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OCTUBRE 2012 I Apuntes de las intervenciones de Davide Prosperi y Julián Carrón en la Jornada de apertura de curso de los adultos y de los universitarios de CL. Mediolanum Forum, Assago (Milán), 29 septiembre 2012 PÁGINA UNO LA VIDA COMO VOCACIÓN Hendrick ter Brugghen, Vocación de san Mateo (detalle), 1961. Centraal Museum, Utrecht, Países Bajos.

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OCTUBRE 2012 I

Apuntes de las intervenciones de Davide Prosperi y Julián Carrón en la Jornada de apertura de curso de los adultos y de los universitarios de CL.

Mediolanum Forum, Assago (Milán), 29 septiembre 2012

PÁGINAUNO

LA VIDA COMOVOCACIÓN

Hendrick ter Brugghen, Vocación de san Mateo (detalle), 1961. Centraal Museum, Utrecht, Países Bajos.

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LA VIDA COMO VOCACIÓNPÁGINA UNO

II OCTUBRE 2012

Apuntes de las intervenciones de Davide Prosperi y Julián Carrón en la Jornada de apertura de curso de los adultos y de los universitarios de CL.

Mediolanum Forum, Assago (Milán), 29 septiembre 2012

JULIÁN CARRÓN«Cuando venga el Espíritu de la verdad, Él os guiará a la ver-

dad plena» (Jn 16,13). Esta es la promesa de Jesús: que el Es-píritu nos llevará a la verdad plena. ¿Por qué necesitamos esto?Porque la verdad sufre continuamente la amenaza de la re-ducción, de la ideología. También nosotros corremos este ries-go a la hora de mirar la realidad y a nosotros mismos, a la horade concebirnos y de concebir el acontecimiento cristiano, devivir la vocación. No reducirlos y no reducirnos es una gra-cia que debemos invocar y mendigar a Aquel que Cristo nosha indicado, el Espíritu. Sólo Él nos puede llevar a esa auto-conciencia verdadera hoy que necesitamos especialmente paravivir. Comencemos nuestro gesto mendigando Su Espíritu.

Desciende Santo Espíritu

Il mio volto

DAVIDE PROSPERIQuiero en primer lugar saludar a todos los que estáis pre-

sentes aquí, en Assago, y a cuantos están conectados connosotros en Italia y en el resto del mundo.

También este año hemos decidido juntarnos para empe-zar el curso, y en esto hay ya una novedad que acontece otravez, y que procede de esa Presencia que afirmamos con el he-cho de encontrarnos para retomar el camino común. El ob-jetivo de este momento no es tanto indicar una nueva pala-bra, sino ayudarnos en primer lugar a no perder el gusto delcamino. Hace un año, justamente aquí, en Assago, Carrón ci-taba una frase de don Giussani de 1995: «La raíz de la cues-tión es el factor constitutivo de aquello que existe, y la pala-bra más importante para indicar el factor principal de lo queexiste es la palabra “presencia”. Pero nosotros no estamos acos-tumbrados a mirar una hoja presente, una flor presente, unapersona presente como “presencia”, no estamos acostumbradosa fijarnos en lo que está presente como una presencia» (Mi-lán, 1 febrero 1995). Pues bien, nosotros estamos aquí hoypara ayudarnos a reconocer esta presencia.

Entonces empiezo en seguida diciendo que el hecho mássignificativo que se nos ha concedido este año ha sido la aper-tura de la causa de beatificación de don Giussani. Digo quees el hecho más significativo para nosotros en cuanto oca-sión privilegiada para tomar conciencia de lo que nos ha su-cedido al encontrar el carisma que se le ha concedido a él. Es-tamos llamados a tomar conciencia de que lo que ha alcan-zado la vida de tantos a través del movimiento no es nues-tro, sino que es para toda la Iglesia y para el mundo.

Desde este punto de vista, este año se me ha aclarado unpoco un aspecto fundamental de la tarea que tenemos ante

el carisma. No se trata de llevar adelante el discurso de Gius-sani, los contenidos de su predicación; lo que hemos vividoen cambio manifiesta que nuestra contribución coincide antetodo con la experiencia y con el juicio que damos sobre lo quesucede, porque este juicio se pone a prueba, demuestra su ver-dad en cómo afrontamos las circunstancias que Dios nos da.

Lo recordaba el mismo don Giussani: «Las circunstanciaspor las que Dios nos hace pasar constituyen un factor esen-cial de nuestra vocación, de la misión a la que Él nos llama;no son un factor secundario» (L. Giussani, El hombre y su des-tino. En camino, Encuentro, Madrid 2003, p. 61). A este res-pecto, en los Ejercicios espirituales de la Fraternidad, Carrónsubrayaba: «El Señor, que siempre está presente en la histo-ria, ha querido suscitar en medio del siglo XX un carismacomo camino para conocer a Cristo, justamente en esta si-tuación cultural en la que vivimos, porque el humus cultu-ral que los ilustrados introdujeron en Europa determina engran parte nuestra forma de vivir la realidad y de vivir la fe,reduciéndola a sentimiento, devoción o ética.[…] Por estoes tan significativa la historia de don Giussani, porque ha vi-vido nuestras mismas circunstancias, ha tenido que afron-tar los mismos retos y los mismos riesgos que nosotros, y hatenido que hacer el mismo camino» (J. Carrón, «Ya no vivoyo, es Cristo quien vive en mí», Cuaderno de Huellas-Litte-rae Communionis, junio 2012, pp. 20-21).

Entiendo que esta es nuestra primera consigna: aceptar quetenemos que hacer el mismo camino, tomándolo en serio has-ta el fondo, sin escatimar nada. Así, lo que nos da certeza eneste camino no es tanto haber entendido lo que se nos ha di-cho (o, peor aún, creer que hemos entendido); lo que da se-guridad a nuestros pasos es haber sido aferrados, atraídos poruna experiencia totalizante de la verdad, como la que nos hafascinado al conocer a don Giussani y lo que de él ha naci-do. En una homilía en Castelgandolfo hace unas semanas, ha-blando con sus antiguos alumnos, el Papa Benedicto XVI de-cía que cada uno de nosotros puede reducir la fe, el cristia-nismo, a un discurso, como si fuera una verdad que nosotrospodemos poseer, y que por esto a veces nos acusan de ser in-tolerantes. Y el Papa dice que no es que se equivoquen cuan-do dicen esto, porque: «nadie puede tener la verdad. Es la ver-dad la que nos posee, es algo vivo [una experiencia].Nosotros no la poseemos, sino que somos aferrados por ella.Sólo permanecemos en ella si nos dejamos guiar y mover porella, […], peregrinos de la verdad» (Benedicto XVI, Homi-lía en la Santa Misa al término del encuentro con el “Ratzin-ger Schülerkreis”, Castelgandolfo, 2 septiembre 2012).

