    miento.Patria y poesaes su segundo ttulo. El sentimiento por ellugar donde se nace y el vnculo moral que a l se enraza han sidoconducta humana desde antiguo. Patria es metfora de casa, dehogar personal y colectivo, no slo geografa, concepto, abstrac-cin poltica, ms bien numen, vientre, ombligo, necesidad onto-lgica de regionalizar nuestra pertenencia a la tierra. Es ense-anza griega convertir en provincia la vastedad que nos circunda,

    hincar sobre el mundo el aqu y el nosotros. Darle una lengua aesa geografa y una apariencia fsica, un orden, una frontera fsicay civil. La vida y la muerte precisan de un punto en el infinito para

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    humanizarlo, cederle el alma y la aoranza, porque toda patria esrecuerdo, ansia de volver a ella, como la casa originaria que deja-mos para fundar otra, la de nuestro devenir, que en cierto modo

    es la misma, porque es casa del ser y toda casa del ser es refugiocontra la soledad, o soledad compartida, ma y comn.

    Exige amor y muerte, paz y guerra. Y dioses lares, hroes,mrtires. Patria es dicha y sufrimiento. Ninguna palabra es mshumana, fatalmente humana, ninguna es ms sinnimo de uto-pa, la utopa que desvel a Bolvar y fue su tumba y su resurrec-cin. Es fama entre los hombres que otra patria nos espera, la del

    trasmundo, la celestial o infernal. Es la patria oscura, la patriaesotrica de los iluminados y los perseguidores del absoluto.

    Los poetas, criaturas de la entresombra, cosechadores deabismos, se aferran a su borde. La aoranza, el exilio y el noma-dismo avivan en ellos ese sentimiento por la patria como hondapertenencia. Dicindole adis a ella regresan; separndose de sucercana la habitan. Bolvar la imagin como un pas del tamao

    de un continente. Andrs Bello como la regin universal de unalengua. En ambos, la aoranza fue ms casa de hijo prdigo quecasa inmvil. Fue regreso a una nueva errancia en Prez Bonaldee invitacin a un retorno a lo inalcanzable en Lazo Mart. Conellos, la patria explica la lastimadura de vivirla y es el ensueosorprendido por la lgrima. Patria moral es la de Vicente Salias yLandaeta; la de Juan Liscano es la del nuevo mundo Orinoco; la de

    Rafael Jos Muoz es esa chicharra que canta hacia adentro; lade Gerbasi es Canoabo, su aldea de infancia; la de Antonio Arrizes la mujer que se llama Venezuela, y a la que ama para vivir juntoa ella, sobre ella, pese an a ella misma; la de Al Lameda es la delas prstinas regiones arcillosas; la de Alberto Arvelo orrealba,es la del coplero Florentino, all va por el ancho terrapln y maco-lla de tierra errante/ le nace bajo el corcel; la de Ramn Paloma-

    res es la de ese pueblo donde la gente vive preguntando por losde lejos; la de Vctor Valera Mora es la del pas humillado alextremo; la de Gustavo Pereira es la de Venezuela que dice, como

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    los waraos majokaraisa, por querer decir mi otro corazn; la deOrlando Araujo es su testamento potico. Patria, llama ArmandoRojas Guardia a su libro de poesa ms reciente.

    No los voy a nombrar a todos. Cada poeta aqu convocadotiene su propia patria en el lenguaje y en la motivacin. Los msjvenes nacieron ayer, en 1988. He contado ciento noventa y cua-tro y como en toda antologa no pocos silencios esperan parauna nueva edicin. Recuerdo por ejemplo la ausencia de EugenioMontejo y de Juan Snchez Pelez. Su patria es un hotel dondeno se enciende nunca una lmpara y donde slo se escucha un

    loro menudito, y otro donde viaja a Pars en velocpedo y en lacola de un papagayo. Son muchos, como los poetas del otro cora-zn de Venezuela, aquellos que escriben la poesa de los pasajes,los golpes de joropo, las baladas, las dcimas y los suspiros de lospueblos tristes de Otilio Galndez. Han de ser muchas las vocesa incorporar junto a estos autores, advierte el poeta y antlogoLuis Alberto Angulo en su prefacio.

    He aqu, pues, a lo largo de trescientos treinta y siete pgi-nas, la patria de los poetas. Hemos llegado a desconfiar de ella,llegamos casi a decepcionarnos observa Stefania Mosca enun momento de su liminar y, sin embargo, ha renacido entrenosotros, los venezolanos del siglo XXI, la palabra patria hechasolidaridad y sentido. Liberada del acartonamiento de lo solemne,irradia nuevamente su luz, ese absoluto al cual se pertenece y que

    encierra nuestra identidad.

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    mbito disipado,leer es corregir

    Por qu Pedro Cuartn ha elegido un ttulo tan enigmticopara ofrecernos la lectura de su ms reciente libro? La razn es sinduda su propsito: sealarse a s mismo en el otro, reescribirse glo-sando una frase, una imagen, tomada de un poema de su afecto o

    mediante la cita de un verso o el nombre de su autor, como causa deentusiasmo potico y de pensamiento crtico. ranscribir y trans-poner han entretenido la creacin de su ldico libro, editado por elFondo Arturo Cardozo de la Gobernacin Bolivariana del estadorujillo. Explcita o implcitamente ordena la prosa y la poesa quemotivan esta escritura propia y ajena malocultando su decir per-sonal por necesidad de acompaarse, de andar creando para s los

    asuntos que sustentan los poemas con la voz de aquellos escritoresprivilegiados por su agudeza de crtico y docente de nuestra lite-ratura y por sus dones de poeta, tan poco atento a la lisonja, ms

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    bien dedicado a celebrar a quienes admira y estudia en sus trabajosensaysticos y en sus lecciones de aula universitaria.

    Lo que da particular relieve a mbito disipado es precisa-

    mente ese juego verbal expreso y tcito de ttulos, poemas, fra-ses, tomados aqu y all de sus lecturas y su decir personal. Libro,pues, de mltiple glosa. Se cita y cita, crea y se recrea, siempreoyndose y oyndonos, de tal suerte que leemos uno y muchoslibros. No pocas veces regala dedicatorias, como si al hacerloactuara en su goce de celebrante. Alfredo Silva Estrada cre enDedicacin y ofrendasuna potica del elogio con la que Cuartn

    guarda cierta cercana, bien que la suya participe de la teorizaciny la ilustracin para orientar el fin que persigue: el de imaginar atravs del espejo, no desde fuera, el de inventar siguiendo de cercauna escritura, un estilo y una motivacin, con las cuales se identi-fica mostrndolos y ocultndolos en un juego de mediasombras.

    Nos contenta sabernos entre los suyos, cedindole algnttulo y no pocas imgenes. Palomares, Snchez Pelez, Barroeta,

    Lydda Franco Faras, Ana Enriqueta ern, Eduardo ZambranoColmenares y tantos otros, ntimos en el cario y en la regionali-dad, como el sabio Ibrahn Lpez Garca, y lejanos en el tiempo yen la lengua, como Rimbaud, escriben con Cuartn su libro indi-vidual y colectivo. Los epgrafes de Gngora, Quevedo, Gracinabren senderos a una segunda o tercera lectura, la del presente delfuturo, la del presente del pasado y la del presente del presente,

    que conforman su estructura visual.Una cita de Juan Snchez Pelez explica con creces su orga-

    nicidad y su sustancia: mi oficio es como la lluvia, acariciar,penetrar, hundirme. Entonces, el enigmtico ttulo que escondael nombre del libro se disipa. Significa ser uno mismo siendo elotro, porque, no lo olvidemos, yo es otro.

