las dos caras de la nostalgia
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Olmo
Las dos caras de la nostalgia
M I afición a rem emorar. com entar y escribir sobre el Bilbao de antaño, puede inducir al lector a pen
sar que p y un defensor de aque la frase que se inventó el poeta Jorge M anrique cuando escribió el poema a la muerte de su padre e! maestre de Santiago don Rodrigo Manrique que en gloria esté. En aquel poema y en su primera estrofa tuvo la ocurrencia de incluir estos tres versos que se han hecho famosos y han pasado a la historia popular como un canto de loa a la nostalgia. Recordemos esos tres versos que dicen así: «Cómo a nuestro pa- rescer. cualquiera tiempo pasado. fue mejor».
No amigos míos. Lo he dicho muchas veces y !o vuelvo a repetir para evitar falsas interpretaciones. El Bilbao de ayer, el que estamos evocando en estos comentarios sobre las viejas ordenanzas municipales, el Bilbao de comienzos de siglo tenía unas indudables y hasta notables ventajas. Tenía sus cosas agradables y sus atractivos. E ra una Villa chiquita y bonita, apacible y tranquila. Él motor aún no se había hecho dueño de sus calles y el único tráfico que se conocía era el de los carros con su correspondiente ruido de llantas de rueda y tintineo de herraduras, al que se añadía él de los tranvías y pare usted de contar, porque los automóviles empezaban por en tonces a asomar su radiador en el horizonte urbano.
En aquella época los peatones eran dueños casi absolutos de la calle y podían pasear por aceras y calzadas en un ambiente apacible. Los niños ju gaban en el escenario natural de las ciudades, en el espacio lógico de convivencia que es la caTle. donde hemos jugado todos los bilbaínos veteranos que fuimos niños en aque! Bilbao de ayer.
Yo suelo contar que en los años de la postguerra, cuando estudiaba e bacniller en el Instituto del Licenciado Pozas, el «Insti» por antonomasia, hubo un tiem po en el que no podíamos utilizar el patio de recreo
porque habían instalado en su recinto una Feria de Muestras.Y desalojados de nuestro espacio de recreo oficial, los alum nos salíamos a jugar a la calle y allí organizábamos reñidos )artidos de fútbol, utilizando a calzada como terreno de jue
go, dos bocas de alcantarilla como porterías y un pequeño trozo de piedra como ta ló n (¡Pobres zapatos;) Día tras día jugábamos aJIí nuestros encuentros de balompié (que en este caso eran de «piedra-pié») sin que el partido se suspendiese ni una sola vez por el paso de algún vehículo.
Hoy estas actividades recre
ativas urbanas son impensables. El m otor se ha hecho dueño de la calle y el peatón ha quedado arrinconado en la reserva de las aceras. Los niños ya no pueden jugar en su medio natural de convivencia urbana que es la calle. El ruido del m otor es la música de la ciudad y la contaminación ha cambiado el ambiente limpio por o tro donde el anhídrido carbónico o el sulfuroso imponen su ley respiratoria.
Pero amigos míos, la nostalgia tiene dos caras o mejor dicho su cara y su cruz. El Bilbao de antaño ofrecía todas esas ventajas y delicias, pero si da
mos vuelta a la moneda podremos ver también las ventajas que como contrapartida, nos ofrece el Bilbao de hogaño.
Voy a hacer para usted lector ami^o, una relación, aunque sea incompleta, de las ventajas que podemos ver, tocar y disfrutar en la Villa actual y después hablaremos. En el Bilbao de hoy disponemos de todas estas cosas que no existían en el Bilbao de ayer. Oído al parche: Calefacción doméstica, agua caliente y fría en el grifo, cuarto de baño, cocina eléctrica o de gas, lavadora autom ática. olla a presión, plancha de vapor, aspiradora, barniz en la tarima, lavavajillas, radio, televisión. tocadiscos, vídeo, foto- copiadoras. dentistas con anestesia. desodorantes, antibióticos. plásticos, supermercados, alimentos envasados, carritos para la compra, ascensor-des- censor, aeropuertos y aviones, trenes eléctricos, universidad, cafeterías, boutiques. seguro de enfermedad, descanso dominical, teléfono con cables y sin cables, automóvil, maquini- llas de afeitar y etc., etc., etc., o como diría un castizo, ¡La remonda!
La lista, a poco que nos estrujemos la mollera podría duplicarse y hasta triplicarse si incluyéramos en ella la técnica, la medicina o la industria, pero creo que con lo expuesto hay más de sobra para plantear la pregunta conociendo de antemano la respuesta; ¿Cuál de las dos caras de la nostalgia eligiría usted? ¿La del Bilbao de antaño o la del Bilbao de hogaño?
