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1 Las raíces militares del sufragio universal 1 Álvaro Martín Hernández Universidad Complutense de Madrid [email protected] Resumen En la historia de occidente existe una asociación temporal muy marcada entre las dos guerras mundiales y la extensión del derecho de voto al conjunto de los trabajadores. Sin embargo, no se ha realizado un análisis exhaustivo del mecanismo causal que pudiera conectar, aún en la primera mitad del siglo XX, estos dos fenómenos: guerra y ciudadanía política. El presente estudio plantea como hipótesis que el derecho de voto, antes negado a los trabajadores, se les reconoce en torno a su movilización militar durante las dos guerras mundiales por un doble motivo: (1) la imperiosa necesidad de las élites de persuadirles para que luchen en defensa del país y (2) el temor de esas mismas élites ante una posible revolución de trabajadores conocedores, ahora sí, de las armas y las tácticas militares. Existen, no obstante, explicaciones alternativas, convirtiéndose en un reto la determinación del papel exacto que jugaron las dos guerras mundiales en la extensión del derecho de voto. En consecuencia, en esta comunicación se realiza una investigación histórica de los vínculos entre movilización militar y ciudadanía política, con el fin de plantear un mecanismo de conexión entre ambos fenómenos que quedaría apuntado para futuros desarrollos empíricos aplicables a las dos guerras mundiales. Palabras clave: guerra, movilización militar, ciudadanía política, derecho de voto, sociología histórica 1 La presente comunicación refleja los inicios de mi tesis doctoral, y ha sido redactada en el marco de una Beca del Programa Nacional de Formación del Profesorado Universitario concedida por el Ministerio de Educación.

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Las raíces militares del sufragio universal1

Álvaro Martín Hernández

Universidad Complutense de Madrid

[email protected]

Resumen

En la historia de occidente existe una asociación temporal muy marcada entre las dos

guerras mundiales y la extensión del derecho de voto al conjunto de los trabajadores.

Sin embargo, no se ha realizado un análisis exhaustivo del mecanismo causal que

pudiera conectar, aún en la primera mitad del siglo XX, estos dos fenómenos: guerra y

ciudadanía política. El presente estudio plantea como hipótesis que el derecho de voto,

antes negado a los trabajadores, se les reconoce en torno a su movilización militar

durante las dos guerras mundiales por un doble motivo: (1) la imperiosa necesidad de

las élites de persuadirles para que luchen en defensa del país y (2) el temor de esas

mismas élites ante una posible revolución de trabajadores conocedores, ahora sí, de las

armas y las tácticas militares. Existen, no obstante, explicaciones alternativas,

convirtiéndose en un reto la determinación del papel exacto que jugaron las dos guerras

mundiales en la extensión del derecho de voto. En consecuencia, en esta comunicación

se realiza una investigación histórica de los vínculos entre movilización militar y

ciudadanía política, con el fin de plantear un mecanismo de conexión entre ambos

fenómenos que quedaría apuntado para futuros desarrollos empíricos aplicables a las

dos guerras mundiales.

Palabras clave: guerra, movilización militar, ciudadanía política, derecho de voto,

sociología histórica

1 La presente comunicación refleja los inicios de mi tesis doctoral, y ha sido redactada en el marco de una

Beca del Programa Nacional de Formación del Profesorado Universitario concedida por el Ministerio de

Educación.

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1. Introducción

La extensión del derecho de voto a la clase trabajadora supone una

trasformación fundamental en la historia de los regímenes políticos. Si bien es cierto

que la mera existencia del sufragio universal no es sinónimo de democracia sino el

límite superior del gobierno representativo (Manin, 2006), es lícito pensar en la garantía

de éste y otros derechos civiles, políticos y sociales como condición previa a la

realización de una democracia completa. Con este término me refiero a lo que

Aristóteles identificó con el gobierno de los “muchos pobres libres” (Aristóteles, 2005),

y que exige para la efectividad de ese gobierno la eliminación de toda barrera que la

pobreza pudiera suponer a la participación igualitaria, educada y virtuosa, en los asuntos

del demos (De Francisco, 2007). Sin embargo, aún eliminado la equiparación

automática entre sufragio universal y democracia, podemos seguir considerando la

extensión del derecho de voto a la clase trabajadora como el hecho inaugural de las

democracias representativas contemporáneas y, sin demasiado esfuerzo, como una

atalaya estratégica desde la que avanzar hacia la democracia aristotélica.

Las extensiones del sufragio han recibido una atención considerable – y

recientemente renovada – por parte de las ciencias sociales. Adam Przeworski ha sido el

último en retomar su estudio de manera sistemática, tal y como muestra su artículo

Conquered or Granted? A History of Suffrage Extensions (Przeworski, 2008). En él

considera varias teorías explicativas de las extensiones del sufragio,

operacionalizándolas y poniéndolas a competir sobre una base de datos que incluye 187

países, abarcando desde el inicio de las instituciones representativas en cada país hasta

el año 2000. En el análisis estadístico diferencia extensiones del sufragio en términos de

clase, de género y las que lo amplían en ambas direcciones simultáneamente (clase y

género). Sin embargo, trata estadísticamente las extensiones del sufragio a lo largo de la

línea de clase como un todo homogéneo.

Es por esto que el estudio anterior enmarca pero no resuelve la pregunta

específica que voy a tratar en las siguientes páginas: el porqué de la extensión del

sufragio a la clase trabajadora. Si observamos con detenimiento las ampliaciones del

sufragio en términos de clase social, nos damos cuenta rápidamente de que los

movimientos inclusivos de nuevos segmentos de la burguesía deben de ser separados

analíticamente de aquellos que reconocían el derecho de voto a la clase trabajadora.

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Ambas clases sociales protagonizaron importantes revoluciones en la lucha por sus

derechos, pero los desencuentros entre la aristocracia y la burguesía tenían una base

material diferente. La aristocracia, mientras se retiraba al museo de la historia

descubierto por Karl Marx, necesitaba imperiosamente el dinero y las armas

manufacturadas que producía la burguesía. Mientras tanto, la burguesía podía contar

con el respaldo de ambos elementos para amenazar revolucionariamente a la vieja

aristocracia. Sin embargo, en el caso de la clase trabajadora no podemos articular una

lógica tan directa. En un principio, los proletarios no tenían nada que ofrecer a las élites,

primero a los aristócratas y luego a los burgueses, a cambio de obtener el derecho de

voto, y tampoco contaban con el dinero y las armas necesarias para invertir la

correlación inicial de fuerzas entre las clases. Entonces, ¿qué tenían que ofrecer, o qué

había que temer de, los trabajadores para que finalmente se les reconociera el derecho

de voto? ¿Qué los convirtió en elementos necesarios y a la vez amenazantes para las

élites de la sociedad?