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    Anubizajes,oficio de nobleza

    Carlos Csar Rodrguez es su mirada melanclica, despus essu modestia y casi enseguida su voz baja, que es murmullo, comosu andar. odas esas virtudes forman su presencia y el recuerdo

    que nos deja apenas se aleja de nosotros. Profesor de la Venezuelade adentro (en los Andes fund hogar y aula y fue decano fundadorde la Facultad de Humanidades de la ULA), poeta, cronista, bi-grafo, escritor de revistas y peridicos, vive como su sombra, asidoal mundo, acaso para no distanciarse demasiado de los seres y losespacios por los que tanta estima siente su poesa, atenta al versoy a la rima, a la imagen y a la estrofa libre. ales seres y tales espa-

    cios se hallan tocados por ese modo suyo de asumir la vida desdela aoranza de lo que ama y cuanto le es y ha sido, sabe remoto: latierra humana, la tierra sola, el amigo, el hijo, la mujer, el lugar y

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    cuanto es y ha sido ntimo antes de volverse materia de evocaciny alabanza. El trnsito de su poesa por la existencia cotidiana sedetiene a menudo en regiones que definen a su patria afectiva. La

    afliccin y el desgarro que en ella ha conocido no logran ensom-brecer su voz. Ella resiste a lo que intenta mortificarla. De all quesobreviva a toda tristura, conviviendo con ella, aceptndola comonecesaria para su entendimiento con la terredad. De all el airede sosiego que respiran sus motivos poticos con los que evocaal prximo de su amor y de su afecto, al que dura an en nuestramirada y en las palabras y al que dej de tardarse en ellas. Si el

    mundo en nuestros sentidos es efmero, si el fro y la desnudez delfin nos aguardan, todava hay tiempo, parece decirnos la poesade Carlos Csar Rodrguez, para contemplar la ltima hoja ver-decida, el renovado canto final del pjaro, la intensa luminosidaddel ocaso. Desde antiguo, esa ha sido la prioridad de la palabrapotica: su poder de conjuro frente a aquello que nos derriba ynos olvida en el polvo. Es improbable que hallemos en su obra

    motivacin alguna que ceda al pesimismo, al desaliento. Siemprehabr en ella el hlito de lo renaciente, lo restablecedor. La muertesuele visitarla, la voluntaria y la ineludible, tambin la prdida deldeleite, la mcula de la ilusin, el acoso del desconcierto y la pena,pero ms pueden el mar, las nubes, los senderos, la luz y el espacionunca vaco porque lo ocupa la vida, la vida propia y la comn queen Venezuela, el pas que tiene nombre de montaa y colina, costa

    y llanura, horizontes de agua y suelo largos. Hay una hoja amarillaen unos de los poemas que rene toda esta poesa tituladaAnubi-zajes, editada no ha mucho por el sello Mucuglifo de Mrida, unahoja amarilla, digo, que guardo conmigo y quiero compartirla conmis amigos en esta maana. Es esta:

    De todo el sol de otoo

    slo quedaen la ms alta ramauna hoja amarilla,

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    y tiene miedode ondular en el airey extinguirse

    en la hojarasca silenciosa.

    El tiempo es el nombre casi secreto de este poema. La hoja queha perdido su verdor y quiere aferrarse an a su precariedad. Sabeque al menos se estremece, que palpita. eme la definitiva mudez,la nada de all abajo.

    Alguna misiva de Vicente Gerbasi refera en 1944 las virtu-

    des del entonces joven poeta de Guanta. l viene saliendo desu propio misterio, entrando en su propio misterio, como unviajero enigmtico, entre las seales de la eternidad, observa elgran poeta deMi padre el inmigranteyLos espacios clidos.Msluego, a comienzos del ao sesenta, Mariano Picn Salas recibecomo obsequio de Carlos Csar Rodrguez el poema El Girasol.Despus de tenerlo consigo y expresar su agradecimiento, el alto

    ensayista merideo festeja lo que oculta esa flor que vive pen-diente del sol. Usted ha hecho mucho ms que redimir el follaje.Qu falta nos hacen en Venezuela los redentores del follaje! Ud.est logrando la clara y pequea perfeccin de la flor.

    Hoy, en la alta edad de su vida, el poeta deAnubizajenos invitaa entender el mundo con su espina y con su rosa. Ambas se aman.Una y otra son la misma rosa.

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    Diario de la gentepjaro,la selva de cada quien

    Quien ha mirado al guila arpa cautiva desde hace aos ensu ergstula del Parque Francisco de Miranda o la ha divisado enlas cumbres de los rboles de nuestras selvas del sur, entiende loajustado de su nombre: esa apariencia de criatura terrible de la

    mitologa griega, menos ave que creacin antropomrfica en laque se juntan el depredador voltil con el monstruo imaginarioque describe largamente el viejo Ovidio, la mirada del cancer-bero, las garras del felino, el penacho y los picotazos de la Qui-mera de Arezzo. Acaso el embustero Walter Raleigh, quien juraraante su Reina filibustera que se haba topado en la manigua de LasIndias Occidentales con seres humanos de cabeza en el pecho y

    viandantes de un solo pie, qued deslumbrado frente al gran paja-rraco de nuestras selvas, uno de los ms grandes del mundo y sir-vise de su hermosa monstruosidad para remendar a sus seres y

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    sus bichos en apretado embrollo de dragones, hipogrifos y uni-cornios tropicales.

    Pienso en nuestra arpa criolla despus de transitar la selva

    escrita de Wilfredo Machado en la novela o conjunto de rela-tos monotemticos que l ha titulado Diario de la gentepjaro,ofrecido en atractivo diseo por el sello de El Perro y la Rana delMinisterio del Poder Popular para la Cultura, casi en el creps-culo del ao 2008. Selva, dije, porque tan pronto nos internamosen su ancdota nos rodea un follaje continuo, la noche diurna desu desmesurada fronda, el vaco verde, el quejido y la ronquera

    de los saltos, y el calor y la humedad y la algaraba pajarera. No,aclaro, selva geogrfica, no la de la cartografa realista. La de Wil-fredo Machado es selva alterada por la fantasa o, mejor sera, porlo mistrico, saldo, supongo, de la biblioteca y la imaginera gr-fica que consultara mientras apuntalaba la estructura narrativadel libro, en la que han intervenido las desaforadas ilustracionesde De Vrie, el dibujante delDiscoveryde Raleigh, y las alucinadas

    crnicas de los bigrafos de la anaconda, la araa mona, el micocaparro, la hormiga len y los indgenas acusados de almorzarcarne cristiana, con algo de Hitchcock y sus pjaros apocalpti-cos, y con mucho del talante potico a que nos tiene habituadoMachado las veces que elige la prosa para encantarnos con susinventos prosdicos.

    Uno columbra que nuestro amigo se ha adentrado un buen

    rato en la espesura amazoniense, que ha bogado por el Orinoco dems arriba, porque de all trae harto alijo de nombres, comarcas,soledades y bochorno, pero en descuidada mezcolanza, poniendocataratas donde transcurren ros soolientos o ubicando caserosy poblados que distan leguas del istmo de Pimichn, el ro Guai-na, el Fuerte Solano en el Casiquiare, manglares sin mares queno hallan con qu vivir en medio de caos y cursos de aguas ins-

    pidas, porque lo que persigue Machado es la prdida de orienta-cin y la sensacin de nomanslandque se apodera de quien seaventura en el magma selvtico, suspendido entre agua y cielo por

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    el espejismo de la corriente inmvil, la mirada cruzada de pja-ros de innmera apariencia e inexplicable plumaje y canto, cuyoabundamiento suscita, junto con la memoria del ojo lector y el ojo

    grfico, la presencia de personajes-pjaros en quienes conviven lohumano y lo animal como sortilegio de una pluma de colibr yuna garra de guila arpa, entre la varia industria transmutadoraque tanto nos entretiene.

    La excusa de la ancdota o asunto es la lectura de un diario detravesa ocurrida en el siglo de Humboldt y de sus seguidores realeso reconstruidos, con ratos de digresiones, desechos de camino real,

    veredas, vivaques, intrusiones de historias vidas y otra vez la maleza,el agua atormentada por los chubascos, las centellas y los saltos, yadems el presentimiento de bestiarios y la irrupcin de la gente-p-jaro, con nombre y sin nombre, Marcela, Irk, el narrador, de prontolosEwaipanomasde Raleigh, los centauros de Grecia y sbito ElDorado, el lago argnteo de Manoa, la ciudad que se llama que nose llama Caracas o alguna otra bajo la nieve y alguien es Charles,

    el viejo Charles, cientco y dios rana surgiendo del agua y todo esselva, la selva en el sueo como fascinacin y pesadilla de pluma,augurio de la transmutacin de la apariencia humana en gente-p-jaro, en pueblo emplumado con hbitos y apariencias nuestras. En laspostrimeras del libro, Wilfredo Machado o su personaje nos lee suconfesin, testimonio que transcurre entre dos realidades, la fants-tica y la convencional, sin que ni una ni la otra logren entorpecerse.