Sacarías LecumberriK-Toño Frade Villar
A este chimbo bustu- riano, pues vino al Bocho de muy niño. no sabría yo en
qué categoría encasillarle, como chirene, tremendista bilbaíno o héroe, pues me temo que se nos van a quedar cortas las cuartillas para contar las andanzas de este personaje que tuvo una popularidad extraordinaria en nuestra Villa.
Nació en M urueta. Busturia. el 5 de noviembre de 1887.'era alto, moreno, de gran presencia física acorde con su descomunal fuerza. Era el clásico moce- tón de nuestro país. Muy joven se hizo capitán de la Marina M ercante en la primitiva Escuela de Botica Vieja, compañero de mi tío abuelo Antonio Prieto el capitán más joven de su época, en aquellas cuadrillas de marinos aventureros de valor sin límite. Y me dirán ustedes: ¿Y qué pinta un marino vestido de torero? Pues aparece de esta guisa porque fue uno de los más famosos novilleros de aquel tiempo. Leámosle al amigo Fernández Casado en su libro «Toreros de Hierro» y sepamos cómo empezó su relación con el toro. Parece ser que
cuando era piloto del barco «Nemrod» éste atracó en el puerto de Sevilla, ciudad a la que transportaban un cargamento de la Dinamita de Gal- dakano y coincidió con una corrida de toros cuya atracción principal era ver torear al milenario mexicano Segur que
alternaba con M orenito de Al- geciras. Sacarías quedó prendado del espectáculo y no se le metió otra cosa en la txinostra que hacerse torero, mandó el sextante a paseo y se dedicó a capeas y tentaderos. De la mano de don Julián Echevarría, padre de «Camarón» y del ganadero bilbaino Félix Urcola debutó el 24 de octubre de 1909 en la desaparecida y recoleta plaza de Indautxu. El éxito fue total. Dos orejas en cada toro. Puso la plaza boca abajo. En 1910 toreó veinte novilladas, treinta en 1911, todas en plazas de importancia, así año tras año hasta que en 1918 se cortó la coleta este bravísimo estoqueador de extraordinario poder, que una vez en Madrid al no humillar un toro, lo agarró por los pitones y lo tiró al suelo, mientras el graderío le gritaba «¡¡Vasco troglodita!!» En otra ocasión y habiéndose perfilado para m atar una res
en el bocho, un baserritarra le gritó «¡Sacarías, sinco duros a que no te sales por el rabo!» ¡Va! contestó Sacarías con un movimiento de cabeza y m etiendo un estoconazo hasta la bola, con una hábil cabriola salió por la parte trasera del toro como un consumado garrochis- ta. ¡No me extraña que tuviera el cuerpo cosido a cornadas! Sus brindis los hacía generalmente en lengua vernácula y tomemos por ejemplo el que echó en su Busturia natal, cuando contaba ya con sesenta y cuatro años, en una corrida a beneficio de la «Cate» y del frontón, con asistencia incluso del señor Obispo; «Erriagaitik eta Bertoko emakume galanta guztiak gaitik». Como era más popular que Jodra siempre tenía algún conocido en la plaza 5ara echarle un euskeriko )rindis. No nos extraña en ab
soluto que el mismísimo U namuno escribiera de él «... el gran busturiano Lecumberri. que lo que me han explicado, pues yo no he visto torear, to rea en vascuence, sin traducir». La frase genial. El retrato p e rfecto. Su azarosa vida también se extendió a sus amoríos. Cuentan que quedó prendado de la belleza de una moza de
Corella, sus padres eran reticentes a permitirle amores con el maestro y la encerraron en un convento, no desanimó esto a Sacarías y disfrazado de peregrino se dirigió al religioso recinto, pero topó con la herm ana portera que tenía todas las- fotos del enamorado, tanto vestido de luces como de paisano, pegadas en la pared, por loque su visita fue inútil. [Vaya con el tenorio de Murueta! Más ta rde se casó con Teresa que dio nombre a un barco que capitaneó pero que encalló y fue a pique.
En su época fue condecorado por mmistros en reconocim iento a sus hazañas m arítimas y como premio recibió el m ando de un barco bautizado «Zacarías Lecumberri». Un día de sofocante bochorno en agosto de I960 frente a la costa
a f r i c a na. a la a l t u r a de las C a n a -
rias. le sobrevino la
m uerte tras tres ataques al corazón, mientras dirigía desde el puente el último barco que pilotó, el «Pedro de Valdivia» cuando había puesto proa a su Bilbao querido para participar en los actos del cincuentenario del Club Cocherito.