Retomando los contenidos de la propuesta del curso pa-sado, desde la Jornada de Apertura, pasando por la Escuelade comunidad y los Ejercicios de la Fraternidad, nos damos

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OCTUBRE 2012 III

cuenta de que toda la trayectoria educativa ha sido en pri-mer lugar un juicio sobre la experiencia de este año, más queun reclamo a asumir una postura determinada. Hemos vi-vido muchas circunstancias que nos han puesto a prueba, noshan desafiado a tomar una postura original: o mantenemosel vínculo con nuestra “cepa”, con el origen de lo que nos haalcanzado, o se convierte en una tentación irresistible dejarprevalecer el análisis o la reactividad.

Pensemos en la crisis económica que todos estamos su-friendo y que ha afectado a muchos de nosotros produciendodaños considerables. Sin embargo, partiendo de nuestra his-toria, hemos expresado un juicio original con el manifiesto«La crisis: un reto para cambiar». Este juicio ha supuesto –diría que con sorpresa – una ocasión de presencia y de en-cuentro con muchas personas que están dispuestas a volvera ponerse en marcha, pero ha sido antes aún una provoca-ción para nosotros mismos. Ante todo lo que está sucediendohemos dicho que la realidad es positiva, no porque seamosingenuos, sino porque, también entre nosotros, vemos a mu-chos que nos testimonian que la realidad tal y como es, encuanto que existe, es una gran provocación, una ocasión paracambiar, para mejorar, porque es más grande que nosotrosy supone una esperanza. Por tanto, para ser realistas, no po-demos pretender reducir lo que existe a nuestra medida, re-ducirlo a lo que ya sabemos, a lo que nos hace sentirnos a cu-bierto, sino que tenemos que abrirnos para crecer.

Además, a raíz del debate sobre la política, se ha desatadouna agresión mediática, incluso contra CL en cuanto tal. A pro-pósito de esto, la carta de Carrón publicada el 1 de mayo enla República nos ha descolocado a todos, dentro y fuera del mo-vimiento, y nos ha instado a ir a la raíz de la cuestión. Este añohemos repetido a menudo la afirmación de don Giussani:«Cuando se estrecha a nuestro alrededor el cerco de una so-ciedad adversa hasta el punto de amenazar la vivacidad de nues-tra presencia, y una hegemonía cultural y social tiende a pe-netrar en nuestro corazón y agrava nuestras habituales vaci-laciones, entonces ha llegado el tiempo de la persona» (L. Gius-sani, «È venuto il tempo della persona», a cargo de Laura Cio-ni, Litterae Communionis CL, n. 1, enero 1977, p. 11). En estecontexto general de sospecha, inquina y – hay que decirlo –también de mentira, esta carta publicada en uno de los me-dios más hostiles como planteamiento ideológico, ha abier-to una brecha, una posibilidad nueva de mirar las circunstanciasque se nos dan para alcanzar un bien mayor. Un juicio ver-dadero no es siempre inmediato, pero ciertamente es un jui-cio que mueve. «Por eso, – decía en la carta – la única lectu-ra que podemos hacer de estos hechos es que son un poten-te reclamo a la purificación, a la conversión a Aquel que nosha fascinado. Es Él, su presencia, su llamada incansable a lapuerta de nuestro olvido, de nuestra distracción, lo que des-pierta aún más en nosotros el deseo de ser suyos» (J. Carrón,«Tenemos mucho camino por hacer», la República, 1 mayo»

Orazio Gentileschi, Anunciación (1622). Basílica de San Siro, Génova.

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2012, publicada en Huellas-Litterae Communionis, n. 5,mayo 2012, p. 2). Ningún juicio del mundo puede vencer so-bre la afirmación de lo que somos: somos Suyos.

Una amiga nuestra contaba que, en Navidad, su hija de doceaños había vuelto un día del colegio algo turbada. Habían ce-lebrado la tradicional fiesta navideña y le había llamado laatención uno de sus compañeros de clase, que había perdi-do a su padre. Esta chica comentó: «Mamá, si yo estuviera ensu lugar no sé si podría ser feliz», porque a menudo le veíacontento. Entonces su madre, como normalmente hacen lasmadres, trató de “protegerla” explicándole que la madre deese niño es una gran mujer, que a ese chico no le faltará nada,etc. Pero todas estas explicaciones, ciertamente verdaderas,no le bastaban a su hija. Ella había visto algo más verdade-ro, desde su sencillez de niña había visto algo más profun-do: había quedado herida. El Misterio habíaabierto una brecha y se había asomado por ella.La niña había entrevisto en ese chico una gran-deza extraordinaria, inimaginable, había vistoque tenía un destino (estamos hechos para lafelicidad). Y se había planteado en seguida unapregunta sobre sí misma, intuyendo que ellatambién tenía un destino.

Nosotros, este verano, hemos realizado un Me-eting para tratar de decir qué es este destino: lanaturaleza del hombre, su consistencia, aque-llo por lo que se levanta cada mañana, por lo queacepta todos los desafíos que se le presentan, sugrandeza, es la relación con el Infinito.

Dios nos ha concedido este año para hacer-nos más conscientes de lo que somos, del ide-al que nos sostiene y por el que vivimos, y noslo ha aclarado a través de las circunstancias quenos ha dado, también las que no siempre soninmediatamente deseables.

Precisamente por esto, al comenzar un nue-vo curso, te preguntamos: ¿Qué significado tiene todo lo quenos ha sucedido? ¿Qué es lo que nos permite aprender a verlo que está dentro de las circunstancias y que muchas vecesnos cuesta tanto ver? Es una cuestión que nos urge, porquesi no podemos reconocer la verdadera consistencia de las co-sas, resulta arduo recorrer la senda hacia el cumplimiento denuestro destino humano.

JULIÁN CARRÓN1. CONSISTENCIA Y CIRCUNSTANCIAS

La dificultad que tenemos para percibir qué hay dentro delas circunstancias tiene que ver con esa «hegemonía cultu-ral y social [que] tiende a penetrar en nuestro corazón» (L.Giussani, « È venuto il tempo della persona», op. cit., p. 11).Es impresionante que Benedicto XVI – no cede en este pun-to –, en un discurso pronunciado ante la Conferencia Epis-copal Italiana, empezara precisamente por aquí, por esta re-

ducción que no está exenta de consecuencias: «La raciona-lidad científica y la cultura técnica no sólo tienden a uniformarel mundo, sino que a menudo traspasan sus respectivos ám-bitos específicos, con la pretensión de delinear el perímetrode las certezas de razón únicamente con el criterio empíri-co de sus propias conquistas. De este modo el poder de lascapacidades humanas termina por ser considerado la medidadel obrar […]. El patrimonio espiritual y moral en que Oc-cidente hunde sus raíces y que constituye su savia vital, hoyya no se comprende en su valor profundo, hasta el punto deque no se capta su exigencia de verdad. De este modo inclusouna tierra fecunda corre el riesgo de convertirse en desiertoinhóspito y la buena semilla de ser sofocada, pisoteada y per-dida» (Discurso a la Asamblea de la Conferencia Episcopal Ita-liana, 24 mayo 2012).

