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T. P., 62, n. o 1, 2005 LAS PIEDRAS DE LA MEMORIA. LA PERMANENCIA DEL MEGALITISMO EN EL SUROESTE DE LA PENÍNSULA IBÉRICA DURANTE EL II Y I MILENIOS ANE STONES OF MEMORY. THE PERMANENCE OF THE MEGALITHIC PHENOMENON IN THE IBERIAN SOUTH-WEST DURING THE SECOND AND FIRST MILLENNIA BC TRABAJOS DE PREHISTORIA 62, n. o 1, 2005, pp. 85 a 109 LEONARDO GARCÍA SANJUÁN (*) RESUMEN En este trabajo se examina el fenómeno de la permanen- cia temporal de los monumentos megalíticos en el Suroes- te de la Península Ibérica durante la Edad del Bronce y la Edad del Hierro. En primer lugar se describen distintos ca- sos documentados, detallándose las circunstancias especí- ficas de cada uno de ellos (cronología, ritual funerario, lo- calización espacial, etc.). En segundo lugar se propone una interpretación del diferente significado ideológico y social que para las formaciones sociales del II y I milenio ANE pudo tener la utilización de viejos monumentos megalíticos. ABSTRACT This paper examines the temporal permanence of me- galithic monuments in the Iberian south-west during the Bronze Age and the Iron Age. Firstly, a number of well-do- cumented cases are described, discussing the specific cir- cumstances of each of them (chronology, funerary ritual, spatial location, etc.). Secondly, an interpretation of the different ideological and social meanings that the utilisation of old megalithic monuments might have had for the commu- nities of the second and first millennia BC is proposed. Palabras clave: Edad del Bronce. Edad del Hierro. Suroeste de la Península Ibérica. Megalitismo. Prácticas funerarias. Ideología. Memoria cultural. Genealogía. Key words: Bronze Age. Iron Age. SW Iberia. Megalithism. Funerary practices. Ideology. Cultural memory. Genea- logy. “Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastran- do hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿de dónde saldrían esas hojas?” JUAN RULFO, Pedro Páramo 1. INTRODUCCIÓN Una de las más relevantes aportaciones episte- mológicas que el análisis de la dimensión territorial y paisajística de las sociedades prehistóricas a tra- vés de la Arqueología ha recibido en la última déca- da es que, dada una comunidad humana cualquiera, el Pasado es un elemento tan constitutivo e integran- te del entorno como lo son sus elementos físicos o los vecinos humanos. Diversos dispositivos son uti- lizados por las sociedades prehistóricas para anclar el tiempo en el espacio: desde la acción toponími- ca (el acto consciente de dar nombre a los eventos y elementos de la naturaleza) hasta la monumenta- lización de la naturaleza mediante construcciones concebidas con voluntad de presencia, visibilidad y permanencia. A menudo, los elementos antrópi- cos del paisaje representan el Pasado, tanto mítico (o pre-humano, es decir, cosmogonía) como huma- no (genealogías), actuando como un mecanismo fundamental de la reproducción ideológica (Cos- grove 1993: 281-282; Küchler 1993: 86; Tilley 1994: 32-33; Children y Nash 1997: 2; Gosden y Lock 1998: 4-5; Barrett y Fewster 1998: 851; etc.). La arquitectura monumental megalítica de la Prehistoria europea ha comenzado a ser interpretada (*) Dpto. de Prehistoria y Arqueología. Universidad de Sevi- lla. C/ María de Padilla s/n. 41004 -Sevilla. Correo electrónico: [email protected] Recibido: 25-V-04; aceptado: 29-IX-04.

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LAS PIEDRAS DE LA MEMORIA. LA PERMANENCIADEL MEGALITISMO EN EL SUROESTE DE LA PENÍNSULAIBÉRICA DURANTE EL II Y I MILENIOS ANE

STONES OF MEMORY. THE PERMANENCE OF THE MEGALITHIC PHENOMENONIN THE IBERIAN SOUTH-WEST DURING THE SECOND AND FIRST MILLENNIA BC

TRABAJOS DE PREHISTORIA62, n.o 1, 2005, pp. 85 a 109

LEONARDO GARCÍA SANJUÁN (*)

RESUMEN

En este trabajo se examina el fenómeno de la permanen-cia temporal de los monumentos megalíticos en el Suroes-te de la Península Ibérica durante la Edad del Bronce y laEdad del Hierro. En primer lugar se describen distintos ca-sos documentados, detallándose las circunstancias especí-ficas de cada uno de ellos (cronología, ritual funerario, lo-calización espacial, etc.). En segundo lugar se propone unainterpretación del diferente significado ideológico y socialque para las formaciones sociales del II y I milenio ANEpudo tener la utilización de viejos monumentos megalíticos.

ABSTRACT

This paper examines the temporal permanence of me-galithic monuments in the Iberian south-west during theBronze Age and the Iron Age. Firstly, a number of well-do-cumented cases are described, discussing the specific cir-cumstances of each of them (chronology, funerary ritual,spatial location, etc.). Secondly, an interpretation of thedifferent ideological and social meanings that the utilisationof old megalithic monuments might have had for the commu-nities of the second and first millennia BC is proposed.

Palabras clave: Edad del Bronce. Edad del Hierro. Suroestede la Península Ibérica. Megalitismo. Prácticas funerarias.Ideología. Memoria cultural. Genealogía.

Key words: Bronze Age. Iron Age. SW Iberia. Megalithism.Funerary practices. Ideology. Cultural memory. Genea-logy.

“Este pueblo está lleno de ecos. Yo ya no meespanto. Oigo el aullido de los perros y dejo queaúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastran-do hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves, nohay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no¿de dónde saldrían esas hojas?”

JUAN RULFO, Pedro Páramo

1. INTRODUCCIÓN

Una de las más relevantes aportaciones episte-mológicas que el análisis de la dimensión territorialy paisajística de las sociedades prehistóricas a tra-vés de la Arqueología ha recibido en la última déca-da es que, dada una comunidad humana cualquiera,el Pasado es un elemento tan constitutivo e integran-te del entorno como lo son sus elementos físicos olos vecinos humanos. Diversos dispositivos son uti-lizados por las sociedades prehistóricas para anclarel tiempo en el espacio: desde la acción toponími-ca (el acto consciente de dar nombre a los eventosy elementos de la naturaleza) hasta la monumenta-lización de la naturaleza mediante construccionesconcebidas con voluntad de presencia, visibilidady permanencia. A menudo, los elementos antrópi-cos del paisaje representan el Pasado, tanto mítico(o pre-humano, es decir, cosmogonía) como huma-no (genealogías), actuando como un mecanismofundamental de la reproducción ideológica (Cos-grove 1993: 281-282; Küchler 1993: 86; Tilley1994: 32-33; Children y Nash 1997: 2; Gosden yLock 1998: 4-5; Barrett y Fewster 1998: 851; etc.).

La arquitectura monumental megalítica de laPrehistoria europea ha comenzado a ser interpretada

(*) Dpto. de Prehistoria y Arqueología. Universidad de Sevi-lla. C/ María de Padilla s/n. 41004 -Sevilla. Correo electrónico:[email protected]

Recibido: 25-V-04; aceptado: 29-IX-04.

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en su dimensión de permanencia temporal, ya quela utilización continuada de monumentos megalíti-cos como lugares sagrados y de enterramiento porparte de comunidades de la Edad del Bronce y de laEdad del Hierro, e incluso después de la extensióndel imperio romano primero y el cristianismo des-pués, es un fenómeno ampliamente constatado portoda Europa occidental. Trabajos recientes hanmostrado la pervivencia que los monumentos me-galíticos tuvieron entre las poblaciones prehistóri-cas y antiguas del Norte de Europa como lugaressagrados, de culto y de enterramiento (Holtorf 1997;1998; Bradley 2002: 124-148; O’Brien 2002: 154-155). Aunque los monumentos pueden cambiar deforma, el núcleo de la ideología religiosa que lossustenta puede resistir durante largos periodos detiempo, siendo interpretado y re-interpretado porsucesivas generaciones de acuerdo con las condi-ciones sociales imperantes: la potencia ideológicadel Pasado se expresa en el mantenimiento de vie-jas tradiciones arquitectónicas o en pautas novedo-sas de asimilación de antiguos monumentos(O’Brien 2002: 155).

En la Prehistoria de la Península Ibérica, distin-tos trabajos han comenzado a aportar datos quepermitirán algún día establecer el alcance de la con-tinuidad y la vigencia de los conceptos arquitectó-nicos y espaciales fijados por las primeras socieda-des campesinas entre las sociedades de la Edaddel Bronce y la Edad del Hierro. La vigencia de los monumentos megalíticos construidos dentro delIV y III milenios como marco o escenario de lasprácticas de reproducción ideológica de lassociedades”post-megalíticas” ha comenzado a sus-

citar interés (Beguiristáin Gúrpide y Vélaz Ciaurriz1999; Mañana Borrazás 2003; Lorrio Alvarado yMontero Ruiz 2004). Este trabajo pretende contri-buir a esta línea de análisis mediante una revisión noexhaustiva de la casuística conocida para el Suroes-te de la Península Ibérica, mostrando que la perma-nencia y la continuidad del fenómeno megalítico es,a través de complejas dinámicas no lineales de con-tinuidades y transformaciones sociales e ideológi-cas, más profunda y estable de lo que se ha supues-to hasta la fecha.

Este artículo resulta de un conjunto de reflexio-nes teóricas y constataciones empíricas derivadasde los trabajos realizados como parte de un proyec-to de investigación, actualmente en curso, que lasuniversidades de Sevilla y Southampton están lle-vando a cabo en relación con los paisajes megalí-ticos de Sierra Morena occidental y que entre losaños 2000 y 2002 ha supuesto la realización de unaserie de campañas de trabajo de campo (prospec-ción y excavaciones) en Almadén de la Plata (Se-villa) (García Sanjuán y Vargas Durán 2002; Gar-cía Sanjuán y Vargas Durán 2004; García Sanjuánet al. 2004; García Sanjuán y Wheatley 2005). Den-tro del planteamiento teórico a partir del cual estainvestigación fue comenzada se distinguían tresproblemas básicos susceptibles de contrastación enrelación con la dimensión socio-económica e ideo-lógica del megalitismo, referidos como presencia,inmanencia y permanencia (García Sanjuán 2000).La tercera de ellas pretendía precisamente exami-nar la proyección de las construcciones megalíticasen el tiempo, considerando su papel en los proce-sos de cambio y continuidad social, cultural e ideo-lógica que se producen durante los milenios II y IANE (Fig. 1).

