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1 Las Mujeres de Rosas, representaciones literarias y modelos iconográficos. Leonardi Rosana Roussos Dafne Instituto de la Espacialidad Humana Facultad de Diseño, Arquitectura y Urbanismo Universidad de Buenos Aires Eje 4. Mesa 6 Representaciones de género(s) en discursos sociales y estéticos Palabras clave: Rosas, mujeres, iconografía. Los modelos iconográficos: Encarnación Ezcurra: El período abordado se caracteriza por la profusión de retratos e imágenes del Restaurador de las Leyes, Don Juan Manuel de Rosas. En distintas superficies encontramos su efigie: lozas, sedas y demás elementos de decoración. Pero también en la indumentaria femenina

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Las Mujeres de Rosas, representaciones literarias y modelos iconográficos.

Leonardi Rosana

Roussos Dafne

Instituto de la Espacialidad Humana

Facultad de Diseño, Arquitectura y Urbanismo

Universidad de Buenos Aires

Eje 4. Mesa 6 Representaciones de género(s) en discursos sociales y estéticos

Palabras clave: Rosas, mujeres, iconografía.

Los modelos iconográficos:

Encarnación Ezcurra:

El período abordado se caracteriza por la profusión de retratos e imágenes del Restaurador

de las Leyes, Don Juan Manuel de Rosas. En distintas superficies encontramos su efigie:

lozas, sedas y demás elementos de decoración. Pero también en la indumentaria femenina

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la imagen de Juan Manuel emerge en guantes, peinetones, abanicos y demás abalorios. Se

trata de una época rica en representaciones simbólicas que abarcan el conjunto de la vida

cotidiana.

Dentro de este esquema analizaremos la iconografía de la mujer del Restaurador: Doña

Encarnación Ezcurra.

Si observamos la miniatura pintada por los primeros pintores locales, Fernando García del

Molino y Carlos Morel, entre 1835 y 1836 encontramos un retrato de perfil cercano a los

modelos neoclásicos de finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Imitando a la

medallística romana emerge el rostro de Encarnación con una serie de atributos que

quedarán fijados en la iconografía posterior.

Advertimos en su vestuario las mangas pernil propias de la moda romántica pero su busto

está tapado por una mantilla que recuerda a las majas españolas. Por otra parte, es

significativo el peinado que recuerda también la tradición hispánica. Destaca en este

conjunto el peinetón filigranado acorde con la moda de la época. Y coronando la imagen, el

moño de cinta roja que caracterizaba a la adhesión partidaria desde bien temprano en la

década del 30. El vestido del cual sólo advertimos las mangas también está tonalizado hacia

el rojo.

El retrato así presentado adquiere una dimensión hierática, suspende el tiempo para

convertirse en imagen definitiva de una heroína de acero, capaz de sostener la política del

segundo mandato de su marido. No se trata de una dulce damisela, sino de una mujer que

adquiere dotes inusuales para la época. No hay dramatismo en la composición ni

exaltación, sólo en la mirada los autores se permiten cierta dulcificación de gestos.

Encarnación Ezcurra. Óleo de García del Molino y Carlos Morel. 1835-1836. Colección privada.

Este retrato se convierte en un verdadero ícono que recorre todo el período del segundo

gobierno de Rosas. Las referencias visuales de Encarnación posteriores a 1836 asumen en

todos los casos hallados hasta el momento casi la misma resolución formal (Leonardi,

2012).

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La impronta del lenguaje pictórico neoclásico se asocia a lo heroico, consistente y fuerte.

Por tanto, el partido que toman los autores para la elaboración del mismo obedece a una

razón fuertemente política y por supuesto estética. El despojo neoclásico y los elementos

propios de la tradición hispánica se contraponen desde lo simbólico con la idea cosmopolita

que asumen los unitarios en sus prácticas estéticas. Para reforzar el mensaje y acudiendo

una vez más al estilo medallístico, Encarnación está rodeada por una inscripción que con el

correr del tiempo se vuelve una especie de fórmula lexical corriente: “Vivan los federales*

Federación o muerte* Mueran los Unitarios”.

