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1 DEL PAÍS DE LOS IGORROTES AL ESTABLECIMIENTO DE PROVINCIAS Y GOBIERNOS POLÍTICO-MILITARES EN LA CORDILLERA CENTRAL DE LUZÓN DURANTE EL SIGLO XIX MIGUEL LUQUE TALAVAN 1 y JOSÉ MARÍA FERNÁDEZ PALACIOS 2 (Universidad Complutense de Madrid, España) Resumen: Durante gran parte del siglo XIX, las autoridades españolas en las islas Filipinas emprendieron diversas campañas militares a la Cordillera central de Luzón con el fin principal de alcanzar una pacificación indispensable que pusiera en valor la riqueza natural de la región. Así como, y sobre todo, asegurar los enormes ingresos fiscales que reportaba la industria tabaquera, que tenía sus principales cultivos en los ricos valles y tierras costeras cercanas a la gran cadena montañosa. No fue, con todo, una tarea fácil y con cada avance también se produjeron importantes retrocesos. La secuencia de campañas militares fue seguida de la creación de nuevas demarcaciones administrativas en la zona –provincias y comandancias político-militares-. Palabras clave: Filipinas / Luzón / Cordillera / Igorrotes / Administración / Siglo XIX Abstract: For much of 19th century, the Spanish authorities in the Philippine Islands launched several military campaigns in the Cordillera Central of Luzon with the main purpose of achieving an essential pacification that gave value to the natural wealth of the region. And, additionally and above all, to secure the enormous fiscal revenue brougth by the tobacco industry, which had its main crops in the rich valleys and coastal lands close to the large mountain range. It was not an easy task, however, and along with each advance came major setbacks too. The sequence of military campaigns was followed by the creation of new administrative boundaries in the zone -provinces and political-military headquarters-. Key Words: Philippines / Luzon / Cordillera / Igorots / Administration / XIXth Century 1 Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación I+D “Atlas etnohistórico y topogenético de las islas Filipinas”. Ministerio de Economía y Competitividad. Número HAR2010-21063. 2 Este trabajo forma parte de las labores de investigación realizadas en el marco de la Beca Complutense Predoctoral en España, convocatoria 2010. Revista Hispanoamericana. Publicación digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. 2014, nº 4 ARTÍCULOS ________________________________________________________________________________________________________________

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DEL PAÍS DE LOS IGORROTES AL ESTABLECIMIENTO DE PROVINCIAS Y

GOBIERNOS POLÍTICO-MILITARES EN LA CORDILLERA CENTRAL DE

LUZÓN DURANTE EL SIGLO XIX

MIGUEL LUQUE TALAVAN

1 y JOSÉ MARÍA FERNÁDEZ PALACIOS

2

(Universidad Complutense de Madrid, España)

Resumen: Durante gran parte del siglo XIX, las autoridades españolas en las islas Filipinas emprendieron diversas campañas militares a la Cordillera central de Luzón con el fin principal de alcanzar una pacificación indispensable que pusiera en valor la riqueza natural de la región. Así como, y sobre todo, asegurar los enormes ingresos fiscales que reportaba la industria tabaquera, que tenía sus principales cultivos en los ricos valles y tierras costeras cercanas a la gran cadena montañosa. No fue, con todo, una tarea fácil y con cada avance también se produjeron importantes retrocesos. La secuencia de campañas militares fue seguida de la creación de nuevas demarcaciones administrativas en la zona –provincias y comandancias político-militares-. Palabras clave: Filipinas / Luzón / Cordillera / Igorrotes / Administración / Siglo XIX Abstract: For much of 19th century, the Spanish authorities in the Philippine Islands launched several military campaigns in the Cordillera Central of Luzon with the main purpose of achieving an essential pacification that gave value to the natural wealth of the region. And, additionally and above all, to secure the enormous fiscal revenue brougth by the tobacco industry, which had its main crops in the rich valleys and coastal lands close to the large mountain range. It was not an easy task, however, and along with each advance came major setbacks too. The sequence of military campaigns was followed by the creation of new administrative boundaries in the zone -provinces and political-military headquarters-. Key Words: Philippines / Luzon / Cordillera / Igorots / Administration / XIXth Century

1 Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación I+D “Atlas etnohistórico y topogenético de las islas Filipinas”. Ministerio de Economía y Competitividad. Número HAR2010-21063. 2 Este trabajo forma parte de las labores de investigación realizadas en el marco de la Beca Complutense

Predoctoral en España, convocatoria 2010.

Revista Hispanoamericana. Publicación digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. 2014, nº 4 ARTÍCULOS ________________________________________________________________________________________________________________

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INTRODUCCIÓN3.

Después de más de dos siglos de presencia española en el archipiélago filipino,

muchas zonas del mismo seguían sin estar controladas de una manera efectiva. Hubo dos teatros de operaciones fundamentales en la región -desde los primeros momentos de la conquista y colonización-: uno localizado en los enclaves malayo-mahometanos del sur insular –Mindanao, Joló y Norte de Borneo-; y otro en el área ocupada por algunas poblaciones indígenas de la zona de la Cordillera central de la isla de Luzón4.

Este último escenario mostraba la precariedad de la presencia militar española en las islas puesto que una zona tan cercana geográficamente a la capital, Manila, no era poseída nada más que de una forma teórica. En realidad, pese a que Filipinas pronto se conceptualizó como baluarte defensivo de las posesiones de la Monarquía Hispánica, a modo de retaguardia del Pacífico americano5, la escasez de medios para garantizar la defensa de las islas fue siempre crónica6. Esta carestía tanto material y financiera como humana, condujo a una política consistente en la erección de plazas fuertes que permitieran, a través de la defensa de posiciones estratégicas, mantener la soberanía sobre las islas. Enclaves guarnecidos por compañías sueltas que estaban integradas en su mayoría por tropa indígena; sobre todo por los soldados pampangos, tradicionales aliados de los españoles7. Se trataba, por tanto, de preservar el dominio sobre Filipinas para evitar que otras potencias rivales se hicieran con bases en ellas. La estrategia funcionó con razonable éxito, incluso en momentos de gran conflictividad bélica, como las campañas holandesas en Extremo Oriente en el contexto de la Guerra de los Treinta Años. Empero, cuando en 1762 los británicos lograron conquistar Manila en el marco de la Guerra de los Siete Años, sólo la eficaz resistencia española en el interior de Luzón -liderada por Simón de Anda y Salazar y únicamente posible gracias al apoyo de los indígenas hispanizados de la isla-, evitó una consolidación de la conquista británica8.

3 Todas las expresiones de época utilizadas en la presente investigación aparecen en cursiva. 4 A lo largo del siglo XIX, las campañas militares contra los malayo-mahometanos de Mindanao y Joló parece que tuvieron una mayor repercusión mediática que las enviadas a la Cordillera central de la isla de Luzón –aunque es tema que habrá que seguir investigando en el futuro-. Y eso, creemos, ha derivado en que la historiografía contemporánea, salvo excepciones, no haya prestado mucha atención a esta cuestión. Entre los autores que más han investigado sobre el tema encontramos a William Henry Scott, de quién podemos citar: William Henry Scott, “The Spanish Occupation of the Cordillera in the 19th Century”, en A. Mccoy, E. de Jesus (ed.), Philippine Social History: Global Trade and Local Transformations, Manila, Ateneo de Manila University Press, 1981, págs. 39-56. Scott, William Henry, The Discovery of the

Igorots. Spanish Contacts with the Pagans of Northern Luzon, “Foreword” by Harold C. Conklin, [Revised Edition], Quezon City, New Day Publishers, 2006. 5 Sobre la configuración de los intereses geoestratégicos españoles en Filipinas véase: Manuel Ollé, La

empresa de la China. De la Armada Invencible al Galeón de Manila, Barcelona, Acantilado, 2002. 6 Prácticamente desde los inicios de la presencia española en el archipiélago, encontramos la queja de las autoridades locales acerca de la escasez de hombres de guerra para defender las islas; así como el reclamo a las autoridades virreinales novohispanas para el envío de tropas y fondos con que sostenerlas desde México. Baste como ejemplo de estas tempranas demandas el siguiente documento fechado en Manila en julio de 1589: Archivo General de Indias (Sevilla) –en adelante AGI-, Gobierno / Audiencia de Filipinas / 34, N.84, “Carta de la gente de guerra sobre necesidades”. 7 José María Fernández Palacios, “El papel activo de los indígenas en la conquista y defensa de las islas Filipinas: las compañías pampangas en el siglo XVII”, en Miguel Luque Talaván, Marta María Manchado López (coord.), Un mar de islas, un mar de gentes. Población y diversidad en las islas Filipinas, Córdoba, Universidad de Córdoba, Servicio de Publicaciones, 2014 –en prensa-. 8 Marqués de Ayerbe [Juan Jordán de Urriés y Ruiz de Arana], Sitio y Conquista de Manila por los

ingleses en 1762, Zaragoza, Imprenta de Ramón Miedes, 1897.

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La experiencia de dicha ocupación, entre 1762 y 1764, si bien mostró la insuficiente capacidad defensiva de la propia capital –a la sazón también el principal enclave fortificado-, no hizo sino reforzar las ideas tradicionales sobre la necesidad de proteger las más importantes plazas fuertes desde las que se gobernaban unas islas sobre las que se tenía un reducido control efectivo9. En particular vigorizó la preocupación por salvaguardar Manila en el marco de los trances bélicos en los que se vio inmersa España a partir de las últimas décadas del siglo XVIII10.

Así, no es de extrañar que al iniciarse en el siglo XIX existiesen muchos lugares en Filipinas, incluso en Luzón, donde la soberanía española era sólo teórica. Sin embargo durante este siglo se redoblaron los esfuerzos por someter muchos de ellos. El renovado auge de la expansión imperialista europea durante esta centuria, sobre todo en su segunda mitad, constituyó un poderoso motivo para intensificar dichos empeños. Tras la pérdida de los virreinatos americanos, España cifró su política ultramarina en el criterio de la conservación. En el caso de las Filipinas, asegurar su posesión suponía lograr una pacificación total del territorio;

En primer lugar, hay que advertir que el antiguo expansionismo de la Edad Moderna se había limitado a la obtención del dominio de rutas navales en el Índico y en el Pacífico11. El sistema se apoyaba en la posesión de plazas fuertes que actuaban como nodos de las grandes redes del comercio europeo con Asia. Con todo, los nuevos instrumentos que la revolución industrial proporcionaron a los países occidentales permitieron la extensión del poder e influencia de éstos sobre amplios espacios ultramarinos12. La tradicional política defensiva española en Filipinas, por tanto, se mostraba ineficaz en este nuevo marco. Defender los emplazamientos fortificados era suficiente antes de la configuración de los grandes dominios territoriales en Asia, pero insuficiente en las nuevas circunstancias. Un momento de competencia internacional, en que los conflictos internos en los territorios ultramarinos podían ser aprovechados por otras potencias para ganar cuotas de influencia sobre las áreas no pacificadas13.

9 Al margen del castillo de Santiago en Intramuros de Manila -el cual podía, en todo caso, considerarse una plaza fuerte en su totalidad-, destacaron en importancia los fuertes de San Felipe en Cavite, el de San Pedro en Cebú, y el de Nuestra Señora del Pilar en Zamboanga -isla de Mindanao-. 10 María Lourdes Díaz-Trechuelo López-Spínola [marquesa de Spínola], “La defensa de Filipinas en el último cuarto del siglo XVIII”, Anuario de Estudios Americanos (Sevilla), XXI, 1964, págs. 145-209. 11 Sobre los medios tecnológicos empleados y las limitaciones de este primer imperialismo europeo en el Índico véase: Carlo [María] Cipolla, Cañones y velas en la primera fase de la expansión europea, 1400-

1700, [Edición original en inglés 1965], Barcelona, Ariel, 1967. Así como: Geofrey Parker, La revolución

militar: innovación militar y apogeo de Occidente, 1500-1800, [1ª edición original en inglés 1988], Madrid, Alianza, 2002. 12 Estos nuevos medios fueron, básicamente, la mejora de las armas de fuego, el uso de cañoneras a vapor artilladas para la penetración continental por los ríos, y los avances en el estudio de las denominadas enfermedades tropicales (Daniel R. Headrick, Los Instrumentos del Imperio: Tecnología e imperialismo

europeo en el siglo XIX, [Edición original en inglés 1981], Madrid, Alianza Editorial, 1989). 13 Numerosos son los datos que poseemos acerca del contrabando de armas y el apoyo que los poderes musulmanes de Joló, y otros lugares del Sur de las islas, recibieron por parte de representantes de algunos países europeos. Estos apoyos posibilitaron la continuación de la situación de inestabilidad en la zona y pusieron en entredicho los derechos de soberanía de España en el área. Estrategia que, en el caso británico, dio resultado cuando España se vio obligada a renunciar a sus teóricos derechos de soberanía sobre el Norte de Borneo en favor de Inglaterra (Luis Eugenio Togores Sánchez, “Conflictos con Inglaterra a propósito de la isla de Borneo”, en Florentino Rodao García (coord.), Estudios sobre

Filipinas y las Islas del Pacífico, Madrid, Asociación Española de Estudios del Pacífico, 1989, págs. 241-252).