2. EVIDENCIAS PARA UN NUEVOENFOQUE

2.a. Fases iniciales de la Edad del Bronce

Los casos actualmente documentados de utiliza-ción funeraria y ceremonial de monumentos mega-líticos durante la Edad del Bronce en el Suroeste dela Península Ibérica son relativamente numerososy ofrecen una significativa diversidad de pautas. Latabla 1 muestra algunos de los sitios que son obje-to de análisis en este trabajo, describiendo sus ca-racterísticas básicas.

Construcción ex novo de monumentos mega-

Fig. 1. Expresión diagramática del marco teórico de análi-sis: la dimensión de Permanencia del megalitismo. SegúnGarcía Sanjuán 2000: 175.

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líticos colectivos. El análisis de la morfología y mé-todos de construcción no es por sí (al menos en laactualidad) lo suficientemente exacto como parapermitir diagnosticar el momento preciso de cons-trucción y uso de numerosos megalitos que podríanser considerados tardíos. El apoyo de la cronologíaabsoluta a este respecto es bastante limitado, ya quelas dataciones radiocarbónicas de sitios megalíticosdel Suroeste son escasas. La tabla 2 muestra que elinterfaz más temprano entre enterramientos colec-tivos e individuales se produce en el Suroeste entrec. 2000 y 1900 cal ANE, donde existen contenedo-res megalíticos recientes como los tholoi de La Pi-jotilla y Huerta Montero (Badajoz), los sepulcrosmegalíticos de Cabeçuda, Joaninha, en la cuencadel Sever, y el Anta dos Tassos (la datación de estaúltima no obstante tiene una desviación estándardemasiado grande), mientras que los contenedores

individuales más antiguos vienen representados porlos casos de Herdade do Pomar, La Traviesa y Se-tefilla (asumamos que el enterramiento triple deeste último sitio constituye más un grupo de tresinhumaciones individuales que un enterramientocolectivo). Nótese que en estas tres necrópolis sehan identificado ajuares de prestigio guerrero quese cuentan entre los de máximo estatus social detoda la Edad del Bronce en el Suroeste peninsular(García Sanjuán 1999: Tabla 34).

Aunque por el momento no hay fechas absolu-tas de enterramientos individuales (en cista o enfosa) anteriores a c. 2000 ANE, en la pequeñamuestra de dataciones mostrada en la tabla 2 hay almenos tres casos de enterramientos colectivos den-tro del II milenio ANE. De ellas, dos correspondena monumentos megalíticos que muestran signos deutilización dentro de la Edad del Bronce (Anta das

Tab. 1. Continuidad en el uso de monumentos megalíticos durante la Edad del Bronce (c. 2200-850 ANE).

Yacimiento Región Descripción Bibliografía

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Castellanas y Anta dos Tassos) y una tercera a lanecrópolis de covachas y fosas de Loma del Puer-co (Cádiz), que es objeto de comentario más ade-lante. Naturalmente, estas fechas radiocarbónicaspodrían estar señalando simplemente el uso conti-nuado de viejas cámaras construidas durante elNeolítico o la Edad del Cobre y no necesariamen-te la construcción ex novo de monumentos mega-líticos en momentos avanzados del II milenio (dehecho, la procedencia y carácter de las muestrassobre las que se realizaron esas fechas concretas nosirven para datar el momento fundacional de losmonumentos). Sin embargo, diversos casos no co-rroborados por cronologías absolutas sugieren que,como es el caso de otras regiones atlánticas, la erec-ción de monumentos megalíticos pudo continuar encierta medida durante la Edad de Bronce tambiénen el Suroeste peninsular.

Un buen ejemplo de ello lo constituyen las 3cámaras colectivas identificadas en Guadajira (Ba-dajoz) (Hurtado Pérez 1985; Hurtado Pérez y Gar-cía Sanjuán 1996). En esta necrópolis se registrancámaras circulares parcialmente excavadas en laroca y cubiertas por una falsa cúpula, una arquitec-tura análoga a la de numerosos monumentos de tipotholos del Suroeste (García Sanjuán y Hurtado Pé-rez 2002), utilizadas como enterramientos colecti-

vos, ya que en todas ellas se identificaron variosindividuos (6 en la Tumba 1, 11 en la Tumba 2 y 2en la Tumba 3), a pesar de que en el momento de suexcavación ya se encontraban muy gravementeexpoliadas y destruidas. Los ajuares de estas cáma-ras son bastante inequívocos en cuanto a su crono-logía, que debe situarse en la primera parte del IImilenio. Un caso semejante se encuentra en el sitiode El Carnerín (Alcalá del Valle, Cádiz) (MartínezRodríguez y Pereda Acién 1991). En este caso seregistró un contenedor funerario que por su morfo-logía y dimensiones (2,45 m. de largo por 1,35 m.ancho) es descrito por sus excavadores como “me-galítico” (Fig. 8). De hecho, de acuerdo con su ta-maño y factura se encuentra a medio camino entreun pequeño dolmen de galería y una cista de grantamaño (otras estructuras parecidas encontradasen el Suroeste de España han sido denominadas“cistas megalíticas”). Más allá de la pura cuestiónsemántica, es sumamente significativo que la es-tructura tenga un carácter colectivo (se identifica-ron restos de al menos 8 individuos), mientras queal mismo tiempo varios de los objetos de los ajua-res, sobre todo dos brazaletes y un hilo de plata,indiquen claramente que su cronología es coetáneade los ajuares de cistas individuales de la Edad delBronce de Sierra Morena occidental o el Sureste.

Tab. 2. Fechas radiocarbónicas del registro funerario de la Edad del Bronce (c. 2200-850 ANE) en el Suroeste. (Todas lascalibraciones realizadas son con el programa Oxcal v. 3.8, 2002.)

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En este caso, un grupo humano contemporáneo delos constructores de cistas individuales practica unritual funerario que evoca claramente a los enterra-mientos colectivos megalíticos.

Construcción de contenedores individualesmorfológicamente afines a los contenedores co-lectivos megalíticos. La segunda pauta de perma-nencia del megalitismo en el Suroeste peninsular seexpresa en la imitación o evocación de la arquitec-tura megalítica en ciertos contenedores funerariosindividuales (y por tanto más propiamente definito-rios de lo que, desde un punto de vista arqueográficose considera propio de la Edad del Bronce). En al-gunas de las necrópolis de cistas individuales de laprimera parte del II milenio mejor conocidas delSuroeste de España se han identificado estructurascon unas dimensiones y una morfología que, comola de El Carnerín, se aproximan al concepto de ga-lería dolménica. Tal es el caso del enterramiento de-nominado megalítico de El Becerrero (2,25 m. delongitud × 1,10 m. de anchura), y del IB-1 de ElCastañuelo (2,07 × 1,40 m.) (Amo y de la Hera1975), situados en el Norte de la provincia de Huel-va, así como también de la cista número 5 de LaTraviesa (3,25 × 1,30 m.), que se encuentra en elmunicipio de Almadén de la Plata (Sevilla) (GarcíaSanjuán 1998). Aunque morfológicamente estostres contenedores funerarios son semejantes a ElCarnerín, existen dos diferencias básicas de caráctercontextual y funcional. Primero, las cistas de ElCastañuelo, El Becerrero y La Traviesa son parte deuna agrupación de cistas, mientras que El Carnerínaparece aislada. De hecho, esos tres contenedoresdestacan dentro de sus respectivas necrópolis(siempre en torno a la treintena de unidades) por sugran tamaño, muy por encima de las dimensionesestándar de las cistas (que suele ser de aproximada-mente 1,00 m. de longitud por 0,50 m. de anchura).En segundo lugar, El Carnerín es claramente unenterramiento colectivo, mientras que, por lo quesabemos, las grandes cistas de El Castañuelo, ElBecerrero y La Traviesa debieron ser individuales.Ciertamente, las dos primeras se encontraron yaexpoliadas, por lo que se desconoce la cantidad deindividuos en ellas depositados o el carácter de susajuares. Pero en la tercera, la cista 5 de La Travie-sa, se identificó un ajuar compuesto por dos reci-pientes cerámicos y una alabarda de cobre arsenica-do asociado a restos humanos de un único individuo(adulto masculino), que destaca así como una per-sona de elevado estatus social dentro de las comu-nidades de la Edad del Bronce del Suroeste de Es-

paña. Si asumimos que las cistas de gran tamaño delas necrópolis de El Becerrero y El Castañuelo tam-bién correspondieron a los de los líderes de las co-munidades que las construyeron, entonces no dejade resultar significativo que los contenedores fune-rarios de los líderes de estas comunidades evoquenen su morfología las viejas cámaras megalíticas delas formaciones sociales neolíticas y calcolíticas.Esta cuestión, y su posible significado en términosde los procesos de jerarquización social en la Pre-historia Reciente del Suroeste, es abordada de nue-vo en la sección de conclusiones de este trabajo.

Utilización funeraria o votiva de espacios ex-teriores de monumentos megalíticos pre-exis-tentes. Una tercera pauta que manifiesta la conti-nuidad del megalitismo entre las comunidades delII milenio a.n.e. se define por la re-utilización fu-neraria o votiva de viejos monumentos megalíticos.Dos de los casos más interesantes del Suroeste seencuentran en la necrópolis de El Gandul, situadaa caballo de los términos municipales de Alcalá deGuadaira y Mairena del Alcor, en la provincia deSevilla. Esta necrópolis es parte de un área de asen-tamiento que muestra un dilatado arco de ocupa-ción desde al menos el III milenio a.n.e. hasta épocaromana (Pellicer Catalán y Hurtado Pérez 1987).En al menos dos de sus enterramientos megalíticos,ambos de tipo tholos, se han identificado pautas de

Fig. 2. Mapa con las principales localizaciones citadas enel texto: (1) El Gandul, (2) Valencina de la Concepción, (3)Texugo, (4) Bola da Cera, (5) Colada de Monte Nuevo, (6)Vale de Rodrigo, (7) Nora Velha, (8) Roça do Casal doMeio, (9) Dolmen de Palacio III, (10) El Palmarón, (11)Cueva Antoniana, (12) El Castillón, (13) Monte da Tera,(14) Atalaia, (15) La Traviesa, (16) El Castañuelo, (17) ElBecerrero, (18) Loma del Puerco.

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utilización que pueden ser consideradas propias dela Edad del Bronce. En el tholos de Las Canteras seidentificaron cuatro inhumaciones individuales encovacha ubicadas dos a dos a ambos lados del co-rredor del monumento megalítico y horadando sutúmulo (Hurtado Pérez y Amores Carredano 1984:156) (Fig. 3). De ellas, la denominada Tumba 1contenía un individuo orientado hacia el Este, pro-visto de un cuenco cerámico y un puñal de cobrecomo ajuar, y había sido sellada con dos losas depiedra alberiza procedentes de la cubierta del pro-pio corredor del tholos. La Tumba 2 contenía asi-mismo un único individuo orientado hacia el Surprovisto de un vaso cerámico y un brazalete de ar-quero en pizarra. En el caso de la Tumba 3 se iden-tificaron escasos restos humanos de orientación noidentificable acompañados de un cuenco de cerámi-ca. Finalmente, en la Tumba 4 no se identificaronrestos humanos, consistiendo el ajuar en un simplecuenco cerámico.

