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Las raíces militares del sufragio universal1
Álvaro Martín Hernández
Universidad Complutense de Madrid
Resumen
En la historia de occidente existe una asociación temporal muy marcada entre las dos
guerras mundiales y la extensión del derecho de voto al conjunto de los trabajadores.
Sin embargo, no se ha realizado un análisis exhaustivo del mecanismo causal que
pudiera conectar, aún en la primera mitad del siglo XX, estos dos fenómenos: guerra y
ciudadanía política. El presente estudio plantea como hipótesis que el derecho de voto,
antes negado a los trabajadores, se les reconoce en torno a su movilización militar
durante las dos guerras mundiales por un doble motivo: (1) la imperiosa necesidad de
las élites de persuadirles para que luchen en defensa del país y (2) el temor de esas
mismas élites ante una posible revolución de trabajadores conocedores, ahora sí, de las
armas y las tácticas militares. Existen, no obstante, explicaciones alternativas,
convirtiéndose en un reto la determinación del papel exacto que jugaron las dos guerras
mundiales en la extensión del derecho de voto. En consecuencia, en esta comunicación
se realiza una investigación histórica de los vínculos entre movilización militar y
ciudadanía política, con el fin de plantear un mecanismo de conexión entre ambos
fenómenos que quedaría apuntado para futuros desarrollos empíricos aplicables a las
dos guerras mundiales.
Palabras clave: guerra, movilización militar, ciudadanía política, derecho de voto,
sociología histórica
1 La presente comunicación refleja los inicios de mi tesis doctoral, y ha sido redactada en el marco de una
Beca del Programa Nacional de Formación del Profesorado Universitario concedida por el Ministerio de
Educación.
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1. Introducción
La extensión del derecho de voto a la clase trabajadora supone una
trasformación fundamental en la historia de los regímenes políticos. Si bien es cierto
que la mera existencia del sufragio universal no es sinónimo de democracia sino el
límite superior del gobierno representativo (Manin, 2006), es lícito pensar en la garantía
de éste y otros derechos civiles, políticos y sociales como condición previa a la
realización de una democracia completa. Con este término me refiero a lo que
Aristóteles identificó con el gobierno de los “muchos pobres libres” (Aristóteles, 2005),
y que exige para la efectividad de ese gobierno la eliminación de toda barrera que la
pobreza pudiera suponer a la participación igualitaria, educada y virtuosa, en los asuntos
del demos (De Francisco, 2007). Sin embargo, aún eliminado la equiparación
automática entre sufragio universal y democracia, podemos seguir considerando la
extensión del derecho de voto a la clase trabajadora como el hecho inaugural de las
democracias representativas contemporáneas y, sin demasiado esfuerzo, como una
atalaya estratégica desde la que avanzar hacia la democracia aristotélica.
Las extensiones del sufragio han recibido una atención considerable – y
recientemente renovada – por parte de las ciencias sociales. Adam Przeworski ha sido el
último en retomar su estudio de manera sistemática, tal y como muestra su artículo
Conquered or Granted? A History of Suffrage Extensions (Przeworski, 2008). En él
considera varias teorías explicativas de las extensiones del sufragio,
operacionalizándolas y poniéndolas a competir sobre una base de datos que incluye 187
países, abarcando desde el inicio de las instituciones representativas en cada país hasta
el año 2000. En el análisis estadístico diferencia extensiones del sufragio en términos de
clase, de género y las que lo amplían en ambas direcciones simultáneamente (clase y
género). Sin embargo, trata estadísticamente las extensiones del sufragio a lo largo de la
línea de clase como un todo homogéneo.
Es por esto que el estudio anterior enmarca pero no resuelve la pregunta
específica que voy a tratar en las siguientes páginas: el porqué de la extensión del
sufragio a la clase trabajadora. Si observamos con detenimiento las ampliaciones del
sufragio en términos de clase social, nos damos cuenta rápidamente de que los
movimientos inclusivos de nuevos segmentos de la burguesía deben de ser separados
analíticamente de aquellos que reconocían el derecho de voto a la clase trabajadora.
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Ambas clases sociales protagonizaron importantes revoluciones en la lucha por sus
derechos, pero los desencuentros entre la aristocracia y la burguesía tenían una base
material diferente. La aristocracia, mientras se retiraba al museo de la historia
descubierto por Karl Marx, necesitaba imperiosamente el dinero y las armas
manufacturadas que producía la burguesía. Mientras tanto, la burguesía podía contar
con el respaldo de ambos elementos para amenazar revolucionariamente a la vieja
aristocracia. Sin embargo, en el caso de la clase trabajadora no podemos articular una
lógica tan directa. En un principio, los proletarios no tenían nada que ofrecer a las élites,
primero a los aristócratas y luego a los burgueses, a cambio de obtener el derecho de
voto, y tampoco contaban con el dinero y las armas necesarias para invertir la
correlación inicial de fuerzas entre las clases. Entonces, ¿qué tenían que ofrecer, o qué
había que temer de, los trabajadores para que finalmente se les reconociera el derecho
de voto? ¿Qué los convirtió en elementos necesarios y a la vez amenazantes para las
élites de la sociedad?
Mi hipótesis de partida trata de explicar la extensión final del derecho de voto a
los trabajadores - el sufragio universal - a partir de un cambio en el equilibrio de poder
entre las clases sociales operado a través de la guerra. De esta forma, el derecho de voto
antes negado a los trabajadores occidentales se le reconocería al hilo de las guerras
mundiales acaecidas en el siglo XX por (1) la necesidad de las élites de incorporarlos
masivamente al frente y a la industria bélica y (2) el temor de esas mismas élites ante
una revolución post-bélica de trabajadores instruidos militarmente. A continuación
presentaré con más detalle cómo la guerra ha alterado históricamente el equilibrio de
poder entre las clases sociales, cuál puede ser la articulación de la guerra con otras
hipótesis acerca de la extensión del sufragio a la clase trabajadora y, finalmente, si esta
explicación tiene alguna oportunidad en su futura aplicación a las guerras mundiales del
siglo XX. Unas conclusiones, a modo de preguntas a futuro, cerrarán la presente
comunicación.
