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LAS TIERRAS CREADAS DEL NOROESTE DE MICHOACAN C ayetano R eyes El Colegio de Michoacán El presente ensayo forma parte de un proyecto más amplio sobre el noroeste de Michoacán. Aquí se presenta solamente la parte de la colonización que se efectuó a fi- nes del siglo XIX. Colonización que reforzó y moderni- zó al antiguo sistema de hacienda, al establecer nuevas haciendas y convertir a otras en unidades agrícolas en el valle de Huaniqueo. El noroeste de Michoacán, a fines del siglo pasado, estaba formado por “tierras de cerro y de ciénega”. Las ciénegas se ubicaban en los valles de Huaniqueo, Cuit- zeo, Zamora, Chapala, La Magdalena y Tacázcuaro, Tingüindín. La parte baja del valle de Huaniqueo tenía un pan- tano” llamado ciénega de Zacapu de más de doce mil hec- táreas pertenecientes a muchos ribereños.1 En 1893, se in- formó que “recorriendo todos los puntos del derredor de la ciénega de Zacapu”, su profundidad alcanzaba “en su ma- yor hondura a catorce metros y en otras partes irregular- mente va disminuyendo a seis, cuatro, tres y un metro que es en los puntos inmediatos a la orilla”. “En el centro se encuentran pequeñas porciones de tierra firme que se utilizan en labores de maíz, cuyos islo- tes no llegan a ser inundados por las aguas, sin embargo de no estar a mucha altura. Toda la extensión de la ciénega está poblada de tule, carricillo y otra variedad de plantas acuáticas que se desarrollan extraordinariamente y “hacen

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Page 1: LAS TIERRAS CREADAS DEL NOROESTE DE MICHOACAN · 2014-02-27 · LAS TIERRAS CREADAS DEL NOROESTE DE MICHOACAN Cayetano Reyes El Colegio de Michoacán El presente ensayo forma parte

LAS TIERRAS CREADAS DEL NOROESTE DE MICHOACAN

C a y e t a n o R e y e s

El Colegio de Michoacán

El presente ensayo forma parte de un proyecto más amplio sobre el noroeste de Michoacán. Aquí se presenta solamente la parte de la colonización que se efectuó a fi­nes del siglo XIX. Colonización que reforzó y moderni­zó al antiguo sistema de hacienda, al establecer nuevas haciendas y convertir a otras en unidades agrícolas en el valle de Huaniqueo.

El noroeste de Michoacán, a fines del siglo pasado, estaba formado por “tierras de cerro y de ciénega”. Las ciénegas se ubicaban en los valles de Huaniqueo, Cuit- zeo, Zamora, Chapala, La Magdalena y Tacázcuaro, Tingüindín.

La parte baja del valle de Huaniqueo tenía un pan­tano” llamado ciénega de Zacapu de más de doce mil hec­táreas pertenecientes a muchos ribereños.1 En 1893, se in­formó que “recorriendo todos los puntos del derredor de la ciénega de Zacapu”, su profundidad alcanzaba “en su ma­yor hondura a catorce metros y en otras partes irregular­mente va disminuyendo a seis, cuatro, tres y un metro que es en los puntos inmediatos a la orilla”.

“En el centro se encuentran pequeñas porciones de tierra firme que se utilizan en labores de maíz, cuyos islo­tes no llegan a ser inundados por las aguas, sin embargo de no estar a mucha altura. Toda la extensión de la ciénega está poblada de tule, carricillo y otra variedad de plantas acuáticas que se desarrollan extraordinariamente y “hacen

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imposible la navegación”. En algunos puntos, “quizás por la mucha profundidad, están descubiertas las aguas, es de­cir sin plantas”. Esta especie de lagos eran designados con los nombres de Laguna de García, Lago de Urembécuaro, La Patera, La Zoromuta, Laguna de los Puertos y la princi­pal, Laguna de Zacapu.2

Las ciénegas de Zamora anualmente se unían a la de Chapala. Estos pantanos establecieron sus reales en Sahua- yo, Xiquilpan, Guarachita, San Pedro Caro, La Palma, Pue­blo Viejo, Pajacuarán, Tanhuato, Ixtlán y Zamora. Las ciéne­gas se originaban en la poca permeabilidad del terreno, en un sinnúmero de manantiales que rodeaban los valles y, en las aguas pluviales que se encharcaban en las depresiones de los terrenos. Además, las ciénegas surgían por las inun­daciones que realizaban, en forma anual, las corrientes de los ríos Santiago y Duero,3 “el formador de lagunas”. Es­tos terrenos, anegados por los ríos, quedaban en su mayo­ría libres de agua en el período de secas.

