laguna de los olvidados - benjamin barrett

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    En el otoo de 1892, la ciudad de La Laguna sufre una misteriosa cadena de muertes y asesinatosinexplicables que coincide con la llegada a la isla de un grupo de nias procedentes de un orfanatoirlands a bordo del velero britnico Pandora y de un inquietante investigador de Scotland Yard. Gentesde la isla, campesinos, criminales y bandidos, sacerdotes y brujas, incluso la propia Ciudad de losAdelantados se vern envueltos en una historia de misterio y terror por la bsqueda de un pergaminoescrito en 1525 por el mismsimo Alonso Fernndez de Lugo. Un enigmtico documento que guarda unsecreto oculto en las entraas de la ciudad y por el que muchos estn dispuestos a matar. Una trepidantenovela que ofrece al lector una visin diferente de Tenerife en el Siglo XIX.

    Benjamn Barret La Laguna de los olvidados NEYS BOOKS EDICIONES Editor: Juan Andrs Herrera (Neys Books Ediciones) Maquetacin: Planeta Rojo Comunicacin SL La Laguna de los olvidados Primera edicin: 2013 De la edicin: Neys books ediciones, 2013 Del texto: Benjamn Barrett Fotografa de cubierta: Luis Auyanet Neys Books Ediciones Calle Febles Campos, 5 B Salamanca 38006 Santa Cruz de Tenerife, Espaa Tel.: 687 337 785 [email protected] www.neysbooks.com Impreso en Espaa - Printed in Spain. ISBN: 978-84-941911-0-7 Depsito Legal: TF 754-2013 A mis hijos, Eduardo y Nora

  • Agradecimientos A Pablo Bethencourt Attas, por animarme a escribir indicndome el cmo, cundo y dnde; y porqueestuvo siempre que lo necesit. A Eduardo Barreto, mi hijo. Por su ayuda en la correccin y aportarme el instante mgico de la novela.Gracias a l pude crear el personaje de Roque. A Nora Barreto, mi hija. Por despejarme la mente e inyectarme su fuerza ante pginas en blanco.Imagen y semejanza del personaje de Nora. A Anghel Morales, por transmitirme su energa en algunos momentos cruciales. Y a la ciudad de La Laguna. Donde queriendo, a veces me pierdo, encontrando en ella lo que ahora voya relatar.

  • Prlogo En la obra de Cervantes ms universal, hallamos un pasaje, concretamente en la captulo IV, quesiempre me ha movido a la reflexin: Bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los dems,porque no sera mucho que habiendo sanado mi seor to de la enfermedad caballeresca, leyendoestos se le antojase de hacerse pastor, y andarse por los bosques y prados cantando y taendo, y loque sera peor, hacerse poeta, que, segn dicen, es enfermedad incurable y pegadiza . El autor de estaobra que hoy sale a la luz, pertenece a esa casta de escritores que, sin planificar de antemano correraalguna, un da, de la noche a la maana, sumergido en curiosidades y lecturas, se le apa el juicio. Conseguridad, alguien, cualquier enfermo de los de lanza en astillero, le unt el padecimiento. Hete aqu,pues, lanzado a la aventura de escribir cuentos de fbula, el autor de La Laguna de los olvidados, nospresenta la imaginera de lo paranormal vertida sobre la realidad. Relato donde el misterio, hermetismo,fuerzas ocultas, elementos fabulosos y detectivescos, invaden el otoo tinerfeo de 1892, en concreto, LaLaguna y Santa Cruz. Fondo histrico donde no faltan costumbres, lengua y personajes populares ycuriosos que hacen verosmil la narracin. Con pluma fluida y directa, el autor logra entretener al lector,sacarlo de su vida cotidiana y le sumerge, en cuerpo y alma, bajo las aguas de lo inslito, profundo ytenebroso. En la literatura espaola, en general, comparada con otros pases europeos, no abunda el relato deaventuras ni la novela gtica, y hemos llegado tarde a la policaca y novela negra, aunque tenemosprofusos autores, algunos muy buenos. Encajar la obra que hoy nos ocupa en un arquetipo, es arduodifcil. Sealarla como realismo mgico sera craso error. No obstante, se atisban ingredientesesotricos, mgicos, brujescos, indicios de aventura y entretenimiento, porque, en realidad cul fue elprincipio de los relatos y cuentos antiguos? Entretener en las largas noches de invierno, as de simple. Uncuento que no amenice, por muy bien escrito, tarde o temprano el lector dar el carpetazo. La novela noes para aprender, sino para entretener. Todas las grandes obras entretienen, salvo algunas escritas conotra intencin, ya sea de tesis, en la cual reinan las ideas sobre la ficcin, incluida la biogrfica. LaLaguna de los olvidados, bajo mi punto de vista, entretiene. En ella se hilvana una diversidad de tramas yvariopintos protagonistas que confluyen todos hacia su final. Se entremezclan situaciones, saltos detiempo y lugar, personajes que cobran vida en el transcurso de la narracin, entreverados con aparecidos,gente del pasado, espectros resueltos a resarcir viejos rencores y gatuperios, gente olvidada, annimos,pero tambin, otros protagonistas marcados por la historia, surgen inquietos en inesperadosacontecimientos. En mi primera lectura, top con un captulo que me hubiera gustado ser su forjador, y as se lo hicesaber a Benjamn Barrett. En l hay un pasaje que podra definir lo cutre y furtivo que toparamos encualquier ciudad del mundo: El Santa Cruz oscuro, donde la vida no tiene valor, en donde el hierro tepuede congelar las entraas sin ms, en el que el olor nauseabundo del pescado se mezcla con los orinescallejeros y la noche te puede ofrecer la ltima oportunidad, tu nica amistad podra ser la suerte, si lallevas contigo. Es el momento glido de la trama. All decide el destino, va a su encuentro en los bajosfondos, hacia el centro del laberinto de Domingo Cartaya, peculiar personaje e hilo conductor del relato,junto al capitn Snchez, el inspector Howard Taylor, Lorena Dlaman y Dorian Fragorn, entre muchosotros que emergen en el intervalo narrativo. La historia comienza con la visita a la isla, sobre el velerobritnico Pandora, de jvenes procedentes de un orfanato femenino irlands a cargo de su educadora, laseorita Dunderg. Nunca pensaron estas mujercitas la intrincada aventura que iban a vivir en la Ciudadde los Adelantados. Pero la historia se remonta al ao 1525. En su agnico da, Don Alonso Fernndezde Lugo, envenenado por sus hijos, deposita un viejo pergamino en las manos de Samarinas, vidosacerdote que se vale de la confianza del moribundo, a espaldas de los familiares asesinos, para conocer

  • el secreto que guarda aquel enigmtico documento. Bajo el punto de vista estructural, la novela cumple el patrn clsico: presentacin de los personajes,exposicin, desarrollo y finalmente el desenlace, dispuesto en captulos con ttulo. Sin embargo, dentrode esta aparente disposicin lineal, se muestran varias tramas, las cuales, magistralmente, convergen alfinal de la obra. En ocasiones, la aparicin de elementos prodigiosos y sobrenaturales sobre la realidad,adquieren dimensiones inverosmiles que aparecen como normales, a veces fantsticas, absurdas,misteriosas, nigromnticas, incluida la pavura, cosa que resaltan el contenido dramtico, cmico otenebroso de los protagonistas, segn cundo y cmo se utilizan. En ocasiones, la descripcin de lasdiferentes situaciones en cada captulo, es tratado con un lenguaje preciso, casi cinematogrfico. Elambiente, la atmsfera trgica o jocosa, se plasma segn la rapidez de la accin o la lentitud del dilogo,con ello, el autor rompe la monotona descriptiva. En este sentido, juega no solo con el tiempo, sino elsalto inmediato de lugares donde se inicia una nueva trama o la retoma. Estos recursos literarios,reaniman al desarrollo argumental, facilitan al leedor su lectura. Un nuevo escritor y una nueva novela nos visitan. La conocida expresin: El estilo es el hombre delfrancs Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, abre una fisura, un reto, el objetivo del artista: ser lmismo. No repetir, aprender, conocer y, sobre todo, crear algo nuevo, o simplemente mostrar lo bienhecho, no es nada fcil. Qu es el escribir? George Orwell dijo una vez: Desde muy corta edad, quizdesde los cinco o seis aos, supe que cuando fuese mayor sera escritor. Entre los diecisiete a losveinticuatro aos trat de abandonar ese propsito, pero lo haca dndome cuenta de que con ellotraicionaba mi verdadera naturaleza y que tarde o temprano habra de ponerme a escribir libros.Esperemos que los buenos lectores y los lectores buenos, puedan disfrutar de esta obra comopersonalmente la he disfrutado yo. PABLO BETHENCOURT Escritor, poeta, pianista y compositor

  • INTRODUCCIN MURMULLOS Y OSCUROS TINTINEOS de cencerros arrastran la melancola de un atardecer caminoal Convento de San Francisco, guiados por una brisa que moldeaba la casi imperceptible cortina delluvia que humedeca el pelaje de aquellos animales, que azuzados por el cabrero aceleraban el paso porlas estrechas calles de la ciudad de San Cristbal de La Laguna. Era el veinte de mayo del ao milquinientos veinticinco y, en alguna casa, el prroco Alonso de Samarinas preparaba por quinto daconsecutivo la concesin de extremauncin y absolucin de pecados a Don Alonso Fernndez de Lugo,que al parecer, vctima de un envenenamiento convulsionaba agonizante postrado sobre el camastro enuna lgubre habitacin. La pobre luz del aposento era sazonada por la letana de un Pater Noster,entonado entre otros, por hijos, sobrinos, plaideras y los capitanes Gonzalo del Castillo, Ibone deArmas y Francisco Gorvaln, estos ltimos, fieles compaeros de batallas y escaramuzas en pos de laconquista de alguna de las Islas Canarias. Las inestables predicciones de su muerte hacan que no lejosde all, un grupo de hombres duchos en materia de amortajar cadveres, permaneciese alerta paraproceder antes de enterrarle. Misteriosamente, el adelantado hasta su ltimo suspiro, ocultaba bajo elsudoroso y amarillento camisn, un pergamino manuscrito del que nunca lleg a comentar con nadie y delque tampoco sola desprenderse. En dicho documento haba unas seales que mostraban coordenadassobre algo parecido a un trazado de calles. Entre ellas, haba otra misteriosa marca escrita con zumo delimn, la cual slo se poda observar al trasluz de una llama. Finalmente, en un borde del pergamino,escrito con dicho lquido, rezaba un nombre: Cristo Du Vall. Samarinas! balbuce el Adelantado despus de cinco das sin articular palabra. Confiando devos que soys persona que guardeys un secreto, tomad aqueste documento. Examinarle si vos podieres, eruego en mi nombre procurases lo que non en vida yo consiguiere; e concedo a vuestra merced en milecho de muerte, con agravio e dao... todas facultades para la dicha empresa. Alonso, amigo, sepades aunque non veades lo susodicho, e ser menester fecho por mi persona lorequerido por vuestras mercedes, e todo aquesto que vos pidis e cual por vos ansy pueda faser. Faser con prudencia cuando salieres afuera de aqueste aposento, e non fagays ningn entuertocompartido, pues supierdes que tendris traicin y dao si confiases aquestos secretos con los bellacosque pretenden hacerme muerto. Sed discreto, e quiero sepades que non fallaris personas sin sospecha.Non s si mi amigo fueses alguna vez, ahora confyando en vos, muero, e fased lo que tengis menester. El cura saba del extrao documento y ahora se le presentaba la gran oportunidad de hacerse con ldefinitivamente. Aprovechando el trabajo sucio hecho por otros, evit ser escuchado por todos los allpresentes que, movidos por la codicia, asesinaron a aquel maltrecho y traicionado conquistador. Losfamiliares crean encontrar en el pergamino, indicaciones para rescatar un preciado tesoro, del queincluso, ya haban pensado las partes que corresponderan a cada uno. Fernndez de Lugo exhal unprolongado suspiro con los brazos en cruz sobre su pecho, en un ltimo intento de abrazar aquel enigmaque jams pudo abordar. El prroco, con un rictus de codicia se apoder del viejo mapa, el cual guardsigilosamente bajo su impecable hbito eclesistico procediendo a la absolucin. Ego te Absolvo, in Nomine Patri, et Philii, et Spiritu Sanctus... Amen. Faser pronto la mortaja ellevar al nicho lo ms brevemente, e syn dilacin que se pueda, non dando logar a tardanzas. E pedirtelas, agua o cualesquier cosa que menester oviere para el dicho entierro orden Samarinasabandonando sospechosamente aquel cuartucho y alumbrndose el camino con un farol y la mente puestaen el documento que acababa de robar. La tarde enlut los tejados de casas que poblaban las ya silenciosas y enigmticas callejuelas. Entre laalgaraba de voces de los familiares, que registraban ansiosos el cuerpo sin vida de aquel hombre llenode ambicin sin lmites, un grupo de tres individuos entr en el aposento, mientras el montono, ahora en