La miniatura entonces no muestra, en sentido simbólico, una mujer, no se trata tampoco de

una primera dama sino de una igual que en su calidad excepcional de heroína

inquebrantable sostiene el campo político de la fuerza gobernante. La pervivencia de esta

fórmula iconográfica se extiende más allá de la vida de la propia Encarnación. En sus

funerales (1838) para la realización de las tarjetas de invitación al velorio y sepelio se

recurre al mismo esquema icónico de medallón utilizado por García del Molino y Morel.

Invitación al funeral de Encarnación Ezcurra. (1838) Colección privada.

Luego de la muerte de Encarnación se siguen multiplicando los retratos en tanto “heroína

de la federación”, el mensaje político sigue su curso retórico en torno a esta imagen

emblemática, como lo muestra la miniatura sobre marfil, atribuida a García del Molino y

datada c. 1839. En este caso la leyenda califica a Encarnación como: Ardiente Federal,

Patriota, Independiente y Libre. De esta forma la heroína no sólo cultivó la causa federal

sino que lo hizo en forma independiente y libre como todo patriota. En medio de los

embates políticos de la oposición unitaria la batalla también se da a través de las imágenes.

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Miniatura sobre marfil con retrato de Encarnación Ezcurra. Atribuida a F. García del Molino c. 1839 Museo

Histórico Nacional

Las iconografía de las otras mujeres del entorno rosista

Dentro del círculo íntimo del gobernador Rosas se destaca su hija Manuela, quien luego de

la muerte de su madre en 1838 pasa a ocupar a menudo las funciones protocolares propias

de las primeras damas.

A diferencia de la madre, el imaginario en torno a Manuela reúne tanto a opositores como a

los rosistas de pura cepa. La joven es vista como una mujer frágil a menudo sometida a la

tiranía del padre. Si bien su retrato no es reproducido con la profusión de los de sus padres;

el famoso óleo pintado en 1851 por Prilidiano Pueyrredón constituyó una verdadera

cuestión de Estado. Tres comisionados debatieron sobre el color de la vestimenta, la postura

y el aspecto general que la pintura debía guardar.

Este gran cuadro de aparato debía presentar a Manuela de acuerdo al imaginario popular

como la intercesora entre el pueblo y el Restaurador. El color del vestido por supuesto

debía ser rojo federal aunque el pintor opinara sobre la dificultad de balancear ópticamente

el cuadro con dicho color. La joven debía estar parada para trasmitir dignidad pero su rostro

debía mostrar bondad. La escena elegida es el momento en que Manuela recibe una carta

presumimos con algún pedido para elevar a su padre.

Ya no se trata de la heroína de acero que arma políticamente el poder de don Juan Manuel,

se trata de una frágil mediadora que suaviza la férrea política del gobernador.

Prilidiano Pueyrredón. Manuela Rosas, 1851. Museo Nacional de Belllas Artes.

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Si bien este retrato de aparato lo podemos tomar como la obra cumbre en torno de la

imagen de Manuela, la iconografía anterior a él nos muestra también este costado benévolo

e idealizado de la joven. A modo de ejemplo, podemos citar la ilustración de un cancionero

federal que la tiene de protagonista. Manuelita, como la solía llamar su padre, se encuentra

en un interior, presuponemos íntimo por la cofia que adorna su cabeza; está recostada casi

plegada sobre sí misma envuelta en un chal mirando con rostro soñador al espectador. No

muy distinta es la imagen que nos reporta el daguerrotipo anónimo de 1844.

Cancionero ilustrado por Fernando García del Molino, 1845. Daguerrotipo anónimo c. 1844.

Complejo Museográfico Enrique Udaondo.

Dentro de estas consideraciones podríamos tomar también una miniatura de García del

Molino dónde vemos a una joven recortada sobre un fondo neutro y cubierta su cabeza con

una mantilla. La estereotipia de este retrato lo acerca a los ideales de adustez que este

mismo artista utilizó para representar a Encarnación Ezcurra. No se trata una vez más de

una heroína pero sí de una mujer piadosa que cubre su cabeza con una mantilla.