Las “aguas de siempre” de las ciénegas daban mar­gen a la existencia de una comarca estéril, pobre, malsana e insalubre. Rodeada de “algunos pueblos de vida econó­mica miserable, que vivían de la pesca y del trabajo artesa- nal del tule, con terrenos desaprovechados”. Areas panta­nosas en donde se procreaban “males inmensos” por las putrefacciones animales y vegetales.4 Además, por la exis­tencia de las ciénegas anualmente se desperdiciaba por evaporación una cantidad superior a “setecientos cincuen­ta millones de metros cúbicos de agua”. En fin, las ciéne­gas eran lugares en donde se encontraban los principales criaderos de lirio acuático.5 Por otra parte, se observó que los terrenos de cultivo que se hallaban rodeados de pantanos estaban expuestos a inundaciones por aguas pluviales, tal co­mo sucedió en Purépero (1888), Jacona (1899), Zamora (1900), Chavinda (1900), Ixtlán (1900), perdiéndose las cosechas de maíz y trigo.6 En cuanto a la construcción, se afirmaba que “no era posible edificar sobre los terrenos fangosos, ni siquiera una construcción provisional”.7

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Los innumerables problemas que presentaban las cié­negas, constituían un verdadero reto tanto para los habi­tantes de la región como para los “científicos”.

Los vecinos empezaron a ausentarse, cuando las vías férreas cruzaron algunas regiones del noroeste de Michoa- cán. En especial, en 1886, los vecinos de Jiquilpan, La Piedad y Zamora comenzaron a “pasar a Estados Unidos y obtener buenos productos de su trabajo”. Se observó que “la emigración, aunque ínfima, fue la puerta de esca­pe”8 y la que proporcionó al asalariado algunos medios eco­nómicos para subsistir.

Los “científicos”, al contemplar los problemas deriva­dos de los pantanos, descubrieron que las ciénegas estaban constituidas por terrenos propicios para consolidar diver­sos proyectos de colonización. Proyectos cuyas raíces se ex­tendían hasta los albores de la tercera década del siglo die­cinueve; consolidados en las últimas décadas del mismo si­glo y continuados hasta los inicios de los años treinta del siglo veinte.

Las raíces de las empresas de colonización se alimen­taron en los principios de la “Ilustración”, los cuales seña­laban que el “bien común” radicaba en la consolidación de la propiedad privada, el incremento de la producción v del número de propietarios. Partiendo de ese bagaje teó­rico, los proyectos surgieron en atención al establecimien­to del nuevo orden del Estado Mexicano,9 el “soberano congreso general constituyente de los Estados Unidos Me­xicanos”, por decreto de 1824, instituyó la colonización de “aquellos terrenos de la Nación” que no fueran de “Pro­piedad particular, ni pertenecieran a corporación alguna o pueblo”.10

A nivel regional, los antecedentes se remontan a 1828: en ese año, el Estado de Michoacán creó las empresas de colonización,11 cediendo terrenos baldíos “del Estado a los empresarios” con “el objeto de cultivarlos” y dando prefe­rencia a los ciudadanos mexicanos. El decreto hacía espe­cial referencia al poniente de Valladolid, pues entre las

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obligaciones de los empresarios se señalaba que “con el auxi­lio de los colonos deben desecar los pantanos, dar corrien­te a las aguas muertas y abrir las guías y sendas convenien­tes en los términos de cada colonia y población para comu­nicarse entre sí”.12

El decreto de 1828 también hizo hincapié en que “los empresarios y colonos podrán desde el día de su estable­cimiento promover libremente todo género de industria útil y honesta, denunciar baldíos al gobierno, obtener en este caso una propiedad predial, promover allí nuevos es­tablecimientos y poblaciones”. Además, el mandato esta­tal añadía que “estos terrenos podrán en todo tiempo ser enajenados y vendidos, quedando los compradores sujetos a las mismas cargas de los convenios, así como gozarán de las franquicias de los que le hubieren vendido; pero si al­gunos terrenos fueren abandonados quedarán a beneficio del Estado”.13

