lectio divina, dom 30

4

Click here to load reader

Upload: maike-loes

Post on 14-Jun-2015

244 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Page 1: Lectio divina, dom 30

1

LECTIO DIVINA, DOMINGO XXX, CICLO A (Mt 22, 34 - 40)

P. Juan José Bartolomé, sdb

Puede ser que hoy el evangelio nos resulte muy sabido. Que no

encontremos nada nuevo, pero Jesús nos descubre una vez más

que el amor sin medida a Dios y el amor al prójimo son los

deberes fundamentales del creyente.

Sabemos cuál es el primer mandamiento, el que en verdad

importa, que con frecuencia nos dispensamos de cumplir.

Creemos que queremos a Dios, pero ponemos poca atención a lo

que Él quiere de nosotros. Decimos amarlo, pero no nos

esforzamos por comprender y vivir el amor que Él nos tiene,

amando al hermano, como nos lo ha pedido y a nosotros mismos.

Nos creemos 'buenos’ diciendo que amamos a Dios, pero le damos poca importancia a lo

que Él desea que hagamos para probarle nuestro amor. Él ha dicho muy claro: ‘Que todos se

amen unos a otros’, pero nos dispensamos del cumplimiento de ese mandamiento, que es el

más importante, porque sabemos que amar así pide mucho de nuestra parte y preferimos no

hacerlo.

SEGUIMIENTO:

34 “En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos,

se unieron en grupo, 35 y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:

36 «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» 37 Él le dijo: «"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con

todo tu ser." 38 Este mandamiento es el principal y primero. 39 El segundo es semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." 40 Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Page 2: Lectio divina, dom 30

2

LEER: entender lo que dice el texto fijándose en cómo lo dice

Mateo ha convertido en agrio debate sobre la Escritura lo que en su fuente era una sencilla discusión (Mc 12, 28-34): tras la ‘victoria’ dialéctica de Jesús sobre los saduceos (Mt 22,23-33), los fariseos se ven obligados a recurrir a un perito para poner a prueba a Jesús, reconocido como ‘Maestro’. Aunque la cuestión parece lógica, dada la multiplicidad de preceptos que incluía la Ley, el narrador descubre la mala intención de la pregunta que le hacen, una vez más. Nuevamente estamos ante una auténtica ‘trampa’ que estaba bien pensada, y en la que querían que Jesús cayera sin más. La respuesta de Jesús es tradicional, y ortodoxa. Supo combinar muy bien los dos mandamientos de la Ley: El amor absoluto y totalizante a Dios (Dt 6,5) y el amor al prójimo medido según el amor propio (Lv 19,18).

El evangelista no dice que haya habido una reacción en los interlocutores: no podían no estar de acuerdo con él. Con todo, el evangelio de Mateo no coordina sin más ambos preceptos sino que los pone al mismo nivel: uno es el primero y principal mandamiento y el segundo, semejante a él, se refiere al amor al prójimo. Sin ser idénticos ni equivalentes, son afines e imprescindibles uno y otro. Jesús, cerrando la discusión, dice que los dos son seña inequívoca de que se está cumpliendo la Ley y los profetas. Ambos amores son necesarios…, no son opcionales; no dependen del afecto que nos merezcan Dios y el prójimo, sino que quien los practica, obedece a Dios, pero quien los desconoce, no tiene en cuenta lo que Él quiere de sus hijos. De ese doble amor ‘pende’ Ley y los Profetas. Un doble amor es, pues, el soporte de la Ley.

MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida Frente a la multitud de preceptos, 248, y 365 prohibiciones, que desarrollaban la ley de Dios, es comprensible la perplejidad de quienes, en tiempos de Jesús, estuvieran interesados en su cumplimiento: si todo era querido por Dios, nada podía ser olvidado. Pero, ¿qué era lo más importante? La respuesta de Jesús no es original, pero centra el problema y da un criterio para discernir dónde uno se juega el cumplimiento de la ley: no es lo decisivo la cantidad de lo obedecido, sino su calidad y razón por la que se actúa. La obediencia que Dios merece es cuestión de amor; sólo queriendo, se satisface el

querer de Dios; el obediente se diferencia del siervo, en que ama y por amor hace lo que Él le pide; Dios no quiere siervos sino amantes. Y, evidentemente, Él tiene la primacía de esta obediencia/amor; así queda, además, bien fundamentado el amor debido al prójimo.

Page 3: Lectio divina, dom 30

3

Todo lo que hagamos amando de verdad se vuelve ‘cumplimiento de la voluntad divina’. Si no los amamos con todo el corazón, está de más que nos empeñemos en cumplir toda la ley.

