la20-21

Upload: saynomoreglass

Post on 05-Oct-2015

46 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Revista de artes

TRANSCRIPT

  • LIBROS & ARTESPgina 1

  • LIBROS & ARTESPgina 2

    DESCUBRIRLO DIFERENTE

    UN HIJO DEMIGRANTE

    uisiera decir para em-pezar que las migracio-

    nes estn imbricadas a la his-toria misma del hombre yque particularmente la his-toria moderna, del Renaci-miento para ac, sera total-mente inexplicable sin estu-diarlas y considerarlas comoel fenmeno central de laactividad de los hombres.

    Hay migraciones y mi-graciones. Unas se inicianpor el afn de aventura, otrasestn nutridas de la curiosi-dad cientfica aunada a uninexcusable afn de conquis-ta de nuevos territorios, al-gunas se alimentan de na-turales expectativas econ-micas.

    En lneas generales, lamigracin japonesa al Perpertenece a esta tercera laya.Los japoneses que vinierona fines del siglo XIX y en lasprimeras dcadas del sigloveinte eran gente de trabajoque se desempeaba preferen-temente en labores agrcolasy en los oficios que las pe-queas urbes de la costa, sie-rra y selva del Per podanofrecerles. Traan una cultu-ra ancestral, nutrida de unanocin muy fuerte de fami-lia extensiva, un afn de pro-greso individual y colectivo.

    Uno de esos migrantes,ya en el siglo XX, fue el pa-dre de Jos Watanabe, unafigura caracterstica del tipode japons que vino a nues-tro pas. Conocedor de laslabores agrcolas, se afinc enLaredo, departamento de LaLibertad, y contrajo matri-monio con una dama del lu-gar. Pero el seor Watanabeno era solamente un hom-bre de campo, conoca exten-sa e intensamente su propiacultura. Era aficionado a lapoesa tradicional de su pasy sus manos diestras gozabanlabrando figuras de madera.Estos son los hechos escue-tos que conozco por una lar-ga amistad con Jos Wata-nabe. Queda por ahondar talvez el detalle ms importan-te: cmo fue la relacin en-tre el poeta y su padre? Esteasunto, que algunas corrien-tes literarias vigentes en losaos setenta consideraronbalad, resulta de suma im-portancia cuando se analizala maduracin de un artistaexcepcional. Csar Vallejo,Jos Mara Arguedas, JorgeEduardo Eielson, Pablo

    Guevara, Mario VargasLlosa, han dedicado pginashermosas, intensas, revela-doras, que ilustran de qumanera la relacin con susrespectivos padres influy ensu carrera artstica, general-mente para bien, que es casode la mayora, o para mal,como ocurre con MarioVargas Llosa.

    Bstenos decir que cuan-do estall la segunda guerramundial, el que sera el pa-dre de nuestro poeta, ante lapersecucin desatada contralos japoneses, vivi a saltode mata ayudado por los lu-gareos de Laredo y que ensu deambular por los caa-verales se dio tiempo parahacer en madera pequeasesculturas religiosas que al-gunas veces colocaba a lavera del camino. Cuando ter-min la guerra, varias igle-sias de la zona estaban po-bladas de las esculturas delseor Watanabe. Conocien-do estos hechos, no es ex-trao que uno de los mejo-res poemas iniciales de JosWatanabe est dedicado pre-cisamente a las manos de supadre.

    VIDA Y POESAEn 1946 naci el poeta

    en Laredo. Estudi en su lu-gar de nacimiento y ms tar-de en Trujillo. Despus, enLima, inici estudios de ar-quitectura, que abandonpronto, para dedicarse amltiples oficios, vinculadosal cine, al periodismo y a laadministracin.

    Recuerdo con nitidezalgo ocurrido en 1970. Diezaos antes la revista deTrujillo Cuadernos trimes-tales de poesa, que dirigaMarco Antonio Corcuera,haba organizado el concur-so de poesa denominadoPoeta joven del Per. Enesa primera ocasin resulta-ron galardonados JavierHeraud y Csar Calvo, poe-tas que estn ahora incorpo-rados al canon literario delPer. En 1965 se organiz lasegunda edicin del mismopremio y resultaron pre-teridos, con menciones hon-rosas, pero no con los pri-meros puestos, Luis Hernn-dez y Juan Ojeda, dos lricosnotables. En ese momentohubo mucha polvareda, peroahora podemos decir que eljurado sancion lo canni-go y que no tuvo la sutilezade advertir lo verdadera-mente novedoso. Pero el

    Jos Watanabe y su obra potica

    Marco MartosEstas lneas son sobre un artista verdaderamente excepcional

    que honra a las letras del Per: Jos Watanabe Varas. Se publicanahora, pero no estn motivadas por su muerte. Estaban escritas y l las

    pudo conocer. El afecto por lo versos de algunos poetas nos lleva aintentar conocer su biografa y sus mtodos de trabajo. As nos pasa con

    los grandes poetas del pasado. Pero a veces uno tiene la fortuna dealternar con un gran lrico, y adquiere la todava mayor de darse cuentade la calidad del que camina junto a nosotros. As nos ha pasado a Jorge

    Daz Herrera, a Lorenzo Osores y a m mismo.

    Q

    Jos Watanabe (1946-2007).

    Fot

    o H

    erm

    an S

    chw

    arz

  • LIBROS & ARTESPgina 3

    hecho histrico es que mu-chos jvenes quedaron des-contentos. En 1970, en oca-sin de la tercera edicin delpremio, se rumoreaba quealgunos de los ms destaca-dos poetas jvenes no se pre-sentaran. Marco AntonioCorcuera escogi entonces unjurado en el que amalgamabaexperiencia y juventud, pre-sidido por Juan Ros, y tuvoa bien considerarme en l.

    Siguiendo una tradicin,el jurado escogi dos gana-dores: Jos Watanabe y An-tonio Cillniz. En aquellaocasin los predios literariosse mantuvieron en calma,en tcita aceptacin de la de-cisin. Sucede que, comodice Pound, es fcil acertarpercibiendo las calidades deun poeta de hace cien aos,un poco ms difcil sealarlas de un poeta de hace cin-cuenta aos, y casi un alburprecisar las de un coetneo.Mucho ms si est comen-zando, aadiramos. Un ju-rado de un concurso de poe-sa hace una apuesta para elfuturo. Y en eso o se aciertao se falla, no hay trminomedio.

    En 1971, con la publi-cacin de Album de familia,Jos Watanabe inici una ca-rrera literaria verdaderamen-te excepcional que lo ira co-locando con el paso del tiem-po a la altura de los mejorespoetas del siglo XX en nues-tro pas. Paralelamente de-sarrollara una carrera comoguionista de algunas de laspelculas ms conocidas dedirectores peruanos, comoLa ciudad y los perros, Marujaen el infierno y Alias la gringa.A pesar de los vasos comu-nicantes que existen entrecine y literatura, que se prue-ban no solamente por la ca-lidad de algunas obras lite-rarias llevadas al cine, comoes el caso de dos de los guio-nes escritos por Watanabe,sino por la influencia rec-proca entre estas dos artesexcepcionales, muchos co-nocedores de cine ignoran laactividad literaria de Wata-nabe; de igual manera, algu-nos aficionados a la poesadesconocen el oficio de guio-nista del poeta.

    Pareciera, por las publi-caciones posteriores, El husode la palabra, de 1989, Histo-ria natural, de 1994, y lasms recientes Cosas del cuer-po, de 1999, Habit entre no-sotros (2002), La piedra alada(2005) y Banderas detrs de

    la niebla (2006), que el poe-ta escribe por ciclos, indife-rente al apresuramiento y aaquello que se ha llamadola torrencial musa espao-la, ese afn desmedido porpublicar seguido de algunospoetas hispanos y otros denuestros lares que no tienenen cuenta la necesaria laborde pulido de los versos. Enun pas donde el reconoci-miento suele llegar tarde, en1989 El huso de la palabra fueconsagrado por un conjuntode crticos y creadores comoel mejor libro de poesa dela dcada.

    LA PRESENCIA DELAMOR Y DE LAMUERTE

    He escogido en esta oca-sin reflexionar concreta-mente sobre algunos aspec-tos de Cosas del cuerpo. Engeneral, las obras literariassuelen usar lenguajes meta-fricos, metonmicos o des-criptivos. La pica y la lricaestn llenas de metforas yde metonimias. Un lengua-je predominantemente des-criptivo es el que se usa enlas novelas.

    Algunos poetas, los me-jores, recuperan un lenguajeprimordial, que puede usar ono los procedimientos ret-

    ricos mencionados, pero que,sobre todo, elimina la dis-tancia entre el objeto refe-rencial y la propia palabra.Ese es el caso de Watanabe.Su poesa, trabajada con des-piadado rigor, trasmite unaimagen de tersura. Es unnuevo objeto aadido a larealidad que incorpora situa-ciones que conciernen a to-dos los seres humanos.

    Cualquier poema de Co-sas del cuerpo, como una fle-cha, va a un blanco preciso.

    Leamos el texto Nues-tra reina.

    Blanco tu uniforme yqu rosada

    tu piel.Entonces tus vsceras de-

    ben ser azules, doctora.Eres nuestra reina.Los enfermos estiramos

    las manos atribuladashacia ti en triste corte-

    jo.Queremos tocarte cuado

    cruzas los pasillos,altiva,docta, saludable, oh s,

    saludable,con tus vsceras azules.

    Imaginamos a los docto-res a salvo de nuestros ma-les,

    pero si el conocimientono te exime

    y tambin te mueres, se-ras una bella

    muerta. Tienesnariz alta, bocaque cierra bien, que se

    sella,prpados tersos, largo

    cuerpo para ser tendidovoluptuoso

    sobre una mesa de hier-ba.

    Tambin as seras nues-tra reina

    y seguiramos estirandolas manos

    ya tranquilas ycon flores

    hacia ti, nuestra ltimaseal de gozo.

    En el poema ledo se ob-serva, desde la posicin deun enfermo yacente en lacama de un hospital, la sa-nidad y la belleza de una doc-tora, capaz de producir gozocon su sola presencia y que,sin embargo, tambin llevael germen de la muerte. Enese texto Watanabe recreauna situacin trabajada an-tes por Eliot y Dante: la ideade que la exultante saludparece lo ms opuesto a lamuerte y, sin embargo, lacontiene y la expresa. Eliot,por ejemplo, observa a cien-tos de ciudadanos pululan-do en el puente que cruza el

    ro Tmesis y se preguntacmo y por qu esos hom-bres sern pasto de la muer-te.

    En la poesa occidentalhay numerosos ejemplos deenfrentamiento entre sani-dad y enfermedad. Para con-trastarlo con el poema deJos Watanabe escogeremosun poema de Silvia Plath(1933-1963), Tulipanes.En el texto se presenta unasala con tulipanes, todo estmuy blanco, muy tranquilo,muy nevado. La luz blancade la maana se dibuja en lapared y hay un trabajo deenfermeras, agujas, aneste-sias, miradas distradas y unaestpida pupila debe absor-berlo todo. Las blanqusimascofias van, da, noche. Sontantas que es imposible con-tarlas. Demasiada tarea, unpeso intil para una enfer-ma. Separada del mundo porlos vidrios ms slidos, mirafotografas del marido, de lahija, pegadas a la piel comogarfios sonriendo. SilviaPlath, monja pura, zamb-llese en sosiego, se deslum-bra, deja los tulipanes rojosque la lastiman, escoge elvelo blanco de la muerte.