Los proyectos de colonización fueron realizados en la segunda mitad del siglo XIX. Pretendieron alcanzar la se­guridad, la paz, el progreso y el desarrollo de la agricultu­ra, el incremento del comercio, de la industria y de la po­blación.14

En el poniente de Michoacán, la colonización crista­lizó con la “creación de tierras nuevas”, desecando las áreas pantanosas. Las desecaciones también plantearon en for­ma especial la consolidación de la mediana y la gran pro­piedad. Planteamiento que se comprueba si se observa que tanto las localidades como los empresarios se sumaron a los proyectos decretados por el Estado. En 1888, al anali­zar los “obstáculos” que se oponían al progreso, las locali­dades del distrito de Zamora indicaron que la “falta de ranchos o haciendas” impedía su prosperidad. Ya que exis­tiendo estos tipos de propiedades tendrían en que “ocupar­se para atender a la subsistencia de la mayor parte de los habitantes, pues estos viven en la más triste miseria, y por lo mismo no hay consumidores sino muy en pequeño”.15

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Los empresarios se dispusieron a efectuar los proyec­tos de colonización bajo la condición exclusiva de recibir una parte de los terrenos que alumbraran. Además, expre­saron su apoyo y realizaron la institucionalización de la propiedad privada, ya que los “nuevos terrenos” se distribu­yeron entre haciendas y algunos pueblos.16

En fin, las localidades, empresarios y funcionarios públicos coincidieron en los proyectos de desecación. Par­ticiparon gustosos ya que programaban cultivar terrenos que no eran “un don de la naturaleza”, ni de “formación natural”, sino que harían productivas nuevas tierras, crea­das por la industria del hombre. De esa manera, ganarían terrenos feraces, propicios para el cultivo. Además extir­parían los males, convertirían a la comarca “en rica, sana y fértil”. Impulsarían al México moderno con las obras ya que aportarían beneficios tanto a la sociedad como al Es­tado y en particular a la región. Así, en 1922, los empre­sarios hacían hincapié en la magna obra, afirmando “lo hi­cimos en pro de la clase indígena y por el bien y prosperi­dad del país”...“Desenvolvimos nuevos elementos de pro­ducción, establecimos trabajo de cooperación entre la nue­va finca y los labradores aparceros de la comarca, con su patrimonio propio”. Y, agregaban que ellos habían puesto “esfuerzo y dinero en la labor de crear nueva tierra donde no la había”17 dando solución a diversos problemas técni­cos.

Los científicos calificaron como sencillos los proble­mas técnicos al afirmar que la solución de las ciénegas se hallaban en una “simple canalización”, que resultaría en la desecación inmediata de los pantanos. Los canales sólo necesitaban una pendiente indispensable para que corrie­ra el agua. Pero éstos tenían que ser de tres tipos: genera­les de desagüe, colectores y drenes o sangraderas. Sin em­bargo, las obras de desecación pasaron por diversos trances.

Varios fueron los intentos de desecar el valle de Hua- niqueo pero en forma aislada y “sin plan”. En marzo de 1864, el general Felipe B. Berriozabal, Gobernador de Mi-

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choacán, expidió en Uruapan un decreto, en el cual de­terminó que la desecación de la ciénega era de 'gran uti­lidad pública”, ya que tal obra “dará salubridad a las po­blaciones contiguas y aumentará el valor de las propieda­des”. Además, ordenó que los propietarios hicieran la de­secación y en compensación declaró la exención del “pa­go de contribuciones a las tierras alumbradas”. Pero, en ese año, los mandatos y determinaciones decretadas que­daron en el aire.

En 1884, el mismo Gobierno de Michoacán intentó, “sin éxito, la desecación de la ciénega”.18 Sin embargo, en esas fechas, don Antonio P. Carranza, propietario de las haciendas de Zipimeo y anexas, emprendió, “mediante el esfuerzo aislado y continuo de muchos años y la inversión de un fuerte capital, obras de verdadera importancia, ten­dientes a desecar los terrenos”. Trabajos que en la posteri­dad fueron considerados como “piedra angular de toda la magna obra”, aunque no reunieron “los requisitos de per­fección”. Pues “era imposible que aisladamante un propie­tario, desplegando su esfuerzo individual, llevara a cabo obras de la magnitud necesaria”.19

Antonio P. Carranza realizó trabajos en terrenos de su propiedad, en el extremo norte de la ciénega, en donde ‘'afluyen todas las vertientes y aguas de aquella zona”, ubi­cando tres canales que “son verdaderos ríos por lo cauda­losos, y se conocen con los nombres de canal Carranza, ca­nal de la Empresa y río de la Patera”.

