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LAg PRISIONES

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OBRAS DEL MISMO AUTOR

La ConCluista del pan. Una peseta.

Palabras de un rebelde. Una peseta~

Ca.mpos, fábricas y talleres. UUIl¡peseta.

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P. Kropotkine

LAS PRISIONESEl salariado -. La moral anarquista

TraducciÓn de Eusebio lIeras

F,SSEMPERE y c.a, EDITORES

<JALL:U: DEL PINTOR SOROLLA, 30 y 32VALENCIA

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Imp. de EL PuEBLO .Don Juan de Austria, 14.:- Valelloi~

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LAS PRISIONES

Ciudadanas y ciudadanos:La cuestión que me propongo tratar esta

noche es una de las más importantes en la se­rie de las grandes cuestiones que se ofrecen ála humanidad del siglo XIX. Después de la.

cuestión económica, después de la del Estado,aquella es quizá., la más importante de todas. Enrlilalidad, puesto que la distribución de la justi·cia siempre fué el principal instrumento en lit,constitución de todos los poderes, pliesto que esla base misma y el fundamento más sólido delos poderes ~onstituidol!, no exageraré si 'digoque la cuestión de saber «qué debe hacerse conlos que cometell actos antisociales l>, encierraen sí la gran cuestión del gobierno y del Es­tado.

Muchas veces se ha dicho que la función

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principal de toda organización política, es ga­rantizar doce jurados probos á todo ciudadano,al que otros ciudadanos denunciaren por cual­quier motivo. Pero falta saber «qué derechosdebemos reconocer á esos diez, ó doce, ó cienjurados, sobre el ciudadano al que considerenculpable de un acto antisocial y perjudicialpara sus semejantes.:o

Esta cuestión resuélvese actualmente de la

manera más sencilla. Se nos responde: «¡Casti­garánl ¡Sentenciarán á muerte, á trabajos for­zados ó á presidio I» Y esto es lo que se haee.Es decir que, en nuestro penoso desarrollo, enesta marcha de la humanidad por entre los pre •.juicios y las ideas falsas, hemos llegado á tal

pnnto. Mas también ha llegado la hora de pre­guntar: «¿Es justa la muerte, es justo el presi ...dio? ¿Se consigue con ellos el doble fin que trá­tase de obtener: impedir que se repita el acto<antisocial y tornar mejor al hombre que se hi­ciera culpable de un acto de violencia contrasu semejante? Y, para concluir, ¿qué significala palabra «culpable», con tanta freeuenciaempleada, sin que hasta la fecha se haya inten­

tado decir en qué consiste la culpabilidad?»A todas estas preguntas propóngome res­

ponder; dar un esbozo de respuesta, mejor di­cho, en el corto espacio de una velada.

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Grandes son estas cuestiones, que encierranell si la dicha, no sólo de los centenares de m;·llares de detenidos que en este momento gimene. nuestras cárceles y presidios; la suerte, nosólo de las mujeres y nUlos que sollozan en famiseria desde que el cabeza de familia fueraencerrado en un calabozo, sino tamhién la di­cha. y la. suerte de toda la humanidad. Todo re­percute en la humanidad. Toda injusticia ct)­metida con el individuo, es en último terminoselltida por toda la humanidad.

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Oiento cincuenta mil seres, mujeres y hom­bres, son anualmente encerrados en las cárce­les y presidios de Francia; muchos millones enlos de Europa.

Enormes cantidades gasta Francia en sos­

tener aquellos edificios, y no menores sumasen engrasar las diversas piezas de aquella pe­

sada máquina-policía y magistratura-encar­gada de poblar sus prisiones. Y, como el dinerono brota solo en las cajas del Estado, sino que

cada moneda de oro representa la pesada labor

de un obrero, resulta de aquí, que todos losaños, el producto de millones de jornadas detrabajo es empleado en el mantenimiento de lasprisiones.

Pero ¿quién, prescindiendo de algunos filán­tropos y de dos ó tres administradores, se ocu­

pa en la actUalidad de los resultados que se vanobteniendo? De todo se habla en la prensa, que,

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sin embargo, casi nunca se ocupa en nada queá las prisiones se refiera. Si alguna vez se ha­bla de ellas, no es sino á consecuencia de re­velaciones más ó menos escandalosas. En tales

casos, por espacio de quince días se grita contrala administración, se piden nuevas leyes quevayan á aumentar el número, nada bajo, delas vigentes, y pasado aquel tiempo, todo que­da igual, si no cambia y se hace peor.

En cuantoá la actitud regular de la socie­dad y de la prensa respecto á los detenidos, nopasa de la más completa indiferencia: con talde que tengan pan que comer, agua que bebery trabajo, mucho trabajo, todo va bien. Indife­rencia completa, cuando no odio.. Porque todosrecordamos 10 que la prensa dijo no há mucho,con motivo de algunas mejoras introducidas enel régimen de las prisiones. «Es demasiado lujopara los pícaros» se l~ia en periódicos que selas echaban de avanzados. «Nunca serán tra­tados tan mal como se merecen.»

Pues bien, ciudadanas y ciudadanos; ha­biendo tenido ocasión de conocer dos cárceles

de Francia y algunas de Rusia; habiéndomevisto obligado, por circunstancias de mi vida,á estudiar con cierto detenimiento las cuestio­

nes penitenciarias, creo que deber mío es decirá la faz del mundo lo que son las prisiones de

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hoy, así .como el relatar mis observacíones y elexponer las reflexiones que estas observacionesme sugirieran.

Dicho esto, abordo la gran cuestión. En pri­mer lugar, ¿en qué consiste el régimen de las.prisiones .francesas?

Sabido es que hay tres grandes cntegoríasde prisiones: la Departamental, la Casa centraly la Nueva Caledonia.

En lo que á la Nueva Caledonia se refiere,los datos que tenemos respecto á aquellas islasson tan contradictorios y tan incompletos, quees imposible formarse una idea justa de lo quees allí el régimen de los trabajos forzados.

Enlcuanto á las prisiones departamentales,la que nosotros nos vimos obligados á conocer,en Lyón, se halla en tan mal estado, que cuan­to menos se hable de ella mejor será. En otraparte dije en qué estado la encontré, bosque­jando á la vez la funesta influencia que ejercesobre las criaturas que en ella están encerra­das. Aquellos infelices son condenados, á causadel régimen á que se han sometido, á arras­trarse toda la vida por cárceles y presidios y ámorir en una isla del Pacífico.

Por consiguiente, no digo más acerca de laprisión departamental de Lyon, y paso á laCasa central de Clairvaux, tanto más cuanto.

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que, con la prisión militar de Brest, es el mejoredificio de tal suerte con que Francia cuenta y,á juzgar por lo que se sabe respecto á las pri­siones de los demás países, una de las mejorescárceles de Europa.

Veamos, pues, lo que es una de las mejo­res prisiones modernas; juzgaremos más acer­tadamente á las otras. Advertiremos que lavimos en las mejores condiciones: poco antes deyo llegar, uno de los detenidos había sido muer­to en su celda por los carceleros, y toda la ad­ministración había sido cambiada; y con fran­queza he de decir que la nueva administraciónno tenía en modo alguno aquel carácter que sehalla en tantas otras cárceles: el de tratar de

hacer la vida del detenido lo más penosa posi­ble. Es también la única prisión grande deFrancia que no tuviera una sedición después delas sediciones de hace dos alios.

Cuanao el sér humano se acerca á la inmen­

sa muralla circular, que costea las pendientesde laB colinas en una longitud de cuatro kiló­metros, antes que ante una cárcel, creeríasejunto á una pequelia población fabril. Chime­neas, cuatro de ellas grandísimas, humeantes,máquinas de vapor, una ó dos turbinas y el .acompasado ruído de los mecanismos en movi­miento; he ahí lo que se ve y se oye al pronto.

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Consiste esto en que, para procurar ocupacióná 1.400 detenidos, ha sido necesario erigir allíuna inmensa fábrica de catres de hierro, innu­merables talleres en los que se trabaja la seday se hace el brocado de clases, tela groserapara muchas otras prisiones francesas, pai'io,ropa y calzado para los detenidos; hay tambiénuna fabrica de metros y de marcos, otra degas, otra de botones y de toda clase de objetosde nácar, molinos de trigo, de centeno, y asísucesivamente. Una inmensa huerta y extensoscampos de avena se cultivan entre aquellasconstrucciones, y de cuando en cuando sale unabrigada de aquella población sujeta, unas ve·ces para cortar lella en el bosque, para arre­glar un canal otras.

He ahí la inmensa inversión de fondos y lavariedad de oficios que ha sido necesario intro­

ducir para procurar un traba~o útil a 1.400hombres.

Siendo incapaz el Estado de tan inmensainversión de fondos y de colocar ventajosa­mente lo que producen, es evidente que ha te­nido necesidad de dirigirse á contratistas, á losque cede el trabajo de los detenidos á preciosen mucho inferiores a los que rigen fuera de lacárcel.

Efectivamente, los jornales de Clairvaux no

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son sino de 50 céntimos y de 1 franco. Mien­tras que en la fábrica de catres puede un hOlll­bre ganar hasta 2 francos, muchísimos deteni­dos no ganan sino 70 céntimos por jornada de12 horas, y en ocasiones sólo 50. De esta can­tidad el Estado se apropia una muy notableparte, y el resto es dividido en dos, una de lascuales se entrega al preso para que compre enla cantilla algún alimento; el resto le es entre­gado cuando sale de la prisión.

En los talleres pasan los detenidos la mayorparte del día, salvo una hora de escuela y 45minutos de .paseo, en fila, á los gritos de ¡una!¡dos! de los carceleros, distracción á la que sedenomina «hacer la rastra de chorizos». El

domingo se pasa en los patios, si hace buen día,y en los talleres cuando el tiempo no permitesalir al aire lihre.

Agreguemos aún que la Casa central deClairvaux estaba organizada bajo el sistema desilencio absoluto, sistema tan contrario á lanaturaleza humana que no podía ser mantenidosino á fuerza de castigos. Así es que durantelos tres anos que yo pasé en Clairvaux, fuécayendo en desuso. Abandonábase poco á poco,siempre que las conversaciones en el taller óen el paseo no fuesen demasiado acaloradas.

Mucho podría decirse acerca de esta cárcel

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provisional y de corre~ción; pero las palabrasque la hemos dedicado bastarán para dar unaidea general de lo que aquello es.

En cuanto á las prisiones de los otros paiseseuropeos, baste decir' que no son mejores quela de Clairvaux. En las prisiones inglesas, porlo que de ellas sé, gracias á la literatura, áinformes oficiales y á memorias, debo decir quese han mantenido ciertos usos que, afortunada­mente, están abolidos en Fra.ncia. El trata­miento es en esta nación más humano, y eltradmill, la rueda sobre la' que el detenido in­glés camina como una ardilla, no existe enFrancia; mientras que, por otra parte, el cas­tigo francéS, consistente en hacer andar al re­cluso durante mnses, á causa de su carácterdegradante, de la prolongación desmesuradadel castigo y de lo arbitrariamente que es apli­cado, resulta digno hermano de la pena corpo­ral que aun se impone en Inglaterra.

Las prisiones alemanas tienen un carácterde dureza que las hace excesivamente penosas.

En cuanto á las prisiones austriacas y rusas,se hallan en un estado aún más deplorable.

Podemos, pues, tomar la Casa central deFrancia como representante bastante bueno dela prisión moderna.

He ahi, en pocas palabras, el sistema de

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organización de las prisiones consideradas comolas mejores en estos momentos. Veamos ahoracuáles son los resultados obtenidos por estas'organizaciones excesivamente costosas.

Dos respuestas tiene esta pregunta. Y es laprimera que todos, hasta la misma administra­ción, están de acuerdo en que estos resultadosson lo más lastimosos.

El hombre que ha estado en la cárcel, vol.verá á ella.

Cierto, inevitable es esto; las cifras lo de­muestran. Los Informes anual~s de la adminis­tración de la justicia criminal en Francia, nosdicen que la mitad próximamente de los hom­bres juzgados por el Tribunal Supremo y las dosquintas partes de los sentenciados por la poli­cía correccional, fueron educados en la cárcel,en el presidio: estos son los reincidentes. Casila mitad, (de 42 á 45 por 100) de los juzgadospor asesinato, y las tres cuartas partes, (de 70á 72 por 100) de los sentenciados por robo, sonotros tantos reincidentes. 70.000 hombres sop.anualmente detenidos sólo en Francia. En cÚán:"

tú á las cárceles centrales, más de la terceraparte, (de 20 á 40 por 100) de los detenidos,puestos en libertad por aquellas mal nominadas

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instituciones correccionales, vuelven á la cár­cel dentro de los doce meses que siguen á lafecha de su primera salida de ella. Es tan cons­tante este hecho, que en Clairvaux se oía decirá los carceleros: «Muy extra no es que Fulanoaun no haya vuelto. ¿Habrá tenido tiempo depasar á otro distrito judicial?» Y hay en lascasas centrales presos ancianos q¡lC, habiendologrado tener un sitio bueno en el hospital ó enel taller, ruegan, al salir de la cárcel, que se·les reserve el sitio aquel para su próximo re­greso. Aquellos pobres ancianos están segurosde que no tardarán en volver.

Por otra parte, los que han estudiado y co­nocen estas cosas, (citaré, por ejemplo, el doc­tor Lombroso), afirman que si se llevase cuenta,de los que mueren en cuanto han salido de lacárcel, de los que cambian de nombre, ó emi­

gran,ó logran ocultfrse después de haber co­metido un nuevo acto no de acuerdo con las

leyes vigentes; si todos estos fuesen tenidos encuenta, uno se vería precisado á preguntarsesi todos los detenidos puestos en libertad no in­curren en la reincidencia.

He ahí lo que se consigue con las prisiones.Pero no es esto todo. El hecho por el cual

un hombre vuelve á la cárcel, es siempre másgrave que el que cometiera la primera vez. To-

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dos los escritores criminalistas están de acuer­do en esto.

La reincidencia se ha hecho un problemainmenso para Europa, un problema que Fran­cia quiso no ha mucho resolver, enviando á to­

d?s los reincidentes á gustar de la fiebre deCayenna. Por otra parte, la exterminación em­pieza ya el camino. Todos habéis leído que,hace tres dias, once reincidentes fueron «pasa­dos por las armas» á bordo del navío que áaquel punto les llevaba; acto de salvajismo queserá muy tenido en cuenta cuando el capitán dela embarcación, sea nombrado director de lacolonia de Cayenna (1).

Pues bien, no obstante las reformas intro­ducidas, no obstante los sistemas penitenciariospuestos á prueba, el resultado siempre ha sidoigual. Por una parte, el número de hechos con­trarios á las leyes existentes no aumenta nidisminuye, cualesquiera que sea el sistema de pe­nas infligidas. Se ha abolido el knut ruso y lapena de muerte en Italia, y el número de asesi­natos sigue siendo igual. Aumenta Ó disminuyela crueldad de los erigidos en jefes; cambia lacrueldad ó el jesuitismo de los sistemas peni-

(1) Kropotkine publicó este discurso en 1890. Ignoramossi lo que en él dice resultó una profecía; muy probable esque no se equivocara.

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tenciarios, pero el número de los actos, mallla­mados crímenes, continúa invariable. Sólo leafectan otras causas, de las cuales ahora voy áhablar.

Y, por otra parte, cualesquiera que sean loscambios introducidos en el régimen penitencialrio, la reincidencia no disminuye, lo cual esinevitable, 10 cual debe ser así; la prisión mataen el hombre todas las cualidades que le hacenmás propio para la vida en sociedad. Conviér­tenle en un sér que, fatalmente, deberá volverá la cárcel, y que espirará en una de esas tum­bas de piedra sobre las cuales se escribe, Casa

de corrección, y que los mismos,: carceleros lla­man casas de corrupción.'].. ~

Si se me preguntara; «¿Qué podría hacersepara mejorar el régimen penitenciario?» «¡Nada!-respondería-porque no es posible mejoraruna prisión. Salvo algunas pequenas mejorassin importancia, no hay absolutamente nadaque hacer sin demole~las.»

Para acabar con el asqueroso contrabandodel tabaco, podía proponer que se dejara fumará los detenidos: Alemania lo ha hecho ya; y nole pesa haberlo hecho: el Estado vende tabacoen la cantina. Pero, después del contrabandodel tabaco, vendria el del alcohol. Y todo con­duciría al mismo resultado: á la explotación de

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los detenidos por los encargados de vigilarles.Podría proponer que al frente de cada pri­

sión hubiera un Pestalozzi (me refiero al granpedagogo suizo que recogía á los nifios abando­nados y hacía de ellos buenos cíudadanos), ypodría tambíén proponer qu~, en lugar de losvigilantes exsoldados y expolicías casi todos, sepusieran sesenta ó más Pestolazzi. Pero me res­ponderíais: «¿Dónde encontrarlos?,} Y tendríaisrazón. Porque el gran pedagogo suizo no hu­biera aceptado la plaza de carcelero; hubieradicho:

-El principio de toda prisión es falso, pues­to que la privación de libertad lo es. Mientrasprivéis al hombre de libertad, no lograréis ha­eerle mejor. Cosecharéis la reincidencia.

Yeso es lo que ahora voy á demostrar.

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Hay, en primer lugar, un hecho constante,un hecho que es ya, en sí mismo, la condena­ción de todo nuestro sistema judicial: ningunode los presos reconoce quela pena que se le haimpuesto es la justa.

Hablad á un detenido por hurto, y pregun­tadle algo acerca de su condena. Os dirá: "Ca­ballero, los pequeños rateros aquí están; losgrandes viven libres, gozan del aprecio del pÚ­blico.» ¿Y que os atreveríais á responderle,vosotros que conocéis las grandes compañíasfinancieras fundadas expresamente para sor­berse hasta las monedas de cobre que ahorranlos conserjes, y para permitir que los fundado­res, retirándose á tiempo, echen legalmente suagudo anzuelo sobre las pequenas fortunas queencuentran á su alcance? Conocemos esas gran-

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des compafíías de accionistas, sus circularesengafiosas, sus timos ... ¿Cómo responder, pues,al prisionero, sino diciéndole que tiene razón?

Hablad ahora á aquel otro, que está presopor haber robado en grande. Os dirá: «No fuíbastante diestro; he ahí mi delito.» ¿Y qué ha­bíais de responderle, vosotros que sabéis cómose roba en las altas esferas, y cómo, despuésde escándalos inenarrables, de los que tanto sehabló en estos Últimos tiempos, veis otorgar unprivilegio de inculpabilidad á los grandes ladro­nes? ¡Cuantas veces no hemos oido decir en lacárcel: «Los grandes ladrones no somos nos­otros; son los que aqui nos tienen!» ¿Y quién seatreverá á decir lo contrario?

Cuando se conocen las estafas increíbles

que se cometen en el mundo de los grandes ne­gocios financieros; cuando se sabe de qué modoíntimo el engano va unido á todo ese gran mun­do de la industria; cuando uno ve que ni aunlos medicamentos escapan de .las falsificacionesmás innobles; (mando se sabe que la sed de ri­quezas, por todos los medios posibles, forma laesencia misma de la sociedad burguesa actual,y cuando se ha sondeado toda esa inmensa can­tidad de transacciones dudosas, que se colocanentre las transacciones burguesamente honra­das y las que son acreedoras de la Correccio-

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nal; cuando se ha sondeado todo eso, llega unoá, decirse, como decía cierto recluso, que lasprisiones fueron hechas para los torpes, nopara los criminales.

En tal caso, ¿por qué tratá,is de moralizar Ú

los que llenan cárceles y presidios?Este es el ejemplo exterior. En cuanto al

ejemplo dado en la prisión, inútil seria que ha­blásemos de él extensamente; sábese ya lo qDees. Hablé de él en otra parte, y mi artículo Juéreproducido por toda la prensa. La filosofía detodas las prisiones, de San Francisco de Kamt­chatka, es siempre esta: «Los grandes ladronesno somos nosotros; son los que aquí nos tienen".Un sólo hecho, por otra parte, bastará comocuadro de costumbres; hablaremos del tráncodel tabaco. Sabido es que está prohibido fumaren toda prisión francesa. Y, sin embargo, fumaaquel que quiere y puede; sólo que estn mer­cancín preciosa, que se mastica primero, queen seguicht se fuma y que se nbsorbe como rapéen formn de ceniza, se vende al precio de cua­tro sueldos pitillo, á, cinco francos el paquetede diez sueldos (1). ¿Y quién vende este tabacoá los detenidos? iUnas veces los carceleros,otras los contmtistas de trabajos! Sólo que la

(1) Vale el sueldo francés unos cinco cénti mos espafioles

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tasa. es exorbitante. He aqui, por otra parte,cómo se practica la operación. El detenido sehace enviar cincuenta francos á nombre del

carc@lero. Este se queda con la mitad de dichasuma y da el resto al int8resado, pero en taba­co, yá precios por el estilo del citado. El con­tratista., por su parte, muchas veces paga eltrabajo en pitillos.

y nótese bien que no sólo en Francia ocurreesto. La tarifa de la cárcel de Milbank, en In­glaterra, es absolutamente igual: se paga másá veces. Trátase de un acuerdo internacional.

Advierto que, por mi parte, no doy á estoshechos gran importancia. Supongamos que sepermite a los detenidos asociarse para compraralimentos, cual se hace en Rusia, y que la ad­ministración no puede robarles nada. Suponga­mos que el trMico del tabaco desaparece y queéste es vendido á todo el mundo en la cantina.

La prisión no dejará por eso de ser prisión, yno cesará de ejercer su influencia deletérea.

Las causas de esta influencia son mucho

más profundas.

Todo el mundo conoce la influencia deleté­

rea de la ociosidad. El trabajo eleva al hombre.Pero hay trabajo y trabajo. Hay el del sér

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libre, que permite á éste sentirse una parte deltodo inmenso, del universo. Y hay el trabajoobligatorio del esclavo, que degrada al ser hu­mano; trabajo hecho con disgusto y sólo portemor á un aumento de pena. Y tal es el tra­bajo de la prisión. No hablo del molino discipli­nario inglés, en el que el hombre ha de andarcomo una ardilla sobre una rueda ni de otros

trabajos (tormentos) por el estilo. Eso no esotra cosa que una baja venganza de la socie­dad. Mientras que toda la humanidad trabajapara vivir, el hombre que se ve obligado áhacer un trabajo que no le sirve para nada, sesiente fuera de la ley. Y si más adelante trataá la sociedad como desde fuera de la ley, noacusemos á nadie sino á nosotros mismos.

Las COSdS no son más bellas cuando se toma

en consideración el trabajo útil de las prisio­nes. Ya dije por qué salario irrisorio trabajaallí el obrero. En estas condiciones, el trabajo,que ya en. sí no tiene ningún atractivo, porqueno hace funcionar las facultades mentales del

trabajador, es tan mal retribuído, que llega áconsiderarse como castigo. Cuando mis amigosanarquistas de Clairvaux hacían corsés ó boto­nes de nácar y ganaban 60 céntimos en diezhoras de trabajo (60lcéntimos que se conver­tían en 30 después del Estado apropiarse la

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parte suya), comprendían muy bien el disgustoque tal trabajo lutbía de inspirar á un hombrecondenado á hacerla. ¿Qué placer puede encon­trarse en semejante labor? ¿Qué efecto morali­zador puede ejercer ese trabajo, cuando elpreso se repite contínuamente que no trabajasino para enriquecer á un amo? Cuando, al:wabar la semana, recibe una poseta y 60 cén­timos, exclama, y con razón:

-Decididamente, los verdaderos ladrones.no somos nosotros; son los que aquí nos tienen.

Mas aun. Nuestros compañeros no estabanobligados á trabajar; y, en ocasiones, por untrabajo asiduo recibían una peseta. Y obrabande tal modo porque la necesidad les impulsabaá hacerla. Los que estaban casados, con el di­nero aquel mantenían correspondencia con susesposas. La cadena que unía la casa con lacárcel no estaba rota, y los que no estaban ca­sados ni tenian una madre á quien sostener,sentían una pasión: la del estudio; y trabaja­ban con la esperaza de poder compntr, llegadoel fin del mes, el libro deseado. Porque ¿dónde,sino en la cárcel puede estudiar el trabajador?

Tenian una pasión. Pero ¿qué pasión puedeexperimentar un prisionero de derecho común,privado de todo lazo que pudiera aficionade ála vida exterior? Por un refinamiento de cruol-

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dad, los que imaginaron nuestras prisiones hi­cieron cuanto pudieron para interrumpir todarelación entre el prisionero y la sociedad. EnInglaterra, la mujer y los hijos no pueden verlemás que una vez cada tres meses, y las cartasque han de escribir inspiran risa. Los filántro­pos han llevado el desprecio á la naturalezahasta no permitir al detenido que firme si no esal pie de una circular impresa.

En las prisiones francesas, las visitas de losparientes no son tan severamente limitadas, yen las prisiones centrales el director hasta sehalla autorizado para permitir, en casos excep­cionales, la visita con sólo una verja por medio.Pero, las cárceles centrales están lejos de lasgrandes poblaciones, y son las grandes ciuda­des las que procuran mayor nÚmero de deteni­dos. Pocas mujeres disponen de medios parahacer un viaje á Clairvaux, á fin de tener algu­nas cortas entrevistas con sus esposos.

Así es, que la mejor influencia á que el presopodia ser sometido, la Única que podría traerlede fuera un rayo da luz, un elemento más dulcede vida, las relaciones con sus parientes, le essistemáticamente arrebatada. Las prisiones an­tiguas eran menos limpias, menos ordenadasque las de hoy; pero eran más humanas.