    Tambin el gran poetacheco Rainer Mara Rilke(1875-1926) experimentdesde temprana edad una fas-cinacin por la presencia dela muerte. Praga le parecauna extraa ciudad de palo-mas y de torres donde losfretros de plata, los cuerposde los santos descompuestoseran polen de ptalos met-licos. Ms tarde, hacia 1902,Pars le dio la impresin deser una ciudad extraacuyos hospitales tenan unaangustia senil. Comprendipor qu los parisinos volvansin cesar a Paul Verlaine,Charles Baudelaire y Sthe-phane Mallarm. Observ enlas calles numerosos maci-lentos vestidos de tristeza,caminando por aceras empe-dradas con el sello del finalen los ojos. Crey percibiren esa inmensa ciudad luzregimientos de enfermos,grandes armadas moribundasen su trnsito a cementerios,fingiendo una vida inexpli-cable. Por eso sinti que enesa ciudad de moribundos eldeseo de vida es ms fuerteque en otros lugares. El de-seo de vida corre, corre, paraque no lo alcance la miseria.Las flores se marchitan r-pidas y slo permanecen lasfrutas de Czanne, ya sustra-

    REVISTA DE CULTURA DE LA BIBLIOTECA NACIONAL DEL PER

    Sinecio LpezDirector fundador

    Hugo NeiraDirector de la Biblioteca Nacional

    Luis Valera DazEditor de LIBROS & ARTES

    Irma Lpez de CastillaDirectora Tcnica de la Biblioteca Nacional

    Martha Hurtado HurtadoDirectora General (e) Oficina de Cooperacin Internacional

    Benjamn Blass RivarolaDirector Ejecutivo (e) de Ediciones

    Diagramacin: Jos Luis Portocarrero Blaha

    Secretaria: Mara Elena Chachi Gambini

    Coordinacin: Olga Rodrguez Ulloa

    Biblioteca Nacional del Per Lima, 2007

    Reservados todos los derechos.

    Depsito Legal: 2002-2127 / ISSN: 1683-6197

    Biblioteca Nacional del Per - Av. de la Poesa 160, San Borja. Telfono: 513-6900. http: //www.bnp.gob.pe Correo electrnico: [email protected]

    Esta publicacin ha sido posible gracias al apoyo de la Organizacinde Estados Iberoamericanos para la Educacin, la Ciencia y la Cultura.

    LIBROS & ARTES

  • LIBROS & ARTESPgina 4

    das del azar punible, lejosde apariencias oscuras, hu-mildes, sosteniendo la ver-dad.

    En qu se diferencia laconcepcin de estos poetasrespecto a la muerte? EnSilvia Plath hay no slo laaceptacin sino el deseo demuerte. Observa su cuerpocomo un guijarro que cuidanlas enfermeras y ve el mun-do de sus afectos slo comofotografas fijas con gan-chitos. Rilke es un artistaque constantemente se miraen relacin con la historialiteraria. Volcado al pasado,ese pasado muerto le hablacomo si estuviese vivo, lasciudades mismas, Praga oPars, las ve en sus aspectosms sombros. La vida no espara l sino una preparacinpara la muerte. Lo nicovivo en verdad es el arte,como esas frutas de Czanne,libres de su finitud, vivaspara siempre en el lienzo.

    En cambio, en el poemaNuestra reina, Jos Wata-nabe pone en tensin los po-los de enfermedad-muerte yvida. En un primer nivel, losenfermos portadores del malson smbolo de muerte,anuncian su posibilidad. Encambio la hermosa mdica esfuente de sanidad y blancodel deseo de los condenadosa la muerte, aferrndose a lavida. Rosada por fuera, susvsceras, dice el poema, de-ben ser azules. Hace recor-dar con esa sola mencin unpoema de Csar FernndezMoreno, Soneto a tus vs-ceras, que dice:

    Harto ya de alabar tupiel dorada,

    tus externas y muchasperfecciones,

    canto al jardn azul de tuspulmones

    y a tu trquea elegante yanillada.

    Canto a tu masa intesti-nal rosada,

    al bazo, al pncreas, a losepiplones,

    al doble filtro gris de tusriones

    y a tu matriz profunda yrenovada.

    Canto al tutano dulcede tus huesos,

    a la linfa que embebe tustejidos,

    al acre olor orgnico queexhalas.

    Quiero gastar tus vsce-ras a besos,

    vivir dentro de ti conmis sentidos...

    Yo soy un sapo negrocon dos alas.

    El poema de Watanabepareciera resumir en un soloverso el poema de Fernndez

    Moreno, despojado del sua-ve tono irnico del poeta ar-gentino. Es la reina con susvsceras que algn da se de-tendrn en su funciona-miento. El conocimiento dela sanidad y de la enferme-dad no salvar a la doctorade la muerte. Ser entoncesuna bella muerta con su cuer-po voluptuoso sobre unamesa de hierba. An ahconservar su categora dereina y los enfermos segui-rn estirando las manos yatranquilas, es decir, despo-jadas de deseo, con flores ha-cia ella, como ltima sealde gozo.

    En un primer nivel estdicho, comentado, lo que elpoema nos trae. Un pocomenos visible es percibir loque dice en la entrelnea, laconcepcin de vida y muer-te que entraa la poesa deWatanabe. Dante, segura-mente el ms valioso poetade Occidente, encuentra enla alianza entre belleza e in-teligencia la posibilidad detrascender a la propia muer-te, puesto que Beatriz es re-presentante del mismo Dios.

    Sabido es, por quienes loconocen de cerca, que JosWatanabe no slo es respe-tuoso de la cultura de susancestros orientales, sino unconocedor de la tradicin li-teraria del Japn. Resultaobvio decir que uno de suspoetas favoritos es Basho,uno de los cultores ms refi-nados del haiku. Menos co-nocida es su gran aficin porlas novelas japonesas, desdeAkutagawa hasta BananaYoshimoto, pasando por su-puesto por Tanizaki, Mishi-ma, Kobo, Endo, Kawabata,

    Soseki, Inoue. En numero-sas ocasiones, reuniones deamigos que estaban por ter-minar se prolongaban inter-minablemente porque JosWatanabe se pona a contar

    un detalle de alguna novelajaponesa que permita cono-cer un ngulo inesperado dela cultura japonesa. Perotodo esto bien puede consi-derarse una porcin de da-tos externos al poema quellama nuestra atencin. Encambio, pertenece a la cul-tura japonesa la unin na-tural entre vida y muerte. Lamuerte no es vista en el Ja-pn como en el secularizadoOccidente de nuestros das.Finar es un acto natural dela vida. El nirvana esperadopor el budismo en poco separece al cielo cristiano; esel vaco final al que se llega.Pero en la concepcin ja-ponesa vida y muerte estnasociadas como dos caras dela misma moneda. Los ante-pasados estn ligados a lasvidas de los descendientes amanera de dioses familiares.Una fuerte marca del pasa-do en el Japn contempor-neo es el deseo de conservarla belleza de los que mueren.Los lectores de Tanizaki se-guramente recordarn el tex-to La vida enmascarada del se-or de Mushami, donde unconjunto de mujeres tienepor trabajo embellecer lascabezas tronchadas de losguerreros muertos en las ba-tallas. La muerte semeja a lavida gracias a las manos dies-tras.

    Hay algo ms, escondi-do en el poema de Wa-tanabe, que es una idea uni-versal, perteneciente a todaslas culturas: lo impensado dela muerte, su presencia s-bita. Si bien en el hospitalla doctora expresa la vida yquienes desean tocar su cuer-po voluptuoso son portado-

    res de la enfermedad, bienpudiera ocurrir, como efec-tivamente pasa en el poema,que la mujer, smbolo de lavida, llegue primero al reinode las sombras y los pacien-

    tes, acallado el placer, ten-gan una ltima seal de gozo.Ya Marcel Proust, en Eltiempo recobrado, ha seala-do con inigualable maestrael deleite de quienes sobre-viven a otros, caractersticodel gnero humano.

    El valor del poema Nu-estra reina se acreciente sipensamos en las numerosaslecturas individuales que vansumando una diversidad deexperiencias de enfermedad,sanidad y muerte que tene-mos todos los hombres y to-das las mujeres.

    En general, la sensacinque se desprende del poema-rio de Watanabe es de acep-tacin del mundo en sus as-pectos ms ntimos y mate-riales. Alguien podra decirque, como corresponde a lostiempos que corren, es unapoesa desideologizada, peroquien conozca toda la pro-duccin anterior de Wata-nabe, inclusive la que escri-bi en los turbulentos seten-ta, ser capaz de aadir quesiempre tuvo presente situa-ciones bsicas: el mundo delos afectos, la relacin delhombre con las cosas, la pre-sencia de lo inslito en lavida cotidiana y el afectoabsoluto por las personasms humildes.

    Otro asunto que reclamaatencin leyendo los versosde Watanabe es la asuncinde un yo andrgino. Este esun asunto sumamente inte-resante, porque la tendenciade la mayor parte de los es-critores, sobre todo novelis-tas, es tratar con mayor pe-ricia a los personajes que secorresponden con el propiosexo del autor. Solo algunos

    varones, Tolstoi, Flaubert,logran expresar los replieguesdel alma femenina. Buenaparte de la literatura escritapor mujeres expresa esa mis-ma limitacin. Hace variasdcadas Jung habl delanimus, lo masculino en lasmujeres, y del alma, lo feme-nino en los hombres, en to-das las mujeres, y en todoslos hombres. La poesa deCosas del cuerpo es la vivaconfirmacin de esa posibi-lidad.

    En el poema El baoescribe:

    Mientras el agua caesobre tu cuerpo

    yo piensoque de todos los cuerpos

    del mundot posees el ms preciso.Tienes algo de intercam-

    biableconmigo, algunos rga-

    nos secretos, los ms saludables

    y hermosos,o el sabor o la mirada.

    Ayerme acerqu por tus espal-

    dasy deslic mis manosbajo tus axilashasta tocar tus senos. De

    prontosentel temblor de una resti-

    tucin:si yo hubiera tenido te-

    tasserancomo las tuyas.

    Se deca al comienzo deesta exposicin que la his-toria moderna es, en lo b-sico, la historia de las migra-ciones. Esas migracionespueden ser de un continen-te a otro, como ocurri conla migracin japonesa alPer o del campo a la ciu-dad, como vienen ocurrien-do desde hace cinco siglos entodo el mundo. La contra-diccin que viven los indi-viduos que migran es la detratar de conservar un mun-do dejado atrs y, al mismotiempo, intentar acomodar-se a la nueva vida ciudada-na. Es posible que convivanen la cabeza de los hombresy en sus realidades el campoy la ciudad? Lo que paraEngels fue una utopa desea-ble parece que s puede rea-lizarse si pensamos no tantoen las megpolis que ator-mentan a sus habitantes consu desmesura, cuanto en las

    LOS HERMOSOS MAPAS DEL PER

    Los mapas del Per que aparecen en este nmero de Libros & Artes forman partede la exposicin Los hermosos mapas del Per, compuesta por veintereproducciones ampliadas de mapas de los siglos XVI, XVII y XVIII cuyos originalesforman parte del valioso patrimonio cartogrfico del Archivo General yDocumentacin del Ministerio de Relaciones Exteriores. La muestra se realiz entreel 19 de abril y el 13 de mayo de 2007 en el Centro Cultural Inca Garcilaso dela Cancillera.Los mapas son representaciones grficas, planas y a escala reducida de partes de lasuperficie de la tierra. La dimensin didctica e ilustrativa de los mapas antiguoshace de ellos manifestaciones excepcionales de una fusin de saber, arte y fantasa,ausentes en la cartografa cientfica del mundo contemporneo.

  • LIBROS & ARTESPgina 5

    pequeas ciudades europeaso en la vida de los campesi-nos en los pases del primermundo, que tienen todas lascomodidades en sus granjasms apartadas. La migracindel campo a la ciudad es te-ricamente reversible.

    La cultura campesinaest arraigada en un finopoeta como Watanabe.Como Vallejo, es un mi-grante que viaja de pequeospoblados a ciudades cada vezms grandes, pero que con-serva en su imaginario unmundo arcdico de la niezque se relaciona fluidamentecon todas sus experiencias.Uno de los poemas ms be-llos de Cosas del cuerpo es, sinduda, Los ros, que se abrecon una cita de Ungaretti:Estos son mis ros.

    Dice el texto:

    Mi hermana viene porel pasillo del hospital

    con sus zapatos resonan-tes, viejos, peruanos.

    De prontoalguien hace funcionar

    el inodoro, y es el roVichanzao

    terrosocorriendo entre las pie-

    dras.

    Ah, las hecescuriosidad primera de los

    mdicos. Si fueron impeca-bles

    habr curacin para esealguien.

    Habr curacin para m,hermana?

    Si comes tu kraft-bruhe,tal vez. Los corderos alema-nes

    son como los alemanes:optimistas, y corren

    blancospor los campos verdes.

    Come.

