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La vida en un instante

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Edición: Secretaria de Política Sindical - Salut LaboralUGT Catalunya

Redacción, diseño y corrección: l’Apòstrof, sccl

Impresión: Artyplan

Depósito legal: B-XXXXXXX

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“¡Qué contento estaba Guille! De pronto, las cosasempezaban a salirle bien”, piensa Conchi en elautobús, mientras va camino del hospital. Recuerdacómo su hijo, desde que había acabado de estudiar,estaba desesperado por encontrar trabajo. No tieneuna gran cualificación y eso le dificulta enorme-mente encontrar uno; el paro no deja de aumentarun día tras otro y muchas empresas ni siquieracogen los currículos.

Y no es que el chico le dé muchas explicacionesa Conchi, no (él es joven y, para Guille, ella esvieja), pero lo conoce bien _¡por algo es su madre!_,aunque no hablen mucho; él es muy reservado, porlo menos con ella. Pero aquel día estaba tan contentoque expresó su alegría incluso en casa, a la horade comer. Eso sí, después de llamar a todos susamigos. “¡Ya tengo curro! ¡Me han llamado!”

Aunque a Conchi le disgusta, tiene que reconocerque Guille nunca ha sido un buen estudiante. Aél le gustan las máquinas: los coches, las motos,los ordenadores… Se lo pasa bien montando ydesmontando aparatos y comprobando su funcio-namiento. Por eso, tanto ella como su marido,Diego, decidieron que lo mejor era que hiciese elmódulo profesional de mecánica al terminar laESO. Naturalmente, Guille estuvo de acuerdo.Estaba impaciente por dejar el colegio y empezara trabajar. Le fue muy bien y, como premio, tuvola moto. ¡La moto!

¡Y qué miedo le tiene Conchi a la moto! Es sufri-dora por naturaleza y no le hace ni pizca de graciaque Guille monte en aquel monstruo ruidoso quetanto le gusta. En cuanto tarda un poco más de lacuenta, su pensamiento viaja por hospitales, am-

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bulancias y todas las demás desgracias que se vancada día por la tele. Si fuera por ella, nunca lehabrían regalado ese aparato infernal (es así comoella lo llama), pero también es consciente de queGuille es feliz con la moto y que, después deltrabajo, es su gran tema de conversación. Motores,gasolina, árbol de levas, magneto, bujía y otraspiezas que no conoce provocan grandes debatesentre su marido y su hijo.

Hoy hay un gran embotellamiento en la Ronda yel autobús donde viaja Conchi está tardando másde la cuenta. Tiene tiempo de analizar cómo hanido las cosas en casa de un año para acá. Recuerdaperfectamente cómo las alegrías empezaron abajar un poco de tono cuando Guille empezó abuscar trabajo. Es muy joven y tiene poca expe-riencia. Así que, después de intentarlo por otroscaminos, decidió que no tenía otra salida queprobar con las ETT. El reparto de currículos y lasnegativas se sucedían un día tras otro, en unaretahíla monótona de frustraciones y falsas espe-ranzas. Ya no pretendía trabajar de mecánico demotos y coches, no… Ahora tenía suficiente concualquier cosa que aportara dinero a la casa ytrabajo más o menos regular.

Hasta que llamaron de una ETT. Guille se pusonervioso. Era la primera vez que hacía una entre-vista de trabajo. No sabía cómo vestirse, cómopeinarse, qué tenía que decir… Le sudaban lasmanos. Conchi lo tranquilizó como pudo. “Sé túmismo _le decía_. No tienes que tener miedo denada. Acuérdate de pedir las condiciones delcontrato: no te olvides de preguntar el sueldo, elhorario y la duración. ¡No te preocupes y tencuidado con la moto!”

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Cuando llegó a la oficina, se encontró con quehabía tres personas más esperando para lo mismo.Eran tres chicos, jóvenes como él, sentados enlas sillas de la entrada. Después de preguntar enel mostrador y de rellenar una ficha, se sentó aesperar. Empezaron a charlar y uno de los chicos,el que se sentaba a su derecha, le explicó que lasentrevistas no duraban demasiado ni eran muycomplicadas. ¡Él había hecho muchas! Tambiénsupo que el trabajo era para una cadena de mon-taje en una empresa que fabricaba piezas paracoches, concretamente los plásticos necesariospara los retrovisores. Guille pensó que eso se lo

ETT

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tendrían que haber dicho por teléfono. ¿Y si nole hubiera interesado? “Aunque no está mal. Sipagan bien, ya tengo para empezar”. Ya se veíacon su mono azul marino montando espejos ymás espejos.