  • voz alta Pater Noster, no consegua elevar al cielo al otrora intento de caballero andante. Uno de loshombres que se dispona a realizar la mortaja, llevaba adornando su cuello un collar de cuentas de barroy tatuada en un brazo la marca de los antiguos chamanes Guanches, los Iboibo[1]. Era un sol formado pordos crculos concntricos y ocho rayos en forma de pequeos tringulos. Su poblada barba le hizo pasardesapercibido entre los ruidosos castellanos. Interpretando un ritual inexistente y parsimonioso, elinquietante personaje se aproxim al odo del reciente fallecido para susurrarle algunas palabras. S que escuchas en tu eterna oscuridad. Tanto tiempo, tanta sangre para nada te han servido. Bocaabajo en tierra oscura, te pondr como castigo. Y al demonio del Averno contars por qu has venido.Conmigo morir el camino del saber llegar al elixir del gran poder, que jams pudiste tocar. Y aunque vilme pretendiste, jams capturar pudiste. Muchos dijeron que me fui, pero an vivo siendo... Zebenzui[2]. * * * Cercano al tercer aniversario de la muerte del Adelantado en San Cristbal de La Laguna, ao 1860, seproceda a la excavacin y rescate de sus huesos entre los escombros generados por el incendio queredujo a cenizas la Iglesia del Convento de San Francisco. Los restos fueron trasladados a la Parroquiade Nuestra Seora de Los Remedios, ms conocida como La Catedral. All, dos sepulturerostransportaban un atad de madera nueva, que con sumo cuidado introdujeron en una tumba vaca. Qu raro es todo esto, el incendio a altas horas de la madrugada... la lluvia... el mal tiempo, todo seha producido precipitadamente y lo ms inquietante Te has fijado en cmo estaba enterrado DonAlonso? Venga, siempre imaginando cosas raras. Se puede saber qu has visto ahora? pregunt escpticoCsar Curbelo. Su cuerpo estaba boca abajo! coment sorprendido Jos Bencomo mezclando cemento y arenapara ajustar la lpida al nicho, quin le habr enterrado as, y por qu? Vete a saber Curbelo hizo una pausa en su trabajo y acomodndose su vieja espalda continu.Dicen las malas lenguas... que no fue buena gente este Lugo. Tal vez no tuvimos que haberle desenterrado. Esto me da mala espina. Bah! Pamplinas se hizo un silencio y pasados unos segundos, Curbelo rascndose la barbapregunt a su compaero. Se puede saber cmo lo has puesto ahora? Boca arriba, Csar, boca arriba contest Bencomo agachado sin levantar la mirada, terminando desellar con cemento las ranuras de la tumba.

  • CAPTULO 1 NUEVOS AIRES DESDE LA COFA DE UN DESAFIANTE VELERO de tres mstiles se dibujaba la sombra de una isla,que escondida bajo un blanquecino pauelo de bruma, ocultaba su rostro de negra lava. Tras un primercoqueteo y como si de una atraccin incontrolada se tratase, la impetuosa nave fue atradairremisiblemente hacia la costa. Su proa cortaba el azul oscuro y limpio del Ocano, del que susplateados habitantes daban la bienvenida, y en cada salto, parecan disfrutar de melodas ancestrales quelas corrientes traan de la vieja Irlanda. Los delfines fueron vistos por algunas de las chicas del DonegalSt. Patrick Orphanage, que interpretaban un animado jig. Este perda consistencia instrumental a medidaque iban dejando de tocar, para asomarse imprudentemente por la mura de estribor del barco, ahorafrente al costero y pescador pueblo de San Andrs. Una voluptuosa sirena con los ojos vendados y losbrazos en posicin de oracin adornaba el mascarn de proa. Con el nombre de Pandora y fabricado enSouthampton, era la segunda travesa a gran escala de este magnfico buque de la compaa britnicaCrawford & Wilburys Lines. La Seorita Dunderg, profesora a cargo del grupo femenino que pasara dos semanas en la isla, graciasal annimo desembolso de una gran suma de dinero destinado a ese fin, se sobresalt al ver algunas desus nias, todas entre diez y diecisiete aos, empezando a corretear por la cubierta, alertando a las demsdel avistamiento de los divertidos cetceos. A pesar de todo Judie OConnor y Charlotte Barrett nointerrumpieron su interpretacin, ambas tocaban violn y tin whistle respectivamente. A pocos metros deellas, la pequea del grupo, Caethleen Morrison, deseaba dejar de aporrear su Bohdrn para ir con lasdems, cosa que haca de inmediato. Eh, pequeaja desertora! increp Judie entre risas a la prfuga, abandonando desesperadamentesu instrumento para inclinarse por la borda con sus compaeras. Sigamos, no pares habl de nuevo Judie entre la agitacin del violn a su compaera, pues nopoda contestarle al estar tocando el tin, guindole un ojo en seal de aprobacin, dando si cabe, msvivacidad al jig. Los marineros disfrutaban con el espectculo, recordando nostlgicos momentos con susseres ms queridos. Destilando la autntica esencia de Irlanda, el Pandora haca acto de presencia en aquel joven puerto deSanta Cruz de Tenerife. Un gran alboroto se produca en el muelle. Perros, monos, loros, pjaros einfinidad de aves exticas enjauladas, tradas de lugares inexplorados de frica. La msica celta ahorainterpretada con ms cuerpo por la totalidad de las chicas, haca que un pequeo grupo de niosenfervorizados, corriesen por el espign saludando con las manos, a la par que el barco proceda a lamaniobra de atraque. Los curtidos marineros lanzaban las maromas de proa y popa a los norayes delmuelle para abarloar el buque a la mohosa muralla. El portaln que en breve servir de pasarela para quelos pasajeros desembarcaran a tierra, era rodeado por multitud de curiosos paseantes, vendedores,marineros, vagabundos y pescadores. Todos queran fisgonear de cerca el animado velero. A ritmo de una msica trepidante, el espectculo era abrumador, nunca visto en aquel lugar. Algunosmarineros de sangre irlandesa contagiados por aquellos sonidos que corran por sus venas, se sumaron albaile, haciendo de la cubierta un improvisado escenario. Los instrumentos dejaron de sonar ante unaprecisa y sincronizada coreografa que se apoder de la tranquila atmsfera islea, dilatndose unosminuto ms la espontnea escenificacin hasta que la mura de babor del buque bes con lentitud elansiado muelle. El disonante silbato del contramaestre indicaba que el Pandora ya estaba en puerto. Por el ojo de buey de un camarote del barco irrumpa la claridad de la tarde. Alguien abra su reloj, unreluciente Bradley & Sons, cuyas manecillas marcaban las cuatro y veintitrs minutos, ya queda poco

  • para tomar el t, pens. Despus de contemplarse en un diminuto espejo y mirar la fecha en elcalendario: 30 de Octubre de 1892, decidi acostarse de nuevo en su camastro. Segua indispuesto por latravesa y necesitaba recuperarse de tan fatigado viaje. Entre el gritero de la gente, los pasajeros comenzaron el descenso a tierra firme, casi un total decincuenta pasajeros, contando el grupo de las trece chicas y a su profesora. Estas se alojaran en el HotelAguere, a unos diez kilmetros de distancia, dos horas y media de viaje en carruajes, que aguardaban enla misma arcada del Marqus de Branciforte, justo en frente del Castillo de San Cristbal. La SeoritaDunderg, a la cabeza del squito femenino, observaba con estupor por dnde debera abrirse camino.Todo bajo un sol sofocante bastante molesto dificultando la visibilidad, el alboroto de los vendedores, elestrecho paso entre cestos de frutas, pescado, jaulas de animales salvajes, sacos de caf, papas, cajas depltanos y tomates, aves sueltas y los inevitables transentes. Cada muchacha portaba su instrumento yuna maleta, con la que iban golpeando todo aquello que se les pona por delante hasta llegar a la parada. Dnde se habr metido ahora esta nia? se preocupaba Charlotte Barrett por su hermana pequea,mirando entre el algaraba y gento de aquella ciudad. No te alarmes, viene la ltima coment Katie McQueen acalorada y apartando de su rostro la largacabellera pelirroja. Ve a echarle una mano, su maleta es casi tan grande como ella. Gracias Katie, hazte cargo de mis cosas, enseguida vuelvo le indic Charlotte a su amiga, quemalhumorada y con cara de asombro no daba crdito de la situacin. La mayor de las Barrett forcejeaba contra corriente entre la gente hasta llegar a un pequeo claro, allencontr a su hermana recogiendo toda su ropa del suelo y hablando sola. Nunca deb traer este viejotrasto murmuraba enfadada introduciendo desordenadamente las prendas en su estropeada maleta. Justodetrs de ella, su hermana no poda evitar sonrer al encontrarla all agachada. Qu ocurre aqu! intervino Charlotte sobresaltando a su hermana, a la que se le abri de nuevo lamaleta, desparramando toda la ropa por segunda vez y rompiendo a llorar de impotencia. No tepreocupes, cario, yo te ayudar. Cuando lleguemos al hotel lo lavaremos todo y te dejar algo mo quete guste se abrazaron entre el resto de pasajeros que pasaban junto a ellas, pisoteando indistintamentelos trajes y pertenencias de la joven Nora. La profesora Dunderg comenzaba a pasar lista y a distribuir a sus chicas en los carruajes, al tiempo quese daba cuenta que slo haban enviado dos en lugar de tres. Era un grupo de catorce y cada carruajetena un aforo para seis, con lo cual, dos de ellas tendran que ir afuera, con los conductores. Chicas! grit, intentando con la mirada enumerar a sus alumnas, que no paraban de hablar ymoverse de un lado a otro. Por favor, estaos quietas, no logro contaros, debemos subir a los carruajeslo antes posible para no llegar de noche al hotel, vamos, en este primero hizo una pausa mirando alhbrido entre un carro de mulas y una diligencia del lejano oeste. Comenz con seis de las trecemuchachas apuntadas en una hoja, al tiempo que las iba tachando. Las ir nombrando y subirn a este primer carruaje de acuerdo? Bien chicas, empiezo: KarenBrennan, Sharon Moloney, Charlotte y Nora Barrett todas se miraron echando en falta a las doshermanas. Seorita Dunderg, se han quedado un poco rezagadas, pero no tardarn en llegar! coment Katie. Dios mo, ya empezamos mir al cielo la maestra cerrando los ojos con resignacin y paciencia,pensando que las Barrett eran incorregibles, y que seguro causaran ms de un problema. Bueno, ya mehan solucionado la duda que tena de ubicacin en los vehculos la profesora levant una cejasonriendo maliciosa y satisfecha. Los carruajes se pusieron en marcha por Calle del Castillo rumbo a La Laguna. En el primero, junto alconductor, Nora estaba con cara de satisfaccin, disfrutando del pintoresco paisaje de aquella ciudadmarinera, an con pocos edificios altos. De vez en cuando miraba sonriente hacia el vehculo precedente,recibiendo todo el polvo del camino que dejaba el suyo. Junto al otro conductor estaba Charlotte, con su