2. La guerra alterando el equilibrio de poder entre las clases sociales
Todo cambio político es, a la vez, causa y efecto de un cambio en la distribución
de poder entre las clases sociales. Las extensiones del sufragio no hacen sino reconocer
una alteración en el equilibrio de poder entre clases, y son por ello analizables desde el
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modelo del „poder relativo de clase‟ – relative class power (Rueschemeyer, Stephens y
Stephens, 1992). Bajo este modelo, toda hipótesis sobre el reconocimiento del sufragio
universal debe de ir íntimamente ligada al estudio de los cambios en la distribución del
poder en una sociedad. La guerra será tratada, por tanto, bajo este prisma, intentando
desgranar cómo la tecnología militar y las políticas de reclutamiento contribuyeron
históricamente a romper la distribución inicial de poder entre clases. Las lecciones de la
historia me servirán más adelante para la generación de hipótesis aplicables a las dos
guerras mundiales del siglo XX.
El mundo clásico: lo militar y la organización de la clase trabajadora
La relación entre la capacidad militar y la capacidad política de los diferentes
segmentos sociales queda claramente especificada en esta cita de Aristóteles en La
Política, Libro VIII (VI), p. 7:
Puesto que son principalmente cuatro los elementos del pueblo, campesinos,
obreros, mercaderes y jornaleros, y cuatro los necesarios para la guerra,
caballería, infantería pesada, tropas ligeras y flota, allí donde el país sea
apropiado para el caballo será natural establecer una oligarquía fuerte (ya
que la salvaguardia de los habitantes dependerá de esa clase de fuerza y, por
otra parte, la cría de caballos es propia de los que poseen grandes fortunas);
donde el terreno sea apto para la infantería pesada deberá establecerse la
siguiente forma de oligarquía (porque la infantería pesada es más propia de
los ricos que de los pobres); las fuerzas ligeras y las navales son
completamente democráticas. En la actualidad, dondequiera que hay gran
número de estas últimas y se produce una disensión, los oligarcas llevan las
de perder en la lucha.
Los regímenes políticos dependían en Grecia, por tanto, de la centralidad de
unas u otras clases en el ejército. En Atenas, en la época oligárquica de Solón (VII a.C.),
“la plena ciudadanía se les daba a los que tenían su armamento de hoplitas” (Aristóteles,
2000, p. 51) y se consideraba “caballero”, condición habilitante para optar a las
magistraturas de la polis, a quien podía permitirse la cría de un caballo para la guerra o
de extraer trescientas medidas de la tierra. Pero si las clases sociales desfavorecidas –
que no contaban con recursos suficientes para procurarse su propio armamento y por
tanto estaban excluidas de la ciudadanía – pasaban a ser centrales en el ejército, o si
había que llamar a filas a la población por encima de los límites de la ciudadanía,
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entonces ocurrían sucesos como las revoluciones democráticas narradas en Democracia
y lucha de clases en la antigüedad (Rosenberg, 2006).
La flota ateniense, compuesta por proletarios que sólo podían servir como
remeros al carecer de recursos para procurarse su propio equipamiento militar,
protagonizó los levantamientos democráticos del 411 y del 404 a.C. Desde el 480 a.C.
Atenas dependía de sus barcos para la defensa de la ciudad, tanto que la escuadra
ateniense era en el 460 a.C. la fuerza militar principal de la polis, llegando a contar con
30.000 remeros. En las calles de Atenas los proletarios se beneficiaban de los
comienzos esplendorosos del gobierno de Pericles, que permitía a los trabajadores la
participación formal en la Asamblea al tiempo que “orientó sobre todo a la ciudad hacia
el poderío naval, del cual resultó que tomando en confianza en sí la plebe, atrajese más
hacia sí la política” (Aristóteles, 2000, p. 113). El resultado político fue la creación de
un potente partido proletario en Atenas que, aprovechando la centralidad militar de las
clases bajas, consiguió la introducción de dietas para los miembros del Consejo y de los
tribunales o, lo que es lo mismo, el acceso de los pobres a las tareas de gobierno y, por
tanto, el inicio de la democracia ateniense en el 461 a.C. Cuando esta democracia
intentó ser revertida en el 411 a.C. y en el 405 a.C., la escuadra ateniense inició rápidas
revoluciones para restablecerla. El golpe de estado burgués del 411 a.C. provocó la
respuesta de la armada ateniense, que acudió desde Samos para enfrentarse en el mar, a
las puertas de Atenas, a la reacción burguesa y restaurar la democracia. La burguesía
intentó un nuevo golpe de estado seis años después. Había aprendido bien la lección
acerca de las tendencias democráticas y del poder militar de los remeros, por lo que dos
traidores – Alcibíades y Adimanto – conspiraron para entregar la escuadra ateniense al
enemigo en Eritrea en el 405 a.C. La consecuencia directa fue la vuelta del poder a
manos de los hoplitas y el cambio de régimen, que no duraría mucho ya que al año
siguiente la escuadra ateniense, recompuesta, volvió a conquistar la democracia.
La historia política de Roma, narrada con gran maestría en Historia de la
República Romana (Rosenberg, 1926), también tiene un marcado componente militar.
El censo dividía la población en dos condiciones: proletarius y assiduus. El término
proletarius, que significa “el que nada posee” (salvo su prole), hacía referencia a
quienes acudían a la guerra como infantería ligera o como remeros, ya que carecían de
medios para hacerse con un equipamiento militar. Quien era assiduus, “propietario”,
tenía por el contrario recursos suficientes para acudir al frente en calidad de infantería
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pesada o de caballería. Esta división militar era también una división política entre
gobernantes y gobernados, a menos que ocurriera, al igual que en Atenas, algún
reequilibrio en el poder militar de las clases.
Sin embargo, las clases bajas romanas tuvieron mayores dificultades que las
atenienses en la generación de regímenes totalmente democráticos. La fuerte
proletarización que experimentó la ciudad de Roma desde el siglo V a.C. devino
políticamente en la creación de los “tribunos de la plebe”. Se produjo entonces una
apertura del régimen pero no una democratización, ya que faltaban los ingredientes
militares para la misma: “Cierto es que los habitantes de la ciudad [de Roma], no siendo
guerreros, no se hallaban todavía en condiciones de disputar a los nobles el mando del
Estado” (Rosenberg, 1926, p. 22). Cuando en el 378 a.C. fue necesario incorporar a las
masas al ejército para rechazar la invasión gala del norte, se consiguieron nuevas
reformas en el régimen, pero aún quedaban dispositivos institucionales que negaban la
democracia. Ya incorporadas al ejército, las masas adquirieron conciencia del papel que
jugaban en las guerras de la república, y fue entonces cuando la sublevación campesina
del 287 a.C. trajo una democracia de facto a Roma, todavía imperfecta en su diseño pero
afianzada en el poder inspector de la plebe. Como vemos, los plebeyos romanos
tuvieron más dificultades para llegar a la democracia, a pesar de acumular un creciente
poder militar.