Observemos también el retrato al óleo de la misma muchacha, el interior que se describe

como fondo es muy similar al utilizado en el óleo de María Josefa Ezcurra descripto más

abajo. El rojo también envuelve la figura. Ahora bien la problemática en torno a estas obras

es la atribución ya que en el Museo Histórico Nacional están catalogadas con el nombre de

Agustina Rozas y no con el de Manuela atribución sugerida por los investigadores Patricio

López Mendez y Gustavo Tudisco. Es decir, tanto la miniatura como el retrato al óleo basan

su mensaje en la idea de recato, austeridad y bondad.

.

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García del Molino. Miniatura.¿Agustina Rosas?,1843 García del Molino. Oleo. ¿Agustina Rosas de Mansilla?, Museo Histórico Nacional.

Otras dos mujeres también serán notorias en el entorno del gobernador; por un lado, su

hermana menor, Agustina Rosas de Mansilla, y por el otro, su cuñada, María Josefa

Ezcurra. A María Josefa se la sindica (dentro de la historiografía liberal) como la encargada

de sostener una trama de espionaje que se alimentaba de los chismes de los criados de las

familias de la elite porteña. Ahora bien, en el único retrato que se conserva la vemos en un

interior sutilmente tapizado de rojo, sentada en un amplio sillón “colorado”, vestida de

negro, propio de la moda de la década del 40; con una mantilla sobre los hombros , el moño

federal sobre su cuello, caravanas en las orejas y un abanico en sus manos.

El tono general de la composición es austero, el gesto de la representada también lo es. El

partido que toma el pintor García del Molino es el de generar una imagen adusta, sin exceso

ni complicidades con el espectador. Si bien no se trata de fabricar un ícono heroico como es

el caso excepcional de Encarnación, la actitud contenida del personaje remite a la idea de

voluntad férrea sostenida como virtud en el entorno rosista.

Maria Josefa Ezcurra pintada por García del Molino C. 1840-1845

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Por otro lado, en los distintos retratos de Agustina Rosas de Mansilla se repite la idea de

candidez y bondad como en el caso de Manuela Rosas. Agustina era la hermana menor del

gobernador y estaba casada con el General Lucio Mansilla, verdadero brazo armado de

Rosas. En momentos de tensión política con los miembros de la elite unitaria Don Juan

Manuel le encargó a su hermana tareas varias, como por ejemplo, la dirección de la

Sociedad de Beneficencia en 1845. Si bien Agustina no poseía ambiciones de poder,

acataba los designios de su hermano. Un rápido paneo sobre los retratos conservados nos

permiten conocer su imagen cambiante a lo largo de 15 años. Pellegrini y un retratista

anónimo nos muestran las distintas épocas de la dama.

En cada uno de los retratos Agustina posa con la ropa “a la moda” del momento, ambas

obras están situadas en un interior, lugar asignado a las mujeres porteñas de la elite. En el

trabajo de Pellegrini se exhibe su juventud y la pose que adopta es un tanto informal, tal vez

como para marcar la corta edad de la retratada. Por último al igual que con Manuelita el

retratista anónimo nos devuelve una Agustina vestida de rojo y siempre ataviada de acuerdo

a los cánones de la moda imperante hacia 1850. Se trata de una señora en un ámbito austero

y teñido de rojo como imponía su pertenencia política.

Carlos Pellegrini. Agustina Rosas de Mansilla con su hijo Lucio. 1835. Museo Histórico Nacional.

Anónimo. Agustina Rosas de Mansilla. C. 1850-52.Complejo Museográfico Enrique Udaondo

José Mármol y la novela Amalia:

Breve reseña sobre José Mármol (1817-1871):

José Mármol nació en Buenos Aires en Diciembre de 1817, estudió derecho en la joven

UBA aunque nunca terminó sus estudios. Tanto la coyuntura política como sus propias

inquietudes lo llevaron desde temprano hacia el periodismo y la literatura.

Como buena parte de los jóvenes de su generación la relación política conflictiva con el

gobernador Juan Manuel de Rosas le valió hacia 1839 unos días de arresto, situación que lo

impulsa a emigrar a Montevideo en 1840.