En la vida de un prisionero, vida gris que

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transcurre sin pasiones y sin emoción, los mejo­res elementos se atrofian rápidamente. Los ar­tesanos que amaban su oficia, pierden laaficiónal trabajo. La energía física es rápidamentemuerta en la prisión. La energía corporal des­aparece poco á poco, y no puedo encontrar me­jor comparación para el estado del prisionero,que la de la invernada en las regiones polares.Léanse los relatos de las expediciones árticas,las antiguas, las del buen viejo Pawy ó las deRoss. Hojeándolas, sentiréis una nota de depre­sión física y mental, cerniéndose sobre todoaquel relato, haciéndose más lúgubre cada vez,hasta que el sol reaparece en el horizonte. Esees el estado del prisionero. Su cerebro no tiene.ya energía para una atención sostenida, el pen­samiento es menos rápido; en todo caso, menospersistente; pierde su profundidad.

Un informe americano hacía constar, nohace mucho, que mientras que el estudio de laslenguas prospera en las prisiones, los detenido¡;son incapaces de aprender matemáticas. Y esla pura verdad; eso es lo que ocurre.

A mi entender, puede atribuirse esta dismi­nución de energía nerviosa á la carencia deimpresiones. En la vida ordinaria, mil sonidos y

colores hieren diariamente nuestros sentidos;mil menudencias ll~gan á nuestro conocimiento

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y estimulan la actividad de nuestro cerebro.Nada de esto eyiste para el prisionero; sus

impresiones son poco numerosas y siempreiguales. De ahí la curiosidad del recluso. Nopuedo olvidar el interés con que observaba, pa­seándome por el patio de la prisión} las varia­ciones de colores en la veleta dorada de la for­

taleza; sus tintes rosados, al ponerse el sol, suscolores azulado s de por la mafiana, su aspectodiferente en los días nublados y claros, por lamafian/1,y por la tarde, en verano y en invier­no. Era aquella una impresión completamentenueva. La razón es probablemente quien haceque á los presos les gusten tanto las ilustracio­nes. 'l'odas las impresiones recibidas por el re­cluso, provengan de sus lecturas ó de sus pen­samientos, pasan á través de su imaginacíón.y el cerebro, insuficientemente alimentado porun corazón menos activo y una sangrc empo­brecida, se fatiga, se descompone, pierde suenergía.

Hay otra causa importante de desmoraliza­ción en las prisiones, sobre la cual no se habránunca insistido lo suficiente, porque es común

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á todas las prisiones é inherente al sistema dela privación de la libertad.

Todas las transgresi0nes á los principios ad­mitidos de la moral, pueden ser imputadas á lacarencia de una finne voluntad. La mayoría delos habitantes de las prisiones son personas queno tuvieron la firmeza suficiente para resistir álas tentaciones que les rodeában, ó para domi­nar una pasión que llegó á ~ominarles. Puesbien; en la cárcel, como en el convento, todo esapropiado para matar la voluntad del sér huma­no. El hombre no puede elegir entre dos accio­nes; las escasísimas ocasiones que se ofrecen deejercer su voluntad, son excesivaml:)nte cortas:toda su vida fué regulalia y ordenada de ante­mano; no tiene que hacer sino seguir la corrien­te, obedecer, so pena de duros castigos. En talescondiciones, toda la voluntad que pudiera tenerantes de entrar en la cárcel, desaparece. ¿Y

• dónde encontrará fuerza para resistir á las ten­taciones que ante él surgirán, como por encan­to, cuando franquee aquellas paredes? ¿Dóndeencontrará fuerza para resistir al primer im­pulso de nn carácter apasionado, si durantelJluchos anos hizo todo lo necesario para matar'en él la fuerza interior, para volverle una he­rramienta dócil en manos de los que le gobier­nan?

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Este hecho es, á mi entender, la más fuertecondenación de todo sistema basado en la pri­vación de la libertad del individuo. El origende la supresión de toda libertad individual sehalla fácilmente: proviene del deseo de guardarel mayor número de presos con el más reducidonúmero de guardianes. El ideal de nuestras pri­siones fuera un millar de autómatas levantán­

dose y trabajando, comiendo y acostándose po]'medio de corrientes eléctricas producidas porun solo gu:irdián.

De este modo se puede economizar; pero noadmire luego que hombres, reducidos al estadode máquinas, no sean, una vez libres, los hom­bres que reclama la vida en sociedad.

El preso, una vez llbre, obra como apren­dió á obrar en la cárcel. Las sociedades de so-,corros nada pueden contra esto. Lo único queles es posible hacer es combatir la mala influen­cia de las prisiones, matar sus malos efectos enalgunos de los libertados.

¡Y qué contraste entre la recepción de losantiguos compafieros y la de todo el que en elmundo se ocupa en filantropía! Para los jesuí­tas, .cristianos y filántropos, los prisioneros,cuando libres, son apestados. ¿Cuál de ellos leinvitará á su casa y le dirá sencillamente: «Heahí un aposento, ahi tiene usted trabajo, siénte-

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se usted á esa mesa y forme parte de nuestrafamilia?» Le hace falta sostén, fraternidad, nobusca sino una mano amiga que estrechar. Pero1después de haber hecho cuanto estaba en supoder para convertirle en enemigo de la socie­dad, después de haberle inoculado los viciosque caracterizan las prisiones, se le vuelve á

echar al arroyo, se le condena á tornarse rein­cidente.

Todos conocemos la influen~ia de un trajedecente. Hasta un animal se avergonzaría depresentarse entre sus semejantes si su exteriorle hiciera ridículo. Y los nombres comienzan

por dar un exterior de loco al que pretendenmoralizar. Recuerdo haber visto en Lyon elefecto producido en los presos por los trajes quese les imponen. Los recién llegados, atravesaban€llpatio en que me paseaba para entrar en elaposento en que se cambia de ropa. Casi todosellos eran obreros é iban vestidos pobremente;pero sus trajes estaban limpios. Y cuando sa­lieron con el innoble uniforme de la prisión, re­mendado con trapos multicolores, un pantalóndiez pulgadas más corto de lo debido, y con un

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mal gorro, se les veía avergonzados de presen­tarse ante los demás, vestidos de aquella suerte.

Tal es la primera impresión del prisionero,que, mientras viva, se verá sometido á un trata­miento que probará el mayor desprecio de lossentimientos humanos. En Dartmoose, por ejem­plo, los detenidos son considerados faltos delmenor sentimiento de pudor. Se les obliga áformar en fila, completamente desnudos, ante

las autoridades de la prisión, Y,á ejecutar enaquella forma una serie de movimientos gimnás­ticos. « ¡Volvéos! ¡alzad los dos brazos! ¡la pier­na derecha!» Y así sucesivamemte.

Un detenido no es un hombre capaz de tenerun sentip:liento de respeto humano. Es una cosa,un simple número; se le considerará un objetonumerado.

Si cede al más humano de todos los deseos,el de comunicar llna impresión ó un pensamien­to á un campanero, cometerá una infracción dela disciplina. Y, por dócil que sea, concluirápor cometer esta infracción. Antes de entrar enla cárcel, habrá podido causarle repugnanciala mentira, eng'arrar á uno; mas en la cárcelaprenderá á mentir y á engaflar; hasta llegarádía en que la mentira y el engarra sean para éluna segunda naturaleza.

y desgraciado del que no se somete si la

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operación del registro le humilla, si la misa lerepugna, si deja ver el desprecio que le inspirael guardián que trafica con tabaco, si parte supan con el veeino, si tiene aÚn la suticientedignidad para irritarse al recibir un insulto, sies lo suficiente hOHntdo para rebelarse contralas pequefías intrigas; la prisión será un infier­no para él. Será sobreeargado de trabajo, si esque no se le envia á que se pudra en una celda.La, más pequeña inf'ra.cciÓn ell la disciplina,tolerada en el bipócrita, le hará objeto de losmás duros castigos; será insubordinado. Y uncastigo traerá otro. Se le conducirá á la locumpor medio de la persecución,y por feliz puedetenerse si sale de la prisión de otro modo queen el ataúd. Vimos en Clairvaux cuál es la

suerte del « insumiso». Un aldeano, reputadocomo tal, se pudri a en el calabozo de castigo.Cansado de tal vida pegó á un vigilante. Se lerecomendó permaneciera en Clairvaux. Enton­ces se suicidó. Y careciendo de un arma parahacerla, se mató comiéndose sus propios exc're­mentas.

Fácil es escribir en los periódicos que losvigilantes debieran ser severamente vigilados,que los directores debieran elegirse entre lasper:sonas más dignas de aprecio. Nada tan fácilcomo hacer utopias administrativas. Pero el

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hombre seguirá siendo hombre, lo mismo elguardián que el detenido. Y cuando los hombresestán sentenciados á pasar toda la vida en si­tuaciones falsas, sul'riL'án sus consecuencias. El

guardián se torna meticuloso. l'.in ninguna par­te, salvo en los monasterios rusos, reina un es­piritu de tan baja intL'iga y de fíLrsa, tan des­arrollado como entre los guaL'dianes de las

prisiones. Obligados á moverse en un mediovulgar, los funcionarios su fren su influencia.Pequeíias intrigas, una palabra pronunciada

por Fulano, forman el fondo de sus conversa­ciones. Los hombres son hombres, y no es po­sible dar á un individuo una partícula de auto­

ridad sin corresponderle. Abusará de ella, y leconcederá tanto menos escrÚpulo, y hará sentirtanto más su autoridad, cuanto más limitadasea su esfera de acción. Obligados á vivir en

mitad de un calnpamento enemigo, los guardia­nes no pueden ser modelos de atención y de

humanidad. A la liga de los detenidos, oponenla liga de los carceleros. La institución leshace ser lo que son: perseguidores ruines ymezquinos. Poned á un Pestalozzi en su lugar(si es que un Pestalozzi es capaz de aceptarcargo tal), y no tardará mucho en ser uno detantos guardianes.

Rápidamente, el odio á la sociedad inva1e

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el corazón del detenido, quien se acostumbra á

aborrecer cordialmente á los que le oprimen.Divide el mundo en dos partes; aquella á quepertenecen él y sus compafieros, y la en quefigura el mundo exterior, representado por eldirector, los guardianes y demás empleados.Entre todos los detenidos fórmase una liga con­

tra los que no visten el traje de prisionero.Aquellos son sus enemigos, y bien hecho estácuanto se puede hacer y se hace para engaftar­les. Una vez libre, el detenido pone en prácticasu moraL Antes de estar preso hubiera podidocometer malas acciones sin reflexionar; enton­

ces tiene ya una filosofía propia, la cual puederesumirse en estas palabras de Zola:

«¡Qué pícaros son los hombres honrados!"

Sábese en qué horribles proporciones cre­cen los atentados al pudor en todo el mundocivilizado. Muchas son las causas que contri­

buyen á este crecimiento, pero la influenciapestilente de las prisiones ocupa el. primer lu­gar. La perturbación provocada en la sociedadpor el régimen de la detención, es en este sen­tido más profunda que en ningún otro.

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Inútil resulta extenderse en el asunto. En

lo que á prisiones de ninos respecta (la deLyón, por ejemplo), puede decirse que dia ynoche la vida de aquellos desgraciados estáimpregnada de una atmósfera de depravación.Lo propio ocurre con las prisiones de adultos.Los hechos que observamos durante nuestro<cautiverio, exceden á cuanto pudiera idear laimaginación más depravada. Es necesario ha­ber estado mucho tiempo preso y haber escu'"chado las confidencias de los otros reclusos

para saber á qué estado de espíritu puede llegar'un detenido. Todos los directores de prisiónsaben que las cárceles centrales son las cunasde las más sorprendentes infracciones de lasleyes de la naturaleza. Y se incurre en ungrave error al creer que una reclusión comple­ta del individuo en el régimen celular, puedemejorar tal situación. Es una perversión deespíritu la causa de estos hechos; y la celda esel medio mejor para dar aquella tendencia á laimaginación.

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) tomamo, en eon,ideración las varias ;n­fluen4ias de la prisión ,obre el prisionero, dc­

berno~ convenir en que, una á una, y todasjuntc~s lo mismo, obran de manera que cadavez ~ornan menos propio para la vida en socie­dad jaL hombre que ha estado algÚn tiempoI

detepido. Por otra parte, ninguna de estasinflqencias obra en el sentide de educar lasfam,Utadcs intelectuales y morales del hombre,de .~onducirlo á una concepciÓn superior de lavida, de hacerle mejor que era al ser detenido.

La prisiÓn no mejora á los presos; en cam­bio, segÚn hemos visto, no impide que, los deno­minados crímenes, se cometan: testigos, los rein­cidentes. No responde, pues, á ninguno de losfines que se propone.

Hé ahí el por qué de la pregunta: «¿Qué

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hacer con los que desconccen la ley, no la leyescrita, que no es otra cosa que una triste he­rencia de un pasado triste, sino la que trata delos principios de moralidad grabados en el co­razón de todos?»·

y esa es fa pregunta á que nuestro sig~o hade contestar. 1

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Hubo un tiempo en que la medicina 1ra el

arte de administrar algunas drogas á ti4ntas,descubiertas por algunos experimentos. L~s en­fermos que caían en manos de los médico~ que

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administraban aquellas drogas, podían m1rir ósanar á pesar de ellos; pero el médico tení~ en­tonces una excusa: hacía lo que todos. No s~

podía exigir de él que superase á sus conterppo­ráneos.

Pero nuestro siglo, apoderándose de cue~tio­nes apenas entrevistas en otro tiempo, ha\to­mado la medicina en otro sentido. En lugar ,decurar' las enfermedades, la medicina actualtrata de evitarlas. Y todos nosotros conocemoslos inmensos resultados obtenidos de este modo.

La higiene es el mejor de los médicos.Pues bien, lo propio hemos de hacer en lo

qne atane á ese fenómeno social que aun sellama Crimen, pero que nuestros hijos llamarán

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Enfermedad Social. Evitar esta enfermedad

será la mejor de las curaciones. Y la conclu­sión esta, se ha hecho ya el ideal de una escue­la que se ocupa en cuestiones de ese género.

Esta escuela, moderna, tiene ya toda una

literatura. En sus filas militan los jóvenes cri­minalistas italianos Poletti, Ferri, Colajanni y,hasta cierto punto, Lombroso; tenemos por otraparte, esa gran escuela de psicópatas, en laque figuran Griesinger y Kraft-Ebbing en Ale­mania, Despine en Francia y Mansdley en In­glaterra; contamos con sociólogos como Quete­let y sus discipulos, desgraciadamente poconumerosos, y finalmente, hay, por una parte,las modernas escuelas de psicología relativa alindivíduo, y por otra las escuelas socíalistasrelativas á la sociedad.

En los trabajos publicados por esos innova­dores, tenemos ya todos los elementos necesa­rios para tomar una posición nueva respecto áaquellos á quienes la sociedad vilmente deca­pitara, ahorcara ó apresara hasta la fecha.

Tres grandes series de causas trabajan cons­tantemente para producir los actos antisociales,llamados crímenes: las causas sociales, las cau­sas antropológicas, las causas físicas.

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Comienzo por estas Últimas, que son lasmenos comunes, y cuya influencia es incontes­table.

Cuando se ve cómo un amigo lleva al correouna carta en cuyo sobre no ha puesto la direc­eión, dícese uno que aquello es un accidente, unhecho imprevisto. Pues, bien, ciudadanas yciudadanos; esos accidentes, ese hecho impre­visto, se repiten en las humanas socied!' des conla misma regularidad que los actos fáciles deprever. El número de cartas expedidas sin se­nas se reproduce de afto en ano con una regu­laridad sorprendente. Podrá ese nÚmero variarde un ano Ú otro. Pero, si es, supongamos, demil en una población de muchos millones dehabitantes, no será de dos mil, ni de ochocien­tos, el ano próximo. Continuará siendo siemprede cerca de mil, con variación de algunas de­cenas. Los informes anuales de la oficina de

correos de Londres son sorprendentes bajo esteaspecto. Allí ",e repite todo, hasta el nÚmero debilletes de Banco arrojados por los buzones envez d.e cartas. ¡Ved qne caprichoso elementoes el olvido! Y sin embargo, este elemento estásometido á leyes tan rigorosas como las quedescubrimos en los movimientos de los pla­netas.

Lo propio ocurre con los asesinatos que se

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cometen de un año á otro. Con las estadísticas

de los años anteriores á la vista., de antemanopuede predecirse el número de asesinatos quese registrarán en el transcurso del año siguien­te, en cualquier país europeo, con una sorpren­dente exactitud. Y, si se toman en considera­ción las causas perturbadoras, unas de lascuales aumentan, mientras las ótras disminu­yen las cifras, puede predecirse el número deasesinatos que han de cometerse, unidades másó menos.

Hace algunos años, en 1884, La Naturale­za, de Londres, publicó un trabajo de S. A. Hill,acerca del número de actos de víolencia y desuicidios en las Indias inglesas. Todo el mundosabe que cuando hace mucho calor, y á la vezes húmedo el aire, el sér humano se halla másnervioso que en cualquier otra ocasión. Puesbien, en la India, donde la temperatura es ex­cesivamente calurosa en verano, y donde elcal(lr va ordinariamente acompañado de granhumedad, la influencia enervante de la atmós­fera se hace sentir mucho más que en nuestraslatitudes. MI'. Hill tomó las cifras de actos de

violencia cometidos, mes por mes, en una largaserie de años, y examinó la influencia de latemperatura y de la humedad valiéndose deestas cifras. Por un procedimiento matemático

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muy sencillo, hasta pudo calcular una fórmulaque á cualquiera permite predecir el númerode crímenes, con sólo consultar el termómetroy el higrómetro, el instrumento que mide lahúmedad. 'rómese la temperatura media delmes y multiplíquese por 7, agréguese al pro­ducto la humedad media, y multiplíquese lasuma por 2; el resultado será el número deasesinatos cometidos en el mes.

Puede hacerse lo propio para saber los sui­cidios.

Semejantes cálculos deben parecer muy ex­traños á los que todavía están de parte de losprejuicios legados por las religiones. Mas parala ciencia moderna, que sabe que los actospsicológicos dependen absolutamente de lascausas físicas, tales cálculos nada tienen ni desorprendentes ni de dudosos. Por otra pa,rte,los que por experiencia conozcan la influenciaenervante del calor, comprenderán perfecta­mente por qué el indio, en un calor tropical y,húmedo, saca pronto el cuchillo para acabaruna disputa, y por qué, cuando se halla disgus­tado de la vida, se apresura á suicidarse.

La influencia de las causas físicas en nues­

tros actos, hállase muy lejos de haber sido com­pletamente analizada. Y, sin embárgo, escosa muy conocida, que los actos de violencia

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contra personas predominan en verano, mien­tras que en invierno son más los actos violentoscontra la propiedad.

Cuando se examinan las curvas trazadas

por el doctor E. Ferri, y se ve la de los actosde violencia, subiendo y bajando con la curvade la temperatura, sig'uiéndola en todas susvueltas, siéntese uno vivamente impresionadopor la similitud de las dos curvas, y se com­prende hasta qué punto es el hombre una má­quina. El ser humano, que hace, alarde de sulibre árbitro, depende de la temperatura, delviento y de la lluvia, como todo sér orgánico ..

Evidente es que tales investigaciones há­llanse erizadas de dificultades. Los efectos de

las causas físicas son siempre muy complicados.Así, cuando el número de «delitos» sube y bajacon la cosecha de trigo ó de vino, las influen­cias físicas no obran sino indirectamente, pormedio de las causas sociales.¿,Quién sospecha­rá, pues, de estas influencias? Cuando es eltiempo bueno y abundante la cdsecha, cuandolos lugarenos cstán contentos, indudable es quese sentirán menos impulsados á ventilar susrencillas á punaladas; mientras que si es eltiempo pesado y la cosecha mala, lo cual tornaal lugareno menos tratable, las disputas toma­rán indudablemente un carácter más violento.

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:Meparece, por otrn parte, que las mujeres, queconstantemente tienen ocasión de observar el

buello y el mal humor de sus maridos, podríandecirnos algo acerca de las relaciones entre elbueno ó mal humor y el bueno ó mal tiempo.

Las causas fisiológicas, las que dependen dela estructura del cerebro y de los órganos di­gestivos, asi como del estado del sistema ner­vioso del hombre, son ciertamente más impor­tantes que las causas fisicas. Y mucho se hahablado de ellas en estos Últimos tiempos.

La infiuencia de las capacidades heredadaspor el hombre de sus padres y la de su organi­zación física sobre sus actos, fueron, no hitmucho, objeto de investigaciones tan profundas,que hoy podemos formamos una idea bastantejusta de este conjunto de causas. Cierto que nopodemos aceptar las conclusiones de la escuelacriminalista italiana, que de estas cuestiones seha ocupado; que no podemos admitir las conclu­siones del doctor Lombroso, uno de los más co­nocidos representantes de la escuela, especial­mente aquellas á que llegara en su obra sobreel Aumento de la Criminalidad, publicada en1879. Pero podemos tomar de ellas los hechos,

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reservándonos el derecho de interpretarlos ánuestro modo.

Cuando Lombroso nos demuestra que la ma·yoría de los habitantes de nuestras prisionestienen algún defecto en la organización del ce­rebro, nosotros no podemos hacer otra cosa queinclínarnos ante tal afirmación. Trátase de un

hecho; nada más que de un hecho. Hasta noshallamos dispuestos á creer cuando afirma quela mayoría ·le los habitantes de las prisionestienen los brazos algo más largos que el restode los hombres. Y aun cuando demuestra quelos asesinatos más brutales fueron cometidos

por individuos que tenian alg'Ún vicio serio enla estructura de su cerebro, es esta una afir­mación que la observación confirma.

Mas, 12uando Lombroso quiere deducir deestos hechos conclusiol1es á las que no puedeprestar autoridad; cuando, por ejemplo, afirmaque la sociedad tiene el derecho de tomar me­didas contra los que enciertan tales defectos

de organización, negámonos á irn,itarle. La so­ciedad no tiene ningún derecho que le .permitaexterminar á los que cuentan con un cerebroenfermo, ni reducir á prisión á los que tenganlos brazos algo más largos de lo ordinario.

De buen grado admitimos que los que hancometido actos. atroces, actos de aquellos que

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por instantes perturban la conciencia de toda.la humanidad, fueron casi idiotas. La cabezade Frey, por ejemplo, que dió hace algún tiem­po, la vuelta á toda la prensa, es una pruebasorprendente de lo dicho. Pero todos los idiotasno son asesinos. Y pienso que el más rabioso delos criminales de la escuela de Lombroso re­

trocederia ante la ejeeueión en junto de todoslos idiotas que hay en el mundo. ¡Cuántos deellos están libres" unos vigilados y otros vigi­lando! ¡En cuántas familias, en cuántos pala­cios, sin hablar de las easas de curación, noencontramos idiotas que ofreeen los mismosrasgos de organización que Lombroso considera,caraeterísticos de la «locura eriminal»! Toda,

la diferencia entre estos y los que fueran entre­gados al verdugo, no es sino la diferencia, delas condiciones en que vivieran. Las enferme­dades del cerebro pueden ciertamente favore­cer el desarrollo de una inclinación al asesina­

to. Pero este no es obligado. Todo dependeráde las circunstancias en que sea colocado ,elindividuo que sufre una enfermedad eerebral.Frey murió guillotinado, porque toda una seriede circunstancias le impulsaron hacia el cri­men. Cualquier otro idiota morirá rodeado desu familia, porque en su vida no se le empujónunca hacia el asesinato,

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Nos negamos, pues, á aceptar las conclu­siones de Lombroso y de sus discípulos. Peroreconocemos que, popularizando este género deindagaciones, prestó un inmenso servicio. Por­que para todo hombre inteligente resulta, dehechos que acumula;á, que la mayoría de losque 'fueron tratados. como criminales, no sonsino seres á quienes aqueja 'una enfermedad, yá los que, por lo tanto, es necesario intentarcurar prodigandoles los m~jores cuidados, enlugar de llevarlos á la prisión, donde su enfer­medad no hará otra cosa que aumentar en gra­vedad.

Mencionaréaúnlas investigaciones deMansd­ley sobre la «responsabilidad en la locura».También caben aquí muchas observaciones que,hacer en cuanto á las conclusiones del autor;conclusiones que no valen lo que los hechos.Mas no puede leerse la citada obra sin dedu­cir que la mayoría de los hasta hoy condena­dos por actos de violencia, fueron sencilla­mente hombres á quienes aquejaba una en­fermedad cerebral más ó menos grave; casitodos de anemia del cerebro, no de plétora,como me decía Elíseo Reclus no hace mucho,en el momento de separarme de él para venirá esta conferencia. Sí, de anemia, resultantede la carencia de alimentación. «El loco ideal

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creado por la ley», dice Mansdley, el unicoque la, ley reconoce irresponsable no existe,como no existe el «criminal ideal» que la leye;J,stiga. Entre uno y otro hay una inmensaserie de gradaciones insensibles, que hacen queUIIOS se toquen, se confundan. ¡Yesos seres sonconducidos á la prisión, donde se agrava suenfermedadl

Hasta la fecha, las instituciones penales,

tan queridas de los legistas y de los jacobinos,no I'ueron ma.s que un compromiso entre la an­tigua idea bíblica de venganza, la idea de laEdad Media, que atribuía todas la" majas ac­

CÍones á una mala voluntad, á un diablo, queimpulsaba al crimen, y la idea de los modernoslegistas, la idea de anular y de evitar lo quellaman crimen por medio del castigo.

Pero seguro estoy de que no se halla lejosel tiempo en que las ideas que inspiraron Grie­singer, Kraft-Ebburg y Despine se hagan deldominio público; y entonces nos avergonzare­mos de haber permitido por espacio de tanto

tiempo que los condenados fueran pues.tos enmanos del verdugo y en las del carcelero. Silos concienzudos trabajos de aquellos escritores

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fueran mlts conocidos, todos comprenderíamosmuy pronto que los seres á quienes se en.vía ála prisión, '.á quienes se condena á muerte, son,seres humanos que necesitaban un tratamientofraternal.

Cierto que no proponemos construir casas11e curación en vez de cárceles y presidios;¡Lejos de mí tal idea! La casa de .,curación esuna nueva prisión. Lejos de mí la idea lanzadade cuando en cuando por los se:l1ores filántro­pos que proponen conservar la prisión peroconfiándosela á médicos y pedagogos. Los pri­sioneros serían todavía más desgraciados; sal­drían de aquellas casas más quebrantados que,de las prisiones que hoy conocemos.