La explicación más directa está ligada a los diferentes grados de organización de
las clases bajas en Atenas y en Roma. Como hemos visto, los proletarios atenienses
crearon un fuerte y combativo partido político en los años 60 del siglo V a.C. Por el
contrario, en Roma los partidos fueron más parecidos a clubes ilustrados, plagados de
intrigas y conspiraciones, que a agentes movilizadores de las masas. Tanto optimates,
conservadores, como populares, demócratas, estuvieron siempre en manos de políticos
profesionales, y de ahí que la canalización política del poder militar de las clases bajas
fuera más imperfecta en Roma que en Grecia. Los reequilibrios bélicos, hemos
aprendido, pueden no ser suficientes para la democracia si no existe un caldo de cultivo
ideológico y organizativo que los aproveche.
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Tecnología militar: los márgenes de la movilización bélica
El estudio específico de la evolución en la tecnología militar es fundamental si
queremos entender cuáles son las condiciones de posibilidad para una mayor o menor
movilización bélica de las clases bajas. La tecnología ha ido variando a lo largo de la
historia, restringiendo o ampliando las posibilidades de un mayor reclutamiento y
demarcando la composición óptima del ejército. El efecto en el balance de poder de las
clases es claro, ya que “las circunstancias técnicas y militares, que hacen la cooperación
de las masas en el esfuerzo bélico más o menos esencial, son las más poderosas entre
los factores que determinan la extensión de las desigualdades” (Andreski, 1968, p. 27).
Desde el punto de vista militar, podemos establecer tres fases tecnológicas en occidente
antes de las dos guerras mundiales: los avances que refuerzan el sistema feudal, el
impacto de la aplicación militar de la pólvora y, finalmente, las reformas del siglo
XVIII.
El régimen político oligárquico ligado al feudalismo europeo explica gran parte
de su origen por una serie de tecnologías militares que favorecieron las guerras entre
ejércitos aristocráticos o, en su caso, donde los aristócratas ostentaban el papel decisivo.
La unidad básica era el caballero: un sujeto perteneciente a la élite social que luchaba a
caballo y protegido por una armadura pesada. Los europeos de la Edad Media copiaron
la tecnología militar de los iraníes, quienes habían desarrollado, ya en el siglo I a.C.,
una poderosa raza de caballos que permitía transportar en el lomo a hombres con
armaduras pesadas (McNeill, 1988). En este contexto, el populacho armado a base de
hierro sólo servía de comparsa en las batallas y, además, era incapaz de disputarle el
poder político a los nobles, quienes imponían sin demasiada dificultad el sistema feudal.
No obstante, existió un país europeo donde la caballería pesada no fue importante y, en
consecuencia, el sistema feudal no se desarrolló stricto sensu (Andreski, 1968). En
Suecia, a diferencia de otros países europeos, había escasez de prados. Por este motivo
los caballos eran pocos y débiles, incapaces de trasportar a hombres con armaduras
pesadas. Los aristócratas suecos tuvieron entonces que basar sus ejércitos en la
infantería campesina, compuesta por levas de hombres libres y por voluntarios
expedicionarios. Las consecuencias políticas fueron claras: en Suecia no hubo
feudalismo sino un campesinado independiente con poder militar y sin vínculos de
servidumbre con la nobleza.
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Para el resto de Europa, el status quo feudal comenzó a erosionarse en el siglo
XIII conforme se producían nuevos avances en tecnología militar, entre los cuales el
fundamental es la aplicación bélica de la pólvora. Antes de este hallazgo, el
descubrimiento de la ballesta comenzaba ya a hacer estragos (McNeill, 1988, p. 74):
La sencillez de manejo de la ballesta hacía de ella un gran igualador en el
campo de batalla. La caballería armada no tenía por qué prevalecer siempre,
cuando cualquier plebeyo robusto podía apuntar el gatillo y lanzar una flecha
capaz de derribar a un caballero de su caballo a una distancia de cien metros
o más.
Pero, sin duda, fue la pólvora la que revolucionó lo militar. Desde el primer
dibujo europeo de un cañón, recogido en el Manuscrito Milimete de 1326, tendrían que
pasar siglos hasta conseguir un empleo militar eficaz de la pólvora que restara poder a la
caballería pesada. Los preciosos cañones de bronce del siglo XV no encontraron
baratos sustitutos de hierro hasta mediados del XVI, que no fueron técnicamente
eficaces hasta el XVII (Cipolla, 1967; McNeill, 1988). Las ciudades, para defenderse de
los ataques de artillería, importaron el sistema de murallas y fosos italiano o tracce
italienne. En el mar, hacia el XVI ya existían auténticas fortalezas flotantes armadas con
potentes cañones. Todos estos avances fueron haciendo a los caballeros cada vez más
débiles y prescindibles en la guerra, ya que resultaban inútiles tanto en las batallas
terrestres, donde predominaba ahora el asedio a ciudades amuralladas y defendidas con
artillería, como en las marítimas, donde los barcos eran destruidos a distancia en lugar
de ser atacados con la táctica de espolón y abordaje.
El destierro final de la caballería pesada es absolutamente incuestionable a partir
del siglo XVIII, cuando las armas ligeras alcanzaron su perfección y se produjo una
profunda reforma en la artillería pesada. La aplicación de la pólvora a las armas ligeras
alzó militar y políticamente a la burguesía, encargada de la manufactura y de la
utilización en el frente de dichas armas (Engels, 1977, p. 172):
Las murallas de piedra de los castillos de la nobleza, hasta entonces
inexpugnables, sucumbieron ante los cañones de los ciudadanos, y las balas
de las burguesas escopetas atravesaron las armaduras caballerescas. Con la
pesada caballería aristocrática se hundió también el dominio de la nobleza.