    Y mi graciosa hermanaabre el cao

    y lava el plato, y esta vezes el Moche, cristalino

    y benfico,entrando por las heridas

    de mis costadosabiertas como

    dos branquias.Rico ser pez entonces:

    una sensualidad que me per-mite este dolor.

    UNA POESA PARATODOS

    La poesa de Watanabe,extremadamente refinada,con detalles en su elabora-

    cin difciles de percibir, tie-ne adems un mrito del quepoco se habla: proporcionadisfrute a distintas clases delectores, poco informados oeruditos, juglares o clrigos.Y eso, en la tradicin perua-na, es mucho decir.

    Uno de los poemas mshermosos salidos de la plu-ma de Jos Watanabe es Enel desierto de Olmos apare-cido en su libro Historia na-tural.

    El viejo talador de espi-nos para carbn de palo

    cuelga en el dintel de sucabaa

    una obstinada lmpara dequerosene,

    y sobre la arenase extiende un semicr-

    culo de luz hospitalaria.

    Este es nuestro pequeoespacio de confianza.

    Ms all de la sutil fron-tera, en la oscuridad,

    nos atisba la repugnantefaja que el viejo crea,

    los imposibles injertos delo seres del aire y la tierra

    y que hoy son para supropio y vivo miedo:

    La imagina-cin trabaja sola, aun encontra.

    La iguana s es verdade-ra, aunque mtica. El viejola decapita

    y la desangra sobre uncacharro indigno,

    y el perro lame lacuajarada roja como si fuerasu vicio.

    Rpida es olorosala blanca carne de la

    iguana en la baqueta de asar.El viejo la destaza y co-

    memosy el perro espera pa-

    ciente los delicados huesos.

    Impensadamentearrojo los huesos fuera de

    la luzy tras ellos el animal en-

    tra en el pas nocturno yenemigo.

    Desde la oscuridad allaestremecido

    y seguramente querien-do alcanzar

    entre lainestable arena

    con ansianuestro pequeo espacio

    de confianza.Oigo entonces el repro-

    che del viejo: Deja huesoscerca,

    el perro tambin es pai-sano.

    El poema invita a varia-das reflexiones. Tiene esa l-nea de respeto caractersticade la cultura japonesa, perotambin de la nuestra, quelos jvenes tienen por losmayores. Este viejo no iden-tificado del desierto de Ol-mos, diestro con las manos,fabrica su bestiario, como enotro tiempo el padre del poe-ta elaboraba efigies de san-tos. En el pequeo espaciode confianza que ofrece lalmpara de querosene la re-lacin entre el narrador delpoema y el viejo, en presen-cia del perro parece mtica.Las palabras pintan algo queda la impresin que sucedefuera del tiempo. El poemacobra mayor fuerza y tensindramtica en el momentoque el narrador arroja un

    hueso fuera de la luz y el ani-mal se interna en ese pasnocturno y enemigo, que-dando as fuera de la convi-vencia con los dos hombres.Luego se escucha la voz delviejo diciendo a manera dereproche que el perro es pai-sano.

    Watanabe trae a la poe-sa peruana, en finsimo tra-bajo, la voz de la cultura cam-pesina que bebi en su in-fancia, que interioriz condeleite y que la vida agitadade la megpolis no ha podi-do destruir. Es una percep-cin que cree en la indispen-sable complementacin y nodominio de hombre y natu-raleza.

    Hubo otros poetas, an-teriores a Watanabe, que tra-taron con predileccin a losanimales. Pueden recordarsea los caballos blancos deGonzlez Prada ascendiendoa la azul inmensidad, los ca-ballos de los conquistadoresde Chocano, trajinando porlos Andes y los Alpes, el ca-ballo sonmbulo de Egureny el caballo humanizado deVallejo. El perro paisano deWatanabe viene a sumarse aesa galera de animales com-paeros.

    La calidad de un poeta,algo que eluden algunos cr-ticos, se puede medir de dis-tintas maneras. Una de ellas,la que me parece ms impor-tante, es la insercin dentrode una tradicin y su capa-cidad de modificarla desdedentro. En 1922, cuandoVallejo public Trilce,Antenor Orrego le dijo queestaba destripando los mu-ecos de la retrica, que loshaba destripado ya. De un

    modo no conflictivo la poe-sa de Jos Watanabe hamodificado radicalmente elpanorama de la poesa perua-na. Ha probado, con lo queha hecho hasta ahora, a con-tracorriente de una poesavitalista, callejera, que pare-ca nica opcin para los j-venes de los aos setenta,que es posible hacer en elPer una lrica punzante ydelicada que expresa al mis-mo tiempo la vida del cam-po y la ciudad, que se rela-ciona con los sentimientosntimos del hombre utilizan-do todos los recursos de lapoesa universal.

    Watanabe, como queraEleodoro Vargas Vicua, esel poeta que tiene ojo dever, un hombre que en losrepliegues ms oscuros de larealidad sabe descubrir lodiferente. Detiene su mira-da en lo ms cercano al hom-bre y en su propia interiori-dad.

    Ofendiendo seguramen-te la proverbial modestia quesiempre tuvo Jos Wata-nabe, djenme decir, paraterminar, que considero a supoesa algo de lo mejor de laliteratura del Per de todoslos tiempos. En otra pocael poeta espaol Garcilasointrodujo en el verso caste-llano la visin italiana. Queel soneto est vivo en lanuestra lengua es muestra desu importante empeo.Ahora Jos Watanabe incor-pora una sensibilidad orien-tal, que apenas he podidoresear, a la poesa peruanay esto slo pudo ser posibleporque su padre un buen dadej su Japn natal para afin-carse en Laredo.

    BIBLIOGRAFAJos Watanabe. lbum de

    familia. Lima, CuadernosTrimestales de Poesa, 1971.

    . El huso de la palabra.Lima, Colmillo blanco,1989.

    . Historia natural. Lima,Peisa, 1984.

    . Cosas del cuerpo.Lima, Caballo Rojo, 1999.

    . Habit entre nosotros.Lima, Fondo Editorial de laPontificia Universidad Ca-tlica del Per, 2002.

    . La piedra alada. Va-lencia, Pre-textos, 2005.

    . Banderas detrs de laniebla. Lima, Peisa, 2006.

    El P

    er,

    c. 1

    647.

    Jan

    Jans

    son,

    Impr

    eso

    en A

    mst

    erda

    m.

  • LIBROS & ARTESPgina 6

    os Watanabe se dio a co-nocer con lbum de fami-lia, publicado en 1971 y

    ganador del Premio Poeta Jo-ven del Per del ao anterior.Su segundo libro, El huso de lapalabra, que consolid su pres-tigio como uno de los ms im-portantes poetas de su genera-cin, vio la luz dieciocho aosdespus y reuni los pocospoemas que entretanto habaido dando a conocer en revis-tas, ms algunos inditos. His-toria natural es de 1994. Los si-guientes poemarios llegaroncon frecuencia creciente: Co-sas del cuerpo (1999), Habitentre nosotros (2002), La piedraalada (2005) y Banderas detrsde la niebla (2006). Cuando lamuerte interrumpi su trayec-toria, Watanabe no slo atra-vesaba una etapa de gran pro-ductividad, sino que su obraestaba recibiendo un amplioreconocimiento internacional,como lo testimonia el que supenltimo libro hubiese esta-do durante ms de cinco mesesen el primer lugar de ventas depoesa en Espaa.

    1.Watanabe forma parte de

    la llamada Generacin del 70,pero su situacin dentro de ellaes insular. Por razones de ca-rcter, tanto como por susideas sobre la creacin poti-ca, no se integr a ninguno delos grupos que entonces se for-maron, aunque en varias oca-siones manifest su cercana alos integrantes de EstacinReunida (Jos y Patrick Ro-sas, Elqui Burgos, scar M-laga). Su poesa comparte msrasgos con la de los autores dela generacin anterior que conla de sus coetneos, pues noparticipa de su actitud con-testaria ni de la exasperacindel tono ni de la confianza enel poder de la palabra ni delos temas predominantes enlos versos de estos; por el con-trario, se aparta de ellos so-bre todo desde su segundo li-bro por la postura serena delhablante potico, la que latribuye a su temprano con-tacto con los haikus que supadre, inmigrante japons, letraduca y, sobre todo, a la in-

    fluencia personal de su pro-genitor, quien lo educaba, atravs de su comportamiento,en la mesura y el silencio.

    Quizs lo nico que Wa-tanabe comparte con la co-rriente general de su genera-cin sea el carcter narrativode su poesa, el cual, por lodems, es un punto en comnde los poetas del 60 y del 70.No obstante, en su primer li-bro hay algunos acerca-mientos a la esttica setentera;por ejemplo se tratan proble-mas cotidianos, como en elpoema Los amigos (Debe-mos buscar trabajo / porque sunovia no ley nunca folletosmalthusianos o Ahora slosabemos caminar las calles / yni siquiera somos carteros) yhay un leve toque de anti-burguesismo en poemas comoFlores de plstico (Y a es-tas alturas / no debe sorpren-dernos una triste muchacha /deshojando flores de plsticojunto a su ventana) o Dia-

    triba contra mi hermano prs-pero.

    2.A la luz de sus obras poste-

    riores, lbum de familia es unlibro vacilante. En alguna oca-sin, el poeta declar que sehaba propuesto escribir unasuerte de poemas del hogar, almodo de Vallejo o Valde-lomar, pero ese propsito apa-rece disperso y no muy bienperfilado, algo minado por lairona, deudora de la de lospoetas del 60, como se nota,desde el ttulo, en Poema tr-gico con dudosos logros cmi-cos: Aqu todos se han muer-to con una modestia conmo-vedora, / mi padre, por ejem-plo, el lamentable Prometeo /silenciosamente picado por elcncer ms bravo que las gui-las. Tambin es notoria en l-bum una cierta influencia dela retrica de los sesenta, unleve toque del estilo de Anto-nio Cisneros en versos comolos que ahora descansamos co-

    lorados bajo este verano, ymenos que gusano soy, y detodos el ms escaldado, quebuscan reproducir el tono des-enfadado de aquel. Sin embar-go, ya alienta en este poemarioes verdad, ligado al tema dela familia el lirismo que sedesplegar en obras posterio-res.

    3.El huso de la palabra inclui-

    r algunos poemas que siguenla estela de la primera poca,como A propsito de los des-ajustes, pero la mayora se ins-cribe en un nuevo tipo de or-ganizacin que sigue el mode-lo del haiku y que caracterizaaunque no es el nico mdu-lo que emplea la poesa ma-dura de Watanabe. En Imita-cin de Matsuo Basho, porejemplo, publicado temprana-mente en la revista HipcritaLector en 1974, ya se utiliza unhaiku como remate (En lacima del risco / retozan el ca-

    bro y su cabra. / Abajo, el abis-mo), haiku que condensa elsentido de la narracin y pro-voca la descarga potica. EnMi ojo tiene sus razonestambin aparecido en Hip-crita Lector, el poema, de undeliberado prosasmo, que re-lata la excursin del hablantecon una muchacha que intro-duce sus pies en el mar, con-fluye en los dos versos finalesque conforman una estampainstantnea y fulgurante, elmuslo / contra la roca, la cualconcentra un significado quese despliega en mltiples direc-ciones: lo bello, lo fugaz, lo ma-ravilloso.

    4.Mi ojo tiene sus razones

    es un poema interesante noslo por su forma, sino porqueconstituye una verdadera artepotica que considera el poe-ma como resultado de una se-leccin de determinados ele-mentos de la realidad, selec-cin realizada por el ojo. Setrata de escoger, de entre la casiinfinita variedad de lo real,aquello esencial. El hablanteempieza constatando: Creoque mi ojo tiene un arbitrariocriterio de seleccin. / Obvia-mente hubo ms paisaje alre-dedor, / imposible que slofuramos ella y yo en el rom-peolas, para luego afirmar:Mi ojo todo lo vea, no des-cartaba nada, y, ms adelan-te:

    Hubiera querido inscribirmi poema en todo el paisaje,

    pero mi ojo, arbitrariamen-te, lo ha excluido

    y slo vuelve con obsesivaprecisin

    a aquel bello y extremoproblema de texturas

    el muslocontra la roca.Un ojo a la vez fsico y

    mental y que acta en sentidosopuestos: abarcando mucho ynegando casi todo para quedar-se con uno o dos elementos.