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Desde esta ciudad editó tres periódicos oponiéndose a la política del gobernador de Buenos

Aires, por tanto allí formó parte del grupo de los emigrados argentinos que sostuvieron

hasta 1852 acciones diversas en contra del gobierno de Rosas.

Buena parte de su primera acción periodística y literaria se realizó en Montevideo. De

hecho la novela que nos ocupa comenzó a publicarse a modo de folletines en 1844 y recién

en 1851 se publica en forma completa.

Dentro de la historia de la literatura en el Río de la Plata, Mármol formó parte de los

jóvenes seducidos por el romanticismo. Sus influencias literarias van desde Lord Byron y

Chateaubriand hasta Espronceda y Zorrilla.

De regreso a Buenos Aires en 1852 ocupó diversos cargos públicos: fue senador y diputado

por la provincia de Buenos Aires y también ministro plenipotenciario en Brasil. A partir de

1868 fue director de la Biblioteca Nacional hasta su muerte en 1871.

La novela Amalia:

Como dijimos más arriba Amalia comenzó a publicarse, de acuerdo a las costumbres del

siglo XIX, a modo de entregas o folletines, pero recién en 1851 Mármol logra concluirla y

publicarla en forma casi íntegra ya que el final que ha llegado hasta nosotros es de 1855.

El espacio y el tiempo en el cual se narra el conflicto es la Buenos Aires de 1840, año de la

partida al exilio del autor. La novela está dividida en cinco partes; al interior de ellas

encontramos entre doce y diecinueve capítulos. Estos son cortos y plantean situaciones a

través de la acción de personajes puntuales. Si bien la mención del gobernador Don Juan

Manuel de Rosas es permanente a lo largo de la novela su aparición como personaje es

muy breve.

Amalia, Eduardo, Daniel y Florencia personajes de la ficción se mueven y contraponen a

los personajes reales de la época. Este movimiento permite la elaboración de ideales en

cabeza de estos personajes no reales. Por tanto los procedimientos literarios que

encontramos a lo largo de toda la novela son los propios de la exaltación romántica. Ahora

bien en el caso concreto de la descripción de las figuras femeninas, sus movimientos, gestos

y comportamientos en general nos permiten aislar elementos de valoración que conforman

el ideal propuesto por el autor.

Las descripciones físicas:

A partir del desarrollo de la novela encontramos distintas características y fórmulas con las

cuales son descriptos los distintos personajes. En este caso nos ocuparemos de las mujeres

para poder aislar juicios y criterios con respecto a la belleza.

Amalia:

Comenzaremos con el personaje de ficción que protagoniza la novela: Amalia, la generosa

viuda de Barracas.

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Las metáforas utilizadas para su descripción se asocian al mundo de la naturaleza en

especial al vegetal. Amalia es como la azucena o la rosa por su rebosante belleza, su lozanía

y su fragancia.

El autor nos cuenta que tiene 22 años, un talle redondo y fino como el de una escultura

griega. Su cabellera es castaña: espléndida, ondeada y sedosa. Su cabeza está sostenida por

un cuello de alabastro. Sus brazos como mármol de Carrara son de encarnación casi

transparente y recuerdan a la Venus Médicis.

Su rostro tiene la palidez del nácar aunque en otro pasaje un tenue rosado ocupa el centro

de sus mejillas. Los labios son rojos como la granada y el coral.

Dentro de la composición del rostro los ojos son los más adjetivados: húmedos,

melancólicos, dulces, aterciopelados y sublimación existencial de su belleza al punto de

convertirla en “ese hermoso ángel” que atraviesa toda la novela. Estos mismos ojos también

son capaces de desmayar de amor frente a su enamorado.

El semblante general es definido como perfilado y bello, resplandor celestial que emana

una “organización amorosamente sensible” que es a la vez perezosa como una azucena del

trópico.

