la vida fugaz de la fotografÍa mortuoria: notas
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Relaciones. Estudios de historia y sociedad
ISSN: 0185-3929
El Colegio de Michoacán, A.C
México
Ramírez Sevilla, Luis
LA VIDA FUGAZ DE LA FOTOGRAFÍA MORTUORIA: NOTAS SOBRE SU SURGIMIENTO Y
DESAPARICIÓN
Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXIV, núm. 94, primavera, 2003, pp. 163-198
El Colegio de Michoacán, A.C
Zamora, México
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709406
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ESBOZO
Después el m
omento en que, allá por 1820, Joseph N
i-céforo N
iepce obtuvo las primeras im
ágenes de objetoscorporales, la técnica fotográfica se fue perfeccionando, plasm
ando imá-
genes sobre vidrio y sobre metal, hasta llegar alrededor de 1870 a la pe-
lícula de celuloide, inventada por los hermanos H
yatt, que permitió
múltiples reproducciones de un m
ismo negativo, con lo cual la fotogra-
fía en papel se extendió espacial y socialmente de m
anera notable. Paso
E Apartir del conocim
iento de algunos archivos de “fotógrafos de pue-blo” del centro occidente m
ichoacano (sobre todo el correspondienteal m
unicipio de Villa Jiménez, y en m
enor medida los de Purépero y
Los Reyes), en este trabajo se abordan algunos aspectos relacionadoscon el surgim
iento, breve existencia y rápida desaparición de lo quefue la efím
era y rústica costumbre de la fotografía m
ortuoria. Durante
unas cuantas décadas, en estos pueblos (como en otras ciudades de
México y el m
undo) se incorporó en muchas cerem
onias funerariasese m
omento fugaz en que una luz brillaba y se im
primía una placa
para conservar la fotografía –a veces primera y últim
a– de aquel serquerido que se iba, desde los niños hasta los abuelos. En este trabajose abordan de m
anera preliminar algunas de las causas que pudieron
haber estado detrás de la desaparición de estas expresiones de afectofam
iliar, ante el embate de la influencia de agentes sociales com
o sa-cerdotes, m
édicos y maestros.
(Fotografía mortuoria o fúnebre, cam
bio cultural, tradición, moder-
nidad)
* luisr@colm
ich.edu.mx Brevem
ente quiero agradecer a algunas personas como Ca-
talina Bony, mexicana y patam
beña por derecho propio, que me ayudó con las traduccio-
nes de algunos textos en francés. Agradezco tam
bién al sacerdote Gonzalo Villanueva
Campos, de Zam
ora, por haberme facilitado el acceso a algunos libros referidos a los ri-
tuales de las exequias cristianas, que me sirvieron en una parte im
portante del artículo.A
gradezco también a Cruz Elena Corona, que m
e ayudó y sugirió algunas ideas en elcam
po de la acción magisterial sobre las costum
bres locales y a Marco Calderón por los
documentos que él recopiló en archivos de la SEP
y que luego nos ha compartido.
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Después, progresivam
ente fueron surgiendo también usos y m
erca-dos m
ás populares, a los que fueron accediendo las familias com
unes,prim
ero de las ciudades y luego también del cam
po, que se empezaron
a fotografiar en negocios establecidos o en carpas y ferias con fotógrafosam
bulantes. 3Guadalupe Chávez y A
gripina Alfaro (2000), dicen en este
sentido que “con el creciente uso de la fotografía en todos los sectores,sus funciones se diversificaron aún m
ás” (ibid., 43). Por su parte, para elM
éxico del porfiriato, Teresa Matabuena (1991, 65, 155) ha docum
enta-do usos de la fotografía asociados a la argum
entación de diversas peti-ciones al dictador. A
simism
o, ha planteado que en esta etapa “los usosy conceptos de la fotografía [...] fueron utilizadas con diferentes m
atices[...] por los diversos grupos sociales principalm
ente urbanos”. 4
Aunque desde un principio hubo fotógrafos que incursionaron –de
manera m
ás o menos incidental- en los espacios rurales y entre las cla-
ses populares de las grandes ciudades de Am
érica, el oficio y los ofician-tes se fueron extendiendo –no sabem
os con precisión qué tan lentamen-
te– de las capitales nacionales a las provinciales, y de ahí a las cabecerasm
unicipales de mayor im
portancia, y por último a las villas y pueblos
de crecimiento m
ás tardío. Agrandes rasgos, en M
éxico este procesode difusión podría trazarse –m
ás en términos ideales que reales, dado
que la realidad siempre es m
ás compleja– en los siguientes térm
inos,
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importante fue la innovación de G
eorge Eastman, quien en 1882 puso a
la venta no sólo la cámara K
odak sino que ofreció el servicio de ventade películas, revelado y copiado en diversas sucursales, contribuyendoa “popularizar” la fotografía.
Al saltar el A
tlántico rumbo al continente am
ericano, allá por 1840,la fotografía –o digam
os mejor, los fotógrafos– arribaron prim
ero, entérm
inos generales, a las grandes ciudades y capitales de las antiguascolonias y nuevas repúblicas, en donde sirvieron –entre otras cosas– endiversas tareas gubernam
entales (para fines de control y registro estatalen la burocracia, el ejército, las prostitutas, los internos en m
anicomios
y criminales peligrosos en las cárceles, los tribunales, las escuelas, los re-
gistros forenses, entre otros1) y usos de las clases pudientes (tarjetas per-
sonales de presentación, “tarjetas de visita” o de casas comerciales). 2A
la par de ello, se dieron relaciones múltiples entre la fotografía, las artes,
las ciencias y la industria (Mayer y Piersen 1987; W
ey 1987), en una si-tuación en la que surgieron “m
últiples usos de la invención” con “cadasector de actividad queriendo sacar el m
ejor provecho de la novedadtécnica” (Frizot y D
ucros 1987).
1Por este tipo de usos estatales, ha surgido una interpretación foucaultiana en el sen-tido de que esta invención, m
ás que una luz del ingenio humano, fue una función de los
requerimientos del control y del poder disciplinario y de vigilancia estatal (Pinney 1992,
75-ss).2Este tipo de usos están documentados en trabajos com
o los de Rosa Casanova, “Fo-tógrafo de cárceles. U
sos de la fotografía en las cárceles de México en el siglo XIX”, en N
e-xos, 119, nov. 1987; de Patricia M
assé, Simulacro y elegancia en tarjetas de visita. Fotografías
de Cruces y Campa, M
éxico, INA
H, 1998; de Arturo Tarracena y Tani M
. Adam
as, “Reflexio-nes acerca de G
uatemala ante la lente. Im
ágenes de la fototeca del CIRMA
1870-1997”, enFotohistoria, 2000; y de ellos m
ismos (1998), m
ucho más am
plio, Guatem
ala ante la lente.Im
ágenes de la fototeca del CIRMA
1870-1997, Guatem
ala, CIRMA. Sobre viejos usos judiciales
y criminológicos de la fotografía en la Francia decim
onónica, véase de Alphonse Berti-
llon (1890), “Comm
ent doit-on faire un portrait judicaire?”. Una aproxim
ación más re-
ciente y al caso mexicano la hace Elisa Speckm
an (en Cházaro 2002, 211-230), quien ex-plora el cruce entre m
edicina y criminología, una de cuyas expresiones fueron los
estudios de antropología criminal, en los que se hacía el registro de los delincuentes a
partir de una fotografía, explorando los “tipos criminales” de los delincuentes m
exica-nos bajo “la idea de que los delincuentes no presentaban un rostro sem
ejante al de loshom
bres honrados” (Speckman, 222-224).
3Roberto Ferrari (2002, sp), refiere que también en A
rgentina existieron “dagueroti-pistas viajeros (que) com
enzaron a recorrer el país”, los cuales “deteniéndose semanas o
meses en un lugar, realizaban su propaganda en los diarios locales o m
ediante cartelesen los sitios m
ás concurridos”.4Para el caso m
ichoacano, Guadalupe Chávez y A
gripina Alfaro (2000) dicen –de
manera sim
ilar– que las primeras incursiones de la fotografía estuvieron asociadas con
esfuerzos por mostrar sus recursos y posibilidades de inversión y com
ercio, así como las
“bondades” del desarrollo con el pofirismo. Luego de que en la prim
era década del XX“se reprodujeron casi exclusivam
ente edificios y personajes sobresalientes de la adminis-
tración porfiriana” para promocionar sus obras, se acentuó el carácter com
ercial de la fo-tografía y se consolidó su uso en tarjetas postales por parte de farm
acias, papelerías, es-tanquillos y grandes establecim
ientos. En un plano muy distinto, la fotografía tam
biénllegó al estado por el interés sobre su flora, fauna y grupos étnicos entre sabios com
o elcélebre Carl Lum
holtz.
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como la m
ás prolongada, pues señala el lento proceso de penetracióndel oficio hacia las áreas m
ás rurales; su desarrollo podemos ubicarlo
–otra vez a grandes rasgos y según las zonas– en las últimas dos déca-
das del siglo XIXy la prim
era mitad del XX. 9
Esta última fase –vale decir: la m
ás nueva entre la fotografía anti-gua– es a la que m
ás atención le dedicaré en este escrito, pues a ella co-rresponden los casos de los fotógrafos que investigam
os: José María
Vega de Purépero (principios del siglo XX) y Martiniano M
endoza deVilla Jim
énez (a finales de los treinta). Por sus dimensiones y perfiles
sociales entre 1882 y 1910, es muy factible suponer la existencia de fotó-
grafos similares a los que analizaré en m
uchas otras ciudades y pue-blos m
ichoacanos, como La Piedad, Puruándiro, Jiquilpan, M
aravatío,Tacám
baro, Huetam
o, Ario de Rosales y A
patzingán, 10y otrosaun m
e-nores.