    Una de las caractersticasde la poesa de Watanabe es laconciencia y problematizacindel acto de escribir. Buena par-te de sus poemas son artespoticas en las que de distin-tas maneras se pone en eviden-

    Jos Watanabe

    La poesa de Jos Watanabe es uno de los momentossignificativos de la lrica peruana. No slo logr introducir en ella un

    nuevo tono y un nuevo espritu, sino que logr acercarse como pocas a unpblico relativamente amplio que se reconoci en su lenguaje

    sencillo y en su sabidura.

    EL DESAMOR, LA HUIDAY LA MUERTE

    Carlos Garayar

    J

    El P

    er,

    c. 1

    671.

    Joh

    n O

    gilv

    y, I

    mpr

    eso

    en A

    mst

    erda

    m.

  • LIBROS & ARTESPgina 7

    cia la insuficiencia de la pala-bra. Planteo del poema, porejemplo, empieza afirmando:Yo quera escribir un poemay termina con Yo deb escri-bir ese poema. Espero hacerloalgn da, lmites que encie-rran la confesin de su impo-tencia para poetizar la realidadcotidiana. Otras veces es laimposibilidad de jugar con larealidad por un imperativo ti-co, como en Los encuentros,en el que el hablante observaa un enfermo terminal, empie-za a observarlo, pero confiesa:Me descubr anotando / (...) /Estaba yendo hacia el poema /y me abstuve: / Ese hombre esten juego, dije. / Y sal del pla-netario y me entrop con lagente.

    5.Esta conciencia del lmite

    de la palabra se manifiestatambin de otros modos y lle-ga a constituir uno de los tresapartados de El huso de la pala-bra, Lo mismo la palabra. EnLos versos que tarjo, primerpoema del grupo, se trata di-rectamente ese problema dellenguaje: Las palabras no nosreflejan como los espejos, asexactamente, por lo que des-pus del trabajo del poeta sloqueda una figura borrosa, mu-tilada, malograda. En Reful-ge otra vez el sol, el poeta re-cuerda su infancia, pero se dicea s mismo que es intil inten-tar rescatarla porque es tu ver-so opaco / contra tu brillantealegra de muchacho. Otrasveces es la imposibilidad fsi-ca de captar la realidad: enSala de diseccin, los estu-diantes retiran el cerebro delcadver y lo colocan en unfrasco de formol; el poeta ob-serva y

    Sorpresivamenteuna burbuja brillante bro-

    t del interior del cerebrocomo un mensaje venido

    de la otra margen,y no haba boca que lo pro-

    nunciara.

    No haba bocaLa burbuja, muda, se des-

    hizo en ese aire levemente po-drido.

    6.La muerte y lo que hay ms

    all de ella es otra de las obse-siones de la poesa de Wata-nabe. Incluso en su primer li-bro dos poemas estn dedica-dos al tema, pero es a partir delsegundo, y sobre todo de laexperiencia de un cncer tem-prano operado en la ciudad deHannover, que las imgenes dela muerte y el deterioro irre-versible abundarn en sus ver-sos. Y es que el sentimiento de

    la muerte es directamente pro-porcional a la conciencia delcuerpo y de las cosas. Y estapoesa es visual (Mi poticaes la del ojo, consiste en ver,en mirar, declara en una en-trevista), est llena de objetosy seres que el poeta dispone enhistorias que nos hablan de otrarealidad. Porque la intensamaterialidad tiene su comple-mento en la esperanza de queno todo acabe con esta vida.Watanabe, para referirse a esaposibilidad, apela tanto acreencias enraizadas en el ima-ginario popular peruano, comola de los espritus que penan(dnde andar en mi desan-de?), como a aquellas que pro-vienen de la tradicin cristia-na, como la de la resurreccin,o a otras, ms personales, comola del poema (Hombreadentrado en el bosque) en elque el poeta observa en el aguala reverberacin del sol y cmoen esta desaparece un conejo yse pregunta: Y si la luz lo hallevado a otro planeta / y elconejo, ya animal de otra sus-tancia, corre contento / sin ha-ber padecido rigor de trampa,cuchillo, escopeta, zorro ...?.

    7.La constatacin de la pre-

    cariedad de la vida no se ma-nifiesta en Watanabe comoprotesta o escndalo, sinocomo constatacin tembloro-sa, pero contenida. En Impu-reza, poema de Kranken-haus, ltima seccin de El husode la palabra, el hablante, situa-do frente a la muerte, pretendeasumir con dignidad el trance,siguiendo el ejemplo de suspadres, pero renuncia, se diceacaso ests a punto de no serhijo de nadie y acepta el pen-samiento de la muerte: tenmiedo, ten miedo / y justamen-te con tu miedo quizs vuelvasa ser hijo de, / como antes,

    nio, / cuando ellos todava teabrazaban con alguna piedad.Versos como estos definen elcarcter de una poesa en laque el yo, cuando asoma, esten actitud impresionista, de re-cepcin, a diferencia del de suscoetneos, que privilegiaban laexpresin.

    8.La configuracin de un

    hablante potico diferente esel aporte de Watanabe a lapoesa peruana. El haiku mo-dela esta poesa en su conteni-do y en su actitud. En la breveintroduccin de El huso de lapalabra, el poeta confiesa queno entenda el significado l-timo de los haikus que le reci-taba su padre, pero s que enellos hablaba un hombre par-co de actitud, y conciso y co-loquial de lenguaje, y enten-da esas caractersticas (...) por-que, de algn modo afn y di-verso, estaban en mi casa y msall: en la gente de mi pueblo,austeros descendientes de lostrabajadores enganchados delazcar. Uno de los factoresque explican la conexin tancercana que establece ese ha-blante potico con el lector es,precisamente, esta suerte demestizaje base, la combinacinde la contencin japonesa y lahumildad provinciana, que sehalla en la raz de su mirada.

    9.En El huso de la palabra es-

    tn ya definidas las caracters-ticas de la poesa de Watanabe.En los libros siguientes, ellasciertamente se afinarn, el sis-tema simblico ganar en pro-fundidad, se incorporarnotros asuntos, se desarrollarnvariantes estructurales, pero loesencial est ya definido. Encuanto a la estructura, porejemplo, el mdulo general,constituido por una situacin

    que se narra o describe y de laque se resalta al final una parteen la que se concentra, comouna iluminacin no precisableracionalmente, el significadomdulo que puede ilustrarsecon Mi ojo tiene sus razoneso Escena de caza, cobramayor intensidad en poemasde Cosas del cuerpo como Elguardin del hielo, en el cualel hablante resume la leccinde la ancdota para redondear-la.

    10.En una entrevista con

    Alonso Rab, Jos Watanabedeclara: Escribo poemas suel-tos que van sumndose y lue-go discrimino buscando ciertaunidad cuando el libro es in-minente. No hay un punto departida, lo que hay es una pre-ocupacin bsica1. Eso se notamuy claramente en sus cuatroprimeros libros, cuyos poemasestn organizados en seccionesms o menos miscelneas; peroluego el poeta ensaya un libromucho ms orgnico, Habitentre nosotros (2002), quepoetiza diversos periodos de lavida de Cristo, desde su naci-miento hasta su muerte. Aun-que no carece de textos logra-dos, no es el mejor de lospoemarios de Watanabe, qui-zs porque el esquema bsicode esta poesa no se adapta biena un tema de escenas ms omenos previsibles y cuya lec-cin ya est fijada por la tradi-cin.

    11.En La piedra alada, en cam-

    bio, vuelve a la libertad delpoema individual, a pesar deque la seccin que lleva elmismo ttulo que el libro tienela piedra como tema central,pero deja fluir sin trabas laspreocupaciones permanen-tes. En el poema La piedra ala-

    da, por ejemplo, se juntanvarias de esas preocupaciones(la fugacidad de la vida, elcuerpo como un objeto su-friente, la incapacidad del len-guaje), y la palabra se adensa,la parbola traza limpiamentesu trayectoria: el pelcano he-rido llega a morir sobre un pie-dra del desierto; la imagen desu carne todava agnica dapaso a la de una de las alas ad-herida, seca, a la piedra, y lue-go a la del viento batiendo in-tilmente el ala sin entender /que podemos imaginar un ave,la ms bella, / pero no hacerlavolar. Otras preocupacionesfcilmente detectables son lainclusin del hombre en el or-den natural que lleva al em-pleo abundante de lo animalcomo trmino de referencia delo humano o la presencia delo otro invisible.

    El oxmoron del ttulo Lapiedra alada hace patente unrasgo esencial de la poesa deWatanabe. Sus versos no lo-gran esconder el conflicto deopuestos que aparentemente seresuelven en la mirada serenadel hablante potico. Unasuerte de principio de contra-diccin rige la visin del mun-do de este hablante y aflora dediversas y continuas maneras.Quizs por ello Watanabe nohaya escrito, salvo una o dosexcepciones, propiamentepoemas de amor, pues este con-voca de inmediato su contra-rio, el desamor, la muerte, y lahuida. En un poema tempra-no, La mantis religiosa, se re-fiere a la suprema esquizo-frenia de la cpula / a la muer-te; y en En el Museo de His-toria Natural se presenta a unmandril, su pareja y su cra;el poeta se identifica con elanimal (Tu piel y mi piel es-taban disecndose, mandrila),y luego el poeta dice que elmandril quiso huir, / por laventana, solo, / el mandril qui-so huir. Es bien significativoque en El huso de la palabra unade las secciones se titule Elamor y no, y que el autor de-clare que no es poesa amoro-sa2. Igual sucede con Trescanciones de amor, seccin deLa piedra alada, en la que sloel ltimo poema, La quie-tud, dedicado a su esposaMicaela, se aparta de esa ten-dencia y proclama al amorcomo un estado de gracia.

    1 El estilo es el lugar donde posomi alma. Alforja. Revista de poe-sa. N 35. Invierno 2005. http://www.alforjapoesa.com

    2 La poesa no consuela. En-trevista concedida a AbelardoSnchez Len y Francisco Tumi,revista S, julio de 1988.

    Map

    a de

    las

    mis

    ione

    s de

    Moj

    os s

    . X

    VII

    I. A

    nni

    mo.

  • LIBROS & ARTESPgina 8

    no de los ltimos fueal responder un cues-

    tionario de Julio Ortega yMara Ramrez Ribes parala edicin de El hacer po-tico: La concepcin depoesa que he venido prac-ticando cada vez con ma-yor conciencia: un descu-brimiento fugaz, una per-plejidad, un extraamien-to que se abre en mediode la realidad rutinaria, yque cuestiona al lenguajeen tanto este no puedetrasladar exactamente allector esa experiencia1.La proverbial lucidez deWatanabe anuda dos as-pectos fundamentales: lacapacidad de descubrirpoesa en donde normal-mente quedara inadverti-da y el riguroso trabajo dellenguaje.

    En El huso de la palabra(1989) aparecen los pri-meros textos que dan ex-plcita fe de esto. Uno es,sin duda, Mi ojo tiene susrazones, en que la condi-cin de descubridor apare-ce ntimamente asociadacon el ejercicio de la mi-rada: Hubiera queridoinscribir mi poema entodo el paisaje, / pero miojo, arbitrariamente, lo haexcluido / y slo vuelvecon obsesiva precisin / aaquel bello y extremo pro-blema de texturas: / elmuslo / contra la roca2.Otro, Los versos quetarjo que establece uninteresante parentescocon Los malos poemasde Juan Gonzalo Rose esemblemtico en cuanto alsegundo aspecto: el poetabusca asir fielmente el fru-to de su hallazgo, aunqueconoce tambin el riesgoque ello implica: Las pa-labras no nos reflejancomo los espejos, as exac-tamente, / pero quisiera. /[] / Los versos queirreprimiblemente tarjo /

    se llevarn siempre mipoema.

