la voluntad de ignorar - el boomeran(g) · saria la violencia para que el esclavo se liberara de la...

2
16 enero 09 número 145 revista de libros E l libro recién traducido de Tony Judt es una historia intelectual extremada- mente bien escrita de ciertos intelectuales franceses durante los comienzos de la Guerra Fría y sus actitudes hacia el comunismo. Las edi- ciones originales en inglés y francés aparecieron en 1992. Judt escribió el li- bro al final de una época, que comenzó a mediados de los años setenta, en la que la crítica del totalitarismo (esto es, el comunismo y el nazismo) había pa- sado a ser especialmente popular en Francia. Somete el filocomunismo de los intelectuales franceses más destaca- dos –principalmente Jean-Paul Sartre, Emmanuel Mounier y Maurice Merle- au-Ponty– a una crítica despiadada y,en ocasiones, divertida. Judt defiende convincentemente que las posiciones y actitudes de estos intelectuales estuvieron determinadas en gran medida no por las duras reali- dades del comunismo en Europa orien- tal, sino por sus propias preocupaciones francesas bastante provincianas. La de- rrota de 1940, la mayor en la historia francesa, no se vio como una conse- cuencia de errores cometidos por parte de gobiernos tanto de izquierda como de derecha sino a la luz, en cambio, de la «guerra civil» entre las dos facciones, que empezó durante el gobierno de Frente Popular de 1936. La manifiesta falta de valor de tantos escritores –Judt menciona a Paul Eluard, Elsa Triolet, Louis Aragon, Emmanuel Mounier y, por supuesto, a Simone de Beauvoir y al propio Sartre– durante la ocupación alemana hizo que se mostraran decidi- dos a no cometer de nuevo el mismo error. Resolvieron castigar a quienes de entre ellos presentaban un historial in- equívoco de colaboración.Aprobaron, por tanto, la ejecución del crítico de extrema derecha Robert Brasillach, que había escrito en septiembre de 1942, dos meses después de la bien conocida redada de trece mil judíos en París: «Debemos alejarnos de los judíos en bloque, y no preservar siquiera a los pe- queños» (p. 82). La juiciosa y sensible valoración que hace Judt de los argu- mentos a favor y en contra de la pena de muerte para Brasillach, así como su estudio de la purga de los intelectuales colaboracionistas en la posguerra, cons- tituyen algunas de las páginas más po- derosas del libro 1 . La ausencia de cualquier consenso sobre la justicia en la Francia de la pos- guerra contribuyó a la respuesta inade- cuada que dieron los intelectuales fran- ceses a la injusticia que se vivía en otros lugares, especialmente en Europa oriental. Los intelectuales franceses de izquierda soñaron intensamente con la «revolución» en el período inmediata- mente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Influidos por la lectura de Hegel de Alexandre Kojève, una serie de pensadores –especialmente Merleau- Ponty y Sartre– creyeron que era nece- saria la violencia para que el esclavo se liberara de la autoridad del amo. Mer- leau-Ponty añadió en Humanisme et te- rreur (1947) que todos los regímenes políticos eran violentos y atribuyó a la Unión Soviética una singular honesti- dad en relación con su represión. Esta justificación de la violencia y la propia tradición revolucionaria de Francia ayudaron a validar el sistema soviético en Europa Oriental. Los comunistas manipularon con una consumada faci- lidad los deseos jacobinos en aras de «la renovación, la purificación y la lucha» (p. 64). La Unión Soviética vio cumpli- dos tanto los sueños racionalistas del si- glo XVIII como los románticos del XIX. «El hiperracionalismo del sistema sovié- tico, la alianza de filosofía y Estado en su forma más elevada, ejercieron así una fascinación magnética sobre una comu- nidad intelectual familiarizada con tales relaciones en el seno de su propia cul- tura» (p. 298). Los católicos de izquierdas en tor- no a la revista Esprit encontraron tam- bién mucho que admirar en la tradi- ción revolucionaria y antiburguesa. Mounier, director de Esprit, creía que «la justicia general puede primar sobre la justicia particular» (p. 113) y que la tarea de la justicia era defender a una colectividad amenazada, un sentimien- to que los soviéticos explotarían hasta el límite. El comentario de Camus resulta pertinente: «La responsabilidad para con la historia le exime a uno de la respon- sabilidad hacia los seres humanos» (p. 144). Los católicos de izquierdas de- fendieron el antianticomunismo,ya que se pensaba que el anticomunismo alen- taba el regreso del fascismo. Este temor a un fascismo resucitado –aunque aho- ra parezca exagerado– era real en el pe- ríodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, aunque sólo fuera por analogía con lo sucedido tras la Gran Guerra 2 . «La comunidad intelectual» prefirió concentrar su atención no en las tur- bias purgas francesas en las que aquellas personas que tenían unos expedientes de guerra impuros exigían sentencias severas contra los colaboracionistas sin ambages, sino en países extranjeros donde sus ideas de justicia revoluciona- ria podían aplicarse sin despertar des- agradables recuerdos personales. De los numerosos juicios realizados en Euro- pa oriental, los medios de comunica- ción franceses dedicaron la mayor aten- ción a los tribunales checos de 1952. En un contexto del miedo de Moscú a que se extendieran el titoísmo y las «desviaciones nacionalistas», los soviéti- cos y sus colegas checos pusieron en marcha el proceso de Slánsk´ y El tribu- nal se caracterizaba por un inequívoco antisemitismo que, como la simultánea «Conspiración de los médicos» en la Unión Soviética, se camufló por medio de un ataque al «sionismo». «Israel sus- tituyó a Yugoslavia como modelo y sede de las tramas anticomunistas» (p. 211). El relato de Judt de «el flujo constante de absurdos reconocimientos de culpa» (p. 122) resulta especialmente perspicaz: «La confesión, según la forma acordada, tenía por intención no el es- tablecimiento de la culpa, sino la con- firmación de la versión del fiscal sobre la naturaleza del crimen y los motivos ESTUDIOS CULTURALES MICHAEL SEIDMAN CATEDRÁTICO DE HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD DE NORTH CAROLINA La voluntad de ignorar Tony Judt PASADO IMPERFECTO: LOS INTELECTUALES FRANCESES, 1944-1956 Trad. de Miguel Martínez-Lage Taurus, Madrid 434 pp. 22 François Mauriac, 1952. Henri Cartier-Bresson