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proponiendo cuatro periodos, los tres primeros relativam
ente cortos, yel últim
o mucho m
ás extendido. 5
El primer periodo corresponde a aquélla etapa en la que la fotogra-
fía arriba a la ciudad de México y a las principales ciudades del país,
como Puebla, G
uanajuato, Querétaro, G
uadalajara, así como a las m
ásexpuestas a la influencia transatlántica europea (Veracruz, M
érida) o ala estadounidense com
o el mism
o Veracruz, Chihuahua o ciudadesfronterizas del norte; podem
os ubicar este periodo, a grandes rasgos,entre 1840 y 1850. 6La segunda etapa cubre tam
bién apenas la siguientedécada –digam
os que hasta 1860– y es cuando se difunde a la mayor
parte de nuestras actuales capitales estatales. 7Enseguida se abre unatercera fase (entre 1860 y 1880) en que la novedad fotográfica llega a lasciudades provincianas que en esos años –dentro de cada estado– erancabeceras de cierto tipo, dim
ensión e importancia regional. 8Por últim
o,en la am
plia cuarta etapa a partir de 1880 corresponde a la fase en que–de una m
anera poco más tardía– los fotógrafos se asientan en pueblos
y villas menores pero en crecim
iento. Esta última fase puede concebirse
5La historia de la fotografía en México –em
presa aun por hacerse– encuentra buenosindicios en trabajos com
o los referenciados al final del artículo. Una contribución siste-
mática desde hace algunos años ha provenido de las páginas de A
lquimia, por ejem
plo sunúm
ero 6 (mayo-agosto 1999) titulado “D
e plata, vidrio y fierro. Imágenes de cám
ara delSiglo XIX”, con los trabajos de sobre aquellas “prim
eras imágenes” (Rodríguez) de los
años en que “precioso y admirable arte llega a M
éxico” por el Puerto de Veracruz (Casa-nova). Tam
bién tenemos “Los papeles salados en M
éxico”, de Arturo A
guilar, en Alqui-
mia
núm. 3, 1998, pp. 44-45.
6Corresponde a lo que autores como Ferrari (2000) han llam
ado “el periodo dague-rreano”, en el que el sistem
a de trabajo era el llamado daguerotipo o el am
brotipo, queproducían “positivos únicos, m
uy frágiles, que se protegían en estuches, marcos o cam
a-feos confeccionados al efecto” y que por ello eran privativos de las clases acom
odadas.En el trabajo de Ferrari (2000) sobre papeles salados en M
éxico, dice (citando a Priego Ra-m
írez y Rodríguez 1989) que el daguerotipo llegó a México en 1839, de la m
ano de unfrancés, M
. Jean Francois Prelier.7El propio Ferrari dice que esta década “ya está totalm
ente dominada por la nueva
técnica, del negativo de vidrio al colodión húmedo y las copias seriadas positivas en
papel, ya fuesen a la sal o a la albúmina”.
8En el caso de Michoacán, por ejem
plo, este parece ser el periodo en que la fotografíallega a lugares com
o Zamora, U
ruapan, Pátzcuaro, Sahuayo, Zitácuaro, entre otras po-blaciones relevantes de esa época.
9Sin embargo, vale decir que no hay duda de que hubo zonas apartadas de M
éxicoy otros países donde la irrupción de la fotografía fue apenas en los sesenta o aun m
ásreciente.
10La lista corresponde a la mayoría de las cabeceras distritales que tuvo M
ichoacándurante el porfiriato.
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daguerrotipo llegó por Veracruz en 1847 (Kailbourn 1999). Tam
bién entiem
pos de conflicto, llegó el francés Francois Aubert, fotógrafo de los
últimas días del im
perio de Maxim
iliano. Por su parte, Aguilar O
choa(1998, 45) ha abordado a los “fotógrafos viajeros” del tiem
po de los pa-peles salados, y m
enciona al también francés Claude D
èsiré Charnay yal húngaro Pál Rosti (ibid.,45), entre 1851 y 1860. Por su parte Jesse Ler-ner (2001) m
enciona a Edward H
erbert Thompson, arqueólogo diplo-
mático norteam
ericano que recorrió con su cámara la península de
Yucatán. 12En algunos casos, como el de Carl Lum
holtz, se trató de ver-daderos sabios que recorrieron distintas zonas del país, con una cám
a-ra y m
uchos libros a cuestas.H
asta aquí estamos hablando sobre todo de la fotografía decim
onó-nica de la prim
era etapa, que se difunde a gran velocidad, pero sobretodo en las ciudades de m
ayor importancia económ
ica o administrati-
va. Como queda dicho, estos fotógrafos de lo “exótico” tuvieron entre
sus trabajos múltiples escenas rurales pero que fueron obtenidas de
paso; pocas veces hubo mayor interacción entre el fotógrafo y las perso-
nas o escenarios retratados, y el producto logrado –las fotografías mis-
mas– nunca se quedó ni fue conocido en estos lugares y por esas per-
sonas, sino que fueron productos para el exterior: imágenes de
vendedores de jarros, de verduras, de pollo, de una “anciana mexicana
cargando leña” o de una “niña mexicana cargando a su herm
ano”, quefueron llevados al estudio (en este caso el del francés A
ubert) con todo
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Desde m
ediados del siglo XIX, hubo fotógrafos urbanos, primero sobre
todo extranjeros y después también nacionales, que recorrieron distin-
tos puntos del país y fueron tomando escenas de nuestras vidas, cos-
tumbres y gente cam
pirana. Esta visión fotográfica –de algún modo pre-
cursora de la fotografía etnográfica– era una visión del “otro”, del“viajero” que destacaba lo que para él es destacable. En este giro, en dis-tintas partes del m
undo existieron versiones fotográficas que puedenentenderse com
o ejercicios coloniales, en los que la fotografía fue algoasí com
o un arma predatoria, sublim
ación de las armas de fuego (que
también era preparada, apuntada y disparada), y donde el acto de foto-
grafiar a la gente fue un tipo particular de violación (Susan Sontag enPinney, 1992, 75). Sin duda, en el ejercicio fotográfico de algunos antro-pólogos existieron estos tintes colonialistas; 11sin em
bargo, más allá de
esta interpretación negativa y radical de la fotografía etnográfica, puedeafirm
arse que aquellos fotógrafos viajeros eran hombres y m
ujeres ur-banos y cosm
opolitas en el medio rural de un país extraño, buscando es-
cenas exóticas a veces destinadas al consumo turístico interno y externo
(Taracena y Adam
s 1998). Se trata entonces de “fotógrafos de pueblos”,pero todavía no “fotógrafos de pueblo”. Su obra es invaluable, pero enlas características señaladas m
arca una diferencia con el tipo de ejerciciofotográfico que aquí especifico com
o de los “fotógrafos rústicos”.En aquella corriente pueden incluirse –para m
encionar a varios fotó-grafos del continente– a Edw
ard S. Curtis, acaso el principal de los fo-tógrafos de los indios del norte de A
mérica, que a fines del siglo XIX
yprincipios del XX
conoció a buena parte de los pueblos nativos de aque-lla zona, y que dejó una invaluable colección de im
ágenes y textos hoyclásicos. En otros países del continente tenem
os los casos de Martin
Chambi en Perú, con una obra prácticam
ente monum
ental. En M
éxico, entre los extranjeros que podemos identificar com
o “fo-tógrafos viajeros”, tenem
os al norteamericano S. D
. Allis que con su
11Para la exploración de la relación entre antropología y fotografía, ver el trabajo edi-tado por Elizabeth Edw
ards, Anthropology and Photography 1860-1920, en particular los de
Christopher Pinney, Brian Street, Martha M
acintyre y Maureen M
acKensie.
12El tema de los fotógrafos extranjeros desde el siglo XIX
al XXse desarrolla en la edi-
ción bilingüe México. Visto por ojos extranjeros, donde se m
encionan entre otros al francésH
enri Cartier, el estadounidense Paul Strand, el noruego-americano Carl Lum
holtz. Porsu parte, el núm
ero 5 de Alquim
ia, enero-abril de 1999, titulado “El viaje ilustrado. Fotó-grafos extranjeros en M
éxico”, donde –entre otros– vienen los textos de Arturo A
guilarsobre “Fotorreporteros en M
éxico” y el de Ignacio Gutiérrez sobre “A
ntropólogos y agró-nom
os viajeros”. Entre los fotógrafos extranjeros puede hacerse un capítulo aparte conlas m
ujeres fotógrafos: además de G
ertrude Blom (nacida alem
ana y hecha mexicana), te-
nemos a m
ujeres como M
arie Robinson Wright, K
ati Horna y por supuesto Tina M
odotti,Tinisim
a(para el caso particular de las “fotógrafas en M
éxico”, es recomendable el
número 8 de A
lquimia, que lleva ese título y abarca el periodo 1880-1955). M
ención oblig-ada es la de la recientem
ente fallecida Mariana Yam
polsky, también m
exicana para efec-tos legales y sentim
entales, fotógrafa “testigo de la grandeza del México Indígena”
(Montaño 2002).