Mi hipótesis de partida trata de explicar la extensión final del derecho de voto a

los trabajadores - el sufragio universal - a partir de un cambio en el equilibrio de poder

entre las clases sociales operado a través de la guerra. De esta forma, el derecho de voto

antes negado a los trabajadores occidentales se le reconocería al hilo de las guerras

mundiales acaecidas en el siglo XX por (1) la necesidad de las élites de incorporarlos

masivamente al frente y a la industria bélica y (2) el temor de esas mismas élites ante

una revolución post-bélica de trabajadores instruidos militarmente. A continuación

presentaré con más detalle cómo la guerra ha alterado históricamente el equilibrio de

poder entre las clases sociales, cuál puede ser la articulación de la guerra con otras

hipótesis acerca de la extensión del sufragio a la clase trabajadora y, finalmente, si esta

explicación tiene alguna oportunidad en su futura aplicación a las guerras mundiales del

siglo XX. Unas conclusiones, a modo de preguntas a futuro, cerrarán la presente

comunicación.

2. La guerra alterando el equilibrio de poder entre las clases sociales

Todo cambio político es, a la vez, causa y efecto de un cambio en la distribución

de poder entre las clases sociales. Las extensiones del sufragio no hacen sino reconocer

una alteración en el equilibrio de poder entre clases, y son por ello analizables desde el

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modelo del „poder relativo de clase‟ – relative class power (Rueschemeyer, Stephens y

Stephens, 1992). Bajo este modelo, toda hipótesis sobre el reconocimiento del sufragio

universal debe de ir íntimamente ligada al estudio de los cambios en la distribución del

poder en una sociedad. La guerra será tratada, por tanto, bajo este prisma, intentando

desgranar cómo la tecnología militar y las políticas de reclutamiento contribuyeron

históricamente a romper la distribución inicial de poder entre clases. Las lecciones de la

historia me servirán más adelante para la generación de hipótesis aplicables a las dos

guerras mundiales del siglo XX.

El mundo clásico: lo militar y la organización de la clase trabajadora

La relación entre la capacidad militar y la capacidad política de los diferentes

segmentos sociales queda claramente especificada en esta cita de Aristóteles en La

Política, Libro VIII (VI), p. 7:

Puesto que son principalmente cuatro los elementos del pueblo, campesinos,

obreros, mercaderes y jornaleros, y cuatro los necesarios para la guerra,

caballería, infantería pesada, tropas ligeras y flota, allí donde el país sea

apropiado para el caballo será natural establecer una oligarquía fuerte (ya

que la salvaguardia de los habitantes dependerá de esa clase de fuerza y, por

otra parte, la cría de caballos es propia de los que poseen grandes fortunas);

donde el terreno sea apto para la infantería pesada deberá establecerse la

siguiente forma de oligarquía (porque la infantería pesada es más propia de

los ricos que de los pobres); las fuerzas ligeras y las navales son

completamente democráticas. En la actualidad, dondequiera que hay gran

número de estas últimas y se produce una disensión, los oligarcas llevan las

de perder en la lucha.

Los regímenes políticos dependían en Grecia, por tanto, de la centralidad de

unas u otras clases en el ejército. En Atenas, en la época oligárquica de Solón (VII a.C.),

“la plena ciudadanía se les daba a los que tenían su armamento de hoplitas” (Aristóteles,

2000, p. 51) y se consideraba “caballero”, condición habilitante para optar a las

magistraturas de la polis, a quien podía permitirse la cría de un caballo para la guerra o

de extraer trescientas medidas de la tierra. Pero si las clases sociales desfavorecidas –

que no contaban con recursos suficientes para procurarse su propio armamento y por

tanto estaban excluidas de la ciudadanía – pasaban a ser centrales en el ejército, o si

había que llamar a filas a la población por encima de los límites de la ciudadanía,

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entonces ocurrían sucesos como las revoluciones democráticas narradas en Democracia

y lucha de clases en la antigüedad (Rosenberg, 2006).

La flota ateniense, compuesta por proletarios que sólo podían servir como

remeros al carecer de recursos para procurarse su propio equipamiento militar,

protagonizó los levantamientos democráticos del 411 y del 404 a.C. Desde el 480 a.C.

Atenas dependía de sus barcos para la defensa de la ciudad, tanto que la escuadra

ateniense era en el 460 a.C. la fuerza militar principal de la polis, llegando a contar con

30.000 remeros. En las calles de Atenas los proletarios se beneficiaban de los

comienzos esplendorosos del gobierno de Pericles, que permitía a los trabajadores la

participación formal en la Asamblea al tiempo que “orientó sobre todo a la ciudad hacia

el poderío naval, del cual resultó que tomando en confianza en sí la plebe, atrajese más

hacia sí la política” (Aristóteles, 2000, p. 113). El resultado político fue la creación de

un potente partido proletario en Atenas que, aprovechando la centralidad militar de las

clases bajas, consiguió la introducción de dietas para los miembros del Consejo y de los

tribunales o, lo que es lo mismo, el acceso de los pobres a las tareas de gobierno y, por

tanto, el inicio de la democracia ateniense en el 461 a.C. Cuando esta democracia

intentó ser revertida en el 411 a.C. y en el 405 a.C., la escuadra ateniense inició rápidas

revoluciones para restablecerla. El golpe de estado burgués del 411 a.C. provocó la

respuesta de la armada ateniense, que acudió desde Samos para enfrentarse en el mar, a

las puertas de Atenas, a la reacción burguesa y restaurar la democracia. La burguesía

intentó un nuevo golpe de estado seis años después. Había aprendido bien la lección

acerca de las tendencias democráticas y del poder militar de los remeros, por lo que dos

traidores – Alcibíades y Adimanto – conspiraron para entregar la escuadra ateniense al

enemigo en Eritrea en el 405 a.C. La consecuencia directa fue la vuelta del poder a

manos de los hoplitas y el cambio de régimen, que no duraría mucho ya que al año

siguiente la escuadra ateniense, recompuesta, volvió a conquistar la democracia.

La historia política de Roma, narrada con gran maestría en Historia de la

República Romana (Rosenberg, 1926), también tiene un marcado componente militar.