Un caso análogo al de Las Canteras se da en elcercano monumento megalítico de Cueva del Va-quero, que fue excavado originalmente por G. Bon-sor y que permaneció inédito hasta la publicacióndel trabajo de G. y V. Leisner sobre megalitismo enel mediodía peninsular (1943: 196-213). Aunquelas circunstancias y condiciones del hallazgo origi-nal son poco precisas, de acuerdo con la revisión delos hallazgos campaniformes de la necrópolis de ElGandul efectuada recientemente por M. LazarichGonzález y M. Sánchez Andreu (2000: 331), Bon-sor identificó en el exterior del tholos de Cueva del

Vaquero tres inhumaciones. La primera de ellasconstaba de un individuo en posición flexionadacon los brazos cruzados sobre el pecho y provistode un ajuar integrado por una vasija globular y unpunzón de cobre, que se ubicaba encima de la cu-bierta, entre las lajas primera y segunda de la entra-da a la sepultura. Según los escritos de Bonsor, esteenterramiento debió realizarse una vez que el mo-numento megalítico había quedado abandonado yse había colmatado. Las otras dos inhumaciones seencontraban a menos de 2 metros de la entrada altholos, reduciéndose sus ajuares a algunos frag-mentos de vasijas cerámicas.

Un caso semejante de utilización del espacioexterior (tumular) de un monumento megalítico,aunque con un carácter aparente más votivo quefunerario, ocurre en el Dolmen de La Pastora (Va-lencina de la Concepción, Sevilla), con un depósi-to de 29 puntas de jabalina que han sido objeto devarios estudios tecno-tipológicos (Almagro Basch1962; Montero Ruiz y Teneishvili 1996; MederosMartín 2000) (Fig. 4). Las circunstancias del hallaz-go de este depósito son de nuevo imprecisas. ElDolmen de La Pastora, fue descubierto en 1860 enel transcurso de trabajos agrícolas, siendo F. M. Tu-bino quien realizó la primera descripción arqueo-lógica del monumento en 1868. Aunque otros espe-cialistas se han ocupado desde entonces del mismo,el hecho es que existen muchos aspectos de estamonumental construcción que no están en absolu-to bien explicados (y probablemente nunca lleguena estarlo, ya que, desafortunadamente, las condicio-nes deposicionales presentes en este monumento enel momento de su hallazgo no fueron registradas deforma sistemática). A este respecto, Almagro Basch(1968: 7) expone que “según las actas de entregaque se conservan en el Museo Arqueológico Nacio-nal de Madrid, las dos flechas donadas por Tubinofueron recogidas entre la tierra que recubría unagran piedra que estaba inmediata al dolmen; [mien-tras que] las doce del Museo Arqueológico Nacio-nal de Madrid y las catorce del Museo de Sevillafueron encontradas en la pendiente occidental de lacolina o túmulo que cubría el dolmen, parece ser enuna urna de cerámica debajo de otra piedra” (1).Para M. Almagro Basch (1962: 8) la localización deeste conjunto de piezas en el exterior del monumen-to megalítico se explica como resultado del expo-lio de los depósitos y ajuares de su interior (simple-

Fig. 3. Tholos de Las Canteras (El Gandul, Alcalá de Gua-daira, Sevilla) y tumbas en covacha asociadas. Según Hur-tado Pérez y Amores Carredano1984.

(1) Montero Ruiz y Teneishvili (1996:76) explican las razo-nes de la discrepancia entre las 29 puntas que se conocen actual-mente y las 28 que resultan del recuento de Almagro Basch.

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mente habrían sido arrojadas al exterior al no con-siderarse valiosas). Sin embargo, como señalan I.Montero Ruiz y T. O. Teneishvili (1996: 74), estaexplicación es bastante insatisfactoria, no solo porque es improbable que una colección tan numero-sa de piezas acabase, de forma aleatoria y conjun-tamente, en un recipiente cerámico debajo de unapiedra en medio de lo que supuestamente era undesordenado saqueo, sino por que no está tan cla-ro que las mismas careciesen por completo de va-lor para los supuestos saqueadores. Aparte, existenprecedentes y registros empíricos suficientes comopara contemplar la posibilidad alternativa de unaofrenda exterior.

La excepcionalidad técnica y morfológica deeste conjunto de piezas en el ámbito de la Prehisto-ria Reciente de la Península Ibérica (Montero yTeneishvili 1996: 87), no viene sino a subrayar lapropia singularidad del monumento en sí, dadas susdimensiones (con 43 metros, presenta el corredormás largo documentado hasta la fecha en el mega-litismo peninsular) y otros aspectos, entre los cua-les no destacan menos la propia escasez o ausenciade depósitos funerarios (que sugiere una funciona-lidad más ampliamente ritual y cultual que exclu-sivamente mortuoria), su orientación astronómica,completamente extraña a la pauta general de losmegalitos ibéricos (Hoskin 2001: 79) o el mismohecho de que a partir de un cierto momento su en-trada fuera sellada deliberadamente.

Si asumimos hipotéticamente que el grupo dejabalinas representa en efecto una deliberada ofren-da en el exterior del monumento, sobre su túmulo,entonces podríamos estar ante un caso de utiliza-ción continuada de este espacio megalítico seme-jante al que se da en los tholoi de Las Canteras yCueva del Vaquero. Establecer este punto con unacierta fiabilidad tropieza de inmediato con el pro-blema de la cronología del monumento, que no hasido establecida por métodos absolutos. La crono-logía generalmente aceptada de las cámaras mega-líticas con cobertura mediante falsa cúpula del Su-roeste se sitúa en la última parte del III milenioANE. Por otra parte, se ha propuesto que la tecno-logía y la morfología de las puntas de jabalina (delas que prácticamente no existen equivalencias enla Península Ibérica, pero que están relativamentebien documentadas en el Próximo Oriente) indicauna cronología dentro de la primera parte de laEdad del Bronce (Montero Ruiz y Teneishvili1996: 80), es decir, entre c. 2200 y 1800 cal ANE.Si esta cronología es correcta para el depósito de

jabalinas y la fecha aproximada de construcción deltholos de La Pastora es de finales de la Edad delCobre, entonces la deposición de la ofrenda habríapodido haber tenido lugar poco tiempo después dela construcción del monumento. Por otro lado, lasexcavaciones llevadas a cabo en 1991-1992 en elacceso de La Pastora mostraron que el sello con elque en un cierto momento se clausuró la entrada alcorredor estaba elaborado con la misma técnicaconstructiva y el mismo tipo de materiales que lasparedes de su largo corredor (Ruiz Moreno y Mar-tín Espinosa 1993: 555). Ello sugiere que el cerra-miento del monumento no se produjo tanto tiempodespués de su construcción como para que los ar-quitectos y constructores hubieran perdido la no-ción de la técnica originalmente empleada. Quizáseste evento pueda ser conectado con la deposiciónde las puntas de jabalina en el exterior: una vez quela cámara megalítica de La Pastora queda sellada yamortizada, y por tanto quizás inaccesible, adquieresentido la ulterior utilización de su espacio exteriorpara la realización de ofrendas. Diversos trabajosrecientes han comenzado a prestar atención al sig-nificado ideológico de los episodios de sellado yclausura de cámaras megalíticas en la Prehistoriapeninsular (Mañana Borrazás 2003: 174).

Fig. 4. Puntas de jabalina del tholos de La Pastora (Valen-cina de la Concepción, Sevilla). Según Almagro Basch1962: 10 (sin escala en el original).

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Utilización funeraria o votiva de espacios in-teriores de monumentos megalíticos pre-existen-tes. Otras construcciones megalíticas del Suroestepeninsular, sin embargo, sí muestran evidencias deutilización continuada de su espacio interior durantela Edad del Bronce. En el dolmen de Bola da Cera,situado en Marvão (Alentejo, Portugal), se registra-ron, bajo un fragmento del ortostato de cabecera dela cámara, dos inhumaciones en decúbito lateral, enposición fetal y orientadas hacia el Este, que mos-traban signos de cremación parcial en el abdomen,y que su excavador considera producto de una re-utilización de la Edad del Bronce (Fig. 5). En estemonumento, el excavador distingue claramente dospatrones funerarios distintos. El primero consiste enla deposición de “bolsas con huesos, despojos hu-manos y ofrendas ya fracturadas” y corresponde conel uso de osario dado al monumento por sus cons-tructores originales durante la Edad del Cobre (Oli-veira 1998: 444-452). El segundo patrón funerario

corresponde a la Edad del Bronce y se manifiesta enla rotura de la cabecera del monumento al objeto deintroducir dos inhumaciones que fueron sometidasa una cremación parcial dentro de la propia cáma-ra. De acuerdo con su excavador, se trata de un casode utilización del dolmen por parte de un grupo hu-mano más tardío que no emplea las mismas clavesescatológicas que sus constructores originales. Porun lado, en la Edad del Bronce no se accede a la cá-mara megalítica por su entrada, sino mediante unaapertura forzada en la cabecera que causa ciertos da-ños a los ortostatos, lo cual sugiere que el manteni-miento de la cámara había sido ya abandonado lar-go tiempo atrás y que la misma estaba colmatada y/o inaccesible. Por otro lado, el ritual funerario em-pleado en la Edad del Bronce, la inhumación concremación parcial in situ dentro de la vieja cámaramegalítica, parece ser, al menos en la interpretacióndel excavador, netamente diferente del uso comoosario que se le da en la Edad del Cobre.

En la Tumba 2 de Colada de Monte Nuevo (Oli-venza, Badajoz) se identificaron varios objetos deajuar correspondientes a “enterramientos secunda-rios” de la Edad del Bronce (Schubart 1973a: 186;1973b). En este caso no fue posible determinar lapauta funeraria que caracterizaba a este uso tardíode la cámara megalítica, pero la presencia de varioscuencos cerámicos de carena baja (los que Schubartdenominó “tipo Atalaia”) y de una punta de cobrede pedicelo largo (Fig. 6) destaca tanto en el con-junto del ajuar de la tumba que induce a su excava-dor a la certeza de que la estructura funeraria me-galítica fue objeto de utilización cuando ya seestaban extendiendo los enterramientos individua-les en cista. Un caso análogo se encuentra en el antanúmero 2 de Texugo (Elvas), donde el espacio in-terior de la cámara megalítica había sido dividido,mediante un pavimento de piedra, en dos niveleshorizontales. En el nivel superior se encontraronrestos de dos individuos inhumados acompañadosde un cuenco de cerámica de nuevo de “tipo Ata-laia”. Para H. Schubart, este pavimento de piedraseparaba el nivel de enterramientos más profundoy antiguo (del periodo de uso original del monu-mento), del más reciente, de carácter secundario, fe-chable, a partir de la morfología del cuenco, en laEdad del Bronce (Schubart 1973a: 188; 1973b: 29).Sin cuestionar en principio la interpretación deSchubart, es preciso señalar que, en su discusiónoriginal de los hallazgos de esta tumba (Dias deDeus y Viana, 1953: 234-240), los excavadores nocitan de forma expresa la posibilidad de que las dos

Fig. 5. Inhumaciones de la Edad del Bronce en el Dolmende Bola da Cera (Marvão, Alentejo). Según Forte Oliveira1998: 461 (sin escala en el original).