Upload: hoangliem

Post on 26-Sep-2018

218 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

16 enero 09 número 145 revista de libros

El libro recién traducido deTony Judt es una historiaintelectual extremada-mente bien escrita de

ciertos intelectuales franceses durantelos comienzos de la Guerra Fría y susactitudes hacia el comunismo. Las edi-ciones originales en inglés y francésaparecieron en 1992. Judt escribió el li-bro al final de una época, que comenzóa mediados de los años setenta, en laque la crítica del totalitarismo (esto es,el comunismo y el nazismo) había pa-sado a ser especialmente popular enFrancia. Somete el filocomunismo delos intelectuales franceses más destaca-dos –principalmente Jean-Paul Sartre,Emmanuel Mounier y Maurice Merle-au-Ponty– a una crítica despiadada y, enocasiones, divertida.

Judt defiende convincentementeque las posiciones y actitudes de estosintelectuales estuvieron determinadasen gran medida no por las duras reali-dades del comunismo en Europa orien-tal, sino por sus propias preocupacionesfrancesas bastante provincianas. La de-rrota de 1940, la mayor en la historiafrancesa, no se vio como una conse-cuencia de errores cometidos por partede gobiernos tanto de izquierda comode derecha sino a la luz, en cambio, dela «guerra civil» entre las dos facciones,que empezó durante el gobierno deFrente Popular de 1936. La manifiestafalta de valor de tantos escritores –Judtmenciona a Paul Eluard, Elsa Triolet,Louis Aragon, Emmanuel Mounier y,por supuesto, a Simone de Beauvoir yal propio Sartre– durante la ocupaciónalemana hizo que se mostraran decidi-dos a no cometer de nuevo el mismoerror. Resolvieron castigar a quienes deentre ellos presentaban un historial in-equívoco de colaboración.Aprobaron,por tanto, la ejecución del crítico deextrema derecha Robert Brasillach, quehabía escrito en septiembre de 1942,dos meses después de la bien conocidaredada de trece mil judíos en París:«Debemos alejarnos de los judíos enbloque, y no preservar siquiera a los pe-queños» (p. 82). La juiciosa y sensiblevaloración que hace Judt de los argu-mentos a favor y en contra de la penade muerte para Brasillach, así como suestudio de la purga de los intelectualescolaboracionistas en la posguerra, cons-tituyen algunas de las páginas más po-derosas del libro1.