Este conjunto se completa con la suavidad en la entonación del habla y del buen tono sin

esfuerzo.,“(…), porque en Amalia había una de esas organizaciones perfectas y sensibles en las

que la armonía de la Naturaleza o del espíritu obra esa influencia magnética y voluptuosa que postra

bajo el imperio de un encantamiento indefinible y misterioso en los momentos en que está

conmovida por impresiones simpáticas.”(Mármol, 2008, p 149)

De esta forma Amalia es planteada como una criatura privilegiada que reúne una doble

herencia de perfección: del cielo y de la tierra; es decir perfección física y poesía o

abundancia de espíritu en el alma. También es nombrada como seductora beldad, delicada,

poética y bella. Esta fisonomía general e ideal planteada para este personaje también es el

signo y símbolo de la civilización:

“Fisonomías como la suya, maneras como las suyas, lenguaje como el suyo no tiene, ni usan, ni

visten las damas de la Federación actual. Es usted de las nuestras, aunque no quiera.”

(Mármol,2008, p 202)

Dentro de este contexto de idealización por un lado, y de símbolo de civilización por el otro

es factible pensarla como sinónimo de la patria; el mismo autor en un juego literario dice:

“Acabas de pensar en la patria y estás pensando en Amalia. Acabas de pensar cómo conquistar la

libertad y estás pensando cómo conquistar el corazón de una mujer. Acabas de echar de menos la

civilización en tu patria, y echas de menos los bellísimos ojos de tu amada.”(Mármol,2008, p 217)

Las mujeres reales:

En contraposición a esta creación literaria de mujer ideal aparecen en la novela

representadas las mujeres reales. Tomaremos en este caso para el análisis a las mujeres del

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entorno rosista, ya que la clave política es una de las tantas maneras posibles de leer

Amalia.

María Josefa Ezcurra:

La ya mencionada cuñada del Restaurador, es descripta por Mármol de la siguiente manera:

manos descuidadas, de pequeña estatura, flaca, de piel gruesa, floja y con manchas

amoratadas; de fisonomía enjuta, ojos pequeños, colorados y penetrantes; cabello canoso y

desalineado. Tiene “(…) cincuenta y ocho años de vida estaban notablemente aumentados en su

rostro por la acción de las pasiones ardientes.” (Mármol, 2008, p 99) Estas pasiones ardientes

que desencadenan también carcajadas malignas, la risa del diablo. Es el tipo para

reproducir las brujas de las leyendas españolas sentencia el autor para culminar con la

descripción.

Manuelita:

La mirada del autor sobre esta mujer real es del todo compasiva, a diferencia del

tratamiento denostado que le brinda a los miembros del entorno rosista. En varios párrafos

la presenta bajo los atributos de un temperamento amable, comunicativo y sencillo. Es

también presentada como la primera pobre víctima de su padre. Es, para el autor, lo único

bueno de la familia de Rosas; tal vez la hagan mala, dice pero enseguida aclara “la

naturaleza la ha hecho excelente” (Mármol, 2008, p 220). Es entonces naturalmente buena

y generosa.

Desde el punto de vista físico la describe de la siguiente forma: mujer joven de veintidós o

veintitrés años, alta algo delgada, de un talle y de unas formas graciosas,” interesante”. Tez

pálida oscura (que denota una persona de temperamento nervioso). Frente poco espaciosa

pero fina, descarnada y redonda, cabello castaño oscuro tirante detrás de la oreja. Con una

cabeza inteligente y bella. Los ojos son pequeños y más oscuros que el cabello pero

animados e inquietos. En otro párrafo define los ojos de Manuela como pardoclaros de

pupilas inquietas y de mirada inteligente. La nariz es recta, recia y perfilada. La boca

grande pero fresca, picante y bien rasgada.

“(…), una expresión picante en la animada fisonomía de esta joven hacía de ella una de esas

mujeres a cuyo lado los hombres tienen menos prudencia que amor y más placer que

entusiasmo.”(Mármol, 2008, p191)

En síntesis la define como Buena moza: “(…), como se dice para definir ese término medio

entre lo bello y lo regular.” Estas formas graciosa y bien dibujadas constituyen para

Mármol la fisonomía americana de Manuelita.

Ahora bien, en este caso dentro de las descripciones físicas y anímicas aparecen también

mencionadas ciertas funciones que la joven desarrolla en el ámbito público y en el privado.

Es por un lado el ángel custodio de la vida del padre y por el otro un instrumento de

popularidad para el régimen.