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inhumaciones correspondan a una re-utilización dela Edad del Bronce.

Otro hallazgo funerario de la Edad del BronceAntiguo, descrito como de “re-utilización” de unacámara funeraria megalítica (en este caso de tipotholos) por sus propios excavadores, se documen-tó en la Sepultura A del sector denominado LosCabezuelos del gran asentamiento de la Edad delCobre de Valencina de la Concepción (Sevilla). Eneste tholos se identificó un nivel inicial de utiliza-ción colectiva, con al menos 12 individuos, al quese superponen dos inhumaciones individuales enconexión anatómica perfectamente definidas, entérminos estratigráficos, como más tardías (ArteagaMatute y Cruz-Auñón Briones 1999: 596). Uno delos individuos, femenino, carecía de ajuar, mientrasque el otro, un varón de entre 30 y 45 años de edad,apareció con un ajuar de prestigio integrado por unpuñal de lengüeta y cinco puntas Palmela de cobre(Fig. 7). Aunque no se han obtenido datacionesabsolutas de esta estructura funeraria, los excava-dores consideran las dos inhumaciones propias del“horizonte campaniforme y de transición relativa alBronce Antiguo” (Arteaga Matute y Cruz-AuñónBriones 1999: 596). Con relativa independencia desu cronología absoluta, parece claro que la separa-ción estratigráfica de los dos enterramientos indi-

viduales sugiere que representan un evento funera-rio posterior al final del uso del sepulcro como en-terramiento colectivo.

Una re-utilización funeraria tanto del interiorcomo del exterior de un monumento megalítico seda en la Tumba 2 de Vale de Rodrigo (Évora, Por-tugal). En esta cámara, que presenta una larga bio-grafía que se extiende entre los milenios IV y IIIANE, se identificó una última fase de utilización enla que se forzó el acceso al interior mediante la ex-tracción de las piedras de la galería, realizándoseinhumaciones (en número indeterminado, dada ladescomposición de los huesos por la acidez del sue-lo) y cerámicas que los excavadores consideran deuna fase avanzada de la Edad del Bronce (Larsson1997: 39-40; 2000: 451). El hecho de que también

Fig. 6. Ajuares de la Edad del Bronce en Colada de MonteNuevo (Olivenza, Badajoz). Según Schubart1973a: 187 (sinescala en el original).

Fig. 7. Ajuar de la inhumación de finales de la Edad delCobre o comienzos de la Edad del Bronce en la SepulturaA del sector Los Cabezuelos de Valencina de la Concep-ción. Según Arteaga Matute y Cruz-Auñón 1999: 595.

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se practicasen enterramientos en el exterior dela cámara sugiere que el papel simbólico y ritualdel monumento había experimentado sutiles cam-bios con respecto a sus constructores y usuarios ori-ginales.

A pesar de las necesarias reservas que debanmantenerse ante la fragilidad de los criterios crono-lógicos que presiden la mayoría de los casos ante-riormente citados de uso continuado de monumen-tos megalíticos durante la primera parte de la Edaddel Bronce (y que dependen en muchos casos devaloraciones cronológicas artefactuales poco exac-tas), parece claro que la extensión y significado deeste fenómeno es mayor de lo que se ha supuestohasta la fecha. Los casos de monumentos megalí-ticos del Alentejo en los que se encuentran materia-les morfológicamente tardíos (básicamente de laprimera parte de la Edad del Bronce) son “frecuen-tes” para H. Schubart (1973a: 188), mientras que J.M. Oliveira (1998: 487) considera que los depósi-tos “secundarios” de la Edad del Bronce identifica-dos en monumentos megalíticos de la cuenca del ríoSever son “innumerables”.

2.b. Fases tardías de la Edad del Bronce

La permanencia del fenómeno megalítico entrelas poblaciones del Suroeste peninsular durante lasegunda parte de la Edad del Bronce manifiestasutiles pero interesantes variaciones con respecto alo discutido en la sección precedente. Como es sa-bido, en las fases Reciente y Final de la Edad delBronce el registro funerario de las poblaciones queocupan las regiones atlánticas de la Península Ibé-rica se torna por lo general bastante inaprensibledesde el punto de vista arqueográfico –ver una bue-na discusión en Belén Deamos et al. 1991–. Enconsonancia con la dificultad de establecer las pau-tas funerarias predominantes en este periodo, dis-minuye la cantidad de casos en que viejos monu-mentos megalíticos aparecen utilizados. Ello, sinembargo, no quiere decir que haya una ausenciacompleta de evidencias, puesto que es posible dis-tinguir algunos casos descritos por sus excavado-res como de “re-utilización” funeraria del espaciointerior en ciertos monumentos megalíticos asícomo casos de continuismo en los conceptos arqui-tectónicos, espaciales y escatológicos que rigen laideología funeraria.

Construcción ex novo de monumentos mega-líticos colectivos. En lo que se refiere a construc-

ciones megalíticas ex novo, no hay evidencias parael Bronce Reciente-Final del Suroeste más allá dealgunas sospechas mejor o peor documentadas.Como es bien conocido, en distintas regiones delMediterráneo como Cerdeña o Grecia la arquitec-tura megalítica alcanza un importante desarrollodurante la segunda mitad del II milenio a.n.e. En elcaso del Egeo, el contexto social y político en el queel megalitismo se desarrolla es claramente muydistinto al de Europa occidental: la función ideoló-gica y política de los grandes enterramientos mega-líticos monárquicos de sociedades estatales palacia-les egeas, provistas de medios sofisticados decontrol burocrático como la escritura, es difícilmen-te asimilable al que tuvieron los megalitos en las so-ciedades tribales de variable grado de jerarquiza-ción de la Europa atlántica del V al III milenio. Porotro lado, en otras regiones peninsulares, como elSureste (Lorrio Alvarado y Montero Ruiz 2004:104) o la fachada atlántica (Kalb 1987: 102) se hanconstatado algunos posibles casos de monumentosmegalíticos construidos ex novo durante el BronceFinal.

En el conjunto del Suroeste, el único sitio can-didato a representar esta pauta cultural sería Roçado Casal do Meio (Calhariz, Setúbal, Portugal)donde, en un monumento megalítico con cobertu-ra en falsa cúpula y un corredor estrecho, se iden-tificaron dos inhumaciones provistas de un conjun-to de objetos que por su morfología serían fechablesen el Bronce Final (Spindler et al. 1973) o quizásdentro de la I Edad del Hierro (Belén Deamos et al.1991: 237-240). No está claro si el monumento defalsa cúpula en sí puede ser datado en el largo pe-riodo estándar de construcción de megalitos (Neo-lítico, Edad del Cobre), en cuyo caso las inhumacio-nes del Bronce Final-Edad del Hierro serían unaforma de “re-utilización”, o si por el contrario po-dría tratarse de un caso bastante tardío de arquitec-tura megalítica.

Un caso interesante, que ilustra hasta qué puntoconceptos arquitectónicos y escatológicos estable-cidos en el Neolítico y la Edad del Cobre perduranhasta la Edad del Bronce Final, es el de los sepulcroscolectivos de Loma del Puerco (Chiclana de la Fron-tera, Cádiz), en uno de los cuales se obtuvo una da-tación radiocarbónica de 2940 ± 90 BP, es decir de1310-1020 cal A.N.E. (1σ) (Giles et al. 1994; Be-nítez Mota et al. 1995). En esta necrópolis se iden-tificaron 6 contenedores funerarios en forma de fo-sas o covachas (a veces dobles) selladas con lajas depiedra arenisca. En su interior se identificaron res-

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tos óseos de varios individuos, algunos en conexiónanatómica, aunque la mayoría apareció de formadesordenada, lo que sugiere que eran osarios para ladeposición secundaria de huesos humanos. Losajuares eran bastante escasos y modestos, con res-tos de vasijas cerámicas, un brazalete de marfil y unpequeño objeto ornamental de cobre. Los propiosexcavadores apuntan el carácter arcaizante de laspautas identificadas en esta necrópolis (BenítezMota et al. 1995: 94), que ciertamente evoca el tipode prácticas funerarias que encontramos en Anda-lucía occidental en monumentos megalíticos y cue-vas artificiales del III milenio.

Utilización funeraria o votiva de espacios in-teriores de monumentos megalíticos pre-exis-tentes. En otros casos se han reconocido posibles“re-utilizaciones” de antiguos monumentos o ne-crópolis megalíticas durante el Bronce Reciente-Final. En el interior del tholos de Nora Velha (Ouri-que, Beja, Portugal) aparecieron varios hallazgosque V. Leisner (1965: 147-149) fechó a finales dela Edad del Bronce. Concretamente dentro de lacámara se encontraron fragmentos de cerámica amano pintada, dos urnas, dos cuentas de collar deoro y un trozo de un caldero de bronce. Años des-pués, otros autores (Schubart 1971: 179; Spindleret al. 1973: 143) discuten este hallazgo y, a partir delas cerámicas a mano con decoración pintadageométrica en el exterior, siguen situando la reuti-lización de la cámara del tholos a finales de la Edaddel Bronce, en los siglos IX-VIII a.n.e., una crono-logía que Belén Deamos et al. (1991: 242) no cues-tionan en su revisión del registro funerario delBronce Final en la fachada atlántica.