El censo dividía la población en dos condiciones: proletarius y assiduus. El término

proletarius, que significa “el que nada posee” (salvo su prole), hacía referencia a

quienes acudían a la guerra como infantería ligera o como remeros, ya que carecían de

medios para hacerse con un equipamiento militar. Quien era assiduus, “propietario”,

tenía por el contrario recursos suficientes para acudir al frente en calidad de infantería

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pesada o de caballería. Esta división militar era también una división política entre

gobernantes y gobernados, a menos que ocurriera, al igual que en Atenas, algún

reequilibrio en el poder militar de las clases.

Sin embargo, las clases bajas romanas tuvieron mayores dificultades que las

atenienses en la generación de regímenes totalmente democráticos. La fuerte

proletarización que experimentó la ciudad de Roma desde el siglo V a.C. devino

políticamente en la creación de los “tribunos de la plebe”. Se produjo entonces una

apertura del régimen pero no una democratización, ya que faltaban los ingredientes

militares para la misma: “Cierto es que los habitantes de la ciudad [de Roma], no siendo

guerreros, no se hallaban todavía en condiciones de disputar a los nobles el mando del

Estado” (Rosenberg, 1926, p. 22). Cuando en el 378 a.C. fue necesario incorporar a las

masas al ejército para rechazar la invasión gala del norte, se consiguieron nuevas

reformas en el régimen, pero aún quedaban dispositivos institucionales que negaban la

democracia. Ya incorporadas al ejército, las masas adquirieron conciencia del papel que

jugaban en las guerras de la república, y fue entonces cuando la sublevación campesina

del 287 a.C. trajo una democracia de facto a Roma, todavía imperfecta en su diseño pero

afianzada en el poder inspector de la plebe. Como vemos, los plebeyos romanos

tuvieron más dificultades para llegar a la democracia, a pesar de acumular un creciente

poder militar.

La explicación más directa está ligada a los diferentes grados de organización de

las clases bajas en Atenas y en Roma. Como hemos visto, los proletarios atenienses

crearon un fuerte y combativo partido político en los años 60 del siglo V a.C. Por el

contrario, en Roma los partidos fueron más parecidos a clubes ilustrados, plagados de

intrigas y conspiraciones, que a agentes movilizadores de las masas. Tanto optimates,

conservadores, como populares, demócratas, estuvieron siempre en manos de políticos

profesionales, y de ahí que la canalización política del poder militar de las clases bajas

fuera más imperfecta en Roma que en Grecia. Los reequilibrios bélicos, hemos

aprendido, pueden no ser suficientes para la democracia si no existe un caldo de cultivo

ideológico y organizativo que los aproveche.

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Tecnología militar: los márgenes de la movilización bélica

El estudio específico de la evolución en la tecnología militar es fundamental si

queremos entender cuáles son las condiciones de posibilidad para una mayor o menor

movilización bélica de las clases bajas. La tecnología ha ido variando a lo largo de la

historia, restringiendo o ampliando las posibilidades de un mayor reclutamiento y

demarcando la composición óptima del ejército. El efecto en el balance de poder de las

clases es claro, ya que “las circunstancias técnicas y militares, que hacen la cooperación

de las masas en el esfuerzo bélico más o menos esencial, son las más poderosas entre

los factores que determinan la extensión de las desigualdades” (Andreski, 1968, p. 27).

Desde el punto de vista militar, podemos establecer tres fases tecnológicas en occidente

antes de las dos guerras mundiales: los avances que refuerzan el sistema feudal, el

impacto de la aplicación militar de la pólvora y, finalmente, las reformas del siglo

XVIII.

El régimen político oligárquico ligado al feudalismo europeo explica gran parte

de su origen por una serie de tecnologías militares que favorecieron las guerras entre

ejércitos aristocráticos o, en su caso, donde los aristócratas ostentaban el papel decisivo.

La unidad básica era el caballero: un sujeto perteneciente a la élite social que luchaba a

caballo y protegido por una armadura pesada. Los europeos de la Edad Media copiaron

la tecnología militar de los iraníes, quienes habían desarrollado, ya en el siglo I a.C.,

una poderosa raza de caballos que permitía transportar en el lomo a hombres con

armaduras pesadas (McNeill, 1988). En este contexto, el populacho armado a base de

hierro sólo servía de comparsa en las batallas y, además, era incapaz de disputarle el

poder político a los nobles, quienes imponían sin demasiada dificultad el sistema feudal.

No obstante, existió un país europeo donde la caballería pesada no fue importante y, en

consecuencia, el sistema feudal no se desarrolló stricto sensu (Andreski, 1968). En

Suecia, a diferencia de otros países europeos, había escasez de prados. Por este motivo

los caballos eran pocos y débiles, incapaces de trasportar a hombres con armaduras

pesadas. Los aristócratas suecos tuvieron entonces que basar sus ejércitos en la

infantería campesina, compuesta por levas de hombres libres y por voluntarios

expedicionarios. Las consecuencias políticas fueron claras: en Suecia no hubo

feudalismo sino un campesinado independiente con poder militar y sin vínculos de

servidumbre con la nobleza.

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Para el resto de Europa, el status quo feudal comenzó a erosionarse en el siglo

XIII conforme se producían nuevos avances en tecnología militar, entre los cuales el

fundamental es la aplicación bélica de la pólvora. Antes de este hallazgo, el

descubrimiento de la ballesta comenzaba ya a hacer estragos (McNeill, 1988, p. 74):

La sencillez de manejo de la ballesta hacía de ella un gran igualador en el

campo de batalla. La caballería armada no tenía por qué prevalecer siempre,

cuando cualquier plebeyo robusto podía apuntar el gatillo y lanzar una flecha

capaz de derribar a un caballero de su caballo a una distancia de cien metros

o más.

Pero, sin duda, fue la pólvora la que revolucionó lo militar. Desde el primer

dibujo europeo de un cañón, recogido en el Manuscrito Milimete de 1326, tendrían que

pasar siglos hasta conseguir un empleo militar eficaz de la pólvora que restara poder a la

caballería pesada. Los preciosos cañones de bronce del siglo XV no encontraron

baratos sustitutos de hierro hasta mediados del XVI, que no fueron técnicamente

eficaces hasta el XVII (Cipolla, 1967; McNeill, 1988). Las ciudades, para defenderse de

los ataques de artillería, importaron el sistema de murallas y fosos italiano o tracce

italienne. En el mar, hacia el XVI ya existían auténticas fortalezas flotantes armadas con

potentes cañones. Todos estos avances fueron haciendo a los caballeros cada vez más

débiles y prescindibles en la guerra, ya que resultaban inútiles tanto en las batallas

terrestres, donde predominaba ahora el asedio a ciudades amuralladas y defendidas con

artillería, como en las marítimas, donde los barcos eran destruidos a distancia en lugar

de ser atacados con la táctica de espolón y abordaje.