¿Cómo podemos desafiar esta reducción dela razón? Esta reducción de la razón se vedesafiada por la realidad, por las circunstancias,como don Giussani nos indicaba – no lo olvi-déis – en el capítulo décimo de El sentido reli-gioso: las preguntas de la razón se despiertanen el impacto con la realidad. Por tanto, «la vidaes esa trama de circunstancias que te rodean –dice Giussani –, te tocan, te provocan (“pro-vocan”: aquí está la raíz de la palabra cristia-na más bonita sobre la vida: “vocación”)» (L.Giussani, Certi di alcune grandi cose, BUR Riz-zoli, Milán 2007, p. 387).

Entre nosotros hay muchos testimonios deesto. Os leo uno:

«Querido Julián: trabajo como psicóloga enun hospital, y me ocupo de los embarazos. Unamujer y su marido habían buscado durantemucho tiempo tener un hijo. En febrero llegaese embarazo tan deseado, y en marzo lediagnostican a ella un tumor en los pulmones

con metástasis en gran parte del cuerpo. En la primera visi-ta no le dan ninguna esperanza de vida si sigue adelante conel embarazo, y le recomiendan su interrupción. Antes de co-nocerla personalmente, me encuentro con una matrona queme dice que tratan de entrar lo menos posible en la habita-ción, porque es un peso demasiado grande, y un ginecólo-go me dice: “Yo trato de entrar únicamente para lo mínimoimprescindible, porque ya sabemos cómo acabará”. La pri-mera vez que entro en la habitación de esta mujer le expli-co, como hago habitualmente, el servicio que ofrece el hos-pital, pero me doy cuenta de que no sé bien qué hacer y mequedo poco tiempo. La vez siguiente entro casi de puntillas,me quedo a solas con ella y me empieza a hablar de sí mis-ma, de los dolores agudos que tiene, de que le cuesta com-prender por qué, después de un milagro (haberse quedadoembarazada, lo que tanto deseaba), haya recibido un “casti-go” (el tumor con metástasis). Según pasa el tiempo, me doy

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PÁGINA UNOLA VIDA COMO VOCACIÓN

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Las circunstancias,ya sean buenas

o malas, son modosa través de los

cuales nos llama el Misterio. No son,como muchas veces

interpretamosnosotros segúnnuestra medida, una tomadura depelo que hemos

de soportar. Tienenuna finalidad bienprecisa dentro deldesignio de Dios

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cuenta de que mi imagen profesional “habitual” no aguan-ta, no encuentro asideros, mientras se reabren en mí las mis-mas preguntas que tiene ella, el mismo grito que tengo yo yque me llevo fuera de la habitación. Empiezo a intuir que noes problema de mi capacidad y que hay algo más [creemosque podemos arreglárnoslas con nuestra racionalidad cien-tífica, pero la realidad nos empuja, nos desafía despertandolas mismas preguntas: ¡hay algo más!]. Esa mujer embarazadahace surgir de nuevo mi humanidad necesitada dentro de mipapel como profesional».

La razón del valor de las circunstancias es sencilla: «Diosno hace nada por casualidad» (L. Giussani, Qui e ora. 1984-1985, Bur, Milán 2009, p. 446). Esta es la única lectura ver-dadera de la realidad, de las circunstancias. ¡Nada de signi-ficados ocultos [en los que muchas veces nos paramos has-ta cansarnos]! Las circunstancias, ya sean buenas o malas, to-das, son modos a través de los cuales nos llama el Misterio.No son, como muchas veces interpretamos nosotros segúnnuestra medida (es decir, según nuestro racionalismo), unatomadura de pelo que hemos de soportar. Tienen una fina-lidad bien precisa dentro del designio de Dios.

¿Cuál es esta finalidad?Podemos entenderlo perfectamente a partir de la concep-

ción de realidad que don Giussani nunca se cansó de co-municarnos y de testimoniarnos. Escuchemos lo que decíaante un desafío mucho más dramático que el que vivimos aho-ra, cuando en torno al año 68 el movimiento quedó diezmado:«En la vida de aquellos a los que Él llama, Dios no permiteque suceda nada si no es para madurar, para una madura-

ción de los que han sido llamados. Esto vale ante todo parala vida de la persona, pero en última instancia y de forma másprofunda para la vida de su Iglesia y, por tanto, análogamente,para la vida de cada comunidad […]. Jamás permite Dios quesuceda algo que no sea para nuestra maduración, para que ma-duremos. Más aún [he aquí la prueba que Giussani nos pro-pone para verificar si estamos madurando], en esto la fe de-muestra su verdad: en la capacidad que cada uno de nosotrosy cada realidad eclesial (familia, comunidad, parroquia, Igle-sia en general) tiene de valorar como camino de madurez cual-quier objeción, persecución o prueba; y en la capacidad de con-vertir todo esto en instrumento y ocasión de maduración» (L.Giussani, «La larga marcha de la madurez», en Huellas-Lit-terae Communionis, n. 3, marzo 2008, p. 31).

¿En qué consiste nuestra maduración? En la maduraciónde nuestra autoconciencia, en la generación de un sujeto ca-paz de tener esta consistencia en medio de todas las vicisi-tudes de la vida. Porque las circunstancias introducen una lu-cha: «Entonces, es la lucha lo que nos mantiene despiertos.Porque esta lucha es la trama normal de la vida; nos man-tiene despiertos, es decir, madura en nosotros la concienciade cuál es nuestra consistencia y nuestra dignidad, que estáen Otro» (L. Giussani, Certi di alcune grandi cose. 1979-1981,op. cit., p. 389). Las circunstancias se nos dan para que ma-dure en nosotros la conciencia de cuál es nuestra consisten-cia, para que seamos verdaderamente conscientes de que nues-tra consistencia está en Otro.

Y para ver cómo afrontamos habitualmente estos desafíos,basta con que pensemos en el canto que hemos escuchado,

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Caravaggio, Vocación de Pedro y Andrés (1603/1606). Hampton Court, Royal Collection, Londres.