Lo que los presos de hoy no han encontradoen la sociedad actual es sencillamente una ma­

no fraternal que les ayudara desdE-'la infanciaá desarrollar las facultades superiores del cora­zón y de la inteligencia, facultades cuyo des­arrollo natural fuera estorbado en ellos, bienpor un defecto de organización, anemía delcerebro ó enfermedad del corazón, del hígadoó del estómago, bien por las execrables condi­dones sociales que actualmente se imponen ámillones de seres humanos. Pero estas facqlta­

des superiores del corazón y de la inteligen~iano pueden ser ejercitadas si el hombre se halla

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privado de libertad, si no puede obrar como­guste, si no sufre las multiples influencias de lasociedad humana.

La prisión pedagógica, la casa de salud, se~rían infinitamente peores que las cárceles ypresidios de hoy. La fraternidad humana y lalibertad son los únicos correctivo s que hay queoponer á las enfermedades del organísmo hu­mano.

La fraternidad humana y la libertad son losúnicos correctivos que hay que oponer á lasenfermedades del organismo humano que con­

ducen á lo que se llama crimen.Tomad aparte á ese hombre, el cual ha co­

metido un acto de violencia contra uno de sus

semejantes. El juez, ese maniático, pervertidopor el estudio del Derecho romano, se apoderade él y se apresura á condenarle: Y le envía ála prisión. Sin embargo, si analizáis las causasque impulsaron al condenado á cometer aquelacto de violencia, veréis (como lo notó Griesin­ger) que el acto de violencia tuvo sus causas,y que estas causas trabajaban hacía muchotiempo, bastante antes de que aquel hombrecometiera el acto .en cuestión. Ya en su vida

anterior se traslucia cierta anomalía nerviosa,un exceso de irritabilidad: tan pronto, por unabagatela, expresaba con calor sus sentimientos,.

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como se desesperaba á causa de una pena mí­níma, como se enfurecía á la menor contrarie­<lado Pero esta irritabilidad era á su vez cau­

sada por una enfermedad cualquiera: una en­fermedad del cerebro, del corazón ó del hígado,con frecuencia heredada de sus padres. Y, des­graciadamente, nunca hubo nadie que dieramejor direcciÓn á la impresionabilidad de aquelhombre. En mejores condiciones, hubiera podi­do ser un artista, un poeta ó un propagandistaceloso. Pero, falto de aquellas influencias, enun medio desfavorable, se hizo lo que se llamaun criminaL

Más aún. Si cada uno de nosotros se some­

tiera á sí mismo á un severo análisis, vería queen ocasiones pasaron por su cerebro, rápidoscomo el relámpago, gérmenes de ideas, queconstituían, no obstante, aquellas mismas ideasque impulsan al hombre á cometer actos que pnsu interior reconoce malos.

Muchos de nosotros habremos repudiadoesas ideas en cuanto nacieron. Pero, si hubie­sen hallado un medio propicio en las circuns­tancias exteriores; si otras pasiones más socia­bles y, sin embargo, bellas, tales como el amor,la compasión, el espiritu de fraternidad, nohubieran estado allí para apagar los resplando­res del pensamiento egoísta y brutal, esos re-

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lámpagos, á fuerza de repetirse, hubieran aca­bado por conducir al hombre á un acto de bru­talidad.

Los criminalistas gustan mucho de hablarhoy de criminalidad hereditaria; y los hechoscitados en prueba de este aserto (por Thompson,en un periódico inglés de Ciencia mental, hacia1870), son verdaderamente extraordinarios.Pero, veamos. ¿Qué es lo que puede heredarsede padres criminales?

¿Sería acaso un chichón de eriminalídad?Absurdo fuera afirmarlo. Lo que se hereda esuna carencia de voluntad, cierta debilidad de

aqudla parte del cerebro que analiza nuestrasacciones, ó bien pasiones violentas, ó bien ca­riño á lo arriesgado, ó bien una Tanidad más ómenos excesiva. La vanidad) por ejemplo, com­binada con el carifio á lo arriesgado, es un rasgomuy común en las prisiones. Pero la vanidadtiene campos muy variados para explayarse.Puede producir un criminal, como Napoleón óel asesino Frey. Pero si se halla asociada áotras pasiones de orden más elevado, tambiénpuede producir hombre!'! de talel1to; y, lo que

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6e aún más importante, la vanidad desaparecebajo el examen de una inteligencia bien desa­rrollada. Los necios son 10B únicos vanidosos.

En cuanto al carillo á lo arriesgado, quees uno de los rasgos distintivos de los que sonjuzgados por malas acciones de gran importan­cia, tal carillo, bien encaminado por las influen~cias exteriores, tórnase una fuente benéfica parala sociedad. Él impulsa á los hombres :á, los via­jes lejanos, á las empresas peligrosas. ¡Cuántosde los que hoy pueblan nuestras prisiones hu­bieran hecho grandes descubrimientos ó explo­raciones peZig1·o.~as, si su cerebro, armado deconocimientos científicos, les hubiera podidoabrir más vastos horizontes que los que se abrenante el nmo cuando habita uno de nuestros es­

trechos callejones y recibe por toda instrucciónel inútil bagaje de nuestras actuales escuelas!

El cristianismo trataba de ahogar las malaspasiones. La sociedad futura, Fourier lo ha­bia previsto, les utilizará dándoles un vastocampo de actividad.

¡Cuántas buenas pasiones no se encontra­rian en la población actual de las cárceles y

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presidios, si fraternales relaciones, sólo frater­nales relaciones, las despertasen! El doctorCampbell, que durante treinta afios fué médicoen varias prisiones inglesas, nos dice: «Tratán­do á los prisioneros con dulzura y con tanta

consideraQi~n como si fuesen delicadas señoras,siempre rehiaria el orden mas completo cn elhóspital»« ... Hasta los prisioneros más groser08

me sorprendían por los cuidados que á los en­fermos prodigaban» 0: ••• Se podría cree;rque suscostumbres desordenadas y sct vida accidentada

les han vuelto duros é indiferentes. Mas, á pe­sar de eso, han conservado un vivo sentimientodel bien y del mal» y otras personas honradasconfirman lo que dice el doctor Campbell.

Pero el secreto de esto es sencillísimo. El

enfermero del hospital-me refiero al enferme­ro ocasional que aun no se ha hecho funciona­rio-tiene ocasión de ejercitar sus buenos sen­

timientos, tiene ocasión de compadecerse, y enel hospital goza de una libertad que desconocenlos otros presos. Además, aquellos de que ha­bla Campbell se hallaban bajo la influencia deaquel hombre excelente, y no bajo la de policí­as retirados.

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IV

En una palabra, las causas fisiológicas, delas que tanto hemos hablado en estos últimostiempos, no son de las que menos contribuyená hacer que el individuo sea conducido á la pri­sión. Pero estas no son causas de criminalidad

propiamente dicha, como tratan de hacerlo creerlos criminalistas de la escuela de Lombroso.

Estas causas, mejor dicho" estas afeccionesdel cerehro, del corazón, del higado, del siste­ma cerebro-espinal, etc., trabajan constante­mente en todos nosotros. La inmensa mayoriade los seres humanos tienen alguna de las en­fermedades mencionadas, pero estas enferme­dades no llevan al hombre á cometer un actoantisocial sino cuando circunstancias exteriores

dan ese giro mórbido al carácter.Las prisiones no curan las afecciones fisio-

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lógicas; lo que hacen es agravarlas. Y cuandouno de tales enfermos sale de la cárcel ó del

presidio, es aun menos propio para. la vida ensociedad que cuando entrara; siéntese todavíamás inclinado á cometer actos antisociales. Para

impedir tal efecto será necesario aligerarle detodo el dalia que causara la prisión; borrar todala masa de cualidades antisociales que] e incul­cara el presidio. Todo esto puede hacerse, puedeintentarse al menos. Mas entoncefil, ¿por qué co­menzar por volver al hombre peor que era, si,andando el tiempo, ha de ser necesario destruirla influencia de la prisión?

Pero si las causas físicas ejercen tan pode­rosa influencia sobre nuestros actos, si nuestraorganización fisiológica es con frecuencia lacausa de los actos antisociales que cometemos,¡cuánto más poderosas no son las causas 8ocia­

ll!-8, de las que ahora voy á hablar!

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Los que los romanos de la decadencia lla­maban bárbaros, tenían una excelente costum­bre. Cada grupo, cada comunidad, era respon­sable ante las otras de los actos antisocialcs

cometidos por uno de sus individuos.

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y tan plausible costumbre desapareeió, comodesaparecen otras tan buenas y mejores. Elindividualismo ilimitado ha sustituído al comu­

.nismo de la antiguedad franco-sajona. Perovol veremos á él. Y otra vez los espíritus másinteligentes de nuestro siglo-trabajadores ypensadores-proclaman en voz alta que la so­ciedad entera es responsa.ble de todo acto anti­social en su seno cometido. 'renemos nuestra

parte de glor..ia en los actos y las produccionesde nuestros héroes y de nuestros genios. La te­nemos también en los actos de nuestros ase­sinos.

De ailo en afio, millares de niños (;recen enla suciedad moral y material de nuestras ciu­

dades, entre una población desmoralizada porla vida al día, frente á podredumbres y hol­ganza, junto á la lujuria que inunda nuestrasgrandes poblaciones.

No saben lo que es la casa paterna: su casa

es hoy una covacha, la, calle mailana. Entranen la vida sin conocer un empleo razonable desus jóvenes fuerzas. El hijo del salvaje aprendeá cazar alIado de su padre; su hija aprende ámantener en orden la mísera cabafia. Nada de

esto hay para, el hijo del proletario que vive en

el arroyo. Por la mafiana, el padre y la madresalen de la covacha en busca de trabajo. El

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nifio queda en la calle; no aprende ningúnofi­cio; y si va á la escuela, en ella no le ensenannada útil.

No está mal que los que habitan en buenascasas, en palacios, griten contra la embriaguez.Mas yo les diría:

-Si vuestros hijos, senores, crecieran enlas círcunstancias que rodean al hijo del pobre,¡cuántos de ellos no sabrian salir de la taberna!

Cuando vemos crecer de este modo la po­blación infantil de las grandes ciudades, sola­mente una cosa nos admira: que tan pocos deaquellos nmos se hagan ladrones y asesinos. Loque nos sorprende es la profundidad de los sen­timientos sociales de la humanidad de nuestro

siglo, la hombría de bien que reina en el calle­jón más asqueroso. Sin eso, el nÚmero de losaue declaran la guerra á las instituciones so­ciales sería mucho mayor. Sin esa hombria debien, sin esa aversión á la violencia, no que­daría piedra sobre piedra de lo suntuosos pala­cios de nuestras ciudades.

Y, del otro lado de la escala, ¿qué ve elnifio que crece en el arroyo? Un lujo inimagi­nable, insensato, estúpido. Todo-esos almace­nes lujosos, esa literatura que no cesa de ha­blar de riqueza y de lujo, ese culto del dinero-todo tiende á desarrollar la sed de riqueza,

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el amor al lujo vanidoso, la pasión de vivir ácosta de los otros, á destrozar el producto deltrabajo de los demás.

Cuando hay barrios enteros en los que cadacasa le recuerda á uno que el hombre continúasiendo animal, aun cuando oculte su animalidadbajo cierto aspecto, cuando el lema es « ¡Enri­queceos! ¡aplastad cuanto encontréis á vuestropaso, buscad dinero por todo los medios, ex­cepto por el que conduce ante un tribunal!»cuando todos, del obrero al artesano, oyen de­cir todos los dias, que el ideal es hacer traba­jar á 108 demás y pasar la vida holgando; cuan­do el trabajo manual es despreciado, hasta elpunto de que nuestras clases directoras prefie­ren hacer gimnasia á tomar en la mano unasierra ó una pala; cuando la mano callosa esconsiderada senal de inferioridad, y lln traje deseda significa superioridad; cuando, pór último,la literatura sólo sabe desarrollar el culto de la

riqueza y predicar el desprecio al «utopista» yal sonador que la desdefia; cuando tantas cau­sas trabajan para inculcarnos instintos malsa­nos, ¿quién es capaz de hablar de herencia? Lasociedad mLma fabrica á diario esos seres in­

capaces de llevar una vida honrada de trabajo,esos seres imbuidos de sentimientos antisociales.

y hasta los glorifica cuando sus crímenes se

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ven coronados por el éxito, enviándoles al ca­dalso Ó á presidio cuando lo hicieron mal.

Hé ahi las verdaderas causas de los actosantisociales en la sociedad.

Cuando la revolución haya completamentemodificado las relaciones del capital y del tra­

bajo; cuando no haya ociosos y todos trabaje­mos, según nuestras inclinaciones, en provechode la comunidad; cuando el niflo haya sido en­sefiado á trabajar con sus brazos, á amar altrabajo manual, mientras su cerebro y su cora­zón adquieran el normal desarrollo, no nece­sitaremos ni prisiones, ni verdugos, ni jueces.

El hombre es un resultado del medio en que

crece y pasa la vida. Acostúmbrese al trabajodesde su infancia; acostúmbrese á considerarsecomo una parte de la· humanidad; acostúmbreseá comprender que en esa inmensa familia no se

puede hacer mal á nadie sin sentir uno mismolos resultados de su acción; que el amor á los

grandes goces-los más grandes y duraderos­que nos procuran el art0 y la ciencia sean paraél una necesidad, y segurisimos estad de queentonces habrá muy pocos casos en los que lasleyes de moralidad, inscritas en el corazón detodos, sean violadas.

Las dos terceras partes de los hombres hoy

condenados como criminales, cometiero~ aten-

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tados contra la propi8dad. Estos desapareceráncon la propiedad individual. En cuanto á losactos de violencia contra las personas, ya vandisminuyendo conforme aumenta la sociabili­dad, y desaparecerán cuando nos las hayamoscon las causas en vez de habérnoslas con losefectos.

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L.~8 PRISIONEI 63

Cierto es que en cada sociedad, por bienorganizada que sea, habrá algunos individuosde pasiones más intensas, y que esos indivi­duos se verán de cuando en cuando impulsadosá cometer actos antisociales.

Mas esto puede impedirse, dando mejor di­rección á aquellas pasiones.

En la actualidad vivimos demasi&.do aisla­

dos. El individualismo propietario-esa mura­lla del indivíduo contra el Estado-nos ha con­

ducido á un individualismo egoísta en todasnuestras mutuas relaciones. Apenas nos cono­cemos; nonos encontramos sino ocasionalmen­te; nuestros puntos de contacto son excesiva­mente raros.

Pero hemos visto en la historia, y seguimosviéndolos, ejemplos de una vida común más

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íntimamente ligada. La «familia compuesta" 7

en China 7 y las comunidades agrarias, sonejemplos en apoyo de lo dicho. Allí, los hom­bres se conocen unos á otros. Por la fuerza de

las cosas, se ven obligados á ayudarse mutua­mente en los órdenes moral y material.

La vieja familia, basada en la comunidadde origen, desaparece. En esta familia, loshombres se verán obligados á conocerse, y ayu-·darse, á apoyarse moralmente en toda ocasiÓn,y este apoyo neutro bastará para impedir htmasa de actos antisociales que hoy se cometen.

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-y sin embargo-se nos dirá-quedaransiempre individuos-enfermos si queréis-queserán un peligro constante para la sociedad.¿No sería bueno desembarazarse de ellos de unmodo ó de otro, ó por lo menos impedir queperjudiquen á los demás?

Ninguna sociedad, por poco inteligente quesea conciliará este absurdo. Y hé aquí por qué:

Antiguamente, los alienados eran conside­rados como seres parecidos al demonio, y seles. trataba como tÍ tales. Se les tenia encade­

nados en lóbregos sótanos, en argollas adheri-

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das á la pared, cual si se tratase de teras. VinoPlinel, un hijo de la Gran Revolución, y seatrevió á quitarles las cadenas y aun de tratar­les como á hermanos. ~¡OS devorarán! »-gri­tábanle los guardianes. Pero Plillel se atrevió.

y los que todos creían fieras, agrupáronse entorno de Plinel, á quien probaron con su acti­tud que habia tenido razón al suponer que enellos dominaba la parte mejor de la naturalezahumana, aun cuando la inteligencia estuviesellena de sombras, efecto de la enfermedad.

En lo sucesivo, la causa de la humanidadtríunfó en toda la línea: se cesó de encadenará los alienados.

Desaparecieron las cadenas. Pero los asilos-esa otra forma de prisiones-supsistieron; ydentro de aquellos asilos se desarrolló un siste­ma tan malo como el de las cadenas.

Entonces, los aldeanos-sí, los aldeanos delpueblecillo belga de Gheel, y no los médicos­hablaron cosa mejor. Dijeron-« Enviadnosvuestros alienados; les daremos libertad abso­luta.» Y les hicieron formar parte de sus fami­lias; les dieron un sitio en sus mesas, una he­rramienta con que trabajar en sus tierras, y lesdejaron tomar parte en los bailes campestresde la juventud de aquellos lugares. «¡Comed,trabajad, bailad con nosotros! ¡corred por los

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campos, sed libres!» Este era todo el sistema,toda la ciencia del aldéano belga.

y la libertad hizo el milagro. Aun aquellosque tenían una lesión incurable tornábanse dul­ces, tratables, miembros de la familia como losdemás. El cerebro enfermo trabajaba de unmodo anormal; pero el corazón era el corazónde los otros seres humanos (1).

Se oyó la palabra «milagTO»; se atribuye­ron las curaciones á un santo, á una virgen.Pero esta virgen era la libertad; este santo. erael trabajo de los campos, el tratamiento fra­ternal.

El sistema tiene discípulos. En Edimburgose me dió el placer de presentarme al doctorl\:Iitahell, un hombre que ha dado su vida poraplicar el mismo régimen libertario á los alie­nadas de Escocia. Tuvo que vencer prejuicios;se luchó contra él, empleando los mismos argu­mentos que hoy se emplean contra nosotros;pero él venció. En 1886, ,unos 2.200 allenadosescoceses gozaban de libertad, hallándose esta­blecidos en familias privadas, y comisiones desabios, que habíanle estudiado, elogiaban el sis-

(1) Hablo aquí de hace tiempo; en la actualidad, el trata­miento de los alienados en Gheelse ha hecho profesión; y¿qué puede haber de bueno en una profesión?·

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tema. iYa lo veo! Ninguna medicina fuera ca .•paz de competir con la libertad, con el trabajolibre, con el tratamiento fraternal.

En uno de los límites del inmenso «espacioentre la enfermedad mental y el crimen", deque Mansdley nos habla, la líbertad y el trata~miento fraternal hicieron un milagro. Lo pro­pio harán en el otro límite; en el que se colocaactualmente el crimen.

La prisión Ha tiene razón de ser. Y todoslos que aquí estáis, sentis lo mismo que yo; por­-que si á los padres y á las madres que veo pre­guntara quién suena para su hijo un porvenirde carcelero, ni una sola voz me respondería.Dualesquiera que sea el sueno del padre y dela madre, no llegarán á desear para su hijo una,colocación de guardián de presos, de verdugo ...

y en ese desprecio está la condenación ab­soluta del sistema de las prisiones y de la pena,de muerte.

En la actualidad, la prisión eB posible por­que, en nuestra sociedad abyecta, el juez puedehacer carcelero Ó verdugo á un miserable sa­lariado. Pero si el juez hubiera de vigilar á sus

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condenados, si hubiera él de matar á los quemanda aplicar quitar la vida, seguros estad de.que esos mismos jueces encontrarían las prisio­nes insensatas y criminal la pena de muerte.

y esto me hace decir una palabra respectoal asesinato legal, que denominan pena capitalen su extrana jerga.

Este aSl3sinato no es sino un resto del prin­cipio bárbaro ensenado por la Biblia, con su«ojo por ojo, diente por diente». Es una cruel··dad inútil y perjudicictl para la sociedad.

En Siberia, donde millares de asesinos sehallan en libertad después de haber cumpli­do su condena-ó sin haber cumplído, porqueá millares huyen los presos en las selvas sibe­rianas-se encuentra uno tan seguro eomo enlas ealIes de una gran ciudad. En Siberia, don­

de se conoce de cerca á los asesinos, .?eneral­mente son éstos considerados la mejor clase dela población. Veréis al exasesino sirviendo decochero particular, y notaréis que la madreconfia sus hijos á un ];lombre que fuera deste­rrado por matar á otro. Cos"a de notar es queel patricida irlandés Davitt, que conoce muy áfondo las prisiones inglesas, sintió la misma im­presión. Los asesinGs que encontrara eran tanconsiderados como los hombres más respetablesen las prisiones. Y esto se explica. Hablo, evi-

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dentemente, de los que asesinaran en un mo~mento de arreba,to, ¡porque los asesinatos com­binadofJ con e! robo, son .pocas veces hijos de lapremeditación; en su mayoría son accidentales.

Por numerosª,s que sean las ejecuciones delos revolucionarios en Rusia (más de 50 desde1879), la pena de muerte no se impone en di­cha nación por los delitos de derecho común.Fué abolida hace más de un siglo; y el númerode asesinatos no es mayor en Rusia que en elresto de las naciones europeas: por el contra-

,rio, es menor. Y en ninguna parte se ha notado-que el número de asesinatos aumente cuando lapena de muerte es abolida. Luego la tal pena~s una barbarie absolutamente inútil, manteni­da por la vileza de los hombres.

Sé que todos los socialistas condenan lapena de muerte. Pero entre los revolucionariosque no son anarquistas se oye á veces hablarde ella como de un medio supremo para purifi­car la sociedad; he conocido jóvenes que sofia­ban con llegar á, ser unos Fouquier-TinvilIe dela Revolución Social, que se admiraban de an~temano hablando á un tribunal revolucionario,y pronuncIaban con gesto estudiado las clásicaspalabras:

-«Ciudadanos, pido la cabeza de Fulano.»Pues bien, para anarquista convencido, se-

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mejante papel sería repugnante. En lo que ámí se refiere, comprendo perfectamente las ven­ganzas populares; comprendo que caigan vícti­mas en la lucha; cumprendo al pueblo de Paríscuando, antes de echarse á las fronteras, ex­termina en las prisiones á los aristócratas quepreparaban con el enemigo el fin de la Revolu­ción; comprendo lo de la, Jacquerie, y al quecensurase á ese pueblo le haría esta "pregunta:

-« ¿Habéis sufrido como ellos, con ellos?Si no es así, tened, al menos) el pudor de guar­dar silencio.»

Pero el procurador de la república pidiendotranquilamente la cabeza de un ciudadano ro­deado de gendarmes, y confiando á un verdugo,pagado á tanto por operación, el cuidado decortar aquella cabeza, ese procurador es paramí tan repugnante como el procurador del r6\Y,y le digo:

-Si quieres la cabeza de ese hombre, tó­mala. Sé acusador, sé juez, si quieres; jmas sétambién verdugo! Si te limitas á pedir la cabeza,á pronunciar la sentencia; si te apropias elpapel teatral y abandonas á un miserable lafaena de la ejecución, no eres sino un ruin aris­tócrata que se considera superior al ejecutorde sus sentencias. Eres peor que el procuradordel rey, porque de nuevo introduces la des-

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igualdad, la peor de las desigualdades, despuésde haber hablado en nombre de la igualdad.

Cuando el pueblo se venga, nadie tiene de­recho á ser su juez. Sólo su concieneia pued~'juzgarla. Pero, al procurador que quiere hacerasesinar fríamente, con todo el aparato abyec­to de los tribunales, una cosa tenemos quedecirle:

-No te hagas el aristóerata. Sé verdugo,si es que quieres ser juez. ¿Hablas de igualdad?¡Pues igualdad! ¡No queremos la aristocraciadel tribunal junto á la plebe del cadalso!

Resumo. La prisión no impide que los actosantisociales se produzcan; por el contrario, au­menta su número. No mejora á los que van áparar á ella. Refórmesela tanto como se quiera,siempre será una privación de libertad, un me­dio ficticio como el convento, que torna al pri­sionero cada vez menos propio para la vida ensociedad. No consigue lo que se propone. Man­cha á la sociedad. Debe desaparecer.

Es un resto de barbarie, con mezcla defilantropismo jesuítico; y el primer deber de laRevolución será derribar las prisiones, esos mo-

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numentos de la hipocresía y de la vileza hu­mana.

En una sociedad de iguales, en un medio dehombres libres, todos los Gwlles trabajen paratodos, todos los cuales hayan recibido una sanaaducación y se sostengan mutuameJ?te en todaslas circunstancias de su vida, los actos antiso­dales no podrán producirse. El gran númerono tendrá razón de ser, yel resto será ahogadoen germen. En cuanto á los individuos de incli­naciones perversa~ que la l>ociedadactual noslegue, deber nuestro sérw impedir que se des­arrolleN sus malos instintos. Y si no lo conse­

guimos, el correctivo, honrado y práctico, serásiempre el trato fraternal, el sostén moral, queencontrarán de parte de todos, la libertad.Esto no es utopia; esto se hace ya con indivi­duos aislados, y esto se tornará práctica gene­ral. Y tales medios serán más poderosos quetodos los códigos, que todo el:aCtual sistema decastigos, esa fuente siempre fecunda en nuevosaetos antisociales, de nueV()$crímenes.

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EL SALAR lADO

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En sus planes r,e reconstrucción de la socie­dad, los colectivistas cometen, á nuestro enten­der, un doble error. Sin dejar de hablar delrégimen capítalista, quÍf:lierallmantener dos ins-

. tituciones que constituyen la base de este régi­mlpn: el gobierno representativo y el salariado.

En lo que respecta al gobierno mal llamadorepresentativo, muchas veces hablamos delasunto, y siempre manifestamos que parécenosimposible que hombres inteligentes-que no es­casean en el partido colectivista-puedan serpartidarios de los parlamentos nacionales ó mu­nicipales, después de cuantas lecciones la histo­ria nos ha dado á tal respecto, ya en Francia,ya en Inglatera, en Alemania, en Suiza ó enlos Estados Unidos.