    Como se puede notar,cuando Watanabe habla-ba de un extraamiento[] que cuestiona al len-guaje, apuntaba algo queva ms all del comn co-mentario sobre el esforza-do y necesario trabajo derevisin y correccin deltexto, y que puede ras-trearse tambin en otrasartes poticas o en diver-

    sos otros fragmentos deobra: se refera a la (im)-posibilidad de comunicarcabalmente aquello descu-bierto, a la (in)capacidadde la palabra para atraparplenamente la realidad vis-lumbrada por el ojo. Sibien estas son reflexionesconocidas en la tradicincrtica de la poesa con-tempornea, la peculiari-dad en nuestro autor radi-ca en que aqu asumen el

    estatus de una constanteadvertencia frente a la ten-tacin de lo que podra-mos llamar (as, entre co-millas) poetizar o lite-raturizar, o, dicho de otromodo, de cargar la expre-sin de imgenes o recur-sos que podran resultarsorprendentes, embelleci-dos y aun efectivos, perohasta cierto punto vacuoso superficiales3, sobre to-do frente a la hondura par-

    ticularmente profunda delo esbozado en el poema.En casos como estos, laopcin de Watanabe fueabandonar (sin concluirla)la imagen pretenciosa, uti-lizar una expresin msdirecta y aparentementellana, dirigir(se) una recri-minacin por el intento olimitar la reconstruccinde lo potico vislumbradoa una descripcin casi ob-jetiva. El propsito de es-tos apuntes es hacer unbreve recorrido al respec-to.

    En El huso de la palabraencontramos dos textosen los que el poeta-perso-naje pone en escena su re-chazo a esas tentativas depoetizacin, como siellas encerraran alguna for-ma de irrespeto o revela-ran su clara insuficiencia.As, en Los encuentros,frente a la contemplacinde un hombre enfermo,dice: Me descubr ano-tando / que la gravitacinuniversal no tiene contin-gencias, azar / ni cncer. /Estaba yendo hacia el poe-ma / y me abstuve: / Esehombre est en juego,

    FRENTE A LAS ASTUCIASDE LA POESA

    Jos Watanabe

    Luis Fernando Chueca

    Cualquiera que haya ledo con algo de detenimientola poesa de Jos Watanabe (1946-2007) sabe que en su obra

    las artes poticas, esos textos que plasman la concepcin del arte delautor, tienen una presencia constante. Y conoce, adems,seguramente, que en otros varios momentos tambin se

    preocup por explicitar su idea de la poesa.

    U

    1 Entrevista publicada en ElDominical de El Comercio, comoparte del homenaje pstumo que estarevista le dedicara a Watanabe, bajoel ttulo de Palabras an inditas.Lima, 6 de mayo del 2007:

    2 Uno de los primeros en apun-tar la importancia de la mirada enel quehacer potico de Watanabe,luego ampliamente desarrollada porla crtica, fue Eduardo Chirinos enUn gran silencio vuelve a inte-rrumpirse. En El techo de la ba-llena. Aproximaciones a la poesaperuana e hispanoamericana con-tempornea. Lima, PUCP, 1991:92-93.

    3 En Las paradojas del lengua-je. Entrevista con Jos Watanabe,el poeta seal, en un sentido cerca-no al que apunto, que [n]o me gustala poesa literaria; y aadi: pien-so que no se debe literaturizar deantemano. En Ajos & zafiros 7(Lima, 2005: 81).Il

    Per

    , 179

    8. G

    iova

    nni

    Mar

    ia C

    assi

    ni, R

    oma

    (Det

    alle

    ).

  • LIBROS & ARTESPgina 9

    dije. En Trocha entre loscaaverales la adverten-cia es ms explcita: en elcurso de un retrato de losbraceros exhaustos, ham-brientos / y con el rostrotiznado por la ceniza de lacaa que afilan sus ma-chetes en una piedra grisque se resiste, que recha-za / el verde universal,termina anotando: Daleentonces la razn al juicio-so chotacabras / que emer-ge volando de los caave-rales / y te amonesta:Aqu no, tu dulce glogaaqu no.

    Si alguien quisiera pre-guntarse por ms razonespara estas advertencias oreprimendas, es posibleencontrar algunas nuevaspistas. En A la noche, deHistoria natural (1994),leemos: Yo siempre su-pongo un lector duro y se-vero, desconfiado / de lasmuchas astucias / de lospobrecitos poetas. Y en elpoema que cierra Cosas delcuerpo (1999), con trmi-nos semejantes pero enuna trama distinta, se ha-bla de / una palabra,una sola, la que hace so-nar / a las otras / []Cmo hallarla entre lasastucias / de la poesa y delmucho ingenio / quebanaliza los poemas?. Lainsuficiencia esencial de lapalabra se agrava, pues,cuando salen a relucir lasastucias de la poesa. Entodo poema las hay, sinduda; pero cuando el tex-to se convierte solo en unalarde de ellas, cuando selimita a ser solo juego dehabilidad, se ve reducidoa una aparente y soloaparente hondura. Wata-nabe tena claro que unode los riesgos mayores delpoeta es llegar a conver-tirse solo en hbil per-geador de bellas y des-lumbrantes palabras y quela belleza puede resultar,a veces, apenas un enga-oso artificio. Contra elloadvierte, una y otra vez,como si quisiera declararsin cortapisas la necesidadde tal sealamiento.

    Un lugar importanteen este recorrido lo mere-ce tambin El grito(Edvard Munch), de His-toria natural. Se trata de untexto en que se encuen-

    tran reunidas algunas pre-ocupaciones medulares deJos Watanabe: reflexinsobre la escritura, autorre-ferencia, presencia deltema de la muerte y fasci-nacin por la pintura. Enel poema que, dicho seade paso, permite apreciarla calidad de fabbro delautor4, el personaje (poe-ta, nuevamente) pone encontraste su voz conteni-da con el grito destempla-do de una mujer ante elterrible espectculo de lamuerte en forma de rodesbordado de sangre(Bajo el puente de Cho-sica el ro se embalsa / y esde sangre). El texto remi-te, en primer lugar, a laviolencia poltica de lasdcadas anteriores y, msespecficamente, a la re-presin estatal en el con-flicto armado interno5. Y

    representa una de las re-flexiones ms profundas deese momento, desde y so-bre la poesa, frente al pa-pel que le compete a esta(o que puede asumir) entiempos como aquellos. Elsujeto de escritura insiste,a despecho de lo que mu-chos esperaran en la obrade un poeta, en que la es-cena que retrata no esten lengua figurada, sinoque su representacin co-rresponde, literalmente, aun real acontecimiento.Otra vez el rechazo deladorno y la advertenciafrente a las astucias lite-raturizantes. Es obvio queWatanabe sabe que la rea-lidad ocurrida fuera deltexto no puede reprodu-cirse en el poema, que ins-tituye su propia realidad.Pero esto no obsta paraque busque dialogar in-

    4 Para esto basta comparar laimpecable versin publicada en ellibro con la que apareci unos aosantes en Lienzo 9 (Lima, Universi-dad de Lima, diciembre 1989: 217).

    5 Esto queda sugerido por estarla sangre de los muertos asesinadospor los matarifes en el ro, lo queevidencia la voluntad de ocultamientode los crmenes. Desarroll una lec-tura ms amplia de este y otros as-pectos en Un grito (silencioso) con-tra la muerte, ensayo aparecido enAjos & zafiros 7 (15-24).

    tensamente con aquella.Frente a esta decisin, elpoeta personaje (y, con l,el autor del texto) no re-nuncia a su potica ni tam-poco opta por el achata-miento lrico de su textoen pro de una ms efecti-va denuncia; pero no porello deja de enunciar cier-ta desazn que es quizsel eje de la grandeza deeste poema por aquelloque su poesa no puede ono alcanza a hacer ante laurgencia de los tiempos:Yo escribo y mi estilo esmi represin. En el horrorslo me permito este poe-ma silencioso.

    El cuestionamiento dellenguaje, a partir del in-tento de asir la realidad dela revelacin potica, si-gue presente, por supues-to, en los ltimos libros deWatanabe. Y La piedra ala-

    da (2005) ofrece una delas ms conmovedorasmanifestaciones de estetpico. En La piedra delro, el poema que abre elconjunto, ante la eviden-cia de la madre muerta, elpoeta-personaje se detie-ne y, otra vez, adviertecontra la poetizacin dela imagen: Ay poeta, /otra vez la tentacin / deuna intil metfora. La pie-dra / era piedra / y as sebastaba. No era madre. /[...] / Mi madre, en cam-bio, ha muerto, / y estdesatendida de nosotros.

    Detrs de esta opcinpor un lenguaje claro ysencillo, como diraOquendo de Amat, estno solo un temperamentopotico que se mantuvoconsistente y coherenteconsigo mismo, sino tam-bin la conviccin de lanecesaria comunicabili-dad de la experiencia po-tica: la mirada que descu-bre, la palabra que buscaasir el hallazgo y el lectorque logra hacer suya laexperiencia como partede un mismo e indispen-sable recorrido. Desde sutemprano lbum de fami-lia (1971) esto fue centralen la bsqueda potica deJos Watanabe. Y a esto semantuvo fiel hasta el final,en que, una vez ms, re-cuerda la necesidad de esapalabra desnuda de inne-cesarios artificios. En elpoema Banderas detrsde la niebla, que le da t-tulo a su ltimo poemario,leemos: Ninguna aposti-lla / sobre la belleza habla-r realmente de aquellasbanderas. Gran legado dehonestidad y poesa quehemos recibido.

    Plan

    Geo

    grf

    ico

    del

    terr

    itor

    io d

    el P

    arti

    do d

    e C

    hach

    apoy

    as.

    An

    nim

    o, 1

    788.

  • LIBROS & ARTESPgina 10

    reo que ese anuncia-do libro de relatos

    nunca lleg a editarse. Cin-co aos despus, publicsu primer libro de poesalbum de familia. Wata-nabe se vincula a Narra-cin de una forma casual.Una noche de verano de1966, en el bar Palermo,Eleodoro Vargas Vicuame dice: hay que salir ur-gentemente de Lima, yano soporto el enclaustra-miento capitalino y hayque respirar nuevos airesen cualquier ciudad delpas. Yo tambin estoy har-to, le dije, de esos cri-tiquillos oficiales que nosolo han querido destruirmis libros Los inocentes yEn Octubre no hay mila-gros, sino que la han em-prendido contra mi perso-na, que han metido susnarices en mi vida priva-da y que no se cansan dellamarme porngrafo. Pu-simos sobre la mesa el di-nero que en ese momentotenamos. Eleodoro hizoun clculo mental y dijo:Esto nos alcanza para tresdas en Trujillo. En nues-tra mesa colocamos un le-trero: Los esperamos enTrujillo. A la vuelta noms de Palermo nos subi-mos a un mnibus rumboa esa ciudad. Llegamos alamanecer. Nos alojamosen un hotelito barato y alas diez de la maana sali-mos a buscar un restauran-te para desayunarnos. Enuna esquina, nos topamoscon Hugo Bravo, periodis-ta de El Comercio y pa-lermitao de todas las no-ches. Le el letrero y hevenido a buscarlos, nosdijo riendo a carcajadas.Ms all, en una placita,vimos un ruedo de perso-nas. Nos acercamos y enmedio del ruedo estabanel mimo Acua en plenaactuacin y Vctor Zavala

    con un sombrero de paya-so en la mano pidiendouna colaboracin al respe-table. Al vernos, Acualevant en alto el letreroque habamos dejado ennuestra mesa de Palermo.No recuerdo en qu mo-mento se acercaron unosjvenes y nos dijeron queeran miembros del GrupoLiterario Trilce y qu de-sayuno ni desayuno: cerve-za. Y estaban muy conten-tos de conocernos y que sihabamos trado libros y

    que gestionaran una pre-sentacin con lectura in-cluida en la universidad.Nos estrecharon las manosdicindonos sus nombres:Juan Morillo, EduardoGonzlez Viaa, Ibez,Esquerre, Watanabe yotros que no recuerdo. Ynos fuimos a Huanchaco:mar, cerveza, exquisitosplatos de pescado y maris-cos y, sobre todo, conver-sa sobre literatura y la gra-ve contaminacin de lacrtica oficial limea.

    C

    Casi todos eran narra-dores. Nos propusieronpara el da siguiente unasesin de lectura de susrelatos. Recuerdo queWatanabe casi no habla-ba y nos miraba detenida-mente. Sus compinches deletras y de trago nos dije-ron que las muchachasms guapas de Trujillo loperseguan y que de todoel grupo era el ms pintn.Y Watanabe sonrea dis-cretamente. A los pocosmeses dej Trujillo y nos

    fue a buscar a Palermo. Enesos das, estbamos enplena organizacin del gru-po Narracin y de la edi-cin de una revista. Leyel proyecto del editorial ycon un leve movimientode cabeza de aceptacinnos entreg su cuento Eltrapiche. La lectura desus dos primero prrafosme impresion. Apenastena veinte aos y suprosa era directa, hermo-sa y profunda, los dilo-gos eran giles y la estruc-tura general de buenafactura.