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En todo caso, y más allá del anterior imperativo estratégico -que, tal vez, resulta más evidente para el caso de los pueblos islamizados del sur del archipiélago-, la eficaz conservación del enclave filipino obligaba también a una política de pacificación desde otro punto de vista. Tal estabilización era indispensable para cimentar sobre ella tanto el desarrollo económico como el administrativo. Desde finales del siglo XVIII ya se habían introducido, en este sentido, importantes medidas fisiocráticas y liberalizadoras que no sólo permitieron la supervivencia económica de las islas tras la independencia de la Nueva España; sino que, además, establecieron las bases de una dinámica economía agroexportadora. Durante el siglo XIX se pusieron en valor varias materias primas filipinas, cuya explotación exigía, a su vez, el control de determinadas zonas por su importancia productora, y/o por su valiosa situación para dar salida a estos géneros desde el interior de las islas al comercio internacional14.

No obstante todas estas nuevas necesidades defensivas debieron de ser asumidas por unas dotaciones militares que, como había ocurrido en siglos anteriores, continuaron siendo insuficientes. Unas fuerzas que, en consecuencia a los objetivos gubernamentales, tuvieron como principal misión, incluso en el caso de los efectivos navales, realizar labores de policía, pacificación y contrainsurgencia. En particular “(…)

la lucha contra el bandolerismo, la piratería joloana y la defensa de la soberanía

española en el archipiélago, especialmente en Joló y en el camino militar de El Abra a

Cagayán.”15.

Y es que, como ya venimos apuntando, durante el siglo XIX la zona de la

Cordillera comenzó a presentar un renovado interés económico que hacía necesario, al margen de otras consideraciones estratégicas y de gobierno, la tranquilidad del espacio. Esta situación de paz era ineludible porque, a pesar del potencial interés que la zona venía teniendo desde el siglo XVI ante las reiteradas noticias sobre la existencia de ricos yacimientos auríferos, se llegó a la decimonovena centuria sin que las distintas expediciones militares, ni los más continuados esfuerzos misioneros, hubieran logrado apenas avances en su dominación. Leoncio Cabrero Fernández afirmaba que tal fue la atracción de esta posible riqueza aurífera, que la zona de la Cordillera se convirtió en una suerte de “El Dorado de Filipinas”. Aunque todos los esfuerzos por fiscalizar el territorio y establecer reales de minas para su explotación, análogamente a lo que los españoles ya habían realizado en las ricas regiones mineras americanas, resultaron ineficaces debido tanto a la difícil orografía como a la resistencia de los grupos de montañeses Igorrotes16. Quienes lucharon eficazmente por controlar un recurso que les

14 María Dolores Elizalde Pérez-Grueso, Economía e historia en las Filipinas españolas. Memorias y

bibliografía. Siglos XVI-XX, Madrid, Fundación Mapfre Tavera (Documentos Tavera; 15): Fundación Empresa Pública, 2002. 15 Según datos de Luis Eugenio Togores Sánchez, a finales de la década de 1870 el ejército español en Filipinas tan sólo contaba con poco más de 12.000 efectivos. De forma que, durante el gobierno de José Malcampo (1874-1877), apenas se dispondría de 1,9 hombres para defender cada una de las más de 7.100 islas del archipiélago (Luis Eugenio Togores Sánchez, “La defensa de las Filipinas ante la estrategia de las grandes potencias en Extremo Oriente”, en Consuelo Naranjo Orovio, Miguel Ángel Puig-Samper, Luis Miguel García Mora (ed.), La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98. [Actas del

Congreso Internacional celebrado en Aranjuez del 24 al 28 de abril de 1995] , Aranjuez, Doce Calles, 1996, págs. 621-633). Ibídem, pág. 630. 16 En fecha tan temprana como 1577, tenemos noticia de una expedición organizada por el gobernador y capitán general de las islas Francisco de Sande (1576-1580) con el objeto de buscar minas de oro en la zona de Cagayán. La empresa fue encomendada a Luis de Sahajosa y, aunque resultó un fracaso que costó la vida a varios expedicionarios, la leyenda sobre las riquezas auríferas de estos territorios continuó

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permitía acceder, mediante trueque, a mercancías producidas por los pueblos cristianizados de las zonas costeras, particularmente textiles de algodón17.

Una falta de control que se hacía aún más insostenible, si cabe, ante el aumento del atractivo de los productos y recursos naturales obtenidos del interior de la isla de Luzón. Unos intereses económicos que en el caso de la Cordillera se cifraban, sobre todo, en el capital ganadero18, maderero19, minero20, y en la valiosa posición de estas tierras altas que rodean el fértil sistema fluvial del valle de Cagayán. Lugar, este último, donde se producían los mayores cultivos de tabaco, el cual era, a su vez y a través de su estanco, una de las principales fuentes de ingreso para la Hacienda española en las islas21. Un medio de obtención de recursos que era constantemente puesto en peligro tanto por los repetidos ataques igorrotes a las poblaciones costeras cristianizadas donde se producía, como por el mismo laboreo y contrabando de tabaco por parte de los propios Igorrotes22.

En este nuevo entorno, y a lo largo del siglo XIX, fueron organizadas varias y sucesivas campañas militares –de diferente intensidad-, emprendidas con el fin de intentar alcanzar un sometimiento de las poblaciones indígenas de la región de la Cordillera de Luzón, o al menos limitar su capacidad de poner en riesgo su potencial económico. Misiones que se produjeron, como venimos considerando, en el marco de un proceso secular de control y reorganización administrativa –a través, por ejemplo,

actuando como acicate para nuevas penetraciones en la Cordillera y valles comarcanos. AGI, Gobierno / Audiencia de Filipinas / 34, N.22, “Copia de carta de capitanes sobre situación en Filipinas”. 17 Leoncio Cabrero Fernández, “La fundación de la provincia filipina de Nueva Vizcaya: los contactos pacíficos con los grupos indígenas”, en Ronald Escobedo Mansilla, Ana de Zaballa Beascoechea, Óscar Álvarez Gila (ed.), Euskal Herria y el Nuevo Mundo. La contribución de los vascos a la formación de las

Américas, Vitoria, Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco / Argitalpen Zerbitzua Euskal Herriko Unibertsitatea, 1994, págs. 73-88. 18 Una idea de la importancia pecuaria de la región nos la ofrecen los datos aportados por Agustín de la Cavada y Méndez de Vigo a mediados de la década de 1870. Según este autor, de los 293.306 pesos fuertes en que podía estimarse la riqueza económica de la provincia de la Nueva Vizcaya, más de la mitad, 157.959, obedecían a los recursos ganaderos. Datos recogidos en: Ibídem, págs. 73-88. 19 Por ejemplo el pino de Zambales y el roble procedente de los montes Caraballo –situados en el Norte de Luzón-. Archivo Histórico Nacional (Madrid) –en adelante, AHN-, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 534, exp. 6, “Clasificación del pino de Zambales y del roble de Luzón”. En relación a esta cuestión, puede consultarse: Gaspar de Aranda, La administración forestal y los montes de Ultramar durante el

siglo XIX, Madrid, ICONA (Colección Clásicos), 1995. 20 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 443, exp. 4, “Fomento de las minas de cobre del distrito de Lepanto”; AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5162, exp. 22, “Reconocimiento de mina de cobre en Mancayán”. 21 Este estanco fue establecido en el marco de las reformas económicas emprendidas por el gobernador José Basco y Vargas (1778-1787) y duró hasta 1882. Desde un principio fue considerado como un poderoso instrumento fiscal para hacer menos dependiente la deficitaria Hacienda filipina, objetivo que alcanzó importantes éxitos como viene demostrando la relativamente abundante bibliografía sobre el tabaco y su producción en Filipinas. A modo de ejemplo puede citarse: Emili Giralt i Raventós, La

Compañía General de Tabacos de Filipinas, 1881-1981, Barcelona, Compañía General de Tabacos de Filipinas, 1981. Más referencias especializadas en: Elizalde Pérez-Grueso, 2002. 22 De esta importancia nos habla el hecho de que pronto se organizaran fuerzas armadas específicas para proteger los pingües ingresos fiscales procedentes del estanco del tabaco. Estos efectivos quedaron encuadrados en el conocido como Resguardo de Hacienda; y su misión principal era la lucha contra el contrabando de este producto en las regiones de la Cordillera que lindaban con las zonas productoras. Se trataba, en todo caso, de un cuerpo mucho más profesionalizado que los grupos parapoliciales indígenas que, denominados cuadrilleros -tropa informal armada con lanzas, machetes y flechas-, se habían ido formando en las provincias filipinas ante la extensión del bandolerismo (Antonio Luis Martín Gómez [Textos e ilustraciones], Filipinas 1847-1851. Las Campañas del Caraballo, Balanguingui y Joló, Madrid, Almena, 2005, pág. 15).

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del establecimiento de provincias y comandancias político-militares-, conducentes a afianzar el dominio español.

1.-EL CONTEXTO GEOGRÁFICO Y CULTURAL DE LA POBLACIÓN

INDÍGENA DE LA CORDILLERA DE LA ISLA DE LUZÓN.

Mapa de la isla de Luzón y de parte del archipiélago de las islas Visayas (PRÉVOST, Antoine François. Histoire générale des voyages, ...; Tome quatorzième. La Haye: ChezPierre de Hondt, 1756). Cortesía de la Biblioteca Histórica "Marqués de Valdecilla" de la Universidad Complutense de Madrid© (BH DER 15201).

Muy ricas son las tradiciones culturales de los pueblos de la Cordillera, cuyos

habitantes fueron denominados por los españoles como Igorrotes o “habitantes de las montañas”. Denominación genérica bajo la cual se encuentran en realidad varios grupos

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etno-lingüísticos que presentan diferencias entre sí: Isneg (Apayao), Kalinga, Bontoc, Ifugao, Kankanay e Ibaloy23.

Así bajo el nombre de Igorrotes los españoles asociaron a todos los grupos indígenas, independientes entre sí y no cristianizados

24, que habitaban la Cordillera central. Considerados en estos términos amplios, ocupaban un dilatado territorio que “(…) abarcaba desde las estribaciones montañosas de Nueva Vizcaya, al sur, hasta

Cagayán, al norte; por el oeste lindaba con las provincias de Ilocos y Pangasinán y por

el este ocupaba ciertas partes de Sierra Madre, la cadena montañosa que recorre de

norte a sur Nueva Écija.”25. Una región que entraba en el siglo XIX sin conocer la

construcción de infraestructuras de tipo occidental26.

Dado que la bibliografía especializada ha tratado con mucho detalle el devenir histórico de estas poblaciones, así como los más variados aspectos de su etnografía, vamos a centrarnos en este apartado en ofrecer una serie de noticias acerca de las mismas27. Un texto titulado Memoria de los usos y costumbres de las tribus salvajes que

lo pueblan de Manuel Zubiría, nos ofrece la particular visión de un militar español destacado en aquella región, e inmerso en los acontecimientos que son objeto de nuestro interés en esta investigación.

La memoria fue escrita por Zubiría como comandante político y militar del distrito de Bontoc –isla de Luzón-, y firmada en dicha localidad el 31 de diciembre de 1882. Su autor, que analiza la vida de las poblaciones de esta región28, la escribió para la Exposición Colonial de Ámsterdam de 1883. Pobladores que en su mayoría eran Igorrotes no sometidos al poder español, o remontados o independientes, como los suele citar la documentación. El autor destaca su modo de vida libre, sus refriegas con los habitantes de otras rancherías29 vecinas y, en relación a sus creencias, menciona el culto a los anitos30.