    Un pjaro de hierro se desbarata sobre la cima de un rbol, el vientreroto ahto de alijo de droga. Se escucha el canto agorero del yacab,una pluma de colibr tiembla en el aire selvtico y la realidad linealse fractura. Irk, el hombre-pjaro mutilado, reaparece, recupera sugarra de arpa, la garra de los sortilegios sanguinarios. Entoncesobserva el narradordio dos o tres saltos entre la fronda de losgrandes rboles, perdindose en el cielo nocturno, lanzando gritos

    amenazadores en la oscuridad que atemorizaba a todos. Su cantoronco y lujurioso era casi humano.

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    La estructura abierta de Diario de la gentepjaroexplica suparecido con el poema narrativo y el texto sin gnero de los queforman parte los Cantos de Maldororo no pocas fantasmagoras

    de Ramos Sucre. Es as, desdeando la horma de la novelstica tra-dicional, como ha de admirarse esta obra. Rara, en verdad rara,entre nosotros. Salvaje, modernamente salvaje, selvtica, entre elterror y la stira, literariamente selvtica.

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    Santa Palabra,el credo de los silenciosos

    Fui a las colinas de Terepaima, el abra del parque brumosodel estribo andino barquisimetano. Quera conocer la muerte deArnaldo Acosta Bello aquella maana de 1996, a la orilla de unosmatorrales, cuando fuera a alentar a unos campesinos que haban

    determinado fundar unas casas y unos labrantos. Muri inclinn-dose sobre la tierra; eso supe. Record sus ojos vegetales, frtiles,dijera Paul luard, y su delgada voz pidiendo no s qu antes de pre-cipitarse sobre s mismo. Nos habamos encontrado en Barinas pocoantes, una tarde que como toda aoranza fortalecida por el afectocobra consistencia de muro oponindose a todo olvido, resistindosea su ruina. Conservo un libro suyo,Historia de un soldado de Troya,

    publicado en espaol, ingls y alemn por la Alcalda del municipioIribarren de Barquisimeto. As nos veamos cada mil aos, estamoscerca, reza su dedicatoria. Lo compruebo esta maana del 2009 en

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    que descubro que reencontrarse no tiene rostro conocido, que la con-fesin de la amistad es voz muda, porque es sonora su callada ento-nacin en la memoria. Y el tiempo de esa cita es otra, no atiende a los

    mandatos del viejo Cronos sino al instante, que carece de dioses y degobernantes del tiempo.Por qu evoco hoy al poeta de Camagun, a aquellas pupilas

    verdes que contradecan la gravedad de su talante y aquella voz queno se avena con su estatura fsica? La razn de ello es Santa Pala-bra, su libro pstumo, editado no ha mucho por el sello de El Perroy la Rana del Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Antes,

    debo recorrer las pginas de Poda, la revista cultural de Oriente,donde pens algunas frases para homenajear al admirable amigo enlas que exaltaba sus dones lricos, su manera de labrar una lenguapreciosa y ruda, hecha con la materia del saber literario y el saberexistencial, entre la dicultad y la facilidad de comprenderla, ora

    en prosa, ora en imgenes, narrada y en estrofas, siempre elocuente,poco obediente a la brevedad, a la introversin.

    Su lrica lo conrma este libroes personalsima, sin deudaconocida, como seala su mejor lector, Julio Miranda, en un indis-pensable ensayo. Figura de proa del grupo Tabla Redonda, compar-ti con Sanoja Hernndez el fervor por cierto barroquismo, ciertaobediencia a la mediasombra del mensaje potico. Severa y difcil,como fuera calicada la poesa de Eugenio Montale, es asimismo la

    de Acosta Bello, pero sin la grisura pesimista del grande deHueso

    de Jibia,

    pues insisti en su descrdito privilegiando, por el contra-rio, la desconanza en la fatalidad a la que diera un sentido otro, con-tradiciendo su signicado, atribuyndole virtudes de sobrevivencia,

    un aspecto de monte seco a punto de verdecer, tan prximo al sen-timiento de Tadeusz Rzewicz cuando observa que la poesa con-tempornea signica lucha por respirar.

    Acabo de decir que encuentro en la potica de Acosta Bello rudeza

    y preciosidad en su obra. Sensualista, sensible a un sibaritismo de lossabores y de los tejidos, y dado a un nomadismo geogrco y literario,

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    helnico y eurocntrico, su esttica nunca abjura de la cancula ni delruido de los trpicos, a los que incorpora en su potica con la mismaintensidad que concede al renamiento de las frases y de sus moti-

    vaciones. Hllanse en Santa Palabra

    condensadas aquellas obras dela potica acostabellista donde reconocemos la vida en su crudeza ysu inhumanidad, de carne abierta y de peladura estival, transcrita, lasms de las veces, en condencia y teora de una tica sin credo ni capi-lla, sola, sin orden, ni seores del poder, solitariamente sola, como elpas inencontrable al que pertenece o del que es voz y sentido del trans-terrado, el enfermo, el condenado, el de la infancia de la quinina, la

    tisis, la masturbacin, el del amor en tus labios esa orilla roja/dondemi leche caa. Es el mundo y la aldea, el hroe y el antihroe, el afectoy la rabia, el perfume deleitoso y el olor insoportable, en resumen, elcuerpo y su mentira, su alma. El poema se dice a s mismo o entabla undilogo sordo con su condente, lo seala, le advierte, lo acusa. Por

    qu no atreverme a sostener que en esta poesa, en todo caso, en buenaparte de ella, sobreviven valores nihilistas si no al estoicismo, tan caro

    al poeta contemporneo?Leemos que nada tiene el hueso/ nada la carne,/ nada se pudre

    o se esconde en la podredumbre y que la poesa es brasa, tanpequea, aventada/ por suspiros, mojada por lgrimas,/ entra en laalcoba secreta, quema, devora todo,/ vuelve a salir sin que las perso-nas se den cuenta,/ como una abeja se lanza al monte de cabeza,/ albosque donde perduran la pequea or y el extravo.

    La insistencia en hacer de ella una propuesta moral para hombremoderno parece ser la evidente calidad y cualidad deSanta Palabra.Antes de acallar estas lneas, aspiro para Acosta Bello lo que con susojos cerrados fue ansia de su vivir y morir: Quiero que cada poemaderrote al poema anterior,/ o mejor,/ que combata con l hasta sal-varse. l lo sabe, siempre lo supo y en alguna parte, no s dnde,donde se abisma, est cierto que nos es permitido oler su perfume,/

    probar su carne, esperar la resurreccin con los ojos cerrados.

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    Poesa en vilo,la cosecha en el abismo

    Pido permiso a Ren Char para nombrar as el decir de EdgarMndez, quien no tena nombre cuando fui a Cabimas, la casadonde vive el calor, la tierra de su origen y su devenir. No era toda-va el poeta que luego habra de sorprenderme, a lo sumo slo

    un rostro que me observaba detrs de la hendija de sus ojos, casioculto en su timidez y su cuidadosa manera de pasar inadvertido.Antonio rujillo, para quien Cabimas fuera su paraso ardiente ysu primera aula de poesa y de cronista, no cesaba de biografiar losdones y virtudes de su amigo, delgado como la sombra en una ciu-dad tan prxima al fuego del medioda, cuya brasa sigue viva hastalas ltimas chispas de la tarde. No; no estaba en m el gran seor

    de la modestia, confundido entre los maestros y los nios queformaban el taller Jugando con la poesa de la Casa Nacional delas Letras Andrs Bello, dirigido a los nios de las escuelas, en su

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    versin cabimense. Acaso antes, acaso tiempo atrs, Edgar Mn-dez estuvo como una presencia fugaz durante cierto viaje creadopor el poeta rujillo para que fuera a conocer los poetas y escrito-

    res de su afecto que sesionaban a las puertas de una tienda de telasy zapatos cuyo aire acondicionado raleaba por la acera vecina. Laduda me trabaja. al vez la presencia fsica del poeta estuvo cercade m en ese entonces, pero su nombre pudo no haber resistido a lainsolacin que sufra mi memoria.