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para “embellecer” la im
agen, “aclarando” la piel de la gente o hacer unafotografía artística.
S URG
ENLO
SFO
TÓG
RAFO
SD
EPU
EBLO
Los fotógrafos de pueblo, entonces, empiezan a surgir en las últim
as dé-cadas del XIX
y las primeras del XX; se trataba de personas que no sólo
fotografían a los pueblos y su gente, sino que vivían y trabajaban en ycon ellos. A
veces son personas urbanas llegadas al campo para quedar-
se ahí; otras son personas originarios de esos pueblos que, tras una ex-periencia citadina, tom
an el oficio y lo llevan a sus pueblos. Su trabajodio lugar a una nueva fotografía, en el sentido de que ya no era la visióndel viajero ni del etnógrafo, hecha por y para él, siem
pre un tanto colo-nial, sino la del fotógrafo vecino del pueblo, un tanto m
ás hecha alm
odo local. Surge entonces algo que no es el México “exótico” ni de
consumo turístico, sino un M
éxico íntimo, que sin pretenderlo m
iró ha-cia su propia identidad y a la satisfacción propia, con aquellas im
ágenesque se consum
ieron localmente, acaso junto a las de tipo religioso, en
esos pueblos y villas. Estas fotografías no se fueron a libros ni a museos
lejanos y desconocidos, ni a muestrarios de “tipos populares”, sino que
se quedaron ahí mism
o, entre las cosas familiares de esta gente de cam
-po. Entre el uso de las im
ágenes y su traspaso (pocas veces enmarcadas
para ser puestas en la pared, casi siempre tan solo “alzadas” en cajas,
carpetas, tapancos, libretas, bolsas, etc.) muchas de ellas fueron extra-
viadas en el curso de las vidas de sus dueños, quedando sólo en el re-cuerdo y, a veces, en los archivos de negativos de los fotógrafos. 15
Cuando dichos fotógrafos de tercera o cuarta generación llegaron aestos pueblos en el periodo indicado o incluso de m
anera más tardía, lo
hicieron en tiempos de grandes cam
bios en nuestros países y regiones,tanto en sus perfiles sociales y culturales com
o físicos y naturales: tiem-
pos de agitación, revolución social, cambios económ
icos, tecnológicos y
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y sus jarros, verduras, huacales con pollos, leña y hermano, para así dar
lugar a esos “tipos populares”. 13
Contrastan en este sentido con los fotógrafos que existieron des-pués, ya no viajeros extranjeros sino vecinos m
ucho más acoplados a
sus regiones, que trabajaron al servicio de las poblaciones locales, y quedieron lugar a veces a archivos de gran valor y volum
en. Entre éstostenem
os a Pedro Guerra en M
érida, Yucatán; 14a la familia Salm
erón enG
uerrero (Jiménez y Villela 1998); Sotero Constantino en Juchitán (M
on-siváis 1984); Rom
ualdo García en G
uanajuato y José Antonio Bustam
an-te en Zacatecas, entre otros.
Entre el fotógrafo viajero frecuentemente extranjero y el fotógrafo
oriundo de la región existen puntos intermedios com
o el señalado fotó-grafo am
bulante, que conecta esporádicamente a puntos de la provincia
con esta moderna invención. En particular, para el caso m
ichoacano,G
uadalupe Chávez y Agripina A
lfaro (2000, 41, 43), aluden a “la intensay callada producción de (estos) fotógrafos que esperan ser identificados”.D
icenque, lo m
ismo que algunos fotógrafos establecidos, “en cualquier
rincón del accidentado estado o en sus principales ciudades” había “unnúm
ero impreciso de fotógrafos am
bulantes, así como las carpas foto-
gráficas que funcionaban en las principales plazas y parques del estado”. A
unque en la mención a los am
bulantes ya se habla de sus incursio-nes “en cualquier rincón” de nuestro país, estos prim
eros fotógrafosm
exicanos regionalistas se ubican aún en capitales o cabeceras de ciertaim
portancia: corresponden a la segunda y tercera etapas descritas, a di-ferencia todavía de los personajes que hem
os dado en llamar “los fotó-
grafos de pueblo”, un poco más tardíos. D
e este modo, estas expresio-
nes de la fotografía rústica son una expresión cultural surgida en elcruce de una posibilidad técnica (la fotografía m
isma) y una circunstan-
cia del desarrollo socioeconómico de estos pueblos, que dio lugar al
arribo y permanencia en ellos de los señores y señoras de la lente y el
tripié, que muchas veces construían parte de sus instrum
entos de tra-bajo (un tripié, una am
plificadora, una cámara oculta) con m
adera, pla-cas y tubos que conseguían, y que utilizaban lo que tenían a la m
ano
13Véase en A
guilar (2001, 115-128).14A
lquimia
dedicó, merecidam
ente, su número 13 a este im
portante fotógrafo.
15Es por ello que al descubrir uno de estos archivos es volver a “pasar la película”de la vida cotidiana de esos pueblos y sus habitantes; la posibilidad de reconstruir oim
aginar las historias que encierran.
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ambientales que fueron directa o indirectam
ente retratados. La fotogra-fía m
isma –y los trám
ites a los que se asoció parte de su desarrollo– erauno de los signos de ese cam
bio en curso.Fue en ese m
arco que se instaló un oficio moderno en un contexto
tradicional, proceso que se asoció con el crecimiento de algunos pueblos
pequeños, que ante determinados im
pulsos fueron creciendo hasta pa-sar de algunos cientos a unos cuantos m
iles de habitantes que pudieronsostener un em
pleo tan peculiar en un contexto rural. Así, esta fase no
sólo dependió del azar de los destinos personales de los fotógrafos(aunque siem
pre hubo algo de fortuna en todo esto), sino que también
intervino ese proceso en el cual los pueblos fueron creando una deman-
da de servicios fotográficos que les permitió vivir ahí. Es im
portante ob-servar que esta dem
anda no surgió entre los grupos acomodados que
formaron las clientelas principales de los fotógrafos urbanos, sino entre
modestas fam
ilias campesinas. A
sí, al llegar a estos pueblos la fotografíaentró en contacto con clientelas rústicas y parroquiales, distintas alcliente urbano, m
ás cosmopolita y a veces incluso “afrancesado”.
Esta demanda a veces estuvo asociada con la divulgación y generali-
zación de algunos trámites oficiales en los que aquellas fam
ilias campe-
sinas empezaron a involucrarse (m
igración, educación, servicio militar,
entre otros), pero también surgió con los servicios del fotógrafo que se
adoptaron, adaptaron o inventaron en el contacto con estos pueblos. Esaotra parte de los (a veces nuevos) usos fotográficos quedó asociada m
ásbien a distintas expresiones de las tradiciones locales, y al registro deelem
entos de la realidad significativos para estos hombres y m
ujeres decam
po. 16Para el caso guatemalteco, Taracena y A
dams (1998, 2000) han
16Una fase com
o esta no podría haber llegado con los procedimientos originarios de
los daguerrotipos, costosos y casi privativos de las clases altas; en este sentido, estas ex-presiones de la fotografía rural corresponden a un paso m
ás en el proceso que algunoshan llam
ado de “la democratización de la efigie” (M
onsiváis, 1984), cuyo primer paso
fue el cambio de vidrio a papel, y los últim
os la distribución de esos “papeles” entreclientelas cada vez m
ás alejadas de los centros culturales. Por ello desde el siglo XIXse
consideró que la fotografía era “una representación de la democracia artística [...pues]
Antes sólo se retrataban los grandes hom
bres o grandes capitalistas”, pero a partir deestos m
omentos “el derecho a perpetuar la im
agen ya no sería exclusivo de las clasesaltas” (A
guilar 2001, 179; citando a La Orquesta
del 1 de abril de 1886).
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ediados del XIXen distintas partes del m
undo surgieron ex-presiones de fotografía m
ortuoria con fines médicos o legales (incluida
la forense19), así com
o otra de tipo periodístico, que ya tenían al cuerpoinerte de seres hum
anos como su objetivo central. En este cam
po, pare-ció existir una inicial predilección por las m
uertes de algunos notables(com
o Maxim
iliano por ejemplo, que abrió cam
ino en este terreno enM
éxico), y se hizo extensiva a algunos sectores aristocráticos, como su-
giere el anuncio fotográfico de la capital peruana a mediados del XIX,
que ofrecía “ejecutar el retrato en el mism
o aposento mortuorio: com
oes costum
bre en Europa (McElroy 1987).