23 El padre fray Juan de Villaverde (OP) sostenía –según la opinión de la época- que la zona de la Cordillera se hallaba habitada “(…) por varias y numerosas tribus, que, si bien tienen diversas

denominaciones según las comarcas que ocupan son conocidas generalmente con el nombre de

Igorrotes. Todos estos infieles pertenecen á la raza malaya de los naturales cristianos.” (Biblioteca Nacional de España (Madrid) –en adelante, BNE-. Memorias y antecedentes sobre las Islas Filipinas, que

han servido para redactar la reseña del Catálogo de la Exposición Colonial de Amsterdam de 1883. [Redactado entre 1882 y 1883, contiene 284 hojas]. Signatura: Mss. 13838, “Memoria del padre fray Juan de Villaverde”, hojas 74-75). Del mismo Villaverde se conserva en el Archivo Histórico Nacional (Madrid) un “Plan de misiones para reducir a los igorrotes de Nueva Vizcaya, Isabela y Cagayán” (1880) –AHN, Ultramar, 5318, Exp. 44-. 24 Véase el apartado número 4. 25 Martín Gómez, 2005, pág. 18. 26 La construcción de infraestructuras para las comunicaciones fue un aspecto más del proceso de hispanización del País de los Igorrotes. Así, por ejemplo, la zona vivió una intensa actividad de construcción de carreteras y caminos entre 1830 y 1880 (María Isabel Piqueras Villaldea, Las

comunicaciones en Filipinas durante el siglo XIX: caminos, carreteras y puentes, Madrid, Editorial Archiviana, 2002, págs. 59-90). 27 BNE. Memorias y antecedentes sobre las Islas Filipinas, que han servido para redactar la reseña del

Catálogo de la Exposición Colonial de Amsterdam de 1883. [Redactado entre 1882 y 1883, contiene 284 hojas]. Signatura: Mss. 13838, fols. 64–76, hoja 20. 28 Ibídem, fols. 58 recto – 63 recto. 29 Se denominaba rancherías a las agrupaciones poblacionales de más de doce viviendas. Con menos de esa cantidad, sus lugares habitacionales eran llamados barrios por los españoles (Ibídem). 30 Los anitos son los espíritus tradicionales de la población indígena filipina, representados generalmente en esculturas de variado tamaño con formas antropomorfas.

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Hablaba de su actividad económica, de sus armas de guerra, mencionando

también con cierto detalle las costumbres de cortejo y matrimonio entre los Igorrotes de Bontoc. Así como sus tradiciones funerarias, mencionando los conocidos ataúdes realizados en un tronco horadado de madera; y los elaborados cañaos o duelos que se practicaban cuando un miembro de la comunidad fallecía. Entre este grupo, recibían también el nombre de cañao las fiestas que se hacían en algunas ocasiones especiales, como podía ser la realizada para celebrar una buena siembra31.

De mucho interés creemos que sería el poder compilar noticias, usando del método etnohistórico, acerca del impacto que las distintas medidas de institucionalización e hispanización de estos territorios tuvieron sobre la población indígena de la Cordillera -comenzando por las campañas militares de pacificación-. Sólo de esta manera podríamos trazar un fresco completo de los sucesos que aquí tuvieron lugar durante el siglo XIX, ya que hasta ahora siempre han primado las fuentes producidas por las autoridades españolas. Reveladores resultan los testimonios orales ofrecidos por William Henry Scott32. También las impresiones recogidas por exploradores como el doctor Carl Gottfried Semper, quien exponía el estado de desolación y abandono en el que encontró la zona del valle de Benguet durante su viaje por la zona33. 2.-LAS CAMPAÑAS MILITARES DEL SIGLO XIX CONTRA LOS

IGORROTES DE LA CORDILLERA DE LA ISLA DE LUZÓN.

Como hemos venido considerando, desde el siglo XVI se habían iniciado los intentos de penetración en el interior de Luzón. El primer contacto propiamente dicho se produjo en 1572 durante la expedición comandada por Juan de Salcedo, nieto de Miguel López de Legazpi, a la costa oeste de la región norte de Luzón. Su objetivo principal era la búsqueda del oro, bien conocido y utilizado ya desde época prehispánica por las poblaciones indígenas insulares34.

Con el tiempo se fueron desarrollando toda una serie de campañas de pacificación que perseguían, entre otros objetivos, agrupar a la población indígena dispersa en nuevos caseríos. Creados al efecto de facilitar tanto su dominio político-militar como su evangelización. De una manera progresiva, los establecimientos hispanizados fueron aumentando en los márgenes de la Cordillera. Aunque, como hemos visto, la penetración y control de la misma continuó siendo una cuestión problemática. Ya en el siglo XIX se enviaron a la zona setenta y cinco expediciones militares35.

31 Doctor Capelo, Razas, en: Ibídem, hojas 8-25. Bibliografía: fray Juan de Villaverde (OP), Ynfieles de la

Cordillera Oriental, en: Ibídem, hojas 74–76. Manuel Zubiría, Exposición Colonial de Amsterdam.

Distrito de Bontoc. Memoria de los usos y costumbres de las tribus salvajes que lo pueblan, Bontoc, 31 de diciembre de 1882, en: Ibídem, fols. 58 recto – 63 recto. 32 Scott, 2006, págs. 235-236. 33 Carl Gottfried Semper, “Reise durch die noerdlichen Provinzen der Insel Luzon”, Zeitschrift fuer

allgemeine Erdkunde, neue folge 13 (1862), págs. 88-89. (Traducido al inglés por: Scott, 2006, págs. 226-227). 34 Ibídem, 2006, “1. The Search for Igorot Gold: 1575-1625”, págs. 9-39. 35 Blas Sierra de la Calle (OSA), Filipinas ayer. Vida y costumbres tribales, [Exposición itinerante organizada por el Museo Oriental de Valladolid. 29 de septiembre de 1989. V Centenario del Descubrimiento de América], Valladolid, Museo Oriental de los Padres Agustinos Filipinos, 1989, pág. 12.

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Fueron muchos los nombres de militares españoles que unieron la fortuna de sus

carreras profesionales a sus actuaciones en dichas acciones. Uno de ellos, muy conocido en la época, fue Guillermo Galvey quien entre 1829 y 1837 dirigió varias expediciones punitivas contra grupos de Kankanais, Bontocs, Ibalois e Ifugaos. Con sus misiones se inició la estrategia de organización de operaciones de castigo a la región. Estas tuvieron el objetivo de minar tanto la capacidad de ataque de los pueblos Igorrotes a las poblaciones cristianizadas de las tierras bajas; como su potencial productor, y por ende de contrabando, de tabaco. Esta táctica era considerada la única posible ante unas poblaciones vistas como enemigas que rehuían el combate en campo abierto y desarrollaban una estrategia basada en la guerra de guerrillas y emboscadas. A la que, con todo, las fuerzas españolas en Filipinas se adaptaron bien, pese a estar organizadas hasta la década de 1870 a la manera peninsular36. Esto es, bajo los criterios europeos dieciochescos de la infantería de línea en formación cerrada37.

Al final, estas incursiones fueron permitiendo el avance de un frente de fuertes que, a la vez que reducían el territorio Igorrote posibilitaban la penetración misional y, en última instancia, la incorporación de los espacios a través de su institucionalización con la creación de provincias y gobiernos político-militares. Así, desde el segundo tercio del siglo XIX y con la intención de ejercer una mayor presencia sobre la región, el gobierno estableció allí varias demarcaciones –con diferentes categorías administrativas-, entre las que podemos citar: Abra (1837), Benguet (1848), Lepanto (1852), Bontoc (1857) e Ifugao (1889)38. A.-Cartografía de los escenarios de conflicto.

Si algo nos muestra la disciplina cartográfica, en su doble vertiente histórica y

literaria, es que la imagen representada puede serlo estable, esto es, de un territorio poseído de manera efectiva; o de pretensión, es decir, de un espacio que se aspira a dominar. En el caso que a continuación analizaremos vamos a encontrar más de lo segundo que de lo primero. Ya que en lo que hemos venido en denominar cartografía de los escenarios de conflicto –y en aquellos ejemplares destinados fundamentalmente a ser difundidos a un público más allá del propiamente militar- observamos que, bajo la aparente sensación de orden, subyacen importantes hechos de armas que remiten a una realidad espacial inestable.

Para las Filipinas esta tipología dio comienzo en el siglo XVIII, donde ya el famoso mapa del padre Pedro Murillo Velarde (SI) insertaba información etnográfica de algunos grupos indígenas de la isla de Luzón. Podemos referir además, y sólo a modo de ejemplo, el mapa de Francisco Antolín (1789); los de la provincia de Cagayán –en la isla de Luzón- (escala 1:570.000)39 y uno parcial de la misma isla –escala 1:270.000-40, 36 Sobre el ejército español en Filipinas a mediados del siglo XIX, véase: Martín Gómez, 2005; y José María Alía Plana, El Ejército Español en Filipinas. El período romántico, Madrid, Tabapress, 1993. 37 Para una introducción al arte de la guerra del siglo XVIII europeo: Luis Miguel Enciso Recio, La

Europa del siglo XVIII, Barcelona, Península, 2001, págs. 697-719. 38 Sierra de la Calle, 1989, pág. 12. 39 Servicio Geográfico del Ejército (Madrid) -en adelante, SGE-, Q-1-2-35. Citado en: VV.AA., Geografía y relaciones históricas de Ultramar. Tomo X. Filipinas. Volumen descriptivo, Madrid, Ministerio de Defensa, Secretaría General Técnica, Servicio Histórico Militar, Servicio Geográfico del Ejército, 1996. VV.AA., Geografía y relaciones históricas de Ultramar. Tomo X. Filipinas. Volumen de

cartografía, Madrid, Ministerio de Defensa, Secretaría General Técnica, Servicio Histórico Militar,

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ambos fechados en dicha centuria y conservados en el Servicio Geográfico del Ejército (Madrid). En el margen izquierdo del primero de ellos –obra de Antolín-, se incluye la relación de las poblaciones de Ynfieles que aparecen señaladas en el mapa. Mientras que en el segundo, centrado en una parte de la isla de Luzón comprendida entre el río del Abra, el río Grande de Cagayán y el río Agno Grande, se delimitan con líneas de color los territorios habitados por diversos grupos indígenas.

Así mismo, en uno conservado en el Museo Naval (Madrid), aparecen noticias etnográficas de los grupos indígenas de la zona de la Cordillera; pudiéndose ver también las demarcaciones administrativas hispanas creadas en la zona a lo largo del siglo XIX41.

Contamos además con el “Plano de las Diez provincias que abarca el Arzobispado de Manila con expreccion del numero de Tributos de Naturales mestizos y Reservados en cada pueblo: Mandado hacer por el Excmo. é Ilmo. Sr. Arzobispo Don Fray José Segui. Lo delineó y grabó Teodoro de Castro” –escala 1:530.000-42. Fechado aproximadamente en 1832, incluye cuadros estadísticos donde se indican los tributos aportados por los principales pueblos así como la suma total de tributarios –esto es, de los indígenas hispanizados-, entre otros datos. Con una línea roja se muestran los límites de la archidiócesis de Manila, y con una verde el itinerario de la visita ad limina realizada por el arzobispo José María Seguí (OSA) entre enero de 1831 y febrero de 1832.

Incorporan de igual forma datos etnográficos los trabajos cartográficos de José María Peñaranda (1837), Javier Ortiz en “El Territorio de Quiangan y Silipan y Mayoyao” (1848), Francisco Coello de Portugal y Antonio Morata (1849), o Anselmo Olleros (1882), entre otros43. Por su parte Manuel Scheidnagel fue autor del libro Filipinas, distrito de Benguet. Memoria descriptiva y económica, acompañada del

primer plano-croquis del mismo, donde incluyó un mapa de aquel territorio44.