Los contemporáneos de Jesús deseaban cumplir de veras con Dios haciendo su voluntad hasta en la minucia más insignificante. Frente a la multitud de preceptos y prohibiciones que desarrollaba la ley de Dios - tenían contabilizados más de 700. Es más que lógico que se sintieran perplejos, porque pensaban que todo era querido por Dios y que nada podría ser menospreciado. Lo esencial en el cumplimiento de la ley no es tanto el seguimiento escrupuloso y

detallado que hagamos de las normas, cuanto el motivo por el que hagamos lo establecido, queriendo agradar a Dios y a nuestro prójimo.

No cumplir un precepto significaba no cumplir con Dios. Pero semejante esfuerzo de obediencia, era agobiante y, al final inútil: ¿quién podría ufanarse de haber observado todos los 248 preceptos y no haber transgredido ninguna de las 365 prohibiciones? ¿No habría en la ley algo más importante? ¿No querría Dios de los suyos, sobre todo, algo en especial? Jesús les dio una respuesta muy clara y que pedía de ellos lo que realmente valía. Tal vez otros maestros podrían haber respondido como Él respondió. Pero al decir que se tenía que amar a Dios, de manera total y sin excepciones, dándole a ese amor la primacía presentó un plan de vida. Podría parecer que la tarea era sencilla, pero realmente no fue así. Jesús dijo que todos los preceptos de la ley se resumían en el amor a Dios y al hermano explícitamente presentó las exigencias del auténtico cristianismo… No pedía que los creyentes se atuvieran a lo que mandaba o prohibía la ley, sino que al obedecer a Dios el móvil más íntimo fuera solo el amor. En el servicio de Dios, lo que no se haga por amor, no tiene razón de ser. Lo primero que pide Dios de los suyos no es obediencia puntual, el seguimiento estricto de su voluntad, sino un amor total y personal. El Dios de Jesús no quiere que seamos criados, sino hijos, amantes y no siervos. Si no

nace dentro de nuestro ser el amor para obrar nuestro obrar puede ser exacto, pero frío y no demostraremos que somos hijos, sino asalariados y obligados por un simple deber, no movidos por el amor, sino por el temor, considerándolo patrón y no nuestro padre.

Del amo se espera un reconocimiento, un salario. El respeto a Dios y a su ley no nace del miedo sino del amor. Sentir la obligación de hacer el querer de Dios, sin quererle a Él de veras, haría inútiles cualquier esfuerzo y falsa la actitud de hijos: porque en el fondo en lugar de amor, hay temor.

Una obediencia, por muy exigente y cuidada que sea, no sirve de nada, si no es fruto de

un amor sincero y desinteresado.

Page 4: Lectio divina, dom 30

4

La obediencia debida a Dios es, pues, cuestión de amor; querer con el corazón a Dios es siempre lo primero y lo más importante. Dios quiere convertir a sus siervos en hijos: de ahí que imponga el amor sobre todo y con todas las fuerzas a quien le quiera obedecer. Podemos llevar una vida cristiana, ocupados por cumplir la ley de Dios y hasta cierto

punto orgullosos de no faltar a los preceptos, pero si no lo amamos a Él por encima de todo y con todo el corazón, estamos perdiendo el tiempo. Preguntémonos qué es lo que nos hace cumplir con Dios y con lo que Él nos pide nos ayudará a ver que tanto nos importa Él y en qué medida le amamos. Si observamos la ley de Dios, sólo porque tememos perdernos, porque tememos recibir un castigo, no lo consideramos nuestro Padre y hemos dejado de sentirnos sus hijos.

La observancia de la ley de Dios es cosa del corazón. El amor al prójimo es tan importante como el amor a Dios… El que cumple con el querer de Dios, el que de verdad ama, no se contenta con lo que ha hecho, por mucho que se haya esforzado: si ama de verdad, siempre querrá amar más. Si amamos a Dios, nos preocuparemos por amar a nuestro hermano. La obediencia que

le debemos a Dios, nos llevará a ver a nuestro prójimo como hermano, amándolo no solo con las palabras, sino sobre todo con las obras. Jesús nos pide que todo lo hagamos con amor. ¿Somos de esos amantes? ¿Qué nos motiva a vivir amando?

III. ORAMOS nuestra vida desde esta Palabra Señor, con el correr de los años, hemos creado leyes, mandatos, preceptos prohibiciones, y muchos los cumplimos solo por cumplirlos. Olvidamos lo que realmente es importante y no nos exigimos su vivencia. Haz que nos comprometamos contigo y con nuestro prójimo para hacer posible ‘el AMOR’, solidarizándonos con él, en sus alegrías y en sus tristezas. Que hagamos de nuestra vida un don para los demás. Este mundo necesita redescubrir la alegría de amar, de dar y recibir AMOR, como nos há enseñado Cristo Jesús, tu Hijo muy Amado. ¡Así sea!