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Mientras que en todas partes vemos desmo­ronarse el régimen parlamentario y mientrasqne en todas partes surge la crítica de los prin­

cipios del sistema-no sólo de las aplicaciones-¿cómo es que hombres inteligentes, llamán­dose socialistas-revolucionarios, tratan de man­tener este sistema, ya condenado á muerte?

Sabido es que tal sistema fué elaborado porla búrguesía para hacer frente á la realeza ymantener al propio tiempo, acrecentándola, sudominación sobre los trabajadores. Sabido esque, preconizándole, los burgueses nunca sos­tuvieron seriamente que un parlamento, ó unconsejo municipal, represente á la nación ó ála ciudad; los más inteligentes saben que estoes imposible. Al sostener el régimen parlamen­tario, la burguesía trata sencillamente de opo­ner un dique á la realeza, sin conceder libertadal pueblo. Se nota, además, que, á medida queel pueblo va teniendo consciencia de sus intere­sesy la variedad de estoiilintereses se multipli­ca, el sistema no puede funcionar. Así, los de­mócratas de todos los países buscan vanamentepaliativos varios, correctivosdelsistema~ Seprueba el l;efel'endum y se nota que no vale; sehabla de representación proporcional, de re­presentación de las minorías, otras utopias par­lamentarias; se desvirtúan, en una palabra,

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EL SALARlADO 75

buscando lo imposible de encontrar, es decir,una delegación que represente los millones deintereses varios de la nación; pero se ven obli­gados á reconocer que van por mal camino; yse pierde la confianza en el gobierno por dele­gación.

Los demócratas socialistas y los colectivis­tas son los únicos que no pierden esta confian­za, y que tratan de mantener la mal llamadarepresentación nacional.

y he aqui lo que no comprendemos.Si nuestros principios anarquistas no les

convienen, si los encuentran inaplicables, suobligación, en nuestro entender ,es, cuandomenos, tratar de adivinar qué otro sistema deorganización podría corresponder á una so­ciedad sin capitalistas ni propietarios. Pero,adoptar el sistema de los burgueses-sistemaque muere ya, sistema vicioso-y preconizarlecon algunas inocentes correcciones, tales comoel mandato imperativo ó el 1'eferendum, cuyainutilidad"está ya demostrada; preconizarlepara una sociedad que haya hecho su revolu­ción social, parécenos absolutamente incom-

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prensible, á menos que, con el nombre deRevolución Social se preconice algo completa­mente distinto de Revolución, es decir, cual­quier arreglo hijo del actual régimen burgués.

Lo propio está sucediendo con el salarfado;porque, después de haber proclamado la aboli­ción de la propiedad privada y de la posesiónen comÚn de los instrumentos de trabajo, ¿cómopuede preconizarse, bajo una ú otra forma, elmantenimiento del salariado? Y ésto es, no obs­tante, 10 que hacen los colectivistas cuando nospreconizan los bonos de trabajo.

Compréndese que los socialistas ingleses deprincipio de siglo pidieran la creación de losbonos de trabajo: trataban sencillamente deponer de acuerdo al trabajo y al capital; repu­diaban toda idea de llegar violentamente á lapropiedad de los capitalistas; eran tan pocorevolucionarios, que se declaraban dispuestos ásufrir hasta el régimen imperial, con tal de queéste régimen favoreciese á sus sociedades coo­perativas. En el fondo, seguían siendo burgue­ses, caritativos si se quiere; y he aquí por qué(Engels nos lo dice en su prefacio al Manifiesto

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EL SALARIADO 77

comunista de 1848) en aquella época los socia­

listas eran burgueses, mientras que los trabaja­dores avanzados eran comunistas.

Compréndese. también que, más adelante,Proudhón profesara esta idea. En su sistema mu­tualista ¿qué buscaba sino hacer al Capital me­nos ofensivo, no obstante el mantenimiento dela propiedad individual, que interiormente de­testaba, pero que creía necesaria como garan­tia para el individuo contra el Estado?

y hasta se comprende que economistas másó menos burgueses admitan los susodichos bo­nos de trabajo. Poco les importa que el obrerosea pagado en bonos de trabajo, en moneda conla efigie de la RepÚblica ó la del Impedo. Suobjeto es salvar del próximo desastre la pro­piedad individual de las casas-habitación, delsuelo, de las fábricas, cuando menos de las ca­sas-habitación y del capital necesario para laproducción fabril. Y para mantener esta pro­piedad, los bonos de trabajo no estorbarían.

Siempre que el bono de trabajo pueda sercambiado por alhajas ó carruajes lujosos, elpropietario de la casa le aceptará en pago delalquiler. Y, mientras la casa-habitación, elcampo y la fábrica pertenezcan á los burgue­ses, necesario será pagar á esos burgueses deun modo cualesquiera, para decidirles á que á

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uno le permitan trabajar en sus campos ó ensus fábricas, y vivir en .sus casas. Necesarioserá asalariar al trabajador, pagarle por sutrabajo, sea en oro, sea en billetes de Banco,sea en bonos de trabajo fáciles de cambiar portoda clase de comodidades.

Pero, ¿cómo es posible preconizar esa nue­va forma de salariado-el bono de trabajo-sise admite que la casa} el campo y las fábricasno son propiedad privada, sino que pertenecená la comunidad ó á la nación.

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II

Examinemos más detenidamente este siste­

ma de retribución del trabajo, preconizado porlos colectivistas franceses, alemanes, inglesesé italianos (1).

Se reduce aproximadamente á esto:Todo el mundo trabaja, sea en el campo,

sea en las fábricas, en las escuelas, en los hos­pitales, etc. El día de trabajo es regulado porel Estado, al que pertenecen la tierra, las fá­bricas, las vías de comunicación y todo lo de­más. Después de una jornada de faena, cada

(1) Los Ilnarquistas elSpafioles, manteniendo el nombrede colectivistas, entienden por esta palabra la posesión encomún de los instrumentos de trabajo y da libertad, paracada grupo, de repartir los productos del :trablljo como leplazca. con arreglo á los principios c.omunistas ó de otromodo.

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obrero recibe un bono de trabajo, que lleva, su­pongamos, estas ,palabras: OCHO HORASDE

TRAB¡AJO.Con este bono puede procurarse, enlos alpaacenes del Estado ó en los de las diver­sas c'Orporaciones, toda clase de mercancías.ELbono es divisible, de manera que se puedacomprar una hora de trabajo de carne, diezminutos de cerillas, media hora de tabaco. Enlugar de decir: veinte céntimos de jabón, se

dir~, después de la Rev.olución colectivista:cinco minutos de jabón.

La mayoría de los colectivistas, fieles á ladistinción establecida por los economistas bur­gueses (Carlos Marx, inclusive) entre el traba­jo especial y el trabajo simple, dicen que el tra­bajo especial óprofesional, deberá ser pagadoalgo ó mucho mejor que el trabajo simple. Así,una hora de trabajo del médieo deberá ser con­siderada equivalente á dos ó tres de trabajodel enfermero, ó bien á tres horas del cavador.

«E(ltr~bajoprofesional ó especial será un múl-i tip1e del trabajo simple», dice el colectivista

Groenlund, porque aquel género de trabajopide un aprendizaje más ó menos largo.

~ Otros colectivistas, los marxistas franceses,.por ejemplo, no hacen tal distinción; procla­man la «igualdad de salario». El médico, elmaestro de escuela y el profesor serán pagados

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EL SALARIADO 81

/1

(en bonos de trabajo) al mismo precio que elcavador.

Algunos hacen otra \'concesión: admitell que

el trabajo desagradable ó malsano, tal('j~:ino elde la limpieza de alcantarillados, debe ser pa­gado á doble precio qu.e el trabajo agradable.

Agreguemos que ciertos colectivistas admi­ten la retribución en junto, por corporaciones.Asi, una corporación diría:

-Hé ahi cien toneladas de acero. Para pro­ducirlas, cien trabajador,es hemos empleadodiez días. Habiendo trabajado diariamente ochohoras, resultan ocho mil horas de trabajo paralas cien toneladas de acero; es decir, ochohoras por tonelada.

Oído lo cual, el Estado. les daría ocho milbonos de trabajo de á una hora cada uno; bo­nos que la corporación repartiría entre losobreros-como le pareciera.

Por otra parte, habíendo cien mineros em­pleado veinte días para extraer ocho mil to~neladas de carbón, ésta resultaría á dos horasla tonelada, y los dieciséis mil bonos de unahora cada uno, recibidos por la corporación,serían repartidos entre los mineros según apre- 'ciación de la comunidad.

Si hubiera disputa, si los mineros protesta- ,ran y dijeran que la tonelada de acero no de.

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biera costar sino seis horas de trabajo,. y noocho; si elmédico quisiera cobrar doble que el

{)ufennero, el Estado inj¡iJrvendria para acab~rcon sus. disputas. '.

Tal es, en pocas palabras, la organizaciónque los colectivistas quieren hacer surgir de la

Revolución Social. Como se ve, sus principiosson: propiedad colectiva de los instrumentos detrabajo, y remuneración á cada uno segÚn eltiempo empleado en producir, teniendo en cuen­ta la producciÓn de su trabajo. En cuanto al

régimen político, seria el régimen padamenta­rio, mejorado por el cambio de gobernantes, el

mandato imperativo y el refe1'endurn, es decir,el plebiscito por si Ó por no sobre las cuestiones

que fueran sometidas á votación popular.

Digamos en primer término que este siste­

ma nos parece irrealizable ..Los colectivistas empiezan por proclamar

un principio revolucionario: la abolición de la

propiedad privada, y le niegan apenas hanacabado de proclamade, manteniendo una or­

g:ótllizaciÓn de la producción y del consumo quenace de la propiedad privada.

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EL BALARIADO 83

Proclaman un principio revolucionario y­olvido inconcebible-ignoran las consecuenciasque ha de traer un principio tan distinto delactual. Olvidan que el hecho mismo de abolirla propiedad individual de los instrumentos detrabajo (suelo, fábricas, vías de comunicación,capital), debe lanzar á la sociedad por sendasabsolutamente nuevas; que debe cambiar porcompleto la producción, así en sus medios comoen sus fines; que todas las relaciones cotidianasentre individuos 'deben ser modificadas en cuan~

to la tierra, la máquina y demás sean conside­rados propiedad comÚn.

Dicen: ,,¡E'uera la propiedad privada!" y seapresuran á mantener la propiedad privada ensus manifestaciones cotidianas. "Seréis una co­

munidad para producir. Los campos, las herra­mientas y las máquinas os pertenecerán-dicen-en comÚn. Todo cuanto está hecho, esas j'á­bricas, esos caminos de hierro, esos puertos yesas minas, es propiedad de todos. No habrádistinción en CUi),Iltoá la parte que cada uno devosotros tomara anteriormente en la construc­

ción de esas máquinas, en la apertura de esasminas, en el trazado y construcción de esos fe­rrocarriles.

"Pero, desde marrana, disfrutaréis minucío­samente acerca de la parte que hayáis de to-

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mar en la construcción de nuevas máquinas Ó

ferrocarriles, en la apertura de otras minas.Desde mañana, trataréis de saber justamentequé os tocará en la nueva producción; contaréisvuestros minutos de trabajo y cuidaréis de queun minuto del trabajo de vuestro compañero novalga más que un minuto de vuestra labor.

»Calcularéis vuestras horas y vuestros mi­nutos de trabajo; y puesto que la hora no es'una medida, puesto que en tal fábrica un tra­bajador puede emplear sus fuerzas en cuatro

oficios á la vez, mientras que en la otra sólo haydos, pesaréis la fuerza muscular, la energía.cerebral y la energía nerviosa gastadas. Cal­cularéis minuciosamente los años de aprendi­zaje, á fin de valuar exactamente la parte decada uno de vosotros en la futura producción.Todo esto, después de haber declarado que notenéis en cuenta la parte que tomara en otro­tiempo en aquellas construcciones.»

Pues bien, para nosotros, es evidente que·sí una nación ó una comunidad se procuraransemejante organización, podría subsistir unos;treinta días. Una sociedad HO puede organizarse,

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EL SALARIADO 85

sobre dos principios completamente opuestos,sobre dos principios que á cada paso se contra­d:cen. y la nación, Ó la comunidad, que seprocurara semejante organización verías e obli­gada, bien á volver á la propiedad privada, óbien á transformarse inmediatamente en socie­dad comunista.

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III

DigimoB que la mayoria de los escritorescolectivistas piden que en la sociedadsocialis­ta la retribución se haga estableciendo unadistinción entre el trabajo especial, ó profesio­nal, y el trabajo simple. Pretenden que la horade trabajo del ingeniero, del arquitecto, delmédico, debe ser contada como dos ó tres horasde trabajo del herrero, del albailíl, del enfer­mero. y la misma distinción-dicen-debe es­

tablecerse entre los trabajadores cuyo oficioexija un aprendizaje más ó menos largo, y losque no sean sino simples jornaleros.

Esto sucede en la sociedad burguesa; estoseguirá sucediendo en la sociedad colectivista.

Pues bien, establecer tal distinción, es man­tener todas las desigualdades de la ,sociedadactual. Es trazar de antemano una línea sepa-

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radora entre el trabajador y los que pretendengobernarle. Es siempre dividir la sociedad endos clases completamente distintas: la aristo­cracia del saber, por encima de la plebe de lasmanos callosas; la una sentenciada á servir ála otra; la una trabajando para la otra, que ensu vida ociosa no piensa sino en aprender ádominar á su nodriza, la clase proletaria.

Es más que esto; es tomar uno de los rasgosdistintivos de la sociedad burguesa y dar le lasanción de la Revolución Social. Es erigir enprincipio un abuso que hoy se condena en lavieja sociedad que desaparece.

Sabemos lo que ahora se nos va á respon­der. Se nos hablará de «socialismo científico».

Se citará á los economistas burgueses (Marx:inclusive) para probar que la escala de los sa­larios tiene su razón de ser, puesto que «lafuerza de trabajo» del ingeniero habrá costadomás á la sociedad que «la fuerza· de trabajo»del cavador. Porque los economistas no hantratado de probarnos que si el ingeniero esmejor pag'ado que el cavador, obedece la cosaá que los gastos «necesarios» para hacer un

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EL SALARIADO 89

ingeniero son más considerables que los preci­sos para hacer un cavador. Y sin embargo, erala mejor disculpa, una vez impuesto el trabajoingrato de probar que los productos se cambian

en proporción de las cantidades de trabajo so­cialmente necesarias á su producción. Sin eso,la teoría del vl:l,lor de 'Ricardo, que Marx seapropia, no podría tenerse en pie.

Pero sabemos igualmente á qué atenernos áese respecto. Sabemos que si el ingeníero, elsabio y el médico, son mejor pagados que eltrabajador, no es á causa de los «gastos deproducción» del trabajo de esos sefiores. Es ácausa de un monopolio de educación .. El inge­niero, el sabio y el médico explotan sencilla­mente un capital-su título-como el burguésexplota una fábrica y el noble explota sus títulosde nobleza. El grado universitario ha reempla­zado al acta de nacimiento del noble del anti­

guo régimen.En cuanto al patrono que paga al ingeniero

más que al trabajador, se hace este sencillocálculo: si el ingeniero puede economizarle cienmil francos anuales en los gastos de produc­ción, le paga con veinte mil. Y cuando tropiezacon un capataz hábil en aquello de hacer sudará los obreros, con lo que le economiza, porejemplo) diez mil francos en el trabajo manual,

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se apresura á .ofrecerle dos ó tres ¡r..il francos

anuales. Suelta mil francos si ve probabilida­des de ganar diez; que tal es la esencia delrégimen capitalista.

No se nos hable, pues, de gastos de produc­ciÓn de hi fuerza de trabajo; no se nos diga queun estudiante que pasÓ alegremente su juven­tud de universidad en universidad tiene derecha

á un salario diez veces mayor que el hijo delminero, sepultado en la mina desde la edad deonce afios. Talento valdria decir que un comer­ciante que pasara veinte afios de «aprendizaje»en una casa de comercio tiene derecho á ganarcien francos diarios y á no pagar sino cinco ácada uno de sus trabajadores.

Nadie ~alculó nunca los gastos de produc­ción de la fuerza de trabajo. Y si un holgazáncuesta mucho más á la sociedad que un buentrabajador, falta saber si, teniendo en cuentatodo-mortandad de hijos de obreros, á causade la anemia que los roe y por defunciones pre­maturas-un robusto trabajador no cuesta másá la sociedad que un artesano.

¿Se querrá que creamos, por ejemplo, queel salario de treinta sueldos que se paga á laobrera parisién, ó los seis de la aldeana auver­guesa, que pierde la vista sobre los bordados,

representan los «gastos de producciÓn» de esas

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EL SALARIADO 91

mujeres? Sabemos perfectamente que en ocasio­nes trabajan por menos, pero sabemos tambiénque lo hacen exclusivamente porque, gracias ánuestra soberbia organización, se morirían dehambre sin esos salarios irrisorios.

Para nosotros, la escala actual de salarioses un producto complejo de los impuestos, de latutela gubernamental, del acaparamiento capi­talista; del Estado y del Capital, en una pala­bra. Y porque lo sabemos, decimos que todaslas teorías de los economistas acerca de la es­

cala de salarios, fueron seguramente inventa­das para justificar las injusticias existentes.Luego no tenemos por qué hacer caso de ellas.

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IV

Tampoco dejará de decírsenos que, sin em­bargo, la 'escala colectivista de salarios serásiempre un progreso.

«-Preferible es-se nos dirá-tener una

clase de gentes pagadas algo mejor que los tra­bajadores ordinarios, á tener varios Rostchildsque se embolsen en un día lo que el trabajadorno puede ganar en un afto. Luego, con nuestrosistema, siempre se da un paso más hacia laigualdad» .

Para nosotros, este fuera un progreso á re­embolsó. Introducir en una sociedad socialista

la distinción entre el trabajo simple y el traba-

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jo profesional, sería sancionar con la Revolu­ción y erigir en principio un hecho brutal quesoportamos hoy, pero que no por eso cesamosde considerar injusto. ]1-'uera esto hacer lo quelos caballeros del 4 de Agosto de 1789, que pro­clamaban la abolición de los derechos feudales

con profusión de frases efectistas, pero que, el8 del mismo mes, sancionaban aquellos mismosderechos, imponiendo á los aldeanos grandesrescates para librarse del poder de los senores.]1'uera también hacer lo que el gobierno ruso,en tiempo de la emancipación de los siervos,cuando proclamó que la tierra pertenecería enlo sucesivo á los senores, mientras que antesera un abuso dísponer de las tierras propiedadde los siervos.

O bien, uara tomar como ejemplo un hechomás conocido, obraríamos como la Comunecuando, en 1871, decidió pagar á los miembros

del Consejo de dicha Comune q~ince francosdiarios, mientras los federales que peleaban trasde las trincheras no cobraban más que treintasueldos. Y aun hubo quien aclamó esta decisióncomo un acto de alta democt'a,cia igualitaria,cuando, en realidad, al obrar como lo hacía, laComune no tuvo otro objeto que el de sancionarla vieja desigualdad entre el funcionario y elsoldado, el gobernante y el gobernado. Seme-

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EL SALARIADO 95

jante decisión hubiera sido soberbia en un ga­binete oportunista; mas para la Comune erauna farsa. La Comune contradecía á su princi­pio revolucionario; le contradecía y le conde­naba al propio tiempo.

En la sociedad actual, cuando vemos que unFerry ó un Floquet cobran un centenar de mi­les de francos cada arlO, mientras que el traba·jador ha de contentarse con mil, ó menos; cuan­do vemos que el capataz cobra doble ó tripleque el jornalero, y que aun entre los sencillostntbajadores hay gradaciones, sentímonos in­dignados.

Condenamos todas esas gradaciones. Nosólo des;a,probamos los crecidos salarios del mi­nistro) sino que desaprobamos igualmente ladiferencia existente entre los sueldos de los

simples trabajadores. Esta dífer~ncia nos indig­na no menos que la existente entre el obreroyel ministro. La consideramos injusta y de­cimos.

«¡Abajo los privilegios de educación, asícomo los de nacimiento!»

Somos anarquistas unos, y socialistas otros,

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precisamente porqlle esos privilegios nos in­dignan.

Pero ¿cómo podríamos erigir esos privile­gios en principios? ¿Cómo proclamar q le losprivilegios de educación serán la base de unasociedad igualitaria, sin dar un terrible hacha­cho á esa misma sociedad? Lo que antes se per­mitiera, no podrá permitirse en una sociedadque tenga por base la igualdad. El generaljunto al soldado, el rico ingeniero junto al tra­bajador, el médico junto al enfermo, hechos sonque ya nos indignan. ¿Podríamos permitirlos enuna sociedad que principiara por la proclama­ción de la Igualdad?

Inútil decir que no. La conciencia popular,inspirada por el hálito igualItario, se revelaríacontra injusticia semejante; no la toleraría. ¿Aqué fin, pues, ensayarla?

Hé ahi por qué ciertos colectivistas france­ses, comprendiendo lo imposible que es mante­ner la escala de salarios en una sociedad· basa­

da en la Revolución, apresúranse hoy á procla­mar la igualdad de salarios. Pero al llegaraquí tropiezan con otras dificultades, y su igual­dad se torna una utopia tan irrealizable comola escala de los otros.

Una sociedad que se apoderara de toda lariqueza social y que procl~mara en alta voz

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que todos tienen derecho á esta riqueza-cua­lesquiera que fuese la parte que antes tomaran,en su creación-se "Vedaobligad,~,á abandonartoda idea de salariado, ya en Iti6'ii~da, ya enbonos de trabajo.

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v

«A cada cual según sus obras», dicen loscolectivistas, Ó, hablando con más propiedad,«según su parte de servicios prestados á la so­dedad». Y este principio es recomendado comobase de la sociedad, cuando la Revolución hayahecho propiedad común los instrumentos de tra­bajo y todo lo necesario á la producción.

Pues bien, si la Revolución Social tuvierala desgracia de proclamar ese principio, deten­driapor un siglo el desarrollo de la humanidad;construiría sobre arena; dejaria por resolvertodo el inmenso problema social que los siglospasados nos legaran.

Efectivamente, en una sociedad como lanuestra, en la que vemos que cuanto más tra­baja es el hombre menos retribuido, ese princi­pio puede parecer á primera vista como una

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aspiración hacia la equidad. Pero, en el fondo,no es otra cosa que la consagración de todaslas actuales injusticias. Por este principio mis­mo empezó ha tiempo el salariado, para llegar

andando los a.p.:osal estado en,q.ue.,~oy le tene­mos: á las desigualdades que indignan, á todaslas abominaciones de la sociedad actual. Y

llegó adonde ha llegado, porque, á partir del.~líaen que la sociedad comenzara á valuar enmoneda ó en cua.lesquiera otra clas,e' d~sa'lario,los servicios prestados, á partir del día en quese dijo que cada cual ten9-ría lo <;IU"e',se hicierapagar por su trabajo, toda la historia de la so­ciedad capitalista (ayudada por el Estado) sehallaba escrita de antemano; estaba c,ncerrada,en germen, en ese principio.

¿Debemos, pues, volver aLpu·nto de partiday reh:wer nuevamente la misma 'er~tl1,Crón?

Nuestros 'teóricos asi lQ desean;¿mas, porla dicha nuestra, ello es imposible:la Revolu­ción, según ya hemos hecho constar, será entodo comunista; de lo contrario, se. yería aho­gada en su sangre.

Los servicios prestados á 111 sbciedad-sea

en trabajo en las fábricas ó en el campo, ó biep.en servicios morales-no pueden ser valuados

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EL SALARTADO 101

-en lnidades monetarias. No puede haber exactamedida de su valor; ni de lo que impropiamentese llama valor de cambio, ni del valor utilita­rio. Si vemos que dos individuos trabajan du­rante anos, uno en un oficio y atraen otro, enbeneficio de la comunidad, sin temor á equivo­

carnos podemos afirmar que sus trabajos sonequivalentes. Mas no puede fracciollllrSe sulabor y decir que el producto de cadajor;nada,~de cada hora ó de cada minuto de uno vale lo

que el producto de; cada jornada, de cada horaó de cada minuto del otro.

Puede sí decirseg1'osso modo que el hombreque mientras viviera se privó del descanso 01'­

,dinario dé cada dia, dió á la sociedad muchomás que el que descansara lo conveniente ó

algo más Ó ~erlOs,de lo conveniente. Pero nopuede calcu,larse l() que hace en un par de horasy decir que su p.r0ducto vale doble que el pro­dueto de dos horas de trabajo del otro individuoy remunerarle en consecuencia. Obrar de estemodo fuera ignorar cuanto hay de complejo enla industria, la agl'icultura, en la vida enterade la sociedad actual; fuera ignorar hasta quépunto el trabajo individual es. el resultado delos trabajos anteriores y actuales de toda lasociedad. Fuera creerse en la edad de piedra,cuando vivimos en la edad del acero.

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102 P. KROPOTKINE

Efectivamente; tomad no importa qué-una:mina de carbón, por ejemplo,-y ved si hay lamenor posibilidad de medios y de valuar losservicios prestados por cada uno de los indivi­duos que trabajan en la extracción del citadomineral.

Y, examinado atentamente el trabajo decada obrero y su importancia, tratad de res­ponder á la pregunta: «¿Cuál es el que pres­ta mayor servicio en una mina? ¿,Es:el inge­niero, es el capataz, es el simple minero, ljS

el encargado de este, de aquel trabajo, el mu­chacho aquel que avisa al encargado de laextracción cuando la caja está llena, ó bien,-··como pretenden los economistas, que, á su vez,predican la retribución segÚn las obras y cal­culan esas obras á su manera,-es el propieta­rio de la mina, que comprometiera su patrimo­nio y que, probablemente en contra de todaprevisión, se limitó á decir: «Abrid un hoyoaquí mismo; encontraréis un excelente carbón?»