Una buena muestra cartográfica de las campañas militares que más adelante tendremos ocasión de analizar la encontramos en Provincias del Norte de Luzón: Teatro

de operaciones de reducción de Igorrotes monteses rebeldes. Cuerpo de E. M. del

Ejército, Capitanía General de Filipinas; El Teniente Coronel de la Seccion

Servicio Geográfico del Ejército, 1996, referencia número 33 del volumen de cartografía, y págs. 77-78 del volumen descriptivo. 40 SGE, Q-1-2-32. Citado en: VV.AA., Geografía y relaciones históricas de Ultramar. Tomo X. Filipinas, 1996, referencia número 34 del volumen de cartografía, y págs. 79-81 del volumen descriptivo. 41 Museo Naval (Madrid) –en adelante, MNM-. MNM_0060_0027. 42 SGE, Q-1-2-40. Citado en: VV.AA., Geografía y relaciones históricas de Ultramar. Tomo X. Filipinas, 1996, referencia número 69 del volumen de cartografía, y págs. 147-156 del volumen descriptivo. 43 Algunos ejemplos en: Harold C. Conklin, Ethnographic Atlas of Ifugao. A Study of Environment,

Culture, and Society in Northern Luzon. Harold C. Conklin with the special assistance of Pugguwon Lupaih and Miklos Pinther, Cartographer. Published with the Cooperation of The American Geographical Society of New York, New Haven and London, Yale University Press, 1980, “V. Historical Section”, págs. 97-107 –incluye en este apartado reproducciones de varios mapas antiguos de los siglos XVII a XX que representan el norte de la isla de Luzón-. 44 Manuel Scheidnagel, Filipinas, distrito de Benguet. Memoria descriptiva y económica, acompañada

del primer plano-croquis del mismo, Manila, Imprenta de la Dirección General de Infantería, 1878. Scheidnagel fue capitán de infantería y desempeñó labores de gobierno político-militar en Luzón. Al margen de este libro dejó otras obras sobre sus años de servicio en Filipinas.

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Topografica Anselmo Olleros –escala 1:625.000-, fechado el 14 de enero de 188145. Mapa que recoge una amplísima toponimia y que comprende desde la bahía de Manila hasta el extremo septentrional de la isla de Luzón; estando muy bien trazado el perfil orográfico46.

Enrique D´Almonte y Muriel, desde su puesto en la Inspección General de Minas de Filipinas, dedicó sus esfuerzos a realizar varios levantamientos topográficos así como estudios de geografía descriptiva. Viajó ampliamente tanto por el archipiélago como por otras tierras limítrofes del Sudeste Asiático, y llegó a poseer amplios conocimientos naturalistas. El Gobierno le comisionó para que llevase la dirección de los trabajos para levantar el mapa general de las Filipinas. De este modo, y entre los años 1882 y 1898, publicó unos veintidós mapas relacionados con aquel territorio, dejando inéditos cinco más47, “(…), entre ellos el mapa general de Filipinas a

1:800.000, aparte de múltiples itinerarios del centro y sur de Luzón aptos para trazar

mapas a 1:50.000.”48. De 1883 data su detallado mapa del Norte de Luzón49.

Cierran el siglo los magníficos y muy conocidos mapas del doctor checo

Ferdinand Blumentritt: “Karte der Philippinen” con escala 1:3.000.000, e impreso en color, en la ciudad alemana de Gotha por Justus Perthes (1882); y el “Mapa etnográfico del archipiélago filipino” con escala 1:3.000.000, impreso en Madrid en la Litografía de M. Díaz (1890)50 y que, coloreado, incluye la localización de sesenta y tres grupos indígenas de las Filipinas.

Resultado del interés de los investigadores norteamericanos, tras la adquisición de las islas en 1898, es el más sencillo inserto en el artículo “The peoples of the Philippines” publicado por Daniel G. Brinton en 1898, quien se refiere a los grupos indígenas no hispanizados como wild tribes o tribus salvajes

51. Notable resulta de igual manera el “Ethnographic and Political Map of the Philippine Archipelago”, realizado en octubre de 1900 a escala 1:3.000.000 para ilustrar la obra de Frederic H. Sawyer The

Inhabitants of the Philippines52. Sawyer, que residió en Luzón por espacio de catorce

45 Servicio Geográfico del Ejército (Madrid), Q-1-2-48. Citado en: VV.AA., Geografía y relaciones

históricas de Ultramar. Tomo X. Filipinas. Volumen descriptivo, 1996; y VV.AA., Geografía y

relaciones históricas de Ultramar. Tomo X. Filipinas. Volumen de cartografía, 1996, referencia número 122 del volumen de cartografía, y págs. 268-270 del volumen descriptivo. 46 Concerniente a las campañas decimonónicas a la región de la Cordillera en la isla de Luzón: Cabrero Fernández, 1994, págs. 73-88. Miguel Luque Talaván, “Narciso Clavería y Zaldúa: Gobernador y Capitán General de las islas Filipinas (1844-1849)”, Revista Complutense de Historia de América (Madrid), 23 (1997), págs. 209-246. 47 En concreto: Mapa general del Archipiélago Filipino, 1:800.000; Isla de Marinduque, 1:150.000; Bosquejo del país de los igorrotes, 1:100.000; Bosquejo de las provincias Ilocanas, 1:100.000; Bosquejo del Valle de Cagayán, 1:200.000 (Don Enrique d´Almonte. Explorador y geógrafo, Madrid, Tip. “La Mañana”, [1920], pág. 27). 48 Francisco Quirós Linares, “Dos geógrafos españoles en el “noventa y ocho”: Gonzalo de Reparaz y Enrique d´Almonte”, Ería. Revista cuatrimestral de geografía (Oviedo), 46 (1998), pág. 184. 49 MNM. MNM_GE_0003. 50 Servicio Histórico del Ejército (Madrid) –en adelante, SH-, 13744. Citado en: VV.AA., Geografía y

relaciones históricas de Ultramar. Tomo X. Filipinas, 1996, referencia número 139 del volumen de cartografía, y págs. 300-302 del volumen descriptivo. 51 Daniel G. Brinton, “The peoples of the Philippines”, American Anthropologist (Washington), OXI/10, 1898, págs. 293-307. El mapa aparece inserto entre las páginas 293 y 294 bajo el epígrafe “Ethnographic Map of the Philippines”. Ibídem, s/pág. 52 Frederic H. Sawyer, The Inhabitants of the Philippines, New York, Charles Scribner´s sons, 1900 –el mapa se sitúa entre las páginas 393 y 394-. El ejemplar que pudimos consultar de esta obra se conserva en la Miguel de Benavides Library (University of Santo Tomas, Manila, Filipinas).

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años, realizó diversos viajes por las islas. El trabajo se enriquece con fotografías de la población indígena filipina pertenecientes a Jean Laurent y Cía. (Madrid), y reproducidas con el permiso de la conocida casa fotográfica según reza en los agradecimientos de inicio.

En 1909, Fay Cooper Cole incluyó en uno de sus trabajos un mapa del Noroeste de Luzón, indicando tanto los asentamientos de los indígenas cristianizados como los de los no cristianizados –utilizando la terminología de la época-, las demarcaciones provinciales y los límites sub-provinciales53. Su estudio sobre los indígenas de Luzón fue llevado a cabo bajo el auspicio del Field Museum of Natural History (Chicago, Illinois).

En definitiva, estos pocos ejemplos nos acercan al doble papel de la cartografía como una útil herramienta de conocimiento, pero también de dominación. Es por eso que las autoridades españolas primero y las estadounidenses después, se ocuparon de realizar una cartografía que reflejara la ubicación de las diferentes poblaciones indígenas que habitaban en las islas. Unos mapas que, además de localizaciones, nos proporcionan valiosos datos etnográficos. B.-Las campañas.

A continuación, y de una manera sucinta, ofrecemos un recorrido por las

principales operaciones llevadas a cabo en esta centuria y que tuvieron como inmediato antecedente la emprendida durante el gobierno de Félix Berenguer de Marquina (1788-1793), donde se registró una primera expedición al País de los Igorrotes. La cual, no tuvo consecuencias favorables para los intereses de la administración española54. Las acciones armadas, podríamos decir formales, que a continuación referenciamos no fueron las únicas. Ya que junto a ellas, no fue infrecuente el envío de tropas para realizar diversos paseos militares con el fin de solucionar problemas puntuales y servir de elemento disuasorio ante posibles ataques55.

1816-1829: Las décadas que siguieron a la Revolución Francesa supusieron para España un permanente estado de guerra. En estas circunstancias no es de extrañar que no se produjeran intentos de ampliación del dominio territorial en Filipinas. En lo que respecta a la zona de los montes Caraballo, durante muchos años –y desde comienzos del siglo XIX- la acción se limitó a las entradas de misioneros aislados y/o acompañados de una escasa escolta militar. La primera noticia de la que disponemos acerca de la reanudación de estos esfuerzos, es la modesta expedición evangelizadora

53 Fay Cooper Cole, “Distribution of the non-Christian Tribes of Northwestern Luzon”, American

Anthropologist. New Series (Princeton, New Jersey), 11/3, July-September 1909, entre las págs. 330-331. 54 José Montero y Vidal, Historia General de Filipinas desde el descubrimiento de dichas islas hasta

nuestros días, Madrid, Establecimiento Tipográfico de la Viuda é Hijos de Tello, 1895, t. II, págs. 339. Citamos esta expedición porque nos parece significativa, en tanto en cuanto, es la primera que se registra tras las medidas fisiocráticas de Basco y Vargas que ponían en valor los recursos naturales de la Cordillera y zonas limítrofes. 55 Scott, 2006, págs. 237-238. Un estudio preliminar de la cuestión fue el realizado por los autores de este artículo en la comunicación titulada: “Las campañas militares del siglo XIX contra los Igorrotes de la cordillera de la isla de Luzón. De una soberanía teórica hacia un control efectivo”. Presentada al Congreso Internacional “Perspectivas y novedades de la Historia Militar. Una aproximación global” (Universidad Complutense de Madrid, Cátedra Complutense de Historia Militar. Madrid, 22 a 24 de octubre de 2013).

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del padre fray Juan Prieto acompañado de una pequeña escolta militar al país de los

feroces mayoyaos en abril de 181656. Años después su labor fue reemprendida con mayor éxito por el padre agustino fray Bernardo Lago. Quien, según los datos de época, entre 1823 y 1829 logró la conversión de más de 8.000 Tinguianes e Igorrotes de la provincia de Abra57.

1826-1837: En estos años, fueron enviadas cuarenta expediciones de castigo contra las poblaciones de los montes Caraballo. Entre los militares más conocidos en este periodo encontramos al teniente-coronel Guillermo Galvey, quien comandó numerosas expediciones, convirtiéndose en una gran autoridad en el conocimiento de ese teatro de operaciones58. En esta época, como ya se dijo, comenzó a implementarse la política de incursiones de castigo para minar la capacidad ofensiva y de contrabando de los Igorrotes59. En este sentido, el título que ostentaba Galvey de Comandante de las

partidas de persecución del contrabando en las provincias de Pangasinán e Ilocos da buena muestra de estos objetivos. José Montero y Vidal, recoge información acerca de algunas de las expediciones protagonizadas por Galvey reproduciendo, además, fragmentos de los diarios de operaciones escritos por este militar. Páginas de indudable interés para conocer la dificultad y características de este tipo de acciones punitivas en el corazón del país igorrote. Baste como ejemplo el siguiente fragmento relativo al día 26 de la expedición de marzo de 1831 a Tamoron:

Nos encontramos con un bosque espesísimo, cuya subida estaba cubierta de trampas y púas. Los igorrotes, en lo más espeso y alto del bosque, habían levantado una pared, hecha de tierra y troncos de árboles. Detrás de ese parapeto nos arrojaban piedras, lanzas, palos de punta y todo género de armas arrojadizas […] A pesar del fuego horrible que hacíamos, en tres horas no habíamos avanzado treinta pasos60

Estrategia compatibilizada con la penetración misional. Unos afanes

evangelizadores de agustinos, dominicos y franciscanos que corrieron parejos a las operaciones militares e, incluso, como hemos visto, las antecedieron61. Galvey, como parte de la táctica de ocupación, estableció varios fuertes en la zona, los cuáles debían crear un espacio de seguridad en retaguardia para facilitar la labor misional62. Sus escritos contienen interesantes notas etnográficas sobre los Igorrotes, Buriks, Busaos, Itetepanes, Guinaanes, Ifugaos y Apayaos. Notas que, tras su muerte, fueron recogidas y

56 Parece ser que la expedición del religioso gozó de cierto éxito –bajo la óptica hispana- (Montero y Vidal, t. II, pág. 441). No obstante, no tenemos noticia de la continuidad en los esfuerzos por penetrar en la zona hasta años después. De nuevo la inestabilidad política de la Península puede estar en el fondo de esta interrupción. 57 Ibídem, t. II, pág. 484. Scott, 2006, págs. 201-203. 58 Según José Montero y Vidal a su muerte en 1839 podía decirse de este militar que había sido “(…) uno

de los jefes del ejército más beneméritos, cuyo nombre recuerdan aún con terror los igorrotes del Abra,

batidos por él en multitud de encuentros.” (Montero y Vidal, 1895, t. III, pág. 29). Scott, 2006, págs. 213-229. 59 Montero y Vidal, 1895, t. II, pág. 534. 60 Ibídem. 61 AHN, Diversos-Colecciones, 30, N. 11, fray F. Villacorta [procurador y comisario general de las misiones de agustinos calzados de Filipinas], Breve resumen de los progresos de la religión católica en la

admirable conversión de los indios Ygorrotes y Tinguianes de la isla de Luzon, una de las principales

llamadas Filipinas (Madrid, Imprenta de Núñez, 1831). 62 Así, por ejemplo los fuertes erigidos en Kiangan, o en Mayaoyao. Scott, 2006, págs. 224-225.