    As comienza su relato:Molienda. Odiada

    molienda. Se agitan lasentraas del dragn deacero. Gimen ruedas yengranajes. A dentelladasla caa se hace azcar. Unrumor sordo sale a vecesdel ingenio y termina enun pito largo y agudo. Ychirra. (Dnde nace lanoche? En la cueva dequ cerro despierta susombra? No lo s. Pero yaest aqu, oscura y tris-te).

    Y esa noche, de vueltaa Trujillo de Huanchaco,nos acomodamos echadosde espalda sobre la carro-cera de una camioneta.Watanabe, que estaba ami lado, me dijo: Acabode leer el artculo de uncientfico que afirma quemirando con intensidadlas estrellas se puede en-contrar a Dios. Oswaldo,s que eres ateo. Haz laprueba de mirar el cielo.Mir el cielo y le dije: Nolo he encontrado y creo quenunca lo encontrar. T lohas encontrado?, le pregun-t. An no, me contest. Alo lejos, veamos las lucesde Trujillo. Afuera chirri-do y humo. Afuera, sobrelas casas, devorante, la bes-tia. As termina su cuentoEl trapiche.

    Cuando el trapiche se agita y se juntan los engranajes para triturar la caa,es la molienda. Cuando, al final de la molienda, las ruedas ya sin aceite del trapiche

    speramente friccionan, es el chirrido y el miedo. Y cuando el trapiche chirra, salen hombres a robar niospara aceitar los engranajes. (Solo el aceite de los nios calla el ruido). Entonces en las calles es el silencio.

    No hay ronda. No hay cancin.Este es un fragmento del cuento El trapiche que Watanabe

    public en el primer nmero de Narracin (setiembre de l966). En ese entonces, tena veinte aos de edad.La nota que acompaa el relato seala: Tiene concluido un libro de relatos sobre la situacin de los trabajadores

    en los grandes latifundios azucareros, al que pertenece El trapiche. Naci en Trujillo.

    EL JOVENNARRADOR

    Oswaldo Reynoso

    Jos Watanabe

    Am

    riq

    ue M

    rid

    iona

    le.

    1750

    . D

    idie

    r R

    ober

    t de

    Vau

    gond

    y. P

    ars

    (de

    talle

    ).

  • LIBROS & ARTESPgina 11

    nas es el nombre de unperfume en Cacharel.

    En 1990, Philip Kaufmanproduce un filme adoptado deHenri & June, e inspirado enlos diarios ntimos, en la ver-sin no censurada que corres-ponde a situaciones ocurridasentre 1931-32. Una artista por-tuguesa, acaso por su rostro dedesmayada ninfa ertica, tie-ne el rol de Anas. De HenryMiller est Fred Ward. Y UmaThurman hace de June, la ce-losa esposa de Henry. En el2005, se escribe una cancinen francs Anas Nin, interpre-tada por el duo Romane Serday Renaud. En 1946 haba es-crito: Je suis crivain. Jeussemieux aim avoir tcourtisane. Soy escritora, hu-biese preferido ser una corte-sana.

    Qu es Anas? Un fen-meno de sociedad? Una granpluma, testigo de su tiempo?Acaso ambas cosas, su escritu-ra puso audazmente el acentoen la sexualidad femenina in-cluyendo el lesbianismo, y nopor azar, cuando al fin se pu-blica la totalidad de sus cle-bres cuadernos, Kate Millet lallama es nuestra madre. AnasNin o la autobiografa perpe-tua.

    EL LUGAR DEL PADRE. ELLUGAR DEL INCESTO

    Es imposible abordar eltema de los diarios, es decir, delos diarios ntimos no censura-dos, y la evolucin literaria ypsicolgica de Anas sin hablarde Joaqun Nin y Castellanos,el Don Juan paternal que aban-dona a Rosa Culmell y a sustres hijos. La madre coge loshijos y se sube a un barco, deBarcelona a New York. Anas,que tiene once aos, comienzaen el mismo barco y tras la do-lorosa separacin los legenda-rios journaux bajo la forma deuna inicial carta al padre. Es-cribe para mostrarle a don Joa-qun que es la buena nia dig-na de amor y no la malania? Es la tesis de NolleRiley.1 Niita muy catlica(en ese instante), piadosa yapenada? Y cabe preguntarse:por qu se siente Anas lania mala? Revaloracin des misma, puesto que aprendea controlar los acontecimien-tos, a esconderlos, a manipu-lar, en todo caso yo preser-vo, fotografo, registro. Yeso la vuelve escritora? A los13 aos, siempre en los cua-dernos, siempre dirigindoseal padre ausente: Yo no soysino polvo... tengo el deseode desparramarme en unaspginas, en transformarme enfrases, un montn de palabras

    Un peruano en el Diario de Anas Nin

    RANGO O EL INTILAPASIONAMIENTO

    para que la gente no me atro-pelle.2

    El padre, le Roi Soleil lollama. Hubo incesto cuandoera todava una nia? Los psi-

    coanalistas suelen encontrar lashuellas del traumatismo endatos biogrficos tardos, enconfesiones indirectas. Losanalistas de los textos de Anas

    se detienen en un pasaje de Laseduccin del Minotauro, en eltexto Lillian, cuyo padre les daa sus hijos un fesse, unagolpiza en las nalgas y no

    les hablaba, ni jugaba conellos, salvo que los acariciaba.Lo que si dice Anas directa-mente es que a ella la tratabade fea, lo que no le impedatomarle fotos desnuda. Nadiepuede aportar una prueba de-finitiva del pasaje al acto,pero el comportamiento deAnas corresponde al esquematpico de esos casos, sostienen.Lo concreto, en este dominioescabroso pero que es necesa-rio elucidar, son dos cosas.Uno, los diarios los escribecomo un medio de comuni-carse con el padre ausente (enLe Roman de l avenir). Dos, a laedad de treinta aos, Anas, deretorno a Francia, en julio de1933, en Velescure-Saint-Raphal, se va a la cama condon Joaqun. Todava se dis-cute quien seduce a quien. Yen todo caso, esta vez es ellaquien lo deja.

    Y lo sustituye? Es ella,como lo sugiere ms de uno,quien se vuelve Doa Juana?La que conquista y abando-na? Ante la violencia sexualsufrida por nias, hay dos reac-ciones. La ms frecuente, se laesconde, como lo hizo Virgi-nia Woolf. Otras, que son me-nos, la exhiben. La de Anasest entre ambos. La historiaduerme en les journaux hasta supublicacin sin censura, peroen su vida amorosa deja trazasvisibles. La primera, la galerade amantes varones-protecto-res. Su profesor de danza PacoMiralls, sus dos analistas,Ren Allendy, de la SociedadPsicoanaltica de Pars, y OttoRank, luego de una corta e in-conclusa terapia de cinco me-ses. Waldo Frank (el amigo deMaritegui). El poeta RobertDuncan, el artista japonsIsamu Noguchi. La segundavariante, en Anas, es ponersea seducir mujeres. Ahora bien,la motivara lo que la motiva-se, el deseo, la neurosis, no va-mos a ingresar en los arcanosde la sexualidad femenina y ellesbianismo, pero lo cierto esque Anas nunca call que legustaban las mujeres de cual-quier sexo. Entienda quienentienda.

    LA EXPERIENCIA SEN-SUAL Y LA PRCTICA LI-TERARIA

    Tarda celebridad en elMovimiento de Mujeres de Los

    Hugo Neira

    Anas Nin es leyenda. Sus diarios ntimos, sus amores, sus relatoserticos, sexy, voluptuosos, escandalosos para unos o un inicio, para otros,del estallido del erotismo y el narcisismo de masas de los tiempos actuales,no dejan a nadie indiferente. El xito editorial y el reconocimiento llegaron

    al final de su existencia. En 1973 recibe el honoris causa dePhiladelphia College of Art. En 1974, tres aos antes de su muerte, eselegida miembro del National Institute of Arts and Letters. No tiene

    tumba, pidi que sus restos fuesen dispersados en la baha de SantaMnica, en la costa oeste de Los Angeles.

    Gonzalo More. En los diarios de Anas Nin aparece con el nombre de Rango.

    A

    Car

    etas

    .

    A mis amigos psicoanalistasMatilde Ureta de Caplansky,

    Max Hernndez, Moiss Lemlij.

    1. Noelle Riley Fitch, TheErotic Life of Anas Nin, ed. LittleBrown and Company, USA, 1993,900 p. A mi juicio la biografa mscompleta.

    2. Carta al padre, 25 de noviem-bre de 1916, en el tomo I de losdiarios. El presente trabajo sigue lascitas de pginas de la edicin france-sa de Stock,Pars, 1970.

  • LIBROS & ARTESPgina 12

    Angeles y entre los artistas ho-mosexuales de New York, glo-ria americana post mortem,pero en su corte personal, envida, abundan los escritoreshomosexuales, sus ntimos y ala vez apasionados y burlonescrticos. Santa pecadora.Vedette del strip-tease litera-rio. Ah los ingratos! Ms ri-validades entre los cinco sexos(son tantos, segn LawrenceDurell, el autor de El cuartetode Alejandra), rivalidad entreescritores. Otros en cambio ladivinizan. En particular por susdiarios, tienen tanto de auto-biografa como del cuadernosecreto, y la ilusin de lo in-mediato, lo espontneo.Otros, ...una obra inmensa, lavida interior de una mujer con-tada por una mujer. UnBildungsroman, aludiendo alas clebres novelas de escrito-res alemanes de comienzos delsiglo, Thomas Mann por ejem-plo, o sea, novela ro que en-frenta un personaje central adiferentes aspectos de la vida.Novela de formacin, ensuma.3

    EL EROTISMOFEMENINO

    Anas Nin se da cuenta queella y Miller difieren en cuan-to a la concepcin del erotis-mo Yo saba que una largafosa separaba la crudeza de lasexpresiones de Henry Miller ymis ambigedades, su visinrabelesca y humorstica delsexo y mis descripciones po-ticas de las relaciones sexualesque se hallan en los fragmen-tos no publicados de miJournal. La diferencia alcanzaa las concepciones masculinasde las femeninas. La escritorasabe que sus textos erticos sonel primer esfuerzo por hablaren un dominio hasta entoncesreservado a los hombres. Lasmujeres yo misma, en miJournal no podemos separar elsexo del sentimiento. El casode Anas apunta hacia lo quelas escritoras feministas y feme-ninas llaman la otra escritu-ra, a la reconstruccin del len-guaje humano desde la femini-dad.4 Anas, un erotismo con-temporneo que difiere de lostextos que la preceden.