Paradójicamente, en el Sureste peninsular, don-de las costumbres funerarias durante el BronceAntiguo-Medio manifiestan transformaciones sus-tanciales de los parámetros fijados en el megalitis-mo, se han documentado casos frecuentes y bastan-te claros de re-utilización de los espacios interioresde monumentos megalíticos durante el BronceReciente-Final. Un ejemplo conocido desde hacebastante tiempo es el del sepulcro de Domingo 1 dela necrópolis de Fonelas (Granada), en el cual seidentificaron dos inhumaciones que reunían unajuar de prestigio morfológicamente fechable en elBronce Final y compuesto por 24 pulseras y variascuentas de collar de bronce. Uno de los inhumadosportaba en sus brazos 22 de las pulseras de bronce,por lo que parece tratarse de un individuo de eleva-do estatus social (Ferrer Palma y Baldomero 1977;Ferrer Palma 1978). De acuerdo con la revisión

efectuada por E. Ferrer Palma (1978: 184) son almenos 12 los sepulcros megalíticos listados por G.y V. Leisner (1943) dentro de la provincia de Gra-nada que incluyen enterramientos secundarios decronología posterior. Similarmente, diversas exca-vaciones realizadas en la provincia de Málaga du-rante los años 1980 han deparado casos de reutili-zaciones de monumentos megalíticos durante elBronce Reciente y Final (Suárez Padilla 1992). Porotra parte, la revisión de documentos de la Colec-ción Siret del Museo Arqueológico Nacional efec-tuada por I. Lorrio Alvarado e I. Montero Ruiz(2004) eleva a más de 40 el número de dólmenescon evidencia de uso continuado durante la Edaddel Bronce. Es interesante que, de acuerdo con losresultados de esta revisión, la mayor parte de las re-utilizaciones se feche en el Bronce Reciente-Final,apareciendo solo una minoría de casos del BronceAntiguo-Medio, es decir, justo lo contrario de loque parece ocurrir en el Suroeste peninsular.

2.c. La Edad del Hierro

Son varias las instancias de utilización de monu-mentos megalíticos por comunidades de la Edad delHierro documentadas en el Suroeste peninsular(Tab. 3). Esta incipiente casuística refleja varias delas pautas culturales que ya han sido mencionadasanteriormente en relación con la Edad del Bronce.

Construcción ex novo de monumentos mega-líticos colectivos. No se ha documentado hasta elmomento ningún caso demostrado o probable deconstrucción de monumentos megalíticos durantela Edad del Hierro del Suroeste. Es notorio, sinembargo, que numerosas cámaras y construccionesde carácter funerario de este periodo presente ele-mentos formales y conceptuales que se arraigan enla milenaria tradición de la arquitectura funerariamegalítica. Quizás el caso más conspicuo actual-mente conocido de explícita vinculación o evoca-ción de arquitectura megalítica en un espacio fune-rario del I milenio sea el de Monte da Tera (Pavía,Évora). Allí se identificaron dos monumentos fu-nerarios de la I Edad del Hierro formados por en-canchados de piedra de planta rectangular en cuyointerior se identificaron varias urnas con cremacio-nes, y que re-utilizaban monolitos que los excava-dores creen procedentes de un alineamiento demenhires o de un cromlech neolítico cercano quefue en parte desmantelado y reaprovechado (Rocha2000: 526). Un caso análogo se da en la re-utiliza-

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ción de ortostatos megalíticos decorados en la fa-chada del posible santuario de la Edad del Hierrode Castro de la Coraja (Cáceres) (Bueno Ramírezet al. e. p.).

Utilización funeraria o votiva de espacios ex-teriores de monumentos megalíticos pre-exis-tentes. Un caso conspicuo lo tenemos en el Dolmende Palacio III (Almadén de la Plata, Sevilla), explo-rado dentro del Proyecto El Paisaje de las GrandesPiedras llevado a cabo por las Universidades deSouthampton y Sevilla en la Sierra Norte de Sevi-lla (García Sanjuán 2005; García Sanjuán y Wheat-ley 2005). El Dolmen de Palacio III manifiesta unapotente continuidad como sitio de carácter sagradopara las comunidades locales de la Edad del Hierro,que lo asimilan dentro de su sistema de reproduc-ción ideológica siguiendo al menos dos pautas dis-tintas de re-utilización, una de carácter funerario yotra de carácter votivo. La primera de estas pautasse materializa en una estructura funeraria que seubica espacialmente justo entre el dolmen de gale-ría y el tholos que conformaban el espacio funera-rio antiguo del III milenio. Esta estructura funera-ria consta de un pequeño encanchado de bloques depiedra que recubre varias lajas dispuestas horizon-

talmente, que a su vez sellan una fosa excavada enla roca, dentro de la cual se identificaron restos deuna cremación con al menos 2 individuos (GarcíaSanjuán 2005) (Fig. 9). Dentro de la fosa únicamen-te se encontraron fragmentos de vasijas cerámicashechas a mano. Una fecha radiocarbónica obteni-da de la madera carbonizada de la cremación sitúaeste evento en 2660 ± 90 BP, lo cual supone unafecha de 940-760 ANE (1σ).

Un caso parecido al del Dolmen de Palacio III seda en la necrópolis de Nora Velha, donde las exca-vaciones practicadas 1991 permitieron identificar,en torno a un monumento megalítico, un grupo decinco depósitos funerarios que formaban parte deuna necrópolis de incineración activa desde finalesde la I Edad del Hierro y utilizada durante un perio-do indeterminado de la II Edad del Hierro (Arnaudet al. 1994). La cremación número 1 de Nora Vel-ha presenta ciertas características análogas a la cre-mación del Dolmen de Palacio III, pues las cenizasy fragmentos de huesos estaban depositados en unafosa excavada en la roca natural luego recubiertapor un encanchado de piedras de planta cuadrangu-lar de 2,08 × 1,62 metros. En su interior no se en-contró ningún ajuar. Los otros cuatro depósitos

Tab. 3. Continuidad en el uso de necrópolis megalíticas durante la Edad del Hierro (c. 850-200 ANE).

Yacimiento Región Descripción Bibliografía

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funerarios de esta necrópolis estaban bastante des-truidos, aunque parece que su diseño arquitectónicoera muy sencillo, como simples fosas abiertas en laroca. Los únicos ajuares recogidos en ellas fueronrestos de recipientes cerámicos, un fragmento me-tálico (posiblemente de fíbula) y cuatro cuentas depasta vítrea. Curiosamente, a escasos 600 metros dela zona funeraria prehistórica de Nora Velha seencuentra una ermita cristiana (Leisner 1965: 147).

Por otra parte, en su revisión de los diarios ma-nuscritos de G. Bonsor, M. Lazarich González y M.Sánchez Andreu (2000: 332) citan un caso de inhu-mación de época orientalizante en la entrada delsepulcro de Cañada Honda B, en la necrópolis deEl Gandul (Alcalá de Guadaira, Sevilla). Aunqueestas autoras no dan detalles relativos al ritual fu-nerario seguido en la misma, en el caso de la necró-polis de El Gandul la relación entre las pautas fune-rarias de la Edad del Hierro y sus precursorasprehistóricas es compleja, dada la fuerte perviven-cia de la ocupación de este asentamiento.

Un caso parecido de solapamiento y permanen-cia entre una necrópolis megalítica y una posteriornecrópolis protohistórica se da en la propia Valen-cina de la Concepción, concretamente en las proxi-midades del sector de Los Cabezuelos donde, segúnse comentó anteriormente, ya se encontraron evi-dencias de reutilización de un tholos. En este caso,en un sector donde se da una gran concentración detholoi de la Edad del Cobre se han registrado dosmonumentos funerarios que, según sus excavado-res, se datan en la I Edad del Hierro (Arteaga Ma-tute y Cruz-Auñón Briones 2001: 648-651). Deellos, el enterramiento denominado Tumba 4 pudoser excavado en su totalidad, comprobándose sumal estado de conservación. Se trataba de una se-pultura de corredor y cámara de tendencia cuadran-gular (con dos pequeñas cámaras laterales) orien-tada al Noreste y cubierto por un túmulo ya muyarrasado. A pesar de las alteraciones que presenta-ba, en el nivel del fondo de la cámara de este mo-numento se identificaron 3 individuos inhumadosen conexión anatómica (1 adulto masculino de 22-35 años, 1 adulto femenino de 30-40 años y un niñode 10-12 años) (Arteaga Matute y Cruz-AuñónBriones 2001: 651).

Utilización funeraria o votiva de espacios in-teriores de monumentos megalíticos pre-exis-tentes. Tanto en Nora Velha como en el Dolmen dePalacio III como en Monte da Tera se identificancasos de contenedores funerarios de la I Edad delHierro junto a (o en las inmediaciones de) antiguos

monumentos megalíticos. No se han documentadohasta la fecha casos inequívocos de cremaciones oinhumaciones de este periodo dentro de viejas cá-maras megalíticas. El único caso potencial de estetipo de “re-utilización” en el Suroeste es el de ElPalmerón (Niebla, Huelva), aunque se trata de unhallazgo bastante antiguo y mal documentado, ypor tanto dudoso. De acuerdo con la descripción deeste hallazgo efectuada por M. Torres Ortiz (1999:64-65), quien retoma referencias y comentariosprevios de varios autores, especialmente de BelénDeamos (1995), en este sitio onubense se documen-tó en 1933 una estructura megalítica de corredor ycámara circular, ya destruida, en la que se recogie-ron los restos de una única cremación y un abun-dante ajuar orientalizante compuesto por un jarropiriforme de bronce, una espada y dos puntas delanza de hierro, una diadema de plata, varias cuen-tas de oro, restos de cerámica roja y otros objetosmetálicos. A partir de la información actualmentedisponible es imposible establecer si se trata de unantiguo monumento megalítico re-utilizado en laEdad del Hierro o si por el contrario se trata de unaconstrucción funeraria megalítica muy tardía.

La segunda de las pautas de re-utilización delDolmen de Palacio III es de carácter votivo y semanifiesta en la deposición, debajo de uno de losortostatos caídos del dolmen de galería, de una se-rie de objetos suntuarios. Este tesorillo está integra-do por cinco objetos metálicos (tres anillos de pla-ta, dos de ellos de forma anular simple y otro con unsoporte o base para una piedra u ornamento engas-tado, una pieza compuesta rota de plata que podríaser un elemento de collar o colgante y un objetoapuntado de bronce, posiblemente una aguja o unpequeño punzón), dos cristales prismáticos de cuar-zo y varias cuentas de collar de ámbar. Aunque noexiste ninguna datación absoluta de este conjunto,el estudio de la morfología y la manufactura de laspiezas metálicas, actualmente en curso, sugiere quetambién son de la Edad del Hierro (2). Este casoconstituye un posible episodio de utilización delviejo dolmen de galería con un carácter votivo, nofunerario.

Por otra parte, es posible rastrear en la literatu-ra algunos casos de re-utilizaciones de los espaciosinteriores de cámaras megalíticas e hipogeas (aveces semi-megalíticas) ya dentro de la II Edad delHierro. Un ejemplo relevante a este respecto es elde la cueva artificial Antoniana (Gilena, Sevilla),

(2) Comunicación personal del Dr. Mark A. Hunt Ortiz.