El destierro final de la caballería pesada es absolutamente incuestionable a partir

del siglo XVIII, cuando las armas ligeras alcanzaron su perfección y se produjo una

profunda reforma en la artillería pesada. La aplicación de la pólvora a las armas ligeras

alzó militar y políticamente a la burguesía, encargada de la manufactura y de la

utilización en el frente de dichas armas (Engels, 1977, p. 172):

Las murallas de piedra de los castillos de la nobleza, hasta entonces

inexpugnables, sucumbieron ante los cañones de los ciudadanos, y las balas

de las burguesas escopetas atravesaron las armaduras caballerescas. Con la

pesada caballería aristocrática se hundió también el dominio de la nobleza.

Las reformas en la artillería francesa, llevadas a cabo por Jean Baptiste Vaquette

de Gribeauval entre 1763 y 1767, hicieron finalmente imprescindible la participación

popular en el ejército. Jean Maritz padre, después su hijo, trabajaron desde 1734 en la

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obtención de cañones estandarizados, precisos y seguros, capaces de avanzar al ritmo de

la infantería. Sobre esta base, Gribeauval creó escuelas de instrucción de artilleros

donde se reclutaba a plebeyos y se les formaba en matemáticas, a fin de que se ocuparan

del manejo de los cañones. La industrialización de la guerra fue acompañada, por tanto,

de una abertura necesaria de los ejércitos a las clases bajas, y esto ocurrió justo antes de

la Revolución Francesa (1789), lo cual sigue dándonos pistas acerca de la importancia

de lo militar en las transformaciones políticas.

Reclutamiento: la participación real de la población en la guerra

Los progresos en la tecnología militar determinan la centralidad de unas u otras

clases en el ejército y elevan los límites numéricos de un reclutamiento efectivo, pero

hay que atender al propio reclutamiento para adquirir una comprensión completa de la

cuestión. Los ejércitos de leva feudales, pagados con el botín de la propia guerra, son

bien diferentes a los ejércitos mercenarios con cargo de los impuestos de la ciudad, y

más diferentes todavía a los ejércitos reclutados mediante la conscripción universal. En

su crítica a David Kaiser (1990), Charles Tilly señala la conveniencia de considerar

estas diferencias, cruciales tanto para el establecimiento de las bases de la guerra como

para los acuerdos y arreglos emergidos tras ella (Tilly, 1992, pp. 191-192). Uno de estos

arreglos post-bélicos podría ser, efectivamente, el derecho de voto.

Entre los ejércitos de leva feudal, basados en la servidumbre y dominados por

los caballeros nobles, fueron abriéndose paso, en las ciudades italianas de los siglos XII

y XIII, otras soluciones militares. El número de burgueses creció en Europa con la

expansión comercial del siglo XI. Estos personajes de lo más variopinto, que eran

acusados de usura por la moral de la época (Polanyi, 1997), se instalaban a menudo

extramuros del “burgo viejo” o vetus burgus nobiliario, constituyendo el “burgo nuevo”

o novus burgus (Pirenne, 2007). Mientras los nobles podían recurrir a sus murallas y a

la servidumbre del populacho para procurarse defensa militar, los burgueses tuvieron

que ingeniárselas por sí mismos. Dotaron a sus barrios de empalizadas, puertas y fosos

para evitar el asalto de los bandidos, y desde el siglo XII pudieron contar también con

murallas y torres. En cuanto a las defensas humanas, la historia de las ciudades italianas

nos ofrece los dos modelos adoptados por la burguesía: la milicia popular y la condotta

militar. En algunas ciudades italianas los burgueses optaron por armarse ellos mismos,

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organizando su propia defensa basada en la infantería y en el reclutamiento bajo la ley

de la ciudad. El efecto político fue palpable: no ha faltado quien haya cantado las

alabanzas de las virtudes republicanas de Florencia (Maquiavelo, 2008), ejemplo de

milicia popular y de frenesí político-democrático. Por el contrario, ciudades como

Venecia o Milán delegaron los asuntos en bandas mercenarias que establecían contratos

– la condotta – con sus clientes (McNeill, 1988). Estas ciudades, en consecuencia,

experimentaron oligarquizaciones de sus regímenes, ya que los capitanes mercenarios,

los condottieri, proliferaban entre sus clases dominantes. Este análisis nos devuelve la

asociación entre los sistemas de reclutamiento y la apertura democrática de los

regímenes, en la misma línea de poder militar que vengo argumentando.

Pero fue en el absolutismo cuando se establecieron las condiciones del

reclutamiento para ejércitos amplios y permanentes, concretamente a partir de las

reformas introducidas por Mauricio de Nassau, Príncipe de Orange, en el siglo XVII

(McNeill, 1988). Dividió al ejército en unidades tácticas más pequeñas como lo fueran

las manípulas romanas, recuperó la zapa romana (muro de tierra tras el cual

parapetarse), estableció una instrucción sistemática para la infantería con mosquetes y

regularizó la marcha de la infantería. Sus estrategias se publicaron en 1607 y se

difundieron por toda Europa, adoptándose en muchos países los ejércitos permanentes.

Las condiciones tecnológico-organizativas para una conscripción de masas estaban ya

presentes, por tanto, en el siglo XVII (Andreski, 1968), pero los distintos países

diseñaron sus estrategias para evitar que las armas cayeran masivamente en manos de

las clases bajas. Utilizaron a mercenarios extranjeros o a lumpenproletarios

convenientemente reciclados en fieles súbditos mediante el espirit de corps militar. Sin

embargo, la situación cambió en la Francia pre-revolucionaria.

El estudio de las condiciones de reclutamiento en torno a la Revolución Francesa

(1789) ofrece una evidencia importante acerca de cómo el equilibrio militar entre las

clases puede traducirse en un equilibrio político. El ejército profesional francés

comenzó a plagarse, dada la implantación de la artillería, de suboficiales no

aristocráticos (McNeill, 1988). Estos suboficiales del pueblo tenían bloqueado el

ascenso a la escala de oficiales, compuesta por nobles, por leyes como la de 1781. Sin

embargo, recibían educación en las escuelas para cabos y sargentos creadas en 1787.