Finalmente, al cabo de media hora, le recibió unachica en un despacho pequeño, con poca luz yuna mesa vieja. Le pidió que se sentara y, despuésde confirmar los datos que tenía en el formulario,empezó a interrogarlo sobre su manera de ser, detrabajar, sobre las cosas que cambiaría de símismo… Guille no se esperaba preguntas tanpersonales, pensaba que hablarían de los estudioso, como mucho, de las aficiones que tenía. Llevabapreparado hablar de su moto, de cómo la cuidaba,cómo la arreglaba. No obstante, salió bastantesatisfecho y volvió a casa soñando con cajas ycajas de espejos amontonadas a su lado.

Y pasaron los días. No le llamaron para ese trabajo.Telefoneó a la empresa y le dieron largas. Lasilusiones de un sueldo, de una independenciaeconómica, de una profesión se fueron diluyendopoco a poco. Hasta que, al cabo de dos meses, lamisma ETT lo volvió a convocar. Guille pensóque quizá así se ahorraría el volver a pasar por laentrevista, por lo menos por las mismas preguntasque ya le habían hecho y que suponía que alguiendebía de haber apuntado en alguna parte. Claroque quizá hubiera dicho algo que no debía y poreso no le habían avisado. Mientras esperaba,dudaba de qué era lo mejor para él. Casi trescuartos de hora lo tuvieron esperando, pensando,en la silla de la entrada. Por fin, la misma chicade la otra vez salió a buscarlo y lo condujo almismo despacho.

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_Esta vez no habrá preguntas _le dijo_. El lunesempiezas a trabajar, Guille. Irás al polígono deCan Mombàs, a una empresa del ramo de la me-talurgia. Se llama InoxTree y entrarás como peón.¿Te parece bien?

Por un momento, dudó. ¡Eso no se lo esperaba!Se acordó de su madre y pidió detalles sobre elcontrato, el sueldo y el horario. También preguntóen qué consistía exactamente el trabajo que teníaque hacer.

_Seguramente tendrás que llevar alguna máquinade pulir o de cortar. Allí te lo explicarán bien. Teesperan el lunes a las 7 de la mañana. Acuérdatede leerte estas normas de seguridad antes de ir.

Le pasó una fotocopias, con una lista de instruc-ciones sobre el uso de la maquinaria y la pre-vención.

_Ahora fírmame este documento y llévate lasbotas de seguridad _le explicó la chica, en unaretahíla monótona_. Y si no tienes ninguna duda,nada más.

Guille firmó que había recibido instrucciones deprevención. Se extrañó de que pusiera que habíaasistido a un curso sobre el tema, pero tenía ganasde irse. Cogió las botas y se despidió.

Salió de allí pensativo, hasta que… “¡Fiesta! ¡Yaestá! ¡Ya tengo curro!” Fue entonces cuando llamóa sus amigos para ir a tomar algo, cuando llamóa su madre para comunicarle la noticia… Estabacontento.

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Parece que el autobús, por fin, puede incorporarsea la autopista. Conchi continúa sumergida en suspensamientos, que recuerdan con claridad cómo,aquel mismo domingo, Guille cogió la moto y sefue a dar una vuelta a Can Mombàs. Quería ase-gurarse de que al día siguiente no tendría proble-mas para encontrar el sitio. Junto con Raúl, sumejor amigo, se dirigió a la carretera que llevabahacia el polígono industrial. No es difícil verInoxTree: un rótulo bien grande abre el caminohacia tres grandes naves industriales en forma deU alrededor de un patio.

_No se puede negar que aquí se trabaja, ¿verdad?_comentó Guille.

Al ver la cantidad de chatarra que se acumulabaen el patio, tuvo la visión de una empresa de losaños setenta, donde no habían llegado los ordena-dores ni las nuevas tecnologías.

_¡Así es el metal, chaval! _respondió Raúl_. Yaverás: un montón de tíos y un montón de trabajo.¡Tendrás que currar a tope!_No me importa _concluyó. Empezaba a tenerdudas de su capacidad para levantar peso y paraamoldarse a la manera de trabajar de la gente conmucha experiencia.

Y llegó el lunes. Guille llegó al polígono cuandofaltaban diez minutos para las siete. ¡Y fue elprimero! Estaba impaciente por conocer a suscompañeros, la máquina que tendría que controlary todos los detalles del trabajo. Quería aprenderrápido y ser eficiente, porque esperaba que elcontrato temporal que tenía que firmar con la ETTpasara a ser definitivo con la empresa. Hacía mal

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día, el cielo estaba encapotado, lloviznaba y corríaun vientecillo helado, y eso provocó que los diezminutos de espera se le hicieran larguísimos.