Así, este tipo de fotografía m
ortuoria observó primero la m
uerte degrandes personajes, y sólo después –abriendo senda al periodism
o denota roja– a la m
uerte callejera, popular y pública: la “muerte anóni-
ma”. 20En un eje sim
ilar, un género fotográfico afín fue el de las “foto-grafías cuyo tem
a principal fue la exhibición de cadáveres de bandidosdespués de haber sido fusilados o haber m
uerto en combate”, m
ismas
que fueron reproducidas y comercializadas en grandes cantidades. Eran
los casos de las fotos de Heraclio Bernal, o aquellas “en donde se m
ues-tra algunas escenas del cuerpo y la presentación al público del bandidoEnrique Chávez”. Fotos com
o estas fueron haciéndose tan comunes y
populares en el porfiriato “que la gente las compraba y las colecciona-
ba, las incluía en sus álbumes” (M
atabuena 1991, 89, 91, 92). Algo sim
i-lar puede decirse de las im
ágenes de nuestras guerras (sobre todo la deRevolución y la G
uerra Cristera) en las que fusilamientos, colgados,
mutilados, cadáveres tendidos en el suelo, etcétera, abundan en una ga-
lería de las atrocidades de las guerras. Obviam
ente y por desgracia,cada país tiene sus propias im
ágenes –a veces recientes– en este lúgubreterreno. A
simism
o, como han com
entado Teresa Rojas e Ignacio Gutié-
rrez (2002),los archivos agrarios de México m
uestran numerosos casos
de expedientes en los que las fotografías de campesinos m
uertos fueron
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17Estos autores reflexionan acerca de la las tarjetas de visitas en Guatem
ala, vién-dolas com
o “testimonio gráfico de relaciones sociales”, cuyo intercam
bio “conllevaba unm
ensaje sobre el extracto social, la profesión y el gusto del consumidor” (Tarracena y
Adam
s, 1998).18K
eith McElroy (1987) ha planteado que las aplicaciones de la fotografía en un país
rara vez son únicas, y que más bien reflejan patrones m
undiales del oficio e influenciascom
erciales, opinión que pareciera confirmar la nota que se m
enciona enseguida delanuncio de un fotógrafo lim
eño del XIX.
19Véase de Sergio Lugo “El eslabón perdido de la fotografía m
édica mortuoria”, en
Mem
orias del 4º Congreso de Historia de la Fotografía, Buenos A
ires, Argentina, 1995.
20Jorge Juanes, 2000. “Presagio de la muerte anónim
a”, en Alquim
ia, mayo agosto, p.
23. Luis Príamo “Sobre la fotografía de difuntos en los m
edios de comunicación”, en
Mem
orias del 3er Congreso de Historia de la fotografía, Buenos aires, A
rgentina, 1994.
planteado cómo en G
uatemala –con los distintos usos de la fotografía
entre las clases medias y fam
ilias mayas– surgió “un com
plejo diálogoentre las culturas autóctonas y occidentales”. 17Por lo dem
ás, Alejandro
Castellanos (1996, 44) ha planteado al “exotismo” en la fotografía m
exi-cana com
o un sello que marca la form
a en que “los dos géneros fotográ-ficos predom
inantes en México durante el siglo XIX
–el retrato y el paisa-je– se relacionaron con el desarrollo urbano del país”, en “una época enla cual em
pezaron a separarse irremisiblem
ente los ámbitos urbano y
rural”. Algo sim
ilar podríamos decir de las experiencias de otros países
cuya fotografía también surgió en “la intersección entre el eurocentris-
mo y la cultura de los países am
ericanos” (ibid.).
EL
SURG
IMIEN
TOY
ARRA
IGO
DIFEREN
CIAL
DE
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RTUO
RIA
En ese marco, a diferencia de lo que sucedía con los clientes de fotógra-
fos urbanos, los campesinos de las villas y pueblos a los que em
pezarona extenderse los fotógrafos, no se hacían retratar sólo en el estudio sinoen sus parcelas y solares; no en grandes avenidas o plazas sino en suspuentes, ríos y presas; no junto a grandes autos, sino con sus tractores,trilladoras y aperos de labranza; no sólo con sus fam
iliares y amigos
sino también con sus anim
ales preferidos; en sus fiestas religiosas y ce-rem
onias cívicas; en los mom
entos de alegría y en los de tristeza. En estem
arco de adopciones, adaptaciones e invenciones, la fotografía fúnebreo m
ortuoria popular fue uno de los elementos que parecieron echar raí-
ces en pueblos y villas del medio rural durante varias décadas entre los
siglos XIXy XX, aunque hayan tenido m
ás tempranas expresiones ur-
banas. 18
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o, aunque en definitiva no nació en el campo, la fotografía m
or-tuoria de adultos o infantes tuvo un arraigo m
ucho mayor en el m
ediorural, en pequeñas ciudades, pueblos o villas, que en los contextos ur-banos m
ás integrados a la sociedad nacional e internacional (al menos
las muestras sobrevivientes de este género sugieren esa preem
inenciade la fotografía m
ortuoria rural sobre la urbana). Por otra parte, hastadonde puede apreciarse por el m
aterial divulgado, la fotografía mor-
tuoria en estos pueblos fue preferentemente infantil, aunque tam
biéncubrió el deceso de personas de todas las edades y géneros. En estos lu-
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mostradas por las partes com
o argumentos de peso, al dirigirse a las
autoridades en busca de solución a sus demandas. 21
Con todo, esas imágenes son sim
ilares a la fotografía fúnebre de lospueblos sólo por una externalidad obvia (se trata en todos los casos depersonas m
uertas), pero muy distintas a la vez en lo profundo, pues en
unos casos se trata por lo general de una muerte de algún m
odo ajena,y en el otro estam
os ante la muerte fam
iliar, en el último adiós de los
cuerpos, en imágenes tom
adas por lo general dentro o afuera de lascasas de los dolientes, o en el descanso del cem
enterio, cerca de su últi-m
a morada, y sólo a veces en el m
ismo estudio del fotógrafo. La lente
científica, la legal, la militar, la inform
ativa, la del morbo popular, cons-
tituyen así perspectivas muy distintas en la observación (para fines de
estudio, judiciales, militares o com
erciales) de muertes ajenas y distan-
tes; en cambio, el retrato de la m
uerte cercana, casi propia, tuvo siempre
un aire de cariño íntimo, constancia de un vínculo entrañable, m
ás quede fe pública com
o en otros casos. Sin embargo, hay que reconocer
que en cualquiera de los casos, incluso en el de la fotografía científica,se observa que “la im
agen fotográfica contiene dos mensajes superpues-
tos: por un lado el testimonio de objetos, lugares y personas; por otro
lado, una intencionalidad originaria que llega empobrecida, diluida, o
más bien distorsionada para el observador” (A
mstrong 1998, citado por
Ferrari 2000).Vale decir tam
bién que aunque tuvo referentes aristocráticos, 22la fo-tografía m
ortuoria parece haber sido más una usanza popular que de
las clases acomodadas, punto en el que coinciden varios autores. 23A
si-
21Véase “Im
ágenes de la mem
oria agraria”, disco compacto, CIESA
S, Registro Agrario
Nacional.
22Entre las familias acom
odadas, incluso, existió desde antes un recurso previo a lafotografía, com
o fue la pintura o la escultura mortuoria, o la creación de m
ascarillas conla últim
a efigie del difunto.23En apoyo de esta idea, y en particular para el caso de las im
ágenes de “angelitos”,podem
os citar la labor retratística de Don Juan M
achain, quien “cubrió todas las capassociales de A
meca”, Jalisco, y cuya obra fúnebre infantil sugiere (según A
ceves, 1992),por “la vestim
enta de los retratados [...] que la costumbre de fotografiarse junto al niño
yacente fue adoptada por los grupos sociales menos favorecidos económ
icamente o de
extracción rural”. Por su parte, Lara Klahr (1984), en su presentación de algunas im
áge-nes del A
rchivo Casasola, muestra una im
agen de velación de un niño, tomada en 1935,
y acaso producto del transplante rural en la gran ciudad, dado que se trataba de una ciu-dad de M
éxico “silenciosamente invadida por un ejército de cam
pesinos menesterosos,
derrotados en su lucha por la tierra”. Por su parte, refiriéndose al caso brasileño, Pinheiro(1998) dice que a pesar de que la creencia en os anjinhosen Brasil ha sido m
ayormente in-
corporada por los segmentos pobres de la población, tam
bién fue utilizado por las clasesm
edias y elites, quienes “incorporaron al álbum de la fam
ilia los retratos de angelitosprecozm
ente retirados del convivio familiar”.
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BRE
SUS
POSIBLES
CAU
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Aunque la fotografía m
ortuoria existió probablemente en cualquier país
al que llegó la técnica, sobre todo en su expresión infantil parece habertenido una m
ayor difusión en los países católicos de Am
érica Latina enlos que existía la costum
bre de celebrar a los niños difuntos como “an-
gelitos”. Sobre la llamada “m
uerte niña”, que fue endémica en m
uchosde nuestros pueblos en aquellos años, existe la extendida tradición de“los angelitos” (“os
anjinhos” de Brasil)que según Aceves (1992) tiene
grandes similitudes en distintas partes del país debido a que “el patrón
espiritual que determina tal com
portamiento ante la m
uerte deriva deldogm
a católico”. Sin em
bargo, pese a que la fotografía mortuoria logró una extendi-
da difusión, aparentemente su declinación llegó relativam
ente pronto.En este sentido, si equiparam
os tradición y folklore, y si aceptamos la
noción de que “la materia folclórica” debe tener “por lo m
enos medio
siglo de antigüedad” como práctica continuada (M
endoza y de Mendo-
za 1952, 7), la fotografía mortuoria en pocos casos “alcanzaría” esta ca-
tegoría. 26Sin embargo, m
ás allá de la etiqueta que le adjudiquemos a la
práctica, ésta existió por tener un sentido para quienes la hacían posible,no sólo el fotógrafo sino sobre todo los fam
iliares de los difuntos, susam
igos y compadres, es decir, por esta vía, la gente com
ún de estos pue-blos que le pedían al artesano de im
ágenes una última de sus difuntos
queridos, como para que no se fueran del todo. Es difícil estim
ar elgrado de generalización que llegó a tener; lo que es seguro –por la vesti-m
enta de muchos de los dolientes retratados– es que en estos pueblos la
fotografía mortuoria fue tam
bién –o incluso sobre todo– acogida por laspersonas m
ás humildes que, según testim
onios de uno de estos pueblos,a falta de dinero llegaban a pagar o “trocar” las fotografías con huevosde gallina y otros artículos.