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Agustina:

Al igual que los comentaristas de la época, Mármol la define como la mujer más bella de su

tiempo, como “la flor del Plata”. Habla de su belleza como excelsa al punto que ni un

pintor ni un escultor podrían representar tamaña lindura. En 1840 Agustina contaba con 25

años. El rostro es descripto como color leche y rosa, sus labios de color carmín y sus ojos

aterciopelados brillantes. Aunque la voz popular siga hablando de la belleza de Agustina,

Mármol en la novela introduce lo que considera defectos tanto físicos como espirituales:

tiene los brazos gordos, no bien redonda su cintura, y sus maneras no condicen, en

términos del autor, con el bello poético del siglo XIX.

“(…), la belleza de Agustina no estaba, sin embargo, en armonía con el bello poético del siglo XIX;

había en ella demasiada bizarría de formas, puede decirse, y muy pocas de esas líneas

sentimentales, de esos perfiles indefinibles, de esa expresión vaga y dulce, tierna y espiritual que

forma el tipo de la fisonomía propiamente bella en nuestro siglo, en que el que el espíritu y el

sentimiento campean tanto en las condiciones del gusto y del arte; (…).”(Mármol, 2008 p 192-193).

“Es una linda aldeana, pero aldeana; es decir, demasiado rosada, demasiado gruesos sus brazos y

sus manos, demasiado silvestres para el buen tono y demasiado frívola entre la gente de espíritu.”

(Mármol, 2008, p 201)

En síntesis la belleza de Agustina, no sólo no será ideal sino que tampoco civilizatoria.

Los criterios de belleza:

A parte de las descripciones físicas en torno a la belleza tanto real como ideal de las

mujeres presentadas en la novela, también es posible aislar afirmaciones generales que

determinan los imaginarios en torno a las féminas.

Las mujeres delgadas y pálidas de formas ligeramente pronunciadas poseen, para el autor,

una voluptuosidad instintiva que perturba la imaginación de los hombres, mientras que las

de aspecto cándido más que mujeres son ángeles. 1

Las mujeres reales por tanto reúnen en sí mismas la belleza de la perfección y la tentación;

al punto de ser nombradas como “ángel de tentación”. El ideal o casi diríamos la fórmula

que propone Mármol será la conjunción de la belleza física y la perfección del alma. 2

1 “Se ha observado, generalmente, que las mujeres delgadas, pálidas , de formas ligeramente pronunciadas y

de temperamento nervioso, poseen cierto secreto de voluptuosidad instintiva que impresiona fácilmente la

sangre y la imaginación de los hombres; en contrario de esa impresión puramente espiritual, que reciben de

las mujeres en quienes su tez blanca y rosada, sus ojos tranquilos, y su fisonomía cándida, revelan cierta

lasitud de espíritu, por lo cual los profanos las llaman indiferentes y los poetas, ángeles.”(Mármol, 2008,

p58).

2 “En la mujer los encantos físicos dan resplandor, colorido, vida, a las bellezas y gracias de su espíritu; las

riquezas de éste, a su vez, dan valor a los encantos materiales que la hermosean. Y es en esta unión armónica

del alma y de los sentidos donde resalta siempre la perfección de una mujer, ante quien los sentidos entonces

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“(…) los contrastes forman lo bello y armónico en todo cuanto ha salido de la mano de Dios, y en

nada se ostenta más esa variedad infinita que reina en el Universo, que en el alma

humana.”(Mármol, 2008, p 216)

Por esto en la construcción de las descripciones de Amalia, se hace hincapié en elementos

que la ligan al orden metafísico:

“En ese momento, Amalia no era una mujer, era un diosa de ésas que ideaba la poesía mitológica de

los griegos” (Mármol, 2008, p 147)

En este contexto el rostro muestra para el autor la delicadeza del alma, la organización y la

raza. Y las miradas se convierten en las transmisoras de los fluidos secretos de la vida. Por

tanto los ojos brindan la posibilidad de descubrir los deseos recónditos del alma.

Comportamientos femeninos:

También encontramos descripciones de comportamientos que nos permiten aislar

conceptos en torno a las actitudes femeninas.

