lectio divina

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LECTIO DIVINA - Dom. XXVIII, Ciclo ‘A’ (Mt 22, 1-14)

Juan José Bartolomé, sdb

Hoy Jesús habla de Dio y de su Reino con juna imagen que nos resulta familiar y fácil de entender, ‘La de un banquete’. También nosotros solemos celebrar los momentos más importantes de nuestra vida sentándonos a la mesa, junto a los que más queremos. La preparación de una gran fiesta suele coincidir con los preparativos de un gran buen banquete y con la invitación que hacemos o nos hacen nuestros buenos amigos.

Jesús dice en la parábola que Dios nos invita, como nosotros invitamos; si tomamos en serio su invitación y obramos en consecuencia, porque en este relato, fueron sus invitados quienes pusieron en peligro la fiesta, que el Rey organizó con ilusión. Unos se excusaron por no asistir, otros, se presentaron sin cambiar su ropa. De nada sirvió que el rey les hiciera un banquete. Ellos le fallaron. Dios tiene ganas de hacer fiesta con sus hijos… Es preciso tomar en serio su invitación para aprovechar el banquete que nos ha preparado.

II. SEGUIMIENTO:

1. “En aquél tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo.

2. “El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo.

3. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir.

4. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: “Tengo preparado el banquete. He matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Vengan a la boda”.

5. Los convidados no hicieron caso. Uno se marchó a sus tierras, otro a suis negocios.

6. Los demás les echaron mano y los maltrataron hasta matarlos.

7. El rey montó en cólera. Envió sus tropas que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.

8. Luego dijo a sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían.

9. Vayan ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encuentren convídenlos a la boda.

10. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y

buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.

11. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, vio a uno que no llevaba el traje de fiesta.

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12. Le dijo: “¿Amigo, cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta”. El otro no abrió la boca.

13,. Entonces el rey dijo a los camareros: “Átenlo de pies y manos, y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Ahí será el llanto y el rechinar de dientes”.

14. Porque muchos son los llamados y pocos los elegidos”.

LEER: Entender lo que dice el texto. Fijándose en cómo lo dice Con esta tercera parábola, Jesús cierra su respuestas severas y provocadoras. A la pregunta sobre su autoridad (Mt 21, 23). Argumenta no con razones, sino con un ejemplo, el del banquete nupcial, que alarga en dos escenas: la de la preparación y la de la celebración. Con ninguna de las tres parábolas Jesús ha respondido a la cuestión que se le hizo tras limpiar el templo ‘de ladrones’ (Mt 21, 13); pero en las tres con diversas imágenes, ha explicado por qué las autoridades judías no creen en Él, ni reciben su evangelio.. Han rechazado, con mil excusas la salvación que Dios les ha ofrecido en su persona y con su ministerio.

La parábola del banquete tiene un único protagonista, un rey por celebrar uno de los días más importantes, la boda de su hijo…

El relato tiene dos partes bien definidas. La primera narra los preparativos inmediatos, la segunda la celebración inesperada del convite. Se abre con la lista de invitados ya completa. Se da por sabido que, puesto que el rey quiere festejar, sabe quién lo puede acompañar…

Ahí está la sorpresa: La mayoría se excusa y no asiste; hay quienes maltratan a los enviados del rey. Despreciar la invitación era ya una gran ofensa, herir y matar a quien trae la invitación es una gran falta, bien para quienes son maltratados, como para el rey, que quiso hacerles llegar la invitación por medio de sus enviados.

La reacción del rey con los invitados es más que lógica. Lo menos que s podría esperar de un rey que se hacer respetar; lo que no es tan lógico – y aquí inicia la segunda escena - , tras su primer fracaso, es que el rey insista en celebrar la boda del hijo, con cualquiera que quiera venir a celebrarla. Ningún invitado merecía compartir la fiesta con su señor, pero mucho menos cualquiera que estuviera caminando por las calles.

Los primeros invitados sorprendieron a su señor con su negativa; los segundos, quedan sorprendidos por el mero hecho de serlo, siendo ellos, unos buenos y otros no tanto. Queda claro que la voluntad del rey es celebrar la fiesta, llenando la sala de comensales…Precisamente por ello, y sabiendo que ha invitado a cualquiera, sorprende la reacción al toparse con uno, solo uno que no se vistió dignamente, para estar en la fiesta. Había recibido la invitación, pero no pensó en cambiarse de ropa: para comer bien y gratis. No pensaba que tenía que vestirse mejor.

La reacción del rey fue también aquí, grave y desmesurada… No por haber sido invitado a última hora y sin merecimiento podía presentarse vestido como fuera. La fiesta del rey se tenía que celebrar lo mejor posible, aunque no fueran los invitados que en un principio tenía en mente. Si uno de los invitados que se encontraron por la calle, no llegó bien presentado, quería decir que no

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comprendió lo que iba a hacer estando ahí y lo que se esperaba de él.