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fechada genéricamente en la Edad del Cobre (Cruz-Auñón Briones y Rivero Galán 1990; Cruz-AuñónBriones et al. 1992). En una fosa abierta sobre laparte superior de esta cavidad funeraria se encon-tró una urna de cerámica decorada con finas líneasrojas conteniendo los restos de una cremación fe-chable en el siglo III a.n.e. por lo que sería un casode práctica funeraria turdetana (Escacena Carras-co y Belén Deamos 1994: 246). Muy semejante esel hallazgo de dos urnas de incineración ibéricasdepositadas en el interior de la cámara de un sepul-cro megalítico de la necrópolis de El Castillón (Al-calá del Valle, Cádiz), que permanecen inéditas (3).

Igualmente, en las excavaciones practicadas en1918 en el dolmen de Matarrubilla, de nuevo enValencina de la Concepción, se identificaron frag-mentos de vasos “sencillos de panza esférica o ci-líndrica” que su excavador interpreta de época ibé-rica (Obermaier 1919: 55). La presencia de estosobjetos en el corredor del dolmen es especialmen-te interesante dado que el mismo apenas deparómaterial votivo in situ, pues se encontraba, según suexcavador, completamente saqueado. ¿Son estosmateriales cerámicos producto de “visitas” o “sa-queos” del monumento siglos después de su aban-dono o se explican, por el contrario, como el pro-ducto de ofrendas votivas realizadas por gentes deépoca pre-romana para las que el lugar todavía re-vestía un carácter sagrado? Las excavaciones lleva-das a cabo no aportaron datos empíricos para sopor-tar una u otra interpretación, pero si algo quedaclaro de la discusión realizada en las páginas pre-cedentes es que la segunda de las alternativas nodebe dejar de ser tenida en cuenta.

3. MEMORIA, GENEALOGÍA,CONTINUIDADES YTRANSFORMACIONES: VALORANDOLA PERMANENCIA DE LAS GRANDESPIEDRAS

Los trabajos recientes centrados en la perviven-cia de la memoria cultural entre las sociedades dela Prehistoria Reciente europea sugieren que nu-merosas comunidades de la Edad del Bronce y laEdad del Hierro mantenían vínculos culturales muyactivos con sus antepasados a través de pautascomplejas de asimilación de los vestigios materia-les del Pasado (Bradley 2002). El megalitismo es

un buen ejemplo de ello: como monumentos origi-nalmente construidos con una firme voluntad depresencia y visibilidad en el Paisaje, los megalitosejercen su influjo a través del tiempo incluso mu-cho después que la costumbre de construirlos hayadesaparecido.

En el Suroeste de la Península Ibérica, las pau-tas de asimilación y uso de los vestigios monumen-tales del Pasado parecen ser múltiples. Sin embar-go, los casos de “re-utilización” mediante depósitosvotivos o funerarios han sido tradicionalmente con-siderados excepcionales o anecdóticos. Con fre-cuencia, la terminología empleada ha asumido uncierto carácter negativo con respecto a estos usos delos monumentos megalíticos (así, la literatura espe-cializada está llena de “violaciones”, “enterramien-tos parásitos” o “intrusiones”). En relación con lacasuística discutida en las páginas precedentes, yvisto el tratamiento que ha venido recibiendo estetema en la Prehistoria europea en los últimos años,cabe plantearse hasta qué punto la utilización con-tinuada de monumentos megalíticos en los siglosposteriores al periodo de apogeo de su construc-ción, en los milenios IV y III a.n.e., es evidencia desistemas de creencias residuales, o constituye porel contrario un potente fenómeno cultural e ideoló-gico que necesita de mayor atención y de más ro-bustas explicaciones.

Ahora bien, aunque un primer paso significati-vo se da con la constatación y medición empírica dela presencia que el Pasado tuvo en la vida de lassociedades prehistóricas peninsulares, la verdaderadificultad epistemológica reside en la descripcióny explicación de las pautas mediante las cualesaquél fue interpretado, utilizado, controlado y ex-plotado en el contexto de las dinámicas de cambioy continuidad que los sistemas de relaciones socia-les de producción experimentaron en la PrehistoriaReciente. Es decir, aunque sin duda podemos supo-ner que el Pasado sirvió tanto para subvertir el or-den del Presente como para justificar el manteni-miento de formas y esquemas tradicionales deorganización social y económica, el reto se planteaen la demostración arqueológica de las formas,extensiones, duraciones y consecuencias que estosprocesos tuvieron. La muestra de datos no sistemá-tica recopilada en este trabajo es demasiado peque-ña como para permitir una generalización estadís-tica en este sentido. Por esta razón, se utilizarán loscasos descritos en las secciones anteriores para se-ñalar una serie de hipótesis sobre las que la interpre-tación de este fenómeno puede avanzar en el futu-(3) Comunicación personal del Dr. P. Aguayo del Hoyo.

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ro, cuando la cantidad y calidad de las evidenciasde amplíe. Se examina la cuestión teniendo encuenta las 6 pautas conocidas de permanencia delmegalitismo en los milenios II y I ANE que se des-prenden de la discusión precedente, y que aparecenresumidas en la tabla 4.

3.a. Cercano y grandioso: el megalitismo acomienzos de la Edad del Bronce

Hacia c. 2000 ANE los monumentos megalíticosconcebidos como enterramientos u osarios colec-tivos dejan paulatinamente de ser construidos en elSuroeste y en su lugar aparecen enterramientos in-dividuales diversos, por ejemplo cistas. Ahora bien,como sugiere la tabla 3, este proceso es gradual yno tiene el mismo alcance entre todas las comuni-dades, mostrando matices y peculiaridades bastantesignificativas.

a) Construcción ex novo de contenedores fune-rarios megalíticos y colectivos. En algunos casos sehan identificado enterramientos u osarios colecti-vos de la Edad del Bronce que sugieren que la ideo-logía funeraria comunalista propia de las socieda-des del Neolítico y la Edad del Cobre en el Suroestedista de haber desaparecido por completo. Al me-

nos dos de las escasas dataciones radiocarbónicasdisponibles para el registro funerario del II milenioen el Suroeste corresponden a cámaras megalíticas(Anta dos Tassos y Anta das Castellanas). Por otraparte, los enterramientos colectivos y de morfolo-gía megalítica de El Carnerín o Guadajira no hansido fechados por dataciones absolutas, pero sonclaramente coetáneos de los enterramientos indivi-duales en cista de la Edad del Bronce. Algunos delos conceptos escatológicos utilizados por los cons-tructores de estas tumbas sugieren la pervivencia delas raíces ideológicas comunalistas presentes en elmegalitismo. Los enterramientos de Guadajira pa-recen representar un patrón funerario de transiciónentre la jerarquización comunalista propia de losconstructores de megalitos y la jerarquización másindividualista reflejada en las necrópolis de cistas.

Esta pauta es evidentemente la que de forma másdirecta demuestra la permanencia de rasgos funda-mentales de la ideología funeraria del megalitismoentre las sociedades de la Edad del Bronce ¿Hastaqué punto se mantiene en el Suroeste la construc-ción de cámaras funerarias colectivas de caráctermegalítico durante el II milenio? ¿Se trata de unfenómeno esporádico y marginal, o por el contra-rio constituye una norma cultural bastante extendi-da, como ocurre entre otras comunidades de las

Tab. 4. Pautas de permanencia del megalitismo en el II y I milenios a.n.e. en el Suroeste.

PautaEdad del BronceAntiguo-Medio

Edad del BronceReciente-FInal Edad del Hierro

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regiones atlánticas europeas? Por el momento, lasevidencias discutidas en este trabajo no son conclu-yentes, por lo que probablemente la actitud másrigurosa es suspender la respuesta a esas preguntas,manteniendo no obstante una actitud abierta al res-pecto. Ciertamente, la idea que se va abriendo pasoen los últimos años es que la aparición de los ente-rramientos individuales hacia comienzos del IImilenio en el occidente peninsular no supone elabrupto final de la construcción de megalitos (Bue-no Ramírez 1994: 75; 2000: 65 y 74).

b) Reproducción/evocación de la arquitecturamegalítica en contenedores individuales. Una se-

gunda vía, más sutil, por la que los conceptos fune-rarios del megalitismo parecen expresar su perma-nencia entre las comunidades de la Edad del Broncees el mantenimiento o emulación de la tradiciónarquitectónica en contenedores de carácter indivi-dual. Esta pauta se manifiesta en necrópolis de en-terramientos individuales en cista como La Travie-sa, El Castañuelo o El Becerrero, donde al menosuno de los contenedores presenta una morfología yuna técnica constructiva que lo aproxima a la no-ción de “galería dolménica”, aunque tan solo hayahabido un individuo enterrado en su interior. Enmenor medida, otras necrópolis de la primera par-te de la Edad del Bronce del Suroeste, como porejemplo Atalaia, Provença o Alfarrobeira, evocanen su diseño (cistas rodeadas de anillos de piedra ycubiertas por un túmulo) la forma de los viejosmonumentos megalíticos. El hecho de que en estasnecrópolis los grupos de cistas se agrupen física-mente mediante anillos de piedra tangentes, for-mando un sistema en panal, sugiere fuertemente lapermanencia de los lazos y vínculos clánicos comoelemento de cohesión de la comunidad y marco dela organización social.

La pauta b) no comporta una vinculación genea-lógica directa, pero parece sugerir que el poder delos líderes de las comunidades de La Traviesa, ElCastañuelo o El Becerrero se expresa en una mate-rialidad conceptualmente vinculada a un Pasadodonde las cámaras megalíticas eran resultado de unesfuerzo comunal y eran utilizadas como enterra-miento colectivo donde las distintas unidades pa-rentales (o, por extensión, todo el tejido social) sefundían a menudo en un todo indistinguible. Y nodebemos olvidar que los tres enterramientos citadosse ubican dentro de la franja de máxima jerarquiza-ción que muestra el registro funerario del II mile-nio en el Suroeste de España. Ello supone un fuer-te contraste con lo que acontece en la formaciónsocial argárica, donde la ideología funeraria expe-rimenta fuertes transformaciones en la Edad delBronce (extensión de los enterramientos bajo vi-viendas, acumulación de objetos de prestigio me-tálicos por parte de individuos concretos, menorfrecuencia de re-utilización de monumentos mega-líticos) y apoya la tesis de que, en el Suroeste, latransición a la Edad del Bronce supone una consi-derable disgregación del sistema comunalista deorganización social de la Edad del Cobre, pero nouna transición a la estratificación social (GarcíaSanjuán 1999: 266-271).

c) Uso funerario de espacios exteriores. En otras

Fig. 8. Inhumación colectiva “megalítica” de la Edad delBronce de El Carnerín (Alcalá del Valle, Cádiz). SegúnMartínez Rodríguezy Pereda Acién 1991: 67.

rag
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ocasiones, las comunidades de la Edad del Bronceutilizaron el espacio exterior de viejos monumen-tos megalíticos (túmulos y atrios), que podían yaencontrarse sellados, colmatados o inaccesibles porla falta de mantenimiento (o por su clausura inten-cional), para realizar inhumaciones. En la provin-cia de Sevilla, los tholoi de Las Canteras, la Cuevadel Vaquero y La Pastora muestran evidencias dere-utilización exterior durante los primeros siglosde la Edad del Bronce, aunque con significativosmatices diferenciadores: mientras en los dos prime-ros se practican inhumaciones sobre el túmulo, enLa Pastora tan solo se deposita una ofrenda votiva.En realidad, el sentido de esta utilización del espa-cio exterior de La Pastora parece coincidir con el dela cámara megalítica en sí, la cual, más que (o ade-más de como) un mausoleo (digamos depósito decadáveres u osario), pudo haber funcionado comoun templo.

d) Uso funerario de espacios interiores. En otroscasos, los enterramientos se realizan en el propiointerior de las cámaras megalíticas, como ocurre enBola da Cera, Texugo, Colada de Monte Nuevo,Vale de Rodrigo o Los Cabezuelos. En algunos delos ejemplos conocidos ello supone forzar el accesoa cámaras que se encuentran selladas o colmatadas,pero no puede descartarse que en otros casos losviejos monumentos megalíticos hayan sido objetode un mantenimiento que permita utilizar sus acce-sos y entradas.