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Il mio volto, y nos dejemos tocar por él. Porque – lo he pen-sado mucho en los últimos tiempos – hoy sería casi impo-sible que alguno de nosotros escribiese un canto así... «Diosmío, me miro y descubro / que no tengo rostro; / miro den-tro de mí y veo la oscuridad / sin fin [verificad qué hacemosnosotros cuando vemos la oscuridad sin fin, cómo la afron-tamos, cómo reaccionamos, y luego comparad con lo que diceel canto]. // Sólo cuando advierto que tú estás, / como un ecovuelvo a escuchar mi voz / y renazco (A. Mascagni, «Il miovolto», en Cancionero, Comunión y Liberación 2007, p. 356).Pero, ¿cuántas veces ha hecho cada uno de vosotros el reco-rrido que describe este canto? Por el contrario, cuántas ve-ces, cuando caemos en la oscuridad, nos agitamos buscan-do una confirmación ajena a nuestra experiencia, para po-der agarrarnos a algo. Por eso os digo: ¿quién de nosotros po-dría escribir hoy un canto así? Imaginad lo que pasaría si cadavez que uno se hallara en la oscuridad hiciese lo que dice elcanto: mirar hasta el fondo, sin quedarnos en un uso redu-cido de la razón, hasta reconocer al “Tú” que está en el fon-do de toda oscuridad. ¡Qué clase de autoconciencia alcanzaríacada vez, qué capacidad de vivir en la verdad de sí mismo, sinser presa constante de la oscuridad, sin tener que huir de la

oscuridad, porque ha encontrado ahí, en el fondo de la os-curidad, en el fondo de la realidad, en el fondo de sí mismo,lo que le constituye! ¿Cuál es el signo de que esto ha sucedi-do? No que tenga otros pensamientos o sentimientos. ¡No!Lo reconozco por un hecho: que yo renazco.

Como dice esta carta: «Querido Julián, cuando sigo la vidase vuelve cada día más fascinante. Cuando tomo concien-cia de quién soy y de la relación con el Señor, el único queda solidez y alegría a mi persona, cada instante se convier-te en la posibilidad de caminar hacia mi cumplimiento. Soyama de casa, tengo tres hijos pequeños y ¡soy una gran aven-turera! Nunca me he sentido aplastada por la soledad in-evitable que mi vida me regala, o por la dificultad de un tra-bajo que no resulta público (como cambiar pañales o pre-parar papillas a los niños), porque dando crédito por fin ala verdad de lo que siempre nos dices (como nos decía siem-pre don Giussani), cada vez que se asoma en el horizonte delo cotidiano un sentimiento de ahogo o de mentira, en se-guida pienso en ti, pienso en mi persona y en Aquel que laestá haciendo en ese instante, e inmediatamente descubroesa relación única y grande que me constituye. Entonces todovuelve a su justo lugar y yo respiro el aire fresco de mi libertad,

VI OCTUBRE 2012

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Federico Barocci, Cristo y los pescadores (1580/1583). Real Monasterio de San Lorenzo, El Escorial, España.

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OCTUBRE 2012 VII

el aire fresco de Su presencia. Sólo quería darte las gracias,porque en estos años estoy empezando realmente a cono-cer y a seguir a don Giussani, y porque no pasa un solo díasin que caiga en la cuenta y pida que cada circunstancia, meatrevería a decir que incluso mi mal, mi pecado, pueda serla gran ocasión para dar un paso cierto y consciente haciami destino. Esta es la gran esperanza para mí, para mis se-res queridos y para todo el mundo».

Se entiende de este modo por qué las circunstancias son par-te esencial de la vocación: porque nos desafían, porque si yono me encontrara a veces en la oscuridad más oscura, podríavivir sin caer en la cuenta del Misterio, sin experimentar la ne-cesidad de ser verdaderamente consciente de quién soy y deque Él está; y de este modo renacer. «Autoconciencia es estacapacidad de reflexionar sobre uno mismo hasta el fondo [queno quiere decir quedarse en una introspección psicológica].Pero si uno reflexiona sobre sí mismo hasta el fondo de ma-nera plenamente consciente, se encuentra conOtro, porque al decir “yo” de forma plenamenteconsciente, me doy cuenta de que yo no me hagoa mí mismo» (Encuentro con sacerdotes, 9-16septiembre 1967, La Verna (AR), Archivo CL).¿Cómo me doy cuenta de que no me he que-dado a medio camino, de que he llegado a eseOtro? ¿Por un razonamiento? ¿Por un senti-miento? No. ¡Porque renazco!

Me pregunto cuántas veces, en todo este tiem-po en que nos hemos visto tan desafiados, noshemos visto obligados a hacer este recorridohasta poder renacer en el reconocimiento del“Tú”. Os confieso que yo he tenido que hacerloun sinfín de veces, pues de otro modo os ga-rantizo que ya no estaría aquí. Porque uno pue-de estar en el otro lado del mundo, y estandoallí le llega por e-mail el último artículo del periódico que nosataca sin piedad, y ahí no hay escapatoria: o uno se queda atas-cado en esto durante todo el día, o empieza a hacer un ca-mino y reconoce nuevamente que él no es lo que dicen losperiódicos, sino relación con Alguien que le hace en ese mo-mento. Ante cada circunstancia y cada desafío, que son cons-tantes, yo me veo obligado a decidir si quedarme en la que-ja o mirarlo como la posibilidad a través de la cual me lla-ma el Misterio a la renovación de mi autoconciencia.

La solución no es que nos quiten la oscuridad o que se nosahorren ciertos ataques; «nuestro verdadero problema es sa-lir de la inmadurez» (L. Giussani, «La larga marcha de la ma-durez», op. cit., p. 44), es decir, que podamos empezar a de-cir “yo” como hombres, verdaderamente conscientes de lo quesomos. Por eso es el tiempo de la persona. Porque nuestra in-madurez – como creemos muchas veces – no es culpa de losdemás, de las circunstancias o de los ataques a los que tene-mos que hacer frente. No os confundáis: los demás no tie-nen el poder de generar esta inmadurez en nosotros, sólo la

ponen de manifiesto, sólo nos hacen ser conscientes de has-ta qué punto somos inconsistentes; hacen que lo descubra-mos, nos hacen descubrir que muchas veces estamos más de-terminados por las circunstancias que por la autoconcien-cia. Entonces la cuestión no es lamentarse de las circunstancias– ¡cuánto tiempo perdemos en este lamento estéril! – sino sa-lir de la inmadurez.

El Señor quiere hacernos salir de la inmadurez generandoun sujeto tan consistente que sea capaz de desafiar cualquieroscuridad, cualquier circunstancia, de afrontar cualquier reto.En caso contrario, no estaremos presentes en la realidad, tra-taremos de escapar, como sucede a nuestro alrededor: los mé-dicos se resisten a entrar en las habitaciones de los enfermos,porque la realidad es demasiado dura para mantenerse en pieante ella. ¿Acaso creemos que podremos afrontar todos losdesafíos sin esta consistencia?