Todos los trabajadores contribuyen, en lamedida de sus fuerzas, de sus energías, de susaber, de su inteligencia y de su habilidad á

extraer el carbón que el patrono pesa con lavista. Y lo único que podemos decir es quetodos tienen derecho á vivi1·, á satisfacer sus ne­cesidades, hasta sus caprichos, cuando las ne-

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EL SALARIADO 103

cesidades imperiosas de todos se hallan satisfe­chas. Pero ¿cómo podríamos valúar sus obra,s'j

Además, ¿el carbón que extrajeran es real­mente obra suya'! ¿No es igualmente obra delos hombres que construyeran el camino dehierro que conduce á la mína y de los ramalesque parten de todas sus estaciones? ¿No es tam­bién la obra de los que labraran y sembmranlos campos, extrajeran el hierro, cortara,n lenaen el monte, construyeran máquinas para que­mar aquel carbón, y así sucesivamente?

No cabe distinción entre los obreros. A un

absurdo conduce el medirles por los resultados,y absurdo es fraccionarlos y medírlos por lashoras de trabajo. Queda un recurso: no medir­les, y reconocerles el derecho a la comodidadde todos los que toman parte en la produecióllo

Tomad ahora otra rama de la actividad hlil­

mana, tomad todo el conjunto de nuestra exis­tencia, y decid:

-¿Cual de nosotros puede reclamar unaretribución mayor por StIS obras? El médicoque adivinó la enfermedad, ó el enfermero qlAe

aseguró la curación con sus cuidados higiéIli··cos?

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101 P. KROPOTIUNE

¿El inventor de la primera máquina de va­por, Ó el muchacho que, cierto día, cansado detirar de la cuerda que servía en otro tiempopan>. hacer que el vapor entrara por el pistón,ató esta cuerda á la palanca de la máquina yse fué á ;jugar con sus compaííeros, sin sospe­char que había inventado el mecanismo esen­cia! de toda máquina moderna, la válvulaabriéndose de tUl modo automátíco?

¿El inventor de la locomotora, Ó aquel obre­ro de Newcastle que ideó reemplazar con tra­viesas de madera las piedras que en otro tiem­po se ponían bajo los rails y que hacían que lostrenes descarrilaran por falta de elasticidad?

¿El mecánico que va en la locomotora, ó elhombre que, por senas, detiene los trenes y lesafrH"{-';vias?

o hien, fi,jándoos en el cable trasatlántico,pregnntáos:

~,QlliÓn hizo más por la sociedad; el inge­nñoroque se obstinara en afirmar que el cabletra,nsmitiera los despachos, cosa que los sabiosdeefaraba,n imposible, Ó bien Maury el sabioque aconsejó se abandonaran los gruesos cablespar:l, tomar uno del diámetro de una caila,() bÚ:':1t aquellos voluntarios, procedentes 110 ses~d)e de dÓnde, que se pasaban noche y día enel puente oeupa,dos en examinar minuciosa-

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EL 8ALARIADO 105

mente el cable y despojarle los clavos que losaccionistas de las compailías marítimas hacíanintroducir en la capa aislada del cable, á finde inutiliza,rle'?

Y, en un dominio aun más vasto, el verda­dero domirlio de la vida humana con sus' ale­

grías, sus dolores y sus accídentes. ¿,Alguien denosotros no citaria un nombre, el de otra per­sona que le prestara en la vida un servicio tangrande, tan importante, que se indignaría si lilele hablase de dar á aquel servicio un valormonetario? Ese servicio puede ser una palabra,nada más que una palabra dicha á tiempo; Óbien meses, anos de abnegaciÓn. ¿Seríais tam­bién capaces de valuar esos servicios, los másimportitntes de todos, «en bonos de trabajo?»

« ¡Las obras de cada cual!» Ninguna soeie­dad humana viviría dos generaciones seguidas;todas morirían antes de llegar á los cincuenta.alíos, si eada individuo no diera infinitamentemás de lo que le fuera retribuí do en moneda, en«bonos» Ó en recompensas cívicas. La raza seextinguiría si la madre no gastara su vida enconservar la de sus hijos, si el hombre no dierasin conta,r, si no diera nunea allí de donde noespera sacar nada.

y si la sociedad burguesa perece, si hoy noslutlla.mos en un laberinto del que no podemos

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106 P. KROPO'fKINE

salir sin quemar y cortar á hachazos las insti­tuciones del pasado, todo esto sucede por habercontado con excesiva escrupulosidad, lo que hadado lugar que nuestra cuenta se haya tornadola cuenta de los bandidos. Culpa nuestra es ha­bernos dejado arrastrar á no dar sino por reci­

bir, haber querido hacer de la sociedad unacompafiía comercial basada en el debe y elhaber.

Los colectivistas no lo ignoran. Compren­den vagamente que una sociedad no podriaexistir si se atuviera en todo al principio: «Acada cual según sus obras)). Sospechan que lasnecesidades-no hablamos de los eaprichos­que las necesidades del individuo no siemprecorresponden á sus obras. He aquí por qué diceDepaepe:

«Ese principio, eminentemente individualis­ta, sería, por otra parte, atemperado por la in­tervención social en la educación de los nifios yde los jóvenes (alimentación y demás gastosinclusive) y por la organización social de laasistencia á los inválidos y enfermos, de] 1etiro

para los ~rabajadores ancianos, ete.))

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EL SALARIADO 107

Sospechan que el hombre de cuarenta aÍlosy padre de tres criaturas, tiene necesidadesmayores que el joven de veinte anos. Sospechanque la mujer que amamanta á su hijo, á la ca­becera de cuya cuna pasa noches enteras, nopuede hacer tantas obras como el hombre quecome sólo para si y que duerme tranquilamente.Parecen comprender que el hombre y la mujergastados á fuerza de trabajo, en beneficio talvez de la sociedad entera, pueden hallarse in­capaces de hacer tantas obras como los que pa­saran la vida semiholgando y embolsándose los({bonos» en las posiciones privilegiadas que creóy crea el Estado.

y se apresurarán á atemperwt su principio.({¡Si, dicen, la sociedad atenderá y educará

á sus hijos! ¡Si, asistirá á los ancianos y á losenfermos! ¡Si, las necesidades, y no las obras,serán la medida de los gastos que la sociedadse imponga para atemperar al principio de lasobras!»

« ¡La caridad!» ¡Cómo! ¡La caridad, organi­zada por el Estado!

Mejorad la casa de expósitos, organizad elseguro contra la vejez y la enfermedad, y elprincipio estará atemperado.

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108 P. KROPOTKINE

lié aquí que, después de haber negado el co­munismo, después de interpretar á su modo lafórmula « á cada cual segÚn sus obras», notanque los grandes economistas olvidaron algo:las necesidades de los productores. Y se apre­suran Ú reconocerlas. Sólo que el Estado seráquien les aprecie, quien se encargue de decir silas necesidades son ó no proporcionales á lasobras, y quien las satisfagn en tales casos.

gl Estado será quien dé la limosna al quequiera reconocer su inferioridad. De ahí á laley de los pobres y al wOl'khouse inglés, no haymás que un paso.

No hay más que un paso, porque hasta esasociedad madrastra que nos indigna se ha vistoobligada á atemperar su principio de individua­lismo. Ella también hubo de hacer concesiones

en un sentido comunista y bajo la misma formade caridad.

Ti;llatambién distribuye sus monedas menu­das á fin de evitar el pillaje de sus arcas.Ella también construye hospitales, ordinaria­mente malísimos, pero espléndidos en ocasio- .nes, para olvidarse el desastre de las enferme­dades contagiosas. Ella también, después depagar solamente las horas de trabajo, recogeá los hijos de aquellos á quienes condujera á lamás horrible de las miserias. También ella tie-

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EL SALAR fADO 109

ne en cuenta las necesidades para sentirse ca­ritativa.

En otra parte hemos dicho que la miseriade los miserables fué la causa primera de lasriquezas. Ella fué quien creó el primer capita­lista. Porque, antes de acumular lo que la cons­tituye, fué necesario que hubiera miserablesque consintieran en vender su fuerza de traba­jo para no morirse de hambre. La miseria hizolos ricos. Y si la miseria progresó tan to en laEdad Media, fué particularmente porque lasinvasiones y las guerras, la creaciÓn de losEstados y el desarrollo de su autoridad, el en­riquecimiento por la explotación en Oriente y

demás causas de esta índole, rompieran los la­zos que antíguament€ unían las eomunidadesagrarias y urbanas, y las obligaron Ú procla­mar, en vez de la solidaridad que en otro tiem­po practicaban, el principio: «¡Abajo las nece­sidades! ¡Sólo se pagarán las obras! ¡Cada cualsalga de apuros como pueda!»

¿Saldría también un principio como ese dela maltratada Revolución? ¿Es ese el principioá que osan dar el nombre de I{evolución Social,ese nombre tan querido de todos los hambrien­tos, los apenados y los oprimidos?

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110 P. KROPOTKINE

Si 10 es, no 10 será mucho tiempo. Pues eldía en que las viejas instituciones caigan bajoel hacha del proletario, entre los desheredadoshabrá quien grite:

-¡Pan para todos! ¡Hogar para todos! De­recho á bienestar para todos!

y esas voces serán escuchadas. El pueblose dirá:

-Comencemos por satisfacer nuestras ne­

cesidades de vida, de alegría, de libertad. Y,cuando tod08 hayamos saboreado esas felicida­des, pondremos manos á la obra, á la obra dedemolicióIl de los últimos vestigios del régimenburgués: de su moral, hija de su libro Mayor,de su filosofía del debe y habet·, de sus institu­ciones de tuyo y mío. Y, al demoler, edificare­mos, como decía Proudhon; pero edificaremossobre bases nuevas, las del Comunismo y de laAnarquía, y no sobre los del Individualismo yde la Autoridad.

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LA MORAL ANARQUISTA

I

La historia del pensamiento humano recuer­da las oscilaciones de la péndola, y estas osci­laciones duran ya siglos. Después de un largoperíodo de suefio llega el momento de despertar.y el pensamiento afloja entonces las cadenascon que todos los en ello interesados-gober­nantes, legistas, clérigos-habíanle cuidadosa­mente sujetado. Las rompe. Somete á una crí­tica severa cuanto se le había ensefiado ydescubre el vacío de los prejuicios religiosos,políticos, legales y sociales, en el seno de loscuales vegetara. Hace que se busque por lassendas desconocidas; enriquece nuestro sabercon descubrimientos imprevistos; crea nuevasciencias.

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112 P. KROPO~K¡NE

Pero el enemigo inveterado del pensamiento-el gobierno, el legista, el religioso-no tar­dan en reanimarse; Poco á poco reúnen susfuerzas diseminadas; rejuvenecen su fe y suscódig'os adaptándoles Ú algunas nuevas necesi­dades. Y aprovechándose de aquel servilismo(del carácter y del pensamiento) que tan bienhabian cultivado 1'01' si mismos, aprovechándo­se de la momentánea desorganizaciÓn de la so­ciedad, explotando la necesidad de reposo deunos, la sed de riquezas de otros, las esperan­zas convertidas en humo de los terceros (sobretodo estas esperanzas), á paso lento emprendenla tarea, apoderándose en primer término deht infancia por medio de la educación.

¡I~l espíritu del nifio es tan débil, es tanfácil de ser sornetldo por medio del terror! ... yde esa debilidad hacen su medio. Tórnanle mie­

doso, y en seguida le hablan de los tormentosdel infierno, haciéndole ver los sufrimientos delalma condenada, la venganza de un Dios im­placable. Un momento después, le hablarán delos borrores de la Revolución, explotarán unaviolencia de los revolucionarios para hacer dEél un «amigo del orden." El religioso le aCOBtumbrará á la idea de la ley, á fin de que se~más obediente á la ley del código. Y el pensamiento de la sigui-ente generación tomará ett

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LA MORAL ANARQUISTA líil

pliegue religioso, ese pÍiegue autoritario y ser­vil al mismo tiempo (autoridad y serviUsmovansiempre de la mano), por aquella costumbre desumisión que demasiado conocemos de tantoverja en nuestros contemporáneos.

En esos períodos de sueno, pocas veces dis­cÚtensc cuestiones de moral, Las pl'áctica8 re­ligiosas y la. hipocresía judícial ocupan todo eItiempo. No se critica; se deja uno llevnf por laeostumbre, por la indiferencia. No i,!t) apasionauno ni en pro ni contra la moral establecida.Se hace lo que se puede para acomodar exte­riormente los actos con lo que se dice profesauno. y el nivel moral de la sociedad cae mas

cada vez. Se llega á la moral de 108 rOtrUHlOS dela decadencia, del antiguo régimen, de] fin deRrégimen burgués.

Todo lo que había de bueno, de grunde, degeneroso, de independiente, en el hombre, seenmohece poco á poco, cual cuchillo q ne no seusa. La mentira se torna virtud; la bajeza UD

deber. Enriquecerse, gozar, agotar la ínteh­gencía, el ardor, la energía) no importa cómo,tórnase la consigna de las clases acomodada!',a,sí como de la multitud de seres pobres cuyoideal es parecer burgueses. Entonces la, depra­vación de los gobernantes-del juez, del c1érí­'~oy de las clases más ó menos acomodathts,-

8

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114 P. KROPOTKINE

hácese tan insoportable, que comienza la otraoscilación de la péndola.

La juventud se emancipa poco á pd'co, re­chaza los prejuicios, y otra vez vuelve la cri­tica. Despierta el pensamiento, en pocos alprincipio, pero insensiblemente van abriendolos o,los los dmnás. Prodúcese el impulso, surgela revolución.

y Leí, cuestiÓn de la Moral se hace el objetoriel pensamiento «¿Por qué he de seguir losprincipios de esta moral hipócrita?» se pregun­ta eL cerebro que se despoja de los terrores reli·­giosos. «¿Por qué una moral determinada se had,~tener por oblig'atoria?»

Trata uno entonces de darse cuenta del sen­

timiento moral que se encuentra á cada paso,sin habérsele aún explicado, y que no se expli··ea,rá mientras se le crea un privilegio de lam.l,turaleza humana, mientras no se desciendahasta los animales, á las plantas, á las rocas,para comprenderle. Y trata uno de explicárselecon arreglo á la ciencia del momento.

y -¿os necesario decirlo?-cuanto más seahonda, en las bases de la moral establecida,-mejor dicho de la hipocresía, que ocupa sulugar,-más se eleva el nivel moral en la so-

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LA MORAL ANARQUISTA 115

'ciedad.En tales épocas) cuando se le critica yse le niega) es cuando el sentimiento moralprogresa, con más rapidez; entonces es cuando'crece, se eleva) se refina.

Se ha visto ya en el siglo XVIII. En 172'3,Mandeville, el autor anónimo que escandalizó áInglaterra con su «Fábula de las abejas» y loscomentarios que la pusiera) atacaba frente áfrente á la hipocresía social conocida con elnombre de Moral. Hada ver cómo las costum­

bres llamadas morales no son otra cosa queuna máscara hipócrita) cómo las pasiones quese creen dominadas con el código de moral co­rriente) toman, por el contrario, una direccióntanto más mala, gracias á las restricciones detal código. Como Fourrier) pedía sitio librepara las pasiones) que, sin esto) degeneran enotros tantos vicios; y) rindiendo en esto un tri~buto á la carencia de conocimientos zoológicosde la época, es decir, ignorante de la moral delos animales, explicaba el origen de las ideasmorales de la humanidad por la alabanza inte­resada de los parientes y de las clases direc .•toras.

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116 P. KROPOTKINE

Conocida es la vigorosa crítica de las ideasmorales hecha más adelante por los filósofosescoceses y los enciclofledistas. Se conoce a losanarquistas de 1793, y se sabe en quienes sehalla más desarrollado el sentimiento moral: si

en los legistas, los patriotas y los jf: cobinosque cantaban la obligaciÓn y la saneión moralpor el Ser Supremo, ó en los ateístas hebertis­tas que negaban, como Guy:w, la obligación yla sanción de la moral.

«¿Por qué he de ser yo mora,}?»Hé ahi la pregunta que se hacían los racio­

nalistas-del siglo XII, los filósofos del siglo XVI,los filÓsofosy revolucionarios del siglo XVIII.Mits adelante la pregunta fué repetida por losutilit;uistas ingleses (Beuthan y MiIJ) , por losmaterialistas alemanes corno BÚchner, por losnihilistas rusos de los Míos 1860 y 70, por eljoven fundador de la ética nnarquista (la cien­cia de la moral de las sociedades) Guyan,muerto, desgraciadamente, muy pronto. Y heahí, por último, la pregunta que en este momen­to se hacen los jóvenes anarquistas franceses.

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LA MORAL ANARQUIST.~ 117

¿Púr qué, en efecto?Hace treinta ai'ias, esa misma cuestión apa­

reció á la juventud rusa. «Seré inmaral», aca-~baba de decir un joven nihilista á su amiga,traduciendo. en un acto. cualquiera lús pensa­mientús que le atúrmentaban. «Seré inmaral.,¿Y púr qué no.lo. había de ser?»

«-¿Parque la Biblia lo.quiere? Perú la Bi­blia no. es otra cesa que una calección de tradi­cianes babilónicas y judáicas, tradiciúnes calec­cianada,s cual lo. fueran las can tús de Harnero.Ó cual se cúleccianan actualmente las cantas

vascas ó las le:fendas mangúlas. ¿Debo. yo. vúl­ver al estado. espiritual de lús pueblús semibár­baras de Oriente?

«¿Lo. seré parque Kallt me habla de un~ate,górico imperativo, de un úrden misteriúsú,que me viene del fúndú de mí mismo. y me 0.1'­

,dena sea múral; Perú ¿púr qué ese «categórico.imperativo.» ha de tener más derechús súbremís actús que aquel otro. imperativo. que decuando. en cuando. me dará la úrden de hartar ••me? ¡Una pa~abra, sólo. una palabra, como. lade Prúvidencia ó Destino., inventada para cu­brir nuestra ignúrancia!

«-¿O bien, he de ser múral para dar gus­to. á Bentham, que quiere hacerme creer queseré más dichosa si me ahúgú púr salvar á una

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118 P. KROPO~KINE

persoha que cayera al río que sí miro cómo se­

ahoga?«-¿O bien, por último, porque mi educa­

cación es así, porque mi madre me ensenó lamora!'? Mas, en tal caso, ¿he de arrodillarmeante un lienzo que represente al Cristo ó á laVírgen, respetar al rey ó al emperador, incli­narme ante el juez que sé es un pillo, sólo por­que mi madre-nuestras madres-muy buena,pero muy ignorante, me ensenó una regularporción de tonterías?

«Prejuicios de los. que, como de todo lo de­más, veré de deshacérme. Si me repugna serinmoral, huiré de serlo, como, adolescente, huide tener miedo estando en la obscuridad, en elcementerio y de temer á los fantasmas y á losmuertos, cosas todas que cuando nifio se mehabían inspirado. Lo haré para romper un armaexplotada por las religiones; lo haré, en fin,aun cuando no fuera sino á fin de protestarcontra la hipocresía que se nos quiere imponeren nombre de una palabpa, á la que se ha dadoel nombre de moralidad.

Hé ahí cómo raciocinaba la juventud rusaen el momento de romper con los prejuicios delViejo Mundo y de arbolar aquella bandera delnihilismo, de la. filosofía anarquista, hablandocon más propiedad: «No inclinarse ante ninguna

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LA MORAL AN~RQUJBTA 119

autoridad, por respetable que fuere; no aceptarningún principio, á no ser los establecidos porla razón".

¿Es necesario agregar que después de arro­jar al cesto la ensenanza moral de sus pa,dresy quemar todos los sistemas de Moral, la juven­tud nihilista desarrolló en su seno una red de

costumbres morales infinitamente superiores ácuanto sus padres practicaran bajo la tutela delEvangelio, de la «conciencia" del «categórieoimperativo», del «interés bien comprendido»de los utilitarios?

Pero, antes de responder á la pregunta,«¿por qué he de ser moral?», veamos si la emes­tión está bien establecida; analicemos los moti­vos de las acciones humanas.

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II

Cuando nuestros abuelos querían saber loque impele al hombre á obrar de un modo ó deotro, lo conseguían de una manera muy senci­lla. Las numerosas imágenes católicas con quehoy contamos representan su explicación. Unhombre camina á campo traviesa y, sin tener lamás mínima sospecha de ello, lleva el diablo enel hombro izquierdo y un ángel en el derecho.I~ldiablo le induce á obrar mal, el ángel tratade contencl'le. Y si el ángel vence y el hombresigue siendo virtuoso, tres ángeles más se apo­deran de 61 y lo conducen al cielo. Asi todo seexplica divinamente.

Nuestras viejas nifieras, bien informadasreBpecto á esto, os dirán que no debe acostarseá un nifío sin desabrocharle el cuello de la ca­misa, Es necesario dejar abierto en la parte

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122 P. KROPOTKINE

baja del cuello, un pequeno sitio hien caliente,para que el ángel de la guarda pueda acomo­darse en él. Sin eso, el diablo atormentaría alnino toda la noche.

Estas sencillas concepciones desa parecen.Pero si las viejas costumbres se van, quedasiempre la esencia.

La gente ilustrada no cree en el diablo; mascomo sus ideas no son más racionales que lasde nuestras viejas nineras, disfraza al diablo yal ángel, y ambos subsisten, gracias á ciertajerga escolástica, honrada con el nombre defilosofia. En lugar de «diablo» dirán «la carne,las pasiones» y el «ángel» será reemplazado pormedio de las palabras «conciencia» Ó «alma)}-«reflejo del pensamiento de un dios creador»ó del «gran arquitecto»-como dicen los frac­masones.

Pero los actos del hombre se ven siemprerepresentados como el resultado de una luchaentre dos elementos hostiles. Y el hombre es

siempre considerado tanto más virtuoso cuantouno de los dos elementos-el alma y la concien­cia-hayan tenido más victorias contra el otroelemento-la carne ó las pasiones.

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LA MORAL ANARQUISTA 123

Compréndese fácilmente la admiración denuestros abuelos cuando los filósofos ingleses,y, más adelante, los enciclopedistas, afirmaron,contra sus concepciones primitivas, que el dia­blo y el ángel nada tienen que ver con las ac­ciones humanas, sino que todos los actos delhombre, buenos ó malos, útiles ó perjudiciales,derivan de un sólo motivo: el deseo de placer.

Todo el clero dejó escapar la palabra «in­moralidad». Los pensadores se vieron cubiertosde insultos, fueron excomulgados. Y cuando,más adelante, en nuestro siglo, las mismas ideasfueron predicadas por Benthan, Stuart Mill,Tchernichevsky y tantos otros, y cuando estospensadores afirmaron y probaron que el egoís­mo es el verdadero móvil de todas nuestras ac­

ciones, las maldiciones fueron en aumento.

y sin embargo ¿qué más verdadero que talafirmación?

Cuando se ve que un hombre quita á un ni:lioun pedazo de pan, todo el mundo, si á todoel mundo se consultara, opinaría de igual mo­do: diría que aquel hombre es un egoísta, guía­do exclusivamente por el amo}' á sí mismo.

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y todos llamarían, en cambio, virtuoso alhombre que partiera su pedazo de pan con unhambriento, que se quitara su ropa á fin dedársela á otro que tuviere frio.

Pero los moralístas, hablando siempre en sujerga religiosa, se apresurarían á decir queaquel hombre exagera el amor al prójimo hastaconvertirIe en la abnegación de sí mismo, queobedece á una pasión completamente distinta ála que impulsa al egoísta.

y sin embargo, reflexionando algo acercade esto, pronto se comprende que, por distintasque sean las dos acciones como resultado parala humanidad, el móvil, fué siempre el mismo:el deseo de hallar placer.

Si el hombre que da su última camísa noencontrara placer en ello, no lo haría. Sí encon­trara placer quitando el pan al niíio, se le qui­taría. Pero esto le repug'na, encuentra placerdándolo, no quitándolo, y lo da.

Sin el inconveniente de crear la confusión,empleando palabras que tienen una significa­ción establecida para darles un nuevo sentido,diríase que uno y otro obran á impulsos de suegoísmo. Alguien así lo ha dicho, á fin de hacerresaltar mejor el pensamiento. de precisar lafdea presentándola bajo una forma que hiere laimaginación, y con objeto de destruír la leyen~

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LA MORAL ANARQ,UlSTA 125

da que consiste en decir que aquellos dos actostienen dos motivos distintos, cuando obedecen

realmente al mismo: buscar el placer, ó bienevitar un dolor, que viene á ser lo propio.

Pensad en el mayor de los pícaros: en ur~'l'hiers, que aplasta á 3f).OOO parisienses; pen­sad en el asesin0 que degiiella á toda una fa­milia por el placer de hacerla.

Obran de tal modo porque, en aquel momen­to, el deseo de gloria, ó bien el de adquirir di­nero, ahoga,n en ellos todos los demás deseos,la piedad, hasta la compasión, son apagadas en

el instante aquel por el otro deseo, por la otra

sed. Obran casi como autómatas, para satista­cer una necesidad de su naturaleza.

O bien, dejando á un lado las fuertes pasio­

nes, pensad en el hombre ruin que engaila ásus amigos, que miente á cada momento, bienpara sacar á cualquíera un cigarro, bien porvanidad necía, bien por el placer de hacerla.Pensad en el burgués que roba céntimo á cénti­

mo á sus trabajadores para comprar un aderezo

a su mujer ó á su querida. Pensad no importaen qué picaruelo.

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y notareis que todos obedecen á una incli­nación; que todos buscan la satisfacción de unanecesidad; que tratan de evitar lo que, paraellos, sería motivo de dolor.

Vergiienza se siente casi al comparar á estepicaro con el que sacrifica toda su existenciapor la liberación de los oprimidos, y sube al ca­dalso, como subieron muchos nihilistas rusos,~omo se sacrificaron muchos anarquistas detodos los paises ... ¡Tan diferentes para la hu­manidad son los resultados de ambas existen­

cias, que, así como nos selltimos atraídos porlos unos, huimos con repugnancia de los otros.

y sin embargo) si habláis con aquel mártir, ,con la mujer que va á ser ahorcada, en el mo­mento mismo de ir á subir al cadalso, os diráque no daría su vida de animal prisionero porlos perros del czar, ni moriría porque vivierael picaruelo que pasa el tiempo ,robando centi­mo á céntimo á sus trabajadores. En su existen­cia, en la lucha contra los monstruos poderosos,halla sus más grandes goces. Fuera de estalucha, todas las alegrías del burgués y sus mi­serias ¡le parecen tan mezquinas, tan fastidio­sas, tan tristes! ...