Las reformas en la artillería francesa, llevadas a cabo por Jean Baptiste Vaquette
de Gribeauval entre 1763 y 1767, hicieron finalmente imprescindible la participación
popular en el ejército. Jean Maritz padre, después su hijo, trabajaron desde 1734 en la
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obtención de cañones estandarizados, precisos y seguros, capaces de avanzar al ritmo de
la infantería. Sobre esta base, Gribeauval creó escuelas de instrucción de artilleros
donde se reclutaba a plebeyos y se les formaba en matemáticas, a fin de que se ocuparan
del manejo de los cañones. La industrialización de la guerra fue acompañada, por tanto,
de una abertura necesaria de los ejércitos a las clases bajas, y esto ocurrió justo antes de
la Revolución Francesa (1789), lo cual sigue dándonos pistas acerca de la importancia
de lo militar en las transformaciones políticas.
Reclutamiento: la participación real de la población en la guerra
Los progresos en la tecnología militar determinan la centralidad de unas u otras
clases en el ejército y elevan los límites numéricos de un reclutamiento efectivo, pero
hay que atender al propio reclutamiento para adquirir una comprensión completa de la
cuestión. Los ejércitos de leva feudales, pagados con el botín de la propia guerra, son
bien diferentes a los ejércitos mercenarios con cargo de los impuestos de la ciudad, y
más diferentes todavía a los ejércitos reclutados mediante la conscripción universal. En
su crítica a David Kaiser (1990), Charles Tilly señala la conveniencia de considerar
estas diferencias, cruciales tanto para el establecimiento de las bases de la guerra como
para los acuerdos y arreglos emergidos tras ella (Tilly, 1992, pp. 191-192). Uno de estos
arreglos post-bélicos podría ser, efectivamente, el derecho de voto.
Entre los ejércitos de leva feudal, basados en la servidumbre y dominados por
los caballeros nobles, fueron abriéndose paso, en las ciudades italianas de los siglos XII
y XIII, otras soluciones militares. El número de burgueses creció en Europa con la
expansión comercial del siglo XI. Estos personajes de lo más variopinto, que eran
acusados de usura por la moral de la época (Polanyi, 1997), se instalaban a menudo
extramuros del “burgo viejo” o vetus burgus nobiliario, constituyendo el “burgo nuevo”
o novus burgus (Pirenne, 2007). Mientras los nobles podían recurrir a sus murallas y a
la servidumbre del populacho para procurarse defensa militar, los burgueses tuvieron
que ingeniárselas por sí mismos. Dotaron a sus barrios de empalizadas, puertas y fosos
para evitar el asalto de los bandidos, y desde el siglo XII pudieron contar también con
murallas y torres. En cuanto a las defensas humanas, la historia de las ciudades italianas
nos ofrece los dos modelos adoptados por la burguesía: la milicia popular y la condotta
militar. En algunas ciudades italianas los burgueses optaron por armarse ellos mismos,
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organizando su propia defensa basada en la infantería y en el reclutamiento bajo la ley
de la ciudad. El efecto político fue palpable: no ha faltado quien haya cantado las
alabanzas de las virtudes republicanas de Florencia (Maquiavelo, 2008), ejemplo de
milicia popular y de frenesí político-democrático. Por el contrario, ciudades como
Venecia o Milán delegaron los asuntos en bandas mercenarias que establecían contratos
– la condotta – con sus clientes (McNeill, 1988). Estas ciudades, en consecuencia,
experimentaron oligarquizaciones de sus regímenes, ya que los capitanes mercenarios,
los condottieri, proliferaban entre sus clases dominantes. Este análisis nos devuelve la
asociación entre los sistemas de reclutamiento y la apertura democrática de los
regímenes, en la misma línea de poder militar que vengo argumentando.
Pero fue en el absolutismo cuando se establecieron las condiciones del
reclutamiento para ejércitos amplios y permanentes, concretamente a partir de las
reformas introducidas por Mauricio de Nassau, Príncipe de Orange, en el siglo XVII
(McNeill, 1988). Dividió al ejército en unidades tácticas más pequeñas como lo fueran
las manípulas romanas, recuperó la zapa romana (muro de tierra tras el cual
parapetarse), estableció una instrucción sistemática para la infantería con mosquetes y
regularizó la marcha de la infantería. Sus estrategias se publicaron en 1607 y se
difundieron por toda Europa, adoptándose en muchos países los ejércitos permanentes.
Las condiciones tecnológico-organizativas para una conscripción de masas estaban ya
presentes, por tanto, en el siglo XVII (Andreski, 1968), pero los distintos países
diseñaron sus estrategias para evitar que las armas cayeran masivamente en manos de
las clases bajas. Utilizaron a mercenarios extranjeros o a lumpenproletarios
convenientemente reciclados en fieles súbditos mediante el espirit de corps militar. Sin
embargo, la situación cambió en la Francia pre-revolucionaria.
El estudio de las condiciones de reclutamiento en torno a la Revolución Francesa
(1789) ofrece una evidencia importante acerca de cómo el equilibrio militar entre las
clases puede traducirse en un equilibrio político. El ejército profesional francés
comenzó a plagarse, dada la implantación de la artillería, de suboficiales no
aristocráticos (McNeill, 1988). Estos suboficiales del pueblo tenían bloqueado el
ascenso a la escala de oficiales, compuesta por nobles, por leyes como la de 1781. Sin
embargo, recibían educación en las escuelas para cabos y sargentos creadas en 1787.
También residían en cuarteles próximos a las ciudades, estando en contacto con las
capas más humildes de la población e incluso completando sus ingresos mediante la
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realización de trabajos esporádicos en la ciudad, dado su origen también humilde.
Teniendo todo esto en cuenta, no es de extrañar que las ideas revolucionarias penetraran
entre los soldados, y que cuando estalló la revolución el 14 de julio de 1789 los 7.000
acuartelados en París no salieran en defensa del rey y, es más, algunos destacamentos de
artilleros se presentaran frente a la Bastilla para prestar sus cañones a la revolución
(McNeill, 1988). Las condiciones militares habían sentado las bases para que el ejército
francés simpatizara con los rebeldes (Andreski, 1968).