Pero todo llega. Se presentó al encargado, Javier,que lo llevó a una de las naves, donde estaban lastaquillas. Era una sala muy grande, llena de arma-rios metálicos y repleta de gente. Javier le enseñósu sitio y también le presentó a la persona quesería “su” oficial, es decir, el responsable de lamáquina donde trabajaría, quien le tenía queenseñar su funcionamiento y ayudarlo en todo loque pudiera: Paco. Él sería su compañero detrabajo y su jefe más directo.

_Mira, chaval _le dijo Paco_. Si haces lo que yote diga, todo irá bien. La máquina no es complicaday el trabajo no es de los más duros que se puedenhacer en esta empresa. Ya verás que todo va deputa madre. Te presentaré a la María, que es elnombre que le hemos puesto a la aplanadora dechapa. Venga, ¡vamos!

Cuando Guille iba a pasar, Paco le dijo a Javier:_¿Siempre me tienen que tocar a mí los másjóvenes? Parece que lo haces aposta, ¡joder!_No te quejes tanto, Paco _le respondió el encar-gado_ y enróllate bien con el chaval. Tiene pintade ser buen tío. A la hora de comer hablamos, siquieres. Pero ahora tira para allá.

Y se fueron hacia la nave donde estaba la maqui-naria de aplanar y de cortar. Paco le explicó quela otra nave era la de los tubos y en la que acababande dejar estaban también el comedor y las duchas,aparte de las oficinas. Guille vio las carretillaselevadoras que empezaban a llevar material a la

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nave donde estaba la María. Eran grandes rollosde chapa. “Parece acero inoxidable”, pensó. Eloficial, como si le hubiera leído el pensamiento,le explicó que trabajaban tanto el acero, sobretodo, como el latón, el hierro o el aluminio.La primera impresión que tuvo de la nave fue deinmensidad.

_Es supergansa, Raúl _le explicaría a su amigopor la noche.

Y la segunda, y más impactante, de apretura.Estaba llena, repleta, de maquinaria, gente ymaterial. Contó que había al menos 5 puentesgrúa, de los que cargan bastantes toneladas. Lospasillos entre máquina y máquina estaban llenosde viruta, palés y trozos y flejes de chapa. Y lostoros llenos, arriba y abajo, daban la impresiónde mucha actividad, aunque pasaban justitos porlos pasillos. En aquel momento tuvo que apartarsepara dejar pasar uno. Si se hiciera caso de lasrecomendaciones de seguridad laboral, seguroque no estaría en estas condiciones. Se necesitaespacio para trabajar y espacio para correr en casode accidente. El orden y la limpieza son los pilaresbásicos de la seguridad.

Paco le llevó hasta la María, la aplanadora dechapa. Era una máquina de cuatro cuerpos: elprimero deshace la bobina de metal; el segundola aplana con un juego de rodillos de hierro, eltercero es una cizalla que corta la plancha y elúltimo expulsa las chapas a los palés.

_Tú te encargarás de aplanar con los rodillos delaminación _le dijo.

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Había diez rodillos, cinco por abajo y cinco porarriba.

_El trabajo consiste en pasar la chapa por losrodillos, acompañarla, para que quede totalmentelisa, es decir, que pierda las ondulaciones que traede la bobina. ¿Lo has entendido, chaval?_Sí. Cuando dices que la tengo que acompañar,¿quieres decir que tengo que hacer fuerza?_Sí que tienes que hacer, sí. Fíjate.

Y el oficial cogió un fleje que tenía en el lateral ylo empezó a pasar por entre el juego de rodillos.Por el otro lado, la chapa salió recta, muy recta, ysiguió hacia la cizalla. Le pasó unos guantes aGuille.

_Ahora prueba tú, venga.

Guille no lo encontró demasiado complicado. Losrodillos cogían el metal con suavidad y rapidez.Comprobó cómo la chapa perdía todas las ondula-ciones y se aplanaba bajo la presión de la máquina.

Y ese fue todo el aprendizaje de Guille, porque eneste punto se dio por sentado que ya podía ir tirandosolo, aunque durante el resto del día fue recibiendoexplicaciones de cómo se tenían que poner losflejes y qué era lo que se esperaba de él. Habíamucho trabajo y, sobre todo, su misión consistíaen mantener el ritmo constante de salida de chapa.Esa misma chapa es la que después sirve para hacercubiertos, fregaderos, armarios de cocina, mostra-dores, derivados de automoción…

Aquella noche, Conchi escuchó atentamente lasexplicaciones de su hijo.