Las pautas c) y d) sugieren con claridad la con-ciencia y memoria que las comunidades de la Edaddel Bronce tienen con respecto al significado de losviejos monumentos megalíticos. Junto con la exten-sión del ritual individual de enterramiento, un factorclaro de diferenciación funeraria con respecto a lasantiguas sociedades constructoras de megalitos,muchas comunidades mantienen una fuerte afini-dad genealógica e identitaria con sus antepasados,buscando deliberadamente enterrar a sus difuntosencima o dentro de unas ancestrales cámaras me-galíticas cuya existencia no se ha, ni mucho menos,olvidado. Tanto en Las Canteras como en Cueva delVaquero se da una utilización del espacio exterior(principalmente tumular) del monumento megalí-tico una vez que éste parece haber quedado aban-donado y/o colmatado (quizás es inaccesible), peroen otros casos, como Bola da Cera, los enterramien-tos son practicados en el interior de las cámarasmegalíticas, incluso si ello supone forzar una par-te de su arquitectura. Es probable que numerososcasos de re-utilización del interior de los megalitos

que no supusieron un destrozo en su arquitecturahayan pasado desapercibidos a sus excavadores.

Estos casos de re-utilización pueden representaruna voluntad explícita de vinculación genealógicacon el Pasado: quizás determinados grupos o indi-viduos de la Edad del Bronce se consideran vincu-lados por consanguinidad con los linajes o clanesespecíficos supuesta o realmente enterrados endeterminadas cámaras megalíticas. La articula-ción espacial de numerosas necrópolis sugiere laimportancia que el marco clánico o parental sigueteniendo en la ideología funeraria de algunas comu-nidades de la Edad del Bronce. Una explicación al-ternativa sería que determinados grupos o indivi-duos de la Edad del Bronce buscan vincularse acámaras funerarias antiguas para incrementar suprestigio y poder. En este sentido, sin embargo, hayque señalar que casi ninguno de los enterramientosde las fases iniciales de la Edad del Bronce que seadosan o introducen en viejos monumentos mega-líticos contiene ajuares de prestigio. La inhumacióndel “guerrero” de la Tumba A de Los Cabezueloses la única que, por la asociación de artefactos deprestigio que presenta, se podría insertar en la franjade estatus social elevado de la Edad del Bronce enel Suroeste (García Sanjuán 1999: 214-220). Lasinhumaciones “secundarias” en las cámaras mega-líticas de Las Canteras, Cueva del Vaquero o Bolada Cera carecen de ajuares de prestigio significati-vos. Esta constatación sugiere que entre las socie-dades de comienzos del II milenio ANE la invoca-ción ideológica al Pasado pudo hacerse comomecanismo de re-afirmación y legitimación genea-lógica más que con el fin de reforzar una posiciónsocial personal de liderazgo u ostentación de poder(fin con el que indiscutiblemente el Pasado ha sidoinstrumentalizado con gran frecuencia).

e) Uso votivo de espacios exteriores. Una quintapauta identificada es la deposición de ofrendas enel exterior de las cámaras funerarias megalíticas. Eneste caso, el único ejemplo claro parece ser el deldepósito de puntas de jabalina hallado en el grantúmulo de La Pastora. Aunque las circunstanciasde este hallazgo distan de ser claras, no pareceque dichos objetos se asociaran a un enterramien-to, por lo que podrían ser interpretados como undepósito votivo. La falta de atención que muchasexcavaciones antiguas de monumentos megalíticosprestaron a las estructuras tumulares ha podidosuponer que otros casos semejantes hayan pasadodesapercibidos.

f) Uso votivo de espacios interiores. No se cono-

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ce ningún caso inequívoco, aunque Colada deMonte Nuevo y Vale de Rodrigo podría represen-tar esta pauta de re-utilización

En conjunto, la permanencia del megalitismo enla ideología de las sociedades las fases iniciales dela Edad del Bronce del Suroeste debe ser valoradadentro de un proceso general de evolución de lossistemas de reproducción ideológica que compor-ta tanto continuidades como cambios. Entre lascontinuidades destacan la utilización de cuevasnaturales como lugares de enterramiento y culto, osutiles formas de pervivencia de la ideología fune-raria comunalista (en las necrópolis en panal, encistas que a veces evocan la morfología de la gran-des cámaras megalíticas y es posible que en algu-nos monumentos megalíticos construidos ex novo),así como la deliberada voluntad de dar continuidadal uso de los monumentos del Pasado. Entre lastransformaciones o rupturas, quizás las más eviden-tes sean la des-monumentalización generalizada delos espacios funerarios (ahora mucho menos visi-bles), la individualización de la persona en la muer-te, la creciente asociación del liderazgo social a lasarmas y ornamentos personales metálicos (ajuaresde guerrero) y la abrupta desaparición de las repre-sentaciones sagradas de bulto redondo (ídolos).

3.b. Vientos de cambio: el megalitismo en lasfases finales de la Edad del Bronce

La identificación de las pautas a través de lascuales los monumentos megalíticos son asimiladosculturalmente durante la Edad del Bronce Recien-te y Final resulta ser un problema más complejo. Eneste caso, la contrastación de las pautas de vincu-lación a la materialidad del “pasado megalítico”que se han citado anteriormente resulta de la si-guiente forma:

a) Contenedores funerarios megalíticos y colec-tivos. El único caso “candidato” de monumentomegalítico construido ex novo en el Bronce Recien-te-Final es el de Roça do Casal do Meio, pero noexisten datos empíricos firmes para establecer lafecha de su construcción. La necrópolis de Lomadel Puerco supone el único caso confirmado deenterramientos colectivo en línea con la prácticapropia de las sociedades del Neolítico y la Edad delCobre. La escasez y pobreza de los ajuares de estanecrópolis subraya la pauta de indiferenciaciónentre individuos que siguió esta comunidad en supráctica funeraria. En este caso la arquitectura de

los enterramientos no es tanto evocadora del mega-litismo como de los enterramientos en cueva arti-ficial del III milenio ANE.

b) Reproducción/evocación de la arquitecturamegalítica en contenedores individuales. El únicocaso candidato a representar esta pauta en el BronceFinal es Roça do Casal do Meio, pero, como se dis-cutió anteriormente no es posible descartar que setrate de una pauta d).

No se conocen casos de que ilustren las pautasc) y e), de uso votivo o funerario del exterior deantiguos monumentos megalíticos. En cambio,Nora Velha (y quizás Roça do Casal do Meio) re-presentaría un ejemplo de pauta d), es decir, re-uti-lización funeraria del interior de un megalito. Final-mente, tampoco se ha documentado ningún casoinequívoco de uso votivo de espacios interiores(pauta f).

Por tanto, en el conjunto del Suroeste, NoraVelha y Roça do Casal do Meio representan losúnicos casos hasta ahora constatados (o probables)de un uso continuado de monumentos megalíticosdurante la fase final de la Edad del Bronce. La fre-cuencia de re-utilizaciones parece disminuir conrespecto al Bronce Antiguo-Medio. Ahora bien¿supone ello una progresiva pérdida de vigencia dela ideología asociada al megalitismo en la memo-ria colectiva de las poblaciones locales? ¿Una des-vinculación genealógica del pasado megalítico?Ciertamente podría darse este caso. En general esdifícil definir las pautas de comportamiento fune-rario de estas poblaciones durante los últimos siglosdel II milenio y los primeros del I milenio (BelénDeamos et al. 1991), pero ello no quiere decir queno existan trazas materiales de las mismas. Losenterramientos semi-colectivos en covacha o fosade Loma del Puerco son un ejemplo. Otro ejemploes la probable continuidad de la práctica de enterra-mientos en cista. En el Sur de Portugal una ampliaserie de necrópolis de cistas (en su mayoria, ciertoes, pobremente documentadas) han venido siendoatribuidas al Bronce Reciente-Final; tal es el casode Santa Vitoria, Odivelas, Medarra y otras de lascompiladas por Schubart a principios de los 1970(Schubart 1975), así como Pessegueiro (Tavares ySoares 1979; 1981) Quiteira (Tavares y Soares1981) o Ervidel (Arnaud 1992). Por otra parte, al-gunos enterramientos concretos de necrópolis ge-néricamente adscritas al periodo anterior comoAtalaia (Schubart 1975) o Provença (Farinha et al.1974a; 1974b; Tavares y Soares 1981) han sidoconsiderados tardíos. La evidencia más sustancial

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a este respecto procede precisamente de Atalaia,donde una fecha de radiocarbono del enterramiento7 del grupo IV dio un resultado de 990-850 ANE(1σ) (Schubart 1975: 170).

El registro funerario de las poblaciones delBronce Reciente y Final en el Suroeste ibérico escomplejo y multiforme. Posiblemente hubo un usoextendido de pautas funerarias que no dejan trazasmateriales evidentes, lo cual exige contemplar laposibilidad de que también algunas re-utilizacio-nes de dólmenes habidas en este periodo sean másdifíciles de registrar arqueográficamente. A esterespecto, hay que tener en cuenta que a este pro-blema se le ha prestado por lo general poca aten-ción. La reciente revisión de excavaciones anti-guas del Sureste peninsular (Lorrio Alvarado yMontero Ruiz 2004) enfatiza el alcance de la re-utilización de megalitos a finales del II milenio ycomienzos del I milenio. Si la atribución de ente-rramientos en cista al Bronce Final se confirmaalgún día mediante dataciones radiocarbónicas,entonces probablemente se identificarán casos enlos que la morfología y la arquitectura de los con-tenedores evoca el pasado megalítico, al igual queocurre en las necrópolis de cistas del Bronce An-tiguo-Reciente.