La Francia revolucionaria de 1789 no tardó en establecer, precisamente en
consonancia con el gobierno radical-democrático de los jacobinos, la conscripción
universal. Unos meses antes de que los jacobinos asumieran el mando, ya se había
decretado una leva forzosa de 300.000 hombres (Duvergier, 1834) para hacer frente a la
amenaza exterior, pero fue el Decreto de la Convención jacobina del 23 de agosto de
1793 el que estableció la conscripción universal (Brinton, 1941, p. 77):
[...] todos los franceses están permanentemente requeridos para el servicio
militar. Los jóvenes irán a la batalla; los casados forjarán armas y
trasportarán municiones; las mujeres harán tiendas y ropas y servirán en los
hospitales; los niños harán hilas con trapos viejos; y los ancianos serán
llevados a las plazas públicas con el fin de elevar el valor de los soldados y
predicar la unidad de la República y el odio a los reyes.
El vigor revolucionario de la conscripción universal se vio apagado rápidamente,
primero con Napoleón Bonaparte en Francia y luego con la Restauración en toda
Europa. Inmediatamente después del radicalismo jacobino los reclutamientos
comenzaron a ser parciales y desiguales, se establecieron cupos y, finalmente, Napoleón
Bonaparte terminó con la igualdad en el reclutamiento al permitir a los adinerados que
pagaran sustitutos en la prestación del servicio militar (McNeill, 1988). En 1815, los
países del Congreso de Viena habían aprendido los peligros democráticos de movilizar
a “el pueblo entero en armas” (Engels, 1977), y se ciñeron al empleo de ejércitos
profesionales, relativamente pequeños y formados por voluntarios o mercenarios en
lugar de por reclutas (Ticchi y Vindigni, 2008). Las élites habían aprendido que “el
pueblo entero en armas podía volverse contra cualquier gobernante lo suficientemente
incauto como para pedir ayuda a las capas más bajas de la sociedad” (McNeill, 1988, p.
245).
Sólo tras la guerra franco-prusiana de 1870-1871 se fueron reintroduciendo
distintas modalidades de conscripción, cuando Europa observó cómo “la planificación
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prusiana derrotó al arrojo francés y, como resultado, unos ciudadanos-soldado se
impusieron fácilmente a los mejores profesionales de Europa, para asombro de todo el
mundo” (McNeill, 1988, p. 278). Esta reintroducción respondió a la necesidad
imperiosa de los países de armar a un número superior de soldados (Engels, 1977),
necesidad que venció los casi 70 años de miedo a la distribución de armas entre la
población. Y es que, a finales del XIX, “la evolución exitosa de la guerra requería cada
vez más el apoyo de los obreros-ciudadanos” (Silver, 2005, p. 157). Éste es el panorama
previo a las dos guerras mundiales que analizaremos inmediatamente, y dice bastante
acerca del ya entonces conocido poder político de las clases populares armadas.
3. La hipótesis de la guerra y su articulación con otras explicaciones
El estudio histórico nos devuelve una clara asociación entre el poder militar de
las clases bajas y su papel político, al tiempo que ofrece pistas para una correcta
especificación de la hipótesis que pretende articular esta comunicación. Las lecciones
que podemos extraer de la historia son las siguientes:
(1) La tecnología militar alcanza estadios capaces de otorgar un papel
preponderante a las clases bajas en el ejército
(2) Los porcentajes de reclutamiento real de la población pueden, no obstante,
diferir del reclutamiento óptimo que permitiría la tecnología
(3) La participación militar masiva de la clase baja suele ir acompañada de
transformaciones políticas, pero la envergadura de las mismas depende
también de la organización política de dicha clase
Atendiendo a (1) y (2), podemos recoger aquí la diferencia crucial entre el ratio
de participación militar – military participation ratio o MPR – de la población óptimo y
el real (Andreski, 1968). El MPR óptimo es la proporción de la población que en una
sociedad es posible incluir en el ejército de una forma aprovechable y eficaz, dadas las
condiciones tecnológicas de lo militar en un determinado momento histórico. El MPR
real es la proporción de la población que en una sociedad es, sin embargo, incluida
efectivamente en el ejército. El MPR real puede no alcanzar al MPR óptimo bajo dos
supuestos: que no sea necesario el empleo de la fuerza militar de toda la sociedad o que
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las élites quieran evitar deliberadamente una movilización masiva de la misma para
fines bélicos, eludiendo así el conocido peligro político de unas clases bajas armadas.
Es posible ampliar el concepto general del MPR para evaluar la participación de
la población en la guerra más allá del mero hecho del reclutamiento. Michael Mann no
encontró una relación lineal entre la participación militar en el ejército y el capitalismo,
pero sí entre un concepto más amplio de participación y el capitalismo (Mann, 1988).
Este sistema económico, con su nivel de progreso tecnológico asociado, no implicaría
necesariamente reclutamientos reales más amplios, pero sí una movilización masiva de
la población en su conjunto con fines bélicos. El MPR, por tanto, puede ser potenciado
como concepto si por él se entiende, además del reclutamiento para el ejército, la
participación civil en la industria de armamento y, más allá, el grado total de
movilización de recursos – humanos o no – para la guerra. Estos dos elementos sí
correlacionarían positivamente con el capitalismo (Mann, 1988) y son igual de
importantes para observar fielmente el papel del conjunto de la población en el esfuerzo
militar. Con esta ampliación, por tanto, se reconoce la movilización bélica de la
población tanto en el frente como en la fábrica.
Esa movilización bélica, entendida en sentido amplio, ha de tener una gran
envergadura para alterar el equilibrio de poder entre las clases, por lo que el sufragio
universal no va a seguir a cualquier tipo de guerra sino a las „guerras totales‟ o total
wars. Se trata de un concepto escurridizo que ha sido tratado de diferentes formas
(Janowitz, 1978; Midlarsky, 1990; Ticchi y Vindigni, 2008), pero que encuentra su
común denominador en el empleo para la guerra de todos los recursos materiales y
humanos de una sociedad, orientando todo el sistema social hacia la guerra con el
objetivo de aniquilar al otro o de conseguir su completa rendición. Es éste un panorama
muy diferente al de las „guerras limitadas‟ o limited wars, en las que al menos uno de
los bandos puede integrar el esfuerzo bélico dentro de sus parámetros sociales previos,
sin forzarlos demasiado y sin experimentar una movilización total de la población y de
los recursos para la guerra.