En 1886, “se otorgó la primera concesión de origen federal” a Manuel Vallejo; en 1893, los propietarios comar­canos emprendieron nuevamente labores para ejecutar la desecación, “mas sus esfuerzos fueron infructuosos y aban­donaron la empresa con pérdida de varios miles de pe­sos”.20

La concesión otorgada a Manuel Vallejo fue tras­pasada oficialmente, en 1896, a Noriega y Compañía. En ese año, los empresarios Noriega firmaron contrato con los “hacendados, dueños de terrenos cenagosos, para de­

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secar los pantanos, aceptando como pago la tercera par­te de las tierras alumbradas”. La Secretaría de Fomento, Colonización e Industria, en 1899, aprobó los planos de la obra, declarando de utilidad pública la desecación por lo cual se iniciaron las labores. Los trabajos se prolonga­ron por ocho años hasta en 1907.

Los empresarios para realizar las obras modernizaron los instrumentos de trabajo e importaron dragas para abrir los canales en terrenos blandos. Los instrumentos significaron una gran novedad y avance hacia el progre­so, de una “región lejana de lugares industriales”. Pero, resultaron “difíciles y costosas las reparaciones” que ocu­rrían a diario. Otra novedad importante de la colonización fue el establecimiento de una vía férrea en 1901, que atravesó la región en una extensión de ciento treinta ki­lómetros, terminó con el “aislamiento en que por largos años vivieron los vecinos de Zacapu y sus contornos”21 y los comunicó tanto con el interior del país como con los Estados Unidos.

El alumbramiento de las tierras requirió la importa­ción de instrumentos de trabajo, mismo que dependía de la llegada del “capital de fuera” —foráneo o extranjero—, con ese capital los empresarios invirtieron en total tres millones de pesos oro.22

Las obras de desecación consistieron en “dar salida al agua que llenaba el antiguo vaso de la ciénega conducién­dola para que afluyera el río Angulo”. Si se analiza la obra se observa que tenía una tupida red, “siendo su desarro­llo de cuarenta kilómetros, aproximadamente, por lo que toca a canales generales de desagüe, y de más de cincuen­ta kilómetros por lo que se refiere a los canales colecto­res; sin comprender los drenes, “cuya longitud total as­cendía a varios cientos de kilómetros”.

Los canales principales fueron cinco:

l)e l C a n a l G e n e r a l d e D e s a g ü e que partió del “pue­blo de Tarejero al Vado de Aguilar, hoy Villa Jiménez,

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y mide una longitud de quince mil doscientos metros. En Villa Jiménez, “en una longitud de mil doscientos me­tros el canal está abierto en roca basáltica, que es la for­mación del estribo de uno de los cerros a cuyo pie corre el río Angulo, al cual afluyen todas las aguas de la Cié­nega”. Del resto del canal, una longitud de un kilóme­tro se abrió en tepetate y la otra porción en tierra blanda. Como su nombre lo indica, sirve para dar salida a todas las aguas de la cuenca.

“Este canal tiene secciones distintas de capacidad, en los dos primeros kilómetros o sea a inmediación del pueblo de Tarejero, tiene doce metros de ancho y una pendien­te de veinte centímetros por kilómetro; en los cinco kiló­metros siguientes, la pendiente es la misma, la profundi­dad varía de cuatro a cuatro y medio metros y el ancho es de catorce metros.

2 ) E l C a n a l de Y erbabltena “tiene un desarrollo de ocho kilómetros”, una pendiente de veinte centímetros por kilómetro, su profundidad varía de dos a tres y me­dio metros y su anchura es de diez metros en toda su longitud. “Sirve en parte de lindero entre las hacien­das de Copándaro y Bellas Fuentes y recibe las aguas del río de la Patera y de las vertientes de Bellas Fuen- tes .