También residían en cuarteles próximos a las ciudades, estando en contacto con las

capas más humildes de la población e incluso completando sus ingresos mediante la

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realización de trabajos esporádicos en la ciudad, dado su origen también humilde.

Teniendo todo esto en cuenta, no es de extrañar que las ideas revolucionarias penetraran

entre los soldados, y que cuando estalló la revolución el 14 de julio de 1789 los 7.000

acuartelados en París no salieran en defensa del rey y, es más, algunos destacamentos de

artilleros se presentaran frente a la Bastilla para prestar sus cañones a la revolución

(McNeill, 1988). Las condiciones militares habían sentado las bases para que el ejército

francés simpatizara con los rebeldes (Andreski, 1968).

La Francia revolucionaria de 1789 no tardó en establecer, precisamente en

consonancia con el gobierno radical-democrático de los jacobinos, la conscripción

universal. Unos meses antes de que los jacobinos asumieran el mando, ya se había

decretado una leva forzosa de 300.000 hombres (Duvergier, 1834) para hacer frente a la

amenaza exterior, pero fue el Decreto de la Convención jacobina del 23 de agosto de

1793 el que estableció la conscripción universal (Brinton, 1941, p. 77):

[...] todos los franceses están permanentemente requeridos para el servicio

militar. Los jóvenes irán a la batalla; los casados forjarán armas y

trasportarán municiones; las mujeres harán tiendas y ropas y servirán en los

hospitales; los niños harán hilas con trapos viejos; y los ancianos serán

llevados a las plazas públicas con el fin de elevar el valor de los soldados y

predicar la unidad de la República y el odio a los reyes.

El vigor revolucionario de la conscripción universal se vio apagado rápidamente,

primero con Napoleón Bonaparte en Francia y luego con la Restauración en toda

Europa. Inmediatamente después del radicalismo jacobino los reclutamientos

comenzaron a ser parciales y desiguales, se establecieron cupos y, finalmente, Napoleón

Bonaparte terminó con la igualdad en el reclutamiento al permitir a los adinerados que

pagaran sustitutos en la prestación del servicio militar (McNeill, 1988). En 1815, los

países del Congreso de Viena habían aprendido los peligros democráticos de movilizar

a “el pueblo entero en armas” (Engels, 1977), y se ciñeron al empleo de ejércitos

profesionales, relativamente pequeños y formados por voluntarios o mercenarios en

lugar de por reclutas (Ticchi y Vindigni, 2008). Las élites habían aprendido que “el

pueblo entero en armas podía volverse contra cualquier gobernante lo suficientemente

incauto como para pedir ayuda a las capas más bajas de la sociedad” (McNeill, 1988, p.

245).

Sólo tras la guerra franco-prusiana de 1870-1871 se fueron reintroduciendo

distintas modalidades de conscripción, cuando Europa observó cómo “la planificación

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prusiana derrotó al arrojo francés y, como resultado, unos ciudadanos-soldado se

impusieron fácilmente a los mejores profesionales de Europa, para asombro de todo el

mundo” (McNeill, 1988, p. 278). Esta reintroducción respondió a la necesidad

imperiosa de los países de armar a un número superior de soldados (Engels, 1977),

necesidad que venció los casi 70 años de miedo a la distribución de armas entre la

población. Y es que, a finales del XIX, “la evolución exitosa de la guerra requería cada

vez más el apoyo de los obreros-ciudadanos” (Silver, 2005, p. 157). Éste es el panorama

previo a las dos guerras mundiales que analizaremos inmediatamente, y dice bastante

acerca del ya entonces conocido poder político de las clases populares armadas.

3. La hipótesis de la guerra y su articulación con otras explicaciones

El estudio histórico nos devuelve una clara asociación entre el poder militar de

las clases bajas y su papel político, al tiempo que ofrece pistas para una correcta

especificación de la hipótesis que pretende articular esta comunicación. Las lecciones

que podemos extraer de la historia son las siguientes:

(1) La tecnología militar alcanza estadios capaces de otorgar un papel

preponderante a las clases bajas en el ejército

(2) Los porcentajes de reclutamiento real de la población pueden, no obstante,

diferir del reclutamiento óptimo que permitiría la tecnología

(3) La participación militar masiva de la clase baja suele ir acompañada de

transformaciones políticas, pero la envergadura de las mismas depende

también de la organización política de dicha clase

Atendiendo a (1) y (2), podemos recoger aquí la diferencia crucial entre el ratio

de participación militar – military participation ratio o MPR – de la población óptimo y

el real (Andreski, 1968). El MPR óptimo es la proporción de la población que en una

sociedad es posible incluir en el ejército de una forma aprovechable y eficaz, dadas las

condiciones tecnológicas de lo militar en un determinado momento histórico. El MPR

real es la proporción de la población que en una sociedad es, sin embargo, incluida

efectivamente en el ejército. El MPR real puede no alcanzar al MPR óptimo bajo dos

supuestos: que no sea necesario el empleo de la fuerza militar de toda la sociedad o que

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las élites quieran evitar deliberadamente una movilización masiva de la misma para

fines bélicos, eludiendo así el conocido peligro político de unas clases bajas armadas.

Es posible ampliar el concepto general del MPR para evaluar la participación de

la población en la guerra más allá del mero hecho del reclutamiento. Michael Mann no

encontró una relación lineal entre la participación militar en el ejército y el capitalismo,

pero sí entre un concepto más amplio de participación y el capitalismo (Mann, 1988).

Este sistema económico, con su nivel de progreso tecnológico asociado, no implicaría

necesariamente reclutamientos reales más amplios, pero sí una movilización masiva de

la población en su conjunto con fines bélicos. El MPR, por tanto, puede ser potenciado

como concepto si por él se entiende, además del reclutamiento para el ejército, la

participación civil en la industria de armamento y, más allá, el grado total de

movilización de recursos – humanos o no – para la guerra. Estos dos elementos sí

correlacionarían positivamente con el capitalismo (Mann, 1988) y son igual de

importantes para observar fielmente el papel del conjunto de la población en el esfuerzo

militar. Con esta ampliación, por tanto, se reconoce la movilización bélica de la

población tanto en el frente como en la fábrica.