Atendiendo a la definición, las guerras totales requieren de la presencia de una
serie de condiciones de posibilidad muy ligadas al protagonismo del conjunto de la
población, de las clases bajas, en el esfuerzo bélico. Primero, ha de existir un
determinado grado de progreso tecnológico que favorezca el empleo de las clases bajas
en el ejército y, a la vez, que haga posible técnicamente el reclutamiento efectivo del
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conjunto de la población. En otras palabras, para que exista una guerra total han de
elevarse primero los límites del MPR óptimo, entendido exclusivamente como
reclutamiento militar. Segundo, no sólo las posibilidades sino también las utilidades del
reclutamiento masivo han de verse elevadas, por lo que el incremento del MPR real
debe de ser una opción entre preferible e inevitable para las élites de los países en
guerra. Tercero, y siguiendo las definiciones ampliadas de MPR, la industrialización de
la guerra ha de incrementar la necesidad de colaboración de los trabajadores en las
fábricas militares, pero también en las civiles, en tiempos de guerra, obligando a un
incremento del MPR real en el sentido de movilización bélica general para mantener el
funcionamiento fabril en caso de conflicto armado.
Pero quizá la movilización popular para librar guerras totales no sea suficiente
para que los trabajadores consigan el sufragio universal en el periodo post-bélico, sino
que debería de combinarse con algún tipo de presión directa de los trabajadores sobre
las élites. La tercera lección (3) que ofrece el estudio histórico previo, basada en el
análisis de la historia clásica, invita a considerar la organización y la presión de las
clases bajas en tanto que modeladoras del nuevo equilibrio de poder entre las clases
sociales tras la guerra. Lo que plantea esta comunicación es, por tanto, una explicación
del cambio de equilibrio de poder entre las clases sociales operado a partir de la
interacción entre guerra total y organización y presión del movimiento obrero, tal y
como muestra la Figura 1 (p. 15).
Figura 1. Cuadro de relaciones entre variables para explicar la extensión de derechos a la clase trabajadora
GUERRA TOTAL
Desarrollo
económico
mejora condiciones de vida
negociación colectiva
densidad de relaciones sociales
…
Organización y presión
del movimiento obrero
progreso tecnológico
necesidad de reclutamiento masivo
industrialización de la guerra
clases bajas centrales
en el ejército
posibilidad de armar al
conjunto de la población:
▲MPR óptimo
▲MPR real
colaboración de los
trabajadores en la fábrica:
▲MPR real (sentido amplio,
movilización más allá del
ejército)
las élites necesitan extraer el
máximo esfuerzo bélico de
los trabajadores
▲probabilidades de
revolución
legitimidad de demandas de
ciudadanía en base a
participación militar
Cambio en el equilibrio de
poder de las clases sociales
Extensión de derechos
Relación causal
16
Ante la presencia simultánea de ambos elementos, el poder político de las clases
bajas se incrementaría por tres vías. Primero, la necesidad de las élites de extraer el
máximo esfuerzo de los trabajadores las llevaría a prometerles algún tipo de reforma
política (Ticchi y Vindigni, 2008). Segundo, si la experiencia militar de los trabajadores
encuentra en ellos un grado alto de organización y de capacidad de presión, entonces las
probabilidades de revolución se incrementan respecto al periodo pre-bélico. Tercero, las
demandas de los trabajadores movilizados militarmente adquieren un nuevo barniz de
legitimidad tras la guerra, en base a las recuperaciones bélicas de algún tipo de ideal de
ciudadano-soldado.
El final de la historia es la materialización política del nuevo balance de poder
entre las clases. Aquí el esquema queda conscientemente abierto. Por el momento sólo
he mencionado como efecto, vagamente, el sufragio universal. Sería interesante, en el
futuro, separar las dinámicas de extensión masculina y femenina del sufragio, teniendo
en cuenta que ambas pueden tener una explicación militar. Igualmente, resultaría
apasionante aplicar mi hipótesis al origen de los derechos sociales. Quedan todos estos
aspectos, no obstante, apuntados para futuros desarrollos.
Además, es importante señalar que la explicación bélica no está aún en
condiciones de disputar la verdad siquiera del sufragio universal con otras teorías, pero
que sí tiene un enorme potencial para ofrecer el mecanismo último a través del cual
operarían algunas de ellas. Muestra de esto es que la conocida hipótesis del desarrollo
económico como causa de la democracia, aquí sufragio universal, podría encajarse en el
inicio del razonamiento en la medida que tanto movimiento obrero como guerras totales
requerirían cierto grado de desarrollo económico para su existencia. La versión clásica
de la hipótesis del desarrollo económico (Lipset, 1959) ha sido ampliamente matizada
por quienes argumentan que la conexión desarrollo-democracia no es ni automática ni
directa (Rueschemeyer, Stephens y Stephens, 1992; Maravall, 1994; Dahl, 1997,
Przeworski y Limongi, 1997; Bottomore, 1998; Silver, 2005), y es en esa línea en la que
se puede interpretar su efecto: como un elemento facilitador de otras variables
intermedias que sí serían las decisivas, potenciando la presión del movimiento obrero y
posibilitando las guerras totales.
17
4. Evidencia exploratoria acerca de las dos guerras mundiales
A continuación voy a especificar una serie de hipótesis que, derivadas del marco
relacional anterior, convendría analizar en profundidad para determinar hasta qué punto
las dos guerras mundiales del siglo XX explicarían el establecimiento del sufragio
universal. Al mismo tiempo, he seleccionado una muestra de países sobre la que se
presenta una primera tentativa exploratoria (Tabla 1), con el fin de comprobar si las
hipótesis señaladas tendrían alguna oportunidad en su aplicación empírica.