La sentencia final, un genérico pero rotundo aforismo, da la clave de interpretación… No por ser invitado, uno es elegido… No todos los convidados

serán compañeros de dicha y de mesa del rey… Ni siquiera la segunda invitación, la más gratuita e inesperada, asegura poder participar en el banquete junto al Señor.

MEDITAR: Aplicar lo que dice el texto a nuestra vida.

La parábola de la boda real habla del comportamiento insólito de Dios: de sus ganas de celebrar la fiesta con cuantos creía sus súbditos; no sabe guardarse su alegría para unos pocos, sus más íntimos; invita a todos los que cree sus súbditos. Y es curioso que quienes no se hubieran atrevido a rechazar una orden de su rey, se negaran a seguir su deseo. No se sintieron obligados a cumplimentar la voluntad real, sólo porque no se les había impuesto; desobedecieron más fácilmente un deseo de su rey, que una orden.

No fue tanto, pues, la desobediencia, sino las excusas para no unirse a la alegría de su Señor lo que los desautorizó: no eran de verdad súbditos de su señor; nada había más importante para él. que ver casado a su hijo. Toda otra ocupación debería ser demorada; sólo porque los invitados no acudan, la fiesta no se pospuso. Buscó a los comensales entre gente ociosa, en los cruces de caminos. Ello hizo todavía más gratuita la invitación, y más insólito el deseo de celebrar las nupcias.

Que Dios desee compartir la fiesta, le lleva a no poner demasiadas condiciones previas. Pero ello no le impide exigir de sus invitados un mínimo de respeto: ‘la participación en el banquete es inmerecida, pero la asistencia a él obliga a no aprovecharse de la fiesta sino a aceptarla y vestirse bien para estar en ella.

No se merece la alegría de su Señor quien no cambia de hábito y se reviste de alegría. Dios no quiere compartir su gozo con quien no lo acepta: Sentarse con ´él a la mesa, exige compartir su alegría. El Dios de la fiesta no soporta aguafiestas. No hace falta mucha imaginación para vernos retratados en la actitud de los siervos del rey, que tenían que hacer tantas otras cosas y no pudieron acompañarle en su alegría.

También nosotros rehusamos darle a Dios cuanto desearía de nosotros, sólo porque no nos lo exige, como bien pudiera. Nos creemos que somos más libres cuanto más nos desentendemos del querer de nuestro Dios; estando, a lo sumo, dispuestos a obedecerle - ¡porque no nos queda otro remedio! -, no nos preocupa tenerle contento.

Los primeros invitados no quisieron unirse al gozo de su rey, no probaron la alegría de estar en su fiesta. Solo aceptaron sus órdenes, en cuestión de trabajo, pero no su invitación… Vivían para obedecer, se pudieron cansar en hacer lo que él les pedía, pero no quisieron compartir su intimidad, estar con él en otro plano, como amigos… como comensales, no solo como siervos.

Pensemos cuál es nuestra actitud ante la invitación que Dios nos hace para compartir con nosotros el Banquete en el que nos ofrece a su mismo Hijo como don. ¿Sabemos ser íntimos de nuestro Dios y Padre?

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¡No nos damos cuenta todo lo que nos perdemos cuando reducimos nuestra relación con Dios a una obligada y temida obediencia a sus mandatos! Porque, como al rey de la parábola, a Dios no le molesta nuestra desobediencia de siervos tanto cuanto nuestras desatenciones de amigos:

No disgustó al rey la ausencia de sus invitados primeros, que pudo subsanar después llamando a cuantos se encontraran en los caminos; le apenaron, más bien, las excusas que le ofrecían sus convidados: ocupados en sus negocios se despreocuparon de la fiesta de su Señor y de sus ganas de compartirla; les importó más enfrascarse en sus cosas que hacer suya la alegría de su rey; pesaron más los asuntos ordinarios de su vida, que el banquete extraordinario de su Señor.

Para Dios nada hay más importante que el gozo. Goza compartiendo; quiere hombres libres como compañeros y comensales, se hace amigo de sus invitados, no señor de sus criados. Quienes sean sus íntimos, no le dejarán solo.

ORAMOS esta palabra con la vida

¡Dios Bueno, qué diferente sería nuestra relación contigo si cambiáramos nuestra actitud. Tú quieres que participemos en tu Fiesta. Has preparado un banquete y quieres que estemos en él… Nos haces parte de tu alegría. Eres el Dios de la Vida… ¡Gracias por tratarnos así! Que no nos dejemos agobiar por los problemas; que nos demos tiempo para estar contigo…Que aceptemos tu invitación con gusto, porque Tú eres nuestro Padre y nosotros tus hijos. Que reconozcamos que todo es gracia, todo es don tuyo y que sepamos aprovechar lo que nos ofreces. Sentarnos contigo a tu mesa

es aceptarte. Es hacer nuestra tu fiesta, para irradiarla siempre y donde estemos. Que cada vez que participemos en la Eucaristía, crezca nuestra conciencia de ser tus invitados, siendo hombres y mujeres que saben vivir la fiesta de la vida. ¡Así sea!