    Es forzoso decir que su es-trella literaria, su destino, seeleva en medio de un firma-mento pobladsimo de va-rones. Occidente siempre pro-dujo literatura ertica, desdelos tiempos de la antigedad.Ms cercano a su caso, la lite-ratura norteamericana que laprecede casi en un siglo cuen-ta con Las memorias de FannyHill (es un ejemplo dentro deotros muchos), publicada porun inmigrante irlands, Willi-

    am Haynes, en 1846, que hizofortuna y que continu impri-miendo obras de ese gnero ypor lo general de autor anni-mo, en psimo papel e ilustra-das con grabados alegrementeobscenos. La novela erticaamericana haba tentado has-ta escritores consagrados, es elcaso de Mark Twain, quien fa-bric un libro clandestino,1601, A Firesade Conversation.Pero todo eso es literatura er-tica escrita por varones, enmuchos casos ilustres; en Fran-cia, Mirabeau, Sade, Baude-laire. Por lo dems, Anas Ninllega cuando todos conocen alos compaeros de Sodoma, elingls Oscar Wilde, el ura-nismo a lo Gide, su Corydon esde 1911, y Si le grand ne meurt,que es el relato de las expe-riencias del propio Gide en suviajes con jovencitos rabes,obra dada a las tintas en 1924.Ypor cierto, produjo escndalo.Adems, Gide era un conoburgus, casado y protestante.Pero se atrevi. En cuanto a laobra maestra del erotismo fran-cs, que no me parece Proustsino Jean Genet, Notre Dame-des-Fleurs, relato que alguienha llamado La dama de las ca-

    melias de la homosexualidadfrancesa, se fecha en 1943.Suntuosidad barroca: historiade un asesino a sueldo que estambin un invertido que seprostituye en Pigalle, y queobedece a su macr llamadoMignon-les Petits-Pieds, (elbonito de los pies pequeos).Esa obra describe un mundo delocas, maricones, reinonas,julandras, huecas, cabronas ycalandrias. En francs: tantes-filles, tapettes, pdales, tantouze.La jerga en castellano no es me-nos rica, vase el diccionarioestablecido por el cantante es-paol Ramoncn.5

    Anas Nin no poda igno-rar esos antecedentes, ni el ero-tismo surrealista, el amor segnApollinaire, Dada, Breton. Ellaescribe en los das en que reinaAragon, Le con dIrene (la va-gina de Irene) es de 1928. Obraque la crtica salud: carava-na de espasmos. Pero, de nue-vo, los seudnimos, los pudo-res, y Aragon que se escondetras el nombre de su personaje,Albert de Routisie. Tampocodeja de esconderse Anas Nin.Si bien haba comenzado sudiario desde 1914, lo guardaconsigo, conoce a los psicoa-

    nalistas ella misma se inicia,y por entonces cura.6 Su Casadel incesto aparece en 1936. Ensu diario dice que lo escribebajo la influencia de lossurrealistas. Pero solamente enNew York, a donde vuelve en1940, otra vez al lado deHenry Miller, es que se enteraque un editor desconocido lesofrece pagarles una produc-cin ertica a dlar la pgi-na. Miller dice que no, peroAnas no se resiste. Congrega aun enjambre de poetas deGreenwich Village (RobertDuncan, Georges Barker,Caresse Crosby), quienesgarrapatean historias de sexo.El editor (que nadie conoce)exige que las historias sean loms indecentes que fuera posi-ble. Anas es el centro de esaliteratura comercial me sen-ta dice la patrona de unacasa de putas literarias y snob.Entonces es que escribe Deltaof Venus Erotica y The LittleBirds, y se justifica: son los pri-meros esfuerzos de una mujeren un dominio que hasta aho-ra ha sido reservado a los hom-bres.

    Hay quienes sostienen queel famoso editor misterioso no

    existi nunca, que fue la pro-pia Anas que invent el pedi-do, un pretexto para publicaralgo en torno de sus fantasmassexuales. El argumento no dejade tener fuerza. En ese momen-to, a la escritora no parece bas-tarle sus diarios ntimos, haroto su terapia con Otto Rank,y por obvias razones: se habaacostado con l, nada menoscon el discpulo entre los msprofesionales del propio Freud.Tiene ella, dice por Anas lacrtica Elisabeth Hardwick,que escribe en Partisan Review,un afn patolgico demistificacin. Que Anas es-cribiese literatura ertica adlar la pgina, nadie hoy locree. Vergenza de escribir,vergenza de exponerse, pero,en fin, lo que cuenta es que lapsicologa tom el camino deese tipo de literatura. Curiosaterapia, los homosexuales es-criben como mujeres, los tmi-dos describen orgas, los lricosse vuelven bestiales, los puri-tanos se revelan perversos.Anas misma confiesa sentirsemejor cuando derivaba hacialo imaginario sus obsesionessexuales. Escribir erotismo sevuelve un camino hacia lasantidad y no hacia la dbau-che, propone. Dbauche: malavida, juerga, exceso.

    Venus ertica son quincerelatos, obviamente condena-dos a ser perversos al nacercomo literatura orientada a unpblico masturbatorio, peroaun los crticos ms exigentesno pueden dejar de sealar sucalidad. Los relatos combinanlirismo, paroxismo sexual, sue-os, deseos, parasos perdidosy recobrados, y son marca-damente autobiogrficos. EnEl aventurero hngaro, unode los relatos, hay un Don Juan,bello, seductor, cosmopolita,de deseos sexuales inagotables,

    Portada del libro publicado en 1940 a dlar la pgina, reeditado de nuevo en 1977.Fue un xito. Pero lomejor est en los diarios.

    3. Un Bildungsroman trata dela confrontacin de un personajecentral con diferentes dominios delmundo. Generalmente, el relatotoma al hroe literario en su etapajuvenil, por decenios, y si es preci-so, en el transcurso de toda unavida. Los diarios no son una nove-la, ciertamente, pero se le parecen.

    4. Magazine Littraire, n180,janvier 1982.

    5.Ramoncn. El nuevo tochocheli, diccionario de jergas, Ma-drid, Temas de hoy, 1996. Ra-moncn es un cantante de rock espa-ol muy popular, cerca del lenguajede los jvenes, que es a la vez elsuyo, el de sus canciones, incluyen-do las malas palabras que no secantan en Amrica del Sur.

    6. Anas curaba. Anota en sudiario ( febrero de 1935, tomo II, p.151): Uno de mis enfermos queme enva Rank era violinista en unaorquesta. Yo lo llamar Emilio.

  • LIBROS & ARTESPgina 13

    que abandona a su familia. Esmuy dficil no pensar en el pa-dre de Anas encarnado en esepersonaje, suerte de venganzaliteraria ante Don Joaqun, yde pronto, la revelacin, queha violado a sus dos hijas y alhijo. En Artistas y modelos,otro de los relatos, la narrado-ra posa desnuda ante un escul-tor, Millard, o sea, Miller,quien le cuenta cmo la nin-fmana Louise ha conocido unsuperorgasmo con el cubanoAntonio. Todo ello, acasoconfesional, huella de lostringulos sexuales, qu digo,quintetos y sextetos, queMiller y Anas tejan en tornosuyo. Anas publica entre 1946y 1961 cinco novelas plenasde heronas en peregrinacinpor el orgasmo, donde hay pia-nistas frgidas, bailarinas ex-ticas como Djuna (probable-mente, Elba Huara). La glorialiteraria no ser, sin embargo,ese sexteto ardiente sino losdiarios ntimos, publicados en1966, y parcialmente. No to-dos, y no todo. Por eso mismo,vuelve a publicar, por 1977,Venus ertica, esta vez, no cen-surada, esperando que ms tar-de el mundo conozca los famo-sos diarios al desnudo, sin cor-tes ni censuras.

    LES JOURNAUX. LOS DIA-RIOS NTIMOS

    El mtodo Nin: exhibirsepara mejor esconderse. En efec-to, los diarios. Una obra mo-numental dice Pivot mien-tras la presenta en su sonadoprograma de televisin en Pa-rs, Entre Estados Unidos, Fran-cia y Espaa, una vida aventu-rera, amorosa, curiosa, la con-fesin cotidiana de una de lasgrandes feministas del siglo.Para Pivot, Anas Nin es escri-tora de un gnero especial, elde los diarios ntimos y las no-tas. Un gnero resueltamentemoderno, agrega. Pero esostextos, tan modernos, no seconocern por completo hastael 2OO3.

    Gide haba ya dicho, sobreese gnero esquivo, la autobio-grafa, y con ms razn si enci-ma es ertica : escribir sin tram-pas. El erotismo es gnero deriesgos, el grado zero de la es-critura, se entrega todos los se-cretos a un lector imaginario.Deca esto mientras mantenasu propio cuadernillo al da ysoportaba a sus detractores.Sin arreglos ni borrones diceSegalen que se paseaba por losciclones de Tuamotu y Tahiticon su journal, o por Italia enplan de escritor alemn del ro-manticismo nada menos queGoethe, pero ni por esas podaimpedirse ser brillante. Cuan-do escribes un texto licencio-

    so, pornogrfico dice GabrielMatzneff, un maestro en lamateria puede que tus here-deros lo destruyan para esca-par a la venganza judicial. Leocurri a Lord Byron. Su mu-jer, su mejor amigo y su editorse pusieron de acuerdo paradestruir sus memorias. Siguenesa regla los cuadernillos deAnas? Son fieles o son unacombinacin de confesin yautoconstruccin?

    En vida de la Nin se publi-caron cinco volmenes, peroera una edicin expurgada,solo un ntimo, Henry Miller,parece haber conocido la in-tegridad de esos diarios, unos150 cuadernos que dej indi-tos, unas 35 mil pginas. Millerotorga al diario de Anas Ninel valor que para nuestro tiem-po tienen las confesiones deSan Agustn, Petronio, Abe-lardo y Rousseau. Exagera-cin? Cmo comprender elsiglo veinte sin revisar esa vozde mujer que habla de la mu-jer?

    Anas son esos diarios. Desu vasta obra, nos interesancentralmente. Ejercicio deanotar, laberinto de espejos.Pero,son ciertos? Es unasimuladora nata, dice Miller,que la amaba y la conoca. Jue-ga a testigo de su tiempo y a lavez a Santa Madona delcltoris, dice con maldad el es-critor homosexual Gore Vidal,que la frecuentaba. Es un tipode feminista que le pone depunta los pelos a Simone deBeauvoir, dicen otras malaslenguas. Pero Anas no les hacemucho caso, Yo soy eso queescribe, mi vida y mis escri-tos estn ligados, hasta el pun-to de esperar, para ser conoci-dos por completo, unos 16

    aos despus de su muerte, es-perando adems que muriesensus dos maridos, Ian Hugo, elprimero, y Rupert Pole, que fuesu ltima compaia.7 Para vi-vir a ratos con ambos, Anasviajaba constantemente deNew York a Los Angeles. Dia-blo de mujer.

    Los diarios ntimos. Anasanota en un carnet coti-dianamente el clima intelec-tual del Pars de 1931 a 1939,y el de New York, a donde serefugia a raz de la guerra, de1939 a 1945. El teln de fon-do es la vida artstica y bohe-mia de ambas cosmpolis, in-cluyendo viajes, Espaa, costaafricana, Amrica central. Encada diario se asoman cele-bridades: Lawrence Durell,Robert Duncan, AntoninArtaud. E igual desfilan en esaspginas artistas sin fortuna,aventureros, prostitutas ysimuladores de talento. Es elPars anterior a la guerra, hayun gusto por la libertad perso-nal, y un clima como de vspe-ras, de gran excitacin vital ysensual, el que precede a lasgrandes catstrofes, a pocosaos de que llegasen las tropasnazis de Hitler. As, en los ba-res de Montparnasse y en talle-res de artistas, en tabernas ycafs, se entrecruza un univer-so de parsitos sociales junto aautnticos creadores. Al ladode un Picasso y un Gia-cometti pululan vagos, esta-fadores y grandes equivoca-dos, aquellos que los france-ses llaman les rats, los fa-llados, los desperdiciados, seaporque carecan del talentonecesario o porque no traba-jaron con el ahinco de lostriunfadores. Y Anas, que estodo lo contrario, escritora

    con xito y con dinero, tienecuriosidad precisamente porlos fallados: el diario dacuenta de todos. Yo doy acada ser humano lo suyo,dir. Y as, un buen da, apa-rece el peruano Rango8.

    Anas se ve atrada por elrecin llegado, un hombre altoy cobrizo que no cesa de ha-blar de su lejana tierra de Punoy del horror que le provoca sufamilia burguesa. Rango no esun personaje literario, aunquepor el seudnimo, en esa inter-minable novela con cdigo desus cuadernos, lo parezca. Elaventurero peruano, ya en Pa-rs, formar parte del mundoartstico e intelectual que fre-cuenta una acomodada AnasNin, de marido rico pero igualcuriosa, bohemia. Y as, esamujer, entre las ms penetran-tes observadoras del alma hu-mana (tanto como la rusa LouAndrea Salom), figura centralde la literatura de introspec-cin, tendr tiempo y ocasinpara mirar hasta el fondo delalma torturada de Rango, elperuano. O sea, nolens,volens queriendo o no que-riendo, se asoma a la idiosin-crasia peruana, o mejor, a unaforma particular de la mismaencarnada por Rango.