3 ) E l C a n a l de N a r a n j a “parte del Ojo de Agua de la Congregación”, ubicado en la parte norte inmediata al pueblo de Naranja, pasa por el pie del Cerrito Colo­rado y después de unirse al Canal de Zacapu “al norte del pueblo de Tarejero” forma el principio del Canal General de Desagüe. Su longitud es de seis mil ocho-' cientos cincuenta metros, tiene dos metros de profundi­dad por ocho de ancho, como término medio. Presenta una pendiente de treinta centímetros por kilómetro. “Sir­ve para encauzar las aguas de los manantiales de Na­ranja, Buena Vista y El Cortijo, así como las aguas de las vertientes del Sur”.

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4) E l C a n a l d e Z a c a p u “parte de la pequeña laguna formada a inmediaciones de la Villa de Zacapu, recoge las aguas de la vertiente Sur Oeste de la cuenca, las de los manantiales de Zacapu y las pluviales de las lomas de Jauja, propiedad anexa a la Hacienda de Cantabria. La anchura del canal varía, pues tiene ocho metros en los dos primeros kilómetros partiendo de Zacapu, canal abajo, rumbo a Tarejero, nueve en los dos siguientes, y diez en el resto del canal. Su longitud es de seis mil cuatrocientos metros”.

5 ) E l C a n a l d e C h a p it ir o tiene dos tramos. “El primero, que recoge las aguas del arroyo de La Cal, en terrenos de la Hacienda de Copándaro, y parte de las aguas del río de La Patera”. Tiene ocho metros de ancho y dos de pro­fundidad, una longitud de mil trescientos metros, ocho­cientos de los cuales sirvieron para canalizar el arroyo de La Garita, y el resto fue abierto en su totalidad. El segun­do tramo es de dos kilómetros de longitud con una pen­diente de treinta y cinco centímetros por kilómetro. Tie­ne diez metros de anchura y de dos a tres de profundi­dad, recibe las aguas pluviales de las haciendas de El Cuatro y Copándaro, que forman el Nor-Este de la Cuen-

y yca .Los canales secundarios que se construyeron en total

fueron nueve:

1) E l C a n a l d e l P esc a d er o está dirigido de Poniente a Oriente, con una longitud de tres mil quinientos me­tros, uno de profundidad y tres de ancho. Sirve de linde­ro a las haciendas de Copándaro y Cantabria.2 ) E l C a n a l d e B e l l a s F u e n t e s tiene “tres y medio metros de ancho, desemboca en el canal de Yerbabuena y recoge las aguas de los manantiales que brotan en la hacienda de este nombre”.

3) Los C a n a l e s C u a t e s son “así llamados por correr pa­ralelos a diez metros de distancia uno de otro, dirigidos de Poniente a Oriente”. “Sirven de lindero entre Canta­

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bria y Buena Vista y son tributarios del canal de Naran­ja”. Cada uno presenta una longitud de dos mil sesenta metros.

4) E l C a n a l G e n e r a l d e C ir c u n v a l a c ió n como su nombre lo indica delimita —rodea— la ciénega, al mismo tiempo sirve para proteger de inundaciones a las labores que se ejecutan dentro del vaso. Define el lindero entre Cantabria y los pueblos de Naranja, Tirindaro, Tareje- ro; entre Cantabria las haciendas de Buena Vista y el Cortijo. Recibe aguas pluviales y de canales colectores. Tiene una anchura de dos y medio metros, un desarro­llo longitudinal de veintiún mil setecientos metros.

5-9) Los canales de las haciendas de E l C o r t ij o , Be­l l a s F u e n t e s , T a r ia c u r i , Los E s p in o s y Z i p i m e o tie­nen una función de desaguadores y sirven de linderos en­tre dos haciendas colindantes.

Los canales colectores funcionaron “para recoger las aguas de la red de drenes, que se abrieron en toda el área de los terrenos desecados. En general, estos canales se abrieron en tramos de quinientos metros aproximadamente; en la mayoría de los casos fueron prolongados a lo largo de los canales principales, porque atentaban contra su pendiente, “funcionando entonces como contravallados”. Por esa razón no se unieron a los canales principales pa­ra que no impidieran su corriente. Los colectores tenían una anchura que variaba entre dos y tres y medio metros. La longitud de los canales que se encontraban en los po­treros llamados de Naranja, Tirindaro, de Alfonso XII, María Cristina y de San Juan, fue de dieciocho mil ocho­cientos ochenta metros.