    Un momento, apenas concluido el taller que digo, los poetas,curiosos de tener noticias de ese juego infantil de escritura e ima-

    ginacin, fueron invitados a leer sus borradores y algn poemaque el libro haba hecho pblico. Casi a mi lado, alguien pronun-ci el nombre de Edgar Mndez. Recuerdo que fue su voz la queform su hirsuta presencia, le dio esos rasgos con que quise dibu-jarlo unas lneas ms atrs. Primero como hablando para s, luegopara algn confidente ntimo de su parquedad, el poeta ley unaescritura sostenida por los hilos de tres lneas sobre el vaco de la

    pgina, como remedando lo que afuera el gran blanco del sol hacacon la realidad y escuch su decir escueto, su modo de entenderla creacin potica. Dos de esas escrituras lograron perdurar enmi recuerdo, aquella que deca: Hay en las cosas/ un oscuro tem-blor/ de soledad y esta otra: maana ser igual/ amanecer dellado oscuro/ de tu sien.

    Hace poco, Antonio rujillo, recin llegado de Cabimas

    adonde fuera a animar los talleres de oralidad de la Casa bellista,dej en mis manos un regalo de Edgar Mndez: su libroPoesa envilo,editado por la Universidad Experimental Rafael Mara Baralten la coleccinAmanec de bala,con la cual la institucinrindetributo a Vctor Valera Mora, el autor del libro proverbial de lanueva poesa venezolana.

    Csar Seco, el poeta de Coro y del cario de Edgar Mndez,

    ha expresado en trminos precisos y definidores lo que pudierayo pergear en estos momentos sobre la honda vala de Poe-sa en vilo, por lo que me permito pedirle en prstamo lo que ha

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    rubricado en la contraportada. Aunque breve como relmpagoseala Seco la poesa de Edgar Mndez no pertenece a esabrevedad recurrente que poco o nada dice. No se corresponde o

    guarda filiacin con cierta poesa oriental, especficamente el haikujapons, va Basho, que ha influenciado sobremanera a algunosde nuestros poetas. Su brevedad es otra, responde ms a un sbitovidencial que a una brevedad discursiva.

    A estas horas de mi admiracin por el poeta de Cabimas sunombre y su figura se anan en el mismo ser humano que ha con-cluido este libro de la elocuencia silenciosa y ya no habr ence-

    guecimiento solar que los disipe de mi memoria.

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    Asmate a la ventana,tu cancin soy yo

    La cancin de las noches larenses cede la reja de su verso alos caroreos quienes han revivido una muy aosa tradicinque remonta a los albores del siglo XX, a fin de que las bellas dela ciudad y de sus barrios y sus alrededores atiendan de nuevo al

    hechizo de las guitarras y de las voces de los cantores ofreciendosus rostros recin nacidos del ensueo en la alta madrugada.Despierta nia despierta,/ no seas ingrata,/ no le dejes al vientomi serenata,/ mi serenata, se oye an desde el ms all el aoradodueto de los Hermanos Gmez.

    Laura Herrera, la hacendosa e inventiva coordinadora delCentro de la Diversidad Cultural del estado Lara, la institucin

    del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, determindevolverle a su ciudad natal y a su municipio ese ritual nocturnoque cierta desestima redujo a reunin musical puertas adentro,

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    a solitaria confesin de amor sin noche colectiva, sin luna en lacalle, sin vecindario. Con voluntad y emocin convid a los sere-nateros de leyenda y a los de reciente nombrada a despertar con

    melodas y versos al da que duerme en la causante de nuestrodesvelo.

    El primer invitado de excepcin fue el maestro Alirio Daz,quien se confesara guitarrista de serenatas, all en su juventud dela Candelaria, el villorrio del yermo de la Otra Banda, el vecinovallado caroreo, donde naciera y probara sus dones y sensibili-dad en el arte rfico.

    Para realzar esa fiesta de cuerdas y poemas, cumpli alianzacon el 5to. Festival Mundial de Poesa y apenas concluida estaquiso que Gustavo Pereira, el poeta homenajeado en ese encuen-tro de los poetas de Venezuela y el mundo, y Ramn Palomares,la figura seera de la poesa de habla hispnica, holgaran de esacompaa de baladistas en su viaje por las ventanas en busca deunos ojos y una sonrisa, causa y razn del ritual cantado.

    A Carora acudieron nuestros altos poetas, a ellos siguieronotros de distintas distancias, no pocos entre ellos empuando susguitarras o probando sus gargantas.

    La cancin y la poesa habitaron la Casa del Centro de Diver-sidad Cultural y las calles y casas de Carora. Y no slo se escu-charon las guitarras y los cantores, como lo hiciera el do de lostrovadores caroreos Ismael Querales o Guillermo Jimnez Leal,

    entre tantos otros; con igual frecuencia se oy la palabra de loshomenajeados. Hubo entonces, sentimiento y pensamiento; y fueposible aunar espritus por lo comn distanciados o enfrentadospor el disenso ms vario. En esas horas el pas posible fue real,fue uno e indistinto. El abrazo, el contentamiento, la admiraciny hasta el amor lograron lo que pareca ilusin, lo que se crea nos-talgia remota.

    Una tarde, el gran Alirio Daz nos condujo a su aldea desrtica.Abri las puertas de su casa de barro y techo de jacho, esa fibra delcardn que resiste a todas las intemperies. Vimos la pobreza de su

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    infancia y visitamos el cielo que mora en el altar de la breve iglesiacercana, sus imgenes de la colonia, su inocencia. Se escuchaba lasalmodia de la chuchuba, la alondra salvaje de esas soledades y el

    pesar de la trtola, el alma del mundo.Habr de revivir por siempre esta tradicin carorea. As lo

    confirma la resolucin del alcalde del municipio orres, JulioChvez, quien avisa que la serenata ser elevada a patrimoniocultural de la regin donde a la belleza de la mujer se le despiertacantando Asmate a la reja/ quiero mirarte,/ como el cielo a laestrella quiero adorarte, mientras en la noche llora de amor la

    estrella del maestro Carrillo y de todos nosotros.

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    Campesinos,hablando como tierra

    Pedro Ruiz tiene un rostro de sombrero de labriego, de rudezade arado, arndole por dentro, es duro de huesos y carne, tan fr-gil es la raz del dulce eneldo que por dentro de s se ahnca. Pro-viene de rujillo. Proviene no: es tierra de esa, de campo subido,

    de ladera bordada de legumbres por su padre.Nos vimos por primera vez en Maracay. Bebimos con fruicin

    un licor de oro porque la chatura de lo cotidiano asordaba y habaque esplender eufricos por la amistad que naca. Lo vi, luego,ms de cerca, lo vi de verdad cuando le sus crnicas de viandantepor el suelo fragoso de Aragua, de la Aragua de los cultivadores deperfumes, los artesanos de la basura, los habladores de aoran-

    zas, los fabricantes de piedra viva y madera cantadora, los dueosde sus manos para regalar lo que por uno sienten. Supe que habacaminado largo por senderos y rastros, hablndole a las casas y

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    labrantos como si les hablara a sus moradores y labriegos y seamist con los matorrales como si fueran bosques. Registr enlos papeles pblicos las actas de bautismo de corredores y solares,

    esquinas y sillas. Nadie en las colinas y valles de Aragua, fuera enel jardn colgante de Pittier, fuera en la playa color de medioda deChoron y en el mar vegetal de Chuao, lo crea otro que no fuerauno ms de ellos. Mostraba sus mismas facciones, su andar comopor huerta roturada, su franqueza callada, su efusividad contem-plativa, su parla de escritura oral. ales vividuras por la geografahumana aragea las junt en las pginas de varios volmenes.

    Si Aragua muriera, no podra: su alma habra de pervivir en laspginas de las crnicas de Pedro Ruiz.

    Yo lo saba poeta, menos por sus libros que por sus manerasy por su estilo de pensar y sentir el pas que frecuentaba su prosa.No recuerdo que me haya siquiera cedido algn manuscrito suyo,siquiera un volumen de su autora. Su poesa ms conocida era lalectura que profesaba por los poetas que admiraba. Dira que pre-

    fera ocultar la propia. O callarla frente a nosotros.Ese resguardo dur hasta hace poco con la aparicin de Cam-

    pesinos,el volumen que recin ofrece el sello Monte vila con oca-sin del 6to. Festival Mundial de Poesa que tiene lugar en estosdas en toda Venezuela. Renense en sus pginas varios ttulos.Son ellos: Voces, Con el ro a la espalda, Cambural y eco,EstacinposibleyFervor y pramo, este ltimo hasta hoy desconocido.