Los celos para Mármol, son sólo patrimonio femenino y señala dos momentos en la vida

de las mujeres dónde parece esta actitud recrudecer:

“(…) los celos; esa terrible enfermedad del amor cuyos mayores estragos se obran a los dieciocho y

a los cuarenta años en la vida de las mujeres”.(Mármol, 2008, p 131)

Aunque Amalia en su ideal sea el modelo a seguir, Mármol intenta hacerla más humana

acercándola a “todas las de su sexo”. Por ello describe como comportamiento intrínseco de

las mujeres “las artes y secretos” de desviar los pensamientos profundos o apesadumbrados

de las mentes de sus amados. 3

El ideal trazado en torno a la protagonista de la novela también permite continuar con el

mandato de los comportamientos exigidos a las mujeres “dignas” de la época:

“Su corazón sufría una terrible lucha que se establece en las mujeres en ciertos momentos en que su

corazón quiere hablar y sus labios se empeñan en callar”.(Mármol, 2008, p 180)

dejan de ser audaces por respeto a su alma, y el amor deja de ser una espiritualización extravagante por

respeto a la belleza material que lo fomenta, si precisamente no lo origina.”, ,(Mármol, 2008, p 150).

3 “Pero Amalia, si era una divinidad en su belleza y en su espíritu, había pasado también por las manos de la

naturaleza femenil, y poseía, como todas las de su sexo, ese repertorio de artes y secretos con los cuales tienen

una facilidad exclusiva para volver el contentamiento al corazón de los hombres, mientras que poseen la

virtud del Leteo para hacerles olvidar los sucesos o las ideas que quieren, (…)” (Mármol, 2008, p 236)

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Y finalmente es en boca de Amalia donde se plantea la cúspide del comportamiento

femenino propiciado por Mármol: la identificación de la vida propia con el destino del

amado. 4(4)

Educación sentimental femenina

Tampoco podía quedar fuera del tratamiento de la novela las ideas del autor en torno a la

educación femenina reinante en la época. A menudo estas mujeres no tienen acceso a la

educación formal y más allá de una pobre educación básica son entrenadas en los

comportamientos sociales considerados de buen gusto en la elite. Si bien en párrafos

anteriores observamos como el propio Mármol abona esta idea, una vez más en la boca de

Amalia se permite pensar en la educación sensible femenina5.

En este mismo sentido, a diferencia de Amalia, Manuelita es presentada como portadora de

una educación descuidada pero con un talento natural que suplía esta falla.

Para cerrar, si bien en la novela no aparece mencionada la figura de Encarnación Ezcurra

puesto que su fallecimiento ocurrió en 1838 podemos tomar las palabras del encargado de

Negocios de Francia, el marqués Vins de Payssac, en una carta escrita a la Cancillería de su

país en 1835:

“Madame Rosas es una mujer de cerca de 40 años, más pequeña que grande, y no parece de una

salud robusta, pero ella se anima al hablar, y es fácil ver que tiene alma y energía cuando las

circunstancias lo exigen. (…) yo no diré que Madame Rosas lleva un par de pistolas a la cintura

junto con un puñal, pero diré que si su marido y su patria estuvieran en peligro, esta mujer sería

capaz del mayor arrojo y de los mayores esfuerzos que solo el coraje sabe inspirar. He aquí lo que

pude percibir de su carácter en los pocos instantes en que tuve el honor de verla: me pareció, por

otra parte, que ella tiene mucho espíritu natural y las maneras de la buena sociedad, de la que su

casa era otrora el centro.” (Vins de Payssac al Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, del 2

de agosto de 1835 en Sáenz Quesada, 2012.)

4 “¿Cree usted, Eduardo, que bajo el cielo que nos cubre no hay también mujeres que identifiquen su vida y

su destino con la vida y con el destino de los hombres?. (…), deje usted a lo menos que las mujeres

conservemos la generosidad de nuestra alma y la nobleza de nuestro carácter. (…), yo acompañaría a mi

esposo, a mi hermano, a mi amante, y subiría con él al cadalso.” (Mármol, 2008, p 178)

5 “La intolerancia de mi carácter con las frivolidades de la sociedad; los instintos de mi alma a la libertad y a

la independencia de mis acciones; una voluntad incapaz de ser doblegada por la humillación ni por el cálculo;

una sensibilidad que me hace amar todo lo que es bello, grande o noble en la Naturaleza; todo esto Eduardo,

todo esto es comúnmente un mal en las mujeres; pero en nuestra sociedad americana, (…), es más que un mal,

es una verdadera desgracia. (Mármol, 2008, p 236).