Tabla 1. Países incluidos en la muestra del estudio exploratorio
País Primera Guerra Mundial Segunda Guerra Mundial
Bando Días Bando Días
Alemania Potencias Centrales 1564 Eje 2076
Francia2 Aliados 1562 Aliados 590
Bélgica Aliados 1561 Aliados 19
Reino Unido Aliados 1560 Aliados 2173
Rusia/URSS3 Aliados 1223 Aliados 1423
Estados Unidos Aliados 574 Aliados 1347
Italia Aliados 1269 Eje 1180
Holanda4 Neutral 0 Aliados 5
España Neutral 0 Neutral 0
Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos Inter-State War Participants,
versión 3.0 (Correlates of War Project, 2009a)
Toda prueba de la estructura causal especificada en la Figura 1 (p. 15) debería de
organizarse en tres bloques. Primero, habría que determinar si las dos guerras mundiales
fueron efectivamente guerras totales. Segundo, si se dio simultáneamente una fuerte
presión del movimiento obrero. Y tercero, si ambos fenómenos derivaron en algún tipo
de ampliación del sufragio al conjunto de la clase trabajadora. En futuros trabajos sería
2 Para la Segunda Guerra Mundial los datos corresponden, exclusivamente en esta tabla, a la
Francia Libre (excluido el Régimen de Vichy, existente desde el 25 de agosto de 1944 hasta el
final de la Segunda Guerra Mundial). 3 En la Primera Guerra Mundial los datos son para Rusia y en la Segunda Guerra Mundial para
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), dado el cambio de denominación de este
país. 4 No se explica que Holanda aparezca en la base de datos prácticamente neutral en la Segunda
Guerra Mundial, dada su filiación absoluta con el Eje durante prácticamente toda la guerra. Por
ello, en las subsiguientes consideraciones obviaré su comentario entre 1939 y 1945.
18
necesario, obviamente, incluir un número mayor de casos de control – países que
permanecieron neutrales – y auténticas operacionalizaciones de las hipótesis
especificadas.
Guerras totales
El elevado número de bajas que arrojan ambas guerras es un primer indicador en
su caracterización como guerras totales. La Primera Guerra Mundial (1914-1918)
generó 8.578.031 bajas militares, mientras en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)
fueron 16.634.907 los militares que perdieron la vida (Correlates of War Project,
2009a). Sin embargo, para esta última las cifras se disparan si contabilizamos también
las bajas civiles, oscilando su cifra total de muertos entre los 40 y los 60 millones de
personas (Artola, 1998).
Pero debemos preguntarnos si existían efectivamente las condiciones
económicas y tecnológicas en ambas guerras para que se diera la posibilidad de
movilizar al conjunto de la población, esto es, que se elevara el MPR óptimo tanto en el
frente como en la fábrica. Las hipótesis a considerar serían las siguientes:
H1: El nivel de desarrollo económico alcanzado antes de las dos guerras
mundiales crea las condiciones de progreso y aplicación tecnológicas
que otorgan centralidad a las clases bajas en el ejército y que
incrementan el MPR óptimo.
H2: El nivel de desarrollo económico alcanzado antes de las dos guerras
mundiales permite procesos de industrialización de la guerra.
Un rápido vistazo a las tendencias históricas de desarrollo económico confirma
el importante incremento general del PIB per cápita para todos los países en el periodo
considerado (Gráfico 1, p. 19). Su vinculación con una elevación en el MPR óptimo
pasa por reconocer la traducción de este desarrollo en innovaciones armamentísticas. En
realidad, el análisis previo de la historia ya ha demostrado que al menos desde finales
del XVIII existían las condiciones técnicas de movilización y centralidad militar de las
clases populares. Sin embargo, el desarrollo económico produce nuevas oportunidades
de progreso armamentístico, con importantes innovaciones en la primera (Winter, 1993)
y en la segunda (Campbell, 1993) guerras mundiales que suponen una elevación del
MPR óptimo.
19
Gráfico 1. Producto Interior Bruto per cápita (1870-1950), calculado en dólares
internacionales Geary-Khamis de 19905
Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos Statistics on World Population,
GDP and Per Capita GDP, 1-2006 AD (Maddison, 2009)
Estas guerras van a estar, acorde al grado tecnológico alcanzado por el
capitalismo a principios del siglo XX, plenamente industrializadas. El proceso de
industrialización de la guerra comenzó en Europa a mediados del XIX, pero se
intensificó notablemente en el periodo 1884-1914 (McNeill, 1988). En consecuencia,
surgieron importantes complejos bélicos-militares que, junto con el sostenimiento de la
industria civil, requirieron de una gran movilización de mano de obra en tiempos de
guerra. En los términos de la presente comunicación, esto conllevó la elevación teórica
y práctica de los umbrales de movilización en las fábricas. Inmediatamente veremos
cómo también se produjo un incremento en el MPR real entendido en sentido estricto,
esto es, en cuanto a movilización militar de la población, apuntando así el desarrollo de
la siguiente hipótesis:
H3: Las guerras totales implican la necesidad de reclutamiento masivo de
la población para el ejército y para la fábrica.
5 La URSS se fundó en 1922 y los datos comienzan en 1928. Para este país hay datos perdidos
entre los años 1941 y 1945, que he completado manteniendo constantes para ese periodo las
cifras de 1940.
20
Las cifras relativas de movilización militar – MPR real en sentido estricto – se
disparan en los países participantes en ambas guerras mundiales (Gráfico 2). Una
observación más detallada mostraría cómo para España, neutral en ambas guerras, y
Holanda, neutral en la Primera Guerra Mundial, dichos valores no experimentaron
cambios en los periodos que estuvieron al margen de los conflictos europeos.
Gráfico 2. Porcentaje de personal militar sobre el total de la población (1870-1950) 6
Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos National Material Capabilities,
versión 3.02 (Correlates of War Project, 2009b)
Tenemos, en conclusión, cierta prueba de que los dos grandes conflictos de la
primera mitad del siglo XX podrían definirse sin demasiados reparos como guerras
totales. El desarrollo económico permitió la elevación del MPR óptimo en el frente y en
la fábrica, y la realidad se conjuró para que dicha elevación teórica fuera también una
elevación real.
6 Hay datos perdidos para Reino Unido 1916, Bélgica 1941-1944, Francia 1942-1943, Italia
1941 y Rusia 1918, que he completado manteniendo constantes para esos periodos las cifras del
año anterior a los valores perdidos.
21
Presión del movimiento obrero
Para que el mecanismo interactivo que he diseñado teóricamente active la
extensión del sufragio universal, es necesaria la presencia del otro elemento de la
interacción: la presión del movimiento obrero. Planteado en hipótesis:
H4: Las dos guerras mundiales están asociadas de alguna forma a procesos
de presión sobre las élites por parte de la clase trabajadora.
Efectivamente, y a falta de una medida mejor, las cifras agregadas de
conflictividad laboral para los países no-colonias parecen respaldar la existencia de un
contundente movimiento obrero en torno a las dos guerras mundiales (Gráfico 3).