  • pelo castao claro, brazos cruzados y cara de pocos amigos. En ese preciso momento, el carruaje cogiun bache y la joven se asust, sujetndose al incmodo banco en el que estara casi dos horas. Losapagados colores de la tarde se apoderaron del instante cuando los dos carricoches llegaban a La Cuesta,nica parada entre Santa Cruz y La Laguna, para dar de beber a los caballos, estirar un poco las piernas yrecoger algn pasajero. En el segundo vehculo dorma entre otras, Loreena Dlaman, muchacha cuya sensibilidad le hacacomunicarse con seres de otras dimensiones, una mdium, aunque ella no lo saba con certeza. Algunavez tena sueos extraos, allegadas imgenes, pero no lo relacionaba con su vida. Sentada entre PanOSullivan y Siobhan Payne, componan la parte vocal del grupo y normalmente se les sola ver juntas,como era el caso. Los movimientos de vehculo arropaban el sueo de Loreena: Unas manos leacariciaban la cara, era una chica casi de su misma edad, diecisiete aos, con un traje antiguo, parecadel siglo anterior. Su semblante era triste, de pelo negro y recogido con un pao de perlas. Intentabadecirle algo. Fue intil, no poda or. La joven, cogindola de la mano, la llev escaleras abajo, por unadependencia que jams haba visto para luego recorrer un jardn y acercarse a un pozo. La muchachaestaba muy asustada y no cesaba de mirar hacia todos los lados, Loreena haca lo propio, ya queescuchaban aproximarse gente muy alterada. La joven indic a Loreena que mirase dentro del pozo; alhacerlo, con una mano quiso introducirle la cabeza en el agua. En ese momento Loreena se sobresalt ydespert del sueo, conectando de nuevo con la vida real. Se encontraba entre Pam y Siobhan, sus dosntimas amigas, que continuaban durmiendo. En el silln de enfrente, descansaba la profesora Dunderg,Katie McQueen y Mary Jane Osmond, sta haba permanecido despierta todo el trayecto observndolacon cara de sorpresa. Loreena, ests bien? curiose su amiga. Si claro, por qu lo preguntas? respondi quitndole importancia. Te he observado durante el viaje y me parece que sueas cosas raras dijo algo escptica.Hablabas con alguien, llevndote de la mano a ver un pozo. Loreena, sofocada, evit la mirada de su compaera, girndose hacia la ventana cubierta con una suciacortinilla aleteada por el viento. Sin mover la cabeza, la joven, de reojo, mir a su amiga y, durante uninstante, se produjo un silencio entre ambas, haciendo que Mary Jane se pusiese nerviosa. Se puedes saber por qu me miras de esa forma?

  • CAPTULO 2 PRIMER ATARDECER UN GRUPO DE JVENES eran los nicos que esperaban a la diligencia procedente de Santa Cruz enun pequeo banco sin respaldo, iban a ingresar en el Instituto Cabrera Pinto de La Laguna, sus padresconsiguieron, despus de pasar penurias econmicas, matricularlos en el prestigioso centro lagunero. Allestaran con sus tos en una pequea casa cercana a la Concepcin. Roque se levant cansado de estarsentado en el incmodo banco de madera y comenz a tirar piedras a unos lagartos que merodeaban entrelas pencas y tabaibas al otro lado del camino. Julin permaneca dormido sobre las mochilas de sushermanos, tena ocho aos, era el ms pequeo de los cuatro. Faustino y Agustn tenan dieciocho ydiecisiete respectivamente. Roque finalmente era el tercero, con catorce aos y medio, un muchachodespierto e inteligente sin aparentar la edad en cuanto a madurez, aunque su fsico era de un nio normal. Mientras sus hermanos mayores jugaban una partida de ajedrez, percibi la llegada de la diligencia,percatando que no era una, sino dos. Asegurndose, trep sobre unos riscos para ver mejor a losvehculos que dejaban grandes estelas de polvo tras de s. De un salto baj y cruzando la carretera seapoder de su mochila, al tiempo que despertaba a su hermano pequeo que, con cara de sueo ymojndose los labios con la lengua, no saba exactamente qu suceda. Eh chicos, se acerca la diligencia! apresur a sus dos hermanos, estos miraron para ver si eracierto lo que deca. Maldita sea, ya te tena acorralado, no es justo! se enfad Faustino con Agustn, que sonrealevantndose y dando por terminada la partida. Roque, al calcular la velocidad de los carruajes, tuvo el presentimiento de que no iban a detenerse yvalor subirse en marcha en el primer vehculo, sin embargo, mir a su hermanito que aunque erguido,continuaba con los ojos cerrados y desisti quedndose junto a l. Muy cerca de los chicos pas laprimera diligencia con Nora puesta en pie, zarandeando al conductor para que parase. Oiga, detenga el carruaje ahora mismo! Los caballos estn cansados y nosotras tambin, queremosparar, adems hay gente ah esperando para subirse pero en aquel momento se dio cuenta que no habasitio para ms pasajeros, retornando a su incmodo asiento. El conductor del primer carricoche intuy lo que la muchacha le quera transmitir y tir de las riendasgritando a los caballos. Tienes razn pequea, agrrate fuerte IENSOWEY ANIMAL! el ensordecedor grito deEufrasio, el cochero, hizo rer a Nora a mandbula batiente, tornando a ponerse en pie y, por encima delas maletas pudo ver a Roque y hermanos, petates al hombro, con caras de sorpresa envueltos por unaespesa nube de polvo. Gumersindo, conductor del segundo carruaje, al ver la maniobra de Eufrasio, desvo con las riendas elvehculo hacia la izquierda, adelantando a su compaero y evitando, con pericia, una colisin entreambos. Los hermanos Rodrguez tuvieron que arrimarse a la pared de la estacin para no ser atropelladospor aquel carricoche que, inesperadamente, continu su viaje rumbo a La Laguna. En el interior delmismo, Pam y Siobhan despertaron sobrecogidas por la brusquedad del adelantamiento, al tiempo que laprofesora Dunderg sacaba la cabeza por la ventanilla casi tropezndose con las cuatro caras de losmuchachos, que con los ojos cerrados soportaban el estruendo y polvareda que los abrazaba. Seorita Dunderg! La otra diligencia se ha quedado parada ah detrs! grit sorprendida MaryJane Osmond. La profesora intentaba hablar con Gumersindo, increpado por Charlotte Barrett que le instaba a quedetuviese la diligencia.

  • Oiga seor! Cmo se llame usted! Haga el favor de parar ahora mismo. Mi hermana pequea se haquedado en el otro carruaje. El hombre la mir extraado, aunque contento por la maniobra que haba realizado, ya que entre l yEufrasio, rivalizaban a la hora de llevar pasajeros y alardear de algunas situaciones espectaculares y aveces, temerarias. Ser posible! habl en voz alta Gumersindo. Qu carajo me estar diciendo esta chiquilla!, noentiendo nada, aunque por su cara jurara que se est enfadando. ARREPATR MUCHAACHA! el frenazo fue de tal calibre, que Charlotte cay de nuevo en sumolesto asiento, y en el interior del carruaje la profesora Dunderg, Mary Jane y Katie McQueen, fueronlanzadas sobre sus otras tres compaeras de viaje quedando las seis totalmente unas encima de las otras,ocasionando un tremendo caos. Por la cabeza de la seorita Dunderg, que procuraba ponerse de nuevo en su asiento sin conseguirlo,pasaron las caras de Charlotte y Nora Barrett. Nadie se dio cuenta de lo sucedido excepto Roque, que viocmo las dos hermanas haban hecho detener las diligencias para que ellos pudieran subir. Casi acincuenta metros de la estacin de La Cuesta, permanecan los dos vehculos envueltos en unaconsiderable polvareda. Los cuatro muchachos quedaron inmviles sin saber qu hacer, mientras laclaridad de la tarde se desvaneca lentamente. De un salto corri Charlotte hacia atrs a comprobar cmose encontraba su hermana, que en ese instante aprenda, riendas en mano, a gritar el peculiar modo dedetener los caballos de Eufrasio. Algunas cabezas asomaron por ambos lados de los carruajes con carade asombro. Nora! Se puede saber qu es lo que ests haciendo? Charlotte habl molesta desde el suelo. Escucha hermanita, mira lo que he aprendido. La pequea trag saliva e imit al cochero interpretando su grito de guerra. Al mismo tiempo queagitaba las riendas resoplaron los caballos sacudiendo sus cabezas. Iensowey! A qu es estupendo? dijo a su hermana que desde abajo, con los ojos cerrados yasintiendo con la cabeza, pensaba que esa nia no tena remedio, pero la quera con todas sus fuerzas. Me parece algo sublime, extraordinario, inigualable, fantstico coment con sarcasmo Charlotte,que no tuvo ms remedio que rerse tambin, no slo por su hermana, sino por la cara de Eufrasio,agradecido por aquellos adjetivos tan maravillosos. Entre tanto, la muchacha pensaba: nunca nosacostaremos sin aprender algo nuevo. Caminando hacia su carruaje y dando por imposible a su hermana, se encontr con la miradainquisidora de la profesora Dunderg, atravesndola con sus ojos. Seorita Barrett! Se puede saber qu hace ah afuera? Fui a ver a mi hermana, profesora, con todo este contratiempo llegu incluso a temer por ella coment Charlotte sacudindose el polvo acumulado durante el viaje. Supongo que ninguna de vosotras ha tenido que ver con esta aparatosa parada verdad? Por supuesto que no, seorita Dunderg zanj la conversacin volviendo a su carruaje para recogersu bolso de aseo. Entre la nube de tierra an existente en el camino, aparecieron ante los cuatro hermanos todavaestupefactos por la situacin, las muchachas una tras otra a cual ms bella. Los dos mayores quedaronparalizados ante tantas jovencitas juntas, nunca haban visto nada igual. Sus cabellos eran de todos lostonos, pelirrojos, rubios, castaos, cobrizos, en fin, un espectculo jams imaginado. Agustn dejaba caersu mochila sin tener fuerza para sostenerla, y Faustino miraba a diestra y siniestra. Todas pasaban entreellos saludndoles cumplidamente con un ligero movimiento de cabeza o un simple guio de ojo. Roqueles sonrea a todas y Julin miraba impresionado a los enormes caballos que relinchaban al otro lado dela carretera. Los tres mayores se volvieron cuando casi todas terminaron de pasar hacia dentro de laestacin, desprendiendo perfumes irresistibles. Aunque no haban desfilado todas. Quedaban por entrar