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gares, la costumbre llegó a extenderse al grado de que –por ejem
plo enVilla Jim
énez– cada año el fotógrafo local dedicaba hasta 30 sesiones aeste tipo de im
ágenes. 24
Hay que decir que las cám
aras de estos fotógrafos rústicos no sóloregistraron las costum
bres y “lo que pasaba” en estos pueblos, sino quedotaron a esas prácticas y hechos de una proyección m
ayor. Desde si-
glos atrás –desde siempre, pues– la gente ha venido m
uriendo y susdolientes rindiendo cerem
onias a sus muertos. Sin em
bargo, hasta la lle-gada de los fotógrafos pudieron quedar literalm
ente retratados los usosfunerarios de un sector de la población cuyas costum
bres poco interesa-ban a los prom
otores de la modernización económ
ica y cultural del país.Por otro lado, hay que decir que aunque la fotografía no inventó porejem
plo las costumbres en torno a “los angelitos” (sino que sólo la regis-
tró gráficamente), la propia práctica de fotografiar al angelito –o a los
difuntos mayores– se incorporó a la costum
bre original y se hizo partede ella. 25
Sobre la fotografía fúnebre, Taracena y Adam
s (1998) dicen que “elpeso de la m
uerte en la cultura guatemalteca no podría escapar al ojo de
los fotógrafos que registran imágenes de sím
bolos mortuorios [...] o de
seres queridos que la muerte arrancó naturalm
ente en la madurez o en-
démicam
ente en la niñez”. Comentan que este género de la fotografía
mortuoria, surgido en el siglo XIX, es com
o una continuación de “la tra-dición que existió en la pintura colonial latinoam
ericana desde el sigloXV
III”. Por lo demás, estim
an que estos “cultos mortuorios de raíces in-
dígenas” se han visto “reforzados por la religión popular con una icono-grafía de santos e im
ágenes coloniales”.
24En este archivo se contaron un total de 466 fotografías de defunciones, tomadas en-
tre 1944 y 1964; de ese total, 319 –una de cada tres– corresponden a niños.25En su texto sobre costum
bres funerarias en Yucatán, Limbergh H
errera (2001) em-
plea la fotografía antigua para ilustrar las costumbres funerarias. En el presente artículo,
en cambio, sugerim
os que puede también considerarse a la propia fotografía fúnebre se
convirtió en una nueva parte de estas costumbres funerarias, aunque fuese de m
anerarelativam
ente efímera.
26Pongo por caso Villa Jiménez, M
ich., de donde existe un nutrido archivo con estetipo de im
ágenes que abarcan tan solo de 1940 –año de llegada del fotógrafo al pueblo–y 1965. Para los setenta estas escenas están prácticam
ente ausentes en el archivo referi-do, y ningún otro fotógrafo en la zona siguió haciendo este tipo de labores tras la m
uer-te del propio fotógrafo, don M
artiniano Mendoza, en 1989.
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siempre dio de qué hablar, se convirtió en una fuente de sorpresa y de
cuestionamiento (Frizot y D
ucros 1987), y fue vista con recelo por algu-nos sectores religiosos que encontraron en ella un signo m
ás de ciertaindolencia del hom
bre queriendo imitar a D
ios. Vale para el caso traer acuenta un artículo aparecido en un diario alem
án, Leipziger Stadtzeiger,publicado en agosto de 1839 (citado por A
lexander 2002), en el que seexpresan algunas posiciones “religiosas” contra del daguerrotipo:
El deseo de captar los reflejos evanescentes no solamente es im
posiblecom
o se ha demostrado por las investigaciones alem
anas realizadas, sinoque el solo deseo de conseguirlo es ya una blasfem
ia. Dios creo al hom
brea Su im
agen y ninguna máquina construida por el hom
bre puede fijar laim
agen de Dios, ¿Es posible que D
ios hubiera abandonado Sus principioseternos y hubiese perm
itido a un francés de París, dar al mundo una inven-
ción del diablo? [...]
En una posición contrastante, al otro lado del Atlántico El N
acionaldeM
ontevideo hablaba el 6 de marzo de 1840 del daguerrotipo com
o “uninstrum
ento que tanto honra al entendimiento hum
ano [...] una de lasm
ás bellas creaciones del genio”. Ydecía m
ás adelante –ante la duda desi llegaría a existir la fotografía que reprodujera tam
bién los colores– que“es opinión general que no llegará el arte a tan alto grado de im
itación¿pero quién es capaz de poner lím
ites al entendimiento del hom
bre?”. 29
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Con todo, a pesar de que aparentemente llegó a haber aceptación
para este tipo de imágenes (en el sentido de no provocar por sí m
ismas
ninguna reacción de rechazo entre la gente común de estos pueblos), és-
tas empezaron a desaparecer en distintos m
omentos de la segunda m
i-tad del XX. A
continuación discutiré algunas de las causas que posible-m
ente contribuyeron con el cambio de esta actitud, y con el consecuente
declive y desaparición de la fotografía mortuoria. Las posibles causas
que mencionaré –m
ás a manera de hipótesis que de afirm
aciones tajan-tes– se refieren a la posible influencia que hayan tenido en este proceso,los sacerdotes de estos pueblos, así com
o “agentes modernizadores” ta-
les como m
aestros, médicos y autoridades sanitarias; todos ellos, junto
con sus marcos reglam
entarios y normativos, escritos o no. En cualquier
caso, de ser atinadas estas sospechas, estaríamos ante presiones de
agentes externos a las comunidades, que de distinta m
anera habrían in-cidido durante en este periodo en su cam
bio cultural, de la aceptaciónal rechazo de esta práctica. A
continuación expondré algunos de los ele-m
entos que me perm
iten sustentar estas ideas.
RELIG
IÓN
YFO
TOG
RAFÍA: U
NA
RELACIÓ
NPRO
BLEMÁ
TICA
Aunque no siem
pre es aceptada la idea de que exista alguna incompati-
bilidad entre religión, ciencia y tecnología, 27en sus orígenes en Europa,la fotografía en particular –con vínculos m
últiples para con la ciencia–28
27David N
oble (1999, 15, 101), en su libro donde aborda la relación entre “la divini-dad del hom
bre y el espíritu de invención”, plantea que no debe pensarse que el entu-siasm
o tecnológico y el de tipo religioso sean contrarios, pues “la fascinación actual porla tecnología [...] está enraizada en m
itos religiosos”. Así, dice que “pese a sus brillantes
y sobrecogedoras manifestaciones de conocim
iento mundano, [la] verdadera inspiración
[de la tecnología] yace en otra parte, en una imperecedera búsqueda m
ística de la tras-cendencia y la salvación”. En su perspectiva, N
oble incluye (además de personalidades
como N
ewton y Edison) al conjunto de los francm
asones, quienes “con un fervor inspira-do por estas pasiones perfeccionistas [...] se dedicaron al desarrollo de las artes útiles”,com
o el caso de la fotografía.28El tem
a de las múltiples relaciones de la fotografía con las ciencias, puede verse al
menos en dos sentidos: por un lado, las ciencias que hicieron posible el surgim
iento y el
desarrollo de la técnica fotográfica (química y física principalm
ente); por otro lado, lasciencias a cuyo desarrollo sirvió después la fotografía, generalm
ente como técnica auxil-
iar de registro, cuando “la ciencia no tardó en aplicar el procedimiento fotográfico, exac-
to y cierto, seguro y preciso” (León 2002, 38), haciendo “posible un acercamiento a la
ansiada objetividad de la ciencia moderna” (Ruvalcaba 2002, 7). Por su parte D
ucros yFrizot (1987) habla de cóm
o se vio al daguerrotipo como un instrum
ento “sin piedadcom
o la verdad”, y cómo así se ligó a la fotografía con la “verdad científica” debido a “la
innegabilidad del registro luminoso”. A
unque con grandes diferencias, éstos fueron loscasos de la astronom
ía, biología, arqueología y antropología, entre muchas otras (hay re-
ferencias a este tema en el núm
ero 14 de Alquim
ia, dedicada a la relación entre ciencia yfotografía; lo m
ismo que en los textos de Frizot y D
ucros 1987). 29“Tem
prano texto sobre la recepción del daguerrotipo en el Río de la Plata”, 10 pp,citado en Fotohistoria
en ww
w.fotohistoria.org.