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_Mira, mama, las planchas de metal vienen enbobinas y las hay de 0,5 mm, 1 mm, 1,5 mm…depende, hay de diferentes grosores. El objetivoes que queden bien lisas, cortadas a la medidanecesaria. Es así de fácil.

La madre veía que Guillermo estaba ilusionado.Le gustaba el ambiente del trabajo: cuarentahombres haciendo funcionar máquinas todo eldía. Se sentía bien, aunque no terminaba de com-prender el funcionamiento de la empresa.

_Hay otra que tiene unas cuchillas que cortanrotativamente, deshace la bobina y la hace máspequeña _explicaba el chico mientras cenaban._¿Y no son peligrosas esas máquinas, hijo? _in-quirió Conchi, un poco preocupada._No lo parecen. Me han dado unos guantes paraque no tenga que poner las manos, aunque hevisto que la gente no los usa. El oficial con el queme han puesto es el responsable de eso, supongo.Y el encargado está dando vueltas por allí todoel día. Me imagino que está todo controlado.

“¡Qué inocentes fuimos!”, piensa ahora la mujer.“Tendríamos que haber insistido más”. En esemomento, ya sube la carretera que lleva al hospital.Desde el autobús, se puede ver cómo la retamase ha adueñado de las faldas del monte. Pero ellaestá recluida en su repaso de los hechos, en cómotranscurrieron los acontecimientos en aquellosdías.

Al día siguiente, no obstante, para Guille ya notodo era tan nuevo y las cosas se fueron compli-cando. Al chico se le esfumó un poco la alegría,aunque seguía con la determinación de hacer bien

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las cosas, de ser un trabajador ejemplar y defamiliarizarse del todo con sus compañeros, conlas máquinas y con la empresa en general. Ahorabien, perdió parte del buen humor. Estuvo todoel día trabajando en la máquina, que funcionabasin parar, pero se sintió un poco solo. No levantabala cabeza de la María, y Paco… bueno, no sepuede decir que le hiciera mucha compañía. Lamisión del oficial responsable de la máquina esque el trabajo salga bien. Es decir, que las piezasqueden bien amontonadas, clasificadas por pesos(cada máquina tiene su báscula) y cada medidaen su palé. Y, evidentemente, apoyar al peón,sobre todo si es nuevo. Tiene que procurar nodejarlo solo, más aún si no tiene mucha experien-cia. Pero Guille no notó mucha buena voluntaden su oficial. Lo vio, un buen rato, discutiendocon el encargado. “Seguro que hablan de mí,seguro que hago algo mal”. Y continuó pasandofleje, dándole vueltas a la cabeza: no sabía quépodía fallar.

Después de comer, la máquina empezó a darleproblemas. No sabía por qué, pero la chapa nosalía como debía. Era como si se le torciera.Levantó la vista buscando a Paco, pero no lo vio.Se sintió perdido. “¿A quién narices se lo tengoque decir?”, pensaba. Tenía claro que debía darseprisa, porque aquello no iba bien. Miró a sualrededor y todo el mundo estaba trabajando delo lindo, cada uno en su lugar. Entonces vio pasaral encargado y lo llamó.

_¿Dónde está Paco? _fue lo primero que dijoJavier._Pues no lo sé _respondió Guille, un poco aver-gonzado.

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El encargado se fue y volvió con el oficial almomento. Paco traía cara de enfadado. Tocó unostornillos de la María y le dijo:

_Ya puedes continuar, tú… Estarás contento,¿verdad? Ahora ya me has hecho quedar en mallugar. La próxima vez, ven tú a buscarme. ¡Yespabila! Que estos palés tienen que salir hoy.Chaval, que eres más lento que el caballo delmalo.

Guille continuó trabajando, esta vez con Paco asu lado. No se dijeron nada más en toda la tarde.Por la noche, cuando se tomaba una cerveza conRaúl, se quejaba:

_El curro no está mal, ni el sueldo, pero el pavoese me tiene frito. ¡Y solo es el segundo día! Peroparece que no le caigo bien. ¡Y mira que meenrollo!_¿Qué se supone que tiene que hacer?_Pues no se tendría que mover de cerca de laMaría. ¡Todavía estoy aprendiendo! Veo a losotros oficiales en las otras máquinas, ¡y no hayninguno que se vaya! Uno o dos peones por má-quina y el oficial al lado, vigilando el trabajo,pesando, midiendo… En cambio, este parece quesiempre tiene cosas mejores que hacer que estarallí. Y yo no acabo de entenderlo todo todavía.Hay muchas cosas que no sé para qué sirven._Pide que te cambien de máquina._Sí, claro. Pero solo llevo dos días currando. Aúnni he firmado el contrato. Y con lo que me hacostado encontrar este trabajo, solo falta queempiece a poner pegas. Me esperaré a pasar elperiodo de prueba, como mínimo._Pues ya sabes, colega. ¡Ajo y agua! _le dijo Raúldándole un golpe afectuoso en el hombro.