  • dos chicas ms. Roque, que miraba en el mismo sentido que sus hermanos, se dio cuenta que Julin anpermaneca en direccin contraria, hacia los carricoches. El pequeo empez a rerse mientras le dabaunos pequeos tirones a la chaqueta, intentando avisarle de algo. Entre la polvareda se dibujaban dossiluetas, una ms alta que la otra, llenas de tierra y con sus caras totalmente enrojecidas por el solrecogido en lo alto de los carruajes. Charlotte y Nora pasaron lentamente por delante de ellos sinsaludarles y con actitud presuntuosa. Nora, al llegar al lado de Roque, extraado por la suciedad quellevaba la joven, le ense la lengua continuando impasible, aunque al pequeo Julin le gui un ojo,provocando la carcajada del menor. Faustino, como hermano mayor, y en vista de aquel acontecimiento, decidi preguntar a alguno de loscocheros que cepillaban y daban agua a sus cansados caballos, si era posible viajar a La Laguna. Buenas tardes seores se dirigi con tono amable. Hola muchacho. Qu se te ofrece? Mis hermanos y yo tenemos billetes para ir a La Laguna, estamos matriculados en el Instituto. Estupendo chico, sers un hombre de provecho sin decir ms, Gumersindo continu cepillando asus animales. Roque se percat del asunto e indic a su hermano la conveniencia de hablar con el otro, pues stepareca tener pocas luces. Faustino, creo que el otro cochero... Vale Roque, s, ya me doy cuenta habl con tono condescendiente hacia su hermano,disponindose ste a proponer lo mismo a Eufrasio, que ya haba terminado de adecentar la diligencia. Hola chicos. Viven por aqu? S seor, vivimos aqu cerca en el barrio de la Candelaria y queremos ir a La Laguna ahora, en estoscarruajes. Se est haciendo de noche y mi ta nos espera Roque se haba adelantado esta vez a suhermano mayor, que lo miraba con el ceo fruncido y muy ofuscado. Chicos... me temo que no va a ser posible, ya veis cmo vamos mi compaero y yo, hasta los topes.Estas chicas lo han ocupado todo sentenci el conductor descansando en una silla mirndose las suciasuas de sus manos. Seor, por favor, deje que al menos uno pueda subir, nuestra ta se va a preocupar insisti Roque. Haremos una cosa. Como hoy estoy muy contento, podris subir dos de ustedes y se levant de lasilla como si fuese un chaval de dieciocho aos. Eufrasio hoy estaba feliz. Roque y Faustino se miraron y pensaron lo mismo, iremos nosotros, pero no, haba que hacerlolegalmente. Lo echaremos a suerte dijo Faustino con tono organizador. Genial, nunca se me hubiese ocurrido! replic Roque en tono burlesco y poniendo cara de tonto,despus que su hermano se girase hacia los otros junto a los petates. Muchachos, venid, slo dos de nosotros podrn subir a La Laguna. Los otros irn maana vale?, loecharemos a suerte. Los que cojan los dos palos ms pequeos se quedarn en tierra. Faustino se dispuso a buscar algunos palillos que hubiera por all tirados. Entre tanto, travs de lospequeos y sucios cristales del bar de la estacin, unos ojos miraban a los hermanos deliberando. Eh chicas, venid! Grit Sharon Moloney. Creo que alguno de esos cuatro muchachos vendrncon nosotras en los carruajes. El revuelo hasta la ventana no se hizo esperar. Los ojos de Sharon ya no alcanzaban a ver lo queobservaba, era apartada por la avalancha de compaeras que no queran perderse el desenlace. Charlotte, y si salimos afuera y lo vemos en primera lnea? propuso Nora a su hermana con ganasde aventura, mientras la otra se refrescaba ante un pequeo lavamanos sin espejo. No hermanita, ve t si quieres, ya tendrs tiempo de hablar con quien te toque, al menos otra horasubida ah arriba, oliendo ese hedor a culo de caballo Cmo me estar quedando la cara? Limpia, ms

  • sucia? Tienes razn, que sea lo que Dios quiera sentenci ante la mirada incrdula y risuea de suhermana mayor. Vamos a ver, el primero ser... Julin seal Agustn ofreciendo los cuatro palitos recogidos. Efectivamente, el pequeo Julin sac el ms corto, con lo cual ira en el viaje de maana. Los otrostres hermanos se miraron y rieron, pensando en poder subir con las chicas. Qu! Cmo va eso, muchachos? las seoritas van a empezar a subirse ya, dense prisa que sequedan en tierra grit Eufrasio, ya sin mirarles, tomando asiento y preparando las riendas. Le tocaba a Roque coger un palito de los tres y sac el ms largo de todos. Adis chicos! y corri a coger su petate, dando un fuerte abrazo y un beso a su hermano menor. Roque, yo quera ir contigo habl con tristeza Julin. Lo s, pero no te preocupes, maana volveremos a estar juntos. Yo mismo te ir a buscar a la paradavale? intentaba convencer a su hermanito, que con la cabeza gacha asenta resignado. Dentro de la cantina las jvenes aguardaban la hora para montar en las diligencias. Chicas, el pequeo mediano, no s si es el mediano o qu Eileen Mahonaigh estaba hecha un lohaciendo aspavientos con los brazos, y a Nora se le atragant un vaso de agua que tomaba en esemomento, a lo que su hermana mayor le dedic una mirada de complicidad. Te gusta ese chico, verdad? le coment atndose los botines. Ests loca, ni siquiera sabe nuestro idioma contest Nora mirando si era Roque el que habaganado. Por favor, Seor, que sea yo, prometo no meterme en ningn lo y ser el mejor estudiante imploraba Agustn con los ojos cerrados, mientras que su hermano Fausto cambiaba uno de los dos palosde lugar. No le sirvi de nada. Qued en tierra con su hermano pequeo hasta el da siguiente. Agustnlograba ser el segundo pasajero. Chicas, a los carricoches! o como quieran llamarse estas cosas todas las jvenes rieron, hastaRoque. El nico que no supo el porqu de las risas, fue Agustn. Roque, con una mirada maliciosa leenseaba un diccionario de ingls. No me digas que sabes ingls le ri con voz muy baja. S, hermanito, me lo dej pap, llevo varios meses estudiando y me defiendo algo. Chico, vas a tener que darme algunas clases. Uno no puede ir por el mundo sin conocer el idioma deestas ninfas, o hadas, procedentes de... de dnde vienen? Son irlandesas, y me temo que te va a tocar aquella que te mira con cara de pocos amigos le indiccon la cabeza, refirindose a Charlotte, observndole con serio semblante, aunque aguantando las ganasde sonrer. Nora pas entre ellos con la nariz alta, esperando que alguno tuviese la amabilidad de subirla, pero fueEufrasio quien la cogi elevndola de un tirn, haciendo que la joven emitiese un grito. Qu ocurre ah atrs? pregunt la profesora Dunderg, esquivando la pequea muchedumbrefemenina que suba a los carruajes. Nada, seorita. Ya estoy aqu arriba respondi Nora hacindole una sea con la mano paratranquilizarla. Aunque la profesora no las tena todas consigo, busc con rapidez a su hermana mayor, ayudada a subiral carruaje por un amable Agustn Rodrguez, mirando con ojos redondos a su hermano Roque, ya sentadoen lo alto de su vehculo. Qu tal, compaera de viaje? Te gustara arrear a los caballos con nuestro grito de guerra? pregunt Eufrasio con tono aventurero. Roque, mientras tanto, no daba crdito a lo que vea. Aquella nia iba a llevar el carruaje ella sola. Lajoven dedic una mirada de aprobacin a Eufrasio y otra de superioridad a Roque, que esperaba

  • incrdulo la maniobra, que sin ms dilacin se llev a cabo, a sabiendas que el primer vehculo quesaliese ira delante todo el trayecto. IENSOWEY! grit Nora dando con las riendas en los lomos de los cuatro caballos, tirando confuerza y haciendo que Roque cayese hacia atrs entre tanta maleta e instrumentos, quedndose un buenrato patas arriba, transformando la situacin ms hilarante para la muchacha y su compinche. Al pasarjunto al otro carro, al que todava quedaban varias chicas por subirse, la seorita Dunderg no sala de suasombro. Le pareci haber visto a Nora llevando el carromato, pero pens que haba sido elsubconsciente y que estaba obsesionada con esas dos nias. Pero sali de su trance al escuchar un alaridoensordecedor. NORA, HAZ EL FAVOR DE SOLTAR ESAS RIENDAS AHORA MISMO! vocifer su hermanaal tiempo que los ojos de la maestra se abran desorbitados, volviendo la mirada al carruaje que yallevaba veinte metros de camino. Deprisa, qu hace ah parado! exclam contrariada la profesora a Gumersindo, que esperaba a laltima de las chicas, que no era otra que Katie McQueen. Al chasquido del ltigo y con la portezuela an abierta, el segundo carricoche abandonaba la pequeaestacin de La Cuesta. Tras varios minutos de trayecto la tarde desapareca y, antes de llegar a la curvade Gracia, Eufrasio tendra que parar. Dentro de un momento nos detendremos para encender los faroles del carruaje, se hace de noche, hoyes luna nueva, seorita, la entrada a La Laguna es algo siniestra coment el cochero entre el traqueteodel camino. Siniestra? pregunt Nora tragando saliva y mirando con cara de miedo hacia Roque, que seapresur a intervenir. Ah, s! Es una ciudad un poco... cmo dira yo? tenebrosa. Esa es la palabra que la define, sobretodo en noches como esta. Sabes mi idioma? pregunt Nora entre sorprendida y contenta. Bueno, algo, palabras sueltas que me ha enseado mi padre. Tambin tengo un diccionario contest Roque alzando las cejas. Eufrasio era feliz en aquel atardecer, recordando con nostalgia cuando tena la edad de aquellos dosjvenes cuchicheando junto a l.

  • CAPTULO 3 NOCHE DE PERROS ALUMBRNDOSE CON SENDAS ANTORCHAS, Csar Curbelo y Jos Bencomo se abran caminoante la oscura noche. Las siluetas de los llamativos molinos que operaban el gofio al antojo del vientodurante la maana, se haban transformado en macabras sombras persiguiendo a los dos enterradores, queno vean la hora de volver a sus casas. Csar! llam Jos Bencomo a su compaero. Por qu abriste la quinta tumba del final delmuro nuevo? No s de qu me hablas, yo nunca he abierto ni sacado ningn cuerpo de ninguna tumba se acercCsar con mala cara, maldiciendo en voz baja la hora que era. Alz la tea para ver la cara de su amigo, pero all no haba nadie, escuchaba ruidos de animalesforcejeando disputndose algo y se encaram en el antiguo muro de piedra del terreno de SilvestreCasanova, pero se desmoron cayendo de boca hacia los dos perros negros que parecan endemoniados.El viejo no pudo sujetarse bien y, con un cuchillo de Galdar y la antorcha en la otra mano, se protegi deaquellas dos fieras que pretendan acabar con l. Atrs, Lucifer, an no ha llegado mi hora! el viejo, convencido que el demonio, en forma detemibles tibicenas[3], se haba dividido en dos, top su espalda con lo que quedaba de muro y decidiesperar la embestida de los feroces canes, que tramaban con sigiloso rodeo efectuar el ataque. La llegada de su compaero Juan Bencomo no se produca, por lo que dio por hecho que los perroshaban acabado con l. La cada del muro le produjo un golpe en la cabeza, originndole una brecha queno paraba de sangrar, debilitndolo cada vez ms y proporcionando a los dos animales un exquisito ysangriento aroma aderezando la oscura noche. Bencomo yaca en el suelo no muy lejos de su agotadoamigo. Su cuerpo an estaba caliente y daba algunos espasmos, incitando a uno de los siniestros canes.Mientras, el otro se dedic a esperar a que Csar desfalleciera o, acaso, se consumiese el fuego de suantorcha. El viejo, al ver que uno de los perros fue en busca de Jos, se arrastr de espaldas subiendo almuro sin perder de vista a su vigilante, pero no pudo, el dolor era terrible, su pierna izquierda estabadaada. An as, decidi darle la espalda al perro a modo de estratagema y, efectivamente, la bestiaarremeti contra l. Cuando estaba por el aire, el hombre se gir con la poca fuerza que le quedaba yacert clavndole el temible cuchillo canario en el cuello a la tremenda fiera, retorcindose entreaullidos ante sus pies. Curbelo, veterano en reyertas laguneras, opt por rematar la faena con la antorchay el poco aceite que an quedaba. Con la frialdad de un superviviente, prendi fuego al animalmoribundo, el cual dio un brinco para escapar, llevando tras s la agona de la muerte a la vez queincendiaba los hierbajos secos que topaba en su pavorosa huida, emitiendo humanos alaridos. El otro demonaco can observ todo desde lo alto de un muro cercano y, como si no fuera con l,desapareci sin dejar rastro. Era el momento de pedir ayuda, tema que el huidizo perro trajera refuerzos.Su antorcha se debilitaba y lo ms cercano, incluyendo de la ermita de San Juan que en aquellas horaspermaneca cerrada, eran los silenciosos molinos de gofio cernindose amenazadores. Debo acercarme al molino de los Lpez, all me curarn farfull desplomndose al pie de laescalera trasera. * * * A esa misma hora, los dos carruajes procedentes de Santa Cruz, recorran las calles de La Laguna.Ambos vehculos entraron por Calle de Santo Domingo en direccin a la Plaza del Adelantado, parapoder acceder a Calle de La Carrera, sito del Hotel Aguere. Normalmente se acceda directamente por