La ausencia de cualquier consensosobre la justicia en la Francia de la pos-guerra contribuyó a la respuesta inade-cuada que dieron los intelectuales fran-ceses a la injusticia que se vivía enotros lugares, especialmente en Europaoriental. Los intelectuales franceses deizquierda soñaron intensamente con la«revolución» en el período inmediata-mente posterior a la Segunda Guerra

Mundial. Influidos por la lectura deHegel de Alexandre Kojève, una seriede pensadores –especialmente Merleau-Ponty y Sartre– creyeron que era nece-saria la violencia para que el esclavo seliberara de la autoridad del amo. Mer-leau-Ponty añadió en Humanisme et te-rreur (1947) que todos los regímenespolíticos eran violentos y atribuyó a laUnión Soviética una singular honesti-dad en relación con su represión. Estajustificación de la violencia y la propia

tradición revolucionaria de Franciaayudaron a validar el sistema soviéticoen Europa Oriental. Los comunistasmanipularon con una consumada faci-lidad los deseos jacobinos en aras de «larenovación, la purificación y la lucha»(p. 64). La Unión Soviética vio cumpli-dos tanto los sueños racionalistas del si-glo XVIII como los románticos del XIX.«El hiperracionalismo del sistema sovié-

tico, la alianza de filosofía y Estado ensu forma más elevada, ejercieron así unafascinación magnética sobre una comu-nidad intelectual familiarizada con talesrelaciones en el seno de su propia cul-tura» (p. 298).

Los católicos de izquierdas en tor-no a la revista Esprit encontraron tam-bién mucho que admirar en la tradi-ción revolucionaria y antiburguesa.Mounier, director de Esprit, creía que«la justicia general puede primar sobre

la justicia particular» (p. 113) y que latarea de la justicia era defender a unacolectividad amenazada, un sentimien-to que los soviéticos explotarían hasta ellímite. El comentario de Camus resultapertinente: «La responsabilidad para conla historia le exime a uno de la respon-sabilidad hacia los seres humanos»(p. 144). Los católicos de izquierdas de-fendieron el antianticomunismo, ya quese pensaba que el anticomunismo alen-taba el regreso del fascismo. Este temora un fascismo resucitado –aunque aho-ra parezca exagerado– era real en el pe-ríodo inmediatamente posterior a laSegunda Guerra Mundial, aunque sólofuera por analogía con lo sucedido trasla Gran Guerra2.

«La comunidad intelectual» prefirióconcentrar su atención no en las tur-bias purgas francesas en las que aquellaspersonas que tenían unos expedientesde guerra impuros exigían sentenciasseveras contra los colaboracionistas sinambages, sino en países extranjerosdonde sus ideas de justicia revoluciona-ria podían aplicarse sin despertar des-agradables recuerdos personales. De losnumerosos juicios realizados en Euro-pa oriental, los medios de comunica-ción franceses dedicaron la mayor aten-ción a los tribunales checos de 1952.En un contexto del miedo de Moscú aque se extendieran el titoísmo y las«desviaciones nacionalistas», los soviéti-cos y sus colegas checos pusieron enmarcha el proceso de Slánsky El tribu-nal se caracterizaba por un inequívocoantisemitismo que, como la simultánea«Conspiración de los médicos» en laUnión Soviética, se camufló por mediode un ataque al «sionismo». «Israel sus-tituyó a Yugoslavia como modelo ysede de las tramas anticomunistas»(p. 211). El relato de Judt de «el flujoconstante de absurdos reconocimientosde culpa» (p. 122) resulta especialmenteperspicaz: «La confesión, según la formaacordada, tenía por intención no el es-tablecimiento de la culpa, sino la con-firmación de la versión del fiscal sobrela naturaleza del crimen y los motivos

ESTUDIOS CULTURALES

MICHAEL SEIDMANCATEDRÁTICO DE HISTORIA EN LA UNIVERSIDAD DE NORTH CAROLINA La voluntad de ignorar

Tony Judt

PASADO IMPERFECTO:

LOS INTELECTUALES

FRANCESES, 1944-1956

Trad. de Miguel Martínez-Lage

Taurus, Madrid

434 pp. 22 €

François Mauriac, 1952. Henri Cartier-Bresson

VD3-08 p16-17 12/12/08 13:23 Página 16

revista de libros número 145 enero 09 17

del criminal. De este modo, el juicioayudaba a sostener no la legitimidad ju-dicial, sino la legitimidad ideológica ehistórica del régimen» (p. 129).