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publicadas por el gran polígrafo Sinibaldo de Mas en el primer volumen de su Informe

sobre el estado de las islas Filipinas (1842)63.

1837: En 1837 se realizó una expedición al por entonces llamado País de los

Igorrotes, preparada por el segundo cabo Pedro Antonio Salazar-Castillo y Varona, brigadier del Ejército64, penetrándose también en territorios Mayoyaos. Con el fin de asentar en esas zonas la presencia española, se edificaron varios puestos militares que finalmente fueron abandonados por las muchas enfermedades que en ellos se produjeron y que causaron la muerte a varios oficiales y soldados65. Años después el gobernador y capitán general Narciso Clavería y Zaldúa, conde de Manila, en el transcurso de un viaje a la región vio en la parroquia de Bagabag los sepulcros de quince oficiales y sargentos españoles muertos durante aquella expedición66.

1847-184967: La expedición a la provincia de Nueva Vizcaya comandada por el conde de Manila como gobernador y capitán general, supuso la pacificación temporal de la provincia, el restablecimiento del comercio en la zona y el asentamiento de religiosos con fines evangelizadores68.

En un informe, la máxima autoridad del archipiélago contaba como las partidas de soldados españoles se veían sorprendidas por los Mayoyaos. En abril de 1846 cuando el gobernador y capitán general visitó la zona, los habitantes y los curas párrocos de la región le pidieron su intervención. Ordenó de igual forma la construcción de un fuerte a orillas del río Magat, bautizado con el nombre de Begoña69.

Las medidas fueron en un primer momento eficaces, pero al año siguiente (1847) comenzaron de nuevo las actividades de los Mayoyaos. Estos sucesos habían tenido lugar justo en la época en que el comandante graduado Mariano de Ozcariz había

63 Véase: Ibídem, págs. 220-223. Sinibaldo de Mas, Informe sobre el estado de las islas Filipinas, Madrid, [S.n.], 1843, volumen I, “Población”, págs. 9-62. 64 Pedro Antonio Salazar-Castillo y Varona, llegó a Manila el 9 de septiembre de 1835 para ponerse al frente de la administración de las islas como segundo cabo sustituyendo al teniente de Rey, Joaquín Crámer que se había hecho cargo del Gobierno tras la baja del gobernador y capitán general Gabriel de Torres el 25 de abril de 1835, por encontrarse vacante el puesto de segundo cabo. Salazar-Castillo y Varona, desempeñó este cargo hasta el 27 de agosto de 1837 en que tomó posesión del mando superior de las islas como gobernador y capitán general Andrés García Camba. Sobre este período véase: Montero y Vidal, 1895, t. II, págs. 549-573, y t. III, págs. 6-9. 65 AHN, Ultramar/ Filipinas/ Gobierno, leg. 5161, exp. 37, doc. nº 1. Montero y Vidal nos dice acerca de esta Expedición: “El principal objeto de la expedición era ocupar el país de los igorrotes internándose

(...), pero cayeron enfermos multitud de soldados de la primera y segunda división, y hubo que desistir de

la empresa y retirarse, sin otro resultado que el gastar algunos miles de duros.” (Montero y Vidal, 1895, t. II, pág. 561). 66 AHN, Ultramar/ Filipinas/ Gobierno, leg. 5161, exp. 37, doc. nº 1. 67 En relación a la figura y actuaciones del responsable de estas operaciones puede consultarse: Luque Talaván, 1997, págs. 209-246. 68 Sobre el tema que aquí nos ocupa, destaca la obra del dominico fray Buenaventura Campa, ex-misionero de Echagüe y procurador general de la provincia del Santísimo Rosario de Filipinas (fray Buenaventura Campa, Los Mayoyaos y la Raza Ifugao (apuntes para un estudio), Madrid, Vda. de M. Minuesa de Los Ríos, 1884; y fray Buenaventura Campa, , Etnografía Filipina. Los Mayoyaos y la Raza

Ifugao (apuntes para un estudio), Madrid, Vda. de M. Minuesa de Los Ríos, 1894). Por su parte, Francisco de Arce escribió la biografía de Mariano de Ozcariz, gobernador de la provincia de Nueva Vizcaya (Francisco de Arce, Noticias de la vida de Don Mariano de Ozcariz, Madrid, Establecimiento Tipográfico de Vicente, y Lavajos, 1864). Decir por último que José Montero y Vidal da breve noticia de esta expedición y de los personajes que la hicieron posible (Montero y Vidal, 1895, t. III, págs. 78-81). 69 AHN, Ultramar/ Filipinas/ Gobierno, leg. 5161, exp. 37, doc. nº 1.

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tomado posesión de su nuevo cargo como gobernador de la provincia de Nueva Vizcaya70. El gobernador y capitán general decidió aplicar un correctivo definitivo a los Mayoyaos y para ello dispuso que saliesen de Manila setenta hombres, como refuerzo, hacia la Nueva Vizcaya. Ordenó también a Ozcariz que, con ciento cincuenta hombres de tropa y cuantos paisanos lograse reclutar, cruzase el río Magat para que adentrándose en el país Mayoyao guerrease y destruyese cuanto encontrara71. Él sabía que estas expediciones militares sólo sofocarían el problema temporalmente, pues en su opinión la única forma posible de poseer la zona sería la de ocupar demográficamente el área, extendiendo la población desde Nueva Vizcaya y trayendo residentes en gran número72.

1850: Fue la de este año una nueva expedición al interior del País de los

Igorrotes organizada por el gobierno y capitanía general de las islas. El objetivo principal fue el de reconocer una mina de cobre situada en la zona de Mancayán. De cuyo potencial se tenían noticias como muestran escritos tales como el Informe sobre

las minas de cobre de las rancherías de Mancayán, Suyuc, Bumucun y Agbao en el

distrito de Lepanto, del ingeniero de minas José María Santos -impreso inicialmente en Manila en 1861-73. Para estos mismos años de 1849-1850, se reportaba el mérito contraído por el comandante político-militar de Igorrotes y de las partidas del norte de Pangasinán, Manuel Ceballos y Bermúdez. Quien había conseguido aumentar la recolección de tabaco de la zona sujeta a su mando74.

Todo este desarrollo económico debía asentarse, como venimos considerando, sobre un control más efectivo del lugar a través de la conquista e institucionalización del mismo. En esa línea, en estos años se crearon la provincia de La Unión y la comandancia de Agno, explorándose los territorios de la Cordillera circunvecinos y realizándose nuevas expediciones militares para incorporar y pacificar esas zonas. Destaca, así, la emprendida en 1850 por el gobernador del Abra que supuso la sujeción a la soberanía española de ciento doce rancherías de Igorrotes, unas 15.000 almas, que se incorporaron a la precitada provincia75.

1855-1856: Entre diciembre de 1855 y febrero de 1856 se verificó una nueva expedición de castigo contra las poblaciones de los Igorrotes. En esta ocasión las operaciones estuvieron dirigidas por el comandante de Estado Mayor Miguel Primo de

70 Ozcariz cesó en el gobierno de la Nueva Vizcaya el 6 de noviembre de 1851 (Montero y Vidal, 1895, t. III, pág. 157). Véase también: ARCE, 1864, pág. 31. 71 AHN, Ultramar/ Filipinas/ Gobierno, leg. 5161, exp. 37, doc. nº 1. 72 Ibídem. En el diario de operaciones de la columna expedicionaria española al País de los Mayoyaos que se conserva en el Archivo Histórico Nacional (Madrid), encontramos cumplida y detallada información acerca de este hecho de armas (AHN, Madrid, Ultramar/ Filipinas/ Gobierno, leg. 5161, exp. 37, doc. nº 3). Francisco de Arce reproduce información sobre las operaciones de la columna expedicionaria (Arce, 1864, págs. 14-28). 73 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 443, exp. 4, “Fomento de las minas de cobre del distrito de Lepanto”; AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5162, exp. 22, “Reconocimiento de mina de cobre en Mancayán”. Existen también otros escritos sobre este mismo asunto: Tomás de Balbas y Castro, Minas

de cobre del Distrito de Lepanto, Manila, [s.n.], 1861; José María Santos, Informe sobre las minas de

cobre de las Rancherías de Mancayan, Suyuc, Bumucun y Agbao en el distrito de Lepanto, isla de Luzón

de las Filipinas, Manila, Imprenta de Ramírez y Giraudier, 1861. Scott da también noticias de otro interesante texto: Sociedad, Sociedad Minero-Metalúrgica Cántabro-Filipina de Mancayán. Informe que

da la Junta inspectora de la Sociedad Minero-Metalúrgica Cántabro-Filipina de Mancayán, Manila, [s.n.], 1864 -Scott, 2006-. 74 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 440, exp. 13. 75 Montero y Vidal, 1895, t. III, págs. 147-148.

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Rivera quien, a parte de las medidas punitivas, llevaba encomendado el reconocimiento de las estribaciones montañosas lindantes al rico distrito tabaquero de Cagayán76. Los informes de Primo de Rivera contribuyeron decisivamente a la institucionalización del territorio, pues en ellos se basó la posterior creación de la comandancia político-militar de Bontoc. Las acciones emprendidas por el gobernador general Manuel Crespo (1854-1856) en lo relativo al control de la Cordillera de Luzón, fueron eficazmente proseguidas por el siguiente gobernador titular del archipiélago Fernando de Norzagaray (1857-1860). Así, si con Crespo se había creado la provincia de La Isabela –con la segregación de territorios anteriormente pertenecientes a Nueva Vizcaya y Cagayán-, con Norzagaray se incrementaron los esfuerzos por lograr un eficaz control de la totalidad de la isla de Luzón. Dentro de esta política destacó la erección de varias comandancias político-militares como las del Príncipe, Infanta, Lepanto o, la ya mencionada, de Bontoc. No obstante, el avance de la ocupación e institucionalización del territorio de la Cordillera, no puso fin a la resistencia de algunos pueblos Igorrotes que, como se verá, exigieron del envío de nuevas expediciones a la zona.

1863-1864: En estos años organizó el gobernador y capitán general Rafael Echagüe (1862-1865) sendas expediciones punitivas para sofocar los levantamientos producidos en los montes de Bontoc77.

1868-1869: Durante el gobierno de José de la Gándara (1866-1869) se registraron distintos alzamientos en algunas regiones de la Cordillera, incluyéndose atentados y asesinatos, como el del misionero dominico fray José Lorenzo a manos de los Igorrotes de la Nueva Vizcaya78. El gobierno de las islas acabó respondiendo nuevamente a través del envío de expediciones de castigo, destacando por sus dimensiones la encomendada a la dirección del coronel Manuel Lorenzo. Dicha misión estaba dividida en cuatro columnas, de doscientos hombres cada una –más el personal de transporte del avituallamiento-, que se dirigieron respectivamente a Abra, Bontoc, Lepanto y La Isabela en una operación envolvente que debía converger en Bontoc79. La expedición logró sus objetivos represores, sin que se les opusiera gran resistencia80.