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LA MORAL ANARQClSTA 127

-«Vosotros no vivís; vegetáis-responde­ría.-Y yo he vivido".

Hablamos naturalmente de los actos preme­ditados, conscientes, del hombre, reservándo~nos para más adelante el hablar de Id. inmensaserie de actos inconscientes, ca.si maquinales,que llenan una parte tan inmensa de nuestravida.

y repetimos que, en esos actos conscientesó premeditados, el hombre siempre va tras elplacer.

Fulano se harta y se reduce todos los díasal estado de bruto, porque en el vino busca laexcitación nerviosa que no encuentra en susnervios. Zutano no se harta, renuncia al vino,aun cuando en él halle placer, á fin de conser­var la frescura de pensamiento y la plenitud desus fuerzas, para poder saborear otros placeresque pretlere á los del vino. Pero ¿qué hace sinoobrar como el glotón que, después de llenarse laandorga, renuncía á un manjar que le gustapara comer otros que aun le g'ustan más?

Haga lo que quíera, el hombre siempre bus­ca un placer, ó trata de evitarse un dolor.

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C'1.ul,ndouna mujer se priva del último peda­zo de pan para dárselo á cualquier desconocido,cuando se quita su último harapo para cubrir conél á otra mujer que tiene frío, Y ella se pone átiritar en el puente de la embarcación, lo haceporque sufriria infinitamente más viendo queun hombre tiene hambre, que una mujer tienefria, que tiritando ó teniendo hambre ella mis­ma. Se evita un dolor, cuya intensiela,d sólo pue­den apreciar los que lo sintieran.

Cuando aquel australiano, citado por (Jlu­yan, se consume al pensar que aun no ha ven­gado la muerte de su pariente; cuando se con­sume, .roído por la conciencia de SLl vileza, y

no vuelve á la vida sino después de haber satis­fecho sus deseos de venganza, lleva á cabo unacto, á veces heroico; desembarazarse de unsentimiento que le obsesiona, para reconquistarla paz interior, q\le es el supremo placer,

Cuando un grupo de monos ve que uno delos suyos 'cae, víctima de la bala del cazudor, y

todos van á sitiar la tienda de aquel hombrepara reclamarle el cadáver de SLl semejante,sin pensar para nada en la escopeta; cuandopor fin, el más viejo del grupo entra atrevida­mente, para amenazar prímero, para suplicardespués y para conseguir Últimamente con suslamentaciollos que el ca,zador devuelva el cadá-

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LA MORAL ANA'RQUI8TA 129.

ver, que el grupo, entre gemidos se lleva al bos­que, los monos obedecen á un sentimiento dedolor más fuerte que todas las consideracionesde seguridad personal. Aun la vida pierde par aellos sus atractivos, en lo que no se han asegu­rado de que es imposible reanimar á su. COlflplt­fiero. Este sentimiento se torna tan opresivo ,que los pobres animales se exponen á porderlotodo por liberta~le .

Cuando las hormigas se arrojan á rnlHaresen las llamas de un hormiguero, al que aquelanimal daillno llamado hombre prendiera fuego,y perecen á centenares por sal V;¡,j sus larvas,obedecen tambien á una necesidad; la, de sal··val' á sus descendientes. F~xpónense á todo portener el placer de llevarse aquellas larvas,educadas con mayor cuidado que el que J:.t

madre burguesa pone en la. edncaeiÓn de sushijos.

Y, por último, cuando un infusorio .evita unrayo demasiado fuerte de calor, y va á bW.lear

un rayo tibio, ó cuando una planh~ vuelve sushojas hacia el sol, aun esos seres obedecen á lanecesidad de evitar la pena y buscar el placer,exactamente igual que la hormiga, el mono, elaustraliano, el mártir anarquista Ó el mártircristiano.

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P. KROPOTKINE

Buscar el placer, evitar el dolor es el hechog@nel'al (otros dirían ley) del mundo organico;es la esencia. misma de la vida.

Sin este deseo de hallar lo agradable, aunla vida fuera imposible. El organismo se desor­

ganizaría, acabaría la vida.

Asi, cua.lesquiera que sea la acción del hom­bre, cualesquiera que sea su línea de conducta,IIhra sie'mpre pa¡'a obedecer á una necesidad de:;ti, naturaleza. El acto más rC'pugnante, como elacto indiferente Ó el más simpático, son igual­mente dictados por una necesidad individual.Obrando de un modo Ó de otro, el individuo'

biza lo que hiciera porque al hacerlo sentia pla­

cer, porque de aquel modo se evitaba ó creía,evitar un dolor.

He ahí un hecho perfectamente claro; hea,hí 11 esencia de lo que se denomina la teoríadel eg'oísmo.

¡(:¿uél ¿Adelantamos algo después do llegará esta conclusiÓn general?

Inútil decir que sí. Hemos conquistado unaverdad y destruído el prejuicio raiz de todos los

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LA MORAL ANARQUISTA 131

prejuicios. Toda la filosofía materialista, en BUB

relaciones con el hombre, está en esta conclu~sión.

Pero ¿dedúcese de esto que todos los actosdel individuo son indiferentes, como ciertas per~.Bonasaseguran?

Vamos á Terlo,

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III

Acabamos de ver que las acciones del hom­bre (premeditadas ó conscientes), tienen todasel mismo origen. Las llamadas virtuosas y laeque se intitulan'ficiosas, las grandes abnega~ciones como las pequefias granujadas, los actossimpáticos como los actos repulsivos, brotan siRdistinción en el mismo manantial. Todos son

hechos que responden á una necesidad de la na­turaleza del individuo. Y todos ellos van enca­

minados á buscar el placer, á evitar el dolor.Vimos todo esto en el capitulo anterior, que

no es sino un resumen muy sucinto de una masa.de hechos que podían citarse en su apoyo.

Se comprende que esta explicación haga po­ner el grito en el cielo á los que aun se hallanimbuidos de principios religiosos, porque no dejasitio á l(}sobrenatural, porque abandona la idea

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del alma inmortaL Si el hombre no obra, si noobedeciendo á las necesidades de su naturaleza,si no es, por asi decirlo, otra cosa que un «au­tómata consciente» ¿qué es del alma inmortal?¿qué es de la inmortalidad, ese último refugiode los que no conocieron sino pocos placeres ymuchos sufrimientos y que suefian con hallaruna compensación en el otro mundo?

Se comprende que, habiendo crecido en losprejuicios, confiando poco en la Ciencia, que á

menudo les engafiara, guiados por el sentimien­to antes que por el pensamiento, rechacen una

explica,ción que les arrebata la última espe­ranza.

Pero ¿qué decir de aquellos revolucionariosflue, desde el siglo pasado hasta la fecha, siem­pre que por primera vez oyen una explicaciónnatural de las acciones humanns (la teoria delegoismo si se quiere), se apresuran á sacar lamisma conclusión que el joven nihilista de quienhablamos al principio y se apresuran á gritar:

-«¡Abajo la Moral! .•¿Qué decir de los que, después de persuadir­

le de que el hombre no obra de un modo ó d&otro sino para responder á una necesidad d.t~da su naturaleza, Be apresuran á deducir de

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LA MORAL ANARQtlSTA lB5

esto que todos sus actos son indiferentesj que :nohay ni bien ni malj que salvar, exponiendo suvida, á un hombre que va á ahogarse, ó con­cluirle de ahogar para apoderarse de su relo.i,son dos actos iguales; que el mártir, muriendoen el cadalso por haber intentado libertar á lahumanidad y el pícaro que roba á sus compa­fieros, son iguales, puesto que los dos tratan dedarse un placer?

Si al menos agregaran que no debe haber nibueno ni mal olor; ni el perfume de la rosa ni lapestilencia del assa fmtida, porque tanto unocomo otro no son sino vibraciones de las molé·­

culas; que no nay ni bueno ni mal gusto, por­que el amargor de la quinina y la flulzura dela guayaba son otras irradiaeiones moleculares;que no hay ni belleza ni fealdad físicas, ni in­teligencia, ni imbecilidad, porque fealdad y be­lleza, intf\ligencia é imbecilidad no son sinolos resultados de las vibraciones químicas yfísicas que se producen en las células del orga­)lismo; si agregaran esto, podríase aún decirque desvarían, pero que tienen) al menos, lalógica del loco.

lbs como no lo dicen, ¿qué hemos de dedll­eir de lo que hablan?

Sencilla es nuestra respuesta.

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P. KIWPOTKINE

Mandeville, que razonaba de este modo en

1724, en la «lJ-'ábulade las a~~jas», el nihilistaruso de 1860-70, y algún anarquista francés dehoy, raciocinan así, porque, sin darse cuenta deello, contin'úan esclavos de los prejuicios de sueducaciÓn cristiana. Por ateístas, por materia­listas, por a.narquistas que se crean, razonartcomo razonaban los padres de la Iglesia 6 losfundadores del budhismo.

NoS decían aquellos buenos ancianos:",. '

« El acto. será bueno si rep'l'esenta una victG-ria del alma sobre la carne; será malo si la car­ne vence al alma; será indiferente si no hayvencido ni vencedor. ,Ese es el Único modo· de

juzga'Y' ,4i el acto es bueno ó malo.»

y nuestros jóvenes amigos repiten con 108

padres cristianos y budhistas:<He aJlí la Única manera de juzgar si el

ttcto es bueno ó malo.»

Dfl(~íanlos padres de la Iglesia:"Fijáos en los animales. No tienen un alma,

inmortal; sus actos son simplemente ejecutadospantresponder á exigencias de su naturaleza;he aquí por qué entre lbS animales no puede ha·ber para el hombre' ni buenos ni malos actos;todos sonindil'erentes; y he aquí por qué nohay para los animales ni infierno ni paraíso, nIeastígo ni reeompensa.»

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LA MORAL ANARQUISTA 137

y nuestros jóvenes amigos, apropiándose la

idea de San Agu~ín y de San 9akyamuni, di-.(len:

«El hombre es un animal; sus acciones son

acciones hijas de una necesidad de su natu~ralcza; hé aqui PO?' qué no puede haber para elhombre ni buenos ni malos actos; todos son In­diferentes. »

Siempre la idea maldita de castigo y ~e~·compensa antepuesta á la razón; siempre esaherencia absurda de laensennnza religiosa di­ciendo que un acto es bueno sí procede de una

inspiración sobrenatural, é indiferente si de taJorigen carece ..Siempre, aun en aquellos á quie­nes la cosa les hace gracia, la idea del ángelen el hombro izquierdo y el diablo en el dere­cho.

« Arrojad de su sitio al día blo y al ángel, yno podré deciros si tal ó cual acto es bueno ó

malo, porque no conozco ninguna otrn razónpa.ra juzgarle.»

El cura está siempre en su puesto, con s~diablo y su ángel y todo el barniz materialistaque no los puede ocultar. Y, lo que es aún peor¡

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el juez, con su distribución de latigazos para,unos y recompensasclvicas para otros, tam­bién está en su puesto. Y ni los principios dela Anarquia bastan para arrancar de raiz laidea de castigo y recompensa.

Pues bien, no necesitamos ni cura ni juez Y'

decimos sencillamente:

«¿El assa {mUda huele mal, la serpiente memuerde, el embustero me engafia? ¿La planta,el reptil y el hombre, los tres, obedecen á una

necesidad de la naturaleza? ¡Sea! Pues bien, yoobedezco á una exigen~ia de mi naturaleza

odiando á la planta que' huele mal, al animalque mata con su veneno y al hombre aun másvenenoso que el animal. Y obraré en conse­

cuencia, sin dirigirme para esto ni al diablo,á quien, por otra parte, no conozco, ni al juez,á quien detesto más aún que á la serpiente. Yo,y todos los que comparten mis antipatías, obe­decemos á una necesidad de la naturaleza. Y

veremos cuál de los dos tiene de su parte larazón y, por consiguiente, la fuerza.»

Vamos á ver esto, y vamos á ver á la yez~ue si los San Agustín no tienen otro modo de

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LA MORAL ANARQUISTA 139

distinguir el bien y el mal, el mundo animaldispone de uno más eficaz. El mundo animal engeneral, del insecto al hombre, sabe perfecta­mente lo que es bueno y lo que es malo, sinnecesidad de consultar la Biblia ni la Filosofía.

y si así es, la causa de esto se halla en las ne­cesidades de su naturaleza: en la preservaciónde la raza y, por· consiguiente, en la mayorsuma posible de dicha individualidad.

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IV

Para distinguir lo b1,/,enQ y lo rnalo¡ los teó­logos-mosaicos (budhistas, cristianos y musul­manes), recurrían a la, inspiración divina.Veían que el hombre, salvaje ó civilizado,

,ignorante ó sabio, sabe siempre si obra bien úobra mal, y sabe, sobre todo, cuándo obra mal;pero, no hallando explicación para este hechogeneral, vieron en él una explicación divina.Los filósofos metafísicos nos hablaron á su vez

de conciencia, de imperativo místico, lo que,por otra parte, no era sino un cambio de pa­labras.

Pero ni unos ni otros supieron hacer notarel hecho tan sencillo y tan conocido, de que losanimales que viven en sociedad, saben distin­guir el bien del mal como el hombre. Y, lo queaun es más; que sus concepciones acerca del

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142 Po KROPO'fK!NE

mal y del bien son absolutamente del mismogénero que las del hombre. En los represen­tantes mejor desarrollados de cada clase­peces, insectos, pájaros, mamiferos-son hastaidénticas.

Los pensadores del siglo XVIII lo habiánya notado; pero se olvidÓ después; y á nosotrosnos toca ahora hacer resaltar toda la impor­tancia de este hecho.

\1'orel, ese observador inimitable de las hor­migas, ha podido demostrar, gracias á susdetenidos exámenes de hechos, que cuando unahormiga que se ha llenado el estÓmago de mielse encuentra con otras que llevan el vientre va­cio, éstas le piden al punto que las dé inmedia­tamente de comer. Y entre aquellos pequeñosinsectos, el que se halla harto está obligado ávomitar lo que comícra, á /in de que los quetengan hambre pueden hartarse á su vez.

Preguntad á las hormigas si estaría biellhecho rehusar á las compañeras de hormiguerolo necesario para comer cuando se ha comido.Os responderán, por medio de acciones que esimposible no comprender, que obrar de talmodo fuera obrar mal. Una hormiga tan egoís~

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LA MORAL ANARQUISTA 143

ta sería tratada más duramente que los enemi­gos de otra especie cualesquiera. Si la cosa tu­viese lugar en mitad de un combate entre dos

especies diferentes, se suspendería la luchapara caer sobre aquella egoista. Este hechoestá demostrado por experimentos que no ofre­cen la menor duda.

y preguntad á los gorriones que habitan en

vuestro jardín, si es obrar bien no llamar laatención de todos cuando se ve que en el suelo

alguien ha echado algunas migas de pan. Pre­guntadles si aq¡lel companero obró bien roban­

do del nido del vecino, algunas pajas que ésterecogiera y que él no quiere tomarse el trabajode recoger. Y los gorriones os responderán que

está mal hecho, y todos se arrojarán sobre elladrón y le matarán á picotazos.

y preguntad á las marmotas si es buenaacción no dejar entrar en su alma en subterrá-.neo á otras maI:motas de la misma colonia. Yos

responderán que está mal hecho, insultando entoda forma. á la interesada.

y preguntad, por fin, al hombre primitivo,al tchukche, por ejemplo, si es obra buena to­mar cualquier alimento de la cueva del vecinohallándose éste ausente. Y os contestará que el

hombre habrá obrado mal, si buscándole podíaencontrar aquel alimento; pere que si estaba

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P. KROPOTKINE144

eansado, Ó lo necesitaba con urgeneia, debiatomar aquel alimento donde lo encontrara,; masno sih dejar, en tal caso, su gorra Ósu cuchill\,

ó bien un cintajo anudado, á fin de que el au '.l··sente pudiera saber, á su regreso, que habia. .•.•..recibido la visita de un amigo y no la de un ¡merodeador; pues tal precaución evitaría al due- ~

no de la ti(~nda, 108 cuidados que le impondria .1la presenCHt cn aquellos lugares de un ratero. IMillares de hechos como éstos p9dria,mos '1

(~itar; libros enteros podrian escribirse para.rnostra.r hasta qué punto las con'cepciones delbien y del mal son idÓnticas en el hombre y enlos animales.

La hormiga, el pájaro, la marmota y eltchukche salvaje no leyeron ni á Kant, ni á losSantos Padres, ni aun á Moisés. Y sin embar­

go, todos tienen la misma Jdea del bien y 'delmal. Y si reflexionáis un momento acerca de lo

que hay en el fondo de esta idea, veréis qll~ loreputa de bueno en las hormigas, las marmotasy los moralistas cristianos Ó ateos, es todo lo.útíl para la perseveraciÓn de la raza, y que loreputado malo es lo perjudicial. No para el in­dividuo, como decian Beutham y Mill, sino parala, raza entera.

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LA MORAL ANARQUISTA 145

La idea del bien y del mal no tiene, pues,nada que ver con la religión ó.:ta conciencj¡1

¡ misteriosa; es una necesidad natural de lasrazas animales. Y cuando los fundadores de las

religiones, los filósofos y los moralistas, noshablan de entidades divinas ó metafísicas, todolo que hacen es repetir lo que la hormiga y elgorrión practican en sus pequei1as suciedade::o

«¿Es esto Útil á la sociedad? Pues, es btumo»,

,,¿Es J1el:jwlicial~Pues, es ¡nalo».

Esta idea puede no ser tan amplía en ]{¡s

animales inferiorejl, ó bien serIo más en los

animales más avanzados; pero, en esencia, essiempre la misrna.

~n las hormiga.s no sale del hormiguero.Todas la.s cÓstumbres sociables, todas las reglasde comportamiento no son aplicables sino á losindividuos del mismo honniguero. Un hOI'I,ni­

guero no formará nunca UfHl familia con otro,á no ser que ambos se vean atacados porlma

cala~l1idad que los diezme. Y 16 propio ocurrecon los gorriones de tal ó cual sitio, que, so­portándose mutuamente con pasmosa resigna-

_ ciÓIl¡ declararia.n guerra á muerte al gorríón10

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de otro lugar que se atreviera á penetrar en elque ellos ocupan. Y el tchukche considera alindividuo de otra tribu como un personaje alque no pueden ¡;¡,plicarse las leyes de la, suya.Pueden venderle una cosa (vender es siemprerobar más Ó menos al comprador; de los dos,uno saldrá engafiado), mientras que fuer-a cri­minal hacer tales tratos con un miembro de su

tribu: á Óste se le dará, y se le dará sin con­tllI'" y el hombre civilizado, comprendiendo porHn litS relaciones intimas, aunque impercepti­bles al primer golpe de vista, entre él y el Úl­timo de los Papua, extenderá sus principios desoUdaridli,d sobre toda la especie humana yaun 80bre los animales. La idea se ensancha,pero Al fondo continÚa siendo el mismo.

Por otra, parte, la concepción del bien y delm~l varía, según el grado de inteligencia, ó co­nocimiento adquiridos. No tiene nada de inmu­table.

El hombre primitivo debía encontrar muyfnu~no,es decir, muy útil para la raza, comerseá sus viejos parientes cuando se hacían unacarga, (muy pesada realmente) para hi. comu-

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LA MORAL ANARQUISTA 147

nidad. Podía encontrar bueno, es decir, útil,para la comunidad, matar á sus recién nacídosen cuanto éstos pasaban de dos ó tres por fa­milia, á fin de que la madre pudiese amaman­tarles hasta la edad de tres alios.

Hoy, las ideas han cambiado; pero los me­dios de subsistencia no son lo que eran en la.

edad de piedra. El hombre civilizado no estáen la situación de la familia salvaje, que habíade elegir entre dos males; ó comerse á sus PI'­rient@s viejos, ó bien alimentarse mal y verseprecisados, andando el tiempo, á morirse dehambre viejos y jóvenes. Es necesario trans­portarse á aquellas edades que apenas podemosevocar en nuestro espíritu, para comprenderque, en las circunstancias de entonces, el hom­bre salvaje podía tener razón al obrar comoobraba. ¿No vemos, eR efecto, que las pobla­ciones de Oceanía están siendo presa del escor­buto desde que los misioneros han hecho queaqnellos seres dejen de comerse á sus parientesy á sus enemigos?

Las razones pueden cambiar. La aprecia­ción de lo que es útil ó perjudicial á la raza

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P. KROPOTKINE

cambia; pero el fondo queda inmutable. Y si sequisiera encerrar toda esta filosofia del reinoanimal en una sola frase, vedase que hormigas,pájaros, marmotas y hombres están de acuerdorespecto á una casa.

Decían los cristianos:

«No hagas á los otros lo que no quieras quete hagan».

y agregaban:«Si no obras a3í, irás á parar al infierno»,La moralidad que se desprende de la obser-

vación de todo el conjunto del reino animal,superior en mucho á la precedente, puede resu­mirse de este modo:

«Haz á los otros lo que quieras te hagan enigualdad de circunstancias)).

y agrega:«Nota bien que esto no es más que un con­

sejo; pero este consejo es el fruto de una largaexperiencia de la vida de los animales en so­ciedad, y que, en la inmensa mayoría de las so­ciedades animales, comprendida la del hombre,obrar con arreglo á este principio ha pasado áser una costumbre. Sin esto, por otra parte, nin­guna sociedad podría existir, ninguna raza po­dría vencer los obstáculos naturales contra queha de luchar".

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LA MORAL ANARQUISTA 149

¿Es, efectivamente, este principio tan sen­<;illopor lo que se desprende de la observaciónde los animales sociables y de las sociedadeshumanas? ¿Y es aplica'ble dicho principio? ¿Ycómo pasa al estado de costumbre y se des­arrolla constantemente?

Esto es lo que ahora vamos á ver.

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v

La idea del bien y del mal existe en la hu­manidad. El hombre, por infimo que sea el gra­do de desarrollo intelectual á que llegara, porobscuras que sean sus ideas respecto ,á, los pre­juicios y al interés personal, considera, gene­ralmen te, bueno lo que es útil á la sociedad enque vive, y malo cuanto le es perjudiciaL

Pero ¿de dónde viene esa concepción, enocasiones tan vaga que apenas podría distin­guirse de un sentimiento? Millones y millonesde seres humanos hay en el mundo que nuncapensaron en la especie humana. No conocen,en mayoria, sino el grupo ó la familia, poquisi­mas 'veces la nación y aun más pocas veces lahumanidad. ¿En qué consiste que puedan consi­de~'aI'buena lo que es útil á la especie humana,Ó llegar á un sentimiento de solidaridad con su

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grupo, no obstante sus instintos profundamen­te egoístas?

Esto ha preocupado sobremanera á los pen­sadores de todo tiempo. Sigue preocupándolos,y no pasa ano en el que bibliotecas enteras nosean escritas á tal respecto. Vamos á hablarnosotros del asunto; mas advertimos de pasoque, si la explicación puede variar, no es menosincontestable; y aun cuando nuestra explica­ción no fuese la verdadera, ó no fuera comple­ta, el hecho, con sus consecuencias para elhombre, sería el mismo siempre. Podemos noexplicarnos enteramente el origen de los plaue­tas que giran alrededor del sol; sin embargo,los planetas giran; uno de ellos nos lleva consi­go hacia el.espacio.

Hemos hablado ya de la explicación religio­Sil,. "Si el hOlubre di,stingue el bien del mal, di­cen tos hombres religiosos, es porque Dios leinspiró esta, idea útil ó perjudicial; él no ha dediscutirla: se limitará á obedecer á la idea de

su creador». No nos detengamos, pues, en estaexplieacioll, fruto del terror y de la ignoranciadd salvaje. Avancemos.

Otros (corno Hobbes) trataron de explicada

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LA MORAL ANARQUiSTA 153

por medio de la ley. Y dicen que la ley fué quiendesarrolló en el hombre el sentimiento de lo

justo y de lo injusto, del bien y del mal. Nuestroslectores apreciarán por si mismos esta explil;3,.ción.

Saben que la ley se ha limitado á utilizarlos sentimientos sociales del hombre para lm­ponerle, con preceptos de moral que aceptaba,órdenes útiles á la minoría de los explotadores,contra quienes se rebelaba. Ha pervertido, envez dedesarrollarle, el sentimiento de justicia.

Pero sigamos adelante.No nos detengamos ni aún en la explicación

de los utilitarios, los cuales quieren que el·hombre' obre moralmente por interés personal,y olvidan los sentimientos de solidaridad con laraza entera, que hoy existen, cualesquiera quesea su origen. Algo hay de verdadero en su ex­plicación. Pero todavía no nos hallamos frenteá la verdad completa. Sigamos, pues, adelante.

Ahora, como siempre, á los pensadores de­bemos la adivinación, en parte al menos, delorigen del sentimiento moral.

En un libro soberbio, que la clerigalla vió~parecer en medio del mayor silencio, y que,

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á la vez no es muy conocido de los pensadore&antireligiosos, Adam Smith puso el dedo sobreel origen verdadero del sentimiento moral. Yno va á buscarle en sentimientos religiosos ó

místicos; le encuentra en el sencillo sentimien­to de la simpatia.

Estáis viendo cómo un hombre pega á unnifio. Sabéis que aquel niilo sufre. Vuestraimaginación os hace sentir el dailo que se lehace; ó bien os lo comunican sus copiosas lá­grimas, su pequeilo rostro dolorido. Y, si no sees infame, se arroja uno sobre el hombre quepega al nUlo; se arranca al bruto su presa.