Esa movilización bélica, entendida en sentido amplio, ha de tener una gran

envergadura para alterar el equilibrio de poder entre las clases, por lo que el sufragio

universal no va a seguir a cualquier tipo de guerra sino a las „guerras totales‟ o total

wars. Se trata de un concepto escurridizo que ha sido tratado de diferentes formas

(Janowitz, 1978; Midlarsky, 1990; Ticchi y Vindigni, 2008), pero que encuentra su

común denominador en el empleo para la guerra de todos los recursos materiales y

humanos de una sociedad, orientando todo el sistema social hacia la guerra con el

objetivo de aniquilar al otro o de conseguir su completa rendición. Es éste un panorama

muy diferente al de las „guerras limitadas‟ o limited wars, en las que al menos uno de

los bandos puede integrar el esfuerzo bélico dentro de sus parámetros sociales previos,

sin forzarlos demasiado y sin experimentar una movilización total de la población y de

los recursos para la guerra.

Atendiendo a la definición, las guerras totales requieren de la presencia de una

serie de condiciones de posibilidad muy ligadas al protagonismo del conjunto de la

población, de las clases bajas, en el esfuerzo bélico. Primero, ha de existir un

determinado grado de progreso tecnológico que favorezca el empleo de las clases bajas

en el ejército y, a la vez, que haga posible técnicamente el reclutamiento efectivo del

14

conjunto de la población. En otras palabras, para que exista una guerra total han de

elevarse primero los límites del MPR óptimo, entendido exclusivamente como

reclutamiento militar. Segundo, no sólo las posibilidades sino también las utilidades del

reclutamiento masivo han de verse elevadas, por lo que el incremento del MPR real

debe de ser una opción entre preferible e inevitable para las élites de los países en

guerra. Tercero, y siguiendo las definiciones ampliadas de MPR, la industrialización de

la guerra ha de incrementar la necesidad de colaboración de los trabajadores en las

fábricas militares, pero también en las civiles, en tiempos de guerra, obligando a un

incremento del MPR real en el sentido de movilización bélica general para mantener el

funcionamiento fabril en caso de conflicto armado.

Pero quizá la movilización popular para librar guerras totales no sea suficiente

para que los trabajadores consigan el sufragio universal en el periodo post-bélico, sino

que debería de combinarse con algún tipo de presión directa de los trabajadores sobre

las élites. La tercera lección (3) que ofrece el estudio histórico previo, basada en el

análisis de la historia clásica, invita a considerar la organización y la presión de las

clases bajas en tanto que modeladoras del nuevo equilibrio de poder entre las clases

sociales tras la guerra. Lo que plantea esta comunicación es, por tanto, una explicación

del cambio de equilibrio de poder entre las clases sociales operado a partir de la

interacción entre guerra total y organización y presión del movimiento obrero, tal y

como muestra la Figura 1 (p. 15).

Figura 1. Cuadro de relaciones entre variables para explicar la extensión de derechos a la clase trabajadora

GUERRA TOTAL

Desarrollo

económico

mejora condiciones de vida

negociación colectiva

densidad de relaciones sociales

Organización y presión

del movimiento obrero

progreso tecnológico

necesidad de reclutamiento masivo

industrialización de la guerra

clases bajas centrales

en el ejército

posibilidad de armar al

conjunto de la población:

▲MPR óptimo

▲MPR real

colaboración de los

trabajadores en la fábrica:

▲MPR real (sentido amplio,

movilización más allá del

ejército)

las élites necesitan extraer el

máximo esfuerzo bélico de

los trabajadores

▲probabilidades de

revolución

legitimidad de demandas de

ciudadanía en base a

participación militar

Cambio en el equilibrio de

poder de las clases sociales

Extensión de derechos

Relación causal

16

Ante la presencia simultánea de ambos elementos, el poder político de las clases

bajas se incrementaría por tres vías. Primero, la necesidad de las élites de extraer el

máximo esfuerzo de los trabajadores las llevaría a prometerles algún tipo de reforma

política (Ticchi y Vindigni, 2008). Segundo, si la experiencia militar de los trabajadores

encuentra en ellos un grado alto de organización y de capacidad de presión, entonces las

probabilidades de revolución se incrementan respecto al periodo pre-bélico. Tercero, las

demandas de los trabajadores movilizados militarmente adquieren un nuevo barniz de

legitimidad tras la guerra, en base a las recuperaciones bélicas de algún tipo de ideal de

ciudadano-soldado.

El final de la historia es la materialización política del nuevo balance de poder

entre las clases. Aquí el esquema queda conscientemente abierto. Por el momento sólo

he mencionado como efecto, vagamente, el sufragio universal. Sería interesante, en el

futuro, separar las dinámicas de extensión masculina y femenina del sufragio, teniendo

en cuenta que ambas pueden tener una explicación militar. Igualmente, resultaría

apasionante aplicar mi hipótesis al origen de los derechos sociales. Quedan todos estos

aspectos, no obstante, apuntados para futuros desarrollos.

Además, es importante señalar que la explicación bélica no está aún en

condiciones de disputar la verdad siquiera del sufragio universal con otras teorías, pero

que sí tiene un enorme potencial para ofrecer el mecanismo último a través del cual

operarían algunas de ellas. Muestra de esto es que la conocida hipótesis del desarrollo

económico como causa de la democracia, aquí sufragio universal, podría encajarse en el

inicio del razonamiento en la medida que tanto movimiento obrero como guerras totales

requerirían cierto grado de desarrollo económico para su existencia. La versión clásica

de la hipótesis del desarrollo económico (Lipset, 1959) ha sido ampliamente matizada

por quienes argumentan que la conexión desarrollo-democracia no es ni automática ni

directa (Rueschemeyer, Stephens y Stephens, 1992; Maravall, 1994; Dahl, 1997,

Przeworski y Limongi, 1997; Bottomore, 1998; Silver, 2005), y es en esa línea en la que

se puede interpretar su efecto: como un elemento facilitador de otras variables

intermedias que sí serían las decisivas, potenciando la presión del movimiento obrero y

posibilitando las guerras totales.

17

4. Evidencia exploratoria acerca de las dos guerras mundiales

A continuación voy a especificar una serie de hipótesis que, derivadas del marco

relacional anterior, convendría analizar en profundidad para determinar hasta qué punto

las dos guerras mundiales del siglo XX explicarían el establecimiento del sufragio

universal. Al mismo tiempo, he seleccionado una muestra de países sobre la que se

presenta una primera tentativa exploratoria (Tabla 1), con el fin de comprobar si las

hipótesis señaladas tendrían alguna oportunidad en su aplicación empírica.