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metiera tam
bién a control la forma en que debía llevarse a cabo una
misa de cuerpo presente o la extrem
aunción, o aun las actividades acep-tables para los velorios civiles en una invasión de la esfera civil que nosería extraña en los contextos de la época. 31El traspaso de esta influen-cia, de los espacios sagrados a otros del ám
bito familiar, sería consis-
tente con la influencia sacerdotal que –como la del m
aestro– llegó a serim
portante y a rebasar los marcos de las sedes físicas de la iglesia y la
escuela respectivamente, así com
o los meram
ente religiosos o educa-tivos. M
aestros y sacerdotes se dedicaron a muchas cosas m
ás que alfa-betizar y dar m
isa en sus respectivas instalaciones.En lo que toca a reglam
entos como el m
encionado, eran “los párro-cos, vicarios fijos y capellanes de los tem
plos”, a quienes correspondía“velar por su observación”. Esto es im
portante, considerando el pesotradicional de los sacerdotes en nuestros pueblos. Peso y presencia quefue entendido por Foucault com
o un resultado no sólo de su conoci-m
iento de las “técnicas de exámen de conciencia a la hora de la confe-
sión”, sino de su correspondiente monopolio del “poder de las llaves”
del cielo y la salvación eterna (2002, 166), factor que hizo de las suyasvoces particularm
ente influyentes en estos contextos.Siguiendo con el caso m
ichoacano, también resulta significativa la
referencia que dan las historiadoras Guadalupe Chávez y A
gripina Al-
faro (2000, 43), quienes informan que en la prensa de las prim
eras déca-das del siglo, “En general cualquier noticia, anuncio, oferta o invitaciónsobre fotografía o cine era bienvenida y am
pliamente com
entada [...] Un
lugar especial ocupan notas referentes a los avances científicos en mate-
ria fotográfica y aquellas sobre los daños perniciosos a la moral y las
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Al parecer, desde la perspectiva religiosa parte central de la polém
i-ca estaría en ese atrevim
iento del entendimiento hum
ano que algunosllegaban a creer ilim
itado, para imitar con sus técnicas y artes la Crea-
ción perfecta de Dios; pero tam
bién en la idea del resguardo y la conser-vación de la m
emoria del ser querido a través de una fotografía en su
lecho de muerte, que pareciera chocar con la concepción cristiana de las
exequias, como argum
entaré más adelante.
Así, aunque puede parecer una interpretación que saca de contexto
sus planteamientos, m
e parece que en trabajos como el de Francisco Pé-
rez Gutiérrez (1961) se encuentran rastros de la prim
era posición, puesel autor lam
enta que en el llamado arte sagrado se haya dado “la com
-pleta pérdida del sentido del m
isterio”; o su transformación en un m
is-terio que se endurece y se m
aterializa “por obra de una rutina” a serm
ero yeso, metal, piedra o m
adera (ibid.,76, 102). Aunque el autor se
refería a imágenes religiosas (y aunque es claro que la fotografía m
or-tuoria no pretendió ser “arte sagrado”), m
e parece que principios de esetipo se podrían haber esgrim
ido para desalentar prácticas como la foto-
grafía mortuoria, que fue vista por algunos com
o un “intento de guardarel alm
a en una foto”. 30
Asim
ismo, para sustentar la sospecha sobre el factor de la influencia
religiosa en la desaparición de algunas prácticas culturales, podemos
citar algunos elementos de un Reglam
ento de la música sagrada, im
presoen M
ichoacán hacia 1921, en el que por ejemplo se establecía que los sa-
cerdotes deberían “vigilar para que se corrijan los abusos que se hayanintroducido en esta m
ateria”. Establecía que la referida música sagrada
debía “ser santa, y por lo mism
o, excluir todo lo profano (incluso) en elm
odo de interpretarla”. Por ello, decía, “no pueden tolerarse dentro dela Iglesia las bandas m
usicales llamadas vulgarm
ente música de vien-
to”, timbales ni tam
bores. Asim
ismo, al describir “los abusos m
ás exten-didos en m
ateria de música religiosa”, se pedía evitar que se cantaran
en el templo “m
elodías fantásticas improvisadas por los cantores”. En
un marco de este tipo, donde se lim
itaban incluso las expresiones musi-
cales en contextos o espacios religiosos, no sería de extrañar que se so-
30Tal es el título de una ponencia de Stella Maris D
odd, publicado en las Mem
oriasdel Prim
er Congreso de Historia de la Fotografía, Buenos A
ires, Argentina, 1992.
31Tenemos por ejem
plo que en la diócesis de Zamora, todavía a m
ediados de los cin-cuenta, el uso de la pólvora era regulado no por las autoridades civiles o m
ilitares como
ocurrió después casi en todas partes, sino por la Iglesia, cuyo obispo se encargaba dereglam
entar su uso en las festividades religiosas, determinando “la cantidad de pólvora
que se gaste en los novenarios y demás solem
nidades” (Guía, 12/03/2002, 5). Por lo de-
más, dice Verduzco (1992, 14) que “en la vida cotidiana de Zam
ora[...] tres y [hasta..]cinco veces al día se interrum
pía mom
entáneamente cualquier tipo de actividad m
ien-tras term
inaban de caer las pesadas campanadas de la catedral avisando del A
ngeluso dela bendición del Santísim
o” mostrando cóm
o la Iglesia marcaba el ritm
o de la vida co-tidiana.
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dice que “fotografía y positivismo nacieron y evolucionaron juntos a lo
largo de varias décadas, en una suerte de sinergia, alimentándose m
utu-am
ente y acelerando cada vez más su interrelación”. Vale decir que la
concepción positivista de la fotografía estuvo asociada también –entre
otras cosas– con algunos de los usos que ésta tuvo desde el siglo XIX: los“tipos populares”, los “tipos crim
inales”, la fotografía forense, la antro-pom
etría, etcétera. En aquellos años “se le concedía a la fotografía elpoder de reflejar las cualidades m
orales”, y “existía la idea de que “loreflejado en la im
agen era cierto e innegable, su confianza se basaba enla objetividad de la cám
ara, fruto del avance tecnológico de una época”(M
atabuena 1991, 27, 156). En este sentido, era parte de un objetivismo
científico de algún modo contrario a concepciones idealistas. H
ay queanotar, sin em
bargo, que frente a esa “exactitud” y “objetividad”, lafotografía tam
bién era reconocida porque podía “hacer a la personabonita, m
ás bonita, y a la fea menos fea” (La O
rquesta, 1866, en Aguilar,
2001, 176-177).Pero bien, m
ás allá de la relación general entre invención fotográfi-ca, avance científico y convicciones religiosas, veam
os en términos m
ásespecíficos, a partir de algunos textos que hablan de la form
a cristianade ver la m
uerte, en qué puntos la fotografía mortuoria podría transgre-
dir algunas de estas visiones.
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MIESPÍRITU” O
“ELA
LMA
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ARD
AD
AEN
UN
AFO
TO”?
La forma de asum
ir la muerte propia y de los seres queridos es un ele-
mento central en la confirm
ación de la convicción religiosa. En el casode la concepción cristiana de la m
uerte, ésta se expresa en algunos desus textos y prácticas. A
sí, por ejemplo, algunas referencias a los evan-
gelios son parte importante en la transm
isión de esta convicción, como
aquellos que dicen:
Apesar de todo, la com
unidad celebra la muerte con esperanza. El creyen-
te, contra toda evidencia, muere confiado: “En tus m
anos encomiendo m
iespíritu” [...] La m
uerte corporal será vencida (Lc 23, 46, en Exequias,465).
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buenas costumbres que am
bos medios propiciaban”. Con todo, aun en-
tre los creyentes la apreciación opuesta a la fotografía tenía su contra-parte en quienes vieron a D
aguerre a la vez como “obrero del progreso”
y como “hijo dignísim
o de Dios” (León 2002, 40), saliendo a relucir una
“visión ambivalente hacia la fotografía” (A
guilar 2001, 176).A
bel Alexander (2002) sugiere que en nuestras tierras am
ericanas,“ancladas en un pasado colonial no m
uy lejano”, debió existir quizásuna reacción aun m
ás marcada contra este invento por parte de al m
e-nos algunos sectores sociales y eclesiásticos. D
e este modo, adem
ás deuna m
era técnica, la fotografía (entre muchos inventos y descubrim
ien-tos m
ás) se convirtió en objeto de una polémica en la que se alinearon,
de algún modo frente a la Iglesia, los librepensadores, positivistas, ra-
cionalistas y masones, entre otros.
En la relación particular entre masonería y fotografía, A
bel Alexan-
der ha dicho que muchos daguerotipistas que llegaron a A
rgentina deEuropa y Estados U
nidos eran masones o hijos de m
asones, identifica-dos con “los postulados de fraternidad entre los hom
bres y el combate
a los prejuicios, la superstición, el fanatismo, la ignorancia, la desigual-
dad, la intolerancia y los privilegios” (ibid.). Por su parte, Ferrari (2000)
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guías, 32se indica al sacerdote que deberá tener en cuenta “la mentalidad
de la época y las costumbres de cada región concernientes a los difun-
tos” ( RE, 9). Aunque este texto acepta que en su trato con “tradiciones fa-
miliares, [...] costum
bres locales o […] em
presas de pompas fúnebres”,
ellos debían aprobar “de buen grado todo lo bueno que en ellas en-cuentren”, se aclara tam
bién se debían procurar “transformar todo lo
que aparezca como contrario al Evangelio, de m
odo que las exequiascristianas m
anifiesten la fe pascual y el verdadero espíritu evangélico”(ibid.).
En este campo, correspondía a las Conferencias Episcopales “consi-
derar, con cuidado y prudencia, cuanto pueda admitirse [...] de las tra-
diciones y el modo de ser de los diversos pueblos” ( RE,16); m
ecanismo
burocrático que en vez de agilizar la consideración de los casos pudocondenarlos para ser rechazados desde las instancias locales, pues ha-bía asuntos que podían ser perm
itidos o no a consideración de “el Or-
dinario del lugar”. Así, el Ritualde exequiasplantea que “todas las cos-
tumbres relativas a la preparación de los cuerpos de los difuntos deben
caracterizarse por la dignidad y el respeto y nunca con la desesperaciónde quienes no tienen esperanza” ( RE,23). En ese m
arco, el acto de lafotografía pudo aparecer com
o un acto desesperado de los que no tie-nen fe...