Se introduce de este modo una mirada distinta sobre to-das las circunstancias, y entonces se entien-de cuál es el sentido de la vida como voca-ción: «Vivir la vocación significa tender ha-cia el destino para el que está hecha la vida.Ese destino es Misterio. No puede describirseni imaginarse. Lo establece el mismo Miste-rio que nos da la vida. Vivir la vida como vo-cación significa tender hacia el Misterio a tra-vés de las circunstancias por las que el Señornos hace pasar, respondiendo a ellas. […] Lavocación es caminar hacia el destino abra-zando todas las circunstancias a través de lascuales te hace pasar el destino» (L. Giussa-ni, Los jóvenes y el ideal. El desafío de la rea-lidad. Encuentro, Madrid 1996, pp. 63-64);no las que elegimos nosotros, como si las pu-diésemos decidir nosotros, sino todas.

Que el Señor nos haga caminar hacia el destino a través decircunstancias adversas es algo misterioso. Nos lo recuerdala Biblia: «Vuestros caminos no son mis caminos» (Is 55,8).Pero si lo miramos bien, nos damos cuenta de que, paradó-jicamente, es tan conveniente para la generación de este su-jeto, que sin ello nos perderíamos en la banalidad más ab-soluta, en la distracción más superficial, en la reducción mástremenda. Porque todas las circunstancias por las que el Mis-terio nos hace caminar hacia el destino existen para desper-tarnos, para generar un sujeto humano que tenga un vigortal que le permita vivir cualquier contingencia. Es la verifi-cación de la fe, la verificación del acontecimiento cristiano:si el cristianismo es capaz de generar un sujeto consistente,no fuera de la realidad, no en nuestra habitación, sino en larealidad tal como ésta nos desafía. Porque, ¿cuál es el vigor,la fuerza del “yo”? ¿Dónde se encuentra esta fuerza? La fuer-za del “yo” se halla únicamente en su autoconciencia. Por eso,todas las circunstancias por las que el Señor nos hace pasarexisten para que madure en nosotros «la autoconciencia,»

¿En qué consistenuestra maduración?En la generación deun sujeto capaz de

tener estaconsistencia en

medio de todas lasvicisitudes de la vida.«Entonces, es la luchalo que nos mantienedespiertos. Porque

esta lucha es la tramanormal de la vida

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una percepción de sí clara y amorosa, cargada de la con-ciencia del propio destino y, por tanto, capaz de verdadero afec-to a uno mismo, liberada de la obtusa instintividad del amorpropio. Cuando perdemos esta identidad, nada nos aprovecha»(L. Giussani, «È venuto il tempo della persona», op. cit., p. 12).

2. LOS ELEMENTOS DE NUESTRA AUTOCONCIENCIA

El Papa nos ha recordado los elementos de nuestra auto-conciencia en su mensaje al Meeting de Rímini del pasadomes de agosto.

a. Dependencia originaria: “Hechos”«Hablar del hombre y de su anhelo de infinito significa ante

todo reconocer su relación constitutiva con elCreador. El hombre es una criatura de Dios [to-dos conocemos estas frases, yo el primero, perosi no las volvemos a descubrir respondiendo alas circunstancias, permanecen ahí, en el cajónde nuestros conocimientos inútiles, y luego cual-quier circunstancia nos descoloca; por eso, osruego (como me digo a mí mismo) que no su-cumbáis a la tentación de pensar que ya nos losabemos. ¡No lo sabemos! Si lo supiéramos, vi-viríamos con una intensidad que la mayoría delas veces nos parece impensable]. Hoy esta pa-labra – criatura – parece casi pasada de moda:se prefiere pensar en el hombre como en un serrealizado en sí mismo y artífice absoluto de supropio destino. La consideración del hombrecomo criatura resulta “incómoda” porque im-plica una referencia esencial a algo diferente, omejor, a Otro – no gestionable por el hombre– que entra a definir de modo esencial su iden-tidad; una identidad relacional, cuyo primer datoes la dependencia originaria y ontológica deAquel que nos ha querido y nos ha creado». Estono nos lo puede arrebatar ninguna circuns-tancia, ningún poder, ningún ataque, porqueconstituye más la verdad de nosotros mismos que nuestros pen-samientos, reacciones o sentimientos, o los de los demás. Noson los demás los que definen quiénes somos; nosotros somosesta dependencia originaria, y cuando esta dependencia ori-ginaria no se hace consciente, estamos a merced de todos, comopuede verse en el trabajo, en las relaciones, con los amigos, le-yendo los periódicos o estando a solas. Y sin embargo, subra-ya Benedicto XVI, «esta dependencia, de la que el hombre mo-derno y contemporáneo trata de liberarse, no sólo no escon-de o disminuye, sino que revela de modo luminoso la gran-deza y la dignidad suprema del hombre, llamado a la vida paraentrar en relación con la Vida misma, con Dios» (BenedictoXVI, Mensaje del Santo Padre al XXXIII Meeting por la Amis-tad entre los Pueblos [Rímini, 19-25 agosto 2012], 10 agosto 2012).

«Pero, ¿y el pecado original?», nos preguntamos a menudo.

Continúa el Papa: «El pecado original tiene su raíz últimaprecisamente en el sustraerse de nuestros progenitores a estarelación constitutiva, en querer ocupar el lugar de Dios, en cre-er que podían prescindir de él. Sin embargo, también despuésdel pecado permanece en el hombre el deseo apremiante deeste diálogo [es decir, el deseo de respirar, el deseo de salir delbúnker], casi una firma grabada con fuego en su alma y ensu carne por el Creador mismo. […] “Oh Dios, tú eres mi Dios,por ti madrugo; mi alma está sedienta de ti; mi carne tiene an-sia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua” […]. No sólomi alma, sino cada fibra de mi carne está hecha para encon-trar su paz, su realización en Dios. Y esta tensión es imborrableen el corazón del hombre: incluso cuando se rechaza o se nie-

ga a Dios, no desaparece la sed de infinito quehabita en el hombre. Al contrario, comienzauna búsqueda afanosa y estéril de “falsos infi-nitos” que puedan satisfacer al menos por unmomento» (ibídem). Estamos tan constituidospor este Misterio que nos ama que ni siquie-ra con todo nuestro mal podemos reducir lased que hay en nosotros. Porque esta sed gri-ta, grita, Le grita, grita que hay algo en mí queresiste, que permanece después de todas misdistracciones, después de todo mi mal, despuésde todas mis equivocaciones. Decidme si nopermanece esta sed, que es un dato, el signo dealgo irreductible: estamos hechos para el infi-nito. Este es nuestro destino.