Este ejemplo explica por sí solo casi todoslos sentimientos morales. Cuanto más poderosasea vuestra imaginación, mejor sabréis expli­caras lo que siente un sér á quien se hace pa­decer; y, cuanto más intensa, más delicado serávuestro sentimiento moral. Cuanto más repul­sión os inspire el individuo que pega, cuantomás os impresione el dailo que al otro se hace,la injuria que le ha sido dirigida, la injusticiade que está siendo víctima, más impelidos 08

veréis tÍ obrar para impedir el mal, la injuria,la injusticia. Y cuanto más acosturrtbradosestéis, por las circunstancias, por los que 08

rodean, ó por la intensidad de vuestro propiopensamiento y de vuestra propia imaginación,

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LA MORAL ANARQ,(;lSTA 155

á ob1'ar en el sentido en que os hagan obrarvuestro pensamiento y vuestra imaginación,más crecerá en vosotros el verdadero senti­

miento moral, más pronto se hará costumb1'e.Eso es lo que Adam Smith desarrolla con

g-ran lujo de ejemplos, Era joven cuando escri­bió este libro, infinitamente superior á la Eco­

nomía política) su obra senil. Libre de todo pre­juicio religioso, busca la explicación moral enun hecho físico de la naturaleza humana, Y he

aquí por qué durante un siglo, (1) la clerigallade sotana y sin sotana tuvo este libro en elIndice.

La ú.nica falta de Adam Smith consiste en

110 haber comprendido que ese mismo senti­miento de simpatía, pasado al estado de cos­tumbre, existe en los animales como en elhombre.

No les desagrade á los vulgal'izadores deDarwin, el cual ignoraba todo lo que no qui­tara á Malthus, que digamos que el sentimientode solidaridad es el rasgo predominante de lavida de todos los animales que viven en socie-

(1) Se publieó el libro de que se trata en el XVIII.

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ydades. El águila devora al gorrión, el lobo de­vora á las marmotas; pero las águilas y loslobos ayúdanse unos á otros para cazar; y losgorriones y las marmotas se unen á su vez con­tra las aves de rapina, que sólo se apoderande los que son demasiado torpes. En toda so­ciedad animal, la solidaridad es una ley de lanaturaleza, infinitamente más importante quela de la lucha por la existencia, cuya virtudnos cantan los burgueses en sus refranes, á finde embrutecemos 10 más completamente po­sible,

Ouando estudiamos el mundo animal y tra­tamos de damos cuenta de la lucha por la exis­tencia, sostenida por cada sér vivo contra lascircunstancias adversadas y contra sus enemi­gos, echamos de ver que cuanto más se des­arrolla el principio de solidaridad igualitaria,en una sociedad animal, más probabilidadestiene ésta de salir triunfante de la lucha contra

las intemperies y contra sus enemigos, Ouantomejor sienta el miembro de la sociedad su soli­daridad con los demás miembros, mejor se des­arrollarán, en todos ellos, las dos cualidadesque son los principales factores de la victoria yde todo progresa: el valor, por una parte, y porDtra la'libre iniciativa del individuo, Y cuanto

más, por el cantrario, tal sociedad animal, ó

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LA MORAL ANARQDIST.~ 157

tal pequefio grupo de animales, pierde ese sen­timiento de solidaridad (lo que ocurre á conse­cuencia de un miseria excepcional ó bien ácausa de una abundancia .excepcional de ali­mentos), más disminuyen los otros dos facto­res del progreso (valor é iniciativa individual),que concluyen por desaparecer, y la sociedad,precipitada en decadencia, sucumbirá ante susenemigos. Sin mutua confianza, no hay luehaposible, ni valor, ni iniciativa, m solidaridad,ni victoria; la derrota es segurísima.

Volveremos á hablar cualquier día de todoesto, y entonces demostraremos, con gran lujode pruebas, cómo, en el mundo animal y huma­no, la ley del apoyo mutuo es la ley del pro­greso, y cómo el apoyo mutuo, así como el va­lor y la iniciativa individual, que de él se des­prenden, aseguran la victoria á la especie quemejor sabe practicarlas. Por el momento, bás­tanos con hacer constar el hecho. El lector con­

prenderá por sí mismo toda, la importancia quetiene en la cuestión de que tratamos.

Imaginese ahora ese sentimiento de solida­ridad obrando á través de los millones de eda­

des que se han ido sucediendo desde que los

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primeros esbozos de animales aparecieron en elglobo. Imagínese cómo ese sentimiento se t'uépoco á poco haciendo costumbre hasta transmi­tírse por herencia, desde el organismo micros­cópico más sencillo hasta sus decendientes, losinsectos, las aves, les reptiles, los mamíferosy el hombre, y se comprenderá el origen delsentimíento moral, que es una necesidad parael animal, corno el alimento ó el órgano desti­nado á digcrirlo.

Hé ahí, sin remontarse aún más arriba(porque scría necesario hablar de seres máscomplicados, hijos de las colonias de pequefiosseres extremadamente sencillos), el origen delsentimiento moral. Extremadamente breve he

tenido qU'j ser para hacer entrar tan grandecuestión en el espacio de algunas páginas; perocon lo dicho basta y sobra para probar que enella no hay nada de místico ni de sentimental.Sín esta solidaridad del individuo con la espe­cie, el reino animal nunoa se hubiera desarro­llado y perfe~cionado. El sér más avanzado enla tierr::¡, sería uno de aquellos microbios quenadan en el agua y que con trabajo se distin­guen por medio del microscopio. ¿Y existiríaeste sér? ¿No son un resultado de la lucha lasprimitivas agregaciones de células?

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VI

Hé aquí por qué vemos cómo, observandola,s soeiedades animales, no cual burgués inte­resado, sino cUitl shnple observador inteligente,llega uno á notar que el principio: «Trata á losdemás como quisieras ser tratado por ellos enanálogas circuni3tancías», encu6ntrase allí don­de hay umt sociedad.

y cuando se estudia más de cerca el desa­

rrollo ó la evolución del mundo animal, se des­cubre (con el zoólogo Kessler y el economista,Tchezuyehevsky) que este principio, traducidopor medio de una sola palabra, solida¡'idad,

tuvo, en el desarrollo del reino animal, unaparte infinitamente mayor que todas las adap­tíwiones que pudieran resultar de una luchaentre individuos por la adquisición de ventajaspersonales.

Evidente es que la práctica de la solidaridad

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se encuentra más aún en las sociedades huma­nas. Ya las sociedades de los monos más eleva­

dos en la escala animal, nos ofrecen una prác­tica de la solidaridad de las más sorprendentes.El hombre da un paso más en esa 'senda, lo eua]le permite haeer que á su raza enfermiza no leperjudiquen en lo más mínimo los obstáculos quele ofrece la naturaleza, y desarrollar su inteli­gencia.

Cuando se estudian las sociedades de seres

primitivos, que hasta la fecha quedaran al nivelde la edad de piedra, en sus pequefias comuni­dades se ve cómo la solidaridad era practicadaen el más alto grado por todos los miembros dela comunidad.

Hé ahí por qué ese sentimiento, esa prácticade la solidaridad, no cesan nunca, ni aun enlas épocas peores de la historia. Aun cuandoeireunstaneias temporales de dominación, deservilismo de explotación, hacen desconocereste principio) siempre queda, en el pensamien­to de la mayoría, que hace eontra á las malasinstituciones, una revolución. Y esto se com­prende perfectamente; sin ello, la sociedad pe­recería.

Para la inmensa mayoría de los animales y

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LA MORAL ANARQUISTA ] l:ll

de los hombres, subsiste ese pen~amiento" Ydebesubsistir, en el estado de costumbre adquirida,de principio presente siempre en el espíritu,aun cuando con frecuencia se le desconozea enlas acciones.

Toda la evolue.ión del reino anímal habla ennosotros. Y es larga, muy larga: cuenta eel1te­nares de millones de anos.

Aun cuando quisiéramos desembarazarnosde ella, no nos sería posible conseguido. Másfácil fuérale al hombre acostumbrarse á cami­

nar en ~uatro patas, que desembarazarse del!\entimiento mora], que es anterior, en la evo­lución animal, á la postura recta del ser hu­mano.

El sentido moral es en nosotros una faeuI··

tad natural, lo mismo que el de] olfato y e] de!tacto.

En cuanto á la Ley y á la Religión, qnetambién predicaron este principio, sabemos quele escamotearon sencillamente para con él cu­brir su mercancía-sus prescripciones-en be­neficio del conquistador, del explotador y delsacerdote. Sin ese principio de solidaridad, cuyajusticia es generalmente reconocida, ¿cómo sehubieran apoderado de los cerebros?

J1

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Ambas se ocultaban una á otra, como laautoridad que, á su vez, consiguió imponersedándose aires de protectora de los débiles con··tnt los fuertvs.

Rechazando la Ley, la Helig'ión y la Auto­ridad, la humanidad vuelve á tornar posesiónde! principio moral que se había deja,do arre­batar, á fin de someterle á la víctima y de pur­ga,eIe de las adulteraciones con que el sacerdo­te, el juez y el gobernante la habían envenena­rio y continÚan envenenándola.

Pero negar el principio moral porque la[glesh1 y la Ley le han explotado, sería tan

poco razonable como declarar que no se lavaranunca, que se comerá carne de puerco infesta­da, de trichinas y que no se querrá ya Iapose,.síón comunal del suelo, porque el Corán pres­eribe lavarse tojos los días, porque elhigienis­tI:), Moisés prohibia á los hebreos que comieranpuerco, porque el Cariado (suplernento del Co­rán) quiere que toda tierra que no haya sidocuIti vada en el transcurso de tres aJ10s vuel V8.

á pertenecer á la comunidad.

Por otra parte, el principio de tratar á losdemás como uno quisiera ser tratado, ¿qué essino el principio mismo de la Ig'ualdad, el

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LA MORAL ANARQUISTA 163

principio fundamental de la Anarquia? ¿Y cómoes posible llegar á creerse anarquista sin prac­ticarlo?

No queremos ser gobernados. Pero, á lavez, ¿no declaramos con esto qlle tampoco que­remos gobernar? No queremos ser engafiados,queremos que se nos diga siempre la verdad.Pero, á la vez, ¿no declaramos con esto quetampoco queremos engallar á nadie, que noscomprometemos á decir siempre la verdad,nada más que la verdad, sólo la verdad, todala verdad? No queremos que se nos roben losproductos de nuestro trabajo pero, á la vez,¿no declaramos con esto que respetamos el pro­ducto del trabajo de los demás?

¿Con qué derecho, en Qfecto, podríamospedir que se nos tratara de cierto modo, reser­vándonos tratar á los demás de modo completa­mente distinto? ¿Serittmos, casualmente, el «osoblanco» de los kirghizes, que puede tratar álos otros osos como le plazca? Nuestro sencillos(~ntimiento de igualdad rebélase á tal idea.

La Igualdad en las relaciones mutuas y lasolidaridad que de ella resulta: hé ahí las máspoderosas armas del mundo animal en la luchapor la existencia: la Igualdad es la Equidad.

Deelarándonos anarquistas, de antemanoproclaman que renunciamos á tratar á los

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16i P. RROPOTRJNE

demás cual no quisiéramos ser tratados porellos; que no toleraremos la desigualdad, quepermitiría que alg'unos de nosotros empleára­mos la fuerza, ó la astueia" Ó la habilidad, deuna manera que á nosotros mismos nOs desagra­dara. Pero la Igualdad en todo-sinónimo deEquidad-es la Anarquía, ¡al ¡líablo el osoblanco que se apropía al derecho de abusar dela sencillez de los otros para engaiíarles! No lonecesitamos, y le suprimiremos si necesario sehaee. Y no sólo dee1ararnos la guerra á la tri­nidad abstraeta de Ley, de Religión y de Auto­ridad. lIaciélldonos anarql1¡stas, deelararnos laguerra á toda esa ola de engaflo, de farsa, deexplotación, de depravación, de vicio, de des­igualdad, en una palabra, que innundarán todosnuestros corazones. Declaremos In guerra á su

modo de obrar, á su manera de pensar. El go­bernado, el explotado, el engaflado, la .prosti­tuída, y así sucesivamente, hieren ante todonuestros sentimientos de igualdad. En nombrede la Igualdad no queremos ni prostitutas, ni.explotados, ni enganados, ni gobernados.

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LA M')RAL ANARQUISTA 165

Probable es que se nos diga lo que algunasveces se ha dicho; «Pero, si pensáis que es ne"-cesario tratar á los demás como uno quiere sertratado, ¿con qué derecho os atreveríais á usarla fuerza en no importa qué circunstancia? ¿Conqué derecho armaríais canones contra los bár­baros ó los civilizados que invadieran nuestropaís? ¿Con qué derecho desposeeríais al explo­tador? ¿Con qué derecho mataríais, no sólo áup tirano, sino á una víbora?»

¿Con qué derecho? ¿Qué entendéis por dere­cho, esa chascarrera palabra hija de la Ley?¿Queréis oaber si creería que obraba bien ha­ciendo eso? ¿Si las personas á quienes apreciopensarían que obré bien? ¿Eso es lo que pre­guntáis? En tal caso, amigos míos, nuestra con­testación es sencillísima.

¡Ciertamente que sí! Porque pedimos que senos mate corno á animales venenosos si algunavez intentamos invadir un territorio en el quenadie se ocupó de nosotros para hacernos dano.Porque nosotros decim.os á nuestros hijos, ánuestros amigos:

-« iMátame si en alguna ocasión me pongode parte de los invasores!»

¡Ciertarnente que sí! Porque pedimos que selllvS desposea si en cualquier ocasión, renegan­40 de nuestros principios, nos apoderamos de

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166 P. KROPOTKINE

una herencia-aun cuando hubiesp· caído de!

cielo-para emplearla en la explotación de los.demás.

¡Ciertamente que si! Porque todo hombre decorazón pide que se le mate si se torna seme­jante á una víbora, que se le hunda un pufialen el corazón si en alguna ocasión ocupa el si­tio de un tirano destronado.

Por cada cien hombres con mujer é hijos,habrá noventa que, sintiendo la aproximaciónde la locura (la pérdida de analisis cerebral deBUS acciones), tratarán de suicidarse por miedoá hacer dafio á las personas queridas. Cuandoun hombre de corazón ve que va á tornarse pe­ligroso para los que ama, quiere morir antes deserlo.

Cierto día, en Irkutsk, un médico polaco y

un fotógrafo fueron mordidos por un perro ra­bioso. El fotógrafo se quemó la herida con unhierro candente; el médico limitó se á cauteri­zarla. Era joven, bello, rebosante de vida.Acababa de salir del presidio, al que el gobier­no le había condenado por demasiado amigo delpueblo. Seguro de su saber y sobre todo de su

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LA MORAL ANARQUISTA 167

inteligencia, hacía curas maravillosas; los en­fermos le adoraban.

Seis semanas después, notó que el brazomordido empezaba á hinchársele. Como buenmédico que era, no podía equivocarse; la rabiaiba á apoderarse de él. Y corrió á casa de unamigo, médico y desterrado como él, y le dijo:

-¡Pronto! jestrignina, dame estrignina!Mira este brazo. Ya sabes lo que es esto. Den­tro de una hora, ó antes, estaré rabioso, trata­ré de morder te , trataré de morder á mis mejo­res amigos. No pierdas, pues, ni un momepto.¡Estrignina! ¡es preciso morir!

Se sentía volverse víbora; y quería que sele matase.

El amigo vaciló; luego, quiso ensayar en élun tratamiento antirábico. Ayudado por unamujer valerosa empezaron á cuidarle ... y doshoras después, el doctor, echando espuma porla boca, se arrojaba sobre ellos, tratando demorderles; luego, volvía en sí, reClamaba, h1

estrignina y rabiaba nuevamente. }furió entrelas más horribles convulsiones.

¡Qué de hecho:, semejantes, hijos de nuestraexperiencia, no podríamoiS citar! El hombre diecorazón prefiere morir á ser la causa de 108

dolores de otras personas. Y he aquí por qu.é

tendrá conciencia de que obra bien¡ y la apro-

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bación de aquellos á quienes aprecia, le seguirásiempre que mate á una víbora ó acabe con untir'ano,

Perwskaya y sus amigos dieron muerte alczar ruso, Y la humanidad entera, no obstan­te Su repugnancia ante la san~re vertida, noobstante sus simpatías por el que .libertara álos siervos, reeonoci<'>les aquel derecho, ¿Porqué'? No significa esto que tuviera el acto por

Úlil;' las tres cuartas partes de la humani­

dad aun lo dudan; sino porque sintió que, portodo el oro del mundo, Perwkaya y sus amigosno hubieran consentido en ser á su vez tiranos,

Aun i.;l,quelloB que desconocen el drama (susdetalles), hállanse hoy seguros de que aquellono era IJna bravata de jóvenes ,un crimen

palacieg'o, . ni el deseo de alcanzar el poder;saben que era el odio á la tiranía elevado hasta

el despreeio de BÍ mismo, hasta la muerte.(Aquellos-se ha dicho-conquistaron el

dereeho á. matar», como se dijo de Luisa Mi­

chel' "rrenía derecho á ejercer el pillaje» ó:,,'Tenían derecho á robar», hablando de aque­

Hos terroristtUl que vivían de pan seco y que

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LA MORAL ANARQUISTA 169

robaban un millón ó dos del tesoro de Kichinef

tomando, á riesgo de perecer, todas las posibles

precauciones para evitar que se hiciera res~on­sable al centinela que guardaba la caja, fusilal hombro.

La humanidad nunca rehusa el derecho á

emplear la fuerza á los que la conquistaran,úsese esta fuerza en las barricadas ó en un

sombrío callejón. Mas, para que tal acto pro­duzca una impresión profunda en los espíritus,es necesario conquistar este derecho. Sin eso, el!tcto, útil ó no, sería un simple hecho brutal,sin importancia para el progreso de las ideas,No se vería en él sino un uso indebido de la,

fuerza, una simple sustitución de explotadorpor explotador.

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VII

Hasta ahora, hemos hablado siempre de lasacciOIles conscientes, premeditadas, del hombre(de las que hablamos con pleno conocimiento decausa). Mas junto á la vida consciente, está lavida inconsciente, infinitamente más vasta ydemasiado desconocida en otro tiempo. Sin em­bargo, basta observar el modo cómo nos vesti­mos por la mañana, esforzándonos por abrocharun botón que sabemos perdimos la víspera, óllevando la mano para coger un objeto que sa­bemos cambiamos de sitio, para tener una ideade esta vida inconsciente y concebir el papelinmenso que desempena en nuestra existencia.

Las tres cuartas partes de relaciones conlos demás, son hijas de esa vida inconsciente.Nuestro modo de hablar, de sonreír ó de frun­cir las cejas, de acalorarnos en la discusión Ó

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172 P. KROt'OTKINE

de permanecer tranquilos, y así sucesivamente,lo hacemos sin darnos cuenta de que lo hace­

mos, por simple costumbre, bien, heredada denuestros antecesores humanos ó prehumanos(ved solamente la semejanza entre la expresióndel hombre y la del animal cuando uno y otrose enfadan), ó bien, adquirida consciente ó in­conscientemente.

Nuestro modo de obrar respecto á los demásconviértese así en costumbre. Y el hombre que

haya adquirido más costumbre.~ morales será se­

guramente superior á aquel buen cristiano quepretende ser impulsado por el diablo á hacer el

mal y que no puede huir de él, sino, evocandolos sufrimientos del infierno Ó las alegrías delparaíso.

Tratar á los demás como quisiera uno sertratado, pasa en el hombre y en los animalessociables al estado de costumbre; aun cuando,

por lo general, el hombre no se pregunte nun­ca qué debe hacer en tal ó cual circunstancia.Obra bien ómal sin reflexionar. Y sólo en las

eircunstancias excepcionales, ante un caso com­plejo ó bajo el impulso de una pasión ardiente,experimenta vacilación y las diversas partesde su cerebro (órgano muy complejo y cuyas

partes funcionan con cierta independencia) en­tran en lucha. Y entonces se sustituye en la

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LA MORAL ANARQ1)IS~'A 173

imaginación á la persona que está frente á él;se pregunta si le gustar!a ser tratado de igualmanera que él va á tratar, y su decisión estanto más moral cuanto mejor identificado sehalle con la persona á cuya dignidad, á cuyosintereses pensó atacar. O bien, interveÚdráun amigo cualquiera para decirle:

-Ponte en su lugar. ¿Te gustarín ser tra­tado por él como acabas de tratarle?

y esto basta.

Por consiguiente, no se recurre al principiode igualdad sino en un momento de vacilación,mientras que en el 99 por 100 de los casos obra­mos moralmente por simple costumbre,

Se habrá notado ya que de todo 10 que he­mos dicho hasta ahora nada quisimos imponer.

Hemos expuesto sencillamente cómo las cosasocurren en el mundo animal y en el de loshombres.

Antiguamente, la Iglesia amenazaba con elinfierno cuando quería moralizar; y sabido es10 que consiguió: desmoralizaba .. El juez ame­nazó y sigue hoy amenazando con el castigo,siempre en nombre de aquellos mismos princi-

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pios de sociabilidad que escamoteara á la socie­dad; y desmoralizó y desmoraliza. Y las auto­ridades de toda especie tratan de hacer resaltarel peligro social que, á su entender, resultaría

si, como considera posible, el juez y el sacerdo-,te desaparecieran al mismo tiempo de la tierra.

Pues bien, no nos asusta ni denunciar aljuez ni quedar sin condena. Hasta renunciamos,con Guyan, á toda clase de sanción, á toda es­pecie de obligación de la moral. No nos asustadecir:

«Hoy lo que quieras y como quieras».Porque nos hallamos persuadidos de que la

irÚnensa, mayoría de los hombres, conforme va­yan ilustrándose y desembarazándose de loslazos actuales, obrarán siempre en cierto sen­tido útil á la sociedad, como nos hallamos per­suadidos de que el nifio recién nacido andaráun día con los dos pies y no á cuatro patas,sencillamente porque nació de padres pf:lrtene­cientes .á la especie Hombre.

Todo lo que nos es posible hacer es dar uuconsejo; y aun agregamos al darle:

«Este consejo no tendrá valor sino cuandotú hayas reconocido por la experiencia y laobservación que debe seguirse».

Cuando vemos que un joven dobla la espal­da, oprimiéndose así el pecho y los pulmones,

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le aconsejamos se enderece y se mantenga enla postura natural. Le aconsejamos .aspire elaire con toda la fuerza de sus pulmones, queensanche éstos, porque en las prácticas esasestá la mejor precaución contra, la tisis. Peroála vez le ensefiamos la fisiología, á fin de queconozca las funciones de los pulmones y elijapor sí mismo la postura que considere mejor.

Así es como nosotros obramos en punto ámoraL No tenemos derecho sino á dar un con­

sejo. Y esto, afiadiendo después de darlo:"Síguele, si te parece bueno».

Pero, dejando á cada cual el derecho á obrarcomo le plazca; negando á la sociedad el dere­cho á castigar por la convicción de un acto3.ntisocial, no renuncíamos en modo alguno ánuestra capacidad de· amar lo que nos parezcabueno y de odiar lo que creamos malo. Amary odiar; porque sólo saben amar los que odiarsaben. Nosotros nos reservamos esto; y puestoque con ello y con lo demás basta á cualquiersociedad animal para mantener y desarrollarlos sentimientos morales, ello bastará tantomás á la especie humana.

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Sólo una cosa pedimos: que se elimine cuan­to en la presente sociedad impida el libre des­arrollo de aquellos dos sentimientos, todo loque falsea nuestro juicio: el Estado, la Iglesia,la Explotación; el juez, el sa'cerdote, el gobier­no, el explotador.

Hoy, cuando vemos qU~ un Juan el Destri­pador deguella á diez mujeres de 19s más po­bres, de las más miserables-y moralmentesuperiores á las tres cuartas partes de las ricasburguesas-nuestro primer sentimiento es el deodio. Sí le hubiésemos encontrado el mismo día

en que degollara á aquella, mujer que queríaque él le pagase treinta céntimos por haberpasado la noche en su madriguera, le hubiése­mos dado un tiro, sin pensar que la bala hu­biera estado mejor en el cráneo del propietariode la covacha.

Mas cuando nos acordamos de todas las In­

famias que le condujeran á aquellos asesinatos;cuando pensamos en aquellas tinieblas en lasque se halla. envuelto, cuando nos le figuramosperseguido por las imágenes que constituyen elfondo de aquellos libros inmundos ó por ideasadquiridas en la lectura de libros estúpidos,nuestro sentimiento se aplaca algo. Y el día en

que sepamos que Juan está en poder ,de un juezque, friamente, causara más víctimas que todos

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los Juanes, cuando sepamos que se hall~t enmanos de uno de aquellos maniáticos que, sinsaber por qué, se exaltan, que envían á un Bo­rrás á presidía para demostrar á los burguesesque son sus centinelas, todo nuestro odio contraJuan el Destripador desaparecerá; mas para irá otra parte. Se transformará en odio contra lasociedad vil é hipócrita, contra sus represen­tantes privilegiados. Todas las infamias de undestripador desaparecen ante esa serie secularde infamias cometidas en nombre de la ley, Aesta es á quien odiamos.

Hoy, nuestro sentimiQuto es .':lCnos intensoá cada insta,ute. Sentimos que todos nosotrossomos más ó menos involunta,riamente los pun­tales de esa sociedad. Y no nos atrevemos áodiar. Pero ¿nos atrevemos á amar? En una so­cieda,d basadtt cnla explotación y el servilismo,la naturaleza humana se degrada,

Mas conforme el servilismo vaya desapare­ciendo, nos iremos otn1 vez haciendo eargo denuestros derechos; nos sentiremos con fuerzapara amar y para odiar, aun en casos tan eom­plicados como el que no há mucho citamos.