Con pocas excepciones, sólo lasvíctimas comunistas del terror co-munista –no socialistas, miembros demovimientos agrarios, populistas o sa-cerdotes– despertaron alguna simpatíaentre los intelectuales izquierdistas deJudt en París.Veían los juicios en Euro-pa oriental a través de las lentes enor-memente distorsionadas de la defensarepublicana durante el caso Dreyfus deFrancia cuando «pas d’ennemis à gau-che» se convirtió en el grito que unía atoda la izquierda.Así, el anciano dreyfu-sard Julien Benda, el autor de La Trahi-son des clercs (1927), defendió que, cuan-do se sentían atacados, los regímenescomunistas de Europa oriental mere-cían el apoyo de todos los progresistas.Los recuerdos románticos del FrentePopular reforzaron unos deseos renova-dos para promover una coalición de laizquierda. Según Judt, incluso el antise-mitismo revivido de las democraciaspopulares suscitó pocas protestas de losintelectuales hostiles a cualesquiera«desviaciones nacionalistas».

Como demuestra hábilmente elautor, el juego y sus reglas habían cam-biado desde el Affaire Dreyfus y el Fren-te Popular: «Todos conocemos el con-cepto de la “voluntad de poder”. Loque, en cambio, resulta más difícil deimaginar, aunque quizá sea necesario sise aspira a apreciar la condición del in-telectual en todos estos años, es la “vo-luntad de ignorar”. No obstante, esedeseo de creer lo mejor de un sistemaque a diario aportaba sólo pruebas encontra de sí mismo sólo pudo habernacido de la más poderosa, de la másexigente de las motivaciones.Al igualque una mujer maltratada, la intelectua-lidad no comunista de la izquierda vol-vía una y otra vez al lado de su maltra-tador, y aseguraba a las fuerzas policia-les de su conciencia que “sólo preten-día lo mejor”, que “tenía su razones” yque, además,“le amaba”» (p. 184).

Rusia se benefició del enormeprestigio derivado de su victoria sobrela Alemania nazi, que minó la tradicio-nal simpatía francesa por Polonia yotros países oprimidos de Europaoriental. Los simpatizantes soviéticosintimidaron a los potenciales críticos aldefender que cualesquiera protestascontra la represión comunista habíande ir acompañadas por la condena delnacionalismo, el imperialismo y el ca-pitalismo occidentales. Se convencierona sí mismos de que «a menos que esté

uno dispuesto a protestar contra todaslas maldades, ha renunciado a su dere-cho de hablar de ninguna» (p. 202). Eltiers-mondisme que prevalecería en mu-chos círculos intelectuales franceses du-rante los años sesenta simplementetransfirió las actitudes acríticas de losintelectuales izquierdistas hacia el mo-delo soviético a los países tercermun-distas.

Los términos maniqueos –comu-nistas/capitalistas, Unión Soviética/Es-tados Unidos, correcto/incorrecto– do-minaron un cierto discurso. El antiame-ricanismo complementaba al anticapi-talismo. Los europeos tenían una con-ciencia culpable, y «Estados Unidos pa-recía un país irritantemente libre detoda culpa, en modo alguno perturba-do por el complejo y ambivalente pasa-do de Europa» (p. 228).A los ojos tan-to de los comunistas como incluso demuchos gaullistas, el vulgar capitalismo«anglosajón» había sojuzgado a Franciay a Europa occidental. La burguesía na-cional se había rendido a los yanquis,del mismo modo que había hecho conlos nazis durante la guerra. Francia esta-ba, una vez más, «ocupada». En contras-te con la insulsa cultura estadouniden-se, la Unión Soviética aparecía comoprofundamente europea, una sociedad–al igual que Francia– en la que los in-telectuales y artistas poseían un granprestigio.Además, un poderoso ouvrié-risme, que postulaba que la «clase traba-jadora» era el epítome de toda virtud yla fuente de toda legitimidad, reforzó laadmiración por el conocido como Es-tado obrero.