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Algunas palabras finales:

La utilización política de la imagen es uno de los ítems explorados con profusión en el

período rosista tanto por los unitarios como por los federales. Pero en este caso particular

los retratos de Encarnación Ezcurra remiten a una única matriz icónica y simbólica. En

todos los casos hallados hasta el momento el retrato remite a Encarnación en tanto heroína.

Por esto no se exalta en los mismos su condición femenina, sino su postura hierática

cercana a la adoptada por los varones de su época. Es un caso extraordinario, no una mujer

corriente. Por eso sus retratos no transmiten emociones o actitudes dulcificadas. El estilo

neoclásico que hunde sus raíces en el pasado greco romano brinda el andamiaje perfecto

para anclar el mensaje político simbólico en torno a la Heroína de la Confederación. Aún

luego de su desaparición física la reproducción del tipo se multiplica con premura

convirtiéndose en un estandarte del federalismo rosista. En los momentos de mayor crisis

política, la reproducción de esta imagen ícono se multiplica como ideal de figura ejemplar,

verdadero comportamiento, ideal a seguir para todos aquellos que pretendan el

mantenimiento del orden imperante.

Por otro lado, la imagen de Manuela también es utilizada en clave política. Esta joven se

convierte en la cara amable del régimen personalista de su padre. Es la intercesora, la que

escucha y comprende.

Es así como la ortodoxia y la indulgencia del régimen rosista poseen rostros femeninos del

entorno familiar del gobernador. El esquema se repite con los retratos de María Josefa

Ezcurra, por un lado y los de Agustina Rosas, por el otro.

Por otro lado, más allá de las discusiones sobre la pertinencia de Amalia como primera

novela política dentro de la literatura del Río de la Plata, su relectura en clave cultural nos

permite aislar una serie de tópicos en torno a la belleza femenina.

Las bellezas del Plata serán blancas como el nácar, de cabellos castaños, largos y sedosos.

Su talle esbelto, su carácter bondadoso y agradable. Los modales suaves terminarán de

conformar el “buen tono” requerido.

Pero la belleza y su jerarquización ideal también se convertirá en política en la novela de

Mármol. La contraposición entre la belleza de Amalia y la de Agustina, se plantea en

términos de civilización y barbarie. Amalia es la belleza civilizatoria que reúne las dotes

naturales con el refinamiento del espíritu y la perfección del alma. Agustina en cambio será

sólo una belleza natural sin dotes civilizatorios, ocupada únicamente en los juicios

superfluos de su mundanidad provinciana. Manuela en cambio es sólo buena moza, con

algunas dotes espirituales, a pesar de su padre y portadora de una cultura limitada, en

síntesis no es un modelo.

A pesar de la manifiesta politización de los personajes, en el tratamiento descriptivo de las

mujeres podemos aislar las exigencia sociales a las que están sometidas las féminas de la

mitad del siglo XIX.

Tal vez Amalia sea la representación de la patria para Marmol, pero la acción dentro del

ideal político queda en manos de los varones. A diferencia de las mujeres del entorno

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rosista que toman una posición activa en la política, las féminas propuestas desde la

literatura de la mitad del siglo XIX sólo podrán acompañar y moverse dentro de los

márgenes contradictorios impuestos por los varones. De esta forma el cosmopolitismo

asociado con los unitarios propone una mujer “decorativa” propia de las concepciones

burguesas europeas, mientras que los federales de cuño rosista les otorgan mayor libertad

de movimientos y expresión.

Tras la batalla de Caseros el debate de las ideas políticas, las formas de gobierno y demás

aspectos institucionales siguen atravesando el siglo pero, a pesar de todo, el estatuto de la

mujer continúa adherido a una concepción cercana al estatuto colonial.

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