En este texto se habla de las tres formas de celebración de las exe-
quias: con una, dos o tres “estaciones” (que eran la casa del difunto, laiglesia y el cem
enterio, o bien la capilla y el sepulcro, o solamente la casa
del difunto). Se menciona ahí que la m
odalidad de 3 estaciones –la dem
ayor intervención sacerdotal– se da “sobre todo en ambientes rura-
les”. Si recordamos que la fotografía m
ortuoria de estos lugares suele te-ner com
o escenario la casa del difunto, el cementerio, o aún el estudio
del fotógrafo, veremos que aunque en ella aparezcan im
ágenes religio-sas, nunca fueron tom
adas en la “estación” de la iglesia, donde se daba
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El creyente asume la m
uerte y confía en que la vida sigue. ¿Será verdad queel hom
bre que muere no m
uere, sino que, por el paso de la muerte, la vida
es enraizada definitivamente? (Jn 6, 51; ibid.,466).
Asim
ismo, en las oraciones de las m
isas –que en todo mom
ento de-bían evitar “el género literario llam
ado ‘elogio fúnebre’” (ibid., 486)–suelen escucharse expresiones com
o...
Herm
anos: No querem
os que estéis en la ignorancia respecto de los muer-
tos, que ignoréis lo que pasa con los difuntos, para que no os entristezcáiscom
o los demás, que no tienen esperanza. Porque si creem
os que Jesús mu-
rió y resucitó, de la mism
a manera D
ios llevará consigo a quienes murieron
con Jesús [porque] dice el Señor: el que cree en mí no m
orirá para siempre
(ibid., 473, 511).A
niquilaré la muerte para siem
pre [...] Así lo ha dicho el Señor [...] (ibid., 484)
Aquí insistiré en que esa idea de “guardar el alm
a en una foto” –ex-presión de la argentina Stella M
aris pero común en la representación
que se hace la gente de la fotografía mortuoria– parecería no ir de acuer-
do con la forma y el fondo de la celebración cristiana de las exequias, ex-
presado en estos textos. En el Ritualdeexequias( RE) –texto que ha regi-do la función sacerdotal tras la m
uerte de los fieles– se encuentranalgunos elem
entos que podrían confrontar “el sentido cristiano de lasexequias” con el sentido aparente de la conservación de una im
agen delcuerpo sin vida del ser querido. A
sí, por ejemplo, se lee en el Ritualque
“en los mom
entos [...] entre la muerte y la sepultura, se debe afirm
ar lafe en la vida eterna” ( RE,1991, 10), “afianzar su fe en el m
isterio pascualy la resurrección de los m
uertos” ( RE, 15); cosa que quizás no se demos-
traba con el acto de conservación de la imagen m
ortal del ser querido.A
quí se subraya que “ante la realidad de la muerte, la Iglesia proclam
acon fe y esperanza que la vida no term
ina con la muerte. La persona hu-
mana ha sido creada para vivir eternam
ente” ( RE, 19) por sí mism
a y sualm
a y no por la ayuda de una foto, podríamos añadir.
En estos textos los sacerdotes han tenido hasta la actualidad (con al-gunas transform
aciones en el tiempo) una guía que les instruye con pre-
cisión sobre la manera en que debe hacerse esta celebración. En estas
32Se trata del Ritual completo de los sacram
entos(1976), así como del Ritual de exequias
(1991), reformado por m
andato del Concilio Vaticano IIy promulgado por Su Santidad
el Papa Pablo VI. Edición típica adaptada y aprobada por la Conferencia Episcopal
Mexicana y confirm
ada por la Congregación del culto divino y de la disciplina de lossacram
entos.
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prescribían que los cadáveres de quienes fallecieran a causa de enfermeda-
des infecciosas no fueran ‘llevados a los templos, capillas, casas de oración,
ni a ningún otro lugar público para tributarle honores’. En caso de violarseeste m
andato, se haría responsable no sólo a la familia sino a los acom
pa-ñantes e incluso al capellan o encargado del tem
plo en que se admitiese el
cuerpo (ibid., 35).
Existían también disposiciones sobre los plazos m
áximos en que las
personas fallecidas debían ser inhumadas. H
errera refiere que las condi-ciones para los m
uertos por cólera, peste, tifo o lepra, eran aún más
estrictas, pues en esos casos el cuerpo debía ser inhumado inm
ediata-m
ente después de confirmada su m
uerte, “debiendo llevársele desdeluego al cem
enterio, sin consentir más acom
pañantes que las personasque se necesiten para conducirlos” (ibid.)
Hay que reconocer sin em
bargo que si bien es plausible pensar en al-guna influencia de este tipo de ordenam
ientos sobre las costumbres fu-
nerarias, es claro que estaríamos ante una influencia indirecta, no sobre
la práctica de la fotografía mortuoria en sí, sino sobre el conjunto de
aquellas costumbres. Por lo dem
ás, si esta influencia existió quizás sólose haya dado en aquellos lugares donde los reglam
entos tenían aplica-ción, que no eran –ayer com
o hoy– todos los lugares. Sin embargo, en
otros sitios donde los reglamentos no tenían vigencia, sí la tenían algu-
nas supersticiones sobre las enfermedades y la m
uerte que pueden ha-ber pesado m
ás que las leyes; así, por ejemplo, en algunas zonas de
Michoacán, se tenía “verdadero pánico al ‘Cáncer’ que despiden los ca-
dáveres y [existe la creencia de que] si una persona se acerca recién ba-ñada, se contagia” (Loaiza, 1943).
Aquí vale señalar que los “inform
es sanitarios” que por muchas ge-
neraciones realizaron para recibirse los pasantes de medicina después
de una estancia en alguna comunidad, son ilustrativos del sentido refor-
mador de la acción de estos m
édicos, a veces no tan temporal. Se trata-
ba –a decir de uno de estos médicos– de trabajos que se hacían a partir
de “una labor simple, sencilla, obscura, que se term
ina en un plazo decinco a seis m
eses, al cabo de los cuales se han recopilado algunos datosrespecto a la vida higiénica de nuestro m
edio rural”. Estas personasgeneralm
ente de origen urbano y con su mente ilustrada por los años de
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el “último adiós al cuerpo del difunto” y se realizaba “la liturgia de la
palabra” ( RE, 11). De este m
odo, existe un conjunto de indicios que ha-cen pensar que pudo existir una cierta anim
adversión entre la fotografíafúnebre y la función vigilante y orientadora de los sacerdotes.
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SPRESIO
NES
MO
DERN
IZAD
ORA
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ELO
SA
GEN
TESESTATA
LES
Otro flanco desde el cual es posible que se hayan ejercido presiones para
poner fin a esta costumbre, es la de las críticas procedentes de otros
“mentores”, estos de tipo estatal, com
o por ejemplo los prom
otores edu-cativos o sanitarios. En este tenor pudieron operar los discursos “m
o-dernizadores” contra los “horripilantes anacronism
os” del pasado y“las costum
bres insalubres” de la gente, lo mism
o que los planteamien-
tos de algunas normas prom
ovidas por médicos y m
aestros. Lim
bergh Herrera (2001), en su estudio sobre las costum
bres fune-rarias en Yucatán, alude al im
pacto que tuvieron sobre las costumbres
funerarias algunos puntos de los reglamentos sanitarios. A
sí, por ejem-
plo, se tiene que en Mérida se prohibía que niños form
aran parte delacom
pañamiento de los cortejos (ibid.,34). H
abía frecuentemente “pre-
ocupaciones higiénicas” de parte de las autoridades sanitarias, que
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social”, a los que se procuraba asistiera “el mayor núm
ero de padres defam
ilia y elementos de la localidad”. 33A
sí, llegaron a integrarse –entrem
uchas otras– “Comisiones de Avivam
iento y Servicio Social”, que dem
odo similar tenían subcom
isiones para las “visitas de hogares” activi-dades de higiene, salud pública, m
ejoras materiales; de deportes y jue-
gos, entre otras. 34En uno de tantos informes, el Inspector Escolar Fede-
ral Policarpo Sánchez, expresaba que como parte de las Jornadas Rojas
de Estudio e Investigación y de Extensión Social, así como en la Jornada
Plenaria de Orientación Socialista, se habían desarrollado cam
pañas dehigiene y salud, de alim
entación, de mejoram
iento de hogares, “juntascon organizaciones para la orientación en asuntos sociales”, “culm
ina-ción de las actividades desfanatizantes”, “m
ejoramiento estético y cul-
tural de algunas comunidades”, entre otras. 35
Involucrándose así en diferentes asuntos de los pueblos con una vi-sión que se concebía com
o “racionalista”, los maestros y los m
édicos–por separado o a veces de m
anera conjunta– hicieron así una labor queen general contribuyó a que algunas prácticas culturales previas a sullegada –en la salud, en la educación, en la econom
ía, en las fiestas– ten-dieran a disolverse o a transform
arse, pues había que dejar atrás cos-tum
bres que desde aquella perspectiva eran muestra de fanatism
o o,sim
plemente, m
uestras de un estado rudimentario que se debía superar
en el camino al progreso y la m
odernidad. No hay –com
o no lo hay enel caso de los sacerdotes, antes revisado– m
uestras directas de combate
médico-m
agisterial contra la fotografía mortuoria en particular, pero es
plausible suponer que ésta pudo sentir los efectos de tantas campañas
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estudio, en sus incursiones al campo conocían las costum
bres y califica-ban a veces a “sus habitantes; unos crapulosos, am
orales, entre los cua-les deben abundar los padecim
ientos venéreos y nerviosos; otros dem
origeradas costumbres, continentes, m
orales...” (Castillo, 1941, 7-8).Sobre todo “entre las personas de escasa cultura”, la labor de estos m
é-dicos fue la de cam
biar sus creencias y prácticas, como las de padeci-
mientos por “bilis”, “coraje” o por estar “enhechizados”, y sus trata-
mientos con m
enjurjes y palabras cabalísticas” (ibid., 29). Condenaron a“los charlatanes”, y concediendo llegaron a sugerir “que las autoridadessanitarias im
pusieran la obligación, a las comadronas em
píricas, deasistir a cursos breves e indispensables, que las m
ismas autotidades im
-partieran, y al final de los cuales, com
o estímulo, se les diera un diplo-
ma de Prácticas A
utorizadas” (ibid., 66).A
sí, hay que reconocer que en muchos de estos pueblos la presencia
del personal médico, que era m
ínima en la prim
era mitad del XX
en lam
ayor parte de nuestras zonas rurales, tuvo en estos practicantes dem
edicina una primera y lenta pero creciente incursión en el cam
po. Susprácticas en las com
unidades se convirtieron en un permanente com
-bate contra las costum
bres y prácticas de estas poblaciones, vistas como
ignorantes e insalubres. Los informes sanitarios que estos m
édicos hi-cieron en aquellos años fueron ilustrativos de esta lucha “por la salud”,que fue tam
bién una lucha cultural.En lo que se refiere a los m
aestros, una de sus funciones en el cam-
po fue la de promover –en térm
inos generales– el cambio cultural entre
poblaciones que eran vistas por las agencias educativas del Estado–igual que hoy– com
o depositarias de costumbres que debían ser trans-
formadas para el progreso suyo y del país. Tam
bién en lo que se llamó
en México la etapa de la educación socialista se prom
ovió la influenciade los m
aestros para terminar con prácticas asociadas a los cultos reli-
giosos. En ese m
arco, las labores de instancias como las M
isiones Culturalesse extendieron desde las labores de alfabetización hasta las de carácterproductivo o sanitario. U
na muestra de la incum
bencia de los profeso-res en diversas áreas de la vida local la encontram
os en las “Semanas de
Educación”. Organizaban actos que ponían atención en la “cultura inte-
lectual”, lo mism
o que en la cultura física, estética, y “educación cívico-
33Circular emitida por el Prof. Raul Reyes, dirigida a los CC. D
irectores de las Escue-las Federales del Estado y Particulares. Sf.