  • Calle Herradores, pero estaba totalmente obstaculizada y los conductores decidieron tomar otraalternativa. Al llegar a Plaza del Adelantado, tambin estaba bloqueada Calle de la Carrera, por lo quetuvieron que ir por Calle de San Agustn. La mayor parte de las chicas mostraban cansancio, ibandormidas, algunas con los ojos abiertos sin ganas de articular palabra. Una de las pocas an con fuerzasera Charlotte, que pareca disfrutar junto a Agustn aquella noche oscura y misteriosa. De vez en cuandocruzaron miradas y sonrean. El chico lamentaba no poder intercambiar palabra alguna con la bellamuchacha. Al tomar la curva de entrada en San Agustn, el carruaje hizo que el cuerpo de Charlottepermaneciese aunado al del muchacho por un considerable lapso de tiempo, debido a la brusca maniobrade Gumersindo, que sonrea malicioso mirndolos de reojo. La expresin de Agustn reflejaba su aprieto. Lo siento, seorita se disculp con tono muy corts, no recibiendo respuesta de Charlotte aunques un gesto coqueto. Agustn en ese momento sinti que le faltaba el aire y, mirando confundido hacia otrolado, experiment una sensacin nueva para l. En el carruaje de cabeza, Roque y Nora iban comentando cosas muy animadas, a la par que Eufrasioescuchaba con inters sin entender absolutamente nada. A su paso frente al Palacio de los LercaroJustiniani, en uno de los pequeos cristales que componan las ventanas que daban a San Agustn, seprodujo un vaho empandolo como si alguien estuviese mirando desde adentro, seguidamente se dibujel contorno de una mano. El ms all quera hablar, comunicarse, se haba abierto la oportunidad deromper el sufrimiento que impeda el eterno descanso. En el segundo carruaje, Loreena, sentada en elmedio de sus dos compaeras, no pudo evitar sacar la cabeza por el postigo para mirar por dnde iban y,en ese mismo instante, el pequeo cristal empaado se rompi en pedazos, cayendo justo delante de lacara de la joven que, sobresaltada por el impacto sobre el adoquinado, mir hacia arriba, sin lograravistar al personaje que lo despedaz tras el ventanal. Alguien lo ha hecho desde el interior, pensintroduciendo su cabeza de nuevo en el carruaje, que ya aminoraba su trajn aproximndose al final deltrayecto. * * * Paralelamente a la llegada al Hotel Aguere de los carruajes, la noche se cerna sobre el puertosantacrucero y un vigilante del muelle observaba la Farola del Mar, smbolo de la Villa marinera que yarestaba protagonismo a su vecina ciudad de Los Adelantados. Los resplandores de los faroles de Calledel Tigre y San Jos llegaban a las pequeas oficinas de la agencia Yeoward en el mismo muelle, dondesu contable James Billingham las cerraba con un gran manojo de llaves. El aspecto era desolador y a lavez siniestro. Deambulaban arrugados papeles arrastrados por el viento, y algunas pardelas[4] que, con suparticular y terrorfico cntico, picoteaban restos de frutas tradas de frica vertidas en el humedecidoadoquinado. James se apresur tanto a cerrar la ltima puerta, que no acertaba con la llave adecuada. Unamano le toc en el hombro, hacindole tirar al suelo el llavero y la carpeta de facturas que llevaba pararevisar en su hogar. Jaime, amigo! pa casa ya? pregunt Pedro Delfn dejndose caer encima de su hombro con unacento empapado en alcohol. James disimul el susto recogiendo malhumorado sus pertenencias. Oh yes!, amigo Delfn respondi en castellano poco ortodoxo mezclado con una recalcitranteentonacin inglesa. James no estaba como para charlas, se quera ir de aquel lugar lo antes posible y la aparicin de Pedroera el colmo, aunque eso s, haba acertado con la llave. S, marcho a casa, tener que dormir y trabajar tomorrow in the morning, adis. Qu bueno eres Jaime, in de morning, qu bien suena esa palabra, me encanta Pedro, con uncontagioso hipar qued solo, hablaba ya dirigindose a las pardelas en siniestro revoloteo. Su voz seperda en el espign del muelle tambalendose, asido a una botella de ron medio vaca. In de mornin,

  • qu carajo! Si algn da tengo un hijo lo llamar in de morning dijo bebiendo un largo trago. En el muelle se cerna la silueta del Pandora y algn velero ms, pero la oscuridad le impeda verloscon nitidez, as que, con la tozudez del beodo, se propuso junto a su borrachera, subir o aproximarse almenos, al barco recin llegado, cosa que hizo a la altura del mascarn de proa examinando la figura de lasirena. Vaya, jurara que esta misma tarde tenas los ojos vendados y rezabas como una bendita entre risasse dirigi a la efigie tallada en madera dorada y blanca. No se equivocaba, la imagen marinera estabadesprovista de su venda, aunque con los brazos en posicin de oracin, pareca querer zambullirse en lasnegras aguas del muelle de Santa Cruz. El borracho dio unos pasos hacia atrs al escuchar un ruido a bordo, e intent, con la mirada borrosa,percibir la silueta de un hombre con chistera y capa negra cubrindole completamente. Pero cay deespaldas al tropezar con una maleta que nadie haba recogido, abandonada en la penumbra del muelle. Derepente, la talla de madera cambi su expresin pasando del sugestivo semblante de una inocente sirena,a una imagen endemoniada con orejas puntiagudas y un color verduzco imperceptible en la noche. De unaconsiderable altura, el fantstico animal con aterradora mirada se aproxim a Pedro, que en aquelmomento cerraba los ojos encomendndose a la Virgen del Carmen. Sin embargo, el fabuloso serpercibi con su agudo odo los pasos de alguien bajando el portaln y, con silencioso aleteo, desaparecien la oscuridad rumbo al norte. Eh, Caballero! Se puede saber qu hace ah encima de mis pertenencias? alguien tantesuavemente con un bastn la botella casi vaca del yaciente Pedro Delfn, que abriendo los ojos vio lamisma sombra que inicialmente haba observado sobre el barco Seor, perdone, es que... levantndose en vahdos, no tena palabras para contarle a tan ilustrecaballero lo que acababa de ver. Vamos, levntese, coja mi maleta y acompeme a la posada, le dar algunas monedas hablaba enun aceptable castellano presentndose ante aquel personaje popular del puerto. Mi nombre es Taylor,Howard Taylor, inspector de Scotland Yard , en misin secreta..., aunque deje de serlo a partir de estemomento el ingls qued agachado, esperando a que el borrachn soltase alguna palabra al menos, y alver que esto no suceda.... Vamos hombre, no se quede ah con cara de panoli! dej atrs a Pedrocon su maleta y la botella de ron, a la que propin el ltimo trago antes de abandonarla. Mi nombre es Pedro, seor, Pedro Delfn, pero puede llamarme Pedro opt por presentarsemientras recoga la maleta, subindose los pantalones e intentando meter el pie derecho en el interior desu alpargata. Estupendo, Delfn, necesito alguien que me gue un poco por esta isla tan pintoresca Querr ustedser esa persona? dijo Mr. Taylor a aquel pobre hombre que no tena donde caerse muerto ni palabraspara responderle. Excelente, Mr. Delfn, ese silencio lo tomar como un s. A veces es mejor callarpara no meter la pata, me gusta su discrecin, amigo. Ambos abandonaron en solemne paso el sombro muelle, aunque Pedro, cargando la pesada maleta,mir unas cuantas veces ms hacia su espalda, al barco atracado en su puerto, ahora sin la figura de laextraa sirena. El inspector y su acompaante cruzaron por delante de la arcada del Marqus deBranciforte, alumbrada con cuatro faroles de aceite, proporcionando al ambiente tonos ocres perfiladospor las sombras nocturnas, dotando al lugar de un ambiente ms agradable. Mr. Taylor hizo una paradasealndola con su bastn. Magnfica, me encanta esta puerta, estilo colonial con algn atisbo neoclsico; sin duda, queridoPeter, bella arcada sentenciaba el ingls, algo pretencioso pero acertado en sus conclusiones. PedroDelfn desconfiaba de aquel hombre tan estirado hasta que volvi a hablar. Peter, no importa que te llame Peter, verdad? Well, a lo que iba, amigo Peter, si vas a ser micolaborador y orientador autctono, tendrs que cambiar de indumentaria, no puedes ser el ayudante de

  • un inspector de Scotland Yard vestido de esa guisa. A saber: lonas de esparto, camisa a rayas azules yblancas, pantaln, azul marino o negro, no se sabe, y ese bonete rojo, ya s que es la indumentaria demarinero de este puerto. Pero amigo... hizo una pausa y le dedic una mirada de arriba abajo paraproseguir, pareces un Sans Culotte de la Revolucin Francesa. Qu barbaridad! Maana mismoiremos a un sastre y cambiaremos ese aspecto definitivamente. Ahora cenaremos algo. El inspectorsac un papel de su pequeo bolsillo del chaleco. Sabras guiarme hasta Bar de Gonzalo, calle El Sol? Cmo no? All trabajo yo. A partir de ese momento, Pedro pareca casi un teniente adjunto e iba saludando a todos sus conocidosmientras atravesaban Plaza de la Candelaria, bajando la pendiente de Calle de la Cruz Verde hacia CalleEl Sol. All estaba la posada regentada por el mismo Gonzalo. Mr. Taylor, cual caballero ingls, cadacierto tiempo sacaba su reloj de cebolla y miraba con distincin su preciado artilugio. En todo momento un inspector que se precie debe saber el minuto y la hora exacta, amigo Peter indic por lo bajo Mr. Taylor a Pedro, sin perder detalle, poniendo cara de intriga y mirando a todaspartes. Es aqu, seor Teilor le indic con la pierna Pedro Delfn, cargando la pesada maleta y abriendola puerta del Bar Posada con esfuerzo, mientras que el inspector le correga la pronunciacin de suapellido. Taylor, Peter, Taylor, debe de sonar como una... no s, debes de poner la lengua detrs de los dientesas y que la letra T suene tch, al tiempo que la a suene como e lo entiendes? no haca faltacontestacin, la cara de Pedro era un poema, estaba ms pendiente de entrar con aquella maleta que de larpida clase de gramtica inglesa. No importa, amigo, ya lo aprenders a lo que Pedro hizo caso omiso y sigui trajinando paraacomodarla en el saln comedor. * * * A casi diez kilmetros al norte, los prpados de Csar Curbelo queran abrirse. Saba perfectamenteque el animal no se haba marchado y lo estaba olfateando. A lo lejos escuch el galopar de un caballoacercndose a gran velocidad. El resoplar de la bestia implicaba el gran esfuerzo que le impona sujinete. El viejo, entre dolores y evitando hacer el menor ruido posible, intent hacerse con la antorcha, ala que an le quedaba algo de fuego. En un esfuerzo sobrehumano, casi moribundo logr cogerla por elmango e, implorando ayuda a los cuatro vientos, lanz la misma a unas hierbas secas amontonadas juntoal muro de piedra que delimitaba los ingenios[5] del terreno que marcaban el Camino de la Santa, pordonde se aproximaba el veloz caballo. El jinete, totalmente embozado, solo tena al descubierto los ojos.Su mente, ahora en otro lugar, se preocupaba en llegar lo antes posible a su casa. Para ello deba deatravesar toda la parte norte de La Laguna, aprovechando la noche cerrada que le arropara para evitarser visto. Las hierbas comenzaron a prender vivamente y el viejo cerr sus ojos pensando que la suerte ya estabaechada. Se haba quedado sin fuerzas. Los molinos corran peligro, a esa hora ya no haba nadie dentrode ellos y, aunque algunos sirvieron como viviendas ocasionales, ahora la hilera de molinos queflanqueaban el camino permanecan deshabitados. Las llamas ya eran de una altura considerable, sepodan ver desde las tierras de Negrn, lugar de donde vena el jinete. De pronto, el embozado regresde su aislamiento al presente reaccionando ante tal espectculo, y decidi acercarse sin aminorar lamarcha. Al llegar ante las llamas, el caballo se mantuvo sobre sus dos patas traseras, girando sobre smismo, pero dominado por aquel excelente jinete. De un salto, se encamin a rescatar el cuerpo casi sinvida del viejo Curbelo, intentando escapar por las pequeas escaleras para refugiarse en el umbral de la