Por otra parte, ni la construcción ex novo de con-tenedores funerarios colectivos ni la deposición deofrendas y muertos en espacios exteriores o interio-res de viejos megalitos constituyen las únicas víasen que la dimensión de permanencia de los monu-mentos megalíticos pudo haberse expresado a lolargo de la Edad del Bronce. Algunas de estas expre-siones pueden ser menos tangibles arqueológica-mente, como por ejemplo la relación topográfica ola visibilidad. Se ha propuesto que un factor deter-minante en la ubicación de los monumentos mega-líticos del Neolítico y la Edad del Bronce en Wes-sex (Reino Unido) pudo ser la posibilidad decontemplar o dominar visualmente otros monumen-tos pre-existentes (construidos por las generacionesprecedentes), ya que ello habría añadido un valor deautoridad y legitimación al nuevo monumento(Wheatley 1996: 92). Por otra parte, en una inves-tigación del paisaje visual en un conjunto de túmu-los de la Edad del Bronce del Sur de Suecia se haobservado que, debido a episodios de re-utilizacióny utilización continuada a lo largo de periodos dila-tados, la altura y porte de los monumentos pudocambiar con el tiempo, efectuándose recrecimien-tos y restauraciones que pudieron añadirles monu-mentalidad y altura (Lageras 2002: 182), una prác-

tica sobre la que apenas disponemos de informaciónpara el Sur de la Península Ibérica.

3.c. Ecos del Pasado: el megalitismo en laEdad del Hierro

Con respecto a lo señalado en la sección prece-dente, las pautas de uso de los espacios funerariosmegalíticos en Edad del Hierro ofrecen interesan-tes matices. Ello se comprueba en la distribuciónrelativa de los casos documentados en las seis pau-tas de permanencia del megalitismo.

a) Contenedores funerarios megalíticos y colec-tivos construidos ex novo. La primera de las pautasno cuenta con ningún caso documentado.

b) Reproducción/evocación de la arquitecturamegalítica en contenedores individuales. En gene-ral, la influencia de la arquitectura y de los concep-tos escatológicos propios del megalitismo es duran-te el I milenio más tenue que durante el II milenioa.n.e. La morfología, la arquitectura y los ritualespracticados en las necrópolis de la Edad del Hierroen el Suroeste muestran con frecuencia una serie deelementos que son extraños a la tradición funerariamegalítica, tales como las cremaciones completas(aunque en los últimos años ha ido quedando clarala importancia de las cremaciones parciales en laescatología de las sociedades del IV y III milenios),la utilización de urnas para depositarlas, etc. Otrosaspectos, sin embargo, sí parecen apuntar a la vigen-cia y permanencia de conceptos fijados en la ideo-logía funeraria tradicional. Un ejemplo interesantees la similitud conceptual y formal de las necrópo-lis “en panal” de la Edad del Hierro del Sur de Por-tugal, como por ejemplo Fonte Santa, Nora Velhao Chada (Ourique, Alentejo) con respecto a sus pre-decesoras del II milenio como Atalaia, Provença(Ourique) o Alfarrobeira (Silves) (Jiménez Ávila2003). En este caso, manifestando la dualidad cá-mara (oculto) vs. túmulo/estructura tumular (visi-ble), las construcciones funerarias del I milenioevocan y perpetúan una ideología de la muerte conprecedentes en la Edad del Bronce y raíces aún másarcaicas dentro del megalitismo, algo que ya se havenido constatando desde hace tiempo en otras re-giones peninsulares (Rovira i Port y Cura i Morera1989: 155-156).

Pero es quizás Monte da Tera la necrópolis de laEdad del Hierro que expresa una más fuerte volun-tad de re-interpretación del Pasado: mediante la re-utilización de unos menhires (posiblemente parte

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de un viejo recinto ceremonial neolítico), esta co-munidad manifiesta una deliberada opción a favorde la integración en el Presente de los vestigiosmateriales de la sacralidad del Pasado. En conso-nancia con los múltiples casos documentados portoda Europa occidental de re-utilización de viejosmenhires y estelas en cámaras funerarias y espaciosceremoniales, la elección hecha por los constructo-res de Monte da Tera sugiere que los mecanismosde reproducción ideológica presentes en estas co-munidades parte de un firme anclaje en su Pasado,incluso en el más remoto.

c) Uso funerario de espacios exteriores. Las cre-maciones identificadas en Palacio III, Nora Velhay Monte da Tera, así como la sepultura tartésica coninhumaciones hallada en Valencina de la Concep-ción constituyen casos inequívocos de una delibe-rada utilización del espacio exterior de viejos mo-

numentos megalíticos durante la I Edad del Hierro.Similar es el caso de la re-utilización de la zonaexterior de la Cueva Antoniana para emplazamien-to de una urna funeraria ibérica. En ellos se mani-fiesta una fuerte voluntad de vinculación y asocia-ción del Presente al Pasado, de una asimilación delos vestigios materiales del Pasado en la prácticafuneraria. Y sin embargo, los casos de pauta d), esdecir, uso funerario de espacios interiores, son casiinexistentes, con la sola excepción del inédito dol-men de Los Castillones en Cádiz.

Mientras que en la Edad del Bronce se constatanmás casos de re-utilización funeraria del interiorque del exterior de las viejas cámaras funerariasmegalíticas, en la Edad del Hierro el uso directo desu interior parece ser menos claro. En la Edad delHierro se dan casos de continuidad en el uso denecrópolis megalíticas, pero mediante la construc-

Fig. 9. Encanchado y fosa de cremación en el túmulo del Dolmen de Palacio III (Almadén de la Plata, Sevilla). Según Gar-cía Sanjuán 2005.

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ción de contenedores funerarios nuevos que sonparte de prácticas escatológicas y rituales esencial-mente diferenciadas. Estas nuevas cámaras funera-rias pueden a veces (pero no necesariamente) ase-mejarse bastante en su concepción y su morfologíaa los viejos monumentos prehistóricos. Es posibleque las comunidades protohistóricas fueran menosproclives a depositar a sus muertos en el interior delas ya centenarias cámaras megalíticas que sus an-tecesoras de la Edad del Bronce. Las razones deesto podrían ser varias. Quizás a la altura del I mi-lenio la mayoría de los viejos monumentos mega-líticos se encontraban ya demasiado arruinados y enmalas condiciones como para seguir siendo utiliza-dos y ello obligaba a la construcción de nuevosmausoleos para los muertos. Alternativamente,quizás las comunidades del I milenio no se siententan afines ideológicamente a sus viejos predeceso-res megalíticos como había sido el caso de las po-blaciones del II milenio. Es posible que durante laEdad del Hierro, dada la creciente distancia tempo-ral y generacional, las comunidades protohistóricassintiesen una afinidad más vagamente cultural queestrictamente genealógica con respecto a sus ante-pasados constructores de megalitos.

La utilización continuada de antiguas necrópo-lis megalíticas, resultante en muchos casos de lacontinuidad en la ocupación de asentamientos muyantiguos, expresa la existencia de una conciencia depertenencia y arraigo al mismo territorio, y de unaproximidad cultural, ideológica y religiosa conrespecto a los ocupantes de la tierra en el Pasado,aunque no tanto de una vinculación genealógica oparental. El Dolmen de Palacio III ilustra perfecta-mente este fenómeno, añadiendo además un posi-ble elemento étnico a la ecuación. Al elegir comolugar de reposo final de sus propios muertos el lu-gar donde sus antepasados habían erigido una grancámara sepulcral cientos de años antes, las comu-nidades que habitaban la Dehesa de Palacio a co-mienzos del I milenio a.n.e. realizan un acto simbó-lico de apropiación del Pasado que reafirma lapresencia propia en el territorio, definiendo unavocación identitaria que se arraiga deliberadamenteen la tradición. Ello tiene especial relevancia en unmomento en el que comienza a definirse en el Surde la Península Ibérica una presencia colonial feni-cia que parece producir como resultado una impor-tante aculturación de una parte de las poblacioneslocales (una aculturación cuya expresión materialen forma de estilos artísticos y artesanales da lugaral concepto de orientalización). Una de las cuestio-

Fig. 10. Urna de cremación pre-romana en la Cueva Anto-niana (Gilena, Sevilla). Según Escacena Carrasco y BelénDeamos 1994: 245.

nes más debatidas en la literatura arqueológica aeste respecto ha sido el grado en el que las pobla-ciones locales (indígenas) asumen o asimilan de-terminadas pautas culturales orientales. Parte delanálisis de este problema se ha enfocado hacia elregistro funerario como conjunto de indicadoresempíricos expresivo de los sistemas de creenciasvigentes entre las poblaciones protohistóricas delSur de la Península Ibérica. Las conocidas necró-polis orientalizantes (La Joya, Cruz del Negro, LasCumbres, Setefilla, etc.) ofrecen múltiples indiciosde unas concepciones escatológicas inspiradas entradiciones culturales del Mediterráneo oriental(presencia y tratamiento de las cremaciones, factu-ra, morfología y estilo de los objetos de prestigio,iconografía, etc.). Por el contrario, la cremación dePalacio III parece representar una concepción fu-neraria y simbólica netamente local: por un lado ca-rece de cualquier artefacto formalmente orientali-zante, por otro es emplazada en un recinto sagradocon cientos de años de antigüedad. La cremación

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de Palacio III plantea a este respecto algunos temasde discusión y reflexión bastante relevantes ¿Exis-tieron fenómenos de resistencia y autoafirmaciónculturales por parte de las poblaciones locales fren-te a la creciente influencia de unas colonias extran-jeras que en poco tiempo prosperan económica ysocialmente, desafiando formas de vida y creenciasprofundamente arraigadas en la memoria colecti-va? De ser así ¿Cómo se expresaban materialmentetales fenómenos de resistencia? ¿Se expresaban enla ideología funeraria y, si así fuera, sería posibleidentificarlos? Posiblemente una investigación másen profundidad de las pautas de reutilización delugares ceremoniales y funerarios prehistóricos du-rante la primera parte del I milenio ANE pueda con-tribuir a la construcción de interpretaciones plausi-bles de este problema.

AGRADECIMIENTOS

Debo agradecer a Víctor Hurtado Pérez, Primi-tiva Bueno Ramírez, María Belén Deamos y ElíasLópez-Romero González de la Aleja, los valiososcomentarios, referencias y opiniones que me hanaportado en la elaboración y redacción de este tra-bajo.

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