34Informe de las actividades desarrolladas por los M
aestros que integran la Comi-
sión de Avivamiento y Servicio Social, firm
ado el 24 de agosto de 1929 por El Maestro
Rural Jefe del Instituto Cultural Federico Reséndiz, dirigido al Prof. Alfonso G
. Alaniz,
Director de Educación Federal en M
orelia.35Inform
e general de labores del C, Policarpo Sánchez, Inspector Escolar Federal, di-rigido al Prof.. D
iego Hernández Topete, D
irector federal de Educación en Morelia, fe-
chado el 21 de noviembre de 1935. (A
gradezco a Marco Calderón el acceso a una larga
serie de documentos sobre educación rural/socialista/indígena en M
ichoacán, y a CruzElena Corona sus sugerencias en la revisión de esos m
ateriales).
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pechera, despedido por amplia parentela, incluidas nietas y m
ujeresque lo m
iran con velas en las manos, com
o aceptando su partida como
un trato aceptable con la vida. A
sí, en estas imágenes se reflejan cuestiones de la dura vida en esos
pueblos, y no sólo de la muerte com
o pareciera, pues la muerte de niños
y jóvenes, así como de m
adres en el proceso del parto, aluden a las ma-
las condiciones de vida que conocieron esas personas. Por ello, en estagalería no faltan –com
o no faltan aun hoy en muchos lugares– los testi-
monios de m
uertes rudas, por muertes probablem
ente evitables y aso-ciadas a las condiciones sociales en que vivió y m
urió esa gente. En la actualidad, la fotografía m
ortuoria en estos pueblos es un tema
que –por decirlo así– la gente no saca mucho a conversación; se le suele
referir con una actitud que va de la extrañeza al franco rechazo. Don
Heriberto A
guilera en Purépero, por ejemplo, al hablar del archivo fo-
tográfico de don José María Vega, platica prim
ero de las escenas “quegustan a toda la gente”, de la iglesia, de las calles, pero no de las esce-nas fúnebres, de las que sólo acepta su existencia. H
ay quienes en forma
terminante se niegan a aceptar que a esto se le pueda considerar una
“tradición” o “costumbre”: “Esa no es tradición, eso sencillam
ente fueun deseo de alguna persona o fam
iliar, como de los fotógrafos o de al-
gún presidente pero tradición esa no es”, dice terminante don Rodolfo
Rodríguez, cronista de Jiménez. D
on Jose Luis Palomo, de este m
ismo
pueblo, lo que recuerda es que –tradición o no– “yo miraba pues que lle-
vaban a don Martiniano (M
endoza) a fotografiar los cuerpos allá en elpanteón, en su ataúd recargado en el fresno”.
Heriberto A
guilera, aunque no conservó ninguna de esas imágenes,
justifica la práctica diciendo que
Había personas que cuando se casaban no podían retratarse, y entonces
procuraban y hacían el esfuerzo por retratarse cuando morían, que es cuan-
do se reunía toda la familia: gente que nunca se había sacado una foto, y en-
tonces aunque fuera el día que morían sus parientes querían un recuerdo:
por eso se hizo tradición retratar a la gente cuando moría. Tam
bién se hizocon personas m
ás mayores, pero tam
bién niños vestidos de angelitos o dealgún santo.
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culturales, de “desfanatización” por el lado oficial o de “respeto a los ri-tuales” por el lado religioso, contribuyendo calladam
ente a su desapa-rición.
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RAFÍA
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RTUO
RIAEN
DO
SPU
EBLOS
MICH
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CAN
OS
Prácticamente en todo el estado de M
ichoacán y en distintas partes delpaís existen vestigios y rastros de la fotografía m
ortuoria, aunque a ve-ces ya no visuales sino sólo en el recuerdo. En el centro occidente m
i-choacano conocem
os evidencias de ella en pueblos como Villa Jim
énez,Purépero, Tangancícuaro y Los Reyes, donde im
ágenes similares fueron
obtenidas por distintos fotógrafos (Martiniano M
endoza, José María
Vega, Serafín Márquez y A
lfonso Suárez respectivamente). En el caso de
Villa Jiménez –que es el archivo del que se extrajeron las im
ágenes queilustran este artículo– tuvim
os acceso –gracias a la generosidad de lafam
ilia del fotógrafo Martiniano M
endoza– a un archivo de negativosque entre m
iles de imágenes con otros m
otivos tenía un total de 466 fo-tografías de difuntos tom
adas entre 1944 y 1964. 36De ese total, casi 70%
corresponde a niños –imágenes de angelitos– y el resto a adultos. Las
imágenes ilustran que la población que recurrió a este servicio fue pre-
ferentemente gente hum
ilde que, pese a ello, se esforzó y logró darleuna austera dignidad a la m
uerte de sus seres queridos. Las im
ágenes aquí presentadas muestran –com
o la vida real– desdeel infortunio abrum
ador de decesos de dos o hasta tres angelitos a la vez(unos con sus fam
iliares, otros solitos, pero todos ellos vestidos como
santos); hasta muertes que se sienten m
ás aceptables, como la del abue-
lo o la abuela que seguro vivieron mucho y tuvieron m
ucho qué contar,y que se ven en su últim
a imagen, ella con una m
edalla al pecho y todossus fam
iliares varones viendo a la cámara, y él con su m
ejor pantalón de
36El resultado de la primera exploración de ese archivo está en Ram
írez, 2002, VillaJim
énez en la lente de Martiniano M
endoza. Fotografía y microhistoria de un pueblo m
ichoacano,Zam
ora, El Colegio de Michoacán, 2002. Para el caso de Tangancícuaro, hem
os encontra-do referencia a la fotografía m
ortuoria en un interesante artículo de Fernández y Váz-
quez (2002) sobre los “Fotógrafos pueblerinos de Tangancícuaro”.
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Sea como haya sido, en la actualidad son pocas las im
ágenes que sehan conservado entre los sucesores de las fam
ilias que las mandaron to-
mar. H
ace mucho que aquellos cuadros se bajaron de las paredes y las
imágenes se guardaron en cajas, bolsas y tapancos. En la actualidad sólo
se conocen en archivos de coleccionistas, investigadores o fotógrafoscom
o los aquí explorados, entre los que destaca el de Martiniano M
en-doza, verdadero cam
posanto de celuloide y luz. Sin embargo, pocas
sobreviven hasta hoy en los álbumes fam
iliares. Es como si el avance de
un cierto racionalismo hubiera penetrado lo suficiente com
o para llevara esos legítim
os recuerdos de cariño a un lugar secreto u olvidado, delque no se anim
an a salir por un cierto pudor construido en torno a estasim
ágenes que un día quisieron ser muestra de afecto.
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