Este dato es el primer elemento de nuestraautoconciencia, de una percepción clara yamorosa de nuestra persona. La dependenciaoriginaria constituye la verdad de nosotros mis-mos: somos fruto de un acto de amor de Dios.¡Existimos! Y ningún error, ninguna distrac-ción, ninguna circunstancia, ningún dolor pue-de eliminar el hecho de que yo existo. Y, si exis-to, por el hecho de existir, el Misterio que mehace me está gritando: «Tú eres un acto de

amor Mío. Yo te estoy haciendo ahora, a Mi imagen y se-mejanza». Y entonces adquiere todo su alcance la frase quetodos “conocemos”, y que nos haría respirar si tomásemos con-ciencia de ella: «Dios creó al hombre a su imagen; a imagende Dios lo creó» (Gn 1,27). Y este es el fundamento verda-dero – dice Giussani – del afecto por uno mismo (¡nosotros,que tantas veces vamos a mendigar las migajas que caen dela mesa de los poderosos!): «El afecto por uno mismo no pue-de estar motivado por lo que uno es, sino por el hecho de queexiste. Es la sorpresa de uno mismo como don de algo dis-tinto, como gracia, como sorpresa por existir, como hechode Otro. Si lo primero que hace Dios es amarte, ¿cuál es laimitación más inmediata que podemos hacer de Dios? La imi-tación de Dios es la sorpresa de amarse, de quererse» (Me-mores Domini, 8 octubre 1987, pro manuscripto).

VIII OCTUBRE 2012

Ante cadacircunstancia y

cada desafío, que son constantes, yo me veo obligado a

decidir si quedarmeen la queja o mirarlocomo la posibilidad a través de la cual

me llama el Misterioa la renovación de mi autoconciencia. La solución no es que nos quiten la

oscuridad o que senos ahorren ciertosataques; «La larga

marcha de lamadurez»

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Cada uno de nosotros puede comparar entre la concien-cia que tiene de sí mismo y lo que dice don Giussani; no paralamentarse de lo inconsistentes que somos todavía, sino paragustar una promesa, para redescubrir la posibilidad de no per-der lo que nos decimos.

b. Acontecimiento cristiano: “Suyos”Pero a nosotros nos ha sucedido otro hecho, que consti-

tuye el segundo elemento de nuestra autoconciencia, y queresponde a una pregunta que también nosotros nos hacemosa menudo, como dice el Papa: «¿No le es tal vez estructural-mente imposible al hombre vivir a la altura de su propia na-turaleza? Y, ¿no es tal vez una condena este anhelo hacia elinfinito que él mismo advierte sin poderlo satisfacer nuncatotalmente? Este interrogante nos lleva directamente al co-razón del cristianismo. El Infinito mismo, en efecto, para ha-cerse respuesta que el hombre pueda [mirad que palabra uti-liza] experimentar, asumió una forma finita. Desde la En-carnación, desde el momento en que el Verbo se hizo carne,quedó eliminada la insalvable distancia entre finito e infini-to: el Dios eterno e infinito dejó su Cielo y entró en el tiem-po, se sumergió en la finitud humana» (Benedicto XVI, Men-saje del Santo Padre al XXXIII Meeting por la Amistad entrelos Pueblos, op. cit.).

¿Cómo puede cada uno de nosotros saber que ha sucedi-do esto, que no son palabras sin ton ni son?

Porque también nosotros, al igual que Juan y Andrés, he-mos sido aferrados, hasta tal punto que cada uno puede de-cir: nunca he sido más yo mismo que cuando Tú, Cristo, me

has sucedido. Este es el contenido de la experiencia que te-nemos de Cristo. Por tanto, el segundo dato del contenidode mi autoconciencia es Cristo, que me ha sucedido en la vida,que me ha hecho experimentarme a mí mismo con una in-tensidad, con una grandeza, con una plenitud que yo no soycapaz de reproducir por mucho que lo intente. El conteni-do de mi autoconciencia, del sentimiento de mí mismo, esque mi “yo” eres Tú, Cristo. Tú eres yo, Tú eres mi verdade-ro “yo”. Por eso se puede sintetizar el contenido de mi auto-conciencia con las palabras de san Pablo: «Ya no vivo yo, esCristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Cada uno puede mirarhasta qué punto domina en la vida esta conciencia de Cris-to, o bien si se trata simplemente de una frase esculpida enpiedra de la que no tenemos experiencia real.

El Papa nos recuerda que la vida de los primeros cristia-nos estaba llena de alegría y gratitud: «Así era, en efecto, enel cristianismo de los orígenes: ser liberado de las tinieblas,de andar a tientas, de la ignorancia – ¿qué soy? ¿Por qué exis-to? ¿Cómo debo vivir? –; ser libre, estar en la luz, en la am-plitud de la verdad. Esta era la convicción fundamental. Unagratitud que se irradiaba en el entorno y que así unía a loshombres en la Iglesia de Jesucristo» (Benedicto XVI, Ho-milía en la Santa Misa al término del encuentro con el “Rat-zinger Schülerkreis”, op. cit.). Todos sabemos que donGiussani estaba totalmente determinado por esta conciencia,que le hacía decir al cardenal Martini: «Cada vez que ha-blas, tú retornas siempre a este núcleo que es la Encarna-ción, y – de mil formas distintas – lo vuelves a proponer»(C.M. Martini, citado en J. Carrón, «Me duele que no

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Heinrich Hofmann, Cristo y el joven rico (1889). Riverside Church, Nueva York.

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hayamos colaborado más», Corriere della Sera, 4 sep-tiembre 2012, p. 5). ¡Cómo era escucharle hablar cada vez!

En este punto, el Papa afirma: «Ahora ya nada es banal oinsignificante en el camino de la vida y del mundo. El hom-bre está hecho para un Dios infinito que se ha hecho carne,que ha asumido nuestra humanidad para atraerla a las alturasde su ser divino».Es asombroso cómo prosigue el Papa: «Des-cubrimos así la dimensión más verdadera de la existencia hu-mana, que el siervo de Dios Luigi Giussani recordaba con-tinuamente: la vida como vocación. Cada cosa, cada relación,cada alegría, como también cada dificultad, encuentra su ra-zón última en el hecho de que es ocasión de relación con elInfinito, voz de Dios que continuamente nos llama y nos in-vita a elevar la mirada, a descubrir en la adhesión a él la re-alización plena de nuestra humanidad» (Benedicto XVI, Men-saje del Santo Padre al XXXIII Meeting por laAmistad entre los Pueblos, op. cit.).