  • puerta trasera del molino. Sobre una de las irregulares crestas de piedras, la figura de un gran perro anvagabundeaba cual carroero con la intencin de rematar el festn. Aquel corpulento caballero observ,al otro lado de uno de los muros, un cuerpo sin vida que en breve sera pasto de la bestia. Con la frialdadde un autntico asesino, apunt con su pistoln a la cabeza del animal, que en aquel instante pretendabajar de algn modo la muralla de piedra. Una detonacin despert al silencio en la oscura noche,dejando un eco que probablemente llegase hasta el Monte de las Mercedes, destrozando la cabeza delanimal, que jams volvera a ver la luna. Csar Curbelo se sinti prendido por alguien que intentabasubirlo a un caballo. Al abrir sus ojos, no pudo creer lo que estaba viendo, el terror le invadi el cuerpode tal forma que se atragant sealando con la mano la cara de su salvador. Juntos, atravesaron lasllamaradas que comenzaban a devorar uno de los ltimos molinos laguneros, escapando hasta entrar en laciudad por Calle de la Carrera en direccin a Calle Juan de Vera, en la que estaba el Hospital de losDolores. Pero al avistar la puerta del Hotel Aguere, el animal se resisti ante dos diligencias ocupandotoda la calle. El jinete pens otro atajo, pero el camino ms corto era por delante del Hotel, a esas horasde la noche totalmente iluminado. Despus de dar unas vueltas sobre s mismo, el caballo embisti lacalle hacia los carruajes, que estaban siendo desalojados del cargamento de maletas. Al pasar a granvelocidad entre el tumulto de personas recin llegadas, el caballo no pudo evitar ponerse nervioso yrelinchar. Las jvenes muchachas corrieron hacia el hotel con pavor, otras se quedaron inmovilizadas enla acera de enfrente y una permaneci con los ojos cerrados en medio de la calle sin poder correr,clavada frente al animal, aterrorizada. Era Loreena Dlaman, vinindole en ese instante a su mente unpasaje de otro tiempo vivido: Un seor completamente empapado por la lluvia en una fra tarde,cavando cuatro tumbas mientras le caa encima soberbio temporal. El hombre enterrando los cuerpos,envueltos en unas sbanas color blanco, lloraba desconsoladamente sin interrumpir su cometido. Junto al, dos perros soportaban estoicos tambin el aluvin. Al abrir los ojos vio, asombrada, que aquel jineteera el mismo hombre, el consternado enterrador, el cual le lanz una mirada inquisidora, haciendodesviar la suya hacia otro lado, encontrando a la profesora Dunderg gritando su nombre. Pero ella no lapoda or, nicamente vea cmo se movan sus labios. En su interior no escuchaba nada, solo silencio.En aquel revuelo se dio cuenta que Pamela OSullivan estaba con las manos en la boca, Mary JaneOsmond con las manos en los ojos y la pequea Caethleen Morrison con las manos en los odos. Se habapercatado de las tres acciones simblicas de sus compaeras, ver, or y callar. Todo daba vueltas. Sucuerpo giraba entre luces de antorchas y farolas, invadindole un extrao fro. En dcimas de segundosinti que flotaba, perdiendo el conocimiento. El capitn del cuerpo de polica que preparaba eldestacamento de voluntarios para ir en busca de dos intrpidos extranjeros, posiblemente perdidos en elMonte de las Mercedes, se abalanz sobre la muchacha, logrando apartarla del enrabietado corcel que,sobre el eco de sus pezuas en el adoquinado, corri en direccin al hospital. Como si de un pequeo saco de harina a cuestas se tratara, el salvador de Curbelo le cargaba ahombros, y entrando con violencia por la puerta del hospital, mir de reojo el reloj que haba en la pared.Las manecillas marcaban las once en punto y la enfermera dorma en el mostrador de la recepcin. Alpercatarse de quin era la persona que entraba con tanto mpetu, no pudo evitar orinarse encima porcompleto y comenz a gimotear. Por otra puerta acristalada hizo aparicin el doctor de guardia que oyel ruidoso trajn. Este hombre necesita ayuda, no puedo entretenerme. Haced lo que podis, est moribundo dejndolo con sumo cuidado en la camilla del pasillo, se despoj de su oscuro sombrero y con la otramano le hizo la seal de la cruz en la frente al maltrecho Curbelo, abandonando apresuradamente elhospital con un spero y seco movimiento de capa. El mdico de guardia corri hacia el bao. Se haba indispuesto, permaneciendo sentado en el inodorovarios minutos rezando con los ojos cerrados. La enfermera miraba con angustia hacia la puerta con laesperanza de que no volviese jams aquel siniestro caballero. En esta situacin, y cual acto reflejo se

  • tratara, Curbelo logr incorporarse bruscamente en la camilla pidiendo socorro a gritos, como si hubiesevisto un alma del inframundo. Domingo el Diablo, era Domingo el Diablo! grit con la cara totalmente desencajada. El doctor de guardia, encerrado, decidi quedarse sentado en la taza del bao mientras la enfermera,con los ojos en blanco, se desplomaba como suave pluma en el fro suelo del Hospital de Los Dolores.

  • CAPTULO 4 IN MEMORIAM A FINALES DEL SIGLO XVI, la peste haba castigado con crudeza al pueblo lagunero. Debido a talpandemia, se decret que los cuerpos afectados por la mencionada enfermedad fuesen enterrados al otrolado del barranco de Cha Marta, en los terrenos de un tal Negrn. All se depositaran miles decadveres para su inhumacin y as evitar el posible contagio de la mermada poblacin. Actualmente, la familia de Domingo Cartaya se haba establecido a las afueras de La Laguna, entre elcamino de Tejina y el de las Mercedes, concretamente donde existi la famosa laguna. Donde todos losanimales y ganado de cualquier lugar de la isla tenan derecho a disfrutar del agua fresca que manaba delcercano Monte de Las Mercedes. Cartaya tena mujer y tres hijas, de catorce, diez y seis aos. Un daapareci por su casa un vendedor ambulante, cuentan que traa sedas de oriente, telas y hermosos trajespara mujeres, entre otros abalorios. Su mujer accedi a abrir la puerta al presunto vendedor pidindoleque le mostrase toda la mercanca que portaba. Cuentan que eran de increble belleza y tal fue as, quecompraron ropas para las cuatro. Al final de la siguiente semana, decidieron ir a misa y estrenar susvistosos trajes nuevos. La Iglesia de la Concepcin ese da no daba oficio, por lo que tuvieron que ir a LaCatedral. Domingo, al ser ganadero, posea algn que otro vehculo y sola pasear hasta Tacoronte con unhermoso carruaje tirado por dos caballos. Ese da, al entrar en la Catedral, las cuatro mujeres empezarona encontrarse indispuestas y a sufrir un calor espantoso, sofocndose hasta tal punto, que se vieronobligadas a despojarse de algunas prendas. El revuelo no se hizo esperar, enseguida apareci uno de losdos mdicos de la ciudad, el Prroco de San Agustn y el propio de la Concepcin, as comoinnumerables curiosos ciudadanos de a pie. La sorpresa fue tal, que el calor desprendido por los cuerposde las cuatro mujeres hizo que el color rojo de las prendas se licuase. Segn el mdico que intervino,certific que estaba compuesto de sangre humana y en algunos retales de costura detect restos humanos.Las tres nias y la mujer de Domingo Cartaya fueron ingresadas en el Hospital de Los Dolores aquellamisma tarde, despus de haber intentado por todos los medios atenderlas correctamente en su propiacasa. La epidermis de las afectadas era devorada por algn virus extrao. Cada da que pasaba, loscuerpos se iban consumiendo poco a poco. Era como si sus almas se desvanecieran lentamente sin poderevitarlo. El desdichado hombre busc por toda la isla al vendedor de telas, sin xito. Transcurrieronaproximadamente dos meses desde el fallecimiento de su mujer y sus hijas, cuando un da de feria en laexplanada del Cristo, alguien le introdujo en su bolsillo, sin que se diera cuenta, un papel escrito con lalocalizacin del oscuro comerciante. Rpidamente se dirigi a su casa en busca de su cuchillo y unpistoln heredado de su padre. Con ambas armas y a caballo, se apresur a dar con aquel villano. Losperros ese da no salieron a despedirlo, se quedaron observndolo desde sus respectivas casetas. Cartaya ya no era aquella persona amable de antao, su tragedia le haba introvertido, lo que le hizoreplantearse su vida. Tanto fue as que decidi cambiar el negocio de ganadera para dedicarse al cultivode papas y tomates, exportando para Inglaterra con xito. Aquella noche, Domingo se dirigi a Santa Cruz, concretamente a Calle del Humo, detrs del Cuartelde San Carlos. En el papel estaba escrito que el presunto vendedor de telas frecuentaba el bar el Ancla,regentado por un tal Matas. Segn la descripcin, ese hombre deba llevar ropa oscura, lo cual no serade gran ayuda, ya que la mayora de los hombres la usaban de ese color. Pero s haba un detalle clave ensu fisonoma, careca de la oreja izquierda. Tendra que encontrar a alguien con esas caractersticas. Erasbado y haba mucha gente en la ciudad. No lejos de all, un importante destacamento militar invadaaquella zona llena de bares y tugurios de mala muerte, producindose con frecuencia innumerablesreyertas nocturnas entre marineros y militares de tierra, las cuales solan saldarse con un muerto por cada