    Para saludar la antologa, Ramn Palomares abre sus puer-tas para anunciarnos que las voces de este libro recitan conamable parsimonia el ensueo, no sin antes loar el encanto desu poder encantatorio. A su vez, Jos (Pepe) Barroeta, desde sueternidad, refiere las bondades de Con el ro a la espalda, el libroprimigenio de Pedro Ruiz. La fantasa del libro oigamos alpoeta Barroeta nos advierte del peligro de volver atrs si an

    no hemos consumado en nosotros el inocente acto del regreso.De regreso es, en punto, la motivacin de esta poesa. Le

    o escribir a Humberto Eco que todo vuelve antolgicamente a

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    un lugar. Ese sentimiento del regreso frecuenta las pginas deCampesinos. El espacio circunda siempre un paisaje, el fsicode una regin con sus lmites, el explcito (ros, verdores, casas,

    caminos, seres, criaturas, intemperies) e implcito (aoranzas,testimonios, soliloquios, dilogos, voces, silencios), ambosvisibles, figurativos, casi intocados por el recurso literario dela trasfiguracin metafrica o el retoque imaginstico, mostra-dos desde y dentro de la mirada evocadora, esa inteligencia delcorazn que observara Marcel Proust en su demorada bs-queda del tiempo perdido y recuperado por los sentidos y la

    memoria.En Pedro Ruiz la poesa es, as, labor exhumadora de un

    mundo afectivo de la infancia lrica o de las ltimas vivenciasde su inocencia. Mundo rural al que la escritura, organizadasiguiendo una estructura apenas deliberada (las pausas, los dc-ticos, la interrupcin y fragmentacin de las estrofas y oracio-nes, la borradura de las puntuaciones), fiel, sin duda, a la entona-

    cin oral, cuyo uso ha sido ms que frecuente en quien ha dadoen escuchar y transcribir con cuidado celo la literalidad de laconfidencia. Extraigamos, aqu y all, por ganas de contagiarcon nuestro entusiasmo a quien nos escucha y nos lee, ciertasfrases de Campesinosque ilustran esa spera y suave belleza desus motivaciones, como esa hora de la tarde en que los pasostiemblan; dar de beber a mi corazn/ fue idea tuya; tal vez

    una hoja cruce la tarde saludndome; hay msica en las hojas/cuerpos volvindose colinas; t que vives el olor a tarde/ dela pitahaya/ debes partir; emprenderemos el viaje temprano/en busca del monte/ donde el movimiento duerme; y suene unrbol que me espera/ lejos de todo lejano resplandor; y descu-brir dolores en las cosas nombradas. O bien como este poemaque nos provoca transcribir por entero antes de levantar la

    mano para saludar al que lo ha escrito como quien se aleja de sumemoria para volver:

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    Nadie toc la flor del alba mayo fui hacindome nochepor esa cancin extraviada

    en mi propia sombraEstoy amaneciendo y debo dar razn del daVengo conmigo y sea la inocencia jams perdidaDe m quedaronla mano con que la madre teja capelladasy su mirada que cubra toda la casa

    Hijode tanto mirar somos lo que pasaAs se fue llenando esta casa de presencias mudasy de este patio hice mi retratocuando andabas de la luna al roNunca triste la quietud de la casaa veces parecas un borbolln

    era como si tuvieras el ro adentro, y el volcn,aquel volcn que cuando respiraba asfixiaba el maz

    As crecimosapagando y encendiendo los fuegoshasta decirnos adissin que nos encontremos en los patios

    por donde ahora amanece,y yo te escucho y somos paisaje adentroque es esta mirada del que ya no est.

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    Cantares del reino,voces en busca del tesoro

    Cmo puede un poeta sin historia propia, sin seas de iden-tidad, escribir tan delgado, a lo sumo dieciocho veces un poema,el mismo y el siguiente, en procura de una mujer de ebas, hom-rica, viajera por el ro del trasmundo, preciosa de la Corte, con

    perfume de Brasil y arena del Sahara en el deseo, duea de unjardn, tendida sobre un lecho donde repta un escorpin de oro?Por qu Jos Quiaragua es as? Nos conocimos cierto mediodaen la Fundacin Casa de las Letras Andrs Bello, junto a un platode legumbres. Nunca me dijo quin era, salvo lo que contaba suapellido precolombino de oriente. Que escriba, le o murmurarcomo quien se dola al hacerlo. Que haba una vez un libro suyo

    que aguardaba aguarda an? la promesa de ser cierto. Lucauna gorra roja, una franela que soportaba mal su corpulencia yuna sonrisa que no se atreva a expresar contentamiento. A cada

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    encuentro nuestro en lo alto del medioda el justo, en el que creaPaul Valry, yo insista en preguntarle por su libro y su destino desala de espera. Ms que responderme, asomaba su imprecisa son-

    risa, a modo de indiferencia o de sabidura.Que es periodista, que coordina la Unidad de Medios del Cen-

    tro Universitario Francisco de Miranda, que ha dirigido peridi-cos y programas radiales lo sabra al leer la rpida noticia escritasobre la pared de atrs de los dieciocho breves y escasos poemasa los que su autor titulara Cantares del reino, impresos bajo elsello de la Espada Rota y del Cenal, el Instituto Autnomo Cen-

    tro Nacional del Libro del Ministerio del Poder Popular para laCultura. Colijo que mi amigo determin reunir su escueto testi-monio para entretener su paciencia ante la ya inclemente poster-gacin del otro poemario. He olvidado referir que en las no pocasocasiones de nuestros ocasionales encuentros distraje mi curiosi-dad por saber sobre la regin de su proveniencia. Supona su ape-llido oriundo de los yernos de Guanipa, mas una confidencia de

    la contraportada de sus Cantaresme corrigi que haba nacidoms all, en el Pao de Guayana, esas colinas ventosas que ocultanentre el cerrado follaje y el agua blanca de su ro unos cerros dehierro que por aos escarbara largamente la Iron Mining Com-panyy que hoy muestran semblanza de pirmide de Keops y decrter cenizoso.

    Escribe Quiaragua que el talle de su amada es de infancia, que

    en la mscara dorada que la oculta est la herida, lmites de asom-bro, que ha sido lector de Anacreonte, que llora bajo la sombra, quees La gloria de diez mil jinetes, que ha besado sus senos bajo lasRosas de Francia y es, como Lydia o Beatriz, sueo del sueo. Alborde de una altafuente la observa y entona para ella esta cancin.

    Si maana tienes los mismos ojos

    te dir piedra roja cada del cieloAgua y rosa encantada de septiembre

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    Si maana tu cuerpo es el vrtigoall sembrar perfumes de Brasil deAnanda

    Si maana no estssiempre te soarcomo el sol de la nocheHoja de Brasil

    Por qu no est aqu conmigo Ramn Palomares para que

    la escuche? Hubiera querido conocer como nosotros qu movia Jos Quiaragua a interrumpir de pronto el delicado tono y elpursimo motivo de estas evocaciones a la mujer y al absoluto. Aqu tanta escasez de confidencia justo cuando nos deleitaba elodo y el sentido? Pasa que en ciertos poetas, la poesa es menoslo que se escribe que lo que se calla. Acaso el poeta de Cantaresdel reinocumpla con dicha obediencia. engo para m que est

    cierto que durar en la escritura potica conlleva el riesgo de expo-nerse al enemigo rumor, del que nos disuade Lezama Lima. Contodo, yo invito al callado poeta del Pao a desobedecer los rigoresde la escritura del instante, ese oficio de la hoja cada y del rocoque enmudece a la parlera fronda y desdea la maana ardorosay locuaz.