1870-187281: En estos años, una expedición contra los Ilongotes, Ibilaos e Igorrotes en la provincia de Nueva Écija se organizó por el gobierno y capitanía general insular mediante autorización del Ministerio de Guerra. Supone, a nuestro juicio, un nuevo exponente de la inestabilidad que aún persistía, incluso en los territorios donde ya estaba asentada la administración española.

1881-1882: En esta época se produjo la sumisión de los Igorrotes en la provincia de Abra. Lo que sucedió bajo el mandato del gobernador general Fernando Primo de Rivera (1880-1883 / 1897-1898), marqués de Estella, quien realizó una visita a esta demarcación82. También, y para este mismo periodo, fueron efectuadas varias 76 Ibídem, t. III, págs. 249-250. 77 Ibídem, t. III, pág. 394. 78 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5207, exp. 54. 79 Montero y Vidal, 1895, t. III, pág. 495. 80 Poseemos una memoria de la citada expedición. AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5218, exp. 21. 81 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5211, exp. 13. 82 El Archivo Histórico Nacional (Madrid) conserva abundante información acerca de la visita realizada por Primo de Rivera a estas regiones del Norte de Luzón. Se trata de documentación interesantísima por cuanto incluye referencias etnográficas, topográficas, planes de pacificación, evangelización e

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expediciones militares a los distritos de Benguet, Bontoc, y Lepanto –que tuvieron como jefe de operaciones al comandante Ladislao Vera-; y de Albay y Camarines Sur –comandadas por el teniente coronel Luis Huerta-83. Todo un proceso que quedó en gran medida reflejado, también cartográficamente, en documentos como el ya citado Provincias del Norte de Luzón: Teatro de operaciones de reducción de Igorrotes

monteses rebeldes ..., fechado el 14 de enero de 188184.

3.-LA INSTITUCIONALIZACIÓN A TRAVÉS DE LA CREACIÓN DE

PROVINCIAS Y GOBIERNOS POLÍTICO-MILITARES.

Un breve recorrido por la cronología institucional de la zona permite comprobar la creciente preocupación del gobierno español por la región. De este modo, de la presencia de unos cuantos fuertes se pasó a la creación de varias provincias y comandancias. En este sentido, en 1840 había cinco fuertes en el denominado País de

Igorrotes: Trinidad, Cagubatan, Bucay, Mayaoyao y Magulang. Mientras que para 1860 existían cuatro provincias –Nueva Vizcaya, Abra, La Unión y La Isabela-, y cinco comandancias –Benguet85, Bontoc, Lepanto86, Saltan y Tiagan-. En el año 1895 el número de comandancias ascendió a diez: Kayapa, Benguet, Amburayan, Tiagan, Lepanto, Quiangan o Kiagan, Bontoc, Itaves, Kabugaoan y Apayao87.

Estudiar en detalle el devenir institucional de cada una de estas entidades político-administrativas escapa al objetivo y espacio fijado para esta investigación. Pero ofrecemos a continuación algunos apuntes en torno a las precitadas cuatro provincias –creadas entre 1840 y 1856-, con el objetivo último de que puedan servirnos de ruta para futuros estudios en este sentido.

En la época en la que Clavería y Zaldúa se hizo cargo del gobierno de las islas (1844), hacía cuatro años que una Real Orden, de 1 de abril de 1840, había aprobado la creación de la provincia de la Nueva Vizcaya que dividía en dos la hasta entonces enorme extensión de la provincia de Cagayán. La nueva subdivisión concentraba las tierras del Sur montañosas que daban acceso al fértil sistema fluvial del valle. Se trataba de un terreno de abrupta orografía y espesa vegetación arbórea, conocido como institucionalización de estos territorios (AHN, Ultramar / Filipinas/ Gobierno / leg. 5318, exp. 44, 46, y 47, “Visita girada por el gobernador general Fernando Primo de Rivera a Norte de Luzón”). Algunas de estas informaciones fueron finalmente publicadas en: Documentos referentes a la reducción de Infieles e

inmigración en las Provincias de Cagayán y La Isabela dictados como primeras disposiciones adoptadas

por el Excmo. Sr. Gobernador General D. Fernando Primo de Rivera, con motivo de su visita a las del

Norte de Luzón, Manila, [S.n.], 1881. 83 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5318, exp. 44, 46, y 47. 84 Servicio Geográfico del Ejército (Madrid), Q-1-2-48. Citado en: VV.AA., Geografía y relaciones

históricas de Ultramar. Tomo X. Filipinas. Volumen descriptivo, 1996; y VV.AA., Geografía y

relaciones históricas de Ultramar. Tomo X. Filipinas. Volumen de cartografía, 1996, referencia número 122 del volumen de cartografía, y págs. 268-270 del volumen descriptivo. Este mapa recoge una amplísima toponimia y comprende desde la bahía de Manila hasta el extremo septentrional de la isla de Luzón. Concerniente a las maniobras decimonónicas a la región de la Cordillera en la isla de Luzón: Cabrero Fernández, 1994, págs. 73-88. Luque Talaván, 1997, págs. 209-246. Al ser campañas militares, no es infrecuente encontrar –anexos a la documentación- planos, croquis u otro material cartográfico de las operaciones llevadas a cabo. 85 Véase: Scheidnagel, 1878. 86 Véase: Maximino Lillo de Gracia, Distrito de Lepanto. Descripción general, Manila, Imprenta del Colegio de Santo Tomás, 1877. 87 Scott, 2006, págs. 198, 230 y 266.

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Caraballo sur. Más de cien kilómetros de Norte a Sur y cuarenta de Este a Oeste de difícil control, en caso de que las poblaciones indígenas decidieran oponerse nuevamente a la presencia española88.

En 1846 fue creada la provincia de Abra en el Valle del Abra, poniéndose bajo el mando de un gobernador militar. Una zona donde la presencia hispana –de misioneros y cobradores de impuestos- había sido muy esporádica hasta ese momento.

En 1850 fue erigida la tercera provincia, la de La Unión, situada en la zona de Pangasinán al sur del río Amburayan, y que igualmente sería gobernada por un militar89. Más adelante, entre 1879 y 1880 el Ministerio de Guerra propuso la creación de un gobierno político-militar denominado de Igorrotes, para reducir las poblaciones no reducidas que habitaban al Norte de la isla de Luzón y cuya sede estaría en La Unión. Para desempeñar el cargo fue seleccionado el teniente coronel de Estado Mayor Enrique Zappino y Moreno90.

La última de las provincias españolas en ser creadas en el Norte de la isla de Luzón fue la de La Isabela en 1856. Demarcación que ocupaba la parte central del valle de Cagayán y que gozó de una buena situación económica por sus conocidas plantaciones de tabaco91.

Las nuevas provincias fueron progresivamente protegidas de las zonas aun en conflicto con la creación de diversas comandancias político-militares encargadas de la defensa de esos limes interiores92. Mientras que, de forma paralela, en las mencionadas provincias iba avanzado el proceso de hispanización, en sus más diversas facetas. En este último sentido, debemos entender el término “hispanización” como el avance en el control fáctico de estos territorios y regiones, así como su inclusión en el sistema administrativo español. Un proceso de múltiples facetas que combinó elementos modernos, propios del siglo XIX, con otros procedentes de la más antigua tradición ultramarina española. Así por ejemplo, y a lo largo de esa centuria, estas provincias fueron dotadas de todo tipo de infraestructuras públicas93, así como de funcionarios especializados tales como administradores94, militares, miembros de las fuerzas de

88 Un estudio monográfico sobre esta provincia en: Cabrero Fernández, 1994, págs. 73-88. 89 Scott, 2006, pág. 232. 90 AHN, Ultramar, 5346, Exp. 16; AHN, Ultramar, 5307, Exp. 3; AHN, Ultramar, 5243, Exp. 29. 91 Scott, 2006, pág. 232. 92 La comandancia político-militar de Tiagan fue creada en 1847; la de Lepanto en 1852; la de Benguet en 1854; la de Bontoc en 1857; y la de Saltan –conocida también como comandancia de los Ríos Saltan y Tanodan, que no sobrevivió hasta el final de la soberanía española- lo fue en 1859 (Ibídem, pág. 233). Su historia, como sucede en el caso de las demarcaciones provinciales, está aun por hacerse a pesar de la ingente cantidad de documentos y de publicaciones de la época. 93 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 503, exp. 7, “Proyecto de apertura de una carretera entre las provincias de Abra y Cagayán" (1878-1880); AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5261, exp. 5, “Construcción de línea telegráfica en Abra” (1878-1884); AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 503, exp. 16, “Aprobación del presupuesto para estudio de un camino entre Unión y Benguet" (1881); AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 503, exp. 10, “Autorización de gasto para abrir un camino entre las provincias de Ilocos e Isabela" (1868-1869); AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 518, exp. 6, “Aprobación del proyecto de construcción de la Casa Real de Ilagan –cabecera de la provincia de La Isabela” (1880-1881). 94 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 2344, n. 363, “Oficio del Ministerio de la Guerra dirigido al Ministerio de Estado, remitiendo el título expedido a favor de José Ochoteco como gobernador militar y político de la provincia de Nueva Vizcaya, en Filipinas, para su toma de razón en la Dirección General de Ultramar” (1854).

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seguridad del Estado95, médicos96, maestros97, etc.98 No obstante, y junto a todo lo anterior, la tradicional labor misional continuaba siendo un soporte fundamental para el control y conocimiento de estas poblaciones en asuntos tan sensibles como la creación de pueblos y ciudades, así como en la elaboración de censos de tributarios para la Real Hacienda.

4.-LOS CENSOS CIVILES DE LA POBLACIÓN DE LA CORDILLERA COMO

MEDIO DE CONTROL.

Aunque desde el punto de vista administrativo Filipinas era una provincia española más, desde 1837 a 1898 dejó sin embargo de tener representación en Cortes. Se convertía así en una demarcación diferenciada del resto; en especial con respecto a las provincias ultramarinas de Cuba y Puerto Rico. Una de las razones que de forma tradicional se alegan para esta diferenciación fue la del prejuicio racial hacia la élite hispano-filipina. Pero ¿y si ampliásemos esa respuesta y buscásemos el origen de esa medida, además, en el hecho de la no dominación efectiva de amplias zonas del archipiélago –en especial, el interior de la isla de Luzón, así como en amplias zonas de Mindanao y Joló-? Ante esta situación podría parecer lógico pensar –en la óptica política de la época-, que una región que no estaba por completo pacificada no podía contar con representación en Cortes.

Pese a todo, a lo largo del siglo XIX fueron numerosos e importantes los esfuerzos para levantar varios censos, tanto de la población hispanizada –residente en núcleos urbanos-, como de la recién asimilada y sometida al tributo– afincada en la región de la Cordillera-. En el marco del proceso de control e institucionalización del territorio de la Cordillera descrito en los apartados anteriores, la elaboración de estos censos de población supuso un aspecto más a la hora de incorporar a estas poblaciones al sistema administrativo hispano99.

95 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5237, exp. 17, “Gasto para alquiler casa cuartel Guardia Civil Nueva Vizcaya” (1879); AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5247, exp. 25, “Crédito para reconstruir cuartel Guardia Civil en Banguet” (1882). 96 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 2409, n. 62, “Minuta del título expedido a favor de Eulogio Raquel Santos como médico titular de la provincia de Nueva Vizcaya, en las islas Filipinas” (1881); AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5320, exp. 50, “Nombramiento de Justo Vanis como médico de Nueva Vizcaya” (1886); AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5269, exp. 7, “Provisión de la plaza de médico titular de Abra” (1881); AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5327, exp. 1, “Creación de plaza de médico titular en La Unión” (1873-1875); AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5319, exp. 10, “Concurso para plaza de médico titular de Isabela de Luzón” (1894-1895). 97 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 604, exp. 4, “Expediente general de la Instrucción Pública en las islas Filipinas” (1862) -el citado expediente contiene el “Proyecto de creación de una escuela de niños y otra de niñas en la cabecera de Ilocos Sur, para las provincias de Unión, Abra y ambos Ilocos”-; AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 494, exp. 3, “Aprobación del proyecto de construcción de dos escuelas en Ilagan” (1884). 98 AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5193, exp. 4, “Creación de plaza de inspector de Obras Públicas en Abra” (1861-1862). 99 Sobre este asunto puede consultarse: Miguel Luque Talaván, José María Fernández Palacios, “La estadística como instrumento de gobierno: las clasificaciones de los grupos indígenas de Filipinas a través de los censos poblacionales de los siglos XVIII y XIX”, en Salvador Bernabeu Albert, Carmen Mena García, Emilio José Luque Azcona (coord.), Filipinas y el Pacífico: nuevas miradas, nuevas reflexiones, Sevilla, Universidad de Sevilla, Servicio de Publicaciones –en prensa-.