Los drenes o sangraderas tenían una anchura media en el fondo de cincuenta centímetros, profundidades dis­tintas y longitudes variables, según las necesidades del terreno en cada una de las fincas. En la Hacienda de Cantabria los drenes se ubicaron a cien metros de dis­tancia.

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El sistema de mantenimiento que sostuvo al gran aparato dendrítico tuvo que ser ágil y práctico. La ciéne­ga estaba rodeada de manantiales y era preciso dar salida al agua. Por otra parte, los canales principales eran de una “pendiente demasiado pequeña, apenas la indispensa­ble para que corriera el agua”; en consecuencia el menor estorbo que encontrara, el menor desperfecto de cualquie­ra de ellos era suficiente para hacer rebalsar el agua a distancias considerables. Los obstáculos podían ser la ve­getación acuática, “tan abundante en estos canales”, o bien los derrumbes de sus taludes, “muy frecuentes por ser el terreno exclusivamente deleznables; o el azolve que las aguas pluviales arrastran en todas las cuencas y que necesariamente tenían que depositarse en el fondo por la corta velocidad de la corriente. Se observó que to­dos los canales eran una unidad, definidos por una red sistemática “de manera que unos con otros estaban ínti­mamente ligados y el mal funcionamiento de uno de ellos se reflejaba en todos los demás”. Así que, un dren en “mal estado y por consiguiente no funcionando con regularidad, dejaba de drenar la zona a que estaba des­tinado; y un canal colector en malas condiciones afectaba todo el terreno cruzado por los drenes que en él desembo­caban; y un canal general en mal estado perjudicaba todo el terreno surcado por los drenes y colectores que le eran tributarios”.

De ahí que surgiera un sistema de mantenimiento ágil y práctico: de no mantenerse todos los canales de la ciénega en perfecto funcionamiento, los terrenos gana­dos por la desecación volverían a convertirse en pantanos.

Las tierras creadas del valle de Huaniqueo en total sumaron doce mil doscientos sesenta y un hectáreas. Es­tas consolidaron y revitalizaron el sistema de hacienda, pues dieron origen a la hacienda de Cantabria con tres mil novecientos ochenta y ocho hectáreas y ampliaron la tenencia de las fincas circunvecinas. La hacienda Taria- curi recibió mil ochocientos cincuenta hectáreas, Zipi-

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meo setecientas treinta, los Espinos setecientas cincuenta y cinco, Copándaro mil novecientas treinta y tres, Bellas Fuentes mil doscientas sesenta y cinco, El Cortijo qui­nientos treinta y seis, Buena Vista cuatrocientos ochenta y una hectárea. Además, incrementaron la pequeña pro­piedad, aportando cuatrocientos cinco hectáreas a “varios pueblos y fracciones” (veáse cuadro 1).

Las obras realizadas de 1864 a 1907 modernizaron la hacienda tradicional, por lo tanto, los empresarios deno­minaron a sus nuevos establecimientos unidades agríco­las, fincas industrial-agrícolas23 o modernas fincas.24 Los inversionistas indicaron que, por una parte, la nueva ha­cienda fortaleció al gobierno federal y del Estado, pues percibieron desde entonces, impuestos muy cuantiosos so­bre lo que antes nada les producía, “antes se pagaban, so­bre un valor fiscal de poco mas de doscientos cincuenta mil pesos en toda la comarca, ahora se causan sobre ese mismo valor fiscal elevado a Cinoo M illo n e s y T e r c io

de pesos ( . . .) El comercio se desarrolló en la misma por­ción y la Renta del timbre supone considerable aumento debido todo a esta transformación”.25 Por otra parte se ñalaron que las unidades agrícolas hicieron desaparecer los focos de infección que perjudicaban la comarca y que en “donde nada se producía, surgieron terrenos fértiles” que proporcionaron ocupaciones y bienes a la población trabajadora; aumentaron los salarios, “desde el principio de la obra”, de diez y ocho a veinticinco centavos diarios26. Las cosechas de maíz fueron incrementadas “pudiendo de­cirse, sin que sea hiperbólica, que Michoacán es, hoy día, gracias a esos trabajos de tanta magnitud, un grane­ro de la República”.27 La producción de granos se combi­nó con la cría y engorda de ganado. En 1924, la Compa­ñía Noriega dispuso sacar al mercado mil trescientos vein­titrés toros y novillos. Además, en la Hacienda de Canta­bria pastaban “toros de la propiedad de Plutarco Elias Calles”.28

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Cuadro 1 CIENEGA DE ZACAPU Desecación

D is t r ib u c ió n d e P r o p ie d a d e s y V a l o r e s F isc a l e s

C o m p a r a d o s

ValoiFINCAS

Hda de Copándaro.” BeUasfuentes ” El Cortijo.” Buenavista.” Tariácuri 1854.15 ” El Brinco 311.76 ” Zipimeo 730.00 ” Los Espinos.” Cantabria.