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    Cantos de aves,la msica y su plumaje

    David Ascanio anda con la cabeza llena de selvas y monta-as. Las veces las escasas veces que lo encuentro en la ciudadpareciera que camina entre hojarascas, que asciende paredes demusgo, que se sacude la ropa del agua de algn ro. Yo me fijo en su

    mirada y presiento un pjaro, alguna criatura salvaje. En sus pupi-las an se adivina el destello de los relmpagos, la espesa oscu-ridad del Sipapo y del Caura. Mi amigo ha decidido emprenderla vida de los bosques. Sus amigos son los pjaros del trpico. Sucompaa los naturalistas, los observadores del avifauna. Meses,tal vez un ao se aleja de Caracas. No s cmo hace para soportarsu estruendo y los apuros de la angustia urbana.

    Ayer mismo supe que haba vuelto. Ayer, esto es, hace unassemanas, que es lo mismo para quien ha cultivado la paciente esperade alguna maravilla alada, tan poco atenta a la puntualidad. Casi

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    invisible, es su voz por el telfono la que da noticias de sus retardadosregresos. Cierto da me envi las fotos de un guila harpa y de otrosseres de las cumbres arbreas. Esta vez vino con sus dos pequeos

    hijos, Luis David y Carlos David, a dejarme una edicin de la Socie-dad Conservacionista Audubon de Venezuela y la Fundacin Polardonde cantan y claman los pjaros de nuestros paisajes. Ellos treshan hecho posible este regalo decembrino y se hicieron cmplicesdel ilustrador, el artista Fernando Zavala.

    Cantos de aves: los ms impresionantes cantos de las aves deVenezuela, titlase este folleto-lbum, ofrecido a los nios y

    al nio que llevamos por dentro como se aade en su presenta-cin a manera de taller audiovisual. Su contenido didcticono desperdicia ni una pgina. Nos ensea a observar las aves, dequ instrumentos valerse, a ms de los binoculares, la libreta deapuntes. Casi de inmediato leemos la onomatopeya y la vocaliza-cin de esos msicos emplumados, observamos sus fascinantesapariencias, el colorido de sus plumajes, sus ojos de gota de negro

    amianto, de fulgor de esmeralda, de lgrima de roco. He aqu eloscuro aruco de murmurante voz. Su extraa pluma a modo deunicornio; a su lado avanza la gallina cuero, siempre tan remisa,pero tan efusiva cuando clama.

    En las pginas que siguen leemos el sonido montono ycomunal de los flamencos, el del pausado pero vocinglero tau-taco, el grito estridente del guila harpa, el ave ms poderosa del

    mundo, advirtese en un prrafo de su biografa.El chupacacao ventriblanco no cesa de escandalizar los hon-

    dos bosques donde habita. El coro de las guacharacas (tan fre-cuentes en las maanas del vila) parecen repetir con arepa, conarepa, con perico. El decir del carrao es desgarrador, muy distintoal de la grulla, de acento luctuoso, sombro, que sbito, se torna enchillidos risueos. La grita de la guacamaya bandera se asemeja al

    ardimiento de los trpicos, a nuestros mediodas de verano y a suflamgero plumaje.

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    Los loros compiten con ella en gritera, como el perico cabe-cinegro, el loro guaro, que parece exclamar come-cuick, come-cuick o como el ja-ja, tambin llamado loro cacique, de sorpren-

    dente vestido. Para admirarlo hay que viajar muy lejos hasta su casaguayanesa. Apenas deja de llover no para de rerse. La chenchena,que usa un penacho parecido al peinado de los irokeses, canta comosi estuviera tosiendo, se seala en su hoja de vida. El habitante dela Cueva del Gucharo, el ave que le presta su nombre, vive en latiniebla de la noche cavernaria y de la noche del mundo, emite unsonido que le sirve para guiarse entre los riscos. Hace algo as como

    jaaarrooo, seguido de un corto chillido obsesivo.El martn pescador suena una matraca con su pico de pual y

    se acompaa con sonidos que transcritos se parecen a la msicade una punzante flauta.

    riste, melanclico es lo que expresa el piapoco garganti-blanco. oca su tambora sobre los troncos huecos el ajetreadocarpintero pescuecirrojo. Admirables msicos son el nictibio, a

    quien acusan de remedar al silbn, el fantasma de los llanos; elviolinero, el silbador pjaro minero, el conoto negro, el morichede los tepuyes, el turpial y el arrendajo. Pareciera que se valierande instrumentos y objetos metlicos el campanero y el campaneroherrero. Pero pocos tienen voz tan inefable como el gallito de lasrocas, el gran pjaro ratn, la urraca negricollareja, la paraulatade agua y tan sorprendente como el del pjaro capuchino.

    Para asistir a estos conciertos, los editores nos ofrecen unCD donde actan los treinta y tres artistas de la msica de nues-tros parasos, del verde corazn de Venezuela, como tiene dichoAlberto Arvelo orrealba, su compaero en poesa.

    Yo no s si David Ascanio y sus hijos escuchan las palabras demi emocin. No es improbable que los tres se encuentren ahoraescuchando en lo ms profundo de nuestras florestas a algn vio-

    linero en las frondas de Imataca. Si as fuera, pueden estar cier-tos que su ausencia es menos envidiable gracias al regalo que hanofrecido a los nios del pas, es decir, a todos nosotros.

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    Con la letra de imprenta,papeles tallados

    El poeta Guillermo de Len Calles conoce y practica las pro-fundidades de la sencillez. El trmino es suyo y bien que lo empleepara referirse a quienes forman las familias de sus sentimientosen su hirsuta tierra falconiana, en su Pedregal nativo, nadie como

    l concibe la vivencia y la escritura de su poesa y su prosa de otramanera que no sea la del arte, el tan difcil arte de lo sencillo. Con-mover en poesa se est haciendo escaso en nuestra poesa, por nodecir en buena parte de la poesa contempornea. Nunca comoahora duda tanto de s misma, no se atreve a confiar en la emocin,ni menos en la inocencia, ese decir tan antiguo que hizo posible elentendimiento de la inteligencia con la intuicin, l habla de las

    cosas y las criaturas con el pensamiento. La teora potica insisteen que la poesa es menos emocin que reflexin, que es oficioformal, virtuosismo del lenguaje, construccin. El poeta busca

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    someter los sentidos a la constatacin de lo viviente y lo que es, nolo que significa ni lo que se entraa en nosotros.

    Lo que vengo diciendo me permite situar a Guillermo de

    Len Calles entre los raros de la poesa del sentimiento junto conRamn Palomares, el dePaisanoy el deAdis a Escuque.La ter-nura, la vieja ternura, halla en ellos voz y escritura, conducta ylabor. El falconiano, de lastimados ojos, observa por dentro lo queafuera canta y se calla, perfuma y alienta con la misma nitidez quele presta a la distancia de lo vivido convirtindolo en crnica, entestimonio, en evocacin. Si creemos con Umberto Eco que todo

    regresa antolgicamente a su lugar, la obra de Guillermo de LenCalles no hace sino confirmar dicha sentencia. Las muchas vocesque lo visitan y conviven con la suya constituyen la materia desu poesa. Quien habla y dice y cede a la escritura (una escriturade los sentidos que es casi respiracin y plpito) la sustancia msdepurada de su ncleo vital, lo hace como dejndose guiar por elencanto que su ardimiento desata. Las palabras que a travs del

    poema exteriorizan todo cuanto alimenta y nutre al espritu nosllegan como una suerte de sortilegio en el que reencontramosinstantes de un tiempo de vivencias que creamos para siempresoterrado o ya yermo. El poeta nos anima a recuperar un paraso,el paraso de los asombros primordiales, aquellos en que se cria-ron nuestros mitos de infancia, los dioses de blusa y sombrero, lasabuelas pitonisas, los muertos sin sepulturas, las muchachas con

    alas y los animales parlantes que eran menos ellos que metforasde la fantasa y una naturaleza del primer da de la creacin.