Tabla 1. Países incluidos en la muestra del estudio exploratorio

País Primera Guerra Mundial Segunda Guerra Mundial

Bando Días Bando Días

Alemania Potencias Centrales 1564 Eje 2076

Francia2 Aliados 1562 Aliados 590

Bélgica Aliados 1561 Aliados 19

Reino Unido Aliados 1560 Aliados 2173

Rusia/URSS3 Aliados 1223 Aliados 1423

Estados Unidos Aliados 574 Aliados 1347

Italia Aliados 1269 Eje 1180

Holanda4 Neutral 0 Aliados 5

España Neutral 0 Neutral 0

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos Inter-State War Participants,

versión 3.0 (Correlates of War Project, 2009a)

Toda prueba de la estructura causal especificada en la Figura 1 (p. 15) debería de

organizarse en tres bloques. Primero, habría que determinar si las dos guerras mundiales

fueron efectivamente guerras totales. Segundo, si se dio simultáneamente una fuerte

presión del movimiento obrero. Y tercero, si ambos fenómenos derivaron en algún tipo

de ampliación del sufragio al conjunto de la clase trabajadora. En futuros trabajos sería

2 Para la Segunda Guerra Mundial los datos corresponden, exclusivamente en esta tabla, a la

Francia Libre (excluido el Régimen de Vichy, existente desde el 25 de agosto de 1944 hasta el

final de la Segunda Guerra Mundial). 3 En la Primera Guerra Mundial los datos son para Rusia y en la Segunda Guerra Mundial para

la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), dado el cambio de denominación de este

país. 4 No se explica que Holanda aparezca en la base de datos prácticamente neutral en la Segunda

Guerra Mundial, dada su filiación absoluta con el Eje durante prácticamente toda la guerra. Por

ello, en las subsiguientes consideraciones obviaré su comentario entre 1939 y 1945.

18

necesario, obviamente, incluir un número mayor de casos de control – países que

permanecieron neutrales – y auténticas operacionalizaciones de las hipótesis

especificadas.

Guerras totales

El elevado número de bajas que arrojan ambas guerras es un primer indicador en

su caracterización como guerras totales. La Primera Guerra Mundial (1914-1918)

generó 8.578.031 bajas militares, mientras en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)

fueron 16.634.907 los militares que perdieron la vida (Correlates of War Project,

2009a). Sin embargo, para esta última las cifras se disparan si contabilizamos también

las bajas civiles, oscilando su cifra total de muertos entre los 40 y los 60 millones de

personas (Artola, 1998).

Pero debemos preguntarnos si existían efectivamente las condiciones

económicas y tecnológicas en ambas guerras para que se diera la posibilidad de

movilizar al conjunto de la población, esto es, que se elevara el MPR óptimo tanto en el

frente como en la fábrica. Las hipótesis a considerar serían las siguientes:

H1: El nivel de desarrollo económico alcanzado antes de las dos guerras

mundiales crea las condiciones de progreso y aplicación tecnológicas

que otorgan centralidad a las clases bajas en el ejército y que

incrementan el MPR óptimo.

H2: El nivel de desarrollo económico alcanzado antes de las dos guerras

mundiales permite procesos de industrialización de la guerra.

Un rápido vistazo a las tendencias históricas de desarrollo económico confirma

el importante incremento general del PIB per cápita para todos los países en el periodo

considerado (Gráfico 1, p. 19). Su vinculación con una elevación en el MPR óptimo

pasa por reconocer la traducción de este desarrollo en innovaciones armamentísticas. En

realidad, el análisis previo de la historia ya ha demostrado que al menos desde finales

del XVIII existían las condiciones técnicas de movilización y centralidad militar de las

clases populares. Sin embargo, el desarrollo económico produce nuevas oportunidades

de progreso armamentístico, con importantes innovaciones en la primera (Winter, 1993)

y en la segunda (Campbell, 1993) guerras mundiales que suponen una elevación del

MPR óptimo.

19

Gráfico 1. Producto Interior Bruto per cápita (1870-1950), calculado en dólares

internacionales Geary-Khamis de 19905

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos Statistics on World Population,

GDP and Per Capita GDP, 1-2006 AD (Maddison, 2009)

Estas guerras van a estar, acorde al grado tecnológico alcanzado por el

capitalismo a principios del siglo XX, plenamente industrializadas. El proceso de

industrialización de la guerra comenzó en Europa a mediados del XIX, pero se

intensificó notablemente en el periodo 1884-1914 (McNeill, 1988). En consecuencia,

surgieron importantes complejos bélicos-militares que, junto con el sostenimiento de la

industria civil, requirieron de una gran movilización de mano de obra en tiempos de

guerra. En los términos de la presente comunicación, esto conllevó la elevación teórica

y práctica de los umbrales de movilización en las fábricas. Inmediatamente veremos

cómo también se produjo un incremento en el MPR real entendido en sentido estricto,

esto es, en cuanto a movilización militar de la población, apuntando así el desarrollo de

la siguiente hipótesis:

H3: Las guerras totales implican la necesidad de reclutamiento masivo de

la población para el ejército y para la fábrica.

5 La URSS se fundó en 1922 y los datos comienzan en 1928. Para este país hay datos perdidos

entre los años 1941 y 1945, que he completado manteniendo constantes para ese periodo las

cifras de 1940.

20

Las cifras relativas de movilización militar – MPR real en sentido estricto – se

disparan en los países participantes en ambas guerras mundiales (Gráfico 2). Una

observación más detallada mostraría cómo para España, neutral en ambas guerras, y

Holanda, neutral en la Primera Guerra Mundial, dichos valores no experimentaron

cambios en los periodos que estuvieron al margen de los conflictos europeos.

Gráfico 2. Porcentaje de personal militar sobre el total de la población (1870-1950) 6

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos National Material Capabilities,

versión 3.02 (Correlates of War Project, 2009b)

Tenemos, en conclusión, cierta prueba de que los dos grandes conflictos de la

primera mitad del siglo XX podrían definirse sin demasiados reparos como guerras

totales. El desarrollo económico permitió la elevación del MPR óptimo en el frente y en

la fábrica, y la realidad se conjuró para que dicha elevación teórica fuera también una

elevación real.

6 Hay datos perdidos para Reino Unido 1916, Bélgica 1941-1944, Francia 1942-1943, Italia

1941 y Rusia 1918, que he completado manteniendo constantes para esos periodos las cifras del

año anterior a los valores perdidos.

21

Presión del movimiento obrero

Para que el mecanismo interactivo que he diseñado teóricamente active la

extensión del sufragio universal, es necesaria la presencia del otro elemento de la

interacción: la presión del movimiento obrero. Planteado en hipótesis:

H4: Las dos guerras mundiales están asociadas de alguna forma a procesos

de presión sobre las élites por parte de la clase trabajadora.