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Y así llegamos al tercer día de trabajo de Guilleen la InoxTree. Paco parecía estar un poco máscharlatán que el día anterior. Le explicó algúnque otro detalle de la máquina que todavía noconocía. Todo fue mejor y el chico se fue animandoa medida que pasaban las horas. Ya era casi lahora de irse cuando el oficial le explicó:

_Mira, chaval, la máquina está sucia. Para lim-piarla, tenemos que pasar este papel por los rodi-llos, para que absorba el aceite y la suciedad quese ha quedado ahí. Hazlo tú.

Guille cogió el papel e hizo lo que Paco le decía.

_Otra vez. No ha quedado bien, vuélvelo a hacer_empezaba a poner voz de impaciencia.

Y así fue. Guille, con un trozo nuevo de papel yun poco nervioso, repitió la operación.

_¡Me cago en la leche! ¿Es que no sabes hacerlas cosas bien? Siempre me tocan los más torpes,¡coño! _arremetió, enfurecido_. ¡Otra vez! ¡Yesta vez hazlo bien, bobo!

Y fue en un segundo… no, menos de un segundo,un instante. Un instante que le mutiló la vida. ¡Seenganchó! ¡Los rodillos le quitaron el guante y lamano! ¡Se la tragaron!

Chilló como si se le fuera la vida. ¡Qué daño, porfavor, qué daño!

Paco también gritaba. Todo el mundo se acercó,¡pero no había sitio! Demasiados palés, demasiadostoros, demasiada viruta… demasiado de todo.Durante unos segundos, importantísimos, el ajetreo

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fue descomunal. Alguien paró, por fin, la máquina,la María.

Guille perdió el conocimiento cuando desmonta-ban la máquina para poder sacarlo de allí. Notenía mano derecha. Toda ella era un puño desangre. Estaba machacada. Solo había conservadouna falange del pulgar. Vinieron la ambulancia ylos bomberos.

Por fin llega Conchi al hospital. No se ha dadocuenta de que lleva un rato llorando. Los otrospasajeros la miran y uno, incluso, le pregunta sila puede ayudar. Le da las gracias y baja delautobús. Guille lleva una semana en una habitacióndel tercer piso. Cuando llega, encuentra a Javier,que ha ido a ver al chico. Hablan de la empresa,del accidente y de las consecuencias que ha tenido.Todos están muy asustados, empezando por eldueño y también Paco, claro.

No es el primer accidente que ha habido en laInoxTree. De hecho, los hay a menudo. Se mezclancostumbres, maneras erróneas de trabajar e inte-reses económicos. Si falta espacio, si se tiene quetrabajar más rápido, es porque los empresarios noinvierten en una nave más grande y en la contra-tación de más personal. Y la gente no se poneguantes porque no está acostumbrada y le cuestausarlos. Todo eso es difícil de cambiar con unacharla anual en el patio y unas hojas aburridasque quedan, asqueadas, en la taquilla.

El encargado mira a Guille avergonzado:_¿Sabes que le han puesto las protecciones a laMaría?_¿Qué protecciones?_La aplanadora tiene que llevar unas protecciones

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para que no puedan pasar las manos. Esta no tenía,no había tenido nunca, aunque son obligatorias.Ahora se las han puesto.

Conchi sale. Se va a llorar a otra parte. ¡La des-gracia de su hijo le duele tanto! No entiende cómopuede haber tantas carencias juntas y no aceptaque todas hayan coincidido para hacer añicos elfuturo de Guille. Una ETT que no informa, unaempresa que no invierte en prevención hasta quees demasiado tarde, como tantas otras, unos jefesque no forman porque no tienen tiempo, o ganas…,todo ha contribuido a hundir una familia.

Cuando vuelve a la habitación encuentra a Guillemirándose el sitio donde tenía la mano y pensandoen la moto, su moto, la que nunca más volverá allevar.

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Secretaria de Política Sindical - Salut LaboralRambla de Santa Mònica 10, 08002 Barcelona

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