    Pero del mismo modo como la poesa de este gran falconianonos conmueve por lo que antes anotara, con pareja intensidad nossubyuga la prosa periodstica de su libro, Con letra de imprenta,editado no ha mucho en Punto Fijo por su autor. En sus pginasconviven gente y lugares que guardan hartas semejanzas con la

    visin del mundo de Guillermo de Len Calles quien nos invitaa transitar por pueblos y caminos de su regin natal y ms all.A veces, sus identidades y sus confidencias convirtense en

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    reescritura, mas nunca para deformar sus facciones y sus oficiossino para que cobren mayor relieve. Se dira que el entrevistadorahondara en sus secretos, en el trasfondo de sus destinos. He aqu

    a Ins Montiel, la indgena wayu, que no sabe a qu edad conocila lluvia. La lluvia es para otras partes en donde no haya tantoazul, afirma. Y est Jota Jota Mustiola, el artista pintor, quien secalifica como el mejor pintor de la bolita del mundo. En uno desus ltimos cuadros Los santos conspiran contra la gloria, JosRafael olvid su apellido. iene aos leemos esperando unpaisaje nuevo frente al volante de su autobs. Luis Mariano Rivera

    es un recuerdo en su jardn de Cachunch florido, pero pareceque estuviese de vuelta de la eternidad porque alguien canturreabuenos das cerecita. A ratos no sabemos por dnde andamos.Alguien tiene nombre de Florinda o de Jesusa, segn las conve-niencias del amor. Cmo se llamaba antes este pueblo? Y ellaresponde: Nadie lo ha contado con lujos de detalles Y no ama-nece nunca? No, porque tampoco nunca atardece. El albail de

    Barrio Obrero maracucho es Bernardo Bracho, animador de lasfrancachelas de San Benito. Los ferris dijo (despus de hablarde frascos de misterios, de temblores de amanecidos) rodabandesde Palmarejo como tocadiscos ambulantes por el Lago. Mslejos, ms a ras de tierra, se asoma delante del horizonte apureola maestra Egl Montero. Nos acompaa Carmelo Aracas entrelos dems pasajeros del libro y el santo nazareno de Achaguas en

    el fervor del pecho. Un isleo se asoma de pronto en otra crnica.Est aqu en Venezuela nos avisa desde que el siglo veintese parta por la mitad mientras nosotros nos desmoronbamos.rata de organizar un diario. Perdone usted acepta que lointerrumpan, pero, qu escribi en la ltima pgina?. Hastaluego, contest el isleo de La Palma. Clorinda, ella, es de Mar-garita, del Valle del Espritu Santo. Usted espere advierte a

    que sean las seis de la tarde, que es cuando el yeso de la Virgen delValle se hace verbo. Del petrleo es Jos de Jess, del petrleo dela Shell. Cuando el hueco de la perforacin escupi leo negro, la

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    tierra, esa vez recuerda s mereca llamarse tierra, porque elviento la desenterraba. Ahora caminamos por el calor del Callaoal encuentro de la diosa del carnaval, la Negra Isidora. Se presenta

    con unbumbac en la mano y un rayoen la otra y al punto dele-trea su fama: Yo soy la nica heredera de las lenguas que se con-fundieron con La Biblia en la orre de Babel. Josefa Mara, unacantadora del Olelolaidel Sincelejo colombiano, confiesa, unaspginas y unos pueblos despus, que antes de ser mujer queraser un pjaro canario, mientras Zobeida Jimnez, del Pritu por-tugueseo, donde asegura el llano no tiene compromiso con

    las alturas, jura que sus muecas de trapo no son invento suyo,porque adelanta ellas existen. En los ventisqueros de Cha-chopo y Apartaderos, creemos entrever, rediviva, a la Loca LuzCaraballo. Antes de que concluyamos este amoroso y poticoviaje, enrumbamos hacia tierra afuera, a Espaa, al encuentro deIiko, un euzqueda y de Marcia, ambos mortificados por Agus-tn, prisionero en Andaluca por culpa de la EA y de un coche-

    bomba. A la pregunta de por qu habla espaol, Marcia respondesin fruncir la ceja. Porque necesito escupirlo. Y para saber conqu llen el plato que le lleva al hijo, confiesa en las postrimerasde la pgina 77: Con championes. Son frescos, son merideos,venezolanos.

    Yo no s si la lectura de Con letra de imprentacircula en nues-tras libreras. El libro fue mo gracias a la larga generosidad de su

    autor. Quisiera que los amigos que me escuchan fueran en su bs-queda. Lo imprimieron en Villa de Cura. De no ser posible obte-nerlo en esa puerta del llano, pregunten por Guillermo de LenCalles en cualquier calle de Punto Fijo o de Coro. Y si por milagroencontraran a un hombre encandilado por la luz de su corazn yque sonre como si no hubiera maldad en el mundo, no lo duden:es l. Y nunca ms conocern el desamparo y estarn ciertos que

    la poesa es enemiga de todas las sombras.

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    El contraescritor,escritura para leer en un espejo

    Gabriel Jimnez Emn realiza con excelencia el arte de lanarrativa breve, de la que es maestro, ttulo con que lo distin-guiera Salvador Garmendia desde que firmara uno de sus librosiniciales,La historia de Raquel.A sus dones en la ficcin hemos de

    agregar los que distinguen su profusa obra ensaystica, sus pers-picaces reflexiones sobre la literatura y la cultura y los inventos deuna obra potica verstil, difcil de herrar con el hierro de esta ocualquier semejanza. Pensador, estudioso, narrador y poeta, per-tenece a los intelectuales que han hecho vida en el pas de msall, el pas que con sorna se le endilga ciudadana de provinciano,siendo como es su cultura regin universal del aire y aldea rural

    de lo ilmite.Intelectual de acendrada formacin, escritor de lo palpable

    y lo impalpable, visual y visionario, educado en bibliotecas y en

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    las lenguas del arte y el humanismo, Jimnez Emn no limita susdones a pensar e imaginar para s. El fruto de su saber y su sentirlo ha cedido a los prjimos de su oficio, quienes comparten con

    l el dilogo de las culturas y abrevan en la fuente nutricia de susvirtudes pedaggicas en busca de disciplina esttica. Yo lo hevisto abandonar su soledad creadora para trabajar en la forja deun pas sensitivo y de conciencia social y poltica, animar talleres,representar a la Red de Escritores de Venezuela, hacer or su vozde pensador y de poeta en congresos y festivales dentro y fuera delpas, fundar revistas y agrupaciones literarias y velar por la obra

    de su padre y maestro mgico, Elisio Jimnez Sierra, cuya eterni-dad evocramos hace apenas unos das.

    Autor de numerosos ttulos, por los que obtuviera merecidasdistinciones, ha cedido recientemente al sello El Perro y la Rana,del Ministerio del Poder Popular para la Cultura, su libroEl con-traescritor. En brevsimo prlogo (a lo sumo dura cinco lneas)advierte y sorprende al lector acerca de su contenido: Este libro

    no es un libro. Es un conjunto de palabras con fro acurrucadas enpginas al azar. No quieren decir nada. Slo estn ah, aleteandosiempre en la marea blanca.

    Pero se equivoca: s dicen y mucho y bastante. ratan esaspalabras de aforismos, de anatemas, de anotaciones a pie depgina o en las orillas de los carnets, los diarios, los flancos de laslecturas. El ttulo mismo no es en nada caprichoso. Contiene pen-

    samientos, reflexiones orientadas a disuadir a los incautos, a aque-llos que suponen el oficio de escribir como un don de los dioses,un asunto de predestinados o de ungidos. Es pues un manual,as, entre comillas, de desacreditaciones y desencantos.

    El autor quiso organizarlo en distintos asuntos: a ms del queda nombre al libro, los llama Erosiones amorosas, Aleteos de laficcin, Arte y Cultura: precisiones y ambigedades, Luces del

    fracaso, La vida al revs y Vida en familia.El humor y la irona hacen alianza con la docta disertacin y la

    confidencia da paso a la aoranza. Pginas hay, como las de Ale-teos de la ficcin, que bien podran servir para una metodologa

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    Por el ojo de la letraLa lectura comn

    de talleres y seminarios, dedicados al oficio de narrar. Lector deCioran, el incmodo filsofo de la contracultura y la antimeta-fsica, Jimnez Emn busca abrirnos los ojos y despertar nues-

    tra conciencia a un nuevo entendimiento con la escritura y lacultura, proponindonos otro modo acaso el verdadero, segnsu ideario de pensador y trabajador de la letra escrita de pen-sar y sentir la vida transformada en signo, en memoria, en con-ducta humana. Libro de advertencias, en el decurso de su lecturahallamos una que suscribimos sin enmienda: No hay culturasnos dice universales, slo culturas regionales arraigadas a un

    piso, a un paisaje () A ello puede llamrsele universalidad de loespecfico.