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El término cristianizado, era un vocablo habitualmente utilizado en aquel momento para referirse a la población bautizada y bajo tutela española; usando de la expresión indígenas neófitos para los recién convertidos. Los no cristianizados eran aquellos grupos no sometidos a la autoridad hispana. Para referirse a estos últimos se empleaban también expresiones tales como infieles, paganos, salvajes, monteses, remontados o independientes. También, y para aquellos indígenas evangelizados que huían a las zonas no controladas por España, se utilizaba el término apóstata. Conviene señalar, de igual manera, que un análisis del discurso –el presente tanto en la documentación como en la bibliografía decimonónica-, ofrece la posibilidad de encontrar un lenguaje eurocéntrico lleno de expresiones con deseos “civilizadores” para con la población indígena. Unos deseos civilizadores que, en primer lugar, se cifraban en una aprehensión y comprensión del nuevo territorio a través de la categorización de la naturaleza, es decir de las características de sus habitantes, en relación con los intereses y a la propia cultura española. De este proceso nos hablan los censos de los que aquí nos ocupamos. En este sentido, para este trabajo hemos tenido ocasión de analizar los relativos a las zonas Benguet, Abra, Lepanto y Bontoc.

En primer lugar debemos comenzar diciendo que existe una relación censal bastante amplia –aunque genérica- que recoge el volumen poblacional filipino, incluyendo a los Igorrotes y a los Negritos tributarios, desde el año 1815 hasta 1865100. De la misma manera, y para esas décadas iniciales del siglo, disponemos de una extensa relación de los tributos recaudados en Ilocos Norte, donde se reflejan los cargos de lo que había importado el vasallaje satisfecho por los Tinguianes y Negritos de diversas rancherías localizadas en esta región, durante los años de 1836, 1837 y 1838. En toda esta documentación –muy minuciosa en este último caso- se hace constar: el nombre de los pueblos, de las rancherías situadas en su término y jurisdicción –constatándose en ocasiones tanto el nombre de los cabezas de barangay, como el de los varones que las habitaban-, las tasas, los tributos y, por último, su importe según el grupo poblacional –casados, impedidos, ausentes, solteros y viudos, solteras y viudas-101.

Grau y Figueras ofrece datos sobre los diferentes tributos que pagaban los indígenas filipinos; diciendo que para el año 1848 hubo en Filipinas 1.303.294 personas

indígenas, 63.486 mestizos tributantes, y 40.491 reservados o exentos del pago de tributos. La población tributante proporcionó ese año como contribuciones directas -aquellas que pesaban sobre personas o bienes-: 16.291.175 reales de vellón –en concepto de Tributos de los indígenas-; y 93.660 reales de vellón –como Reconocimiento o tributo de igorrotes-102.

Fechado el 15 de diciembre de 1854 en Cayán, capital de la Comandancia Político-Militar homónima, está el censo donde se da parte del aumento obtenido en la población nuevamente reducida, habitante en los pueblos y rancherías de esa Comandancia. Una población que pasaba a estar obligada al pago de reconocimiento. La documentación proporciona el nombre de las rancherías, indicando al mismo tiempo

100 BNE, Mss. 13228, “Censo de población de Filipinas”, folios 383 vuelto – 384 recto. 101 The National Archives of the Philippines (Manila, Filipinas) –en adelante, NAP-. PL: SDS 5839. Tributos Ilocos Norte 1828-1875, Exp. 18, S. 143 – 169. 102 Casimiro Grau y Figueras, Memoria sobre la población y riqueza de las Islas Filipinas y reformas

económico-administrativas que el gobierno español debe plantear para la prosperidad de aquellas

posesiones y del Estado, Barcelona, Imp. de Ramírez, 1855, págs. 12-13. Los datos no especifican los tributos indígenas abonados por la población Igorrote cristianizada.

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los tributos del año anterior, las bajas habidas en él, los aumentos del presente y lo liquidado de presente, entre otros datos complementarios103. Muy relevantes resultan las declaraciones firmadas por un padre agustino, fray Gregorio Martínez, cura párroco interino de la cabecera de Laoag, que certificaba ser ciertas las recogidas de tributos en esta zona. Dato que corrobora, una vez más, la actividad de las órdenes religiosas como agentes estatales para el desempeño de algunas funciones administrativas104.

Del 31 de diciembre del mismo año de 1854 data el mapa general de tributos –en dinero o en especie (consistente en una caña de cera sin limpiar)- de los negritos razas

beligerantes de la Provincia de Abra105. De esa misma región y año disponemos de detalles de la ranchería de Dalayap, en concreto los que figuran en el “Mapa general de tributos de dicha ranchería”. Como en otros casos similares, los nombres de los cinco cabezas de barangay que conformaban esta ranchería aparecen precedidos del predicado de “don”, sellando también con su rúbrica los documentos106.

Por su parte, el censo tributario general de 1859 refleja ya el avance en el proceso de hispanización de este territorio, puesto que dedica un apartado específico a los nuevos tributarios incorporados como consecuencia de las campañas militares de pacificación en la zona de la Cordillera107. En el mismo –y salvo alguna excepción-, no se nos proporcionan datos acerca de pueblos concretos con sus denominaciones, bien sean genéricas otorgadas por los españoles o bien propiamente indígenas. Los datos, en el sentido de la filiación grupal, sólo distinguían entre las macro-categorías de mestizos y naturales. La única especificación que se produce en el recuento de la población tiene que ver con el género o sexo y con la edad -algo comprensible tratándose de una estadística tributaria-.

Recapitulando las categorías censales reflejadas en los varios documentos analizados hasta el momento, caben señalar las siguientes: castas tributarias de

Igorrotes infieles108; Igorrotes infieles sometidos

109; Tinguianes y Negritos, Infieles y

Negritos de vasallaje, Tinguianes infieles Apayaos, Infieles tributantes110; Negritos

razas beligerantes111; e Igorrotes de diferentes castas

112.

Otra documentación complementaria, fechada en Manila a 29 de enero de 1861, presenta el estado de los tributos de las islas Filipinas y de las cédulas de inscripción, organizadas por islas y provincias, y donde la población es agrupada en naturales,

103 NAP. PL: SDS 4317. Lepanto y Bontoc 1854 - 1898, B 558, Exp. 1. S1-22. 104 Ibídem, folio 57 recto – ss. 105 NAP. PL: SDS 3771. Varias provincias – Abra 1854 - 1895, B I., Exp. 31, S 90 – 92. 106 NAP. PL: SDS 3771. Varias provincias – Abra 1854 - 1895, B I., Exp. 18, 51 - 52. 107 Esta labor censal se volvió imprescindible conforme avanzaba el proceso de control efectivo de la región. A mediados de siglo los esfuerzos españoles por reducir el País de los igorrotes arrojaban un creciente aumento de indios tributarios en la zona. Así, para 1859, se contabilizaban 23.913 nuevos tributarios correspondientes a seis demarcaciones territoriales: Abra -3.071-, Benguet -4.816-, Ilocos Sur -1.769-, Ilocos Norte -765-, Lepanto -13.006- y Nueva Écija -486- (“Resumen General de la población tributaria y del censo civil de población de las islas Filipinas formado con presencia de los padrones verificados por las subdelegaciones de las provincias en fines del año de 1859, con arreglo al Superior Decreto de 21 de Noviembre de 1849” -AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, 5174, Expediente 15, Censo tributario y civil de Filipinas de 1859). 108 NAP. PL: SDS 3870. Varias provincias – Benguet 1754-1898, Exp. 2, 528-59. 109 NAP. PL: SDS 3870. Varias provincias – Benguet 1754-1898, Exp. 37, S. 643 – 645 [S1-11]. 110 NAP. PL: SDS 5839. Tributos Ilocos Norte 1828-1875, Exp. 18, S. 143 – 169. 111 NAP. PL: SDS 3771. Varias provincias – Abra 1854 - 1895, B I., Exp. 31, S 90 – 92. 112 NAP. PL: SDS 4317. Lepanto y Bontoc 1854 - 1898, B 558, Exp. 1. S1-22.

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mestizos, infieles y chinos –la población blanca no está incluida-113. La información facilitada, compilada de diferentes fuentes, revela de manera aproximada la evolución de la población hispanizada en las islas a lo largo de las primeras décadas del siglo XIX. Por su valor testimonial para conocer el avance del sometimiento de estas poblaciones, ofrecemos los siguientes datos referidos a tributos recaudados entre Igorrotes y Negritos: en 1822, se contabilizaban 100.000 Negritos tributantes; mientras que en 1846 había 1.000.000 Igorrotes y 25.000 Negritos tributantes114.

El nomenclátor de la población de Filipinas publicado en 1865, cuyo sondeo se halla dividido en cuatro casillas –provincias, pueblos, habitantes, e idiomas, respectivamente-, decía que en la Cordillera habitaban los siguientes individuos: en el distrito de Lepanto, en rancherías, 10.325 hablantes de lengua Igorrote; en el distrito de Tiagan, en rancherías, 5.720 hablantes de lengua Igorrote; en el distrito de Bontoc, en rancherías, 7.050 hablantes de lengua Igorrote; y en el distrito de Benguet, en rancherías, 8.465 hablantes de lengua Ilocana, Pangasinán e Igorrote115.

El 15 de enero de 1884 era firmada una contabilidad del número de almas y tributos de cristianos e Igorrotes infieles sometidos de la Comandancia Político-Militar y Subdelegación del distrito de Benguet. En dos de los pueblos, La Trinidad y Galiano, se computaban vecinos cristianos e Igorrotes. Mientras que en el resto de pueblos –un total de diecisiete-, sólo se registraron Igorrotes. Al prestar atención al campo de las “Observaciones” puede verse cómo en los padrones civiles, el criterio eclesiástico también estaba presente. Por ejemplo, no tributaban los nuevos cristianos que aún no habían cumplido los diez años de su conversión. Otras razones para no tributar, ya puramente civiles, eran el no llevar cinco años de radicación en el lugar, caso este último en el que sólo existía la obligación de abonar las contribuciones directas116.

En 1893, por su parte, se realizó un padrón general de castas tributarias de los

Igorrotes infieles del pueblo de Ampusungan, con todos sus barangays, sito en la Comandancia Político-Militar y Subdelegación del distrito de Benguet. Hecho con gran minuciosidad, recogía la información proporcionada por cada uno de los cabezas de barangay de sus respectivas parcialidades –siete en total-. Y tenía el fin de contabilizar y controlar a aquellos individuos que pagaban reconocimiento de vasallaje a razón de ciento veinticuatro pesos por persona117.

Como ejemplo podemos citar los datos avalados por Punasen, Igorrote infiel y cabeza de barangay quien declaraba -en el padrón de ese año de 1893-, a todos los individuos que tenía a su cargo que no pagaban contribución ni percibían sueldo, y que residían habitualmente en su pueblo118. Los datos se encuentran organizados de la

113 BNE, Mss. 13228, “Estado del número de tributos de las islas Filipinas y de las cédulas de inscripcion por las provincias”, folio 387 vuelto. 114 Ibídem, folio 383 vuelto. Los datos de 1846 proceden de la obra de: Jean Mallat, Les Philippines.

Histoire, Géographie, Moeurs, Agriculture, Industrie et Commerce des Colonies Espagnoles dans

L´Océanie, Paris, Arthus Bertrand, Éditeur, 1846. 115 AHN, Ultramar, Filipinas, Gobierno, 5314, 51, Documento nº 6, “Filipinas. Población; segun el nomenclator de 1865”. El gobierno superior civil insular realizó en 1864 un nomenclátor de los diferentes grupos indígenas, publicado en varios números de la Gaceta de Manila de marzo de 1865 (BNE, Mss. 13228, “Habitantes indígenas”, folios 298 recto – 303 vuelto). 116 NAP. PL: SDS 3870. Varias provincias – Benguet 1754-1898, Exp. 37, S. 643 – 645 [S1-11]. 117 NAP. PL: SDS 3870. Varias provincias – Benguet 1754-1898, Exp. 2, 528-59. 118 El cabeza de barangay era la autoridad indígena encargada de dirigir estas agrupaciones poblacionales.