Dichas guerras dibujan un paréntesis en la tendencia al alza de la presión de las clases
bajas, la cual sin embargo estalla todavía con más virulencia en el periodo post-bélico.
Gráfico 3. Conflictividad laboral mundial, países metropolitanos (1870-1996)
Fuente: Beverly J. Silver (2005) Fuerzas de trabajo, Madrid: Akal, p. 146.
Es necesario recordar, además, que en torno a la guerras mundiales tienen lugar,
directamente, algunos procesos revolucionarios. En Rusia, una Guardia Roja bien
armada tomó el Palacio de Invierno el 7 de noviembre de 1917, en plena Primera Guerra
Mundial. En Alemania, los marinos protagonizaron la Revolución de Kiel en 1918, en
22
el ocaso de esa misma guerra. Como vemos, en algunos países la presión del
movimiento obrero, apagada internacionalmente durante los periodos bélicos, estalló
incluso revolucionariamente.
El sufragio universal
Finalmente, todo el aparato previo de movilización bélica y de presión del
movimiento obrero debería de materializarse en algún tipo de aproximación al sufragio
universal – masculino o femenino – tras las guerras. Por hipótesis:
H5: La interacción entre la presión del movimiento obrero y su
empoderamiento en las guerras totales genera derechos de algún
tipo.
A continuación podemos observar las evoluciones en el derecho de voto
acaecidas en los países de la muestra. Los resultados son diferenciales en cuanto a
grado, pero en líneas generales se concentran en los años posteriores a ambas
guerras (Tabla 2, p. 23). España, país neutral en ambos conflictos, extiende su
sufragio en 1931, una fecha intermedia entre ambas guerras que respondería a
otras dinámicas lejanas a la explicación bélica. Pero quizá los países más
problemáticos sean Holanda tras la Primera Guerra Mundial y Estados Unidos tras
la Segunda. Holanda permanece neutral y sin embargo extiende el sufragio en
1918 y 1922. Estados Unidos, beligerante en ambos conflictos, tiene que esperar
hasta 1965 para concederle el sufragio a los afroamericanos. Sin espacio para más
comentarios, sólo puedo emplazar al lector a seguirme en los futuros desarrollos
empíricos, que habrán de ocuparse también de estos casos más peculiares que
discordantes, y que nos remiten a posibles componentes de oleada – en el caso de
Holanda – y a la consideración específica del sufragio étnico – en el caso de
Estados Unidos.
23
Tabla 2. Universalizaciones del sufragio (1900-1965)
País Leyes que universalizan el sufragio y descripción
Estados Unidos Antes de 1920 Difícil consideración
1920 Extensión del sufragio a las mujeres
1965 Extensión del sufragio a los afroamericanos
Reino Unido Antes de 1918 Restricciones al sufragio y/o voto plural
1918 Sufragio universal para hombres mayores de 21 años y
mujeres mayores de 30; Sufragio mayoritariamente igual a
excepción de los escaños universitarios y del „voto de
negocios‟
1928 Edad mínima femenina para votar también de 21 años
1948 Se abolen los escaños universitarios y el voto plural
Holanda Antes de 1918 Restricciones al sufragio y/o voto plural
1918 Sufragio universal masculino, obligatorio (desde 25 años)
1922 Sufragio universal masculino y femenino, obligatorio (desde
25 años)
Bélgica Antes de 1919 Restricciones al sufragio y/o voto plural
1919 Abolición del voto plural; Descenso de la edad para votar,
desde los 21 años; Derecho de voto para las viudas y las
madres de soldados caídos en la guerra
1948 Extensión del sufragio a todas las mujeres (desde 21 años)
Francia Antes de 1945 Sufragio universal masculino en 1793, 1848 y desde 1851
1913 Introducción del voto secreto7
1945 Sufragio universal masculino y femenino (desde 21 años)
España Antes de 1931 Sufragio universal masculino (desde 25 años) en 1869-1876;
el resto del periodo caciquismo y/o restricciones
1931 Sufragio universal masculino y femenino (desde 23 años)8
Alemania Antes de 1919 Restricciones y/o voto plural
1919 Sufragio universal masculino y femenino (desde 20años)
1949 República Federal Alemana con sufragio universal (desde 21
años)
Italia Antes de 1919 Sufragio universal no igual en 1913
1919 Sufragio universal masculino (desde 21 años) con derechos
garantizados para todos los mayores de 18 años que hayan
servido en la guerra
1946 Sufragio universal masculino y femenino (desde 21 años)
Rusia/URSS Antes de 1917 Régimen imperial
1917 Revolución bolchevique
Fuente: Elaboración propia a partir de las tablas que figuran en el libro Elections in Western
Europe since 1815: electoral results by constituencies (Caramani, 2000); he añadido
información básica sobre Estados Unidos y Rusia/URSS
7 Dato completado con la información facilitada por Rueschemeyer, Stephens y Stephens
(1992). 8 Corrección del autor a la información referida por la fuente, donde no figura el sufragio
femenino cuando la Constitución Española de 1931 sí lo reconoce.
24
5. Consideraciones a futuro
El objetivo fundamental de esta comunicación era configurar un esquema
hipotético que pudiera aplicarse al estudio de la relación entre sufragio universal y
guerras mundiales. Falta todavía una prueba exhaustiva y rigurosa de dichas hipótesis.
Sin embargo, resulta provechoso esforzarse en una composición teórica que, basada en
evidencia histórica previa, permita inducir analíticamente el mecanismo causal aplicable
a las guerras mundiales del siglo XX.
Considerar la vinculación entre guerra y ciudadanía reporta, además, nuevos e
interesantes interrogantes. El papel de la guerra en el origen de los derechos sociales
(Titmuss, 1963), la importancia militar del nacionalismo (Lawson, 2000) o la relación
particular entre el voto afroamericano y la guerra (Krebs, 2006), son estribaciones que
ofrecen buenas oportunidades de estudio desde la óptica militar. Y es que la guerra ha
sido a menudo marginada en ciencias sociales, sobre todo en la investigación de su
papel endógeno hacia el interior de las sociedades beligerantes. Finalizo, pues,
recogiendo la invitación de Michael Mann, quien en este mismo sentido afirmaba:
“pensemos en otras cosas” (Mann, 1988, p. viii).
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