Respecto á nuestra vida ordinaria, damosya libre curso á nuestros sentimientos de sim­patía y de antipatía; 10 hacemos ya á cada ins­tante. Todos amamos la fuerza moral y despre-

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ciamos la debilidad moral, la vileza. A cadamomento nuestras palabras, nuestras miradas,nuestras sonrisas, expresan nuestra alegríaante los actos Útiles á la raza humana. A cada

momento manifestamos con nuestras miradas ynuestras palabras la repugnancia que nos ins­piran la vileza, el engarro, la intriga, la faltade valor moral. Hacemos traición á nuestro dis­

gusto, aun cuando bajo la influencia de unaeducación de «saber vivir», es decir, de hipo­cresía, tratemos aÚn de ocultar ese disgustobajo exteriores falsos, que desaparecerán á.

medida, que entre nosotros se vayan estable­ciendo relaciones de igualdad.

Pues bien, esto basta ya para mantener ácierto nivel la concepción del bien y del mal ypara impregnársela mutuamente; esto bastarátanto mejor. cuando no haya ni juez, ni sacer·dote en la sociedad, tanto mejor cuando losprincipios momles pierdan todo carácter deobligación y sean considerados como simplesrelaciones naturales entre iguales.

Y, sin embargo, á medida que estas relacio­Hes váyanse estableciendo, una concepciónmoral aun más elevada surge en la sociedad.

Analicemos esta concepción.

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VIII

Hasta aquí, en todo nuestro análisis nohemos hecho otra cosa que exponer sencillosprincipios de igualdad. Nos hemos rebelado, yhemos invitado á los demás á rebelarse, contralos Que se apropian el derecho de tratar á losdemás como no quisieran ser tratados; contralos que no quisieran ser ni engañados, ni explo­tados, ni martirizados, ni prostituidos, pero queengañan, explotan, martirizan y prostituyen álos demás.

La mentira, la brutalidad, y así sucesiva­mente, son, creemos haberlo dicho, repugnan­tes, no porque se hallen desaprobad as por loscódigos de moralidad,-desconocemos esos Có­

digos,-sino porque la mentira, la brutalidad,y así sucesivamente, son contrarías á los sen­timientos igualitario s de aquel para quien la

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Igualdad no es una palabra; son contrarías es­pecialmente al que es un verdadero anarquista,así en su modo de pensar corno en su manerade obrar.

Pero, sólo ese principio tan sencillo, tannatural y tan evidente-si en general fueraaplicado en la vida-constituiría ya una moralelevadísirna, en la que se hallaría comprendi­do todo lo que los materíalistas quisieran en­senar.

El prhlcipio igualitario resume las ensenan­zas de los moraljstas. Pero contiene también

algo más, y ese algo es el respeto individual.Proclamando nuestra moral igualitaria y anar­quista, negámonos á apropiarnos el derechoque los moralistas pretendieron siempre ejer­cer; el de mutilar al individuo en nombre decierto ideal que ellos creen bueno. A nadie re­conocemos ese derecho, que no queremos paranosotros.

Reconocemos la libertad del individuo; que­remos la plenitud de su existencia, el libre des­arrollo de todas sus facultades. No es nuestro

deseo imponerle nada; y de este modo volvemosal principio que oponía Fourrier á la moral delas religiones, cuando decía:

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«Dejad á los hombres completamente libres;no les mutiléis; ya lo hicieron las religiones.Nada temáis de las pasiones suyas, que en unasociedad libre, no ofrecen ningÚn peligro.

"Con tal de que vosotros mismos no abdi­quéis vuestra libertad; con tal de que no os de­jéis esclavizar por los otros; y con tal de queá las pasiones violentas y antisocialcs de tal ó

cual individuo opongáis vuestras pasiones so­ciales, tan vigorosas como aquellas, nada ten­dréis que temer de la libertad" (1).

Renunciamos á mutilar al individuo en nom­

bre de no importa qué ideal: todo lo que nosreservamos es el expresar francamente nuestrassimpatías y antipatías por lo que encontramosbueno Ó malo. ¿Fulano engaila á sus amigos?.¿Es voluntad suya, es eso propio de su carácter?Perfectamente. ¡Pues voluntad nuestra, cosapropia del carácter ntlestro es despreciar al epl­bustera! Y, puesto que tal es nuestro carácter,seamos francos. No nos precipitemos hacia élpara estrecharle contra nuestro chaleco y darle

(1) De todos los autores modernos, elllOl"Uego Ibsen, queen Francia se leerá pn;nto con pasiÓn, cllal se lee ya en In­glaterra, es el que mejor ha formulado estas ideas en susdramas. Es un anarquista, mas sin saberlo.

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afectuosamente la mano, cual hoy se hace. Asu pasión activa opongamos la nuestra, tan ac­tiva y tan vigorosa como aquélla.

Esto es cuanto tenemos derecho y deber dehacer para mantener en la sociedad el principioigualitario, ósea 01 principio de la igualdiOtdpuesto en práctica (1).

Desde luego, todo esto no será un hechosino cuando las grandes causas de depravación(capitalismo, rp.ligión, justicia, gobierno), ha­yan cesadQ de existir. Pero puede hacerse engran parte desde hoy. Y en la medida que sepuede, se hace.

Y, sin embargo, si las soeiedades n<t cono­cieson más que este principio de igualdad; sicada cual, ateniéndose á un principio de equi­dad especial, se guardase á cada momento dedar á los otros algo más de lo que todos reciben,la sociedad caminaría hacia su fin. Hasta el

(1) Estamos oyendo decir: <¡,Y el asesino? ¿,Y el que ex­travía á los niños? Nuestra contestación á esto es ssncilla.El asesino que mata por sed de sangre, es extremadamenteramo Es una enfermedad que hay qne curar ó evitar. Encuanto al extraviado, cuidemos primeramente de que la so­ciedad no pervierta los sentimientos de nuestros hijos; que,con1'leguidoe8to, no tendremos por qué temer á aquellos 8eñores.

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LA MORAL ANA.RQUISTA

principio de igualdad desaparecería de nuestrasrelaciones, porque, para mantenerlo, se necesi­ta que una cosa mayor, más bella, más vigoro­sa que la simple equidad, se produzca constan­temente en la vida.

y esta cosa se produce.

Hasta hoy, la humanidad no ha carecido deaquellos grandes corazones que se desbordarande ternura, de talento ó de voluntad, y queemplearan su sentimiento, su inteligencia ó sufuerza de acción en servicio de la raza, humana,sin pedirle nada en cambio.

Esta fecundidad de talento, de sensibilidadó de voluntad, toma todas las formas posibles.Es el que con pasión busca la verdad y, renun­ciando á los demás goces de la vida, se entregatodo él á la indagación tras de lo que cree ver­dadero ~T justo, contra el parecer de los igno­rantes que le rodean. Es el inventor que pasalas noches de claro en claro, que se olvidahasta de alimentarse y apenas toca el pan queuna mujer, que por él se sacrifica, le hace co­mer como á un nifio, siempre ocupado en suinvención, destinada, segÚn él, á cambiar lafaz del mundo. Es el revolucionario ardiente,

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al que las alegrías del arte, de la cíencia, aunde la f¡;unilia, parecen agrias mierltras no sonpor todos compartidas y que trabaja para re­generar el mundo, no obstante la miseria y las

persecuciones. Es el joven que, al oir el relatode las atrocidades de la invasión, tomando alpie de la letra las leyendas patrióticas que sele contaban, se alistaba en calidad de volunta­río, caminaba sobre la, nieve, soportaba elhambre y concluía por caer bajo las balas.

Es el pilluelo de París que, mejor inspiradoy 10tado de una inteligencia más fecunda, es­cogiendo mejor sus aversiones y sus simpatías,corría á las trincheras con su hermano menor,permanecía bajo la lluvia de los abuses y mo­ría murmurando: ¡Viva la Comunel Es el hom­

bre que se rebela al ver una iniquidad, sin pre­g'untarse lo que le podrá costar su rebelión y,cuando todos doblan la espina dorsal, desen­

masca,ra, ¡a, ,iniquidad, ataca al explotador, altiranuelo de la fábrica, al gran tirano de unimperio. Son, por !in, todos esos sucesos innu­merableiil, menos resonantes y por eso no tan

conoeidos, desconocidos casi siempre, que sepueden observar constantemente, sobre todo en

la, lUujer, con tal dé que se quiera uno tomar eltr:l,bajo de abrir los ojos y fijarse en 10 queaun le permite desembrollarse más ó menos

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bien, no obstante la explotación y la opresiónql1e sufre.

Todos estos forjan, unos en las obscuridad,otros en un círculo mayor, los verdaderos pro­gresos de la humanidad. Y la humanidad losabe. He aquí por qué rodea sus vidas de res­peto, de le3!endas. Hasta las embellece y hacede ellas los héroes de sus cuentos, de sus can­ciones, de SllS novelar. Ama en ellos el valor,la bondad, el amor y la abnegaciÓn que faltaná la mayería. Transmite su recuerdo á sus hi­jos. Tiene presentes aún a aquellos que n@obraran sino en el estrecho eíreulo de la fami­

lia y de la amistad, venerando su memoria enlas tradiciones familiares.

Estos hacen la verdadera moralidad, -laúnica, por otra parte, dig'lHtde este nombre,­pues el resto no son sino simples conatos deigualdad. Sin aquellas energías y aquellas ab­negaciones, la humanidad se vería, embrutecidaen el círculos de los cálculos lnezquinos. Peroaquellos preparan, por 11n,la lllOralidad delp'orvenir, la que vendrá (mando, cesando decontar, nuestros hijos Cr2í\Can en la idea de queel mejor empleo que pueda hacerse de una~osa, de toda energía, de todo valor, de todo

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amor, está allí donde la necesidad de esta fuer­za, se siente más vivamente.

Estas energías} estas abnegaciones, exis-­tieron en todo tiempo. Se las encuentra en todos,los animales sociables. Se las encuentra en el

hombre, aun en las épocas de mayor embrute­cimiento.

Y, en todo tiempo, las religiones trataronde apropiárselas, de emplearlas en su favor.Y SI las religiones viven aún, es porque-pres­cindiendo de la ignorancia-en todo tiempobuscaron apoyo en esas abnegaciones, en esasenergías. A ellas acuden también los revolu­cionarios, especialmente los revolucionarios so­cialistas.

En cuanto á e:xplicarlas, los moralistas re­ligiosos, utilitarios y demás, cayeron, respectoá ellas, en los errores que ya sefíalamos. Peroese joven filósofo, ese pensador, anarquista sinsaberlo, Guyan, es quien indicó el verdaderoorigen de aquellas energías y de aquellas abne­gaciones, prescindiendo de toda fuerza mística,de todos los cálculos mercantilés, extrictamenteímaginados por los utilitarios de la escuela in­glesa. Allí, donde la filosofía de Kant, posW-

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vista y evolucionista, fracasaron, la filosofíaanarquista encontró el verdadero camino.

Su origen, ha dicho Guyan, es el sentirnient(}

de su propia fuerzaj es la vida que se desborda,

que trata de esparcirse. "Sentir interiormente loque se es capaz de hacer, es saber lo que setiene deber de ejecutar.»

El sentimiento moral del deber, que cadahombre ha sentido en su vida y que se trata deexplicar por medio de todos los misticismos, «eldeber, no es otra cosa que una superabundan­cia de vida que pide ejercitarse, tener un fin;es á la vez el sentimiento de un poder.»

Toda fuerza acumulada crea una presiólilsobre los obstáculos colocados delante de ella.

Poder obrar, es deder obrar. Y toda esta «obli­gación» moral de que tanto se ha hablado y es­crito, despojada de todo misticismo, se reducetambién á esta concepción:

La vida no puede mantenerse sino á condición

de propagarse.«La planta no puede dejar de florecer. En

ocasiones, florecer, para ellas es morir. No im­porta, ¡la savia irá siempre en aumento!»­concluye al joven filósofo anarquista.

Lo propio le ocurre al hombre cuando estálleno de fuerza y de energía. La fuerza se acu­mula en él. Esparce su vida. Da sin contar}

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pues de lo contrario no viviría. Y si ha de pe­recer, corno la flor, al abrirse poco á poco, ¡noimporta! La savitt irá en aumento, si savia hay.

¡Sé fuerte! Desbórdate en energía pasionalé intelectual, y verterás sobre los otros tu inte­ligencia, tu ¡¡,rnor,tu fuerza de acción.

lIé aqui á lo que se reduce toda la educa­ción moral, despojada de las hipocresías delascetismo orien tal>

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IX

Lo que la humanidad a,dmira en el hombreverdadera,mente moral, es la exuberancia devida, que le impulsa á dar su inteligencia, susentimiento, sus a,cios, sin pedir nada en cam­bio de ello,.

El hombre fuerte de pensamiento y el hom­bre rebosante de vida intelectual, tratan, natu­ralmente, de esparcirse. Pensar, sin comunicarsu pensamiento á los demas, no tendría, ningúnatractivo. El hombre pobre de ideas es el únicoque, habiendo encontrado umt con gran traba­jo, la oculta cuidadosamente para ponerle, an­dando el tiempo, la etiqueta de su nombre. Elhombre fuerte de inteligencia, se desborda depensamientos; los siembra á manos llenas. Su­fre si no puede comunicarlos, siémbralos pordoquiera; porque eso constituye su vida.

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Lo propio sucede en cuanto al sentimiento.«No,somos suficientes por nosotros mismos;

tenemos más lágrimas que las que necesitamospara nuestros propios sufrimientos, más t~le­grías que las que pueda haber en nuestra exis.tencia», ha dicho O-uyan, resumiendo en estaspalabras justas, naturalcs, la cuestión de lamoralidad.

El sér Bolitario, sufre, es presa de cierta in­quietud, porque no puede compartir su pensa­miento, sus sentimientos, con los demás. Cuan­do se experimenta un gran placer, quisiérasehacer saber á los demás que se existe, que se

siente, que se ama, que se vive, que se lucha,que se combate.

Al propio tiempo sentimos la necesidad deejercitar nuestra voluntad, nuestra fuerza deacción. Obrar, trabajar, se ha hecho una nece­sidad para. la inmensa mayoría de los hombres;tanto es así, que cuando las condiciones absur­das alejan al hombre ó á la mujer del trabajoútil, ellos inventan trabajos, obligaciones fúti­lee é insensatas, para abrir un campo cualquie­ra á su fuerza de acción. Inventan una teoría,una religión, un ({deber social» para persuadir-

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se de que hacen algo útil. Si bailan es por ca­ridad; si se arruinan con sus tocados, es pormantener la aristocracia en toda su elevación.

Cuando no hacen nada, obedecen á un prin­,cipio.

",Se necesita ayudar á otro, meter el hom­bro bajo el coche que arrastra penosamente lahumanidad; y, cuando no, se zumba en tornode él», dice Guyan.

Esta necesidad de meter el hombro eEl tan

grande, que se encuentra en todos los animalessociables, por inferiores que sean. Y toda lainmensa actividad que á diario se gasta tan inú­tilmente en política ¿qué es sino meter el hom­bro bajo el coche ó zumbar en torno de él?

Cierto que cuando esta «fecundidad de lavoluntad», esta sed de acción, no va acompa­nada sino de una, pobre sensibilidad y de unainteligencia incapaz de crear', no dará sino unNapoleón 1 ó un Bismark, locos que trataránde hacer que camine el mundo á su antojo.

Por otra parte, una fecundidad dotada desensibilidad bien desarrollada, dará aquellosfrutos secos, los sabios, que no hacen otra cosaque detener el progreso de la ciencia.

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Y, por Último, la sensibilidad no guiada poruna inteligencia lo suficiente vasta, produciráaquellas mujeres prontas.á sacrificarlo todo porun bruto cualesquiera, sobre el que vertieranto~o su amor.

Para ser realmente fecunda, la vida debeserIo en inteligencia, en sentimiento y en vo·luntad al propio tiempo, pues, entonces, estafecundidttd es siempre la vida: la sola cosa quemerece este nombre. Por un instante de tal

vida, los que la entrevieran dan anos de vege­tativa existencin. Sin esta vida, desbordante, nose es otra cosa que un viejo antes de tiempo,nn impotnnto, una ptu,nta que se seca sin haberflorecido mUlta.

<qDejelllOs á las podredumbres fin de sigloesa vida que 110 es tal vida». Reclama la juven­

tud, la verdiLdcrn juventud llena de savia quequiere vivir y sembr¡tr la vida á su alrededor.

y en cuanto una sociedad cae, podrida, unretono de aqneUa juventud rompe los Viejosmoldes econÓlnieos, políticos y morales, parahacer germinar una vida nueva. ¿Qué importaque éste ó aqnol caigan en la lucha? La saviava en aumento. Para, él, vivir .es florecer, cua­lesquiera que sean las consecuencias, á las quellingÚn lamento dedica.

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pendientemente. Flotad entre los diversos sen­timientos que luchan en nosotros, y llegaréispronto á romper aquella armonía del organismo,y seréis enfermos sin voluntad. La intensidadde la vida bajará, y en vano buscaréis compro­

rni808:ya no seréis el sér completo, fuerte, vi­goroso, que erais cuando vuestros actos hallá­banse de acuerdo con las condiciones idealesde vuestro cerebro.

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x

y ahora digamos, para acabar, algunas pa­labras acerca de aquellos dos términos, hijosde la escuela inglesa--altruísmo y egoísrno­con que á cada paso se nos rasca el oído.

Hasta este momento no hablamos de ellos

en el presente estudio. Y es porque no vemosni aún la distinción que los moralistas han tra­tado de introducir entre ellos.

Cuando decimos: «Tratemos á los demáEl

'Comoquisiéramos ser tratados •. ¿recomendamosel altruísmo 6 es el egoísmo lo que proclama­mos? Cuando subimos más y decimos « la dichadel individuo está íntimamente relacionada con

la de los seres que le rodean. Por casualidadse pueden tener algunolil anos de dicha relativaen una sociedad basada en la desgracia aje­na; pero esa dicha está pendiente de un hilo;

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no puede durar; el menor incidente bastarápara quebrarla, y es miserablemente pequefiacomparada con la felicidad posible en una so­ciedad de iguales. Por consiguiente, siempreque busques el bien de todos, obrarás bien,,;cuando decimos esto ¿predicamos el egoísmo ó­

elaltruísmo? Lo que hacemos es sentar senci­llamente un hecho.

y cuando agregltmos, parodiando una frasede Guyan: «Sé fuerte, sé grande en todos tusactos; desarrolla tu vida en todo sentido; sétodo lo rico que puedas en energía, y para ellosé el sér más social y más sociable, si tu objetoes gozar de una vida plena, completa y fecun-

e

da. Guiado siemore por una inteligencia rica-mente desarrollada, lucha, arriésgate-el ries~go tiene goces grandísimos-emplea todas tusfuerzas sin reparo en cuanto creas bueno ygrande, y habrás gozado de la mayor suma po­sible de felicídad. Sé uno con las masas; y en­tonces, ocúrrate en la vida lo que te ocura,sentirás latir con el tuyo precisamente los cora­zones á los cuales apreciaras y contra el tuyo álos que merecieran tu desprecio:>. Cuando deci­mos esto ¿qué proclamamos: el egoismo ó elaltruismo?

Luchar, afrontar el peligro, arrojarse alagua á fin de salvar, no sólo á un hombre, sino-

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LA M.JRAL ANARQUISTA 199

á un gato; alimentarse con pan seco para aca­bar con las iniquidades que á uno le indignan,sentirse de acuerdo con los que merecen seramados,-sentirse amado por ellos, por un filóso­fo enfermo-todo eso puede ser un sacrificio.Mas para el hombre y la mujer llenos de ener­

gía, de fuerza, de vigor, de juventud, es el pla­cer de sentirse vivo.

y ¿es eso egoísmo? ¿Es altruísmo?

En general, los moralistas que basaran sussistemas en una oposición supuesta entre lossentimientos egoístas y los sentimientos altruís­

tae, tiraron por mal camino. Si esta apariciónexistiera, si la dicha del individuo fuera real­mente contraria á la de la sociedad, la especie

humana no habría podido existir; ninguna es­pecie animal hubiera podido llegar á S11 actualdesarrollo. Si las hormigas no experimentaran

un placer intenso trabaja,ndo para el bienestardel hormiguero, el hormiguero no existiría y lahormiga no sería lo que es hoy; el sér más des­

~Lrrollado entre los insectos, un insecto cuyocerebro, apenas perceptible, es casi tan pode­roso como el cerebro ordinario del hombre.

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los pájaros no hallaran un placer intenso en susmigraciones, ~n los cuidados que prestan á la

educación de sus hijos, en la acción común parala defensa de sus sociedades con tra las a ves de

rapil'ia, el pájaro no habría llegado al desarro­llo á que ha llegado. El tipo del pájaro habríadegenerado, en vez de progresar.

y cuando el pensar prevé un tiempo en el

que la dicha del individuo se confundirá con ladicha de la especie, olvida una cosa: que si los

dos no huJ¡ie1'an sido idénticos, ni aun la evolu­ción del reino animal hubiera podido operarse.

Lo que ocurrió en todo tiempo es que hubosiempre, en el mundo animal como en la, espe­

cie humana, un gran nÚmero de individuos queno comprendían que la dieha individual y la dela especie son, cfectiv¡),mente, idénticas. No

comprendían que, sien do el objeto del individuovilJit· una vidit intensa, la mayor intensidad dela, vida esUt en l~t mayor sociabilidad, en lamayor ¡dentificaeión de sí mismo con todos losque le rodean.

Pero esto no era sino una falta de inteligen­

cia, una, falta, de comprensión. En todo tiempohubo hombres limitados; en todo tiempo hubo

imbéciles, pero nunca, en ninguna época de lahistoria, ni alln de la geología, la dicha del in­dividuo se opuso á la sociedad. En todo tiempo

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LA MORAL ANARQUISTA 201

fueron idénticos, y los que mejor comprendie­ron esto, gozaron de vida más completa.

La distinción entre el egoísmo y el atruísmo

es, pues, absurda para nosotros. He ahí por quénada dijímos de aquellos cornprornisos que elhombre, á creer á los utilitarios, suele tenerentre sus sentimientos egoístas y sus sentimien­

tos altruístas. Esos compromisos no existen parael hombre convencido.

Lo que existe es que en las actuales condi­ciones, aun cuando tratemos de vivir conformeá nuestros principios igualitarios, los sentimosrozados á cada paso. Por modestas que sean

nuestra comida y nuestra cama, somos millona"ríos eornparados con los que se acuestan bajolos puentes y comen ordinariamente pan seco.Por poco que nos entreguemos á los goces inte­lectuales y artísticos, seguimos siendo millona­

rios c'omparados con los seres á quienes embr utece el trabajo manual, q)le no pueden saborearlos goces del arte de la ciencia, que moriránsin conocerlos.

Sentimos haber dado al principio igualitariotodo su desarrollo, Me,s no queremos comp>¡'ome-

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ternos con aquellas condiciones. Nos rebelamoscontra ellas. Nos pesan. Nos hacen revolucio­narios. No nos acomodamos á lo que nos indig­na. Repudiamos todo compromiso, todo armis­ticio, y nos comprometemos á luchar contratales condiciones.

Esto no es un compromiso; y el convencidono quiere que se le permita dormir tranquiloesperando á que todo cambie por si mismo.

Hemos llegado al fin de nuestro estudio.Hay épocas, hemos dicho, en las que la

moral cambia por completo. Se ve de pronto quelo que se habia considerado moral es de la másprofunda inmoralidad. Y se rechaza lo antesadmitido y se grita: ({iAbajo la moral!», y seconsidera deber la comisión de actos inmora­les.

Prescindarnos de aquellas épocas, muy ápropósito para ser estudiadas por la crítica ysenal segurisima de que el pensamiento de lasociedad trabaja mucho.

Hemos tratado de formular, basándonos enel estudio del hombre y de los ¿¡,nimales, lo quecon el tiempo será la moral. Y hemos visto la

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LA MORAL ANARQUISTA 203

moral que se dibuja en las ideas de las masasy en la de los pensadores.

Esta moral no manda nada. Prescindirá

absolutamente de modelar ¿tI individuo segúnuna idea abstracta, como huirá de mutilarle pormedio de la religión, por el de la ley y por eldel gobierno. Dejará en libertad completa alindividuo. Se convertirá en una simple menciónde hechos, en una ciencia.

y esta ciencia dirá á los hombres:

«Si no sientes en ti la fuerza, si tus fuerzas·no pasan de ser tan suficientes para llevar unavida gris, monótona, sin fuertes impresiones,sin grandes goces, pero también sin grandessufrimientos, atente á los simples principiosde la equidad igualitaria. En las relacionesigualitarias hallarás la mayor suma de dicha,dadas tus fuerzas medianas.

"Pero si en ti sientes la fuerza de la juven­tud, si quieres vivir, si quieres gozar de la vidaentera, plena, desbordante, es decir, conocer elmayor goce que un sér vivo puede desear, séfuerte, sé grande, sé enérgico en cuanto hagas.

"Siembra la vida á tu alrededor. Nota queengañar, mentir, intrigar, es envilecerte, reco­nocerte débil de antemano, es obrar como el es­clavo delharem, que se siente infenor á su amo.Razlo si te agrada, mas sabe de antemano que'

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en tal caso la humanidad te considerara peque­fio, mezquino, débil, y te tratará como a unsér digno de compasión, sólo compasión. No tequejes á la humanidad, pues tú seras, si deaquella manera obras, quien paralice tu fuerzllde acción. Sé fuerte, por el contrario, y eacuanto veas una iniquidad y la comprendas,

,-una iniquidad en la vida, una mentira en laciencia, Ó un sufrimiento impuesto por otro,­rebélate contra la iniquidad, la mentira Ó la in­justicia. ¡Lucha! La lucha es la vida. Y enton­ces habrás vivido. Y ten presente que por al­gunos días de esta vida, darías ai'los de vegeta­ción en la podredumbre del pantano.

"Lucha para permitir que todos vivan esta.vida rica y dcsbordante, y esta seguro de quehallarás en esta lucha goces tan grandes comono los hallarías en ninguna otra actividad.»

Esto es cuanto puede manifestar te la cien­cia de la moral.

A tí te toca cseogcr

FIN

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INDICE

LAS PRISIONES.

l'IL SAI.ARIADO.

1.A MORAl .. ANAllQUISTA.

Págs.

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111

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