Entre los héroes de Judt se encuen-tra François Mauriac, quien en 1949tildó la justificación contemporánea delos juicios políticos húngaros de una«obscenidad del espíritu» (p. 15). No essorprendente que el autor valore al ca-tólico Mauriac en una época en que lapreocupación por «la ética pública» y«la moralidad política» (p. 22) se encon-traban supuestamente ausentes. Perodebe decirse que difícilmente puedecalificarse a la de Mauriac de una vozoscura y olvidada. Los antiestalinistas–Mauriac, Camus, Raymond Aron, De-nis de Rougement, Arthur Koestler,David Rousset,André Breton, ClaudeLefort, Boris Souverine y André Mal-raux– no fueron tan poco influyentes acomienzos de los años cincuenta comoafirma Judt a lo largo de su texto. En1953, por ejemplo, diecinueve miem-bros del Comite national des écrivains(CNE), incluidos dos antiguos presi-dentes de la organización, dimitieronen protesta por el fracaso del CNE a la

hora de denunciar el antisemitismo deljuicio de Slánský3.

Judt afirma de manera plausibleque la tradición liberal en Francia eramás débil que en Estados Unidos oGran Bretaña, y reconoce perspicaz-mente la continuidad y la coherenciade la intransigencia desde la protofascis-ta Action française de la década de 1890al Partido Comunista Francés de la dé-cada de 1970. Sin embargo, en unaperspectiva comparada, el liberalismofrancés fue considerablemente másfuerte que el español y otros homólo-gos continentales. Judt ignora la críticaempírica de la Unión Soviética y susEstados satélites que era habitual entrelas publicaciones de toda la derecha y laizquierda no comunista durante los pri-meros años de la posguerra. Destacadoshistoriadores franceses han criticadoconvincentemente a Judt por infravalo-rar, por un lado, la diversidad política dela vida cultural francesa y, por otro, laaguda consciencia de los errores co-munistas, tanto entre la derecha comoentre la izquierda no comunista4. El tra-tamiento implacablemente hostil deSartre por parte de Judt resulta tambiéncuestionable. El autor no deja claro has-ta qué punto el filósofo existencialistaera representativo de otros intelectualesfranceses, y se adentra en el terreno dela especulación cuando afirma que Sar-tre, que defendía que uno debe crear supropia identidad personal, tenía «anhe-los psíquicos» de autoridad (p. 66).

A pesar de que el retrato de la vidaintelectual francesa que realiza Judt esalgo distorsionado, resulta admirablecómo comprende el autor los erroresde sobresalientes pensadores franceses.Sartre et al. se mostraron incapaces detrascender el antiliberalismo revolucio-nario. Sus propios fallos personalesdurante la Segunda Guerra Mundial ti-ñeron sus reacciones ante sus colegascolaboracionistas más entusiastas. Entérminos más generales, su actitud de«pas d’ennemis à gauche» se convirtióen una razón para la ceguera. �

1 Para un absorbente estudio en detalle deltema,Alice Kaplan, The Collaborator: The Trialand Execution of Robert Brasillach (Chicago yLondres, University of Chicago Press, 2000).

2 Sobre el antifascismo dando una segundavida al comunismo tras la victoria de laUnión Soviética en la Segunda GuerraMundial, véase François Furet, Le passé d’uneillusion: essai sur l’idée communiste au XX

e siècle(París, Robert Laffont, 1995).

3 Michael Scott Christofferson, French Intellec-tuals against the Left: The Anti-Totalitarian Mo-ment of the 1970s (Nueva York y Oxford,Berghahn Books, 2004), p. 36.

4 Jean-Pierre Rioux y Jean-François Sirinelli,Le temps des masses: Le vingtième siècle (París,Seuil, 2005), p. 274.

ESTUDIOS CULTURALES

VD3-08 p16-17 12/12/08 13:23 Página 17