    UN PERUANO LLAMADORANGO

    Rango es una presenciaconcreta y tambin unafantasmtica, viene del lejanopas de Ofir y la Canela, delPer. Se yuxtaponen en el re-cin llegado los atributos rea-les y los estereotipos que se in-vocan para los que vienen delejos y, adems, son diferentes.El peruano va a encarnar, ensuma, la seduccin del exotis-

    mo. Una lectura escrupulosadel Diario de Anas har notarque Rango es sucesivamenteel tigre que suea, el Inca demirada carbonifera, el de la ca-bellera negra salvaje. Impo-sible no asombrarse de su som-bra intensidad y de la sonrisade infante que le asoma al ros-tro. Mstico, soador, le lla-ma, pleno de nobleza, de pro-fundidad, con calidad miste-riosa. No hay duda, la ha im-presionado. De que fueronamantes carnales no quedaduda alguna.9 La relacin duraos, y con frecuencia, al pariaque era Rango, encima conproblemas que le acarrea la en-fermedad de su mujer, la Nin lealquila cuartos, un sistema queluego utiliza por partida dobleen Estados Unidos para conMiller, hasta que este goce derentas por sus xitos literarios.

    Anas Nin,testigo de su tiempo.7. El marido es el banquero

    americano Hugh Parker Giler, msconocido por sus actividades de gra-bador y cineasta bajo el nombre deIan Hugo. Ahora bien, si se lee aten-tamente el diario se notar las poqu-simas referencias a este hombre. Sonsus obras las que aparecen. La obraque consigue imprimir personalmen-te a su vuelta a los Estados Unidos,en 1939, Winter of Artifice, es unaobra de arte, con la tipografa de Ran-go y los grabados de Ian Hugo (tomoIII, p. 315). Como cinesta, IanHugo aparece en los diarios delperiodo 1947- 1955. Despus demuchos viajes a Venecia, Ian Hugode nuevo ha filmado todo lo que loimpresionaba. Y alaba, su libertadde improvisacin. Hay otro film deIan, sobre la calle 42 de New York,inspirada en Jazz of Angeles deJames Herlihy. (Diario, tomo V,pp. 414- 415).

    8. Rango es con toda certezaGonzalo More. Ver Caretas, N458, el 22 de junio de 1972. Larevelacin de Gonzalo More comoRango se debe a ese artculo de C-sar Levano que aqu cito, el resto noes sino pesquisa personal en los pro-pios diarios y recuerdos de Anas Nin.El apellido original, Moore, secastellaniza. El hermano periodistaque Rango trata de fascista es Fede-rico More. Los More, incluyendo aErnesto, que fue diputado y hombrede la izquierda peruana, fueron to-dos muy brillantes. Zara se llamabaHelba y, en efecto, bailaba danzasincas. La celebre Desire, amiga detantas generaciones de refugiados pe-ruanos que vivieron en Pars, quefrecuentaron su casa, de CsarVallejo al guerrillero Lobatn, y enalgn momento, Gonzalo More ysu compaera.

    9. Cf. Anas Nin, en el cuentoHilda y Rango. El cuerpo de Ran-go tena el olor de un bosque de ma-deras valiosas, sus cabellos olan acipres y la piel a cedro. Recostada asu lado, insatisfecha, Hilda senta quela hembra que haba en ella estaba apunto de aprender a someterse al ma-cho, a obedecer a sus deseos. EnLes petits oiseaux. Erotica II, Stock,Paris, 1980.

  • LIBROS & ARTESPgina 14

    A los atributos fsicos deRango se une un atractivo es-pecial: hablaba mal tanto elfrancs como el ingls, peroparadjicamente esa incapaci-dad le lleva a comunicarse conAnas en castellano, idiomaque esta no slo manejababien, sino que era la lengua delpadre, del msico cataln Joa-qun Nin. Lengua de la infan-cia, del paraso perdido, delincesto. Lengua de la memo-ria del cuerpo que me devuel-ve mis sentidos, mi sangre.Las palabras llegan a mi dircomo por un ro subterrneo,los recuerdos ancestrales. Ran-go, otro sustituto del padre?

    En los sucesivos diariosRango es mencionado muchasms veces que Miller o queLawrence Durell, estos dos al-mas gemelas de Anas, munda-nos pero laboriosos, como ellamisma. Lo cierto es que se en-cuentran para un atento lectormuchas ms referencias deRango que Joaqun Nin, el pa-dre. Ms que Rosa CulmellNin, la madre! No cabe dudaalguna, basta mirar el ndice,los personajes ms constantesson Rango y Zara, su mujer, ycon ambos, la presenciafantasmtica de un pas llama-do Per. Para la vida intelec-tual de Anas, el recien llega-do pueda que sea un incidentemenor, no era un escritor sinoun aventurero, pero para no-sotros, el vnculo Anas- Ran-go cobra un significado espe-cial. Ella, al observarlo, comoque nos observa, nos llega aconocer. Rango no es solamen-te Rango. Es un modo de vivir.Y sobre el tema, escribe.

    Cmo se conocieron?Qu vinculaba a una norte-americana rica y diletante conel aventurero sudamericano sinun cobre en el bolsillo? Sinduda, la bohemia. Amigos co-munes provocan el primer en-cuentro. Emile Savitry, en elcurso de una cena, haba ha-blado de una pareja de perua-nos en Pars. La mujer se lla-maba Zara, bailarina. La pro-pia Anas, en efecto, la habavisto, por casualidad, en un mi-nsculo teatro, calle de laGat, intrepretando danzasextraas y salvajes, como dan-zas vudu. No haba reparadoen el marido? Anas no lo re-cordaba. Y Roger Klein, otroamigo de Anas, completa lainformacin. Es gente espan-tosa, terriblemente pobre, ellase ha vuelto sorda y no puededanzar ms, y l, bebe. Pero sonextraordinarios. Poco des-pus, el mismo Klein va a or-ganizar una reunin ntima yAnas ve por primera vez aRango. Lo describe as: unhombre alto, muy oscuro, de

    largos cabellos negros. Con unrostro redondo, burln, y unaguitarra en la mano. El efectode seduccin es inmediato,Anas encuentra a Rango vivo,fogoso, toca la guitarra, can-ta, tiene una voz ronca. Baila-mos. Anas est encantada.Sus altos pmulos de indio lehacen cerrar los ojos, parece unoriental. Y concluye esa pri-mera impresin : un tigre quesuea, un tigre sin garras(tomo II, p. 136).

    Mayo de 1936. El destinode Zara la enferma Zara, aquien Anas no dejar de asis-tir durante largos aos y el deRango han entrada en el Dia-rio y la vida de la escritora parano salir ms, pues cuando todohabr concluido y no quede nivestigios de la antigua amis-tad, cuando se habr disipa-do la ilusin de Rango, susguitarras y sus historias delPer (tomo V, p. 60) all porel verano de 1948, ella seguirtrabajando el retrato del perua-no para The four ChamberedHeart.

    Rango es lo que los france-ses llaman un causeur. Unamable conversador. Entre susatractivos est el gusto por lacharla, por la interminable

    conversacin, su capacidadpara perder el tiempo. Rangohabla del Per, habla de su ha-cienda, de su padre escocs quese haba casado con una india,habla de los Incas, de las le-yendas, de las grandes distan-cias entre pueblos y haciendas,de la inmensidad de la natura-leza andina, de la escuela de lainfancia regentada por jesuitas,del olor a cedro del mobilia-rio paterno. Y Anas Nin, quees por entonces tambin laamiga predilecta de HenryMiller, de Pablo Neruda,Lawrence Durell y de JulesSupervielle, ella que ha escri-to los maravillosos y brevescuentos erticos de The LittleBirds, la culta, la cosmopolitaAnas, le escucha fascinada....quiero ir a Espaa para ayu-dar a los republicanos. Rangohabla de Marx, porque, porcierto, Rango es revoluciona-rio. Rango habla de la antiguapoesa inca, del misticismo. Alcomienzo, dice Anas, yo nocomprenda. Luego, comien-za dolorosamente a compren-der. Rango habla, sobre todo,habla. No hace otra cosa quehablar.

    Y es as como Anas Nin vaa salvar del torrente verbal del

    locuaz Rango (que no har fi-nalmente nada en la vida) unaspocas briznas literarias que laescritora anota despus de es-cuchar al peruano, recuperadasde su inagotable oralidad. Esosbreves relatos que nos intere-san, preciosas pginas sobre elPer, describen sitios, porejemplo Puno y el lago Ti-ticaca, y son historias y anc-dotas personales, algunas muydivertidas, todas breves, comoen miniatura. No las escribirel ansioso Rango, no tiene pa-ciencia para ello, son de AnasNin, piedras preciosas venidasde los Andes, engarzadas en loscarnets de notas de la escritoray se las puede hallar intercala-das, historias peruanas conta-das por Rango a Anas, al ladode las cartas que recibe deMiller y de Lawrence Durell.Los diarios, como se sabe, seorganizan como un sistema demosaico, huella de la simulta-neidad de intereses literariossentimentales y erticos de suautora. En fin, los relatos deRango informante son cuen-tos erticos que toman el ca-mino de la obra literaria enVenus ertica, y en Les Petitsoiseaux. Algunos personajes yambientes se sitan en Lima,

    en el barrio chino. Seamos cla-ros, toda esta regin de la crea-tividad de la escritora Nin pro-viene de la frecuentacin conRango, como la historia deHilda (o sea, Anas), que co-noce una noche de Mont-parnasse a un pintor mexica-no, un hombre inmenso, os-curo, de cabellos y cejas negrascomo sus ojos. Y en estado per-manente de ebriedad (o sea,Gonzalo More). Pronto des-cubrir ella que l estaba casisiempre ebrio. Pintor y mexi-cano? Es un disfraz. Se trata deRango, no cabe duda, el cuen-to en cuestin lleva su nom-bre.

    Rango, informador etnoli-terario, es tambin una suertede gua en la vida diaria. Enefecto, es el peruano quienconduce a la escritora a los ba-jos fondos de Pars, a dondeuna mujer no poda arriesgarsesola, hacia los carromatos delos gitanos, hacia el submundo.Rango me ha llevado a visi-tar el barrio de los vendedoresde trapos viejos. Hombres ymujeres viven sobre el lodo,duermen encima de montaasde ropa. Se trata de excursio-nes al piso de los de abajo delas grandes metrpolis indus-

    triales, donde por su bohemiavive Rango. La escena se repi-te, aos ms tarde, en los mue-lles de New York, por losghettos del East Side.

    En fin, Rango, por su mar-xismo de tipo sentimental, esun potente e incansable con-trincante intelectual. Anas yRango discuten sobre psicoa-nlisis, marxismo, arte, sobre losacontecimientos de esa hora,como la guerra civil en Espaay otras noticias de la locura yel dolor del mundo. No estnde acuerdo en casi nada. Y esteaspecto no es el menor de esarelacin conflictiva de la quecuenta el Diario, una formade exploracin del alma hu-mana en Anas Nin. El enfren-tamiento con el otro permi-te a la escritora construirse.Discute con Henry Miller, conAlbertine el ratn, con H-lne, con Conrad Moricand. Ysiempre de manera apasiona-da. Ahora bien, ese rival nece-sario va a encarnarse repetidasveces en el peruano Rango.Pero la polmica se extienda alas maneras de vivir, y ah,Rango sale perdiendo.

    Eso fue lo que los fue dis-tanciando? Toda pasin sufredel tiempo, se dir, y el arco

    que describe el pasaje de la ilu-sin a la desilusin es univer-sal. Sin embargo, Anas no esdel todo indiferente a la suertede su amigo peruano, y aun ensus escritos posteriores hay re-criminaciones pero tambin elrecuerdo de los das felices conZara y con Rango al borde dela peniche, la casa flotante quealquil la escritora en el Sena.La distancia entre ellos no seinici desde el afecto sino des-de las actitudes. Ms que sen-timental, es vital, existencial,gira en torno a la manera devivir, de afrontar la existencia.Y as, lentamente, en el diariovan apareciendo opiniones,rezongos, fastidios de Anas, yfinalmente, un diagnsticopesimista. Rango es un tempe-ramento bloqueado por unaenfermedad de la voluntad. Locual posee una significacincultural e histrica muy gravepara nosotros. El mal de Ran-go es un mal de peruanidad.Una suerte de patologa que vams all de lo individual.

    Rango es un simulador. Suverdadera historia es la de unaenorme mentira. Si la bohemiaparisina lo ve como el indiorevolucionario, en realidad esun hijo de familia conocida