¿Comprendéis? Vivir la vida como vocaciónes caminar hacia el destino a través de cada cosa,que ya no es banal ni insignificante, sino queencierra esta posibilidad de reclamarnos a la au-toconciencia. Las circunstancias se nos dan paradespertar en nosotros la autoconciencia, no por-que las circunstancias puedan darnos lo que he-mos dicho antes (el hecho de existir y el hechode que Cristo suceda), sino porque ellas nos ayu-dan a descubrir de forma carnal y experimen-tal qué quiere decir Cristo, qué quiere decir queyo existo, porque el Seños nos hace caminar ha-cia el destino a través de todas las circunstan-cias que hace suceder. Por eso, «no debemos te-ner miedo de aquello que Dios nos pide a tra-vés de las circunstancias de la vida» (ibídem).

El Señor llama a todos a reconocer la esenciade su propia naturaleza de hombres, que es es-tar hechos para el infinito. Esto es lo que do-cumenta la Revelación: que todo lo que se nos ha dado se nosda para nuestra maduración, se nos da para crecer en esta au-toconciencia. Por eso podemos decir que este es el tiempo dela persona, el tiempo de cada uno de nosotros, porque cadauno es llamado, a través de esas circunstancias particulares,a responder a Cristo que le llama. Y responder a la situacióny a la provocación es imposible si no nos ponemos en juegocon todo nuestro ser. Porque sólo la persona consciente de lanaturaleza de su “yo” puede no sucumbir a esta situación. Loque está en juego en todo esto es la lucha encarnizada por noreducir el “yo” a todos los factores antecedentes.

3. EL CAMINO DE LA CERTEZA

San Pablo testimonia de forma espectacular lo que aca-bamos de decir. Su vida también estaba marcada por el en-cuentro con Cristo: «Los circuncisos somos nosotros, los quedamos culto en el Espíritu de Dios y ponemos nuestra glo-

ria en Cristo Jesús, sin confiar en la carne. Aunque tambiényo tendría motivos para confiar en ella. Y si alguno piensaque puede hacerlo, yo mucho más: circuncidado a los ochodías, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo hijode hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, per-seguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, irre-prochable. Sin embargo, todo eso que para mí era ganan-cia, lo consideré pérdida a causa de Cristo. Más aún: todolo considero pérdida comparado con la excelencia del co-nocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo,y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser ha-llado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con lajusticia que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene deDios y se apoya en la fe. Todo para conocerlo a él, y la fuer-za de su resurrección, y la comunión con sus padecimien-

tos, muriendo su misma muerte, con la espe-ranza de llegar a la resurrección de entre losmuertos» (Flp 3,3-11).

Pero tampoco a él, a pesar de tener esta cla-ridad con respecto a Cristo, se le ahorró nada.Es suficiente con escuchar las circunstancias quetuvo que afrontar: «De los judíos he recibidocinco veces los cuarenta azotes menos uno; tresveces he sido azotado con varas, una vez he sidolapidado, tres veces he naufragado y pasé unanoche y un día en alta mar. Cuántos viajes a pie,con peligros de ríos, peligros de bandoleros, pe-ligros de los de mi nación, peligros de los gen-tiles, peligros en la ciudad, peligros en despo-blado, peligros en el mar, peligros entre falsoshermanos, trabajo y agobio, sin dormir mu-chas veces, con hambre y sed, a menudo sin co-mer, con frío y sin ropa. Y aparte todo lo de-más, la carga de cada día: la preocupación portodas las Iglesias» (2 Cor 11,24-28). ¡Es im-presionante! Pero, ¿qué es lo que emerge cada

vez con más potencia a través de todo lo que el Señor le hacepasar a san Pablo? Que «llevamos este tesoro en vasijas debarro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria esde Dios y no proviene de nosotros. Atribulados en todo, masno aplastados; apurados, mas no desesperados; perseguidos,pero no abandonados; derribados, mas no aniquilados, lle-vando siempre y en todas partes en el cuerpo la muerte deJesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nues-tro cuerpo. Pues mientras vivimos, continuamente nos es-tán entregando a la muerte por causa de Jesús; para que tam-bién la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.De este modo, la muerte actúa en nosotros y la vida en vos-otros. Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo queestá escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemosy por eso hablamos; sabiendo que quien resucitó al SeñorJesús también nos resucitará a nosotros con Jesús y nos pre-sentará con vosotros ante él. Pues todo esto es para vuestro

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Este es el tiempo de la persona, el

tiempo de cada unode nosotros, porque

cada uno esllamado, a través deesas circunstancias

particulares, aresponder a Cristo

que le llama. Y responder a la

situación y a la provocación es

imposible si no nosponemos en juego

con todo nuestro ser

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bien, a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor seael agradecimiento, para gloria de Dios» (2 Cor 4,7-15).

Todo lo que se le da es para él, para conocer más a Jesús,para conocer la fuerza de su resurrección, la potencia de Aquelal que ha entregado su vida. Se trata de una humanidad des-bordante de gratitud, que nace en san Pablo con una con-ciencia mayor porque el Misterio no le ha ahorrado nada. Es-tas circunstancias, que son parte de la Revelación – las car-tas de san Pablo forman parte de la Revelación, no son anéc-dotas o añadidos decorativos –, hablan del método de Dios:Dios no nos ahorra nada para que pueda crecer en nosotrosesta gratitud ilimitada. Entonces, vivir la vida como vocación(con la conciencia de que llevamos este tesoro en vasijas debarro) es el camino para no sucumbir a la obtusidad y la opa-cidad de nuestra conciencia habitual, de modo que la certe-za de Cristo pueda llegar a ser cada vez más nuestra. No lle-garemos a poner en discusión nuestras “ideas” sobre Cristoa menos que Él mismo desbarate constantemente nuestra re-ducción, haciéndonos experimentar Quién es.

El resultado de este método de Dios es la certeza de una au-toconciencia. Así lo describe el mismo Pablo: «Después deesto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estarácontra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sinoque lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todocon él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el quejustifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió,más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que ade-

más intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amorde Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿elhambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como estáescrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan comoa ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gra-cias a aquel que nos ha amado. Estoy convencido de que nimuerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni fu-turo, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otracriatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado enCristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,31-39).

Si nosotros no salimos vencedores de esta situación de he-gemonía cultural en la que estamos llamados a vivir, ¿quérazonabilidad tendría entonces nuestra fe? ¿Por qué sería ra-zonable creer en Cristo? En cambio si aquí, precisamenteaquí, en medio de todo lo que estamos diciendo, de todolo que estamos viviendo, de todos los desafíos que debemosafrontar, vemos que vencemos de sobra en Él (no por mé-rito nuestro, sino porque Cristo nos ha amado), esto generauna certeza, una autoconciencia que es única. La persua-sión de la que habla san Pablo es la certeza de la autocon-ciencia. ¿Quién no desea al menos un ápice de esta certe-za? Nosotros salimos realmente vencedores si vemos en ac-ción la contemporaneidad de Cristo. Vencedores no quie-re decir “que tomamos el poder”. Vencedores quiere decirque vemos la victoria de Cristo aunque seamos despojadosde todo. Somos vencedores cuando rebosa en nosotros laconciencia de Su presencia.