Varios Pueblos y

que correspondió a cada finca.

antes de la desecación.

Valor fiscal actual. cada fine?..

1,933.98 Hectáreas. 1,265.30

536.41 481.43

$ 120,000.00 ” 12,740.00 ” 10,000.00 ” 12,700.00

$ 1,037,300.00 ” 500,000.00 ” 379,220.00 ” 350,000.00

9,100.54 Hectáreas2.500.00

912.004.591.00

2,895.91755.00

3,988.08

” 100,000.00 ” 1,150,620.00 ” 430,000.00 ” 1.510,600.00

8,806.003,616.154,564.00

405.42 400.00 405.42

12,261.53 Hectáreas. $ 255,840.00 $ 5,357.740.00 34,495.11 Hectáreas

NOTA.—Las obras y demás gastos totales de la Desecación importaron TRES MILLONES DE PESOS para la Empresa, a la cual le resultaron las 3,988.08 hectáreas de Cantabria a $ 752.00 la hectárea. Las 8,273.45 hectáreas de Ciénega distribuidas entre los demás propietarios, incluyendo la totalidad del terreno de sus fincas, les resultan a un costo aproximado de $ 8.00 la hectárea, tomando en cuen­ta el valor de adquisición o fiscal anterior.Al pueblo de Tarejero se le desecó su parte de ciénega sin ningún costo.No tenemos datos del valor fiscal actual de los Pueblos y Fracciones.

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La aparcería fue inherente a las nuevas unidades agrícolas. Sin embargo, los empresarios hacían hincapié en que, en esas fechas, desenvolvieron “nuevos elementos de producción” y establecieron “trabajo de cooperación entre la nueva finca de Cantabria, que allí formamos, y los labradores aparceros de la comarca la disfrutan des­de entonces”. Es decir, la aparcería significó un moderno sistema “de propiedad usufructuaria”, en el cual el “peón emancipado”, ya no trabajaba como jornalero, sino como aparcero. Señalaban que el aparcero era “socio de los pro­pietarios”, pues recibió cooperación bajo diversas formas: semillas, habitaciones, aperos, bueyes, arados y útiles de labranza, 3e numerario —dinero— cuando lo necesitaban, sin ningún interés y que cultivaba la tierra libremente para ganar, no un jornal mezquino sino una parte pro­porcional de las utilidades, sin ir a pérdidas. Por lo cual, muchos aparceros contaban ya con su patrimonio pro­pio.29

Por otra parte, los trabajadores señalaron que era bueno hacer constar las bases altamente liberales, pues “la costumbre general aceptada en todo el Estado que el aparcero pague, siempre, la cantidad de dos hectolitros de maíz, pero poniendo de propia cuenta, arados, aperos y útiles de labranza”, en cambio Cantabria, “abandonando esa costumbre, no exige renta alguna por los semovientes que presta a los medieros, facilita así grandemente el cul­tivo de las tierras”.30 Además, los aparceros agregaban que los gastos de cosecha eran por cuenta exclusiva de la ha­cienda. “El aparcero recibe el producto de su cosecha en el lugar mas próximo a su casa y no en el campo como es costumbre en todas partes. La hacienda facilita al apar­cero durante toda la época de la labor habilitación y di­nero necesario para su sostenimiento y el de su familia, sin cobrar interés ni recargo alguno. Quedaba a cargo ex­clusivo de la hacienda el sostenimiento del drenaje gene­ral, pago de veladores y demás gastos de administra­ción”.31