    As ha sido y as es desde Homero hasta nosotros. Hasta Jim-nez Emn.

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    Cuentos del monte,el follaje como escritura

    Son de ucupido, su llano natal, los bancos, los bajos, loscoales y sabanas que desvelan la memoria de Salvador Lara. Perosu escritura es de San Juan de los Morros, donde ha detenido suvida literaria y su labor en los Consejos Comunales. Poco saba yo

    acerca de su oficio de prosista y menos de poeta. Nos conocimoshace unas semanas, all en la capital del Gurico, mientras con-cluamos compromisos para fortalecer en los llanos la promocinde la lectura y la escritura de la Casa Nacional de las Letras AndrsBello y mudbamos al interior del pas las reuniones semanales dela Plataforma del libro y la lectura del Ministerio del Poder Popu-lar para la Cultura. En algn momento, cuando la agenda daba

    muestras de cansancio, dej en mis manos un delgado volumen.No ms lo hoje y comprob que mi mejor enemigo es la distrac-cin. No s cundo, ni en qu lugar, ya haba transitado por sus

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    pginas y detenido en una de ellas, aquella titulada Tierra sin solen donde en slo quince lneas el ajetreado oficio del llanero y lavastedad de su tierra quedan sintetizados en una escritura que

    los contiene sin reclamar desmesura verbal alguna, como que eldesprecio por la sobreabundancia narrativa constituye la idea fijade Tierra sin sol. Confieso que haba dejado para otra ocasin lalectura de los textos restantes que integran el libro Cuentos delmonte,editado por el Cenal, el Centro Nacional del Libro y la Aso-ciacin Civil AEG guariquea. El azar de mi encuentro con Salva-dor Lara vino en mi ayuda. Volv as a sus sabanas tucupiteas,

    me entr en sus recuerdos de suelo fragoso, sus hombres de cueroy cuchillo, con olor a potro cerrero y a sudor de vaquera, regresa sus pjaros, a sus lagunas y escuch la porfa de la tempestad,vi alborotarse el monte con los ventarrones de marzo, la candelaquemaba el aire, como en el pecho el deseo de mujer, alguiencasaba un gallo con pico de pual y navaja en las espuelas, la lluviapasaba meses ahogando la sombra de los jinetes y el mundo, haba

    alguien que cantaba como los pjaros, un samn bastaba para quela inmensidad del recuerdo cupiera en su sombra y vino la muerteque le puso la cara afilada a un hombre llanero llamado Bigote,y de cerca vuelvo a leer pareca que hablaba con las nimas,sin haber tenido tiempo para afeitarse en su viaje al ms all, por-que me dice Salvador Lara en el llano los hombres que mue-ren no se afeitan y la luna alumbraba como si fuera medioda, la

    tiniebla oscureca como si todo fuera el fin, volaban las mariposasdesde la infancia y la escritura las atrapaba lamiendo verdadSalvador? el corazn de las cayenas; entretanto el tiempo seechaba ms para atrs, una calle andaba de noche bajo los bombi-llos lagaosos y sin esquinas porque la soledad viva sola por msque la ebriedad y el amor intercambiaran gritos y susurros, y cun-da la locin del limonero y una casa se paraba a mirar la llanura

    sobre una tierra blanca, el viento fro est escrito en la pginaveintisis vena de la lejura y un cielo (era) cenizoso como unsombrero grande y la lluvia se enflaqueca, era delgadita, mojaba

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    Por el ojo de la letraLa lectura comn

    est escrito de nuevo la cara del monte, el paisaje verde,debajo de las viejas cuencas, hasta que llego a la pgina ltima,all donde diceEl hachadory no puedo dejar de leerlo en alta voz

    como ahora, como en este instante:

    La piedra de amolar se fue hundiendo por donde pasaba la caradel hacha que Marejo afincaba con fuerza todas las maanas. Lamano grande tanteaba el filo de la herramienta que como aristade luna nueva quedaba lista para la brega. El hombre con el pechoancho se llevaba las casas de las telaraas que guindaban por el

    camino bordado de arestines. Se saba cundo Merejo llegaba alcorte por el eco lejano del hacha que chocaba contra la montaade Jobo Dulce. El diente muerde hasta llegar al corazn del cedroque a poco se desploma ante la mirada mansa. De esto hace unoscuantos aos cuando el hombre no poda con la montaa, porquesi talaba el rbol nacan dos, y las piedras de amolar quedaban enlos patios con una zanja en el centro como huella imborrable del

    tiempo.

    Entonces, no ms termino de leer, como acabo de hacerlo,este texto admirable, le pregunto a Salvador Lara si acaso conoceA dos palmos apenas, de Efran Hurtado, y me dice que no, quenunca, y ambos nos juramos devolverlo del olvido junto con elsuyo porque ambos libros son el mismo llano, la misma inmen-

    sidad en una escritura de apenas ocho o doce lneas, desde aqu,desde la pgina ocho de sus cuentos hasta el infinito.

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    Eclipse,la encendida oscuridad

    Qu libro ms solo! Su ttulo mismo le ha reservado la som-bra, la oscuridad. Francisco Prez Perdomo, su autor, hizo todolo posible por mantenerlo oculto. Determin ofrecerlo al lectorjusto cuando el mes de diciembre mora, a pocos das de editarlo

    por su propia cuenta y riesgo. Desde la ayuda de una impre-sora de renombre, el hombro del publicista, el balcn de la prensa.Oscuro como su ttulo es tambin la cartula, su diseo grfico,creacin de Daniel Gonzlez, el amigo y el cmplice en la aven-tura literaria de los aos sesenta.

    Por qu esta sorpresiva esquivez en un poeta de tanto renom-bre, creador de una obra vasta y de prestigio, como el del Premio

    Nacional de Literatura? Sospechamos que ha enderezado su poe-sa hacia la puesta en prctica de la experiencia de la literaturagtica, la literatura fantstica, de la que ha sido y es maestro de

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    Luis Alberto Crespo

    punta, prximo a Ramos Sucre, con quien comparte el gusto porel fantasma, la nocturnidad, la casa tapiada, el gemido del bho,el zumbido del viento, el insomnio, el trasmundo. Habr querido

    llevar vida apartada para darse a la lectura y a la escritura en suescondite de Mariprez? No lo s, nadie lo sabe.

    Hace ya un rato que se nos escapa de la ciudad, la ciudad visibleque sola frecuentar, por lo que el nombre de esta, su ms recienteobra, podra significar ms bien la contradiccin de lo que pro-pone: el ocultamiento de lo visible. Sin embargo, para quien hatransitado su potica,Eclipsereitera y prolonga un destino crea-

    dor que no ha torcido nunca su rastro desde los libros iniciales,Fantasmas y enfermedadesyLos venenos fieleso los de la madu-rez,La depravacin de los astrosyLos huspedes nocturnos.

    Consultor de tratados de alquimia y grimorios de esoterismo,asiduo de la literatura del misterio y de lo inslito, Prez Perdomoorient de pronto su inters por los fantasmas rurales de los pue-blos brumosos de rujillo, su tierra natal. La estructura narrativa

    de sus poemas prob as nuevas motivaciones. Las otroras pre-sencias de la tiniebla que provenan de las lecturas de su biblio-teca se nos tornaron ms familiares, copiaron nuestra aparienciay una geografa reconocible. La niebla de los pramos de Bocony de San Miguel supli a las brumas medievales de los castillos ylas encinas; el picudo gorro de los brujos de ransilvania cedi sufieltro de pluma de cuervo al sombrero campesino trujillano de

    hilo de paja. Un libro,El lmite infinito, los rene en esas aldeasque parecieran desaparecer al menor paso de la neblina sin mshuella de realidad que la del murmullo humano, el silbo del pjarotoche y el soplido del mochuelo. La luz es la de la luna plena y sufulgor el curso del ro Burate.

    La hora es siempre nocturna. No otra es la atmsfera quecruza la lectura de Eclipse, slo que esta vez Prez Perdomo

    alterna el testimonio con la crnica, el dibujo de los personajesy la descripcin de paisajes con la citas de los libros y de las figu-ras histricas y mticas, a veces a manera de diario, de carnet deanotaciones.

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    Por el ojo de la letraLa lect