  • bando. Domingo Cartaya era un hombre que no se dejaba llevar por los impulsos, su frialdad era, lo quese sola llamar en estos casos, extrema. La entrada en el local no se hizo esperar, necesitaba encontrar alasesino de su familia y saldar la cuenta pendiente. Por fuera haba alrededor de una veintena de hombres,marineros de Santa Cruz, apostados de forma estratgica y repartida en grupos de tres o cuatro, para nolevantar sospecha por si hubiese alguna incursin policial por el lugar. Todos le miraban de soslayo,pues la aparicin de alguien solitario y desconocido siempre llamaba la atencin. l saba perfectamenteque all no le conoca nadie, y en efecto as era. Ya en el interior, pidi un vaso de vino tinto mientras hizo una lenta y minuciosa observacin por todaslas mesas del recinto. El ambiente estaba cargado, el humo se poda moldear con las manos y el bullicioera tan estrepitoso que se poda detonar una pistola y no inmutarse nadie. Haba gente jugando a lascartas, tambin en otra mesa una partida de ajedrez. Domingo no era un gran jugador de nada, pero sabaun poco de todo. Su padre le ense a mover las fichas del ajedrez y una sola jugada, el Mate del Pastor,aunque nunca la llev a la prctica. En ese momento record cmo colocaba las fichas sobre el tableromientras su padre le aleccionaba. Hijo, el juego del Ajedrez es la vida misma, una lucha constante. Tu oponente siempre querrvencerte. As que, como en la vida, debes de estar presto a cualquier cosa, ser rpido pero a la vezpaciente y sopesar los movimientos que te lleven a conseguir tus triunfos, aunque habr otros en los queno podrs actuar de la misma forma, ser ms rpido. Domingo recordaba las palabras de su padre,mientras observ que a un jugador de la partida de ajedrez le faltaba una oreja. Ese era su hombre, elvendedor de telas, el hombre que oscureci su vida para siempre, el asesino de toda su familia. Sinquitarle los ojos de encima, el lagunero sabore el vino tinto que le haban servido en un pequeo vasode cristal. La partida de ajedrez que se estaba disputando pareca decantarse favorable al desorejado. Enesto, alguien se acerc a Domingo. Hola, amigo una mujer quera entablar conversacin, no eres de por aqu verdad? Domingo era parco en palabras, a veces demasiado. Hoy precisamente no era el da propicio parahablar, deba ganar una partida importante a la vida y aliarse con la muerte si fuese necesario. No, no soy de aqu contest sin mirar siquiera a la mujer. Sus ojos examinaban al individuo, echado en el respaldo de su silla, relajado, mientras su contrincante,codos sobre la mesa y manos sujetndose la cabeza, se exprima los sesos de cmo salir de un jaque alrey que le haban asestado. En realidad, el jaque mate estaba en dos jugadas. Se llama Bob Sinclair. Es ingls o de por all lejos, lleva por aqu algunos aos explic la mujer,advirtiendo la brusquedad de Domingo. Por qu me facilita tantos detalles? pregunt mirndola a los ojos. Cuentan por ah, que al individuo que aloje sus posaderas frente a esa mesa, no se le vuelve a verms con vida. Lo digo por si le gusta el ajedrez y estaba pensando en jugar. l siempre gana sentencila mujer dando media vuelta, desapareciendo entre el humo y el ruido de aquel tugurio de los bajosfondos. El Santa Cruz oscuro, donde la vida no tiene valor, donde el hierro te puede congelar las entraassin ms, en el que el olor nauseabundo del pescado se mezcla con los orines callejeros y la noche tepuede ofrecer la ltima oportunidad, tu nica amistad podra ser la suerte, si la llevas contigo. El Jaque mate no se hizo esperar. Al momento, dos personajes entre el tumulto de gente abandonaron elrecinto abriendo la puerta del local con sutileza. El perdedor de la partida se senta frustrado, abatido, unautntico desgraciado. Domingo se haba percatado que el vencedor se alimentaba de energa humana, talvez de sus almas, de sus cuerpos, de su sangre, tal vez fuera un demonio, o el mismo Satans de paseopor la tierra. La mujer que anteriormente habl con l pensaba, entre el humo reinante, que no se estabadando cuenta, pero no era as. Domingo Cartaya le dedic una mirada con sonrisa incluida. sta,asombrada, se tap la boca con su mano y se escabull entre la oscuridad del bar. El hombre que sucumbi en la partida tambin haba perdido algo ms, su condicin de humano.

  • Camin hacia la puerta de la calle, vacilante, donde le esperaba un destino incierto. Domingo hizo unademn para ir hacia la mesa, pero antes de dejar el vaso de vino en la barra, fue sujetado por el brazo. No vaya a jugar. Deje que se marche. Ese hombre es un demonio, un nigromante que vive gracias anosotros, que caemos en sus redes. Lrguese por donde ha venido coment por lo bajo Matas, eldueo del bar. Yo no puedo negarle la entrada aqu. Permanece hasta la madrugada cuando cierro elbar y luego... desaparece como esfumndose en la oscuridad. Por nada del mundo me enfrentara a l.Todos sabemos lo que hace, pero a nadie parece importarle. Gracias, amigo, a m tampoco me importa lo que hace, yo slo quiero jugar al ajedrez respondi,no queriendo levantar sospechas. De improviso, el nigromante se levant de la silla, siempre de espaldas a la pared para controlar todolo que ocurra dentro del bar. Mir su reloj de bolsillo e hizo por coger su sombrero para marcharse. Ellugar del contrincante permaneca vacante, nadie osaba sentarse, era como subir al cadalso. De pronto, lasilla fue arrastrada haciendo un ruido molesto por un zapato negro con una reluciente hebilla plateada quebrillaba dentro de aquel sitio sucio y mugriento. Era Domingo Cartaya, tomando asiento para empezar unanueva partida de ajedrez. Sinclair observ la maniobra y se dirigi a l en un tono despreocupado: Lo siento, nuestro encuentro tendr que ser otro da, mi querido amigo habl con una amablesonrisa y penetrante mirada, en un espaol con acento extranjero. Siempre supe que era usted un cobarde replic Domingo desde la silla, cogiendo una ficha en cadamano y, extendiendo ambos brazos continu mirndole a la cara. Comienzan blancas. Sinclair tena la costumbre de jugar siempre con las negras, aparentando cierta amabilidad en elcomienzo de la partida y que fuese un poco a favor de sus adversarios, pero esta vez alguien se le habaadelantado. Nadie jams le ofreci elegir color, y menos en un tono insultante como lo haba hecho aqueldesconocido. Le herva la sangre. El hombre miraba con odio al insolente, su prxima vctima. Estabadesaforado, molesto, tena prisa y se dispona a terminar pronto con aquel gan que se haba atrevido ahablarle tan descaradamente. Detrs del mostrador, Matas secaba un vaso con un pao y miraba lasituacin preocupado; pensaba que aquel malvado ser estaba de suerte esta noche. Domingo, a punto desufrir un desvanecimiento, se recuper en dcimas de segundo, sera el calor... pens despojndose de sugran sombrero negro de ala ancha y de su capa. Dejaba entrever, metido en su fajn, el mango adornadode incrustaciones de ncar y pedrera de color de un enorme cuchillo canario. Pero no era el calor, seestaba produciendo algo en su interior, senta un escalofro en su espina dorsal y dej de escuchar elbullicio del bar. Su cerebro y cuerpo estaba ahora en el tablero de ajedrez. Caminaba por entre las fichasescuchando el eco de sus pasos. Algo extrao estaba sucediendo, pero se dej llevar. Su vista regres al cuando su contrincante eligi color, un pen blanco apareciendo en la palma de la mano. Con gestoserio contest a la sonrisa irnica de su adversario, que comenz a colocar las fichas en el tablero a unavelocidad endiablada frente a la parsimonia del lagunero, que dudaba si colocar el alfil o el caballo allado de la torre. Con una ligera mirada a su oponente sali de dudas, provocando un rictus desatisfaccin en Sinclair. No se hizo esperar el movimiento de las exaltadas fichas blancas. Un clsico pen cuatro Rey, mejor nopoda haber empezado la partida para Domingo, que framente se tom alrededor de dos minutos paramover su primera ficha, el pen del rey y slo un escaque. Denotaba a simple vista, a cualquiera queestuviese de espectador, precaucin, temor, falta de ambicin, cobarda tal vez. Pareca una partida detantas, y como era habitual antes del segundo movimiento, Sinclair formulaba su apuesta. Desea jugarse algo, amigo? pregunt con tono grave. Lo siento, pero no tengo amigos contest con voz ligera sin levantar los ojos del tablero elinsolente lagunero, y aadi. Y usted qu quiere apostar? Tiene algo que me pueda interesar? Los alrededores se estaban alborotando, la tensin se palpaba sobre el tablero. Matas dej de secaraquel vaso, que haba casi desgastado por completo de tanto pasar el trapo, y muchos semblantes que

  • ignoraron el encuentro ya no perdan detalle. Se sucedan comentarios, apuntes tcticos por lo bajo,aunque el murmullo general segua el curso de cualquier bar. Qu le parece? Sinclair hizo una pausa, cualquier cosa que usted desee? Los msculos de la cara de Cartaya parecan estar congelados, senta tanto odio hacia aquel tipo que semora por estrangularlo; tena que zanjar aquel asunto, acabarlo, vengar a su mujer e hijas esa mismanoche, aunque fuera lo ltimo que hiciese. Acepto fue la nica palabra que articul Domingo, volviendo la mirada hacia el tablero, aunque letocaba mover ficha al otro. Contra qu? Qu me dara usted a cambio si pierde? insisti maquiavlicamente mirando alpersonal asistente. No se ande con rodeos, imbcil, qu es lo que quiere? espet Cartaya acercando su cara a menosde diez centmetros de distancia del malvado Sinclair, provocando un alboroto en los alrededores de lamesa y barra del flatulento bar. Amigo mo, ser mejor que guarde la arrogancia para otro momento contest con eleganciabritnica el oscuro personaje, sintiendo el ridculo por primera vez en su rostro. Los comentarios dealgunos borrachos annimos no se hicieron esperar. Ya era hora! grit alguien entre la humareda. Vamos capitn, acabe con ese fantoche! otro marinero borracho desde lo ms recndito del bar. Lo quiero a usted, quiero su vida, su alma, insignificante palurdo la cara de Sinclair enrojecitanto que hasta sus ojos cobraron el mismo color, haba un fuego infernal dentro de aquel hombre. Elnigromante movi un caballo sin mirar la ficha. La partida transcurri al ritmo que marcaba Cartaya, pausado, lento, frente al desespero de su oponente,que incluso haba mirado su reloj un par de veces. Ahora indicaba las dos menos cuarto de la madrugada.El tempranero movimiento de salida de la reina negra denotaba poca prctica en el juego, aunque ya porla barra del bar alguien empez a balar como una oveja. Se estaba cantando la jugada del mate pastor.Domingo Cartaya quera morir en ese instante, era la nica jugada que saba y alguien ya lo habadescubierto, con lo cual, el que tena enfrente tambin, ms que probablemente, pens el novato jugador.Sus nervios bajo control no le jugaron una mala pasada. Sinclair escuch el onomatopyico sonido ysonri, pero lo pas por alto. Pens que si aquel no saba colocar sus fichas, menos saba ejecutar unmate pastor. Estaba seguro que era un loco suicida y que todo sera cuestin de minutos. Y en realidad,as fue. El novato haba acorralado al confiado nigromante en tres jugadas. Quedaba uno slo, un cuartomovimiento, cuatro muertes, sus cuatro familiares ms queridos, los estaba vengando sin querer sobre untablero de ajedrez. El fatdico movimiento se hizo esperar. Cartaya, antes de hacerlo, estuvo ms dequince minutos mirando a la cara al nigromante, el bar era un gritero ensordecedor, Matas ya estabasirviendo cerveza y vino sin cobrar, lo que haca que los borrachos de turno lo celebraran a destajo.Algunos ya se desplomaban en el suelo irremisiblemente en coma etlico, provocando risas y msalgaraba. Otros afirmaban, entre balbuceos e hipos, que esta noche sera memorable. Bob Sinclair ya nomiraba el reloj, ya no le quedaba tiempo para nada, ya no tena prisa. La sombra de la muerte, asiduavisitante de la noche santacrucera, rondaba an por la Calle del Humo, para engrandecer su infinita listade muertos que se pierde en la noche de los tiempos. Al movimiento del brazo de Domingo Cartaya, el bar el Ancla enmudeci por completo. Con la reinanegra en mano, comi la nica vctima de la partida, un inofensivo pen blanco que rod por el suelo delsucio bar, haciendo con su movimiento un pequeo e inacabado circulo, al tiempo que se escuch lafatdica frase. Jaque... Mate Cartaya hizo una pausa y, sin gesticular ningn atisbo de victoria, aadi. Amigo...mo. Un monumental escndalo se apoder de aquel bar, vindose desde la calle totalmente abarrotado ante