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Los críticos de la hacienda observaban que la aparce­ría se heredaba de padres a hijos y que al existir una mala cosecha las deudas recaían únicamente en el trabajador. Además añadieron que la hacienda no permitía a los tra­bajadores “criar algunos animales domésticos, como un me­dio de ahorro, pues si criaban cerdos, se los permitían só­lo con la condición de venderlos a la hacienda y esto ocurría en 1920”.32 Los observadores agregaban que la hacienda, hizo continuar “el mismo régimen, con igual s’tuación social y económica de los campesinos, sobre los cuales vino a gravitar un nuevo grupo parasitario”, el sis­tema bancario el cual “vino a dar participación al ca­pital extranjero en las riquezas nacionales”. Se hacía hin­capié en que este último vino a explotar no sólo a los hu­mildes sino también a los propietarios de haciendas por medio de fáciles hipotecas que gravaron muy pronto a un número considerable de fincas (...) de haber continuado veinte años más el régimen bancario porfirista, el 75% de las haciendas michoacanas habría ido a parar a manos de los bancos”. “Estas nuevas condiciones agravaron aún más la situación de la gente campesina, puesto que si an­tes había tenido que trabajar para los mayordomos, el ad­ministrador, el dueño, el clero y el gobierno dictatorial, después tuvo que añadir a estos parásitos los capitalistas extranjeros”. Además, se agregaba que “los mayordomos y los administradores siguieron como antes guardando sus ‘ahorros’, pero los ‘amos’ encontraron en las fáciles y cuantiosas hipotecas fuentes de dispendio y de desequi­librio económico con todas las exigencias que‘la gran pros­peridad nacionar impuso como un deber social para las clases acomodadas. Los primeros gravámenes fueron se­guidos de otros mayores, se abría un pozo para tapar otro’, y así se estableció una situación de desequilibrio económico.33

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1 AGMN. Obregón-Callles. Exp. 818-N-122 Noriega y Cía. 1923. La desecación de la ciénega de Zacapu y las

leyes agrarias. Caso especial único en el país, S/p.i., pág. 73 AGMN. Obregón-Caíles. 818-CH-174 Idem. 818-N-12 Ramo Fomento Desagüe. Vol. 11, exp. 192.5 AGMN Obregón-Calles. 818Cg-17.36 Arch. Ayuntamiento Zamora. Ramo Fomento. 1888, Leg. 2, f. 5.

1899. Leg,L2, 18. 1900, Leg. fs. 14, 17, 18.7 Noriega y Cía. 1923, pág. 10.8 Oviedo Mota, A. 1933 La organización social en Michoacán. Mes.

AGNM.R. Presidentes: Cárdenas, Comisión d ̂ estudios No. 20, pág. 8.

9 Gfr. Moreno, Heribqrto, 1980. “Ciudadanía y propiedad en el pensamiento histórico de, Lorenzo Zavala”. Relaciones. Estudios de historia y sociedad} México. El Colegio de. Michoacán, Vol. I, núm. 4, pp. 112-138.

10 Dublan, Manuel, 1876, Decreto del 18 de Agosto de 1824.,11 AGNM. Ramo Gobernación. Leg. 73. Decrejto del 19 de junio de

18(28.12 Ibidem, Art. 25 Inciso VI.13 Ibidem. Art. 20, 2214 Memoria que presenta el secretario de Estado y del despacho de

fomento, colonización, industria y comercio de la República Mexi­cana. Año de 1869. México. Impr. del gobierno, p. 70

15 Arch. Mpali. Zamora. Ramo Fomento. 1888. Leg. 1, Exp. 516 Noriega y Cíia. 1923, p. 1017 Idem. pág. 17-18. AGNM. Obregón-Calles Exp. 818-N-12, p.5—6,

64.18 Ibidem, pág. 8.19 AGNM. Obregón-Calles. Exp. 818-N-12, pp. 50-5320 Noriega y Cía. 1923. p. 8.21 Ibidem, ip. 12, 22.22 Ibidem. Todos los datos de los canales quq utilizamos a continua­

ción proceden de epta fuente.23 AGNM. Obregón-Caíles, exp. S18-N-12, p. 15.24 Noriegaj y 'Cía, 1923. p. 2525 Ibídpm, p. 1826 Ibidem, p. 2727 Ib. p. 36. AGNM. Obregón-Calles Exp. 818-N-12, p. 51.28 AGNM. Obregón-Calles. Exp. 101-R2-3129 Ibidem, Exp. 818-N-12. p. 4030 Noriega y Cía. 1923, p. 1531 Ibidem, p. 2532 AGNM. Obregón-Calles. Exp. 818-C-211.33 Oviedo Mota, A. 1933. pp. 6-7