Efectivamente, y a falta de una medida mejor, las cifras agregadas de

conflictividad laboral para los países no-colonias parecen respaldar la existencia de un

contundente movimiento obrero en torno a las dos guerras mundiales (Gráfico 3).

Dichas guerras dibujan un paréntesis en la tendencia al alza de la presión de las clases

bajas, la cual sin embargo estalla todavía con más virulencia en el periodo post-bélico.

Gráfico 3. Conflictividad laboral mundial, países metropolitanos (1870-1996)

Fuente: Beverly J. Silver (2005) Fuerzas de trabajo, Madrid: Akal, p. 146.

Es necesario recordar, además, que en torno a la guerras mundiales tienen lugar,

directamente, algunos procesos revolucionarios. En Rusia, una Guardia Roja bien

armada tomó el Palacio de Invierno el 7 de noviembre de 1917, en plena Primera Guerra

Mundial. En Alemania, los marinos protagonizaron la Revolución de Kiel en 1918, en

22

el ocaso de esa misma guerra. Como vemos, en algunos países la presión del

movimiento obrero, apagada internacionalmente durante los periodos bélicos, estalló

incluso revolucionariamente.

El sufragio universal

Finalmente, todo el aparato previo de movilización bélica y de presión del

movimiento obrero debería de materializarse en algún tipo de aproximación al sufragio

universal – masculino o femenino – tras las guerras. Por hipótesis:

H5: La interacción entre la presión del movimiento obrero y su

empoderamiento en las guerras totales genera derechos de algún

tipo.

A continuación podemos observar las evoluciones en el derecho de voto

acaecidas en los países de la muestra. Los resultados son diferenciales en cuanto a

grado, pero en líneas generales se concentran en los años posteriores a ambas

guerras (Tabla 2, p. 23). España, país neutral en ambos conflictos, extiende su

sufragio en 1931, una fecha intermedia entre ambas guerras que respondería a

otras dinámicas lejanas a la explicación bélica. Pero quizá los países más

problemáticos sean Holanda tras la Primera Guerra Mundial y Estados Unidos tras

la Segunda. Holanda permanece neutral y sin embargo extiende el sufragio en

1918 y 1922. Estados Unidos, beligerante en ambos conflictos, tiene que esperar

hasta 1965 para concederle el sufragio a los afroamericanos. Sin espacio para más

comentarios, sólo puedo emplazar al lector a seguirme en los futuros desarrollos

empíricos, que habrán de ocuparse también de estos casos más peculiares que

discordantes, y que nos remiten a posibles componentes de oleada – en el caso de

Holanda – y a la consideración específica del sufragio étnico – en el caso de

Estados Unidos.

23

Tabla 2. Universalizaciones del sufragio (1900-1965)

País Leyes que universalizan el sufragio y descripción

Estados Unidos Antes de 1920 Difícil consideración

1920 Extensión del sufragio a las mujeres

1965 Extensión del sufragio a los afroamericanos

Reino Unido Antes de 1918 Restricciones al sufragio y/o voto plural

1918 Sufragio universal para hombres mayores de 21 años y

mujeres mayores de 30; Sufragio mayoritariamente igual a

excepción de los escaños universitarios y del „voto de

negocios‟

1928 Edad mínima femenina para votar también de 21 años

1948 Se abolen los escaños universitarios y el voto plural

Holanda Antes de 1918 Restricciones al sufragio y/o voto plural

1918 Sufragio universal masculino, obligatorio (desde 25 años)

1922 Sufragio universal masculino y femenino, obligatorio (desde

25 años)

Bélgica Antes de 1919 Restricciones al sufragio y/o voto plural

1919 Abolición del voto plural; Descenso de la edad para votar,

desde los 21 años; Derecho de voto para las viudas y las

madres de soldados caídos en la guerra

1948 Extensión del sufragio a todas las mujeres (desde 21 años)

Francia Antes de 1945 Sufragio universal masculino en 1793, 1848 y desde 1851

1913 Introducción del voto secreto7

1945 Sufragio universal masculino y femenino (desde 21 años)

España Antes de 1931 Sufragio universal masculino (desde 25 años) en 1869-1876;

el resto del periodo caciquismo y/o restricciones

1931 Sufragio universal masculino y femenino (desde 23 años)8

Alemania Antes de 1919 Restricciones y/o voto plural

1919 Sufragio universal masculino y femenino (desde 20años)

1949 República Federal Alemana con sufragio universal (desde 21

años)

Italia Antes de 1919 Sufragio universal no igual en 1913

1919 Sufragio universal masculino (desde 21 años) con derechos

garantizados para todos los mayores de 18 años que hayan

servido en la guerra

1946 Sufragio universal masculino y femenino (desde 21 años)

Rusia/URSS Antes de 1917 Régimen imperial

1917 Revolución bolchevique

Fuente: Elaboración propia a partir de las tablas que figuran en el libro Elections in Western

Europe since 1815: electoral results by constituencies (Caramani, 2000); he añadido

información básica sobre Estados Unidos y Rusia/URSS

7 Dato completado con la información facilitada por Rueschemeyer, Stephens y Stephens

(1992). 8 Corrección del autor a la información referida por la fuente, donde no figura el sufragio

femenino cuando la Constitución Española de 1931 sí lo reconoce.

24

5. Consideraciones a futuro

El objetivo fundamental de esta comunicación era configurar un esquema

hipotético que pudiera aplicarse al estudio de la relación entre sufragio universal y

guerras mundiales. Falta todavía una prueba exhaustiva y rigurosa de dichas hipótesis.

Sin embargo, resulta provechoso esforzarse en una composición teórica que, basada en

evidencia histórica previa, permita inducir analíticamente el mecanismo causal aplicable

a las guerras mundiales del siglo XX.

Considerar la vinculación entre guerra y ciudadanía reporta, además, nuevos e

interesantes interrogantes. El papel de la guerra en el origen de los derechos sociales

(Titmuss, 1963), la importancia militar del nacionalismo (Lawson, 2000) o la relación

particular entre el voto afroamericano y la guerra (Krebs, 2006), son estribaciones que

ofrecen buenas oportunidades de estudio desde la óptica militar. Y es que la guerra ha

sido a menudo marginada en ciencias sociales, sobre todo en la investigación de su

papel endógeno hacia el interior de las sociedades beligerantes. Finalizo, pues,

recogiendo la invitación de Michael Mann, quien en este mismo sentido afirmaba:

“pensemos en otras cosas” (Mann, 1988, p. viii).

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