  • tan espectacular partida de ajedrez. No se poda entrar ni salir, el forcejeo era irremediable, como latensin que se estaba fraguando en estos momentos. Aquello haba que celebrarlo de alguna forma, y qumejor que una trifulca entre marineros y soldados de tierra. La reyerta no se hizo esperar. Al son debotellas, sillas rotas y puetazos, la ejecucin de la apuesta estaba servida. Domingo Cartaya se acerc ala nica oreja de su contrincante para formularle su deseo. El personal haciendo un esfuerzo sobrehumano, no lograba or nada debido al escndalo tan grande que haba, pero s pudieron ver una sonrisadesganada e irnica en la cara de aquel desdichado. No quiero tu vida susurr pausadamente Domingo al derrotado contrincante sintiendo el calor desu endemoniada mirada, y aadi. Quiero tu muerte y la quiero ahora. Seguidamente y como una exhalacin, el nigromante sac un cuchillo y se cort las venas de ambasmanos a la altura de las muecas, empezando un festn de sangre que salpicaba a borbotones hasta labarra de aquel maldito saln. El tablero de la muerte, como as llamaban los asiduos de la tasca a aquelpedazo de madera con escaques blanquinegros, era ahora un charco rojo. Las fichas rodaron por el sueloentre sangre, alcohol, colillas de puros habanos y restos de botellas que seguan rompindose en el fragorde la pelea. Mientras, Sinclair, apoyado contra el respaldo de su silla, se desangraba por completo con lamirada perdida en el ms all. Cartaya, de pie frente a l, se puso con parsimonia la capa negra y ajustcon elegancia su gran sombrero, al tiempo saludaba a Matas, ofrecindole ste desde lejos una jarra decerveza negra. Domingo tena los minutos contados para salir de aquel garito. El cuerpo de la polica no tardara envenir. El tumulto de gente y el ruido provocado era de tal calibre que se poda escuchar desde elBarranco de Santos. Las caras de asombro de los habituales del tugurio, que no daban crdito a losucedido, empezaban a cambiar de expresin por las de alivio y satisfaccin. Ya no tendran que soportaral personaje aparecido de las tinieblas, sin conocer nadie su procedencia ni cundo lleg, pero que todosrecordarn cmo se march. Cartaya pens de aquel individuo que ya estaba a bordo de la barca deCaronte, entonces decidi, con un movimiento rpido y certero, lanzar el cuchillo que guardaba en sufajn, clavndoselo en el corazn, haciendo que el cuerpo del endemoniado quedase trinchado a la silla.El apualado abri sus ojos con ms intensidad y emiti un grito terrorfico deteniendo la pelea desatadaen el bar, provocando una salida en desbandada de todos los contendientes, al tiempo que un grupo decatorce policas entraban para capturar a ms de uno. Lamentablemente, los representantes de la leyfueron arrollados por completo sin poder controlar a la despavorida muchedumbre de maleantes,borrachos y otros sospechosos, aprovechando la confusin para escapar por las ventanas; entre ellos,Domingo Cartaya, pero antes, poniendo su pie en el pecho al moribundo, recuper su aejo e inseparablecuchillo. Ya en la calle, y echando en falta su caballo, escap embozado en su antigua capa negra.Arropndose con la oscuridad de las callejuelas cruz el puente del hospital hacia Calle de la Noria, y alpasar por la puerta de la Iglesia de la Concepcin se arrodill in memoriam de su mujer e hijas. Al da siguiente, en las esquinas y callejones, solo se hablaba de lo acontecido la noche anterior.Decan que ahora el diablo viva en La Laguna. Que aquel nigromante fallecido tendra que ser algnesbirro de baja estofa del demonio, y que el mismsimo Satn se present en persona para ajustarle lascuentas ante las narices de todos los mortales. Tambin cuentan que Matas estuvo varios das dandobarra libre desde las dos hasta casi las cuatro de la madrugada, provocando y generando las inevitablespeleas callejeras y cierres consecutivos del ms famoso y cochambroso bar de Santa Cruz.

  • CAPTULO 5 PARADA Y FONDA EN LA PUERTA DEL HOTEL AGUERE los tos de Agustn y Roque esperaban los carruajesprocedentes de Santa Cruz. Se extraaron mucho al no ver a sus otros dos sobrinos, pero enseguida lesinformaron sobre ellos. Roque y Nora se despidieron con un apretn de manos y confiaron mutuamente envolverse a ver. Mientras, Agustn tuvo que conformarse con la mirada melanclica de Charlotte,arrastrando su pesada maleta hacia el interior del hotel, permaneciendo al otro lado de los cristales de lapuerta giratoria, sin cesar de voltear. Molesta por el bullicio de sus compaeras, las cuales se ibanagrupando en el centro del florido patio interior, en un impulso levant la mano para despedirse de sucompaero de viaje pero l ya se haba marchado. La sonrisa de Nora era la anttesis de la tristeza de suhermana, situndose en la fila como una autmata junto a las dems. Con el fin de asignar las habitacionesa todas las chicas, la profesora Dunderg dialogaba con el recepcionista y a la vez gerente del hotel. Me haban asegurado que las habitaciones eran triples y no dobles hablaba contrariada, porquedespus de lo sucedido con el caballo y Loreena, ya no saba qu ms poda ocurrir. Lo sentimos, pero no se preocupe, tenemos habitaciones suficientes y respetaremos el mismo preciopactado con anterioridad, le parece bien? zanj el seor Montalbn con una estupenda sonrisa,convenciendo a la maestra, que asinti elegantemente con un lento y breve movimiento de cabeza, sindejar de mirar al audaz gerente. La totalidad de las chicas formaban fila en el interior del hermoso patio, mirando a la cristalera deltecho, a las plantas, a las mesas, a la fuente, pareca que todo volva a la normalidad y que los das queiban a pasar apaciblemente en la isla, comenzaban en este preciso instante. Escuchadme todas! elev el tono de voz la profesora Dunderg. Son habitaciones para dos.Enumeradas desde la uno hasta la ocho continu sobre el inevitable cuchicheo, atisbando una sonrisams relajada. Ir nombrando las parejas y los nmeros. La nmero cinco est ocupada, por tanto de lacuatro pasaremos a la seis, de acuerdo? se produjo un s, seorita Dunderg bastante cursi entre risasy mofa. Silencio! El reparto fue el siguiente: La habitacin nmero 1 para Karen Brennan y Judie OConnor, ambastocaban el violn. La nmero 2 para Sharon Moloney y Eileen Mahonaigh, acorden y mandolina. Lanmero 3 para Pam OSullivan y Siobhan Payne, voces. La pareja de la nmero 4 sera Loreena Dlamany Charlotte Barrett, Voz y Tin wistle. La nmero 6 para la profesora Dunderg y Caethleen Morrison, lams pequea del grupo y que toca el Bodhrn. La habitacin nmero 7 para Nora Barrett y KatieMcQueen, arpa y Pipe Horn. Por ltimo, la habitacin nmero 8 estaba destinada para Annie Collins yMary Jane Osmond, Pipe horn y Ulean Pipe, respectivamente. En cuanto a la habitacin nmero 5, todassubieron a sus respectivos murmurando de quin podra ser. * * * Mientras tanto, en Santa Cruz, Howard Taylor cenaba con Pedro Delfn; ste, con el hambre entre losdientes, devoraba la comida casi sin masticar. Amigo Peter, quiero hacerle un comentario habl Howard Taylor. La misin que nos incumbees investigar hablaba en voz baja el inspector, mientras el otro acercaba el odo con poco inters,emitiendo sonidos con la boca llena y asintiendo con la cabeza en cortos movimientos. Hemos deencontrar a un asesino que anda suelto los ojos de Pedro se salieron de sus rbitas, deteniendo elmanducar. Debemos de cerrar un caso sin resolver. El hecho ocurri en un bar de esta capital. Alciudadano ingls fallecido, un rufin buscado en todo el Reino Unido, se le imputaban algunos asesinatos

  • y desapariciones, pero no dejaba de ser un sbdito de nuestra Reina Victoria, y es por ello... hablabacon solemnidad el inspector, que se me ha encomendado este importante caso Pedro se recuper ysigui cenando como un verdadero muerto de hambre. Peter conclua Howard, el crimen seperpetr en el bar El Ancla, sabras llevarme hasta all? a Pedro Delfn se le sali toda la comida quetena en la boca, atragantndose, reuniendo a todas las miradas del bar posada Gonzalo. Con pesada tos,intentaba limpiarse la ropa, mientras el ingls, avergonzado, miraba a todos lados. Peter, por favor, beba agua le daba palmaditas en la espalda colmndole el vaso. Esta nochenos alojaremos en este humilde albergue, para maana localizar el lugar de los hechos, de acuerdo? Howard ya contaba con la afirmacin silenciosa de su ayudante, que llenaba los pulmones de airepensando en el lo que se haba metido. En otra mesa, dos personajes de los bajos fondos no perdieron detalle de la conversacin. Howard yPedro haban sido seguidos por dos sigilosos malhechores, cuyos nombres figuraban entre los mspeligrosos de las noches santacruceras: Juan el Cojo y Amaro el Pualada. En el piso de arriba, una puerta se abra dejando entrever dos camastros y una mesilla de noche enmedio. A travs de la ventana se distingua el resplandor mortecino de las antorchas de la entrada. Justoal lado de la puerta haba un mueble con espejo, palangana, jarra y toallas de un color extrao. Pedro, sindesvestirse siquiera, se lanz literalmente a su cama quedando dormido. Por el contrario, su astutoamigo, sin encender luz alguna, se aproxim a la ventana evitando ser visto desde afuera. Quitndose sunotable chistera, escudri las cuatro esquinas de la calle desde su oscura habitacin, y con la claridadde la calle comprob la hora en su reloj de la prestigiosa marca Bradley & Sons, indicando las 11 horasy 47 minutos de la noche. A pesar de su elegancia y aires de pedantera, era un autntico sabueso deScotland Yard, lo que se suele llamar un perro viejo. Entre tanto, los dos rufianes se dejaban ver en unade las esquinas enviando furibundas miradas hacia la ventana de una habitacin que permanecera aoscuras toda la noche. El ingls se desvisti con parsimonia y se acost, no sin antes dedicarle unasbuenas noches a su nuevo amigo ayudante, que haca un buen rato estaba en los brazos de Morfeo.Obsequi con un pequeo beso a su inseparable drringer[6], que lo libraba de todo mal. Ocultndolabajo la almohada e intentando descifrar los ruidos de la noche, se dej dormir.

  • CAPTULO 6 EXTRAAS SENSACIONES LA HABITACIN NMERO CINCO DEL HOTEL AGUERE permaneca cerrada. Sus ocupantes, SirJohn Galloway y su hijo Edward, se haban ausentado ms de lo previsto, no dando seales de vidadesde haca dos das, causando en el seor Montalbn preocu