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siguiente manera: número de orden, nombre de los interesados119, sexo, edad, pueblo, provincia, estado, profesión, oficio u ocupación –todos eran registrados como labradores-, domicilio –barrio, calle y número, usando para todos los casos la fórmula “Dentro de la población”-, y observaciones120.

Para la misma fecha, y siempre refriéndose a los Igorrotes, el pueblo y ranchería de Galeano con una sola cabecera dirigida por don Baclaoat, registraba un total de treinta y una almas121. Mientras que el pueblo de Palina, compuesto por siete cabeceras, tenía cuatrocientas sesenta y cinco almas también para el 1 de enero de 1893122.

Para terminar este apartado hay que mencionar que en el año 1896 fue realizado un “Ensayo de un Registro del censo organizado y planteado en el distrito de Romblón”. El mismo se acompañaba de una memoria escrita por el comandante del arma de caballería José Cortés Domínguez, encargado del mando de ese distrito como su comandante político-militar. Lo interesante de la citada documentación es que menciona que en la dirección general de Administración Civil del archipiélago funcionaba ya un centro de estadística destinado exclusivamente a las cuestiones censales –la Junta General de Estadística-123. A.-Las campañas de exploración científica en la región de la Cordillera.

De forma paralela a todo el proceso administrativo-militar anteriormente

descrito creemos que es importante señalar cómo, a lo largo del siglo XIX y especialmente a partir de la segunda mitad de la centuria, Filipinas comenzó a ser objeto de la atención de investigadores españoles –fundamentalmente religiosos124 y militares-, y extranjeros, que dedicaron sus esfuerzos a explorar diversas regiones del archipiélago con una mentalidad más científica, así como a preparar diversos estudios que recogían el resultado de sus indagaciones.

De un gran valor documental, y a modo de ejemplo de las obras escritas por autores españoles, podemos referirnos al Álbum de Tipos y Objetos de las Islas

Filipinas, del padre agustino Benigno Fernández (1876-1880), hoy conservado en el Museo Oriental de los Padres Agustinos Filipinos de Valladolid. Compuesto por treinta y siete láminas pintadas y coloreadas sobre papel y realizadas por él mismo, representan tipos del país, así como una parte de los objetos etnográficos de las islas de Luzón y

119 A pesar de la fecha, y del decreto de 1849 los censados continuaban careciendo de apellido. 120 NAP. PL: SDS 3870. Varias provincias – Benguet 1754-1898, Exp. 2, 528-59. 121 Ibídem. 122 Las cabezas de barangay y el número total de almas era el siguiente: Acson –setenta y ocho almas-; Bugatan –noventa y dos almas-; Culva –cincuenta y tres almas-; Lavangen –sesenta y cinco almas-; Valdez –sesenta y dos almas-; Abalos –sesenta y una almas-; y Agilavan –cincuenta y cuatro almas- (Ibídem). 123 “Ensayo de un Registro del censo organizado y planteado en el distrito de Romblón” -1896-, se trata de un resumen del censo tributario y civil de la población del archipiélago de 1859 (AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, 523, Expediente 25). Es varia la documentación existente en el Archivo Histórico Nacional (Madrid) acerca de este organismo. Scott recoge –excluyendo a la población cristianizada- el número de indígenas vasallos, de indígenas independientes y el volumen total de población de la zona de la Cordillera –dividida en provincias y comandancias- para 1898 (SCOTT, 2006, pág. 329). 124 A modo de ejemplo, véase: José S. Arcilla (SI), “La cultura indígena filipina en la segunda mitad del siglo XIX según los jesuitas”, Revista Española del Pacífico (Madrid), [Monográfico dedicado al “Pacífico-Europa: visiones mutuas”], 8 (1998), págs. 255-269.

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Mindanao colectados por el padre Fernández y enviados en 1890 como donativo a Valladolid junto con el álbum125.

En relación a la aportación que supusieron las expediciones realizadas por misiones extranjeras desde las últimas décadas del siglo XVIII a finales del siglo XIX a la zona de la Cordillera126, podemos mencionar las emprendidas por Paul P. de la Gironière, el doctor Carl Gottfried Semper, el doctor Richard von Drasche, Antoine Alfred Marche, Alexander Schadenberg, y del mismo Schadenberg con Otto Koch127.

EPÍLOGO. RESPUESTAS TRADICIONALES A NUEVAS NECESIDADES: UN

PROCESO INACABADO.

Al comienzo del siglo XIX, después de los más de doscientos treinta años que mediaban desde la expedición de Miguel López de Legazpi - fray Andrés de Urdaneta que dio comienzo a la soberanía española en el archipiélago filipino, muchas zonas de éste todavía no eran controladas más que de una forma teórica. En muchos lugares esta soberanía española era sólo de pretensión, pero los nuevos condicionantes económicos y geoestratégicos impusieron durante la citada centuria el despliegue de todo un proceso de control fáctico, de institucionalización y, en definitiva, de hispanización de estos territorios.

En el presente trabajo lo que hemos pretendido es estudiar distintos aspectos de este proceso en el por entonces denominado País de los Igorrotes. Denominación que muestra el escaso conocimiento que se tenía de estas poblaciones, que sólo fueron siendo individualizadas y conocidas de forma paralela al avance de su incorporación al sistema de gobierno español.

El citado desarrollo, si bien obedeció a los modernos condicionantes del imperialismo decimonónico, mantuvo, en cuanto a sus métodos y evolución, un apego notable a la tradición de gobierno ultramarino español. Las expediciones militares precedieron y/o acompañaron a los evangelizadores. A partir de territorios controlados se produjo una progresiva expansión de la frontera, creándose nuevos espacios de retaguardia salvaguardados por la construcción de fuertes y de variados sistemas de defensa fronteriza. En esos territorios de frontera la labor misional continúo siendo fundamental, como en siglos anteriores lo había sido en América y en las propias

125 Blas Sierra de la Calle (OSA), Museo Oriental. China. Japón. Filipinas. Obras selectas, Valladolid, Museo Oriental : Caja España, Obra Social, 2004, pág. 44, págs. 490-491. 126 Muy interesante resulta el planteamiento metodológico empleado por Mª Dolores Elizalde Pérez-Grueso a la hora de abordar las relaciones entre las expediciones científicas y la política internacional, en: Mª Dolores Elizalde [Pérez-Grueso], “Expediciones científicas y política internacional en la Micronesia durante el siglo XIX”, en Alejandro R. Díez Torre, Tomás Mallo, Daniel Pacheco Fernández (coord.), De

la Ciencia Ilustrada a la Ciencia Romántica. Actas de las II Jornadas sobre “España y las expediciones

científicas en América y Filipinas”, Aranjuez (Madrid), Ateneo de Madrid : Ediciones Doce Calles, 1995, págs. 121-137. 127 Véase: Miguel Luque Talaván, “Los indígenas filipinos ante la etnografía imperial (1800-1925)”, en Miguel Luque Talaván, Marta María Manchado López (coord.), Un mar de islas, un mar de gentes.

Población y diversidad en las islas Filipinas, Córdoba, Universidad de Córdoba, Servicio de Publicaciones, 2014 –en prensa-.

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Filipinas. Los religiosos fueron la base para la reducción de la población en asentamientos sedentarios, así como para su control estadístico. Con el tiempo estos lugares se consolidaron y dieron lugar a distritos y provincias sobre los que se fue fijando la maquinaria administrativa hispana.

Con todo, no se trató de una tarea fácil. Fue un proceso de larga duración, inacabado a la altura de 1898. Así, por ejemplo, si tomamos como referencia el distrito de Benguet podemos observar cómo, pese a ser esta zona objeto de tempranas campañas militares, su incorporación aún no se había completado al finalizar la época de soberanía española128. Lo que se demuestra en que todavía no se había constituido en una provincia, sino que continuaba siendo una circunscripción de carácter político-militar como la mayoría de las zonas de la Cordillera, lo que nos remite a su carácter liminar.

Las campañas militares desarrolladas por Galvey en la década de 1830, permitieron al gobierno una primera organización del territorio de la Cordillera en entidades de carácter político-militar, siendo Benguet una de las primeras fundaciones a fines de 1846129. Se trataba de un territorio muy poco poblado, que a la altura de 1878 se encontraba subdividido en treinta y seis pueblos, a su vez organizados en diferentes rancherías130. Años después, en 1884, estos asentamientos continuaban siendo habitados mayoritariamente por Igorrotes no convertidos al cristianismo131. Si bien parece ser que esta circunstancia se debía a que la legislación posibilitaba ventajas tributarias a la población no conversa; y, en todo caso, ello no debe ocultar el proceso de reducción de estas poblaciones a una forma de vida sedentaria132.

Sin embargo, los avances en la imposición del sistema español no deben hacernos olvidar la precariedad de esta presencia; o lo que es lo mismo, su carácter inconcluso todavía a finales de siglo. Así, por ejemplo, ni siquiera la propia cabecera del distrito, La Trinidad, que Manuel Scheidnagel había fundado en el lugar que ocupaba un antiguo puesto militar denominado Benguet133, había evolucionado hacia estructuras urbanas estables a finales de siglo. Cuando de hecho se proyectó su traslado a otra localización cercana -conservando la denominación, pero con proyecto de construcción de nueva planta-134. 128 Como muestra de la temprana atención militar que atrajeron estos territorios podemos citar el mapa con los fuertes de Pangasinang, frontera Sur de esta zona, de la época de Galvey: MNM_0078_0019, “Proyecto del Establecimiento en los Montes del Teniente Coronel Don Guillermo de Galvey resultado de sus expediciones. Año 1834”. 129 El distrito fue creado el 25 de noviembre del año 1846 (Scheidnagel, 1878, pág. 10). Ya en 1847 el capitán de infantería Miguel Lorda y Zuloaga fue nombrado su primer comandante político militar (AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5159, exp. 33, “Nombrado comandante de Benguet Miguel Lorda Zuloaga”). 130 Había entonces treinta y seis pueblos, siendo dos de ellos de indígenas ya cristianizados, todos ellos se encontraban subdivididos en ciento cuarenta y cuatro rancherías (Scheidnagel, 1878, pág. 27). 131 NAP. PL: SDS 3870. Varias provincias – Benguet 1754-1898, exp. 37, S. 643 – 645 [S1-11]. 132 Pese al hecho de que fue política tradicional española, continuada en el siglo XIX, otorgar la exención de impuestos por algún tiempo a aquellos individuos que se convertían al catolicismo, parece ser que esta dispensa temporal no compensaba el especial tratamiento fiscal que se había introducido en la zona de Benguet, dónde los igorrotes paganos sólo estaban obligados a satisfacer un tributo a modo de reconocimiento de vasallaje (Scheidnagel, 1878, pág. 13). 133 Ibídem, pág. 28. 134 Traslado que fue aprobado en 1895 (AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 5297, exp. 7, “Traslado del pueblo de La Trinidad a Puguis, en la Unión”. El nuevo diseño de la población fue aprobado para 1897 (AHN, Ultramar / Filipinas / Gobierno, leg. 539, exp. 1, “Aprobación del proyecto de trazado del pueblo de La Trinidad, cabecera de Benguet”).

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El caso del distrito de Benguet es, por tanto, ilustrativo de la situación a finales

del siglo XIX en la mayor parte de los territorios de la Cordillera central de Luzón. A excepción de las provincias de creación más antigua (Nueva Vizcaya, Abra, La Unión y La Isabela), se trataba de territorios donde la administración todavía tenía un importante sesgo fronterizo, y de provisionalidad, caracterizado por la presencia de poblaciones dispersas en proceso de desarrollo y consolidación. No obstante, y a pesar de la dificultad y lentitud del proceso de incorporación efectiva de estos territorios a la administración española, a fines del siglo XIX el antiguo País de los Igorrotes había comenzado a ser conquistado135.

135 Recordemos que, para el año 1895, el número de comandancias había ascendido a diez: Kayapa, Benguet, Amburayan, Tiagan, Lepanto, Quiangan o Kiagan, Bontoc, Itaves, Kabugaoan y Apayao (Scott, 2006, pág. 266).

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