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Hendrick ter Brugghen, Vocación de san Mateo(1961). Centraal Museum, Utrecht, Países Bajos.

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Pero para ello, debemos decidir dónde se encuentra larespuesta al deseo de felicidad que descubrimos en nosotros,porque estamos hechos para el infinito. Sólo de este modopodremos colaborar con la misión de la Iglesia, como nos harecordado el cardenal Scola en su carta pastoral: «Lo que dejatrasparentar el atractivo de Jesús no es el empeño del pro-selitismo, sino el testimonio, el anhelo de que todos se sal-ven» (A. Scola, Alla scoperta del Dio vicino, Centro Ambro-siano, Milán 2012, p. 31).

Delante de testigos como san Pablo podemos ver qué pue-de llegar a ser Cristo para nosotros, de modo que, incluso enlas circunstancias más agobiantes, el contenido de nuestra au-toconciencia nos llene cada vez más de silencio, y apremie den-tro de nosotros la memoria de Cristo como lo más precio-so, lo más deseable, aquello a lo que dar tiempo, espacio, alo que dar nuestro corazón. Si no anida cada vez más ennosotros el deseo de esta memoria, si no nos sorprendemosdeseando este silencio para dar espacio a la me-moria, estamos ya derrotados. Porque estar ensilencio es vivir esta conciencia de Cristo, es lacapacidad de pensar y de invocar a Cristo.

Por este motivo, para aprender a rezar es ne-cesario amar el silencio, es decir, el sentimientoprofundo de sí como una persona encaminadahacia una meta que es el misterio de Cristo. Poreso debe madurar, debe llegar a hacerse cadavez más grande y maduro en nosotros el si-lencio. Si no llegamos a hacer de forma distintalo que hacemos habitualmente, si el silenciono es tomar conciencia de nosotros mismospara llenar nuestra persona (a veces llena deantemano con distracciones, preocupacionesy quehaceres), si no damos espacio a este to-mar de nuevo conciencia de nosotros mismos,seremos arrastrados por todo lo demás. Porque el silencio esvolver a tomar conciencia de nuestra relación con la gran pre-sencia del misterio del Padre.

De este modo podremos afrontar la realidad, teniéndo-le a Él en los ojos y en la conciencia. Al igual que el ciegode nacimiento. No es que cure al ciego de nacimiento y lue-go le saque de la realidad por miedo a que se le quite lo quele ha dado. No. Jesús lanza al ruedo al ciego, que tenía losojos llenos de esa Presencia que le había curado. No lo sacafuera. Es decir: Cristo genera un “yo” capaz de vivir la re-alidad, como el ciego, que tiene la sencillez de reconocer queantes no veía y que ahora ve. Su conciencia estaba deter-minada por lo que le había sucedido. Con esa autoconcienciapuede resistir delante de cualquier cosa, no porque sea máspoderoso, sino por su sencillez en adherirse a lo que le hasucedido. Este es el poder que tiene la autoconciencia – ¡enel último que ha llegado! –, y los más sabios entre los fari-seos no pueden nada delante de un “yo” que tiene esa au-toconciencia.

Gracias a esto, podemos afrontar cualquier circunstancia,como nos ha testimoniado una amiga muy querida ante lamuerte, en una conversación que mantuvo con su marido (queme ha escrito contándomelo), cuando supo lo que le iba a su-ceder: «Me dijo: “Estoy tranquila, no tengo miedo porque estáJesús. Tampoco estoy angustiada por ti y por los niños, por-que sé que estáis en manos de Otro”. Y yo: “Pero, ¿no estás tris-te?”. “No, no estoy triste. Mi certeza es Jesús, y tengo curiosi-dad por ver lo que me va a suceder, lo que me está preparandoel Señor. A lo mejor tendría que estar triste, pero no lo estoy.Sólo me apena pensar que tu prueba es más mayor que la mía”.“No te preocupes”. “Si, ciertamente yo me apañaría mejor conlos niños”. Y yo sonreí, increíblemente confortado por el mi-lagro que acababa de presenciar. Este fue sin duda uno de losmomentos más bonitos, si no el más bonito, de los diecisie-te años que hemos pasado juntos (doce de matrimonio y cin-co de noviazgo)». Con una consistencia así se puede mirar todo,

hasta el umbral del destino.Nosotros tenemos un testigo al que no se le

ha ahorrado nada: don Giussani. «Mi fuerza ymi canto es el Señor» (Ex 15,2): «Cuando de-cimos esto, no lo digamos con los ojos exul-tantes y llenos de la presencia de los demás. Di-gamos esta frase, repitamos estas palabrascon la mirada puesta en la presencia de Cris-to, que es la verdad de todo lo que hay, la ver-dad última de todo lo que hay aquí: “todo con-siste en Él”. […] “Mi fuerza”, por tanto mi armade batalla y “mi canto”, cómo decir, mi dulzu-ra que permanece en la batalla, que me sostieneen la batalla, tanto si dura una hora como ciendías. De hecho, hay una batalla que dura todala vida. ¡Que yo tenga presente a Jesús en todoel vivir! Esto es lo que nos promete nuestra

amistad: una ayuda para incrementar esta memoria, para avan-zar, para caminar siempre dentro de ella. ¡Dios santo! Es unapromesa dentro de cada batalla – mientras dure la batalla, du-rante todo momento de la vida que sea de lucha y fatiga – esun empujón para adentrarnos cada vez más en el Tú; porque“Tú” se dice a alguien presente: “Mi fuerza y mi canto eres tú”.Esto es, que este “Tú” coincida con Su rostro, que coincida conSu nombre. Nombre que es una presencia con toda su fuer-za y capacidad sugerente, llena de poder y dulzura» (L. Gius-sani, El atractivo de Jesucristo, Encuentro, Madrid 2000, p. 204).

Con todas estas cosas en la mirada, podemos disponernosa comenzar el próximo 11 de octubre, en compañía de todala Iglesia, el Año de la Fe que el Papa ha querido convocar para«redescubrir y volver a acoger este don valioso que es la fe,para conocer de manera más profunda las verdades que sonla savia de nuestra vida, para conducir al hombre de hoy, amenudo distraído, a un renovado encuentro con Jesucristo“camino, vida y verdad”» (Benedicto XVI, Discurso a la Asam-blea de la Conferencia Episcopal Italiana, op. cit.).

XII OCTUBRE 2012

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Pero, ¿qué es lo queemerge cada vez

con más potencia através de todo lo que

el Señor le hacepasar a san Pablo?Que «llevamos estetesoro en vasijas debarro, para que sevea que una fuerza

tan extraordinaria esde Dios y no proviene

de nosotros»